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HISTORIA MEXICANA 105
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Vi?eta de la portada Bolsa cora, reproducida por Lumholtz en su Unknown Mexico (1902) .
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HISTORIA MEXICANA
Revista trimestral publicada por el Centro de Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez
Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Lilia D?az, Elsa Cecilia F Gonz?lez, Mois?s Gonz?lez Navarro, Andr?s Lira, Luis Mur bulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez
VOL. XXVII JULIO-SEPTIEMBRE 1977 SUMARIO
Art?culos Rodolfo Pastor: La alcabala como fuente para la historia econ?mica y social de la Nueva Espa?a 1 Marie-Are ti Hers: Los coras en la ?poca de la ex pulsi?n jesu?ta 17
Lilia D?az: El Jard?n Bot?nico de Nueva Espa?a y la obra de Sess? seg?n documentos mexicanos 49 Dale Baum: Ret?rica y realidad en el M?xico deci mon?nico ? Ensayo de interpretaci?n de su his toria pol?tica 79
Dennis J. O'Brien: Petr?leo e intervenci?n ? Re laciones entre los Estados Unidos y M?xico ? 1917-1918 103
Testimonios Maria Sten: Brasseur de Bourbourg y el emperador
Maximiliano 141
Examen de libros sobre Mario G?ngora: Studies in colonial history of
Spanish America (Andr?s Lira Gonz?lez)
149
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Cuatro libros sobre la historia de las haciendas (Jan
Bazant) 153
sobre Mar?a del Carmen Vel?zquez: El marqu?s de Altamira y las Provincias Internas de la Nueva
Espa?a (Jos? Mar?a Mur?a) 159
La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal
de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.
Historia Mexicana aparece los d?as 1? de julio, octubre, enero y abril
de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $35.00 y
en el extranjero Dis. 2.10; la suscripci?n anual, respectivamente, $120.00
y Dis. 7.20. N?meros atrasados, en el pa?s $40.00; en el extranjero, Dis. 2.40.
? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20 M?xico 20, D. F. Impreso y hecho en M?xico
Printed and made in Mexico
por Fuentes Impresores, S. A., Centeno 109, M?xico 13, D. F.
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LA ALCABALA COMO FUENTE PARA LA HISTORIA ECON?MICA Y SOCIAL DE LA NUEVA ESPA?A* Rodolfo Pastor El Colegio de M?xico El comercio interior de la Nueva Espa?a es un tema poco explorado de la historiograf?a econ?mica. No falta documen taci?n; el ramo Alcabalas del Archivo General de la Naci?n
contiene m?s de seiscientos legajos; el Archivo Hist?rico de
Hacienda y los archivos generales de los estados albergan abundantes fondos de correspondencia y cuentas de alcabala. Pero la informaci?n resulta dif?cil de manejar, tanto a nivel conceptual como a nivel mec?nico. No existe un trabajo ex ploratorio que explique el sentido de las boletas o los libros de cargo de las aduanas interiores. Tampoco existe un marco cronol?gico de la evoluci?n de la instituci?n y la documen taci?n indicada permanece sin catalogar por carecer de inter?s
para muchos. Por otra parte, a nivel te?rico, el inter?s por los estudios de la circulaci?n parece cada vez m?s prominente. La his toriograf?a econ?mica, todav?a en su etapa emergente, ha con
centrado su atenci?n en la demograf?a, las actividades pro ductivas (mineras y agr?colas) y el comercio externo, perca * Este ensayo es parte de un ejercicio exigido a los alumnos del Se minario de Historia de M?xico en el siglo xvni que dirigi? la doctora
Mar?a del Carmen Vel?zquez. La meta del ejercicio era la de que los alumnos encontraran una forma de aprovechar la documentaci?n sobre
la real hacienda a trav?s de la lectura de la Historia general de real
hacienda y un documento relacionado con un ramo espec?fico.
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RODOLFO PASTOR
t?ndose tard?amente de la necesidad de verlo en relaci?n con la circulaci?n interna. Son las peculiaridades y vicisitudes del mercado interno, por ejemplo, las que modulan los pre cios del ma?z, condicionando as? los a?os buenos y malos de la econom?a global.1 Este ensayo se propone abrir una brecha para la futura utilizaci?n de los documentos citados, hacer un esbozo de los cambios que sufri? la instituci?n de la alcabala y explorar algunos de los tipos de documentos m?s frecuentes.2 Fuente principal para la historia de la alcabala es la His toria general de real hacienda de Fon seca y Urrutia. Los autores califican el ramo de alcabalas como "uno de los m?s
recomendables de este erario" y dedican a ?l un espacio pro porcionado a esa importancia.3 La alcabala se origin? cuando las cortes de 1342 otorga ron al rey de Castilla un porcentaje fijo (1/30) sobre "todo lo que se vende o permuta". La tasaci?n original aument? gradualmente a uno sobre veinte y hasta a una d?cima parte del valor de los efectos en el siglo xvi. A Am?rica la- alcabala lleg? cuando Felipe II, ese rey cr?nicamente deficitario, im puso una contribuci?n del 2% de los bienes comerciables en sus posesiones ultramarinas (1558), eximiendo expresamente del pago "a los indios, las iglesias y las personas eclesi?sticas en lo que no vendiesen o cambiasen por la v?a de negocia ci?n" ,A De modo que, m?s que un impuesto sobre la venta, la alcabala era una contribuci?n que gravaba la circulaci?n f?sica, el tr?fico de mercanc?as. Ahora bien, el texto citado i Florescano, 1969, pp. 85-179. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Existe una gu?a-?ndice del ramo Alcabalas del Archivo General de la Naci?n (confeccionada por el estudiante norteamericano Gerry A. Sullivan hace cuatro a?os) en que se ha clasificado principalmente el material colonial por a?o y referencia geogr?fica. Esperamos que pronto sea publicada. 3 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, i, p. xix. Este ramo contribu?a, a fines de la colonia, con un m?s alto porcentaje del total recaudado por la real hacienda que cualquiera de los otros ramos. 4 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, i, p. xix; ii pp. 5-7.
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LA ALCABALA COMO FUENTE 3
sugiere la complejidad de la carga fiscal. El Diccionario de autoridades define alcabala como impuesto que paga el ven dedor en caso de compraventa o ambas partes en caso de permuta. Pero no se trataba precisamente de un impuesto sobre la venta; en gran parte de los casos se cobraba antes de que el efecto fuera vendido y pod?a cobrarse sobre algo que
no lo ser?a. De otra forma no ser?a necesario eximir a los ecle
si?sticos pues estar?an, como todos, exentos del pago sobre
"lo que no vendiesen ni cambiasen ... ". La alcabala se co
braba, pues, a lo que era apto de ser comercializado.5 Adem?s el texto es importante porque alrededor de estas exenciones surgir?an una serie de problemas de interpretaci?n y con flictos.6
El 2% que se empez? a cobrar en Am?rica despu?s de 1575 fue de cualquier forma una modalidad leve del tributo por concepto del cual se cobraba un 10% en la pen?nsula.7 Inicialmente, en la jurisdicci?n de la real caja de M?xico, se administraba la contribuci?n a trav?s de un aparato especial: un administrador principal con sueldo significativamente alto
(1 875 pesos anuales) a quien se exig?a una fianza de m?s
de 41 000 pesos, varios receptores subalternos que trabajaban en base a una comisi?n (un porcentaje fijo de lo recaudado), un contador, etc. El sistema rindi? entre 81000 y 133 000 pesos por a?o entre 1592 y 1602.8 Si postulamos un promedio de 115000 pesos por a?o ob 5 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, h, p. 71. La ?nica excepci?n ser?a la contribuci?n pagada por los inmuebles, que s? funcionaba como un
impuesto de ventas. Esta calidad ambigua del impuesto es ilustrada
tambi?n por el hecho de que en 1771 G?lvez suprimi? el cobro de la
alcabala a "los ma?ces dados a sirvientes y ga?anes de hacienda en
cuenta de jornales". Claro que puede alegarse que ?stos eran parte de una "permuta". 6 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, ii pp. 19, 25-26 y 36. 7 Obs?rvese que el impuesto se empieza a recaudar 17 a?os despu?s de fechada la real c?dula que ordena su cobro. 8 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n pp. 8-10. Las entradas de alca balas se v registraban especificando su lugar de origen y la cantidad "en terada" para una fecha en el Libro de cargo y data de la real hacienda.
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RODOLFO PASTOR
tenemos la cifra de 575 000 como valor te?rico de los bienes
comerciales en un a?o durante la ?ltima d?cada del xvi, que no parece una cifra por s? sola muy iluminadora. Desgraciadamente no poseemos cifras del siglo xvii con que comparar la anterior porque el ramo pas? espont?nea mente a administrarse en forma radicalmente distinta. El ca
bildo de la Puebla arrend? las alcabalas de su distrito en
1601 por once a?os a 24 000 pesos por a?o. Sigui? su ejem plo, entre otros, el cabildo de M?xico, que arrend? las de su jurisdicci?n por 77 000 pesos por a?o, durante quince a?os,
a partir de 1602. Este tipo de arreglo ser?a llamado cabez?n por ponerse "en cabeza" del cabildo la alcabala distrital. Los cabezones se sucedieron cada quince a?os mon?tona mente, subiendo modestamente el valor del arrendamiento con cada nuevo trato. Sin embargo el inter?s de los cabildos por el encabezonamiento de las alcabalas es curioso. Nuestra curiosidad se torna un tanto morbosa cuando nos enteramos
de que en 1647 el cabildo de la ciudad de M?xico logr? un nuevo cabez?n en que se compromet?a a pagar 97 000 pesos por a?o durante quince a?os, "sin embargo de haber inten tado un vecino particular tomar el arrendamiento por 28 000 pesos m?s de los. que ofrec?a la ciudad".9
El hecho nos induce a pensar que el valor del cabez?n
contratado por el cabildo era significativamente m?s bajo que el valor de la alcabala que te?ricamente representaba. Ade m?s, el hecho de haberlo ganado a pesar de la oferta mayor sugiere la importancia de factores extraecon?micos en el su
puesto remate de la contribuci?n. No creemos que las me jores garant?as ofrecidas por el cabildo contrarrestaran la me
jor oferta individual puesto que el cabildo mismo quebrar?a poco despu?s y puesto que un comerciante de giro dudoso no se hubiera atrevido a hacer una postura de ciento veinti cinco mil pesos. La historia de los cabezones de alcabala en los siglos xvii y xvni se ve complicada adem?s por los varios "repartimien 9 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, il p. 11.
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LA ALCABALA COMO FUENTE
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tos" especiales, que se a?aden a la contribuci?n despu?s de 1627 y para cuya recaudaci?n se aumenta la tasa del impuesto a un 4% primero, a un 6% en 1636 y finalmente a un 8% en 1744, de modo que las cifras de los montos alcanzados por lo? cabezones no son comparables. A los valores de los arren damientos ser? preciso a?adir finalmente los "donativos gra ciosos" de entre quinientos y seiscientos mil pesos que el cabildo o el consulado daban al rey con cada cabez?n10 Estos donativos fueron sin duda la principal ventaja que ofrec?a la postura de una corporaci?n burguesa o un gremio de comer ciantes. El cabildo de la ciudad, obtuvo cinco cabezones consecuti vamente ofreciendo "cortos aumentos" pero qued? alcanzado en el cuarto y quebr? en el doceavo a?o del quinto cabez?n, perdiendo el arrendamiento en favor del consulado, que su brog? su deuda en 1677. El consulado no fue empero m?s generoso; desde 1677 hasta 1707 pag? por la alcabala del dis trito lo mismo que hab?a pagado el cabildo entre 1632 y 1647.
Si las cifras de la alcabala de la ciudad de M?xico son
representativas, aunque el valor absoluto recabado subi? o se sostuvo, excepto durante un corto descenso entre 1647 y 1677,
no puede hablarse de una din?mica ascendente en el valor indicado por la alcabala.11 El monto recolectado subi? s?lo en funci?n de una tasa aumentada 4% en 1617, 6% en 1634
y 8% en 1741 y decreci? con relaci?n a la tasa a trav?s
del xvn. Esta funci?n se traduce en dos proposiciones l?gicas alternativas: a) hab?a un volumen m?s o menos estancado de mercanc?as en circulaci?n, o b) el control corporativo de la alcabala permit?a que, a pesar de la tasa creciente, los mer ?o Fonseca y Urrutia, 1845-1853, ii, pp. 20-28 y 63.
il Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, pp. 19-25. Adem?s de la baja de la alcabala en funci?n de la tasa incrementada debe se?alarse que en 1647 se hab?an a?adido al distrito alcabalatorio de la ciudad ocho leguas de sus alrededores de modo que ?ste comprend?a: Texcoco, Chi conautla, Tlalnepantla, Coyoac?n, San Agust?n de las Cuevas, Xochimilco, Iztapalapa, Mexicalcingo, Venta Nueva, Chalco, Tlalmanalco, Coatepec, Cuautitl?n, Tepotzotl?n, Teotihuac?n, Zumpango, Tula y Otumba. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:34:54 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
Tendencia del valor de la alcabala de la 4001
200 +
1600
Fuente: Fonseca y Urrutia.
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LA ALCABALA COMO FUENTE
caderes pagaran cada vez menos con relaci?n al valor de un
volumen incrementado de mercanc?as.
Ambas proposiciones tienen sus ventajas y desventajas. La segunda explica mejor el inter?s del cabildo y del consu lado por asegurar los arrendamientos a trav?s de "donativos graciosos", etc. La primera proposici?n, por otra parte, es
m?s congruente con lo que sabemos de un colapso del co
mercio exterior en el segundo cuarto del siglo xvn.12 Quiz?s
una combinaci?n de ambas proposiciones es la mejor solu ci?n, pero nuestros datos no dan para m?s.
En 1752 se orden? una investigaci?n que sac? a luz una evidente "colusi?n en perjuicio de la real hacienda" en la
contrataci?n del noveno cabez?n con el consulado. Se descu bri? que en 1738, fecha del ?ltimo contrato, el coronel Be lauzar?n hab?a ofrecido 535 000 pesos por el cabez?n, a pesar de lo cual el contrato fue otorgado al consulado de comercio por s?lo 270 000 pesos. El fraude origin? una serie de reales c?dulas que exig?an una explicaci?n del estancamiento de la renta de alcabalas. Inicialmente el virrey Revillagigedo defen di? al consulado alegando que los comerciantes mismos "no saben si hubo p?rdida o ganancia en el cabez?n" hasta no fi nalizar el per?odo de alquiler. El rey orden? que no se reno vara el arrendamiento vigente de la contribuci?n, revelando
la colusi?n que hubo en el ?ltimo contrato. Todav?a en tonces Revillagigedo defendi? al consulado: El coronel Be lauzar?n, quien hab?a ofrecido casi el doble de la postura
del consulado, era, dijo el virrey, "un hombre quebrado y desacreditado en el comercio..." cuya postura era indigna de ser tomada en cuenta ya que "no podr?a cumplirla ... ",13 12 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, p. 15 y Chaunu, 1955-1959. La
relaci?n entre los vaivenes de las flotas y el aumento de la alcabala se evidencia con claridad en una de las condiciones especificadas por el segundo cabez?n: de que "en los a?os en que no viniese flota ?ste se habr?a de rebajar un tercio". Este hecho debe condicionar las compara ciones de series estad?sticas que comprendan a?os de tr?fico ultramarino irregular.
13 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, pp. 33-36.
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RODOLFO PASTOR
El virrey dudaba de la viabilidad de la administraci?n directa de la alcabala de la ciudad "por ser las dos terceras partes de sus habitantes personas miserables que lo m?s viven de la mendiguez por no haber en qu? emplear la muchedumbre de gente de su vecindario".14 El informe desfavorable del virrey no intimid? al rey en su prop?sito. Estamos en plena era de reformas. El proyecto de administrar directamente las alcabalas era parte de una tendencia general a la reestructuraci?n de la organizaci?n fiscal.
A partir de 1754 se estableci? nuevamente una maquinaria burocr?tica y se comenz? a recolectar la contribuci?n directa mente. El virrey inform? "que todos los que disfrutaban de
esta sobrada... renta hab?an llorado ?sta como la ?ltima
calamidad . . ., que se hab?an desenfrenado muchas personas
en el modo m?s insolente ... y que el consulado hab?a que rido tomar la voz por todo el pueblo con una conducta no muy arreglada hasta llegar a ser una representaci?n en que
impugnaba en sustancia los derechos del rey".15 Varios sujetos empleados anteriormente por el consulado en la recolecci?n de la alcabala renunciaron a formar parte del nuevo aparato burocr?tico, amenazados por el consulado con despido inmediato cuando consiguiese ?ste recobrar el arrendamiento, como estaba seguro que lo conseguir?a.16 Es evidente que la reforma afectaba hondamente a un sector po deroso de novohispanos. Los mercaderes europeos, por lo con trario, acostumbrados a una discriminaci?n en el cobro por
parte del consulado de M?xico, aseguraban que "nunca los hab?a tratado con tanta equidad En un principio el virrey Revillagigedo orden? en una "instrucci?n secreta" que el nuevo administrador cobrase las
alcabalas "... con suavidad y.. . [que] no se hiciera innova ci?n [de modo que] no se notara el cambio de mano". A pe 14 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, il, p. 36. 15 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, p. 51. 16 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, p. 52.
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LA ALCABALA COMO FUENTE
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sar de ello, durante el primer a?o de recolecci?n directa (1756) la alcabala de la ciudad dej? un saldo positivo de m?s de 712 408 pesos l?quidos, es decir, cerca de dos veces lo obtenido a trav?s del ?ltimo cabez?n. El virrey Revillagi gedo, "en vista de estas favorables resultas", reneg? de su escepticismo anterior y promovi? la administraci?n directa de
las alcabalas de todo el virreinato.17 Esto no se lograr?a im plantar nunca. Pero hasta qu? grado se estableci? es ilustrado vigorosamente en la gr?fica del crecimiento de la renta du rante la ?ltima mitad del siglo xvin. En cuanto a la curva misma, es evidente que refleja una inflaci?n dif?cil de medir. Pero nos llaman la atenci?n dos
peculiaridades de la gr?fica: La primera, que aunque en el siglo xvn los aumentos en el monto recaudado no correspon den a las tasas incrementadas ?todo lo contrario es cierto, los aumentos en las tasas parecen ser medidas tomadas para recu perar el monto recolectado despu?s de que ?ste ha disminuido por razones no aparentes? en el siglo xvni el histograma se comporta de manera m?s l?gica. A cada uno de los aumentos o descensos en la tasa despu?s de 1740 corresponde un au mento o descenso en el valor recolectado. La segunda es que, a pesar de la posible distorsi?n de la inflaci?n dieciochesca, la gr?fica parece apoyar la tesis ya "tradicionalista" de una "de presi?n econ?mica" o al menos un estancamiento durante el siglo xvn. En realidad ambas caracter?sticas parecen responder en gran parte a los cambios institucionales que hemos delineado. Pero ello no significa1 que la gr?fica reaccione s?lo a factores de tipo institucional. El ?ndice construido en base a la me dia decenal para el per?odo 1780-1789 parece ilustrar un des plome del nivel de comercializaci?n indicado por la alcabala como resultado de la crisis agr?cola de 1785-1787. Si usamos este momento para enfocar el cuadro estad?stico que presentan Fonseca y Urrutia observaremos que, en medio
de este desplome del total recaudado, los diferentes "ra 17 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, pp. 52-60.
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Valor de la Alcabala del Virreinato de Nueva Espa?a
14
10+ 8 +
6+ 4 + 4 %
6% -+ 1600 1650 1700
+
Fuente: Fonseca y Urrutia, Historia General de la Real Hacienda.
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la alcabala como fuente
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mos" de la alcabala se comportan de manera diferencial.18
Todos los ramos bajan, con excepci?n del ramo "ultrama rino", cuyo valor incrementado probablemente refleja el in tento de suplir necesidades desesperantes del continente con las
provisiones escasas de las islas. Pero los ramos bajan con diferente pendiente. Los m?s afectados parecen ser los del comercio con Per? y con Espa?a, que se ven reducidos pr?c ticamente a la mitad. Los ramos que reflejan el comercio interno bajan cerca de una cuarta parte de su valor anterior, al igual que el comercio con China, actividad aparentemente demasiado valiosa como para ser tan afectada por una cala
midad local. El ramo que baja menos (el "del viento") re
fleja ventas extraordinarias dentro del pa?s y baja s?lo en un 15% de su valor anterior a la crisis. Otros descensos sig nificativos en el valor total de las alcabalas recaudadas (1755 a 1759, 1762 a 1764, 1770 a 1774) pueden tambi?n correlacio narse con ?pocas de crisis agr?colas. La alcabala refleja por tanto, a grosso modo, los vaivenes reales de la circulaci?n. Vislumbramos as? la posible utilizaci?n de las alcabalas en la historia econ?mica a nivel de las ciudades y del virrei nato. En efecto, la alcabala era por razones evidentes un im puesto eminentemente urbano, as? como el diezmo lo era rural. La ciudad de M?xico por s? sola aportaba casi un 90% del promedio recaudado en la totalidad del virreinato. Ciertas
medidas espec?ficas de la ?poca de las reformas, como la de obligar a los causantes a pagar en M?xico la alcabala de bienes ra?ces, aunque ?stos estuviesen situados en otros par tidos, reforzaban este car?cter.19 En muchas provincias no se conseguir?a imponer el sistema directo de recolecci?n y la in formaci?n es por tanto m?s pobre. Los documentos de las aduanas interiores pueden ayudarnos, sin embargo, a conocer el comercio regional. En 1780 la Mixteca, que tomamos como ejemplo, estaba dividida en seis "distritos alcabalatorios": Nochistl?n y Jus 18 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, ii, p. 118. i?> Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, p. 65.
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RODOLFO PASTOR
tlahuaca serv?an "con un 10%", Xicay?n y Huajuapan ser v?an "con un 14% m?s cien y ciento cincuenta pesos para sus administradores respectivos"; y en la costa Ometepec y Jamiltepec se administraban en forma parecida.20
Nos proponemos analizar un "Libro real de alcabalas de Guaxoapan" del siglo xvni que abarca en efecto los distritos de Acatl?n y Huajuapan.21 Se trata de la zona norocciden tal de la Mix teca, clave del tr?fico entre el sur y el altiplano por la ruta de Iz?car. El distrito estaba "sobre el sistema de igualas por ser m?s ventajoso a la real hacienda por lo basta, dispersa y abierta de esta administraci?n ...,'.22 Ello significaba que, en vez de cobrarse sobre las mercanc?as que pasaban por una garita, se acordaba con los comerciantes del distrito una cuota fija a pagar en base a la cantidad de mer
canc?as que manejaba cada uno y a la tasa vigente de alcabalas. Se observan en el libro tres tipos de entradas: a) una
entrada larga en que se registra la alcabala "del viento" co brada a personas que no tienen iguala tasada (mercaderes
20 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, ii, pp. 103 y 116. "Alcabalatorio" es el nombre que los documentos mismos dan a un distrito de alcaba las, el cual puede o no coincidir con una jurisdicci?n civil. En el caso particular del documento que estudiamos el alcabala torio de Huajuapan
abarca la zona de Acatl?n, que pertenece a otra jurisdicci?n. Es posi
ble que la red de caminos y la influencia pol?tica de los ayuntamien tos municipales modificaran los criterios con que se establec?an los al caba?atorios. Urge la tarea de hacer un mapa de ellos para poder pro fundizar en el estudio de este tipo de informaci?n. En cuanto significa "distrito" el t?rmino es evidentemente an?logo al de "diezmatorio". Pero tambi?n se llama "alcabalatorio" al libro mismo en que se regis tran las entradas por concepto de alcabalas y al "padr?n" sobre el cual se cobraban, en el sistema de igualas. .-i AHH, legajo 153, exp. 4. El libro pertenece a una serie de ellos entregados por el aparato central al administrador de un alcabalato
rio. Tiene por tanto una primera p?gina impresa en la que se han
dejado los espacios vac?os para llenar con los nombres correspondientes
al partido, al administrador y al a?o. En este caso: Huajuapan, don
Jos? Ignacio de las Pe?as y 1796. 22 AHH, legajo 153, exp. 4, f. 2.
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LA ALCABALA COMO FUENTE
"viandantes", etc.) ; b) una entrada corta con el nombre del causante, una tipificaci?n de su comercio y la cantidad abo nada en determinada fecha a su obligaci?n igualada (en ge neral pagada por mitades), y c) una muy sint?tica que con tiene s?lo el total entregado al administrador del distrito por el cobrador de una subreceptor?a.23 Cada uno de estos diferentes tipos de entradas permite diversas manipulaciones. El primer tipo hace posible trazar las rutas de los productos y ofrece informaci?n social, como la
del ejemplo en la nota. El segundo tipo permite la clasifica ci?n, por giro y clase de producto traficado, de los comer ciantes en cada una de las localidades de un distrito y permite
estudiar la concentraci?n de mercaderes en uno o varios si
tios. El tercer tipo nos da una comparaci?n entre los niveles de comercializaci?n de varias subreceptor?as.
Con una tasa del 8% para el primer mes y 6% para los restantes, el alcabalatorio de Huajuapan produjo en 1796 al
rededor de 3 972 pesos.24 El estudio cuidadoso de su libro nos
ense?a que el comercio regional era fundamentalmente la 23 AHH, legajo 153, exp. 4. Ejemplos de cada uno de estos tres
tipos de entrada ser?an los siguientes:
a) "Manuel Le?n, representante del padre cura Jos? D?az de Ta
mazola, 10 pesos uno y medio real por ciento veintisiete pesos cuatro
reales que declar? haber vendido de ganados de las cofrad?as de su feligres?a..." Generalmente la entrada "del viento" especifica el lugar
de origen (en este caso Tamazula) de la mercanc?a que vende un fo
rastero como lo era el cura de ese lugar en Huajuapan. ?ste ser? a la larga el tipo de entrada de m?s rico y m?s s?lido valor informativo. b) "...por los primeros tres meses de los trescientos cuarenta pesos
en que se encabezon? al 8% don Isidro Ni?o de Rivera..." c) "...el receptor de Acatl?n enter? por iguala de toda aquella
receptor?a ochocientos sesenta y dos pesos un real". 24 Fonseca y Urrieta, 1845-1853, n, pp. 72-91. Esta cifra, se entien de, incluye lo de Acatl?n. El partido se administraba directamente y del monto citado debe deducirse el salario del administrador (926 pesos anuales) para obtener la recaudaci?n l?quida. La tasa hab?a sido reba jada al 6% en 1756 pero en 1780, a ra?z de una nueva guerra con Gran Breta?a, hab?a sido aumentada nuevamente al 8%. Oficialmente, ces?
el cobro del nuevo 2% en 1791.
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compraventa de ganado y/o de "esquilmos" de ganado. Al
menos un 45% de los individuos que pagaban alcabala la pagaban por este concepto. Importa resaltar que de ellos gran parte estaba pagando por la comercializaci?n de los productos de sus propios ranchos o haciendas.25 ?stos no eran los que pagaban las cantidades m?s altas. Sus contribuciones iban de uno a ciento cincuenta pesos y promediaban 12.6 pesos, su
mando todas s?lo un 16% del valor de las alcabalas locales. Si a?adimos a esto las contribuciones de los que se especia lizaban en la compraventa de otros productos agr?colas (pa
nela y "semillas") obtenemos el 55% de los causantes.26 Pero la suma de sus contribuciones ser?a de cualquier forma signi ficativamente menor que la de los que el libro califica como "tenderos", cuyas contribuciones oscilaban entre uno y tres cientos pesos, promediando 84.9 pesos per capita. Los ten deros contribu?an con cerca de 75% del valor de las alcabalas locales a pesar de ser s?lo un 7.6% de los contribuyentes. Quiz?s el secreto de su fortaleza estaba en la diversidad de sus actividades: vend?an productos manufacturados y semi manufacturados participando tambi?n en la compraventa de productos agr?colas locales. Sabemos que el m?s fuerte de ellos,
adem?s de ser ganadero, traficaba con productos de diezmos.
De modo que ?stos parecen representar el nexo entre los
circuitos de circulaci?n interno y externo. Los tenderos tend?an a concentrarse en los centros ladi
nos semiurbanos: Huajuapan, Petlalcingo y Acatl?n, que eran al mismo tiempo puntos en la ruta de comercio entre M?xico 25 Quiz?s valdr?a la pena hacer notar que estos productores que pagan una alcabala oscilante entre el 6 y el 8% hab?an pagado te?ri camente antes un 10% del valor bruto de sus productos, por concepto
de diezmo, a la iglesia. La carga era por tanto especialmente pesada para ellos. 26 AHH, legajo 153, exp. 4. La venta de semillas parece haber te nido poca importancia excepto en Huajolotitl?n, lo cual subraya, junto con la participaci?n ganadera en las alcabalas, la calidad esencialmente rural del distrito. Es decir, las personas produc?an en gran parte los
granos que consum?an. La comercializaci?n de la panela, segunda en importancia despu?s de la ganader?a, estaba muy concentrada en Acatl?n.
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y Oaxaca, mientras que los contribuyentes de la categor?a mediana, m?s bien asociados a la ganader?a, tend?an a estar dispersos, como era de esperarse. Entre los tenderos mismos hab?a una clara jerarqu?a. De los catorce de Huajuapan, cuatro pagaban en promedio 214
pesos; otros dos pagaban un promedio de 83 pesos y los ocho restantes pagaban menos de treinta pesos anuales cada uno. Esta estructura se repet?a en Acatl?n y Piaxtla. La parte restante de la alcabala era aportada por un buen n?mero de contribuyentes peque?os, individuos a quienes el libro cargaba "por menudencias", o cofrad?as a las cuales se cargaba por esquilmos, ganados o por "su comercio". Estos contribuyentes peque?os eran una mayor?a a pesar del poco valor de la suma de sus aportaciones. Una mitad de los pue blos que pertenec?an al distrito no ten?an m?s que este tipo de causante y pueden identificarse como ind?genas ya que se mencionan en el libro s?lo las "cofrad?as de ellos". El gran n?mero de cofrad?as que pagaban alcabalas' es sig nificativo, puesto que Fonseca y Urrutia se?alan que las fun dadas legalmente estaban exentas del cobro.27 Aparentemente una, mayor?a de ellas no estaban as? constituidas. A pesar de que muchas contribu?an con menos de un peso semestral, las
hab?a en casi todos los pueblos y en aquellos en que no se les menciona m?s que a ellas puede presumirse que tuvieran una importancia econ?mica no proporcionada al monto de su contribuci?n.
Entre los pueblos (16) que el libro menciona es evidente la prominencia de unos pocos. Huajuapan y Acatl?n, por s? solos, contribu?an con poco m?s que el 85% del valor de la alcabala distrital. Hemos presentado, en cuanto se refiere a la alcabala re gional, una muestra de la informaci?n que nos pueden dar los documentos. La que rindieran los libros de alcabalatorios vecinos ser?a comparable y la de los libros de otros a?os po dr?a, con la del nuestro, seriarse y correlacionarse con los 27 Fonseca y Urrutia, 1845-1853, n, p. 79.
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datos de poblaci?n y diezmos para llevarnos a una mejor com prensi?n del funcionamiento de la econom?a regional. Las reformas fiscales de mediados del siglo xvni, promovi das por la corona, resultaron no s?lo en la racionalizaci?n del sistema y su capacidad recaudadora sino tambi?n en la siste matizaci?n y homogeneizaci?n de la contabilidad. Esta homo geneizaci?n nos permitir? estudiar cuantitativamente el co
mercio interno y externo de la Nueva Espa?a durante la
?poca borb?nica. La importancia de esta documentaci?n como fuente resalta a?n m?s si consideramos que, a diferencia del diezmo, la al cabala no fue suprimida con las reformas liberales. Al con trario, los gobiernos del siglo xix pusieron mucho esmero en su continuada recolecci?n. La fuente permitir? pues un estu dio del tr?nsito a la ?poca nacional y las repercusiones sobre la circulaci?n de los cambios pol?ticos y estructurales.
SIGLAS Y REFERENCIAS
AHH Archivo Hist?rico de Hacienda, en el Archivo General
de la Naci?n, M?xico.
Chaunu, Pierre et Huguette 1955-1959 Seville et l'Atlantique, Paris, A. Colin, 8 vols.
Florescano, Enrique 1969 Precios del ma?z y crisis agr?colas en M?xico ? 1708
1810, M?xico, El Colegio de M?xico. ?Centro de Es tudios Hist?ricos, Nueva Serie, 4.?
Fonseca, Fabi?n de, y Carlos de Urrutia 1845-1853 Historia general de real hacienda, M?xico, Imprenta de Vicente G. Torres, 6 vols.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSI?N JESUITA Marie-Areti Hers Misi?n Arqueol?gica Belga Los coras de la sierra de Nayarit constituyen uno de los grupos ind?genas mexicanos que mejor han conservado su cultura. Desde tiempos de Cari Lumholtz (1902) se multipli caron los estudios antropol?gicos, a trav?s de los cuales cono cemos la originalidad de su organizaci?n pol?tico-religiosa.1 Curiosamente, se ha prestado poco inter?s a su historia,2 de la cual s?lo conocemos el momento de la conquista militar en 1722,3 pues las publicaciones son escasas sobre las etapas ulteriores. Por ello pareciera que los coras no hubieran cam biado despu?s, encerrados en su serran?a abrupta, como en una fortaleza natural, y que s?lo despertar?an de vez en cuan do, como en tiempos de Lozada.4 Las primeras d?cadas que siguieron a la toma de la Mesa del Tonati en 1722 no significaron para los coras ni trastorno demogr?fico ni p?rdida de territorio. La corona se preocup? s?lo por mantener la paz en la serran?a y la seguridad en sus contornos, conteniendo a la naci?n guerrera cuya conquista i Vid. en particular Hinton et al, 1972. V?anse las explicaciones so bre siglas y referencias al final de este art?culo. 2 Dos estudios han sido consagrados a la historia particular de los coras: Santoscoy. 1899, y Guti?rrez Contreras, 1974. 3 Para la ?poca anterior a la conquista de 1722, las informaciones provienen de Ponce, 1968; Arregu?n, 1946; Tello, 1891; Arias y Saave dra, 1899. Las principales fuentes para la historia de la conquista son las
obras de los jesu?tas: Ortega, 1944, y Alegre, 1960. Los hechos mili tares est?n reportados en Autos, 1964. Detalles complementarios se en cuentran en la Gaze ta de M?xico, Nos. 1, 2 y 4 (1722), y en Mota Pa
dilla, 1870. 4 Barba Gonz?lez, 1956; Meyer, 1959; Montoya Briones, 1972.
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tanto hab?a costado debido a barrancas y pe?ascos. La paci ficaci?n fue la obra de unos cuantos jesu?tas y una reducida tropa de soldados, distribuidos en diversos presidios. Por ello no deja de surgir la interrogante sobre los cambios que re sultaron de la acci?n misionera que tuvo lugar entre 1722
y 1767.
El cambio econ?mico fundamental tuvo lugar mucho tiem
po antes de la conquista con la adopci?n de los animales
tra?dos del Viejo Mundo, que modificar?an en forma defini tiva el comercio, la agricultura y el papel de la cacer?a en la econom?a de los serranos. Al tomar la Mesa del Tonati, el
capit?n y gobernador Juan Flores de San Pedro fue el primero en saquear a los habitantes, menguando sus animales. El triste
estado en que qued? la sierra dice mucho de la importancia que daban los coras a esos animales.5
La acci?n jesu?ta afect? sobre todo a la organizaci?n
pol?tico-religiosa, puesto que para asegurar un control m?
nimo sobre la poblaci?n se trat? de erradicar el culto al or?culo de la Mesa del Nayar, punto central de la vida
pol?tica, militar y religiosa de la naci?n cora, que influ?a in cluso en los huicholes y algunos grupos de la costa. La mejor informaci?n sobre tal culto es la del padre fran
ciscano Arias y Saavedra, quien hacia 1672 realiz? una en cuesta formal en la Mesa. Varios autores han descrito el
famoso santuario, con sus im?genes sorprendentes: cuatro es queletos completos y armados, sentados y profusamente ata viados. Tambi?n sabemos c?mo unas mujeres, aut?nticas pi tias, trasmit?an demandas a las im?genes. Arias y Saavedra refriere detalles sobre el papel de esos esqueletos, advirtiendo
que no hab?a que confundirlos con cualquier "tlatoani" en vida ... porque si bien tienen se?or o tactoane, responden que s?, pero como ellos llaman con este t?rmino a cualquier hombre de caudal, o canas, o puesto, es equ?voco entre ellos, pues cuando
5 AGNM, Provincias Internas, vol. 85, exp. 2.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 19 les preguntan qui?n es, dicen que el Nayarit, y as? lo es cierto que no lo reconocen como a rey, sino como a or?culo... Y as? han mirado a los descendientes desta genealog?a [del jefe his t?rico Francisco Nayarit, que muri? hacia el primer cuarto del siglo xvii] no como a reyes y se?ores naturales sino como a
cuerpos que han de tener aquel asiento de aquel culto y adoraci?n.6
El or?culo se consultaba para asuntos pol?ticos, militares y labores de la milpa. La principal divinidad representada por esos esqueletos era el Nayarit o Piltzintli Xucaty Tapao, que seg?n Arias y Saavedra quiere decir "Hijo de Dios que est? en el cielo y en el sol, que conduce ex?rcitos y matador".
Nayarit tambi?n significaba "adivino". La ceremonia del or?culo reun?a a toda la naci?n cora y era un valioso instrumento de unidad, valioso sobre todo por estar en un medio propicio al aislamiento de cada poblaci?n, ya que era consultado tambi?n por los vecinos del oriente, los huicholes, y ciertos grupos de la costa.7 Y tuvo tal im
portancia que la conquista de la Mesa se concluy? s?lo al quemarse los esqueletos del or?culo en un auto p?blico de fe en la ciudad de M?xico.8 Una vez destruida el or?culo fue
imposible una acci?n concertada de toda la naci?n cora; sin embargo, los serranos no perdieron la ilusi?n de rescatar su libertad y tal sentimiento anim? varios levantamientos arma dos y resurgimientos idol?tricos.
En agosto de 1767 llegaron los franciscanos a ocupar las 6 Arias y Saavedra, 1899, pp. 17-18.
7 El or?culo es poco mencionado en relaci?n con los huicholes: Arias y Saavedra, 1899; Covarrubias, 1939, p. 340. Adem?s, un culto similar existi? en el territorio huichol. As?, en 1726, se destruy? un santuario semejante al de la Mesa en la sierra de Tenzompa. Vid. Ar legui, 1851, pp. 58-59. A fines del siglo pasado todav?a se veneraba, en las inmediaciones de Pochotita, a Majakuagy, h?roe cultural, bajo la forma de un esqueleto. Diguet, 1899, pp. 8-9. 8 El acontecimiento es ampliamente descrito en los relatos de la conquista. Vid. nota 3. El ?ltimo cad?ver idolatrado fue encontrado y destruido en 1730 por el padre Covarrubias. Covarrubias, 1939.
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misiones de los jesuitas, cuya salida hab?a dado pie a sue?os de libertad. Los indios contaban adem?s con la divisi?n entre sus administradores. En efecto, de 1767 a 1768, el coman
dante de la provincia del Nayarit y del presidio de San Xavier Valero en la Mesa del Tonati, Miguel Antonio de
Oca, favorec?a a los indios porque ten?a problemas con los jesuitas y m?s tarde con los franciscanos. De Oca, adem?s, daba mal trato a su tropa y, seg?n sus adversarios, hab?a pactado con los indios por miedo, dej?ndoles amplia libertad a cambio de paz y promesas de no alborotar abiertamente.9 En julio de 1768 lleg? el nuevo comandante, Vicente Ca ?averal Ponce de Le?n, quien no escatimar?a esfuerzos en la persecuci?n de los revoltosos y en la erradicaci?n de la idola tr?a hasta su muerte por el escorbuto en 1771. Para nuestra suerte, su celo no le impidi? ser un investigador acucioso y sus informes son claros y detallados. Nos interesan en par ticular su minuciosa encuesta de 1768 sobre la idolatr?a y el proceso al jefe rebelde Manuel Ignacio Doye en 1769. Ambos documentos resultan muy reveladores del estado en que los jesuitas dejaron la provincia. El primer documento es un largo expediente 10 sobre in dios id?latras, donde comparecen sacerdotes y sacerdotisas de unos sesenta a?os, es decir, personas que hab?an sido j?ve
nes al tiempo de la toma de la Mesa del Nayar en 1722 y
que ser?an despu?s condenados a prisi?n o deportados a La Habana. Tambi?n aparecen unos cuantos j?venes a quienes se dejar?a en libertad por considerarlos v?ctimas de los ancia nos. El relato se interrumpe aqu? y all? con la descripci?n de los ?dolos encontrados en cuevas y otros lugares de dif?cil acceso, ?dolos que ser?an quemados en p?blico. Cada detalle del documento resulta importante para el estudio de la religi?n cora, en particular por la falta de do cumentos similares para esa ?poca. Los declarantes indios 9 AGNM, Provincias Internas, vol. 127, exp. 1, ff. 32-54; exp. 6,
ff. 139-151.
10 "Informaci?n", ff. 81-124.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 21 repiten mucho lo mismo, pero todos aportan alg?n dato nue
vo, de suerte que cualquier corte en las citas resulta arbi trario. Hemos optado en este estudio por sintetizar los aspec tos que resultan al confrontar todas las declaraciones con citas que consideramos m?s que nada como buenos ejemplos.
