Historia mexicana 120 volumen 30 número 4

HISTORIA MEXICANA 120

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HISTORIA MEXICANA 120

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Vi?eta de la portada: Ilustraci?n de la obra de C.B. Heller: Reissen in Mexiko (Leipzig, 1853), p, 223.

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Estudio Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Bernardo Garc?a Mart?nez

Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Romana Falc?n, Mois?s Gonz?

Navarro, Andr?s Lira, Luis Muro, Anne Staples, Elias Trabulse, Ber

Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXX ABRIL-JUNIO 1981 N?M. 4 SUMARIO

Art?culos

Jos? F. de la Pe?a y Mar?a Teresa L?p

Comercio y poder ?Los mercaderes y el

de Guatemala? 1592-1623 469

Thomas Benjamin: El trabajo en las mon Chiapas y Tabasco - 1870-1946 506

Testimonios Peter Gerhard: Un censo de la di?cesis de Puebla

en 1681 530

Cr?tica Jos? Carlos Chiaramonte: En torno a la recupera* ci?n demogr?fica y la depresi?n econ?mica noyo hispanas durante el siglo xvii 561

Examen de libros sobre Guillermo Porras Mu?oz: La frontera con los indios de Nueva Vizcaya en el siglo xvii (Ma

r?a del Carmen Vel?zquez) 605

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sobre Carlos Pereyra et aL: Historia ?para qu??

(Rodolfo Pastor) 611 sobre David J. Robinson: Research inventory of the

Mexican collection of colonial parish registers (Bernardo Garc?a Mart?nez) 618

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $85.00 y

en el extranjero Dis. 5.00; la suscripci?n anual, respectivamente, $320.00 y Dis. 19.00. N?meros atrasados, en el pa?s $105.00; en el extranjero

Dis. 6.00.

(e) El Colegio de M?xico Camino al Ajusco, 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740, M?xico, D.F. ISSN 0185-0172

Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico por Ediciones Griver, Av. 10, n?m. 130, Col. I. Zaragoza, M?xico 9, D. F.

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COMERCIO Y PODER ?LOS

MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA? 1592-1623

Jos? F. de la Pe?a # Universidad de Madrid-Alcal?

Mar?a Teresa L?pez D?az Universidad de Sevilla

A Vicente Lloren?

Dentro de las constantes de la historia social y socioecon?mi

ca de la Am?rica colonial la oligarqu?a es una de las que, a lo largo de los siglos, ha mantenido una mayor operativ! dad. Con una gran capacidad de adaptaci?n, muchas de las familias olig?rquicas supieron sobrevivir en su prepotencia generaci?n tras generaci?n. En la formaci?n, actividad y permanencia de este elemento dominante tuvo gran impor tancia ?entre otros factores tambi?n b?sicos? un grupo social,

los mercaderes, y una instituci?n, los cabildos municipales.

Despu?s de habernos acercado ya al estudio de los or?genes

de la gran oligarqu?a de M?xico y Puebla,1 pretendemos

ahora realizar el estudio de este mismo fen?meno en otras zonas tanto del virreinato novohispano como del Per?. As?, estamos investigando los casos de Lima, Guadalajara, Oaxaca, Quer?taro, San Salvador, San Miguel y Guatemala. De estos tres ?ltimos, y especialmente de Santiago de los Caballeros * Deseo expresar mi agradecimiento al Social Science Research

Council, merced a cuya ayuda he podido realizar esta investigaci?n y otras sobre semejante tem?tica.

1 Sobre este tema he preparado un libro que publicar? en breve

el Fondo de Cultura Econ?mica: Oligarqu?a y propiedad en Nueva Es

pa?a ? 1550-1624 (De la Pe?a, en prensa). V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

469

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470 J.F. de la pe?a y M.T. L?PEZ D?AZ de Guatemala, ser? de los que aqu? nos ocupemos. Antes, sin embargo, querr?amos dejar apuntado k>! que, en l?neas ge nerales y afines a los postulados expuestos por Maravall,2 entendemos por oligarqu?a. A tenor de ellos, la oligarqu?a podr?a caracterizarse como grupo minoritario y dirigente, con

un poder f?ctico no institucionalizado (aunque se valga de las instituciones), que se distingue en tanto y en cuanto entidad y est? por encima de los individuos que la componen.

Su campo de actuaci?n se extiende, intensamente, a diversos sectores de la vida econ?mica, social y pol?tica durante un amplio per?odo hist?rico. Finalmente, tiene reconocimiento p?blico de su prepotencia y posee un alto grado de cohesi?n, incluso en sus creencias y lazos familiares.

I. Tratos y mercaderes En el conjunto de la gobernaci?n y audiencia, era la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala la que

concentraba la mayor?a de los principales mercaderes y, en consecuencia, los tratos, contratos y cr?dito.

Estos grandes mercaderes guatemaltecos actuaban, fre cuentemente, tanto en el sector comercial como en el finan ciero y crediticio. De una parte, como ya se ver?, eran por centualmente muchos los vecinos de la ciudad de Santiago que se dedicaban a "tratos y granjerias, que es lo que en esta tierra m?s enriquece".3 Los inventarios de bienes realizados en el distrito de la audiencia de Guatemala en 1623 confir man en efecto el enriquecimiento de muchos de estos mer caderes.4 El capital activo bruto de los siete 5 comerciantes 2 Maravall, 1979, especialmente pp. 160ss.

3 La audiencia al Consejo de Indias (30 abr. 1601), en AGI, Gua temala, leg. 11.

4 Sobre esta medida de los inventarios, vid. De la Pe?a, en prensa, cap. i; Memoriales Olivares, 1973, p. 243, nota 21.

5 A tenor de los inventarios ?stos eran Pedro de Lira, Francisco de Xerez Serrano, Antonio Mar?a Justiniano Ch?varri, Pedro Crespo Xu?rez, Tom?s Mel?ndez, Tom?s de Cilieza Velasco y Alonso Alvarez de Vega

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 471

con mayor patrimonio declarado ascend?a a la importante suma de 1075 252 tostones de plata de a cuatro reales (vid. cuadro 1). Sin llegar a las cotas alcanzadas por los grandes

mercaderes de M?xico o Lima, no cabe sin embargo duda de que algunos de estos hombres de tratos guatemaltecos pod?an compararse con algunos de entre los m?s abonados

Cuadro 1 Estructura patrimonial de los principales mercaderes de Guatemala en 1623

Tostones Porcentaje Oficios 62 675 5.83

Casas 96000 8.93 Labores . ? ?

Ganados ? ?

Industrias 45 000 4.18 Esclavos 42 136 3.92

Tratos y contratos 113 064 10.51

En reales 3 640 0.34 Plata y joyas 7 200 0.67 Ajuar y menaje 25 810 2.40

Caballeriza 9 220 0.86 Deudas a favor 670 507 62.36 Total 1075 252 100

Deudas en contra 82 400

de las capitales virreinales. Tambi?n hay cierta muy marcadas en algunos casos, entre las estr moniales de unos y otros.6 Una primera aproximaci?n al cuadro 1 pued presi?n de que estos mercaderes estaban decidi

Sus inventarios, como los de todos los dem?s vecinos d

los Caballeros, San Salvador y San Miguel se encuen M?xico, leg. 263.

6 En este sentido vid. Rodr?guez Vigente, 1960; Hob

De la Pe?a, en prensa, cap. iv.

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472 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ dos hacia el mundo de los tratos: un 72.87% de sus bienes estaba compuesto por los apartados de trates y contratos y

por el de deudas a favor. Por el contrario, los bienes inmue

bles ?nicamente sumaban un 13.11%, siendo nulas adem?s las inversiones en haciendas de labor y en estancias de ga nado. Tal impresi?n es sin embargo err?nea, o cuando me nos equ?voca, en cuanto profundizamos en su an?lisis. Algu nos de entre ellos, caso por ejemplo de Marcos de Estupi??n y Sebasti?n de Villela, s? tuvieron una estructura patrimo nial fundamentalmente inmersa en el comercio, pero hubo otros que huyeron claramente de las no siempre seguras aguas de los tratos y contratos, como por ejemplo Sancho de Carranza Medinilla, quien prefiri? reinvertir su patrimonio en la industria de la tinta a?il. Entre uno y otro extremo exist?a una amplia gama de matices que apuntaban, por lo

general, en una direcci?n b?sica: la consolidaci?n, en un sector menos conflictivo y arriesgado que la siempre incier ta navegaci?n, del capital conquistado.

Pero si en este sentido puede hablarse con bastante jus? teza de cierta similitud del caso guatemalteco con el mexi

cano y el peruano, distinto es en lo qtie ata?e a otros as pectos. As? por ejemplo, en Guatemala, a diferencia de

M?xico por estos mismos a?os de fines del siglo xvi y prin cipios del xvn, nos encontramos con una serie de mercaderes importantes que no eran peninsulares sino criollos. Sin em bargo hay que se?alar, eso s?, que la pr?ctica totalidad de

los m?s gruesos y abonados hab?an nacido en los reinos

de Castilla. Otro elemento diferencial, que ya apuntamos, es

el elevado porcentaje de vecinos de la ciudad de Santiago

que, en mayor o menor cuant?a, trataban y contrataban. Se

g?n los datos de poblaci?n que el carmelita V?zquez de Espinosa suministra para estos a?os de la segunda d?cada del siglo xvn, contaba la ciudad de Santiago de los Caba lleros con "m?s de mil vecinos espa?oles".7 Pues bien, en la 7 V?zquez de Espinosa, 1948, [607].

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 475

relaci?n de mercaderes que, con motivo del encabezamiento de la alcabala, poseemos aproximadamente para los mismos a?os, el n?mero de los que cotizaban por tal concepto era de 10 L8 A tenor de ello hay que considerar por tanto que

un 10% de los vecinos estaba dedicado en distinto grado e ?ndole a actividades mercantiles. Este hecho no deja de ser inicialmente destacable en el conjunto hispanoamericano,

sobre todo en lo que a ciudades no portuarias se refiere; parcialmente, tiene explicaci?n en una serie de factores di versos que no escaparon, en parte al menos, a la l?cida ob servaci?n del ya citado V?zquez de Espinosa, quien califica

a la ciudad de Guatemala como "de grande contrataci?n, con toda la Nueva Espa?a y M?xico, y las provincias de la

tierra, de Espa?a, del Per?, y Nicaragua, que van a ella con plata y mercader?as a sacar el cacao, a?il y grana y otros frutos qtie produce la tierra en suma cantidad".* En resumidas cuentas, Santiago de los Caballeros no era s?lo un importante mercado local, sino que manten?a am* plias relaciones con muchas otras provincias de la cat?lica monarqu?a. Adem?s, y ya tendremos ocasi?n de insistir en ello, financiaba y comercializaba parte importante de la pro ducci?n de provincias aleda?as, empezando por la tinta a?il

de San Salvador y San Miguel, continuando con el cacao, sin olvidar los corambres.10 Esta privilegiada situaci?n de

charnela entre ambos mundos y entre el norte y sur indianos,

junto a su magra econom?a de monocultivo ?cacao primero, tinta a?il despu?s? hac?a que fueran muchos, efectivamente,

los que procurasen sacar beneficios en la explotaci?n y

comercializaci?n de ?stos y otros productos, aunque fuese ? AGG, A.I-27, exp. 11810, leg. 1804. Agradezco al prof. J. H. El liott el conocimiento de este documento.

? V?zquez de Espinosa, 1948 [607].

10 MacLeod, 1973, pp. 152ss. Para la funci?n del cacao en la eco? nom?a guatemalteca del siglo xvi y en el sistema de encomiendas, vid.

Rodr?guez Becerra, 1977, especialmente pp. 105-107. Esta obra se?ala

c?mo los mercaderes de Santiago de los Caballeros controlaban en

gran parte, como despu?s har?an con el a?il, el comercio del cacao.

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474 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ en peque?as cantidades. Se da as? el caso, no demasiado

frecuente en Indias por aquellos a?os, de encomenderos co merciantes o, cuando menos, tratantes incluso con tienda abierta. Tambi?n, que determinados se?ores de ganados o due?os de obrajes de tinta navegasen sus productos por propia cuenta y riesgo a otros mercados, trayendo a cambio

mercadur?as con las, que comerciar en su tierra. Tal, por ejemplo, el caso* de Alonso Alvarez de Miranda, poseedor de una hacienda y obraje en la costa de Siquimala, quien envi? a Espa?a, por su cuenta, m?s de 19 000 .tostones en tinta y cueros.11 Conviene,, sin embargo, dejar hecha salve

dad de que el susodicho fue, antes de ctue?o de estancia y obraje, mercader, actividad que a?n nou hab?a abando

nado en 1623, cuando todav?a manten?a tienda abierta con mercanc?as cte M?xico y Castilla.12 Problema de las Indias en general, y de regiones de las

caracter?sticas del centro de Am?rica sobre todo, era la dependencia agravada por el monocultivo: todo depend?a en gran parte de ?l. Primero, en el caso que nos ocupa, hab?a sido el cacao y ahora, cada vez m?s como ya se ha se ?alado, lo iba siendo la tinta a?il. Con no poco desconsuelo refer?a Fuentes y Guzm?n la poca atenci?n que sus conciu dadanos dedicaban, por ejemplo, a la miner?a, y consideraba que "es lo dicho por la pusilanimidad de los hombres que tienen con qu? fomentarlas, y dejan de hacerlo por el amor que tienen a una libra de tinta".13 Aunque el cacao fuese activo a?n, tanto en la documentaci?n oficial como en los inventarios, hay que se?alar ?coincidiendo con los plantea

mientos de MacLeod? que la mayor?a de lo que se consig naba para tratos con Castilla consist?a en tinta a?il.14 No ? AGI, M?xico, leg. 263.

12 AGC, A.I-27, exp. 11810, leg. 1804.

13 Fuentes y Guzm?n, 1882-1883, n, p. 8.

14 Fundamental sobre estos aspectos y sobre toda la zona en ge neral, MacLeod, 1973. Para este punto, vid. especialmente pp. 80s?,

235ss.

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 475

quiere ello decir sin embargo que el cacao no siguiera

teniendo a?n su importancia en los intercambios con M?xi co, Puebla y otros puntos.

Los mercaderes de Santiago consegu?an con frecuencia estos productos en muy buenas condiciones de precio por medio de otorgar pr?stamos y adelantar mercanc?as a los cultivadores. Como se?al? Fuentes y Guzm?n, los hombres

de tratos adquir?an la tinta a?il "a precios abatidos y a trueque de trapos viejos y caros".15 Parece, en efecto, que los hombres de negocios y mercaderes supieron aprovechar

bien las necesidades que agobiaban a los obrajeros. Una

breve aproximaci?n a los patrimonios de los vecinos de una important?sima zona productora de a?il ?San Salvador y San Miguel? nos permite percatarnos de la operatividad de estos procedimientos.

Aunque no faltasen otras actividades econ?micas, la fun damental en esa importante alcald?a mayor del oriente cen

troamericano era la que se realizaba en los obrajes de xi quilite. Como puede verse por la relaci?n de patrimonios contenida en los cuadros 2 y 3, la econom?a de la zona era d?bil y dependiente, de intercambio y, pr?cticamente, no monetaria. Como l?gica consecuencia de esta estructura eco n?mica el endeudamiento era muy elevado. En San Salva dor, de econom?a m?s saneada a todas luces que la de San Miguel, puede observarse c?mo el montante de la deuda representaba m?s del 33% respecto del volumen total bruto

de bienes; esta misma relaci?n en el conjunto de las dos ciudades ascend?a al 56.96% (vid. cuadro 4).

La lista de acreedores de estos obrajeros estaba siempre llena, y en cantidades importantes, de partidas debidas a los comerciantes y prestamistas guatemaltecos. Entre ellos

destacaban, tanto por el volumen de sus pr?stamos como por la frecuencia con que aparec?an, los nombres de Justiniano Chavarri, Alvarez de Vega, Crespo Ju?rez, Xerez Serrano y 15 Fuentes y Guzman, 1882-1883, n, p. 9.

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500

3000 5 000

1200 18 8 000

N?m. Precio Esclavos

103 17700

14

1 5 10

500

trias

36

12 000 3 000 2000 tiene 3000 53000

30 000 2 500

Indus

16

12

Minas

500 500 tiene

6200 2 500 5 300

8 000 1000

tiene

Casas Ganados

100

2 000

23000

2100

San Miguel

Cuadro 2

a Uno de los m?s importantes propietarios de San Miguel, rese?a- sus propiedades pero no da los precios.

800

Precio

2 750

3550

Ocupaci?n

Oficio

Fuente Ar?valo, Diego de la Dep. gral.

Mendoza Basconcelos, Juan Ale. hdad.

M?ndez Basconcelos, Diego Ale. ord.

Rodr?guez Salcedo, Domingo Ale. hdad.

Alvarez de la Fuente Ale. ord.

Nombre

Cortes de Reyna, Fabi?n Alf.

Gonz?lez Batres, Diego Ale. ord.

Robles, Bartolom? de* Ale. mayor

Contreras, Crist?bal de Ale. ord ?ngulo, Pedro de Ale. hdad.

Total

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Enco

mien das

Contra

200

200

464 505 9 2009 382 14 912 9 600 20 243 35 486

37 942 2 000

Deudas

56 765

70

16000 58835 159914 400

2 000

Favor

4 000

12 000

Dadas Recibidas

Dotes

180 520 300

Caballeriza

150

menaje 1500 y

700 488 200 200 2 500 1000

Ajuar Joyas

labrada Plata

Tratos

tratos

y con

600 782 106 6738 1000

106

406

276

600

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4 000 6 500 8 000 5 000

18 000

6 300

N?m. Precio Esclavos

37

14 13

16

6

300

trias Indus

10 000

1

1815

15

12 000 12 000

18 500

12 000

14 000

25 770 37700 7500 78 800 135 47 800

3 000 4 500

Casas Ganados Minas

San Salvador

Cuadro 3 Ocupaci?n Oficio Precio

Alvarez, Manuel Ale. ord. 2 200 6100

Cantoral Ponce de Le?n, Gaspar Ale. ord. 1 070

Dubois de Mendoza, Carlos Ale. ord. 2 000

Vedia Tozumbano, Tom?s de Ale. ord. 4 000

Aceituno Guzm?n, Mart?n de Ale. 3 500

Zubitola, Miguel de Ale. o?d. 5 000 16000 Berm?dez Salvago, P. Proc. gral. 2 000

Nombre

Berm?dez Salvago, J. 4 000 10 100

Mendoza, Juan de Ale. ord. 4 000

Pleites de Ortega, Juan 1 500

Rivera, Juan de Ale. hdad.

Total

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300 900 15 000 576 1000 1300 23138004084002 000 4000 100

560 2 000 6 000 12 000 3 000 700

500 4 000 318003 7 400 26 417 1000

576 1 150 ' 2 000 4 000 1475 7 400 1000

256 500 2 000 8 000 600 5 000 800

1000 10 000 300

tratos lahrada menaje Dadas ReC?bldas Favor Contra das

27 000 2 268 2 750 13 455 1235 4 000 94 208 25 755 89 617 4 300

y con- _ _ , Joyas y Caballeriza ?-?;-?-~ri? ^r-'?-7^- mien

300 1 100 3 455 1235 20 0002 5 000

Trat0S Plata T A]UaT n,? Dotes Deudas Enc?

1000 7 480

27 000 1 200

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480 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ Cuadro 4 Distribuci?n sectorial de los patrimonios de los habitantes de San Salvador y San Miguel en 1623

Tostones Porcentaje Oficios 3 550 0.81

Casas 27 870 6.36

Labores y ganados 60 700 13.86

Minas 8 000 1.83

Industrias 131800 30.09

Esclavos 65 500 14.95

Tratos y contratos 27 600 6.30

En reales ? ?

