Historia mexicana 094 volumen 24 número 2

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HISTORIA

MEXICANA 94

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Vi?eta de la portada Un apache lip?n, ctel mapa de Juan de Pagazurtundua (ca. 1795).

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de E

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Luis Gonz?le

Gonz?lez Navarro, Josefina V?zquez de Knauth/ Andr?s Lira^ L

Elias Trabulse, Berta Ulloa, Susana Uribe de Fern?ndez de Secretaria de Redacci?n: Anne Staples

VOL. XXIV OCTUBRE-DICIEMBRE 1974 N?

Art?culos

SUMARIO

Mar?a del Carmen Vel?zquez: Los apaches y su le

yenda 161

Ram?n Ma. Serrera: La contabilidad fiscal como fuente para la historia de la ganader?a: El caso

de Nueva Galicia , 177

Jos? Fuentes Mares: Los diplom?ticos espa?oles en tre Obreg?n y el Maximato 206 Josephine Schulte: Gabino Barreda y su misi?n di plom?tica en Alemania: 1878-1S79 230 Guy P. C. Thomson: La colonizaci?n en el departa mento de Acayucan: 1824-1834 253

Examen de libros

sobre Cartas de Indias. (Luis Muro) 299

sobre Ignacio F. Gonz?lez-Polo: Polotitl?n de la Ilus

traci?n en el Estado de M?xico. (Mois?s Gonz?

lez Navarro) 500 sobre el mismo. (Bernardo Garc?a Mart?nez) 301

sobre Fr?d?ric Mauro: Histoire de Veconomie mon

diale - 1790-1970. (Jan Bazant) 304

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sobre Diego Mu?oz Camargo: Historia de Tlaxcala.

(Aurelio de los Reyes) 306

sobre Lothar Knauth: Confrontaci?n transpac?fica.

(Elias Trabulse) 308

sobre David J. Weber, ed.: Foreigners in their Native

Land. (Mois?s Gonz?lez Navarro) 315

sobre Juan G?mez Qui?ones: Sembradores ? Ricar do Flores Mag?n y el Partido Liberal Mexicano.

(David Maciel) 317

sobre Robert S. Chamberlain: Conquista y coloniza

ci?n de Yucat?n ? 1517-1550. (Stella Ma. Gon

z?lez Cicero) 318

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal

de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la Revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $20.00 y en el extranjero Dis. 1.90; la suscripci?n anual, respectivamente, $75.00

y Dis. 6.50. N?meros atrasados, en el pa?s $25.00; en el extranjero, Dis. 2.20.

? El Colegio de M?xico Guanajuato 125 M?xico 7, D. F.

Impreso y hecho en M?xico

Printed and made in Mexico

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 4-B, Mexico 13, D. F.

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LOS APACHES Y SU LEYENDA* Mar?a del Carmen Vel?zquez El Colegio de M?xico En las lecturas que he hecho ?ltimamente referentes a la historia de lo que en el siglo xv?n se llam? el Septentri?n de

Nueva Espa?a, me encontr? continuas menciones a los apa ches. Las referencias llegaron a ser tan frecuentes que tuve la impresi?n de que sin los apaches la historia colonial de las tierras a ambas m?rgenes del r?o Bravo no tendr?a mayor inter?s y desde luego se hubiera desarrollado de manera dis tinta.

Record? que para m?, nacida capitalina, cuando era ni?a,

el apache era el ser prototipo de la barbarie, desali?ado,

malo, fiero, que era capaz de comerse a los ni?os. ?C?mo fue que los mexicanos llegaron a formarse y a propalar esa le yenda negra de los apaches? Como en toda leyenda, hay en ella algunos elementos de verdad y ahora comprendo por qu? el apache se convirti? en el depositario de tanta negrura. No creo que en estos tiempos sea frecuente asustar a los ni?os con los apaches. Han desaparecido, no s?lo como tribu india

peligrosa, sino tambi?n como habitantes del ?mbito de la Rep?blica Mexicana. Pero en el periodo colonial de nuestra historia, anterior a las guerras de independencia y en la pri mera mitad del siglo xix, los apaches fueron preponderantes agentes de los acontecimientos en el Septentri?n. A testimo

nios de ese periodo y a la leyenda apache me referir? en

estas p?ginas. Empezar? por algunas precisiones de todos conocidas, pero ?tiles de recordar en esta ocasi?n. Los apaches no pertenec?an al grupo de tribus nahoas que emigraron desde muchos siglos atr?s a la altiplanicie mexi cana. Eran indios distintos de aquellos que los espa?oles en * Conferencia le?da en la Universidad Aut?noma de Guadalajara el 7 de marzo de 1974, e in?dita hasta hoy. 1G1

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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ

contraron en el reino de An?huac, llamado por Hern?n Cor t?s, despu?s de su triunfo sobre los aztecas, reino de la Nueva

Espa?a. Viv?an al norte del r?o Bravo y con diversos nom bres se localizaban en una ancha franja que iba desde lo que

fue la Luisiana francesa hasta lo que hoy es el estado de Arizona. Otra cosa es conveniente tener tambi?n presente, y es, que, aunque los primeros contactos de apaches y espa?oles ocurrieron en las primeras d?cadas del siglo xvn, no es sino hasta el siglo xv?n cuando los espa?oles empezaron a batallar con ellos. Es importante conceder atenci?n a las fechas de los contactos porque en los espa?oles del siglo xv?n ya no cupo ni la sorpresa ni las dudas que tuvieron los primeros conquistadores cuando descubrieron, en el siglo xvi, como dice Robert Ricard, una nueva humanidad. Por su experien cia de dos siglos, sus juicios sobre los indios estaban ya he chos. Para ellos hab?a indios sumisos e insumisos, cristianos y gentiles, a pesar de que se tratara de tribus que apenas empezaran a conocer. Tambi?n los indios del norte sab?an ya de la existencia de los blancos. Montaban caballos y usa ban armas de fuego y adem?s de sus vestidos de gamuzas llevaban como adorno prendas espa?olas o francesas. Y ahora pasemos a los apaches. La m?s antigua descripci?n formal de los apaches que co nozco es la del franciscano fray Alonso de Benavides de 1630. ?l fue custodio de las provincias y conversiones de Nuevo M? xico y la escribi?, a petici?n de fray Juan de Santander, comisario general, para enviarla al rey. Dice en ella que las tribus apaches rodeaban a la Nueva M?xico. Se extend?an por el poniente, desde El Paso del r?o del Norte hasta la Mar del Sur; por el norte, a las tierras de sus correr?as no se les hab?a hallado fin y por el oriente, hasta lo vagamente desig nado como provincias de la Florida. No era exageraci?n decir que la sola naci?n apache ten?a m?s gente que todas las na ciones juntas de Nueva Espa?a, aunque entrara en la cuenta la naci?n mexicana. Los apaches eran gente muy briosa y belicosa y muy ar didosa en la guerra; hasta en el modo de hablar eran dife This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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rentes de las dem?s naciones, porque ?stas hablaban quedito y despacio y los apaches parec?a que descalabraban con la palabra. Todos hablaban la misma lengua, aunque por raz?n de la extensi?n en que viv?an se advert?an algunas diferen cias que, sin embargo, no eran obst?culo para que se enten

dieran todos entre s?.

No viv?an en poblados, ni casas, sino en tiendas y ran cher?as, que mudaban con frecuencia de un lugar a otro de la sierra, seg?n el rumbo que tomaban en la caza de los ani males que necesitaban para su sustento. La rancher?a de un jefe y su tribu era respetada, y algunas veces sembraban ma?z

y otras semillas alrededor de las tiendas.

Usaban pieles de venado bien curtidas y adobadas para

vestirse, tanto los hombres como las mujeres, las que andaban honestamente cubiertas con la gamuza.

Adoraban al sol, pero no ten?an ?dolos. Los apaches se re?an de otros indios que s? los ten?an. Practicaban la poli gamia; pod?an tener tantas mujeres como pudieran mante ner, pero no toleraban el adulterio. A la mujer infiel le cor taban orejas y narices y luego la echaban de su casa. Eran muy obedientes a sus mayores y les ten?an gran respeto. En se?aban y castigaban a sus hijos, a diferencia de otras nacio nes que no ten?an disciplina alguna. Se preciaban mucho de decir la verdad; era gran humillaci?n al que sorprend?an diciendo mentira. Por predicaci?n y ejemplo de buena vida, fray Alonso

hab?a logrado convertir al cristianismo a los apaches gile?os, pero otro fraile no hab?a tenido tanta suerte. Los apaches

del jefe Quinia se rebelaron y lo quisieron matar, aunque en el ?ltimo momento prefirieron dejarlo abandonado. No cab?a duda de que era naci?n muy belicosa. Para atraerlos y convertirlos los espa?oles tendr?an que proceder con la mayor inteligencia, pues en ellos los apaches ve?an contrin cantes dignos de ser sus enemigos, no as? en otros indios asen

tados, a los que consideraban indignos de serlo. Usa fray

Alonso una frase muy sugestiva: dice que "es naci?n tan beli

cosa toda ella, ya que ha sido el crisol del esfuerzo de los espa?oles".

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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ

El siguiente documento que quiero comentar es de m?s de un siglo despu?s. Ha sido atribuido a don Bernardo de G?lvez, quien estuvo en Chihuahua en 1769 y 1770 y tuvo oportunidad de conocer a los apaches en varias campa?as en las que tom? parte. Lleva por t?tulo "Noticia y reflexiones sobre la guerra que se tiene con los indios apaches en las pro vincias de Nueva Espa?a". Copio los primeros p?rrafos del escrito que son los de mayor inter?s para los efectos de la comparaci?n. El indio en general es de un temperamento sano por la du reza en que se cr?a y la simplicidad de los manjares con que se alimenta: nace y vive en la inclemencia, de que resulta que su cuerpo curtido en la intemperie es casi insensible, tanto a el fr?o penetrante, como a el calor ardiente: su cutis tostado le es de m?s abrigo y defensa que a nosotros los tejidos m?s com pactos: su alimentaci?n es invariable, debiendo a las frutas y carne asada su ?nica continua subsistencia. De esta uniformidad de principios y el incesante ejercicio de la caza y de la guerra depende la robustez que goza.

Los apaches tienen una especie de creencia que puede lla

marse religi?n: conocen que hay una primera causa que llaman capit?n grande, y aseguran que para despu?s de la vida hay un lugar destinado a la recompensa del bueno y otro al castigo del malo. Pero limitan su bienaventuranza o su infierno al pla cer o disgusto que debe causarles el o?r cantar en la tierra sus alabanzas o vituperios. Por esta raz?n suponen los citados luga res en los espacios del aire y con esta idea es obligaci?n de los que sobreviven hacer canciones, que como rezos cantan en ?nico sufragio de sus difuntos.

A esta gloria s?lo es acreedor el hombre guapo y la mujer fiel. Estas son las dos primeras virtudes que conocen, excluyendo

de toda felicidad a los que carecen de ellas, condenando a eter no desconsuelo la cobard?a y adulterio. Aunque los indios no tuvieran por su vida frugal y activa fortificado el esp?ritu, bastar?a esta creencia para hacerlos te

rribles en el combate. Y si todas las naciones se sobrepujan

cuando a campa?a las lleva el entusiasmo de religi?n, es f?cil concebir cu?l ser? este mismo entusiasmo en los apaches, entre quienes es un acto de religi?n la guerra.

Los espa?oles acusan de crueles a los indios: yo no s? qu?

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opini?n tendr?n ellos de nosotros: quiz? no ser? mejor, y s? m?s bien fundada; lo cierto es que son tan agradecidos como vengativos y que esto ?ltimo deb?amos perdonarlo a una naci?n que no ha aprendido filosof?a con qu? domar un natural sen timiento, que aunque vicioso es causa heroica, cual es tener sensible el coraz?n: sean los espa?oles imparciales y conozcan que si el indio no es amigo es porque no nos debe beneficios y que si se venga es por justa satisfacci?n de sus agravios. La ligereza es otra propiedad caracter?stica del indio y de la que sacan sus mayores ventajas; ?sta es hija de la carencia que antiguamente tuvieron de caballos que los condujesen, y

de la precisi?n en que se ve?an de alcanzar con sus pies la

caza para su alimento. Pero eso, como hoy logran los mejores caballos, han degenerado algo de su antigua presteza en el co rrer, pero con todo siempre su agilidad es mucha respecto a la de los dem?s hombres del mundo conocido, conserv?ndola con los cotidianos juegos en que se ejercitan a que contribuye la elecci?n que hacen de las sierras que habitan y que por lo re gular son ?speras y fragosas. Los apaches son vigilantes y desconfiados tanto, que por te mor de que los espa?oles u otra naci?n enemiga de ellos les aco meta, mueven casi todos los d?as su campo de un sitio a otro, viviendo en continua peregrinaci?n para no dar tiempo a ser espiados o reconocidos. Sufren la sed y el hambre mucho tiem po, llegando a verificarlo en cinco o seis d?as, sin que la falta de alimento cause una decadencia notable en sus fuerzas. No creo que sea menester citar otras menudas circunstancias. Bastan estas principales del car?cter y naturaleza de los indios para conocer que esta naci?n, por constituci?n, es la m?s apta para la guerra.

En el tiempo que media entre el escrito de fray Alonso y el del futuro virrey de Nueva Espa?a no parece haberse efec tuado cambio de consideraci?n en el modo de ser de los apa ches, ni tampoco hay oposici?n entre lo que uno y otro infor

mante dicen de ellos. Los apaches, hacia mediados del si glo xviii (que es cuando ya son sujetos de nuestra historia), segu?an siendo "briosos, belicosos y ardidosos en la guerra", adoraban al sol, eran amantes de decir verdad y celosos de sus mujeres. No hab?an abandonado la sierra, en donde plan taban sus rancher?as y en donde cazaban para su sustento.

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Pero los a?os no corrieron sin dejar huella y G?lvez ya advierte los efectos del contacto de apaches con espa?oles. El caballo y el fusil empiezan a ser bienes que les ayudan en la guerra. Sin embargo, dec?a que los apaches no hab?an re cibido beneficios de los espa?oles y s? agravios. Hac?an la guerra a los espa?oles por odio de la poca fe que se les hab?a guardado y de las tiran?as que hab?an sufrido, como pod?a hacerse patente con ejemplos que era vergonzoso ?segura mente para los espa?oles? traer a la memoria. Tambi?n iban a la guerra por utilidad, a robar el ganado que necesitaban para su sustento. No menciona G?lvez, como Benavides, los sembrados de ma?z y otras semillas de los apaches que eran sobre los que primero ca?an los espa?oles, y en cambio asien ta claramente que los ataques a los establecimientos espa?o les eran para robar ganado para su sustento. ?Era porque con la penetraci?n de espa?oles por el sur y de franceses e ingleses por el norte se estaban reduciendo los terrenos de caza de los apaches? Las reflexiones de G?lvez sobre el modo de hacer la gue rra de los apaches y como deber?an proceder los espa?oles est?n inspiradas, como las de Benavides, en el concepto que les merecieron esos indios bravos de ser los m?s aptos para la guerra. En una larga comparaci?n, don Bernardo explica por qu? los m?todos de los apaches eran m?s efectivos que los espa?oles y por tanto propone medidas razonadas y rigu rosas para que los espa?oles los superen.

Otro documento en que hay una descripci?n de las na

ciones apaches, posterior al de G?lvez, fue elaborado por el teniente coronel Antonio Cordero y Bustamante, a fines del siglo xv?n. Este militar hab?a servido, desde muy joven, en las

compa??as presid?ales y hab?a participado en la guerra con tra los indios bravos: sab?a la lengua apache y hab?a tenido tratos y relaciones con las naciones apaches; por tanto, es de suponerse que las conoc?a bien. Se advierte, al comparar este documento con los anteriores, la mayor informaci?n que los espa?oles hab?an reunido sobre los apaches, en 1796. La descripci?n m?s precisa y corta es la de fray Alonso, la de G?lvez es m?s extensa y reflexiva y la de Cordero mucho This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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m?s rica en noticias circunstanciales. Pero, en esencia con cuerdan las tres. Veamos: Cordero identifica, por sus nombres apaches y espa?oles,

a nueve naciones. Repite que todas hablan un mismo idio ma y "aunque var?a el acento y tal cual voz provincial, no influye esta diferencia para que dejen de entenderse rec?pro camente". Alude tambi?n a la "singularidad y gutural pro nunciaci?n de la lengua apache, que acostumbrado el o?do, se halla en ella cierta dulzura en sus palabras y cadencia". Se?ala que hay variantes en las costumbres, usos y gustos de las naciones, seg?n los terrenos de su residencia, las necesi dades que padecen y el trato que tuvieron con los espa?oles.

Dice que los apaches conoc?an la existencia de un ser

supremo creador, pero que no le daban culto alguno. Coin cide con G?lvez, en t?rminos generales, en la descripci?n de la manera de vivir de los apaches. Asienta: "Nacido y cria do el apache al aire libre del campo y fortificado por alimen tos simples, se halla dotado de una robustez extraordinaria, que le hace casi insensible al rigor de las estaciones. El con tinuo movimiento en que vive, trasladando su rancher?a de uno a otro punto con el fin de proporcionarse nueva caza y los frutos indispensables para su subsistencia, lo constituye ?gil y ligero a tal grado que no cede en velocidad y aguante a los caballos, y seguramente les sobrepuja en los terrenos es carpados y pedregosos. La vigilancia y cuidado con que mira por su salud y conservaci?n le estimula tambi?n a descam par a menudo por respirar nuevos aires, y que se purifique

el lugar que evac?a, llegando a tal extremo el celo por la sanidad de su rancher?a, que abandona a los enfermos de

gravedad cuando juzga pueden infestar su especie." Y sigue diciendo: "El apache sufre el hambre y la sed hasta un punto incre?ble, sin que desmerezca su fortaleza", s?lo era glot?n cuando ten?a provisiones en abundancia. Se alimentaba de carne y frutas silvestres. La carne la obten?a en la caza y ro

bos de ganado espa?ol. Ten?an tambi?n un poco de ma?z, calabaza, frijol y tabaco que produc?an en las tierras de sus rancher?as, "m?s por su feracidad que por el trabajo que ponen en su cultivo". This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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MARIA DEL CARMEN VEL?ZQUEZ

El apache era astuto, desconfiado, inconstante, atrevido, soberbio y celoso de su libertad e independencia. Eran indios "morenos, bien proporcionados en sus tama?os, de ojos vivos, cabello largo, ninguna barba y pintada la astucia y sagacidad en sus semblantes". Es de advertir que sobre los "briosos, belicosos y ardidosos apaches'' de fray Alonso, Cordero amon

tona muchos adjetivos que revelan los encuentros que los espa?oles hab?an tenido con ellos. Repite lo advertido por

Benavides y G?lvez acerca de los grandes territorios que ocu paban los apaches y el respeto que ten?an unos y otros de las rancher?as ajenas. El apache escog?a las sierras m?s escarpadas y montuosas para vivir. Usaba pieles, adobadas por las mujeres, para for mar su tienda o jacal y para sus vestidos. Usaban zapatos de gamuza y adornos de conchas y plumas. Los poderosos bor daban sus vestidos. El hombre apache cazaba y hac?a la guerra, la mujer aten

d?a a todo lo dem?s. La edad avanzada privaba del mando al m?s arrojado apache. "De nada hace vanidad el apache, sino de ser valiente", dice Cordero y el anciano ya no lo

pod?a ser. Dice tambi?n que los apaches pod?an tener tantas mujeres cuantas pod?an mantener y que sus maridos eran ar bitros de su vida. Describe Cordero en detalle las rancher?as y el eficaz sis tema de vigilancia que ten?an los apaches para no ser sor

prendidos. Asimismo los bailes que ejecutaban, ya fuera antes de la guerra o para celebrar victorias, y las cacer?as, en que participaban hombres, mujeres y ni?os, unos a pie, otros a caballo. Cazaban principalmente c?bola, esto es bisontes y tambi?n venados, buras, berrendos, jabal?es, puerco-espines, leopardos, osos, lobos, coyotes, liebres y conejos. La cacer?a era escuela para los ni?os. A ellos estaba reservada la caza de tuzas, hurones, ardillas, liebres, conejos, tejones y ratas del

campo. Por medio de esa pr?ctica adquir?an la mayor fijeza en su punter?a y se hac?an destr?simos en toda clase de ar dides y cautelas. Cazaban aves para tener plumas y castores o nutrias por su carne y su piel. Las estratagemas que usaban para robar ganado eran de This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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gran eficacia. Cada apache, seg?n su ligereza o punter?a, te n?a asignada una tarea. Todos juntos lograban su objetivo. Pero, dice Cordero, "cuando conocen que sus perseguidores son sagaces e inteligentes como ellos, dividen el robo en pe que?os trozos y dirigen su huida por diferentes rumbos, por medio de lo cual aseguran llegar a su pa?s con la mayor parte, a costa de que padezca intercepci?n alguna de ellas". Una vez en sus particulares rancher?as o terrenos favori tos, viv?an con entera libertad y sin sufrir incomodidad de nadie. Jam?s les faltaba serenidad, aun cuando fueran sor prendidos por sus enemigos. Peleaban hasta que les faltaba el aliento y corrientemente prefer?an morir a rendirse. Cuan

do atacaban, si no consegu?an desde luego la ventaja, no ten?an a menos huir y desistir de su proyecto. En un momen

to levantaban su campamento y se alejaban con tal rapidez que en pocas horas se liberaban de quienes les persegu?an. "S?lo por sorpresa y tomando todas las retiradas se consigue castigar a estos salvajes", dice Cordero y eso "con mucho riesgo, a causa de la suma agilidad de los b?rbaros y de las rocas inexpugnables en que se sit?an". Sab?an muy bien los apaches c?mo comunicarse unos con otros. Por medio de se?ales de humo obten?an noticias exac tas. Eran asimismo expertos en reconocer los rastros que ad vert?an en el campo. Siempre estaban a la defensiva; aun a los parientes m?s pr?ximos se acercaban con precauci?n y desconfianza y s?lo se reconoc?an mir?ndose, pero sin pro nunciar palabra. Sus principales enemigos eran los espa?oles y los coman ches y tambi?n los que entre ellos mismos se hac?an agravios

vali?ndose de su fuerza. Los apaches que llevaban el peso

de la guerra contra los comanches eran los que estaban en su vecindad inmediata, los apaches faraones, mescaleros, lla neros y lipanes. El motivo de la guerra entre ellos era que tanto apaches como comanches "quer?an tener derecho ex clusivo sobre el ganado del c?bolo, que precisamente abunda en los linderos de ambas naciones". Termina diciendo, como G?lvez: "No es el caso aqu? investigar el origen de la cruel y sangrienta guerra que de muchos a?os a esta parte han he

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170 MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ cho los apaches en las posesiones espa?olas. Tal vez la origi nar?an, desde tiempos anteriores, las infracciones, excesos y avaricia de los mismos colonos que se hallaban en la frontera

con mandos subalternos. En el d?a las sabias providencias de un gobierno justo, activo y piadoso, la van haciendo ter minar, debi?ndose advertir que no s?lo no aspira su sistema a la destrucci?n o esclavitud de estos salvajes, sino que soli cita por los medios m?s eficaces su felicidad, dej?ndolos po seer sus hogares en el seno de la paz, con la precisa circuns tancia de que bien impuestos de nuestra justicia y poder para sostenerlo, respeten nuestras poblaciones sin inquietar sus ha bitantes". Hasta aqu? los documentos. Fue el sino de los indios apaches, bravos, fuertes y auste ros, ocupar vastas regiones que en el siglo xv?n empezaron a invadir los blancos. Al ir penetrando espa?oles, franceses e ingleses en las tierras de sus correr?as, empezaron a difi cultarles y a disputarles la caza del bisonte, su sustento prin cipal. Pedro de Rivera, visitador del Septentri?n en los a?os de 1724-1728, ya menciona a los comanches como enemigos de

los apaches y a ?stos en guerra con los indios asentados

de Nueva M?xico, Nueva Vizcaya y Texas. Es indudable que desde tiempo atr?s diferentes tribus indias se disputaron la posesi?n de las tierras allende el Bravo y la caza y frutos sil vestres que en ellas pod?an encontrar. En las tierras que los apaches consideraban suyas pon?an el mismo esfuerzo en ca zar c?bolos que ganado espa?ol. Necesitaban la carne del ga nado y al escasear su sustento, americano cayeron sobre el que hab?a introducido el blanco, otro competidor m?s de

sus tierras y alimentos. No hay duda de que los apaches

eran indios cazadores y que disputaban bravamente las pre sas a quienes se las quer?an quitar. Cuando llegaron los blan cos, la lucha primitiva por la subsistencia fue para los espa ?oles robo, rebeld?a, asaltos y guerra. Por tal motivo los que a ellos se enfrentaron se empe?aban en combatirlos. E? mis mo Bernardo de G?lvez, justiciero y humanitario cuando pri mero conoci? a los apaches, ante la necesidad de establecer la defensa y el sosiego de las provincias septentrionales, cuan This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LOS APACHES Y SU LEYENDA

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do fue virrey, dict? ?rdenes terminantes para que se les hi ciera guerra sin intermisi?n en todas las provincias y en todos

tiempos. Hacia mediados del siglo abundaron militares y misione ros, encargados de gobernar la frontera, que ya estaban can sados y hab?an perdido la paciencia para tratar con indios bravos y propon?an el exterminio de las tribus apaches. Mu cho se dijo, desde que empez? el encuentro con indios insu

misos, entre otros por Mat?as de la Mota Padilla, que la "guerra viva" a los indios bravos del Norte imped?a la explo taci?n de las minas de las provincias septentrionales. Al fin del siglo Juan de Pagazartundua insist?a en que "el terror que aquellos indios salvajes, llamados apaches, han infundi ?lo en aquellos habitadores con sus continuos e inhumanos destrozos en sus vidas y haciendas, es cosa de que no vea el

mundo los inmensos tesoros que en aquellos montes est?n sepultados, y otras considerables ventajas de sus campos". Pero las ?rdenes de la Corona espa?ola, en relaci?n con los indios gentiles de guerra y en especial con los apaches, no fueron de destrucci?n, como a veces se nos ha hecho creer, sino de conciliaci?n y disciplina, como apunta don Antonio

Cordero.

Por otra parte, contra las proposiciones radicales de al gunos estaban los intereses de muchos espa?oles de la fron tera. Ellos eran tambi?n hombres recios y baqueanos, que sab?an convivir con los indios bravos y precisamente por la actitud belicosa de ?stos pod?an sacar provecho de ellos. El cambalache o comercio de pieles y armas de fuego y el lucra tivo tr?fico de esclavos, que los apaches sufrieron con espe cial rigor, les dejaba muy buenas ganancias. La fama de los apaches de indios irreductibles, y b?rbaros,

se hab?a extendido, ya en el siglo xv?n, hasta el centro del virreinato. Se singularizaban entre las naciones gentiles por que algunas tribus indias de la frontera se hab?an sometido a los espa?oles, o se acabaron por malos tratos y cambios de

vida o se aliaron al conquistador, pero no los apaches; as?

que poco a poco, apache signific? enemigo irreconciliable del espa?ol, el que imped?a la prosperidad de los establecimien

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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ

tos de la frontera. Y visto as? los espa?oles cre?an tener dis pensados o justificados todos los desmanes y abusos que co met?an contra la apacher?a, aun los literarios. La frontera india infund?a general temor, era la tierra de guerra viva y donde, en dem?rito de las disposiciones del rey, los espa ?oles hicieron frecuentes los crueles castigos corporales, la de portaci?n y la esclavitud de los indios. De esa situaci?n real el paso a los decires y exageraciones fue f?cil. El ejemplo m?s notable a este respecto es el de fray Vicente Santa Mar?a, lector de teolog?a en el convento de Valladolid de Michoa c?n, quien, por encargo de los hijos del conde de Sierra Gor da, don Josef Escand?n, escribi? una Relaci?n hist?rica de la colonia del Nuevo Santander y costa del Seno Mexicano, hacia 1789, y sin tener en realidad porqu?, se ocup? de los comanches y apaches. Las ideas cristianas sobre el indio de fray Juan de Zum? rraga, Vasco de Quiroga o Bartolom? de las Casas no son ya las que influyeron en el pensamiento de Santa Mar?a. M?s bien parece haberse inspirado en Buffon, el abate Raynal o

Cornelio de Pauw. Dice, como introducci?n general a su

Relaci?n: "Desde muchos siglos anteriores al descubrimiento de las Americas, es necesario creer que estas regiones de la costa oriental estaban habitadas de hombres que brutalmente se propagaban y mataban casi a un tiempo mismo; que entre s? se comunicaban de un modo cerril y salvaje; que descu biertos y conocidos por el mundo culto, han a?adido a los conocimientos generales el teorema, que hasta estos tiempos sol?a controvertirse, de que el hombre no es otra cosa en su constituci?n civil y natural, sino lo que hereda de sus padres,

y en una palabra, es necesario confesar, porque ya es cosa sabida, que en este Nuevo Mundo y en sus Provincias In ternas se propagaron y aun se propagan hombres cuya his toria no puede extenderse sin que la especie humana no se sonroje y humille, mirando el caos de desgracias hasta donde puede ser precipitada, y la abominable multitud de flaque zas de que es susceptible". Refiri?ndose ya en particular a los comanches y apaches, dice: "Desde el r?o del Norte hasta la raya de la provincia This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LOS APACHES Y SU LEYENDA

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de Texas y mucho m?s adentro, se extienden las naciones comanche y apache, que son las m?s numerosas y guerreras que se conocen en todas estas provincias. Una y otra, as? como

la de Olive, dan indicios de que su modo de vivir no es tan grosero como el de los dem?s, pero no as? en hacerse la gue

rra, que es de lo m?s b?rbaro que jam?s se ha visto, espe

cialmente cuando alguna hace prisioneros a sus rivales y con la muerte de ?stos celebra su triunfo, como adelante diremos.

Todos ellos se visten de pieles de c?bolo muy bien curtidas y labradas por ellos mismos. Se alojan en tiendas de campa?a aderezadas de las mismas pieles y con ellas y con su arma mento, que a m?s del arco y flecha es tambi?n la escopeta y el chuzo, andan siempre vagando o busc?ndose mutuamente para destrozarse, o en pos de la c?bola, que en millares se les presenta para la caza, o acerc?ndose a los presidios y fortifi caciones de los espa?oles, para ver la ocasi?n que se presenta a sus correr?as." Hasta aqu?, s?lo hay diferencia, digamos, de estilo e in tenci?n en la descripci?n de Santa Mar?a y las anteriores que conocemos. Pero, en "el m?s adelante", cuando hace la des cripci?n de los mitotes y bailes de otros indios y los com para con los de los apaches se inflama su imaginaci?n y llega a extremos de leyenda. Explica que "el mitote, como hemos dicho, de los indios de la colonia [del Nuevo Santander] es inconcusamente de lo m?s horroroso y l?gubre, que indica sin equivocaci?n, cu?l es y cu?nta la barbarie de estos infe lices; pero el de los comanches y apaches, deja atr?s con mu chas ventajas, no s?lo a ?ste, sino a cuantos sacrificios gen t?licos y b?rbaros se han visto en el mundo. Congregados ellos solos, porque su n?mero es bastante y a nadie necesi tan, en un lugar el m?s retirado del monte, aderezan all? los preparativos de su embriaguez y dem?s para su festejo. En cienden su hoguera en los propios t?rminos, y la carne que tiene que servirles para el ambig? es uno, dos o m?s indios de los que una a otra naci?n se han hecho prisioneros. ?stos est?n, vivos, atados de pies y manos y puestos a la larga, boca

arriba y a un lado de la lumbre; son el objeto de la mons truosidad de su fiesta. Para disponer mejor y suavizar la

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MAR?A DFL CARMEN VEL?ZQUEZ

carne de estos desventurados, les frotan todo el cuerpo con cardos y pieles humedecidas hasta hacerles verter la sangre por todas partes. Preparado as? este manjar tan horrible y m?s que brutal, se ordenan los danzarines en su fila y c?rcu lo alrededor de la hoguera y de la v?ctima. Uno a uno y de cuando en cuando, sali?ndose del orden del baile, se acercan a los miserables prisioneros y con los dientes les arrancan a pedazos la carne, que palpitando aun y medio viva la arri man con los pies a la lumbre hasta que, dejando de palpitar, se medio asa: entonces vuelven a ella para masticarla y echar la a su est?mago antrop?fago, cruel y m?s que inhumano. Cuidan, al mismo tiempo, de arrancar los pedazos de las par tes m?s carnosas, en que no peligre la vida, como tambi?n el no tocar las arterias, para que el paciente no se desangre en lo pronto, hasta que ya descarnado todo el cuerpo y ra?do hasta los huesos, se acercan los viejos y las viejas a raerle con lentitud las entra?as y quitarle la vida. Suelen tambi?n dejar para la noche siguiente la consumaci?n de la obra y entre tanto, aplican a los infelices en las heridas y bocados que les han sacado de la carne, carb?n molido y ceniza caliente, ob serv?ndolos de continuo para que no acaben, sin que tengan parte en su muerte los viejos y las viejas". Al terminar de leer esta horrible e inveros?mil descrip ci?n, el lector se pregunta, ?pero qu? es lo que ha sucedido? De repente los comanches y apaches se han convertido, de pe ligrosos indios bravos de guerra en antrop?fagos, en can?ba les, en los seres m?s abyectos y sanguinarios de los dominios espa?oles. ?No es posible! ?Fray Vicente de Santa Mar?a debe haberse dejado llevar por el odio de la ?poca a los apaches, o por su imaginaci?n o pathos literario hasta la mayor exa geraci?n! Ninguna descripci?n, relato o informe anterior o posterior, y son much?simos los que hay, refiere que los co manches y apaches comieran la carne de sus enemigos. Si as? hubiera sido, desde buen principio el rey no s?lo hubiera per mitido, sino ordenado, la guerra a muerte de los apaches. Realmente levantar ese falso testimonio a los "belicosos, brio sos y ardidosos apaches" de fray Alonso de Benavides es asu mir una responsabilidad hist?rica considerable. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


LOS APACHES Y SU LEYENDA

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Pero ?de d?nde sac? Santa Mar?a tan espeluznante des cripci?n? ?Lo vio?, ?se lo contaron? Por lo que hasta ahora han averiguado algunos historiadores, el franciscano no pas? en sus andanzas de las fronteras de la colonia del Nuevo San tander y en su Relaci?n no cita nadie de quien hubiera po dido obtener esa informaci?n. Las ilustraciones que represen tan los mitotes y bailes que originalmente acompa?aron a la Relaci?n y que ?ltimamente han sido reproducidas en el libro del licenciado Ernesto de la Torre despiertan una vaga memoria de dibujos vistos en otras obras. ?Se parecen a los seres entre humanos y m?ticos dibujados en el siglo xvi, que se cre?a habitaban al otro lado del mar tenebroso?, ?o a los californianos del siglo xviii que representaron los jesu?tas? Pagazartundua ilustra su mapa del Septentri?n, de fines del siglo xviii con dibujos de apaches que en nada se parecen a los de fray Vicente. Ya he dicho que el pensamiento de Santa Mar?a me parec?a inspirado en autores franceses diecioches cos, cr?ticos del gobierno y la cultura espa?oles, y ciertamente

Santa Mar?a cita a de Pauw y a Buffon. El profesor Lemoi ne, en estudio reciente, llama a Santa Mar?a "criollo ilus trado" y explica que estuvo fuertemente comprometido con

el movimiento de independencia en Nueva Espa?a. ?Qu? ideas hab?a en el pensamiento del franciscano que lo lleva

ron a decir que apaches y comanches eran antrop?fagos? ?Con

qu? objeto conden? a unas tribus a quienes la Corona espa

?ola se empe?aba en hacer justicia? Quiz? nociones sobre

raza, cultura y pol?tica que entonces se discut?an y que con el correr de los a?os se fueron precisando, y un temperamen to inquieto y mercurial que lo inclinaba a llamar la atenci?n. Manuel Orozco y Berra, en su Geograf?a de las lenguas y carta etnogr?fica de M?xico, publicada en 1864, termina su cap?tulo sobre las tribus del norte con estas palabras: "Casi en nuestros d?as, la ?ltima tribu que ha invadido la frontera norte de M?xico es la de los apaches. Sus hordas feroces es t?n derramadas sobre un espacio inmenso: salvajes, rapaces, sanguinarios, sin domicilio fijo, son el terror de los estableci mientos de los blancos, llevando al centro de los fronterizos la desolaci?n y el exterminio. Ellos son el tipo de los pueblos This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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MAR?A DEL CARMEN VEL?ZQUEZ

primitivos en el estado de barbarie y la protesta viva contra la raza blanca invasora del pa?s." Un siglo y dos a?os despu?s, otro historiador de las Pro vincias Internas resume el proceso de penetraci?n hacia el norte con esta fr?a reflexi?n: "A medida que avanzaba m?s la civilizaci?n cristiana se rebelaban nuevas naciones: los chi chimecas en el siglo xvi, los tobozos, tepehuanes y tarahuma ras en el xvn y los apaches en el xv?n y xix. Al vencer a una naci?n, empezaba su decadencia que culminaba en su absor ci?n por otra o en su extinci?n por degeneraci?n. Pocas son las razas que perduraron y ?stas con grave merma en su n? mero y sin asimilarse todav?a a la cultura occidental."

Ante tan impersonales y dial?cticas conclusiones, quiz? podamos perdonar a Vicente Santa Mar?a, que, al fin y al cabo, contribuy? con sus apasionados prejuicios y fogosidad a que no olvid?ramos del todo al apache y su leyenda.

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LA CONTABILIDAD FISCAL COMO FUENTE PARA LA

HISTORIA DE LA GANADER?A:

EL CASO DE NUEVA GALICIA Ram?n Ma. Serrera Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Universidad de Sevilla

Son todav?a innumerables las sorpresas que depara al inves tigador una b?squeda profunda y sistem?tica en el reperto rio informativo de las cuentas de Real hacienda de las Cajas

reales americanas de la ?poca colonial, espl?ndida Caja de

Pandora en la que a veces los hallazgos y resultados superan con creces todas las previsiones de investigaci?n. En nues tros d?as son ya abundantes los estudios realizados o en curso de elaboraci?n en los que las noticias seriadas de las cuen tas de Real hacienda indianas han proporcionado espl?ndi dos resultados de trabajo. Ser?a desproporcionado enumerar en este lugar las investigaciones en las que diversos ramos fiscales han permitido establecer un panorama a corto y a largo plazo de la realidad econ?mica, fiscal e incluso social de los distintos territorios americanos.1 Los cl?sicos ramos de i Una nutrida y bien selecionada bibliograf?a sobre estos temas puede consultarse en Ma. Encarnaci?n Rodr?guez Vicente: "La contabi lidad virreinal como fuente hist?rica", Anuario de Estudios America nos, xxiv, Sevilla, 1967, pp. 1523-1542. En dicho trabajo, con respecto al cual el presente art?culo es la especializaci?n concreta sobre una de

las l?neas por dicha autora apuntadas, el tema ganadero, se marcan unas sucintas pero claras pautas de investigaci?n en orden a la uti

lizaci?n de las cuentas de Real hacienda de las Cajas reales americanas como fuentes para la historia econ?mica, social, pol?tica, militar, reli giosa y cultural de las Indias durante los tres siglos del per?odo colo nial. A este trabajo y a su bibliograf?a nos remitimos, pues, desde este

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RAM?N MAR?A SERRERA

quintos, diezmos, vajilla, se?oreaje, ensaye, valor y flete de azogues, etc., han sido utilizados para detectar la producci?n minera y su amonedaci?n; los ramos de tributos y Bula de Santa Cruzada, especialmente el primero, para trabajos de mogr?ficos de toda ?ndole merced a continuos estudios ela borados sobre la base del c?lculo del coeficiente "poblaci?n tributaria"-"poblaci?n real", para traducir las referencias fis

cales de tributaci?n en amplias l?neas del desarrollo de la poblaci?n de las diversas ?reas regionales; los de alcabala y almojarifazgo para calcular el volumen de transacciones co

merciales interiores y exteriores; el de reales novenos, en cuan

to que representa la novena parte de la gruesa decimal del obispado en donde se ubica la Caja real que los percibe, para calibrar diacr?nicamente la producci?n agr?cola del sector no-ind?gena (salvo casos excepcionales y contados) de una determinada ?rea, etc., por no enumerar sino los m?s utili zados en este tipo de estudios. Todos estos ramos proporcionan elementos de juicio, cuan tificables y seriados en amplios per?odos, para que el inves tigador, con mayor o menor ?ndice de credibilidad y rigor fis

cal, pueda detectar unas tendencias en el movimiento eco

n?mico y demogr?fico de los distintos ?mbitos regionales, vis

lumbrando de este modo los ciclos anuales y de m?s amplio plazo, incluso seculares. Por nuestra parte, hemos considerado estos ramos ?valga la comparaci?n? como los term?metros de la evoluci?n econ?mica y demogr?fica indiana por cuanto no son m?s que mediciones indirectas. No miden la tempe ratura, sino los efectos que ?sta produce sobre un cuerpo de

terminado. El problema para el manejo de estas fuentes,

pues, estriba en establecer con fidelidad hasta qu? punto esta medici?n indirecta se realiza con un rigor y una homogenei dad informativa en per?odos sucesivos, y en conocer, con profundidad y precisi?n, toda la poli?drica legislaci?n fiscal americana para determinar exactamente qu? es lo que tales ramos reflejan y miden. momento, para evitar cualquier tipo de reiteraci?n sobre el tema ge

neral que nos ocupa.

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EL CASO DE NUEVA GALICIA

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Junto al grupo de los ramos indicados cabe alinear a to?

dos aquellos ?como media annata, sueldos civiles y milita res, oficios vendibles y renunciables, empr?stitos a la Corona, donativo gracioso, licencias, composiciones de tierras, etc.? que

confluyen en brindarnos noticias muy concretas para el an? lisis de un determinado grupo social, evidentemente el supe rior, por medio de sus regulares contribuciones a la Real hacienda en virtud de sus m?s o menos peri?dicas activida des sociales, pol?ticas, econ?micas y administrativas. Pero todas estas ideas, apenas apuntadas, las vamos a in

tentar exponer en la pr?ctica a trav?s del an?lisis de una

actividad econ?mica determinada, la ganader?a, y en un ?m bito regional concreto, el territorio de la Nueva Galicia en

el virreinato de Nueva Espa?a. Los resultados que se deta

llan son el fruto de un lento trabajo que desde hace tiempo nos ocupa sobre el estudio socio-econ?mico del ?rea indicada. Ha parecido conveniente ir presentando sobre la marcha los diversos aspectos fiscales relacionados con esta actividad pe cuaria para, despu?s, relacionarlos con otros ramos que nos permitan conocer las actividades del grupo econ?mico domi nante hasta lograr, finalmente, una visi?n integrada de am bos factores.

Sinceramente estimamos que una muestra pr?ctica tiene m?s valor que muchas teor?as, por muy bien que ?stas sean expuestas y desarrolladas. Por otra parte, son ciertamente escasos los trabajos sobre Am?rica, en general, y sobre el virreinato de Nueva Espa?a, en particular, que versen sobre la historia de la ganader?a colonial. Concretamente para Nueva Espa?a, el excelente y monu mental estudio de Chevalier2 para los siglos xvi y xvn cu bre, tanto temporal como tem?ticamente, los aspectos socia les y econ?micos de la evoluci?n ganadera del virreinato en esos siglos y parte del xviii. Pero son en la pr?ctica casi inexistentes los estudios donde se calibre y cuantifique en 2 Fran?ois Chevalier: La formaci?n de los grandes latifundios en M?xico. Tierra y sociedad en los siglos xvi y xvii, M?xico, 1956.