La encuesta se llev? a cabo en seis pueblos: San Pedro Iscat?n, San Juan Corapan, El Rosario, Jes?s Mar?a, La Mesa
del Tonati (o Mesa del Nayar) y San Francisco. Al llegar
a los casos de Santa Teresa, Huaynamota, San Juan Peyot?n y Santa Rosa el comandante estim? necesario suspender tem poralmente las operaciones por razones de seguridad, reanu d?ndose en 1769 con la persecuci?n y aprehensi?n del jefe rebelde de Santa Teresa, personaje central del segundo do cumento.
De la lectura de ese rico conjunto de informaci?n resal tan aspectos de la vida religiosa, originados en la renovaci?n del culto a los ?dolos destruidos. Bautismos y curaciones pa recen no haber cambiado desde tiempos remotos, mientras que el culto de ciertos ?dolos era resultado de una reconsti tuci?n reciente a principios de 1767. El bautismo de los reci?n nacidos se celebraba en lugares retirados de los pueblos, rociando con agua a los p?rvulos durante un mitote: ... el modo de ofrecer a las criaturas es llevarlos a un sitio des viado de los pueblos, a donde el sacerdote, concurriendo con los convidados, piden a sus dioses se cr?en con robustez y fuerza;
cantan y bailan y con un guisopo los roc?an con agua del r?o . .. n
Realizaba la ceremonia indistintamente un hombre o una mujer. As?, en el caso de la vieja Marcela de Iscat?n -la declarante ten?a el ministerio de lavar a los reci?n na cidos de su pueblo con agua de ci?nega (circunstancia esencial
il "Informaci?n", f. 85.
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seg?n sus ritos) para que se criaran robustos y no se desgra
ciaran ...12
... como sacerdotisa ten?a ella el particular ministerio de bau tizar a los reci?n nacidos de su pueblo, ech?ndoles agua desde la cabeza, acompa?ada en su lengua tecualme de estas palabras: Nimemigua, Pap??ele oche che, Yore perec tacaguia, tavargeo Pericq Guacoyen Tabaic vayahuic, que por ser del idioma an
tiguo de antes de la conquista s?lo entienden tal cual viejo
o vieja y no se les encuentra ajustada traducci?n al castellano,
mexicano ni cora, pero parece ser su equivalente: "Dios Ma dre, y naci? esta criatura, y se ha empezado a alimentar de la
leche materna, bajo de tu protecci?n la pongo para que se
crie feliz y preserve de da?o; acu?rdate de la ci?nega de donde
vino esta agua" ...13
En cuanto a las curaciones, se mencionan dos tipos: una por confesi?n de los enfermos y otra por sahumerio de pipa.
S?lo en una ocasi?n se presenta el caso de confesi?n y nuevamente se trata de la vieja Marcela de Yscat?n, sacer dotisa tecualme Preguntada si (como dicen generalmente) es cierto que con fesaba a los enfermos, responde que s?lo a su hijo ha confe sado. Reconvenida nuevamente que diga la verdad sobre este asunto, declara ser cierto haber confesado a otros muchos en fermos, exort?ndolos a que le revelasen sus culpas y asegur?n dolos de que sanar?an con esa diligencia.14
Apegados estrictamente al documento, podr?amos suponer que bautismo y confesi?n, documentados para gente de Ysca t?n, eran ritos que diferenciaban a los tecualmes de sus ve cinos coras, a pesar de que se hab?an asimilado enteramen
te al grupo mayoritario en otros aspectos religiosos. Sin
embargo, es m?s prudente mantener la interrogante, ya que la diferencia puede resultar una mera casualidad.15 12 "Informaci?n", f. 91. 13 "Informaci?n", f. 94.
14 ?dem.
is Sobre la vecindad entre coras y tecuames, Vid. Jim?nez Moreno, 1970, pp. 17-25.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 23
En cambio el sahumerio s? se llevaba a cabo en los seis pueblos para curar a los enfermos: ... ella y su marido [Marcela de Yscat?n], que era sacerdote, sahumaban a los enfermos con tabaco macuche, quemado en chacuacos, para que sanaran por este supersticioso medio.16
Entre los principales "ap?stoles del diablo, llevados a comparecer, figuraban dos curanderos de San Juan Cora pan ... Joseph Luis, alias Aparejo, cantor de mitotes y supersticioso curandero o chacuaquero de los enfermos; [y] el gobernador del pueblo de San Juan, Antonio, tambi?n mi totero y chacuaquero... ".17 Este ?ltimo ofrece muchos de talles, declarando que . .. curaba a los enfermos sahum?ndolos misteriosamente con chacuacos (que son unas pipas de barro de una octava de largo), llenos de tabaco macuche hediondo, grit?ndole a la Madre (dei dad imaginaria) que saliera la enfermedad de aquel enfermo.18
Seg?n este testimonio, la divinidad que propiciaba el ali
vio del enfermo era la Madre, aunque no era la ?nica en
asistir al curandero. En efecto, dentro de los ?dolos familiares
aparece con frecuencia Tajachi (o sea el Hermano Mayor, tambi?n llamado el Bienhechor), protector contra la peste y las enfermedades. El ?dolo que lo representa puede ser, en parte, un chacuaco de curandero. Para asegurar la protecci?n de los p?rvulos y de los enfer mos los nayaritas segu?an confi?ndose a sus antiguas creen cias, cumpliendo con gran recato y secreto sus ritos y reuni?n
dose en mitotes familiares, ya que la religi?n de los intrusos no parec?a servir para la supervivencia de toda la comunidad y no supl?a la fuerza de los antiguos dioses. Por ello, coras y huicholes aprovechaban las circunstancias favorables en 1767 le "Informaci?n", f. 94. 17 "Informaci?n", f. 92v. 18 "Informaci?n", f. 98.
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para volver alegre y casi abiertamente a sus antiguos dioses; de manera que dieron nueva vida y nueva forma a los ?dolos perseguidos desde 1722 y reorganizaron un aut?ntico sacerdo cio, con acceso exclusivo a los santuarios. Con excepci?n del caso del ?dolo de Jes?s Mar?a, todas las declaraciones concuerdan en que la orden de empezar la re novaci?n vino de Granito, sacerdote del dios Tallao, Nuestro Padre, en la Mesa del Nayar. Granito mand? avisar a prin cipios de 1767 a los principales de los pueblos (curanderos
y autoridades civiles) que ya no los iban a perseguir con
aprobaci?n de M?xico. Los coras podr?an recurrir a sus dioses para lograr cosechas abudantes y protecci?n contra las enfer medades. Pero tambi?n era tiempo de reconciliaci?n. Se anun
ciaba, entre rumores, que el fin del mundo se acercaba y vendr?a una gran enfermedad, por lo que hab?a que aplacar la ira de los dioses, as? que . .. desde el principio de la seca ac?, han hecho repetidos mi totes, a causa de haber tenido la noticia de que el mundo se acababa y por eso clamaban con frecuencia a sus dioses...19
Los misioneros y los soldados no hab?an dejado santuarios intactos ni ?dolos enteros. Pero todos los indios insist?an en
que los ?dolos recogidos en 1768 eran s?lo representaciones de los antiguos: .. . como en los tiempos pasados quitaron todos sus ?dolos a los nayaritas, y no les qued? reliquia alguna, con el fervor, el
amor y el deseo, en estas flechas, cuentas y trapos adoran la representaci?n de ellos; que no est?n all? f?sicamente, pero con el objeto presente que les hace recuerdo veneran la me moria de sus? antiguos dioses.20
La llegada del nuevo comandante en 1768 aplac? la reno vaci?n religiosa reci?n nacida. Sin embargo, promet?a rena cer muy pronto: 19 "Informaci?n", f. 85. 20 "Informaci?n", f. 88v.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 25 ... cuando empezaron los rumores de que yo el actual coman
dante pensaba en extinguir los ?dolos y se prehendi? a su marido Joseph Chepe [el primer sacerdote de uno de los dos ?dolos generales de la Mesa], que fue el primero, hall?ndose la declarante en su rancho recibi? un recado del gobernador Pedro Antonio . .. que apartase la mitad del ?dolo de su marido para que en caso de que ?l confesase y lo descubriera no se perdiese todo; que la declarante, deseosa de ser instrumento del restablecimiento del ?dolo en adelante y que por su vigi lancia se le renovar? el culto, separ? veinte y cinco flechas compuestas y las traslad? ocultamente a las oquedades en donde se encontraron, siempre con ?nimo de ser, la declarante, cuando
llegase el oportuno tiempo, autora y restauradora de la devo
ci?n ...21
En esa renovaci?n se puede distinguir claramente entre el
culto p?blico al dios principal cora, Tallao (el Sol Nuestro
Padre), y el familiar a divinidades menores como el Hermano Mayor y la Madre. El culto a Tallao reun?a a cada pueblo y, en cierta medida, a todos los serranos, mientras los otros ser v?an a las necesidades inmediatas de cada familia. En cuatro
de las seis poblaciones el ?dolo principal era Tallaopa-Sicat (Nuestro Padre-el Sol), representado por unos chalchihuites, una piedra color tabaco o un manojo de cinco flechas prin cipales, reliquias de los antiguos ?dolos destruidos. Sus ado radores les tributaban flechas adornadas con plumas, trapitos,
abalorios, alamarcitos de lana pintada, colas de venado y aba lorios en sartillas o adornando jicaras. El primer sacerdote de cada uno de esos ?dolos fue nom brado por el sacerdote principal de la Mesa y por el consejo del pueblo. Los curanderos en general conservaban las reli quias y les dedicaban un culto privado y oculto antes de 1767. Ahora participaban todos en los mitotes, hombres y mujeres, ni?os y ancianos, y el ?dolo era guardado en santuarios apar tados, donde s?lo el primer sacerdote y sus ayudantes pod?an penetrar. 21 "Informaci?n", f. 112.
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En San Juan Corapan la situaci?n aparentemente era si milar, pero el primer sacerdote logr? huir y el ?dolo escap? a la pesquisa, por lo cual el documento no proporciona deta lles sobre el ?dolo principal de este pueblo. En Jes?s Mar?a hab?a diferencias marcadas: la divinidad se llama Pinite (el Poderoso). En su renovaci?n p?blica no hay ninguna inter venci?n de la Mesa, ya que parece haber sido anterior, de hacia 1761. Sin embargo, ning?n declarante subray? esa dife rencia y en otros aspectos era similar. Es por ello dif?cil eva luar la significaci?n de tales particularidades. El culto al "?dolo general", sin embargo, recuerda el or?culo de la Mesa al que nos referimos al principio. Se trata de la divinidad suprema y, aunque sea s?lo en el dominio religioso, la Mesa ejerc?a una preponderancia. La separaci?n era tajante entre sacerdotes y ayudantes con acceso exclusivo a los santuarios por un lado, y por otro el p?blico general de los mitotes, pero las ceremonias un?an a cada pueblo en su totalidad. El nuevo culto no pod?a dar a la naci?n cora la unidad pol? tica y militar que le hab?a dado el or?culo, pero segu?a siendo el peligro principal para un control efectivo por parte de los colonizadores. Por eso lo consideramos el aspecto m?s impor tante de la renovaci?n religiosa, que trataremos de mostrar con citas referentes a los diversos pueblos. En la Mesa del Nayar, como en San Francisco, hubo dos ?dolos de Tallao, cada uno con su santuario y sus sacerdotes. La dispersi?n era quiz?s una medida defensiva contra el con trol espa?ol, y que aprovechaba el relieve extremadamente escarpado. Granito hab?a huido y su ayudante fue el infor mante. Seg?n ?ste, ... ?l serv?a de ayudante al ?dolo llamado Tallaopa... ?dolo,
principal entre todos [que] adoraba casi generalmente este pue
blo de la Mesa; que el principal objeto de la adoraci?n sobre que reca?a el nombre de Tallaopa o Nuestro Padre eran tres chalchihuites, o piedrecitas taladradas, pendientes de tres flechas
compuestas; que a dicho ?dolo serv?a de sacerdote Antonio L? pez, alias Granito, y el declarante de segundo ministro; que
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 27 varios del pueblo de Yscat?n adoraban tambi?n al expresado ?dolo ... 22
... preguntando que d?nde veneraban dicho ?dolo antes de ocultarlo, responde que tres a?os se estuvo adorando en la misma casa de Antonio [alias Granito] dentro del pueblo, y que dos a?os hace se traslad? a una cueva cerca del paraje donde se encontr?, manteni?ndosele en ella el culto, y all? cerca la celebraci?n de sus mitotes ... ^
La declaraci?n del sacerdote del segundo ?dolo de la Mesa expone la filiaci?n con el primer ?dolo: ... ?l [Joseph Chepe] ten?a un ?dolo en una cueva del cerro de la Joya, a quien adoraban muchos del pueblo de la Mesa, y concurr?an a sus mitotes en obsequio de dicho ?dolo llamado Tallaopa, o Nuestro Padre, que se compon?a de una ollita con cuentas de vidrio o abalorios y considerable n?mero de flechas; que ahora dos a?os, cuando vino la ?ltima vez a la provincia el anterior comandante, Antonio L?pez, alias Granito, sacer dote del ?dolo general de la Mesa, que se veneraba en el cerro de San Gregorio, le dio dos flechas de las que ten?a tributadas dicho ?dolo general, mand?ndole que, con esta reliquia, formase el declarante otro, respecto de que las justicias de su pueblo lo permit?an ya ...24
Otra de las referencias de ese ?dolo nos interesa no s?lo por los detalles sobre el car?cter exclusivo de los santuarios o sobre la restauraci?n de las im?genes sagradas, sino tam bi?n porque el declarante hab?a sido depuesto de su cargo de gobernador por id?latra. Obviamente, los espa?oles no po d?an aceptar que la organizaci?n pol?tica se confundiera con la religiosa tradicional, porque corr?an el riesgo de perder su control efectivo. A la inversa, los lazos estrechos entre vida pol?tica y religiosa es caracter?stica del sistema sincr?tico ac 22 "Informaci?n", f. 109v. 23 "Informaci?n", f. 110. 24 "Informaci?n", ff. 105-105v.
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tuai de los Coras y contribuye vigorosamente a la unidad de las comunidades: Dijo [Pedro Antonio] que ?l adoraba al ?dolo de que era sacerdote Joseph Chepe; que dicho ?dolo se llama Tallaopa o Nuestro Padre; que a ?l se encomendaba y ped?a la abundancia en sus cosechas y dem?s bienes temporales... Que nunca entr? en dicha cueva o santuario [del ?dolo], porque para esto s?lo ten?an facultad los sacerdotes y asistentes del ?dolo, siendo pro
hibido a todos los otros adoradores por no profanar el sitio sin
incurrir en el desagrado de la deidad; que lo ?nico que se
permite ver, porque p?blicamente se presenta, es, cuando hay mitotes, tres flechas de las consagradas al ?dolo que de prop?
sito se sacan del templo para exponer en dichos actos a la
general veneraci?n, de forma que la adoraci?n viene a ser casi por fee ... Que en el gobierno pasado fue cuando libremente se entregaron a la idolatr?a y a frecuentar los supersticiosos bailes o mitotes... Que el ?dolo expresado de Chepe, y algunos otros que estaban repartidos entre los principales viejos de este pueblo, eran producidos y formados de reliquias del principal
o general, llamado Tallaopa (cuyo sacerdote era Antonio L?
pez, alias Granito) y que por eso conservaban su nombre.25
En el caso de San Francisco encontramos a una mujer en un papel de primera importancia para el pueblo. Adem?s es muy clara la actuaci?n de las autoridades civiles instaladas por los misioneros y en oposici?n radical contra ellos: ... idolatrando todo el pueblo de San Francisco, dividido por mitad, adoraba la una el ?dolo de una vieja llamada Petrona, bajo el concepto y nombre del Sol, colocado cerca del pueblo,
y que la otra mitad adoraba el ?dolo de un tal Antonio Ca
rillo, indio alzado, que hace catorce a?os vive oculto en unas impenetrables barrancas acompa?ado de una numerosa fami lia... Les dijo [la vieja Petrona] que el gobernador Juan Bueno de dicho pueblo, que se huy?, habi?ndola llamado el a?o pa sado a un cabildo formal que hizo en las casas reales, y p?bli 25 "Informaci?n", ff. 105v-106v.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 29 camente delante de los dem?s justicias y concurrentes, le propuso
que hab?a de ser sacerdotisa del Sol (?dolo formado de varias flechas y una ollita con cuentas) respecto de caer en ella leg?ti mamente este derecho por haber ejercido su difunto marido el mismo cargo, que ella se resisti?... Otro d?a, habi?ndose vuelto a juntar en casa de dicho gobernador... le renovaron las ins tancias asegur?ndola que no hab?a ya inconveniencia y que aquello era ya permitido por el gobierno de entonces, de lo que pretendieron persuadirla, alegando la libertad con que se hac?a... La tercera vez condescendi? y admiti? el oficio de sa cerdotisa ... 2G
El rito de la renovaci?n se repiti? en El Rosario con cier tas variaciones, y el ?dolo recobr? su lugar en la veneraci?n
de toda la poblaci?n; ciertos cargos se organizaron alrede dor de su culto, como el del topil:
[Antonio Cuassiveri] era el primer sacerdote y fundador (en
compa??a de un tal Antonio que se huy?) de un ?dolo, a quien veneraba todo su pueblo del Rosario, compuesto de un manojo de cinco flechas adornadas de alamarcitos, plumas y cuentas; que dicho ?dolo se llamaba el Padre y ten?a agregadas dos olli tas llenas de cuentas de abalorio que tributaban por reconoci miento y devoci?n todos los indios e indias, sin distinci?n de
edades, de su pueblo... Que muchos a?os hace manten?a ?l reservadas en una cueva cinco flechas viejas, reliquias de un ?dolo antiguo, y que ahora un a?o, en las secas pasadas, ha bi?ndole llevado noticia de aqu? de la Mesa Antonio [Granito], el que se huy? (llamado vulgarmente el Tencuache), de que ya
se pod?a libremente adorar a los ?dolos, sac? el suyo de la
cueva, y lo traslad? a un jacal muy bien hecho que de prop? sito fabric? en lo alto del cerro de Tecarita, adornando dicho
jacal con muchas plumas, alamarcitos de lana pintada, colas de venado y sartillas de abalorio, y exponiendo su ?dolo (que re nov? con otras cinco flechas compuestas) a la p?blica vene raci?n; que desde entonces le est?n tributando por su mano cuentitas, y adorando fervorosamente todos los de su pueblo, 26 "Informaci?n", ff. 113v-114.
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hombres y mujeres, peque?os y grandes... Que cuando se tras lad? el ?dolo, hicieron un solemne mitote a que concurrieron todos sus paisanos...
Ahora dos a?os, cuando vino la ?ltima vez el capit?n pa
sado a esta provincia, Antonio L?pez, alias Granito, primer sacerdote del ?dolo general de este pueblo de la Mesa, habiendo convocado al declarante y a otros cuatro paisanos suyos, les dijo que ya pod?an sin riesgo alguno adorar a sus dioses y hacer sus abusivos bailes o mitotes... Que el mencionado ?dolo desde que Cuassiveri lo guardaba en su cueva se llamaba Tallaopa, que sig nifica Nuestro Padre, y que despu?s que se traslad? al jacal con serv? el mismo nombre... Que un a?o hace Antonio Cuassiveri y el otro Antonio [?Granito?], que se huy?, lo llamaron y dije ron que hab?a de ser topile o alguacil de los viejos sacerdotes y ayudante del ?dolo... Que su ocupaci?n era avisar a los con vidados para los mitotes, y a todos cuantos hab?an de tributar cuentas al ?dolo general de su pueblo, llamado el Padre, de disponer los asientos y asear el sitio para las concurrencias.. .^
El hecho central en las declaraciones tocantes a Jes?s Mar?a sigue el mismo tenor: una mera reliquia se eleva a la categor?a de ?dolo de todo el pueblo. Pero, como ya lo sub rayamos, aqu? hab?a divergencias y algunos datos curiosos.
En 1761 todav?a no llegaba el comandante de Oca, cuya
actuaci?n favoreci? ese resurgimiento y de cuyo antecesor no encontramos ninguna referencia a una actitud similar. Ade m?s, la singular transacci?n comercial con un huichol repor tada aqu? sugiere antiguas pr?cticas prehisp?nicas. En fin, es la ?nica vez que la divinidad principal cora se nos presenta bajo el nombre de Pinite. Mientras no dispongamos de m?s informaciones al respecto tendremos que renunciar a inter pretar esas diferencias:
... Dijo [Manuel S?nchez, alias Zacate] que ?l era primer sa
cerdote del ?dolo llamado Pinite o el Poderoso, a quien adoraba todo el pueblo de Jes?s Mar?a, que se encontr? en la cueva del
27 "Informaci?n", ff. 95-96v.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 31 cerro de Picachos; que el modo de colocarlo y exponerlo a la p?blica adoraci?n fue de esta forma: que el a?o de sesenta y uno, habi?ndose restituido a su casa del pueblo de Jes?s Maria, con motivo del indulto general, desde M?xico a donde estuvo preso por amotinado, se le apareci? de noche en sue?os una figura (que no duda fuese el demonio) y le dijo que si quer?a ser feliz en todo volviese otra vez a darle culto (porque poco tiempo antes de que lo llevaran a M?xico se lo hab?a estado dando en otro ?dolo, que le quitaron) poni?ndole un nuevo ?dolo, y exortando a todos sus paisanos a que lo amaran de coraz?n; que entonces solicit? con diligencia el consentimiento de su pueblo, y lo present? para que lo adoraran, un chalchi huite verde (que hasta entonces tra?a ?l como reliquia de otro ?dolo), que hab?a comprado a un indio huichol en precio de dos
reales, con motivo de haberle asegurado haber servido de
adorno a otro ?dolo de su devoci?n; que por mayor reveren cia (como que dicha cuentilla o chalchihuite se elevaba de mera reliquia de otro ?dolo a serle general de su pueblo), lo deposit? en una jicara adorn?ndolo con muchas sartas de abalorios de diversos colores pegadas curiosamente con cera, formando una especie de alfombrado; que en cumplimiento de lo que el diablo le encarg? en el sue?o predic? fervorosamente, aconsejado siem pre por sus paisanos [que] adoraran a aquel dios bajo el nom bre de Poderoso, y que no se lo consigui? que todos sus com patriotas lo adoraran; s? que tambi?n atrajo al mismo efecto
a algunos de este pueblo de la Mesa y a otros del de Huay
namota; que el mayor n?mero de los adoradores tributaban flechas adornadas de plumas y cuentas, como tambi?n colas de venado y hac?an mitotes en obsequio del ?dolo; que sus ayu
dantes eran... el declarante y Manuel de la Torre; a los
oficios de sacerdote y ayudante juntaban ambos el de cantores en los mitotes ... 28
En la ?poca que nos ocupa, como en nuestros d?as, el
pante?n cora estaba dominado por tres divinidades: Tallazo
(Nuestro Padre el Sol), Tajachi (el Hermano Mayor) y Tato (Nuestra Madre). Tallao, vestigio probable de la fi 28 "Informaci?n", ff. lOOv-lOlv.
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gura central del or?culo de la Mesa del Nayar, jugaba un papel preponderante y su culto, como vimos, ten?a un valor eminentemente pol?tico.
Para asegurar la abundancia en las cosechas o la protec ci?n contra las enfermedades, los coras invocaban tambi?n a las otras dos deidades, pero se trataba de ritos familiares con repercusiones totalmente distintas en cuanto a las relaciones con el poder espa?ol. Estos dioses se beneficiaron tambi?n de la renovaci?n de 1767, pero en menor medida. La discre
ci?n con la cual las familias pod?an venerarlos permiti? a muchos ?dolos escapar a las persecuciones: ... cuatro a?os hace, estando por morir una hermana suya, llam? al declarante y le dijo que lo quer?a hacer heredero de un ?dolo que ella ten?a en una cueva cerca de ese pueblo de la
Mesa, que era su mayor bien; que el declarante, habiendo agradecido y admitido la herencia, fue a la cueva y sac? al dicho ?dolo llamado Tajachi o Hermano Mayor (Dios a quien tambi?n adoraban sus padres y abuelos)... 2?
Los ?dolos familiares recogidos por el comandante fueron solamente unos cinco, tres provenientes de Iscat?n y dos de
la Mesa, aunque recogi? noticias de la existencia de otros
m?s en San Francisco.30 Es muy probable que la mayor parte de esos ?dolos los escaparan a la persecuci?n, protegidos por el secreto de cada familia. Los detentores de esos ?dolos eran
sacerdotes principales, curanderos o simplemente ancianos conocedores de los ritos antiguos. En los dos casos de la Mesa,
el objeto del culto fue trasmitido por una mujer.31 Las cua tro identificaciones que nos dan de la deidad venerada se
refieren aparentemente a la misma: Tajachi (el Hermano Mayor), en la Mesa;32 el Bienechor33 o la Estrella,34 en 20 "Informaci?n", f. 107v.
30 ?dem.
31 32 33 34
"Informaci?n", ff. 103, 107v. "Informaci?n", ff. 103, 104, 107v. "Informaci?n", f. 87v. "Informaci?n", f. 91.
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LOS CORAS EN LA EPOCA DE LA EXPULSION 33 Iscatan. El dios era invocado para proteger a sus fieles contra los rayos,35 la peste 36 y todo genero de enfermedades.37 Los ob
jetos de culto y los tributes eran los mismos que para Ta llao: las flechas pintadas y adornadas de trapitos, plumas, aba lorios, alamarcitos de lana pintada, ollas adornadas de cuen tas de vidrio. Aqui, en lugar de colas de venado, se usaban astas.38 Ademas, aparece el instrumento caracteristico del cu randero, la pipa.39 El culto era rendido a nivel de la parentela en las cuevas en donde se guardaban los idolos o en las casas. En el caso del Bienhechor, el idolo servia tambien para las necesidades de los cultivos:
... tiene un idolo particular en su casa a quien el adora con
toda su familia, por protector contra la peste, que se compone de las flechitas y trapitos, que tambien tiene una ollita mis
teriosa con agua para llamar las lluvias, que su idolo no se apellida con otro nombre que el de bienhechor...40
Bajo este aspecto, el Hermano Mayor se acercaba a la
diosa Madre. En la Mesa tenemos un ejemplo muy curioso en donde esas dos divinidades estaban intimamente relacio
nadas: un mismo idolo representaba a la vez a Tajachi y a Nuestra Madre: ... a este idolo adoraban el declarante, su cuniado y hermana, pero con la diferencia de que el declarante lo veneraba bajo el nombre, la estimaci6n y el concept de la Diosa Madre (dei dad que muchos de esta provincia se figuran) llamada Tat6, protectora de las cosechas y dispersadora de la abundancia, y los otros reverenciaban al dicho idolo bajo el nombre de Ta jachi o Hermano Mayor, que es otro de los fingidos dioses del
Nayarit... 41
35 "Informaci6n", f. 104. 36 "Informaci6n", f. 87v. 37 "Informaci6n", ff. 91, 104. 38 "Informaci6n", f. 92. 39 "Informaci6n", f. 107v. 40 "Informaci6n", f. 87v. 41 "Informaci6n", f. 104v.
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?ste es el ?nico caso en donde Tato estaba representada. En el documento, sin embargo, se hacen otras menciones de ella: aparec?a como protectora de los p?rvulos, la invocaba el curandero chacuaquero 42 y hacia ella dirig?a sus impreca ciones el cantor llor?n de los mitotes.43 As?, las funciones de las dos deidades y su ritual no estaban separadas, y parec?an en cierta medida ambivalentes para curar o para propiciar las buenas cosechas. Otro aspecto importante de la vida ceremonial tratado en el documento es el de los mitotes o "bailes supersticiosos". Este tipo de ceremonia se celebraba principalmente para los bautismos, las curaciones y las diferentes etapas del ciclo agr?cola. Eran precedidas por varios d?as de ayunos de sal. Se desarrollaban de noche, alrededor de un fuego con bailes y cantos. Los ritos m?s destacados por los declarantes son el lavatorio con agua clara, el roc?o con zumo de mezcal, el sa humerio con las pipas chachuacos y la m?sica del arco sobre el tecomate. La renovaci?n religiosa afect?, sobre todo, los mitotes en honor a Tallao. Los otros, dirigidos a ?dolos familiares, pa recen haber persistido.
Con los mitotes, todos los coras, durante esas noches pa sadas alrededor de la lumbre, ten?an la posibilidad de diri girse a los dioses y participar as? en los ritos destinados a asegurar el bien de todos los concurrentes: ... casi todos los naturales del expresado pueblo de Iscat?n, hombres, mujeres, asociados de varios de sus vecinos de San Juan Gorapan y el Rosario, cuando siembran, cuando est?n las milpas en elote y cuando piscan, ayunan de sal, que no prueban los mozos cinco d?as y los viejos directores de sus abusos diez o m?s; que ajustado el tiempo prefinido del ayuno, el viejo director principal les distribuye sal, absolvi?ndolos del entre dicho, y despu?s salen de uno en uno a juntarse en un sitio se?alado para la funci?n; que all? encienden lumbre para chu 42 "Informaci?n", f. 98v. 43 "Informaci?n", f. 97v.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 35 par y alrededor de ella cantan, bailan y chupan, dirigiendo el jefe de la cuadrilla el tono; que a un lado elevan un tepextle con orcones, sobre ?l ponen un tecomate o vasija de calabaza grande; en ella exprimen un mezcal grueso machacado; dentro de este zumo ponen un mezcal peque?o verde, sin majar, pa
rado y con ?l un carrizo: mientras est?n bailando, el viejo
director, profiriendo ensalmos y exorcismos, con el mismo ca rrizo roc?a a los concurrentes del zumo que est? en el tecomate.
Concluida la funci?n los va untando en la cabeza y en la cara y entonces se retiran, volvi?ndose al pueblo.44
... al mitote que se hizo cuando la traslaci?n del ?dolo [de Pinite de Jes?s Mar?a] ... en ?l se puso un tecomate sobre que colocaron artificiosamente un arco; se tocaba, y los circundantes
bailaban alrededor del fuego que estaba encendido, acompa ?ando el baile con un canto devoto en que se ped?a favor a las estrellas para matar venados [?invocaci?n a Tajachi?] y al cielo para lograr buenas cosechas y todos los bienes temporales [?invocaci?n a Pinite Tallao?] ...45
Un ?ltimo aspecto de la vida religiosa cora resalta en el documento: la importancia del papel de la mujer. Todav?a no hab?a influencia de la religi?n cat?lica y aqu?l no se hab?a restringido. En efecto, hab?a mujeres que bautizaban a los p?rvulos y curaban a los enfermos, confes?ndolos. Otras
eran las trasmisoras de los ?dolos familiares y, a?n m?s, en la cumbre de la organizaci?n sociorreligiosa, la vieja Petrona aparece como primera sacerdotisa del ?dolo general del pueblo de San Francisco. La ?nica exclusi?n se?alada y subrayada por los declarantes concierne al arco musical usado en los
mitotes:
... pusieron un tecomate en medio, que tocaban con un arco en disposici?n que hiciese bastante ruido, los hombres s?lo, por que a las mujeres era prohibido el tocarlo ...46
44 "Informaci?n", ff. 83v-84. 45 "Informaci?n", f. 96v. 46 "Informaci?n", f. 85v.
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En conclusi?n, al comparar la situaci?n que pinta el do cumento con la de 1722 o la actual, se puede constatar que los coras segu?an luchando para preservar el punto clave de su organizaci?n social: el culto a la divinidad principal. Ese culto era el instrumento principal de la cohesi?n de cada pueblo. Entonces, como ahora, la cohesi?n era importante para sobrevivir en una econom?a primitiva y con los recursos
limitados de un medio tan particular. Los misioneros logra ron destruir el or?culo central de la Mesa, pero el culto a Tallao sobrevivi? y renaci? con fuerza sorprendente en 1767. Este culto sigue hoy vigente.
Los intentos de los espa?oles de dividir a la poblaci?n
por medio de una nueva organizaci?n pol?tica fracasaron,
pues con la renovaci?n de 1767 la mayor?a de las nuevas autoridades recayeron en sacerdotes tradicionales y los coras borraron as? esa dictom?a que se les quer?a imponer. Los estudiosos del sincretismo cora, como Hinton,47 se basan en autores antiguos para considerar que desde antes
de la llegada de los jesuitas ese grupo ya hab?a asimilado
deidades cristianas a su pante?n. En efecto, Arias y Saavedra discurre sobre las similitudes entre la trinidad cora y la cris tiana, y Ortega reporta semejanzas entre Cristo y el Hermano
Mayor.48 Sin embargo, de la lectura del documento que nos ocupa, los coras no hacen la m?s m?nima referencia al pan te?n cristiano. De modo que esa supuesta temprana asimila ci?n de la religi?n cat?lica parece m?s bien una interpreta ci?n basada sobre meras similitudes. Ni aun para protegerse de castigos como el destierro los declarantes recurrieron a una
confusi?n, por ejemplo, entre Nuestra Madre y la virgen Mar?a, im?genes asociadas actualmente. Tampoco el coman dante que fue a poner en orden la provincia y propici? los juicios contra los id?latras mencion? la menor confusi?n por parte de los serranos entre las dos religiones. Por eso supo nemos que fue durante el siglo y medio que vivieron sin 47 Hinton et al., 1972, pp. 9-32. 48 Arias y Saavedra, 1899, pp. 16 y 22; Ortega, 1944, p. 20.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 37 control misionero cuando los coras lograron integrar el culto de las deidades cristianas, poni?ndolas al servicio de su orga nizaci?n para reforzar la cohesi?n de sus comunidades a tra v?s del sistema pol?tico-religioso y de ese modo conservarse como grupo particular: ... es obvio que el eje sobre el cual gira la organizaci?n social cora sea la jerarqu?a c?vico-religiosa. Dicha organizaci?n liga a la comunidad en un sistema completo de intereses y acciones rec?procas y al mismo tiempo evita su contacto con el mundo exterior... Si se destruyera esa organizaci?n o fuera seriamente debilitada, la sociedad cora perder?a su principal factor e inte grante y, en ese caso, se puede anticipar su derrumbe y acul turaci?n.49
Otro documento, titulado "Proceso criminal formado a Manuel Ignacio Doye por id?latra y tumultuario", de sep tiembre-octubre de 1769,50 viene a completar el panorama de
la situaci?n de 1767. La reacci?n de los coras a la acci?n
jesuita no fue solamente religiosa: tambi?n hubo una serie de levantamientos armados, dirigidos por jefes religiosos y militares a la vez, continuadores de la l?nea del Tonati.51 El ?ltimo de esos caudillos fue Manuel Ignacio Doye, del pueblo de Santa, Teresa. Su aventura da otra dimensi?n, ?pi ca, a la historia de su naci?n, y nos hace palpar todas las luchas e ilusiones que se sucedieron tras de ese fen?meno del sincretismo:
Real Presidio de la Mesa del Tonate y octubre 19 de 1769. Este d?a, a las cuatro de la tarde, entraron en este presidio el sargento, soldados e indios que salieron el 17 en solicitud de Manuel Ignacio Doye, tray?ndolo amarrado sobre un macho,
49 Hinton et al, 1972, p. 32. 50 "Proceso", ff. 382-420.
51 El Tonati fue una figura principal durante la conquista de 1722. Apareci? todav?a, por ?ltima vez, encabezando una rebeli?n fallida en 1758, citada en este documento.
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y tambi?n a Nicol?s Santos, natural de Santa Teresa, y a su hermana Catarina, manceba de Manuel Ignacio; y habiendo dado, en nombre del rey, gracias a todos por la importante presa que hab?an hecho, les repart? por v?a de gratificaci?n, de mi bolsillo, cincuenta pesos. Despu?s hice reconocer a Manuel Ignacio, a quien se le encontraron cuatro heridas en el lado izquierdo, seg?n dicen, de los cintarazos que le dieron para que se rindiera, y un gran tumor empedernido sobre el cuadril derecho, procedido, seg?n informan, de los recios golpes que sq dio habi?ndose precipitado ciegamente con el soldado Javier R?v?lez por un ?spero y profundo barranco. Prontamente man d? que lo curaran, teni?ndolo asegurado con un par de grillos en, el cuerpo de guardia ...
[El sargento de la compa??a] dijo que habiendo salido a medio d?a del 17 de este presidio..., a las doce de la noche entr? en el pueblo de Santa Teresa y sigilosamente prendi? a Ferm?n Pvodr?guez... que los condujo a su rancho de las Ca bezas, donde tambi?n lo tiene su hermano Casimiro; que en
contrando all? a la mujer de ?ste y a su suegra.. . separ? a la hija de la madre, y estrechada sobre el particular dijo que la verdad era que en su casa hac?an de comer a Manuel Ignacio, quien acud?a a ella con frecuencia, y habiendo dado tambi?n raz?n*del lugar donde se recog?a de noche... llegaron al sitio como a las cuatro de la madrugada; que dejaron los caballos retirados, y procurando caminar a pie, sin ruido, desde un pe ?asco alto con el crep?sculo del amanecer divisaron en una cueva de muy poco fondo a Manuel Ignacio, a Nicol?s Santos
y a su hermana... Acordon? la tropa... para que ninguno de los tres se escapara... dio el grito, mandando a los reos que no se movieran, pero que todos se pusieron en huida, saliendo Manuel Ignacio con dos flechas apuntadas para ha
cerse lugar, en el arco, su carcaj y su machete terciado en el brazo. Que encontr?ndose por el lado por donde intent? ca minar con el cabo Javier R?v?lez, que le sali? al encuentro, desesperadamente se precipit? con ?l por un barranco muy hondo y pedregoso a cuyo plan llegaron, sin duda por provi dencia sobrenatural, vivos, pues parec?a imposible no haberse
hecho pedazos... Habiendo bajado al lugar donde estaba Ma nuel Ignacio con R?v?lez, por una ladera, los soldados... a
todos los encaraba y resist?a el indio temerariamente. Que por This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:00 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 39 esto fue preciso tirarle muchos cintarazos para rendirlo; que ?ltimamente lleg? el sargento y el indio, ya vomitando espu mas, se entreg?; que habi?ndole amarrado, y a Nicol?s Santos, los condujeron con la mujer a la c?rcel del pueblo de Santa
Teresa ... y de all? a este presidio ...52
?Qui?n era ese escurridizo rebelde y por qu? el coman dante daba tanta importancia a su presa? Manuel Ignacio Doye no era un rebelde de ?ltima hora. Parece haber luchado toda su vida contra los nuevos due?os
de la sierra, siguiendo los pasos del Tona ti, de quien era "particular, ?ntimo confidente".53 Un viejo soldado de la com
pa??a recuerda haberlo conocido desde siempre en rebeli?n: "Siempre han visto que lo han perseguido los comandantes y padres misioneros por inquietador y revoltoso, a excepci?n del tiempo que residi? aqu? don Manuel de Oca ... " M Uno de los testigos coras, enemigo del rebelde por renci llas, fue el ?nico en referirse a los tributos que pedia "con el pretexto de gastos para pleitear contra el capit?n actual, ped?a mu?as y dinero a sus confederados".55 Todos los indios se mostraban recelosos en declarar, por el secreto que hab?an
jurado a su jefe. Varios fueron convencidos con azotes y por sinceridad o por complacer al comandante expresaron escepticismo hacia la causa del rebelde a quien obedec?an. "... [Manuel Doye], era causante (como perpetuo alborota dor y revoltoso) de todos los des?rdenes acaecidos en los pue blos de esta provincia y principalmente en el de Santa Teresa,
conduci?ndolos con sus incesantes consejos y sugestiones al precipicio ... " 56 Los testigos confundieron los nombres de los ?dolos en sus
declaraciones por no revelar el secreto. Sin embargo, los in formantes aclaraban las relaciones de la rebeli?n con las auto 52 53 54 55 56
"Proceso", ff. 379v, 399. "Proceso", f. 388. "Proceso", f. 396. "Proceso", f. 386. "Proceso", f. 387v.
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ridades ind?genas establecidas por los espa?oles. Por ello sa bemos que Manuel Doye fue gobernador de su pueblo antes de que los misioneros, descubriendo su car?cter subversivo, le prohibieran acceso a los cargos y a los cabildos.57 Eso no le impidi? asegurar la cooperaci?n de las autoridades; as?, go bernador, alcalde y regidores figuraban entre sus seguidores. Como en el caso de los ?dolos restaurados, los misioneros no lograron imponer la divisi?n esperada entre la poblaci?n cora. En cambio, el jefe rebelde supo aprovechar las divisio nes que opon?an a los colonizadores: ... dijo que desde que vino la primera vez don Manuel de Oca dijo a los indios todos que ?l ven?a en nombre del rey a protegerlos y a estorbar a los padres misioneros que los cas tigaran; que en efecto, desde entonces no dej? a los padres ni
a los soldados libertad para que se metieran con ellos; que
ellos, como ignorantes, creyendo que eso era permitirles cuanto
quisiesen, soltaron la rienda a sus descaros, sin temor ni respeto ... 58
Doye tuvo una relaci?n amigable con el comandante de Oca, encontr? apoyo en el cura de Huejuquilla y sus indios zacat?eos y huicholes, a pesar de que esa frontera hab?a sido creada desde fines del siglo xvi para controlar a los coras. Tuvo dos ?dolos e hizo que su gente les rindiera culto. A este respecto se asemejaba con los otros sacerdotes de los diferen tes pueblos que vimos comparecer y que eran servidores de
Tallaopa:
... tuvo dos a?os el declarante colocados sus ?dolos en un jacal
sobre una mesa del paraje nombrado Tecuat Sap [seg?n los testigos, arriba de la laguna cercana a Santa Teresa; lugar to dav?a sagrado en nuestros d?as, en donde huicholes y coras tienen un santuario]; que el formado de una piedra guijosa blanca, larga de tres dedos, se llamaba Tallaopa, y el otro, de una flecha grande muy adornada de abalorios y plumas, con 57 "Proceso", ff. 386v, 400. 58 "Proceso", f. 309v.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 41 otras muchas de tributo, se llamaba Sautalet, nombre de una flor..., para libertarse de las enfermedades y asegurar la vida de sus hijos ... 59
En lo militar fue el principal actor de una rebeli?n ge neral contra el presidio de la Mesa en 1758: " ... cuando el levantamiento del Tonate ?l fue el principal motor y vino disimuladamente exteriorizando fidelidad a este presidio, po ni?ndose al lado del capit?n Serratos con ?nimo de quitarle la vida ... ".60 Desde entonces Manuel Ignacio se declar? en abierta oposici?n. Organiz? grupos armados para impedir
que se llevaran presos a M?xico. Atac? a un soldado e in tent? matar a un misionero que imped?a la entrada a los cabildos. Cuando en 1767 el comandante de Oca fue de
puesto, Manuel Ignacio orden? a sus seguidores hacer amplia
provisi?n de flechas y prepararse para un alzamiento en cuanto hubiera una buena oportunidad: ... si contra las repetidas ?rdenes y estrech?simas prohibiciones
para que los indios de esta provincia no usen armas, ?l les ha b?a mandado alguna vez proveerse de flechas para levantarse, responde que se los mand? cuando supo la deposici?n de don
Manuel de Oca.61
Manuel Ignacio reun?a a su gente en cabildos secretos para darles instrucciones y era reconocido por la gran mayor?a de
la gente de Santa Teresa y San Francisco, y contaba con
adeptos tambi?n en la Mesa y Jes?s Mar?a. En caso de ne cesidad contaba con la ayuda armada de los fronterizos de San Blas y Buenaventura. Sin atribuirle un t?tulo particu
lar, lo reconoc?an como jefe supremo. A cambio de una
obediencia absoluta y el compromiso del secreto, ?l les ofre c?a protecci?n y libertad, en particular en lo tocante a los
presos que se pretend?a exiliar lejos de la sierra. Nunca 59 ?dem. ?o "Proceso", f. 400. 61 "Proceso", f. 400v.