Plata y joyas 5 806 1.33

Caballeriza y menaje 22 428 5.12

Deudas a favor 84 790 19.35

Total 438 044 100

Deudas en contra 249 531 Total neto 188 513

Pedro de Lira. El m?s importante de t por estos a?os veinte del siglo xvn, pa sido Tom?s de Cilieza Velasco, tesorer de la Santa Cruzada en Guatemala, N y Verapaz, que era acreedor de m?s de conjunto de su jurisdicci?n.16 Este he en la tesis de que tanto la renta real sus tesoreros, jugaron un papel de pri

tema econ?mico general y creditici Am?rica hisp?nica durante la ?poca

funci?n tiene a?n m?s significado, y q si se tiene en cuenta tanto la end?mic

16 Pas? a Guatemala, desde M?xico, en 16

AGI, M?xico, leg. 263) contiene una amplia e dores. Ten?a tambi?n importantes tratos con su corresponsal era el mercader sevillano Juan

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 481

como la escasez de adecuados canales crediticios en la eco nom?a colonial en general y, en este caso, en la guatemal teca en particular. De otro lado hay que tener en cuenta que el sistema de cobro de esta renta era de los pocos, tal vez el ?nico, que abarcaba en la pr?ctica a todo el virrei nato, centralizado como es l?gico en M?xico, y que estaba, aun siendo renta real, en administraci?n de un particular

que pose?a adem?s permiso de la corona para tratar y contra tar en provecho propio con lo recaudado de dicha renta.17 El estudio de alg?n caso particular permitir? acercarnos

mejor a los patrimonios y modus operandi de estos mer caderes y se?ores de censos guatemaltecos. Valga como ejem

plo, tal vez m?s ilustrativo que indicativo, el de Pedro de

Lira, quien parece haber sido por estos a?os el mayor hombre

de tratos y con mayor capital propio.18 Los m?s de los 40 000 tostones que pose?a entre tratos y mercader?as^ inci

den en esta afirmaci?n y adem?s el que, seg?n los inven tarios de bienes, fuera el mayor se?or de censos existente en Guatemala en el ?mbito secular. Estos censos se encon traban impuestos tanto sobre inmuebles de la ciudad de Santiago como sobre obrajes de tinta a?il tambi?n impor tantes de las jurisdicciones de San Salvador y San Miguel.

En los siguientes t?rminos relata el propio Pedro de Lira la manera en que fue formado su patrimonio: "Hago la memoria siguiente de los bienes que Nuestro Se?or me ha dado en treinta y ocho a?os que ha que pas? de los reinos de Espa?a a estas partes, lo cual he adquirido y ganado con muy grandes y excesivos trabajos, arresgando mi vida,

persona y hacienda en viajes que he hecho por los mares del Norte y del Sur y provincias de Honduras y Nueva

Espa?a, y enviando mi hacienda y arresg?ndola destas pro vincias a los reinos de Espa?a y del Per? y a la ciudad de

M?xico y a la Puebla de los ?ngeles".

17 Vid. el inventario del tesorero general de. la Santa Cruzada para la Nueva Espa?a, don Francisco de la Torre, en AGI, M?xico, leg. 263.

18 Vid. cuadros 5 y 7.

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482 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ Sin embargo, y aun siendo todav?a un poderoso y activo

mercader, sus pautas de actuaci?n hab?an cambiado en el transcurso de esos treinta y ocho a?os. Da la impresi?n, en efecto, de que Pedro de Lira hab?a procedido a una conso lidaci?n de su patrimonio buscando la seguridad y la renta (vid. cuadro 5). Este comportamiento se refleja en el im portante n?mero de censos ya rese?ado y en los juros que, por un total de 45 080 tostones, pose?a situados sobre el almojarifazgo y las almonas de Sevilla. Ambas partidas re

Cuadro 5 Estructura patrimonial de Pedro de Lira

Tostones Porcentaje Oficio 5 775 2.27

Casas 26 000 10.22

Esclavos (20) 10 436 4.10

Tratos y contratos 38 714 15.22

Mercadur?as 2 050 0.81

Juros 45 080 17.73

Censos y corridos 82 932 32.60

Plata y joyas 1889 0.74 Ajuar y menaje 1500 0.59

Deudas a favor 40 000 15.72 Total 254 376 100

Deudas en contra 6500

P?rdidas de naos 127 500

Entierro y capellan?as 23 500

presentaban un 50.32% del total de su patrim no hay que considerar por ello que esta b?sq

renta fuese absoluta y, sobre todo, que hubiese el abandono de los tratos. Por el contrario, la t tada por ?l parece haber sido comerciar con l de parte de sus censos (al tenerlos abundantes s de tinta a?il) y cobrar a buen seguro parte de pecie, especie que conseguir?a as? a mejor preci pu?s comerciaba aumentando con ello los ben

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 483

semejantes pautas actuaba respecto a sus juros sevillanos, ya

que ten?a ordenado a su corresponsal en aquella ciudad,

Juan Fern?ndez Jurado, que le enviara los r?ditos de aquellas

rentas, y los rezagos de tratos anteriores, "empleados en mercadur?as a esta tierra por mi cuenta en las naos que se

esperan este a?o".

Su t?ctica, por lo tanto, era fundamentalmente arriesgar lo procedido de las rentas pero no el principal, teniendo ade

m?s a ?ste bien situado. Pero no obstante esa prudencia no siempre le fueron bien, como era de esperar, sus acti vidades. As?, entre malas ditas, las menos, y diversos nau fragios, este activo mercader natural de Salamanca hab?a perdido la considerable suma de 127 500 tostones. De todas formas, como puede observarse en el citado cuadro 5, su patrimonio era s?lido, bien anclado en tratos y cr?dito y, sobre todo, en cr?dito consolidado. Por otra parte, la com posici?n de su fortuna se muestra bien ajustada tanto a la coyuntura como a la estructura patrimonial que sol?a pre

dominar entre quienes, a?n activos, llevaban largos a?os en el mundo de los tratos y contratos.19 La coyuntura adem?s, entre otros factores, estaba mar cada por dos signos adversos: la baja del precio de la tinta a?il y una desastrosa y continuada p?rdida de navios. Los

juicios de los contempor?neos sobre ambos factores eran claros y coincidentes. As?, un vecino de San Salvador, Juan

Pleites de Ortega, hablaba de c?mo la tinta "ha venido a grande baja de seis a?os a esta parte, a disminuci?n y baja su precio, y es hacienda que casi se empata la costa con el valor". Por su parte, Francisco de Xerez Serrano refer?a y databa sus actividades y naufragios en los siguientes t?rmi

nos: "De todo el tiempo que ha que estoy en las Indias

[algo m?s de treinta y cinco a?os] y en esta ciudad he tenido 19 Vid. obras citadas en nota 6, supra, y, para algunos aspectos de

estas mismas cuestiones en el ?mbito europeo, Schick, 1957; Man drou, 1969. Para el caso espa?ol cf. especialmente Lapeyre, 1955; Pike, 1972, sobre todo pp. 99-129.

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484 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ tratos gruesos, enviando a Castilla cantidad de tinta y te niendo retorno a ella de cargazones, las cuales dentro de mi

casa en el almac?n las he vendido y beneficiado teniendo cajeros espa?oles. Y de ocho a?os a esta parte he tenido

hartas p?rdidas en las naos que se han perdido".20

A pesar de ello, y como ya se vio en el caso de Pedro

de Lira, una serie de mercaderes se mostraban pujantes, acti

vos y con s?lidos patrimonios. El examen, aunque breve, de los de Alonso ?lvarez de Vega y Antonio Mar?a Justi

niano Gh?varri resulta ilustrativo en este sentido. Pas? el

primero a Guatemala hacia 1593 y en ella cas? en 1602 con

Catalina N??ez de Miranda, con quien recibi? en dote 20 500 tostones "con los cuales y con mi industria y traba

jo he adquirido los bienes siguientes": la totalidad de lo

declarado suma 154 400 tostones, y pose?a adem?s, aproxi madamente desde 1601, la encomienda de San Antonio Su chitepequez que le ven?a rentando unos 1 200 tostones anua les. Su patrimonio en tratos, mercadur?as y deudas a favor ascend?a a 76 500, complet?ndose con unas casas valoradas en 14 000 tostones y una hacienda y obraje de tinta a?il en la costa de Siq?uimala apreciada en 45 000.21 De caracter?sticas similares era el caso de Justiniano Ch? varri, natural al parecer de Genova y hermano seguramente del tambi?n mercader Juan Tob?as Justiniano Ch?varri, es tablecido igualmente en Santiago de los Caballeros.22 Tanto el uno como el otro aparec?an con frecuencia, como ya se 20 En similares t?rminos se expresaba tambi?n, entre otros, el ca

pit?n don Marcos de Estupi??n, alguacil mayor de corte de la real

audiencia: "porque mucha cantidad que tuvo de hacienda se le perdi? en las flotas que se han perdido desta provincia, que han sido m?s de treinta mil pesos". Inventario en AGI, M?xico, leg. 263.

21 AGI, M?xico, leg. 263.

22 El dicho Juan Tob?as fue alcalde ordinario de Santiago y era

natural de Genova. Su hijo, Antonio Justiniano Ch?varri, nacido en

Guatemala en 1615 y regidor de la ciudad, realiz? las pruebas de la orden de Santiago en 1649, al igual que su hermano Francisco. Vid. Lohmann Villen a, 1947, i, pp. 215-216.

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 485

se?al?, como acreedores de vecinos de San Salvador, San Miguel y la propia ciudad de Guatemala. No poseemos la relaci?n de bienes de Juan Tob?as, pero s? la de Antonio,

regidor adem?s de Santiago de los Caballeros, casado con Mar?a Rodr?guez de quien recibi?, entre dote y herencia paterna, 50 000 tostones. Su patrimonio en 1623 era tan s?lido como ampliamente asentado en el mundo de los tra tos y contratos, seg?n puede verse en el cuadro 6.

Patrimonios del volumen y, sobre todo, de la composi

ci?n de ?stos que se han se?alado indican de forma clara Cuadro 6 Relaci?n de bienes de Antonio Mar?a Justiniano Ch?varri

Tostones Porcentaje Oficio 3 300 4.07

Casas 4 000 4.93

En cacao y tinta para

vender en M?xico 5 000 6.17

En Puebla para que se

los empleen 4 800 5.92 En tinta en Espa?a 3 000 3.70 Tinta en su poder 3 000 3.7?

Mercanc?as en su casa 4000 4.93 E? reales 1940 2.39

Esclavos (3) 1400 1.74 Plata labrada 768 0.95

Joyas 1000 1.23

Ajuar y menaje 2 200 2.71

Le deben 46 666 57.56

Total 81074 WO "~* la presencia de una serie de hombres de tratos y contratos activos y diversificados en sus operaciones mercantiles y en sus inversiones. Consecuencia de todo ello era que, a pesar de las dificultades y problemas estructurales que aquejaban a econom?as de este este tipo, el movimiento comercial fuera importante tanto en el conjunto americano como en lo con

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486 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ cerniente al tr?fico con la pen?nsula. Significativo al respecto

es este fragmento de una carta del presidente de la audiencia al Consejo, referido a las mercanc?as, plata, etc. enviadas por los comerciantes de la regi?n en la flota de 1599: Y de particulares llevan [los navios] trescientos y veinte y un

mil y ochocientos tostones, en que entran sesenta y ocho mil tostones que en M?xico est?n de mercaderes desta ciudad para ir en la flota deste a?o, y aquesto adem?s de la cantidad de plata

de mercaderes de la provincia de Honduras y de lo procedido de las mercadur?as que los due?os de las naos trajeron a su cargo, suya y de vecinos de Sevilla y otros mercaderes que vi nieron en las naos, la cual es en cantidad. Y dem?s desto van en estos navios gran suma de mercader?as, tinta, cueros, zarza parrilla y otras de la tierra, que se estiman valen m?s de tres

cientos mil tostones. Por manera que, con todo lo susodicho y lo que m?s llevan los maestres de los fletes y mercader?as que tra jeron la gente de mar, vendr? a ser un mill?n de tostones, poco m?s o menos, los que agora van, que es la mayor cantidad que nunca ha ido destas provincias; y esto mismo ha sido en la plata de vuestra majestad.23

Una serie de factores negativos (problemas portuarios, costos de transporte, recrudecimiento de la pirater?a, aumen

to de la presi?n fiscal, etc., sin olvidar el cambio de co yuntura que se produjo en el Atl?ntico hisp?nico hacia 1621), incidieron progresivamente en el comercio guatemal

teco. A ello se a?adi? el que su por lo general escaso nu

merario sufriera dos sangr?as pr?cticamente consecutivas: la primera fue motivada por la visita del licenciacb Juan de Ibarra y las consiguientes y abundantes condenaciones; la

otra, por el donativo general que se pidi? en todas las In dias al advenimiento al trono de Felipe IV. A tal punto lleg? este extremo que el gobernador y presidente de la audiencia comunicaba que hab?a decidido retrasar la peti ci?n del susodicho donativo hasta que se hubiera recogido

23 El doctor Alonso Criado de Castilla, presidente de la audiencia, al Consejo de Indias (15 mayo 1600), en AGI, Guatemala, leg. 2.

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 487

la cosecha de tinta, ya que, caso contrario, tem?a que la cantidad que se recaudara fuera bastante peque?a.24 Otro factor, por ?ltimo, que tambi?n incid?a en la deteriorizaci?n del trato y, por otro lado, en la masa de numerario circu lante, fue la progresiva baja de la renta de las encomiendas y la concesi?n de rentas situadas en indios vacos a personas que no resid?an en el distrito de Guatemala.26 Sin embargo de ?stas y otras circunstancias, los merca deres guatemaltecos se mostraban tan activos como numero sos. No deja de ser sorprendente en este sentido que, seg?n

ya se dijo, pr?cticamente un 10% de la poblaci?n de es

pa?oles y criollos de la ciudad de Santiago se dedicase a los tratos. De igual manera, de aqu?llos de quienes poseemos inventario (81 en total) consta que veintitr?s, es decir un 28.6%, estaban en el mismo caso. Esta abundancia de mer caderes, o cuando menos de personas que entre sus activi dades ten?an el tratar, a mayor o menor escala, se reflejaba tambi?n entre los encomenderos, y hasta donde conocemos este extremo parecen haber sido abundantes los que lo ha c?an.2* Hay que se?alar no obstante que el volumen comer cial de estos encomenderos era sensiblemente inferior/como cab?a esperar, al de la elite de los mercaderes de Santiago.

Tambi?n, que por las propias caracter?sticas de sus estruc turas patrimoniales y de los g?neros con que comerciaban, por problemas de financiaci?n en suma, eran dependientes de los grandes y medianos mercaderes. Este hecho, junto a las indudables posibilidades de movilidad social ascendente 24 El conde de la Gomera al Consejo de Indias (3 jun. 1623), en AGI, Guatemala^ leg. 15.

25 El fiscal de la audiencia al Consejo de Indias (8 mayo 1609),

en AGIj Guatemala, leg. -66.

26 A tenor de la informaci?n suministrada por los inventarios y complementada por e\ becerro de las cuadras de la Antigua Guatemala (citado en nota 8) el porcentaje de encomenderos que de un?s u otra manera trataban ascend?a a m?s de un 30% de los registrados en dicha documentaci?n. Sobre este mismo extremo vid. Rodr?guez; Becerra,

1977, p. 105.

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488 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ que por su enriquecimiento se produc?an entre ios merca deres,27 tuvo su reflejo en la composici?n y en los intentos de control de la principal instituci?n de gobierno y justicia

en primera instancia, el cabildo municipal, de ese punto

clave que era Santiago de los Caballeros en Guatemala.28

II. EL CABILDO DE GUATEMALA: BENEM?RITOS Y MERCADERES

Los cabildos municipales constituyen una de las institu ciones b?sicas, en m?s de un sentido, del mundo hisp?nico en general e iberoamericano en particular.29 Por su funcio nalidad y estructura ?plenamente ajustadas al modelo cas tellano?30 as? como por la procedencia social y bases eco 27 Adem?s de los casos ya rese?ados, valga como ejemplo el de

Martin de Villela, vizca?no, a quien sabemos formando compa??a con Pedro de Sol?rzano, compa??a en la que s?lo pon?a "su solicitud y tra

bajo" y que en 1623 pose?a un capital bruto de 129 605 tostones y hab?a adquirido una regidur?a en el cabildo de Guatemala. Adem?s

de su inventar?o, vid. "Testimonio de autos sobre regidores de Santiago

de Guatemal que tienen tiendas" (1596), en AGI, Consulados, leg.

470.

28 Esta penetraci?n de los comerciantes en el cabildo era ya bas tante acentuada en el siglo xvi. Hombres de tratos eran, entre otros,

Alonso N??ez, tesorero y depositario general; Francisco de Mesa, al f?rez real; Crist?bal de ?vila Monroy, regidor, y el tambi?n regidor

Pedro de Sol?rzano. Sintom?tica al ?respecto es la real c?dula dada por Felipe II a 23 de abril de 1587, en la que, entre otras cosas, se* dice: "Yo soy informado que en esa ciudad hay algunos regidores quo tratan y contratan y tienen tiendas de mercanc?a en terceras perso nas, y ellos en sus casas venden ropa y vino y lo dan a los taberneros,

y en esto la rep?blica recibe notable da?o, y en especial los pobres,

porque como los dichos regidores son due?os de lo que se vende se pone a excesivos precios". AG?, Consulados, leg. 470.

29 Sobre este t?pico vid., fundamentalmente, Moore, 1954; Bayle,

1952; Marzahl, 1978; sin olvidar los estudios de Jos? Mar?a Ots Capdequ?. Para e? ?rea concreta que nos ocupa, Chinchilla Aoui

lar, 1961.

30 Para este punto concreto vid. Bayle, 1952; Ots Capdequ?, 1934; y el acta de constituci?n del cabildo guatemalteco, en Libro* viejo, 1934, p. 9.

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 489

nomi?as de sus componentes, por su tradici?n y continuidad, son tal vez uno de los, mejores medios para comprender m?s ajustadamente los fen?menos pol?ticos y socioecon?micos de

Am?rica a lo largo del per?odo colonial e incluso despu?s.

Seg?n es bien sabido, el cabildo ten?a como funci?n b?sica

regir y determinar una serie de pautas importantes, tanto de

polic?a como, consecuentemente, econ?micas y sociales del comportamiento ciudadano. Dado adem?s el car?cter de la colonizaci?n espa?ola, la fundaci?n de ciudades, y en con secuencia sus cabildos, tuvieron una importancia primordial.

As? ocurri?, naturalmente, en Guatemala donde una de las primeras acciones de los conquistadores fue fundar ciudad, constituir cabildo y dar leyes para ?l.31 Una vez establecido y promulgadas sus leyes, en todo in terven?a el cabildo: justicia, repartimientos de solares y aguas,

aranceles y abastos, molinos, ejidos, etc. Ante ?ste su poder y atribuciones no es por tanto de extra?ar que los cargos en ?l fueran porfiados en caso de elecci?n y bien pagados

cuando comenzaron a sacarse a p?blica subasta en la almo neda real.32 $1 cabildo de la ciudad de Santiago de los Ca balleros uni? adem?s a todas esas potestades anteriores otra que aument^oconsiderablemente su poder: "que sus alcaldes ordinarios se intitulasen y fuesen corregidores del valle de Guatemala, ennuya virtud administraban justicia a los 77 pue blos-que se hallaban situados ?n ?l".33 Esto como se puede

comprend?rmela no s?lo fundamental para la honra de la ciudad, sino tambi?n ?y es claramente lo primordial? por que permit?a al cabildo el control de un alfoz rico y extenso

que resultaba b?sico adem?s para el abastecimiento de la ciudad^.

** Fuentes y Guzman, 1882-1883, i, p. 252; Juarros, 1936, i> p. 3; Libro viejo, 1934.

82 Sobre la venta de oficios vid. Parry, 1953; Tom?s y Valien

te, 1972.

83 Fuentes y Guzm?n, 1882-1883, i, pp. 453ss.

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490 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ En los primeros momentos, y "conform?ndose con la cos tumbre y orden de los otros fundadores y pobladores que fueron en los reinos de Castilla", el cabildo de Santiago de los Caballeros estuvo compuesto por dos alcaldes ordinarios y cuatro regidores.34 Su sistema inicial de provisi?n fue el de elecci?n anual, aunque ?sta estuviese, de una u otra for

ma, decidida por el gobernador, el adelantado don Pedro de Alvarado, a quien sabemos determinando las elecciones, por ejemplo, en los a?os 1525 y 1526.35 Con posterioridad

se introdujo una serie de variantes de las cuales las m?s

importantes fueron los nombramientos por vida mediante una provisi?n real. Al mismo tiempo fue aumentando el n? mero de regidores, a la par que disminu?an quienes acced?an al cargo de regidor por elecci?n.