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RAM?N MAR?A SERRERA

forma seriada y sistem?tica esta realidad. Y a este respecto, un an?lisis detallado de las cuentas de Real hacienda de las Cajas reales de Nueva Galicia durante el siglo xv?n nos per mite afirmar que esta tarea, en mayor o menor grado, es realizable. En efecto, a pesar de la estructura similar con que se articul? la contabilidad anual de las distintas Cajas reales americanas y mexicanas, cada una de ellas se regul? por unas normas espec?ficas muy concretas, de acuerdo con las pecu liaridades econ?micas y sociales de la regi?n en que se ubi caban, y de acuerdo tambi?n con los m?todos de registro propios de los sucesivos contadores. Pues bien, siendo la acti vidad ganadera, junto con la minera, uno de los pilares sobre los que se asentaba la base econ?mica de la Nueva Galicia, este hecho se reflej? en la legislaci?n fiscal de la regi?n. A lo largo de los tres siglos del per?odo colonial fueron apare ciendo sucesivos impuestos que gravaron esta actividad, casi nimios desde el punto de vista fiscal debido, a la escasa cuan t?a de los ingresos, pero sumamente importantes en cuanto que permiten diversos aspectos de la realidad ganadera del ?rea mencionada.

El primero de estos impuestos es el de extracci?n de ga nados, establecido por real c?dula de 7 de septiembre de 167S

en la Nueva Galicia, y en virtud del cual todas las cabezas

de ganado mayor remitidas desde este territorio al distrito de

la Audiencia de Nueva Espa?a deber?an pagar un canon

de 20 reales por las primeras cien cabezas y 10 por los dem?s centenares.3 Dentro de los tres grandes grupos de ramos de

Real hacienda ?es decir, "masa com?n de Real hacienda",

"ramos remisibles a Espa?a" y "ramos ajenos"? el gravamen que nos ocupa pertenece a este ?ltimo por no tratarse de un impuesto sensu stricto, es decir, establecido por la Corona y destinado al erario real, sino de una exacci?n en la que ?se g?n Maniau? "por la protecci?n que la benignidad del Rey 3 Informaci?n de los oficiales reales de la Caja real de Guadalajara en el encabezamiento del ramo impuesto de extracci?n de ganados de las cuentas de Real hacienda de 1797. A.G.I., Guadalajara, 446.

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EL CASO DE NUEVA GALICIA

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dispensa a varios ramos municipales y piadosos y particula res de estos dominios, entran sus productos en las reales teso rer?as con responsabilidad de los ministros de ellas para in vertirlos debidamente en el fin de sus destinos, sin extrav?os que pudieran padecer en dep?sitos menos seguros y autori zados".4 En el caso del impuesto que nos ocupa, y al igual que otros conocidos, como el existente en M?xico destinado al desag?e de Huehuetoca, sus ingresos fueron aplicados a la construcci?n del real palacio y a las obras de conducci?n de agua de la ciudad de Guadalajara. La Corona, una vez m?s, hac?a suyas las necesidades financieras municipales y locales

para obras de utilidad p?blica y daba cabida dentro de su aparato burocr?tico fiscal a este ramo "ajeno" del que los

contadores y funcionarios de la Real hacienda no eran m?s que meros depositarios y administradores. A veces este ramo apareci? independiente dentro de las cuentas anuales elabo radas por los oficiales reales, pero hubo per?odos ?concreta mente desde 1775 hasta 1786? en los que se contabiliz? junto con el de la administraci?n de un estanco existente en Gua dalajara, el de vinos mezcales, por destinarse tambi?n estos fondos a las obras ya citadas, reflej?ndose en el cargo de las cuentas con la denominaci?n conjunta de vinos mezcales y extracci?n de ganados, o bien, con el solo nombre de mez cales, a pesar de que tambi?n se registraban en ?l las parti das del ganado exportado. Como fuente para la historia de la ganader?a en esta re gi?n, ?brinda datos de inter?s este impuesto? S?, y de un valor

incalculable. En cada una de las partidas de que se compone el ramo se expresan las siguientes referencias:

4 Joaqu?n Maniau: Compendio de la Historia de la Real hacien

da de Nueva Espa?a escrita en el a?o de 1794, reproducida ?ntegramen te por Juan Nepomucemo Rodr?guez de San Miguel en: Pandectas His pano-Mejicanas, o sea, C?digo general compresivo de las leyes generales, ?tiles y vivas de las Siete Partidas, Recopilaci?n Nov?sima, la de Indias, autos y providencias conocidas por de Montemayor y Bele?a, y c?dulas posteriores hasta el a?o de 1820, M?xico, 1852, n, pp. 158-190. Para esta referencia vid. p. 181.

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182 RAM?N MAR?A SERRERA

a) fecha en que se paga el impuesto,

b) nombre del ganadero propietario del ganado o, en su defecto, el del mayordomo, c) nombre del apoderado que efect?a el pago,

d) nombre de la hacienda de donde provienen los re

ba?os,

e) nombre de la jurisdicci?n donde se ubica la hacienda, f) n?mero de cabezas de ganado exportadas a Nueva Es pa?a, especificando las unidades de vacuno, caballar

o mular,

g) cantidad ingresada por este concepto en la Caja real, y, a veces, h) destino concreto hacia donde se dirigen los reba?os. Seg?n este panorama, se pueden apreciar las m?ltiples po sibilidades de an?lisis que ofrece la documentaci?n. Es cierto

que en a?os determinados faltan algunos de los datos con signados, como el nombre de la hacienda o el nombre de la

jurisdicci?n; pero las series completas que se elaboran ?como de hecho en nuestro estudio las hemos elaborado? permiten recomponer sin ning?n g?nero de dificultad las espor?dicas lagunas que se pueden presentar. Para ello, nos hemos incli nado por elegir el modelo de ficha de triple registro, de par tida individualizada, que permite elaborar todo tipo de com binaciones posibles. A modo de ejemplo reproducimos cuatro muestras reales representativas del esquema utilizado:

Extracci?n de 1767 Aguascalientes

ganado

25-sep. Jos? Antonio Rinc?n Gallardo, due

?o de la hacienda y mayorazgo de Ci? nega de Mata, jurisdicci?n de.

export? a Nueva Espa?a 800 mu?as y 700 caballos

17 p.

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EL CASO DE NUEVA GALICIA

Extracci?n de 1783 Compostela

ganado

14-ag. . Condesa de Miravalle, vecina de M? xico y due?a de hacienda en la juris dicci?n de . export? a Nueva Espa?a 1,200 toros

- 14 p. 5 r.

Extracci?n de

ganado

1786

Autl?n y

Sayula

6-oct. Francisco Xavier Vizcarra, Marqu?s de

Panuco, due?o de las haciendas de La

Sauceda, Estipac, Toluquilla y Santa

Cruz, en las jurisdicciones de . export? a Nueva Espa?a 1,925 toros

Antonio Verdad (apoderado)

12 p. 6 r.

Extracci?n de 1786 Ameca

ganado

15-sept. Manuel Calixto Ca?edo, v? de Gua

dalajara y due?o de las haciendas El

Cabez?n y La Vega, en la jurisdic ci?n de . export? a Nueva Espa?a 1,020 toros

Antonio Verdad

12 p. 5 r.

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RAM?N MAR?A SERRERA

De acuerdo con estas pautas, la primera posibilidad de

trabajo que se vislumbra es la de cuan tincar el volumen total

de exportaciones ganaderas del ?mbito territorial compren dido dentro del distrito fiscal de la Caja real de Guadalajara mediante el c?mputo, a?o por a?o y partida por partida, de las remesas registradas en las cuentas anuales de este ramo. Para no hacer prolija la relaci?n, se presenta el cuadro de cabezas de ganado exportadas por d?cadas: 5 toros mu?as caballos

1? 2? 3? 4?

d?cada (1761-1770) 111 030 8 100 2 7 d?cada (1771-1780) 142 269 8 910 6 4 d?cada (1781-1790) 100 084 1937 2 9 d?cada (1791-1800) 152 177 7 779 5 8 totales: 505 560 26 726 18 096

Con respecto al destino de estas exportacion quiz?s el lugar adecuado para presentar un p llado. En la actualidad se est? procediendo, t

5 Todos los cuadros y la serie de informaci?n cuant a partir de esta referencia a lo largo del presente es que algunos datos o resultados finales seleccionados d pertorio estad?stico que hemos elaborado sobre las cu real de Guadalajara en per?odo comprendido entre los y que se ofrecen al lector a t?tulo de muestra con la de ilustrar con la pr?ctica la factibiiidad de las suger

gicas que se postulan durante este trabajo. La serie serva en doce legajos del Archivo General de Indi

dalajara, 437-448), a excepci?n de dos a?os, 1781 y 17 que a causa de dificultades en el correo mar?timo po Advertimos al lector que, puesto que trabajamos para este proyecto con datos "disponibles" y "registrados no se han interpolado cifras entre las referencias co tanto, l?gicamente las noticias de los per?odos en los dichos a?os deben ser ligeramente aumentadas con el

anualidades; aparte de que la d?cada 1780-1790 reg

general cifras menos elevadas que las dem?s, entre o de la brutal crisis novohispana de 1785-87, de la que no fue en absoluto una excepci?n.

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EL CASO DE NUEVA GALICIA

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tra parte como por la del profesor Pietschmann,6 al estudio paralelo de este ciclo comercial ganadero desde el punto de vista de Nueva Galicia como zona exportadora y de Nueva

Espa?a como zona consumidora a lo largo de todo el si

glo xv?n. Pero cabe decir, sin embargo, que gran parte de este ganado iba destinado a las importantes ferias anuales ganaderas del interior del virreinato, en donde se proced?a a la venta al por mayor para su posterior redistribuci?n en los centros urbanos, sobre todo para abastecer las necesidades de la poblaci?n ind?gena (transporte, arrier?a, labranza, ali mentaci?n) a trav?s del sistema de venta ?m?s o menos co activo, seg?n zonas? del "repartimiento" por parte de los al caldes mayores o sus delegados. La segunda posibilidad de trabajo es la de configurar el mapa ganadero de las procedencias comarcales de dichas ex portaciones, en base a ese dato que casi siempre aparece en las partidas, y que tanta importancia tiene para proceder al an?lisis de la di versificaci?n agropecuaria comarcal dentro del ?mbito regional. Seg?n esto, las cifras globales anteriormente

citadas pueden desglosarse en sus componentes locales (va cuno: Tepic 191 32, Autl?n 54 299, Acaponeta 39 864, Gua chinango 38 686, El Rosario 27 858 etc.; caballar: Aguasca lientes 7 209, Lagos 6 759, etc.; mular: Aguascalientes 18 090, Lagos 5 392, etc.) y, por tanto, nos permiten vislumbrar zo nas suprajurisdiccionales de especializaci?n en determinadas actividades pecuarias. Concretamente en el caso de Guadala jara y su regi?n, a grandes rasgos cabe establecer que en la zona de la costa, m?s baja, m?s c?lida, m?s h?meda, menos poblada, de estructura esencialmente latifundista, con estan cias ganaderas de extensiones considerables, predomina la cr?a

del vacuno. Por el contrario, en la parte oriental, a m?s al tura, m?s fr?a, de relieve m?s accidentado, en zona de mayor

concentraci?n demogr?fica, con valles adecuados, y en donde el latifundismo convive con otras pautas intermedias de po 6 Horst Pietschmann: "El comercio de repartimientos de los alcal

des mayores y corregidores en la regi?n de Puebla-Tlaxcala en el si glo xviii", Comunicaciones del Proyecto Puebla-Tlaxcala, 7, Puebla, 1973.

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sesi?n de la tierra, predomina la cr?a caballar y mular y, como m?s tarde veremos, tambi?n la lanar. Entre ambas zo nas, en el coraz?n del valle del Santiago, coexisten escalona damente sendas caracter?sticas seg?n las zonas de mayor pro ximidad y las condiciones concretas del terreno y del clima. Por otra parte, el c?mputo anual por jurisdicciones per mite igualmente detectar fen?menos que dif?cilmente podr?an

ser captados utilizando ?nicamente las otras fuentes habitua les de trabajo, entre ellos el ciclo ganadero de las distintas comarcas dentro de la regi?n. La progresiva decadencia de la ganader?a de Aguascalientes en las dos ?ltimas d?cadas del siglo xviii y el suave, pero firme, auge de la zona de Lagos, por ejemplo, sin duda ofrece nuevas perspectivas para com prender la rivalidad existente entre ambas comarcas, y para interpretar asimismo muchos de los acontecimientos adminis trativos y comerciales que en ellas tuvieron lugar a fines de la centuria y a principios del siglo xix. Pero a?n as?, todav?a se puede dar un tercer paso y cali brar el volumen de exportaciones incluso por haciendas. Como ejemplos bien significativos podr?amos ofrecer las posesiones de los Zea, Haro, Ca?edo, Arri?la, condes de Miravalle, mar queses de Panuco ?la fuerte aristocracia terrateniente de la regi?n?, o bien, la famosa hacienda-mayorazgo Ci?nega de

Mata de los Rinc?n Gallardo, en Aguascalientes, a la que Chevalier tanta atenci?n dedic? en su trabajo.7 Concretamen te de la hacienda Ci?nega de Mata ?ayuda de parroquia, con

1865 almas en 1760 y 2 556 en 1775? cabe decir que sus

exportaciones de mu?as y caballos a Nueva Espa?a en el pe r?odo 1761-1780 representaron el 55.7% de las salidas de su jurisdicci?n y el 30.8% del total de toda la regi?n. Y pro porci?n semejante, e incluso superior en algunos casos, ofre cen algunas estancias de las jurisdicciones occidentales, espe cialmente en Tepic, Autl?n y Acaponeta. Problema bien distinto es determinar hasta qu? punto el cuadro comarcal de exportaciones se ajusta al de producci?n, 7 Chevalier: op. cit., fundamentalmente en pp. 228, 230-236 y 251.

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y establecer la proporci?n existente entre los t?rminos "ca bana"-" producci?n"-"exportaci?n". Con respecto a lo prime ro hay que actuar obligatoriamente con cautela al no contar con fuentes seriadas sobre este punto. Pero las informaciones varias consultadas ?correspondencia, relaciones, cuadros de diezmatorios, visitas, descripciones e informe? no dejan lu gar a dudas sobre ello. Aunque en distinta proporci?n para las diversas jurisdicciones, el mapa de producci?n se ajusta casi exactamente con el de las salidas. En lo que respecta al segundo punto, se pueden ofrecer igualmente datos extra? dos de algunas referencias generales algo posteriores, y elabo radas con cierto rigor, de las que se desprende que las expor taciones del distrito de la intendencia de Guadalajara para

Nueva Espa?a suponen ?en valores?, con respecto al volu

men de producci?n total de todas las subdelegaciones del te rritorio, entre un 12 y 13% para el vacuno, entre un 26 y 28% para el mular y entre un 9 y 10% para el caballar.8

Y una ?ltima l?nea de trabajo nos la brinda la posibili

dad concreta de manejar datos seriados para realizar el an? lisis social tanto de la gran aristocracia terrateniente ya men cionada, como de ese representativo grupo del ganadero me dio que con tanta personalidad destaca en el panorama social de Guadalajara, y que configura toda una mentalidad homo g?nea y un patr?n de comportamiento bien definido en la vida pol?tica, administrativa, cultural, religiosa y comercial de la regi?n y de su capital, imprescindible de conocer para comprender a fondo mucho de lo que la regi?n es y repre senta en la segunda mitad del siglo xv?n. El dato del gana 8 Porcentajes deducidos de la espl?ndida descripci?n econ?mica de la intendencia de Guadalajara: Estado que demuestra los frutos y efec tos de agricultura, industria y comercio que han producido los veinte y nueve partidos que comprende esta provincia en el a?o de 1803, con

excepci?n de los que se han extra?do para otros y de los que se han

introducido para el consumo del mismo suelo, elaborado por su inten dente Jos? Fernando de Abascal y Sousa, Guadalajara, 18 de abril de 1800 (A. G. I., Guadalajara, 430). En el mismo legajo se conserva otra similar referente a 1802, que tambi?n nos ha servido para confeccionar los porcentajes.

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RAM?N MAR?A SERRERA

dero que paga el impuesto es una valiosa referencia para es tablecer el cuadro diacr?nico del grupo poseedor de la ri queza pecuaria y para rastrear el curso de las familias y di nast?as ganaderas ?sucesiones, herencias, emparentamientos, etc?tera? a lo largo de un per?odo amplio de tiempo. Posi bilidad de trabajo ?sta que recobra un valor de investigaci?n a?n mayor si, paralelo a ello, se elabora un cuadro semejante con la informaci?n suministrada por las partidas de los ramos

que reflejan la actividad minera (concretamente los de "1%

y diezmo de plata de azogue", "1% y diezmo de plata de

fuego" y "3% de oro" por su homogeneidad informativa con respecto a los ramos que nos ocupan) .9 A tal efecto, el ?nico procedimiento v?lido es la elaboraci?n de un fichero de fa milias clasificadas por orden alfab?tico, en donde se consig nen a lo largo de la centuria todas las referencias de diversa

?ndole aparecidas en las partidas, tanto en cargo como en data, de las cuentas de Real hacienda. Para ello, habr?a que concretarse, evidentemente, a los ramos m?s significativos a los que ya aludimos al principio de estas l?neas, para ser finalmente completados con el resto de la documentaci?n tra dicional ?relaciones de m?ritos y servicios, informes, peticio nes, memoriales, correspondencia secular y eclesi?stica, regis tros notariales, etc. Aunque por nuestra parte s?lo hemos realizado parcialmente este proyecto, creemos que los resul tados son ?ptimos. Como se dijo con respecto a los ciclos ga naderos comarcales, este simple registro permite vislumbrar fen?menos sociales pr?cticamente imposibles de captar por cualquier otro procedimiento de an?lisis: la supervivencia y progresivo auge de las antiguas dinast?as ganaderas de la re gi?n, a las que hemos agrupado bajo el nombre de aristocra cia terrateniente por entroncar, salvo excepciones, con los pri

9 En este punto hay que citar necesariamente un valioso estudio de Mario G?ngora espec?fico sobre el tema: "Los Hombres Ricos de San tiago y de la Serena a trav?s de las cuentas del quinto real 1567-1577", Revista Chilena de Historia y Geograf?a, 131, Santiago de Chile, 1963,

pp. 23-46.

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meros pobladores y conquistadores del territorio; 10 la apari ci?n en el escenario de la actividad ganadera de un grupo de mineros enriquecidos gracias a la prosperidad argent?fera de la zona en las d?cadas centrales de la centuria y que, debido a la lenta pero progresiva decadencia de este sector econ? mico,11 fueron sucesivamente invirtiendo sus capitales mine 10 Existen algunos trabajos monogr?ficos al respecto, tales como los de Jes?s Amaya: Los conquistadores Fern?ndez de Hijar y Bracamonte. Ensayo bio-geneogr?fico, Guadalajara, 1952; del mismo autor: Ameca, protofundaci?n mexicana. Historia de la propiedad del valle de Ameca,

Jalisco, y circunvecindad, M?xico, 1951; Francisco A. de Icaza: Con

quistadores y pobladores de Nueva Espa?a. Diccionario autobiogr?fico sacado de los textos originales, Madrid, 1923, 2 vols.; Ricardo Ortega y P?rez Gallardo: Historia geneal?gica de las familias m?s antiguas de

M?xico, M?xico, 1908-10, 3 vols.; Guillermo S. Fern?ndez de Recas: Mayorazgos de la Nueva Espa?a, M?xico, 1965; Jorge Palomino y Ca ?edo: La casa y mayorazgo de Ca?edo de Nueva Galicia, M?xico, 1947, 2 vols., etc., que permiten rastrear la ascendencia de algunas de nues tras principales familias y dinast?as ganaderas hasta el siglo xvi y, a

veces, hasta los mismos a?os de la conquista de la Nueva Galicia y,

en alg?n caso concreto, el proceso de la adquisici?n de sus tierras hasta llegar, ya consolidadas sus propiedades, al per?odo en que se encuadra nuestro trabajo.

il De acuerdo con los registros de la Caja real de Guadalajara, dis

trito fiscal al que nos atenemos, el fen?meno del progresivo descenso de la producci?n argent?fera es una realidad patente para la segunda mitad del siglo xv?n. Si se comparan dos d?cadas distanciadas s?lo en treinta a?os, 1765-1774 y 1795-1804, la segunda supone un descenso de producci?n del 42.4% con respecto al primer per?odo. Y ello, sin contar con el caso de Bola?os, cuyas principales minas se clausuraron a fines de la centuria. Con respecto al oro, el hecho es a?n m?s manifiesto. Los registros del 1V^%? que en Ia d?cada de los a?os sesenta oscilaban entre 12 000 y 25 000 pesos, a fines de siglo apenas llegaban a 1000. Tres circunstancias confluyeron para determinar este hecho: las difi cultades en el suministro de azogue, el agotamiento paulatino de los ricos filones primitivos y el progresivo aumento de los costos de pro ducci?n, consecuencia esta ?ltima del anterior factor. Por lo dem?s, y a excepci?n de un n?mero muy reducido de grandes mineros de con siderable caudal (Vizcarra, Vivanco, Sarachaga, Bre?a, Arochi, Garc?a de Diego, etc?) , la explotaci?n argent?fera de la regi?n estaba en manos de un mediano grupo de mineros intermedios de regulares posibilidades y, sobre todo, de un casi infinito n?mero de mineros de muy escasos

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ros en la adquisici?n de tierras desempe?ando simult?neamen te ambas actividades, y que llegaron a constituir el influ yente grupo de la oligarqu?a minero-ganadera; el progresivo acaparamiento c?e cargos p?blicos en la administraci?n local ?alcald?as ordinarias, escriban?as, regidur?as? por parte de este ?ltimo grupo durante toda la segunda mitad de la cen turia; el emparentamiento de ambos sectores sociales o, por decirlo de otra manera, la fusi?n de la antigua aristocracia con la reciente oligarqu?a; la revi tal izaci?n de las actividades culturales, pol?ticas y comerciales de la regi?n gracias a las nuevas iniciativas del segundo grupo, etc., por no citar sino los fen?menos apuntados m?s importantes.

Por lo dem?s, las cuentas de Real hacienda de Guadala

jara registran igualmente las exportaciones de ganado mayor a Nueva Espa?a tambi?n dentro del ramo de media annata, en el cual deb?an satisfacer una cantidad similar a la del an

terior impuesto con el descuento de una d?cima parte. Cir cunstancia ?sta de la doble consignaci?n que permite, en pri mer lugar, contrastar las series obtenidas por los dos regis tros y, adem?s, rellenar las lagunas que presenta el impuesto de extracci?n. Concretamente, de los cuarenta a?os que he mos logrado recomponer, s?lo en cuatro se han encontrado

discrepancias, sin que pasen en ning?n caso del 5% de los totales anuales; e igualmente ha sido de suma utilidad para reconstruir las salidas de algunos a?os en los que se suspen di? el impuesto de extracci?n a ra?z de las reformas provi sionales adoptadas en la Caja real de Guadalajara como consecuencia de la visita que don Jos? realiz? a esta ciudad.

Con todo, un hecho aparece claro: el ramo de media annata ?perteneciente a la "masa com?n de real hacienda"? es mu recursos ?"hormigas" los llamar?an Lazaga y Vel?zquez de Le?n? que

m?s que mineros eran pr?cticamente "buscadores". La falta de capi

tales para emprender las costosas operaciones de rehabilitaci?n de las minas y para enfrentarse con un descenso del margen de beneficios fue, pues, determinante en este proceso, tal como ya apuntaron los autores

coet?neos citados y el eminente especialista D. A. Brading en nues tros d?as.

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cho m?s de lo que a simple vista parece. Es cierto que en

?l se registran los impuestos de media annata, en su sentido estricto, por parte de los funcionarios y, a veces, tambi?n la media annata y mesada eclesi?stica, y el de servicio de lanzas de los t?tulos de Castilla, aparte de otros ingresos menores como los de concesi?n de permisos para determinadas ausen cias; pero el hecho que nos incumbe es que, adem?s de los tradicionales y primitivos impuestos ya citados, en este ramo

se registran asimismo otras manifestaciones de la vida econ? mica de la regi?n, en general, y del sector ganadero en par ticular. En efecto, dentro de la media annata se consignan los ingresos percibidos por la Real hacienda por la autoriza ci?n concedida para el establecimiento de ingenios, trapiches, obrajes, batanes, molinos, presas, curtidur?as, etc., cuyos aran

celes, por bajos, distaban mucho de ser la mitad de lo que prudentemente se calculase que producir?an dichos estable cimientos en el primer a?o de funcionamiento. Y tambi?n se registran en este ramo las licencias concedidas a espa?oles y castas para herrar el ganado y usar marca propia, como m?s tarde veremos, pues entre los ramos de licencias y media anna

ta existen muchas coincidencias que pueden inducir a la con fusi?n, ya que ambos impuestos gravan a veces la misma rea lidad ?los trapiches, batanes e ingenios, por ejemplo, paga ban tambi?n el impuesto de licencia para su establecimiento?

por dos conceptos fiscales distintos.12

Llegamos con esto al otro impuesto por el que estamos particularmente interesados, pues dentro de la amplia gama de conceptos en virtud de los cuales se exig?a una imposici?n 12 Hasta tal punto estaban relacionados ambos impuestos que, de hecho, Fonseca y Urrutia en su cl?sica Historia general de Real hacien da tratan indistintamente de uno y otro en los apartados dedicados al estudio de los dos ramos, si bien precisando en todo momento su dis tinto origen y tipificaci?n fiscal. Normalmente cualquier expediente sus citado con motivo de los intentos para modificar la reglamentaci?n de uno de ellos afectaba asimismo al otro. En el apartado dedicado a las licencias en la obra de los autores citados se recogen varios informes, dict?menes y disposiciones que confirman este hecho. A tal efecto, vid. op. cit., edici?n de M?xico, 1851, iv, pp. 254-319.

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fiscal dentro del ramo de media annata tambi?n exist?a el im

puesto de matanza sobre el ganado caprino y ovino13 del territorio de la Nueva Galicia. Acerca de la expresividad de

este impuesto como fuente rigurosa para configurar el pano rama ganadero de la regi?n en su vertiente cabr?a y ovina, existen, seg?n estimamos, algunos puntos dudosos, todav?a no suficientemente clarificados como para usar los datos con absoluta precisi?n. En principio, todo ganadero deb?a satis facer a raz?n de 15 reales por cada centenar de ovejas y ca

bras sacrificadas en la matanza anual realizada en sus ha

ciendas.14 Pero es curioso observar que de casi 500 partidas registradas, absolutamente en todas, despu?s de especificar ?al

igual que en el impuesto de extracci?n? fecha, nombre del ganadero, apoderado, nombre de la hacienda, jurisdicci?n, n? mero de cabezas sacrificadas y cantidad ingresada, aparece

esta referencia: "por la licencia que le concedi? este supe rior gobierno para matar [cantidad] ovejas y cabras viejas y

est?riles", o bien, como m?s tarde se indica, "para matar [can

13 A pesar de que tenemos constancia de que en distintas partes de

Nueva Espa?a tambi?n se pagaba el impuesto de matanza dentro del

ramo de media annata por el ganado mayor, y a pesar igualmente de que en el art?culo 42 de la instrucci?n remitida a todos los intendentes del virreinato por orden circular de 27 de junio de 1789 se establec?an sus aranceles (30 reales por centenar de ganado mayor y 15 por el de menor), en la pr?ctica este impuesto no se cobr? para el ganado mayor en la Caja real de Guadalajara desde 1760 hasta 1800. En este punto la informaci?n suministrada por Fonseca y Urrutia no es todo lo clara

que hubiera sido de desear, a pesar de la profunda admiraci?n que todos los mexicanistas profesamos hacia su concienzudo y monumental trabajo, pues se expone la legislaci?n fiscal general y no su aplicaci?n y cumplimiento concreto en las distintas Cajas reales, a pesar de que lo intentan. Con todo, lo importante es que de facto el impuesto por

la matanza de ganado mayor no se registr? en la contabilidad de la Caja real que nos ocupa. Y en verdad que lo lamentamos, pues bien

valiosa hubiera sido la informaci?n que sobre este punto nos hubiera brindado. Sobre ello, vid Fonseca y Urrutia: op. cit., pp. 260, 261, 267, 303-312 y 316. 14 Partidas de 8 de noviembre de 1786, 22 de junio de 1790, y 2 de noviembre de 1791 del ramo de media annata, A.G.I., Guadalajara, 442 y 445; y Fonseca y Urrutia: op. cit., pp. 309, 310, 312 y 316.

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tidad] cabezas de pelo y lana infruct?feras". Y en este sentido

hay que recordar dentro de este apartado toda la larga serie

de sucesivas disposiciones reales en las que se establec?a la prohibici?n de la matanza de hembras, tanto de ganado ma yor como de menor. Ya la Recopilaci?n de 1680 (libro v, t?t. 5, ley xvni) recog?a dos reales c?dulas al respecto de prin

cipios del siglo xvn (Madrid, 15 de abril de 1619 y Madrid, 14 de julio de 1620) y dispon?a: "En algunas provincias de las Indias se han disminuido los ganados mayores y menores por las muchas licencias que se han dado para la matanza, en evidente da?o y perjuicio del abasto y cr?a; y aunque al gunos virreyes y presidentes han hecho ordenanzas muy pre cisas para el remedio de este exceso, no son guardadas ni cumplidas con la puntualidad que conviene. Ordenamos y mandamos a los virreyes, especialmente al de Nueva Espa?a,1^ presidentes y gobernadores, que no den licencias para matar vacas, cabras ni ovejas, y que en esta raz?n guarden y hagan guardar lo dispuesto porque as? conviene al gobierno y al bien p?blico." Y numerosos son tambi?n los autos acordados de la Audiencia de M?xico recogidos por Montemayor en sus Sumarios en los que de nuevo se volv?a a reiterar el cum plimiento de la prohibici?n de matar hembras sin expresa licencia de las autoridades novohispanas. M?s tarde, el 13 de septiembre de 1783, todav?a insistir?a el virrey Mat?as de G?l vez por medio de un bando en el mismo asunto.16 As? pues, la cuesti?n parece estar clara en su vertiente jur?dica. La Audiencia de Guadalajara ??nico organismo au torizado para conceder dicho permiso en el distrito territorial de su ?mbito jurisdiccional? pod?a acceder a la concesi?n de la licencia de matanza de hembras solamente en el caso de que el estado de ?stas fuese tal que de su sacrificio no se derivara ning?n inconveniente para la procreaci?n. Por ello eran pre sentadas como "viejas, est?riles e infruct?feras". Pero solven tando este punto, queda por plantear el problema de la sig i? El subrayado, naturalmente, es nuestro. 16 Toda esta legislaci?n se encuentra tem?ticamente recopilada en Rodr?guez de San Miguel: op. cit., pp. 312 y 313.

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nificaci?n de estas cifras con objeto de configurar el mapa de la distribuci?n de la actividad pecuaria ovina y caprina dentro de la regi?n. En efecto, ?qu? proporci?n existe entre el n?mero de machos y hembras sacrificados teniendo en cuenta que s?lo estas ?ltimas se registran en las cuentas fis cales?, ?qu? relaci?n, a su vez, entre los t?rminos "caba?a" "producci?n anual"-"matanza anual"? Confesamos no poseer datos suficientes para resolver el problema, pero, con todo, de lo que no cabe la menor duda es de que, l?gicamente, y de acuerdo con las leyes naturales y del mercado, tal propor ci?n debe existir, y que, por tanto, denotan referencialmente un panorama aproximado de la distribuci?n regional de esta especialidad ganadera. Seg?n este criterio, cabe calcular el total de hembras ?ca bras y ovejas? sacrificadas en el distrito de la gobernaci?n

de Nueva Galicia ?Guadalajara y Zacatecas? por el c?mpu to de partidas registradas en el impuesto de matanza del ramo

de media annata de las cuentas de la Caja real de Guadala jara, ya que no hay que olvidar que esta imposici?n s?lo se pod?a satisfacer en la Caja real del lugar donde residiese la

autoridad que conced?a la licencia, en este caso el presidente

gobenador de la Nueva Galicia. En ?ste, como en otros va

rios impuesto, tales como el de venta y composiciones de tie rras, licencias, etc., la Caja real de Guadalajara actu? como caja "matriz" con respecto a las otras cajas "for?neas" exis tentes en el ?mbito territorial de la Audiencia (en el caso de la gobernaci?n de la Nueva Galicia que nos ata?e, las de Zacatecas, Sombrerete, San Blas y Bola?os). Pues bien, du rante el per?odo comprendido entre los a?os 1761 y 1800, el total de hembras sacrificadas que aparecen registradas 17 as cendi? a 296 648 en dicha gobernaci?n; cifra ?sta que, de acuerdo con la procedencia del ganado, queda desglosada por jurisdicciones de esta forma: 17 Nuevamente parece conveniente insistir en que trabajamos con informaci?n "disponible" y "registrada". En ning?n momento pensamos

que el total de hembras sacrificadas sea realmente el que apunta la cifcra ofrecida. Testimonios sobre fraude no escasean, ni tampoco des

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Aguascalientes 121200 Juchipila 19123 Tresnillo 37 571 Lagos 12 650 Zacatecas 36 710 Sombrerete 5100 Sierra de Pinos 27 580 Tepatitl?n 4 464 Charcas 27 150 Mazapil 1 800

otras jurisdicciones

cripciones sobre c?mo ?ste se realizaba. Las gran casez de comisionados para conceder las licencias,

mientos para ocultar el ganado, la falta de con

autoridades locales y, en definitiva, la misma sag tarios suponemos que no encontrar?an muchas d fraudar al erario. Ya en una real c?dula de 14 de producida por Fonseca y Urrutia: op. cit., pp. 302

presidente y oidores de la Audiencia de Guadal

cialmente la existencia de esta realidad. Pero par lo que llevamos dicho, hay que tener en cuenta q

matanza dej? de ser cobrado en gran medida co largo expediente que se origin? a partir del a?

revisar sus procedimientos de recaudaci?n y de mo Un clima de duda se vislumbra en la corresponden de las autoridades territoriales novohispanas, e in los altos organismos fiscales del virreinato, seg?

obra de Fonseca y Urrutia. El hecho es que di

pudi?ramos decir, "en entredicho", y que desde 1 en nuestra Caja real en la misma proporci?n a co antes. Sin duda, el ya citado art?culo 42 de la ins tadur?a de media annata de 1789 quiso activarlo n

hecho parcialmente lo consigui?, pero no hasta rar que las escasas licencias concedidas por la Aud desde entonces fueran realmente proporcionales bezas que en realidad fueron sacrificadas en la Nu oportuno hacer esta advertencia al lector para ev las cifras ofrecidas en el texto. Pero, con todo, e justifica si consideramos que, en todo an?lisis m?s importantes son las referencias que permiten tivo de la diversificaci?n comarcal de los distinto ci?n en el ?mbito regional elegido, que aquellas qu datos absolutos y globales para la totalidad de esa en este sentido, necesariamente tenemos que hace habitual en todo tipo de trabajo en el que se so malidad o posible fraude para todas las jurisdiccio se registran en nuestra Caja real, y especialmente en que se supone comenz? dicha anormalidad en el

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RAM?N MAR?A SERRERA

La simple observaci?n de estos datos ya permite apreciar, en primer lugar, que el sector regional con mayor ?ndice de matanza de cabras y ovejas viene a coincidir aproximadamen te con el de la cr?a caballar y mular, por requerir ambas es pecialidades id?nticas condiciones climatol?gicas y del terre no para su desarrollo; en segundo lugar, que su mayor difu si?n tiene lugar en el territorio que a partir de 1786 com prender?a la intendencia de Zacatecas, a excepci?n de Aguas calientes, si bien esta ?ltima jurisdicci?n se integrar?a en dicha

intendencia a principios del siglo xix. Por otra parte, tambi?n con este impuesto nos es posible descomponer las cifras globales en funci?n de las haciendas productoras y, por ende, de los ganaderos propietarios. A t? tulo de muestra, y debido a la expresividad del caso, de nue

vo queremos hacer alusi?n a la hacienda Ci?nega de Mata

de los Rinc?n Gallardo. De las 296 648 cabezas sacrificadas entre 1761 y 1800, la mayor proporci?n corresponde precisa mente al per?odo comprendido entre los a?os 1767 y 1781 por las causas antes indicadas,18 con un total de 222 756 para toda la Nueva Galicia. Pues bien, tambi?n durante este ?l timo per?odo en la jurisdicci?n de Aguascalientes se sacri ficaron 97 784 cabezas, el 43.89% del total, y ?nicamente en Ci?nega de Mata la cifra asciende a 56 450, lo cual supone para esta hacienda el 57.72% de Aguascalientes y el 25.34% is Vid. nota anterior. i9 Ya que se han hecho frecuentes referencias a la jurisdicci?n de Aguascalientes a lo largo del presente trabajo, creemos oportuno indi car que, seg?n la visita practicada a la intendencia de Guadalajara en los a?os 1792 y 1793, en este distrito exist?an 28 haciendas, 186 ranchos y 13 estancias; 12 662 cabezas de ganado vacuno, 674 manadas de caba llar y 111 335 cabezas de ganado menor. Y seg?n un informe posterior de su subdelegado, don Pedro Herrera Leiva, de 21 de enero de 1794, en toda la jurisdicci?n hab?a 25 haciendas, 144 ranchos, 3 071 yuntas dobles, 19 662 cabezas de ganado vacuno, 664 manadas de caballar y, tambi?n en este caso, 111 335 cabezas de ganado menor. Vid Noticias varias de Nueva Galicia ? Intendencia de Guadalajara, Guadalajara, 1878, p. 80, y "Documentos antiguos relativos al Estado de Aguascalientes", Bolet?n de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica, 2* ?poca, m, M?xico, 1871, pp. 17-25.

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de toda la matanza de Nueva Galicia por esas fechas. Junto a ?ste, se podr?an a?adir otros datos igualmente significati vos como los relativos a determinadas haciendas muy pr?spe ras, tales como La Pastelera, propiedad del Convento de San Agust?n de Zacatecas, y La Quemada, en Juchipila, de don Antonio Jos? Gonz?lez Beltr?n; o bien, ofrecer algunas refe rencias de las ricas familias ganaderas ?los Quijas, S?nchez de Tagle, Marmolejo, Beltr?n, D?az de Le?n, Urruch?a, etc.? que constitu?an el fuerte grupo terrateniente zacatecano de aquellos momentos, y que tantas implicaciones tuvieron en la actividad minera de la regi?n, en la vida pol?tica de la capital de la intendencia e, incluso, en la misma capital vi rreinal. Pero creemos sinceramente que para cumplir el ob jetivo de enumerar las posibilidades de trabajo que brinda la informaci?n contenida en este ramo, con lo expuesto en el presente apartado es suficiente. Y queda por hacer referencia a un ?ltimo ramo, casi tan an tiguo como la ganader?a misma en el virreinato de Nueva Es pa?a, y que consideramos de suma utilidad porque refleja nuevos aspectos sobre la realidad estudiada. Se trata del im puesto establecido sobre las licencias de hierro concedidas para marcar los ganados. Acerca de sus or?genes, en realidad se disponen de pocas noticias concretas. Maniau refiere que "no ha podido averiguarse, aunque se sabe que es muy anti guo"; 20 Fonseca y Urrutia tampoco dan mucha luz al respec to "por no haber ?seg?n ellos? leyes, estatutos o reales ins trucciones que gobiernen sobre el particular",21 e incluso re producen en su tratado un valioso informe de ese gran cono cedor de la legislaci?n fiscal novohispana, el inteligente fis cal de Real hacienda don Ram?n de Posada, en el que ?ste sugiere "para mejor instruir el real ?nimo y porque no se echen de menos los precios, mandar? V.E. que con la mayor puntualidad informen los oficiales reales cerca del origen de 20 Maniau: op. cit., p. 183. 21 Fonseca y Urrutia: op. cit., p. 254.

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todos los expresados impuestos [licencias], desde qu? tiempo se han cobrado, en virtud de qu? ?rdenes, a qu? respecto y bajo qu? reglas",22 como consecuencia del desconocimiento demostrado por las autoridades fiscales mexicanas a ra?z de un largo expediente sobre el asunto que dur? varios a?os. Y los mismos oficiales reales de Guadalajara refer?an en 1797 que "este derecho se adeuda por antigua costumbre, cuya or den no existe en este archivo".23 Pero con todo, el hecho es que durante todo el siglo xv?n

tal impuesto estuvo vigente en la Nueva Galicia y, seg?n se desprende de la informaci?n ofrecida por Fonseca y Urru tia, en gran parte de Nueva Espa?a. En principio, tal licen cia s?lo pod?a ser concedida por la Audiencia de Nueva Ga licia y, m?s concretamente, por la persona de su presidente gobernador, siendo registradas las marcas tanto en la secre tar?a de la Audiencia como en el archivo del cabildo al que pertenec?a el ganadero, si es que lo hab?a en su lugar de resi dencia, ya que este ?ltimo organismo ten?a entonces que apro bar y refrendar la solicitud de petici?n de licencia. Seg?n se desprende de los datos obtenidos de las 1 144 licencias que tenemos fichadas, correspondientes a las dos ?ltimas d?cadas de la centuria, el ?mbito territorial sobre el que pod?a exten der la Audiencia sus atribuciones de concesi?n de licencias

vino a coincidir con el que m?s tarde, en 1786, corresponde r?a a las intendencias de Zacatecas y Guadalajara, salvo las jurisdicciones del sur de esta ?ltima, que pertenec?an a Nueva Espa?a y fueron agregadas a ella en esa fecha. Se cobraba a raz?n de 6 pesos por cada licencia concedida a espa?oles y castas aplicados a este ramo y 4 reales para el de media annata, y 4 pesos por las concedidas a los indios.24

22 ibid., p. 284. El dictamen es de fecha de 15 de julio de 1781 y

aparece recogido ?ntegramente dentro del contexto del expediente que lo origin?, pp. 273-284. 23 Informaci?n de los oficiales reales de Guadalajara en el encabe zamiento del ramo de licencias de las cuentas de Real hacienda de 1797,

A.G.I., Guadalajara, 446. 24 Id?ntica referencia que para la nota anterior; confirmado, ade

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Sin embargo, el sistema sufri? algunas modificaciones a ra?z de la nueva instrucci?n sobre el cobro de este derecho, apro bada por real orden de 27 de enero de 1788 como consecuen cia del establecimiento del r?gimen de intendencias. Se elev? el arancel de las licencias de espa?oles y castas a 8 pesos y permaneci? igual para los indios. Pero el cambio m?s impor tante lo supuso el hecho de que a partir de entonces la fa cultad de conceder licencias de herraje, prerrogativa exclusiva

hasta ahora de las audiencias o de algunos cabildos o justicias mayores en los que deleg? esta facultad, recay? sobre todos los nuevos intendentes establecidos en el virreinato, recaud?n

dose este impuesto a partir de esta fecha en las Cajas reales

ubicadas en las cabeceras de intendencia, llamadas "Cajas

principales" o "Cajas de provincia" desde la puesta en vigor de la ordenanza de 1786.25 Acerca de la valoraci?n de este impuesto como fuente de trabajo para el estudio de la historia de la ganader?a novo galaica, cabe reproducir en este punto la misma afirmaci?n expresada sobre los anteriores ramos ya estudiados. La apli caci?n de la t?cnica del triple registro sobre las Ucencias de herraje brinda para este tema una valiosa informaci?n ?es tad?stica y no estad?stica, general y particular? a la que so lamente con dificultad podr?amos tener acceso si se mane jaran otras fuentes documentales. Como ejemplo, conviene presentar tambi?n en este caso algunos resultados aislados de entre los obtenidos que pueden ser significativos. Nos servi mos para ello, seg?n se dijo, de un total de 1 144 partidas re gistradas en la Caja real de Guadalajara en el per?odo com prendido entre 1780 y 1800. De ellas, hasta 1788 correspon den a toda la Nueva Galicia, y desde ese a?o ?nicamente a

m?s, por los aranceles consignados en las partidas de dicho ramo has ta 1789. 25 Maniau: op. cit., p. 183, y Fonseca y Urrutia: op. cit., pp. 309, 313 y 314; confirmado, tambi?n en este caso, por el nuevo arancel re gistrado en las partidas de este ramo a partir de 1789 y, ya de forma generalizada, desde 1790.

