Presentación
Estudiar el cine Escudriñar en las imágenes en movimiento, indagar en lo que se ha dicho (y escrito) de ellas, poner atención a la palabra de los artistas y técnicos que las urdieron. Esa fue la preocupación de contados intelectuales en la época del nacimiento del cine. Comprendido su valor como espectáculo de masas, se gastó más tinta en posicionar a las divas y a los caballeros del cine, y entre ellos a más de algún forajido, acorde con la fama de su origen de vaudeville, que a poner atención en su “efecto espejo” de la sociedad. Hubo pertinaces como Riccioto Canudo, Hugo Mürstenberg, Jean Epstein y los surrealistas, que se empeñaron en abogar por las expectativas que el nuevo arte provocaba. No tan curiosamente, fue otro obsesivo de las imágenes en movimiento el que despertó en mayor medida el interés por estudiar el cine: Henri Langlois, el creador de la Cinemateca Francesa, quien, con su feroz gestión para impedir la muerte de las películas reuniéndolas en un archivo, incentivó en sus contemporáneos la disposición para analizarlo y desplegar las plumas en su honor. Es así que André Bazin se pregunta ¿Qué es el cine? en ese texto que se transformó en un verdadero monumento, en medio del neorrealismo italiano. Luego, ya sabemos, surgieron los Cahiers du Cinema y la nueva ola francesa, el cine se fue vistiendo de oropeles, los directores se ungieron en autores de la mano de Rossellini, De Sica, Bergman y Fellini. Fue así posible restituir esa categoría a quienes cimentaron este arte, de Griffith a Hitchcock, de Chaplin a Lewis (el Jerry), de Lang y Murnau a Ford y Renoir. Tantos y tantos en el mundo y en nuestra Latinoamérica, región que en materia de cine también ha sido considerada un pueblo al sur de EE.UU. El cine y los filmes fueron escudriñados desde la estética, por cierto, pero asimismo desde la sociología, la antropología, la historia, la filosofía, la ciencia, la psicología, la pedagogía y otros ámbitos del saber humano.
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