Hasta principios del siglo xvn, cuando menos, la com posici?n del cabildo era la que ya prevalecer?a durante el

restante per?odo de los Austrias: alf?rez mayor, alguacil ma yor, correo mayor, depositario general (que ten?a tambi?n cargo de regidor) y diez regidores. A ?stos, que eran per petuos, hay que a?adir los dos alcaldes ordinarios (nombra dos por elecci?n anual), el escribano (perpetuo pero sin voz ni voto) y otra serie de miembros cada?eros como los alcal des de la Hermandad y otros.

Las bases econ?micas y el conjunto patrimonial de estos capitulares guatemaltecos, asi como su composici?n Social y las relaciones entre criollos y peninsulares/ pueden ser ac tualmente mejor conocidos merced a los referidos inventarios

de bienes de 1623. A tenor de ?stos, el conjunto patrimonial del grupo presentaba un c?mputo favorable. Tanto ?l total de sus bienes era elevado, m?s de 950 000 tostones, como no excesivamente fuerte el peso de su deuda, poco m?s de 250 000

tostones, lo que ven?a a representar un 26.53% respecto del

total del patrimonio activo bruto. Para una conveniente matizaci?n de est? cifra t?ngase presente que ese pofcen ?* Libro viejo, 1934, p. 9.

85 Libro viejo, 1934, p. 12.

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 491

taje de deudas era, para este mismo grupo capitular, en M?xico de casi el 34% y en Puebla de un 14.5% Un primer an?lisis de los totales patrimoniales por sec

tores vendr?a a indicar una serie de rasgos b?sicos de la econom?a del grupo (vid. cuadro 7). Desde un principio destaca la debilidad del sector primario: s?lo un 1.36% in

vertido en labores y ganados y, por supuesto, tal como ya

Cuadro 7 Estructura patrimonial de los miembros del cabildo de Santiago

de los Caballeros de Guatemala en 1623

Tostones Porcentaje Oficios ' 91 137 9.57 Casas 134 407 14.11

Labores y ganados 12 925 1.36 Industrias 67 375 7.07

Esclavos (148) 40 886 4.29

Tratos y contratos 87 646 9.20 En reales 3140 0133

Plata y joyas 20 386 2.14

Caballeriza y menaje 22 340 2.35

Deudas a favor 472 211 49.58

Total 952453 100

Deudas en contra 252 672

indicase Fuentes y Guzm?n, nada en minas. Por la situaci?n fuese por aquellos a?os un tanto precar neral,36 y que en la ganader?a hubieran incidido los numerosos desjarretamientos realizados para co corambres y sebo, no dejan de ser significativas tan inversiones en estos sectores.

86 Para algunas calamidades y mortandades por estos a?os,

ejemplo, Pardo y Gallardo, 1944 (datos del a?o 1616)

Criado de Castilla al Consejo de Indias (15 mayo 1600), e Guatemala, leg. 2.

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492 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ Por el contrario, el secundario se encontraba mejor re?r presentado porcentualmente (7.07% = 67.375 tostones), aun que no hay que olvidar que tales explotaciones de tinta a?il ten?an un componente ganadero de indudable entidad en la mayor?a de los casos. Todo ?l adem?s giraba en torno a la fabricaci?n de tinta a?il y estaba concentrado, al igual que el puramente agropecuario, en dos propietarios: Carranza Medinilla y Diego de Arriaza, poseyendo el primero m?s del 81% de lo invertido en este apartado (vid. cuadro 8). Tra tos, mercader?as y cr?dito ascend?an, y no debe sorprender a tenor de lo dicho anteriormente, a un 58.78%. El porcen taje por estos mismos conceptos entre los capitulares de M?xi

co y Puebla era del 29.40 y 21.80% respectivamente. Esta fuerte presencia del capital mercantil y financiero (ambos

coexist?an por supuesto en el apartado deudas a favor) viene nuevamente a se?alar la importancia y concentraci?n de am bos sectores. Sin embargo conviene tener presente que un 37% de ese total bruto invertido en tratos y cr?dito corres pond?a a uno s?lo de los miembros del cabildo, el y^ citado

Pedro de Lira.

Otra importante partida de sus patrimonios era la cons tituida por inmuebles urbanos (134 407 tostones =? 14^11%)

en la que destacaban, nuevamente, dos mercaderes: Pedro de Lira y Francisco de Xerez Serrano. De bastante entidad tambi?n era lo desembolsado en la adquisici?n de oficios y cargos del cabildo (91 137 tostones = 9.57%), que represen taba una cantidad superior a las inversiones realizadas e? el conjunto agropecuario e industrial. Tan elevado monto dif?cilmente podr?a explicarse ?nicamente por los gajes que del ejercicio de tales oficios pudieran derivarse.

A lo que parece por los datos contenidos en los inven

tarios, los regidores de Santiago de los Caballeros no ten?an ni siquiera el peque?o salario anual de que disfrutaban sus colegas de otras ciudades de Indias. Tampoco parece haber sido muy elevado lo conseguido con cargos espec?ficos y tra dicionalmente de mayores ingresos como eran los de correo mayor, depositario general y otros. Hay que tener presente

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 493

no s?lo esos parcos ingresos: parejamente hay que considerar tambi?n los elevados gastos que, en m?s de una ocasi?n, con llevaban los cargos capitulares en fiestas, juras de reyes y otros actos y solemnidades de ?ndole semejante.37 En con

secuencia es l?gico pensar que esa inversi?n de m?s de

90 000 tostones no estaba motivada fundamentalmente por los aprovechamientos que oficialmente pudieran derivarse del

ejercicio de dichos cargos. Cabe preguntarse entonces cu?les eran las razones que llevaban a realizar dichas compras de oficios. En alg?n caso, y el de don Juan del Castillo y C?rca mo es el mejor ejemplo, est?n motivadas por la herencia y

la tradici?n y, como se ver?, existe una indudable conti nuidad en el cabildo junto a la presencia, muy poderosa a veces, de nuevos elementos. Tampoco hay que dejar de

laclo, al analizar este tipo de desembolso, el atractivo que en

esas sociedades pose?an la apariencia y relevancia sociales que tales cargos llevaban aparejadas.38 Sin embargo, y atendiendo a ese casi 10% invertido en oficios, habr? que pensar adem?s en los beneficios econ?mi cos, importantes y tangibles, que pudieran derivarse de los puestos concejiles por una u otra v?a. En este sentido baste recordar sus amplias atribuciones en el gobierno y ordena ci?n econ?mica y de abastos de la ciudad en s? y de su ex tenso y rico valle. No dejan de ser significativas en este

sentido las palabras que, en 1601, escrib?an los oidores sobre la negligencia del cabildo, alcaldes y fiel ejecutor en su obli gaci?n de conseguir el debido y adecuado aprovisionamiento

de la ciudad a precios razonables, debido a "que los m?s

dellos son interesados en las posturas de las cosas de comer por ser mercaderes que las traen de esos reinos, as? el vino y aceite, como la pasa, higo y aceituna, y otras fru?as secas,

87 Para algunos de estos gastos v?anse los inventarios de Juan

Bautista Carranza MediniUa y Sim?n Ortiz de Miranda.

88 Sobre la ostentaci?n y el sistema de valores en la sociedad gua

temalteca de la ?poca, vid. Sanchiz Ochoa, 1976, especialmente pp. 121ss.

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3

1200 850 000 3 600 1600 46 800 2 000 10 436 6 000 1400

Num. Precio Esclavos

8

1155

15

3 5 64 9 12 20

55 000 12 375

Indus trias

9 000 91137 134 407 3 925 9000 67375 148 40 886

Casas Labores Ganados

3 925

20 000 8 000 6000 26000 12 000 6407 4000 20 000 4 000 28 000

Cuadro 8 Cabildo de Guatemala

4 125 3 300 5 775 3 300 22 500 3 300 3 300

Precio Ocupaci?n

Alf. mayor por merced

Oficio

P Carranza Medinilla, Juan B. Alf. mayor 13 750

P Crespo Xu?rez, Pedro Corr. mayor 19 000 C Aguilar y C?rdoba, Fco. de Reg. 3 712

C Ortiz de Miranda, Sim?n Reg. d. gral.

C ?lvarez de Vega, Alfonso Reg. 3 300

C Ram?rez de Vargas, Antonio Reg.

? Justiniano Ch?varri, Anto. Ma. Reg. C Castillo y C?rcamo, Juan Reg. 2 750

P,s= Peninsular.

Nombre

C Horozco y Ayala, Gaspar P Xer?z Serrano, Fco. de Reg.

? Arriaza, Diego de Reg. 3 025

P Villela, Mart?n de Reg. P Mel?ndez, Tom?s Reg.

P Lira, Pedro de Reg.

Notas : C = Criollo.

Total

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Enco

mien

das

600

2 750

900

900

3 712 19 250 4 000 3 800 49400 32 400

1798 5 500 75 054

1000

1500

18 610 56 000 2 000 45 000 6500 12 000

46 660

4197 96 000 65 000 10 000

168 012

? 3 640 22 200 262 000 472211 252 672 7 650

80 000 8 000

30 000 14 000 58 000 12 000 30 000 19 300 11000

N?m. Precio Dadas Recibidas Favor Contra 22 200

100300

Ajuary . menaje

Joyas labrada Plata

Reales

Tratosy con tratos

620

320

Caballeriza Dotes Deudas2000

800

2 000 10006000

2 750 1000

1625

1000

2 437

800

1500

400

1500

2 500 2 200

50

780 400 1889

19 40

300

10 00

40 764 19 800 1082 23 000

2 405 500 2 55012 000 87 646 3140 12 086 8300 18 700

2 00

3 000

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496 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ DIAZ las cuales compran tambi?n en el puerto para vender y las venden en tiendas p?blicas que tienen encargadas a criados,

que les dan a cinco y seis, y m?s o menos, por ciento de lo que

les venden. Otros tambi?n tienen miel y frijoles y otras le gumbres de sus tributos y trigo de sus labranzas, y los venden

en la plaza p?blica en pan cocido por mano de sus esclavos y esclavas e indias de servicio y en sus casas, contra las cua

les se procede en virtud de la real c?dula de nuestra ma

jestad, que se los prohibe por ser regidores".39 Junto a esas amplias e il?citas posibilidades de enrique cimiento que explican ya mejor las importantes cantidades invertidas en cargos concejiles, el informe de los miembros de la audiencia se?ala otro hecho de notable inter?s: la exis tencia en el seno del cabildo de dos grupos socioecon?micos bien diferenciados: mercaderes y hacendados-encomenderos.

Ello desde otra perspectiva puede traducirse, aunque no siempre con una absoluta coincidencia, por peninsulares y criollos.

Atendiendo a esta relaci?n criollos-peninsulares, la com posici?n del cabildo se muestra, en principio, bastante equi librada en el n?mero de unos y otros, aunque parece adver tirse como veremos un cierto predominio de los no nacidos

en Indias. Seis eran con seguridad criollos y todos ellos

encomenderos, excepci?n hecha de Sim?n Ortiz de Miranda.

La n?mina criolla era la siguiente: don Francisco de Agui lar y C?rdoba, don Alfonso Alvarez de Vega, don Juan del Castillo y C?rcamo, don Gaspar de Horozco y Ayala, Sim?n Ortiz de Miranda y don Antonio Ram?rez de Vargas. La re presentaci?n peninsular por su parte estaba compuesta por Juan Bautista Carranza Medinilla, Pedro Crespo Xu?rez, Pedro de Lira, Tom?s Mel?ndez, Mart?n de Villela y Fran cisco de Xerez Serrano, es decir, otros seis miembros. Los dos restantes, hasta completar el n?mero de catorce, Diego 39 La audiencia al Consejo de Indias (30 abr. 1601), en AGI,

Guatemala, leg. 11. Vid. supra, nota 28.

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 497

de Arriaza y Antonio Maria Justiniano Ch?varri, permane cen en principio dudosos, aunque existen una serie de indi cios que llevan a pensar que tanto uno como otro no eran

criollos (vid. cuadro 8) Pero si en n?mero ?y quedando exceptuados Arriaza y

Justiniano? criollos y peninsulares manten?an un indudable equilibrio, hay otra relaci?n en que los primeros aparec?an claramente en inferioridad: la cuant?a respectiva de sus pa

trimonios. Inicialmente los criollos, a tenor de los datos contenidos en el cuadro 9 y la gr?fica 1, pose?an un total activo de 84 261 tostones (una media de 14 043 tostones y medio por individuo) frente a los 723 961 de los peninsu lares (algo m?s de 120 660 de promedio). Es decir, de ese jtotal activo bruto de 808 222 tostones, los primeros repre sentaban ?nicamente el 10.43% mientras que los segundos ostentaban el 89.57% restante. En contrapartida, y como era previsible, los peninsulares ten?an un pasivo sustancialmente m?s elevado que el de los benem?ritos y criollos en general: 201 300 (86.24%) y 32 122 (13.76%) respectivamente. Ahora bien, la relaci?n activo-pasivo en uno y otro caso era clara mente favorable a los peninsulares. Por cada tost?n de deuda los criollos pose?an s?lo 2.62 tostones de activo, mientras que los peninsulares, en los mismos conceptos, ten?an 3.60 por cada uno de pasivo. En el caso del capital neto la rela ci?n se acentuaba respecto de los porcentajes anteriores.

De un total neto de 574 800 tostones los peninsulares pose?an

un 90.93% (522 661), frente al 9.07% (52 139) de los crio

llos. Por ?ltimo, por cada tost?n de activo neto que pose?an estos ?ltimos, los peninsulares dispon?an de m?s de diez.

Tales son, en s?ntesis, los resultados que se desprenden de una primera aproximaci?n al tema desglosando los datos contenidos en el cuadro 9 y la gr?fica 1. Sin embargo, inclu yendo en el patrimonio de los regidores que se encontraban

bajo patria potestad el activo y pasivo de los respectivos

pater familias, que eran en realidad los verdaderos detenta dores de los puestos que ostentaban sus hijos, pasaremos a analizar sectorialmente los datos procedentes de los inven*

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498 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ DIAZ Cuadro 9 Miembros del cabildo de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Relaci?n porcentual de bienes entre criollos y peninsulares a

Total Criollos % ?ares " % Oficios 84 812 36 387 42.90 48 425 57.10 Casas 124 000 22 000 17.75 102 000 Labores y ganados 12 925 12 925 100 ? ?

Industrias 55 000 ? ? 55 000 100 Esclavos0 134 25 18.66 109 81.34

Tratos y contratos 67 846 1082 1

En reales 1000 1000 100 ? ?

Plata y joyas 15 856 50 0.32 15 806 99.68

Caballeriza y menaje 22 020 6 620 30.06 15 400 69.94

Deudas a favor 424 763 4 197 0.99 420 566 99.01 Totales 808 222 84 261 723 961 Deudas en contra 233 422 32 122 201300 Notas

a Excluidos Diego de Arriaza y Justiniano Ch?varri. b Expresados en n?mero, no en precio.

tarios.40 Es necesario sin embargo hacer notar previamente

la salvedad de que si bien los dos regidores que se encon traban bajo patria potestad, don Francisco de Aguilar y C?rdoba y don Alfonso Alvarez de Vega, eran criollos, sus padres hab?an nacido en Espa?a. Como puede observarse

(cuadro 9), en todos los sectores salvo en dos predominaban los patrimonios de los peninsulares. Esos dos sectores mayori taria o absolutamente criollos eran el agropecuario, en el que con una inversi?n de 12 925 tostones los criollos representa

ban la totalidad del sector en el ?mbito capitular, y caba

40 Los dos pater familias eran don Pedro de Aguilar Lasso de la Vega, caballero de Calatrava, poseedor de un patrimonio valorado en 31 170 tostones y un pasivo de 16 712, y Alonso Alvarez de Vega, con un activo de 154 400 y deudas por un total de 40 500.

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69.57

10.43

A. Relaci?n porcentual del total bruto criollos-peninsulares seg?n los patrimonios de los miembros del cabildo:

Criollos 84.261 Total 808 2Z2

Peninsulares 723 961

B. Idem, incluyendo los patrimonios de los pater fani?iias:f

Criollos 269 831 Total 993 792 Peninsulares 723 961

C. Relaci?n porcentual del total neto criollos-peninsulares seg?n los patrimonios de los miembros del cabildo:

Criollos 52 139 Total 574 800 Peninsulares 522 661

D. ?dem, incluyendo los patrimonios de los pater familias:

Criolios 180 497 Total 703 1 58 Peninsulares 522 661

Gr?fica 1

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500 J.F. DE LA PE?A Y M.T. LOPEZ DIAZ lleriza y menaje, en el que por cada tost?n invertido por los peninsulares ten?an los criollos 1.11 aproximadamente. Por el contrario, en todos los dem?s apartados el predominio era manifiesto, excepci?n hecha del escaso efectivo, en favor de los reci?n llegados, incluso en la tesaurizaci?n (plata y joyas) y en el de casas y oficios. En cuatro aspectos claves el pre dominio de los peninsulares era muy marcado. En primer lugar, en el de la industria de la tinta a?il, en el que si bien aparentemente las fuerzas estaban bastante equiparadas no lo era tanto si tenemos presente que la hacienda de tinta a?il computada en el haber criollo pertenec?a al ya citado ?lvarez de Vega. Del mismo modo, y aun m?s agravada en detrimento de los criollos, se mostraba la relaci?n en lo que al n?mero de esclavos se refer?a. No mucho menos desigual era la relaci?n en el apartado de deudas a favor. Algo m?s pareja, relativamente, se mostraba la relaci?n porcentual en

lo que a deudas en contra se refer?a: 30.74% (del que el

19.69% pertenec?an a Aguilar Lasso de la Vega y a ?lvarez de Vega) frente al 69.26 de los peninsulares. De otro lado la relaci?n porcentual activo-pasivo entre criollos y peninsu lares se decantaba naturalmente del lado de los segundos.

Parejamente, estos ?ltimos pose?an un 72.85% del activo total bruto y un 74.33% del neto.

Porcentajes aparte, por m?s que ?stos sean indicativos, se trata adem?s de que las inversiones y actividades de los peninsulares eran predominantes en los sectores m?s produc tivos y din?micos y, marcadamente, en el mundo del trato, el contrato y el cr?dito. Como ya se ha se?alado para M?xico y otros lugares de la Am?rica hisp?nica, puede que este pre dominio y control del sector comercial y crediticio por parte de los gachupines fuese uno de los principales motivos del tradicional enfrentamiento entre unos y otros y de esa ani madversi?n, patente en los criollos, hacia los reci?n llegados

que queda muy clara ya, por ejemplo, en los escritos de

Fuentes y Guzm?n. Hay que se?alar tambi?n, sin embargo, que todos los peninsulares del cabildo, sin excepci?n al pare cer, se encontraban casados con criollas; dos de ellos concre

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LOS MERCADERES Y EL CABILDO DE GUATEMALA 501

tamente con descendientes directas de Bemal D?az del Cas

tillo. As?, a pesar de los antagonismos se?alados, no cabe duda de que estas alianzas matrimoniales, de intereses, con tribu?an a dar fuerza y cohesi?n, no exenta de tensiones, al poderoso grupo capitular guatemalteco.