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RAM?N MAR?A SERRERA

la intendencia de Guadalajara.26 En todas ellas se consigna la autoridad que concedi? la licencia ?Audiencia, intendente y, a veces, comisionados especiales para determinadas juris dicciones?; nombre del ganadero y lugar de residencia; juris dicci?n donde tiene el ganado; con cierta frecuencia, tambi?n el nombre de la hacienda o de las tierras; y, en el caso de los indios, si se trata de propiedades particulares o comuna 26 Ya qued? dicho anteriormente que desde 1788 estas licencias se concedieron por los nuevos intendentes y debieron registrarse en las respectivas "Cajas de provincias". Las de Zacatecas dejaron de ser regis

tradas desde entonces en la Caja real de Guadalajara, ?nica a la que

nos estamos ateniendo para nuestro estudio, y te?ricamente tuvieron que ser recaudadas en la Caja zacatecana. Y decimos te?ricamente por que, de acuerdo con las noticias que nos transmiten Fonseca y Urrutia, sospechamos que tal impuesto dej? de recaudarse en dicha intendencia. En efecto, por decreto virreinal de 11 de agosto de 1790 se previno a los intendentes que continuasen el cobro de estos derechos conforme a

la pr?ctica observada en el momento de la toma de posesi?n de sus

empleos. El de Zacatecas contest? el 3 de diciembre que tales impuestos

eran cobrados en la Caja de Guadalajara hasta el establecimiento del

nuevo sistema y que desde 1788 se ven?an observando los aranceles esta

blecidos en el art?culo 42 de la instrucci?n de 27 de enero de dicho a?o (8 pesos a espa?oles y 4 a los indios). Y ante esta situaci?n, el fiscal Posada, en dictamen de 14 de febrero de 1791, estim? que "lo

que se determin? en el superior decreto de trece de enero de ochenta y siete, aprobado por S.M. en real orden de veintisiete de enero de mil setecientos ochenta y ocho, fue que no se innovase en lo que con fijeza estuviese establecido, ni se cobrase pensi?n alguna de nuevo; no est?n

dolo en Zacatecas la que se se?ala en el art?culo cuarenta y dos de la citada instrucci?n, no debe exigirse", y tres d?as despu?s fueron apro badas por el virrey las medidas insinuadas por su fiscal. En ?ste, como en otros casos, se refleja claramente la oposici?n de Posada hacia los impuestos, pudi?ramos llamar, "menores" que, por esa misma raz?n, afectaban a gran .parte de la poblaci?n de escasos recursos del virreinato,

a la que hab?a que quitar el mayor n?mero de cortapisas posible si de verdad se quer?a fomentar a largo plazo la agricultura y la gana der?a en el territorio. "El verdadero inter?s no debe equivocarse lasti

mosamente con lo aparente y destructivo", afirmaba textualmente nues tro fiscal, como si quisiera resumir con esta frase todo el ideario po l?tico y econ?mico de su pensamiento en el desempe?o de su cargo. Para toda esta problem?tica, Vid Fonseca y Urrutia: op. cit., pp. 280 y 309-314.

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les, especificando en este ?ltimo caso si son reba?os de co frad?as o bien propiedades colectivas de los fundos legales de sus respectivas poblaciones. Sobre la siempre dif?cil cuesti?n de llegar a establecer es tad?sticamente entre qu? sectores sociales y ?tnicos de la po blaci?n estaba distribuida la riqueza ganadera de la regi?n, son ciertamente escasas las referencias directas ofrecidas tan to por esta fuente como por otros tipos de informaci?n docu

mental m?s conocidos. Pero, al menos, el impuesto al que aludimos nos brinda ciertos datos estimativos que, si bien son poco exactos, no por eso dejan de tener un alto valor

para establecer algunas premisas de trabajo provisionalmente v?lidas, susceptibles, por supuesto, de ser rectificadas en fu turos y m?s profundos estudios. Concretamente en la regi?n que nos ocupa, del total de 1 144 licencias registradas, 1 020 (es decir, el 89.16%) fueron concedidas a espa?oles y castas, y ?nicamente 124 (el 10.83% del total) a indios. Datos indi rectos, referencias tan s?lo, claro est?, pero que cobran todo su significado si se tiene en cuenta la fuerte y mayoritaria proporci?n del sector ind?gena con respecto al resto de los

grupos ?tnicos de la poblaci?n del territorio de la Nueva

Galicia por aquellos a?os.27 Por otra parte, de las 554 licen cias concedidas a Guadalajara y Zacatecas entre 1780 y 1788,28 a?os en que se registraron conjuntamente en la Caja real de 27 Dentro del programa de trabajo que en la actualidad se viene des arrollando en la c?tedra de historia de Am?rica moderna y contempo r?nea de la Facultad de Filosof?a y Letras de la Universidad de Sevilla, bajo la direcci?n de su titular, Dr. Calder?n Quijano, sobre Nueva Es

pa?a en el siglo xv?n, la licenciada Ma. Dolores Mata Trani, aborda

actualmente este tema apuntado en el texto de la estructura demogr? fica de la Nueva Galicia durante la d?cada 1770-1780, concretando su investigaci?n en algunos aspectos, tales como el de la composici?n ?tnica de la poblaci?n novogalaica y su distribuci?n territorial ?incluso en su vertiente cartogr?fica?, que sin duda alguna suponen un valioso com plemento para ubicar en unas adecuadas coordenadas demogr?ficas los otros temas de trabajo emprendidos, especialmente los econ?micos. 28 Conviene recordar en este punto lo ya indicado en la nota 5. Tam bi?n en estas cifras faltan los c?mputos correspondientes a 1781 y 1783 por las razones en ella apuntadas.

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RAM?N MAR?A SERRERA

Guadalajara para toda la Nueva Galicia, 255 (el 46.02%) corresponde a Zacatecas y 299 (el 53.97%) a Guadalajara. Y a su vez, si se observa la distribuci?n por jurisdicci?n del total de las 889 marcas concedidas a esta ?ltima intendencia

en los veinte a?os comprendidos entre 1780 y 1800, se puede apreciar que el panorama comarcal ganadero de este reparto (Tuxcacuesco, 105; Tequepespan, 92; Autl?n, 91; Acapone ta, 81; Juchipila, 73; Cuqu?o, 52; Lagos, 52; Tepic, 51; Aguas calientes, 49, etc.), viene a corresponder aproximadamente con

los elaborados en base a los datos suministrados por los an

teriores impuestos. Pero aparte de esta visi?n estad?stica, las partidas del ramo

de licencias de hierro brindan otros datos de ?ndole m?s con

creta y particular. Merced al fichero alfab?tico confeccionado con las personas y familias aparecidas en otros ramos, hemos logrado detectar un importante grupo de mineros de primer orden (bar?n de Santa Cruz, Sarachaga, Vivanco, etc.), e in cluso de segunda fila, que practicaban simult?neamente la actividad ganadera en las mismas jurisdicciones en donde se ubicaban sus minas, pudi?ndose establecer, en ocasiones, el

momento exacto en que comenzaron dicha actividad si se

confronta la fecha de concesi?n de la licencia con la ficha correspondiente al ramo de venta y composiciones de tierra, si es que la tiene; operaci?n ?sta que hemos logrado practicar con ?xito en algunos casos que, si bien son contados, no por ello dejan de ser sumamente expresivos. Asimismo es posible elaborar con ?ste y los otros impuestos un cuadro de corres pondencias entre actividad ganadera y ocupaci?n de cargos p?blicos en la administraci?n local de la regi?n; o bien, caso de la hacienda Ci?nega de Mata, a la que nuevamente cita mos por su peculiaridad e importancia, y otras de la misma significaci?n, conocer el n?mero y la identidad de sus arren datarios que, al igual que los propietarios, incluso estaban en posesi?n de hierro propio para marcar sus ganados.

Nuestro estudio finaliza. Las posibilidades de trabajo y las sugerencias para el empleo de estos impuestos como fuente This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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para la historia de la ganader?a colonial son, en realidad,

tantas como las combinaciones que entre sus datos se pueden elaborar. Pero de acuerdo con las ideas que reiteradamente se han expuesto a lo largo de estas l?neas, no quisi?ramos concluir sin presentar esquem?ticamente una serie de conclu siones que, en definitiva, han sido las que nos han impulsado a redactar este trabajo: Primera: se impone un conocimiento detallado, lento, pro fundo, exhaustivo y sistem?tico de la legislaci?n fiscal de las distintas ?reas americanas en aquellos ramos que, por su sig nificaci?n, van a ser utilizados como fuente de trabajo para estudios de tipo social, econ?mico, demogr?fico o fiscal. Sin esta consideraci?n, todas las elaboraciones y fases sucesivas est?n necesariamente viciadas ab initio. A tal efecto, hay que

manejar con suma precauci?n algunas obras que no hacen

m?s que reproducir consideraciones generales sobre la estruc tura fiscal indiana, si bien se debe partir necesariamente de ellas para abordar los aspectos concretos de su aplicaci?n en unas ?reas fiscales determinadas. Cada Caja tiene un sistema

de registro dentro de una normativa general; cada ?poca ?pi?nsese, por ejemplo, en la reforma general de la contabi lidad indiana a partir de 1761 o en la implantaci?n del sis tema de "partida doble" en la d?cada de los ochenta?, una reglamentaci?n concreta; y se podr?a decir, incluso, que cada oficial aport? una novedad espec?fica en el mismo sistema. Y son precisamente esta capacidad de cambio y esta adaptabi lidad a las peculiaridades socioecon?micas de los distintos ?mbitos regionales americanos, las que hacen dif?cil, pero al mismo tiempo posible, el estudio de la varia y policroma realidad de todo un continente a lo largo de m?s de tres centurias. Segunda: Algunos ramos determinados de las cuentas de Real hacienda de las Cajas reales americanas, como creemos haber demostrado suficientemente a lo largo de este estu dio con el caso concreto de la Nueva Galicia, contiene una informaci?n mucho m?s rica y variada de lo que a primera vista parece indicar su simple denominaci?n oficial. La pro gresiva complejidad del aparato fiscal indiano oblig? con fre This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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RAM?N MAR?A SERRERA

cuencia a incorporar una serie de nuevos impuestos que fue ron apareciendo sucesivamente a lo largo de tres siglos den tro de los ramos ya existentes desde el primer momento de

la organizaci?n de la Real hacienda en Indias. Seg?n esto, todo estudio regional cuyo n?cleo informativo pretenda ci mentar sus fuentes en la contabilidad fiscal, debe necesaria mente iniciarse con un estudio sistem?tico del patr?n orga nizativo de las cuentas de Real hacienda del ?mbito regional y el espacio cronol?gico elegidos para captar la l?gica inter na de su propia estructura, y, sobre todo, con una explora ci?n minuciosa del contenido espec?fico de sus ramos por medio de un an?lisis, riguroso en extremo, de la informaci?n registrada en las partidas que lo componen. Esta fase previa, aparte de brindar unos supuestos firmes para la programaci?n

de las fases del futuro trabajo, permite igualmente resolver con antelaci?n m?s de un problema acerca de algunos de los antiguos ramos supuestamente desaparecidos, o bien, de los asimismo arcaicos impuestos supuestamente tambi?n reci?n creados. Tercera: Finalmente, toda la informaci?n suministrada por los registros fiscales de las Cajas reales debe ser necesa riamente sometida a cr?tica. Para ello, el investigador tiene, en primer lugar, y seg?n se apunt?, que seguir con todo rigor

el curso de la legislaci?n espec?fica existente sobre los ramos

que sirven de base al estudio emprendido; y en segundo lugar, contrastar las pautas generales ofrecidas por estas fuentes con

las sugeridas por el resto de la documentaci?n tradicional. Tambi?n en este caso, en cada caja, en cada ramo e, incluso, en cada a?o, debe te?ricamente establecerse un coeficiente de credibilidad para los registros manejados. Para este fin, tanto la correspondencia regular de los oficiales reales como los juicios de cuentas elaborados por los tribunales mayores de cuentas correspondientes al ?rea fiscal estudiada ?normal mente conservados adjuntos a ?stas?, deparan m?s de una sorpresa a la investigaci?n. Pero es el propio investigador el que, con su pr?ctica, con su conocimiento detallado de la re gi?n, con su familiaridad para con los hombres y la proble m?tica social, econ?mica y fiscal de la realidad estudiada, This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:34:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL CASO DE NUEVA GALICIA

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y tambi?n, qu? duda cabe, con su propio sentido com?n e

intuici?n, el que debe determinar en cada momento el grado de confianza que le merecen las fuentes utilizadas de acuerdo con el mayor o menor rigor fiscal que le permiten vislum brar sus conocimientos. Y es, finalmente, tambi?n el propio investigador el que, en definitiva, tiene que decidir la oca si?n en que haga uso de ciertas licencias de trabajo, que, si son frecuentes en todo estudio hist?rico, en este tipo de in vestigaci?n hay momentos en que son absolutamente impres cindibles. Pero, como ya se dijo es en realidad este riesgo, al que forzosamente tenemos que estar habituados, el que hace posible y al mismo tiempo apasionante el quehacer hist?rico.

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LOS DIPLOM?TICOS ESPA?OLES ENTRE OBREG?N Y EL MAXIMATO Jos? Fuentes Mares Al tomar el poder, los hombres de Agua Prieta sentaban la paz revolucionaria sobre un mont?n de cad?veres en el que se reconoc?an, a primera vista, las caras de dos presidentes de la Rep?blica, la de un ap?stol de las reivindicaciones agra rias, y las de innumerables fracasados en el intento de alcan zar la silla donde ahora estaba el Manco de Celaya. Muchas piedras m?s reclamar? el edificio, y muchos muertos, pues la loba pari? lobeznos tan bravos que tuvo que acabar con

ellos para sobrevivir, mas en 1920 quedaba pendiente un

largo tramo, y entre los muertos cabr?n todav?a los cuerpos de un presidente m?s, los de dos candidatos a la presidencia, los de Guajardo, Palomera L?pez y Pancho Villa, los de tan tos victimarios de tantas v?ctimas an?nimas. No siempre nos

hacemos cargo de lo mucho que pagamos por la paz, parte del precio en sangre y parte en renuncias fundamentales.

La historia est? llena de incongruencias, mortales unas y

otras veniales mas todas estrujantes. Doloroso que los de

Agua Prieta, verdugos de don Venustiano, hicieran posible

que la Revoluci?n se volviera Gobierno, el m?s arraigado

prop?sito carrancista. Y sangriento que don Venustiano, res ponsable de 4a muerte de Zapata, fuera "el primer agrarista de la Revoluci?n" con su ley del 6 de enero de 1915. Ignoro si alguien ha visto antes que Carranza fue parteaguas de la

Revoluci?n mexicana, el punto donde una mentira y una verdad tomaron sus propios cauces, la gran mentira del cam

bio pol?tico y la media verdad del cambio social. Tambi?n en este punto, con norte?a rudeza, Obreg?n llev? al carran cismo a sus ?ltimos extremos, empu?ando a la vez las ban deras zapatista y porf?rica de tierra para los pueblos y de reelecci?n para ?l. 206

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OBREG?N Y EL MAXIM ATO

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De los hombres de Agua Prieta eran ambiciosos los tres, vanidosos dos, y falto de car?cter s?lo De la Huerta. Pero don Adolfo, al ocupar la presidencia primero que sus compa?eros, alcanz? ventajas tan obvias como la de que el Partido Libe ral Constitucionalista ?delahuertista? dominara en el Con greso cuando Obreg?n lleg? a la presidencia, y como la de que en ese momento fueran tambi?n afectos a don Adolfo varios gobernadores y jefes militares en los estados. Seguro de que las ambiciones presidenciales de De la Huerta no se hab?an agotado en su corto ejercicio presidencial, y nada dis puesto a servir de "puente" para que su ministro de Hacien da volviera a la presidencia en 1924, Obreg?n tom? provi dencias para cortar las alas a su inminente contrincante: si alg?n "puente" era necesario, lo tender?a ?l, con Calles, como lo tendi? don Porfirio con Manuel Gonz?lez de 1880 a 1884. Los dictadores capaces de leer un libro estuvieron al corrien te de los procedimientos de sus cong?neres, y los que no, los analfabetas, los adivinaron. Siendo esos los proyectos de don Alvaro ?seguramente pensar?a ya en su reelecci?n en 1928?, es l?gico que adop tara la bandera agraria para conseguir la adhesi?n de las grandes masas rurales, y es explicable tambi?n que en ese juego los espa?oles de M?xico pagaron los platos rotos. Tal vez simpatizaba con los peninsulares y no deseaba pleitos con Espa?a, mas entre sus defectos no entraba perder de vista lo fundamental, y por otra parte confiar?a poder dorar la pil dora a los se?ores Mart?nez de Irujo y Caro y Saavedra y Mag dalena, los dos ministros de Su Majestad Cat?lica con quie nes tuvo que entend?rselas a partir de 1920, cuando durante ocho a?os los terratenientes mexicanos y extranjeros sufr?an exacciones por parte de caudillos y caudillejos que arrastra ban a los contingentes rurales con el cebo de las reivindica ciones agrarias, haciendo de las dotaciones y restituciones de tierras "verdaderos atentados contra la propiedad privada".1 i Lucio Mendieta y N??ez: El problema agrario de M?xico, M?xico, 1946, h, p. 195.

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JOS? FUENTES MARES

Entre los propietarios de fincas r?sticas, los espa?oles radica dos en M?xico llevaban la peor parte, pues seg?n el minis tro Irujo y Caro la propiedad rural en sus manos represen taba el 95% de la propiedad ra?z agraria en poder de extran jeros, con valor de dos mil millones de pesos, lo que de paso explicaba el escaso inter?s que los representantes diplom?ti cos de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos mostraban

por un asunto de tan se?alada importancia para los espa

?oles.2

Reci?n llegado para asistir a las fiestas del centenario de la consumaci?n de la Independencia, y aunque en principio deseoso de robustecer al gobierno en vez de crearle proble mas, Irujo y Caro dec?ase dispuesto "a dar la batalla" para lograr al menos una "soluci?n transitoria" en beneficio de sus nacionales, sobre todo en punto a frenar las dotaciones provisionales y a conseguir que las afectaciones se hicieran previa indemnizaci?n, en todo lo cual confiaba llegar a una soluci?n satisfactoria.3

El se?or Irujo y Caro prosegu?a las gestiones de sus ante cesores, en particular las del marqu?s de los Arcos, quien el 11 de marzo dirigi? una nota al ministro de Relaciones para que la reforma agraria no acudiera a procedimientos confis catorios y atentatorios hacia los leg?timos derechos adquiri dos de los espa?oles,4 a lo que el gobierno se concret? a ex

presar seguridades tan ambiguas que el 2 de junio solicit? el de los Arcos la autorizaci?n de Madrid para proponer al cuerpo diplom?tico una acci?n conjunta en el caso de que, a pesar de las promesas oficiales, continuara la pol?tica de dotaciones ejidales.5 2 Irujo y Caro al M. de E., despacho 121, M?xico, 25 de octubre de 1921. Las citas provienen del archivo de la Embajada de la Rep? blica Espa?ola en M?xico, microfilmado por El Colegio de M?xico y consultado all? mismo.

3 Irujo y Caro al M. de R., Mendieta y N??ez: op. cit. 4 Mraqu?s de los Arcos al M. de R. E., M?xico, 11 de marzo de

1921.

? Marqu?s de los Arcos al M. de E., cable cifrado, 2 de junio de 1921.

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OBREG?N Y EL MAXIMATO 209

Mientras primero el de los Arcos y luego Irujo y Caro no

quitaban el dedo del rengl?n en cuanto a que las expropia ciones por causa de utilidad p?blica se ejecutaran s?lo en casos de extrema necesidad, y no mediante pago ?f?rmula que al decir de los diplom?ticos se acu?? para eludir las es peranzas de pago inmediato?, sino llana y concretamente mediante previo pago,6 lleg? a M?xico con su genial imper tinencia don Ram?n Mar?a del Valle Incl?n, quien no tard? en armar un l?o de los mil demonios con ciertas declaracio nes antiespa?olas que por un lado aplaudieron a rabiar los hispan?fobos mexicanos, y por el otro desataron airadas pro testas entre sus connacionales, sobre todo por los elogios que el autor de Tirano Banderas verti? sobre la pol?tica agraria del gobierno. El ministro aseguraba que desde luego se dis tanci? de don Jos? Mar?a, pero tambi?n advert?a, con tris

teza, que en torno al famoso escritor gallego no se hab?a hecho el vac?o por cierto, "ya que sus cr?ticas a Espa?a han hecho las delicias de no pocos, y con su actitud agrarista se ha captado la gran amistad del secretario de Agricultura, se ?or Villarreal, y del mismo presidente de la Rep?blica, se?or

Obreg?n".7

El nuevo ministro de Espa?a esperaba que resultaran al fin eficaces las presiones del marqu?s de los Arcos, quien lle g? a decir oficialmente que en Madrid no recibir?an al mi nistro mexicano Alessio Robles de no ponerse coto a las afec

taciones agrarias en perjuicio de los espa?oles, mas las es peranzas de Irujo y Caro se desvanecieron cuando el 22 de noviembre firm? Obreg?n el decreto en cuyos t?rminos, dice Mendieta y N??ez, "las dotaciones y restituciones de tierras, que bajo la anterior legislaci?n reglamentaria se llevaban a cabo con extraordinaria lentitud, empezaron a derramar sus beneficios sobre numerosos n?cleos rurales".8 Sus beneficios, 6 Marqu?s de los Arcos al M. de E., despacho 87, M?xico, 14 de

julio de 1921.

7 Irujo y Caro al M. de E., despacho 116, M?xico, 20 de octubre de 1921. 8 Mendieta y N??ez: op. cit.

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como quiere don Lucio, o sus perjuicios, como dir?an los ha cendados. La verdad era que tener tierra y tener guerra eran ya dos tenencias paralelas. Mas la historia de la reforma agraria estaba salpicada con sangre, y ese era otro grave problema que ten?a pendiente de un hilo las relaciones hispanomexicanas. Desde 1913 los atentados contra las personas registaban un crescendo que se agudiz? en 1921, cuando el presidente municipal de Aca pulco encabez? en el puerto una violenta manifestaci?n an tiespa?ola con motivo de la toma de posesi?n del gobernador Neri; cuando en Coahuila el candidato a gobernador, Aure lio Mijares, dec?a en Torre?n "nuestro prop?sito es matar a todos los gachupines y apoderarnos de sus haciendas"; 9 cuan do el 16 de julio fueron asesinados en las cercan?as de Aca pulco los espa?oles Jes?s y Enrique Nebreda y Lorenzo Que zada, y cuando en diciembre del mismo a?o fueron muertos en Torre?n don Francisco Palazuelo y los hermanos Juan,

Eugenio y Felipe Echevarr?a, am?n de la violenta ola anti espa?ola que tuvo por escenario las calles de Puebla y los ranchos vecinos a San Pedro de las Colonias.

Primero Irujo y luego don Diego Saavedra y Magdalena capeaban la tormenta como Dios les daba a entender y con ?xito muy relativo. La renuncia del general Villarreal al mi nisterio de Agricultura y Fomento alent? las esperanzas del se?or Saavedra y Magdalena, m?xime que el secretario de Relaciones le dijo: "Se?or ministro, ya usted triunf? con la salida de Villarreal; yo le aseguro que dentro de una semana su triunfo ser? completo",10 mas el diplom?tico no ver?a el panorama muy despejado cuando, un par de semanas m?s tarde, cablegrafiaba a Madrid que la situaci?n no cambiaba a pesar de que el secretario de Relaciones persist?a en asegu rarle que pronto se expedir?an "disposiciones plenamente sa tisfactorias", promesa que Saavedra no compaginaba con la 9 Marqu?s de los Arcos, Encargado de negocios, al secretario de Re laciones Exteriores, memor?ndum del 9 de mayo de 1921. 10 Saavedra y Magdalena al M. de E., minuta del despacho del Io de enero de 1922.

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conducta del presidente, quien aunque dispuesto a frenar los abusos no pronunciaba una sola palabra que pudiera, tomarse "como seguridad de pronto y previo pago" en el orden de las

afectaciones agrarias.11

De momento, entre Pa?i y Obreg?n, tra?an a don Diego hecho un ovillo, pero la situaci?n ten?a que definirse, y se defini? cuando el 28 de enero decret? el presidente una emi si?n de bonos hasta por cincuenta millones de pesos, amor tizables a veinte a?os y con intereses al 5% anual, para cubrir

las indemnizaciones que resultaran de las afectaciones ejida ?es. "Disposici?n causa p?sima impresi?n ?cablegrafi? Saa vedra al ministro de Estado?; hacendados rech?zanla inad misible. Como ve V.E. promesas secretario Relaciones resul tan falaces y asunto vuelve tomar mismo aspecto antes ca?da Villarreal. Ru?gole instrucciones." 12 Instrucciones que servi r?an para maldita la cosa cuando el presidente no parec?a

dispuesto a desandar el camino: "M?xico, como cualquier otra naci?n soberana ?contest? a la protesta del Sindicato de agricultores espa?oles?, tiene derecho a darse las leyes

que crea convenientes, y por lo mismo a cambiar el r?gimen de la propiedad territorial." 1S

Aflictiva la situaci?n, el ministro de Espa?a se jug? el

todo por el todo en la nota confidencial que el 5 de febrero dirigi? al secretario de Relaciones: la indemnizaci?n acorda da en los t?rminos del decreto de emisi?n de bonos ?razo

naba Saavedra?, no era completa ni inmediata, y en el mejor de los casos se la podr?a tomar por una "promesa de pago a 20 a?os", sin que tampoco se considerara el valor real de lo incautado, puesto que para los efectos de la indemnizaci?n s?lo

se aumentaba el 10% al valor fiscal de los predios. Por ?l timo, en alusi?n muy directa a la declaraci?n presidencial il Saavedra y Magdalena' al M. de E., cable cifrado del 25 de ene ro de 1922. 12 Saavedra y Magdalena al M. de E., cable N9 10, del 29 de ene ro de 1922. 13 Saavedra y Magdalena al M. de E., cable N9 12, M?xico, 4 de febrero de 1922.

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del d?a anterior, don Diego rebat?a la tesis de que la sobe

ran?a pudiera ser facultad pol?tica irrestricta puesto que, de d?rsele "el alcance absoluto que al parecer se pretende", fa talmente se pasara por alto que la justicia marca l?mites, y que hace valer sus fueros para que no se descuiden los dere chos adquiridos "a la hora de regular las relaciones amisto sas entre los Estados".14 A Madrid cablegrafi? el siguiente d?a

para reiterar que el pago efectuado en bonos se reduc?a a una mera promesa de pago, y que esa promesa resultaba

aleatoria cuando los acontecimientos de la ?ltima d?cada pro baban que los gobernantes mexicanos no ten?an muy buena memoria en cuanto a los compromisos contra?dos por sus antecesores.15

Don Diego Saavedra y Magdalena llegaba incluso a jus

tificar en cierta forma la conducta de Obreg?n, quien resuel to a "imponer disciplina y moralidad" tropezaba, sin embar go, "con la acci?n de los elementos perturbadores ?agraristas y bolcheviques? que hicieron la ?ltima revoluci?n", en quie nes muy a su pesar ten?a que apoyarse. Consideraba el mi nistro que la mayor?a obregonista se hab?a finalmente im puesto, en el Congreso, sobre los hombres del Partido Libe ral Constitucionalista, hasta entonces "arbitros de la ley y

pesadilla del Ejecutivo", y en ello advert?a indicios de que

en las elecciones pr?ximas surgir?a "una mayor?a m?s culta, m?s de orden y m?s adicta a la persona del presidente".16 Su estimaci?n de la situaci?n pol?tica era correcta, pero as? y todo incurri? on la ligereza de suponer que el gobierno le proporcionar?a "una respuesta categ?rica" a la nota que en vi? a Pa?i el 5 de febrero, sin saber que los mexicanos son pol?ticos natos, y que esa clase de pol?ticos muy dif?cilmente se avienen al riesgo de las respuestas tajantes, y menos toda 14 Saavedra y Magdalena al ministro de Relaciones Exteriores, con fidencial, M?xico, 5 de febrero de 1922.

15 Saavedra y Magdalena al M. de E., cable N9 15, M?xico, 6 de

febrero de 1922.

16 Saavedra y Magdalena al M. de E., despacho s/n, M?xico, 7 de

enero de 1922.

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v?a cuando ?como era el caso de Obreg?n en esos d?as? su poder no se hallaba del todo asegurado. Focos rebeldes aqu? y all?; gobernadores tan poco de fiar como los de Puebla, Veracruz, Morelos, Guerrero y Chihuahua, que seg?n Saave dra hab?an salido "de la hez del bolcheviquismo",17 todo re clamaba que Obreg?n calibrara, a futuro, las aspiraciones presidenciales de De la Huerta. No, Obreg?n no iba a pro porcionar al ministro de Espa?a la "respuesta categ?rica" que ?ste pretend?a, mas como tampoco era cosa de mandarle a paseo, pidi? al ministro de Hacienda que en un plano ?ntimo le reiterara los buenos deseos del gobierno hacia los espa?o les y sus justos derechos, advirti?ndole tambi?n que se ve?a obligado "a mantener el cumplimiento de las disposiciones agrarias para no perder la adhesi?n de los elementos radi cales, ?nicos que ten?a a su lado en las presentes y graves cir cunstancias".18 Don Diego Saavedra sent?ase incapaz de frenar la refor ma agraria ?el n?mero de fuerza de la Revoluci?n mexica na?, pero tambi?n confiaba en que las cosas ir?an mejor con Calles que con De la Huerta. Aunque "muy radical, de car?c ter y firmes convicciones", don Plutarco era tambi?n h?bil

en el control de las masas obreras,19 y eso, como quiera repre

sentaba alguna ventaja sobre el d?bil de don Adolfo, a cuyo lado figuraban hombres como Manrique y Soto Gama, dos extremistas que aprovechaban sus giras pol?ticas, como can didatos a diputados por San Luis Potos?, para "incitar a los pueblos al asesinato y al desorden con el fin de conseguir adictos" 20 mientras en Veracruz ?tierra delahuertista?, sus conciudadanos afrontaban la amenaza del l?der inquilinario Her?n Proal, terror de los casatenientes, cuyos excesos culmi 17 Saavedra y Magdalena al M. de E., Mendieta y N??ez: op. cit. 18 Saavedra y Magdalena al M. de E., cable cifrado del 17 de fe

brero de 1923.

10 Saavedra y Magdalena al M. de E., despacho 220, M?xico, 14 de diciembre de 1923.

20 El c?nsul de Espa?a en San Luis al M. de E., despacho 219, San Luis, 17 de junio de 1922.

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naron en el asesinato de la se?ora Garc?a de Torres, muerta a tiros por negarse a colocar en su balc?n la bandera roja del Sindicato de Inquilinos Revolucionarios.21 El ministro de Espa?a parec?a resignado, sobre todo cuan do sus amenazas de suspender la correspondencia oficial entre su legaci?n y el gobierno no tuvieron el menor efecto y s?, en cambio, dieron lugar a que el presidente vertiera "frases soeces" sobre su persona ?amenazando incluso con aplicarle

el 33?, arte en el que Obreg?n era un verdadero especia

lista.22 Termin? don Diego por someterse a lo inevitable, y eso, lo irreparable por a?adidura, era que para 1923 las ha ciendas de espa?oles hab?an sido afectadas en 96 691 hect? reas, valuadas en casi catorce millones de aquellos pesos.23 Era el M?xico donde don Alvaro muleteaba a generales in fluyentes, a magnates petroleros, a embajadores, a obreros y campesinos con la ?nica mano que Dios y los villistas le de jaron buena. El mismo pa?s revuelto que un a?o m?s tarde pintara con oscuras tintas el nuevo ministro, don Jos? Gil Delgado y Olaz?bal, marqu?s de Berna: "El esp?ritu demo cr?tico reina aqu? en todo, al extremo de dejar muy detr?s todo lo que hasta el presente he visto en mi ya larga carrera,

incluso al que me toc? presenciar en Alemania, en los albo res de la constituci?n del r?gimen bolcheviquisocialista de 1918. Es la nota aqu? imperante: democracia, bolchevismo". El hombre se hallaba particularmente molesto porque al en trar y salir del Palacio Nacional, en el acto de presentar sus cartas credenciales, se le tributaron "los menores honores po sibles", y porque, ya en presencia de Obreg?n, las "breves fra ses de cortes?a" corrieron por su cuenta.24

21 Saavedra y Magdalena al M. de E., despacho 62, M?xico, 20 de mayo de 1922. 22 Saavedra y Magdalena al M. de E., Mendieta y N??ez: op. cit.

23 Saavedra y Magdalena al M. de E., minuta del despacho del 27 de febrero de 1923.

24 Delgado y Olazabal al M. de E., despacho 113, M?xico, 26 de

junio de 1924.

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Se aproximaba diciembre mientras tanto. Diciembre de 1924. Momento en que el Sonorense predilecto echara la pri mera piedra del Maxima to.

En mi recuerdo se asocian la ?poca de Calles y la rebeli?n de los cristeros, ese crimen sin adjetivos que don Plutarco y la jerarqu?a eclesi?stica perpetraron a costa del pueblo mexi

cano: los obispos, en su mayor?a indignos de la fe de la

pobre gente, y Calles, indigno de encabezar un poder civil manchado por el solo hecho de estar en sus manos. Viven en mi recuerdo varias estampas de aquel tiempo, y aunque los a?os han pasado, y parece improbable que la hecatombe lle gue a repetirse, me dan miedo todav?a el pa?s y sus hombres,

que al fin fueron el pa?s y los hombres que hicieron posible

la ?poca de Calles. No deja de resultar extra?o el escaso inter?s que los di

plom?ticos espa?oles de ese lapso mostraron por la Cristiada, en la que s?lo vieron brotes rebeldes sin bandera ni ley, o, peor todav?a "una rebeli?n de cat?licos sin fe, de curas in morales y salteadores de caminos".25 No cabe mayor ofensa hacia campesinos que empu?aron las armas movidos por su fe, y hacia curas rurales que rompieron con la Jerarqu?a para

seguir a su grey. Imposible reducir a un juicio como ?se la significaci?n de la Cristiada; ni a muchas m?s palabras ne gras o palabras blancas. A?os tuvimos que esperar para que la cr?tica hist?rica mostrara, en aguafuertes goyescos, la tra ma de aquel drama insensato.26 Mayor importancia concedieron los diplom?ticos hispanos a la expulsi?n de sacerdotes espa?oles, que se consum? en esos a?os por mandar la Constituci?n que los ministros de cualquier culto fueran ciudadanos mexicanos, aunque los cu 25 Luis Dupuy de Lome al M. de E., despacho 98, M?xico, 30 de abril

de 1927.

26 Pienso, sobre todo, en los libros magistrales de Jean Meyer: La Cristiada, M?xico, 1973-1974, y de Antonio Rius Facius: M?xico cris tero. Historia de la A.C.J.M., M?xico, 1966.

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ras peninsulares atribu?an la medida a malquerencia del cle ro nativo, ofendido por la discriminaci?n de que era objeto sobre todo en los centros urbanos importantes y entre las altas

clases sociales. En el archivo madrile?o abundan los despa chos que aluden a esa situaci?n, y que los diplom?ticos jus

tificaban ordinariamente aduciendo la mejor preparaci?n del clero espa?ol y su m?s pura vocaci?n por las tareas pastora les. Criterio a veces simplista y en ocasiones injurioso, como cuando Delgado y Olaz?bal informaba que el clero mexicano estaba formado en su mayor parte por indios, "con todos los defectos de esta raza degenerada, ignorante, de costumbres y moralidad en muchos casos dudosa, y que es adem?s, como todo indio, ap?tico, susceptible, envidioso y rebelde a la dis ciplina".27 Acertaba en cambio el ministro al dar por cierto que el caso de los sacerdotes peninsulares y el de los hacendados afec

tados por la reforma agraria era semejante, y no por otra cosa sino por ser mayor el n?mero de los avocados a sufrir los rigores de la ley. S?lo que ni los cl?rigos ni los terrate nientes se har?an tan juiciosa reflexi?n, ya que las quejas menudeaban en punto a la insuficiente energ?a de Olaz?bal para proteger los intereses que se le hab?an confiado. Tantos fueron los reproches, y tan alto llegar?an, que el ministro se vio en la necesidad de defender su conducta: "Ponen en pa rang?n la defensa de los intereses americanos con los nues

tros ?escrib?a a Madrid?, para deducir que mientras los

americanos son siempre atendidos nosotros somos atropella dos, pero la tirantez de relaciones entre Washington y M?xi co prueba hasta la saciedad lo que son atendidos los intereses americanos. Pero aunque as? fuera ?c?mo podr?amos compa rar nuestra situaci?n con la que aqu? ocupa Am?rica?" 28

No cabe duda que el ministro estaba hasta la coronilla

de sus compatriotas, de los mexicanos y de Calles en particu lar. Seguramente ning?n diplom?tico espa?ol, representante 27 Delgado y Olazabal al M. de E., despacho 29, M?xico, 28 de

febrero de 1926.

28 Delgado y Olazabal al M. de E., Mendieta y Nunez: op. cit.

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de la monarqu?a, habr?a podido entenderse con Calles, como ?y a pesar de sus violencias? hubo quienes simpatizaron con Obreg?n. El futuro Jefe M?ximo de la Revoluci?n era un sectario de tomo y lomo en ese tiempo al menos, esclavizado por tres o cuatro odios elementales, uno de los cuales era su aversi?n hacia la aristocracia y las instituciones mon?rquicas. Que a?os m?s tarde cultivara don Plutarco magn?ficas rela ciones con los diplom?ticos de la Rep?blica Espa?ola prueba sobradamente hasta d?nde el hombre supon?a que lo que ocurr?a en Espa?a respond?a a su propio modelo pol?tico.

Modelo que Delgado y Olazabal puntualizaba al comunicar

a Madrid el texto del discurso que pronunci? el presidente en la Convenci?n obrera, reunida en la capital el 5 de mar zo de 1926: "La nota general y saliente de este discurso es la del halago al indio, al obrero, a las clases humildes, en salzando sus cualidades, encomiando sus derechos, persuadi?n

dolos de que todo en M?xico s?lo a ellos pertenece. Para

llegar a esa finalidad, nada hay que entusiasme m?s a esas masas que descubrir la tiran?a de nuestros conquistadores, de

la dominaci?n espa?ola, de cuantos gobiernos de orden se

han sucedido en la historia de M?xico; presentar a los extran jeros como explotadores, y a la religi?n y a las clases conser vadoras, a todo cuanto es elemento de prestigio, como sus eternos enemigos." 29

La verdad era que para los diplom?ticos espa?oles resul taba dif?cil proteger los intereses de sus conciudadanos en aquellas circunstancias. Dificil?simo, cuando la Revoluci?n exig?a su sacrificio.

El 20 de octubre de 1926, al aprobar el Congreso la reforma constitucional para que cualquier ex presidente pudiera ocu

par de nuevo la presidencia, siempre y cuando vacara du rante un per?odo intermedio, se defin?an tanto los planes de

29 Delgado y Olaz?bal al M. de E., minuta del despacho de 11 de marzo de 1926.

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Obregon como la funcion que Calles desempefaria en l

mismos. Cuerdamente sospechaba Pedro de Igual -encarga de la legaci6n al retirarse Olazabal-, que la limitaci6n i

puesta por el nuevo texto de la Constituci6n seria al f

letra muerta, "ya que la reforma, hecha con el exclusive o

jeto de dejar paso a la presidencia al general Obreg6n, creencia comun que se repetira mas tarde, eliminando to limitaci6n, dada la facilidad con que aqui se puede reform la Constituci6n".30

Mas el problema real de esos dias no era la reforma qu dejaba franco el paso a las ambiciones de Obregon sino, p un lado, el creciente fortalecimiento del grupo callista; p otro el surgimiento de nuevas ambiciones pretorianas, aho bajo la bandera antirreeleccionista, y por ultimo la dispu con los Estados Unidos por la cuesti6n del petroleo. Que a concluir el senado americano su periodo de sesiones dejar al presidente en libertad de actuar en ese asunto, produjo Mexico "nerviosidad y desconcierto" segun Luis Dupuy Lome, encargado espafiol de negocios, pues si bien no se mia un conflicto armado, si, en cambio, se advertia la posi lidad de un rompimiento, y "hasta alguna demostracion p parte de los Estados Unidos".31 Pasaron quince dias sin m jorar la situaci6n "con una tirantez de <(tira y afloja>, mut miedo y respeto, sin la menor lealtad ni confianza",32 ha que, en junio, Washington afloj6 la cuerda al conceder un licencia al embajador Sheffield, cuyas relaciones persona con Calles habia terminado por ser intolerables.33 Mas el e cargado de negocios no daba un comino por la saludable m dida, y menos cuando el 1I de septiembre, al dirigir Calle su informe anual al Congreso, se refiri6 a los Estados Unid

30 Pedro de Igual al M. de E., despacho 158, Mexico, 30 de oc

bre de 1926.

31 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 52, Mexico, 15 de mar de 1927. 32 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 65, Mexico, 31 de marzo de 1927. 33 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 139, Mexico, 15 de junio de 1927.

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OBREG?N Y EL MAXI MATO

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"en forma agresiva e impertinente, diciendo cosas que entre pa?ses europeos ser?an seguramente base para un rompimien to, o aun de casus belli''. Dupuy estaba seguro de que el nue vo embajador americano traer?a "un ultimatum sobre la cues ti?n petrolera, el agrarismo, la cuesti?n de garant?as al capi tal y a la seguridad personal, y sobre la propaganda de ideas an?rquico-disolventes que el gobierno de M?xico hace en Cen

troam?rica y aun en los Estados Unidos",34 y por eso se hallaba el ambiente cargado de incertidumbres cuando, a fines de ese mes, lleg? a M?xico el nuevo embajador de los Estados Uni dos ?el se?or Dwight Morrow?, cuya designaci?n, seg?n el

diplom?tico espa?ol, produjo reacciones encontradas: opti

mistas en los c?rculos financieros de la capital, y pesimistas en

los sectores oficiales, donde no se ten?a confianza en la bon dad de las instrucciones que recibi? en Washington el reci?n llegado.35 Mas la cosa no era para tanto, pues Morrow no era como Sheffield sino como Poinsett, y en vez de pelear con Calles se convirti? en su asesor y ?ngel guardi?n. Archiv? las intem perancias de su antecesor ?de todos sus antecesores?, y se convirti? en precursor del "Nuevo trato" roosveltiano. Supo guardar las formas para no lastimar a este pueblo tan sensi ble, y obtuvo de Washington, en beneficio de M?xico, un derecho de singular importancia en las futuras relaciones en tre ambos pa?ses: el derecho al pataleo, un derecho que Ca lles hab?a ejercido por su cuenta y riesgo antes de que se lo concedieran. Mas la situaci?n interior era ya cuesti?n grav?sima, por lo menos desde que las maniobras reeleccionistas de Obreg?n despertaron entre otros generales la ambici?n de ocupar la Silla, mayormente cuando la conducta de don Alvaro pon?a en sus manos la bandera maderista de la "No reelecci?n". El general Francisco Serrano ense?? las u?as desde marzo, meses 34 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 224, M?xico, 15 de septiem bre de 1927. 35 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 234, Mexico, 30 de septiem bre de 1927.

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JOS? FUENTES MARES

antes de que Obreg?n lanzara abiertamente su candidatura, mientras por otro lado los cristeros ten?an en vilo varios de

los m?s importantes estados del pa?s. "La opini?n del que suscribe ?dec?a a Madrid Dupuy?, es que aqu? no se puede

ser profeta m?s que por unos d?as, dado lo complicado y di verso de todos los elementos y circunstancias que se mueven, pero que al presente no pasar? nada; hoy hay una tormenta en un vaso de agua, pero, al derramarse, lo mismo puede le vantar en armas a este gran mar revuelto que es la rep?blica de M?xico, como una vez m?s seguir las cosas como est?n al

presente".36 Hacia junio se hab?a lanzado a la lucha electo ral el general Arnulf o R. G?mez con un programa moderado,

dirigido a ganarle adeptos en los c?rculos m?s o menos con servadores, y cuando a fines del mes lanz? Obreg?n su Ma nifiesto, aceptando su candidatura presidencial, G?mez y Se rrano integraron el bloque antirreeleccionista para hacer fren

te al enemigo com?n. "Dado lo incierto de la pol?tica mexi cana nada se puede prever ?informaba el diplom?tico espa ?ol a su gobierno?, pero no cabe duda de que el gran n?me ro de descontentos con el actual estado de cosas, y hasta la ayuda de poderosas empresas petroleras al general G?mez, y la influencia y popularidad del general Serrano en el ej?rcito pueden dar una sorpresa en la futura lucha por la primera magistratura. En lo ?nico que est? toda la opini?n conforme, es en que habr? lucha cruenta. Se espera que pronto el par tido capitaneado por los generales G?mez y Serrano empe zar? su campa?a activa, saliendo al campo partidas, y comen zando una nueva revoluci?n".37 De prisa iba el encargado de negocios en sus previsiones, puesto que la intentona revolucionaria no se produjo hasta el 2 de octubre, y sin que "la influencia y popularidad" del general Serrano sirviera para maldita la cosa puesto que el gobierno, al tanto de la conjura, se hizo due?o de la situa 36 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 52, M?xico, 15 de marzo de 1927. 37 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 161, M?xico, 30 de junio de 1927.