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revel? su prop?sito final: "... si con esos alzamientos que meditaba hab?a pensado en quedar due?o y soberano de esta provincia, responde que nunca hab?a adelantado su fan tas?a a pensar qu? ser?a entonces o qu? dejar?a de ser... ",62
?Hasta d?nde iban sus ilusiones de liberar a su gente? Es algo que queda muy oscuro. Los coras acostumbraban
transitar por las regiones circunvecinas, comerciando o tra bajando temporalmente en minas y haciendas. No ignoraban estar cercados y conoc?an la fuerza de sus vecinos. ?Preten d?an con su lucha desanimar solamente a los espa?oles para
que se contentaran con un control lejano, sin ocupar su
territorio ni entrometerse en sus asuntos? La naturaleza de
Ja serran?a y el tipo de colonizaci?n superficial conocida hasta entonces les permit?a albergar tales esperanzas.
Perdido y sin ilusiones, Manuel Ignacio Doye termin?
su declaraci?n afirmando "que conoce sus muchos delitos y perversidades a que lo ha conducido su ignorancia; que es digno de ser severamente castigado; que all? est? su cabeza".
De esa manera, en 1771 fue condenado a diez a?os de des
tierro en La Habana. Probablemente no regres? nunca a su sierra. Parad?jicamente, al mismo tiempo que los coras so ?aban en recobrar a sus dioses y su antigua libertad, una nueva etapa de la colonizaci?n se anunciaba. ?sta ser?a m?s profunda: ya no se trataba s?lo de controlar a los indios, sino de explotar su territorio. El comandante Vicente Ca?averal Ponce de Le?n se em
pe?ar?a en limpiar la sierra de todos los "id?latras" y "tu
multuarios". No quer?a facilitar la tarea franciscana: trataba sobre todo de poner en orden la provincia para poder apli car reformas. Se habl? de "reducir la provincia a gobierno pol?tico y sus misiones a curatos seculares" con la partida
de los jesu?tas. El comandante de la Proa, en 1769, como muchos otros, present? a la audiencia de Guadalajara un programa de reformas tendientes a colonizar la provincia.63 62 Idem. 63 AGNM, Provincias Internas, vol. 127, exp. 8.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 43
Todav?a a fines del siglo la discusi?n sigui?, seg?n se des prende de la lectura del informe de 1793 del segundo conde
de Revillagigedo.64 La revisi?n de la pol?tica colonizadora
concern?a no solamente a la provincia del Nayarit, sino tam bi?n a los corregimientos de Bola?os y de las Fronteras de Colotl?n.65
Estas medidas estaban relacionadas con otros problemas del pa?s66 y con intereses locales concretos. Durante m?s de tres d?cadas informes y discusiones dejaban ver las friccio nes entre grupos opuestos, como, por ejemplo, los mineros y los indios. En esos informes encontramos los pareceres da personas tan diversas como obispos, misioneros, comercian tes, curas, militares, funcionarios y, a veces, hasta se oye la
voz de los indios.
Entre los intereses que la regi?n despertaba unos eran ya
muy viejos, como los de poblar la Sierra con "gente de ra z?n" y/o con indios tlaxcaltecas de Colotl?n para "civili zar" a los serranos. Eran las riquezas mineras las que sal?an a relucir: sue?os de explotaci?n alimentados por la bonanza del real de Bola?os. Sin embargo, no surgi? ning?n centro minero pr?spero, tal vez por las dificultades que opon?a la escabrosidad del paisaje, o la mala ley del mineral, o la falta
de gente. Otra presi?n sobre el territorio cora, huichol o tepecano se har?a sentir sobre todo en el siglo posterior: el acaparamiento de tierras por hacendados y mestizos. Otra de las riquezas era la mano de obra, necesaria para
el real de Bola?os, que siempre tuvo problemas para usar a los indios de las fronteras de Colotl?n: tepecanos y hui
choles.67 Seg?n los mineros, los indios de la frontera estaban
acostumbrados desde hac?a mucho tiempo a su libertad y a sus privilegios de "fronterizos", y pecaban del mayor or 64 Revillagigedo, 1966. 65 Mur?a, 1976. 66 Vel?zquez, 1969. 67 Brading, 1969. Con ese mismo problema entre Bola?os y las fron teras de Colotl?n est? un documento publicado por Mar?a del Carmen Vel?zquez. Vel?zquez, 1961. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:00 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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g?ilo y ninguna subordinaci?n, entreg?ndose a la embria guez, a la idolatr?a y a qui?n sabe cu?ntos vicios m?s.68 Curiosamente, esos vicios no eran achacados a los coras. ?stos aparecen como amigos del trabajo en las minas y las haciendas; lo ?nico que les falta es la libertad para hacerlo
todo el tiempo. Lo malo en la provincia del Nayarit eran los misioneros. Eso escrib?an desde 1768 muchas de las per sonas interesadas en que la audiencia de Guadalajara redu jera la provincia a gobierno pol?tico.69 Una manera para que todos los indios de la sierra, fronterizos y nayaritas, lle garan a vender los productos necesarios al real, como ma?z, madera, carne, pieles, etc?tera, era quitarles las exenciones de que gozaban y volverlos simples tributarios.
El establecimiento en sus pueblos de "gente de raz?n"
(como labradores, comerciantes, mineros), el trabajo en las minas, la imposici?n de tributos y obvenciones, la reforma
de la tropa, todos esos cambios anunciados en los varios
proyectos de reformas, eran suficientes para transformar pro
fundamente el mundo de los coras. ?Qu? pas? en la reali dad? Lo ignoramos. Si los primeros auges del real de Bola ?os ya han sido tratados,70 no sucede as? con sus repercu siones en la vida de los indios que habitaban la regi?n: son tan desconocidas como la obra de los jesuitas. Quiz? esos planes de colonizaci?n m?s efectiva quedaron en gran medida en el mundo de las ilusiones. Estaban estre 68 As?, por ejemplo, se expresa el corregidor de Bola?os en un
informe de 1778. AGNM, Provincias Internas, vol. 130, exp. 4, ff. 21-22. 69 Entre ellas, podemos citar, por ejemplo, al licenciado Joseph San tos Blas: "... todos los indios est?n reducidos a diez pueblos formados
con todo arreglo al mando de gobernadores y justicias que se elijen
anualmente de los mismos patricios, con suma sujeci?n a los misioneros
en tal manera que a ning?n indio se le permit?a salir del pueblo sin licencia del padre...", o a un comerciante de la provincia: "...dichos naturales por su inclinaci?n son trabajadores y desean tiempo para tra bajar en las minas y haciendas para costear las funciones que suelen tener..." AGNM, Provincias Internas, vol. 85, exp. 11, fs. 202 y 197. 70 Brading, 1969; L?pez Miramontes, 1974 y 1975.
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LOS CORAS EN LA ?POCA DE LA EXPULSION 45 ch?mente ligados a la ef?mera prosperidad de Bola?os, que durante el siglo xix conoci? un prolongado letargo. La re gi?n fue sacudida por la guerra de independencia71 y el levantamiento de Lozada. Los coras estuvieron constante mente amenazados con perder su cultura y religi?n y, peor a?n, la integridad de su territorio.
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EL JARD?N BOT?NICO DE NUEVA ESPA?A Y LA OBRA
DE SESS? SEG?N
DOCUMENTOS MEXICANOS Lilia D?az El Colegio de M?xico El 20 de marzo de 1786 el rey de Espa?a Carlos III firm? en El Pardo una real c?dula que aprobaba la proposici?n hecha el 12 de agosto de 1785 por Mart?n Sess? al virrey conde de G?lvez, y apoyada por los fiscales de la audiencia de Nueva Espa?a, en el sentido de establecer en este reino un jard?n bot?nico a semejanza de los que se estaban fun dando en Per? y en Santa Fe. La corona espa?ola quiso realizar esta obra con el fin de que se examinaran, dibujaran y describieran met?dicamente las producciones naturales de la Nueva Espa?a, no s?lo con el objeto de promover los progresos de las ciencias f?sicas, desterrar las dudas y adulteraciones que hab?a en las medici nas, tinturas y otras artes ?tiles, sino tambi?n con el de su plir, ilustrar y perfeccionar de acuerdo con el estado de entonces de las ciencias naturales los escritos originales que dej? el doctor Francisco Hern?ndez, protom?dico de Felipe II. Este monarca hab?a costeado anteriormente una expedici?n bot?nica que hasta esos momentos no hab?a rendido los bene ficios que se esperaban de ella.1 Carlos III orden? igualmente que pasaran a Nueva Espa?a dos bot?nicos y un naturalista, todos ellos espa?oles, a incorporarse con el doctor Mart?n Sess?, a quien nombr? director del Jard?n Bot?nico y de la i AGNM, Historia, vol. 460, f. 286. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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LILIA D?AZ
expedici?n; a ?sta se agregaron un profesor farmac?utico y dos dibujantes. El nombramiento de profesor farmac?utico recay? en Jaime Senseve, residente en M?xico.
La comisi?n deber?a permanecer en Nueva Espa?a du
rante seis a?os. El director gozar?a un sueldo de dos mil pesos
anuales (moneda de Indias) que se le pagar?a de las cajas
reales de este reino. Durante los viajes percibir?a doble sueldo para subvenir sus gastos. A su regreso a Espa?a devengar?a la mitad del sueldo que percib?a en Nueva Espa?a mientras se le asignaba otro puesto y formalizaba y presentaba su obra completa. Por cuenta de la real hacienda se proveer?a a los facultativos de libros e instrumentos para el ejercicio de su profesi?n.2 Con el establecimiento del Jard?n Bot?nico el rey dispuso tambi?n la creaci?n de una c?tedra de bot?nica, nombrando para ella a Vicente Cervantes. A Jos? Longinos Mart?nez le asign? el cargo de naturalista. El sueldo de Cervantes ser?a de mil quinientos pesos anuales y el de Longinos Mart?nez de un mil y doble durante los viajes de la expedici?n. Nombr? asimismo a Juan del Castillo, residente en Puerto Rico, como uno de los bot?nicos para la mencionada expedici?n con suel do de mil pesos anuales y doble tambi?n cuando viajara. Las condiciones respecto a la permanencia en Nueva Espa?a y a su retorno a la pen?nsula eran para ?stos las mismas que se ?alamos para el director del Jard?n.3 De los disc?pulos m?s
adelantados de la Real Academia de San Carlos de M?xico
se obtendr?an los dos dibujantes que acompa?ar?an a los pro fesores en sus viajes.4 En cuanto se recibi? en M?xico la real c?dula se procedi? a examinar el sitio y huerto que Mart?n Sess? hab?a consi derado conveniente para establecer el Jard?n, es decir, el del colegio de San Pedro y San Pablo de los ex-jesuitas, cuyas llaves y posesiones pidi? desde luego para iniciar sus activi 2 AGNM, Historia, vol. 461, f. 31. 3 AGNM, Reales c?dulas, vol. 138, f. 323. 4 AGNM, Reales c?dulas, vol. 138, f. 314.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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dades preliminares. Pero surgi? una dificultad; el huerto estaba destinado desde 1770 a la extensi?n del seminario de San Carlos de Naturales, y al no haber sido aceptadas por Sess? las condiciones con que se ofreci? cederlo pas? a exa minar el potrero de Atlampa, que abarcaba la extensi?n que hab?a entre la arquer?a nueva del Salto del Agua, varios suburbios de la ciudad y el magn?fico paseo de Bucareli, y consider? que este lugar reun?a las condiciones deseables "con la ventaja de dar un nuevo m?rito por aquel frente al realzado que disfruta por su situaci?n y hermoso asiento".5
Los fiscales de la real hacienda convinieron en que el nuevo lugar elegido era el m?s apropiado por haber en ?l abundancia de agua para el riego. El fiscal de lo civil pro
puso que para no tener que construir casa para los facultati vos, aula para la instrucci?n de los alumnos y dem?s piezas necesarias, se comprase el edificio de Ignacio Castera, que estaba ubicado en uno de los ?ngulos del terreno. La ciudad, que se consideraba due?a del citado potrero, lo cedi? gene rosamente a la primera insinuaci?n que se le hizo, expidiendo el decreto, por juzgar que contribu?a a una obra tan impor tante como ?til.
Mientras se escog?a el lugar m?s adecuado, el virrey Ma nuel Antonio Flores recibi? las reales ?rdenes del 20 y 23 de noviembre de 1787 con el reglamento para el Jard?n, el
plan de ense?anza para la c?tedra de historia natural, la
instrucci?n de profesores y la de dibujantes y delineadores. Procedi? inmediatamente a nombrar a ?stos de entre los m?s aventajados de la Academia, pidi? informes a la Universidad y al protomedicato acerca de la ense?anza y solicit? al inge niero Miguel Constanz? que trazara el plano y calculara los costos del Jard?n, encargando a Mart?n Sess? la exposici?n de arbitrios indicada en dichas reales ?rdenes. A petici?n de Sess?, se pidi? a la real hacienda dinero para las primeras operaciones de ensayos y aprovechamiento de plantas recogi das, y por orden del virrey fueron entregados dos mil pesos 5 AGNM, Historia, vol. 462, f. 42.
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para comprar macetas, disponer la apertura del curso y fabri car tiendas de campa?a para las expediciones. En junio del mismo a?o el ingeniero present? el plano del Jard?n con el c?lculo de su costo que ascend?a a 83 000 pesos.6 Mart?n Sess? propuso cinco arbitrios para reintegrar los costos del jard?n bot?nico y expedici?n facultativa:
A. Hacer una plaza de toros y aplicar el producto de
doce corridas y tres novilladas anualmente a este fin. Los arrendamientos de las accesorias que se construyeran en el exterior de la plaza se destinar?an igualmente a esta obra. B. Los premios caducos de la real loter?a. C. La pensi?n de cincuenta pesos en el bienio que deb?an ser visitadas las boticas de todo el reino.
D. Que la real Universidad mantuviera la c?tedra de bo t?nica o cediera para este fin una o dos borlas cada a?o. E. Que se destinaran los vagos, mal entretenidos y otros delincuentes a las obras de la plaza y Jard?n y tambi?n las multas a que fueran condenados otros.7 Estos arbitrios fueron estudiados detenidamente por los fiscales y la junta de real hacienda, quienes los consideraron inadaptables e imposibles de llevar a la pr?ctica.8 Las razones que se dieron para no aceptarlos fueron que entre las boticas del reino hab?a algunas, no s?lo de las distantes de la corte, sino aun de las de ellas, que por poca venta de las medicinas no pod?an, contribuir ni aun con los derechos de la visita, y en el caso de poder hacer la contribuci?n ser?a en perjuicio del p?blico, pues recargar?a el valor de las recetas y medi camentos.9 El rector de la Universidad contest? que aunque deseaba contribuir a una causa tan importante como lo era el Jard?n Bot?nico y la c?tedra de bot?nica, se encontraba 6 1 8 9
ibid. AGNM, Historia, vol. 461, f. 17. AGNM, Historia, vol. 461, f. 32. AGNM, Historia, vol. 461, f. 21.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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sin medios para hacerlo, pues le era imposible dotarla con sus rentas por no tener ningunos sobrantes y que aunque pose?a algunas fincas en la capital el producto de ellas se hab?a destinado a la compra de libros y reparo de la biblio teca, de modo que no pod?a disponer de estos caudales ni aun por v?a de pr?stamo. En cuanto al otro punto que se le propon?a, de que cediera una o dos borlas cada a?o, tampoco era posible "porque a m?s de que esto ser?a compeler a que unos estudiantes pobres (como son por lo regular los que si guen la carrera) dotasen de su propio peculio las citadas c? tedras, ser?a inverificable el proyecto porque no todos los a?os habr?a quien tomase borla de beneficio. A m?s que la Universidad se quedar?a sin arbitrio alguno para ocurrir a sus urgencias porque al ?nico que tiene y al que ocurre es el beneficiar borlas".10 Respecto a los otros arbitrios, se juzg?
que eran imposibles de llevar a la pr?ctica.11 El 7 de febrero de 1790 el rey orden? que en vista de que ... los arbitrios propuestos para la f?brica y conservaci?n del Jard?n Bot?nico que ha de establecerse en esa capital no son admisibles por ahora, ni suficientes para este efecto, se suplan los gastos que ocasione dicho establecimiento del caudal de real hacienda entre tanto que se buscan otros medios capaces de sufragarlos.12
Bas?ndose en el reglamento que el rey mand? se guarda se en el Jard?n,13 Mart?n Sess? inici? sus trabajos el primero
de octubre de 1787 acompa?ado del catedr?tico Vicente Cer vantes, de Jos? Longinos Mart?nez, naturalista de la expedi ci?n, de Jaime Senseve, agregado a ella en calidad de profesor
farmac?utico, y de Juan de Dios Vicente de la Cerda, dibu
jante nombrado por la Real Academia para este fin. Dio
principio a su obra con el reconocimiento de los contornos 10 AGNM, Universidad, vol. 26, f. 306v. il AGNM, Historia, vol. 461, f. 32. 12 AGNM, Reales c?dulas, vol. 145, f. 133. 13 AGNM, Historia, vol. 466, f. 20.
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de la capital, por el cual iba descubriendo nuevas plantas y rectificando e ilustrando las antes conocidas, habiendo colo cado en herbario y dibujado cerca de 200 muestras.14 Inici? poco despu?s expediciones de mayor importancia, como fueron las del territorio de Toluca, la del Desierto de
los carmelitas en el pueblo de San ?ngel y la de los montes
del santuario de Nuestra Se?ora de los Remedios, todas a sus propias expensas, mandando dibujar y disecar las plantas, tanto las consideradas como descubiertas cuanto las conocidas
por el doctor Hern?ndez que necesitaban de comprobaci?n, sin detenerse en gastos ni abandonar la asistencia de los en fermos que ten?a a su cuidado y de cuyos honorarios se sos ten?a. Se hizo una remisi?n a Espa?a de cuatro cajones con diversos objetos de historia natural, producto de estas expedi ciones. Un a?o antes se hab?an recibido en M?xico dos cajones de plantas y semillas espa?olas enviadas para ser aclimatadas en el Jard?n de esta ciudad. De esta manera Mart?n Sess? hizo un considerable ahorro a la real hacienda, ya que adelant? un a?o la obra.15
Sess? solicit? que se le enviaran de Espa?a un jardinero
mayor y un ayudante de jardinero para que se encargaran del arreglo y del cultivo de las plantas. El rey contest? a esta petici?n diciendo que si era necesario un jardinero mayor que se supliera su falta con alguno de los disc?pulos aplicados del director,10 pero el 20 de agosto de 1790 nombr? a Jacinto L?pez, del Real Jard?n Bot?nico de Madrid, como jardinero mayor del de M?xico. Jacinto L?pez deber?a permanecer en esta ciudad durante seis a?os, tiempo suficiente ?se conside raba? para dejar formados jardineros id?neos y capaces de sustituirle. Su sueldo ser?a de mil pesos anuales, moneda de In
dias, desde el d?a de su embarque en C?diz. El costo de su viaje se le cubrir?a por la real hacienda.17 14 15 16 17
AGNM, AGNM, AGNM, AGNM,
Historia, vol. 462, f. 7. Historia, vol. 462, f. 8. Reales c?dulas, vol. 141, f. 255. Reales c?dulas, vol. 146, f. 520.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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Una vez integrado el personal de la expedici?n y elegido el sitio para establecer el Jard?n Bot?nico se procedi? a la inauguraci?n del Jard?n y de las c?tedras de bot?nica. El d?a primero de mayo de 1788 ... a las cinco de la tarde se verific? la apertura del real estudio bot?nico en el general de actos de esta regia y pontificia Uni versidad, d?ndose principio con una elegante e instructiva ora ci?n inaugural que pronunci? con mucha energ?a el director de la expedici?n y Jard?n, Mart?n de Sess?. Despu?s de haber manifestado en ella la antig?edad de esta ciencia, la sublime y apreciable estimaci?n en que la tuvieron los principales h?roes
de todas las naciones, y las utilidades que ofrece al estado su cultivo, se extendi? a insinuar las respectivas al comercio, agri cultura, econom?a y dem?s artes y particularmente a la medi cina, alentando ?ltimamente la aplicaci?n de los j?venes dedi cados a ella en los tres ramos a seguir el estudio met?dico de toda la historia natural.
Precedi? a este acto el juramento de catedr?ticos de la Uni
versidad, que como tales hicieron ante el se?or rector de ella . . .
el referido director y don Vicente Cervantes ... No habiendo podido concurrir a ?l el excelent?simo se?or virrey y protector del real Jard?n, dispuso que le presidiese, ocupando su lugar,
el se?or regente de la real audiencia don Francisco Javier Gamboa... El d?a siguiente a la, misma hora se abri? el curso de bot? nica en la aula que para este fin habilit? don Ignacio Castera, arquitecto mayor de la nobil?sima ciudad, en su misma casa, contribuyendo como leal vasallo y ciudadano noble al m?s pron to desempe?o, franqueando liberalmente su jard?n para conti nuar en ?l la ense?anza te?rica y pr?ctica, ?nterin se arregla el terreno destinado por la nobil?sima ciudad. El catedr?tico don Vicente Cervantes explic? en una introducci?n la bot?nica, el conocimiento que tuvieron de esta ciencia los antiguos, el au mento* que logr? en tiempo de sus fundadores, el que adquiri? en la ?poca sistem?tica y finalmente los progresos que hizo des pu?s de reformada por el caballero Carlos Linneo ... Se leye ron tambi?n las instrucciones y plan de ordenanza del Jard?n, a efecto de que advertidos los disc?pulos de los privilegios que This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:10 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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LILIA D?AZ el soberano les concede, se estimulasen en el estudio de tan ?til?sima ciencia.
El d?a 5 se dio principio a las lecciones por el curso ele mental de bot?nica, dispuesto por el caballero don Casimiro G?mez de Ortega, doctor y catedr?tico primero del Real Jard?n
de Espa?a...
El crecido n?mero de concurrentes, tanto de profesores en las tres facultades como de aficionados de la primera distinci?n
que se matricularon, dio a entender el mucho gusto de los naturales a esta ciencia, pudiendo prometerse que mediante su aplicaci?n y buenas luces lograr? el soberano ver cumplidos dentro de poco tiempo sus designios, y tener en Am?rica bot? nicos tan sobresalientes como los que han producido los prin cipales jardines de Europa ...18
El inter?s que ten?a la corona en la realizaci?n de esta obra se puede comprobar al ver que poco despu?s de inaugu
rados los cursos, en el mes de julio, enviaron de Espa?a a M?xico dos cajones con libros para el uso de la expedici?n bot?nica. Se ordenaba que los libros, ... luego que lleguen a esa capital, se entreguen al director de la expedici?n bot?nica don Mart?n Sess?, previni?ndole los dis tribuya entre los empleados y los haga manejar y custodiar en
el concepto de que concluida la expedici?n han de dejar un ejemplar de todos los libros remitidos y que se le remitiesen de cuenta del rey en la librer?a del Jard?n Bot?nico de esa ciudad, de que ha de ser depositario y responsable el catedr?tico
que en tiempo lo fuere, y los dem?s se los han de traer a estos reinos para el uso de la impresi?n de los manuscritos de sus observaciones, y a disposici?n de su magestad, a quien perte necen.19
En octubre del mismo a?o Mart?n Sess? escribi? al virrey que, habi?ndose escaseado las plantas en las inmediaciones de la capital a causa de las heladas ocurridas, hab?a resuelto, 18 "Suplemento" a la Gazeta de M?xico (6 mayo 1788), ni. 10 AGNM, Reales c?dulas, vol. 140, ff. 205, 207.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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de acuerdo con los dem?s miembros de la expedici?n, pasar a las tierras templadas de Yecapixtla, Xochistl?n, Mexical cingo y sus alrededores, y como pod?an necesitar bagajes, alo jamiento y v?veres, solicitaba se le dieran dos pasaportes por si conven?a separarse a fin de que se les facilitase cuanto fuera necesario a precios corrientes y equitativos. Solicitaba tambi?n una orden para que las justicias y curas de los pue blos recibieran, custodiaran y remitieran con las precauciones
que se les prevendr?an los herbarios, esqueletos, plantas vi vas, dibujos y animales disecados que desmerecer?an o po dr?an peligrar en el continuo transporte. En esta expedici?n el naturalista Jos? Longinos Mart?nez y el dibujante Anastasio
Echeverr?a, con anuencia del director, se quedaron en Mexi calcingo ocupados en la disecci?n y dibujo de algunas aves y regresaron a la capital en el mes de diciembre.20 El intercambio de productos naturales entre el gabinete
real de Madrid y el incipiente Jard?n Bot?nico de Nueva Espa?a continuaba. En junio de 1789 el virrey avisaba del recibo de un caj?n de libros y semillas para el director de la expedici?n y de su entrega a ?ste.21 Don Jos? Antonio ?lzate, autor de la Gaze ta Literaria, remiti? en diciembre a Casimiro C?mez de Ortega una muestra de seda silvestre22 y en mayo de 1790 Sess? envi? al gabinete real de Madrid cuatro cajones con diversos objetos de historia natural.23 Los miembros de la expedici?n bot?nica continuaban sus exploraciones en las provincias, mismas que podemos seguir a trav?s de su correspondencia. Entre mayo y septiembre de 1789 los encontramos recorriendo Chilpancingo. Como ocurre casi siempre entre las personas que se re?nen para realizar una obra determinada, pronto comenzaron las dificultades entre el director y sus subordinados. En mayo de 1790 Sess? particip? al virrey Revillagigedo desde Quer?taro que el na 20 AGNM, Historia, vol. 460, f. 133. 21 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 153, f. 205. 22 AGNM, Historia, vol. 460, f. 278. 23 AGNM, Historia, vol. 460, f. 268.
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turalista Jos? Longinos Mart?nez se hab?a quedado en M?xico sin decirle por qu?.24 El virrey envi? una nota a ?ste dici?n dole que le informara de inmediato " ... por qu? motivo no ha seguido la expedici?n bot?nica que acaba de salir de esta capital para las provincias de Michoac?n y Sonora y c?mo ha quedado vuestra merced aqu? sin noticia y consentimiento
m?o, pues no me ha dado parte".25 En el mes de julio los
miembros de la expedici?n recorrieron Guanajuato, en agosto Valladolid y Morelia, y en septiembre Uruapan. Para noviem bre se encontraban en Apatzing?n, donde se vieron afectados por una epidemia que hab?a en esta regi?n, pero pronto Sess? inform? al virrey que todos los miembros de la expedici?n se encontraban fuera de peligro.26 Sess? tard? en darse cuenta de que Jaime? Senseve, a pesar de su honradez, actividad, subordinaci?n y buena voluntad, no
ten?a ni la preparaci?n acad?mica ni la agilidad mental ne cesaria para llevar a cabo trabajos dif?ciles. Fue destinado a la disecci?n de animales raros, para lo cual recibi? menor sueldo. Pero debido a la falta de espec?menes que valiera la pena mandar al real gabinete, Senseve fue despedido, con goce de mil pesos de compensaci?n mientras consiguiera otro empleo. En carta al virrey, Sess? propuso como sustituto al m?dico Jos? Mozi?o, uno de los alumnos m?s sobresalientes de la c?tedra de bot?nica, quien aceptaba viajar con los mil pesos de gratificaci?n que estaban destinados a Senseve. Para la disecci?n de animales fue propuesto Jos? Maldonado, ci rujano, poseedor de un "particular genio anat?mico", a quien se remunerar?a con los mil pesos destinados anualmente para gastos de expedici?n. Enterado Senseve de su destituci?n, intent? que se revo cara la orden. El virrey pidi? entonces que se le informara acerca del concepto que tuvieron el catedr?tico Vicente Cer vantes, el naturalista Jos? Longinos Mart?nez y el bot?nico 24 AGNM, Historia, vol. 460, f. 271. 25 AGNM, Reales c?dulas, vol. 151, f. 453. 26 AGNM, Historia, vol. 460, f. 262.
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Juan del Castillo "de la suficiencia, aptitud y conducta de Senseve en la bot?nica, farmacia y disecci?n, y si su persona
era o no del caso en la expedici?n". Todos estuvieron de acuerdo en que Senseve era muy buena persona pero no reun?a las condiciones para desempe?ar su trabajo.27
Mozi?o se integr? a la expedici?n bot?nica el 24 de marzo de 1790. "Comenz? a, viajar por las provincias de Michoac?n y Nueva Galicia y llegando a Guadalajara reuni? sus opera ciones y las dirigi? al director" para que se las entregara a Revillagigedo.28 El rey no aprob? la separaci?n de Senseve ni los nombra mientos de Mozi?o y Maldonado y orden? que llegando ?stos a la capital se retiraran de la expedici?n, que Senseve se in corporara a la misma al igual que Longinos, y que el virrey lo reprendiera por su insubordinaci?n al director. En caso de que se resistiera a viajar, le ser?a suspendido el sueldo y remi tido a Espa?a.29 Longinos solicit? que se declarara que ?l por s? solo, con sus disc?pulos, pintor y criado, pod?a hacer viajes y exploraciones donde tuviera por conveniente y con ducirse respecto a los ramos de su cargo con independencia de los del director,30 por lo que el rey encarg? a Revillagigedo
dictara las providencias que estimara m?s convenientes al mejor y m?s pronto ?xito de la expedici?n.31 La real orden de que se separara a Mozi?o y a Maldonado lleg? cuando ?stos estaban a punto de regresar de Michoac?n
y Sonora y de inmediato se le comunic? a Sess?. ?ste con test? a Revillagigedo que procurar?a que se observara en todo,
pero le hac?a presente
... que Jos? Mozi?o es actualmente m?s necesario que nunca en la expedici?n porque Juan del Castillo se halla enfermo desde el d?a 18 del pasado (febrero de 1793) con s?ntomas de 27 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 160, f. 156. 28 AGNM, Reales c?dulas, vol. 172, f. 167. 2D AGNM, Reales c?dulas, vol. 148, f. 350.
30 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 168, f. 76. 31 AGNM, Reales c?dulas, vol. 151, f. 453.
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escorbuto. Jos? Longinos est? a doscientas leguas y tardar? dos meses en reunirse, aun cuando quisiera hacerlo pronto. Y que dedicado Jaime Senseve a la disecci?n es incapaz de ser ?til en otro destino. Separado ahora Mozi?o de la expedici?n quedo absolutamente solo para las observaciones de este ?ltimo a?o en que deben correrse las provincias de la Mixteca, costas dt Tehuantepec y Tabasco, Huasteca y Nuevo Santander, so pena de omitir alguna de estas provincias tan recomendables por su feracidad y de haber de malograr la preciosa estaci?n de prima vera y parte del verano esperando el restablecimiento de Castillo
y la dudosa incorporaci?n de Longinos.32
Sess?, al informar al virrey sobre la participaci?n de Mo zi?o en la expedici?n, le suplicaba que suspendiera la deter minaci?n de destituirlo y le ped?a que le permitiera acom
pa?ar a la pr?xima expedici?n sin perjuicio de restituir a Senseve a su primitiva plaza. En esta carta Sess? resume la
historia de la expedici?n facultativa:
Por decreto de vuestra excelencia de mayo de 1790 entr? a servir [Mozi?o] la plaza de Jaime Senseve. Inmediatamente sali? a recorrer las provincias de Michoac?n y Nueva Galicia, en que se invirti? todo aquel a?o, hasta llegar a Guadalajara donde se reuni? todo lo trabajado que remit? a la corte por mano de vuestra excelencia ... Por no dejar de recorrer ninguna de las provincias que en sus diferentes alturas y temperamentos ofre cen variedad de producciones y adelantamientos a la historia natural, acordamos que ?l y Juan del Castillo con uno de los
pintores corriesen por el occidente de la falda de la Sierra Madre hasta los ?lamos y que, atraves?ndola por el puerto de Canelas, saliesen a recorrer la Nueva Vizcaya, mientras que yo, con el otro pintor y Jos? Maldonado, me ocupaba en explorar la provincia de Sinaloa y Ostimar? hasta las misiones del r?o Yaqui, debiendo incorporarnos en Aguascalientes al regreso de este dilatado viaje, porque la aspereza de la sierra y peligros de los enemigos no permit?an hacerlo en otro punto con m?s comodidad. Llegaba yo de vuelta al Rosario cuando recib? la orden de 32 AGNM, Historia, vol. 462, f. 32.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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vuestra excelencia de 21 de diciembre de 1791 para que Mozi?o y el mejor de mis pintores pasasen a la expedici?n de limites de Nutka que, comunicada por un expreso, recibi? Mozi?o en Aguascalientes y obedeci? con tanta puntualidad que corri? la posta hasta San Blas para reunirse con aquel comandante, que estrechaba los t?rminos de su salida, y se embarc? a sus ?rdenes
desempe??ndolas a su satisfacci?n y a la m?a, no s?lo en lo respectivo a la historia natural de que iba encargado, sino tambi?n inquiriendo noticias de la mayor importancia al co mercio y al estado, que no nos hab?a comunicado ninguno de los viajantes encargados del conocimiento de aquella isla.
Evacuada aquella comisi?n en que a fuerza de su ingenio aprendi? nutkense para servir de int?rprete entre su coman dante y el rey Macuina y poder por este medio adquirir los conocimientos de religi?n, pol?tica, gobierno, costumbres y co mercio de aquellos naturales, que especifica por menor en la historia particular de aquella isla, desembarc? el 2 de febrero de este a?o [1793] en el mismo puerto de San Blas y se restituy?
acompa?ando por encargo del mismo comandante al comisio
nado ingl?s Brouhton hasta esta capital donde se ocup? de
arreglar la mencionada historia que pas? a manos de vuestra excelencia, hasta el d?a 20 del pasado [febrero] en que sali? con el pintor Cerda a examinar la sierra de Papaloticpac y Mixteca hasta la raya de Guatemala, no pudi?ndole acompa?ar Juan del Castillo, como se hab?a acordado, por haber enfer mado dos d?as antes, de la salida. Por esta relaci?n se conoce bien lo mucho que Mozi?o ha trabajado y corrido en los tres a?os que sirve y el poco o nin g?n reposo que ha tenido en los dos ?ltimos para el arreglo de sus observaciones. Por lo que separ?ndolo en el d?a de la expedici?n y no siendo justo mandarle que las perfeccione sin estipendio o gratificaci?n para subsistir, ni siendo tampoco f?cil
que otro alguno pueda concluir trabajos de esta naturaleza sin exponerse a mil equivaciones, se deber?n considerar como per
didos siempre que ?l no concurra a aclarar las dudas y a
compararlos con los g?neros y especies que en igual clase haya observado esta expedici?n, o los autores de que se nos ha pro visto y qua carece Mozi?o para esta prolija operaci?n.33 33 Ibid.
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Sess?, deseoso de que Mozi?o continuara en la expedici?n, propuso costear sus viajes, que deber?a realizar en su compa ??a para poder cotejar y concluir los trabajos realizados, mis
mos que podr?an considerarse perdidos, dec?a Sess?, si no continuaba laborando en la obra.
Como Juli?n del Villar, empleado de la secretar?a del virreinato, conoc?a el m?todo y la ortograf?a de la historia natural, as? como la disecci?n de plantas, Sess? solicit? a Re vi Jlagigedo en junio de 1792 quel permitiera su incorporaci?n
como escribiente, a lo cual accedi? el virrey. Su sueldo ser?a de quinientos pesos anuales, que se le dar?an de los mil que estaban asignados para gastos de la expedici?n. La expedici?n bot?nica estaba pronta a salir en abril de 1793. Formaban una divisi?n Juan del Castillo, Jos? Mozi?o y el pintor Vicente de la Cerda, quienes iban a reconocer la Mixteca y costas de Tabasco; y Sess?, con el pintor Atanasio Echeverr?a y el escribiente Juli?n del Villar, se dispon?a a recorrer la Huasteca y la provincia del Nuevo Santander.34 El problema respecto a los honorarios de ?Mozi?o se resol vi? en forma inesperada. Juan del Castillo se agrav? de su enfermedad y muri? el 26 de junio de 1793.35 Sess? propuso entonces que se designara provisionalmente a Mozi?o con la mitad del sueldo que percib?a Castillo mientras se obten?a el nombramiento definitivo.36 El virrey Revillagigedo, a instan cias de Sess?, escribi? una carta al rey fechada el 30 de octu
bre del mismo a?o, en la cual, adem?s de recomendar el
m?rito de Mozi?o, le enviaba testimonio de sus servicios para que le confiriera el empleo de bot?nico de la expedici?n.37
El nombramiento en favor de Mozi?o fue firmado en San Ildefonso el 16 de septiembre de 1794, y fue recibido por el nuevo virrey Branciforte.38 34 AGNM, Historia, vol. 460, f. 189. 35 AGNM, Historia, vol. 460, f. 197. 36 AGNM, Historia, vol. 464, f. 8. 37 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 172, f. 167. 38 AGNM, Historia, vol. 462, f. 41.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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En el mismo a?o de 1793 Mozi?o pas? a estudiar la erup
ci?n del volc?n del Jorullo y a San Andr?s Tuxtla. De la costa de Sotavento hizo importantes remesas no s?lo al Jard?n
Bot?nico de Nueva Espa?a sino tambi?n al de Madrid.89
En abril de 1794 el virrey comunicaba al gobernador de Ve racruz lo siguiente: Disponga vuestra se?or?a que en el buque del convoy que debe salir para Espa?a y sea m?s acomodado se coloquen diez
cajones en que han arraigado plantas apreciables como son
caoba, gateado, cedro fino, b?lsamo del Per?, b?lsamo de Mar?a,
pimienta de Tabasco, cardamomo o gengibre y otros que ha dispuesto y preparado Jos? Mariano Mozi?o, bot?nico de la expedici?n de este reino, encargando al capit?n que los trans porte que no les falte el agua necesaria para su riego y propor cione el sitio m?s oportuno para su conservaci?n a fin de que lleguen a Espa?a en tiempo y estado de poderse propagar es pecies tan recomendadas, con prevenci?n de que en C?diz se entreguen a Pedro Guti?rrez Bueno, correspondiente al Jard?n Bot?nico de Madrid, residente en el puerto de Santa Mar?a, quien cuidar? de recoger dichos cajones y de remitirlos a la corte.40
De Tuxtla remiti? Mozi?o a M?xico veintid?s piezas di
secadas para que se armaran "antes de que las devoraran los insectos": una ardilla, tres ?nades, un lanio o paro, tres pla taleas, dos pericos, tres coarzos, un tuc?n, un cirajano, dos frogones, un gorri?n, dos mai t?nez y un tapa caminos.41
En marzo de 1794 Brancifjorte orden? a Sess? que exami nara un caj?n de producciones naturales que remit?a Mozi?o de la costa de Sotavento. Sess? le contest? que el caj?n . .. Contiene algunas plantas apreciables, muchas aves exquisi tas, porciones de malta o pisasfalto, especie de pez mineral esti
mada y conocida en el reino con el nombre de chapopote, que 39 AGNM, Historia, vol. 460, f. 218.
40 ibid.