Al tenor de lo expuesto anteriormente, Guatemala, en los aspectos aqu? estudiados merced a los inventarios de bienes, presentaba en el tr?nsito secular y en ese primer cuarto del siglo xvn una serie de caracter?sticas muy marcadas. De ellas algunas le eran propias, casi privativas en alg?n caso, y la

mayor?a eran variantes concordes con la generalidad de la Am?rica colonial. Entre estas ?ltimas hay que incluir su ganader?a ky agricultura, que coincid?an en sus principales l?neas con las dominantes en otras regiones de similar de sarrollo del ?mbito americano. Tendentes de forma funda

mental al autoabastecimiento, especialmente la agricultura, estaban sujetas como todas las de este tipo a crisis, que pode mos calificar de estructurales, con las consiguientes hambres y epidemias. Su fuerza de trabajo era la mano de obra indi* gena, mano de obra que los due?os de estancias y haciendas hab?an visto disminuir tanto por el descenso generalizado de la poblaci?n ind?gena como, en el caso de los encomenderos,

por las disposiciones de la corona. De otro lado hay que

tener presente esa gran incidencia en el sistema econ?mico de la tinta a?il, y c?mo su elaboraci?n y comercializaci?n, dada su importancia como colorante, fue creciendo desde el ?ltimo cuarto del siglo xvi especialmente en Nicaragua, San Salvador, San Miguel y zonas aleda?as. Posteriormente la nueva industria crecer?a con rapidez entre 1590 y 1620 para entrar, aunque sin perder su gran importancia, dentro de la crisis que por esta segunda fecha empez? a manifestarse.

Se trata, tanto o m?s que de un monocultivo en sentido pleno, de un cultivo predominante y dedicado a la expor

taci?n, caracter?stica que ha sido, y en gran parte sigue sien do, predominante en Centroam?rica y otras regiones ameri canas.

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502 J.F. DE LA PE?A Y M.T. L?PEZ D?AZ El mundo de los tratos y el cr?dito a su vez, si bien presentaba un rasgo poco usual (el gran n?mero de mer caderes m?s o menos gruesos), concordaba con las pautas ge nerales en otros extremos. As?, fundamentalmente, el escas? n?mero de entre ellos que aunque no monopolizaba s? con centraba el mayor volumen de navegaciones y tambi?n de

pr?stamos en sus diversas clases: consolidados o no conso

lidados. Pedro de Lira podr?a ejemplarizar perfectamente el primer caso, mientras que Cilieza Velasco, activo prestamista seg?n se vio, lo har?a en el segundo. Tambi?n hay qu? tener presente si?mpre ese papel de charnela entre M?xico y Per? que, con mayor o menor intensidad seg?n los momentos,

jug? Guatemala.

Por ?ltimo, la composici?n del cabildo municipal de la

ciudad de Santiago es un buen indicativo, tal vez el mejor, de las tendencias y las bases sociales y econ?micas que ju gaban, y- predominaban, en la rep?blica de espa?oles por estos a?os de fines del siglo xvi y primer cuarto del xvn.

Es de resaltara el, volumen relativamente muy importante que significaba je? el c?mputo general el patrimonio total del grupo concejil. Junto a relio, si bien entre sus compo nentes hay una igualdad:, bastante acentuada entre criollos y peninsulares, -tal equilibrio se romp?a, al computar- el total de bienes pose?dos por unos y otros, en favor de los ?ltimos, casi todos ellos adem?s activos mercaderes.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS

DE CHIAPAS Y TABASCO 1870-1946 Thomas Benjamin

Central Michigan University * Era culpa de las monter?as, qu? de voraban a cientos de indios para pro

veer a los ciudadanos de los Estados Unidos y de Europa y a sus esposas con muebles de caoba, y a los ban queros e industriales can escritorios

de, cao?>a... '.,,..

No es posible tener caoba barata y al mismo tiempo salvar las vidas de todos esos inocentes indios que mueren por miles en la selva para conseguirla.

B. Traven: Gobierno

Es probable que en ninguna de las industrias del M?xico

independiente, ni en las minas de Pachuca, Zacatecas y Tax

co, ni en los campos henequeneros de Yucat?n, ni en los

cafetales de Valle Nacional, los trabajadores hayan sido ex plotados m?s brutalmente que en las monter?as de Chiapas, Tabasco y Guatemala. ?stos eran campos en que se explotaba la caoba, que llegaron a convertirse en verdaderas prisiones y virtualmente en sepulcros desde los tiempos de Porfirio

D?az hasta los de L?zaro C?rdenas.

* El autor desea expresar su agradecimiento a la Henry L. and

Grace Doherty Charitable Foundation por haber financiado su investi gaci?n durante el a?o 1980-1981 y al se?or Randall Hedden por dibu

jar el mapa.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 507 Las monter?as de Chiapas han llegado a ser conocidas en todo el mundo a trav?s del ciclo de novelas de la selva de B. Traven: La carreta, Gobierno, Marcha a la monter?a, La troza, La rebeli?n de los colgados, y El general de la selva,

publicadas originalmente en alem?n entre 1931 y 1940.1 Estas novelas describen la forma en que enganchadores la dinos reclutaban a los indios y los somet?an al peonaje por

deudas en la ?poca de Porfirio D?az. Narran la vida y el

trabajo de los peones caoberos en las monter?as, los castigos

que se les impon?an, los intentos para escapar, y el c?mo terminaron por hacer una revoluci?n y establecer una comu

na anarquista. Traven no deja lugar a dudas sobre su opi ni?n acerca de las condiciones de trabajo que imperaban

en las monter?as. "Las masas de braceros ?nos dice en Marcha al imperio de caoba?, es cierto, eran conducidas a las mon ter?as exactamente como ganado.. . Ni la fiebre ni cualquier otra enfermedad serv?an de excusa para dejar de entregar la cuota diaria prescrita de dos toneladas de troncos buenos y aderezados, listos para ser arrastrados".2

La indignaci?n del anarquista permea las novelas de l? selva al reiterar el tema central de cada una de ellas: la degradaci?n total del hombre en su lucha por obtener ga nancias. Las novelas van de lo tierno y humor?stico a lo 'pedante e iracundo. Pero ?hasta qu? punto resultan ?tiles en lo que se refiere a los trabajadores y a las condiciones de

trabajo?3

* La informaci?n acerca de las monter?as es escasa. Su aisla

miento geogr?fico, las repulsivas condiciones de trabajo y el bajo ?ndice de sobrevivencia de los trabajadores, han contri

buido a que casi no exista documentaci?n s?lida acerca de la forma en que operaban estas monter?as. Al igual que en el 1 Traven, 1970, 1971a, 1971b, 1974a, 1974b (traducciones al in gles); 1950, 1973 (traducciones al espa?ol). V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Traven, 1973, pp. 105, 64. * Baumann, 1976, pp. 121-127. Vid. tambi?n Johnson, 1970, p. 5.

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508

THOMAS BENJAMIN

caso de los campos de concentraci?n nazis durante la segunda

guerra mundial, los due?os y los administradores de los campos de explotaci?n de caoba en el sur de M?xico y el

norte de Guatemala no ten?an intenci?n alguna de revelar lo que ocurr?a en la selva. Periodistas con esp?ritu de inves tigaci?n como ?ngel Pola y John Kenneth Turner lograron visitar haciendas henequeneras y fincas cafetaleras, pero en general durante el porfiriato las monter?as fueron poco cono cidas e inaccesibles. Sin embargo, las monter?as tuvieron una p?sima reputaci?n entre los indios de Chiapas, y algunos de los sobrevivientes pudieron contar m?s tarde su historia.

Despu?s de la revoluci?n mexicana unos cuantos hombres y mujeres con esp?ritu aventurero lograron llegar hasta las monter?as y hablaron con algunos de los indios que hab?an trabajado en ellas. Sus relatos han permitido trazar un es

bozo del trabajo en esos lugares desde la d?cada de 1870

hasta la de 1940. La documentaci?n m?s importante queda todav?a por ser descubierta en los archivos de las empresas madereras en Nueva York y Londres y en los archivos mu nicipales de Tenosique y Palenque. Las monter?as esperan todav?a a un historiador que cuente su historia.

Sin duda otras industrias fueron de mayor importancia

econ?mica para M?xico y el mundo, y emplearon a m?s trabajadores. Sin embargo, la forma en que se us? de la mano de obra en esta industria demuestra los extremos a que se puede llegar en el proceso de producci?n capitalista cuando est? fuera de la vista del p?blico y es tolerado por las estructuras pol?ticas El presente examen de las relaciones de trabajo en las monter?as confirma tristemente los horrores

que Traven describi?.

I

La explotaci?n de la caoba es tan antigua com sencia de los europeos en Am?rica. Gonzalo Fern Oviedo reconoci? el valor de la caoba desde el s afirmando que "en todas partes del mundo ser?a e

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 5?9 esta madera".4 La caoba se utiliz? para decorar la catedral

de Santo Domingo (construida de 1514 a 1540) y Hern?n

Cort?s la emple? en la construcci?n de embarcaciones en 1521.

La caoba para usos decorativos se export? por primera vez

a Inglaterra en el siglo xvn y se hizo popular en Europa

para hacer muebles finos. Sin embargo, la demanda mayor de esta madera fue para la construcci?n de barcos, pues es f?cil de trabajar, resiste los efectos del agua y flota bien.*

La explotaci?n de la caoba se inici? en el Caribe. La gran

demanda inglesa de madera llev? al establecimiento de una

base naval y mercantil en Belice. Un segundo auge de la caoba tuvo lugar durante las ?ltimas d?cadas del siglo xrx. al aumentar la demanda en Europa y en los Estados Unidos.

En aquella ?poca exist?an dos centros productores impor tantes en Am?rica: en la costa de los Mosquitos en Nicara gua y Honduras y en la selva lacandona de Chiapas, Tabasco y Guatemala.6 La regi?n caobana de M?xico y Guatemala se localizaba principalmente a lo largo del r?o Usumacinta y su centro era el pueblo de Tenosique a orillas del r?o (vid. mapa 1).

Las monter?as se localizaban tambi?n en el valle del Jatat? en Chiapas y a lo largo del r?o San Pedro en Guatemala.

Ten?an que estar cerca del r?o para que los troncos pudieran ser transportados hasta Frontera o El Carmen durante los

meses de junio a febrero en que los r?os sub?an de nivel.

La caoba mexicana y centroamericana (generalmente cono cida como caoba de Honduras) se daba en bosques h?medos tropicales, y una de las zonas m?s productivas era la selva lacandona.7

La explotaci?n de la caoba adquiri? importancia en Ta

basco para 1870; en Guatemala el gobierno dio las primeras

* Lamb, 1967, p. ix.

5 Lamb, 1967, p. 12. ? MacLeod, 1973, p. 368; Woodward, 1976, pp. 64, 72, 97, 131; Lamb, 1967, pp. 10-17; Favre, 1973, p. 57.

7 Record y Mell, 1924, p. 27.

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Mapa 1. Zona Caobana concesiones para su explotaci?n en El Peten en 1879-1880, y compa??as norteamericanas comenzaron a explotarla en la misma ?poca en Chiapas.8 Las primeras monter?as modernas fueron establecidas en M?xico por familias de empresarios

espa?oles como los Romano, los Bulnes y los Valenzuela en San Juan Bautista, Tabasco. Estas familias adquirieron terrenos vast?simos y barcos de vapor para transportar la 8 Amram, jr., 1937, pp. 29-30; El mensajero de Centroam?rica* 1895, pp. 22-23.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 511 Cuadro 1 Monter?as de Chiapas, Tabasco y Guatemala EN LA ?POCA PORFIRIANA

Monter?a San Nicol?s Santa Clara Las Tinieblas El Deseo

Tecuja

Santa Elena El Real

San Quint?n Filadelfia

San Rom?n Tzendales Santa Margarita

La Gloria

Puerto Rico Agua Azul Reforma (ignoto) (ignoto)

Propietario o empresa Policarpo Valenzuela Policarpo Valenzuela Policarpo Valenzuela

Teodosio Ochoa Pedro Vega

Enrique Bulnes Enrique Bulnes Enrique Bulnes Mr. Morris (norteamericano)

Casa Romano Casa Romano Casa Romano Casa Romano Casa Romano Mexican Mahogany and Rubber

Corporation, Ltd. (canadiense) American and Guatemalan Mahogany Company (norteamericana) Mexican Hardwood Company ( norteamericana )

Guatemalan and Mexican Mahogany and Export Company (inglesa)

madera a Europa y a los Estados Unidos.9 No mucho des? pues que estos pioneros comenzaron sus operaciones, otros, como los D?az Duf?o, Pedro Vega, Manuel Otero, Cipriano Carrascosa, Teodosio Ochoa y compa??as brit?nicas, cana dienses y norteamericanas, comenzaron su explotaci?n en la regi?n (vid, cuadro 1) .10 La Mexican Mahogany and Rubber

Corporation, Ltd., por ejemplo, que era due?a de la mon ter?a de Agua Azul, pose?a 1 100 kil?metros cuadrados de Chiapas, 1895, pp. 17-18. *> Palacios, 1928, pp. 145-154; Lamb, 1967, p. 18.

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bosques en Chiapas.11 La Casa Romano ten?a 27 888 hec

t?reas en el mismo estado.12 Seg?n un observador del por firiato, en Tabasco exist?a "una dinast?a funesta que s?lo tiene comparaci?n en la rep?blica con la dinast?a Creel

Terrazas de Chihuahua... Don Policarpo Valenzuela es

due?o de la tercera parte de las tierras del estado* \13 S?lo las plantaciones extranjeras de caucho (que cobraron impor tancia a partir d? 1900) pod?an compararse en tama?o con las monter?as, que constitu?an los grandes latifundios del sur de M?xico. Las monter?as no eran solamente grandes sino tambi?n altamente lucrativas. El gobernador de Chia pas inform? en 1898 al presidente Porfirio D?az que la Casa Romano ten?a ganancias de doscientos a doscientos cincuenta

mil pesos anuales y s?lo pagaba quince mil pesos de im puestos al estado.14 La Casa Bulnes estimaba que de 1880 a 1926 se hab?an extra?do de la regi?n un mill?n de tone ladas de maderas preciosas con un valor comercial de cin cuenta a setenta millones de pesos.15

II

Las monter?as de las selvas del sur de M?xico temala requer?an de concesiones gubernamenta terrenos, considerables capitales para inversi?n haciendas para el aprovisionamiento de los cam trabajo ind?gena era la clave de estas empresas. centro de contrataci?n de trabajadores ind?gena

despu?s del porfiriato fue Ocosingo, en Chia ganchadores, casi siempre espa?oles (que repr una monter?a o que operaban por su cuenta)

11 Mexican year book, 1912, p. 133.

12 Porfirio D?az a Francisco Le?n (2 jul. 1898), e xxxvi, 152/9562.

13 Taracena, 1974, p. 113. ** Le?n a Diaz (21 jul. 1898), en VA/CPD, xxxvx, 1 15 De la Pe?a, 1951, n, p. 677.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 513 sumas de dinero o alcohol a los indios durante sus fiestas para que quedaran en deuda con ellos y de esa manera fir maran contratos por uno o dos a?os.16 Los enganchadores tambi?n "compraban" trabajadores pagando las multas de indios que estaban en la c?rcel.17 El presidente D?az, por su

parte, dio orden de enviar a los indios rebeldes mayas de Yucat?n y yaquis de Sonora a las monter?as.18 Un adminis trador que trabaj? en la monter?a de San Rom?n antes de la

revoluci?n explicaba que "en aquellos tiempos no hab?a gente que quisiera trabajar en las monter?as, por eso don Porfirio D?az abri? las c?rceles y mand? los presos a las

monter ?as".19

Una vez que los indios eran contratados y comenzaban a trabajar en las monter?as quedaban atados a ellas por las

deudas. Un agente consular norteamericano informaba en 1886

desde Catazaj? (Chiapas) y Jonuta (Tabasco) que los tra bajadores del campo estaban "sujetos en una especie de servidumbre derivada de una deuda de $300, $400, $500 o m?s, contra?da por el siervo y [permitida] por la ley que rige estos contratos, permitiendo el confinamiento forzado

del siervo".20 Los bajos salarios y los altos precios en las

tiendas de raya reforzaban la dificultad de saldar las deudas y salir de las monter?as.21 La divisi?n del trabajo en las monter?as, al igual que en las haciendas en general, era an?loga a la estructura de una

pir?mide. En la base estaban los jornaleros: los hacheros que cortaban la madera y los boyeros que conduc?an los bueyes que arrastraban los troncos al r?o. M?s arriba de la 16 Albert Brickwood: "Political situation in the state of Chiapas"

<19 mar. 1911), en NA/jRG 84; Favre, 1973, p. 65.

17 Ram?rez Garrido, 1915, p. 36.

18 Tabasque?os a D?az (1899), en VA/CPD, xxrv, 158/3118; De la Pe?a, 1951, ii, p. 676.

19 Blom y Duby, 1955, i, p. 266.

20 Katz, 1980, p. 48.

2i Vecinos de Ghil?n a D?az (26 abr. 1911), en UA/CPD, lxx, 371/9945; Tamborrel, 1901, p. 27.

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pir?mide estaban los artesanos, mec?nicos, tenderos, guardas y enganchadores que eran mucho menos numerosos y esta

ban mejor remunerados. En la c?pide estaban los adminis tradores y los due?os.22 En este art?culo se examinar?n las condiciones de la mayor?a de los trabajadores, es decir, de los hacheros y boyeros que trabajaban y mor?an endeudados.

La vida y el trabajo de un pe?n caobero en la ?poca del

porfiriato puede describirse mejor si se deja a los sobre vivientes hablar por s? mismos. Gertrude Duby habl? con un viejo hachero en Ocosingo en 1945, quien le dijo:

S? se?orita, yo conoc? las monter?as de San Rom?n antes de la revoluci?n. Aquello era un infierno dif?cil de describir. Cuando

un hombre no cumpl?a su tarea le azotaban con fuete hasta que la piel se abr?a y se formaban gruesos verdugones. Cuando perd?a el conocimiento le echaban agua para que lo recobrara y pudiera continuar. As? le azotaban durante d?as hasta que mor?a. No, no miento. De nada le serv?a a un hombre que no pudiera cumplir la tarea por enfermedad o porque era exagerada.

Muchos trataron de huir, pero casi nadie lo lograba. Des conociendo los caminos, sin armas ni v?veres, no llegaban muy lejos. Aqu?llos que lograban remontarse iban en busca de una

muerte segura, que al fin era m?s piadosa que la que les es peraba si los pescaban.23

Otro hachero, Joaqu?n Chac?n, de Tabasco, trabaj? para la Casa Romano y cont? su historia en 1915: Fui contratado, como todos los peones de all?, por un a?o.

Cumplido mi plazo, y tambi?n como a todos, no se me dej? aban

donar la finca, sino que fui reenganchado. Mi contrato dec?a que iba ganando un sueldo de $ 5.50 por tonelada de madera labrada en el astillero.

All? no valen los derechos de nadie. All? no somos mexicanos,

ni existen leyes que nos amparen. Si alguno de los enganchados protesta de los p?simos tratamientos que recibe, se le manda

22 De la Pe?a, 1951, n, pp. 675-677.

28 Blom y Duby, 1955, i, p. 281.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 515 amarrar y se le aplica una paliza. Se nos obliga a ser algo m?s vil que esclavos.24

En las monter?as del porfiriato el trabajo comenzaba tem prano por la ma?ana y terminaba muy avanzada la noche, los castigos eran brutales, el ?ndice de mortalidad por en fermedades, agotamiento y maltrato era muy alto, y los intentos de escaparse rara vez ten?an ?xito.25 Henry Baerlein,

un periodista norteamericano, reprodujo la historia de un

intento de escapatoria que se hab?a publicado en El Pa?s

el 18 de abril de 1911. Seg?n este reportaje, un hachero es cap? con su esposa e hijo de una monter?a en Chil?n (Chia pas) , pero fueron alcanzados por un guardia que los mat? a tiros.26 Traven describe un horrible castigo en La rebeli?n de los colgados: los hombres eran amarrados de pies y ma nos y colgados de un ?rbol durante la noche para que los insectos y otros animales los atacaran. En una de sus expe

diciones a Chiapas durante la d?cada de 1920 Frans Blom

encontr? en la monter?a de Agua Azul un par de cadenas dise?adas especialmente para este castigo. "Ciertamente ?de c?a un antiguo administrador de monter?a que habl? con Duby en los a?os cuarenta? hab?a disciplina y se exig?a a la gente que trabajara".27 Las revueltas no fueron ajenas a las monter?as del por firiato, y tenemos evidencia de por lo menos una. En 1904 los peones caoberos de la monter?a de Las Tinieblas orga nizaron una revuelta y casi lograron tomarla bajo su control.