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ci?n en unas cuantas horas. Serrano asesinado en el camino de Cuernavaca, Almada fugitivo, y G?mez y Rueda Quijano fusilados poco m?s tarde, nada parec?a impedir que Obreg?n ocupara por segunda vez la presidencia de la Rep?blica. Pero el 11 de ese mes se llev? al senado una nueva iniciativa de reforma constitucional para prorrogar el per?odo presidencial

por dos a?os ?que el 14 aprob? la c?mara de diputados?,

y en el aire qued? la duda de si la reforma en cuesti?n sur tir?a sus efectos a partir del per?odo de Obreg?n, o si se pro rrogar?a en dos a?os el mandato de Calles. La sorpresiva re forma constitucional se prestaba a todo g?nero de conjeturas,

alimentaba sobre todo los rumores de un posible rompimien to entre ambos sonorenses, mayormente cuando sus respecti vos partidarios se culpaban mutuamente de las ejecuciones y dem?s hechos violentos consumados en los ?ltimos d?as. "El asunto de la pr?rroga del per?odo ?informaba Dupuy a Ma drid?, si ha de tener efecto desde el actual o s?lo ha de ser

una realidad en el pr?ximo per?odo, puede traer el rompi miento entre los actuales directores de la pol?tica de M?xico, y ello traer?a, probablemente, el recrudecimiento de la revo luci?n en grandes proporciones".38 Todo agravado por la in

minente llegada de Mr. Morrow, a quien se esperaba "con verdadero p?nico por el p?simo efecto que han producido en Norteam?rica los ?ltimos sucesos, y el temor de en?rgicas actitudes".39

La intranquilidad culmin? el domingo 14 de noviembre con el atentado que sufri? Obreg?n, cuando paseaba en auto

m?vil con sus amigos por el Bosque de Chapultepec, y a

cuyas resultas el carnicero Roberto Cruz hizo de las suyas con los presuntos responsables. "Se empieza a entrever una posible ruptura entre el general Calles, actual presidente, y el general Obreg?n", informaba Dupuy al ministro de Estado; "ello encierra gran peligro, pues podr?a dar lugar a muchos y

38 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 264, M?xico, 15 de octubre

de 1927. 39 Dupuy de Lome al M. de E., Mendieta y N??ez: op. cit.

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sangrientos sucesos." 40 Tanto exacerb? los ?nimos el atentado

que el nuevo ministro espa?ol, marques de Rialp, informa ba en marzo de 1928: "Los ?ntimos partidarios de ambos no ocultan su enemistad, y el nerviosismo en las esferas oficiales es grande." 41 Apenas un anticipo de lo que ocurrir?a cuatro meses m?s tarde, al consumarse el crimen de la Bombilla. El 2 de marzo dio formalmente comienzo la campa?a pre sidencial de Obreg?n, quien hizo declaraciones en las que "se insinuaba cierta tendencia conservadora" seg?n el marqu?s de Rialp, puesto que con el prop?sito de introducir un nuevo giro en las cuestiones religiosas lleg? a decir don Alvaro "que

el pueblo necesita una creencia, y que es in?til tratar de arranc?rsela",42 agregando que la Revoluci?n jam?s hab?a sido enemiga de los cultos religiosos, respetando siempre "la libertad de creencias".43 Pocos meses m?s tarde trascender?a tambi?n la decisi?n del candidato de acabar con la C.R.O.Mi

"para poner fin a la tiran?a de una fuerza pol?tica hasta hoy preponderante", de lo que Luis N. Morones estar?a muy cons ciente cuando en el mitin obrero del l9 de mayo de 1928, en

el Teatro Hidalgo, declar? que la C.R.O.M. no colaborar?a

con ning?n hombre p?blico que sucediera a Calles, de quien hizo los mayores elogios. "La lucha est? pues planteada en t?rminos claros y precisos" ?informaba a Madrid el marqu?s de Rialp. "Lo que por ahora parece m?s probable es el triun fo de Obreg?n, a menos de que no surja alg?n acontecimiento inesperado de los que son tan frecuentes en M?xico, y que hacen tan dif?cil vaticinar en pol?tica, aun en aquello que parece m?s veros?mil y l?gico. La carencia de ideales y la inconsistencia de las convicciones crean en M?xico un tipo de hombre p?blico ?nico en el mundo, hombre que s?lo persigue 40 Dupuy de Lome al M. de E., despacho 268, M?xico, 15 de noviem bre de 1927. 41 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 59, M?xico, 15 de marzo

de 1928.

42 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 65, M?xico, 31 de marzo

de 1928. 43 Marqu?s de Rialp al M. de E., Mendieta y N??ez: op. cit.

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OBREG?N Y EL MAXIMATO

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por cualquier medio su medro personal, que hoy parece fir memente identificado con una tendencia pol?tica determina da y ma?ana aparece afiliada con otra completamente opues ta; que los momentos de crisis observa una actitud vacilante y a la expectativa, y acaba por irse a la cargada, como dicen aqu? con frase expresiva, arrim?ndose al que m?s puede dar o quitar, y dejando en un momento solo, cuando menos se esperaba, al hombre que parec?a aunar todas las simpat?as y todos los prestigios, como ocurri? con Madero, con Carranza y con tantos otros. Por esto no ser?a nada remoto que lo que hasta ahora aparec?a como una fuerza formidable, la C.R.O.M.,

pasara a engrosar poco a poco el obregonismo, dejando en la estacada a Morones, astro que declina, y por cuya seguri

dad personal no podr?a darse un ochavo en estos momentos. El ponerse en el camino de Obreg?n resulta hoy muy peli groso en M?xico; Morones que lo sabe, si puede tratar? sin duda de adelantarse a su adversario, y por eso no tiene nada de inveros?mil el rumor que ha circulado estos d?as por aqu? seg?n el cual, a su regreso de Jalapa, Obreg?n estuvo a punto de perecer v?ctima de un atentado preparado por la C.R.O.M. El hecho evidente es que el candidato toma grandes precau ciones para proteger su seguridad personal, y que antes de partir para Sonora, para donde saldr? el d?a 20, dando por terminada su campa?a electoral, ha cuidado de hacer venir a la capital un buen n?mero de regimientos de yaquis, tropas tradicionalmente fieles a su causa, compuesta de indios del Norte medio salvajes".44 A fines de mayo de 1928 el term?metro pol?tico registra ba temperaturas de azoro, y los observadores neutrales adver t?an que una tormenta amenazaba la precaria estabilidad del r?gimen aguaprietista; mas al mediar junio renaci? la tran quilidad por lo visto, ya que Rialp informaba que Obreg?n, en Navojoa, esperaba tranquilo el desarrollo de los aconte cimientos, "que no hay ning?n motivo para creer que se sal 44 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 125, M?xico, 28 de mayo

de 1928.

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JOS? FUENTES mares

gan de lo normal".45 Y as? tambi?n el 30 de junio: "La elec ci?n de Obreg?n se celebrar? seguramente sin el menor con tratiempo, y de una manera normal y pac?fica." 46 Todav?a el 16 de julio, v?spera del magnicidio, reinaba la calma: "A su llegada a la Estaci?n Colonia le esperaban no menos de treinta mil personas.. . el trayecto hasta el Centro obrego nista.. . constituy? una verdadera carrera triunfal, signo, se g?n los partidarios del general, del amor inmenso que pro fesa el pueblo mexicano en su m?s leg?timo caudillo." 47 E in esperadamente los disparos de Toral en La Bombilla, el caos inminente, y la dura mano de Calles que tom? las riendas. Cabe pensar hasta d?nde habr?an llegado las cosas de no in

terponerse don Jos? de Le?n Toral en los planos de don

Alvaro. Cabe pensar si en esas condiciones habr?a nacido el

P.N.R. o de qu? medio habr?a echado mano el sonorense

para perpetuarse en el poder. Resulta fascinante imaginar c?mo habr?a sido la historia sin Toral y sus disparos; c?mo sin la defecci?n de Iturbide, c?mo sin la derrota de Miram?n en Calpulalpan, c?mo sin la inesperada renuncia de Porfirio D?az. Tanto, tan fascinante como imaginarla sin la prema tura muerte de Obreg?n. Todav?a bajo los efectos de la gran sorpresa informaba Rialp a Madrid el 31 de julio: "La m?s aguda crisis pol?tica por la que atraviesa M?xico desde la ca?da del general Por firio D?az puede considerarse la que ha producido el asesi

nato del presidente electo de la Rep?blica general Alvaro

Obreg?n. .. Con ?l desaparece la primera figura militar y po l?tica de M?xico, y su muerte representa el fin de una etapa de la Revoluci?n mexicana, la que tuvo principio con el ase sinato de Carranza.. . Durante esta etapa Obreg?n fue arbi tro y alma de la vida p?blica, y a pesar de su retiro a sus tie 45 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 157, M?xico, 15 de junio

de 1928.

46 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 180, M?xico, 30 de junio

de 1928. 47 Marqu?s de Rialp al M. de E., minuta despacho de 16 de julio de 1928.

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OBREG?N Y EL MAXIMATO

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ri as de Sonora durante la presidencia de Calles, la sombra y

el nombre de Obreg?n pesaban en toda medida de alguna importancia que hubiera de adoptarse, y hacia ?l se volv?an instintivamente todas las miradas en los momentos de crisis." 48

?Qui?n arm? la mano de Toral? ?Obr? Jos? de Le?n por su cuenta, o fue instrumento? Preguntas que nadie ha podido contestar satisfactoriamente desde aquel terrible d?a de julio, cuando por a?adidura la pugna del caudillo con Morones y la C.R.O.M. justificaba ciertas sospechas y presunciones. En manos de don Plutarco ca?a sorpresivamente el fruto maduro, aunque fuera un fruto como esos, tan mexicanos, de finas es

pinas que defienden la sabrosa pulpa. Con el obr?gonismo encrespado algo ten?a que sacrificar Calles, y se decidi? por

medidas dr?sticas que le pusieran a salvo: ces? a funcionarios cromistas, o que simplemente no simpatizaban del nuevo m?r tir de la Revoluci?n mexicana; ces? a Roberto Cruz para que el general R?os Zertuche se hiciera cargo de la inspecci?n de polic?a, y dej? a Toral al arbitrio del obregonismo. Entregar lo, para que lo atormentaran salvajemente, era tanto como dar un mentis rotundo a su presunta complicidad en el cri

men. Hizo cuanto pudo para ponerse a salvo, y s?lo falt? que pidiera una jofaina para lavarse las manos.

Nadie niega que Calles actu? en esos momentos como

un pol?tico avezado, pues sin dejar de culpar a los cat?licos por el magnicidio dirigi? sus esfuerzos a atraerse a los obre gonistas m?s prominentes ?a don Aar?n S?enz particularmen te? quien seg?n el marqu?s de Rialp termin? por proclamar a Calles como su jefe.49 "Calles intenta recoger la herencia del

general Obreg?n apoy?ndose en los elementos adictos a ?ste, y abandonando en la estacada a los que hasta ahora fueron sus sostenes, el Partido Laborista y la C.R.O.M., odiados hoy generalmente en el pa?s, y objetos del mayor encono por parte

del obregonismo", inform? a Madrid.50

48 Marqu?s de Rialp al M. de E., minuta del despacho fechado el

31 de julio de 1928. 49 Marqu?s de Rialp al M. de E., minuta del despacho citado. so Marqu?s de Rialp al M. de E., minuta del despacho citado.

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Inclusive la decisi?n de que don Emilio Portes Gil ocu para la presidencia, mientras se convocaba a nuevas eleccio nes, fue en el fondo una transacci?n de Calles con el obre gonismo, y as? lo entendi? el sagaz don Emilio al tomar por su cuenta el viejo pleito de don Alvaro con Morones y la C.R.O.M. Cuando el popular actor Roberto Soto puso en el Teatro L?rico una revista titulada "Desmoronamiento", Luis N. Morones amenaz? con la acci?n directa, mas el presidente advirti? p?blicamente que la obra del Teatro L?rico respon d?a al "clima de libertad en que viv?a el pa?s", y el "desmoro namiento" se hizo m?s palpable. Atinadamente observaba Rialp que de acabar "con la funesta dictadura de la C.R.O.M." los obregonistas terminar?an por disciplinarse,51 y as? fue: aunque algunos se fueron en pos de la candidatura de Gil berto Valenzuela, la mayor?a ?no tal vez los m?s ortodoxos pero s? los m?s utilitarios? terminaron por integrarse al si guiente a?o en las invencibles filas del P.N.R. sin duda la decisi?n m?s prudente y remuneradora: el muerto al hoyo y el vivo al bollo, la vieja sabidur?a de algunos hombres hon rados y de todos los bribones. No era f?cil que Portes Gil pudiera sacudirse la tutela de don Plutarco, y menos todav?a cuando ?l, al fin y al cabo un civil, tuvo que dejar hasta la sombra de su presidencia en manos de Calles al reventar el 2 de marzo de 1929 la "re voluci?n renovadora", optimista calificativo que adoptaron los autores del cuartelazo que Escobar, Aguirre, Caraveo, Man zo y Urbalejo iniciaron en Veracruz y en tres estados nor te?os. La rebeli?n de marzo de 1929 naci? muerta, pues in dependientemente de su car?cter local cont? el gobierno des

de un principio con el apoyo de los Estados Unidos, por m?s que seg?n el ministro de Espa?a la incierta fidelidad del general Almaz?n pudiera modificar el cuadro en un mo mento dado. Como quiera, el de Rialp no era un entusiasta de don Plutarco y menos de Portes Gil, "d?cil instrumento del general Calles", pues aunque seg?n ?l, e inicialmente, se 61 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho s/n, M?xico, 15 de di

ciembre de 1928.

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OBREG?N Y EL MAXIMATO

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depositaron en don Emilio "grandes esperanzas", el hombre termin? por definirse "como un sectario m?s, sin la flexibi lidad y finura de procedimientos propios de un verdadero gobernante".52 Apenas corr?a un mes de iniciado el cuartelazo y se daba por cierto su fin, con Torre?n evacuada, Escobar en Chihua hua a la sombra de Caraveo, y los generales Aguirre y Palo mera L?pez metro y medio bajo tierra. Pero el ministro no se hac?a ilusiones sobre las ventajas que el triunfo del go bierno pudiera deparar al pa?s, dado que la victoria fortale cer?a la pol?tica d? Calles, ahora en condiciones de acentuar "su radicalismo sectario, sin ning?n obst?culo que se lo im pida". De haber triunfado el cuartelazo, en cambio, esperaba Rialp que se produjera "una reacci?n contra el actual estado de cosas, y quiz? poner un dique a los desbordamientos que

hasta ahora han sido la nota dominante de la pol?tica de Calles".53

No dudaba el marqu?s que Calles y su grupo escribir?an la historia mexicana de los pr?ximos a?os, y tampoco con ced?a la menor posibilidad de ?xito a la candidatura presi dencial de Vasconcelos en las elecciones pr?ximas, pues para colmo don Jos? se mostraba "demasiado hispan?filo", anti yanqui, "y la poderosa rep?blica del norte no parece tolerar que al frente de los destinos de M?xico se encuentre un hom bre que no sea mu?eco de paja del gobierno de Washington y de su embajador el se?or Morrow".54 El de Rialp hablaba en cambio de las posibilidades futuras del general Almaz?n, a quien llamaba "el caudillo", aconsejando a su gobierno que le recibiera y agasajara como "figura del futuro" ?Almaz?n se dispon?a a visitar Espa?a? por sus ?xitos en la revoluci?n que acababa de terminar, pues era un "declarado hispanista" 52 Marqu?s de Rialp al M. de E,, minuta del despacho del 28 de

febrero de 1929.

53 Marqu?s de Rialp al M. de E., minuta de los despachos del 27 de marzo y del 15 de mayo de 1929.

54 Marqu?s de Rialp al M. de E., minuta del despacho del 10 de

junio de 1929.

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JOSE FUENTES MARES

que, "si quisiera, podr?a proclamarse jefe del Estado".53 Le interesaba don Juan Andrew bastante m?s que Ortiz Rubio, "un instrumento que ajust?ndose a las normas de sus antece sores m?s inmediatos continuar? representando en el poder la pol?tica de Calles, pont?fice m?ximo indudable de la nue va situaci?n", opini?n nada generosa a pesar de que en esos d?as habl? con don Pascual* a quien hall? "muy espa?olista",

interesado en elevar a embajada la legaci?n de M?xico en Madrid.56 Las elecciones de 1929, sus resultados, y el proceso abierto por asesinato a Mar?a Teresa Landa, la famosa Miss M?xico de esos d?as, suger?an al se?or de Rialp una serie de jugosas consideraciones, entre otras que en M?xico n? hab?a demo cracia, "ni inquietudes, ni anhelos de perfeccionamiento en un sentido de radicalismo integral", y que tampoco hab?a en el pa?s "moral social ni casi moral privada", siendo mucho m?s "un pa?s sin estructura, descompuesto, sin un armaz?n que lo sostenga y lo ayude a caminar".57 Ortiz Rubio, vence dor, iba ya camino de Washington, aparentemente en viaje de descanso pero en realidad "a recibir la consigna del pre sidente de la rep?blica del norte" pues no sobraba decir que toda "la taifa pol?tica" al frente de la cual se hallaba Calles estaba por completo entregada a los Estados Unidos. Pensaba el marqu?s que "no obstante las apariencias de agudo nacio nalismo y rebeld?a", "la taifa" no era en el fondo "m?s que un instrumento que maneja a su antojo, y seg?n sus conve

niencias, la poderosa rep?blica de la uni?n".58 El viaje de

Of tiz Rubio a la uni?n americana alimentaba sus sospechas, y as? tambi?n las de su sucesor Fernando Gonz?lez Arnao, quien sabedor de que Mr. Morrow emprender?a viaje a Nue 55 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 249, M?xico, 21 de agos to de 1929. Tambi?n et despacho 234, del 2 de agosto.

56 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 413, M?xico, 15 de no

viembre de 1929.

57 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 417, M?xico, 30 de no

viembre de 1929.

58 Marqu?s de Rialp al M. de E., despacho 417, M?xico, 30 de no

viembre de 1929.

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OBREG?N Y EL MAXIMATO

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va York para recibir a Calles, a su vuelta de Europa, daba por un hecho que ambos personajes, m?s el inefable don

Pascual, tratar?an all? "las principales l?neas del plan del go bierno pr?ximo, con la sanci?n de los Estados Unidos y el visto bueno del embajador Morrow",59 m?xime que ten?a no ticias de que Ortiz Rubio hab?a visitado al presidente Hoo ver, y que la entrevista "hab?a sido m?s visita de vasallaje que de cortes?a".00 Nada ni nadie pod?a modificar la historia de los pr?ximos a?os, y los diplom?ticos espa?oles se contentaron con enviar a Madrid informes resignados de los hechos, tales como cam bios ministeriales, atropellos sobre vidas y propiedades, o el regreso de Calles de Europa y la recepci?n magn?fica que se le tribut?, con el presidente Portes Gil alineado en los ande

nes de la estaci?n Colonia. La situaci?n en Espa?a tampoco era buena, pues vientos revolucionarios amenazaban la secu lar monarqu?a borb?nica, primero con los timones al arbi trio del general Primo de Rivera, marqu?s de Estrella, y luego

al de una serie de palaciegos incapaces. Se aproximaba el

12 de abril de 1931, y con ?l el triunfo de los candidatos re publicanos en las elecciones municipales. Se aproximaba el viaje de don Alfonso XIII al puerto de Cartagena. El ?ltimo, para no volver.

59 Gonz?lez Arnao al M. de E., despacho 431, M?xico, 15 de diciem bre de 1929. 60 Gonz?lez Arnao al M. de E., despacho 460, M?xico, 31 de diciem bre de 1929.

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GABINO BARREDA Y SU

MISI?N DIPLOM?TICA EN ALEMANIA: 1878-1879 Josephine Schulte St. Mary's University Gabino Barreda es ampliamente conocido como el intelectual

mexicano del siglo diecinueve que introdujo el positivismo en M?xico. Su misi?n diplom?tica en Alemania, desde abril de 1878 hasta julio de 1879, es, sin embargo, un aspecto poco conocido de su carrera de funcionario al servicio de su pa?s. El 5 de marzo de 1878, Ignacio Vallar?a, secretario de Rela ciones Exteriores, escribi? a Barreda: El presidente de la Rep?blica, teniendo en consideraci?n

el patriotismo, reconocida inteligencia y probidad de usted, ha tenido a bien nombrarle para que con el car?cter de ministro residente se encargue de la representaci?n de los Estados Uni dos Mexicanos ante el gobierno de Su majestad el emperador alem?n, rey de Prusia, cuyo elevado encargo el presidente es pera que se servir? usted aceptar.. -1

1 Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico, Secci?n de archivo ge neral, Clasificaci?n N? H/131/7603. Topogr?fico LE 1207, 1878, N? 39,

Gabino Barreda, Su expediente personal, Legaci?n de M?xico en el Imperio alem?n [En lo sucesivo SRE-LMIA, 1878]. Alemania fue el primer pa?s que solicit? el restablecimiento de las relaciones diplom? ticas con M?xico despu?s de la Intervenci?n francesa. En su informe al congreso, el 30 de mayo de 1869, Ju?rez anunci? que M?xico ya hab?a enviado un representante a Alemania. V?ase Reconciliaci?n de M?xico y Francia (1870-1880), textos, notas, y pr?logo de Luc?a de Robina, M? xico, Secretar?a de Relaciones Exteriores, 1963, p. 15. [En lo sucesivo Reconciliaci?n].

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BARREDA EN ALEMANIA

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El d?a siguiente Barreda contest? a Vallarta: ... Al tener la honra de participar a Ud. una aceptaci?n de

tan elevado encargo, que procurar? desempe?ar en cuanto a m? dependa, con la eficacia que los intereses de mi patria exi gen, suplico a Ud. haga presente al C. presidente de la rep? blica mi gratitud y buena disposici?n...2

Hacia mediados de abril de 1878, Barreda, acompa?ado de Adri?n Segura, secretario de la legaci?n, y de Julio Barreda, se dirigi? a Berl?n para hacerse cargo de su nueva comisi?n.3

El 16 de abril de 1878, Vallarta envi? a Barreda las ins

trucciones para normar su gesti?n oficial en Berl?n. Es inte resante se?alar los siguientes puntos: ... Estudiar? usted tambi?n en todas sus fases la cuesti?n de emigraci?n alemana a M?xico, averiguando si el gobierno del Imperio la favorece o la impide; si los emigrados a la Am?rica del Sur han prosperado, si son ben?ficos a esos pa?ses etc. ... Respecto de inmigraci?n y de concesiones para industriales y especulaciones particulares podr? usted informar a los intere sados que el gobierno se halla en la mejor disposici?n para pro tegerlas conforme a las leyes de la Rep?blica y podr? usted pro porcionarles los datos que crea prudentes para alentar la con fianza. .. Sobre cuestiones econ?micas estudiar? el sistema de impuestos establecidos, su percepci?n, comunicando lo que a M?xico pueda convenir adoptar; la cuesti?n de la plata, su de preciaci?n y las opiniones dominantes sobre ella. La importa ci?n y consumo en Alemania de productos nacionales y medios de estimularla. Las industrias que puedan implantarse en M?xi co, bancos e instituciones de cr?dito, ferrocarriles bajo el punto de vista administrativo de explotaci?n, y en sus relaciones inter nacionales entre diversos pa?ses por lo que toca a la uni?n de l?neas extranjeras entre s?, su servicio, precauciones tomadas por

los gobiernos para evitar los peligros de invasi?n facilitada

2 SRE-LMIA, 1878. 3 SRE-LMIA, 1878. Julio Barreda era, probablemente, hijo de Ba

rreda. Los documentos indican que ?ste era oficial.

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JOSEPHINE SCHULTE

por los ferrocarriles extranjeros que tocan en las fronteras etc? tera etc?tera.. .4

Durante su estancia en Berl?n, Barreda fue designado por el gobierno mexicano para representar a M?xico en el Con greso de la Uni?n General de Correos, en Par?s, del 15 de mayo al 14 de junio de 1878.5 Durante su permanencia en Par?s fue nombrado representante mexicano al Congreso Pe nitenciario Internacional en Estocolmo, Suecia, del 20 al 26 de agosto de ese mismo a?o.6 Seg?n los documentos de la Secretar?a de Relaciones Exteriores que se conservan en la ciudad de M?xico, los informes que Barreda present? al se cretario sobre estos dos congresos, fueron sus ?nicas contri buciones durante el desempe?o de sus funciones c?e embaja dor residente en Alemania. Por lo tanto, este estudio tratar? de analizar dichos informes. Las actividades de Barreda en el Congreso de la Uni?n General de Correos tuvieron como resultado que se le relevara de su comisi?n en Berl?n. En el extenso informe sobre el trabajo y los resultados del Con greso Penitenciario Internacional, Barreda inclu?a sus propias ideas positivistas respecto a los que participaron en las discu siones sobre reformas penales.7

El prop?sito del Congreso de la Uni?n General de Correos en Par?s era mejorar el sistema de la Uni?n y discutir las bases del acuerdo de dicha Uni?n, firmado en Berna el 9 de 4 SRE-LMIA, 1878. Las instrucciones de Barreda constaban de 28 puntos. El contenido de los puntos 23, 24, y 25, aparece citado en este trabajo. 5 Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico, Secci?n de archivo ge neral, tratados y convenciones, 1878, Expediente N? 2, Uni?n Postal, In vitaci?n del gobierno franc?s para que el de M?xico mande un repre sentante al congreso postal que se reuniera en Par?s. Misi?n de D. Ga

bino Barreda. Caja N? 22 (Primera Parte) H-341.9 (44) "878"-1 (En

lo sucesivo SRE-UP, 1878). 6 Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico, Secci?n de Archivo general, 1878, Suecia y Noruega, Gabino Barreda, representante de M?xi co en el Congreso Penitenciario de Stockolmo, N? 4, 111/341,5 (485.3) /3, 7-18-57. [En lo sucesivo cita SRE-CPS, 1878]. 7 SRE-UP, 1878; SRE-CPS, 1878.

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BARREDA EN ALEMANIA

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octubre de 1874.8 En las instrucciones oficiales que Vallar ta envi? a Barreda el 16 de abril de 1878, la primera cl?usula establec?a que: No teniendo el comisionado mexicano el car?cter de pleni potenciario, reservado s?lo a los representantes de los gobiernos que firmaron el tratado de Berna, inicialmente podr?a concurrir

al congreso con voz consultiva y no deliberativa, seg?n los t?r

minos de la invitaci?n... Deber? el se?or Barreda poner en claro oportunamente el verdadero alcance de esa distinci?n que, a primera vista, parece puede traducirse en el sentido de que los comisionados que no son plenipotenciarios pueden concurrir con voz, pero sin voto.9

Este punto particular concerniente a la votaci?n, fue lo que finalmente condujo a un mal entendido entre Barreda y su gobierno.10 De acuerdo con las instrucciones recibidas, Barre da present? a su gobierno un informe sobre el Congreso de la Uni?n General de Correos, en mayo de 1878. Declaraba que firm? la cl?usula principal, en la que se especificaba la indemnizaci?n correspondiente al correo registrado que se extraviase. La cl?usula fue modificada de tal forma que los pa?ses no europeos quedaban excluidos de efectuar este pago si su legislaci?n se opon?a a ello. Barreda manifest? que hu biera preferido que la cl?usula no se modificase porque el hecho de que en las leyes de algunos pa?ses, como M?xico, no se mencionase indemnizaci?n alguna, no significaba que esos pa?ses se opusieran a ?sta. Era evidente, sin embargo, que

M?xico no deb?a subscribir la cl?usula concerniente a cartas que contuvieran valores declarados. Si el contenido de este tipo de cartas fuera conocido, ser?an objeto de constantes asaltos en las carreteras. Esto desacreditar?a al pa?s, acarrea r?a p?rdidas considerables a la hacienda p?blica y compro meter?a el manejo de la correspondencia en general. Ninguna naci?n fuera de Europa excepto los Estados Unidos, convino 8 SRE-UP, 1878.

? Ibid.

10 Ibid.

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JOSEPHINE SCHULTE

en esta cl?usula. Aunque las instrucciones de Barreda indi caban que deber?a de aceptar que las entregas de correos se limitaran a las ciudades principales del pa?s, pens? que lo

mejor era retener su voto hasta no recibir instrucciones m?s amplias del presidente. El gobierno quer?a que el co

rreo mexicano fuera transportado en barcos norteamerica nos. Puesto que tal estipulaci?n era simplemente un acuerdo entre los pa?ses europeos y M?xico, Barreda se abstuvo de firmar esa cl?usula. La contribuci?n de M?xico para salarios y otros gastos rutinarios para el mantenimiento de la Uni?n General de Correos, era aproximadamente de unos 1 300 a 1 400 francos anuales.11

En este mismo informe, Barreda manifestaba haber sido presentado a los miembros del Congreso el 27 de mayo. El presidente, se?or Cocherea, lo felicit? personalmente por su presencia en Par?s. Dijo que significaba un paso hacia la re novaci?n de las relaciones franco-mexicanas, rotas en 1862. Ambos estuvieron de acuerdo en que Francia y M?xico debe

r?an de olvidar el pasado. En relaci?n a las medidas que

Barreda deb?a tomar en los asuntos diplom?ticos franco-me

xicanos en Par?s, Vallarta le envi? las siguientes instruc ciones: Como es probable que durante su permanencia en Francia se le hable por conductos m?s o menos autorizados respecto del reanudamiento de relaciones entre M?xico y ese pa?s, dir? que no tiene facultad ni instrucciones de ning?n g?nero para tratar de ese asunto; que su car?cter oficial en Par?s se limita a las funciones que tiene que desempe?ar en el Congreso de la Uni?n General de Correos y que respecto del establecimiento s?lo po

dr? indicar como su base la que el gobierno ha declarado en documentos oficiales que han visto la ley p?blica.12

Para comprender la conversaci?n entre Barreda y Coche rea, es necesario mencionar brevemente los antecedentes de las relaciones franco-mexicanas. En diciembre de 1870, M?xi il Ibid.

12 Ibid.

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BARREDA EN ALEMANIA

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co fue informado, por intermedio de los Estados Unidos, de que Francia quer?a renovar las relaciones diplom?ticas que hab?an sido rotas durante la Intervenci?n.13 El problema era tan complicado que tard? diez a?os en resolverse.14 Para evi tar tomar la iniciativa, el gobierno franc?s quer?a aprovechar

la oportunidad de la Exposici?n Universal que se inaugur? en Par?s en mayo de 1878.15 M?xico no recibi? invitaci?n oficial ya que no exist?a un representante diplom?tico oficial mexicano en Par?s. Sin embargo, tanto los comerciantes mexi canos como los franceses, deseaban que M?xico participara en la exposici?n. A instancias de ?stos, Armand Montluc, agen te comercial privado mexicano en Par?s, hizo saber esta situa ci?n al secretario de Relaciones Exteriores y al secretario de Obras P?blicas. Berger, director de la delegaci?n general de la Exposici?n, escribi? a Jos? Mar?a Torres Caicedo, emba jador de El Salvador en Par?s y director del grupo de estados americanos en la muestra, expresando su sorpresa de que M? xico no asistiera por no haber sido invitado oficialmente.16 Subsecuentemente, Torres Caicedo incit? a Porfirio D?az a

que enviara a un representante a Par?s. El problema, dec?a, podr?a resolverse a trav?s de una rep?blica latinoamericana, amiga, que enviara a un delegado por M?xico. El grupo de los estados americanos dejar?a un local libre.17 Vallarta, se cretario de D?az en Relaciones Exteriores, agradeci? a Torres Caicedo su inter?s en M?xico y su deseo de que M?xico par ticipara en la Exposici?n.18 Le recordaba, sin embargo, que M?xico no hab?a recibido una invitaci?n del gobierno fran 13 Reconciliaci?n, pp. 47-48. 14 Ibid., p. 18. Durante este periodo de diez a?os hubo en Francia seis secretarios de Relaciones Exteriores (Favre, R?musat, Broglie, De cazes, Waddington y Freycinet), y en M?xico siete secretarios de Re laciones Exteriores (Lerdo de Tejada, Mariscal, Lafragua, Romero Ru bio, Vallarta, Mata y Ruelas) . 15 Ibid., p. 25.

le Ibid.

17 Ibid., pp. 92, 97. 18 ibid., pp. 97-98.

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ces. Admit?a que aunque ?l hab?a recibido un telegrama sin firma, no lo aceptaba como una invitaci?n.19 Los comerciantes mexicanos ignoraron la decisi?n del go bierno de no participar en la Exposici?n Universal. Barreda expuso claramente el problema en una carta dirigida a Torres Caicedo, fechada el 26 de mayo de 1878: He visto en la Exposici?n una secci?n que constituye, se me

ha dicho, una parte del local acordado al Salvador; en dicha secci?n est?n exponiendo algunos objetos provenientes de M? xico y como yo entiendo que tales objetos habr?n sido expues tos all? por sus respectivos due?os, mediante el bondadoso per

miso, que Ud. por diferencia y simpat?a hacia mi pa?s, les habr? sin duda acordado, nada tengo que objetar al derecho que esas personas tienen de valerse de ese medio para buscar un mercado a sus efectos; no puedo tampoco hacer otra cosa que dar a Ud. las m?s expresivas gracias por su afectuosa sim pat?a; pero despu?s de la declaraci?n categ?rica que el gobierno

mexicano ha hecho de que la naci?n no tome parte en la Ex posici?n, todo arreglo que pueda hacer creer que tal resolu

ci?n, tomada en virtud de evidentes exigencias de decoro na cional, desea eludirse, debe cuidadosamente evitarse. Conociendo pues las ben?volas y sinceras intenciones de Ud. en favor de M?xico, me permito suplicarle se sirva dar sus ?rdenes para que cada comerciante exponga, si quiere, los efectos de su pro

piedad o comisi?n bajo su propio nombre indicando, si lo desea, el lugar de su procedencia, pero de ning?n modo bajo

la denominaci?n colectiva de productos de M?xico (produits du Mexique), porque tal denominaci?n, puesta en el sitio mismo en que se habr?a inscrito el nombre de la naci?n mexicana* y en los propios en que se hubiera hecho si se tratase de una exposici?n nacional, puede extraviar en punto tan esencial el juicio del p?blico en un sentido poco decoroso para mi patria. Si a estas obvias y trascendentales consideraciones agrega Ud. la triste cobranza del conjunto de los productos expuestos, com prender? Ud. la necesidad urgente que me ha impulsado a re currir a sus buenos y simp?ticos oficios, para hacer cesar una irregularidad contraria al buen nombre de M?xico por el que

19 Ibid., p. 96.

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BARREDA EN ALEMANIA

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siempre ha manifestado Ud. tanto inter?s, y que s?lo ha podido querer introducirse por una involuntaria inadvertencia, debido a un entusiasmo que las exigencias de los comerciantes no debe apartar de su verdadero objeto.

Dando a Ud. las debidas gracias por la buena acogida con

que cuento recibir? esta carta puramente confidencial y amis tosa, pero de acuerdo con las instrucciones de mi gobierno, ten

go la honra de repetirme como su m?s atento compa?ero, amigo y S.S.20

Este problema, manifestaba Torres Caicedo, ha sido una

"fuente para m? de mil disgustos cuando mi prop?sito fue ser

?til, sin m?s aspiraci?n que la de servir". Le dijo a Barreda que pedir?a a los comerciantes que se atuvieran a las instruc ciones; pero insist?a en que si llegaban m?s productos mexi canos, les dar?a a todos una denominaci?n general. Barreda se?alaba que no pod?a avenirse a este arreglo hasta no reci bir ?rdenes especiales del secretario de Relaciones Exteriores.21

Durante su conversaci?n, Cocherea dijo a Barreda que Va llarta no parec?a muy entusiasmado respecto al restablecimien

to de las relaciones franco-mexicanas. Barreda, sin embargo, hizo intentos para convencerlo de que tanto el gobierno como el pueblo mexicano estaban interesados en un acercamiento. Cocherea indic? que el ministro franc?s tambi?n deseaba re anudar las relaciones diplom?ticas con M?xico.22

El gobierno franc?s ten?a buenas razones para pensar que M?xico reclamar?a indemnizaciones por la Intervenci?n. Ba rreda mencion? a Cocherea que personas bien informadas le aseguraban que el gobierno franc?s no reconocer?a estas deu das. Vallarta indic? a Emilio Velasco, agente confidencial en Par?s (representante no oficial), que M?xico no ten?a que tomar la iniciativa para reanudar las relaciones con Francia. 20 SRE-UP, 1878. El 15 de mayo, d?a en que Barreda lleg? a Par?s, varios mexicanos lo visitaron. Estaban disgustados porque se le hab?a pedido a M?xico participar en la Exposici?n Universal, sin haber sido invitado oficialmente.

21 Ibid.

22 ibid.

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JOSEPHINE SCHULTE

Cualquier acercamiento, dec?a, deber? ser precedido por un tratado que resuelva el problema de las indemnizaciones, que define las relaciones franco-mexicanas y que evite dificulta des futuras. Propuso un arbitraje.23 Antes de que Barrera abandonara Par?s, William Henry Waddington, ministro franc?s de Relaciones Exteriores, invi t? a una cena en su casa a los miembros del Congreso de la Uni?n General de Correos, a los delegados de la Exposici?n Universal y a otras distinguidas personalidades. Barreda es tuvo sentado junto al jefe del cuerpo consular franc?s, quien

le asegur? que el telegrama que se mand? para invitar a

M?xico a participar en la Exposici?n hab?a sido firmado por el ministro franc?s de Relaciones Exteriores. Era su intenci?n permitir a M?xico dar el paso preliminar hacia la reanuda ci?n de las relaciones diplom?ticas.24 En t?rminos generales, Barreda estuvo de acuerdo y manifest? que fue lo mejor que pudo hacerse, dadas las circunstancias.25 Es interesante hacer notar que las relaciones franco-mexicanas no se reanudaron sino hasta diciembre de 1880, cinco meses despu?s de que Ba rreda dejara su cargo de diplom?tico en Berl?n.26 Despu?s de haber concluido su misi?n de delegado mexi

cano ante el Congreso de la Uni?n General de Correos,

Barreda regres? a Alemania. Al llegar a Berl?n el 14 de junio de 1878, recibi? la siguiente carta de Jos? Mar?a Mata, secre tario de Relaciones Exteriores: Habiendo sido invitado el gobierno de M?xico por el de

Su majestad, el rey de Suecia y Noruega, para que acredite un

delegado en el Congreso Penitenciario Internacional que de

ber? reunirse en Stockolmo el d?a 20 de agosto de este a?o, el presidente, atendiendo a la ilustraci?n y patriotismo de usted, ha tenido a bien designarlo para que represente al gobierno de la Rep?blica en dicho Congreso. 23 Ibid.; Reconciliaci?n, pp. 99, 26. 24 SRE-UP, 1878.

25 Ibid.

26 Reconciliaci?n, p. 37.

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BARREDA EN ALEMANIA

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Remito a usted adjuntas las credenciales e instrucciones que han de servirle para el desempe?o de su nuevo encargo.27

El Congreso estaba formado por 296 miembros. Sesenta eran oficiales; los dem?s eran, principalmente, personas co nectadas en sus pa?ses respectivos con instituciones penales. Controlaban las tres cuartas partes de las prisiones de Europa.

El Congreso mantuvo seis d?as de sesiones. Trabajaba duran te seis horas al d?a, tres en asamblea general y tres en sec ciones.28

Las obligaciones de Barreda, as? como las de los dem?s delegados, consist?an en participar en las sesiones y consultar y ser consultado en asuntos concernientes a penitenciar?as. Tambi?n recibi? instrucciones para estudiar los puntos dis cutidos en el Congreso y enviar un informe al secretario de Relaciones Exteriores, lo que hizo el 11 de febrero de 1879, 5 meses despu?s de su regreso a Berl?n.29 Barreda comenz? su informe con estas declaraciones: Me permitir? dar algunas veces mis propias reflexiones a las de las personas que tomaron parte en tan arduas discusiones. .. Si alguna vez mis propias ideas me conducen a apreciaciones

que no est?n enteramente de acuerdo con las que en el seno

del Congreso fueron expuestas y aun aceptadas, lo expresar? con franqueza procurando fundar brevemente mis opiniones, siquie ra sea para demostrar mi empe?o en cumplir con el encargo que se me cometi? y aun tal vez para contribuir a que las opi niones con que yo no crea deber estar de acuerdo, resulten las m?s bien fundadas.

Esta conducta es para m? tanto m?s indispensable, cuanto que las reflexiones a que me pueda yo ver conducido en el curso de este informe no podr?an llegar de otro modo a conocimiento del supremo gobierno, supuesta la resoluci?n que tom?, de no intervenir en las discusiones del Congreso, cualquiera que fuese

mi propio parecer respecto de las cuestiones que all? se tra taron. . .

27 SRE-CPS, 1878. 28 Ibid. 29 Ibid.

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N? pudiendo yo llevar a las discusiones el contingente de ninguna experiencia personal pr?ctica, y habiendo manifestado el Congreso la firme resoluci?n de hacer a un lado todo punto de vista puramente te?rico, ?nico terreno en que yo habr?a po dido tal vez aventurarme; el papel de simple observador era el que m?s conven?a a mi situaci?n. Ello me permit?a tambi?n hacer punto omiso del estado ac tual de nuestras prisiones que por desgracia nada presentan hasta ahora digno de ser imitado. . .30

Convencido de sus ideas positivistas, Barreda no cre?a que la verdadera utilidad de un congreso internacional fuera in mediata, absoluta y dogm?tica. Hizo notar la uniformidad de las diversas opiniones, lo cual, seg?n ?l, era una caracter?s tica del progreso cient?fico. A pesar de que la validez de una idea dependiera pr?cticamente de la precisi?n y de la clari

dad con que fuera formulada, Barreda observ? que dicha

precisi?n y claridad deb?a ser el resultado del conocimiento, cuyo fin era el progreso. A?adi? que cuando no exist?a un fin determinado se deb?a de asumir una hip?tesis basada en el conocimiento adquirido. Los preceptos y las decisiones re sultaban in?tiles cuando no exist?an los hechos. Sin una base

cient?fica, se podr?a tener la impresi?n de que el problema hab?a quedado resuelto.31 Primeramente, Barreda hizo un resumen del progreso del sistema penitenciario de los diferentes pa?ses, a partir del Con

greso de Londres en 1872. El 20 de agosto, primer d?a del Congreso, cada una de las tres secciones en que se dividi? (legislaci?n penal, instituciones penitenciarias, e instituciones

preventivas) simult?neamente, aunque por separado, formu laron soluciones a las preguntas que hab?an sido presentadas. Las proposiciones se discutieron en la asamblea general. Ba rreda no pertenec?a a ninguna de estas secciones especiales,

pero a?adi? sus propias ideas al an?lisis que hizo de cada secci?n.32 30 Ibid. 31 Ibid. 32 Ibid.