41 AGNM, Historia, vol. 460, f. 159.
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LILIA D?AZ destila en abundancia un monte vecino a Acayucan y las lavas del volc?n de Tuxtla. De ?stas algunas son compactas, otras porosas y todas de naturaleza ferruginosa como tambi?n las arenas que atra?das a distancia por el im?n acreditan bien que la sierra abunda en sus entra?as de este mineral.42
Los miembros de la expedici?n bot?nica se reun?an en M?xico despu?s de cada viaje para preparar, dibujar y des cribir el material que enviaban al gabinete real de Madrid. El virrey Revillagigedo escrib?a a Sess? el 3 de junio de 1794: Son muy dignos de mi atenci?n los trabajos de la expedi ci?n bot?nica el cargo de nuestra merced, por su importancia, para dejar de prevenirlo, sintiendo no haberlo hecho antes a causa de sus indisposiciones, que me pase cada d?a una parte de lo que se trabaja, individuos que concurren a la elaboraci?n
y horas en que ?sta se ejecuta, de lo que enterar? vuestra
merced a todos los empleados de dicha expedici?n para su in
teligencia y puntual desempe?o de lo que a cada uno le
corresponde.43
Sess? le respond?a al d?a siguiente: Quedan enterados todos los individuos de la expedici?n que residen en M?xico de la orden que vuestra excelencia se sirvi? comunicarme con fecha de ayer para su puntual asistencia a la coordinaci?n de nuestros trabajos. Esta se verifica de 8 a 12 por la ma?ana y de 3 a 6 por la tarde, ocup?ndose por ahora Jos? Longinos Mart?nez en la descripci?n de peces que colect? en sus viajes. Yo, con Jaime Senseve y Juli?n del Villar, en la coordinaci?n del herbario, y el pintor Vicente de la Cerda en la conclusi?n de los dibujos m?s urgentes. ?)esde 'ma?ana pasar?
el parte que vuestra excelencia me pide de la asistencia de cada uno.44
"Los miembros de la expedici?n bot?nica han asistido pun tualmente al arreglo de sus observaciones excepto Jos? Lon 42 AGNM, Historia, vol. 460, f. 207. 43 AGNM, Historia, vol. 460, f. 219. 44 AGNM, Historia, vol. 460, f. 420.
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EL JARDIN BOT?NICO Y SESS?
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ginos, que por la ma?ana vino despu?s de las 9 y media y por la tarde no concurri?", escrib?a Sess? a Revillagigedo el 27 del mismo mes.45
En el mes de junio de 1794 la expedici?n cumpl?a el plazo fijado para las exploraciones en el reino; la muerte de Juan del Castillo y la separaci?n de Mozi?o cuando ambos iban a ir hasta la bah?a de Guatemala impidieron explorar esta par
te del continente, por lo cual Sess? escribi? en marzo del mismo a?o que la expedici?n hab?a recorrido m?s de tres mil quinientas leguas sin incluir el viaje a Nutka, por lo cual no se hab?a efectuado el arreglo de las observaciones que cada uno hab?a realizado ni concluido los muchos dibujos que se hab?an sacado de objetos raros y desconocidos. Con sideraba Sess? que ... ser?a mucho m?s completa y ?til esta obra si se recono ciesen el f?rtil?simo reino de Guatemala y las islas de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, donde abundan los b?lsamos m?s exquisitos y otras producciones de mucho inter?s en el co mercio y medicina, expediciones que, en otra ?poca o confiadas a profesores que no tengan los conocimientos que hemos ad quirido en nuestros viajes por temperamentos an?logos a dichas provincias, exigir?an mayor tiempo y costos que los que podemos
emprender nosotros en el corto tiempo de dos a?os que consi dero suficientes para dichas exploraciones, destin?ndose el natu
ralista Jos? Longinos, Jos? Mozi?o y uno de los pintores a
Guatemala, y yo con el resto de la expedici?n a las islas.
El catedr?tico Vicente Cervantes se ocupar?a entre tanto de
dirigir la plantaci?n del Jard?n Bot?nico en Chapultepec. Dese?base realizar la expedici?n en la primavera de 1795.46 Por real orden fechada el 15 de septiembre de 1794, el rey concedi? que se prolongara por dos a?os la expedici?n que iba a recorrer las costas de Guatemala e Islas de Barlo vento. La expedici?n deber?a ejecutarse en la primavera del 45 AGNM, Historia, vol. 460, f. 223. 46 AGNM, Historia, vol. 464, f. 2.
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LILIA D?AZ
a?o siguiente sin pretextos ni disculpas que demoraran la salida, y no podr?a prolongarse m?s all? del plazo se?alado.47 Hechos los preparativos para su viaje, Sess?, acompa?ado
de Senseve y un pintor, se embarc? en Veracruz el 5 de
mayo de 1795 en la fragata Santa ?gueda que part?a rumbo a La Habana para explorar las islas 48 en tanto que los miem bros de la^ expedici?n que iba a recorrer Guatemala recib?an las ?rdenes de partir a fines de junio del mismo a?o.49 En carta fechada el 2 de marzo de 1796 en La Habana, Sess? informaba al virrey Branciforte de que al d?a siguiente saldr?a para Puerto Rico, y le remit?a "un cajoncito de lata" con semillas para el Real Jard?n Bot?nico.50 Para octubre de 1797 encontramos a Senseve en M?xico, pues al concluir el t?rmino de la expedici?n se separ? de Sess? y regres? a la capital.51
Al concluir el tiempo se?alado para la expedici?n de
Guatemala e islas de Barlovento el rey envi? una real orden
fechada el 29 de junio de ese a?o en la cual expresaba su
voluntad de que el director y dem?s individuos de la expe
dici?n bot?nica regresaran a Espa?a a dar cuenta de sus
trabajos. Sess? deber?a arreglar ?stos conforme a lo mandado en septiembre de 1794.52 Se encontraba en La Habana y ah? recibi? la orden, a la cual respondi? que: .. . ma?ana, si el tiempo lo permite, saldr? con el correo de Veracruz a recoger todos los trabajos que quedaron en M?xico y arreglar los asuntos del Jard?n para estar pronto a embar carme con todos los que deben regresar a Espa?a, luego que llegue la divisi?n que pas? al reino de Guatemala.
Dejaba "algunos arbolitos apreciables y el duplicado del herbario colectado en Cuba y Puerto Rico" en poder de Ma 47 AGNM, Reales c?dulas, vol. 159, f. 36. 48 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 182, f. 80. 4? AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 182, f. 82. 50 AGNM, Historia, vol. 465, f. 17. 51 AGNM, Historia, vol. 461, f. 1. 52 AGNM, Reales c?dulas, vol. 167, f. 289.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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riano Espinosa, correspondiente del Real Jard?n Bot?nico, para que los enviara a Espa?a en la primera oportunidad.53 En febrero de 1799 los miembros de la expedici?n conti nuaban en Am?rica; nuevamente se les ordenaba que si se encontraban en Cuba regresaran a Espa?a en el primer bu que.54 El virrey Iturrigaray recibi? una nueva orden fechada en Aranjuez el 8 de marzo de 1803 en la cual se dispon?a que el director y los dem?s miembros de la expedici?n regre saran a la pen?nsula sin excusa ni pretexto en la primera ocasi?n. La orden lleg? cuando ?stos ya iban a partir.55 El jardinero mayor Jacinto L?pez recibi? igualmente una orden de regresar a Espa?a, pero como no hab?a una persona preparada que lo sustituyera, Iturrigaray decidi? que perma neciera en M?xico.56 La expedici?n se dispon?a a regresar a Espa?a. Como Sess? ignoraba el paradero de Jos? Longinos Mart?nez y sab?a que hac?a m?s de cuatro a?os que se encontraba gravemente en fermo, en carta dirigida al virrey el 14 de marzo de 1802 lo
pon?a a su disposici?n para que cuando compareciera se le obligara a embarcarse si su salud se lo permit?a; si ello no era posible, deber?a remitir sus trabajos. Vicente Cervantes prefi
ri? continuar en M?xico impartiendo su c?tedra y no se le oblig? a regresar. Aunque el bot?nico Mozi?o y el dibujante Vicente de la
Cerda no hab?an venido de Espa?a, Sess? consideraba que
hab?a poderosas razones para que fueran a la pen?nsula; Mo zi?o ocupaba la plaza de Juan del Castillo, que de no haber perecido habr?a tenido que presentarse en Espa?a tambi?n. Durante once a?os hab?a recorrido una vasta extensi?n de territorio y, por consiguiente, dec?a Sess?, era m?s responsable
y concluir?a con mayor facilidad y acierto los trabajos reali zados en tan extensas excursiones.
53 54 55 56
AGNM, Historia, vol. 464, f. 95. AGNM, Historia, vol. 464, f. 94. AGNM, Reales c?dulas, vol. 189, f. 30. AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 202, f. 14.
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LILIA D?AZ
Puedo decir sin mentira que no cuento con otro que sea capaz de auxiliarme en la edici?n de las diferentes obras que han sido el objeto de nuestra vast?sima comisi?n ... Debiendo ?ste gozar en M?xico el mismo retiro que en Espa?a, pudi?n dome all? ayudar a la m?s pronta conclusi?n de todos los tra bajos y queriendo ?l seguir gustoso esta ocupaci?n, no encuentro una raz?n fundada y s? una gran falta de econom?a en oponerme
a sus laudables deseos.
Respecto a Vicente de la Cerda, expon?a que ten?a "m?s de do$ mil dibujos incompletos de colores, y cerca de cuatro cientos solamente delineados en borrador, y que ser? dif?cil
concluir con perfecci?n a otra mano que la que los em pez?".57 Pero no pas? a Espa?a, pues en agosto de 1804
solicitaba una plaza de dibujante en el Jard?n Bot?nica.58 En cumplimiento de las reiteradas ?rdenes para el regreso de los miembros de la expedici?n bot?nica, el virrey Iturri garay dispuso el 2 de marzo de 1803 que Sess? con su familia,
Jos? Mozi?o y Jaime Senseve se trasladaran a Veracruz a
fin de embarcarse en el navio Presentaci?n que estaba pr?xi mo a salir para Espa?a. Como Sess? ten?a necesidad de pasar a La Habana a recoger los trabajos y producciones que hab?a dejado en Cuba y el buque no tocaba aquel puerto, no pu dieron partir en ?l. Finalmente Sess? y Mozi?o se embarcaron rumbo a La Habana en el mismo mes de marzo y Senseve, que iba encargado de los cajones con las producciones natu rales, lo hizo directamente para Espa?a.59 Adem?s de la^ p?rdida de Juan del Castillo, la expedici?n bot?nica sufri? la del naturalista Jos? Longinos Mart?nez, quien falleci? en 1803 en Campeche a su regreso de la expe dici?n a Guatemala.
Ni el jardinero mayor Jacinto L?pez ni el catedr?tico
Vicente Cervantes regresaron a Espa?a. El 3 de marzo se acor 57 AGNM, Historia, vol. 465, f. i. 58 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 221, f. ??&. 59 ACNM, Correspondencia de virreyes, vol. 216, f. 75.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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d? que en caso de que Cervantes faltara o tuviera alg?n impedimento lo sustituyera el doctor Luis Monta?a.60
El segundo conde de Revillagigedo fue uno de los virreyes que m?s se interesaron en fomentar las ciencias y las artes. Al tomar posesi?n de su cargo pidi? informaci?n acerca de los trabajas llevados a cabo en el Jard?n Bot?nico, y el inge niero Miguel Constanz? le notific? de las obras provisionales que se estaban llevando a cabo en el potrero de Atlampa, un recinto de estacada que abarcaba un terreno de veinte mil
varas cuadradas y un jacal?n en el que viv?an los peones dedicados al cultivo de las plantas. Se hab?an invertido 651 pesos 6 reales. Al ver el inter?s del virrey en su obra, Sess? solicit? fon dos, que desde luego le fueron concedidos, para invertirlos en el cultivo del terreno, formaci?n de cuadros, toma de agua
para su riego y construcci?n de ca?er?a y pila. El costo de estas obras fue de 2 183 pesos.61 El ingeniero Constanz?, al informar a Revillagigedo sobre los gastos realizados en el Jar
d?n, le hizo saber que a pesar de haberse aprobado el costo del mismo no se hab?a llevado a cabo la obra y que los bot? nicos se hab?an limitado a hacer expediciones por las dife rentes provincias y a almacenar en cajones los productos recolectados.
En carta fechada el 13 de abril de 1791 le dec?a que . .. entre los muchos usos a que se ha pensado destinar el real
sitio de Chapultepec, ninguno le conviene mejor que el de Jard?n Bot?nico: este ?til establecimiento dirigido a la ense ?anza p?blica, a la ilustraci?n y a la gloria de la naci?n est? mandado erigir en virtud de reales ?rdenes y a su consecuencia ha dictado este superior gobierno las providencias conducentes para que se extendieran los proyectos de las obras, se calculasen
60 AGNM, Historia, vol. 465, f. 21. 61 AGNM, Historia, vol. 464, f. 1.
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LILIA D?AZ sus costos y se remitiesen a la corte, a fin de que recayese sobre
todo la real aprobaci?n que efectivamente se obtuvo; pero la situaci?n del erario y otras causas han frustrado hasta ahora su ejecuci?n. El terreno elegido para Jard?n? Bot?nico se nombra El Sapo
y se halla situado a la salida de esta ciudad ... este sitio es
bajo, sujeto a inundaciones en la estaci?n de las aguas, su plano es uniforme en toda su extensi?n, en su exposici?n y en la calidad de la tierra y por lo mismo de poca aptitud para la pro ducci?n de todo g?nero de plantas.
Chapultepec goza de cuantas circunstancias puedan apete cerse, un cerro elevado 150 pies sobre el terreno en que tiene asiento ofrece una situaci?n amena y deliciosa con variedad de aspectos y est? expuesto a todos vientos, en donde las plantas, seg?n su naturaleza y h?bito, hallar?n oportuno abrigo; por estas
razones las faldas del cerro las producen muy variadas y par ticulares, en las que miran al sur y al poniente se ven muchas propias ?nicamente de climas calientes y en las que miran al norte y oriente, las de los climas fr?os: al pie del mismo cerro hay competente terreno, en que, una vez acotado, se pueden acomodar perfectamente las plantas que nacen en sitios m?s o menos altos, m?s o menos h?medos, a que se agrega que las tierras anexas al mismo real sitio, de corta aunque de suficiente
extensi?n para jard?n, son todas de excelente calidad, como lo acredita la abundancia de sus producciones naturales, vistas y
reconocidas por los individuos mismos de la expedici?n bo t?nica.
En el caso de que vuestra excelencia tuviera a bien resolver que se plantase el Jard?n Bot?nico en Chapultepec, su distancia
de una legua corta de esta capital no obstaba para que la casa del catedr?tico y la escuela bot?nica subsistiese en el mismo
sitio que hoy ocupa, compr?ndola a su due?o o edific?ndola de nuevo seg?n pareciese conveniente, por la facilidad de mandar traer del Jard?n las plantas que necesitase el profesor para las
demostraciones en la parte te?rica, porque en llegando a la pr?ctica bien saben todos que ?sta se aprende saliendo al campo a herborizar, y nadie mirar?a como fatiga el haber de andar una legua para adquirir esta instrucci?n en un paraje donde pueden juntarse en mayor n?mero que en otra parte las pro ducciones vegetales de todos los climas.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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A?ad?a Constanz? que el gasto que preparaba para la construcci?n del Jard?n en Chapultepec na exceder?a del que ten?a calculado para el terreno de El Sapo.62
El fiscal de lo civil propuso que si el Jard?n se iba a
instalar en Chapultepec las lecciones se diesen en el jard?n del real palacio, al que ?ltimamente se hab?a agregado una doble extensi?n de la que hab?a en la casa de Castera. En ?l "se pueden cultivar con desahogo hasta mil especies de plan tas, n?mero muy suficiente para que los aficionados y disc? pulos adquieran los conocimientos necesarios en su provechoso
estudio.63
Vicente Cervantes, en carta fechada el 25 de septiembre del mismo a?o, agradec?a a Revillagigedo su apoyo para el establecimiento del Jard?n en Chapultepec y le dec?a que "la capital de Nueva Espa?a tendr? un dep?sito general de las producciones m?s singulares del reino y podr? enriquecer con ellas el Real Jard?n Bot?nico de Madrid, que es uno de los principales fines de este importante establecimiento". Respec to a trasladar la c?tedra al jard?n de palacio, consideraba que en este lugar tendr?an oportunidad de cultivar esta ciencia ... no s?lo los profesores de medicina, cirug?a y farmacia, sino que animar? tambi?n a ejecutarlo a todos los aficionados de la historia natural que no lo han puesto en pr?ctica as? por distancia que hay desde el centro de la ciudad a la casa de don Ignacio Castera donde se han hecho hasta el presente las lec ciones, como por las incomodidades que presenta su extrav?o
en el tiempo de aguas cuando es indispensable el ejercicio de ellas.
Aquellos vegetales que por su constituci?n necesitaran de terreno muy ventilado, podr?an cultivarse en Chapultepec, y para demostrarlos en las lecciones se traer?an al jard?n de
palacio, o los verdaderos aplicados pasar?an a Chapultepec para estudiarlos en su propio suelo.64 62 AGNM, Historia, vol. 462, f. 4. 63 AGNM, Historia, vol. 462, f. 22.
64 ibid.
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LILIA D?AZ
El jardinero mayor Jacinto L?pez consideraba tambi?n que en el terreno de Chapultepec se obtendr?a mayor ventaja,
ya que se ahorrar?a m?s de la mitad del dinero destinado al jard?n en los llanos de Atlampa.65 Despu?s de haber estudiado estos argumentos, Revillagi
gedo contest? que conven?a gustoso a que se destinara el jard?n del real palacio al expresado objeto.66 De inmediato se dieron ?rdenes al jardinero mayor de que suspendiera los tra bajos que se estaban ejecutando en el jard?n del arquitecto Castera para pasar con los dem?s jardineros al del real pala cio y trasladar a ?l las macetas y plantas vivas que existieran en aquel jard?n as? como los muebles y utensilios.67 Vicente Cervantes, en carta fechada el primero de octubre,
hac?a presente al virrey que, para efectuar las lecciones en la galer?a de dicho jard?n, se hac?a necesario cubrirlo de vidrios
para evitar la incomodidad del sol y de la lluvia. Tambi?n hab?a que cavar el terreno del jard?n hasta la profundidad de una vara y llenar los cuadros que se formaren con tierra tra?da de la Tlaxpana, para asegurar por siempre el culivo exitoso de los vegetales all? sembrados.68 A fines de octubre se informaba al virrey que las obras realizadas en el jard?n de palacio se hab?an concluido a satisfacci?n del jardinero mayor y se hab?an gastado 1 556 pesos y un real.69 Al enterarse el rey de la aprobaci?n dada por Revillagi gedo de trasladar el Jard?n Bot?nico del potrero de Atlampa al real sitio de Chapultepec manifest? que le parec?a "muy inveros?mil" que el potrero de Atlampa, propuesto y apro bado en 1789, hubiera perdido las ventajas que encontraron en ?l el director de la expedici?n bot?nica y del Jard?n, Sess?,
el catedr?tico Vicente Cervantes, el ingeniero Constanz?, los fiscales y el virrey Manuel Antonio Flores, y "no menos in veros?mil" que no se hubiera advertido que dicho sitio era C5 AGNM, Historia, vol. 462, f. 94. 66 AGNM, Historia, vol. 462, f. 21. 67 AGNM, Historia, vol. 462, f. 36. 68 AGNM, Historia, vol. 464, f. 1. 69 AGNM, Historia, vol. 464, f. 11.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS? 73
pantanoso y nada a proposito para el efecto, siendo tan evi dente. Consideraba igualmente el rey la gran dificultad del
hecho de que Chapultepec carec?a de agua, y de que para conducirla ser?a necesario emplear m?quinas o construir una
ca?er?a, lo que har?a muy costosa la obra. Advert?a igual
mente que, al estar a una legua de distancia de la ciudad, los disc?pulos no podr?an, sin gran fatiga, estudiar pr?ctica y privadamente despu?s de la explicaci?n del catedr?tico el co nocimiento de dichas plantas en su propio terreno. Un argu mento m?s era que si pata establecer el Jard?n en un terreno plano y abastecido de agua como era el potrero de Atlampa eran necesarios 83 000 pesos, ser?a necesario mucho m?s para establecerlo en un cerro de bastante pendiente y a donde ser?a indispensable conducir el agua por uno de los medios mencionados. Por consiguiente, el rey resolvi? el 28 de abril de 1792 que se continuara el establecimiento del Jard?n Bo t?nico en el potrero de Atlampa, haci?ndose las obras nece sarias para evitar la formaci?n de pantanos.70 En carta fechada el 30 de septiembre del mismo a?o Revi llagigedo contestaba que en la ?poca de Manuel Antonio Flo res no se busc? otro sitio para establecer el Jard?n que el potrero de Atlampa, pero que nadie ignoraba que todo el te rritorio de la capital era m?s o menos pantanoso en propor ci?n a su elevaci?n o su descenso. Insist?a en que no se pod?an comparar las ventajas que exist?an en establecer el Jard?n en el real sitio de Chapultepec y no en el potrero de Atlam
pa, el que en esta ?poca se hab?a destinado a la f?brica de tabaco, y dec?a:
Creo haber justificado que la aplicaci?n del potrero de
Atlampa para la f?brica de tabaco es muy proficua a los reales intereses: que aunque el sitio de Chapultepec carece de propor ciones para el establecimiento de una rica hacienda... las tiene m?s ventajosas en las partes llanas, montuosas y escarpadas de su corto recinto para el Jard?n Bot?nico ... los gastos que deben
70 AGNM, Reales c?dulas, vol. 151, f. 441.
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LILIA D?AZ hacerse con este objeto ser?n mucho menores que los aprobados en Atlampa.71
Un a?o despu?s, el 20 de marzo de 1793, el virrey recibi?
una real orden en que se aprobaba la continuaci?n de la f?brica del tabaco en el potrero de Atlampa y el Jard?n Bo t?nico en Chapultepec,72 pero el 20 de junio de 1800 encon
tramos una orden en la cual se solicitaba informes sobre
cu?ndo y por qu? se hab?a destinado el potrero de Atlampa a f?brica de cigarros, teni?ndose asignado para Jard?n, y so bre la situaci?n del de Chapultepec.73 Entretanto las lecciones continuaban imparti?ndose en la casa de Ignacio Castera. La Gazeta de M?xico del 26 de mayo de 1789 nos informa que el 4 del mismo mes se dio principio a las lecciones de bot?nica despu?s de un discurso que ley? Vicente Cervantes en el que expuso el verdadero y m?s seguro m?todo de estudiar la bot?nica, las utilidades que proporcio naba este conocimiento y las dudas que ocasionaba separarse de ?l. Explic? las siete familias o clases naturales en que se distribuye el reino vegetal, presentando ejemplos vivos de cada una de dichas familias o clases naturales, m?todo que iba a continuar en las lecciones sucesivas. Se distribuyeron premios ? los disc?pulos m?s sobresalientes, los que recayeron en los profesores Vicente de la Pe?a, bachiller y m?dico; Francisco Giles y Arellano, cirujano en el Hospital Real de Indios y Timoteo Arzinas, boticario. Vicente de la Pe?a reci bi? un Curso elemental, una Filosof?a bot?nica y los ocho tomos de la parte pr?ctica de Carlos Linneo; Francisco Giles y Arellano y Timoteo Arzinas obtuvieron cincuenta pesos cada uno.74 En los segundos ejercicios p?blicos de bot?nica celebrados el 21 de diciembre del mismo a?o encontramos entre los tres
disc?pulos distinguidos en el curso a Jos? Mariano Mozi?o, 71 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 168, f. 123. 72 Instrucciones, n, p. 19. 73 AGNM, Reales c?dulas, vol. 177, f. 16. 74 Gazeta de M?xico (26 mayo 1789) , ni, p. 314.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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m?dico aprobado, y a Jos? Maldonado, practicante de cirug?a, quienes poco despu?s pasaron a formar parte de la expedici?n bot?nica, y a Justo Pastor y Torres, practicante de farmacia. Lo ameno y delicioso de las materias que se disputaron, el recreo de las muchas plantas raras y nuevas tra?das de tierras calientes por disposici?n del director del Jard?n para adorno de la aula y examen de los actuantes, la iluminaci?n y orquesta de m?sica que llevaba los intermedios en que se repart?an las plantas, dieron el mayor placer al lucido concurso, admirando todos la aplicaci?n y adelantamiento que en tan pocos d?as, y sin auxilio del Jard?n, manifestaron haber adquirido los actuan
tes en los principales fundamentos de esta tan vasta como inte resante ciencia.75
La Gazeta de M?xico informaba que las lecciones de bo t?nica continuaban imparti?ndose en al aula destinada interi namente a ese efecto en la casa de Ignacio Castera los lunes, mi?rcoles, viernes y s?bados a las cuatro y media de la tar de,76 y el 7 de diciembre de 1792 daba cuenta de los terceros ejercicios p?blicos de bot?nica celebrados en la Universidad.77
Los cursos de bot?nica en el jard?n del real palacio se
iniciaron el d?a primero de junio de 1793 seg?n podemos ver en la propia Gazeta de M?xico.78 Continu? impartiendo su c?tedra Vicente Cervantes. Como se ha dicho, al partir para Espa?a los miembros de la expedici?n facultativa, Cervantes prefiri? quedarse en M?xico para dar sus lecciones,79 siempre con la esperanza de llevar a cabo la fundaci?n definitiva del Jard?n Bot?nico, pero, desafortunadamente, se qued? en pro yecto, ya que jam?s se logr? su establecimiento definitivo,80 como se puede comprobar por una nota escrita por el mismo 75 Gazeta de M?xico (22 die. 1789) , in, p. 439.
76 Gazeta de M?xico (18 mayo 1790) , iv, p. 88; (24 mayo 1791),
iv, p. 326. 77 Gazeta de M?xico (11 die. 1792), v, p. 220. 78 Gazeta de M?xico (jun. 1793) , v, p. 346. 79 AGNM, Historia, vol. 465, f. 21. so Ortiz, 1832.
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76 LILIA D?AZ Cervantes el 9 de julio de 1817: El Jard?n Bot?nico qued? desde su establecimiento bajo la protecci?n inmediata del rey y por lo tanto no puede supri mirse sin la voluntad del soberano. El catedr?tico que se design? lo ha desempe?ado durante treinta a?os, habiendo hecho y
practicado lo que no se ha visto jam?s en ning?n estableci
miento de esta clase, porque no habi?ndose fundado nunca el Jard?n seg?n fue proyectado, no ha existido ?ste m?s que en el nombre, y ha sido preciso echar mano de las plantas que crecen en ios contornos de M?xico y traer muchas de lejos para verificar las lecciones que se han facilitado a los disc?pulos en
todo este tiempo con tanto esmero y cuidado como el que
puede haber en cualquiera de los principales y mejores jardines
de Europa.81
Meses despu?s de inaugurado el Jard?n Bot?nico en Nueva Espa?a y apenas iniciadas las expediciones bot?nicas, muri? Carlos III. Su hijo Carlos IV, deseoso de continuar el fomento de las mismas y de que el fruto de la obra saliera publicado con la debida perfecci?n y oportunidad, envi? el 21 de sep tiembre de 1791 una real orden para que se pasara una carta circular "a los muy reverendos arzobispos, reverendos obispos, venerables deanes, virreyes, cabildos eclesi?sticos y seculares y universidades" manifest?ndoles que ser?a "muy de su soberano
agrado cualquier auxilio que voluntariamente y sin el m?s leve incomodo, contribuyan para la ejecuci?n de la citada obra..." y resolv?a que las cantidades que se obtuvieran se entregaran a los jefes pol?ticos de cada capital o provincia para que ?stos, tomando nota de las mismas, las remitieran a los virreyes respectivos, quienes las enviar?an a Espa?a por
v?a reservada.82
La respuesta favorable a esta petici?n no se hizo esperar. La primera contribuci?n recibida para la impresi?n de Las 81 AGNM, Historia, vol. 466, f. 19. 82 AGNM, Reales c?dulas, vol. 150, f. 96.
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EL JARD?N BOT?NICO Y SESS?
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floras americanas fue la del arzobispo de M?xico, Alfonso
N??ez de Haro, quien aport? dos mil pesos. El cabildo de
Oaxaca contribuy? con quinientos pesos.83 Y siguieron mu chas aportaciones m?s.84 Sin embargo, al llegar a Espa?a Sess? y Mozi?o, encontra ron una fr?a acogida y ninguna ayuda para la impresi?n de sus obras. Mozi?o, que viv?a con la peque?a pensi?n que el gobierno le daba, permaneci? viviendo en la casa de Sess? hasta la muerte de ?ste en 1809. El herbario, como los ma nuscritos destinados a la Flora mexicana, fueron a parar en 1820 al Jard?n Bot?nico de Madrid, que desde 1815 pose?a algunas partes, pero no as? la colecci?n de dibujos. Mozi?o pose?a la colecci?n completa de los manuscritos cuando causas
pol?ticas lo obligaron a partir de Espa?a y refugiarse en
Montpellier. All? los vio Decandolle, director del Jard?n Bo t?nico, quien los consider? de enorme importancia. Mozi?o confi? su tesoro cient?fico a Decandolle, quien public? parte de las l?minas en su obra. Seg?n el sabio franc?s, el n?mero de
plantas dibujadas era de cerca de mil cuatrocientas, adem?s de otros tantos dibujos de animales, siendp muy considerable el n?mero de g?neros y especies nuevos. Esto a pesar de que Mozi?o no ten?a en su poder todos los frutos de la expedici?n.
Cuando Decandolle tuvo que retirarse a Ginebra en 1816 Mozi?o le confi? sus dibujos y manuscritos, pero al a?o si guiente Mozi?o pod?a ya regresar a Espa?a y pidi? a Decan dolle le devolviera las colecciones. ?ste, que deseaba conser var copia de los dibujos, recurri? a todos los dibujantes de Ginebra, quienes correspondieron a sus deseos. Doscientas per sonas lograron concluir en diez d?as m?s de ochocientos dibu jos y dejaron delineados ciento nueve. Poco despu?s de volver a Espa?a con sus colecciones, Mo zi?o falleci? en Barcelona en junio de 1819 seg?n algunos de sus bi?grafos, o en 1822 en Madrid seg?n otros. 83 AGNM, Correspondencia de virreyes, vol. 168, f. 111. 84 AGNM, Historia, vol. 464, ff. 5, 6, 9, 32, 47; vol. 465, f. 7; AGNM, Reales c?dulas, vol. 153, ff. 148 y 149.
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LILIA D?AZ
No se sabe qui?n se apoder? de sus manuscritos, aunque se cree que fue el m?dico que lo atendi? en su enfermedad, pues un pariente de este m?dico" los pose?a en Barcelona en 1846.
La Flora mexicana, manuscrito que existe en el Jard?n Bot?nico de Madrid, se compone de tres tomos en folio, y hay adem?s el manuscrito de la Flora guatemalteca formado por Mozi?o con multitud de descripciones, ?ndices, apuntes, listas y memorias sueltas pertenecientes a la expedici?n bo t?nica.85
SIGLAS Y REFERENCIAS
AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico.
Instrucciones
1873 Instrucciones que los virreyes de Nueva Espa?a deja ron a sus sucesores, M?xico, Imprenta de Ignacio Es calante, 2 vols. ?Biblioteca Hist?rica de La Iberia, xiii y xiv.?
Ortiz, Tadeo 1832 M?xico considerado como naci?n independiente y li bre, o sean algunas indicaciones sobre los deberes m?s
esenciales de los mexicanos, Burdeos, Imprenta de
Carlos Lawalle Sobrino. Sosa, Francisco
1884 Biograf?as de mexicanos distinguidos, M?xico, Secre tar?a de Fomento.
85 sosa, 1884.
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RET?RICA Y REALIDAD EN
EL MEXICO DECIMON?NICO
ENSAYO DE INTERPRETACI?N DE SU HISTORIA POL?TICA Dale Baum University of Minnesota
Los historiadores a menudo confunden los conceptos pro pios de una ?poca con una descripci?n precisa de lo que ocu rr?a durante el per?odo en estudio. Seg?n Charles A. Hale, los escritos de historia pol?tica mexicana decimon?nica se han
visto inevitablemente afectados por la experiencia singular mente ?nica y traum?tica del pa?s con la anarqu?a social, la guerra civil y la invasi?n extranjera. La historia pol?tica mexicana a partir de 1810 se ha visto reducida, salvo leves variaciones, a dos interpretaciones diferentes: "Se la ha visto como una serie consecutiva de esfuerzos insensatos por des truir las tradiciones hisp?nicas, por sustituir los ideales y valores extranjeros, y al hacerlo, condenar al pa?s a la anar qu?a perpetua, a la dictadura, y la corrupci?n moral" y se la ha interpretado "como una continua lucha liberal y demo cr?tica contra las fuerzas de la opresi?n pol?tica y clerical, de la injusticia social y de la explotaci?n econ?mica".1 Tal como lo indica Hale, estas dos interpretaciones contrastantes fueron inicialmente establecidas por las argumentaciones de los propios antagonistas en las primeras d?cadas de la inde pendencia. Ellas han sido constantemente reiteradas por los historiadores de cada ?poca siguiente acomod?ndolas de acuer
i Hale, 1968, p. 1. V?anse las explicaciones sobre siglas y referen cias al final de este art?culo.
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DALE BAUM
do con las suposiciones de cada per?odo posterior. Por con
guiente, la ideolog?a de los participantes se convierte continu
mente en una teor?a para el investigador. Corresponder? los historiadores, por lo tanto, no permitir que las ideas u lizadas por los liberales y conservadores mexicanos para terpretar su mundo definan el proceso por el cual los his riadores mismos interpretan el desarrollo pol?tico en M?x durante el siglo xix. Este trabajo toma la posici?n de que el paradigma trad cional descrito m?s arriba para escribir la historia pol?ti mexicana del siglo xix est? en una situaci?n de crisis. Ha si m?s productivo estudiar el conflicto pol?tico en Latinoam rica a trav?s del an?lisis social que a trav?s de las ideas, y cualquier nueva interpretaci?n del conflicto pol?tico en M? co durante el siglo xix ha de resultar de una aproximaci? de comportamiento antes que de una de ideas. La importa
cia del conflicto ideol?gico se ha exagerado en cuanto
per?odo previo a la reforma, y el hecho de que M?xico hay alcanzado la estabilidad pol?tica bajo la dictadura de Porfir D?az durante treinta y cinco a?os ha obligado a los histor
dores a un nuevo examen de la llamada revoluci?n liber
que la precedi?. El conflicto liberal-conservador de la reforma se limit? aparentemente a unos cuantos planteamientos, y
especial al conflicto iglesia-estado, el cual, una vez resuelt tuvo como resultado un acuerdo amplio entre los que hab? sido antiguamente antagonistas. Por ?ltimo, existe todav?a problem?tica de si M?xico ha superado la herencia psicol? gica y cultural del per?odo colonial. En la perspectiva del tiempo, bien puede ser que el liberalismo en particular ha sido insignificante en la historia pol?tica mexicana. El profesor Hale demuestra que las principales ?reas de conflicto en la reforma pueden encontrarse en el examen d
pensamiento y de las ideas de la generaci?n posterior a
independencia. Se ponq en duda la importancia del conflic ideol?gico para ayudar a explicar el desarrollo pol?tico de
per?odo prerreformista. Existen pruebas literarias de peso que
demuestran que las ideas liberales de este per?odo eran m
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RET?RICA y realidad
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d?biles de lo que com?nmente se cree. Fanny Calder?n de la Barca, aguda observadora con una visi?n amplia y con cono cimiento de las obras de Jos? Mar?a Luis Mora y Lorenzo de Zavala, apenas hace menci?n de los sentimientos liberales o anticlericales en sus c?lebres cartas sobre la vida en M?xico tal como la conoci? durante su visita entre 1840 y 1842. M?s bien indica que escasamente encontr? alg?n individuo, "ex
ceptuando a la presente raza de militares criados por la revoluci?n para desempe?ar los cargos de coroneles y ge nerales", que no recordara con nostalgia los d?as del virrei
nato. Agrega que "los extranjeros, naturalmente, cuentan otra
historia, pero me refiero a los mexicanos tal como los he conocido".2 Los editores de las cartas de Fanny est?n en su derecho al dudar que dicha nostalgia haya sido tan com?n como parece indicarlo ella. No es muy probable que los mexi canos, con su cortes?a sofocante, hayan demostrado regocijo por la independencia de su pa?s ante la esposa del ministro espa?ol. Pero el punto de vista de Fanny es confirmado por otros observadores. Consid?rense las palabras escritas unos a?os m?s tarde por un cirujano del ej?rcito norteamericano invasor: "El gobierno mexicano domina totalmente al pue blo ... y los m?s ancianos recuerdan con nostalgia el viejo r?gimen. Afirman que es una burla hablar de la rep?blica mexicana; que sufren el peso de la monarqu?a sin contar con su estabilidad. Reconocen que exist?an abusos durante el virreinato, pero que en aquel per?odo se contaba con mayor seguridad para la vida y la propiedad".3 Debe destacarse que Fanny Calder?n de la Barca hace una sola referencia a las logias mas?nicas cuyas profundas dife rencias fueron caracter?sticas de la pol?tica mexicana duran te los primeros a?os de la rep?blica. Entre los yorkinos, con quienes el primer ministro de los Estados Unidos, Joel Poinsett, se identific? abiertamente, se incluyen varios diri 2 Calder?n de la Barca, 1966, p. 475. 3 Richard McSherry, citado en Calder?n de la Barca, 1966, p. 776, nota 18.
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gentes pol?ticos de tendencia liberal. Los escoceses eran m conservadores, encontr?ndose entre ?stos personas que fa rec?an el establecimiento de una monarqu?a en M?xico. An la aparici?n velada de los intereses norteamericanos, com tambi?n, al parecer, de los brit?nicos, es razonable pregu tarse qu? otros intereses estar?an al acecho. Esto sugiere q los factores sociales, econ?micos, militares y geogr?ficos p dieran haber tenido una mayor importancia en cuanto a que en realidad ocurr?a durante el per?odo prerreformista comparaci?n con el conflicto liberal-conservador. Las oliga
qu?as locales, las municipalidades, los caudillos, los vast
sistemas familiares, los intereses extranjeros, e incluso nac nes indias, participaron todos en las luchas pol?ticas por zones que poco ten?an que ver con preocupaciones o conv ciones ideol?gicas. Evelyn Hu-DeHart ha llegado a asegura que la naci?n yaqui, al efectuar alianzas selectivas con una u otra de las facciones pol?ticas, hizo el aporte m?s impo tante en el sentido de asegurar la inestabilidad y debilida pol?tica de los diversos grupos que se tomaron el poder.4 Hubo otras rupturas en la sociedad mexicana aparte d la divisi?n causada por las doctrinas ideol?gicas. La de may importancia en la sociedad asumi? una orientaci?n racial siempre amenaz? con encontrar su expresi?n en la vida po tica. Durante todo el transcurso de las primeras d?cadas d su independencia M?xico vivi? bajo el temor de la repe ci?n de los episodios de 1810. La fuerza destructiva de las turbas de Miguel Hidalgo tuvo un efecto moderador tant sobre los liberales como sobre los conservadores. Magnus M?rner sostiene que las tensiones internas de la estructur social mexicana vaticinaban la erupci?n de una sangrienta lucha civil de corte socio?tnico pero que la gran batalla d las razas nunca tuvo lugar debido a la habilidad de las mi nor?as gobernantes para seleccionar jefaturas de origen in gena o mestizo.5
4 Evelyn Hu-DeHart, refiri?ndose a los yaquis y la revoluci?n mex cana en la Universidad de Minnesota, Minneapolis, 8 de marzo de 1974 5 M?rner, 1973, pp. 26-36.
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ret?rica y realidad
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Torcuato S. Di Telia se ha dedicado a averiguar qui?nes precisamente constitu?an las turbas amenazantes en los al bores del siglo xix en M?xico.6 Diversos eran los tipos de multitudes capaces de ser movilizadas seg?n las presiones so ciales a que estaban siendo sometidas en un tiempo y lugar determinados. Mientras que los sectores ind?genas del sur y centro de M?xico a menudo desempe?aban un papel de amor tiguaci?n conservadora, numerosos indios hab?an sido arran
cados de la matriz comunitaria en calidad de peones y
ga?anes en las haciendas, de obreros en las f?bricas de lana
y de trabajadores del tabaco. En la ciudad de M?xico los
barrios de l?peros con trabajo ocasional eran focos de fre cuente violencia. Las minas de Guanajuato, Zacatecas y Pa chuca eran centros tradicionales de violencia y los mineros nunca tuvieron escr?pulos en buscar aliados entre los grupos pol?ticos en pugna. Bas?ndose en estad?sticas de poblaci?n correspondientes a Quer?taro, Di Tella aisl? un vasto proletariado en despla zamiento continuo que proporcionaba el material inflamable para la violencia. Los grupos que se encontraban a un nivel levemente superior al laboral constitu?an un perfecto semi llero de agitadores y activistas pol?ticos. "Viviendo entre tur
bas que ellos sab?an mover, y poseyendo el potencial de
habilidad necesario para desempe?arse como l?deres, ocupaban una posici?n estrat?gica en el sistema pol?tico mexicano." 7 La violenta inseguridad de estas clases fue factor determi nante en su decisi?n de utilizar el juego pol?tico como medio
de protecci?n. Di Tella llega a la conclusi?n de que la es
tructura constantemente cambiante de las alianzas entre los
grupos pol?ticos deber?a ser considerada como una respuesta l?gica, racional y comprensible a las rupturas que podr?an producirse en la estructura social, las que eran explotadas a menudo por el oportunismo de parte de las propias faccio nes pol?ticas. 6 Di Tella, 1973, pp. 79-105. 1 Di Tella, 1973, p. 104.