Este hecho inspir? a Traven La rebeli?n de los colgados,

pero el novelista lo situ? en la ?poca de la revoluci?n mexi cana y por motivos dram?ticos le dio un final feliz. En la rebeli?n de 1904 el gobernador de Chiapas. Rafael Pimentel, mand? a los rurales del estado a acabar con el movimiento

y a restaurar el orden antes de que la rebeli?n se difun 2* Ram?rez Garrido, 1915, pp. 35-36.

25 De la Pe?a, 1955, n, p. 677; Favre, 1973, p. 67.

2? Baerlein, 1913, p. 203.

27 Blom y Duby, 1955, i, p. 266.

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diera a otras monter?as.28 Sin embargo, el gobierno estatal

hizo que el administrador fuera juzgado en el tribunal de distrito por una serie de asesinatos de trabajadores que se

hab?an cometido clandestinamente y por sus "continuos ata ques a los derechos de los individuos".29 Desgraciadamente no se conoce cu?l fue el desenlace de este caso.

Las condiciones no eran igualmente monstruosas en todas las monter?as. Traven hace notar, por ejemplo, en Marcha

al imperio de caoba, que Agua Azul, "cuyos due?os eran canadienses y escoceses, gozaba entre los trabajadores de la

reputaci?n de ser la ?nica monter?a donde al bracero se

le trataba casi como a un ser humano hasta donde tal cosa era posible en una monter?a".30 Esto, que Traven oy? en Chiapas a principios de los veintes, debe de haber sido una excepci?n. La vida en las monter?as del porfiriato, dec?a Ram?rez Garrido en 1915, era "verdaderamente repugnante y dolorosa".81

III La revoluci?n mexicana no tuvo efectos

la zona caobera sino hasta 1913 y 1914.

de Traven en La rebeli?n selva, una revoluci?n sin dentro de una monter?a. libera a otras monter?as,

de los colgados y organizaci?n ni d Se forma un ej? derrota a los rur

descubre que una revoluci?n nacional (la Madero de 1910-11) ha tenido lugar diec El ciclo de la selva termina cuando los reb una comuna anarquista llamada Solipaz, fusi?n reina en la ciudad de M?xico. En

ter?as no llegaron espont?neamente a la re 28 De la Pe?a, 1951, n, p. 677.

29 Informe Chiapas, 1904.

?o Traven, 1973, p. 62.

31 Ram?rez Garrido, 1915, p. 34.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 517 fueron liberadas por un ej?rcito revolucionario procedente

de Tabasco.

Algunos ciudadanos con conciencia pol?tica en Chiapas y Tabasco no ignoraban los excesivos abusos a que estaban sometidos los trabajadores antes de la revoluci?n ni carec?an de inter?s en ellos. Hab?a, sin embargo, diferencias en las

quejas de los residentes de los dos estados. En 1903. por ejemplo, el gobernador de Chiapas O. Ramos orden? a los jefes pol?ticos que no forzaran a los indios a trabajar para ellos por salarios bajos y en contra de su voluntad.32 El Tiem po de San Crist?bal de Las Gasas defin?a en 1907 al engan che como "un comercio de carne humana", refiri?ndose a los

trabajadores que se reclutaban para recoger las cosechas de caf? en Soconusco.33 Pero aunque para esta ?poca casi todas las monter?as estaban en Chiapas, los abusos que se come t?an en ellas no se discut?an p?blicamente en este estado.

Los tabasque?os, en cambio, quiz?s debido a la proximidad de la regi?n caobana, a que los due?os viv?an en San Juan Bautista y a que la caoba se embarcaba en Frontera, ten?an

m?s conciencia de las condiciones de trabajo en las mon

ter?as, como parecen demostrarlo art?culos publicados en el Diario del Hogar y La Revista de M?rida.** Por eso no debe sorprender que hubiera sido un revolucionario tabasque?o el que liberara muchas de las monter?as en 1913 y 1914.

La revoluci?n maderista pas? desapercibida en la zona

caobana, pero un mes despu?s del asesinato de Madero; en febrero de 1913, grupos revolucionarios armados aparecieron en Tabasco.35 Los grupos rebeldes encabezados por Carlos Greene, Pedro C. Colorado, Juan Hern?ndez y Luis Felipe Dom?nguez operaban en forma independiente al principio.

Dom?nguez era nativo de Tenosique y se dio cuenta de que ?2 Secretar?a de Gobernaci?n del Estado de Chiapas, Circular n?

mero 16, (15 oct. 1903), en U?/CPD, xxvni, 205/15736. as El Tiempo (15 jun. 1907). s* Vid. Ram?rez Garrido, 1915, pp. 32-33, 36.

8? "Conditions in Tabasco, 1913", en KA/RG 76, exp? 176.

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pod?a levantar un ej?rcito revolucionario liberando a los

peones caoberos.36 En marzo de 19IS Dom?nguez form? la "Brigada Usumacinta" y march? rumbo a las monter?as.

Duby habl? con un hachero que recordaba estos hechos:

Yo sal? de ese infierno porque me liber? la revoluci?n. El ge neral Luis Felipe Dom?nguez entr? en 1913 y con ?l salimos todos. Los revolucionarios se llevaron a los verdugos amarrados y Tacho Gil muri? en el barco.37

Un a?o despu?s el administrador de San Rom?n, Fer

nando Mijares, escribi? a uno de sus amigos en Chiapas que pronto tendr?a que dejar su monter?a. Seg?n dijo el lo. de abril de 1914, Santa Margarita estaba en poder de los cons titucionalistas al mando del general Luis Felipe Dom?nguez.

"Otras negociaciones como las de los se?ores Valenzuela, de nominadas Santa Clara, fueron reducidas a cenizas por los mismos; su gente, mercanc?as y ganado".38 El general Dom?nguez no s?lo liber? por la fuerza a mu chos peones caoberos sino que expidi? uno de los primeros decretos de reforma laboral del movimiento constituciona lista. Dom?nguez declar? en Ceibo, Tabasco, el 15 de mayo

de 1913, que "uno de los m?s grandes principios que en

tra?a la actual revoluci?n es la m?s completa y amplia liber tad de trabajo, que tan brutalmente ha sido violada por los grandes capitalistas y concesionarios del estado".39 Dom?n guez decret? la libertad absoluta de trabajo, la cancelaci?n de todas las deudas de los trabajadores y el castigo severo de los finqueros y administradores que maltrataban cruelmente a los trabajadores.40 El general pas? a ser gobernador militar 86 Taracena, 1974, pp. 239-256; Gonz?lez Calzada, 1972, pp. 14, 150-151.

87 Blom y Duby, 1955, i, p. 282.

88 F. Mijares a Lindoro Castellanos en Ocosingo (San Rom?n, 7 abr. 1914), en AHCH/Gobernaci?n, 1914/vn, exp. devoluci?n en el estado". ? Vid. Blom y Duby, 1955, i, p. 282. *? Blom y Duby, 1955, i, pp. 282.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 519 de Tabasco para el oto?o de 1914 y expidi? una "Ley de

obreros" m?s completa el 18 de septiembre de 1914. Once d?as antes el general Jes?s Agust?n Castro hab?a promulgado otra similar en Chiapas, y seis meses antes el general Salva dor Alvarado otra m?s en Yucat?n.41 Mientras las reformas laborales se codificaban, las mon ter?as volvieron a operar en la forma acostumbrada. Aunque la campa?a de Dom?nguez destruy? algunas monter?as en Tabasco y Chiapas no hizo un esfuerzo sistem?tico por des mantelar la industria de la caoba o por organizar a los tra bajadores en sindicatos para que pudieran defenderse. De

hecho durante los ataques a las monter?as varios due?os

simplemente hab?an transferido sus operaciones y trabaja dores a otros de sus campos en Guatemala.42 La guerra en Europa estimul? la demanda de caoba para la construcci?n de barcos de guerra y la industria se recuper? pronto. En 1915

por ejemplo, Vega y Compa??a, de San Juan Bautista, esta bleci? una nueva monter?a en Chiapas. Este auge termin? al acabar la guerra, y para 1923 la industria se vio estan cada.48

IV

La industria de la caoba comenz? a recuperarse y las exportaciones por Frontera volvieron a alc les normales. Para entonces la caoba de Tabasc

acabando y casi toda la madera se extra?a de Guatemala.44 Sin lugar a dudas el productor m

en 1925 era la Casa Romano. Entre los productor b?an sobrevivido estaban Manuel Otero, Vega y

y la Agua Azul Mahogany Company (ahora de

41 Gonz?lez Calzada, 1972, p. 149. ** Diario de Centro Am?rica (9 abr. 1917); "Un rem Amram, jr., 1937, pp. 29-30.

43 Amram, jr., 1937, pp. 29-30.

44 Reoord y Mell, 1924, p. 27.

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brit?nica). Valenzuela y Bulnes hab?an dejado este negocio.

Agua Azul introdujo los primeros tractores en la industria de la regi?n en 1926.45 Seg?n varios informes las condiciones laborales en las monter?as no mejoraron durante las d?cadas de 1920 y 1930.

Los due?os a?n empleaban enganchadores para contratar a los indios en Ocosingo y segu?an avanz?ndoles dinero y al cohol para lograr sus prop?sitos.48 Rodulfo Brito Foucher viaj? a Guatemala en 1924 y se sorprendi? al encontrar a "centenares de mexicanos sometidos a las m?s duras condi

ciones de trabajo": Fueron enganchados en diversas partes del territorio nacional

desde hace muchos a?os. Se hallan sepultados en vida, en medio de inmensas selvas, aislados, ignorados de la civilizaci?n y mu chos de ellos considerados como muertos por sus propios fami liares, abrumados por enormes deudas.

El trabajador que va all? no sale jam?s. Si debe a la em

presa, no se le deja ir hasta que pague, y si en su cuenta hay un balance favorable simplemente se le retiene por la fuerza.

Si se fuga, se le persigue, se le aprehende y se le cargan crecidos gastos de persecuci?n.47

Estimulados por la denuncia de Brito Foucher, Pedro

D?az Leal y Rafael M. Saavedra escribieron en El Universal en 1926 que los mexicanos no s?lo eran esclavizados en las

monter?as de Guatemala sino tambi?n en las de M?xico.

Despu?s de visitar las monter?as de Tabasco y Chiapas, D?az

Leal y Saavedra informaron que la Casa Romano operaba tiendas de raya y ten?a su propio cuerpo de polic?a con el ?nico prop?sito de perseguir a los trabajadores que escaparan.

Para los jornaleros no hay domingos ni d?as festivos. Trabajan

desde antes que sale el sol hasta que este astro se oculta. Los

45 "Annual report on commerce and industries" (9 mar. 1926), en

NA/RG 76, caja 195, exp. 705.

48 Palacios, 1928, p. 159.

47 "Un remedo", 1926.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 521 hombres que se dedican a cortadores no llegan a vivir siete a?os:

perecen irremisiblemente. Y los que son dedicados a "bogas"

o a conductores de madera apenas y su vida var?a entre cuatro o

cinco a?os, pues pasado este tiempo mueren tuberculosos o pa l?dicos. El tratamiento personal que reciben estos trabajadores es a base de latigazos.48

?C?mo era posible que condiciones tan b?rbaras persis tieran en M?xico? D?az Leal y Saavedra ve?an l?gico "que en lo intrincado de la selva aumente m?s la impunidad de los explotadores".49 Otros informes de principios de los treint?s afirman que las pr?cticas laborales del porfiriato persist?an. El antrop?

logo Carlos Basauri dec?a que "los enganchadores ocurren a las poblaciones peque?as cuando se verifica en ellas alguna fiesta, se instalan en alguna cantina o se proveen de fuertes cantidades de bebidas embriagantes y procuran emborrachar a todos aquellos individuos que creen f?cil seducir".50 Un in

vestigador an?nimo descubri? en Chiapas en 1931 a un

hachero que ten?a una deuda de tres mil pesos, y se encontr? con un grupo de braceros conducidos por un enganchador rumbo a una monter?a. Tres de ellos no eran mayores de catorce a?os y el m?s joven ten?a diez.51 Todav?a en 1936 algunos peones caoberos escribieron al

presidente L?zaro C?rdenas quej?ndose de las condiciones que prevalec?an en las monter?as: Hemos sido enganchados trabajar Agua Azul Mahogany Co., Chiapas, donde recibimos trato inhumano de Antonio Veta y guardias blancas, que nos obligaban a trabajar doce horas sin alimentos y nos hac?an pagar precios exorbitantes por medicinas.

Vela fabrica y vende aguardiente y tiene secuestrada a Isabel Cruz. Hombres dependientes del mismo nos impidieron salir.

*? "Tambi?n en M?xico", 1926.

4? "Tambi?n en M?xico", 1926. ? Basauri, 1931, pp. 134-135. ? "M?xico desconocido", 1931, pp. 325-S27.

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522

THOMAS BENJAMIN

Representante ?sta Agua Azul, Francisco Villanueva, ni?gase cu brirnos salarios varios meses diciendo carece orden hacerlo.52

El verdadero cambio en las condiciones laborales y en la utilizaci?n de la fuerza de trabajo en las monter?as de M?xico no se logr? sino hasta fines de la d?cada de 1930 y principios de la de 1940, como resultado de la sindicali zaci?n de los trabajadores ind?genas dirigida por el gobierno y la mecanizaci?n de las monter?as por los due?os. A fines de 1936 el gobierno de C?rdenas, a trav?s del Departamen to de Asuntos Ind?genas, form? el Sindicato de Trabajadores Ind?genas para organizar a m?s de veinticinco mil trabaja dores migratorios de Chiapas. El sindicato fue establecido primeramente para los trabajadores que cosechaban caf? en Soconusco, pero tambi?n para organizar y proteger a los peo nes caoberos.58 Ligas de resistencia en Tabasco y Campeche organizaron de una manera semejante a los trabajadores ba naneros y chicleros, aunque s?lo incidentalmente a los cao beros. Estos sindicatos del gobierno negociaron contratos co lectivos con los due?os de las monter?as obteniendo el salario

m?nimo, y los sindicatos comenzaron a regular las condicio nes de trabajo en la selva y a reportar los abusos. As? termin? finalmente el aislamiento de las monter?as.54

La mecanizaci?n en esta industria fue una respuesta a la interferencia del estado en las relaciones laborales, a la creciente demanda de caoba durante la segunda guerra mun

dial y a la desaparici?n de ?rboles de caoba accesibles. La

recuperaci?n de la industria en los veintes fue interrumpida

52 Jos? Le?n Mart?nez y dem?s a L?zaro C?rdenas (Tenosique, 8 sep. 1936), en AGNM/LC7, 432.1 146. Vid. tambi?n "Labor condi tions in Chiapas" (3 mar. 1936), en NA/RG 165.

88 Mexican Labor News (20 sep. 1936) ; Chiapas Nuevo (Tuxtla Guti?rrez, 26 ago. 1937); "Social advancement in Chiapas" (4 die.

1936), en NA/RG 165. Vid. tambi?n Pozas,. 1952, pp. 43-44.

84 "Inspection trip into the states of Yucat?n, Campeche, and Tabasco" (3 jun. 1936), en NA/RG 165, 2064-533.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 525 por la depresi?n de principios de la d?cada siguiente.55 Un agregado militar norteamericano explicaba en 1936 que en

Chiapas "abunda valiosa madera, pero que sin embargo

ahora no ofrece beneficio financiero alguno".56 Cuando la segunda guerra mundial hizo que aumentara la demanda de madera para la construcci?n de barcos de guerra las mon ter?as reemplazaron a los trabajadores por m?quinas, aumen tando as? su eficiencia y sus ganancias.57 Para cuando Ger

trude Duby lleg? a la zona caobana en 1945, la monter?a El Horizonte era una de las pocas que a?n empleaban un gran n?mero de trabajadores ind?genas. La mayor?a utili zaban tractores y sierras de cadena para el trabajo pesado, y empleaban s?lo a unos cuantos trabajadores calificados.58

Duby inform? que en 1946 todos los caoberos estaban

sindicalizados y ten?an contratos colectivos. Los hacheros ga naban de $2.50 a $3.00 diarios, incluyendo alimentos y medi cinas. El trabajo comenzaba muy temprano por la ma?ana pero terminaba a mediod?a para evitar las horas m?s caluro

sas. Los que deseaban trabajar por la tarde deb?an recibir doble paga. Las casas de los trabajadores segu?an en malas

condiciones: chozas sucias y hacinadas. Sin embargo, los tra bajadores trabajaban voluntariamente, o forzados por la ne cesidad econ?mica pero no por enganchadores sin escr?pulos, y pod?an regresar a sus hogares cuando lo deseaban. "?Qu? diferencia entre los tiempos descritos por Traven y aqu?l entonces! ?dec?a Duby en 1945-1946?. Estamos lejos de los tiempos de la ignominiosa esclavitud, es cierto, pero ahora tampoco salen ricos de la selva estos hombres, y siguen de jando en ella gran parte de su vida".59

La industria de la caoba ha deca?do mucho desde los a?os cincuenta debido a que ya se han talado los troncos 55 Lamb, 1967, p. 19.

56 "Tour of the states of Oaxaca, Chiapas, and Guerrero" (26 mayo

1936), en NA/?G 165, 2064-562.

57 Record y (Hess, 1943, p. 372.

58 Blom y Duby, 1955, i, pp. 263, 268. ? Blom y Duby, 1955, i, pp. 263, 268.

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THOMAS BENJAMIN

m?s accesibles y debido tambi?n a la roza de bosques poten cialmente productivos a medida que la selva se ha ido po blando por inmigrantes. En Tabasco, por ejemplo, antiguas zonas madereras han pasado a ser pastizales para una impor tante frontera ganadera.60 En Chiapas y El Peten el costo de talar los cada vez m?s escasos e inaccesibles ?rboles de caoba

es excesivamente alto. La presi?n de la poblaci?n de los Cuadro 2 Importaciones de caoba de M?xico y Guatemala en los Estados Unidos ? 1908-1960 (Unidades de mil pies de tabla)*

A?o M?xico Guatemala

1908 ~~ 12 611 355 "

1918-1929 b 5 752 812

1938 354 39 1948 13 928 2 661 1950 19152 574 1953 12 745 2 824 1955 6 024 2 861 1960 4 680 360

Fuente: Lamb, 1967, p. 20. a El pie de tabla (board foot) equivale a 144 pulgadas c?bi cas (2 359.8 cm2), o a una tabla de un pie cuadrado y una pulgada de espesor. b Las cifras de 1918-1929 se refieren al promedio del per?odo.

Altos de Chiapas ha llegado a ser tal que ha empujado a

colonos ind?genas a establecerse en la selva lacandona, y la selva misma ha empezado a desaparecer. Adem?s, la agri cultura n?mada que practican los ind?genas destruye tantos

?rboles como los que anualmente se talan. Las grandes

monter?as de ?pocas anteriores han desaparecido (vid. cua

dro 2).61

80 Sanders, 1977, p. 8.

81 Lamb, 1967, pp. 43-46.

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 525 V

La historia de la industria de la caoba du das de 1870 a 1940 muestra que las condic fueron afectadas en parte por: a) el inter?s yores ganancias a costa del trabajo, ya a tra dumbre por deudas, ya por la mecanizaci grados de ocultamiento ante la opini?n p?bl del gobierno, y c) la postura del estado, tol nes de trabajo similares a las de la esclavi moviendo mejoras a trav?s de sindicatos.

En las etapas tempranas de esta industr un sistema brutal de servidumbre ind?ge las condiciones del mercado mundial hiciero taci?n fuera muy lucrativa y a que la pob se negaba a trabajar voluntariamente en la instancia, este sistema se desarroll? debido geogr?fico y al racismo de la elite, que perm timul? la pasividad del estado. La revoluci?n voc? nada m?s una interrupci?n temporal e s?lo en M?xico y no en Guatemala. Aunqu tuci?n de 1917 el estado asumi? gran part sabilidad en la reglamentaci?n de las relac trabajadores y los capitalistas, en la pr?ctic pocos cambios. Las condiciones de trabajo persistieron hasta las d?cadas de 1920 y 193

todo del aislamiento geogr?fico, ya que muy

cuenta de lo que ocurr?a en las monter?a

comenzaron a operarse a fines de los treint rentas, cuando los sindicatos rompieron est inauguraron una nueva era de control p?bli importante, cuando la industria substituy? humanos por esclavos mec?nicos para man ganancias y explotar la selva en forma m?s e

Traven lleg? a M?xico durante la d?cada

a vivir a Chiapas a principios de los veintes.