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Respecto a la legislaci?n penal, el primer asunto que se trat? fue si la ley deb?a o no determinar c?mo hab?a que tratar el crimen. La mayor?a vot? en favor de la ley, siempre

y cuando el gobierno dispusiera los detalles. Barreda mani fest? que el empleo estricto de un criterio era, con frecuen cia, imposible en este caso. El segundo asunto que se trat? fue si los castigos que privaban de la libertad deber?an de ser los mismos, excepto en su periodo de duraci?n. Seg?n Barreda, los miembros de la asamblea tend?an a evadir el problema en vez de resolverlo. Quer?an absorber a los presos

sin decidir un m?todo. "En M?xico ?dec?a Barreda? esta

asimulaci?n pr?ctica en el interior de la prisi?n ofrece toda v?a mayores dificultades pr?cticas por las profund?simas di ferencias que existen, de hecho, entre las diversas capas de nuestra estratificaci?n social/'33

El tercer asunto que se trat? fue el de las ventajas de la deportaci?n y del transporte. Los te?ricos condenaban la de portaci?n por ?inmoral y por considerarla una de las maneras m?s costosas de prevenir el crimen. El grupo de los que po dr?amos llamar pr?cticos pensaba que la deportaci?n ten?a sus ventajas. Finalmente un sub-comit? present? una propo sici?n que fue aprobada por todos y que dec?a lo siguiente:

"La pena de la deportaci?n presenta dificultades de ejecu ci?n que ni permiten a todos los pa?ses adoptarla, ni dejan esperar que ella realice todas las condiciones de una buena justicia penal." Seg?n Barreda, el doble sentido de esta pro posici?n no solucionaba el problema ni desde el punto de vista pr?ctico ni desde el te?rico. Los miembros del Congre so, dijo, trataban de resolver un problema pr?ctico sin utili zar un m?todo cient?fico. Barreda pensaba que el prop?sito del castigo deb?a definirse con toda precisi?n, estableciendo, entre otras cosas, si concierne ?nicamente al delincuente, o concierne a toda la sociedad. Para resolver el problema se deb?a de hacer una clasificaci?n jer?rquica. Los resultados del castigo, directos e indirectos, morales y f?sicos deb?an estable 33 Ibid.

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JOSEPHINE SCHULTE

cerse en un orden general de importancia para que cuando en la pr?ctica hubiera que escoger entre dos o m?s fines, el adecuado saltara inmediatamente a la vista. Buscar un bello ideal en un problema pr?ctico y establecer dogm?ticamente que el progreso es imposible, prueba que el problema no ha sido estudiado por el legislador. La dificultad primordial est? en escoger, de entre dos males, el menor. ?Se puede decir que es m?s inmoral separar a un hombre de su familia, que permitirle que la corrompa con su mal ejemplo? 34 El cuarto y ?ltimo de los problemas estudiados en la pri mera secci?n fue el de "la conveniencia que pudiese haber en hacer que todas las prisiones estuvieran bajo la vigilancia de una inspecci?n general y com?n a todas, aun las desti nadas a la correcci?n de j?venes delincuentes". Aunque dif? cil de llevar a cabo, aplicar estos preceptos a las prisiones mexicanas, ser?a sin lugar a dudas, un elemento de progreso, seg?n la opini?n de Barreda.3?5 La segunda secci?n se ocup? de las instituciones peniten ciarias. El primer punto que se discuti? en ?sta fue el rela cionado con el registro de estad?sticas. Barreda inform? que las opiniones de los miembros del comit? estaban totalmente divididas a causa de que no se admiti? la necesidad de una clasificaci?n jer?rquica. Aseguraba que era evidente que con el fin de conseguir votos se formularon varias propuestas in ?tiles. ?stas eran: 1) las estad?sticas penitenciarias internacio nales deber?n llevarse de acuerdo con los m?todos adoptados en 1872; 2) la Comisi?n Internacional Penitenciaria deber? se?alar las f?rmulas y los detalles para el uso de las estad?s ticas; 3) cada uno de los pa?ses representados deber? llevar un registro anual de estad?sticas internacionales.36

Otro asunto tratado en la segunda secci?n fue la ventaja de crear una escuela normal para preparar a los que solici taran empleo en prisiones. La declaraci?n del comit? fue: 34 Ibid.

35 Ibid. 36 Ibid.

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El Congreso es de opini?n que importa que los guardianes, antes de ser definitivamente admitidos, reciban una ense?anza te?rica y pr?ctica. Cree tambi?n que las condiciones esenciales de un buen reclutamiento consisten en el abono de emolumen tos que atraigan y fijen a los sujetos capaces, y con ciertas ga rant?as destinadas a asegurar la estabilidad de su situaci?n.37

El tercer asunto que se trat? se refer?a a las medidas dis ciplinarias dentro de las prisiones. Se someti? a discusi?n la aplicaci?n de castigos corporales, especialmente el uso de l? tigos. La mayor?a de los miembros se pronunciaron en contra.

El comit? propuso lo siguiente: 1) amonestaci?n; 2) priva ci?n total o parcial de remuneraci?n; 3) reglamentaci?n m?s estricta en la prisi?n.38

La liberaci?n de los presos antes de la expiraci?n de su sentencia y bajo condiciones de buen comportamiento (libe raci?n condicional), fue el cuarto asunto que se trat?. Se for mul? la siguiente soluci?n: No siendo la liberaci?n condicional contraria al derecho pe nal, no infiriendo ning?n ataque a la causa juzgada y presen tando por otra parte ventajas, tanto para la sociedad como para los sentenciados, debe recomendarse a la solicitud de los go biernos.39

Seg?n Barreda se deber?a de haber atacado el origen del problema. Deber?a de haberse establecido una base positivista para distinguir racionalmente el bien y el mal. La conven ci?n, seg?n Barreda, subordinaba los intereses de la sociedad a los intereses del convicto liberado. Se han evitado muchos cr?menes imponiendo al criminal un castigo adecuado. Curar al delincuente de una enfermedad llamada criminalidad, no deb?a de ser la ?nica raz?n de imponer un castigo. Esto, afir

maba, simplemente expone a la sociedad los peligros del

delincuente. Y la sociedad tiene el derecho y el deber de pro 3? Ibid. 38 ibid. > 39 Ibid.

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tegerse contra la criminalidad. De esta forma lo que en la ley criminal se refiere al "castigo del crimen" deber?a de ser considerado cient?ficamente como una medida curativa, tanto para la sociedad como para el delincuente. El castigo impues to a un individuo en nombre de la sociedad est? totalmente justificado.10

Respecto a cierto tipo de criminales, Barreda manten?a que nada ha indicado que la efectiva rehabilitaci?n sea pro bable o posible. Existen cierta clase de cr?menes que, por haber sido premeditados, as? como por otras circunstancias, sugieren una carencia absoluta de sentimientos por parte del criminal. Seg?n las estad?sticas de la prisi?n, este tipo de per sonas padecen una enfermedad incurable, concluy?. La ca rencia de sentimientos morales, con frecuencia hereditaria, exi

ge para su curaci?n un periodo m?s largo de tratamiento adecuado. Por lo tanto, el plazo de confinamiento en la pri si?n deb?a basarse en la carencia de sentimientos morales y no en la gravedad del delito. La ley actual mantiene que el castigo debe de ser proporcional al crimen; aunque esto, por obvio, haya sido aceptado universalmente, insisti? Barreda, no ha sido aceptado bas?ndose en hechos cient?ficos sino en hechos emp?ricos.41

Para responder a la cuesti?n ret?rica de "como se deb?a de determinar la gravedad y consecuentemente el castigo de un crimen" Barreda afirm? que la ?nica manera racional de enfrentar la situaci?n era a trav?s del examen de aquellas caracter?sticas que convert?an a los hombres en enemigos de la sociedad. Deb?an de estudiarse sus condiciones de vida, as? como sus relaciones con la sociedad en general. Una vez he cho este estudio bajo un m?todo cient?fico y positivo, aunque de manera un tanto superficial, resultar?a de gran utilidad. La importancia del estudio depender?a, m?s bien, de las con

diciones del delincuente que de las del crimen mismo. La severidad de los castigos, tales como un periodo prolongado de prisi?n, prisi?n perpetua, o bien, la pena capital, queda 40 Ibid. 41 Ibid.

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r?an justificados, sin lugar a dudas. Pero, si fuera posible

convertir a un criminal en un ser ben?fico y ?til, aun a costa

del tiempo y de los cuidados que esto implicara, todas sus inclinaciones deber?an de ser encauzadas hacia este fin.42

La ley, cre?a Barreda, debe de favorecer a la sociedad,

puesto que la sociedad satisface la mayor?a de las necesidades

de la comunidad. Los actos que violen las bases de la socie dad, tales como las garant?as de vida y propiedad, siempre han sido considerados como cr?menes. Las leyes son los pre ceptos b?sicos de la moralidad, y cualquier transgresi?n en su contra es instintiva y espont?nea. Puesto que es imposible alcanzar la perfecci?n o evitar completamente el mal, debe mos reconocer, sin embargo, que cualquier ley que fomente el bien y permita parcialmente el mal, es menos perjudicial y por lo tanto m?s aceptable. As? pues, Barreda aseveraba que al tratar con la criminalidad se sustitu?a un mal menor por otro mayor. Deben considerarse los males que afectan a la sociedad as? como tambi?n los que afectan al individuo, esto es, los que atacan contra las bases de la sociedad en com paraci?n con los que ?nicamente impiden su perfecci?n.43 Una clasificaci?n jer?rquica de los fines del legislador, es pecialmente en legislaci?n penal, deber?a de ser la base de toda evaluaci?n racional. Si el castigo y el periodo de prisi?n se determinaran bas?ndose en los efectos del crimen cometi do, habr?a menos peligro de liberaciones prematuras ya que a los que cometieran los peores cr?menes se les castigar?a con reclusi?n perpetua o con la pena capital. Las consecuencias finales de un crimen son siempre un elemento importante para determinar el castigo. As?, aunque un crimen sea en rea lidad m?s inmoral que otro, puede recibir una pena m?s pe que?a porque sus consecuencias son materialmente menores.44 Si al aplicar los principios morales a las leyes penitenciarias y a otras, se utilizara el m?todo cient?fico, se podr?an evitar muchas contradicciones, concluy? Barreda. Por otra parte, la 42 Ibid. 43 Ibid.

44 Ibid.

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l?gica puramente deductiva (teolog?a y metaf?sica), en la que los hechos se estudiasen m?s por lo que se quiere que sea que por lo que son, conducir?a a conclusiones falsas. De este modo, Barreda afirm? que era m?s f?cil tratar al prisio nero bas?ndose en una f?rmula general, o confiando en que Dios llegara al coraz?n del delincuente, que estudiar las ra? ces de un problema social. Utilizando el m?todo cient?fico, se evitaban influencias sentimentales. En relaci?n a la pena de muerte, Barreda no pod?a comprender que creyentes de votos que profesaban una doctrina basada en sentimentalis mos rom?nticos, creyeran que era su deber respetar las obras de Dios sin examinarlas. La teolog?a y la metaf?sica trataron de lograr la imposible tarea de hacer infalibles preceptos mo rales tales como "no matar?s". Al formular el precepto de la inviolabilidad de la vida humana, escrib?a Barreda, los cri min?logos metaf?sicos llegaban con frecuencia a conclusiones equivocadas, ya que manten?an que violar las buenas reglas

de la conducta, como en el caso de la defensa personal o social, era, en muchas ocasiones, un deber leg?timo.45

Cualquiera que fuera el crimen cometido, los medios que se utilizaran para enfrentarlo deb?an de producir los resulta dos deseados, observaba Barreda. Insist?a en que el sacrificio del objetivo esencial por un beneficio secundario resultaba tan injustificado en las leyes penales como en cualquier otro asunto. As? por ejemplo, al considerar la pena de muerte, la reclusi?n temporal o perpetua, o simplemente la libertad con

dicional en relaci?n al inter?s social del individuo, lo m?s com?n era ignorar aqu?l y concentrarse ?nicamente en el ?ltimo.46 La quinta cuesti?n de que se ocup? esta sesi?n fue la de si deber?a de modificarse el sistema celular de acuerdo a la nacionalidad, sexo y condici?n del delincuente. ?nicamente parecieron coincidir todos en un punto respecto a la separa ci?n de los presos por la noche. La sexta y ?ltima cuesti?n de dicha sesi?n fue si la ley deb?a o no determinar la dura 45 Ibid. 46 Ibid.

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BARREDA EN ALEMANIA

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ci?n del aislamiento, o si se pod?a permitir a las autoridades hacer excepciones en casos de enfermedad. Esto se resolvi? afirmativamente.47

La tercera secci?n se ocup? de las instituciones preventi vas. La primera tarea de esta secci?n fue discutir c?mo pro teger y mejorar la moral de los prisioneros, durante y des pu?s de su confinamiento. ?Podr?a el gobierno proteger a la sociedad a trav?s de estas instituciones? ?Deb?a de organizarse

una instituci?n diferente para cada sexo? Las siguientes so luciones fueron aprobadas: La Asamblea acord? que la pro tecci?n de los criminales liberados era indispensable para la reforma penitenciaria, para lo cual 1) la iniciativa privada con la ayuda del estado, pero sin car?cter oficial, deb?a crear una instituci?n general; 2) esta instituci?n deb?a proteger al cri minal liberado que, durante su reclusi?n, se hubiera corre gido de acuerdo a lo que informara la administraci?n de la penitenciar?a, el delegado visitador y las sociedades para su protecci?n; 3) de ser posible, deb?a de organizarse una ins tituci?n separada para las mujeres libertadas.48 Despu?s, esta secci?n se ocup? de las instituciones necesa rias para cuidar y educar a los ni?os vagabundos y viciosos. Todos los miembros estuvieron de acuerdo en que la educa ci?n, el trabajo y los buenos ejemplos de moral contribu?an a evitar que los ni?os abandonados se convirtieran en verda deros criminales, y en que ?sta era la forma m?s r?pida de disminuir la criminalidad. Comenzaron a surgir dificultades al tratar los detalles necesarios para realizar dicho plan. Al gunos insistieron en que esto deb?a depender directa y exclu sivamente de las autoridades. Otros dec?an que deb?a dejarse a la beneficencia y a la iniciativa privada. En cuanto a M?xi co, seg?n Barreda, si la creaci?n y mantenimiento de estas instituciones se dejase a la filantrop?a de la iniciativa privada,

no llegar?an a establecerse ni a mantenerse, dado el estado presente de la sociedad mexicana y de sus leyes. De tal ma nera que por desfavorable que fuera la presi?n de las autori 47 Ibid.

48 Ibid.

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JOSEPHINE SCHULTE

dades para con los j?venes delincuentes, ?stos tendr?an que ser aceptados mientras no hubiera una soluci?n mejor. Por otra parte, la filantrop?a privada tampoco estaba exenta de resultados desfavorables. En instituciones mantenidas por la beneficencia privada, y en virtud de la confusi?n que exist?a entre la religi?n y la moral, alguna secta religiosa particular podr?a forzar al ni?o a que aceptara alg?n tipo de creencias, bajo amenazas de ser calificado de inmoral. En estos casos el resultado de la educaci?n moral podr?a ser hip?crita en vez de virtuosa.49 El acomodo de estudiantes j?venes en los hogares de fa milias honorables, tal como se sugiri? en las proposiciones aprobadas por la asamblea, pod?a ser una posible soluci?n al problema; sin embargo, seg?n Barreda, este m?todo era in aplicable en M?xico porque se opon?a a las costumbres mexi canas. Resultar?a dif?cil proporcionar a los estudiantes este tipo de instrucci?n en los pueblos peque?os o en el campo, lugar donde se encontraba en Europa a las familias que pres taban estos importantes servicios.50 Al final de su informe, Barreda manifest? que la m?s c?lida cordialidad rein? du rante toda la asamblea. Consider? que los votos de los miem bros contribuir?an en definitiva al adelanto de la humanidad y al verdadero progreso de la sociedad.51

No existe indicaci?n de que en- M?xico hubiera alg?n

tipo de reacci?n al informe de Barreda. Aparentemente se archiv? y no se hizo el menor caso ni de las recomendacio nes de la asamblea de Estocolmo ni de las observaciones de

Barreda.

El 1<> de noviembre de 1878, mes y medio despu?s de que Barreda regresara a Berl?n, el secretario de Relaciones Exte riores expidi? un informe relacionado con el acuerdo de la

Uni?n General de Correos que Barreda hab?a firmado en Par?s en junio de 1878. El informe expon?a la raz?n por la

que el gobierno mexicano relevaba a Barreda de su cargo 49 Ibid. 50 Ibid. 51 Ibid.

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de diplom?tico, raz?n que se reduc?a al hecho de que Barre da no ten?a los poderes plenipotenciarios que hab?a ejercido. Revisando las instrucciones que deb?a seguir Barreda en el Congreso en Par?s, el informe reafirmaba que Barreda deb?a: . .. concurir al Congreso de la Uni?n General de Correos, to mar parte en sus sesiones, consultar y ser consultado en todos los asuntos relativos al servicio de correos de la manera con venida para los representantes de aquellos estados que no se hab?an adherido a lo estipulado en el tratado constitutivo de la Uni?n General de Correos firmado en Berna en 9 de octu

bre de 1874...52

Seg?n el documento, Barreda inform? al gobierno mexi

cano el 19 de mayo de 1878, que hab?a aprobado diez ar

t?culos, pero no mencion? cu?les eran. Adem?s manifest? que comprometi? a M?xico en el tratado de la Uni?n de acuerdo con las instrucciones recibidas del secretario de Relaciones Exteriores y del secretario de Gobernaci?n. El secretario de Relaciones Exteriores manifest?, por otra parte, que Barreda no hab?a recibido instrucciones que lo autorizaran a firmar tal acuerdo. Admiti?, sin embargo, que Barreda recibi? ins trucciones que eran, hasta cierto punto, un tanto contradic torias, pero insisti? en que Barreda deb?a haber pedido inme diatamente al gobierno una explicaci?n sobre estas discrepan cias. Aunque las instrucciones del gobierno presupon?an el poder negociar y discutir, el secretario de Relaciones Exterio res insisti? en que el gobierno no autoriz? a Barreda a com prometer a M?xico en un tratado. Barreda deb?a haber sa bido que la firma de cl?usulas de asuntos internacionales, re quer?a una autorizaci?n ad hoc. Adem?s, el gobierno mexi cano hubiera preferido adquirir dicho compromiso directa mente, ya que implicaba asuntos pecuniarios y de prestigio.53 El 15 de noviembre de 1878, Eieuterio ?vila escribi? una carta personal a Barreda a Berl?n, en la cual mencionaba que: 52 SRE-UP, 1878. 53 Ibid.

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JOSEPHINE SCHULTE

... En 1? de junio, asumiendo una autorizaci?n que no se le

hab?a concedido, puso usted su firma en un tratado que liga a M?xico ante las dem?s naciones signatarias. Este acto no ha podido menos que causar un profundo desagrado en el ?nimo del presidente, y al manifestarlo a usted en cumplimiento de una orden recibida al efecto, tengo que agregar a lo que he dicho, que la carta patente del supremo magistrado de la Re p?blica, que era el ?nico documento que autorizaba la presen cia de usted en el Congreso no conten?a las palabras que cons tituyen la f?rmula principal de todo poder para negociar, con cluir y firmar tratados internacionales. . .54

En una carta confidencial que Barreda escribi? a ?vila

el 28 de diciembre de 1878, ped?a disculpas por la negligen cia que significaba el no haber rele?do las instrucciones, lo cual, dec?a, se hab?a debido en parte a una dolorosa enfer medad que sufri? al llegar a Saint-Nazaire. Explicaba que no hab?a sido su intenci?n desobedecer las instrucciones del se

cretario de Relaciones Exteriores. Le rogaba a ?vila que con tinuara tratando de que fuera ?sta la impresi?n que quedara al presidente.55 Aparentemente las buenas intenciones de ?vi la no ayudaron mucho, ya que el 28 de mayo de 1879, Miguel Ruelas, secretario de Relaciones Exteriores escribi? a Barreda a Berl?n: . .. remito a usted la carta que el presidente dirige al empe rador alem?n anunciando el retiro de usted de las funciones de ministro residente en Berl?n. Los motivos expresados en el final del p?rrafo tercero de mi carta del d?a 15 de este mes han co

brado nueva fuerza a causa de la reciente publicaci?n de un art?culo criticando la conducta del gobierno por su adhesi?n a la uni?n postal universal y por la manera con que se efectu? el canje de las ratificaciones, en t?rminos apasionados, pero que encierran conceptos que ser?a dif?cil contradecir, pues las re flexiones t?cnicas que contiene son an?logas a las que fueron comunicadas a usted por esta secretar?a en su oportunidad. Por estas razones el presidente ordena que al recibo de este 54 Ibid. 55 Ibid.

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BARREDA EN ALEMANIA

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despacho ocurra usted al ministerio alem?n de Negocios Extran

jeros, y que asegur?ndose de la presencia del emperador en Berl?n, pida usted una audiencia para despedirse. . ,56

Dos d?as despu?s Ruelas, en nombre de Porfirio D?az, es cribi? una carta al emperador alem?n, Guillermo I, partici p?ndole la destituci?n de Barreda. El Emperador contest? el 10 de julio de 1879, y manifest? que ... Al separarse el se?or Barreda de esta posici?n, me es sa

tisfactorio manifestarle el reconocimiento de que, durante la corta duraci?n de su gesti?n en la misma, ha estado constante mente empe?ado en mantener y corroborar a?n las buenas re laciones que existen entre el Imperio alem?n y M?xico, y que con todo su proceder se ha captado mi perfecto benepl?cito...57

Ese mismo d?a Barreda envi? su renuncia al secretario mexicano de Relaciones Exteriores. Se defend?a de acusacio nes infligidas a su persona. Mencionaba que aunque la evi dencia en su contra era justa, no se le hab?a dado la oportu nidad de defenderse de resoluciones que hab?an sido tomadas antes de que ?l tuviera la menor idea de lo que estaba su cediendo.58 Siete d?as despu?s de haber presentado su renuncia, Ba rreda comunic? al secretario de Relaciones Exteriores que saldr?a de Berl?n inmediatamente. En una segunda carta, fe chada el mismo d?a, dec?a al secretario de Relaciones Exte riores que solicitaba a la tesorer?a que se le indemnizara por su estancia en Berl?n e inclu?a un recibo por la cantidad de 2 071.75 pesos.59 De esta manera termin? la carrera diplom?tica de Gabi no Barreda. Esto pudo haber sido el cumplimiento de una profec?a de Bandera Negra, hecha poco despu?s de que en 56 SRE-LMIA, 1878.

57 Ibid. 58 ibid.

59 Ibid.

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el Diario Oficial apareciera su nombramiento de embajador residente en Berl?n, el 21 de marzo de 1878: Este agente diplom?tico se quedar? con cien palmos de na rices. El congreso no aprobar? su credencial. Los trabajos del Judas del gabinete est?n en juego y el Sr. Barreda, si va a Ale

mania, ser? de su peculio. Est?n pasando unas cosas en este

M?xico que ni el diablo las entiende. Observemos: son apuntes para la historia.60

co ibid.

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LA COLONIZACI?N

EN EL DEPARTAMENTO DE ACAYUCAN: 18x4-1834 Guy P. C. Thomson

Hertford College, Oxford En los primeros a?os posteriores a la independencia, la co lonizaci?n de las regiones escasamente pobladas del Norte y de las ?reas costeras de M?xico era considerada prerrequisito para su recuperaci?n econ?mica despu?s de las devastadoras guerras revolucionarias. Durante la d?cada de 1820-1830 el deseo de recuperar los niveles de producci?n minera anterio res a la independencia dominaba el pensamiento y la activi dad econ?mica. Esto se basaba en una idea expuesta por Hum boldt,1 de que los metales preciosos eran los principales pro ductos mexicanos de intercambio en el mercado mundial y por lo tanto todos los esfuerzos y capitales deb?an ser atra? dos y concentrados en ese sector cuya prosperidad, a su vez, por una especie de "efecto multiplicador", revitalizar?a todos los dem?s sectores de la econom?a: agr?cola, industrial y co mercial. Sin embargo, los l?mites del efecto estimulante de las minas sobre la agricultura y la industria fueron vistos cla

ramente por algunas personas, quienes comenzaron a sentir la necesidad de concentrar energ?as en otros sectores fuera de la miner?a, sobre todo despu?s del fracaso parcial de los primeros intentos de devolver a las minas su anterior pros peridad, y despu?s de las interminables dificultades en la ba lanza de pagos, pues el pago recibido por la exportaci?n de metales preciosos era insuficiente para financiar el aumento masivo de las importaciones una vez desaparecido el sistema proteccionista espa?ol; y tambi?n, finalmente, al ver que mu i Alexander von Humboldt: Political Essay on the Kingdom of New Spain, Londres, 1811, i, pp. 224-228.

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GUY P. C. THOMSON

chos de los bienes "coloniales" y agr?colas de M?xico no era competitivos en el mercado mundial. Las minas hab?an es timulado la agricultura por su demanda de mu?as y otros ganados, ma?z, madera, carne, etc. Varias localidades de Ch huahua, Durango, Guanajuato, Jalisco y Michoac?n hab?an alcanzado alto grado de prosperidad agr?cola como resultad directo de la influencia de las minas. Sin embargo, las ?rea donde frecuentemente se encontraba la tierra m?s rica y f cunda, la tierra tropical de la costa, permanec?an despoblad

e improductivas. Grandes ?reas del Norte no hab?an si siquiera exploradas y, llegada la independencia, sab?an m? los franceses y norteamericanos acerca de Texas y de Cali fornia que cualquier miembro del reci?n formado gobiern

imperial. Se hab?a permitido la desaparici?n de las misiones nada las hab?a reemplazado, y los norteamericanos comen ban a expandirse hacia el oeste en forma constante y ex tosa. Por lo tanto, la colonizaci?n lleg? a ser tema de inter tanto por necesidad econ?mica como por seguridad naciona Lucas Alam?n y Tadeo Ortiz de Ayala pronto reconocieron la importancia de la colonizaci?n como parte integral de l recuperaci?n econ?mica y pol?tica de M?xico.

Lucas Alam?n no se dedic? de lleno a ning?n proye to de colonizaci?n en la d?cada de 1820 debido a su int

r?s personal en la miner?a y a su firme convencimiento de necesidad de volver a desarrollar las minas antes de que p diera hacerse nada en otro sector.2 Sin embargo, trabaj? ju

to con Tadeo Ortiz en el plan para colonizar el istmo d

Tehuantepec, y tom? parte en los proyectos de la legislaci sobre colonizaci?n.3 Hacia fines de los a?os veinte se hab?

desilusionado en la eficacia de las minas como agente prin cipal de la recuperaci?n econ?mica de M?xico; y en 1830 vo

2 Lucas Alam?n: "Memoria que el Secretario de estado y del de

pacho de Relaciones Exteriores e Interiores presenta al Soberano Congr so Constituyente sobre los negocios de la Secretar?a a su cargo, le?da en la sesi?n de 8 de. noviembre de 1823", en Alam?n: Documentos di versos (in?ditos y muy raros), M?xico, Editorial Jus, 1945-47. i, p. 9

3 Mois?s Gonz?lez Navarro: El pensamiento pol?tico de Lucas A

m?n, M?xico, El Colegio de M?xico, 1952, p. 70.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN 255 vio su mirada hacia la agricultura comercial y la industria manufacturera. A comienzos de los a?os cuarenta atribu?a a la industria manufacturera un papel tan importante como el que inicialmente hab?a atribuido a las minas como prin cipal catalizador del crecimiento econ?mico de M?xico.4 Des de el comienzo, para Alam?n, a pesar de participar constan temente en la pol?tica, la miner?a, la industria o las letras, la colonizaci?n era una cuesti?n de suprema importancia por razones de seguridad y prosperidad nacional: las dos eran in separables. Ya en 1823 vio la necesidad de revitalizar y ex tender las misiones de California y, si fuera necesario, atraer

asi?ticos a la regi?n.5 No ver?a con malos ojos la redistribu ci?n de las propiedades de gran tama?o e improductivas si era para poner la tierra en manos de aquellos que pod?an darle un uso provechoso, o, como lo dec?a en t?rminos te?ri cos, .si era necesario para alcanzar lo que ?l consideraba un axioma b?sico del bienestar econ?mico: el equilibrio entre la producci?n y el consumo para dar valor a los productos de la agricultura y de la industria.6 En este axioma radica un fuerte argumento te?rico en favor de la colonizaci?n, de que solamente por un aumento en la poblaci?n podr?a la agri cultura llegar a ser una actividad provechosa en la mayor?a de las ?reas de M?xico: La agricultura no puede florecer ni salir del estado deca dente en que se halla, no por falta de frutos, sino por dema siada abundancia de ellos, mientras no se aumente el n?mero de habitantes hasta el punto de equilibrar los consumos con los productos; cr mientras la variedad de ?stos o el consumo que

4 Lucas Alam?n: Memoria sobre el estado de la agricultura e indus tria de la Rep?blica que la Direcci?n general de estos ramos presenta al Gobierno supremo..., M?xico, Imprenta de J. M. Lara, 1843, y Luis

Ch?vez Orozco: "La industria nacional y el comercio exterior (1842 1851) ", en Colecci?n de documentos para la historia del comercio exte rior de M?xico, M?xico, 1962, vu, pp. 144-145. 5 Lucas Alam?n: Memoria que el secretario de estado...", cit., p. 84.

6 Ibid.

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de ellos haga la industria no proporcionen al labrador otros arbitrios de utilizar sus tierras.7

Sin embargo hab?a parecido que una manera de superar el problema que pesaba sobre la agricultura por la falta de poblaci?n hubiera sido impulsar la exportaci?n; en esta for

ma la falta de consumo local ser?a compensada por la d

manda exterior. Alam?n, sin embargo, daba buenas razone por las cuales los productos agr?colas mexicanos no pod?an competir en el mercado internacional: el insuperable pr blema de las comunicaciones, las costas despobladas: 8

La agricultura mexicana no puede progresar por efecto de comercio exterior, siendo un error palpable el pretender que

su fomento haya de producir art?culos de cambio suficientes para

pagar los efectos extranjeros que se importen.9

En 1825, Alam?n habl? con optimismo del ?xito espera do del reconocimiento y proyecto de distribuci?n de tierra

en el istmo que se hab?an encomendado a Ortiz al a?o a

terior:

Todo justifica la esperanza de que ese distrito sea alg?n d?a el m?s rico de la rep?blica, tanto por medio de sus propias

producciones, como por el transporte que surgir? del canal pro yectado.10

Aun as?, Alam?n se preocupaba cada vez m?s por la colo nizaci?n del Norte, en particular Texas, y a medida que pa saba el tiempo su preocupaci?n por la seguridad nacional y la defensa de la frontera septentrional era mayor que su in 7 Ibid. 8 Ibid. 9 Ibid. 10 Lucas Alam?n: The Present State of Mexico: as detailed in a report presented to the General Congress by the Secretary of State for the Home Department and Foreign Affairs at the opening of the Session in 1825 with notes and a Memoir of-., London, John Murray, 1825,

p. 125.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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teres por la colonizaci?n y el desarrollo econ?mico del istmo

de Tehuantepec. Mientras Alam?n dedicaba la mayor parte de su tiempo

y energ?as durante los a?os veinte a la pol?tica y a las activi dades mineras, Tadeo Ortiz se dedicaba a bosquejar un pro yecto de colonizaci?n, a levantar planos del istmo de Tehuan tepec y a dirigir una colonia en el departamento de Acayu cah, del Estado de Veracruz. El medio social, la educaci?n, y las experiencias sufridas durante la guerra de independencia, eran similares tanto en Ortiz como en Alam?n. Los dos ha

b?an viajado ampliamente por Europa y Am?rica entre los a?os 1808 y 1821. Pero sosten?an corrientes pol?ticas opues tas. Ortiz apoy? con tes?n a los insurgentes, y hab?a servido como representante diplom?tico de Morelos en las "Rep?bli cas del Sur".11 A Alam?n le molestaba la violencia y el caos de las guerras, y toda idea de independencia fue anatema para

?l hasta que ?sta lleg? a consumarse. Pero ambos sacaron

provecho del hecho de no haberse involucrado muy estrecha mente con el movimiento. Ortiz y Alam?n observaron la lu cha mexicana desde afuera, mientras los insurgentes se divi d?an entre s? por lo dilatado de la guerra, sin prop?sitos o ideas particulares aparte del simple deseo de lograr la inde pendencia del pa?s. No pod?an tener idea de los problemas

que a largo plazo tendr?a que enfrentar la nueva naci?n.

Ortiz y Alam?n, en cambio, s? estaban capacitados para afron tarlos cuando la independencia, inesperadamente, lleg?. Am bos hab?an sido poderosamente influidos por Humboldt, in fluencia que se nota muy claramente en un corto ensayo que public? Ortiz en 1822, Resumen de la estad?stica del Imperio

Mejicano.12 Sin embargo, cada quien interpretaba a Hum il Tarsicio Garc?a D?az: "Estudio preliminar..." a Simon Tadeo Ortiz de Ayala: Resumen de la estad?stica del Imperio Mexicano...,

M?xico, UNAM, 1968, p. xi. 12 Sim?n Tadeo Ortiz de Ayala: Resumen de la estad?stica del Im

perio Mejicano dedicada a la memoria ilustre del Sr. D. Agust?n I, em

perador de M?xico, M?xico, Imp. de do?a Herculana del Villar y so cios, 1822.

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boldt de diferente manera. Ortiz ve?a en la agricultura la base de la econom?a y el elemento principal de la riqueza nacional. Y a diferencia de Alam?n, que consideraba a las minas como la llave de la recuperaci?n econ?mica, nunca atribuy? gran importancia a la extracci?n de metales pre ciosos, sino que m?s bien insisti? en la necesidad de diversi ficar la miner?a con la explotaci?n de otros metales: hierro, cobre, plomo, y esta?o, que apoyar?an m?s la agricultura y la industria: 13

La base y fundamento del poder real de las sociedades es la agricultura, ya sea considerada como el principio vital de la poblaci?n, ya como el origen material de la industria y la fuen te inagotable del comercio, que constituyen la esencial riqueza y la fuerza verdadera de las naciones.14

Ortiz siempre estuvo convencido de la riqueza potencial de M?xico, y, como muri? joven, no lleg? a sufrir la desilu ci?n de los a?os cuarenta, causada por las proyecciones mal interpretadas de Humboldt. Prest? poca atenci?n a las ad vertencias del bar?n, quien previo que varias generaciones deber?an pasar antes de que las tierras coste?as, tan pr?digas en riqueza, se poblaran.15 Crey? que la inmigraci?n extran jera y mexicana a esas regiones escasamente pobladas consti tu?a una soluci?n r?pida y f?cil. Imagin? una inmigraci?n masiva desde China, India y las islas del Pac?fico hacia las costas occidentales mexicanas, que con la direcci?n del go bierno ir?a a "formar las bases de una inmensa poblaci?n, la fuente de un vasto comercio y el semillero de la marina nacional".16 Las costas del Atl?ntico y del Golfo se poblar?an con "el residuo de la poblaci?n de gente de color y dem?s familiares sin propiedad de las Antillas y la Louisiana: estas 13 Tadeo Ortiz: M?xico considerado como naci?n independiente y libre, o sean algunas indicaciones sobre los deberes m?s esenciales de los mexicanos, Burdeos, Imp. de Carlos Lawalle Sobrino, 1832, p. 316. 14 Ibid., p. 280. 15 Ibid., pp. 280-299. i? Ibid., pp. 437-438.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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clases recomendables por su energ?a y aun por su industria y civilizaci?n".17 Como Alam?n, tem?a que la p?rdida de Ca lifornia, Nuevo M?xico y Texas fuera inminente si nada se hac?a para impedirlo por medio de la colonizaci?n.18 Una comisi?n fue encargada de bosquejar una ley de co lonizaci?n poco despu?s de la independencia. El 16 de julio de 1822? Antonio Cumplido, Lorenzo de Zavala, Carlos Espi nosa, Manuel Ter?n y otros, firmaron un Proyecto de ley general sobre colonizaci?n,19 un programa liberal que deli neaba las justificaciones econ?micas de la colonizaci?n20 y es tablec?a en treinta art?culos c?mo distribuir la tierra desocu pada, las condiciones de contrato con los beneficiarios, la or ganizaci?n administrativa de las colonias, varias exenciones de tasas e impuestos, etc. El se?or Guti?rrez de Lara agregaba en un Proyecto particular un plan m?s detallado de c?mo y en qu? cantidades se distribuir?a la tierra de acuerdo con su calidad y utilidad.21 El 21 de abril de 1823, Tadeo Ortiz, Jos? Antonio Ech?varri y Massano Barbadosa presentaron al Congreso un plan para colonizar el itsmo de Tehuantepec.22 17 Ibid., p. 438. is Ibid., p. 434. 19 Proyecto de Ley general sobre colonizaci?n, julio 16, 1822. 20 Ibid., p. 4. El razonamiento econ?mico era ?ste: "de que las gran des propiedades acumuladas en pocas manos son el origen, por lo re gular, de las desgracias de los pueblos; pues causan la dependencia de los pobres; destruyen aquel equilibrio tan necesario entre los ciudada nos; entibian el inter?s individual, cuyo principal est?mulo es el premio de sus afanes; aumentan el n?mero de jornaleros que no pueden quedar bien cultivados, y de las j?venes que no tendr?an un esposo..." El papel del gobierno mexicano ten?a que someterse a los principios del libera lismo: "Conducido de los principios liberales que solos pueden hacer la riqueza, la abundancia, la prosperidad de los ciudadanos, ha cre?do que el Congreso, s?lo deb?a tener aquella intervenci?n que es absolutamente indispensable, como la que tiene un padre de familia en la repartici?n que hace entre sus hijos de sus bienes" (p. 5). 21 Jos? Antonio Guti?rrez de Lara: Proyecto particular, M?xico, Jos? Ma. Ramos Palomera, 1822. 22 Bases sobre las que se est? formando un plan de colonizaci?n en el istmo de Huazacualco o de Tehuantepec, para los benem?ritos ciu dadanos militares y particulares que busquen un asilo de paz y quieren

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El plan inclu?a la creaci?n de una sociedad de colonizaci?n que actuar?a como intermediaria entre el gobierno del esta do respectivo y los colonizadores; sus principales funciones ser?an las de interesar e informar al gobierno del proyecto, poner a ?ste en marcha, solicitar protecci?n del gobierno, ayudar a los colonizadores en los primeros meses despu?s de su llegada, aconsejarlos sobre c?mo gobernar la colonia y c?mo

trabajar con el gobierno para hacer algunos caminos de acce so. El plan describ?a las bases sobre las que ser?a organizada la colonia, los privilegios de que disfrutar?a, y la mayor?a de las condiciones bosquejadas en el Proyecto de la comisi?n. El 26 de septiembre de 1823 la comisi?n a?adi? nuevas pro puestas,23 al mismo tiempo que recordaba a los autores del

plan que

el istmo de Hoazacoalco no est? enteramente desierto: en las costas hay establecimientos antiguos, pueblos de considerable n?mero de habitantes...

Por consiguiente, la cuesti?n del asentamiento no iba a ser una simple cuesti?n de llenar espacio vac?o: Esta circunstancia ha complicado nuestro proyecto y era pre ciso darle una forma mixta, acomodada a estas dos clases de personas en situaci?n tan diversa que se trata de aproximar.24

Se nombrar?a un director para supervisar toda la opera ci?n. Ser?a aconsejable crear una provincia administrativa en el istmo con los funcionarios adecuados: un jefe pol?tico su perior, un intendente, una diputaci?n provincial y un admi nistrador de rentas. El terreno bald?o se dividir?a en tr?s partes: una se dar?a como merced a los soldados que hab?an contribuido m?s a la independencia, otra a las compa??as de dedicarse con utilidad propia y de estado en uni?n de los capitalistas e industriosos extraner os de todo el mundo a la agricultura, M?xico, Imp. de Juan Cabrera, 1823. 23 Ter?n, Bustamante, Lombardo, M?zquiz, Quintero y Zavala: Se ?or..., M?xico, Imp. de Palacio, septiembre 26 de 1823. 24 ibid., p. 2.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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capitalistas extranjeros y locales interesados en los proyectos de colonizaci?n, y la tercera ser?a administrada y distribuida a voluntad por la diputaci?n provincial.25 Era significativa esta ?ltima proposici?n de Ortiz porque reconoc?a la necesi dad de incluir la zona por colonizar en la vida pol?tica e ins titucional mexicana. Los colonos tendr?an que pagar impues tos municipales. L? nueva colonizaci?n tambi?n deber?a ser integrada a la comunidad ind?gena ya existente. El 14 de octubre de 1824, la ley de colonizaci?n fue apro bada por el Congreso nacional,26 tomando en cuenta las pro puestas de la comisi?n, y poco despu?s, el 4 de noviembre, un decreto27 comision? a Tadeo Ortiz para informar sobre las posibilidades de comunicaci?n interoce?nica a trav?s de un canal, y de la conveniencia del istmo para llevar a cabo un proyecto de colonizaci?n. Las conclusiones de esta inves tigaci?n fueron publicadas en El Sol de M?xico entre el 10 de noviembre de 1824 y el 1^ de septiembre de 1825.28 Por fin, en 1826, el Congreso del Estado de Veracruz ratific? la Ley general de colonizaci?n, aunque no fue hasta el 28 de abril de 1827 que apareci? una ley referente espec?ficamente al proyecto de colonizaci?n que ya estaba en marcha bajo la su pervisi?n de Ortiz.29 Esta ley invitaba a compa??as de col? 25 Ibid., p. 3. 26 Carlos Sierra: "Tadeo Ortiz de Ayala. (Viajero y colonizador) ", en Bolet?n Bibliogr?fico de la Secretaria de Hacienda y Cr?dito P?blico, n?ms. 331 y 332, noviembre y diciembre, 1965.

27 ibid.

28 "Estad?stica. Memoria en borrador que el comisionado para los re conocimientos del r?o Coatzacoalcos presenta al Supremo gobierno de la

Rep?blica Mexicana", El Sol, 10-16 y 18 de noviembre, 1824. "Conti nuaci?n de los reconocimientos del bajo r?o Coatzacoalcos desde el Paseo

de la F?brica hasta el estero del Naranjo, distante veinte y nueve o treinta leguas de la barra." El Sol, 17 de diciembre, 1824. "Continuaci?n de los reconocimientos del Coatzacoalcos en la parte alta del r?o." El Sol, 29-30 de agosto, 1825. "Reconocimiento del istmo, sobre el litoral

del Oc?ano Pac?fico paralelo a la parte navegable del r?o Coatzacoal cos." El Sol, 31 de agosto y I9 de septiembre, 1825. 29 Fran?ois Giordan: Description et colonisation de VIsthme de Te

huantepec, pr?c?d?e d'une notice historique, Paris, 1838. D?cret r?glemen

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nizaci?n a solicitar tierras desocupadas dentro de los l?mit del departamento de Acayucan, ofreci?ndoles las mismas g rant?as que ofrec?a la ley aprobada por el Congreso nacion tres a?os antes, estableciendo espec?ficamente las obligac nes del empresario hacia sus colonos y hacia las autoridad mexicanas, y los deberes y compromisos de las autoridade mexicanas hacia las compa??as de colonizaci?n. En otras pa labras, estableci? las condiciones del contrato. Esto daba l estructura legal para la llegada de una compa??a de coloni zaci?n francesa. El Estado de Veracruz sufr?a en 1821 de una distribuci?n

desigual de la poblaci?n, de recursos agr?colas sin utilizar, d comunicaciones escasas, de propiedad de la tierra altamen concentrada, cosas que comentaristas anteriores y posterior a la independencia se?alaron como la ra?z de los males eco

n?micos de M?xico. Despu?s de la independencia, el nue Estado de Veracruz conserv? m?s o menos los l?mites de l

vieja intendencia, perdiendo Tabasco en el sur y parte de que se convirti? en territorio de Tamaulipas en el norte. Estado limitaba con los de San Luis Potos?, M?xico (aho

Hidalgo), Puebla y Oaxaca. La mayor proporci?n de su s

perficie era de llanura costera, bordeada de un lado por e declive oriental de la cordillera y del otro por los pantano del Golfo. Una mirada al mapa es suficiente para ver q Veracruz posee ciertas ventajas geogr?ficas. Su frente ma timo parecer?a haber sido apropiado para las comunicacion costeras casi al grado de excluir la necesidad de las terrestres.