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El t?rmino mismo de conservador no apareci? en M? sino hasta 1846, pero hasta aquella fecha la tendencia p
tica conservadora se identific? con los escoceses, los unitar
los "mochos" y los "verdes". La tendencia liberal se aso con los yorkinos, los federalistas, los moderados, los "pu y los "rojos". Todos estos grupos han sido citados po historiadores como grupos de acci?n pol?tica que diero M?xico una apariencia de sistema de partidos durante e r?odo previo a la reforma, la cual se alude con frecuen como "la ?poca de Santa Anna" o "la era de los pronu mientos". Un escritor mexicano de nuestro siglo, D?az nova, ha se?alado la relaci?n que los "verdes" y los "roj guardaban con el contexto ideol?gico en Guanajuato:
posible ora ser Verde', ora ser 'rojo', de acuerdo con exigencias de la situaci?n pol?tica... en verdad, ?rase de' o 'rojo' por simple oposici?n a los que sustentaba
poder".8 Parecer?a ser, al menos en esta ?poca tempran que, fuera de los clubes y corrillos pol?ticos, los ideales servadores o liberales se confund?an fatalmente y que e importancia de otros factores lo que determinaba las alia
entre la mayor?a de los participantes en los dramas pol?tic
Con respecto al per?odo anterior a la reforma, el ob vador queda con la impresi?n de que, independienteme de los colores pol?ticos que; predominaran en la plaza ma la vida segu?a su curso normal. No es as? en el caso leforma entre 1854 y 1876, que constituye una ?rea abi a importantes investigaciones. Los historiadores han d dado el examen de la administraci?n diaria de ciudad pueblos en que se alternaba repetidamente el control e liberales y conservadores. Si la existencia cotidiana, en l de desarrollarse tranquilamente, experimentaba cambios tanciales, ?stos quedar?an al descubierto en las actas de nes y en las actuaciones de los ayuntamientos. Y mient no se sepa c?mo afect? la reforma al pueblo y su queha
8 D?az Ruanova, citado en Chevalier, 1964, p. 459. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:15 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
RET?RICA Y REALIDAD
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diario, desde los importantes miembros de los ayuntamientos hasta los humildes carceleros, una nueva interpretaci?n de la historia pol?tica del M?xico decimon?nico tendr? que espe rar. En cuanto a la ciudad de M?xico, s? hubo una marcada
diferencia cuando los "puros" impidieron la aplicaci?n de un impuesto de compraventas de origen moderado por conside rarlo discriminatorio contra las clases bajas, suprimieron to dos los privilegios jur?dicos y establecieron un registro civil.9 En su estudio de conservadores y liberales en M?xico entre 1821 y 1867, Fran?ois Chevalier sostiene que los historiadores
deben dejar de lado la abundante prensa pol?tica de aquella ?poca y concentrar su atenci?n en el problema/ de identificar,
en t?rminos sociales, a los conservadores y liberales. Las con clusiones de Chevalier no son muy originales y se ven afec tadas por el hecho de que son generalizaciones realizadas a lo largo de un per?odo de cuarenta a?os. La iglesia mexicana era el pilar fundamental de la tendencia pol?tica conserva dora: era un poder econ?mico en torno al cual gravitaba una clientela poderosa; detentaba la facultad de persuasi?n moral sobre muchos de sus feligreses; dominaba la vida de nume rosos centros urbanos de la meseta central, tales como Pue bla, donde las viejas tradiciones criollas y militares se entre
mezclaban con un clero poderoso. Chevalier descubri? que los liberales atrajeron a mucha gente que no se encontraba en la ?rbita eclesi?stica o que estaba en v?speras de irse, tales como los artesanos mestizos, los peque?os comerciantes y los empleados de menor categor?a. Descubri? que, a menudo, los conservadores eran fabricantes espa?oles de textiles, caci ques ind?genas que reaccionaban contra los ataques liberales a la propiedad comunitaria, y la clase militar de los oficiales, generalmente de origen criollo. Por otra parte, los liberales eran con frecuencia ind?genas desarraigados de la vida comu nitaria y tribal, abogados provincianos, y hacendados que esperaban obtener beneficios de las reformas liberales.10 9 Berge, 1970, 229-256. 10 Chevalier, 1964, pp. 457-474.
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Dentro de las ?lites gobernantes exist?an valores y s siciones comunes que superaban sus postulados ideol?gi Por ejemplo, las perspectivas de una participaci?n activ la pol?tica por parte de un Vicente Guerrero, de los in mayas de Yucat?n o de los partidarios de Eleuterio Q en la Huasteca llenaban de terror tanto a los liberales c a los conservadores. Tanto ?stos como aqu?llos sent?an
ferencia por el progreso de los indios y postulaban su pol?t
ind?gena dentro del contexto de intereses m?s amplios. reacciones del liberal Mora y del conservador Lucas Al a la guerra de castas de Yucat?n en que los mayas casi jaron al mar a sus amos blancos en 1848 fueron b?sicam
iguales. Mora escribi? que "la necesidad m?s urgent
M?xico consiste en la represi?n de la clase morena".11 P su parte, Alam?n recomend? que el primer paso consist? aplastar la rebeli?n por la fuerza de las armas. Hale esc que "ante la realidad del resurgimiento ind?gena, el co
vadurismo social criollo era m?s fuerte que los planteamien
pol?ticos del conflicto ideol?gico".12 Tanto los liberales como los conservadores recurrieron
recurso de la expulsi?n de los espa?oles solamente cu ?ste conven?a a sus intereses. Ninguno de los dos gr habr?a querido expulsar a todos los peninsulares por cu ambos ten?an parientes y amigos entre los espa?oles. A
nudo sentimientos de amistad, relaciones diversas y lazo miliares chocaban con los postulados ideol?gicos. Tanto liberales como los conservadores abogaban por el mejoram to de los transportes, de la productividad agr?cola y min ambos deseaban el fomento de la inversi?n extranjera, l minaci?n de los sectarismos pol?ticos de ?ndole persona saneamiento de la burocracia, y tambi?n hacer econom?a el gobierno y librarlo de los pr?stamos usureros. No es ble entender a los conservadores a trav?s de los t?rmin utilizados por sus adversarios para describirlos. Los con il Jos? Mar?a Luisa Mora, citado en Tulchin, 1973, p. 152. 12 Hale, 1968, p. 247.
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vadores, m?s que los liberales, a menudo ten?an una mejor comprensi?n de las realidades econ?micas dentro de la tra dici?n de los virreyes del siglo xix. Los t?rminos "liberal" y "conservador" no pueden ser utilizados eficazmente para dis tinguir entre conceptos de desarrollo econ?mico en el M?xico
del siglo xix. Hale llega a la conclusi?n de que "es in?til
forzar aproximaciones decimon?nicas del desarrollo econ? mico de M?xico a las categor?as del debate pol?tico".13 Se llega a la conclusi?n inescapable de que el debate ideol?gico fue practicado por las minor?as que compart?an muchos pos tulados similares.
Seg?n Hale, la guerra con los Estados Unidos precipit? una crisis en el pensamiento pol?tico mexicano y condujo a una intensificaci?n del debate ideol?gico. Al examinar la im presionante impotencia de su pa?s en 1847, tanto los liberales como los conservadores volvieron a formular con renovada energ?a sus ideas respecto a la salvaci?n nacional, creando lo que Hale ha calificado como "el gran fermento intelec tual" que caracteriz? a la pol?tica mexicana de la posguerra.14 Dennis E. Berge va m?s all? y afirma que el desastre de la guerra dio origen a una nueva premisa en la pol?tica mexi cana, consistiendo ?sta en que, en el futuro, los principios pol?ticos deber?an proporcionar las motivaciones fundamenta les para el curso de la acci?n p?blica.15 Sin embargo, Jan Bazant se?ala que a ra?z de la guerra el descontento social se extendi? por todo M?xico tal como lo atestigua la rebe li?n agraria en la Sierra Gorda en los estados de San Luis
Potos?, Guanajuato y Quer?taro. Aunque esta rebeli?n y
otras fueron sofocadas, tuvieron como resultado el hecho de
que los mexicanos meditaran sobre el futuro de su pa?s y las formas de prevenir una revoluci?n social.16 Investigaciones recientes sobre el tema de la reforma han 13 Hale, 1968, p. 262. 14 Hale, 1957, pp. 153-173. 15 Berge, 1970, p. 256. i? Bazant, 1971b, p. 35.
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sobrepasado los dictados tradicionales de la ideolog?a y, po consiguiente, no han sido afectados por el predominio de pun
tos de vista partidistas o simplistas. El per?odo de confusi? y de cambios pol?ticos ostensiblemente profundos en el M?
co de 1854 a 1876 ha sido considerado m?s y m?s por l
historiadores como el punto de partida del porfiriato. La r forma estaba lejos de ser alguna suerte de revoluci?n fru trada. Tampoco era el M?xico porfirista una distorsi?n de revoluci?n liberal. Para aquellos historiadores que han exa minado cuidadosa y desapasionadamente las fuentes, resul claro que los resultados de la reforma se manifestaron en dictadura de Porfirio D?az.17
Donald J. Fraser y T. G. Powell18 han analizado la pol? tica de desamortizaci?n de las tierras ind?genas durante l reforma, y ambos rechazan la afirmaci?n de que Porfirio D?az tergivers? las proposiciones originales de la generaci de 1857. Mediante el examen de la aplicaci?n de hecho d la Ley Lerdo durante su primer a?o, Fraser demuestra que a pesar del art?culo 8 de la constituci?n de 1857, todos lo tipos de tenencia de tierra comunal ind?gena estaban sujeto a la desamortizaci?n. Sostiene que, tal como se la aplicaba las tierras ind?genas, la Ley Lerdo ten?a aceptaci?n genera entre las clases altas. Mois?s Gonz?lez Navarro sostiene qu la alianza de 1855 entre el viejo y aguerrido insurgente ind gena Juan ?lvarez y los liberales tuvo un r?pido fin despu que el ataque liberal contra las propiedades comunales ind genas hab?a llevado al deterioro de la situaci?n social en e campo y despu?s que los hacendados que hab?an sido ataca dos en Cuautla y Cuernavaca hab?an responsabilizado a varez de los ataques.19 Cuando los ind?genas se percataron de que el gobiern
17 Una nueva serie monogr?fica editada por Laurens Bayard Perry de la Universidad de las Americas, de Cholula, promete un enfoque de auge del porfirismo en M?xico tal como lo conoci? el pueblo. 18 Fraser, 1972, pp. 615-652; Powell, 1972, pp. 653-676. 19 Gonz?lez Navarro, 1972, pp. 677-692.
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no atender?a a sus quejas, muchos de ellos ofrecieron una vio lenta resistencia. Sin embargo, todos los movimientos ind? genas fracasaron porque las rebeliones eran de car?cter mera mente local y, en consecuencia, fueron f?cilmente sofocadas por el gobierno liberal. No obstante la ret?rica liberal respec
to de que la reforma beneficiar?a a la naci?n entera, la
situaci?n de los indios no mejor?, sino que, al contrario, fue peor que en la ?poca del gobierno conservador. Powell cali fica de tr?gica para los indios la totalidad del per?odo liberal dado que los, pol?ticos y los administradores los consideraban como obst?culos al progreso y, en consecuencia, les guardaban
poca simpat?a. "En realidad, la pol?tica liberal s?lo intensi fic? el car?cter opresivo que la sociedad mexicana ya ten?a en su seno en cuanto al indio." m
Durante la reforma la aplicaci?n de la Ley Lerdo caus? que una parte considerable de las tierras ind?genas comuna les (que hab?an sobrevivido a tres siglos y medio de apro piaciones por parte de agentes de tierras y propietarios de
haciendas) pasaran a manos privadas. El resultado fue la
intensificaci?n del latifundismo y del peonaje. Los liberales estaban conscientes de estas consecuencias pero insistieron en la aplicaci?n estricta de la ley. Lo que a menudo se ha atri buido a la dictadura de D?az hab?ase iniciado anteriormente.
Sin embargo, no debe sorprender el hecho de que los libe rales nunca hayan sido reformadores socialmente conscientes o democr?ticos. Benito Ju?rez carec?a totalmente de aptitudes para ampliar el bienestar general de su pa?s. Hab?a muchas similitudes en los caracteres de Ju?rez y D?az. Ambos eran
oaxaque?os que s?lo entend?an un concepto de autoridad
que consistiera puramente de aquello que implicara total obe diencia. Ambos sintieron que el peso de las grandes masas rurales amorfas aplastaba toda esperanza de elevar al crudo
campesinado al nivel de la participaci?n pol?tica. Jos? C. Valad?s se?ala que "m?s que los partidos pol?ticos y los je fes de partido, Ju?rez y D?az tem?an la fuerza gravitacio 20 Powell, 1972, p. 673.
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nal representada por aquello que se denomina 'la masa irredenta' ".21
Puede que sea provechoso ver analog?as entre la "oligar qu?a veneciana" inglesa de los a?os de 1700 a 1720 y la re forma de mediados del siglo xix en M?xico, pues el hecho es que en ambos lugares se estaba llevando a cabo una b?s
queda del orden con caracter?sticas similares. Ambos proceso ten?an por objeto perpetuar la estructura social vigente y los padrones de deferencia y autoridad involucrados en cada so ciedad.22
En su an?lisis estad?stico del congreso constitucional mexi cano de 1856-1857, Richard N. Sinkin23 identific? grupos de variables que arrojan una significativa luz sobre las formas
de votar de los delegados de la convenci?n. La principal
dimensi?n conflictiva dentro de la convenci?n, seg?n Sinkin, la constituye el tema "orden y ley". A primera vista, mocio nes con amplia repercusi?n sobre este factor "orden y ley" no sugieren ninguna relaci?n por cuanto los votos parecen ser una confusi?n de planteamientos que se refieren a religi?n, penas criminales, poder legislativo y disputas lim?trofes loca les. Sin embargo, del estudio minucioso de las actas de estas mociones se desprende cierto orden. Tal como lo reconociera uno de los delegados, el punto que se discut?a en el art?culo 15
respecto de la libertad de cultos "no era precisamente un
problema de religi?n, sino esencialmente un problema social
y pol?tico".24 El debate trataba, en realidad, de las conse cuencias de la admisi?n de religiones for?neas a M?xico. No era la religi?n propiamente tal el centro de esta disputa sino que m?s bien era un problema de orden y ley. Citando a otro delegado, "los indios est?n en un estado de agitaci?n, y por tal motivo es muy peligroso presentar alg?n nuevo elemento,
el cual ser?a interpretado desmedidamente por los enemigos 21 Valad?s, 1972. p. 569. 22 Vid. Plumb, 1967. 23 SlNKIN, 1973, pp. 1-26.
24 Jos? Mar?a Castillo Velasco, citado en Sinkin, 1973, p. 7.
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del progreso con el fin de envolvernos en una anarqu?a fran camente espantosa".25 Sinkin convincentemente sostiene que, en lo que respecta a las otras mociones de alta recurrencia sobre el factor "or
den y ley", un id?ntico temor a la anarqu?a social domin? en los debates. La libertad para ense?ar sin restricciones recibi? amplio apoyo porque los delegados opinaron que un p?blico
culto ser?a menos propenso a la violencia civil. En el caso de proceso por jurado, la derrota de este art?culo fue moti vada por una falta de confianza en los instintos populares. Permitir el proceso por jurado en un pa?s plagado de pro blemas internos habr?a sido una invitaci?n a la anarqu?a. La moci?n referente al traslado de Cuautla y Cuernavaca del estado de M?xico para incorporarlos al estado de Guerrero fue atacada sobre la base de que semejante medida promo ver?a la rebeli?n. Las mociones sobre grillos y cadenas, cas tigos crueles y desusados, y el enjuiciamiento de funcionarios
de gobiernos, encuadraron perfectamente dentro de esta pre ocupaci?n por la ley y el orden por parte de la convenci?n. El an?lisis de Sinkin no s?lo proporciona un medio para identificar las dimensiones subyacentes de conflicto dentro de
la convenci?n, sino que tambi?n permite agrupar a los dele gados seg?n su votaci?n sobre problemas espec?ficos. Es bas tante importante se?alar que el an?lisis de Sinkin no vislum bra la existencia de ning?n quebrantamiento dentro de la convenci?n en lo que se refiere a l?neas ideol?gicas. Es de suponer que esta situaci?n no debiera haber existido, pues los "puros" o radicales seguramente habr?an tenido conflictos
con los moderados. Aunque ambos grupos dominaron la con venci?n y ambos reflejaron tendencias liberales, todo lo que se ha escrito sobre los moderados indica que ellos propugna ban un liberalismo cauteloso debido a sus v?nculos emocio
nales con el statu quo, y la literatura de los "puros" indica que eran seguidores apasionados de los programas del libera 25 Jos? Mar?a Lafragua, ministro de gobernaci?n y delegado en la convenci?n, citado en Sinkin, 1973, p. 7.
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lismo occidental, ya sean de origen democr?tico-constitucional
franc?s, de econom?a pol?tica manchesteriana u otros. Po consiguiente, es posible suponer que el conflicto ideol?gic se habr?a manifestado en la forma de votar de los delegado en el congreso constitucional. Sin embargo, los c?mputos g nerales de Sinkin respecto del ?rea mayor de conflicto dentro
de la convenci?n no demuestran una divisi?n moderada"pur o moderada-radical en la votaci?n de grupo. De hecho, sep rar a los moderados de los "puros" y viceversa no ayuda e
lo m?s m?nimo a explicar la forma en que se vot? en l
convenci?n.
Por lo general ha sido pasado por alto el hecho de qu
la inauguraci?n de la reforma marca el comienzo de, la inte venci?n federal en los asuntos de seguridad p?blica en M?x
co. La Guardia de Seguridad se fund? en 1857 como un entidad de cooperaci?n federal y estatal. El a?o de 1861 marca la fundaci?n de los rurales, cuyo n?mero aumen durante la administraci?n de Ju?rez y Lerdo de Tejada habiendo llegado a su apogeo durante el per?odo de D?az
Tanto los liberales como los conservadores recalcaron la ne
cesidad de limpiar al campo del bandidaje con el objeto de atraer capitales extranjeros a M?xico. El gobierno imperia enfrent? el mismo problema: Maximiliano moviliz? fuerza policiales rurales y urbanas en todo el pa?s bajo las ?rdene del gobierno central. Muchos de aquellos que combatiero en las guerras de la reforma no eran patriotas ni idealista sino bandoleros que se aprovecharon de las luchas para con
tinuar su pillaje al amparo de una bandera. La situaci? general del bandidaje en el campo mexicano no cambi? e la ?poca de paz. Durante la rep?blica restaurada numeroso
antiguos guerrilleros prefirieron continuar con su viejo sis tema de vida en libertad fuera de la ley. En el a?o de 1869 el gobierno suprimi? las garant?as legales referentes a los ladrones armados y secuestradores, siendo por esta ?poca qu los rurales entend?an ya la utilizaci?n de la ley fuga.26 26 Vanderwood, 1970, pp. 323-344.
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Podr?a argumentarse que los liberales mexicanos estaban destinados a ser anticlericales por omisi?n. Necesariamente, las consecuencias de la revoluci?n francesa tendr?an que re percutir en la estructura del quebrantamiento en M?xico. Era inevitable que la naturaleza movible de la naci?n-estado y las pretensiones corporativas de la iglesia entraran en con flicto. Pero hab?a m?s en juego que el poder, la. riqueza y la condici?n privilegiada de la iglesia dentro de una rep? blica: el tema de fondo era de orden moral y se reflejaba en la solemnizaci?n del matrimonio, la organizaci?n de las obras de caridad, el trato acordado a los individuos anormales, las disposiciones para funerales y el control de la educaci?n. El tema de la riqueza eclesi?stica en relaci?n con la reforma
se ha debatido en forma apasionada pero en raras ocasiones ha sido objeto de una investigaci?n seria. Jan Bazant27 re cuerda a sus lectores que todos los gobiernos durante el pe r?odo de inestabilidad pol?tica previo a la reforma exigieron tributos a la iglesia causando una merma considerable en los bienes eclesi?sticos con anterioridad a 1856. Posteriormente, fue s?lo durante un breve per?odo despu?s de la revoluci?n de Tacubaya que los intentos de los liberales por restringir el poder y los privilegios de la iglesia tuvieron alg?n ?xito. Pero mientras la guerra de los tres a?os segu?a su curso vio lento, el gobierno de Ju?rez y sus lugartenientes impusieron medidas anticlericales a?n m?s dr?sticas. Y aunque se consi deraba rodeada de simpatizantes, la iglesia se vio obligada a renunciar a sus propiedades, a pagar impuestos y a?n a entregar su valiosa plater?a con el fin de aportar al mante nimiento de la causa conservadora. De all? que Robert J. Knowlton afirme: "De cualquier manera la iglesia estaba per dida, despojada tanto por sus amigos como por sus enemi gos." 28 Nada era sagrado al tratarse del poder pol?tico. Con la derrota de los conservadores y la vuelta al poder de Ju?rez en 1861 los liberales procedieron a la confiscaci?n 27 Bazant, 1971a. 28 Knowlton, 1965, p. 254. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:15 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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total de la propiedad eclesi?stica. Los conservadores obtuvie
ron la ayuda de Francia; los franceses invadieron M?xico ocupando la capital en 1863. Pero la iglesia, sufri? una amar ga desilusi?n en sus esperanzas de recuperar sus propiedades
perdidas por cuanto lo mismo las autoridades de la ocupa ci?n como Maximiliano m?s tarde confirmaron la validez de
la nacionalizaci?n y la venta de propiedades nacionalizadas. Al volver Ju?rez al poder en 1867 ?ste reanud? la labor in terrumpida vendiendo lo que quedaba de las propiedades eclesi?sticas.
?Pero cu?l fue el resultado de la enajenaci?n de la ri queza eclesi?stica? Seg?n Bazant, las propiedades de la iglesia fueron adquiridas por inquilinos. Las condiciones de pago en la mayor?a de los casos permitieron que el comprador cance lara s?lo un veinte o un veinticinca por ciento del valor real de la propiedad. Los especuladores, en especial los que ron daban cerca del gobierno de Ju?rez en Veracruz, no se apo deraron de un gran porcentaje del valor total de las propie dades enajenadas y muy pocos de ellos obtuvieron grandes ganancias. Por lo general, las propiedades rurales fueron ad
quiridas por mexicanos, pero la propiedad urbana, con un elevado porcentaje de ocupaci?n extranjera, demuestra una proporci?n similar de adquisici?n por parte de extranjeros. Las ventas de propiedades eclesi?sticas no condujeron a una divisi?n de la tierra en parcelas peque?as excepto en el Ba j?o. La desamortizaci?n no redund? en reformas sociales ni en un desarrollo econ?mico significativo por cuanto el pro ducto de las ventas se utiliz? para financiar las guerras y dem?s actividades gubernamentales. En lo que respecta a los compradores mismos, ?stos invirtieron dinero en terrenos y edificios, cuando en otras circunstancias lo habr?an utilizado en el comercio y la industria. El grupo social que obtuvo los mayores beneficios como resultado de la nacionalizaci?n de las propiedades eclesi?sticas fue la clase latifundista. Los ha cendados tuvieron la oportunidad de amortizar sus propieda des hipotecadas pagando intereses baj?simos. Otro grupo favo recido incluye a los financieros, quienes anteriormente hab?an
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prestado dinero a los gobiernos conservadores y que pod?an ahora adquirir sus predios con bonos gubernamentales. Un tercer grupo incluye a comerciantes extranjeros y abogados liberales. Bazant concluye: "No es posible determinar exacta mente las utilidades de cada grupo, pero esto no tiene im portancia pues con el correr del tiempo todos estos grupos
se fusionaron para formar la oligarqu?a que apoy? a la
dictadura del general Porfirio D?az".29 Para Daniel Cos?o Villegas, el per?odo moderno de la his toria mexicana comienza en 1867 con la victoria de la rep? blica sobre el imperio. El desarrollo econ?mico establece cla
ramente la continuidad de la rep?blica restaurada con el M?xico porfirista. Es digno de destacarse el hecho de que mientras los conservadores recib?an con regocijo la interven ci?n francesa en su pa?s, Mat?as Romero ofrec?a banquetes en el restaurant Delmonico's de la ciudad de Nueva York e
indicaba que el gobierno de Ju?rez, que ?l representaba, estar?a dispuesto a autorizar concesiones econ?micas liberales a los Estados Unidos. Como si anticipara la expansi?n impe rialista neocolonial norteamericana durante las postrimer?as del siglo xix, Romero afirm? que, una vez otorgadas las con cesiones, "los Estados Unidos obtendr?an todas las ventajas resultantes de la anexi?n de M?xico sin los inconvenientes
producidos por tal paso".80 El hecho de que M?xico haya logrado una prolongada estabilidad pol?tica bajo Porfirio D?az sugiere que, una vez resuelta la situaci?n de la iglesia, los liberales y los conservadores pudieron unirse y formar una
oligarqu?a de la riqueza en alianza con el capitalismo extran jero. Sobre el M?xico anterior a 1867, Cos?o Villegas escribe: "Si en el pa?s hubiera habido entonces abundantes perspec tivas econ?micas, un rico comercio exterior e interior, por ejemplo, los m?s ambiciosos y capaces de los desheredados habr?an intentado conseguir alguna riqueza en actividades
privadas y no p?blicas; pero tal y como las cosas eran, el 29 Bazant, 1971b, p. 26. 30 Mat?as Romero, citado en Miller, 1965, p. 233.
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camino m?s f?cil, por no decir el ?nico, parec?a el de
l?tica: adue?arse del poder y, ya con ?l, hacer prop
riqueza ajena." 31 Octavio Paz afirma que el liberalismo mexicano ca
su naci?n da?os incalculables debido a que al apoyar estado en el idealismo de las clases medias de Europa dental sacrific? la realidad a los postulados abstractos y
treg? el pa?s a la codicia de los poderosos.82 Paz pone d siado ?nfasis en el liberalismo. Parafraseando a H. G. W
el liberalismo no ha sido ni ser? nunca algo m?s qu
conjunto diversificado. No pasa de ser otra cosa que el tido de la cr?tica, el "antipartido", los pol?ticos de la " sici?n". Los liberales se definen siempre en funci?n actualidad de su ?poca. El liberalismo es un sistema de h
lidades y objeciones que a veces logra un alma com? Esa alma com?n la logr? Benito Ju?rez mediante su a al concepto de autoridad que mantuvo unida a su vo tienda pol?tica durante diez atribulados a?os. Pero las c vicciones de Ju?rez no fueron desafiadas por ning?n id
lismo burgu?s de Europa occidental durante el siglo xix. El liberalismo occidental fue b?sicamente ex?tico par tradici?n cultural latinoamericana. Richard N. Adams se
que la estructura social fundamentalmente dual de Lat am?rica se ha perpetuado con ?xito desde el per?odo colo hasta la ?poca moderna. Afirma tambi?n que ni el sistem valores b?sicos ni el padr?n de las perspectivas sufriero cambios esperados.84 Partiendo del an?lisis de Adams, e sible proponer como planteamiento general que el mod social mexicano es el de un despotismo asi?tico modifica una sociedad de dos clases en que la m?s baja debe mante a la clase alta gobernante constituida por varios grupos terrelacionados y asociados tradicionalmente con la bur 31 Cos?o Villecas, 1955, p. 55. 32 Paz, 1959, cap?tulo vi.
33 Wells, 1946, p. 238.
34 Adams, 1967, pp. 15-42.
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cia gobernante de funcionarios y sacerdotes asociados con l?deres militares, terratenientes, y prestamistas. O, parafra
seando a Le?n Trotsky, la sociedad mexicana consiste de aquellos que laboran para los que reciben. El modelo cultural
mexicano es una versi?n modificada de la vida al estilo
?rabe y consiste en una despreocupaci?n real por la tierra, por la ecolog?a de una regi?n, por los trabajadores, por los semejantes, o por la comunidad como entidad total; y consis te en el predominio de los lazos familiares y la dominaci?n
masculina con su doble standard de moralidad sexual, su
culto del machismo, su ego?smo, autosatisfacci?n, falta de disciplina personal y todo el concepto hapsburgu?s de la po l?tica como un sistema de relaciones personales explotativas, de car?cter arbitrario y corrupto en que se conjugan la extor si?n, el soborno, la exenci?n personal de la ley y el divorcio total del esp?ritu comunitario o de la responsabilidad personal
hacia el bienestar del pr?jimo o el de M?xico. La tradici?n mexicana que identificamos aqu? como de procedencia ?rabe con elementos desp?ticos asi?ticos nunca fue seriamente puesta
en duda por otras persuasiones ideol?gicas. Claudio Veliz atestigua la naturaleza altamente artificial del liberalismo decimon?nico en Latinoam?rica. Sostiene que cuando las clases altas adoptaron la pr?ctica de varias formas de liberalismo, radicalismo y positivismo, lo hicieron con el mismo esp?ritu con que adoptaron estilos arquitect?nicos del segundo imperio. Estas actividades imitativas no se tomaron a la ligera, siendo numerosos los individuos que estaban dis puestos a morir por un ideal; pero esto no deber?a de oscure cer la calidad perdurable del estado central, paternalista, en globador y a menudo autoritario que tradicionalmente ha sido el factor dominante en la pol?tica nacional.35 Seg?n Richard M. Morse, el compendio de ideas conocido bajo el nombre de neotomismo espa?ol, generalmente atri buido a Francisco Su?rez, "ofrece una sofisticada formulaci?n te?rica de los ideales y muchas de las realidades sociol?gicas 35 Veliz, 1967, pp. 1-14. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:15 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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del estado patrimonial espa?ol".86 Morse sostiene que las su posiciones de la filosof?a de Su?rez eran sintom?ticas de una cosmovisi?n hispano-cat?lica post-medieval del hombre, de l sociedad y del gobierno, que a?n conservaba alguna fuerza en la Latinoam?rica post-independentista. Su modelo de un estado patrimonial espa?ol tal como se aplica a Latinoam? rica se fundamenta en la afirmaci?n de Louis Hartz en el
sentido de que cuando una parte de una naci?n europea se separa del resto y "es arrojada hacia el exterior", pierde su predisposici?n al cambio y cae postrada en una especie de in movilidad.37 Si se estudia el M?xico decimon?nico a la luz del an?lisis de Morse, la fuerza impulsora en la vida p?blica era entonces "la pugna por apropiarse de un aparato estatal patrimonial, fragmentado de su original imperial".38 Para que el sistema pol?tico mexicano hubiera logrado adquirir estabilidad ha br?a tenido que reproducir la estructura, la l?gica y las dispo siciones de seguridad contra la tiran?a que formaban parte del estado patrimonial espa?ol, con todas las dificultades pro pias de semejante reproducci?n. El problema principal con sist?a en c?mo legitimizar el nuevo estado. Ni los liberales ni los conservadores superaron el problema de otorgar legiti midad a sus reg?menes. Morse sostiene que la tendencia de las reformas doctrinariamente liberales fue la de restarle legi
timidad al estado.
En conclusi?n, el liberalismo occidental del siglo xix era extra?o a la tradici?n ar?bica modificada, con aspectos des p?ticos asi?ticos, que caracteriz? a M?xico. Cualquier intento de modernizar a M?xico deber?a interpretarse, con mayor exactitud, como una recuperaci?n disfrazada de aquello que Richard Morse denominara el estado patrimonial espa?ol. Suposiciones de ?ndole totalmente distinta son las que se ocultan detr?s de la ret?rica de las ideolog?as occidental y 36 Morse, 1964, p. 155. 37 Hartz, 1964, p. 3. 38 Morse, 1964, p. 162.
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mexicana, y no reconocer este hecho ha llevado a los histo riadores a creer err?neamente que M?xico operaba, en efecto,
a base de ideolog?as prestadas. Cada quien podr? escoger en tre los m?ltiples principios en que los liberales mexicanos profesaron creer; pero la d?cada de la guerra civil, que em pez? con la guerra de los tres a?os y termin? con la inter venci?n francesa, hizo que se concediera primordial importan cia al orden por sobre cualquier principio. Esta consideraci?n,
por supuesto, no debe de sorprendernos; sin embargo, lo que s? parece incre?ble es c?mo tantos historiadores se han entram
pado en los pintorescos pronunciamientos y en la ret?rica de liberales y conservadores logrando s?lo caer v?ctimas de la dra
maturgia de los caudillos del diecinueve, cuya habilidad para seducir ha enga?ado a analistas pol?ticos mucho m?s sofisti cados que sus meros contempor?neos, los que a menudo in gresaban al servicio de alguna facci?n pol?tica contra su pro pia voluntad y que estaban plenamente conscientes del hecho de que las constituciones se redactaban con el objeto de jus tificar el poder de los de "adentro" sobre los de "afuera".
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PETR?LEO E INTERVENCI?N RELACIONES ENTRE LOS ESTADOS UNIDOS Y M?XICO 1917-1918 Dennis J. O'Brien
California State University
El principal objetivo del gobierno de Wilson despu?s del
mes de abril de 1917 (y, se puede suponer, del propio Wil son) era mantener a toda costa el flujo de; petr?leo hacia los aliados y los Estados Unidos. Polk lo llamar?a la "soluci?n pr?ctica" o la "pol?tica pr?ctica". El gobierno fue capaz de lograr esta meta sin mayores compromisos y sin intervencio nes masivas. En lugar de ello, la corriente de petr?leo fue mantenida a trav?s de una combinaci?n de numerosos factores
?cooperaci?n total de las compa??as petroleras, diplomacia efectiva, condescendencia pasiva de Carranza y una buena dosis de suerte. Si hubiera ocurrido una seria interrupci?n desde M?xico de esta vital l?nea petrolera durante la guerra Wilson se habr?a visto forzado a abandonar la ret?rica de la no intervenci?n y la no interferencia, y seguir, en cambio, un bien definido y cuidadosamente planeado rumbo de in tervenci?n militar.1
Antes de Wilson, la pol?tica exterior y la diplomacia de los Estados Unidos hacia M?xico hab?an sido generadas por los asuntos de inter?s mutuo de ambas naciones. Rara vez las
i Los principales estudios son: Cline, 1952; Ripfy, 1926, y Stuart, 1928. Un reciente y alentador trabajo que escudri?a profundamente
?tal vez demasiado? en las miras del gobierno de Wilson es el de Ro ben F. Smith (Smith, 1972) . Tambi?n Link, 1964, iv. V?anse las ex plicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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relaciones se vieron complicadas por las presiones o por las consideraciones hechas fuera de la regi?n. La revoluci?n mexi cana, sin embargo, tuvo fuertes implicaciones en las inver siones, norteamericanas, particularmente de las compa??as pe troleras. En consecuencia, presiones inusitadas (internas y externas) fueron dirigidas hacia el Departamento de Estado. Se produjo una peculiar pol?tica externa, la cual puede ser ?nicamente descrita como de "protecci?n selectiva", o la pro tecci?n de una sola inversi?n en nombre de la seguridad na
cional. Ya que el concepto total de protecci?n selectiva se opon?a al pensamiento norteamericano y a la visi?n ecum? nica de Wilson, las maniobras clandestinas de dicha protec ci?n fueron encubiertas con la ret?rica de la no interferencia y de la no intervenci?n. Para lograr una comprensi?n de esta pol?tica y de las? suposiciones sobre las cuales se bas? es nece sario describir el trasfondo de los intereses petroleros en M?xi co, la relaci?n de esos intereses con el gobierno en Washington
y con la revoluci?n mexicana, la dependencia de los Estados Unidos e Inglaterra en el petr?leo mexicano y la respuesta del gobierno de Wilson al problema creado por la revoluci?n mexicana. La respuesta de las compa??as petroleras y del go bierno de Wilson estableci? patrones que sirvieron como mo delo a la diplomacia petrolera internacional durante cincuenta
a?os.2
Para comprender los problemas petroleros del gobierno de Wilson es necesario tambi?n examinar el comportamien 2 Las corporaciones petroleras multinacionales, las llamadas "Siete Hermanas" (Exxon, Royal Dutch-Shell, British Petroleum, Texaco, Mobil, Gulf, y So-Cal) han disfrutado de una especial relaci?n con los gobier nos de las m?s importantes naciones industriales de Occidente durante
los ?ltimos cincuenta a?os. La naturaleza de esta relaci?n apenas se
esboza en las historias oficiales de las compa??as. Un breve pero exce lente intento de explicar la relaci?n entre el petr?leo internacional y
la seguridad nacional de los Estados Unidos es el de Bernard Brodie
(Brodie, 1947). Ningunas otras organizaciones han recibido tanta pro tecci?n, cooperaci?n y conformidad. En opini?n del autor el petr?leo es ?nico y la diplomacia y la pol?tica exterior del petr?leo son muy diferentes a las de otras industrias o corporaciones.
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to de los hombres y las organizaciones que exploraron y ex plotaron las regiones petrol?feras durante la era de Porfirio D?az y la manera en que reaccionaron ante los aires revolu cionarios.
Era una ?poca inusitada en M?xico. La revoluci?n mexi cana puso de manifiesto el conflicto entre el desarrollo eco n?mico y la voluntad popular, al rebelarse el pa?s en contra
de la pol?tica que hab?a gobernado la naci?n por d?cadas.
Porfirio D?az hab?a cooperado magn?ficamente con la inver si?n extranjera. Los gobernantes de M?xico ten?an a la gente en un pu?o en tanto que extend?an privilegios a los extran jeros. Durante la era de Porfirio D?az los positivistas econ? micos ?los cient?ficos? vieron el futuro de M?xico como de pendiente de la asignaci?n cient?fica de habilidades y recur sos, administrados por una ?lite racionalista. Ya que M?xico ten?a poco capital l?quido, los cient?ficos pensaron que la na ci?n deb?a competir con otras ?reas subdesarrolladas en pos de inversiones y pr?stamos extranjeros. Con esto en mente, el
r?gimen de D?az adopt? un c?digo minero en 1884 que rom
pi? con la tradici?n de la legislaci?n espa?ola y espec?fica mente declar? que todos los dep?sitos de combustibles mine rales y betunes eran propiedad exclusiva del due?o de la superficie. As?, M?xico adopt? un patr?n para la extracci?n de recursos naturales similar al de los Estados Unidos y que allan? el camino para que la inversi?n extranjera ?particu larmente la norteamericana? entrara en el pa?s.3 3 Las leyes mineras del imperio espa?ol reservaban a la corona la explotaci?n de metales preciosos y minerales. As?, el uso de la superficie y del subsuelo eran dos cosas aparte, pues la propiedad de la superficie
de la tierra no implicaba el derecho del due?o para explotar los mi
nerales del subsuelo. El petr?leo, sin embargo, ten?a poco valor comer cial y no estaba considerado en la legislaci?n original. Cuando en 1821 M?xico obtuvo su independencia la pr?ctica continu? y la explotaci?n de los dep?sitos metal?feros localizados en propiedad particular s?lo pod?a ser llevada a cabo con una concesi?n gubernamental. El c?digo minero de 1884 hac?a espec?ficamente del petr?leo, los combustibles mi. nerales y los betunes, propiedad exclusiva del due?o de la tierra de su
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La respuesta de los intereses inversionistas norteamerica nos sobrepas? las expectativas de los cient?ficos. Para 1911 los norteamericanos hab?an derramado cerca de mil millones de d?lares en v?as f?rreas, miner?a, bonos, bancos, petr?leo, hule, industria manufacturera, terrenos y otras variadas empresas.
La mayor inversi?n fue hecha en los ferrocariles, con la espe ranza de que el desarrollo econ?mico siguiera los rieles desde
Veracruz, Texas y California hasta la ciudad de M?xico.4
Sin embargo, la econom?a local fracas? y la mayor contribu ci?n de los ferrocarriles fue la de alentar y estimular la ex ploraci?n y explotaci?n petroleras. En 1900, a invitaci?n de A. A. Robinson, presidente de la Mexican Central Railway Company, se estableci? en la zona de Tampico el industrial Edward L. Doheny. De esta manera se inici? el desarrollo de la industria petrolera en M?xico. La Mexican Petroleum Com pany de California fue establecida en Tampico con la promesa de obtener un contrato de combutisble para locomotoras y con el apoyo financiero de varios prominentes funcionarios de la compa??a de ferrocarriles Santa Fe? Doheny, al igual que otros empresarios mineros, vio en M?xico una excitante tierra virgen. Era un hombre recio, simp?tico y vigoroso, hijo de un inmigrante irland?s que hab?a andado en busca de oro. Estudi? leyes y aprendi? por perfide, pasando por alto la ley espa?ola tradicional. Esto fue similar al desarrollo de las leyes petroleras de los Estados Unidos, que siguie ron a la llamada "regla de captura" y que daban posesi?n del petr?leo
a la persona que lo hiciera llegar a la superficie. Los ge?logos no se
dieron plena cuenta de que algunos campos petrol?feros eran grandes y se extend?an m?s all? de los l?mites de la tierra perteneciente a una persona. Vid. Dunn, 1933, pp. 332-335 y Rosrow, 1948, pp. 16-24. 4 Pletcher, 1958, pp. 296-311. 5 Hay poca coincidencia entre los estudiosos respecto a la cantidad y procedencia de la inversi?n extranjera en M?xico. Sin embargo, se puede hacer un interesante contraste, comparando las cifras citadas por Oleona Lewis y por Robert W. Dunn (Lewis, 1938, p. 614; Dunn, 1936, p. 91) . Lewis basa sus cifras en un estudio hecho en 1911 por William H.