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526

THOMAS BENJAMIN

conoci? de cerca las monter?as y, sin duda, escuch? las his

torias que sobre ellas contaban los indios. El ciclo de no velas de la selva de Traven es b?sicamente exacto en sus

vividas descripciones de las condiciones de trabajo y la forma

en que operaban las monter?as no s?lo en la ?poca de Por firio D?az sino incluso durante los a?os veintes y treintas.

Sus novelas son sin lugar a dudas de un gran valor his t?rico.

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528 THOMAS BENJAMIN Mexican year book

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EL TRABAJO EN LAS MONTER?AS 529 Tamborrel, Geografe J.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 Peter Gerhard En un ensayo valios?simo publicado en esta revista, el colega Claude Morin x menciona que el obispo de Puebla, al prin cipiar el a?o de 1679, orden? a los curas p?rrocos que hicie ran padrones de los feligreses. Casualmente, el mismo a?o

una c?dula real del 21 de abril se dirigi? a los obispos de la Nueva Espa?a exigi?ndoles mandasen relaci?n "con toda distinci?n y claridad... de las ciudades, villas y poblaciones que hay en el distrito de cada obispado y la vecindad que tuviere cada una as? de espa?oles como de indios".2 La pre visi?n del prelado de Puebla hizo relativamente f?cil la recopilaci?n de los datos requeridos, resultando en el infor me reproducido aqu?.

El documento abarca toda la di?cesis (vid. mapa 1), que entonces se extend?a de un mar al otro y conten?a 102 parro quias diocesanas m?s 26 doctrinas de las ?rdenes mendican tes divididas entre agustinos (14), dominicos (11) y fran ciscanos (1) .3 Describe cada curato y doctrina, detallando 1 Mor?n, 1972, p. 413. V?anse las explicaciones sobre siglas y re ferencias al final de este art?culo.

2 Un inventario preparado en Madrid el 15 de enero de 1691 hace constar que s?lo hab?an llegado relaciones de los obispados de Nicaragua (6 ene. 1681) y Puebla (11 jul. 1681), faltando las de Du rango, Guadalajara, M?xico, Michoac?n, y Oaxaca. Otras relaciones, algunas escuetas y otras muy detalladas, se hab?an recibido de los oficiales reales de M?xico (20 ago. 1684: lista de pueblos sin enumerar

los vecinos), Veracruz Nueva (10 jun. 1688: padrones de su jurisdic ci?n), San Luis Potos? (4 ago. 1684 y 2 ene. 1690), Florida (7 oct.

1682 y 15 mar. 1688), y La Habana (20 mayo 1688), del gobernador

de Nuevo Le?n (24 jun. 1681), y de la audiencia de Guatemala

(14 mayo 1688). El inventario y las relaciones de Puebla, M?xico, y Veracruz se encuentran en AGI, M?xico, 1157. Las contestaciones de Guatemala est?n en AGI, Contadur?a, 815.

3 Seg?n el mismo documento los curatos seculares eran 115, pero s?lo se describen 102, y parece que se trata de un error en la suma.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 531 el n?mero de asentamientos ..(pueblos? haciendas, ranchos, etc?tera) y, por lo regular, el n?mero de indios, y el de veci nos o familias de espa?oles y de castas (mestizos, mulatos, y

negros).

En cuanto a la poblaci?n ind?gena, ?ste es el primer censo

conocido del obispado que da el n?mero de personas admi nistradas en casi todas las parroquias. Hasta ahora hemos

tenido que confiar en las tasaciones de tributos para calcular el n?mero de indios tributarios, y luego estimar la poblaci?n total. En efecto, se han encontrado documentos fiscales de diferentes fechas que nombran las comunidades indias de la di?cesis de Puebla, dando la tasaci?n de cada pueblo y a ve ces el n?mero de indios tributarios.4 Cook y JBorah han de mostrado que los c?lculos basados en tasaciones del siglo xvn deben considerar cierto atraso que puede variar entre uno y veinte o m?s a?os transcurridos desde la ?ltima matr?cula del pueblo.5 Para fines del siglo se hac?an con m?s frecuen cia estos recuentos, y podr?amos suponer que la lista de 1696 refleja lo que era el n?mero de tributarios cerca de quince a?os (en promedio) antes de esa fecha. Por lo tanto, es de inter?s comparar los datos tributarios de 1696 con el censo de 1681. S?lo hay que llenar algunas lagunas (parroquias de Al varado, Chietla, Huaquechula, y Tlaxco) donde se omite

dar la poblaci?n ind?gena en 1681, y hacer ajustes en los pocos casos donde se da el n?mero de familias de indios y no de individuos. De este ejercicio resulta que el censo dio cesano de 1681 arroja un total de 214 646 personas ind?ge nas de administraci?n en todo el obispado, en un per?odo

en que las autoridades fiscales calculaban en 71308 el n?

mero de indios tributantes en la misma regi?n.

Para completar nuestro c?lculo, falta determinar el por centaje de la poblaci?n total que representaban los indios "de administraci?n". Supongamos que se trata de los comul gantes. Insisten Cook y Borah en que estos "adultos" for

maban el 60% de la poblaci?n total, bas?ndose en varios estudios que indican que los muchachos ind?genas empeza

ban a confesar y comulgar a la edad de trece a?os y las 4 Para 1626-29: AGNM, Reales c?dulas (duplicados), 9; para

1646: Cook y Borah, 1971-1979, m, pp. 5-128; para 1664-65: AGNM,

Reales c?dulas (duplicados), 25; para 1696: AGNM, Reales c?dulas (duplicados), 42.

5 Cook y Borah, 1971-1979, m, pp. 8-9.

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PARROQUIAS DE LA DI?CESIS DE PUEBLA 1. Puebla 2. Barrio de San Joseph

42. San Juan de los Llanos 43. Huamantla

3. Barrio de San

44. San Miguel del

4. Barrio del Sto.

45. Santa In?s Za

Sebasti?n

?ngel Custodio

5. Tlaxcala

6. Nueva Veracruz

7. Villa de Ca

rri?n (Atrisco)

Monte

catelco 46. Topoyango

47. Santa Ana

Chiautempam

48. San Dionisio

Atlihuetza 8. Acapetlahuaca 9. C?rdova 49. Apitzaco 10. Tepeaca 50. San Agust?n 11. Cholula Tlaxco 12. Huexotzingo 51. Hueyotlipa 13. Totomehuacan 52. San Felipe 53. Santa Mar?a 14. Amozoque 15. Huatinchan Nati vi tas 54. San Salvador el 16. Santiago Tecale Verde 17. Acatzingo 18. Nopaluca 55. Teopantlam 19. San Salvador el 56. Epatlam 57. Izucar Seco 58. San Andr?s de 20. San Andr?s Cholula Chalchicomula 59. Chietla 21. Quechula 22. Tecamachalco 60. Huaquechula 23. Santa Cruz Tla 61. Tepexoxuma cotepec 62. Calpam 63. Zacatlam 24. Tehuacan 64. Acaxochitlam 25. Goscatlam 65. Xalpantepec 26. Zapotitlam de 66. Ilamatlam las Salinas 27. Tzongolica 67. Chicontepec 68. Tamiahua 28. Orizaba 29. San Antonio 69. Tamapache Huatuzco 70. Papantla 71. Xonotla 30. San Juan Cosco 72. Mecatlam matepec 31. Tlaliscoya 73. Xopala 32. Cozamaloapam 74. Hueytlalpa 75. Olintla 33. Antigua Vera cruz

34. Naolingo 35. Tlacolula

36. Xalapa

37. Ixhuacan

38. San Juan Qui

mixtlan 39. Perote y Tepe yahualco 40. Xalatzingo 41. Tetziutlam

76. Zapotitlam de la

Totonacapa 77. San Juan Ahua catlam 78. Xuxupango 79. T?tela 80. San Francisco

Istaquimaxtitlam

81. Santiago Tzau tlam

82. Zacapoastlam

83. Tlatlauquitepec

84. Alvarado

85. Quezala

86. Misantla 87. Teotlalco

88. Xolalpa

89. TIalcotzautitlam

90.

91.

92.

93.

Apango Tistlam Ayutla Acatlam de la

Costa 94. Ahuaquauhtzin

go 95. OHnal?

96. Huamucht?tlan?

9 7. Tlapantzingo

98. Tzilacayoapam 99. Mixtepec

100. Hycpatepec 101. Acatlam y Pias*

t?a

102. Santa Mar?a

Tlapacoiam

103. Izucar

104. Tlilapa

105.

106.

107.

108.

Tepapayeca Ahuatelco Ihualtepec Tonal?

109. Huaxuapa 110. Ghila

111. Tequixistepec

112. Tepexi de la

Seda 113. Huehuetlam 114. Huatlatlauhca

115. Chiautla de la Sal

116. Naupa

117. Xicotepec 118. Tlacuiloltepec 119. Pahuatlam 120. Tututepec 121. Citlala

122. Chilapa

123. Cachultenango 124. Totomixtlahua can

125. Atlistaca

126. Tlapa

127. Alcotzauca 128. Zoquitlam

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TSi?

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0.52.514.25.41.11.19.91.044.21.9,3.3 14.10.97.65.02.05.1 1.9

Personas

por km2

?reakms2

2 7001 2 000

270

120 2 150 2 120 1800

4.7

1.2

105.9

460

6 730

900 650150 640 5 150 6 600 1820 2 300 2 200 3 970 1510

3 340

300

6 670 15 95011610 b 1980 2 290 2 660 12 700 20 320 13 7503e 270 12 280 16 880 1935 7 030 4 445 Total 1090

260 150 3053013401470 3801280 1160

20200

20

485 115 1400 3130

3 170 1050

4 730 7 680 67 765 ? 15 810

270

2 000 34 095

1160

80301202307604904601607205064010 800140

1040 Indios Espa?oles Castas540

540

19170

La di?cesis de Puebla en 1681. Valores derivados del censo parroquial

Cuadro 1

Guaxuapa* (26*, 97*-98* 107-109, 110M11) 15 370

San Juan de los Llanos (38-39*, 42, 80-82

(55-57, 103-105, 106*, 114* Chilapa*Iz?car (89, Justlaguaca* 94-95*, 61, 121-123, 125*) 6420 (97*-98*, 99-100) 3 Guachinango* (65, 68-69, 116-119) 8 620

-Partido civil y parroquias

Atrisco (7-8, 60, 62, 87*, 106*) 13 570

Acatl?n y Piastla (101, 110*) 5 940a

Puebla (1-2*, 3-4, 13-15) 14 500

C?rdoba (9, 29*-30*) 9 Orizaba 600 Cholula 58) 18 280d 30*) 4 8 Chiautla (88*,(2*, 96*,11, 115) 2 110 (27*-28, Cozamaloapa* (32*) 1 640

Acapulco* (92*) 1040

Chietla (59) 1 380c

Papantla (70-71*, 72) 4 320

10 580 Guayacocotla*Huexocingo (66*-67)(12,354)800

Igualapa* (92*-93*) 1 770

83* 85) 14110?

Meztitl?n* (66*) 300

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5.83.45.92.82.82.82.718.03.01.01.60.63.13.26.3 4.4

14.0

870 380 640 620 700 5 150 1800 7 740 5 070 2 850 1320 4 710 2 210 96 680 6420 3 360 4 260

7 340 k 700 1800 20 665 5 520 5 080 5 070 7860 3 740 3 940 13 870 14 56029 h 740 1955 15 990 60 550 429 525

630 335 10070200 870 125 60 530 50 1990 1290 7 800 3 480 2 850

20260470135040301202004 66030

73 875

220 50 250 1 160 2 500 37560

a La parroquia de Acatl?n y Piastla se compon?a de tres cabeceras con 789 tributarios tasados en la lista de 1696,

y de 1 800 familias de indios en 1743; por lo tanto supongo que no eran 1 Huaquechula y Teotlalco, la calculo con base en el n?mero de tributarios en 1664 (478) y 1696 (598), d?ndole

* Un asterisco indica que aqu? se considera s?lo una parte de la alcald?a mayor (dividida entre dos obispados), o de

quechula. La poblaci?n ind?gena de Huaquechula, repartida entre la doctrina de Ahuatelco y los curatos de

7003 4190 20 130 7 720 1700 4 750 12 800 5 450 2 650 1780 26400 48 0903i 850 1360 11980 13 090

h He multiplicado por 1.67 los 1900 "labor?os y sirvientes" de la vil a de Carri?n, y las castas de Calpan y Hua

318 090

un valor de 2 000 personas. Cf. Vetancurt, 1698, 4? parte, t. 2, pp. 72-73.

la parroquia (repartida entre dos alcald?as mayores),

Veracruz Vieja (27*, 29*,126-127) 33*,84)34*, 86) apa (93*, 95*-96*, Veracruz124-125*, Nueva (6, 31*-32*, Xalapa (34*, 35-37, 39*-40*, 102) TuxtlaXonotla y Cotaxtla* 33*)(71*, y (31*, T?tela 79) Total, di?cesis de Puebla Tepexi de la Seda (112-113, 114*)

Teciutl?n y Atempa (40*-41, 83*)

Teguac?n (24-25, 26*, 128) Tepeaca (10, 17-23)

familias en 1681.

Tlaxcala (5, 43-53)

Tulancingo* (64, 120)

Zacatl?n (63, 73-78)

Teutlalco (87*-88*)

Tistla* (90-91)

Notas :

Tecali (16)

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i San Miguel del Monte Canoa aparece en el siglo xvm en la jurisdicci?n pol?tica de Puebla, pero en 1681 era el

Cholula, y con esta correcci?n (yser?an lay agregaci?n de dos cholul deigual 200 indios casados enla1646, 187700 tributarios en pueblos 1696; optado por usar os.

De125 modo, en Tepexoxuma personas libres m?she150 esclavos. nm?s algunos indios labor?os" en parroquia secular de Iz?car, bas?ndome en cen 46, familias de indios en 1681, y 71 tributantes en 1696, te eran(obispado 280 personas, y Siqueusamos lo restante se (Cotaxtla), compon?a 300 caso, familias salndios en 1646, ydo326 enAntequera), 1696; calculo 1380 la poblaci?n omitida enlibres de Tlaliscoya Antigua Veracruz (Ri de personas comuni?n. los en mismos factores endey cada se vedeque hay deficiencia en el n?mero de familias de San Sebasti?n y ?ngel Custodio, que he corregido proporcionalmente

espa?olas y mestizas, y el de confesantes mulatos y negros. La parroquia de Zoquitlam, con 875 tributarios en 1696,

f En las cuatro parroquias urbanas de Puebla, el censo pone el n?mero de vecinos o familias de los grupos ?tnicos

en 190) de los 5 000 vecinos no espa?oles en la parroquia del Sagrario. La poblaci?n de la ciudad la calculo en

usando como m?s fehacientes los totales de confesantes. Tambi?n he entresacado las familias de indios (las calculo

J El partido de Tuxtla y Cotaxtla, del marquesado del Valle, se repart?a en 1681 entre las parroquias de Tuxtla la poblaci?n ind?gena de Taxco, que calculo en 500 personas; en 1614 esa regi?n ten?a "muy pocos indios"

la situaci?n de Veracruz en 1681 porque en el ?nterin sucedi? el saqueo de ese puerto por piratas (1683). Seg?n

d Sumados los indios de administraci?n de las dos parroquias de Cholula (17 447), ser?an m?s de 26 000 personas,

y mujeres, los m?s espa?oles, pues los negros y mulatos tuvieron que cargar el bot?n. En esta ocasi?n hubo mu taxtla 88 familias de indios, mientras la lkistaEnde1688 1697 poneel puebl 651/2otridebutariAlvoarado s en Cotaxtl ten?aa y4079ViinendioRisn(conada. personas). Los datos del censoVetancurt de 1688(1no698,pueden 4^ parte,aplict.arse2, p.a 77), los invasores encerraron en la iglesia parroquial a m?s de 6 000 hombres

centro de lo que despu?s l eg? a ser la parroquia tlaxcalteca de San Pablo del Monte. Nuestro documento omite

h Teniendo en cuenta el censo de 1743, creo que el p?-rroco de "Coscatlam" en 1681 puso el n?mero de familias

donde las tasaciones dan s?lo 2 873 tributarios en 1643 y 3 549 en 1696. Creo que la poblaci?n de San Andr?s

chos muertos, y los piratas al retirarse se llevaron Otros muchos rehenes y prisioneros,

63 560 (10 850 indios, 18 910 espa?oles, 33 800 castas). tecas visitados desde Puebla) llego a la cantidad indicada.

tendr?a cuando menos 650 familias de indios en 1681.

para convertir los 250 indios de 1681 en poblaci?n total.

(BNE, MS 6877, fol. 73).

el censo de 1681,

sonas en 1681.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 537 muchachas cuando ten?an un a?o menos.6 Si empleamos su factor de 1.67 para convertir "personas de administraci?n" al n?mero total de indios (incluyendo ni?os de teta) llega mos a la conclusi?n de que hab?a en 1681 en esta di?cesis 358 460 indios. Pero los mismos Cook y Borah arguyen que el factor para convertir "tributarios" en poblaci?n total in d?gena a fines del siglo xvn es de 3.8, que da un total de 270 970 personas. Estoy convencido de que hay dos expli caciones para la gran diferencia entre los dos c?lculos. Varios

documentos de esta ?poca indican que bajo "personas de

administraci?n" se abarcaba desde ni?os de siete a?os, y por lo tanto se debe usar un factor m?s bajo.7 Por otro lado, muchos indios hab?an emigrado de sus pueblos para trabajar en minas y haciendas, y aunque en teor?a sus amos aparta

ban el tributo correspondiente de hecho ya no figuraban en las matr?culas de ios pueblos. Si mis conjeturas tienen validez, el censo de 1681 da una idea m?s completa del n? mero de indios que las cuentas fiscales que hemos venido usando. Pero la interpretaci?n del documento no es tan sen cilla, pues no exist?a en 1680-81 un concepto claro de c?mo levantar un censo de poblaci?n.8 Alguna persona en Puebla debe haber hecho el resumen de tanto papeleo recibido de

128 parroquias, y no es sorprendente que haya una que otra laguna como las que he mencionado, ni que algunos de los p?rrocos hayan sumado mal el n?mero de sus feli

greses o hayan puesto familias en lugar de personas, etc.

He intentado aqu? contrarrestar estas tendencias y sacar del documento lo ver?dico, con la ayuda de testigos coet?neos.

Para hacerlo tuve que indagar de numerosas fuentes cu?les eran los l?mites de cada parroquia en 1681, y c?mo se pro porcionaban estas parroquias entre las divisiones pol?ticas y fiscales, o sean las alcald?as mayores, pues sabemos que la poblaci?n fiscal se repart?a a veces entre distintas doctrinas,

como por otro lado hab?a parroquias que conten?an dos o m?s pueblos ind?genas cabeceras. Presento aqu? en forma 6 Cook y Borah, 1971-1979, n, pp. 50-55.

7 Cf. BM, Egerton MS 1791, fol. 55; Gerhard, 1979, p. 62. La secci?n del censo de 1681 referente a la ciudad de Puebla nos per mite comparar "personas de comuni?n" con "vecinos" y "familias", pero sin distinci?n de raza (v?ase nota f del cuadro 1).

8 El obispo de Guatemala contest? a la c?dula de 1679 que se hallaba ? "sin comprehension ninguna de lo que por ella se pide" ?

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tabular la soluci?n de este rompecabezas, admitiendo que

puede contener errores de importancia (vid. cuadro 1) .9 Por lo regular, he optado por el factor 1.5 para convertir "indios de administraci?n" en poblaci?n total ind?gena.