La antigua ruta hacia el interior, por Veracruz, Puebla

M?xico, prove?a al Estado de un nexo comercial con los m cados europeos y americanos. La naturaleza hab?a brindad

un suelo de gran fertilidad: en realidad, lo ?nico que f

taba en 1821 parec?a ser una poblaci?n suficiente como par sacar partida de las ventajas naturales. Humboldt vio el p tencial y las carencias de Veracruz y sus opiniones te?ir?

taire de la colonisation des terrains del l'isthme de Coatzacoalcos, app tenant a l'?tat de Veracruz, rendu par Vhonorable Congr?s constitutio nel de cet ?tat, Jalapa, 28 de abril, 1827.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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muchas investigaciones estad?sticas y proyectos agr?colas y de colonizaci?n posteriores. Se?al?, en primer lugar, que la po blaci?n del Estado estaba muy mal distribuida. En su mayor parte viv?a en las laderas y los valles de la cordillera, ocu pada en una agricultura tanto de subsistencia como comer cial. Mas las llanuras, a pesar de su gran fertilidad, estaban escasamente habitadas por ind?genas aislados que espor?dica mente participaban en la vida econ?mica a trav?s del cultivo y de la venta de vainilla, algod?n, ?ndigo, maguey, pulque o az?car, y que por regla general apenas se dedicaban a una agricultura de subsistencia.30 Humboldt describ?a el efecto

de los dones de la naturaleza sobre una poblaci?n tan pe

que?a: un c?rculo vicioso los manten?a en la holgazaner?a.31 Como no hab?a presi?n demogr?fica, y s? recursos abundan tes, no hab?a necesidad de progresar y por lo tanto no pro gresaban; al no haber progreso se produc?a el estancamiento de la poblaci?n y una agricultura ineficiente, improductiva.

En segundo lugar, Humboldt se?alaba que la pol?tica del

gobierno espa?ol empeoraba la situaci?n, puesto que la leva para el ej?rcito y la armada era ah? mucho mayor per capita que en cualquier otra parte de M?xico, y esto provocaba la emigraci?n: Este servicio oprime al trabajador. Escapa de la costa para evitar ser compelido a ingresar en los cuerpos de los lanceros y los milicianos.32

Ninguna medida se tomaba para poblar la zona: Hasta aqu? el gobierno ha descuidado los medios para aumen tar la poblaci?n de esta costa desierta. De este estado de cosas resulta una gran falta de brazos y escasez de provisiones, cosa muy singular en una regi?n de tan gran fertilidad.33

30 Alexander von Humboldt: op. cit., n, p. 253.

31 Ibid.

32 ibid., p. 256.

33 ibid.

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En tercer lugar, y es lo m?s importante, Humboldt su ray? la fertilidad de las tierras costeras tropicales y sus c lidades para el cultivo de cualquier clase de productos "co niales", con la gran ventaja de estar Veracruz geogr?ficam te enfrente de los mercados europeos.34 Su conclusi?n, s embargo, no era optimista, y anticipaba que pasar?an vari

siglos antes de que las costas llegaran a poblarse y a s

productivas.35

La zona de Veracruz que aqu? nos interesa es el depar

tamento de Acayucan. Despu?s de la independencia, este de partamento estaba compuesto por los tres cantones de Aca yucan, Huimanguillo y San Andr?s Tuxtla, y ten?a los l?mi tes jurisdiccionales de la antigua alcald?a mayor de Tuxtla y

de la subdelegaci?n de Acayucan. La antigua provincia de

Coatzacoalcos, formada alrededor de la cuenca del r?o del mis mo nombre, estaba comprendida dentro de esta ?rea. En 1522 el conquistador Gonzalo de Sandoval fund? la ciudad de Es p?ritu Santo, que se convirti? en un centro del comercio del istmo, con los pueblos de Tehuantepec y otros.36 Seg?n se inform?, esta provincia ten?a, entre los a?os 1600 y 1658, treinta y cinco poblaciones y un n?mero considerable de ha bitantes, pero Esp?ritu Santo hab?a desaparecido ya para 1633,

al igual que otros pueblos originalmente situados en la costa, "por los saqueos y devastaciones de los piratas ingleses y fran ceses que a su vez talaron el pa?s".37 Casi doscientos a?os des pu?s, el Congreso del Estado de Veracruz comision? a Tadeo Ortiz para supervisar el restablecimiento de esta poblaci?n

en su sitio original y poblarla con indios de Ixhuatl?n y

Moloac?n, setenta y un familias en total, d?ndole el nombre

de Minatitl?n en honor del espa?ol que hab?a colaborado

34 ibid., p. 253. 35 ibid., p. 255. 36 Jos? Mar?a Iglesias: Estad?stica del departamento de Acayucan, compuesto de los tres cantones Acayucan, Huimanguillo y San Andr?s Tustla, Huimanguillo, mayo, 1831, p. 4. 37 ibid.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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con la causa de la independencia.38 Esta fue la primera ten tativa de colonizaci?n en el departamento de Acayucan. Dentro de un estado escasamente poblado, el departamen to de Acayucan estaba relativamente menos poblado que los otros departamentos.39 En 1806 la jurisdicci?n de Acayucan cubr?a un ?rea de 3 200 leguas cuadradas y ten?a una pobla ci?n de 30 000 habitantes distribuidos en dieciocho aldeas, siete grandes haciendas, treinta y siete ranchos de ganado y una multitud de milper?as.40 En 1827, el departamento, con l?mites jurisdiccionales bastante aumentados, ten?a 42 307 ha bitantes distribuidos en veinte aldeas.41 Miguel Barrag?n, go bernador del Estado de Veracruz, escribi? en su memoria de ese a?o que la producci?n tanto de algod?n como de vaini lla estaba en decadencia en Acayucan, aunque expresaba op timismo acerca del proyecto de colonizaci?n del Coatzacoal cos de Tadeo Ortiz.42 En 1831, Jos? Mar?a Iglesias informaba que la poblaci?n del departamento hab?a sido estimada, en 1823, en 45 210 habitantes, y que el padr?n de 1830 hab?a revelado una disminuci?n de 4 867 habitantes; pero agreg? que el temor de los indios a ser reclutados en la milicia los llevaba a ocultarse en el monte al acercarse el funcionario del censo.43 Sin embargo, en 1831, la poblaci?n hab?a aumen tado nuevamente a 43 178.44

El estudio d?l istmo hecho por Tadeo Ortiz arroj? nueva luz sobre la naturaleza del terreno y su descuidado poten

cial. Humboldt hab?a recalcado que el ?rea era apropiada

para el cultivo de cocoa, arroz (escribi? que los bancos y el 38 Ibid.

39 V?ase el cuadro i.

40 Luis Ch?vez Orozco y Enrique Florescano: Agricultura e indus tria textil de Veracruz, Jalapa, Universidad Veracruzana, 1965, p. 140. 41 Miguel Barrag?n y Diego Mar?a de Alcalde: Noticia estad?stica que el gobernador del Estado libre y soberano de Veracruz presenta al Congreso de la Uni?n d? la 8? obligaci?n del art?culo 161 de la consti tuci?n federal, Jalapa, enero 25, 1827, p. 6. 42 ibid., p. 7. 43 Jos? Ma. Iglesias: op. cit., p. 7. 44 ibid., p. 57.

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delta del r?o Coatzacoalcos pod?an producir una cosecha d arroz tan importante como la de Guayaquil o la de Louisi na) , toda clase de cultivos coloniales, maderas duras, mader tint?reas, etc.. .45 Mencionaba la posible utilidad del Coatz coalcos como parte de una comunicaci?n interoce?nica a t v?s del istmo de Tehuantepec.46 Hab?a llamado la atenci? hacia un ?rea casi despoblada pero con un futuro activ importante por la posible uni?n de las dos gigantes redes merciales del Atl?ntico y del Pac?fico y como proveedor materias primas agr?colas para los mercados del mundo. Or fue la primera persona, desde Humboldt, que hab?a escri veinte a?os antes, en estimar las posibilidades del istm Subray? en la primera entrega de su investigaci?n, aparec en El Sol, la necesidad de que el gobierno y la iniciativa p vada se asociaran tan pronto como fuera posible en la col

nizaci?n y la explotaci?n de esa ?rea potencialmente ta

rica.47 Describi? en detalle el estado de la producci?n agr? la, la distribuci?n de la poblaci?n, la fertilidad del suelo, q podr?a cultivarse exitosamente en ?l, y su productividad p tencial, y habl? de c?mo la producci?n y la colonizaci?n d b?an animarse a trav?s de premios, exenci?n de impuesto etc?tera.. ,48 En Chinameca y Otiapa se cultivaban algod?n maguey y arroz, y el suelo era ideal para el cultivo de caf

cocoa y ca?a de az?car.49 La pimienta y la cocoa se dab

bien en el cant?n de Huimanguillo, el caf? en los valles d Acayucan, Cosoleacaque y otras aldeas, y ca?a de az?car calidad superior a la de las Indias Occidentales se daba varias partes.50 El tabaco de Huimanguillo era tan bue como el de La Habana.51 Para los prop?sitos de su examen

agrup? en dos partes las tierras que bordeaban al r 45 Alexander von Humboldt: op. cit., n, p. 253, ni, p. 18. 46 ibid., m, p. 18. 47 Carlos Sierra: op. cit., p. 26. 48 ibid., pp. 27-48. 4? Ibid., p. 28. 50 ibid., pp. 28-38. 51 Ibid., p. 40.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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Coatzacoalcos: las grandes haciendas de particulares r?o abajo y los terrenos bald?os del gobierno r?o arriba. Muchos de los due?os de las tierras privadas hab?an muerto y ?stas no ha b?an sido adjudicadas.52 Esta regi?n, por lo tanto, estaba pr?c ticamente despoblada, lo que no quer?a decir que los pocos centros poblados estuvieran en decadencia: La peque?a parte poblada de esta regi?n re?ne cuatro pa

rroquias, diez y nueve pueblos, doce o quince haciendas y m?s de cincuenta ranchos de ganader?a con veintis?is mil quinientos cincuenta y cuatro habitantes, seg?n un censo antiguo; pero sj hemos de creer la respetable opini?n del p?rroco de Acayucan y algunos de sus vecinos, deber? ascender a treinta y tres mil habitantes de las tres razas de indio*, mestizos y espa?oles, sien do superior con un exceso la primera. Las poblaciones de este partido en suma decadencia de pocos a?os a esta parte, se ha

b?an vivificado un tanto desde la adquisici?n de la indepen dencia.53

Ortiz escribi? que la principal actividad de los indios era cultivar el algod?n y la pita, pero estaba en decadencia desde

antes de la independencia debido a la clausura del puerto de Coatzacoalcos, que se hab?a tomado como medida para evitar el contrabando,

... consumando la miseria y el despecho de esos habitantes has ta el extremo de obligarlos a abandonar sus ping?es y casi ex clusivos ramos de algod?n y pita, dando as? el ?ltimo golpe al pa?s, sin cortar el mal, cuya posici?n cr?tica no remedi?ndose luego y luego, una ruina ser? el consiguiente.54

La fuerte competencia de las telas baratas importadas im pidi? la recuperaci?n del ramo textil, y a su vez, del cultivo de algod?n y pita, los cuales hab?an reportado ganancias en tiempos de la colonia. Recalcaba Ortiz que el indio iba des apareciendo de esa regi?n que consideraba la m?s apropiada 52 ibid., p. 41. 53 ibid., p. 47. 54 Ibid., p. 48.

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para colonizar: "La clase ind?gena en muchos pueblos e casi abandonada." 55 El ?rea a la derecha del Coatzacoalc estaba des?rtica y era propiedad de la naci?n, "exceptuan la pequenez indicada y las tierras de los ind?genas de Ixh tl?n, Moloac?n y los pueblos de la parroquia de Huimang llo, que por todo es muy poca cantidad".56 Parte de esta gi?n ser?a concedida por contrato a una compa??a france organizada por Laisn? de Vill?v?que y Fran?ois Giordan e 1828. En la ?ltima entrega de su informe, Ortiz describi c?mo barcos de vapor y canoas unir?an por el Coatzacoalc y sus tributarios dos regiones: una templada en las tierr

altas del centro del istmo, donde se podr?a cultivar toda cl de frutos y siembras de clima templado, especialmente la y el olivo; y la otra c?lida, r?o abajo, donde se daban tod los cultivos tropicales.57

Los primeros pasos hacia la colonizaci?n del istmo n

fueron dados por Tadeo Ortiz, sino por el se?or Fausto R perti, quien en representaci?n de una casa comercial ingle acept? en 1825 un contrato para colonizar las tierras altas Coatzacoalcos con 1 500 familias, trasladarlas a M?xico a e pensas de la compa??a y ayudarlas a establecerse.58 El bierno del Estado de Veracruz en esa ?poca no hab?a ratif

cado la ley nacional de colonizaci?n ni hab?a pensado e ninguna f?rmula para ceder territorio a una compa??a colonizaci?n extranjera, y cuando al fin se encontr? habi tado para negociar la colonizaci?n de sus terrenos bald?o la casa comercial inglesa hab?a quebrado durante la cri financiera brit?nica de 1826-1827.59 Ya por aquel entonc Ortiz hab?a empezado la colonizaci?n del Coatzacoalcos

ind?genas de la Mix teca Alta y, como apenas dej? constan de su fallido intento, las informaciones sobre ?l deben reu

55 ibid., p. 49. 56 ibid., p. 44. 57 Ibid., p. 119.

58 Carta de Tadeo Ortiz desde Burdeos a El Censor de Veracr

El Sol, M?xico, 26 de junio, 1831.

5? Ibid.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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se en otras fuentes. Proyectaba el establecimiento de un gran n?mero de ind?genas en comunidades que llevar?an nombres de h?roes de la guerra de independencia: Min?polis, Hidal g?polis, Morel?spolis y Allend?polis. Despu?s, gracias al em pe?o de las autoridades del Estado de Veracruz, que prefer?an nombres de derivaci?n ind?gena a las derivaciones cl?sicas, se cambiaron a Minatitl?n, Hidalgotitl?n, Morelostitl?n y

Allendetitl?n. En una carta enviada desde Burdeos, donde fue nombrado c?nsul mexicano en 1829, a El Censor de Ve racruz, y publicada en El Sol en junio de 1831, Ortiz analiz? el fracaso de los intentos franceses de colonizar el Coatza coalcos, pero no escribi? nada sobre sus propios intentos de establecer pueblos.60 Sin embargo, un informe exiguo sobre el estado de estas aldeas de Ortiz fue incluido con otras "pi? ces justificatives" en el informe final de Fran?ois Giordan sobre la colonizaci?n publicado en Francia en 1838.61 En la secci?n de este libro titulada "Compl?ment statistique au rap port de la commission d'exploration de l'isthme de Tehuan tepec", escrito por Giordan en 1829 despu?s de su salida para

Francia, hay descripciones de lo que quedaba de las aldeas

levantadas por Ortiz siendo director de colonizaci?n, cuando vivi? en Minatitl?n entre 1825 y 1828.62 Tanto Minatitl?n, conocida antes como La F?brica, e Hidalgotitl?n, antes Re molino de los Almagres, aparentemente marchaban bien, pero hab?an existido como aldeas antes de que Ortiz les llevara colonos. En Hidalgotitl?n hab?a 40 indios y un franc?s, Jean Gauler, que ten?a una tienda "que el se?or Ortiz fomentaba para fijar all? a los indios".63 ?sta es la primera indicaci?n de que Ortiz usaba una especie de tienda de raya para man tener a los habitantes en las ?reas que se les hab?an asignado. Seis leguas m?s al interior, Allendetitl?n, un nuevo poblado, ten?a diecis?is familias indias que, seg?n Giordan, eran mi ?o El Sol, 26-27-28 de junio, 1831. 61 Fran?ois Giordan: Description..? cit. 62 Ibid., p. 47.

63 ibid.

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serables y estaban deseosas de irse.64 En Tecolotepec, r?o arri

ba, Giordan lleg? a otro sitio destinado por Ortiz a conve tirse en colonia; all? el terreno era muy dif?cil y la vege ci?n demasiado vigorosa como para que el establecimien tuviera ?xito.65 A cuatro leguas de Tecolotepec hab?a otr caser?o, Abasolotitl?n, habitado por once familias ind?gen que cultivaban 200 arpents 66 de tierra excelente, pero Gio dan daba testimonio de su infelicidad: "Estos indios me p recieron poco satisfechos de encontrarse as? aislados en med de un pa?s inmenso, y me hicieron entender que ellos se ir? tan pronto como, por su trabajo, saldaran las deudas co tra?das con el se?or Ortiz".67 Trat? de persuadirlos a que s quedaron y les cont? su plan de crear una nueva aldea en la cercan?as, que se llamar?a Minervee.68 La ?ltima aldea cre

da por Ortiz a la que lleg? Giordan llevaba el nombre d

Morelostitl?n y tambi?n era un fracaso, "no hab?a m?s qu cuatro familias descorazonadas y por partir",69 a pesar de tierra excelente que la rodeaba y de la belleza de la llanur

en que se encontraba: Giordan comparaba el lugar al d

Tours.70 Era en ese sitio que Ortiz hab?a construido dos tie

das "donde se almacenaban las mercader?as que ven?an

Tehuantepec o de Tabasco".71 Otro franc?s, Mathieu Fossey

un colono fracasado, mencionaba la colonia m?s lejana d Ortiz, Boca del Monte, al pie de la cadena monta?osa qu

divide a Tehuantepec de la cuenca del Coatzacoalcos. En 183 ?ste era el estado de la colonia:

Algunas familias de colonos hicieron in?tiles esfuerzos por radicarse en esta aldea, de donde fueron expulsados por la mu titud de insectos que llenaban el ambiente en que se viv?a, y 64 ibid., p. 48.

65 Ibid. 66 ibid. (El arpent era una antigua medida agraria equivalente a

51 ?reas).

67 Ibid. 68 Ibid., p. 49. 69 ibid. 70 Ibid. ?? Ibid.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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por la sensaci?n de impotencia que sent?an en ese medio tan aislado.72

Estos datos indican que Ortiz tuvo poca suerte en colo nizar el Coatzacoalcos.

La participaci?n francesa en la colonizaci?n de M?xico

comenz? cuando Alexandre Martin, c?nsul general franc?s en M?xico, present? a los se?ores Chedeheux y Laroche, agen tes de la compa??a de colonizaci?n de Laisn? de Vill?v?que y Giordan, a Tadeo Ortiz, en la ciudad de M?xico en 1828.73 En un mensaje al ministro de Asuntos Extranjeros en Par?s, Martin expres? su completa confianza en Tadeo Ortiz, en la sagacidad de las leyes de colonizaci?n, en los informes sobre la fertilidad y la buena prespectiva de colonizar el istmo, y pidi? toda la cooperaci?n posible para la compa??a francesa. Mencion? los esfuerzos de Ortiz, quien hab?a superado nu

merosos obst?culos durante cuatro a?os de residir en el istmo,

y record? que 120 familias hab?an logrado establecerse bien.74

Los dos agentes expresaron el deseo de la compa??a de con tratar 500 leguas cuadradas de territorio mexicano en Texas o en cualquier otro lugar, de modo que pudieran enviar co lonos franceses y suizos para ocuparlos en el cultivo de la vid, el olivo, la seda y otros frutos.75 Ortiz puso al servicio de la compa??a su ayuda y conocimientos y les obsequi? va rios mapas, planos e informaci?n acerca del ?rea con la que estaba m?s familiarizado, el istmo de Tehuantepec.76 El 3 de julio de 1828, el gobierno del Estado de Veracruz emiti? un decreto que conced?a trescientas leguas cuadradas de la cuen ca del alto Coatzacoalcos a la compa??a francesa, con la con dici?n de que los concesionarios transportaran quinientos 72 Mathieu Fossey: Le Mexique. Paris, Imp. Henri Pion, 1851, p. 49. 73 El Sol, M?xico, 26 de junio, 1831. 74 Alexandre Martin, c?nsul general en M?xico, al ministro, 25 de agosto, 1828, en Archives diplomatiques, Paris. (A.D.P. en lo sucesivo). Correspondance consular commerciale. (C.C.C. en lo sucesivo). m?xioo

i, p. 341.

75 El Sol, M?xico, 26 de junio, 1831. 76 ibid.

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campesinos robustos y laboriosos y por lo menos de dos na cionalidades, a expensas de la compa??a, dentro de un per?o do de tres a?os, de acuerd? con las leyes de colonizaci?n de la Rep?blica.77 Ortiz mencion? que el Congreso de Veracruz acord? la concesi?n de esta tierra con "alguna repugnancia, tanto porque le pareci? excesiva la cantidad de leguas pedi das, a pesar de haberse rebajado en doscientas, como porque no ten?a a ciencia fija conocimiento de la formalidad y po sibilidad de los capitalistas para llevar al cabo su empresa".78 Ortiz tambi?n dej? bien claro, en el momento en que se con clu?a el contrato en Jalapa, lo importante de los preparati vos necesarios antes de que la compa??a pudiera comenzar a asentar los primeros colonos.79 Despu?s de la firma del con trato, Ortiz se dirigi? a la zona concedida con el abate Bara d?re, cuyo informe favorable fue utilizado por Vill?v?que y Giordan para hacerle publicidad al proyecto,80 mientras Gior dan, que ya estaba familiarizado con el ?rea, viaj? hacia Ve racruz para reclutar trabajadores para las labores iniciales: construir casas, hacer las primeras siembras, etc.81 Luego, Or tiz regres? a M?xico, donde pronto fue designado c?nsul mexi

cano en Burdeos, y Giordan regres? a Minatitl?n. Ning?n preparativo se puso en marcha en M?xico o en Francia du rante el primer a?o del proyecto, y Giordan necesit? conse guir del gobierno de Veracruz una pr?rroga del plazo para 77 Ibid. 78 Ibid. to ibid., 27 de junio, 1831. so El informe de B?rad?re fue incluido en el segundo folleto de Lais n? de Vill?v?que sobre la compa??a de colonizaci?n de Fran?ois Giordan: "Projet de soci?t? en commandite par actions. 3 Juillet Concession, 1829", en Pierre Charpenne: Mon voyage au Mexique, ou le colon de Guazacoalco, Paris, Roux, 1836, pp. 310-326. Este fue el tan criticado folleto entregado a los colonos que partieron de Francia a fines de 1829. El primer folleto, Colonie du Guazacoalcos dans l'?tat de Veracruz, au Mexique. Projet de soci?t?. Publi? par Laisn? de Vill?v?que, Giordan et B?rad?re, Paris, 1827, era considerablemente m?s comedido al describir las ventajas naturales del ?rea por colonizar. 81 El Sol, M?xico, 27 de julio, 1831.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

273

colonizar la concesi?n, de modo que el contrato corri? desde

el 29 de abril de 1830 en lugar de hacerlo desde el 3 de

julio de 1828.82 La intenci?n era darle tiempo para terminar las primeras obras en M?xico, mientras Vill?v?que enlistaba nombres en Francia para hacer el primer embarque de co

lonos.

A pesar de la falta de preparativos hechos por Giordan en M?xico, en Francia Laisn? de Vill?v?que organiz? a su

manera las primeras expediciones. Aparentemente sin consul

tar a su socio, Giordan, o a las autoridades de Veracruz,

decidi? dejar la organizaci?n, reclutamiento y transporte de estas expediciones a subconcesionarios, ocup?ndose ?l de ha cer un bosquejo color de rosa para un folleto que distribuy? en Francia, Alemania, Suiza e Irlanda.83 El proyecto de co lonizaci?n, por lo tanto, sigui? adelante ya no bajo la super

visi?n directa de los concesionarios originales. Aunque la responsabilidad por su ?xito aun pesaba sobre Giordan, su participaci?n se vio limitada porque las comunicaciones con Francia se hab?an roto, tanto porque Vill?v?que hab?a dele gado su responsabilidad en el proyecto a subconcesionarios con los que Giordan no ten?a trato, como por el constante empeoramiento de las relaciones entre ?ste y Vill?v?que, quien

parec?a renuente o incapaz de cumplir con sus m?s elemen tales obligaciones como co-director del proyecto.84 La pol?tica

de subcontrataci?n era contraria a las leyes mexicanas de co lonizaci?n, al contrato particular por el que la compa??a es taba comprometida con el gobierno de Veracruz, y a las ad vertencias de Giordan.85 Giordan escribi? a Vill?v?que desde M?xico pidi?ndole dinero para hacer los preparativos y re 82 Ibid. 83 Fran?ois Giordan: R?ponse au libelle intitul? Pr?cis historique sur la colonie du Goazacalco, de Hippolyte Mansion, Par?s, August Auf frey, 1831, p. 87 (v. nota 107).

84 Esto se ve claramente en la correspondencia de Giordan con Laisn? de Vill?v?que. V?ase Fran?ois Giordan: R?ponse... cit. 85 El Sol, Mexico, 27 de junio, 1831.

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274

GUY P. C. THOMSON

cibir como era debido a los primeros colonos, al tiempo qu ?stos ya hac?an preparativos para salir de Francia.86

La primera expedici?n, de ciento tres colonos, dej? E

Havre en el bergant?n Am?rique el 27 de noviembre de 182 Al llegar, en enero de 1830, el barco encall? en la barra d

r?o Coatzacoalcos y se hundi?, a pesar de haber subido bordo el piloto mexicano Salom?n. La mayor parte de l

provisiones de los pasajeros se perdieron y, lo que era peor se les cobr? impuestos de aduana al desembarcar lo poco qu pudieron salvar, aunque el contrato hab?a especificado qu los bienes de consumo personal de los colonos estar?an exe tos de todo derecho durante un per?odo de siete a?os.87 segundo barco en llegar, L'Hercule, sufri? una desgracia milar a su arribo en mayo de 1830. Por no querer arriesgar cruzando la barra, el capit?n Chazc, un americano, decidi desembarcar a los colonos y sus propiedades en canoas; Un

de esas canoas zozobr? y dos hombres y un ni?o se aho

ron.88 Estos episodios desmoralizaron a los colonos, cosa qu aunada a la falta de ayuda concreta por parte de Giordan, a la ausencia de preparativos para su llegada, a la indifere

cia de las autoridades mexicanas y a lo desagradable de

clima costero, provoc? que el n?mero de colonos disminuye

r?pidamente, fuese por muerte causada por enfermedades con

tra?das en un clima para el que ninguno de ellos estaba pr

parado (ninguna de las dos primeras expediciones lleva

un m?dico), o por su decisi?n de abandonar toda esperanz de establecerse en la concesi?n y mejor buscar un modo d regresar a Francia. La tarea de resolver los problemas de l infelices colonos que siguieron llegando a las costas del ca t?n de Acayucan durante 1830 y 1831 recay? al principio

86 Giordan a Vill?v?que, 22 de octubre, 1829, en Fran?ois Giordan*

R?ponse... cit., p. 82.

87 Art?culo 21 de la Ley de colonizaci?n, en Fran?ois Giordan: De

cription . . . cit.

88 F?licien Carr?re, vicec?nsul franc?s en Veracruz, a Cochelet, c?n sul general franc?s en M?xico, 19 de mayo 1830, A.D.P., C.C.C., M?x

co h, p. 676.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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F?licien Carr?re, vicec?nsul franc?s en el puerto de Vera cruz. Cualquier colono que decid?a, despu?s de su llegada, no establecerse en la concesi?n ?y la gran mayor?a de los pri meros expedicionistas tom? esta decisi?n? viajaba hacia Ve racruz, buscando consejo del vicec?nsul sobre c?mo volver a Francia, encontrar otra ocupaci?n en M?xico o ir a los Es tados Unidos. En noviembre de 1830, Carr?re inform? al mi

nistro en Par?s que treinta personas de la primera expedici?n

hab?an solicitado ayuda, de las cuales a catorce les propor cion? auxilio para ir a los Estados Unidos, y diecis?is que daron a su cargo en Veracruz. De la segunda expedici?n, cua

renta quedaron a su cargo en Veracruz, seis hab?an regresado a Francia y diez se trasladaron a M?xico y a otras ciudades del interior. De la reciente expedici?n del Diane, diecis?is ya hab?an pedido ayuda.89 Carr?re estim? sus gastos para satis facer las necesidades m?nimas de estos colonos en 6 307 pe sos (1 201 francos). Insisti? en que ochenta y seis franceses hubieran muerto de no haberlos atendido.90 Pero ?ste no fue de modo alguno el fin del esfuerzo franc?s por colonizar el

Coatzacoalcos.

En abril de 1831, Carr?re inform? de la llegada de dos nuevas expediciones de colonos en los bergantines La Gla neuse y Le Petit Eug?ne con doscientas "nuevas v?ctimas" para el clima diab?lico de la costa veracruzana: 91

.. .la miseria m?s deplorable los rodea: Las mujeres encintas, los ni?os de corta edad desprovistos de todos los medios para alimentarse, un clima devoradar, insectos que nacen espont? neamente de cualquier lugar, y la indigencia e incapacidad de procurarse ayuda.92

En junio de 1831 anunci? la llegada de m?s expediciones fatales, una desde Burdeos bajo la direcci?n de M. Villers, organizada por Tadeo Ortiz, y otra desde El Havre que lleg? 89 A.D.P., C.C.C., VERACRUZ i, p. 21. 90 ibid., p. 24. 91 Carr?re al ministro en Par?s, 17 de abril 1831, ibid., p. 85.

$2 Ibid.

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Cuadro Poblaci?n y *:stabi.i<-.<:imikntos del E Jurisdicciones

(intendencia de Veracruz)

Subdelcgaci?n

de

Antigua (1807)

Loca liif o (1rs

censadas

8 pueblos 4 haciendas 202 ranchos

4 031

10 pueblos

26 028

1 ciudad

15 000

Subdelcgaci?n

de

Papantla (1806)

Poblaci?n (1805-1807) ?

Superficie (leguas cuadradas)

(EstatU

Departamento de Veracruz

Subdc legaci?n

de

Panuco y Tampico

Subdelcgaci?n

de Misantla

Subdelcgaci?n

de Jalapa (1806) Subdelegaci?n de Jalacingo (1806) Subdelegaci?n de

5 pueblos

17 500

1 ciudtid

Departamento

120

80

Orizaba (1806)

16 pueblos

Subdelegaci?n

16 pueblos 25 haciendas 25 ranchos

35 480

Subdelegaci?n

8999

1089

Cosamaloapan (1805)

1 pueblo 6 haciendas 30 ranchos

Subdelegaci?n

18 pueblos

Acayucan (1806)

37 ranchos

30 000

3 200

Alcald?a Mayor de

2 villas 2 pueblos

?le C?rdoba (1806)

de

de

Tuxtla

7 haciendas

de Jalapa

30 ranchos

360

590

Dep?rtame tito

de Orizaba

Departament

de Acayucan

Colonia de Ct Seg?n Apuntes estad?sticos de la intendencia de Veracruz.

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I ?tauo de Veracruz ( 1805-1831 ) nsdicdones > de Veracruz)

Localidades censadas

Cant??

Poblaci?n-1827

de

18 pueblos

29987

Canton de

12 pueblos

7 981

Veracruz

Papantla Cant?n de

Tampico Canton de

M isaru la

Cant?n

de

Jalacingo

Cant?n de

Orizaba

Cant?n de C?rdoba Cant?n de Cosamaloapan

24 556

8504

l 61546

63 506 12 pueblos

4 pueblos

6 congrega ciones

Cant?n

de Jalapa

Poblaci?n 1831

del del del del cant?n departam canton departamento

31 pueblos

20 785

23 377

5109

4 353

38 882

42 704

y 53061

58 566

6 pueblos

14 179

15 862

30 pueblos

48 475

46 991

24 pueblos

25 779.

9 pueblos

8894

9828

19 506

20 421

4 ranchos

Cant?n

de Acayucan

12 pueblos

Cant?n de Tuxtla

3 pueblos

16 530

Cant?n de 8 pueblos Huimanguillo

6 271

84148

y 42 307

24 521

18 019

L 81340

4317S

4 738 626

yatmcoalcos

Total

242 658

245 256

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GUY P. C. THOMSON

el 4 de mayo con ciento veintiocho colonos para la concesi francesa.93 No se encuentran otros informes acerca de es

dos expediciones, aunque Giordan mencion? su preparaci?n y los esfuerzos continuos de Ortiz por colonizar el Coatz coalcos mientras era c?nsul en Burdeos. El propio Ortiz gu daba silencio acerca de su participaci?n en un asunto que ya hab?a condenado.95 En una carta a varios diarios de Bu

deos, El Havre y Marsella, escrita el 5 de junio de 183

Carr?re estimaba que cuatrocientos nuevos colonos hab?an gado al Coatzacoalcos desde las primeras tres expediciones elevando la cantidad total a setecientos treinta y ocho.96 S fuertes objeciones al continuo traslado de colonos, y sus ticiones a la prensa francesa, al ministro de Asuntos Extr jeros y al ministro de Defensa y Colonizaci?n, tuvieron al contestaci?n, y este ?ltimo estuvo de acuerdo en enviar l

corbeta Dore a M?xico para llevar de vuelta a algunos

los infortunados franceses. Setenta y tres franceses, ofic mente todos colonos,97 se inscribieron para el viaje de reto

a Francia. A?n as?, a pesar del fracaso patente de todas las expedi ciones al Coatzacoalcos en los a?os 1830 y 1831, el se?or Gloux, vicec?nsul franc?s en Veracruz desde diciembre de 1833, inform? en junio de 1834 otras dos m?s.98 La primera parti? de El Havre en febrero de 1834 en el bergant?n Edouard

Eulalia, con setenta pasajeros, sesenta de los cuales estaban destinados a la concesi?n y formaban un grupo de trabajado res del Alto Saona encabezado por M. Chateous. Llegaron a Coatzacoalcos el 6 de abril de 1834, se establecieron a diez 93 Carr?re al ministro en Par?s, 5 de junio de 1831, ibid., p. 139. 94 Fran?ois Giordan al Indicateur de Bordeaux, ibid., p. 30. 95 El Sol, M?xico, 27 de junio, 1831. 96 Carr?re al Indicateur de ordeaux, Le Journal du Havre, Le Phare de Marseille, Le Moniteur, Le Courier Fran?ois, Le Constitutionel, Le

Commerce, Le National, 5 de junio 1831, A.D.P., C.C.C., Veracruz i,. p. 142. 97 Carr?re al ministro en Paris, 7 de octubre, 1831. Ibid., p. 171 98 A. Gloux, vicec?nsul franc?s en Veracruz, al ministro en Par?s,. 20 de junio 1834, Ibid., p. 280. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


COLONIZACI?N EN ACAYUCAN 279 leguas de Minatitl?n e iniciaron sus siembras. La segunda expedici?n, bajo la direcci?n de M. Fonrouge, arrib? poco despu?s. Tanto Chautous como Fonrouge eran subordinados de H?ctor de Soumier, un terrateniente de Nevers, jefe de

toda la empresa. Hay pocos informes de estas dos ?ltimas ex pediciones; de hecho hay pocos datos respecto a todas las ex pediciones, salvo las tres primeras. Lo que s? sabemos es que surgi? una fuerte pol?mica en la prensa y en la correspon dencia de los interesados, acerca de qui?n hab?a de resultar culpable de tantos fracasos y de desentenderse de tantos des afortunados franceses que una y otra vez eran lanzados a la soledad de Acayucan. Mathieu Fossey, un viajero, y original mente un colono de la expedici?n que hab?a arribado a Coat zacoalcos en el bergant?n Glaneuse en febrero de 1831, escri bi? que el ?nico hombre de la expedici?n del Petit Eug?ne

que permanec?a en el departamento en 1837 era un mon sieur Charles, que hab?a adquirido la reputaci?n de ser un nuevo Robinson Crusoe entre los mercaderes franceses que viajaban y comerciaban entre Juchit?n, Tehuantepec y Ve racruz y que dispon?an de tiempo para visitarlo:

Este nuevo Robinson, cuya barba ca?a sobre el pecho, ten?a

por calzado una piel de caim?n cosida con hilo de pita; por vestimenta, una tela de colch?n o una estera de junco, y por tocado, una piel de tigre.99

Un registro de la poblaci?n francesa en M?xico, levantado en 1849, revela cuan pocos franceses hab?an quedado en la regi?n tomando en cuenta el n?mero que hab?a salido de Francia con la intenci?n de colonizar la concesi?n del Coat zacoalcos.100 Parece, por lo tanto, que ya para 1849 la mayo r?a de los colonos hab?a muerto, se hab?a trasladado a otras partes de M?xico o hab?a regresado a Francia. El total de la 99 Mathieu Fossey: op. cit., p. 60. 100 Population fran?aise au Mexique. Legation de France au Mexique. Registre de la Population Fran?aise au 30 abril 1849, A.D.P., M?moires et Documents, Mexique, vu.

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GUY P. C. THOMSON

poblaci?n francesa del pa?s era, en 1849, de dos mil individuos

aproximadamente, sin contar mujeres y ni?os. En las ciud des, los franceses se ocupaban en todo tipo de peque?o

mercio y en diversos oficios.101 Hay buenas razones para creer

que muchos de los colonos originales encontraron ocupaci en otras partes del pa?s despu?s de abandonar la esperanz de colonizar el Coatzacoalcos, pues la expulsi?n de los espa ?oles dej? vac?os que ellos pudieron llenar en la estructur ocupacional. Sabemos que los franceses se dedicaban al c tivo de la vainilla, de la cochinilla y de la seda, y t?cnico franceses colaboraron en la recuperaci?n de la industria te til en Puebla, Orizaba y Jalapa.102 Para 1849 ya hab?a capit franc?s en esta industria. Pero pocos franceses participaba en la econom?a de la zona que nos interesa: en 1849, sie viv?an en Minatitl?n: dos tenderos, dos agricultores, un de tilador y dos carreteros. En Acayucan se encontraban die dos mercaderes, tres agricultores, dos tenderos, un ebanist y dos mayoristas. Se hab?a establecido F?licien Carri?re en propiedad de San Andr?s Tuxtla con su esposa y cuatro hijo hab?a en la misma poblaci?n cuatro agricultores, un carpi tero, un doctor, dos destiladores, dos mercaderes, cuatro te deros y un mayorista. En J?ltipan hab?a cinco franceses, i cluyendo a Fonrouge, jefe de la expedici?n de 1834, y a su familia, quienes todav?a trabajaban la tierra; los otros labr ban o se dedicaban al comercio. Un franc?s viv?a todav?a

Almagres (Hidalgotitl?n) en una granja, otro m?s ten?a un tienda en Chinameca y dos viv?an en Huimanguillo com mercaderes. En total, eran 96 franceses con sus familias est blecidos en Acayucan en 1849, de los cuales muy pocos dedicaban a la agricultura.103 ?nicamente ?stos quedaban,

de m?s de mil llegados como colonos a la costa del dep tamento entre 1830 y 1834.104 loi Ibid.

102 ibid. 103 Ibid. 104 V?ase el cuadro n.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

281

Es dif?cil saber lo que realmente ocasion? el fracaso de las expediciones francesas, tan fervientes fueron las controver

sias, tan violentas eran las acusaciones que todos los interesa dos se dirigieron mutuamente. Todos los que tuvieron que ver en la colonizaci?n, a saber: las autoridades mexicanas, Laisn? de Vill?v?que y Giordan (quienes no estaban de acuer do entre s?), los subconcesionarios, el servicio consular fran c?s en M?xico (que tampoco mantuvo un criterio unificado) y los propios colonos, dieron versiones distintas de lo que real

mente sucedi? y de qui?n era culpable. No podemos confiar en las opiniones apasionadas de estas fuentes, y es necesario verlas a la luz de los datos que existen sobre la naturaleza del terreno y de las obligaciones legales y contractuales que las partes ten?an entre s?. Entonces queda m?s en claro qui? nes fueron responsables y por qu? fracas? el proyecto. Por lo general, el gobierno mexicano no demostr? mucho inter?s en ?l; aunque se mencionaba el asunto en los informes

del Ministerio de Relaciones Exteriores. Pero tampoco le

puso trabas; despu?s de todo, el proyecto era una empresa privada francesa relacionada con el gobierno de Veracruz. Lu cas Alam?n, siendo ministro de Relaciones Exteriores en 1831,

escribi?: "Mas por desgracia el ?xito no ha correspondido hasta ahora a las esperanzas que se hab?an concebido. Sea

que los colonos se hayan desalentado a la vista de las dificul tades que ten?an que vencer para hacer laborable un pa?s enteramente cubierto de grandes ?rboles, sea que no se toma sen por los empresarios todas las medidas necesarias para el establecimiento de aqu?llos".105 En 1832 el ministro de Rela ciones Exteriores report? el fracaso completo del proyecto franc?s.

Esto se debe, principalmente, al defectuoso sistema adoptado por los empresarios para la distribuci?n de las tierras, y la elec

ci?n desacertada de los colonos, que por lo general han sido

gente poco a prop?sito para las labores del campo.106

105 Lucas Alam?n: Memoria... de Relaciones, 1831, en Alam?n: Documentos diversos, cit., i, p. 272. loe Lucas Alam?n: Memoria... de Relaciones, 1832, en Ibid., p. 374.

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GUY P. C. THOMSON

El gobierno del Estado de Veracruz compart?a la opini del gobierno central y ambos seguramente dieron la bien nida a Hyppolite Mansion, secretario de Carr?re y encarg por aqu?l de hacer una investigaci?n del proyecto. Este se concluy? que la culpa reca?a exclusivamente sobre Laisn? Vill?v?que y Giordan, quienes eran unos asesinos por atr gente a una regi?n incolonizable por medio de informaci que no correspond?a en nada con la realidad.107 Elogi? si reserva a las autoridades mexicanas por la mano que hab?

tendido para ayudar a las "v?ctimas".108 En cambio, Cochelet

en otro informe, les hab?a echado toda la culpa del fraca de las primeras expediciones.109 Una carta escrita por M sion alabando el papel de M?xico fue publicada primero e El Constitucional de Jalapa, y luego en el diario oficial d gobierno de Bustamante, El Registro Oficial.110 Los miembros del servicio consular franc?s difer?an en intensidad con que culpaban a los concesionarios. Cochele c?nsul general en M?xico, se contentaba con dividir la resp sabilidad por el fracaso del proyecto por partes iguales en las autoridades mexicanas, la compa??a francesa y los pr pios colonos. Tambi?n pon?a en relieve, como lo hab?a hec Mathieu Fossey, lo incompetente que eran los franceses co pueblo colonizador. El 15 de marzo de 1830, al recibir la ticia del arribo de las primeras expediciones al Coatzacoalc escribi?: Es reconocido por todos, Monse?or, que entre los europeos los franceses son los menos apropiados para fundar colonias. Los ingleses son pacientes y laboriosos, no temen la soledad, el silencio del terreno reci?n roturado. Los franceses, espiritual mente activos, viento de la sociedad, gustan de conversar con los vecinos. Se ofrecen voluntariamente a los ensayos, pero al 107 Hyppolite Mansion: Pr?cis historique sur la colonie fran?aise au Goazacoalcos (Mexique), avec la refutation des prospectus publi?es par

M..Laisn? de Vill?v?que, Londres, 1831. 108 Ibid., p. 51. 109 Cochelet al ministro en Francia, 15 de marzo, 1830, A.D.P., C.C.C., M?xico n, pp. 642, 720. no El Registro Oficial, iv, 111, 23 de abril, 1831.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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primer contratiempo dejan la azada y el hacha para conver tirse en rozadores.111

Continuaba diciendo que las primeras expediciones sim plemente no estaban preparadas para lo que encontraron al llegar, ni para adaptarse al clima o al terreno; para estarlo, tendr?an que haber estado "armadas de esa fuerza f?sica y ese

coraje moral que dan el poder de resistir todo".112 En julio de 1830 Cochelet critic? m?s duramente a los jefes de la con cesi?n, que hab?an tenido suficiente tiempo para preparar el sitio para los primeros colonos, sin haber hecho pr?ctica mente nada, salvo una propaganda describiendo la colonia "bajo los colores m?s seductores, a fin de atraer un gran n? mero de individuos, y especular con su miseria". Al llegar las expediciones, los jefes les vend?an raciones a un precio muy alto, y en lugar de reforzar su moral, o indicarles cu?les eran las tierras que iban a cultivar, y d?nde escapar del calor in soportable y de los ataques despiadados de los mosquitos, "los dejaban sin ayuda y sin consejos".113 Sin embargo, Co chelet insist?a en que Giordan no era el ?nico culpable; re piti? que los colonos carec?an de fuerza f?sica y moral para ser pioneros en una soledad hostil aunque f?rtil; los dos nau fragios no hab?an ayudado: Todos se desmoralizaron despu?s del naufragio; todos se des bandaron. Era la derrota de Mosc? a orillas del Coatzacoalcos.114

Cochelet conclu?a su despacho condenando el papel des empe?ado por las autoridades mexicanas: En fin, Monse?or, el gobierno del Estado de Veracruz es

culpable principalmente de no haber previsto nada para poner los al abrigo de la necesidad y de la miseria.115

in Cochelet al ministro en Francia, 15 de marzo, 1830, A.D.P., C.C.C.,

m?xico ii, p. 642. 112 Ibid., p. 643.