Seamon, un ingeniero de minas que trabaj? en M?xico, y Dunn se apoya en un informe de la Oficina de Comercio Exterior e Interior
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s? mismo metalurgia y geolog?a antes de explorar y explotar los campos petrol?feros de Los ?ngeles. Doheny se impresion? tanto con las posibilidades del petr?leo mexicano, que ven di? sus propiedades californianas a la compa??a de ferroca rriles Santa Fe y compr? la totalidad de las acciones origi
nales de la Mexican Petroleum Company. La empresa no estuvo carente de problemas: falta de un mercado interno, lejan?a de los mercados norteamericanos, saturaci?n de las condiciones de mercado y cuatro largos a?os de decepcionan tes resultados en la perforaci?n. Pero Doheny persisti?. Hab?a
invertido toda su fortuna en la aventura y estaba decidido
a llevarla a buen fin. Se desquit? cuando su primer gran pozo apareci? en un domingo de resurrecci?n de 1904, al cual sigui? un contrato por cinco a?os con la Standard OU Com pany of New Jersey (soconj) por dos millones de barriles de petr?leo al a?o. El amable californiano triunf? y se enri
queci? una vez m?s, aunque lo mejor estaba por venir. En 1910, Casiano N? 7 surgi? con un rugido y produjo 70 000 barriles al d?a, iniciando as? la era del desarrollo petrolero
del a?o de 1924. Vid. tambi?n Bernstein, 1964, pp. 49-77. Las cifras de Lewis y Dunn son las siguientes:
Naturaleza de la inversi?n
Lewis (1911)
Dunn (1924)
Bonos gubernamentales $ 52 000 000 Propiedades petroleras , 15 000 000
$ 22 000 000 478 000 ?00 300 000 000 Propiedades mineras 249 000 000 Industria manufacturera 11 400 000 60 000 000 Ferrocarriles 645 000 000 160 000 000 000 000000 Servicios bancarios y p?blicos 3110400 50 000 000 000 Tiendas de mayoreo y menudeo 4 500 000 000000 Bienes ra?ces, ganader?a 21200200 Hule 15 000 000 No disponible Varios 300 000 No disponible
Total $1044 600 000
$1 280 000 000
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moderno en M?xico y haciendo de Dohney uno de los argo nautas1 petroleros de los Estados Unidos.6 Los ferrocarriles estimularon tambi?n el desarrollo de la Mexican Eagle Oil Company, Ltd., de Lord Cowdray, desti nada a ser el mayor rival de Doheny en M?xico. Cowdray ?anteriormente sir Weetman Pearson?, quien hab?a dirigido la reconstrucci?n del ferrocarril de Tehuantepec para el go bierno mexicano, se interes? en el petr?leo b?sicamente como
combustible para locomotoras. Crey? que la b?squeda de
petr?leo podr?a ser m?s cient?fica. Contrat? a C. W. Hayes, ex director del Geological Survey de los Estados Unidos, quien
emple? su experiencia como ge?logo en la b?squeda de pe tr?leo. El ?xito se produjo repentinamente en diciembre de 1910, cuando surgi? Potrero del Llano N? 4 y produjo 160 000
barriles al d?a antes de ser controlado eficazmente. Cowdray estableci? tambi?n la primera plataforma mar?tima, la cual permiti? a los pesados buques tanque cargar el combustible sin atracar en un congestionado puerto.7 El advenimiento de los grandes pozos en M?xico ?Casiano N? 7 y Potrero del Llano N? 4? anunci? una importante bo nanza. Los pozos sustituyeron las vetas de oro y muchos se volvieron fabulosamente ricos perforando dep?sitos subterr?
neos de "oro negro". El mito del petr?leo que manaba a
trav?s de millones de hendeduras y grietas a lo largo de las costas del Caribe atrajo a cientos de buscadores aventureros a M?xico. Tal como les ocurri? a los que vivieron la fiebre del oro en el a?o de 1849, estos buscadores de petr?leo en contraron que las ?reas m?s prometedoras eran propiedad de las grandes empresas petroleras o hab?an sido alquiladas por ?stas. Para 1919 Doheny controlaban ya un ochenta y cinco por ciento de las ?reas petrol?feras potenciales en M?xico.8 6 Vid. Hoffmann, 1942, pp. 94-108; Investigation, 1920, pp. 207-294; Mexican petroleum, 1922, pp. 15-17, y Barnes, 1920, pp. 252-262. 7 Middlemas, 1963, pp. 189-230; Platt, 1968, pp. 325-329, y Calvert, 1968. La biograf?a de Cowdray m?s aceptada es Spender, 1930. 8 Mexican petroleum, 1922, pp. 15-17.
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La soooNj observaba con gran inter?s el desarrollo de la producci?n petrolera en M?xico. La Waters-Pierce Company, empresa subsidiaria de mercadotecnia, entr? en M?xico en la d?cada de 1880 y pronto estableci? un monopolio en la venta de petr?leo destilado y gas de alumbrado. A principios de siglo, cuando una limitada producci?n de petr?leo; hab?a sido
desarrollada, la sooonj compr? crudo en Tampico a diez
centavos el barril y lo embarc? con destino a las refiner?as de Bayonne y Bay way, en New Jersey. Cuando, en 1910, los grandes pozos comenzaron a trabajar, Walter Teagle, a la saz?n joven vicepresidente de la soconj, intent? comprar la
empresa de Cowdray y la Penn-Mex OU Company. La
soconj tem?a que el crudo mexicano barato entrara en los mercados dom?stico e internacional y minara el control que la compa??a ejerc?a sobre las estructuras del mercado y los precios. Sin embargo, en 1911, la suprema corte de los Es tados Unidos infringi? un severo golpe a la sooonj: orden? la disoluci?n de su imperio dom?stico. La continua vigilancia e investigaci?n del Departamento de Justicia de los Estados Unidos y del estado de New Jersey desanimaron seriamente a la junta de directores en sus planes de seguir absorbiendo otras compa??as petroleras. No fue sino hasta 1917 cuando la sooonj finalmente adquiri? su primera propiedad produc
tora en M?xico ?la Compa??a Transcontinental de Petr?
leo, S. A.? por $ 2 475 000, y el presidente de la reci?n ad quirida firma, E. J. Sadler, recomend? a la junta de directores
de la soconj una ambiciosa y agresiva pol?tica de expansi?n en M?xico.9
Para finales de 1917 la producci?n mexicana hab?a au mentado a 55 300 000 barriles al a?o,10 gran parte de la cual 9 Vid. GiBB y Knowlton, 1956, pp. 85-89, y Grieb, 1971. 10 Usamos como medida el barril norteamericano, que equivale a 42 galones norteamericanos. Es igual a 7.3 barriles por tonelada m?tri ca. Debe entenderse que esta cifra representa un promedio mundial para el petr?leo crudo. Los productos de petr?leo refinado tienen un amplio margen de vol?menes espec?ficos, que van de 5.5 barriles para coque de petr?leo a 11.6 barriles por tonelada para gas licuado de pe
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fue exportada a los Estados Unidos o a los aliados. En el a?o siguiente M?xico produjo 63 828 000 barriles, de los cua les 37 736 000 fueron exportados a los Estados Unidos y gran parte de los restantes fue directamente a los aliados. Excep
tuando a la empresa de Cowdray, con una inversi?n de
84 250 000 d?lares, y a la Royal Dutch-Shell con una equi valente a $ 17 200 000, la vasta mayor?a de la inversi?n pe trolera estaba en manos de compa??as productoras propiedad de norteamericanos o de corporaciones norteamericanas. Para 1919 la inversi?n de Doheny totaliz? la sorprendente suma de $ 150 000 000, que sobrepasaba en % 50 000 000 el valor to tal de la sogonj e igualaba el del imperio de la Roya? Dutch Shell. Los productores independientes restantes, que totaliza ban casi la mitad de la inversi?n de Doheny, inclu?an a la Gulf Oil Company, a la Texas Company (Texaco), a la Sin clair Oil Company y a la Atlantic Refining Company (Atlan tic Richfield), las cuales por primera vez participaban en una aventura en el extranjero y estaban destinadas a ser compa ??as petroleras multinacionales durante los siguientes cin cuenta a?os. Para finales de 1917 noventa y siete por ciento
de todas las propiedades productivas estaban bajo el con trol de compa??as extranjeras.11
Las compa??as que llegaron a M?xico antes de 1917 se
establecieron y operaron con relativa facilidad, excepto cuan tr?leo. El peso promedio del petr?leo crudo mexicano es de 7.104. El petr?leo mexicano no era del todo ideal para la flota inglesa, y la ma rina real prefer?a el petr?leo "dulce" de los Estados Unidos. En el pe
tr?leo de M?xico la viscosidad era baja y el contenido de azufre era
alto. Los buques ingleses no estaban equipados con serpentines de ca lentamiento en las carboneras ni en las c?maras bajas de los cruceros y destroyers. Este problema a menudo causaba asfixia en muchos de los miembros de la tripulaci?n de popa. Al final, los ingleses tomaron sin decir nada el petr?leo que pudieron conseguir. Vid. Foley, 1924, pp. 1829-1830.
il John C. Northrop a C. K. Keith, United States Shipping Board (16 nov. 1918) , Northrop a Davis Rothstein, War Trade Board (8 jun. 1918), en NA, RG 70, Petroleum Data Files, estante 59, exp. 54. Vid. tambi?n Petroleum statistics, 1947, pp. 4, 28, 52.
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do la inquietud revolucionaria amenaz? sus propiedades. Un representante de una compa??a petrolera, dado el caso, se acercaba al due?o de unas tierras y lograba sin tardanza la firma de un contrato de alquiler o de compra de una exten si?n de terreno, tal como se hac?a en los Estados Unidos. Entonces ya la compa??a ten?a el derecho de explorar y la obligaci?n de pagar solamente impuestos menores de produc ci?n y exportaci?n. Las compa??as petroleras hab?an recibido buen trato y consideraciones especiales del gobierno mexicano durante el r?gimen de Porfirio D?az; empero, el ambiente pol?tico comenz? a cambiar conforme ganaba ?mpetu la re voluci?n mexicana. Algunos propietarios pudieron mantener buenas relaciones con el coronel C?ndido Aguilar, quien co mandaba las fuerzas revolucionarias en el ?rea de Tampico
durante las primeras etapas de la revoluci?n, pero la in
fluencia de ellos disminuy? al extenderse la revoluci?n por todo M?xico.12 Cuando la inquietud revolucionaria aument? Doheny em
pez? a frecuentar Washington. Era la ?poca en la que la
grandeza y el monopolio eran asociados con el mal en la men te progresista, y hombres como Doheny asumieron el pa pel de h?roes de la "Nueva Libertad" porque hab?an sobre
vivido y prosperado a pesar de la Standard OH. Esto fue
particularmente significativo durante el gobierno de Wilson. Doheny se puso a disposici?n de Washington para satisfacer la sed de informes sobre M?xico. El secretario del Interior,
Franklin K. Lane, quien al igual que Doheny inici? en Cali fornia su ascensi?n al sitio de una prominencia nacional, admiraba a los hombres que creaban, fortunas. Lane present? al millonario petrolero a la sociedad de Washington, y Doheny
obtuvo gran provecho de ello. Inicialmente el presidente y el Departamento de Estado prestaron atenci?n a Doheny. Wilson se impresion? con los planes para el reconocimiento de M?xico presentados en 1913* 12 John Bassett Moore a Francis B. Loomis (30 ene. 1934), en LC,
JBM, caja 134.
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por Julius Kruttschnitt, presidente de la junta de directores de la Southern Pacific, con el apoyo de la Mexican Petroleum Company de Doheny, de la Southern Pacific, de la Phelps
Dodge and Company y de la Cananea Copper. El secretario de Estado, William Jennings Bryan, vio que el amable y simp?tico petrolero era generoso en sus apreciaciones acerca det M?xico y en sus atenciones a las personalidades de Wash ington. John Bassett Moore, que fue consejero del Departa mento de Estado durante 1913 y 1914, recordaba que Doheny y su abogado, Frederick R. Kellogg, visitaban frecuentemente el Departamento. M?s tarde coment?, refiri?ndose a Doheny,
que "ninguno en aquel entonces le reproch? el dar rienda suelta a sus generosas inclinaciones". De acuerdo con Moore "era considerado, por el contrario, como un hombre de ad
mirables instintos". Sin lugar a dudas, el propio Moore apro vech? el vasto conocimiento de Doheny acerca de M?xico y la pol?tica mexicana. Parece ser que la credibilidad de Doheny fue ampliamente aceptada. Al menos, sus consideraciones fue ron escuchadas por el Departamento de Estado y tuvieron alg?n efecto en la manera en que fueron tratados los pro blemas de la industria petrolera en M?xico.13 Moore fue un importante contacto para Doheny y Kellogg.
Cuando en 1916 los rumores de la nacionalizaci?n del pe tr?leo comenzaron a esparcirse en M?xico, Moore fue llamado para construir la estrategia legal que ser?a empleada por la
Mexican Petroleum Company en sus relaciones con el go bierno mexicano. Despu?s del establecimiento de la Gran Co
misi?n Mixta Mexicano-Norteamericana, en 1916, Doheny pidi? a Moore y a Kellogg que explicaran la posici?n de los petroleros a los miembros de la Comisi?n. Moore prepar? una detallada relaci?n de las consideraciones de las compa ??as acerca de sus derechos y las que deb?an ser, seg?n ellas, 13 Moore a Loomis (30 ene. 1934), Richard M. Tobin a Moore
(25 ene. 1934), en LC, JBM, caja 134. Vid. tambi?n la anotaci?n en el diario de Josephus Daniels correspondiente al 11 de noviembre de 1913 en Cronon (ed.), 1963, pp. 82-83, y Cline, 1952, pp. 148-150.
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las prioridades de la Comisi?n. Despu?s Moore y Kellogg se reunieron con dos de los tres miembros de la Comisi?n, Franklin K. Lane y el juez George Gray. El 30 de agosto de 1916 Moore viaj? a Wilmington, Delaware, donde pas? la tarde discutiendo los intereses de los petroleros. La preven
ci?n de la nacionalizaci?n de las propiedades ?particular mente de las tierras petroleras? fue el punto importante de la discusi?n. Entretanto, Kellogg se entrevist? con Lane con
el objeto de recalcar el fracaso de M?xico en cumplir sus
obligaciones internacionales y se?alar el tratamiento del todo favorable que M?xico dio a la empresa de Cowdray. No se tiene conocimiento de si estas dos "exhortaciones" hechas
aprovechando la influencia de los "buenos cuates" hayan te nido un efecto inmediato en Lane y en Gray, ni de si fueron hechas otras consideraciones o presiones, pero resulta intere sante que el 22 de septiembre de 1916, y muchas otras veces, los miembros norteamericanos de la Comisi?n intentaron que ?sta diera prioridad, despu?s de solucionar los problemas de control fronterizo, al asunto relativo a la protecci?n de la vida y propiedades de los extranjeros residentes en M?xico.14 La asociaci?n de Moore con Doheny fue muy importante: signific? que la empresa de Doheny ten?a de su lado al me jor abogado petrolero internacional, sin contar con que el abogado Moore ten?a amplios contactos en el Departamento 14 Moore fue contratado por Doheny el 23 de agosto de 1914 por $2 500 al a?o para prestar servicios a la Mexican Petroleum Company y sus subsidiarias. El arreglo fue renovado cada a?o hasta 1918 y qui z?s por m?s tiempo. Moore recibi? $2 500 adicionales por sus servicios relacionados con la Gran Comisi?n Mexicano-Norteamericana. La suma parece peque?a hoy d?a, pero debe ser comparada con los sueldos del
Departamento de Estado en esa ?poca. Por ejemplo, en 1918, Wilbur J. Carr, el director del servicio consular, recib?a un sueldo anual de $4 500, despu?s de veintis?is a?os en el Departamento de Estado. Vid.
tambi?n Harold Walker a Moore (1? sep. 1916) , L. S. Rowe a Moore
(10, 20 sep. 1916), Moore a Frederick R. Kellog (11, 20 ene., 4, 8, feb., 30 jul. 1917), O. D. Bennett a' Moore (19 sep. 1917) , Moore a Bennett (29 ago. 1917) en LC, JBM, caja 134.
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de Estado y que a ?l mismo se deber?a gran parte de la estructura legal con que operar?an hasta 1923 el Departa
mento de Estado y las compa??as petroleras.
Moore tambi?n realiz? un significativo papel al relacio nar a los intereses Doheny con sus numerosos contactos en Washington. Sobresal?a entre ellos Le?n J. C?nova, quien en 1915 fue nombrado jefe de la reci?n creada Divisi?n de Asun tos Mexicanos del Departamento de Estado. C?nova era co
nocido en Washington por sus acres apreciaciones sobre
M?xico. En junio de 1916 inst? al secretario Lansing a evitar la intervenci?n y simplemente emplear cualquier acci?n di recta de M?xico como pretexto para declarar la guerra. Con sideraba que "el estado de guerra nos dar?a libertad de acci?n y nos exentar?a de obligaciones internacionales y de cualquier otro tipo, las cuales en caso de intervenci?n no podr?an ser
negadas o evitadas". C?nova odiaba a Carranza con verda
dera pasi?n. Seg?n el. juicio de C?nova, era "temper amen tal mente inepto, obstinado, eg?latra, arrogante e ineficiente en
suma". Insisit?a en que un en?rgico diplom?tico fuese en viado a la ciudad de M?xico con la orden de ser firme con Carranza.15
15 C?nova constitu?a una importante fuente de informaci?n para las compa??as petroleras y una figura clave para los miembros de la burocracia, el congreso y la industria petrolera que deseaban ser inflexi bles con M?xico. Cuando Fletcher fue nombrado embajador C?nova pre par? catorce memoranda referentes a varios problemas en las relaciones entre los Estados Unidos y M?xico, que habr?an significado el estable cimiento de un virtual protectorado si alguna de las dos naciones los hubieran considerado seriamente. C?nova a Lansing (19 jun. 1916) , me
mor?ndum a Lansing (14 feb. 1916), paquete de 14 memoranda para Fletcher (10 feb. 1917), en LC, HPF, caja 4. Fletcher result? demasiado
d?cil para C?nova. El 15 de octubre de 1917 C?nova envi? un largo
memor?ndum a Lester H. Woolsey, quien fung?a como procurador del Departamento de Estado y con quien tambi?n habl?, y se quej? de que Fletcher no transmit?a las firmes instrucciones diplom?ticas que eran enviadas desde Washington. Seg?n C?nova, Fletcher era un hombre d? bil y no era lo suficientemente en?rgico con Carranza. C?nova a Woolsey (15 oct. 1917), en LC, LHW, caja 57.
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Cuando se restablecieron las relaciones, el primero de oc tubre de 1916, Henry Prather Fletcher, embajador en Chile y diplom?tico de carrera, fue nombrado por Wilson emba jador en M?xico, con instrucciones de llevar a cabo una po l?tica d? no interferencia y no intervenci?n. C?nova no tard?
mucho en molestarse. En los primeros meses de 1917 M?xico adopt? una nueva constituci?n, y los Estados Unidos decla raron la guerra a las potencias centrales. Para muchos norte americanos los dos hechos estaban relacionados; ambos, pro ductos de la torpe diplomacia del Telegrama Zimmerman y de los rumores acerca de actividades alemanas en M?xico.
Las compa??as petroleras avivaban los rumores siempre que pod?an y los asociaban con los intentos del r?gimen de Ca rranza para establecer un control legal y f?sico de la produc ci?n petrolera y de las ?reas de producci?n. El gobierno de Wilson pronto se percat? de que persegu?a dos fines que no eran perfectamente compatibles: no interferencia y no inter
venci?n en M?xico, y ganar la guerra en Europa, lo que requer?a petr?leo mexicano. En a?o y medio, entre abril
de 1917 y diciembre de 1918, el gobierno pudo cumplir con lo segundo despu?s de vencer ciertos escr?pulos en cuanto a lo
primero.
Fue una tarea dif?cil, ya que gran parte del gobierno (in clusive los Departamentos de Estado y de Guerra) ten?a la convicci?n de que los esfuerzos legales y militares de Ca rranza encaminados a tener control de la industria petrolera estaban inspirados y dirigidos por los alemanes, lo que traer?a
como resultado la terminaci?n del suministro de petr?leo a los aliados. El presidente y el Departamento de Estado desea ban continuar con la pol?tica ideal de no interferencia y no intervenci?n, pero pronto adoptaron una m?s realista para mantener el flujo del petr?leo. Esa pol?tica estaba caracte rizada por tener cinco potenciales puntos de apoyo, y cuales quiera de ?stos podr?an ser empleados para cumplir con el prop?sito de preservar el suministro de petr?leo. Un delicado equilibrio deb?a ser mantenido entre estos cinco puntos de
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apoyo o recursos pol?ticos, que pueden ser descritos de la si guiente manera:
A. Apoyo al general rebelde Pel?ez. B. Intervenci?n militar. C. Aislamiento de M?xico frente a Alemania, Latino am?rica y los aliados.
D. Representaciones y protestas diplom?ticas con motivo del art?culo 27 de la constituci?n de 1917 y el asunto de los derechos de las compa??as petroleras. E. Condicionamiento de los pr?stamos a M?xico, que se har?an dependientes de la operaci?n continua de las compa ??as petroleras all?.
El primero de estos recursos o puntos de apoyo era la
protecci?n f?sica de las propiedades petroleras por medio del auxilio indirecto del general Manuel Pel?ez, un l?der rebelde que hab?a protegido los intereses petroleros frente a Carran za desde 1914. Era miembro de una familia poseedora de una extensa ?rea de importantes tierras petrol?feras cerca de Tam
pico. Su ej?rcito consist?a de 4 000 a 6 500 residentes locales, trabajadores petroleros y pistoleros, quienes recibieron armas
y dinero de Doheny y otros petroleros, inclusive de los in gleses.16 Pel?ez vendi? protecci?n ante el ej?rcito de Carranza y los bandoleros al precio de 100 000 d?lares mensuales. Era un arreglo mutuamente satisfactorio, puesto que evitaba la necesidad de una intervenci?n militar norteamericana. Las compa??as petroleras tambi?n apoyaron a Pel?ez en Wash ington e instaron al Departamento de Estado a abstenerse 16 En 1919 Dana G. Munro redact? una serie de memoranda sobre
el general Pel?ez. Una versi?n breve aparece en un informe y reco
mendaciones del Comit? de Enlace Econ?mico titulado "The petroleum policy of the United States" (11 jul. 1919), en NA, RG 59, 811.6363/45. Vid. un memor?ndum m?s amplio, titulado "Review of the petroleum situation in Mexico and the Caribbean region" (14 mayo 1919), en NA, RG 70, estante 131, exp. 54.
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de hacer pr?stamos o enviar armas y parque a Carranza.17
En septiembre de 1917 la empresa de Doheny logr? que
Fletcher aceptara disuadir al gobierno mexicano de llevar a cabo una expedici?n en contra de Pel?ez y los campos pe troleros. Fletcher se encontr? con una firme resistencia en
M?xico. Inform? al subsecretario Frank Lyon Polk que los funcionarios del gobierno carrancista hab?an acusado a las compa??as petroleras inglesas y americanas de suministrar armas, parque y dinero a Pel?ez y de mantener viva la re sistencia en contra de Carranza en las regiones del Golfo. Polk tuvo mejor suerte con el embajador de M?xico en Wash ington y recibi? seguridades de que el gobierno no planeaba ning?n ataque importante a los campos petroleros.18 17 T?pico de la admiraci?n mostrada por las compa??as petroleras hacia Pel?ez es un extracto de la siguiente carta de Walker (de la Me
xican Petroleum Company) a Gordon Auchincloss: "Todo el asunto est? ahora en manos de un protector interesado, quien diligentemente
ha expulsado a cualquiera que... sea alem?n, austr?aco o sueco... Gracias a ?l, la escasez de petr?leo y gasolina no se ha sentido... Por lo tanto, cualquier cosa hecha para facilitar un ataque en contra de Pel?ez; para reconocer, por ejemplo, el control de Carranza de este pa?s, el cual no controla, y su derecho para disparar, atrincherarse y dinami tar en esa selva en nombre del gobierno constituido, es una medida destructora de los abastecimientos norteamericanos y por lo tanto una ayuda a las potencias centrales, adem?s de ser una manera indigna de tratar a un valiente amigo..." Walker a Auchincloss (9 sep. 1917), en NA, RG 59, 812.6363/312. Vid. New York Times (5, 6 feb. 1918) , p. 13. Se trata de un editorial en apoyo a Pel?ez, considerado como un "l?der
notable". Comp?rese la opini?n de Walker acerca de Pel?ez con la de su patr?n ante el Comit? de Relaciones Exteriores, donde Doheny bajo juramento testific? que "puesto que nosotros somos los abogados y los apoyos de Pel?ez, tal como se ha imputado en los peri?dicos y por [Luis] Cabrera en el congreso mexicano, insist?amos en que Carranza deb?a conservar las suficientes fuerzas all? para mantener fuera a Pe l?ez". Investigation, 1920. 18 La cuesti?n m?s importante es la siguiente: ?Apoy? el Departa mento de Estado a Pel?ez? En un sentido estrictamente t?cnico la res
puesta es no. El segundo secretario adjunto, Alvee A. Adee, lo neg? ofi
cialmente el 25 de agosto de 1919, despu?s de haberse realizado una
revisi?n de los expedientes. Sin embargo, Polk y Fletcher sab?an del
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El Departamento de Guerra y la Marina prontamente se preocuparon por la corriente petrol?fera que nac?a en los campos pr?ximos a Tampico y se dirig?a hacia la flota in glesa del Mar del Norte. Inmediatamente despu?s de que los Estados Unidos entraron en la guerra la Marina apost? bar cos armados adicionales en las cercan?as de Tampico y Tux pan para proteger las refiner?as y las terminales de carga. C?nova apoy? la actividad escalonada de la Marina y sugiri?
a Lansing que ?sta tuviera armas que pudieran ser envia
das a los empleados de las compa??as petroleras en caso de
urgencia. Adicionalmente, C?nova envi? copia de toda la correspondencia importante al Departamento de Guerra, para uso de su servicio de inteligencia.19 Cuando a finales de 1917 result? aparente que Carranza intentaba atacar a Pel?ez y los campos petroleros, C?nova y el Departamento de Guerra formularon un plan de guerra (wpd 6474-408) como un segundo recurso para la protecci?n
de las empresas petroleras en M?xico. C?nova hab?a dado por in?til la diplomacia con Carranza algunos meses antes y trabajaba ya directamente con el Departamento de Guerra asesor?ndolo acerca de las condiciones del ?rea pr?xima a Tampico y Tuxpan. El plan wpd 6474-408 ordenaba inicial mente ai la Marina apoderarse de Tampico y los alrededores. El segundo paso se?alaba el desembarco de una divisi?n es pecial que hab?a sido creada en mayo de 1917. Ambas habr?an apoyo dado por las compa??as petroleras y ambos intentaron, con alg?n buen ?xito, impedir que Carranza enviara tropas a los campos petrole ros. El 10 de mayo de 1918 Ruf us Daniel Isaacs, conde, de Reading, alto comisionado ingl?s y embajador en misi?n especial en los Estados Uni dos, discuti? con Auchincloss el papel de Pel?ez como amortiguador en caso de una intervenci?n de las fuerzas militares de los Estados Unidos. Se habl? con Pel?ez acerca del asunto, y resulta razonable creer que los agentes del Departamento de Guerra que fueron enviados a Tampico establecieron contacto con Pel?ez e hicieron arreglos similares. Reading a Auchincloss (10 mayo 1918) , en NA, RG 59, 812.6363/402. 19 Contraalmirante Samuel McGowan al jefe de operaciones navales (17 abr. 1917), en NA, RG 80, 13 668/259; C?nova a Lansing (14 abr. 1917), en NA, RG 59, 812.6363/308.
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de ocupar todas las tierras petrol?feras de Tampico y Tux pan, con excepci?n de aquellas ?reas controladas por la em presa inglesa de Cowdray.20 Con algunas modificaciones, el plan continu? vigente has ta 1920. Pel?ez sobrevivi? tambi?n. Aunque fue arrojado de los campos petroleros en varias ocasiones, el astuto rebelde pudo acosar las largas l?neas de suministro gubernamentales y regresar a; los campos petroleros tan pronto se retiraban las
fuerzas carrancistas. La situaci?n prevista que hab?a justifi cado la formulaci?n del plan wpd 6474-408 ?la toma de las
propiedades petroleras por parte del gobierno mexicano? nunca ocurri?. El apoyo que recibi? Pel?ez de las compa??as petroleras y la informal bendici?n dada a este apoyo por los De-partamentos de Guerra y de Estado frustraron los planes del gobierno mexicano.21
El tercer recurso pol?tico depend?a del aislamiento de M?xico con respecto a Alemania, las otras naciones latino americanas y los aliados por medios militares y diplom?ticos.
La presencia de la Marina en los puertos y en las cercan?as de las costas de M?xico cort? eficazmente el contacto con Ale mania. Ciertas t?cnicas propagand?sticas y algunas actividades clandestinas en M?xico reforzaron los esfuerzos del gobierno norteamericano para neutralizar cualquier influencia que tu vieran los alemanes en M?xico. El gobierno de Wilson tambi?n intent? aislar la neutra lidad de M?xico por medio de la participaci?n de otros pa? ses latinoamericanos en la guerra. Despu?s del inicio de ?sta, Lansing sugiri? a Wilson que "... ser?a ben?fico para nues tros intereses tener a Guatemala en la guerra y muy posible mente a Honduras, lo que dar?a oportunidad de vigilar cons tantemente a M?xico en caso de que su gobierno adoptara
20 Memor?ndum del general brigadier Lytle Brown al jefe del Es tado Mayor (8 mayo 1918), en NA, RG 165, WPD 6474-409. 21 Vid. Memor?ndum de Munro (14 mayo 1919), en NA, RG 70, estante 131, exp. 54; Agenda confidencial de Frank Lyon Polk, en YUA,
FLP.
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cualquier medida que favoreciera a Alemania".22 Wilson in mediatamente respondi? que estaba "preparado para entrar en el entendimiento que [Guatemala] sugiera". Para fines de 1917 Cuba, Guatemala y Panam? hab?an declarado la gue rra. Para julio de 1918 Brasil, Costa Rica, Hait?, Honduras y Nicaragua se hab?an unido a las tres primeras naciones, en tanto que Bolivia, la Rep?blica Dominicana, Ecuador, Per? y Uruguay rompieron relaciones diplom?ticas. ?nicamente Argentina, Chile, M?xico, Paraguay, El Salvador y Venezuela permanecieron neutrales. Las dos m?s estrat?gicas ?reas en el Caribe ?el Canal y los campos petroleros mexicanos? eran el principal objeto de una diplomacia regional dise?ada para reducir al m?nimo la actividad alemana en el ?rea.28 La separaci?n de M?xico de los aliados y el establecimiento de una ?nica voz aliada en M?xico se hab?an producido casi rutinariamente para abril de 1917, y hab?an terminado tem poralmente con la rivalidad entre las empresas petroleras in glesas y norteamericanas en M?xico. Un poco antes, Inglaterra
hab?a enviado a sir William Tyrnell a Washington como
respuesta al discurso de Wilson de Mobile y al memor?ndum del 27 de octubre de 1913, los cuales atacaban los intereses petroleros brit?nicos y el reconocimiento de Carranza. Con barruntos de guerra, sir Edward Grey, secretario de relacio nes ingl?s, instruy? a Tyrnell, subsecretario permanente, que aminorara los problemas y que cimentara a cualquier costo la amistad angloamericana. Las conversaciones entre Tyrnell y Wilson tuvieron como resultado un intercambio de prome sas: Inglaterra no inteferir?a en la pol?tica mexicana del pre sidente Wilson y los Estados Unidos se responsabilizar?an de la protecci?n de los intereses brit?nicos en M?xico.24 El re 22 Lansing a Wilson (12 abr. 1917) , en Foreign relations, 1939, ii, pp. 5, 24; Wilson a Lansing (13 abr. 1917), en Foreign relations, 1939, ii, p. 6. 23 Bailey, 1942, pp. 313-314. 24 Cline, 1952, pp. 148-50. Vid. tambi?n Platt, 1968, pp. 326-327. Seg?n Platt, el secretario de Estado, William Jennings Bryan, estaba ac tuando de acuerdo con la suposici?n de que miembros del gabinete in
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gateo referente al petr?leo se condujo razonablemente bien,
tal como lo indican los diarios de Polk y Lansing. Varias anotaciones dan testimonio de la amplitud de las consultas entre M?xico y los Estados Unidos. El 11 de noviembre de 1916 un representante de la embajada brit?nica se entrevist? con Polk para expresar la preocupaci?n del gobierno ingl?s por la intranquilidad en los campos petroleros. Se le dijo que "estamos observ?ndola".25 El 23 de abril de 1917 Polk vio a
sir Thomas Hohler, encargado de negocios de la Gran Bre ta?a en la ciudad de M?xico. M?s tarde anot? en su diario que ?ste hab?a "se?alado los dos caminos que ten?an abiertos:
romper relaciones o dejar solo a Carranza".26 El gobierno brit?nico no estaba satisfecho con el tratamiento que Ca rranza daba a los residentes ingleses, pero a causa de la gue rra poco se pod?a hacer excepto romper relaciones. En di ciembre Inglaterra rompi? relaciones con M?xico y Hohler nuevamente se entrevist? con Polk. Un a?o despu?s Hohler
inform? a Polk que estaban divididas las actitudes acerca de M?xico en el gobierno brit?nico y que ?l, Hohler, favorec?a el apoyo a un oponente de Carranza. Polk, que deseaba man tener el delicado equilibrio pol?tico establecido en el oto?o de 1917, previno al embajador ingl?s de no ser precipitado.
Polk dijo que "cre?a que Carranza estaba en una delicada
posici?n. Si ?l [Carranza] no colaborara con nosotros estar?a arruinado oficialmente, y si colaborara con nosotros los ale manes se predispondr?an en contra de [?l]".27 gl?s, incluyendo a sir Edward Grey, estaban al servicio de las compa
??as petroleras y que el resultado de esto fue el reconocimiento de
Huerta por parte de Inglaterra. En opini?n de Platt, resultaba dif?cil
para la Gran Brta?a dar seriedad a Bryan y Wilson. Vid. tambi?n
Scholes y Scholes, 1968, pp. 152-180, para profundizar en la cuesti?n de las dudas de Inglaterra respecto a M?xico antes de 1917. 25 Agenda confidencial de Frank L. Polk (16 nov. 1916) , en YUA. FLP. 20 Agenda confidencial de Frank L. Polk (23 abr. 1917), en YUA, FLP. 27 Agenda confidencial de Frank L. Polk (13 nov. 1917), en YUA, FLP.
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El 17 de agosto de 1917 William Wiseman, agente del
servicio secreto brit?nico, manifest? a Arthur Balfour, secre
tario ingl?s de relaciones, que cre?a que Wilson estaba en contra de cualquier apoyo del gobierno de su majestad bri t?nica a la oposici?n rebelde anticarrancista, y que la situa ci?n en M?xico mejoraba. Wiseman escribi? a Balfpur que Wilson insistir?a en que el gobierno mexicano "... tratara el abastecimiento de petr?leo del pa?s de acuerdo con los principios reconocidos de la ley internacional y los derechos de las naciones extranjeras".28 Inglaterra estaba manifiesta mente descontenta a causa de los sucesos en M?xico, pero poco se pod?a hacer excepto solicitar una acci?n directa de Washington. Wilson y el Departamento de Estado quer?an tratar* con M?xico empleando una sola voz. No deseaban que el gobierno brit?nico se entrometiera en lo que era ya un delicado equilibrio pol?tico. El cuarto recurso pol?tico era el m?s p?blico, puesto que peri?dicos y revistas dedicaban muchas p?ginas al asunto. El intercambio de notas diplom?ticas acerca de la constituci?n de 1917 y su art?culo 27 era foco de atenci?n del inter?s p?blico y motivo de preocupaci?n de las compa??as petrole ras. El art?culo 27 devolv?a la propiedad del subsuelo a la naci?n, a lo cual se opon?an firmemente las compa??as pe troleras.29 El gobierno de Wilson hab?a sido colocado entre ellas y el gobierno mexicano y requer?a de la cooperaci?n de ambos con el objeto de mantener el movimiento del flujo petrolero hacia la guerra. Las compa??as productoras estable cidas en M?xico pod?an hacer llegar sus consideraciones a los diferentes departamentos del gobierno norteamericano y a una buena cantidad de funcionarios. Al menos seis compa ??as petroleras propiedad de empresas norteamericanas y con operaciones en M?xico ten?an representaci?n en el Comit? de Asesoramiento Petrolero y en su organismo sucesor, el 28 Fowler, 1969; pp. 211-212.
23 El autor no intenta analizar el plan de acci?n ni las opciones
abiertas al gobierno carrancista en M?xico. Vid. Meyer, 1968.
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Comit? Nacional de Petr?leo para la Guerra, perteneciente al Consejo de Industrias de Guerra. Todas ellas manten?an una relaci?n directa con el director de petr?leos de la Ad ministraci?n de Combustibles, Mark L. Requa. Y muchos de los empresarios, como Doheny, conoc?an a miembros del ga binete, a importantes funcionarios gubernamentales y a varios
congresistas. Los petroleros eran mejor recibidos en Wash ington que el gobierno mexicano.
Bajo presiones sin precedente se encontraron el secretario Frank Lansing, el subsecretario Frank Lyon Polk, el emba
jador Fletcher y el Departamento de Estado. Las compa
??as petroleras y algunos l?deres del congreso los acusaron de ser sumamente blandos con M?xico. El presidente pensaba que estaban ?ntimamente comprometidos con las compa??as
petroleras, el gobierno mexicano los acus? de apoyar a la oposici?n en M?xico, y los aliados murmuraron que estaban ligados a la soconj. Como si esto no fuera suficiente, C? nova, el jefe de la Divisi?n de Asuntos Mexicanos, favorec?a la intervenci?n y manten?a informados al Departamento de Guerra y a? sus amigos de las compa??as petroleras sobre los actos del gobierno en lo tocante a los asuntos mexicanos. Constantemente recalcaba la amenaza alemana y abogaba por una intervenci?n militar, hasta que fue separado de su cargo por haberse identificado demasiado con las compa??as petro leras. Los tres funcionarios mencionados estaban personalmen
te molestos por el papel que hab?an desempe?ado. A pesar de las presiones, tuvieron buen ?xito en sus esfuerzos por mediar
entre el gobierno mexicano, el presidente Wilson, los aliados y las compa??as petroleras.
Los aspectos legales de este asunto, tal y como se desarro llaron de 1917 a 1919 fueron muy complejos y cr?ticamente
importantes para el curso de las relaciones mexicano-norteame
ricanas durante los seis a?os siguientes. Fundamentalmente, M?xico buscaba, a trav?s de la constituci?n de 1917, estable cer la propiedad gubernamental de los minerales, el petr?leo y todos los hidrocarburos. Poco despu?s de la aprobaci?n de la nueva constituci?n el r?gimen de Carranza impuso la ley This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:21 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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del timbre para todos los productos derivados del petr?leo.80 El a?o siguiente, el 19 de febrero de| 1918, grav? con un alto impuesto las tierras petrol?feras.81 M?xico no ten?a alterna tiva: la naci?n estaba en quiebra, fuertemente endeudada con bancos extranjeros y sin otra fuente financiera que aportara
el dinero que desesperadamente necesitaba. El primer im
puesto no era excesivo; empero, las empresas petroleras pro testaron. Como respuesta a su protesta Lansing envi? una
nota diplom?tica en la cual se?alaba que el decreto del 13
de aril de 1917 referent0 al impuesto parec?a ser una "confis
caci?n de los derechos norteamericanos por medio de una
legislaci?n retroactiva".32 Sin embargo, puesto que Carranza no controlaba los campos petroleros, no pod?a cobrar eficaz mente los impuestos que se deb?an y, consecuentemente, el impuesto no afect? mayormente a las compa??as petroleras. Fletcher no estaba de acuerdo con las compa??as petrole ras. Inform? al coronel Edward M. House, amigo y consejero de Wilson, en un almuerzo que tuvo lugar el 18 de julio de 1917, que las compa??as petroleras ten?an grandes concesiones
y protestaban por un impuesto del diez por ciento que ya hab?an compensado por medio de un incremento en los pre cios, y que encima de eso solicitaban una ocupaci?n militar de los campos petroleros. House y Fletcher coincidieron en que el impuesto era razonable y deploraron la posibilidad de que las compa??as petroleras desearan intervenci?n y gue rra para evitar su cobro. Confiaban en que se reanudaran las relaciones amistosas y que entonces se incrementara la pro ducci?n, porque "... eso es lo m?s importante ahora".33
El decreto del 19 de febrero de 1918, que impon?a un
alto impuesto sobre las tierras petrol?feras, era un asunto muy 30 Fletcher al secretario de Estado (19 abr. 1917), en Foreign re
lations, 1917, pp. 1065-1066. 31 El encargado de negocios en M?xico al secretario de Estado (20 feb. 1918), en Foreign relations, 1918, pp. 689-697. 32 El secretario de Estado al embajador Fletcher (6 jun. 1917) , en Foreign relations, 1917, pp. 1067-1068. 33 17 jun. 1917. Seymour (ed.), 1926.
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diferente. El decreto creaba un impuesto gradual para todas las rentas cobradas por tierras alquiladas a los productores petroleros. La escala del impuesto sobre la renta se iniciaba con un diez por ciento y las regal?as ten?an un impuesto del cincuenta por ciento; Lo m?s notable del decreto era que los productores deb?an cobrar los impuestos a los propietarios
mexicanos que alquilaban la propiedad, y deb?an tambi?n enviar el dinero recaudado al gobierno de Carranza. Se tra taba de una inteligente disposici?n, elaborada para dar la responsabilidad del cobro a las compa??as petroleras en aque llas ?reas donde el gobierno de Carranza ten?a poco control. El decreto tambi?n gravaba directamente las tierras pertene cientes a los productores con una renta de cinco pesos por acre y cinco por ciento de todas las ganancias de la produc ci?n. Obligaba tambi?n a registrar todas las tierras petrol? feras, so pena de recibir multas o sufrir confiscaci?n si no se
cumpl?a con este requisito. El decreto despert? los temores de Washington y de los petroleros. Justamente dos semanas antes las fuerzas carran cistas hab?an saqueado los campos petroleros al perseguir a Pel?ez, llev?ndose provisiones y animales de tiro y dando as? la impresi?n de que el primer jefe cumpl?a con su amenaza de recuperar el control de los campos petroleros.34 Como ya era pleno invierno, la escasez de petr?leo de los aliados era
grave, tanto en los Estados Unidos como en Europa. El 1? de marzo de 1918 el consumo de petr?leo combustible y ga solina hab?a hecho bajar las existencias a su punto m?s bajo durante la guerra.35 Requa, el reci?n nombrado zar del pe tr?leo, present? a Wilson un complejo plan para la compra de los campos petrol?feros mexicanos y para una posible intervenci?n. Aunque el presidente rechaz? el plan,36 la si 34 El secretario de Estado al encargado de negocios en M?xico (17 feb. 1918), el c?nsul en Tampico al secretario de Estado (19 feb. 1918), en Foreign relations, 1918, pp. 688-689. 35 vid. PoGUE, 1921, pp. 278-279. 3G Garfield a Wilson (28 feb. 1918) , Wilson a Garfield (1<? mar. 1918), en LC, WW, exp. 664a.