En el mismo cuadro aparecen mis c?lculos de la pobla ci?n no ind?gena en 1681. Por lo que toca a espa?oles, mes tizos, mulatos, y negros en el obispado de Puebla, hay tam bi?n otras fuentes ?tiles como los c?lculos de los obispos

Mota y Escobar (1609-23), Palafox (1643-46), y Osorio de

Escobar (1662), pero s?lo hasta el censo del conde de Fuen clara hecho en 1743-46 encontraremos para cada peque?a

regi?n riqueza de datos comparable a la del documento

de 1681.10 Con pocas excepciones, para convertir el n?me ro de familias o vecinos espa?oles al n?mero total de per

sonas he multiplicado por seis, suponiendo que en cada hogar espa?ol hab?a (en promedio) cuatro personas "blan cas" y dos de sangre mezclada. Luego, he usado el factor de cuatro para sacar la poblaci?n total de las familias de mes tizos, mulatos, y negros.

Aparte de asignar un n?mero en el margen a cada parro

Siiia sirve s?lo paraheidentificar a la sede de _ las (que en el mapa), a?adido acentos, desligado abrecada una de viaturas, e introducido algunos cambios en la ortograf?a de palabras como parrochia, quarenta, sugetos, tubiere, ay, y otras semejantes en las que no se implica sino la substituci?n de un h?bito gr?fico antiguo por otro m?s moderno.

9 En el mismo legajo (AGI, M?xico, 1157) aparece la divisi?n pol?tica de la Nueva Espa?a en 1684, pero en esa d?cada se hac?an

varios cambios y ajustes de linderos, por lo cual (y para simplificar el an?lisis cartogr?fico) retengo en el cuadro la divisi?n usada en mi

libro (Gerhard, 1972).

10 Las visitas pastorales de Mota y Escobar est?n en BNE, MS 6877, y las de Palafox en BNE, MS 4476. Las cifras de Osorio se

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 539 El obispo de la Puebla de los ?ngeles, en ejecuci?n de la real c?dula de 21 de abril de 1679, hace individual relaci?n a V. M. de las ciudades, villas, lugares y poblaciones de aquel obispado, expre sando la vecindad de espa?oles e indios que tiene cada una.

Se?or: En ejecuci?n de la real c?dula de 21 de abril de el a?o pa

sado de 1679 en que V. M. se sirve de mandarme remitir a vues tro supremo Consejo de las Indias individual relaci?n de las ciudades, villas, lugares, y poblaciones de este obispado expre sando la vecindad de espa?oles e indios que tuviere cada una, se ha dispuesto el presente informe en que ha procurado mi ren

dida obediencia ajustarse con la puntualidad posible al cumpli miento de las reales ?rdenes de V. M.

[1] Ciudad de la Puebla.

Esta ciudad de la Puebla de los ?ngeles cabeza del obispado est? muy populosa y crecida, tiene hermosas plazas y calles en que se comprehenden tres mil y ochocientas casas, las m?s de

nuevo y buen edificio, y su feligres?a se compone de la parroquia

de el sagrario de la catedral con dos curas rectores y buen n? mero de tenientes que administran a ocho mil vecinos, los tres mil de ellos espa?oles y los restantes indios, negros, mestizos, y mulatos, y por los padrones se ha reconocido haber habido la pasada cuaresma en el sagrario veinte y cinco mil y quinientas personas de comuni?n. La catedral es de las mejores que tiene el reino por el sumptuoso primor y costosa hermosura de su f?brica, que en lo interior est? totalmente acabada y perfecta, como tambi?n la principal de sus torres y sus primeras portadas.

Hay en esta ciudad veinte conventos y hospitales de diferentes religiones en que entran siete monasterios de religiosas, de los cuales los seis pertenecen a la jurisdicci?n ordinaria. Hay otras iglesias y ermitas particulares en considerable n?mero, todas ellas de insigne y adelantada obra. El clero es tan copioso que pasan de mil los presb?teros y de orden sacro, y su mayor parte consta de sujetos muy lucidos en todas letras, y casi todos tienen

pericia en las lenguas que usan los naturales de este obispado.

Asimismo tiene esta ciudad inmediatos contiguos e incorpora dos en ella tres barrios, que son el de San Joseph, el de San Sebasti?n, y el de el Santo ?ngel Custodio, cada uno de los cua les es curato separado de espa?oles e indios.

hallan en AGI, M?xico, 600. La documentaci?n del censo de Fuenclara

est? en AGI, Indiferente general, 107 y 108, con algunas lagunas llenadas en Villase?or y S?nchez, 1952.

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?/Tinte ?nuetuv',y ?'wM*** J( ?ijoienie/ Afl?Lue?

\ _ .... _._.J Primera p?gina del manuscrito del censo de 1681

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 541 [2] Barrio de San Joseph.

El de San Joseph tiene una parroquia sumptuosa, grave y muy lucida, con dos curas y m?s de otros doce cl?rigos sacer dotes que administran en su compa??a. Tiene aquella feligres?a setecientas y ochenta y dos casas, mil vecinos espa?oles, mil y doscientas familias de indios, y ochocientas de negros, mestizos y mulatos, y la presente cuaresma hubo en esta parroquia m?s de

nueve mil personas de comuni?n.

[3] Barrio de San Sebasti?n.

El curato y barrio de San Sebasti?n tiene tambi?n muy her rnosa parroquia con un cura y los compa?eros necesarios que -administran ciento y cincuenta vecinos espa?oles, trescientas y

cincuenta familias de indios, y trescientas de mestizos, negros,

y mulatos, y este a?o tuvo de comuni?n tres mil y cuatrocientas

personas.

{4] Barrio del Santo ?ngel Custodio.

El curato y barrio del Santo ?ngel Custodio se administra por un cura y sus tenientes; tiene muy lucida parroquia con dos

cientas familias de espa?oles, ciento y veinte y seis de negros mestizos, y mulatos, y setecientos y sesenta y cuatro de indios, ?11 que de todas personas hubo este a?o cuatro mil ciento y cuaren

ta y dos de comuni?n.

[5] Ciudad de Tlaxcala.

La ciudad de Tlaxcala, cuatro leguas distante de ?sta, es la m?s antigua de el reino, la primera que recibi? la fe, y donde antiguamente estuvo la silla episcopal. Tiene tres curas cl?rigos, un convento de San Francisco en la casa que fue doctrina. Sus sujetos son sesenta y ocho barrios, veinte y cinco pueblos menores

o aldeas, diez haciendas, y nueve ranchos de labor. Toda la ve cindad de el partido se compone de cuatrocientos y ochenta y tres mulatos, mestizos, y negros. Los indios son siete mil tres cientos y sesenta y seis.

[6] Ciudad de la Nueva Veracruz.

La ciudad de la Nueva Veracruz se compone de mil vecinos, los quinientos de ellos espa?oles, y los dem?s negros y mulatos.

Tiene muy buena iglesia parroquial con un cura y suficientes coadjutores, cinco conventos de religiosos, y dos hospitales.

[7] Villa de Carri?n Valle de Atrisco.

La villa de Carri?n Valle de Atrisco tiene trescientas familias, las doscientas de espa?oles, y las ciento de mestizos, negros, mu

latos e indios, que administran dos curas cl?rigos con crecido

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n?mero de tenientes, y tienen sujetos mil y novecientos indios labor?os y sirvientes de espa?oles. Casi en la misma villa est?

un convento de San Francisco que es parroquia de la ?nica

doctrina que se conserv? en la religi?n cuando se removieron las

dem?s en este obispado.

[8] Doctrina de Acapetlahuaca, del cargo de la religi?n de San Francisco.

El t?tulo de esta doctrina es Acapetlahuaca, y en seis barrios y nueve pueblos de su administraci?n hay dos mil seiscientos y setenta y siete indios. Tiene la dicha villa un convento de reli

giosas franciscanas, otro de San Agust?n, otro de la Merced, y uno de el Carmen de edificio insigne y considerables proprios.

[9] Villa de Cordova.

La villa de C?rdova, que no ha muchos a?os que lo es por merced de V. M., tiene una parroquia excelente con un cura y buen n?mero de ayudantes. Est? en un valle f?rtil?simo y delicioso

aunque de temperamento h?medo y caliente, y entre cinco pue

blecillos que tiene sujetos, y diez y seis trapiches que est?n en su

distrito de muy buenos az?cares, hay cien familias de espa?oles,

y otras doscientas de negros, mestizos y mulatos. Tiene asimismo un mil doscientos y treinta indios de administraci?n.

[10] Tepeaca, ciudad de indios.

El lugar de Tepeaca, que es llamada ciudad de indios, tiene cuarenta familias de espa?oles y treinta de mestizos, mulatos y

negros. Asisten dos curas y muchos cl?rigos tenientes. Comprehen

de veinte y seis pueblecillos de indios y treinta y siete hacien

das de labor, y en todo el distrito cuatro mil y quinientos indios.

[11] Cholula, ciudad de indios.

Cholula, ciudad de indios, y de las mayores de sus poblaciones

m?s lucidas y m?s opulentas, se compone de una parroquia con dos curas, diez y seis cl?rigos ayudantes sin otros sobresalientes,

un convento de San Francisco que era parroquia en tiempo de las doctrinas. Tiene sujetos cinco barrios, treinta y cuatro pueblos

peque?os, y treinta y siete haciendas, en todo lo cual hay ciento

y ochenta espa?oles y doscientos y veinte y seis mestizos, mulatos, y negros. Tienen de administraci?n los curas doce mil y setenta y

seis indios.

[12] Huexotzingo, ciudad de indios.

Huexotzingo, ciudad de indios, se administra por dos curas y seis cl?rigos ayudantes. Tiene ciento y cuarenta espa?oles, y m?s de doscientos y veinte mestizos, negros, y mulatos. Hay en su distrito veinte pueblos peque?os, cincuenta y dos haciendas

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 543 y ranchos, en que se administran cuatro mil doscientos veinte y

nueve indios.

[13] Pueblo de Totomehuacan.

El pueblo de Totomehuacan, con un cura y un teniente, tiene seis pueblos sujetos, diez haciendas, veinte vecinos espa?oles, diez

y seis mestizos, mulatos y negros. Tiene doscientas familias de indios, y en ellas novecientas y cincuenta personas. Conservan aqu? los religiosos de San Francisco la iglesia y casa que fue

doctrina.

[14] Pueblo de Amozoque.

El pueblo de Amozoque, con un cura y dos tenientes, admi nistran otro pueblo sujeto y diez y ocho haciendas. Hay treinta

familias de espa?oles, veinte de mestizos y mulatos, y en todo el partido mil indios. Tambi?n conservan aqu? los religiosos de San Francisco la iglesia y casa que fue doctrina.

[15] Pueblo de Huatinchan.

El pueblo de Huatinchan, con un cura y un teniente, tiene

cuatro pueblos sujetos y siete haciendas de labor, quince familias de espa?oles, seis de mestizos y mulatos, y ochocientos indios en todo el distrito. Permanecen los religiosos de San Francisco en la

iglesia y casa que fue doctrina.

[16] Pueblo de Santiago Tecale.

El pueblo de Santiago Tecale tiene dos curas y cuatro tenien

tes, sujetos quince pueblos peque?os, dos molinos, y tres ranchos

cuatro familias de espa?oles, diez de mestizos y mulatos. Hay en todo el partido tres mil seiscientos y veinte y nueve indios, y los religiosos de San Francisco se conservan en la iglesia y casa que fue doctrina en este pueblo.

[17] Pueblo de Acatzingo.

El pueblo de Acatzingo, con un cura y dos ayudantes, tiene sujetos tres pueblos peque?os, diez y siete haciendas, y catorce ranchos o cortijos. Hay en todo el partido cien espa?oles y otros tantos mestizos y mulatos. Indios, dos mil y quinientos. Tambi?n

se conservan aqu? los religiosos de San Francisco en la iglesia y casa que fue doctrina.

[18] Pueblo de Nopaluca.

El pueblo de Nopaluca tiene sujeto otro pueblo menor y veinte

y siete haciendas de labor que administran un cura y dos ayu dantes. Hay en todo el partido cincuenta espa?oles, treinta mes tizos y mulatos; indios, dos mil y trescientos. Conservan tambi?n

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en este pueblo los religiosos de San Francisco la iglesia y casa que fue doctrina.

[19] Pueblo de San Salvador el Seco.

El pueblo de San Salvador el Seco tiene sujetos dos pueblos

peque?os y veinte y cinco haciendas, con un cura y dos tenientes.

Hay en todo el partido veinte espa?oles, treinta mestizos y mu latos. Indios, dos mil quinientos. No hay religiosos.

[20] Pueblo de San Andr?s Chalchicomula.

El pueblo de San Andr?s Chalchicomula tiene sujeto otro

pueblo menor, veinte y cinco haciendas, y siete ranchos. Hay en todo el partido treinta espa?oles, cincuenta mestizos y mulatos, mil indios. Admin?stralos un cura con dos tenientes. No hay religiosos

en dicho pueblo.

[21] Pueblo de Quechula.

El pueblo de Quechula tiene un cura y dos tenientes, cinco pueblos menores, y veinte y ocho haciendas. Hay en toda la feli

gres?a cuarenta espa?oles y otros tantos mulatos y mestizos. Indios,

mil y quinientos. Cons?rvanse los religiosos de San Francisco en la casa que fue doctrina.

[22] Pueblo de Tecamachalco.

El pueblo de Tecamachalco, que administra un cura y dos

tenientes, tiene sujetos cinco pueblos menores, veinte haciendas,

y treinta y dos ranchos. Flay en todo el partido cincuenta es pa?oles, treinta mestizos y mulatos. Indios, mil y ochocientos.

Conservan la iglesia y casa que fue doctrina los religiosos de San Francisco.

[23] Pueblo de Santa Cruz Tlacotepec.

El pueblo de Santa Cruz Tlacotepec tiene un cura y un te

niente; consta de otros ocho pueblos menores y trece haciendas.

Hay en todo el partido seis espa?oles, veinte mestizos y mulatos,

mil y quinientos indios.

[24] Tehuacan, ciudad de indios.

Tehuacan, que tiene t?tulo de ciudad de indios, tiene un cura

y cuatro ayudantes que administran veinte y cuatro pueblos me nores, veinte y una haciendas, siete ranchos, y dos molinos. Hay en su distrito cien espa?oles, ciento y cuarenta y nueve mestizos

y mulatos, tres mil novecientos y sesenta y siete indios. En la iglesia y casa que fue doctrina se conservan los religiosos de San Francisco.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 54& [25] Pueblo de Coscatlam.

El pueblo de Coscatlam tiene otros ocho pueblos menores, un

ingenio y dos trapiches de az?car, tres haciendas de labor, quince

espa?oles, treinta y dos mestizos, y ciento y ochenta mulatos y negros; mil y cien indios. Asiste a su administraci?n un cura y dos tenientes.

[26] Pueblo de Zapotitlam de las Salinas.

El pueblo de Zapotitlam de las Salinas, con un cura y un

teniente, tiene diez pueblos peque?os y las salinas. Hay en todo el partido dos espa?oles, diez mestizos, mulatos y negros; sete

cientos y cincuenta indios.

[27] Pueblo de Tzongolica.

El pueblo de Tzongolica, que administra un cura y dos te nientes, tiene diez y seis pueblos peque?os* seis espa?oles, diez y nueve mestizos, mulatos y negros; dos mil indios.

[28] Pueblo de Orizaba.

El pueblo de Orizaba, que administra un cura y cuatro te

nientes, y otros eclesi?sticos que residen en el lugar, tiene sujetos nueve pueblos peque?os, tres haciendas de labor, cuatro molinos,

un ingenio y un trapiche de az?car. Hay en todo el partido dos

cientos espa?oles, trescientos y noventa y siete mestizos, mulatos

y negros; dos mil y ochenta y ocho indios.

[29] Pueblo de San Antonio Huatuzco.

El pueblo de San Antonio Huatuzco, con un cura y un te

niente, tiene sujetos ocho pueblos peque?os y dos ranchos y tres

haciendas y un trapiche. Hay en todo el partido diez y seis veci nos espa?oles, sesenta mestizos, mulatos y negros; dos mil dos cientos y veinte y ocho indios.

[30] Pueblo de San Juan Coscomatepec.

El pueblo de San Juan Coscomatepec, donde asiste un cura y dos tenientes, tiene sujetos siete pueblos peque?os y dos ran chos. Hay en todo el partido veinte espa?oles vecinos y cuarenta

mestizos, mulatos y negros; tres mil trescientos y nueve indios.

[31] Pueblo de Tlaliscoya.

El pueblo de Tlaliscoya, que administra un cura y un te

niente, tiene sujetos dos pueblos, seis haciendas, diez y siete ranchos. Hay en todo el partido veinte y cinco familias de es

pa?oles, treinta y seis de mestizos, mulatos, y negros; indios, mil doscientos y treinta.

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[32] Pueblo de Cozamaloapam.

El pueblo de Cozamaloapam tiene sujetos otros cuatro pue blos, cinco haciendas de ganado mayor. Hay en todo el partido sesenta familias de espa?oles, ochenta de mulatos, negros y mes tizos; mil trescientos y noventa y cuatro indios. Tiene un cura y un teniente.

[33] Antigua Veracruz.

La Antigua Veracruz, que en sus principios fue puerto y

hoy es lugar corto y pobre, tiene sujetos dos pueblos de indios.

Hay en todo el partido cuarenta espa?oles, cienta y sesenta mu latos y negros; cuatrocientos indios. Todo se administra por un cura.

[34] Pueblo de Naol?ngo.

El pueblo de Naol?ngo tiene sujetos nueve pueblos peque

tres ingenios y un trapiche de az?car, dos ventas, y dos ranch

Hay en todo el partido cuarenta espa?oles, ciento y sesenta y negros; dos mil doscientos y veinte y ocho indios. Tiene cura y un teniente.

[35] Pueblo de Tlacolula.

El pueblo de Tlacolula tiene sujetos seis pueblos peque?

un barrio, cuatro ventas, dos molinos, tres ranchos. Hay en to

el partido seis espa?oles, diez mulatos y mestizos; mil cu

cientos y cuarenta indios. Admin?stranse todos por un cura y teniente.

[36] Pueblo de Xalapa.

El pueblo de Xalapa tiene sujetos seis pueblos, cuatro in

genios, y un rancho. Hay en todo el partido doscientos espa?o les, cuatrocientos y veinte mestizos mulatos negros, y chinos.

Indios, mil doscientos y ochenta. Sirven la administraci?n dos curas con dos tenientes, y conserva la religi?n de San Fran cisco la iglesia y casa que fue doctrina en este pueblo.

[37] Pueblo de Ixhuacan.

El pueblo de Ixhuacan tiene sujetos dos pueblos y un rancho.

Hay en todo el partido ochocientos y ochenta y nueve indios que administra un cura, y permanece un religioso en la casa que fue doctrina.

[38] Pueblo de San Juan Quimixtlan.

El pueblo de San Juan Quimixtlam [sic] tiene sujetos cinco

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 547 pueblos en que hay cuatro espa?oles y mil y seiscientos indios.

Admin?stralos un cura con su teniente.

[39] Perote y Tepeyahualco.

Perote y Tepeyahualco son dos pueblos cortos que administra un cl?rigo solo, con tres haciendas y dos ranchos. Comp?nese de diez espa?oles, veinte mestizos y mulatos, y ciento ochenta indios.

[40] Pueblo de Xalatzingo.

El pueblo de Xalatzingo tiene sujetos seis pueblos en que hay veinte espa?oles, sesenta y dos mulatos, y mestizos. Dos mil qui nientos y sesenta y tres indios. Admin?stranse por un cura y su teniente.

[41] Pueblo de Tetziutlam.

El pueblo de Tetziutlam tiene sujetos seis pueblos menores.

Hay en todo el partido sesenta espa?oles, cien mestizos mulatos y negros. Indios, mil setecientos y cuarenta y ocho. Tienen un cura y un teniente.

[42] Pueblo de San Juan de los Llanos.

El pueblo de San Juan de los Llanos se compone de ?l y

veinte y seis haciendas de labor, con un cura y un teniente. Hay cuarenta espa?oles en todo el partido, cincuenta y seis mestizos, mulatos, y negros. Mil setecientos y ochenta y dos indios.

[43] Pueblo de Huamantla.