113 Cochelet al ministro en Francia, 27 de julio, 1830, Ibid., p. 719. 114 Ibid. 115 Ibid., p. 720.

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GUY P. C. THOMSON

La ley de colonizaci?n y el contrato particular entre el gobierno del Estado y la compa??a francesa especificaba q el gobierno de Veracruz estaba obligado a suministrar un in pector de colonizaci?n y prestar ayuda a los colonos durant el primer mes posterior a su arribo. No hay evidencia alg na de ayuda proporcionada por el Estado, aunque Mansi menciona que algunos mexicanos residentes de Acayucan c bijaron a varios colonos desamparados bajo su techo.116 C chelet era renuente a condenar abiertamente ala compa?? francesa como lo hab?an hecho Carr?re y Mansion; dio te timonio de la inmadurez de Carr?re antes de su dimisi?n menospreci? a Mansion por ser poeta y hombre de letras q nada sab?a de M?xico.117

F?licien Carr?re se opuso definitivamente a los dos empr sarios franceses y reuni? buen n?mero de evidencias para substanciar sus acusaciones, usando todos los medios posibl para lograrlo, incluyendo el interceptar correspondencia. D todos los interesados, Carr?re fue quien tuvo trato m?s ?n mo con los colonos. Oleadas de colonos miserables y sin di nero iban hacia el norte al viceconsulado de Veracruz d pu?s de cada expedici?n, buscando comida, ropas y abrigo as? como los medios para regresar a Francia o para comenz

una nueva vida en otra parte de M?xico o en los Estado

Unidos. Carr?re se meti? en una discusi?n vulgar que al fi le cost? el puesto. Para hacer conocer su advertencia cont nuevos intentos de colonizaci?n, envi? un informe a los pr cipales diarios de El Havre, Burdeos y Par?s, y comision? Mansion para ir al Coatzacoalcos a hacer un informe sobre el asunto y poder as? desmentir el folleto de Vill?v?que.11 Inclu?a en sus despachos una narraci?n hecha por los colon al llegar a Veracruz en busca de ayuda. Puso inter?s partic

lar en demostrar hasta qu? punto lo que encontraban

116 Hyppolite Mansion: op. cit., pp. 75-80. 117 Cochelet al ministro en Francia, 24 de abril, 1831, A.D.P., C.C.C M?xico m, p. 275. 118 Carr?re al ministro en Francia, 17 de abril, 1831, Ibid., Veracr

i, p. 85.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

285

llegar a M?xico no correspond?a con lo que se les hab?a pro

metido en el folleto, un folleto que seg?n las palabras de

Carr?re "hab?a anunciado que el clima y las tierras de esta regi?n eran de una belleza y de una riqueza que superaban todo lo que la imaginaci?n pod?a creer de magn?fico y pro digioso".119 La experiencia de los colonos, tal como fue rela tada a Carr?re, desment?a cada uno de los principales puntos del folleto.120 El informe de Mansion es demasiado enredado y muchas veces frivolo para recordarlo aqu?, pues se preocu paba de temas tales como si los leopardos, ocelotes, cocodrilos y mosquitos eran o no peligrosos, y poder as? acusar a Vill? v?que de enga?ar a los colonos al exagerar la hospitalidad del medio del Coatzacoalcos. Este dato revela la ingenuidad de Mansion y sin duda la de muchos colonos al enfrentarse con un clima, una flora y una fauna que jam?s hab?an ima

ginado.

Tanto Mansion como Carr?re mencionaron dos incongruen cias entre el folleto y lo que ocurri? en realidad, aparte del hecho de que muy pocos o ningunos preparativos se hab?an hecho al llegar los colonos. Primero, los accidentes que su frieron los dos primeros barcos dieron pie a la acusaci?n de que los colonos fueron enga?ados con respecto a la profun didad de la barra del Coatzacoalcos. Vill?v?que hab?a dicho en el folleto que "este r?o es constantemente navegable; se

encuentra en el mejor puerto de toda la costa, aunque no

hay en la barra m?s de tres brazas de profundidad; m?s all?, durante siete leguas, hay veinte pies de agua".121 Los barcos Am?rique y Hercule ten?an un calado de catorce y diecis?is pies respectivamente; ambos capitanes, por lo tanto, seg?n el folleto, no deb?an haber encontrado ninguna dificultad al 119 Carr?re al ministro en Par?s, Rapport sur la Colonie du Goaza coalcos. Veracruz, 30 de enero, 1831, Ibid., p. 33. 120 Ibid., pp. 33-171, contiene informaci?n de primera mano, corres pondencia interceptada, informes de peri?dicos, informaci?n reunida por Mansion, etc., para probar que Vill?v?que y Giordan deb?an ser culpa dos del fracaso de las expediciones de colonizaci?n. 121 "Projet de soci?t? en commandite par actions. 3 Juillet Conces sion", en Pierre Charfenne: Mon voyage au Mexique, i, pp. 312-332.

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cruzar la barra. El piloto mexicano, Salom?n, aparentemen no intent? disuadir al capit?n del Am?rique de cruzarla. T deo Ortiz escribi? en 1831 que un sondeo hecho en septiem bre de 1824 midi? una profundidad de quince a diecisie pies, pero los aguaceros en 1826 hab?an arrastrado ?rboles maleza hacia la barra, de modo que, al sondear en 1827, comodoro Porter no encontr? m?s que once pies de profu didad.122 Ortiz se lo advirti? a Giordan y Barad?re. Giorda se defendi? en su r?plica a Mansion diciendo que se especi ficaba en el contrato con el gobierno de Veracruz, y en su instrucciones a Vill?v?que, que todos los futuros colonos se r?an provistos con una lista de lo que necesitar?an para p derse establecer: ropa, comida, semillas, herramientas, et Esta lista (Notes pour servir d'instruction aux personnes qu devrent se vendre au Goazacoalcos), indicaba que la profun didad de la barra era de diez y once pies en tiempo de sec y de quince pies en tiempo de aguas.123 Las dos primeras e pediciones llegaron durante la temporada seca, y por lo tan to, si los colonos nunca recibieron la lista, la culpa reca?a e Vill?v?que por no haber mantenido informados a sus subco cesionarios.

En segundo lugar, el art?culo 21 de la ley de colonizaci?n las Notes, y los folletos, todos dec?an que los colonos no te

dr?an que pagar derechos de aduana sobre bienes para

consumo personal durante un periodo considerable de tiem po. A pesar de los naufragios, las dos primeras expedicione

tuvieron que pagar por lo poco que les hab?a quedado;

mismo aconteci? con las expediciones de Fossey y Charpenn Seg?n Ortiz, no tuvieron la culpa los funcionarios aduanale de Coatzacoalcos, pues al llegar los primeros colonos el con greso del Estado de Veracruz todav?a no hab?a aprobado e art?culo 21 de la ley de colonizaci?n.124

Incluso, parece que ese art?culo a?n no se hab?a ratif 122 El Sol, M?xico, 27 de junio, 1831.

123 Fran?ois Giordan: R?ponse... cit., p. 50. 124 El Sol, M?xico, 27 de junio, 1831.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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cado en 1831, pues posteriores expediciones informaron que tuvieron que pagar derechos al llegar.125 Podemos repasar cada punto del folleto con sus refutacio nes y las r?plicas a ?stas, pero no nos acercar?amos m?s a la verdadera causa del fracaso colonizador. De la controversia

anterior ha quedado en claro que lo encontrado por los co lonos al llegar no era en absoluto lo que esperaban, y su fra caso despu?s de este desenga?o puede por lo tanto atribuirse a uno o dos factores, o quiz?s a una combinaci?n de ambos. Un folleto inadecuado y excesivamente optimista, como era el de Vill?v?que, combinado con un sistema de reclutamiento irresponsable y poco eficaz que funcionaba a trav?s de sub concesionarios, atrajo a un tipo franc?s material y espiritual mente incapaz de hacer frente a la dif?cil tarea de construir una vida comunal en una regi?n aislada de M?xico. A pesar de la indudable fertilidad del suelo, el calor extremo, la ve getaci?n excesiva, el aislamiento casi total y la consiguiente soledad e inaccesibilidad a los mercados hicieron de la colo nizaci?n una aventura imposible, fracasada desde el comienzo. Cuatro hombres estaban directamente involucrados en las tentativas de colonizaci?n. Tadeo Ortiz y Fran?ois Giordan dirig?an la empresa de colonizaci?n sobre el terreno; Ma thieu Fosey y Pierre Charpenne organizaban colonos desde Francia. Ortiz siempre tuvo la seguridad de poder sacar ade lante el proyecto, y como prueba presentaba el caso de Hi dalgostitl?n, que al a?o ya alimentaba las setenta familias establecidas all? bajo su direcci?n antes de que se marchara a Burdeos.120 Su continua intervenci?n en los intentos de co lonizar esta regi?n, al organizar expediciones desde Burdeos, donde era c?nsul, indica la confianza que tuvo en la bondad del proyecto.127 Ortiz vio claramente tres factores como causas principales 125 vid. Mathieu Fosse y: op. cit., p. 15; Pierre Charpenne: op. cit., i, p. 240. 126 El Sol, M?xico, 26 de junio, 1831. 127 Carr?re al ministro en Francia, 5 de junio de 1831, A.D.P., C.C.C,

VERACRUZ i, p. 139.

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del fracaso de los intentos de colonizaci?n francesa. En p mer lugar, Giordan y Vill?v?que no tomaron las medidas n cesarias para hacer habitable la concesi?n antes de la llegad

de los primeros colonos, medidas fijadas por la ley y p el contrato de colonizaci?n; en segundo lugar, el sistema

subconcesionarios, tambi?n contrario a la ley de colonizaci? y en tercero, el reclutamiento de colonos incapaces de en frentarse a la tarea de cultivar y civilizar una regi?n virg del campo mexicano.128 Muchos franceses vinieron a M?xi motivados por su enorme y legendaria riqueza; creyeron q tm esfuerzo moderado bastaba para desarrollar una agric tura pr?spera, y as? regresar a Francia con la fortuna hech Ortiz atribuy? el desenga?o repentino de la llegada a lo lejo que estaba lo esperado de lo que encontraron en realida una costa tropical, como cualquier otra, no peor. Se qu ban de los mosquitos, pero, desde luego, las costas tropical tienen mosquitos:

Tan f?tiles reproches son m?s bien propios de un sibarita acostumbrado a pasear en los deliciosos jardines de las Tulle r?as y Luxemburgo, de Par?s, que de un colono que iba a Coat coalcos a mejorar su suerte.129

La concesi?n en s? estaba tierra adentro, hacia el interio

y a mayor altura que la costa. Sin embargo, parece que mu pocos colonos se atrevieron a penetrar para llegar a lo qu fue la concesi?n propiamente dicha. Aquellos que tuviero ?nimos para llegar al final del camino, Charpenne y Foss en particular, se dieron cuenta de lo mucho que mejoraba el clima conforme el terreno se elevaba sobre del mar: 130

Acayucan lo encontraron agradable. Giordan, en su defens asegura que trat? de convencer a los colonos a continuar cia el interior y evitar as? pasar mucho tiempo en el ?re 128 El Sol, M?xico, junio 26, 27 y 28, 1831. 129 Ibid., 29 de junio, 1831.

130 Mathieu Fossey: op. cit., p. 48; Pierre Charpenne: op. cit., 276.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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insalubre que rodeaba a Minatitl?n.131 Ortiz termin? su in forme insistiendo en que ninguna de las dificultades meno res encontradas por los colonos explicaba su fracaso, sino m?s bien: "la absoluta falta del cumplimiento de la ley de colo

nizaci?n", o sea la suma de los tres factores ya mencionados.132

Giordan, cuya r?plica al informe de Mansion echaba la culpa directamente a Vill?v?que por su reclutamiento en Francia, hecho a base de peque?as compa??as y sociedades de colonizaci?n, estaba totalmente inconforme con el tipo de co lono que lleg? al Coatzacoalcos.133 Al encomendar la selec ci?n de los colonos a individuos ignorantes de las caracter?s ticas f?sicas de la concesi?n, y probablemente de las leyes mexicanas tambi?n, Vill?v?que sembr? la discordia entre los subconcesionarios, cuya posible intenci?n de colonizar el Coat zacoalcos se perdi? ante la ansiedad y la competencia por lo grar la m?tica recompensa que todos esperaban encontrar al llegar. Charpenne describi? las tensiones experimentadas por los colonos al cruzar el mar y la total ignorancia de la clase de vida que tendr?an que llevar una vez arribados. En su co rrespondencia con Barad?re y Vill?v?que, Giordan subraya la necesidad de seleccionar a los colonos m?s adecuados para las primeras expediciones: deb?an ser campesinos, carpinte ros, herreros, panaderos, etc.; un m?dico y un sacerdote tam bi?n ser?an necesarios; luego seguir?an otros varios artesanos de acuerdo con su utilidad.134 Acerca de la llegada y r?pida 131 Fran?ois Giordan: R?ponse... cit., p. 12. 132 El Sol, M?xico, 29 de junio, 1831. Escribi? que "no han influido sino muy indirectamente la variaci?n de la barra y los naufragios; y ni la ausencia del inspector, ni la falta de un piloto, ni la morosidad del gobierno, ni las vejaciones de las autoridades locales, ni la inhuma nidad de los agentes de la aduana, ni la influencia del clima del alto Coatzacoalco, ingratitud de la tierra y mal cielo, han tenido la m?s m? nima parte; y que las causas principales..." fueron el completo des precio e ignorancia de las leyes de colonizaci?n, y las condiciones en que hab?a sido otorgada la concesi?n por el gobierno de Veracruz. 133 Esto se ve claramente en la correspondencia de Giordan con Vi ll?v?que. Vid. Fran?ois Giordan: R?ponse... cit., pp. 48-100. 134 Giordan al abate B?rad?re, 18 de febrero, 1829, Ibid., p. 67.

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GUY P. C. THOMSON

desintegraci?n de la expedici?n del Hercule, escribi? a Vil v?que haciendo hincapi? en lo in?til que era reclutar hom bres entre los descontentos de las ciudades (1830 fue un a de revoluci?n social en Francia), como lo eran la mayor?a d esta expedici?n, y en la conveniencia de buscar en las mo ta?as, donde hab?a hombres fuertes acostumbrados a las p vaciones.135 Agregaba que hasta entonces no hab?a llegad ning?n m?dico, boticario, ni sacerdote, y que la colonia "n tiene dinero, ni direcci?n, ni secretar?a; pero antes que es no tiene cr?dito ni consideraci?n. Falta la moral y el ?n mo".136 Culpaba a Vill?v?que por su negligencia. La ley de colonizaci?n puso como condici?n de que los colonos extra jeros fueran hombres robustos y laboriosos, y sin embarg las dos primeras expediciones se compon?an de "obreros, a

tesanos, hombres de letras, se?oritos y mujeres elegantes; per

de dinero, nada. Esta masa heterog?nea de individuos de t dos los sexos y edades formaban diecinueve compa??as dif rentes, desunidas entre s? y ?vidas de separarse".137 En lug de un grupo homog?neo de trabajadores rurales unidos po un lazo com?n y contratados por una sola compa??a, en cuy ?xito cada miembro tendr?a igual inter?s, lleg? a las play de M?xico una colecci?n disparatada de individuos, que de jaban Francia por razones negativas, y que compet?an con sus compa?eros en vez de cooperar con ellos. Mathieu Fossey y Pierre Charpenne escribieron relatos d sus vanos intentos por establecerse en el Coatzacoalcos. Hay que verlos para comprender la experiencia de los colonos, ya que las recriminaciones que los distintos partidos se arr jaban mutuamente no deja en claro este tema. Fossey exp

caba por qu? dej? Francia en el Petit Eug?ne el 27 de n

viembre de 1830, diez d?as despu?s de otra expedici?n en e bergant?n Glaneuse:

Despu?s de los acontecimientos de 1830, tom? el partido d buscar en Am?rica medios de vida independientes de las opi

135 Giordan a Laisn? de Vill?v?que, 19 de mayo, 1830, Ibid., p. 87. 136 ibid. 137 ibid., p. 22.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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niones pol?ticas y de todo sistema de gobierno. Fui a mi vez seducido por las promesas de este cuestor de la c?mara de dipu tados.138

Describ?a el r?pido proceso de desmoralizaci?n y desinte graci?n de estas dos expediciones inmediatamente despu?s de su llegada. En lugar de encontrar lo que esperaba, es de cir, trescientas familias bien establecidas en la concesi?n, en contr? quiz?s una docena de familias "diseminadas aqu? y all?, ocupadas en cazar para vivir al d?a, m?s que en roturar y cultivar para el futuro".139 Nada se hab?a preparado, y como la mayor?a de los colonos vieron que era imposible esta blecerse y mantenerse a s? mismos, muy pocos llegaron al te rritorio de la concesi?n. Un grupo de la expedici?n de Fossey se estableci? por un tiempo en Almagres, hasta ver agotados sus recursos; otros fueron a Acayucan, San Andr?s, Veracruz o M?xico. Describ?a tambi?n c?mo las inundaciones arrasa ron las modestas casitas penosamente construidas y los pri meros sembrad?os, y c?mo la mayor?a de los colonos de las primeras expediciones se rindieron y comenzaron a disper sarse. Los que se hab?an establecido en Sarabia fueron a Gui chovi, Tehuantepec y Oaxaca, y otros fueron a Veracruz para regresar a Francia. Muchos ni?os ingresaron al servicio do m?stico en diferentes partes de M?xico y muchas j?venes "ca yeron en el oprobio".140 El propio Fossey comenz? a limpiar el terreno para cultivar cerca de Acayucan, pero s?lo recibi? desaliento de parte de los que insist?an en que sus esfuerzos nunca le rendir?an m?s que para vivir a nivel de subsistencia; sus seguicjpres lo abandonaron y los sirvientes que hab?a tra?

do desde Francia no pensaban sino en su regreso. Explica pat?ticamente su decisi?n de abandonar su intento de colo nizar el Coatzacoalcos: Desde el primer d?a del desembarco, yo mismo me desmo raliz?; y si todav?a yo so?aba colonizar, era m?s por seguir la 138 Mathieu Fossey: op. cit., p. 6. Se refiere a Vill?v?que. 139 ibid., p. 16. 140 ibid., p. 18. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Cua?

Expediciones colonizado Sombre del barco y del capit?n

Fecha y

Fecha y

L'Am?rique Cap. Faurc

Noviembre

Enero 1830. Coatzacoalcos.

103

L'Hercule Cap. Chas/

Marzo 2,

Mayo 25. 1830. Coatza

142

1<V2

Le Diane Cap. Margendre

Junio 2.

Agosto 12, 1830. Coatza coalcos.

84

84

140

140

65

50

lugar de partida

27, 1829.

El Havre

1830.

El Havre 1830.

El Havre

lugar de llegada

Noviembre 7. 1830\

El Havre

Febrero 18, 1831. Coatza coalcos.

Petit-Eug?ne

Noviembre

Febrero 18.

27, 1830.

Numen colon

coalcos.

La Glaneuse Cap. Forneau 218 Tons. Cap. Recoure

St'tmero de pasajeros

1831 Coatza

El Havre

coalcos.

Requin

Febrero 5.

Abril 27,

140

140

210 Tons.

Marsella

1831. Coatza coalcos.

Febrero

Mayo 4,

128

128

Cap. Dobout

1831.

1830.

Coatzacoalcos.

I i ?rdeos

Cap. La Molle du Portail

Edouard Eulalia

Diciembre

98

1833. Veracruz.

98

19, 1833.

Febrero

Abril 6, 1834. Coatza coalcos.

70

7(?

Abril 6, 1834. Coatza

66

Septiembre

El Havre 1834.

(o

El Havre

(2)

El Havre

coalcos.

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iio II HAS FRANCESAS (1829-1834)

} de

Sociedad o

subconccsionario

Vill?v?que y Giordan. Dirigida por M. Bremond. Idem.

Zona de origen en Francia y composici?n ocupacional

Principalmente, Par?s.

"Obreros, artesanos, hombres de le

f tras, se?oritos y damas elegantes...", seg?n Fran?ois Giordan.

Vill?v?que y Giordan. Idem.

Idein.

Idem. Sociedades Saint Martin y Vauclusienne.

Tadeo Ortiz. Dirigida por M. Villers. M. G?enot (Jicaltepec y

Nautla).

Vill?v?que y Giordan.

Soci?t? de H?ctor de

Soumier (Nevers).

S. Saint Martin: Valence (Drome). S. Vauclusienne: Orange (Vaucluse). Principalmente, trabajadores agr?colas.

Altos Pirineos y Burdeos. Principalmente, trabajadores agr?colas.

"Cultivadores, artesanos, obreros nati

vos de Borgo?a, Champa?a y Franco Condado." Alto Saona, Saona y Loira. Trabajadores agr?colas.

Exp. (I) dirigida por

Chautous

Exp. (2) dirigida per Fonrouge.

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GUY P. C. THOMSON

idea fija que me hab?a llevado a M?xico que por efecto de una decisi?n meditada; despu?s de haber dado vueltas durante tiem po en un laberinto de ideas contrarias, anunci? por fin mi par tida hacia Veracruz, con gran contento de toda mi gente.141

Durante un tiempo manej? una tienda en Acayucan, lue go sali? para otras partes de M?xico reuniendo informaci?n

para un libro y despu?s regres? a Francia. A pesar de su

fracaso personal para llevar a cabo lo que habia emprendido, Fossey, como Charpenne, daba testimonio de la riqueza del suelo y de la enorme variedad de cultivos que pod?an darse exitosamente en la zona. Esta acumulaci?n de productos que la tierra no concede sino separadamente a otras regiones, convertir? a la provincia del Coatzacoalcos en la m?s floreciente de los estados mexicanos y de la Am?rica hispana, cuando las m?rgenes del r?o sean habi tadas por hombres industriosos, y cultivadas como las del Ohio.142

Consideraba que era condici?n previa para el ?xito de cualquier intento de dominar estos recursos el construir un

puerto moderno en la boca del Coatzacoalcos y comunica

ciones fluviales con barcos de vapor, y el encontrar un grupo de colonos dispuestos a soportar toda clase de privaciones y penalidades. Muchos expedicionarios sin duda esperaban se mejantes dificultades y estaban listos a sobrellevarlas, pero abandonaron la empresa porque "la incuria y las mentiras de los directores hab?an hecho imposible su ejecuci?n".143 Su

?ltima observaci?n juzgaba a los franceses como pueblo co lonizador: Yo no creo que los compatriotas se resignen f?cilmente a un exilio perpetuo. No abandonan su pa?s sino con la esperanza de regresar pronto con una fortuna hecha. .. El colono debe re nunciar casi para siempre a su pa?s natal porque, aunque llegase a amasar alguna fortuna, no ser?a sino despu?s de veinticinco o treinta a?os de trabajo, es decir, despu?s que sus h?bitos y la 141 Ibid., p. 35. 142 ibid., p. 48. 143 ibid., p. 54. This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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influencia de un nuevo clima lo hayan convertido en esclavo del suelo extranjero.144

Pierre Charpenne era miembro de la sociedad de coloni zaci?n Saint Martin, formada en Valence, en el departamen to del Drome. Describi? la recepci?n optimista que tuvo el folleto de Vill?v?que entre la gente de Valence. Se decidi? formar una sociedad y hubo cierta competencia por los lu gares en el barco que hab?a alquilado a un comerciante mar sell?s. La Sociedad Saint Martin, junto con otra, la Sociedad Vauclusienne, formada en Orange, departamento de Vauclu se, parti? de Marsella en el bergant?n Requin el 5 de febre ro de 1831. Entre ambas sociedades transportaron 140 colo nos al Coatzacoalcos.145 Charpenne estaba mejor preparado que la mayor?a de los colonos. Era joven, fuerte, acostumbra

do al trabajo agr?cola y tra?a consigo una sierra, e indivi duos para operarla. As? comenzar?a una explotaci?n de ma

deras duras para el mercado exterior. Los primeros franceses con quienes se tropez? estaban en un estado lamentable: "?Qu? diferencia, Dios m?o, entre esta infortunada pareja y la na turaleza que los rodea!" R?o arriba, sin embargo, hab?a otras familias francesas establecidas hace tres meses o m?s y "no hab?an perdido la esperanza de colonizar las riberas del Coat zacoalcos".146 Luego lleg? a Almagres, donde encontr? al se ?or Villers, enviado por Ortiz con un grupo de franceses de Burdeos y de los Pirineos. Villers era extremadamente opti mista con respecto al futuro de la colonia y no ve?a raz?n por la cual una sociedad unida y bien organizada en un sitio apro piado no pudiera prosperar.147 Algunos miembros de la So ciedad Saint Martin decidieron establecerse junto a Villers en Almagres, mientras que la Sociedad Vauclusienne, al no poder pagar los derechos de aduana exigidos a ambas socie

dades al llegar, decidi? disolverse. Charpenne y su grupo 144 ibid., p. 55. 145 Pierre Charpenne: op. cit., i, p. iv. 146 ibid., i, p. 219. 147 ibid., i, p. 220.

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GUY P. C. THOMSON

marcharon a Acayucan para instalar el aserradero. Hizo

una detallada descripci?n de cada lugar y cada costumbre q

encontr? en el camino: la fascinaban los indios, tanto su modo

de vida, como la belleza de sus mujeres. Afirm? que el su era muy f?rtil y anotaba los productos y el monto de

poblaci?n de cada aldea que atravesaba. Describ?a a Min

titl?n como centro del comercio del istmo.148 En Altipa (J tipan), los indios cultivan mejor la tierra que sus vecinos "Tienen bellas plantaciones de ma?z, durante la temporad y de ca?a de az?car todo el a?o", su m?todo de cultivo e el de desmonte por fuego.149 En Soconusco, se dedicaban a cultivo del algod?n y del maguey: "Soconusco es la aldea pr cipal de la regi?n por la fabricaci?n de c??amo".150 Acayuc

no le pareci? una ciudad "sino una gran aldea india, u pueblo", y alrededor de ella se cultivaba arroz, ma?z, ca de az?car y tabaco; la comunidad mestiza era peque?a y ocupaba en el comercio. Las quince a veinte familias fr

cesas que viv?an en Acayucan todav?a sufr?an fiebres. Seg? Charpenne, todas las mujeres eran j?venes y hermosas, lo q explicaba en forma bastante il?gica: "no pod?a ser de otra manera; casi todos los colonos de las expediciones preceden tes se hab?an embarcado con sus amantes, a las que hac?a pasar en M?xico por sus esposas leg?timas".151 Alud?a a la enorme riqueza potencial del cant?n de Acayucan, donde lo nativos, con su agricultura de subsistencia, s?lo ara?aban superficie de esta riqueza, que los colonos tampoco hab?an logrado extraer.152 La epidemia de fiebre amarilla de 183 en Acayucan llev? a Charpenne a abandonar su intento de establecer un aserradero y dej? el departamento para aseg rarse un lugar en el Dore y regresar a Francia. As?, entre los a?os 1824 y 1834, todas las tentativas de c lonizaci?n en el departamento de Acayucan fracasaron. Lo 148 149 150 151 152

ibid., ibid., ibid., Ibid., ibid.,

i, p. 237. i, p. 257. i, p. 267. ii, p. 100. i, p. 291.

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COLONIZACI?N EN ACAYUCAN

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ensayos de Tadeo Ortiz y de los franceses fracasaron m?s o menos por las mismas razones. Ambos se esforzaban por ex plorar una regi?n despoblada y aislada mediante la introduc ci?n de colonos incapaces de llevar a t?rmino la empresa. No hab?a caminos de penetraci?n, salvo unas pocas sendas para mu?as y un sistema fluvial aun inexplotado salvo por el tr?fico de canoas de los indios. No hab?a mercados acce sibles en donde vender los productos agr?colas. El Coatza coalcos podr?a haber servido para transportar productos y per

sonas, pero en esa ?poca nadie estaba preparado para dragar

la barra, o para invertir un peque?o capital en barcos de vapor. Pasar?a un largo tiempo antes de que M?xico exportara otra cosa que no fueran sus metales preciosos y algunos pro

ductos tales como la cochinilla, la vainilla o la ra?z de Ja lapa, que se produc?an en otras regiones de M?xico. Adem?s,

M?xico no pod?a competir con Brasil, Cuba, Venezuela y

Ecuador en productos tales como caf?, az?car y cacao. Ni el mercado interno ni el externo proporcionaban suficiente de manda para apoyar una agricultura comercial de cierto vo lumen en el cant?n de Acayucan. Hab?a desde luego maderas tint?reas y palo de Campeche, y un norteamericano, Bald win, se hab?a establecido en Minatitl?n desde 1824, abaste ciendo desde su aserradero un floreciente comercio con Fi ladelfia; pero ni los indios introducidos por Ortiz, por no tener capital, ni los franceses, que ten?an otras miras en sus esfuerzos colonizadores, quisieron comprometerse en la explo

taci?n de los bosques de Acayucan. Tadeo Ortiz hab?a in

troducido familias ind?genas en la zona, y ya para 1829 esta ban muy deca?das. Parece que una comunidad ind?gena era aun m?s dif?cil de establecer en una zona vac?a que una co

lonia de extranjeros, pues su ?xito depend?a de algo m?s que de la simple combinaci?n de hombres y tierra. Los in dios estaban acostumbrados a la explotaci?n agr?cola a es cala comercial solamente bajo la direcci?n de un comerciante o hacendado. Los establecimientos fundados por Ortiz en Acayucan no rend?an ni siquiera cosechas de subsistencia. Es tos indios sufr?an una soledad similar a la de los franceses This content downloaded from 204.52.135.181 on Mon, 25 Sep 2017 05:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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GUY P. C. THOMSON

de Acayucan. El Coatzacoalcos era demasiado aislado pa ambos. Sin aventurar un juicio sobre si la colonizaci?n hubiera tenido ?xito si las tres partes responsables de su ejecuci?n ?la compa??a francesa, Tadeo Ortiz y el gobierno mexicano hubieran sido m?s cuidadosas en su planeamiento y supervi si?n de los proyectos, debemos darnos cuenta de sus defectos.

La compa??a francesa, dejando a un lado las condiciones de su contrato con el gobierno de Veracruz y la legislaci?n me xicana sobre colonizaci?n, manej? la empresa en forma inep ta, y los resultados fueron desastrosos. Tadeo Ortiz, de haber permanecido en el lugar, podr?a haber logrado algo por ser el m?s familiarizado con el terreno y el m?s optimista en cuanto al ?xito de la colonia, pero su ausencia perjudic? la suerte de las expediciones que mand? desde Francia. El go bierno mexicano, de haber adoptado un papel menos pasivo, podr?a haber servido de est?mulo a la comunidad. A pesar de la minuciosa legislaci?n en materia de colonizaci?n, las auto ridades mexicanas apenas echaron una mirada al departamen to de Acayucan. Despu?s de todo era la ?poca del liberalis mo, y a pesar del centralismo del gobierno de Bustamante y de su actividad en el sector industrial, la filosof?a del go bierno mexicano se basaba en la no intervenci?n en la vida econ?mica del pa?s, salvo los efectos del presupuesto y una protecci?n bastante espor?dica de las manufacturas locales. Podemos por lo tanto llegar a la conclusi?n de que los tres grupos involucrados en la colonizaci?n de Acayucan adopta ron medidas evidentemente inadecuadas para asegurar su

?xito.

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EXAMEN DE LIBROS Cartas de Indias (Reproducci?n facsimilar de la edici?n de Madrid, 1877), Guadalajara, Edmundo Avi?a Levy, Edi tor, 1970. 2 vols., xvi -f 890 pp.

Consideramos todo un acierto editorial del se?or Avi?a Levy el ofrecer a los estudiosos de la ?poca colonial la excelente edici?n facsimilar de este ya muy raro cuerpo de documentos.

En conjunto, de las tituladas Cartas de Indias no todas pue

den ser estimadas como piezas del g?nero epistolar, en el estricto sentido de la palabra, pues tambi?n hay memoriales, relaciones de servicios y alguna descripci?n de tipo geogr?fico, material que los compiladores repartieron en seis secciones: 1) Siete documentos de

Col?n, Vespucio, Bartolom? de las Casas y Bernai D?az del Cas tillo; la colocaci?n de estos dos ?ltimos en este lugar se antoja algo caprichosa porque bien pudieron situarlos en la secci?n de

Am?rica Central; 2) Nueva Espa?a, sesenta y cinco documentos de "religiosos, prelados, cl?rigos, virreyes, gobernadores, caciques, jus

ticias y regimientos y particulares"; 3) Am?rica Central, siete do cumentos, seis del obispo de Guatemala Francisco Marroqu?n y uno

de fray Pedro de Feria, obispo de Chiapa; 4) Per?, diez y siete

documentos de los cr?ticos a?os de las guerras civiles, bajo los go biernos de Vaca de Castro y Pedro de la Gasea; 5) R?o de Plata, once documentos correspondientes al gobierno de Domingo Mar

t?nez de Irala; 6) Filipinas, un documento del obispo fray Do mingo de Salazar.

Del sumario anterior apreciamos que del total de 108 documen tos, m?s de la mitad (65) proceden de Nueva Espa?a; proporci?n elocuente de la importancia que para los novohispanistas tiene la obra. Los a?os que comprenden los documentos relativos a Nueva Espa?a son de 1532 a 1581, es decir la vital etapa del asentamiento del r?gimen espa?ol en M?xico. Fuera de lugar resultar?a dar los nombres de todos los que di rigen esas misivas y relaciones a Carlos V y Felipe II, pero merecen citarse las figuras de Pedro de Gante, Mart?n de Valencia, Moto lin?a, Domingo de Santa Mar?a, Alonso de la Veracruz, Zum?rraga, y Moya y Contreras, entre los eclesi?sticos; y los virreyes Antonio de Mendoza, Luis de Velasco I, Mart?n Enr?quez, el conde de la Coru?a y el marqu?s de Villamanrique.

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EXAMEN DE LIBROS

Enumerar los temas tratados en tan copioso material ser?a hacer

una frondosa lista, pero creemos oportuno consignar los que con mayor ?nfasis se suscitaron en aquellos a?os: doctrina, conversi?n e instrucci?n de los indios; misiones y misioneros; actividad posi tiva y negativa de las ?rdenes religiosas en general y los eclesi?s ticos en particular; el candente problema del reparto de tierras a espa?oles; los servicios personales y la tasaci?n de tributos; m? ritos y servicios de particulares y funcionarios; la "visita" a insti tuciones como la Real Audiencia; la Real hacienda; Filipinas; go bierno de algunas provincias, como Yucat?n y Florida de manera especial; privilegios de los indios de Tlaxcala, etc?tera. Completa la obra un nutrido ap?ndice formado por "notas", "vocabulario geogr?fico", "datos biogr?ficos" y "glosario", renglo nes todos de suma utilidad y necesaria consulta, muy en especial

la amplia parte biogr?fica (pp. 701-871), que a pesar de haber

sido hecha hace casi cien a?os, su contenido tiene plena vigencia; el glosario aclara el sentido de 63 t?rminos poco usuales, buena parte de ellos de origen mexicano.

Luis Muro Arias El Colegio de M?xico

Ignacio F. Gonz?lez-Polo: Polotitl?n de la Ilustraci?n en el Estado de M?xico ? Un caso de colonizaci?n y funda ci?n de pueblos en el siglo xix, pr?logo de E. de la Torre,

M?xico, Biblioteca Enciclop?dica del Estado de M?xico, 1971. 261 pp., Ilus., ap?ndices.

Ernesto de la Torre Villar presenta en un amplio pr?logo, po l?mico en algunos puntos (pp. 12 y 16), esta importante monogra f?a sobre una poblaci?n cuya peculiar relevancia deriva de ser un centro habitacional de origen relativamente reciente. En efecto, la rancher?a se convirti? en pueblo a mediados del siglo pasado. De acuerdo con el pensamiento del prologuista la historia provinciana adquiere el rango de "verdadera historia" (p. 12) al insertarse en el marco nacional.

El autor es un joven que de la genealog?a y la her?ldica ha

pasado a la historia (p. 15), hecho que tal vez explique las virtu des y las posibles limitaciones de su formaci?n profesional. Ignacio F. Gonz?lez-Polo realiz? esta investigaci?n en casi un lustro; sobre

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EXAMEN DE LIBROS

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salen en este libro el cari?o por la tierra de sus mayores y una gran laboriosidad que, sin duda, acreditan favorablemente su tr?n sito de la genealog?a y la her?ldica a la historia. Las fuentes de este libro son s?lidas y variadas: tradici?n oral, archivos ?principalmente los municipales y los parroquiales de Ac?leo, Polotitl?n y Jilotepec?, y una numerosa bibliograf?a. Las fuentes corresponden al deseo del autor de presentar en una pri mera parte los antecedentes legislativos sobre la colonizaci?n en M?xico, para situar mejor a su localidad. Aunque este prop?sito es laudable, desgraciadamente las veinte p?ginas que dedica a este fin resultan un poco esquem?ticas y aun registran algunos erro res; por ejemplo, se?alar el a?o de 1854 como la fecha de la crea

ci?n de la Secretar?a de Fomento (p. 33), y considerar que la

pol?tica colonizadora del porfiriato se basa en la ley de 1875, olvi dando la ley ele 1883. Tampoco es correcto indicar el a?o de 1880 como la fecha en que se reconoce el fracaso de la colonizaci?n, pues esto ocurre hasta 1902. En fin, hay algunas explicaciones insuficientes, por ejemplo, la opini?n de que la gran tarea del go bierno mexicano debi? ser "educar a la mayor?a de la poblaci?n nacional" y limitar el latifundismo s?lo "por medio de leyes indi rectas" (p. 48) ; esta opini?n parece confundir los personales deseos del autor con un planteamiento de la naturaleza de esa ?poca y de sus posibilidades de cambio.

La segunda parte, la m?s amplia del libro (106 p?ginas), es,

en realidad, la aportaci?n del autor. En ella describe, en ocasiones minuciosamente, los or?genes de la fundaci?n de Polotitl?n, su di visi?n territorial, poblaci?n, propiedad, econom?a, religi?n y edu caci?n. La obra concluye con unas conclusiones y un ?til ap?ndice documental.

Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico

San Antonio Polotitl?n es una peque?a poblaci?n a la orilla de los llanos del Cazadero, al norte del Estado de M?xico, casi

en el l?mite de Quer?taro. Pueblo de reciente fundaci?n, tiene su origen en la voluntad y el tes?n de tres hombres emprendedores, prominentes en el medio rural: Jos? Felipe Polo, Nicol?s Legorre ta y Jos? Mar?a Garfias. All? por 1852 convirtieron en pueblo lo que no era sino "una vaga y dispersa comunidad de parajes", po ni?ndole templo y escuela, llev?ndole agua, atrayendo a una ma

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examen de libros

yor?a de mestizos de las zonas aleda?as, trazando calles cando los terrenos bald?os m?s pr?ximos. La pobreza de de los recursos de la mayor?a de sus habitantes no le per descollar econ?micamente, y la Revoluci?n lo afect? pr el ?xodo de la poblaci?n mejor dotada cultural y econ?m Hoy es un pueblo deca?do y relativamente abandonado, un libro que hace su historia. El autor Gonz?lez-Polo, J Polo y Polotitl?n tienen en com?n, como ser? f?cil sup m?s que el nombre. Polotitl?n es un topon?mico h?b agrega una terminaci?n mexicana al apellido de su prin dador y de la familia dominante en la poblaci?n hasta p de este siglo. Estudiando con cari?o la historia de su tier el autor pudo cumplir con las exigencias de la microhis cribi? un buen libro que tiene una gran virtud y un gran

La gran virtud es que est? hecho con inteligencia y s dad. Rara vez se re?nen estas cualidades en los historiad estudian las peque?as comunidades, del mismo modo, cur te, que sucede con los que pretenden estudiar todo el m los grandes continentes. El libro nos da todos los elemen vida del peque?o pueblo, con los que hace una peque? pol?tica, otra econ?mica, otra social y, en fin, de todas, brir algunas minucias municipales y aspectos subjetivos d talidad local, al estilo de las m?s espl?ndidas microhist base documental es bastante s?lida, aunque pobre, po hay de testimonios sobre el pueblo, y un importante a municipal de Jilotepec, no fue consultado por el autor. ci?n oral se recuper? con la libre conversaci?n de la gen po, sin encuestas ni formulismos, aunque no en la medi lector interesado en el tema pudiera desear. Cuando la m rica en contenido humano, Gonz?lez-Polo muestra que toriar. Logra una verdadera recreaci?n del pasado de su con buena pluma adem?s. Sin duda est? detr?s la influ nigna de algunos de los maestros del joven autor.

El gran defecto podemos achacarlo (seguramente) a l cia maligna de algunos otros. Consiste en haber preten estudio m?s amplio, el estudio de un problema naciona Polotitl?n fuera una expresi?n, un estudio dizque a ton requerimientos actuales de la historia interesada en los problemas nacionales. As?, se hace corresponder a la hi Polotitl?n con la de la colonizaci?n, pero de un modo m articulado. Del mismo modo, es frecuente que el autor This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:28:03 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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hablar de alguno de los problemas del pueblo, pase a considerar la misma cuesti?n, brevemente, a nivel nacional. El libro se inicia con tres cap?tulos sobre la legislaci?n y el desarrollo de la coloni zaci?n del territorio nacional, que no son malos, pero que mani fiestan el prop?sito de ocultar la parte monogr?fica que se inicia tras ellos, tras un buen n?mero de justificaciones que a veces pa recen excusas. El estudio de Polotitl?n se presenta al lector como un case-study, sin serlo, porque si lo fuera verdaderamente se limi

tar?a al tema concreto de la poblaci?n inmigrante y la dotaci?n de

tierras, o al m?nimo necesario para ilustrar o demostrar cient?fica

mente el problema de que se trate. Resulta evidente que conviven dos corrientes, que mejor ser?a llamar actitudes, en esta historiograf?a cient?fica de tema regional

que tanto vuelo ha cobrado en nuestros d?as. Podr?amos calificar las respectivamente como inmadura y madura. La primera es la que no se siente segura de la significaci?n de su estudio sin el asidero de un marco nacional o la referencia a un problema de

alcances mayores. Cree que la vida local no vale la pena de ser

estudiada si no ejemplifica algo, si resulta carente de inter?s para los que hurgan en la historia en busca de cuestiones trascendenta les. La segunda, la actitud madura, es la que se emancipa de toda dependencia, al menos formalmente, y no se siente empeque?ecida por los estrechos l?mites geogr?ficos de su tema. Estudia su peque ?o conglomerado humano precisamente como una parte de esta terre des hommes en que vivimos: pedacito tan complejo y proble m?tico como cualquiera otra manifestaci?n humana. Conf?a en que su trabajo ser? interesante y ?til no s?lo por el tema regional, sino por el tema humano. Si no logra extender su mensaje, lo m?s probable es que la falta sea no del autor sino de un lector dema siado interesado en abstracciones m?s o menos sostenibles. Dentro de este orden de cosas, la microhistoria no cient?fica, la del histo riador pueblerino aficionado, es casi siempre madura, no por su falta de m?todo o su exceso de erudici?n puntillosa, ambos repro bables, sino por la seguridad que generalmente manifiesta del in ter?s de su tema. La obra de Gonz?lez-Polo sobre Polotitl?n, es, desde luego, pro ducto de la primera actitud. En su defensa podr? decirse que las fuentes documentales para hacer la historia de este pueblo son tan escasas que hay que recurrir a lo exterior para darle consistencia al caldo. A lo que se puede contestar que tambi?n se pudo haber cocido m?s la carne. Pero ?a qu? vienen las recetas? Despu?s de

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EXAMEN DE LIBROS

todo, el que una obra sea producto de una actitud inmadura hacia la microhistoria no quiere decir que la obra sea mala. Hay obras inmaduras que son mejores que muchas maduras. Igualmente hay obras maduras de j?venes y obras inmaduras de viejos. El concepto de madurez, en el sentido que aqu? se le da, equivale al de inde pendencia de los valores locales frente a los nacionales. La histo ria de Polotitl?n es una obra no emancipada, pero excelente.