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tuaci?n en el Departamento de Estado era suficientemente seria para el secretario Lansing, quien deb?a sostener desde el 19 de febrero de 1918 prolongadas discusiones con Phillip Patchin, jefe de la Divisi?n de Inteligencia Extranjera, con el objeto de preparar a Latinoam?rica para una intervenci?n norteamericana en Tampico.87 La situaci?n inmediata fue menos grave cuando las fuer zas carrancistas se retiraron de los campos petroleros. Lansing
y Polk recurrieron a Fletcher para recibir consejo. Fletcher sugiri? que las compa??as petroleras ?inglesas y norteameri canas? actuaran como un grupo unido cumpliendo o desobe deciendo el decreto del 19 de1 febrero de 1918 y que todos los
remedios legales fueran agotados en M?xico antes de que los Estados Unidos respondieran oficialmente.88 Las compa ??as petroleras procedieron a formar la Asociaci?n de Pro ductores de Petr?leo de M?xico, convirtiendo as? en oficial lo que por alg?n tiempo hab?a sido un simple arreglo in formal, ilegal de acuerdo con lo estipulado en los decretos antimonopolistas Sherman y Clayton. La Asociaci?n escogi? como abogados a Nelson R. Rhodes y James R. Garfield (hermano del funcionario de la Administraci?n de Combus
tibles) y los envi? a negociar con Alberto J. Pa?i, secretario de Industria, Comercio y Trabajo. Las negociaciones tuvieron como resultado una extensi?n del decreto hasta el 31 de ju lio de 1918, y tambi?n crearon cierta esperanza de que el
gobierno de Carranza modificar?a las disposiciones del de creto.89 Esta esperanza fue destruida por la publicaci?n de otro decreto, el 9 de julio de 1918, que se?alaba mayores disposiciones en la ley de impuestos, dando lugar a la de 37 Los diarios de Polk y Lansing indican que el gobierno de Wil
son consider? seriamente la intervenci?n militar entre el 17 y el 23 de
febrero de 1918. El conde de Reading, Harold Walker y tambi?n la mayor?a de los principales funcionarios del Departamento de Estado conferenciaron con Lansing. Vid. Diario de Lansing, en LC, RL. 38 El embajador en M?xico al secretario de Estado (21 mar. 1918), en Foreign relations, 1918, p. 711. 39 vid. Foreign relations, 1918, pp. 720-772.
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nuncia o la reclamaci?n de propiedades ociosas por parte de terceros. Este segundo decreto, aunado a una nueva actividad gubernamental en los campos petroleros y a ciertos rumores en el Departamento de Guerra, fue el m?s serio reto enfren tado hasta ese momento por la pol?tica expresa de no in tervenci?n del presidente Wilson.40 Las presiones para la intervenci?n provinieron de dentro y de fuera del gobierno. Las compa??as petroleras y el c?n sul en Tampico, George Dawson, informaron de una fricci?n creciente entre las fuerzas carrancistas, Pel?ez y las compa??as
petroleras.41 C?nova y la Divisi?n de Planes de Guerra del Departamento de Guerra elaboraron una versi?n corregida del wpd 6474-408 con el objeto de preparar la entrada sub repticia de una fuerza de avanzada oculta en buques-tanque o en otra forma de transporte similar y apoyada por traba jadores petroleros norteamericanos e ingleses armados. El plan original presupon?a que las fuerzas carrancistas no des truir?an pozos y almacenes, pero en el nuevo plan s? fue tomada en cuenta esa posibilidad.42 El plan corregido wpd 6474-408 tambi?n inclu?a el env?o de oficiales del ej?rcito como agentes secretos, disfrazados de trabajadores petroleros, para preparar el desembarco de tro pas. El jefe de la Divisi?n de Planes de Guerra recomend? el plan al jefe del Estado Mayor y ?ste a su vez al secretario de Guerra, Newton Baker, quien a su vez present? el asunto al secretario de Estado, Lansing. El 8 de junio de 1918 Lan sing respondi? solicitando al secretario Daniels que reuniera a 6 000 infantes de marina en Galveston, Texas, para su even tual empleo en los campos petroleros. El 19 de junio de 1918 40 El embajador en M?xico al secretario de Estado (18 jul. 1918),
en Foreign relations, 1918, pp. 742-743.
41 Dawson al secretario de Estado (5 ago. 1918), Dawson al secre
tario de Estado (19 feb. 1918), Fletcher al secretario de Estado (25 feb. 1917) , Dawson al secretario de Estado (14, 15 abr. 1918), en Foreign relations, 1918, pp. 670-679, 688. 42 Brown al jefe del Estado Mayor (8 mayo 1918) , en NA, RG 165, WPD 6474-409.
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C?nova obtuvo aprobaci?n oficial de Lansing referente a la decisi?n del Departamento de Guerra de enviar a agentes secretos del ej?rcito a Tampico. Puesto que C?nova estaba en contacto directo con los empresarios petroleros, es posible que muchos de ellos hayan sido consultados e informados de los planes.43
Para junio de 1918 no todo el mundo oficial de Wash
ington estaba convencido de que la situaci?n en los campos petroleros fuera tan seria como lo hab?a hecho creer Requa, el zar petrolero. De hecho, despu?s de haber recibido la soli citud de Lansing acerca de los infantes de marina, Daniels, secretario de Marina, pidi? al oficial naval al mando de las fuerzas de Tampico que constatara la exactitud de los in formes de los departamentos de Estado y Guerra. Se le infor
m? que los campos petroleros hab?an estado en calma en
los meses precedentes. Entonces Daniels escribi? al presidente con el objeto de explicar la solicitud y confirmar la disposi ci?n de la Marina y del cuerpo de infantes de marina para 43 El 4 de mayo de 1918 el general brigadier Lytle Brown escri
bi? al jefe del estado mayor del Departamento de Guerra lo siguiente:
"En vista de los informes del distrito de Tampico, que indican un
considerable aumento en el poder?o de las fuerzas carrancistas en ope raci?n contra Pel?ez, es posible que las fuerzas gubernamntales obten gan eventualmente el completo control de los campos petroleros. Esto nulificar?a las medidas existentes para mantener a los alemanes fuera de este importante distrito, ya que el gobierno carrancista parece estar bajo la influencia alemana". Entonces el secretario de Guerra Newton Baker escribi? a Lansing y se?al?: "Resulta oportuno en este momento considerar el posible efecto que haga sentir en las compa??as petrole
ras de Tampico el amenazante dominio de ese distrito por parte de
las fuerzas del gobierno carrancista, que se encuentra bajo la influencia alemana. Las posibilidades de da?o son tan grandes que podr?a ser acon sejable notificar al gobierno mexicano de que cualquier acci?n oficial
por parte suya tendiente a la destrucci?n de las propiedades petro leras o a la reducci?n de la producci?n debe ser contemplada por el
gobierno de los Estados Unidos como un acto deliberadamente hostil". Brown al jefe del Estado Mayor (4 mayo 1918), Baker al secretario de Estado (11 mayo 1918), en NA, RG 165, 10866-16. Vid. tambi?n el dia
rio de Lansing (19 jun. 1918), en LC, RL.
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acatar las ?rdenes pertinentes. Tambi?n indic? ?con lo cual supuestamente estar?a de acuerdo Polk? que nada se deber?a hacer hasta que los negociadores de las compa??as petrole ras, Garfield y Rhodes, regresaran de la ciudad de M?xico, haciendo notar que el desembarco de tropas ser?a un acto de guerra en contra de M?xico.44 Wilson respondi? inmediatamente: estaba de acuerdo con la demora. Sin embargo, m?s importante era que su respues ta no descartaba la intervenci?n: "Creo que su apreciaci?n sobre el asunto es acertada, y que al menos debemos esperar hasta que tengamos mayor informaci?n acerca de las condi ciones en los campos petroleros de Tampico." 45
A mediados de julio de 1918 una seria divisi?n se pro dujo en el gobierno con relaci?n al problema petrolero en M?xico. Se hab?a llegado a una coyuntura favorable a la in tervenci?n. La opini?n era compartida por el Departamento de Guerra, por C?nova y Lansing en el Departamento de 44 El comandante del Cuerpo de Infantes de Marina de los Estados
Unidos dijo a Lansing que pod?a enviar a los infantes, pero el almi rante George S. Benson le inform? que no pod?a proporcionar barcos tan apresuradamente, ya que todos ellos cumpl?an con otros servicios.
La Marina ten?a sus propios canales de comunicaci?n con Tampico y dudaba de los juicios dados por Lansing, quien a su vez era aconsejado
por C?nova, el general Brown y el secretario de Guerra, Baker. Daniels, por lo tanto, escribi? a Wilson: "La opini?n del Departamento de Ma rina acerca de esto es, por supuesto, que siempre hay peligro en los campos petroleros de Tampico y sus alrededores, y que cada pocos me ses parece volverse m?s agudo, por lo que ser?a necesario no s?lo des embarcar en M?xico sino penetrar en el pa?s para proteger los pozos petroleros, lo que ser?a, seg?n entiendo, un acto de guerra en contra de M?xico". Daniels tambi?n se puso en contacto con el comandante naval a cargo del escuadr?n localizado frente a Tampico, quien le dijo: "Las condiciones de los campos petroleros han sido de gran tranquilidad en el mes pasado. No hemos sabido de quejas recientes y los c?nsules in gl?s y norteamericano informan de condiciones tranquilas". Daniels a
Wilson (10 jun. 1918) , en LC, WW, caja 34, exp. 21. Lansing p?blica mente desminti? los informes acerca de que el desembarco de los in fantes de marina hab?a sido discutido. New York Times (26 jun. 1918) .
45 Wilson a Daniels (10 jun. 1918), en LC, WW, caja 34, exp. 21.
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Estado, por Bernard Baruch, Requa y Garfield en el Con
sejo de Industrias de Guerra y la Administraci?n de Combus tibles. Otros, entre los que se contaban Daniels, el embajador Fletcher, Polk y, por supuesto, el presidente Wilson, no es taban todav?a convencidos de que se hubieran agotado todas las alternativas.
La Asociaci?n de Productores de Petr?leo de M?xico es
taba bien organizada, y los petroleros sab?an de la divisi?n interna gubernamental. Ten?an la capacidad y la decisi?n para realizar cualquier esfuerzo por alentar la intervenci?n echando mano de un s?lido apoyo diplom?tico. Los petro leros hicieron saber que Garfield y Rhodes hab?an recomen dado que las compa??as optaran por interrumpir sus opera ciones en lugar de obedecer las leyes de impuestos (decreto de 19 de febrero de 1918) que entrar?an en efecto el 31 de
julio de ese a?o. Se dio a conocer p?blicamente una carta de la Asociaci?n dirigida a Requa en la cual se predec?a
una inmediata p?rdida de petr?leo si el gobierno no proteg?a sus operaciones productoras ante Carranza. Requa respondi? dando a conocer el asunto a una buena cantidad de funcio narios gubernamentales y distorsionando deliberadamente la seriedad de la escasez de combustible en el verano.46
4G Walker a Polk (20 jul. 1918), en Foreign relations, 1918, p. 7435. ?Buscaban realmente la intervenci?n los petroleros, o estaban interesa dos en plantear un serio problema legal en los canales de la diploma cia del Departamento de Estado? Ciertamente, la empresa Doheny ?y
se puede suponer que tambi?n el resto de la industria petrolera? sa b?an perfectamente que lo que ped?an era esencialmente un acto de guerra. John Bassett Moore les hab?a se?alado la gravedad de tal acto. La carta dirigida a Requa es una excelente declaraci?n de la posici?n de las compa??as, y fue firmada por F. C. Proctor de la Gulf Oil Com pany, A. L. Beaty de la Texaco, Harold Walker de la Mexican Petro leum Company, J. W. Zavely y F. N. Watriss de la soconj y A. E. Watts, petrolero independiente. Las cifras de las acciones en julio y agosto de 1918 indican que las acciones de petr?leo combustible ha b?an aumentado considerablemente, desde el nivel bajo de febrero ante rior, y que el consumo de gasolina era casi normal, con una ca?da en las acciones a causa del verano. No obstante, las existencias parec?an
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Al irse de vacaciones Lansing los intervencionistas arreme tieron contra Polk. Frederick C. Proctor, abogado de la Gulf
Oil Company y l?der de la Asociaci?n de Productores de Petr?leo de M?xico, se entrevist? con el subsecretario y le inform? que las compa??as petroleras podr?an dejar de operar
a causa de la ley de impuestos y la intranquilidad en los
campos petroleros. Polk replic? que el Departamento de Es tado no ten?a informaci?n que indicara un empeoramiento de la situaci?n. Su apoyo a lo que lleg? a ser conocido como "la soluci?n pr?ctica" queda manifiesto en su diario: _sent?a la mayor simpat?a por ellos y ninguna por los mexi canos en relaci?n con la ley de impuestos. Al mismo tiempo la cuesti?n era pr?cticamente una si la producci?n de petr?leo no se deten?a, y si, dado el caso, estar?amos preparados para lan zarnos a una guerra contra M?xico con el objeto de obtener petr?leo. Afirm? que en mi opini?n deb?amos obtenerlo, pero no pod?amos actuar sin una declaraci?n de guerra. No hab?a otro proceder.47
Polk rehus? aconsejar formalmente a Proctor sobre qu? acci?n tomar, pero s? ofreci? su opini?n confidencial referente
a que los petroleros deb?an agotar sus derechos legales antes de presentar cualquier reclamaci?n expresa ante el Departa
mento de Estado.
Al d?a siguiente Proctor regres? acompa?ado de James R. Garfield al Departamento de Estado y se reuni? con Requa, Harry Garfield, Baruch, Daniels y Polk. Harry Gar adecuadas. Empero, Requa pint? un cuadro muy gris a los varios fun cionarios que visit?. Su papel en la divisi?n pol?tica debe ser conside rado como activo, aun si se considera su amplio inter?s por los asuntos mexicanos. V?ase Poc-ue, 1921, pp. 278-279; diario de Polk (27 jul. 1918),
en YUA, FLP.
47 Las breves y recortadas anotaciones del diario de Polk dejan mu cho que desear. Aqu? define la que es una "soluci?n pr?ctica". El autor sostiene que fue el modo convencional de proceder en el Departamento de Estado y entre los m?s importantes programadores pol?ticos del go bierno de Washington. Diario de Polk (22 jul. 1918) , en YUA, FLP.
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field, Baruch y Polk se unieron a los empresarios petroleros y apoyaron un plan de ocupaci?n de los campos petroleros a
cargo de las fuerzas militares de los Estados Unidos. Polk y Daniels no estuvieron de acuerlo. A continuaci?n Requa, Garfield, Baruch y Polk vieron al presidente. Garfield y Baruch dise?aron un plan para la ocupaci?n de los campos petroleros y revisaron brevemente la posici?n de los empre sarios sugiriendo que la acci?n pod?a ser llevada a cabo sin una formal declaraci?n de guerra.48 Daniels y Polk eran los portavoces de la llamada "soluci?n pr?ctica*'. No descartaron la intervenci?n, pero arg?yeron, en cambio, que el flujo pe trolero no hab?a sido interrumpido y que las compa??as petroleras deb?an continuar con sus gestiones en los tribu
nales mexicanos en tanto que el Departamento de Estado
presentaba su protesta por v?as diplom?ticas. Wilson coinci di? con Daniels y Polk, y el secretario de Marina anot? en
su diario que el presidente decidi? que "... los petroleros
no deb?an espantarnos".49 Fue una victoria temporal de los 48 El 6 de agosto de 1918 se pidi? a Moore que presentara un me mor?ndum a Kellogg para la empresa Doheny. Aconsej? lo siguiente:
"La confiscaci?n de la propiedad privada es una de las bases que jus
tifican la intervenci?n de los gobiernos a nombre de sus ciudadanos; pero la intervenci?n no implica necesariamente la intenci?n de usar la fuerza, y menos a?n implica el prop?sito de mantener a un ciudada
no en el extranjero como due?o real de la propiedad que posee all?. Ser?a en verdad dif?cil encontrar un caso en el que un gobierno haya llegado a ese extremo, lo que, obviamente, entra?a la suposici?n de una actitud esencialmente b?lica". "Memor?ndum sobre la situaci?n mexi cana y sus efectos en el petr?leo, el aceite y el gas", Moore a Kellogg
(6 ago. 1918) , en LC, JBM, 134. El juez Proctor y Requa aparecen
como los principales proponentes de la intervenci?n. 49 Hay mucha confusi?n acerca de las personas y las consideracio nes involucradas en esta reuni?n. Como fuentes v?anse el diario de Da
niels (9 ago. 1918) , en Cronon (ed.), 1963, p. 328, y el diario de Polk (9 ago. 1918) , en YUA, FLP. Obviamente Cline se confundi? y nom
br? a John R. Garfield como uno de los que asistieron a la reuni?n en la Casa Blanca, en lugar de Harry Garfield, quien fue el que ver
daderamente concurri?. Cline no parece haber sabido que una reuni?n
preliminar fue llevada a cabo antes de que el grupo se dirigiera a la
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abogados de la "soluci?n pr?ctica". Sin embargo los trueques que implicaba esta posici?n dieron ?uerza al Departamento de Estado en su apoyo al caso legal que los productores de petr?leo sosten?an en contra del gobierno de Carranza.
Tres d?as m?s tarde, el 12 de agosto de 1918, Lansing regres? al Departamento de Estado y envi? una de las m?s duras notas diplom?ticas en la historia de las relaciones entre los Estados Unidos y M?xico, en la cual protestaba por la ejecuci?n de los decretos de Carranza relativos al petr?leo y preven?a que los Estados Unidos proteger?an las propieda des petroleras.50 Fletcher recibi? el telegrama, visit? a Ca rranza al d?a siguiente y le ley? el contenido de la nota. Aunque Carranza no acept? del todo la advertencia, cancel? la ley de impuestos el 13 de agosto de 1918 por el tiempo que durara la guerra, y de esta manera hizo disminuir la crisis en Washington y Tampico. El decreto del 19 de febrero de 1918 hab?a resultado convencional.51 M?xico no intent? po
Casa Blanca y que no asisti? el presidente. Polk da la lista de las per sonas participantes en la reuni?n preliminar: Daniels, Baruch, Harry Garfield, Auchincloss, Proctor, Requa, James Garfield. Aparentemente, s?lo Polk, Daniels, H. Garfield, Requa y Baruch se reunieron con Wilson. Cline, 1952, p. 187. 50 La nota inclu?a una firme secci?n acerca de las propiedades petro leras y los varios decretos y leyes establecidos por Carranza. En efecto, la nota incorporaba la precavida posici?n delineada por Moore al acon sejar legalmente a la empresa Doheny: "Tengo instrucciones de expresar a vuestra excelencia que mi gobierno, en vista de que no ha sido reci bida respuesta a mi nota del 2 de abril de 1918, se ve obligado a llamar
la atenci?n de vuestra excelencia sobre dicha nota, y a subrayar la
grave aprensi?n que mi gobierno abriga por el posible efecto de estos varios decretos sobre los derechos establecidos de los ciudadanos norte
americanos en las propiedades petroleras en M?xico, y la necesidad que podr?an tener los Estados Unidos de proteger la propiedad de sus ciu dadanos en M?xico, menoscabada o injuriosamente afectada por tales de cretos". El secretario de Estado a Fletcher (12 ago. 1918) , en Foreign relations, 1918, pp. 754-755. 51 Fletcher al secretario de Estado (14 ago. 1918) , en Foreign re lations, 1918, pp. 757-766.
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ner en vigor las disposiciones de la ley ni interfiri? en la operaci?n f?sica de los campos petroleros. Para agosto de 1918 Lansing y Polk experimentaban un cierto escepticismo acerca de los informes de peligro y destruc
ci?n en Tampico. Polk bruscamente dijo al indignado juez
Proctor que los petroleros hab?an dado la alarma ya muchas veces y que el Departamento de Estado estaba perdiendo la paciencia.52 En el oto?o (despu?s de hablar con Dawson), el Secretario Lansing puso una nota burlona en su diario: "El
c?nsul Dawson en el caso de Tampico, el cual es tan malo como siempre".53 Otros factores tambi?n contribuyeron. El
problema del petr?leo en Europa, y en especial para la ar mada inglesa, hab?a disminuido notablemente. Eran adecua
das las existencias en los Estados Unidos, a pesar de la escasez temporal y del gran aumento del consumo de gasolina. M?s importante era que el curso de la contienda empezaba a fa vorecer a los aliados. Hab?an decrecido los temores de una
intriga alemana y muchos funcionarios gubernamentales se preguntaban si realmente hab?a existido. El ?nimo prevale ciente entre ellos y en la naci?n era de un mayor optimismo.
El quinto y quiz?s el m?s influyente punto de apoyo
de la pol?tica petrolera norteamericana con M?xico se rela cionaba con el papel del Departamento de Estado en las rela ciones de M?xico con la comunidad bancaria internacional.
Durante las primeras etapas de la revoluci?n M?xico hab?a sido negligente en sus pagos de la deuda contra?da con los bancos ingleses y norteamericanos. Como consecuencia, Ca rranza no pod?a obtener m?s pr?stamos hasta que alg?n arre glo se hiciera para el pago de la deuda existente. La situaci?n financiera de M?xico se complicaba m?s a causa de la estre cha colaboraci?n entre el Departamento de Estado y la comu nidad bancaria internacional.
52 Diario de Polk (8, 12 ago. 1918), en YUA, FLP. Polk tambi?n perdi? la paciencia con Requa, le dijo que le estaba hablando con la
persona equivocada y lo envi? con Harry Garfield y Baruch.
53 Diario de Lansing (10 sep. 1918), en LC, RL.
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Carranza se encontraba en una dif?cil situaci?n. Su go bierno no contaba con fondos para empezar a pagar las m?s importantes deudas o para cubrir sus continuos gastos. M?xico
no pod?a obtener fondos de la comunidad bancaria interna cional porque hab?a sido negligente en sus anteriores pr?s tamos. Cuando Carranza intent? gravar las compa??as petro leras ?stas impidieron la recaudaci?n de esos tan necesitados fondos apoyando a Pel?ez y usando su influencia en Wash ington. M?xico no pod?a recurrir a los ingleses para un pr?s tamo, pues ellos no har?an nada sin la aprobaci?n del go bierno de Wilson. Cuando los representantes financieros de M?xico hablaron con los banqueros norteamericanos pronta mente supieron que el visto bueno del Departamento de Es tado deb?a preceder al pr?stamo. El gobierno de Wilson in sisti? en la revisi?n de la constituci?n mexicana y los decretos
de impuestos como precio de la cooperaci?n. A fines de 1918 el Departamento de Estado comenz? a considerar la posibilidad de emplear pr?stamos para aliviar la presi?n sobre las compa??as petroleras. Polk solicit? per miso para conferenciar con los banqueros norteamericanos y formar un comit?. Escribi? al presidente con el fin de trans
mitirle su opini?n de que el asunto del petr?leo ser?a ali gerado si la b?squeda de ingresos de M?xico pudiera ser desviada de las compa??as petroleras hacia los banqueros.
Wilson estuvo de acuerdo e inst? a Polk a hacerlo.54 Ya fir mado el armisticio, se empez? a organizar un comit? interna cional. En octubre de 1918 se orden? a Fletcher reunirse con Carranza e informarle de la composici?n del comit?.55 Thomas
54 Hab?a ciertas bases para esta consideraci?n. Thomas Lamont, de la casa J. P. Morgan, se reuni? con Fletcher en varias ocasiones y habl? acerca de pr?stamos. Lamont apoy? un impuesto de producci?n
para el petr?leo y un impuesto de exportaci?n para el cobre como
fuentes de ingresos. Fletcher, como de costumbre, acept?. Lamont a Fletcher (27 jul. 1917) , en LC, HPF, 4. 55 Lansing dijo oficialmente a dos hombres de negocios norteame ricanos que M?xico deb?a garantizar el no afectar la propiedad estable cida de las compa??as en M?xico y us? como ejemplo las compa??as pe
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Lamont, de la Casa Morgan, lo presid?a, e inclu?a a represen tantes de los intereses bancarios de los Estados Unidos y las naciones aliadas. Al final de la guerra los pr?stamos estaban inextricablemente unidos al petr?leo y a la protecci?n de las
propiedades de las compa??as petroleras y eran usados en apoyo a la pol?tica que hab?a sido desarrollada para hacer cierto y seguro el suministro de petr?leo a los Estados Unidos.
De esta manera, todos los apoyos o recursos pol?ticos es taban vinculados con el petr?leo, y el Departamento de Es tado logr? mantener control sobre ellos en tanto que alcan zaba su prop?sito b?sico de proveer de petr?leo a los aliados
y a la industria militar local. La pol?tica del presidente Wilson de "no intervenci?n y no interferencia" apareci? ape nas parcialmente empa?ada y aun la mayor parte de esto se ocult? a los observadores en los Estados Unidos. Sin embargo, las actitudes que asumi? el gobierno de Wilson en lo relativo al problema petrolero en M?xico guiar?an las relaciones en tre las dos naciones durante las dos d?cadas siguientes y al
propio gobierno a lo largo de otros dos amargos a?os de lucha interna y recriminaci?n. Para Wilson ?al menos en el
lado pol?tico del hombre? no hab?a alternativas pol?ticas
internacionales viables. Otros discreparon, e hicieron sus pro pias propuestas durante los dos siguientes a?os.
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BRASSEUR DE BOURBOURG Y EL EMPERADOR MAXIMILIANO Maria Sten A m?s de cien anos de su muerte, el abate Charles Etienne Brasseur de Bourbourg sigue siendo un personaje muy con trovertido, elogiado por unos y criticado por otros. Cual quiera que sea la posici?n que un historiador moderno quie ra tomar hacia este descubridor de importantes documentos prehisp?nicos, etn?grafo y escritor, tendr? que reconocer tan
to sus entusiastas esfuerzos en dar conocer la cultura preco lombina en Europa, cuanto el rescate de legados de incalcu lable valor como lo son el manuscrito de Landa, el famoso
c?dice maya Troano, la obra maya Rabinal-achi y varios otros.
A ello hay que a?adir varios vol?menes de apuntes etnogr? ficos e impresiones de viajes en Centroam?rica y en M?xico, apuntes de un valor desigual e impregnados de una imagina ci?n no siempre del todo ver?dica. Naci? Brasseur en 1814 en el norte de Francia, en la pe
que?a ciudad de Bourbourg, hijo de una modesta familia
francesa. Desde temprana juventud ?como ?l mismo escribe?
so?aba con grandes viajes, atra?do en lo especial por la
Am?rica Latina. A la edad de veinte a?os pas? a Par?s, donde se gan? la vida colaborando en los peri?dicos y escribiendo
novelas (algunas bajo el seud?nimo de Ravensburg). Su vo caci?n hab?a sido siempre m?s de etn?grafo y viajero que de sacerdote; sin embargo, gracias al h?bito pudo efectuar sus viajes y sus investigaciones en el campo de la cultura
precolombina que tanto le fascin?.
Ordenado en Roma en 1845 pas? alg?n tiempo en Ca nad?, donde escribi? la Histoire du Canada, de son ?glise
et de ses missions. Un a?o m?s tarde se encontraba en Bos ton, de donde regres? a Roma, y en 1848 efectu? su primer viaje a M?xico. Nombrado capell?n de la legaci?n de Fran cia en M?xico, el abate pudo comenzar sus investigaciones, pronto coronadas por el descubrimiento de un c?dice al cual dio el nombre de Chimalpopoca en honor de su maestro en n?huatl, Faustino Chimalpopoca. Al mismo tiempo escribi? su primer libro acerca de la Am?rica Central, en el cual mezclaba los mitos escandinavos con la historia de los mayas. 141
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MARIA STEN
El libro lleva por t?tulo Lettres pour servir d'introduction a l'histoire primitive des nations civilis?es de l'Am?rique septentrionale.
En 1851 Brasseur regres? a Par?s y comenz? su ardua
labor de dar a conocer a M?xico por medio de art?culos y conferencias. Sugiri? al gobierno franc?s que enviara una misi?n cient?fica a M?xico, sugerencia que tomar?a cuerpo mucho m?s tarde, en 1863. No pas? mucho tiempo antes de que Brasseur se encon trara por segunda vez ?en 1854? en Am?rica Latina. Pas? tres meses en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, donde se estableci? y donde el arzobispo Garc?a Pal?ez le ofreci? la
parroquia de Rabinal. Encantado con la vida ind?gena, el abate escribi? los primeros vol?menes de su Histoire des nations civilis?es du Mexique et de l'Am?rique Centrale. Tradujo el Popol-vuh y el drama maya Rabinal-achi. Fue ?ste un per?odo de su vida especialmente activo, en el cual viaj? mucho y aun termin? el segundo volumen de su His
toire des nations civilis?es. Volvi? a Francia, pero muy
pronto estar?a de nuevo en M?xico, esta vez enviado por el
Ministerio de Educaci?n de Francia. Viaj? por Tehuante pee, dejando con sus impresiones un ameno libro: Voyage sur l'istme de T?huantepec, dans l'?tat de Chiapas et la r?publique de Guatemala. Nunca escribi? el segundo volu men, dedicado a Chiapas y Guatemala; sin embargo, public? algunos fragmentos, concernientes a Palenque, en su obra Recherches sur les ruines de Palenque et sur les origines de la civilisation maya.
De nuevo en Francia, fund?, junto con Le?n de Rosny y Joseph Marius Alexis Aubin, la Soci?t? Am?ricaine de
France, y dict? numerosas conferencias, entre ellas una acer
ca del triste estado de la colecci?n americana del Louvre. En su quinto viaje a Am?rica Central, en 1863, explor? las ruinas de Copan y Quirigu?. Como miembro de la Co misi?n Scientifique du Mexique, que se form? en Francia en 1863, Brasseur deseaba excavar en Yucat?n con esperanza de encontrar alg?n c?dice maya, proyecto que no pudo efec tuar debido a la obstinada oposici?n del entonces goberna dor de Yucat?n. Al principio de 1865 lleg? a M?xico, en donde Maximi liano le ofreci? los puestos de ministro de Educaci?n y di rector de museos, mismos que Brasseur rechaz?. La carta que reproducimos aqu? se refiere precisamente
a los encuentros de Brasseur con el emperador y la empe
ratriz Carlota. Procede la carta de un manuscrito de setenta
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BRASSEUR DE BOURBOURG Y MAXIMILIANO 143
p?ginas que se encuentra actualmente en la Biblioteca Na cional de Par?s, en la Colecci?n P. Angrand, N? 4. La noti
cia del manuscrito, in?dito hasta ahora, la da Carroll Edward
Mace en el volumen 13 del Handbook of Middle American Indians, haciendo notar que el manuscrito nunca fue exa minado con la detenci?n que merece. La carta procede del quinto viaje que Brasseur hizo a M?xico y de cuando el comisario imperial en Yucat?n (Salazar Ilarregui) se opuso a que hiciera las excavaciones en Yucat?n. Est? dirigida a un "c?nsul general" cuya identidad no he podido descubrir. Le? las cartas en Par?s en el a?o 1976 y mand? hacer una copia fotost?tica, cuya traducci?n aqu? ofrezco.
Muri? Brasseur de Bourbourg en Niza en enero de 1874 dejando varios vol?menes publicados y varios manuscritos que nunca fueron publicados y cuyo paradero se desconoce.
Guatemala, 16 de julio de 1865. 15 de septiembre de 1865 29 de septiembre Se?or c?nsul general: Algunos meses han pasado desde que me propuse escribirle y
siempre una u otra cosa me ha impedido realizar mi deseo al
respecto; tanto as?, que mi informe acerca de Yucat?n se encuen tra todav?a en mis carpetas esperando que lo termine y que lo mande al ministro. Pero esta vez quise tomar una buena resolu ci?n y ejecutarla de inmediato, a pesar de estar incomodado por
un fer?nculo que me sali? sobre el hombro y del que quisiera
estar curado. La copia de mi carta al se?or Duruy, que he incluido en la carta a mi sobrino, le dar? los detalles de mi ?ltimo viaje
de Veracruz a Omoa, de donde me fui para el interior de Hon duras hasta Santa Rosa, y de all? a Copan, para llegar despu?s a Guatemala. Pero antes de hablarle de aquel pa?s quiero decirle todav?a algunas palabras acerca de M?xico, de lo cual yo tendr?a para entretener a usted largamente, si me fuera posible hacerlo por carta. Yfa habr? visto usted, por mis anteriores cartas dirigidas al mi nistro, los obst?culos que he padecido en Yucat?n por parte del comisario imperial, y c?mo he llegado a M?xico. Por una coinci dencia bastante singular, el mismo d?a en que yo desembarqu? en
Veracruz, el abate Domenech1 y otro abate (el abate Alleau), i E. Domenech. Fue capell?n castrense en uno de los ej?rcitos del Cuerpo Expedicionario. Escribi? varios relatos de viaje.
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MARIA STEN
quien despu?s se hizo echar de M?xico por los gendarmes, entrar al puerto en el barco de St. Nazaire, y hemos llegado todos junto aunque en coches diferentes, el mismo d?a a la capital. Estos d abates se hab?an hecho pasar a bordo por personajes importante murmurando cuidadosamente uno del otro, en especial el segundo se alojaron en el mismo hotel que yo. Tres abates franceses lle gando al mismo tiempo: juzgue usted la sensaci?n que esto deb? producir. Estos dos se?ores no llevaban consigo ni cartas de re comendaci?n y muy poco dinero; obtuvieron inmediatamente, p intermedio de algunos importantes personajes, el ser presentad
al emperador, quien adem?s les recibi? del modo m?s amabl Uno se sorprende que yo no hubiese hecho como ellos y pedido una audiencia: pero yo no lo quise pedir, temiendo que el empe
rador se imaginara que la ped?a tan s?lo para quejarme de
comisario en Yucat?n, cosa que yo no pensaba hacer de ning?n modo. Los peri?dicos ya hab?an hecho la historia bastante p?blic y yo sab?a, por el se?or de Montholon,2 que su majestad estaba informado de todo y que sab?a de mi estancia en la capital. Ha blando de m?, en el curso de una cena oficial, la emperatriz hab a?adido, ante el se?or de Montholon, que ella ya me conoc?a po mis obras y que estaba encantada de saberme en M?xico. As? pas? tres semanas visitando y coleccionando. Un jueves v entrar en mi casa un ayudante de campo ?ntimo de su majestad al cual conoc? llegando de Sisal a Veracruz, y quien ven?a a vece a platicar conmigo. Despu?s de algunos instantes de conversaci?n interrumpi?ndose de repente, me dijo: "A prop?sito, no vine so mente a visitarlo; su majestad me ha encargado de invitarlo pa pasado ma?ana a Chapultepec; la comida es a las cuatro." Rogu? a este se?or que agradeciera al emperador el honor que me otor gaba, a?adiendo que yo ser?a puntual. Lo fui en efecto, y me fu al castillo en el traje romano que usted me conoce. Sus majestad estuvieron muy amables, dici?ndome que me conoc?an desde hac mucho tiempo por referencias y por mis obras, y que les encanta conocerme personalmente. Fui colocado al lado izquierdo de emperatriz, ella misma colocada a la izquierda del emperado durante toda la comida se me hicieron preguntas acerca de mu chas cosas, pero ni una palabra acerca del comisario imperial, y y me guard? bien de hacer ninguna alusi?n a ?l. Naturalmente, habl?bamos de antig?edades; el emperador me
dijo que ?l se opondr?a constantemente a que ellas salieran d
M?xico, y acerca de esto yo combat? firme aunque respetuosamen las ideas de su majestad, a?adiendo que si las excavaciones se eje cutaran habr?a con qu? llenar no solamente los museos de M?xico
sino hasta todos los de la Francia y la Europa. "Desde luego"
2 Marqu?s de Montholon. Ministro de Francia en M?xico (186 1865).
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BRASSEUR DE BOURBOURG Y MAXIMILIANO 145 a?ad?, "que vuestra majestad no debe temer nada. El se?or de Longp?rier, que su majestad la emperatriz conoce, ya que fue
acompa?ada por ?l en el Louvre, es enemigo de las antig?edades americanas, las que destierra cuanto puede del museo". "Estoy en cantado", contest? el emperador riendo, "y para agradecerle su oposici?n, que nos conviene tanto, voy a enviar una condecora ci?n al se?or de Longp?rier". Despu?s de comer el emperador me llev? a su gabinete, donde me ense?? algunas antig?edades; despu?s, poni?ndome familiar mente las dos manos sobre los hombros, me dijo, mir?ndome en
el blanco de los ojos: "Est? bien, abate, estoy contento,, de usted; le voy a permitir a usted hacer? las excavaciones, y llevar todo lo que usted desee." En seguida a?adi? que hac?a falta arreglar diversas salas grandes en el palacio en M?xico que destinar?a al museo y a la biblioteca imperial. "Usted vendr? a ver todo esto", me dijo "y conjuntamente pensaremos en lo que hay que hacer para or ganizar lo mejor posible esas dependencias". Al mismo tiempo, me
comprometi? a venir de cuando en cuando a Chapultepec para ver si no se descubr?an algunos restos de esculturas de tiempos de Montezuma y las grutas sepulcrales de los reyes toltecas. Yo fui varias veces; las grutas segu?an invisibles, pero encontramos un
bajo relieve mutilado de Montezuma y varias otras esculturas sobre las rocas bajo las ventanas de la emperatriz. Otro d?a, recib? una tarjeta del conde de Bombelles,3 invit?n dome a ocurrir a Chapultepec a la una de la tarde para platicar con sus majestades sobre historia mexicana, etc. Fui y me qued?
solo con la emperatriz hasta las cuatro, platicando un poco de historia, mucho acerca de la situaci?n, etc., etc. Era la hora
de comer; el emperador entr?: "Estoy fastidiado de no haber po dido venir a platicar con usted, abate", me dijo. "Mi ministro de asuntos exteriores se qued? conmigo todo este tiempo, pero ya es hora de comer; v?ngase, y s?ganos." A la mesa tom? la izquierda de la emperatriz, lo que me fue indicado como la primera vez. Despu?s de esta cena recib? varias veces la visita de mi amigo, el ayudante de campo, quien me hizo, de parte del emperador, pro posiciones directas de comprometerme como agregado a su majes tad y hacerme quedar en M?xico, sea para dirigir los museos y bibliotecas, sea para? otra cosa. Yo objetaba un poco mi vida inde pendiente, etc., y termin? por decir que si se trataba de una po sici?n enteramente independiente de un ministro mexicano, y no teniendo sino a su majestad por encima de m?, yo estar?a dispuesto
a aceptar. Las cosas quedaron as? durante varias semanas; hab?a dificultades; me informaron que el emperador me hab?a propuesto al Consejo de Ministros para darme la cartera de ministro de Ins trucci?n P?blica, y la cosa fue aun repetida a la legaci?n; pero 3 Conde de Bombelles. Jefe de guardia o de la Casa Militar del em perador. Regres? a Europa acompa?ando a la emperatriz. This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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MARIA STEN
hubo oposici?n y su majestad cedi? por el momento, habiendo dicho que yo conoc?a M?xico mejor que cualquiera de sus minis tros presentes.
En tales circunstancias, insist? en irme de M?xico antes de la estaci?n de lluvias, prefiriendo dejar al emperador meditar sobre sus ideas y madurarlas, y no exponerme al celo mexicano; as? mostraba mi independencia, la cual yo dec?a estimar mucho, lo que es verdad; como usted lo sabe, se?or c?nsul general, quedando libre de regresar m?s tarde a M?xico si su majestad exig?a alg?n d?a mi presencia. Anunci? que mientras tanto har?a una excursi?n por Am?rica Central, y fue en cierta medida a pesar del empera dor y de la emperatriz queme dispuse a partir. Una o dos sema nas antes el ayudante de campo vino a preguntarme de parte de su majestad si estaba dispuesto a aceptar la Orden de "Guadalupe, a?adiendo que si me hac?a esta pregunta por adelantado era por que un rumor hab?a corrido, rumor proveniente del cuartel del mariscal Bazaine, de que yo hab?a rechazado la condecoraci?n de
la Legi?n de Honor. Expliqu? lo que pod?a haber m?s o menos
de fundado en este rumor, diciendo que ser?a muy feliz en recibir la Orden de Guadalupe. Algunos d?as antes de mi salida fui in vitado a comer a Chapultepec, y despu?s de la comida el empe rador me entreg? las insignias de oficial de la Orden. Me desped? primeramente de la emperatriz, que me dijo en tono que no s? bien definir: "En, bien, se?or abate, usted quiere abandonarnos e
irse a Guatemala." Me inclin? sin contestar. El emperador me entretuvo bastante tiempo y, apret?ndome despu?s la mano, me dijo: "Eh, bien, vayase, abate. Lo que he decidido tendr? sin em bargo lugar." Agregar? aqu? que, un poco de tiempo antes de esta comida, la emperatriz, en una comida donde se hab?a hablado de m?, dijo a un se?or, quien me inform?, que ella hab?a manifestado al se?or Eloin4 el deseo de tener mi Historia de M?xico. Afortunadamente ten?a un ejemplar conmigo; me apresur? en dedicarlo a su majes
tad con una carta de homenaje. Y al d?a siguiente recib? una
tarjeta de agradecimiento, escrita toda de la propia mano de su majestad, incluso la direcci?n. La comida de hace poco tuvo lugar algunos d?as despu?s.