Bernardo Garc?a Mart?nez

El Colegio de M?xico

Fr?d?ric Mauro: Histoire de l'?conomie mondiale ?1790-1970, Paris, Editions Sirey, 1971, 425 pp. Fr?d?ric Mauro, profesor de la Universidad de Par?s (Paris Nanterre), no es un desconocido para los historiadores y econo mistas mexicanos. Pas? los a?os de 1961-62 en la Universidad de Nuevo Le?n; un producto de su estancia all? fueron dos impor tantes estudios, A propos d'une Barcelone mexicaine: Monterrey et son histoire, ensayo de una historia econ?mica de la Sultana del Norte, en el cual analiz? la paradoja del crecimiento industrial de esa ciudad asentada en medio de un desierto; y Probl?mes agraires et probl?mes agricoles dans le Nord-Est du Mexique, en el cual sugiri? el fomento de la agricultura neoleonesa, poco desarrollada en comparaci?n con la industria. A Mauro se le conoce m?s como especialista en la historia de Portugal en la era de su expansi?n colonial, y sobre todo en la de Brasil, a la cual ha dedicado varios libros, por ejemplo, Nova historia e Novo Mundo, en uno de cuyos cap?tulos hizo un estudio comparativo entre la econom?a colonial brasile?a y la mexicana. Su ?ltima obra es mucho m?s ambiciosa: una historia econ? mica mundial que abarca desde el fin del siglo xviii, o sea desde que la revoluci?n industrial e ideol?gica hizo un impacto en la sociedad europea, hasta la ?poca actual. Sin duda, en los ?ltimos

a?os se han publicado muchos manuales de historia econ?mica

general, sea del siglo xix o del siglo xx, o sea de toda la era mo derna. Mauro los utiliz? para escribir su obra destinada principal mente a futuros economistas e historiadores. Lo nuevo en su libro es la atenci?n y el espacio dedicado a los pa?ses del Tercer Mundo: la Am?rica Latina ocupa en ?l un lugar prominente; tambi?n Asia

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EXAMEN DE LIBROS

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y ?frica, tanto durante su fase colonial como desde su reci?n con quistada independencia. Aunque el autor sea un partidario de la

historia cuantitativa, destac? m?s bien las grandes transformaciones

cualitativas. La obra podr?a quiz?s parecer a algunos* demasiado descriptiva. Pero un libro que en cuatrocientas p?ginas de texto abarca un tema de esa amplitud tiene que ser forzosamente m?s descriptivo que anal?tico. La obra abarca no s?lo la historia econ?mica propiamente di cha sino tambi?n la social: la tenencia de la tierra, por ejemplo, las consecuencias de la conquista de los pa?ses africanos y asi?ti cos por las potencias europeas, como tambi?n la transformaci?n ocurrida como resultado de su independencia reconquistada a ra?z de la segunda guerra mundial; la colonizaci?n y el sistema de pro piedad en los Estados Unidos y en Australia; la estructura agra ria en pa?ses como el Jap?n que no fueron conquistados y los cam bios introducidos en ella en relaci?n con la modernizaci?n. Tam

bi?n se dedica bastante espacio a la cuesti?n obrera y al mo vimiento obrero en las diferentes fases de su evoluci?n. Mauro

subraya igualmente la relaci?n entre la pol?tica y la econom?a, entre la guerra y la econom?a; hay cap?tulos sobre las guerras napole?nicas, la guerra civil estadounidense y las dos guerras mun

diales.

Al describir la crisis del d?lar de los a?os de 1960-70, el autor llega hasta el umbral de la crisis econ?mica actual. Se?ala las teo r?as econ?micas recientes como tambi?n las diversas propuestas para

resolver la crisis, por ejemplo el plan de Triffin para la creaci?n del banco central mundial.

Por ?ltimo, se mencionan las nuevas tendencias de la historia econ?mica, entre otras la Neto Economie History norteamericana con su tesis sobre la productividad y la costeabilidad de la escla

vitud en el sur de los Estados Unidos en v?speras de la guerra civil, tesis expuesta por A. H. Conrad y J. R. Meyer en The Eco nomics of Slavery and other Studies in Econometric History (Chicago, 1964).

Al lector mexicano le interesar? en la obra sobre todo el trata miento de la Am?rica Latina. Se describe el destino que tuvieron en el siglo pasado los cinco pa?ses o regiones siguientes: Brasil, M?xico, R?o de la Plata, Venezuela y Chile. B?sicamente, la Am? rica Latina en este per?odo fue, en t?rminos econ?micos, una co lonia brit?nica. El cap?tulo termina con el intento chileno de rom per este destino y su dram?tico fracaso, el suicidio del presidente

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EXAMEN DE LIBROS

Balmaceda en 1891. S?lo M?xico logr? hasta cierto punto salir de este cerco durante el r?gimen de Porfirio D?az, gracias a la pol? tica de industrializaci?n. Pero la persistencia de una agricultura y estructura agraria atrasadas, en relaci?n con una industria pro gresiva, condujo a la revoluci?n de 1910. En el siglo xx, Brasil y Argentina sufren las consecuencias de la depresi?n econ?mica mundial y el primero de los dos hace un esfuerzo notable por industrializarse. M?xico, que en este aspecto llevaba una delantera a otros pa?ses latinoamericanos, alcanza el momento conocido como el take-off en los decenios de 1940-I960, antes que el Brasil en la opini?n del autor. Si bien, dice el profe sor Mauro, M?xico posee una econom?a fr?gil cuyos puntos vul nerables nadie ignora, representa ya hoy d?a una potencia indus trial y agr?cola, una de las primeras del Tercer Mundo. La bibliograf?a proporciona s?lo una orientaci?n general. Los libros citados contienen ricas bibliograf?as. La obra tiene ?nica mente seis cuadros estad?sticos y no hacen falta m?s. No hay ?ndice

anal?tico pero hay que decir que tampoco hace falta gracias al de

tallado ?ndice general ?table des mati?res? que consta de diez p?ginas. En conclusi?n, el profesor Mauro escribi? un libro sumamente ?til tanto para los estudiosos y estudiantes de la historia intere sados en la econom?a, como para los economistas interesados en la historia.

Jan Bazant

El Colegio de M?xico

Diego Mu?oz Camargo: Historia de Tlaxcala (Reproduc ci?n facsimilar de la edici?n de Alfredo Chavero, M?xi

co, 1892), Guadalajara, Edmundo Avi?a Levy, Editor, 1972. 278 + xvi pp. [Biblioteca de Facs?miles Mexica nos, vi]. En la ciudad de Guadalajara, el se?or Edmundo Avi?a Levy

ha editado, durante los ?ltimos a?os, obras indispensables para los historiadores; entre otras, los Memoriales de Motolinia (1967), el Proceso criminal del Santo Oficio de la Inquisici?n y del fiscal en su nombre contra don Carlos, indio principal de Tezcuco (1968), Cartas de Indias (2 vols., 1970) y la Historia de Tlaxcala de Diego Mu?oz Camargo, de la que nos ocuparemos.

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EXAMEN DE LIBROS

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Es dif?cil hablar de la obra de Mu?oz Camargo en s?, por lo que nos limitaremos a dar alguna informaci?n sobre las diversas publicaciones de que ha sido objeto. La edici?n que Avi?a Levy ha hecho es facs?mil de la editada en 1892 por Alfredo Chavero, quien utiliz? un manuscrito de Jos? Fernando Ram?rez, y como incluye las anotaciones de los dos, las de este ?ltimo las marc? con una "R" entre par?ntesis. Seg?n Charles Gibson (Tlaxcala in the Sixteenth Century), el primero que us? la Historia de Mu?oz Camargo fue Torquemada en su Monarqu?a indiana: un hijo del autor se la hab?a facilitado.

Agrega que Lorenzo Boturini pose?a una copia que, al ser con fiscada su colecci?n de libros, pas? a la Biblioteca de la Universi dad de M?xico; de este ejemplar a finales del siglo xv?n, Diego

Panes hizo una copia que remiti? a Espa?a; a su vez, Juan Bau tista Mu?oz de ?sta hizo otra copia, la que antes de su muerte deposit? en la Real Academia de la Historia de Madrid. Esta ?l

tima fue utilizada por Prescott en su Historia de la conquista de M?xico, quien remiti? a Joaqu?n Garc?a Icazbalceta una copia que

ex profeso mand? hacer. De la copia de Bautista Mu?oz, dice

que Ternaux-Compans hizo una edici?n de 1843 bajo el t?tulo de Fragmentos de historia mexicana. Gibson agrega que Carlos Mar?a de Bustamante adquiri? otra copia manuscrita de la de Boturini, que err?neamente atribuy? a Alonso de Zorita, puesto que al pa recer fue hecha en 1835 por un desconocido. Del manuscrito de Bustamante, Ram?rez hizo la copia utilizada por Chavero en su edici?n de 1892, completando frases y oraciones truncas con una copia del manuscrito de Panes, con la edici?n de Ternaux-Com pans y con la Monarqu?a indiana de Torquemada. Al parecer, no sab?a la existencia de la copia de Boturini en la Biblioteca de la Universidad, fuente de las que us?.

Seg?n podemos leer en el facs?mil de Avi?a Levy, Chavero inici? la publicaci?n de la Historia de Camargo en 1871 cuando era gobernador del Distrito. Como lo hizo en el peri?dico del go bierno, al dejar su cargo se suspendi?. Para esta edici?n utiliz? la copia de Garc?a Icazbalceta. La compilaci?n de los art?culos se conoce con el nombre de Pedazo de historia, porque no se public? completa, a m?s que el propio Chavero confiesa que le mutil? un fragmento, lo relativo a los toltecas.

Gibson agrega que se hizo otra edici?n de Mu?oz Camargo co nocida como "la segunda" porque sigue a la de Chavero, pero que en realidad tiene modificaciones basadas en la copia de Pr?spero

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EXAMEN DE LIBROS

Cahuatzin ?copia a su vez de la de Bustamante?, y en la cual

los editores a?adieron notas que atribuyeron a Ram?rez. Esta pu blicaci?n estuvo a cargo del gobierno de Tlaxcala. Seg?n Gibson, hasta hoy no ha habido una edici?n basada en el manuscrito de Boturini, supuestamente la m?s cercana al original, y a ello se deben las variantes de las ediciones de la obra de Mu?oz Camargo. La edici?n que Avi?a Levy hizo en 1966 ser?a, por tanto, de hecho la segunda, puesto que en nada altera la que hizo Chavero en 1892, salvo que en la parte final, despu?s del ?ndice general y para respetar el cuerpo de la obra, se le han a?adido ?ndices onom?stico y geogr?fico, con lo que se facilita su consulta. De la importancia de la obra nadie duda, pues es de casi todos conocido que la Historia de Mu?oz Camargo da el punto de vista tlaxcalteca de la conquista. Comprende desde la ?poca prehisp? nica hasta el a?o de 1585. Como Mu?oz Camargo naciera alrededor de 1525, de los acontecimientos que relata de la segunda mitad del siglo xvi fue testigo. Esta obra, junto con el Lienzo de Tlaxcala y la Cr?nica Zapata es la trilog?a de documentos necesaria para

conocer los asuntos de Tlaxcala en los a?os de la conquista. La prueba de la importancia de la edici?n del facs?mil de Mu?oz

Camargo, que ha hecho Avi?a Levy, est? en que tiene ya dos edi ciones, la primera en 1966 y la segunda en 1972. Sin duda es labor meritoria de Avi?a Levy poner al alcance de los investigadores obras indispensables, que eran verdaderas rarezas bibliogr?ficas dignas de

los coleccionistas.

Aurelio de los Reyes El Colegio de M?xico

Lothar Knauth: Confrontaci?n transpac?fica. El Jap?n y el

Nuevo Mundo hisp?nico ? 1542-1639, M?xico, UNAM,

1972, 423 pp., Ilus., mapas. [Instituto de Investigaciones Hist?ricas, Serie de historia general, 8.]

Inscrito en una larga tradici?n historiogr?fica varias veces se cular, el libro de Lothar Knauth, viene, por medio de una magis tral s?ntesis, a llenar una laguna en la historia de la expansi?n imperial hisp?nica del siglo xvi. Este proceso del que muchos es pecialistas han hablado sin conocerlo, se ha presentado a menudo a los ojos de los "diletantes" de la historia como un cap?tulo ex? This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:28:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tico de la historia europea. Ecos de la historiograf?a ilustrada cuya frivolidad ?qui?n lo dijera? tiene preclaros representantes en la actualidad.

Ardua era la tarea por la abundancia de fuentes impresas no s?lo contempor?neas de nosotros sino tambi?n de los siglos xvi, xvn

y xviii, am?n de la copiosa documentaci?n in?dita que se encuen tra en los archivos de M?xico y Espa?a. La recopilaci?n de este material representaba una labor gigantesca de tal forma que no nos debe extra?ar la ausencia de algunas fuentes que hubiesen ve nido a corroborar las tesis de Knauth. Omisi?n excusable en algu nos casos y sobre todo en el que aqu? analizamos ya que el autor quiso enfocar el proceso expansionista hisp?nico usando primor dialmente fuentes japonesas que permitiesen la visi?n desde el "otro

lado", colocando como en un mural la ingente masa de material disperso y que resultaba a los ojos de muchos como incoherente y difuso. Siguiendo las pautas marcadas por textos ya cl?sicos sobre la expansi?n europea, como los de J. H. Parry, Knauth empieza por darnos una visi?n de conjunto de los protagonistas de lo que ?l llama ?con un t?rmino poco afortunado? "confrontaci?n": la Es pa?a y el Jap?n de los siglos xv y xvi. Este enfoque introductorio resulta valioso ya que les permite al autor y al lector, correr con desembarazo en los cap?tulos subsecuentes. Las etapas de la expansi?n hisp?nica (1521-1565) son narrados en forma sumaria hasta llegar al famoso tornaviaje de Urdaneta (1565), hecho que destac? la importancia de Acapulco en particu lar y de la Nueva Espa?a en general, en el proceso imperialista transpac?fico. Juntamente a esta descripci?n de tan interesante y a menudo injustamente olvidada trayectoria de la tentativa hisp? nica, Knauth pone de relieve la importancia de la maquinaria bu rocr?tica espa?ola tendiente a concertar y armonizar los movimien tos de sus vastos dominios. Esto permite al lector captar los alcan ces de la colonizaci?n filipina y la instauraci?n y progresos de la administraci?n eclesi?stica y secular ah? instalada (1583-84). El contacto con Cipango y China no tendr?a significado sin la porme norizada descripci?n lograda por Knauth. Asimismo es digno de

menci?n el hecho ?en torno al cual el autor hace girar buena parte de la din?mica de su espl?ndido trabajo? de la unificaci?n de las coronas hisp?nica y portuguesa (1580). Esta circunstancia, ol vidada o tratada s?lo de paso por algunos autores, llegar? a ser en ciertos pasajes el leit motiv, de lo que Knauth llama acertada

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mente la expansi?n por "rutas alternas", sea por el Cabo de Bue na Esperanza o bien por el Estrecho de Magallanes, hacia el Orien te. La uni?n hispano-lusitana jugar? un papel preponderante en el "fracaso" de la expansi?n hisp?nica transpac?fica. Sin esta pre misa resultar?a inexplicable mucho del juego pol?tico que el autor quiso sacar a luz, sobre todo en lo referente al papel desarrollado por la Compa??a de Jes?s en Asia en la segunda mitad del siglo xvi.

En este punto detiene Knauth su descripci?n para enfocar la lente en sentido contrario. En buena medida este juego de "ir y venir" le permite configurar un proceso casi dial?ctico que a la par de darle agilidad a la narraci?n, permite captar los entrete lones de lo que hasta ahora s?lo hab?a sido esbozado superficial mente: el fracaso de la idea imperialista hisp?nica (tal como Ovie do o Gomara la concibieron) ante una estructura de poder alejada totalmente de los patrones europeos de pol?tica internacional. La importancia del shogunado se perfila despu?s de las pug nas feudales entre lo que el autor llama "clanes seglares". Esa "dic tadura militar" avant la lettre es descrita con pormenores verdade ramente chinescos, de tal forma que los que estamos acostumbra dos a la lectura de textos europeos referentes al Jap?n y a China, se nos ocultaba en buena medida la ?ntima naturaleza de esa "ins tituci?n" pol?tico-militar. Knauth muestra la consolidaci?n del sho gunado desde la ?poca de Minamoto Yoritomo en el siglo xn pu diendo con ello explicarnos muchas de las inc?gnitas de la evolu ci?n pol?tica, econ?mica y social del Jap?n entre dicho siglo y el xvi. Las pugnas y rivalidades ?abiertas o solapadas? entre las di ferentes y poderosas casas van delineando el proceso de unificaci?n nacional japon?s (por un aparentemente sencillo proceso de eli minaci?n) de tal forma que cuando llegamos al siglo xvi, s?lo un an?lisis verdaderamente serio del material disponible y un profun do conocimiento del esp?ritu japon?s hubiese permitido lograr una narraci?n que no cayese en el caos. Knauth alcanza aqu? una de sus mejores s?ntesis. Pese a la gran cantidad de datos, podemos asir con facilidad los hilos de la narraci?n, en la que el autor va des tacando, en una especie de narrativa pluridimensional, el papel de las fuerzas pol?ticas, sociales y religiosas de tal forma que cuando

aparece la figura a la vez tr?gica y vigorosa de Oda Nobunaga (1560), el autor bien pudo descansar y recapitular. Cuando Knauth introduce la personalidad del "heredero" de Nobunaga, Toyotomi Jideyoshi, el planteamiento de la "confrontaci?n" est? ya dado,

pero el autor ?quien insiste en no dejar cabos sueltos? pone This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:28:17 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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de relieve la "afluencia" de la nueva aristocracia militar japone

sa, proveniente de capas sociales bajas, que se pone en situa

ci?n de igualdad con la vieja aristocracia hereditaria. Este hecho ser? un factor determinante del desplazamiento ?si bien transito rio? de lo que el autor llama "valores tradicionales" y en un mo mento en el que el neoconfucianismo a?n no se manifestaba abier tamente. Esta coyuntura favoreci? sin duda el ?xito de los prime ros contactos hispano-japoneses, y muestra que lo que despu?s ser?a

ya una "empresa fracasada" no era tal en la pen?ltima d?cada del siglo xvi. La actitud de Jideyoshi hacia los cristianos en este primer

momento resultaba muy sugestiva y revela una faceta poco cono cida de la pol?tica japonesa. El cap?tulo a la vez central y m?s interesante a nuestro modo de ver, es el referente a la Compa??a de Jes?s y su labor misionera en el Jap?n. Esta "guardia pretoriana de la Contrarreforma" em plea una novedosa t?ctica evangelizadora. A pesar de la erudita in vestigaci?n hecha por Knauth en torno a la labor jesu?tica en Asia, nos parecen un poco tajantes ciertas afirmaciones suyas en lo refe rente al esp?ritu de la orden y a su sujeci?n "sin remedio" al curso de la Contrarreforma (p. 94). No coincidimos con el autor en su idea que sostiene que para el a?o de 1574 la orden de Loyola se hag?a "separado por completo de los intereses nacionales de Espa?a", afirmaci?n que requerir?a calar m?s hondo en los textos a efecto de

apoyar un poco mejor tan discutible afirmaci?n. S? coincidimos, empero, con el autor en su censura de la historiograf?a anglosajona y, a?adimos nosotros, de sus epigonos espa?oles o hispanoamerica nos quienes al afirmar que Espa?a ha perdido dos veces la batalla y al comunicar su "desprecio por la experiencia ib?rica" ante las generaciones de estudiosos de los siglos xix y xx no hacen sino re vivir aspectos de la peor "leyenda negra", declamatoria y ditir?m bica. La seriedad de dichas afirmaciones deja mucho que desear en cuanto al conocimiento que se afecta tener de la historia de Europa. Desde el primer contacto jesu?ta con Jap?n (1549) en el que aparecen personajes de relieve tales como Cosme de Torres y Fran cisco Javier ya presentimos el fiasco de la labor jesu?tica. La im posibilidad de manipular a las ?lites japonesas fue un hecho cono cido por la Compa??a desde esos primeros a?os. La terquedad je su?tica y la pugna luso espa?ola har?n el resto y aunque la labor diplom?tica del padre Valignano ("gran defensor del monopolio misionero jesu?ta", p. 184) se anota un triunfo, la empresa ya hab?a fracasado de hecho para 1580. La nueva pol?tica de consolidaci?n

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nacional emprendida por Jideyoshi (pp. Ill y ss.) marca el punto de inflexi?n de las relaciones hispano-japonesas. El proceso en los a?os siguientes ser? en muchos aspectos, irreversible. As?, la expul si?n de los jesuitas en 1587 no es m?s que la patente manifesta ci?n de esta ruptura: "el plan jesuita de controlar los territorios locales y manipular a los se?ores regionales, sin considerar para

nada los intereses japoneses, hab?a fracasado por completo" (p. 117).

Knauth llama atinadamente a lo que sigue "uno de los cap?tulos m?s sombr?os" del galimat?as luso espa?ol al que hab?a de sumarse el de franciscanos y jesuitas. La pugna tetragonal acab? con lo poco que quedaba por salvarse. La muerte de los veinti?n franciscanos es pa?oles es una de las peores y m?s detestables p?ginas de la histo ria de la Compa??a de Jes?s cuya nefasta e hip?crita pol?tica es exhibida por Knauth con claridad e imparcialidad notables. La ac tividad del obispo jesuita Mart?nez y su tortuosa diplomacia pro lusitana no se detuvo ni en el sacrificio de los mendicantes si con ello lograba apuntar un triunfo a la pol?tica anti-espa?ola de Portu gal que por otra parte no era tan sotto voce como Knauth a veces insin?a.

Un primer ep?logo aventura el autor al final de esta secci?n y a un poco menos de la mitad de su obra (pp. 140-143). Embarca do en el cl?sico estilo de las "vidas paralelas" Jideyoshi-Felipe II; pronto desiste afortunadamente de su iniciativa y se concreta a re capitular. Aunque el paralelismo resultaba ilustrativo, la intenci?n de Knauth, veinte siglos despu?s de Plutarco, aunque de buena fe, era totalmente obsoleta. Pero los devaneos geom?tricos de Knauth

revelan de nueva cuenta lo no evidente a la historiograf?a tradi cional y puramente descriptiva: los componentes religiosos y po l?ticos de la unificaci?n japonesa y espa?ola ("una ideolog?a uni ficada y un marco religioso com?n"). El paralelismo no lleva sino a contrastar el fracaso en Jap?n de los m?todos utilizados por los

jesuitas en Europa. Lo que en el Viejo Mundo fue el apoyo al

poder central, en el Jap?n, la "caballer?a ligera del Papa", o sea los ignacianos, fracasar?an no por otra causa sino por que los re activos no se catalizaban con la misma diplomacia y el poder cen tral resultaba ser aqu? el obst?culo. La paradoja resultaba muy su gestiva.

Desde 1598 la pol?tica de Felipe II no hace sino estrellarse

impotente ?y excluyeme? frente a un nuevo juego de poderes que hacen cada vez m?s compleja la situaci?n, pese a que en los pri

meros a?os de la siguiente centuria el papel de la Nueva Espa?a This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:28:17 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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(con sus mercados, minerales y situaci?n geogr?fica) allanaba el camino a una nueva tentativa de acercamiento transpac?fico. La ofensiva diplom?tica espa?ola nuevamente inadaptada, se enfrenta con las mismas armas a un Jap?n unificado y fortalecido ideol?gi camente bajo los Tokugawa. La penetraci?n de holandeses e in gleses (quienes aprovechar?n, entre otras cosas, la lentitud de la pesada burocracia espa?ola, para, h?bilmente, filtrarse en el pro metedor imperio hisp?nico de ultramar), logra sus primeros triun fos. Las guerras sostenidas con los protestantes (donde quiz?s Es pa?a se vio en muchos casos arrastrada como campe?n p?rrico de la contrarreforma cat?lica) y la separaci?n de Portugal, liquidar?n muchas de las ilusiones espa?olas. En un proceso de contracci?n y consolidaci?n el gigantesco imperio hisp?nico de ultramar conser var?, para s?, s?lo Filipinas y abandonar? a otros pa?ses de Europa (menos preocupados por la conquista espiritual que por la apertu ra de mercados), la China y el Jap?n. Este repliegue lo atribuye Knauth, y con raz?n a esa nociva obstinaci?n de inspiraci?n con trarreformista, que, cerrada y confiada, llev? a Espa?a (malgr? lui?)

a exaltar y aceptar solamente sus propios valores. Esto le impidi? "molestarse en investigar otras formas de conducta socio-religiosa"

(pp. 261-62). La labor de franciscanos y dominicos resultaba ex tempor?nea. Sus querellas con los jesu?tas no hicieron sino forta lecer la tendencia unificadora japonesa, adem?s de que como dice el autor, "el desprecio a la tradici?n japonesa fue sin duda la ra?z de todos los males". Esta actitud excluir? en un primer momento al cristianismo hisp?nico y cuando los intereses protestantes apro vechen la coyuntura y hagan el juego a los dirigentes japoneses, excluir?n tambi?n a los mercaderes ib?ricos. Con una nueva men talidad mercantil y con un concepto bien definido del poder?o po l?tico basado en el econ?mico, Holanda e Inglaterra se disputar?n el bot?n asi?tico en detrimento de Espa?a y por tanto tambi?n de la Nueva Espa?a cuyos mercados y puertos se cerraron (p. 289). El h?bil juego de los Tokugawa favoreci? esta situaci?n. Respetando al poder central aunque s?lo fuera en apariencia, y afectando tener s?lo intereses econ?micos y no proselitistas o doctrinarios, aquellas dos naciones protestantes lograron captarse la simpat?a del shogu nado con la consiguiente ?y esperada? apertura de sus mercados. Aqu? termina Knauth su "confrontaci?n" que lo es tal en la me dida en la que opone dos visiones europeas totalmente diferentes frente a un objetivo com?n: la imperial y ecum?nica hisp?nica (la

Hispania Victrix de Gomara que resultaba ya inoperante en el

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siglo xvn al lograr Espa?a su m?xima capacidad de expansi?n) y por otro lado la m?s moderna concepci?n nacional y, particular mente, capitalista y protestante (tal y como Max Weber la defi ni?) de Holanda e Inglaterra. S? hay "confrontaci?n" pero no entre Espa?a y Jap?n, sino en tre las potencias europeas y esta ?ltima no s?lo fue "transpac?fica".

El t?tulo de la obra es pues enga?oso y s?lo parcialmente exacto. Por ello Knauth, con un simplismo poco congruente con lo que ha expuesto en su obra, concluye diciendo que la "confrontaci?n" entre Jap?n y Espa?a "termin? en empate". Conclusi?n ligera y dif?cilmente aceptable y que abre una inc?gnita a la interpreta ci?n de los sucesos euro-asi?ticos de los siglos xvi y xvn. Muy po cas apostillas se le pueden poner sin embargo a tan vasta e inte resante obra tomada en su conjunto. La erudici?n desplegada por el autor (tan befada ?ltimamente por la l?rica intelectual contem por?nea) , hubiese llegado a abrumar de no ser por el toque lite rario, ?gil y vers?til, de su colaboradora Armida de la Vara. El lector lejos de sentirse "atrapado" es consciente de que lo ah? ex puesto tiene un s?lido basamento doxogr?fico. La bibliograf?a mues tra que la investigaci?n no recurri? a artificios que pudiesen ocul tar lagunas por falta de documentaci?n. Un trabajo de esta ?ndole no pod?a menos de apoyarse en una amplia investigaci?n donde la erudici?n ?y aqu? m?s que en otras investigaciones? debi? jugar importante papel. No obstante lo anterior percibimos dos omisio nes bibliogr?ficas a nuestro parecer capitales. Primeramente la Histori?e Societatis lesu de Nicolao Orlandino (Roma, 1615) que comprende la historia de la Compa??a de Jes?s en los primeros a?os y que creemos hubiese sido de gran utilidad para la compren si?n de la diplomacia jesu?tica. En segundo lugar notamos la ausen cia de una obra b?sica para la historia del per?odo investigado por Knauth. Se trata de la Historia y relaci?n de lo sucedido en los

reinos de Jap?n y China, del jesuita Pedro Morej?n (Lisboa,

1621) y aunque este sacerdote es citado por el autor todo parece indicar que no tuvo acceso a tan importante cr?nica.

Es indudable que una cr?tica interna de la obra nos revela asi mismo la objetividad con que el autor trabaj? sus materiales. (Re cientemente un inteligente escritor se ha referido a esta labor del historiador con t?rminos poco usuales. La ha llamado: "la supuesta objetividad de la ciencia hist?rica". Esta cr?tica, que se nos antoja improvisada, nos llevar?a a abundar aqu? sobre un tema tan antiguo

como in?til e insoluble. No es ?ste el lugar para volver sobre el This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:28:17 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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asunto; b?stenos decir que es inaceptable de todo punto esa teo r?a trasnochada y anacr?nica, propia de fil?sofos improvisados, que

"objetivamente" pretenden criticar la objetividad del conocimien to hist?rico) .

El libro de Knauth, por su mismo car?cter erudito y de diser taci?n a alto nivel acad?mico va dirigido a los estudiosos verdade ramente serios de estos temas, de ah? que no pueda pretender con quistar "mercados de consumo". Peculiar noci?n la de aquellos que piensan que la labor intelectual y en particular la hist?rica es mer canc?a regida por leyes de oferta y demanda. Mucho se desconoce la labor del historiador cuando se la critica en t?rminos mercanti les de fisi?crata dieciochesco.

Knauth nos ha dado pues una obra digna de encomio por

muchos aspectos, el mayor de los cuales es ciertamente el haber ayu

dado a restituir en su justo punto el papel de Espa?a en el Pac? fico en el siglo hisp?nico por excelencia. Obras como ?sta y en ediciones tan cuidadas (baste s?lo pensar en el glosario que figura al final de la obra), indudablemente representan un logro, tanto intelectual del autor como editorial de la Universidad Nacional

Aut?noma de M?xico, del que nuestro pa?s puede sentirse or gulloso.

Elias Trabulse El Colegio de M?xico

David J. Weber, ed.: Foreigners in their Native Land ? His torical Roots of the Mexican Americans, Alburquerque, University of New Mexico Press, 1973, xi, 288 pp. David J. Weber ha editado una ?til antolog?a sobre las ra?ces hist?ricas de los norteamericanos de origen mexicano. Esta ?ltima frase es un subt?tulo exacto del libro; en cambio, el t?tulo mismo,

extranjeros en su tierra natal, es parcialmente inexacto por cuanto incluye no s?lo a la poblaci?n mexicana (y sus descendientes) que

habitaba las tierras que pasaron a manos de Estados Unidos a

ra?z del Tratado de Guadalupe, sino a los braceros mexicanos de la primera d?cada de este siglo, quienes por definici?n nacieron en M?xico y, por tanto, pueden considerarse extranjeros en Estados Unidos, pues el territorio norteamericano no es su tierra natal.

Tal vez uno de los mayores m?ritos de la obra es que relati viza el conocimiento hist?rico de acuerdo con la frase de Jos? This content downloaded from 204.52.135.175 on Tue, 26 Sep 2017 23:28:17 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Fern?ndez en 1874: It is very natural that the history written by the victim does not altogether chime with the story of the victor.

Esta cita viene muy a cuento frente al candor de quienes piensan que precisamente por ser extranjeros pueden escribir mejor sobre la historia de M?xico que los mexicanos mismos y, con mayor raz?n a?n, frente a quienes se irritan ante el libro pol?mico de McWilliams,

a quien consideran el padre de una violenta historiograf?a chicana.

El prologuista Ram?n Eduardo Ruiz destaca la simpat?a de Weber hacia los chicanos y defiende la idea de su peculiaridad.

Sin embargo, tal vez no tome en cuenta que las diferencias regio nales de la Nueva Espa?a y de M?xico propiamente dicho hacen que no pueda pensarse en un M?xico sino en muchos Mexicos, para usar la expresi?n cl?sica de conocido autor norteamericano. El libro se divide en 5 cap?tulos; cada uno de ellos cuenta con una pertinente introducci?n, se apoya en un s?lido aparato eru dito, y lo ilustran excelentes grabados. En la introducci?n general del libro el autor se plantea muy seriamente la naturaleza de la historia de los norteamericanos de origen mexicano. Encuentra que aun antes de 1846 esa regi?n era distinta del resto de M?xico, frase a la que cabr?a aplicar la misma

observaci?n que a la pretendida peculiaridad que se?ala Ram?n Eduardo Ruiz. Weber rompe lanzas contra la pretensi?n de una corriente

historiogr?fica chicana que hace de Aztl?n el coraz?n de su cul tura. Todos sus argumentos son exactos, pero obvios. Por supuesto

que en el M?xico prehisp?nico los aztecas no fueron el ?nico

grupo y la mayor?a de los norteamericanos de origen mexicano no descienden de ellos. Tal vez le habr?a bastado con tener pre sente un fen?meno semejante, el neoaztequismo: los criollos que lo enarbolaron obviamente no fueron aztecas. Lo importante es ad vertir la funci?n social del neoaztequismo para los criollos, y de Aztl?n para el grupo de chicanos que aspira a marcar sus diferen cias frente a la cultura de la clase dominante de los Estados Uni dos, en la b?squeda de su identidad. Acaso convendr?a se?alar algunos otros puntos de reflexi?n que suscita esta antolog?a, pero tal vez baste con lo hasta ahora expues to para reiterar la utilidad que esta honesta obra tiene tanto para los lectores norteamericanos como para los mexicanos.

Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico

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Juan G?mez Qui?ones: Sembradores ? Ricardo Flores Ma g?n y el Partido Liberal Mexicano ? A Eulogy and Cri tique, Los Angeles, Aztl?n Publications, U.C.L.A., 1973. 168 pp. En los a?os recientes, el papel y la importancia de Ricardo Flores Mag?n y del Partido Liberal Mexicano en la Revoluci?n Mexicana, han sido objeto de importantes trabajos de reevalua ci?n. Dentro de esta corriente se encuentra este libro del historia

dor chicano Juan G?mez Qui?ones. Fruto de una investigaci?n

minuciosa en las fuentes mexicanas, norteamericanas y chicanas, Sembradores es una magn?fica aportaci?n, no s?lo a la historiogra f?a de M?xico sino tambi?n a la del pueblo chicano. La obra incluye dos partes: un ensayo de interpretaci?n hist? rica y un ap?ndice documental. En la primera parte se examina cuidadosamente la evoluci?n de la ideolog?a magonista y los ?xitos y las tribulaciones del P.L.M., tanto en el contexto mexicano como en el norteamericano. Las contribuciones de Ricardo Flores Ma

g?n y el P.L.M. al proceso revolucionario mexicano reciben un excelente tratamiento. Mas el prop?sito de Sembradores es desta car las actividades de los magonistas como propagandistas y orga nizadores en el suroeste de los Estados Unidos. Es ?sta la m?s no table contribuci?n del libro ya que dichas actividades hasta la fe cha son poco conocidas y sin embargo tan importantes para la his toria contempor?nea de M?xico.

El autor se?ala la ?ntima relaci?n que estableci? el P.L.M.

con la comunidad chicana. Seg?n G?mez Qui?ones, por medio de la participaci?n y cooperaci?n con las actividades magonistas, la comunidad chicana contribuy? directamente al movimiento revo lucionario en M?xico y al mismo tiempo particip? en movimientos radicales en el suroeste de los Estados Unidos. Esta relaci?n entre

la comunidad chicana y el P.L.M. fue rec?proca: el P.L.M. pro porcion? al pueblo chicano una ideolog?a moderna revolucionaria y elementos organizadores, mientras que la comunidad chicana ofre

ci? apoyo y hombres que desempe?aron labores ejemplares como organizadores en el P.L.M. Metodol?gicamente el ensayo de interpretaci?n hist?rica de Sembradores es un modelo de historia intelectual. No es ?nicamen te un an?lisis ideol?gico sino que la evoluci?n de la ideolog?a ma gonista es estudiada en su contexto sociohist?rico tomando en cuen ta los cambios sociales y pol?ticos de M?xico y del suroeste de los

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Estados Unidos. Cabe advertir que aunque Sembradores es m?s la historia de un movimiento que un trabajo biogr?fico, el estudio representa una de las obras m?s representativas de la personalidad de Flores Mag?n. El ap?ndice documental est? constituido por una recopilaci?n de treinta y tres de los art?culos, manifiestos y cartas m?s impor tantes publicadas entre 1900 y 1923. Una bibliograf?a muy com pleta concluye la obra. Podemos asegurar, sin ning?n g?nero de duda, que Sembrado res es una de las contribuciones m?s logradas de la historia del pueblo chicano y una seria aportaci?n a la historiograf?a del M?xi co contempor?neo.

David Maciel

University of Houston

Robert S. Chamberlain: Conquista y colonizaci?n de Yucat?n - 1517-1550, M?xico, Porr?a, 1974, 359 pp. Recientemente se ha publicado, traducida al espa?ol, una obra cl?sica cuya versi?n castellana era esperada por muchos estudiosos. Nos referimos al conocido libro del historiador norteamericano

Robert S. Chamberlain sobre la conquista y colonizaci?n de Yu cat?n. Esta obra, en la presente edici?n, se ve enriquecida con el extenso pr?logo que le hace el maestro J. Ignacio Rubio Man?. El pr?logo es una magn?fica presentaci?n del contenido de la obra, donde se hace resaltar la profusa investigaci?n del ?autor y los hallazgos que superan lo hasta ahora establecido por otros histo riadores que se han ocupado de la pen?nsula. Consta, dicho pr? logo, de 176 p?ginas, escritas cuidadosamente y con acertadas re flexiones.

El pr?logo est? dividido en apartados bien definidos. Hay en ?l un acervo de datos biogr?ficos que nos dan a conocer la cali dad de Chamberlain como historiador e investigador, una relaci?n amplia sobre la producci?n de su personaje, una rese?a bibliogr? fica que robustece los datos biogr?ficos del autor, y un an?lisis claro del contenido de la obra que nos lleva a comprobar la grande importancia de esta traducci?n y la necesidad que de ella se ten?a en el campo de lo hist?rico para los estudiosos de habla hispana. El contenido del texto de Chamberlain est? dividido en cuatro

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periodos que se ci?en a las fases de la conquista de la pen?nsula. Son los siguientes: 1) "El descubrimiento de Yucat?n y la primera fase de la con quista ? 1527-1529". En esta fase el autor desarrolla los antece dentes del adelantado Montejo, la consecuci?n y organizaci?n de

la empresa de conquista de Yucat?n y la entrada por la costa

oriental. 2) "La segunda fase de la conquista ? 1523-1535". En el inten to de penetraci?n a Yucat?n por el oeste, Chamberlain trata la conquista de Tabasco realizada por el adelantado, el proyecto de conquista por la provincia de Acal?n, las campa?as desarrolladas en las costas occidentales, la campa?a de ?vila, quien atraviesa la pen?nsula desde Campeche hasta Chetumal, las campa?as de las costas septentrionales, y cierra esta fase con la derrota de los es pa?oles en Chich?n Itz?.

3) "La conquista final ? 1535-1548". En la tercera etapa de la obra el autor expone las actividades de Montejo desde 1535

hasta 1546 en Honduras y Chiapas, los comienzos de la conquista final de Yucat?n, las campa?as del occidente y la fundaci?n de M?rida, las conquistas del interior y la gran rebeli?n de los mayas en 1546-1547. Sobre esta tercera etapa, Rubio Man? nos dice: "Ca balmente acertado nos parece este juicioso examen en que se re visa con tino el desarrollo complicado de los hechos, averiguados en forma exhaustiva. Consideramos esta parte lo mejor de la obra de Chamberlain, prueba excelente de una profunda penetraci?n filos?fica de los hechos narrados para una capaz valoraci?n con toda

imparcialidad."

4) "Los primeros a?os de la colonia ? 1541-1550". La cuarta

parte es la concerniente a la organizaci?n pol?tica establecida por los Montejo y su desarrollo posterior, al establecimiento y labor de la Iglesia, y al desenvolvimiento socioecon?mico de la nueva sociedad peninsular. Este acucioso estudio est? fundado en: a) Ma nuscritos: documentos de los archivos espa?oles, probanzas y rela ciones de conquistadores y encomenderos, juicios de residencias, etc?tera, b) Obras impresas generales: Fern?ndez de Oviedo, He rrera y otros, c) Cronistas franciscanos de los siglos xvi y xvn: Liza

na y L?pez Cogolludo. d) Obras modernas de historiadores yuca tecos: Carrilo y Ancona, Molina Sol?s, etc. La obra de Chamberlain constituye, sin duda, un magn?fico estudio sobre la historia de Yucat?n. El lector podr? apreciar su m?rito: ilustra, con lujo de detalles, claridad y amplitud, la his

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EXAMEN DE LIBROS

toria de la pen?nsula desde los primeros momentos de su con quista hasta el establecimiento final del dominio espa?ol. Sobre sale a lo largo de ella, y el autor valora muy positivamente, la per sonalidad del adelantado don Francisco de Montejo, figura la m?s c?lebre y conocida de esa conquista.

Stella Ma. Gonz?lez Cicero El Colegio de M?xico

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Gracia, 2? edici?n, 340 pp.

2. Alejandra Moreno Toscano, Geograf?a econ?mica de M?xico

(siglo xvi), 178 pp. (agotado). 3. Jan Bazant, Historia de la deuda exterior de M?xico (1823 1946), xii, 280 pp. (agotado). 4. Enrique Florescano, Precios del ma?z y crisis agr?colas en M?xico (1708-1810), xx, 256 pp. 5. Bernardo Garc?a Mart?nez, El Marquesado del Valle. Tres siglos de r?gimen se?orial en Nueva Espa?a, xiv, 178 pp. 6. Javier Ocampo, Las ideas de un d?a. El pueblo mexicano ante la consumaci?n de su independencia, x, 378 pp. 7. Alvaro Jara [Ed.J, Tierras nuevas. Expansi?n territorial y ocupaci?n del suelo en Am?rica (siglos xvi-xix), x, 142 pp. 1? reimpresi?n, 1973.

8. Romeo Flores Caballero, La contrarrevoluci?n en la inde pendencia. Los espa?oles en la vida pol?tica, social y econ? mica de M?xico (1804-1838), 2* edici?n, x, 178 pp.

9. Josefina V?zquez de Knauth, Nacionalismo y educaci?n en M?xico, x, 294 pp. 10. Mois?s Gonz?lez Navarro, Raza y tierra. La guerra de cas

tas y ?l henequ?n, x, 294 pp. 11. Bernardo Garc?a Mart?nez et al. [Eds.] Historia y sociedad en el mundo de habla espa?ola. Homenaje a Jos? Miranda.

x, 398 pp.

12. Berta Ulloa, La revoluci?n intervenida. Relaciones diplom? ticas entre M?xico y Estados Unidos (1910-1914). xn, 396 pp. 13. Jan Bazant, Los bienes de la Iglesia en M?xico. Aspectos eco n?micos y sociales de la revoluci?n liberal, xiv, 366 pp. 14. Centro de Estudios Hist?ricos, Extremos de M?xico, Home

naje a don Daniel Cos?o Villegas, x, 590 pp. 15. Fernando D?az D?az, Caudillos y caciques. Antonio L?pez de Santa Anna y Juan ?lvarez. x, 358 pp.

16. Germ?n Cardozo Galu?, Miochac?n en el siglo de las luces.

xn, 152 pp.

17. Mar?a del Carmen Vel?zquez, Establecimiento y p?rdida del

Septentri?n de Nueva Espa?a, x, 262 pp.

18. Elias Trabulse, Ciencia y religi?n en el siglo xvii. x, 290 pp.

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