He aqu?, se?or, el relato sucinto de lo que ha pasado en
cuanto a mi persona en M?xico. Qu? suceder?, no s? nada. Dudo mucho que alguno de estos bellos proyectos se realice, pero a pe sar de que no me falta la ambici?n, y lo confieso de buen grado, me doler?a, aun al precio de una alta posici?n, sacrificar mi inde pendencia y prolongar indefinidamente mi estancia en M?xico. Mi ayudante de campo debe escribirme necesariamente y no es imposible que me encuentre con el emperador en Yucat?n hacia 4 F?lix Eloin. Fue durante alg?n tiempo (?1864-1865?) jefe del ga binete del emperador.
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BRASSEUR DE BOURBOURG Y MAXIMILIANO 147 fin de a?o. Ya veremos lo que suceder?, pero prefiero en mi si tuaci?n actual dejar las cosas a su suerte en vez de empujarlas demasiado. Si el puesto en cuesti?n se presenta de modo natural, bien, me dejar? atraer; en? caso contrario, regresar? a Par?s, si Dios
lo quiere, sin haber ganado nada. Al regreso de Oaxaca del mariscal Bazaine me he presentado en su casa dos veces en traje de ceremonial; fui recibido la segunda vez, y de modo muy conveniente, pero el mariscal no me ha de
vuelto la visita de ning?n modo; yo tampoco la esperaba, sola
mente esperaba su tarjeta; ?sta tampoco lleg? y no regres? m?s
a su casa, ni siquiera para depositar una tarjeta de despedida.
El se?or Outrelaine ha sido mucho roas cort?s, y s?lo me queda celebrar mis relaciones con ?l. Nos hemos encontrado de nuevo por ser del mismo departamento, casi del mismo pa?s y casi de familias conocidas. En cuanto al se?or Mehideu, del cual no le he dicho ni una palabra hasta ahora, contaba con fotografiar el Museo de M?xico y con tomar impresiones de las piezas princi pales, y, en caso necesario, con tomar los planos de las ciudades y de los monumentos antiguos de Teotihuac?n y de Tezcuco, que hemos visitado juntos y que son muy dignos de ser estudiados. Ignoro, desde mi salida, qu? ha hecho, pero temo que su modo altivo no sea nada del gusto de las poblaciones hispanoamerica nas, a quienes quiso tratar un poco como a los fellahs del Egipto y los esclavos de la Turqu?a. No le hablo del peque?o burgu?s: tuvo una fiebre y el mal del pa?s y quiso irse; no hay mal que por bien no venga, ya que es un peque?o imb?cil que me puso, creo, en tantos apuros como su secretario en Per?. Sufficit. Regres? pues a Guatemala despu?s de un viaje largo y penoso a trav?s de Honduras; pero estoy contento de haberlo hecho. Des pu?s de haber pasado quince d?as aqu?, me fui de excursi?n y de
vacaciones con los se?ores du Teil, los cuales han de haberle
escrito ?ltimamente, seg?n me lo ha dicho ?scar. All? contraje un mal de ojos que me dur? quince d?as, pero ya me he librado
de ?l. Su finca cafetalera est? bien, pero se dice que la de los
Bramma est? todav?a mejor. Regres? aqu? hace tres d?as. Nada ha cambiado en el orden de las cosas desde la muerte de Carrera y todo esto va bien que mal, como antes; no se nota la desapari
ci?n de aquel hombre, que uno se imaginaba tan necesario al
mantenimiento de la paz. Solamente le dir? a usted, inter-nos.
que tienen aqu? un miedo extremo de que a Maximiliano se le
venga el apetito de la anexi?n, y este miedo ha estado aumentando desde los decretos del emperador concernientes al clero. Al prin cipio se hablaba de ?l en Guatemala como si fuera un santo; todos los curas, todos los monjes, compraban los retratos de sus majesta
des; hoy los miran m?s que de reojo, y Pepe Milla est?, a no
poder m?s, chocado de la tolerancia de los cultos.
Monse?or Meglia, nuncio del papa en M?xico, lleg? inespera damente aqu? en el ?ltimo barco de Panam?; su llegada se presta This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:26 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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MARIA STEN
a toda suerte de conjeturas. Fue recibido por el arzobispo, su
nuevo coadjutor, monse?or Barrutia, que acaba de ser consagrado obispo en lugar de su hermano, y por todos los ministros. En cuanto al se?or de Cabarrus, quien es sumamente amable conmigo, acaba de recibir la cruz de oficial de la Legi?n de Honor al mismo tiempo que la de comendador de Guadalupe; hab?a conocido bien al emperador Max en Trieste.
Usted tiene noticias m?s frescas de M?xico que aqu?; no le
comunicar?, pues, nada de nuevo. Sin embargo, dir?a que por lo general cuando me fui las cosas iban pasablemente, y, haciendo aparte las dificultades de las circunstancias, se puede decir que iban mejor de lo que dec?an los peri?dicos de la oposici?n. No es m?s cuesti?n del filibusterismo yanqui, y yo aceptar?a de buen grado, seg?n las apariencias, que Johnson se est? preparando a la tiran?a, si no al imperio, desde su advenimiento. Todo me parece inclinarse en los Estados reunidos a un golpe de estado y a un nuevo orden de cosas; existe ya la subdivisi?n en seis grandes divi siones militares, y se dice que hay peticiones ante el presidente de crear una nobleza y t?tulos en favor de los generales vencedores
del Sur. El que viva lo ver?. Termino mi charla rog?ndole de transmitir mis sentimientos respetuosos a la se?ora su madre y mis recuerdos al se?or Anatole, su hermano; reciba usted muestras de estimaci?n sincera y mis
consideraciones m?s afectuosas.
Brasseur de Bourbourg
El se?or Hardi, a quien he visto ayer en la noche y bastante a
menudo, no se ocupa de otra cosa que de sus orqu?deas; es mf?s perezoso que nunca, aunque todav?a ayer dijo que le va a escribir.
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EXAMEN DE LIBROS Mario G?ngora: Studies in colonial history of Spanish Ame rica, traducidos al ingl?s por Richard Southern, Cam bridge, Cambridge University Press, 1975, xi-293 pp. glo sario y bibliograf?a. ?Cambridge Latin American Stu
dies, 20.?
La publicaci?n en ingl?s de un libro de historia escrito y ?na turalmente? pensado en espa?ol nos hace pensar que algo raro est? pasando en el ambiente editorial, pues suele ocurrir lo con trario y muy al contrario: una revisi?n de la literatura historio gr?fica de los ?ltimos a?os nos indica que por lo general son los libros y art?culos concebidos y editados en ingl?s los que se vierten
al espa?ol, para poner al alcance de un p?blico amplio e intere sado en su propia historia los frutos logrados por especialistas de renombre, de historiadores que han desarrollado, gracias a la disciplina y al ambiente de las universidades anglosajonas, lo que entre nosotros parece ser menos frecuente: el estudio documen tado, riguroso y con aportaciones efectivas.
El texto de Mario G?ngora ?reconocido investigador de la Universidad de Santiago de Chile? se ha dado a conocer en una magn?fica versi?n inglesa que respira las excelencias de su reali zaci?n original en lengua espa?ola y que lamentamos no haber conocido as?, tal como fue escrito. Pero el hecho no debe sorpren dernos ahora, trat?ndose de la serie Cambridge Latin American Studies, pues no es la primera vez que esta colecci?n recoge con anticipaci?n obras escritas por historiadores de habla espa?ola co brando las primicias de investigaciones se?eras en la historia his panoamericana. Hace algunos a?os la misma colecci?n public? con breve anticipaci?n a la edici?n espa?ola un libro de Jan Bazant, realizado en El Colegio de M?xico.*
* Jan Bazant: Los bienes de la iglesia en M?xico ? 1856-1875 ? As pectos econ?micos y sociales de la revoluci?n liberal. M?xico, El Colegio de M?xico, 1971. ?Centro de Estudios Hist?ricos, Nueva Serie, 13.?
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EXAMEN DE LIBROS
Tal hecho tiene una explicaci?n comprometedora e incitante para nosotros: la empresa editorial inglesa est? m?s cerca de lo que ocurre en la investigaci?n hist?rica de Hispanoam?rica, y esa ventaja para ella implica una desventaja para nosotros, desventaja que no debemos esperar a que se haga mayor. Los estudios de G?ngora reunidos en el libro que comentamos son el fruto maduro de muchos y buenos a?os de trabajo. Tan es as? que el autor pens? en la posibilidad de integrar sobre la base de estos trabajos una historia de Hispanoam?rica colonial; para lo cual falta algo, pero no mucho, pues la visi?n general, penetrante y original, se ha logrado aqu?. Quedar?a s?lo el trabajo de inte grar y pulir el discurso para completar la l?nea conductora de esa historia, que G?ngora ha preferido dejar en suspenso para entre gar al lector los temas capitales de su visi?n original.
En primer lugar trata G?ngora de "Los conquistadores y la recompensa de su obra", recogiendo investigaciones de primera mano y, sobre todo, m?ltiples estudios monogr?ficos sobre los
cuales logra una visi?n de conjunto que hac?a falta. Sobre la
historia de las instituciones jur?dicas (tema favorecido por los his toriadores hace ya muchos a?os) se han venido acumulando estu dios que tocan los aspectos econ?micos, pol?ticos y sociales, estudios
cuyos resultados urg?a agrupar en una visi?n coherente como la que ha logrado G?ngora al recoger los antecedentes del hecho es tudiado en la mentalidad de la guerra de reconquista espa?ola, el paso de esta mentalidad y sus transformaciones en Am?rica, para seguir el proceso hasta el establecimiento y crisis que da origen a la sociedad hispanoamericana como sociedad colonial, en la que los reclamos de los conquistadores no perder?n, pese al transcurso del tiempo, una significaci?n que mudar? con el cambio hist?rico
mismo, como lo destaca el autor al se?alar el empleo que dan
ciertos autores criollos americanos a los reclamos y a los docu mentos de los conquistadores ya en los momentos de la indepen dencia de los pa?ses hispanoamericanos. Quien lea este primer estudio con conocimiento de trabajos anteriores (se nos ocurre mencionar los de Silvio Zavala: Los in tereses particulares en la conquista de la Nueva Espa?a, 1933, y Las instituciones jur?dicas en la conquista de Am?rica, 1935) re cordar? temas tratados por otros autores, pero reconocer? ?y ?ste es el m?rito del estudio de G?ngora? la forma magistral en que se han recogido aportaciones posteriores para integrar la visi?n de
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EXAMEN DE LIBROS
151
conjunto ?m?rito fundamental de ?ste y de los otros estudios
reunidos en el libro.
La fundamentaci?n y la discusi?n te?rica ?pol?tica e institu cional, en ?ltima instancia? del dominio espa?ol en Am?rica pre sent? variedades que ofrecieron los protagonistas que actuaron en una u otra forma en ese proceso ya en el siglo xvi, y el hecho no dej? de tener actualidad en los siglos posteriores. La autoridad de las bulas de Alejandro VI, discutida en el siglo xvi por los juristas y te?logos espa?oles, tiene una interesante contrapartida en la variedad de ideas que expresaron los conquistadores y los misio neros en Am?rica, pues cada grupo propone ideas legitimadoras acordes con la naturaleza de la empresa que realizan. Sin embargo, todas estas variantes reconocen un denominador com?n: la incor poraci?n del Nuevo Mundo a la unidad de la cristiandad, unidad que se ir? disolviendo en argumentos inconciliables para llegar a encontrarse con un hecho en el que se fincar?, ya sin el sost?n de ideas religiosas, la legitimidad del dominio espa?ol. Se trata de la soberan?a del estado moderno. Este proceso de la secularizaci?n de la legitimidad ?apuntado ya en las discusiones del siglo xvi? es el tema del segundo estudio. Sin duda, uno de los temas m?s beneficiados por el trabajo de los historiadores espa?oles, hispanoamericanos y anglosajones, es el de las instituciones del estado espa?ol en Indias. Descubrir una l?nea novedosa y estimulante en este campo es dif?cil. El ha cerlo implica encontrar el sentido de un proceso que no se alcanza a ver en los eruditos y enjundiosos estudios generales y monogr? ficos realizados hasta ahora. G?ngora ha logrado una interpretaci?n propia y sobre todo ha logrado incorporar como elemento explicativo de las instituciones municipales de Am?rica espa?ola la presencia de los grupos y de
los intereses sociales que en ?stas se agrupan. Al hablar de los cabildos levanta el ?nimo del lector, un tanto desilusionado por lo que percibe en la parte anterior en la que trata un tema tan interesante como la burocracia sin conseguir la renovaci?n de los estudios formales que usa como fuentes.
El gran tema de la historia social y econ?mica de Hispano
am?rica, el trabajo ind?gena, se trata con acierto. En este cap?tulo se acent?a el m?rito general de la obra, pues se recogen con buen tino los estudios que se han hecho sobre distintas partes de His panoam?rica. La idea que se relaciona con este aspecto estudiado
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EXAMEN DE LIBROS
es la ruralizaci?n de la vida en el siglo xvn, idea que se antoja clara seg?n las evidencias de los estudios que se utilizan y que son principalmente trabajos sobre historia demogr?fica, econ?mica y social. Sin embargo, podemos observar que, sin desconocer el peso de esas evidencias, hay tambi?n un hecho evidente en la historia his panoamericana del siglo xvn: el acento de la vida urbana, que se
destaca sobre todo en las expresiones de la cultura criolla que se conforma en ese siglo precisamente, y tambi?n, precisamente, en
las ciudades en cuya suntuosidad se finca el orgullo de los criollos. Sobre la ilustraci?n se ha escrito en t?rminos m?s apolog?ticos que realistas. Se han destacado novedades, pues tal es el tono de los documentos de la segunda mitad del siglo xvni. Pero en ?stos
habr? que ver: ?Qu? signific? la ilustraci?n en la vida hispano americana? ?Cu?l es el sentido de ella en la concepci?n de Am?rica como parte de los dominios espa?oles? ?C?mo se sit?an los ame ricanos ante las versiones de una historia y de una visi?n de la cultura que tienen como paradigma la antig?edad y las actualida des europeas? Son ?stas, entre otras, las preguntas que se plantea
el autor para estudiar el campo de lo que se ha dado en llamar
"ilustraci?n" en hispanoam?rica. ?Qu? lugar ha ocupado el Nuevo Mundo en las visiones hist? ricas de los siglos xvi, xvn y xvm? ?Cu?l es el origen y el sentido de esas visiones y cu?les sus expresiones m?s representativas en la historia de Hispanoam?rica? La visi?n escatol?gica de Col?n y de los religiosos, las utop?as y el reclamo de una identidad cultural frente a la historia de Europa parecen ser los trazos m?s definidos de esas interpretaciones. Habr? que entrar en la lectura del pen?l timo cap?tulo del libro de G?ngora para advertir esa constante relaci?n que hay entre la historia vivida por los protagonistas de la realidad americana y la forma en que ?stos comprenden esa realidad como historia con un sentido propio.
El ?ltimo de los cap?tulos es el m?s breve, y sin embargo en ?ste se plantea uno de los temas m?s ?tiles para la historiograf?a hispanoamericana. Se trata del problema de la periodizaci?n de la historia poscolombina, para lo cual se hace indispensable consi derar las fuentes y los prop?sitos de los autores que han "cons truido" en distintos momentos las etapas de esa historia. Una re visi?n a las cr?nicas y documentos del per?odo que va del xvi al xvni es indispensable, pues en ?stos hay per?odos que surgen de This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:35 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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los hechos que la historiograf?a de nuestro siglo xix ignor?, ya que
por su intenci?n pol?tica y nacionalista los autores del siglo pasado ignoraron o borraron tiempos o cambios que aparec?an indignos a sus ojos. La necesidad de establecer cortes temporales que han borrado o que no han permitido ver estas historias nacionalistas es evidente. G?ngora ha apuntado una forma de hacerlo en este cap?tulo con que cierra el libro.
Se trata pues de una obra hecha con conocimiento de a?os. La bibliograf?a recoge las obras que al autor han sugerido m?s en la composici?n de los estudios claros y estimulantes que son en realidad partes de una historia de Hispanoam?rica colonial que debi?ramos leer en espa?ol, despu?s de lograr tan buena prueba en ingl?s.
Andr?s Lira Gonz?lez El Colegio de M?xico
Cuatro libros sobre la historia de las haciendas. Cuatro nuevos t?tulos enriquecen la bibliograf?a de la historia de las haciendas mexicanas. Sus autores son James D. Riley, Ursula Ewald, Edith Boorstein Couturier y Friedrich Katz, ?ste ?ltimo s?lo compilador de un volumen documental.* Los dos primeros libros tratan de los siglos xvii y xvm; los dos ?ltimos, de la ?poca
* James D. Riley: Hacendados jesu?tas en M?xico ? El Colegio M? ximo de San Pedro y San Pablo ? 1685-1767, M?xico, Secretar?a de Edu caci?n P?blica, 1976, 245 pp. ?Sepsetentas, 296.? Ursula Ewald: Estudios sobre la hacienda colonial en M?xico ? Las propiedades rurales del Colegio del Esp?ritu Santo en Puebla, Wiesbaden, Fundaci?n Alemana para la Investigaci?n Cient?fica, 1976, 190 pp. ?Pu
blicaci?n IX del Proyecto M?xico.?
Edith Boorstein Couturier: La hacienda de Hueyapan ? 1550-1936, M?xico, Secretar?a de Educaci?n P?blica, 1976, 196 pp. ?SepSetentas, 310.? La servidumbre agraria en M?xico durante la ?poca porfiriana, intro ducci?n y selecci?n de Friedrich Katz, M?xico, Secretar?a de Educaci?n P?blica, 1976, 183 pp. ?SepSetentas, 303.?
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anterior a la revoluci?n mexicana. Se rese?ar?n aqu?, pues, en el orden cronol?gico de los temas. De un total de unas treinta instituciones jesu?tas, s?lo cuatro colegios eran ricos: los de Zacatecas, Tepotzotl?n, del Esp?ritu Santo de Puebla y M?ximo de M?xico. Ursula Ewald escogi? para su estudio las haciendas del colegio poblano y James D. Riley las del colegio capitalino. Cada uno de ambos colegios era propieta rio de por lo menos una docena de haciendas, muy importantes en su tiempo, que administraban por cuenta propia. Con base en datos recogidos en numerosos archivos los autores escribieron dos obras ejemplares que iluminan varios problemas. En el siglo xvni los jesu?tas fueron envidiados y despu?s odia
dos por lo que se crey? era su riqueza, su poder, su eficiencia
administrativa y su habilidad financiera. Estas cualidades, que en aquel entonces hab?an conducido a la disoluci?n de la Compa??a y la confiscaci?n de sus bienes, se convirtieron en el siglo actual en un motivo de admiraci?n. Los jesu?tas llegaron a ser conside rados como los primeros agricultores capitalistas modernos y agr?
nomos cient?ficos.
La hacienda m?s importante del Colegio M?ximo de la capital era Santa Luc?a, cerca de Acolman. Se trataba m?s bien de una serie de haciendas o estancias con su centro en Santa Luc?a. Se es
pecializaba en el ganado menor: ovejas y cabras. Sus productos ?lana, sebo, pieles y carne? se destinaban al mercado capitalino. Sin embargo, el generador m?s grande de su ingreso en los a?os de 1751 a 1772, tanto antes como despu?s de la confiscaci?n, fue el pulque (p. 196 de Riley). Las ganancias netas de Santa Luc?a llegaban al promedio de 40 000 pesos anuales, cifra para aquel entonces casi fabulosa (pp. 193-198). El colegio ten?a tambi?n tres
ingenios de az?car, dos en el estado actual de Morelos y otro
cerca de Malinalco. Si bien su productividad nunca pudo compa rarse con la de Santa Luc?a, tambi?n fueron fuente de ingreso
para el colegio. Dos haciendas cerealeras cerca de la ciudad de
M?xico eran las menos importantes para sus ingresos. Bajo la ad ministraci?n gubernamental (las temporalidades) las ganancias de
Santa Luc?a empezaron a bajar. Esto podr?a explicar el hecho
de que el conde de Regla la comprara en 1776 en s?lo 660 140 pe
sos, a pesar de que en su aval?o se consideraba en m?s de un
mill?n de pesos (p. 220). Las haciendas del colegio poblano eran comparables en su pro
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diictividad con las haciendas menos importantes del colegio capi talino. Ninguna lleg? a tener la riqueza, ni de lejos, del complejo de Santa Luc?a. Las haciendas cercanas a la ciudad de Puebla se dedicaron al cultivo de los cereales, sobre todo el trigo; las situa das al oriente del volc?n Malinche, al ma?z, a las leguminosas y a la cr?a de cerdos muy estimados en las tociner?as poblanas. Por ?ltimo, en la hacienda de San Jer?nimo, en el valle de Tehuac?n, hab?a antes de la confiscaci?n casi 70 000 cabezas de ganado lanar y otras tantas cabras, diseminadas en varios ranchos ?el m?s ale
jado de ellos estaba casi en la costa del Pac?fico? comunicados
entre s? por las llamadas ca?adas para la transhumancia. Las ga nancias del conjunto de San Jer?nimo ascend?an antes de 1767 de 4 000 a 20 000, en promedio 10 000 pesos; despu?s de la confis caci?n bajaron de modo que la hacienda, valuada en casi 200 000 pesos, fue comprada por el marqu?s de Selva Nevada en menos precio (pp. 134-135 de Ewald).
La impresi?n que se desprende de ambos libros es que los jesuitas no eran tan ricos como se hab?a cre?do. A este prop?sito, Riley, en un art?culo reciente, cifra el valor total de los bienes jesuitas en el momento de su expulsi?n en la relativamente mo desta suma de diez millones de pesos ("The wealth of the Jesuits
in Mexico ? 1670-1767", en The Americas, xxxin:2, oct. 1976,
pp. 226-266). El ingreso total anual de los jesuitas mexicanos ascen d?a a un mill?n de pesos, a lo que correspond?a un valor de veinte
millones (al 5% de capitalizaci?n). Pero Riley deduce una mitad por duplicaci?n de cuentas. Aunque esta deducci?n sea quiz?s excesiva, unos quince millones de pesos era poco en comparaci?n con la riqueza total de las dem?s corporaciones eclesi?sticas. Tampoco los jesuitas eran siempre buenos administradores y mucho menos magos de las finanzas; por ?ltimo, tampoco eran agr?nomos cient?ficos o por lo menos innovadores. Entonces, ?a qu? se debi? su ?xito? Sencillamente, est?n de acuerdo ambos au tores, a que eran m?s dedicados, m?s cuidadosos y m?s preocupados
que los dem?s regulares. El mito sobre el poder sobrenatural o por lo menos sobre algunos conocimientos secretos de los jesuitas parece haberse desvanecido. Unas palabras sobre el r?gimen del trabajo. Ewald y Riley est?n de acuerdo en que los jesuitas no eran partidarios del peonaje o servidumbre por deudas. Cuando las hab?a, las deudas individuales eran bajas y la movilidad del trabajador alta (Ewald, p. 35; Riley, This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:41 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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p. 131 ss.; tambi?n su art?culo "Santa Luc?a ? Desarrollo y admi nistraci?n de una hacienda jesu?ta en el siglo xvni", en Historia Mexicana, xxin:2, oct.-dic. 1973, pp. 261-262). Otra cosa eran los esclavos. El colegio poblano tuvo pocos, pero el Colegio M?ximo ten?a a mediados del siglo xvni m?s de mil esclavos que, seg?n Riley, eran tratados con humanidad (p. 161 ss.). Desde el punto de vista de la presentaci?n, el libro de Ursula Ewald es una edici?n de lujo, como las dem?s publicaciones del Proyecto M?xico de la Fundaci?n Alemana para la Investigaci?n Cient?fica (es el volumen ix de la serie). Tiene cuatro excelentes mapas y once fotograf?as de las antiguas haciendas y de los docu mentos originales. Fue traducido al castellano por Luis R. Cerna y contiene s?lo un breve resumen en alem?n. El libro de Riley forma parte de la serie ?Sep-Setentas?, la cual, como todo el mundo
sabe, es una colecci?n popular, pero tiene todo el aparato cient? fico, como notas, ap?ndices y bibliograf?a.
El libro siguiente, escrito por Edith Boorstein Couturier, trata de la hacienda de San Juan Hueyapan, situada cerca de la antigua
hacienda de beneficio ?hoy hotel? de San Miguel Regla, en el
distrito minero del. Real del Monte. Bas?ndose en buena parte en el archivo privado de la misma hacienda, la autora narra en una forma amena su historia, comenzando por la colonizaci?n espa?ola; habla despu?s de sus lazos con la miner?a de la plata, sobre todo con la familia Romero de Terreros; pasa luego a tratar del des arrollo de la hacienda en la ?poca del general D?az para terminar con su disoluci?n como consecuencia de la reforma agraria. Aqu? se discutir? ?nicamente la ?poca porfiriana en la que entr? en es cena la familia minera y mercantil Landero y Cos (con intereses en el importante almac?n capitalino "El Centro Mercantil"), que adquiri? ascendiente en la regi?n con la instalaci?n de una planta hidroel?ctrica para abastecer a Pachuca y las minas. Compr? la
hacienda de Hueyapan en 1889-1890 (p. 104 ss.). Hueyapan con
sist?a de 13 000 hect?reas; sin embargo, el precio de venta ascendi? s?lo a 10 000 pesos, precio considerado como excesivo porque la tierra ten?a poco valor. En aquel entonces, la hacienda como em presa era marginal: en lugar de cultivar por cuenta propia arren daba tierra a numerosos inquilinos. Todo esto cambi? cuando un miembro joven de la familia obtuvo en 1902, con la autorizaci?n
de su padre, un pr?stamo bancario por 100 000 pesos (pp. 108
y ss.). Esta cantidad, comparable en su magnitud con la que los
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hacendados m?s importantes del estado de Morelos hab?an inver tido en la modernizaci?n de sus haciendas y sus ingenios, fue in vertida ens Hueyapan en la instalaci?n de un sistema de riego y la compra de maquinaria agr?cola, adem?s de la construcci?n de una casa muy c?moda y amplia para el propietario. Al terminar su modernizaci?n en 1906 la hacienda se dedic? a cultivar en admi nistraci?n directa, entre otras cosas, plantas forrajeras para sus vacas lecheras. Los resultados financieros de esta modernizaci?n pa
recen problem?ticos. La autora no discute la cuesti?n de si la
hacienda al final se convirti? en "un negocio" o si sigui? consu miendo fondos producidos por empresas mercantiles, industriales o mineras. Quiz?s no hall? datos suficientes en el archivo privado de los due?os. Mi impresi?n es que la segunda alternativa tuvo lugar. Entre los factores se podr?an mencionar la pobreza del suelo,
una proporci?n excesiva de los 100 000 pesos gastada en la resi dencia, proporci?n que la autora no cuantifica, y el fracaso en el intento de reducir la mano de obra con la introducci?n de maqui naria, hecho importante se?alado por la autora (p. 125). Por ?ltimo, no se olvide la crisis econ?mica del segundo quinquenio del siglo. Una palabra final sobre el r?gimen del trabajo. Con la moder
nizaci?n muchos inquilinos se convirtieron en peones de la hacienda
(pp. 151 ss.). La autora se?ala que el nivel de vida de los arren datarios fue reducido por el nuevo propietario, sobre todo a partir de 1905 (?efecto de la crisis econ?mica?). Muchos peones deb?an
a la hacienda peque?as sumas de dinero y la hacienda esperaba
que otros patrones no contrataran a los peones de Hueyapan, exis tiera o no una deuda (p. 191). Pero ya sabemos que en per?odos de la escasez de mano de obra muchos hacendados "sonsacaban" a peones de otras haciendas con ofertas de mayor salario.
La servidumbre agraria en M?xico en la ?poca porfiriana es una colecci?n de documentos seleccionados por Friedrich Katz, con una introducci?n del mismo, que proporciona un resumen equi librado del problema. Quiz?s el texto m?s interesante es el informe
de Karl Kaerger, agregado agr?cola en la legaci?n alemana en Ar gentina, quien visit? M?xico en 1899 y despu?s describi? las con
diciones del trabajo en las haciendas en un libro publicado en
Leipzig en 1901-1902. No me voy a detener en su informe sobre el Sureste, donde la semiesclavitud en la que vivieron los trabajadores de las haciendas es generalmente conocida. Paso directamente al centro de la rep?blica. Kaerger escribe que, a lo menos en Puebla, This content downloaded from 204.52.135.201 on Fri, 06 Oct 2017 02:35:41 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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el peonaje, o sea la servidumbre por deudas, s? exist?a en 1899 (p. 166). Seg?n las leyes poblanas la falta de pago de cr?ditos reci bidos era considerada como delito (recordemos las prisiones inglesas
y norteamericanas llenas hace ciento cincuenta a?os de deudores); con esto, los peones endeudados eran detenidos en la hacienda por la fuerza. Kaerger no menciona casos de huidas de los peones en deudados. En cambio, estos casos se mencionan con mucha frecuen
cia en el congreso cat?lico agr?cola que tuvo lugar en 1905 en Tulancingo. En un cuestionario reproducido por Katz (pp. 1 SS
HS), muchos hacendados contestan que los peones muy endeudados "se fugan"; uno de ellos dice que en este caso "quedan sujetos a la persecuci?n", pero ninguno dice si la persecuci?n suele tener ?xito o no. Cuando es un caso aislado, se puede esperar la captura
de un pe?n endeudado; pero cuando son muchos los que huyen la polic?a no se daba abasto. Quiz?s la diferencia principal en tre} las condiciones descritas en Puebla por Kaerger y las existentes
en Tulancingo es que Kaerger las observ?, en 1899, en pleno apogeo del r?gimen del general D?az, mientras los hacendados de la re gi?n de Tulancingo se reunieron a discutir la situaci?n en 1905, cuando se pod?an percibir s?ntomas de su pr?xima disoluci?n. El congreso se reuni? precisamente porque ya exist?a una preocupaci?n por el futuro en la mente de muchas personas, entre ellas los hacen
dados. Supongo que una buena parte de los hacendados que con testaron el cuestionario eran hacendados pulqueros. Sucede que la
producci?n total de pulque en el pa?s lleg? en 1905 a s?lo dos
terceras partes del m?ximo alcanzado cuatro a?os antes. Quiz?s esto fue un factor en la huida de los peones y, huelga decir, tam bi?n en la preocupaci?n de los hacendados.
La publicaci?n en el a?o pasado de cuatro obras sobre la his toria de las haciendas mexicanas es un testimonio del renovado
inter?s en el tema. Esta rese?a no estar?a completa si no mencio n?ramos tres libros m?s: * la segunda edici?n en castellano de la * Fran?ois Chevalier: La formaci?n de los grandes latifundios en M?xico, M?xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1976, 510 pp. Haciendas, latifundios y plantaciones en Am?rica Latina, coordina ci?n por Enrique Florescano, M?xico, Siglo xxi Editores, 1975, 667 pp.
Arturo Warman: ...Y venimos a contradecir ? Los campesinos ?e
Morelos y ?l estado nacional, M?xico, Ediciones de La Casa Chata, 1976,
351 pp.
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obra cl?sica de Fran?ois Chevalier, La formaci?n de los grandes latifundios en M?xico, para la cual el autor escribi? una introduc ci?n nueva y en la que incluy? dos breves ensayos suyos, "?Prolon gaciones en M?xico del latifundismo b?tico-romano?", y "La gran
propiedad en M?xico desde el siglo xvi hasta comienzos del si glo xix"; el voluminoso libro titulado Haciendas, latifundios y plantaciones en Am?rica Latina, de 667 p?ginas, que contiene veinti?n ponencias presentadas al Congreso de Americanistas de Roma, en 1972, nueve de las cuales tratan de las haciendas mexica
nas, sobre todo en la ?poca colonial, y por ?ltimo el libro del antrop?logo social Arturo Warman, ... F venimos a contradecir, cuyos primeros cap?tulos tocan la historia de las haciendas azuca reras de Santa Clara y Tenango, en la parte oriental del estado de
Morelos, propiedad anta?o de las familias Garc?a Icazbalceta y Garc?a Pimentel.
Jan Bazant El Colegio de M?xico
Mar?a del Carmen Vel?zquez: El marqu?s de Altamira y las Provincias Internas de la Nueva Espa?a, M?xico, El Colegio de M?xico, 1976, 207 pp. ?Jornadas, 81.? De primera intenci?n podr?a antojarse que no tiene gran im portancia el estudio de un bur?crata novohispano de mediados del siglo xvni, por m?s que ?ste pueda acreditar haber desempe ?ado cargos de cierta importancia y emitido opiniones y dict?me nes influyentes en las decisiones del gobierno. Sin embargo, cuan do aparece una informaci?n recogida con la minuciosidad, el rigor y el entusiasmo de Mar?a del Carmen Vel?zquez, es mucho lo que puede servir para enriquecer la explicaci?n del pasado colonial. Este libro de la doctora Vel?zquez no sorprende por su tema, puesto que la propia autora hab?a iniciado ya, desde hace alg?n tiempo, una persecuci?n de este personaje, Juan Rodr?guez de Albuerne, a quien, por matrimonio, le alcanz? la dignidad de mar qu?s. De ello hab?amos tenido ya primicias en dos art?culos publi
cados durante el a?o de 1975, en los cuales hab?a empezado a
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tomar cuerpo este personaje tan poco conocido con anterioridad.* Poco a poco fue armando el rompecabezas, recogiendo informaci?n de las fuentes m?s dis?miles, lo cual no hubiera sido posible para
alguien que careciera de la vasta experiencia en archivos que posee la autora.
Es cierto que la reconstrucci?n de la vida del personaje ofrece
a?n grandes lagunas, pero tambi?n lo es que han surgido ya
rasgos fundamentales que permiten su ubicaci?n en el contexto social en que ?l se desenvolvi?. M?s informaci?n podr?a obtenerse sin duda, pero ?sta deber? ser producto de la casualidad a que nos expone la desorganizaci?n de nuestros archivos. Es evidente,
por ejemplo, que el archivo de la audiencia de Guadalajara, ca
muflado en la Biblioteca P?blica de Jalisco, puede contener algo m?s sobre la participaci?n del marqu?s en esta audiencia, pero la situaci?n actual de este repositorio impide casi por completo su consulta. Adem?s, en este libro se aporta informaci?n sobre un tema especialmente poco estudiado, como lo es el de las llamadas Pro vincias Internas, mismas que, como se se?ala en las primeras l?neas
del "pre?mbulo", pasaron desapercibidas incluso a los propios autores de la constituci?n firmada en Apatzing?n.
Con ello se nos recuerda, una vez m?s, que el estudio del
pasado mexicano no debe circunscribirse a una determinada re gi?n central del pa?s, y que es mucho lo que se ganar? cuando
se conozcan y se analicen m?s cosas de la periferia, como los informes de Rodr?guez de Albuerne sobre diferentes partes y as
pectos del Norte mexicano. Ejemplos de primer orden son los documentos recogidos por la doctora Vel?zquez bajo el rubro de "Dict?menes", que ocupan la mayor parte del volumen: "Sobre la colonizaci?n de Sierra Gorda", "Sobre no cambiar misiones en Texas", "Sobre reajuste de misiones en el Nuevo Reino de Le?n y Coahuila", "Sobre poblamiento de Nueva Vizcaya" y "Sobre pre sidios de Nueva Vizcaya" (pp. 31-166), la mayor parte de los cuales procede del Archivo General de Indias. De hecho, las p?ginas redactadas por la autora son pocas, pero con gran densidad de informaci?n en torno al marqu?s. En ellas * "En pos del marqu?s de Altamira" y "?Encontr? al marqu?s de Altamira?", en Di?logos* xi: 1 y 5 (El Colegio de M?xico, ene.-feb. y sep. oct. 1975), pp. 15-21 y 23-26.
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se muestra el origen de la riqueza y nobleza de la familia S?n chez de Tagle, de la que Albuerne pas? a formar parte debido a su matrimonio y de la que obtuvo much?simas ventajas. Aqu? se nos muestra mucho del vivir y del morir de las encumbradas casas novohispanas, as? como de su af?n por preservar el t?tulo nobiliario y de lo costoso de ello. Posteriormente se habla del ascenso escalafonario del personaje: primero gracias a la familia adquirida y despu?s a su probada capacidad administrativa. Fi nalmente, a manera de ap?ndices, algunos documentos concurren con nuevas luces sobre su personalidad y recursos econ?micos. La edici?n se cierra, por ?ltimo, con un ?ndice onom?stico y geogr?fico que en mucho aumenta la utilidad de la publicaci?n.
Jos? Mar?a Mur?a Centro Regional de Occidente, INAH
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EL COLEGIO DE
MEXICO_ha publicad HISTORIA Y SOCIEDAD EN EL MUNDO DE HABLA ESPA?OLA Homenaje a Jos? Miranda
Como homenaje postumo al gran hombre y maestro que fue el historiador Jos? Miranda, El Colegio de M?xico public? esta colecci?n de ensayos de algunos de los m?s renombrados investigadores de las cosas pasadas en las amplias regiones en que floreci? la cultura hispana. Se hicieron cargo de la preparaci?n y edici?n del volumen antiguos disc?pulos del maestro desaparecido, quien sin duda hubiera visto con agra do que sus ense?anzas cayeron en terreno f?rtil por lo que a exigencias de veracidad y claridad de pensamiento se re fiere. Los ensayos abarcan, temporalmente, del siglo xvi al xx,
y geogr?ficamente, desde Espa?a hasta Filipinas, pasando por la inmensidad del contienente americano.
?NDICE Julia Miranda de Valenzuela
Datos biogr?ficos de Jos? Miranda
Wigberto Jim?nez Moreno Nayarit ? Etnohistoria y Arqueolog?a Woodrow Borah Los tributos y su recaudaci?n en la audiencia de Nueva Galicia durante el siglo xvi
Norman F. Mart?n
Antecedentes y pr?ctica de la esclavitud negra en la Nueva Espa?a del siglo xvi
Juan Friede
El privilegio de vasallos otorgado a Hern?n Cort?s
Julio Le Riverend Brusone
Problemas del r?gimen de apropiaci?n de la tierra
Enrique Otte La Nueva Espa?a en 1529
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Marcel Bataillon Santo Domingo era Portugal
Howard F. Cline
Notas sobre la historia de la conquista de Sahag?n Luis Muro La expedici?n Legazpi-Urdaneta a las Filipinas ? Organizaci?n ? 1551-1564 Pedro Carrasco La introducci?n de apellidos castellanos entre los mayas ?ltenos Charles Verlinden El r?gimen de trabajo en M?xico ? Aumento y alcance de la garant?a ? Siglo xvii
Jean-Pierre Berthe
La peste de 1643 en Michoac?n ? Examen cr?tico
de una tradici?n
John J. Tepaske
La crisis del siglo xviii en el virreinato del Per? Robert A. Humphreys Rivalidades angloamericanas y emancipaci?n americana
Ernesto Chinchilla Aguilar
Corrientes filos?ficas en Guatemala anteriores a la implantaci?n del positivismo
Berta Ulloa
Taft y los antimaderistas
Luis Gonz?lez Los balances peri?dicos de la revoluci?n mexicana
Sherburne F. Cook Las migraciones en la historia de la poblaci?n mexicana Datos modelo del occidente del centro de M?xico James W. Wilkie La ciudad de M?xico como im?n de la poblaci?n econ?micamente activa ? 1930-1965
408 pp., cuadros y gr?ficas En M?xico % 80.00. En el exterior US$ 4.80
EL COLEGIO DE M?XICO
Departamento de Publicaciones Camino al Ajusco 20, M?xico 20, D. F.
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EL COLEGIO DE MEXICO ha publicado interesantes documentos para la historia
de Am?rica en las siguientes obras de su colecci?n
JORNADAS:
N?MERO 78: Francisco Cuevas Cancino: La carta de Jamaica (145.00). "Es a nosotros, que constituimos esa especie intermedia entre indios y espa?oles, a quienes corresponde hacer la independencia; y la haremos a pesar del abandono de una Europa que se muestra indiferente a nuestros sufrimientos, y que nuevamente permite nos
sacrifique la vieja e insaciable serpiente que es Espa?a." Las anteriores palabras, inspiradas por un profundo sentimien to de reivindicaci?n americana, fueron escritas por un hombre que sufri? en los ?ltimos a?os de su vida la derrota y el exilio: Sim?n Bol?var. A la postre, repudiado aun por las clases que se propuso exal tar, escribe en un extraordinario documento la justificaci?n hist? rica de la lucha emancipadora que deber?an afrontar las colonias americanas.
N?MERO 81: Mar?a del Carmen Vel?zquez: El marqu?s de Alta mira y las Provincias Internas de Nueva Espa?a ($ 45.00) .
En el siglo xviii las tribus insumisas de las Provincias internas demandaron considerable atenci?n de los gobernantes del virrei
nato de Nueva Espa?a, pues en el Septentri?n las rebeliones,
muertes e invasiones se suced?an continuamente. Don Juan Rodr? guez de Albuerne, marqu?s de Altamira, como auditor de guerra, durante quince a?os propuso a los virreyes Vizarr?n y Eguiarreta, Fuenclara y Revillagigedo la pol?tica conveniente para pacificar y dominar a esos grupos de habitantes rebeldes. Estudi? cuidado samente el funcionamiento de presidios y misiones y consider? que su administraci?n era deficiente y defectuosa. Sus ideas sobre la manera de hacer efectivo el dominio espa?ol en el norte del virreinato son una contribuci?n al pensamiento reformador de los
Borbones. Cre?a que la expansi?n espa?ola ten?a un fin secular y que el gobierno en las llamadas "tierras de guerra" deb?a fun darse en la convivencia utilitaria de indios y espa?oles. Adqui?ralos en la librer?a de El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20, M?xico 20, D. F.
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