El pueblo de Huamantla tiene sujetos cuatro pueblos me nores, cuarenta y cinco haciendas, y cuatro ranchos de labor. Hay

en todo el partido trescientos y cincuenta espa?oles, y cuatro

cientos mestizos, mulatos y negros. Indios, cinco mil cuatrocien tos y setenta y cinco. La administraci?n est? a cargo de un cura

y cuatro tenientes dem?s de otros eclesi?sticos que asisten en la jurisdicci?n, y en dicho pueblo se conservan los religiosos de San Francisco en la casa que fue doctrina.

[44] Pueblo de San Miguel del Monte.

El pueblo y curato de San Miguel de el Monte tiene sujetos cuatro pueblos peque?os, seis haciendas, y cuatro ranchos de labor. Su vecindad se compone de diez espa?oles, seis mestizos y mulatos; ochocientos y treinta y siete indios. Admin?stralos un

cura y un teniente.

[45] Pueblo de Santa In?s Zacatelco.

El pueblo de Santa In?s Zacatelco tiene sujetos seis pueblos, seis haciendas, y cuatro ranchos. Hay en su distrito doce ' f?mi

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lias de espa?oles, catorce de mulatos y mestizos. Indios, dos mil setecientos y cincuenta y dos. Est?n a cargo de un cura y un

teniente.

[46] Pueblo de Topoyango.

El pueblo de Topoyango tiene sujetos cinco pueblos, tres ha ciendas, siete ranchos. Hay en todo el partido once espa?oles,

nueve mestizos y mulatos. Dos mil ciento y noventa y ocho indios.

Su administraci?n est? a cargo de un cura y un teniente, y se

conservan los religiosos de San Francisco en la casa que fue

doctrina en este pueblo.

[47] Pueblo de Santa Ana Chiautempam.

El pueblo y curato de Santa Ana Chiautempam se compone de otros seis pueblos, seis haciendas, y siete ranchos de labor.

La vecindad de todo el partido consta de cincuenta espa?oles y otros tantos mestizos mulatos, y negros. De dos mil setecien tos y ochenta y cinco indios. Admin?strense por un cura y dos tenientes, y conserva la religi?n de San Francisco en este pueblo

la iglesia y casa que fue doctrina.

[48] Pueblo de San Dionisio Atlihuetza.

El pueblo de San Dionisio Atlihuetza tiene sujetos seis pue blos peque?os, cinco barrios, dos haciendas, y cuatro ranchos, y un molino. En todo el partido hay seis espa?oles, diez mestizos y mulatos. Indios, mil y ochenta y tres. Asisten a su adminis traci?n un cura y un teniente, y se conservan los religiosos de San Francisco en la casa que fue doctrina.

[49] Pueblo de Apitzaco.

El pueblo de Apitzaco tiene sujetos nueve pueblos, veinte y seis haciendas y ranchos. Hay en todo el partido cien espa?oles,

ciento ochenta y cuatro mulatos. Dos mil doscientos y ochenta y cuatro indios. Administran dos curas con dos tenientes.

[50] Pueblo de San Augustin Tlaxco.

El pueblo y curato de San Augustin Tlaxco tiene de feli

gres?a un pueblo peque?o, treinta y seis haciendas y ranchos.

Hay en todo el partido cincuenta espa?oles y otros tantos mesti zos y mulatos. Administra un cura y un teniente.

[51] Pueblo de Hueyotlipa.

El pueblo y curato de Hueyotlipa consta de seis pueblos,

quince haciendas, y un rancho, veinte espa?oles, treinta mestizos

y mulatos. Indios, mil trescientos y cuarenta y uno. Tiene un cura y un teniente, y conserva la religi?n la iglesia y casa arrui nada que fue doctrina de San Francisco.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 549 [52] Pueblo de San Felipe.

El pueblo de San Felipe tiene un cura y dos tenientes que administran siete pueblos, catorce haciendas, doce ranchos, y un

molino. Hay en todo el partido cien espa?oles y otros tantos mestizos y mulatos. Indios, dos mil quinientos y noventa y uno.

Conserva la religi?n de San Francisco la casa que fue doctrina en este pueblo.

[53] Pueblo de Santa Mar?a Nativitas.

El pueblo de Santa Mar?a Nativitas tiene sujetos tres barrios,

once pueblos, y veinte y dos* haciendas y ranchos. Hay en todo el partido cuarenta espa?oles, otros tantos mestizos y mulatos y negros. Indios, dos mil novecientos y noventa y cinco. Asiste un cura con dos ayudantes, y conserva la religi?n de San Fran cisco la casa que fue doctrina.

[54] Pueblo de San Salvador el Verde.

El pueblo y curato de San Salvador el Verde tiene sujetos

tres barrios, nueve pueblos, veinte y dos haciendas, y un rancho.

Hay en todo el partido cuarenta espa?oles y otros tantos mula tos, mestizos, y negros. Indios, dos mil ochocientos y veinte y tres. Administra un cura con cuatro tenientes, y otros eclesi?sticos

que residen en el partido.

[55] Pueblo de Teopantlam.

El pueblo de Teopantlam tiene sujetos seis barrios, tres pue blos, tres ranchos, y un trapiche. Hay en todo el partido diez espa?oles, catorce mestizos y mulatos; setecientos y once indios.

Administra un cura.

[56] Pueblo de Epatlam.

El pueblo y curato de Epatlam tiene sujetos cinco pueblos y una hacienda de labor. Es de s?lo indios el partido, y tiene mil y cuatrocientos. Administra un cura y un teniente.

[57] Curato de espa?oles del pueblo de Izucar.

El curato de espa?oles de el pueblo de Izucar tiene un cura y un teniente que administran el lugar, tres ingenios de az?car, y

siete ranchos en que hay cien vecinos espa?oles y dos mil mes

tizos, mulatos, y negros esclavos y libres en que entran algunos indios labor?os y sirvientes.

[58] Pueblo de San Andr?s de Cholula.

El pueblo y curato de San Andr?s de Cholula tiene sujetos siete pueblos, ocho haciendas, y siete ranchos de labor. Es de solos indios, y hay en todo el partido cinco mil trescientos y

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setenta y un indios. Diez espa?oles. Administra un cura y dos

tenientes.

[59] Pueblo de Chietla.

El pueblo y curato de Chietla, administrado por un cura y

dos tenientes, tiene sujetos cuatro pueblos, tres ingenios de az?car.

Hay en todo el partido treinta espa?oles, cincuenta mestizos, y m?s de trescientos negros y mulatos, esclavos y libres. Conserva la religi?n de San Augustin la casa de doctrina de que fue re movida en este pueblo.

[60] Pueblo de Huaquechula.

El pueblo y ^ curato de Huaquechula se administra por dos curas y dos tenientes. Tiene sujetos once pueblos y un barrio,

catorce haciendas, y siete ranchos de labor, un ingenio, y un tra piche. Hay en todo el partido treinta espa?oles, ciento y ochenta y seis mestizos, mulatos, y negros. Conserva la religi?n de San Francisco la casa que fue doctrina en este pueblo.

[61] Pueblo de Tepexoxuma.

El pueblo de Tepexoxuma tiene sujeto un pueblo, dos inge nios, y dos ranchos. Hay en todo el partido cincuenta espa?oles, doscientos y noventa y siete mestizos, negros y mulatos, esclavos y libres. Trescientos y sesenta y seis indios. Administra un cura

con su teniente.

[62] Pueblo de Calpam.

El pueblo de Calpam tiene sujetos cinco pueblos, nueve ha ciendas, y trece ranchos. Hay en todo el partido treinta espa?o les, sesenta y cuatro mulatos, mestizos y negros. Dos mil nove

cientos y veinte indios. Administran dos curas con dos tenientes, y

hay religiosos de San Francisco en la casa que fue doctrina.

[63] Pueblo de Zacatlam.

El pueblo y curato de Zacatlam, con un cura y un teniente, tiene sujetos once barrios y seis pueblos y tres haciendas. Hay en todo el partido sesenta espa?oles, cien mestizos y mulatos.

Tres mil quinientos y cincuenta y cinco indios. Conserva la reli gi?n de San Francisco la casa que fue doctrina en este pueblo.

[64] Pueblo de Acaxochitlam.

El pueblo y curato de Acaxochitlam tiene sujetos diez pue

blos, una hacienda de labor, y dos ranchos en cuya feligres?a hay ocho espa?oles, doce mestizos y mulatos; seiscientos y trece indios.

Admin?stranse por un cura y un teniente.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 551 [65] Pueblo de Xalpantepec.

El pueblo y curato de Xalpantepec tiene un cura y un te niente. Su feligres?a consta de cuatro pueblos, veinte y dos ran cher?as de indios, dos haciendas de ganado mayor, dos espa?oles y ochenta y ocho mestizos y mulatos. Dos mil ochocientos y cuarenta y cuatro indios.

[66] Pueblo de Ilamatlam.

El pueblo y curato de Ilamatlam, con un cura, tiene sujetos

dos barrios, ocho pueblos, diez rancher?as de indios, y un paraje

que llaman La Estanzuela. En todo el partido s?lo hay un vecino

mestizo, y ochocientos y veinte y nueve indios.

[67] Pueblo de Chicontepec.

El pueblo y curato de Chicontepec, que se administra por

un cura y un teniente, tiene sujetos seis pueblos, ocho haciendas

de ganado mayor, veinte rancher?as de indios. Hay en la feli

gres?a cuarenta espa?oles, cien mestizos, mulatos y negros; indios,

mil y novecientos.

[68] Pueblo de Tamiahua.

El pueblo y curato de Tamiahua, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos dos pueblos peque?os, cuatro ha ciendas de ganado mayor, siete ranchos de pesquer?as. Tiene todo

el partido cien espa?oles, quinientos y cuarenta y seis mestizos, mulatos y negros, quinientos y ochenta indios.

[69] Pueblo de Tamapache.

El pueblo y curato de Tamapache, que administra un cura y un teniente, se compone de tres pueblos, seis haciendas, y treinta y cuatro ranchos. Hay en todo el partido veinte espa?o les, ciento y diez y nueve mestizos, mulatos y negros; quinientos

y treinta y ocho indios.

[70] Pueblo de Papantla.

El pueblo y curato de Papantla, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos dos pueblos, cinco estancias, la baira de TJacolutla. Hay en todo el partido treinta espa?oles, cuarenta y cinco mestizos, mulatos y negros; mil doscientos y diez indios.

[71] Pueblo de Xonotla.

El pueblo y curato de Xonotla, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos ocho pueblos, cinco trapiches, y cinco ranchos. Hay en todo el partido siete espa?oles, diez mestizos y mulatos, mil y ochocientos indios.

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[72] Pueblo de Mecatlam.

El pueblo y curato de Mecatlam, que administra un curaT tiene tres pueblos sujetos en que hay cuatrocientos y veinte y siete indios.

[73] Pueblo de Xopala.

El pueblo y curato de Xopala, que administra un cura, tiene sujetos cuatro pueblos. Hay en toda la feligres?a ochocientos y cincuenta y seis indios.

[74] Pueblo de la Hueytlalpa.

El pueblo y curato de la Hueytlalpa, que administra un cura,,

tiene sujetos nueve pueblos. Hay en todos novecientos y sesenta indios.

[75] Pueblo de Olintla.

El pueblo y curato de Olintla, que administra un cura, tiene

sujetos cuatro pueblos, y en todo el partido hay quinientos indios.

[76] Pueblo de Zapotitlam de la Totonacapa.

El pueblo y curato de Zapotitlam de la Totonacapa, que ad

ministra un cura, tiene sujetos siete pueblos, y en todo el partida hay seiscientos y dos indios.

[77] Pueblo de San Juan Ahuacatlam.

El pueblo y curato de San Juan Ahuacatlam, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos diez pueblos. En todos ellos

hay tres espa?oles y dos mil y cincuenta indios.

[78] Pueblo de Xuxupango.

El pueblo y curato de Xuxupango, que administra un cura,

tiene solamente doscientos indios.

[79] Pueblo de T?tela.

El pueblo y curato de T?tela, que administra un cura, tiene sujetos tres pueblos y un real de minas casi despoblado, vecinos ocho espa?oles, veinte mestizos y mulatos, seiscientos y veinte y ocho indios.

[80] Pueblo de San Francisco Istaquimaxtitlam.

El pueblo y curato de San Francisco Istaquimaxtitlam, que administra un cura y su teniente, tiene sujetos cinco pueblos, dos haciendas, y seis ranchos de labor. Hay en todo el partido

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 55$ treinta espa?oles, y cuarenta y dos mestizos, mulatos y negros.

Mil y cuatrocientos y setenta y cinco indios.

[81] Pueblo de Santiago Tzautlam.

El pueblo y partido de Santiago Tzautlam, que administra un cura y su teniente, se compone de seis pueblos, doce hacien das y ranchos de labor. Hay en todo el partido catorce vecinos espa?oles, diez mulatos, mestizos y negros. Un mil cuatrocientos,

y setenta indios.

[82] Pueblo de Zacapoastlam.

El pueblo y partido de Zacapoastlam, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos dos pueblos, cuatro ranchos, y un molino. En todo el partido hay cuarenta espa?oles; noventa mes tizos, mulatos y negros; mil cuatrocientos y cincuenta y seis. indios.

[83] Pueblo de Tlatlauquitepec.

El pueblo y curato de Tlatlauquitepec, que administra un cura y su teniente, tiene sujetos tres pueblos y cuatro ranchos.

Hay en todo el partido diez espa?oles, cincuenta mestizos y mu latos. Mil setecientos y cincuenta indios.

[84] Pueblo de Alvarado.

El pueblo de Alvarado, donde continuamente asiste un cura,, estaba saqueado del ingl?s cuando le visit?. Tiene hasta setenta familias que estaban retiradas en los montes, las veinte de es pa?oles y las dem?s de negros, mestizos, mulatos, y algunos indios.

[85] Pueblo y curato de Quezala.

El pueblo y curato de Quezala, que administra un cura?

tiene sujetos otros dos pueblos menores, y en todos doscientos, y cincuenta indios.

[86] Pueblo de Misantla.

El pueblo y curato de Misantla, que administra un cura, se compone de otros dos pueblos peque?os y cuatro ranchos. Tiene seis espa?oles, doce mestizos, mulatos y negros, y trescientos y cincuenta indios.

[87] Pueblo de Teotlalco.

El pueblo y curato de Teotlalco, que administra un cura,,, tiene sujetos cuatro pueblos, dos ranchos, un real de minas corto..

En todo el partido hay cuatro espa?oles, ocho mestizos y mu latos; cuatrocientos y cincuenta indios.

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[88] Pueblo de Xolalpa.

El pueblo y curato de Xolalpa tiene cuatro pueblos sujetos, cinco trapiches, y un rancho. Hay en todo el partido dos es pa?oles, seis mestizos y mulatos, novecientos y cuarenta y cinco indios. Admin?stranse por un cura.

[89] Pueblo de Tlalcotzautitlam.

El pueblo y curato de Tlalcotzautitlam, que administra un

cura, tiene sujetos siete pueblos, y en todos trescientos y noventa

y cuatro indios.

[90] Pueblo de Apango.

El pueblo y curato de Apango, que administra un cura, tiene sujetos cuatro pueblos, y en todos hay mil y doscientos y doce indios.

[91] Pueblo de Tistlam.

El pueblo y curato de Tistla [sic] tiene sujetos tres pueblos, una

hacienda, y tres trapiches. Hay en todo el partido treinta es pa?oles, treinta y cuatro/mestizos y mulatos, mil novecientos y cincuenta y cinco indios. Su administraci?n est? a cargo de un cura y su teniente.

[92] Pueblo de Ayutla.

El pueblo y curato de Ayutla, que administra un cura y un

teniente, tiene sujetos cinco pueblos, tres haciendas, y un rancho.

Hay en todo el partido diez espa?oles, catorce mestizos, mulatos y negros. Indios, mil y doscientos.

[93] Pueblo de Acatlam de la Costa. v> El pueblo y curato de Acatlam de la Costa, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos diez pueblos peque?os, una

hacienda de cacao, y dos de ganado. Hay en todo el partido

quince espa?oles, veinte y cinco mestizos, mulatos y negros. Mil y setecientos indios.

[94] Pueblo de Ahuaquauhtzingo.

El pueblo y curato de Ahuaquauhtzingo, que administra un cura, tiene sujetos siete pueblos peque?os y un trapiche. Hay en todo el partido dos espa?oles, ocho mestizos y mulatos/Indios, ochocientos y catorce.

[95] Pueblo de O?nal?.

El pueblo y curato de Olinal?, que administra un cura y un

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 555 teniente, tiene sujetos doce pueblos menores, un rancho, y un trapiche. Hay en todo el partido diez y ocho espa?oles, veinte

y dos mestizos, mulatos y negros, mil y novecientos indios.

[96] Pueblo de Huamuchtitlam.

El pueblo y curato de Huamuchtitlam, administrado por un cura y un teniente, tiene sujetos trece pueblos peque?os, un real de minas muy corto, un trapiche, y dos ranchos. Hay en tpdo el partido nueve espa?oles, otros tantos mulatos y mesti zos. Indios, mil y quinientos y veinte y cinco.

[97] Pueblo de Tlapantzingo.

El pueblo y curato de Tlapantzingo, que administra un cura, tiene sujetos seis pueblos peque?os, un rancho, y unas minas casi despobladas. Hay en todo el partido un espa?ol y un mil quinientos y diez y seis indios.

[98] Pueblo de Tzilacayoapam.

El pueblo y curato de Tzilacayoapam, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos doce pueblos peque?os y un barrio, seis haciendas, y seis ranchos. Hay en todo el partido treinta espa?oles, cuarenta mestizos y mulatos. Indios, un mil ochocien tos y cincuenta y tres.

[99] Pueblo de Mixtepec.

El pueblo y curato de Mixtepec, que administra un cura, tiene sujetos cinco pueblos peque?os. Hay en todos dos espa?o

les, cuatro mestizos y mulatos. Indios, cuatrocientos y noventa.

[100] Pueblo de Hycpatepec.

El pueblo y curato de Hycpatepec, que administra un cura y un teniente, tiene sujetos ocho pueblos, y en todo el partido

hay mil doscientos y tres indios.

[101] Pueblo de Acatlam y Piastla.

El pueblo y curato de Acatlam y Piastla, que administra un

cura y un teniente, tiene sujetos once pueblos, dos barrios, trece ranchos, y dos trapiches. Hay en todo el partido cuarenta y cua tro espa?oles, noventa mulatos, mestizos y negros. Mil doscientos

y cincuenta indios.

[102] Pueblo y curato de Santa Mar?a Tlapacoiam.

El pueblo y curato de Santa Mar?a Tlapacoyam [sic], que ad

ministra un cura, tiene sujetos cinco ranchos. Toda su feligres?a se compone de un espa?ol, seis mestizos y mulatos, cien indios.

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Hasta aqu? son curatos que est?n a cargo de cl?rigos de San Pedro; s?guense los lugares que pertenecen a doctrina que administran las religiones.

Lugares de doctrinas de la religi?n de Santo Domingo.

[103] Doctrina del pueblo de Izucar.

En el pueblo de Izucar, donde los espa?oles y gente caste? llana tienen cura cl?rigo, est? la parroquia regular de el cargo

de la religi?n de Santo Domingo, que administra un doctri

nero. Tiene sujetos seis pueblos con la cabecera. Hay en ellos mil setecientos y sesenta indios.

[104] Doctrina del pueblo de Tlilapa.

El pueblo y doctrina de Tlilapa, de la misma religi?n, que

administra un doctrinero, se compone de ciento y veinte y cinco

familias de indios.

[105] Doctrina del pueblo de Tepapayeca.

El pueblo y doctrina de Tepapayeca, que administra un doc trinero de Santo Domingo, tiene sujetos diez pueblos, y hay ea toda la feligres?a ochocientos y sesenta y dos indios.

[106] Doctrina del pueblo de Ahuatelco.

El pueblo y doctrina de Ahuatelco, que administra un doc trinero de Santo Domingo, tiene sujetos once pueblos y cinco? ranchos. Hay en todo el partido mil doscientos y veinte y nueve indios.

[107] Doctrina del pueblo de Ihualtepec.

El pueblo y doctrina de Ihualtepec, que administra un doc trinero de Santo Domingo, tiene sujetos once pueblos y un ran cho. Hay en todo el partido un espa?ol; mil y noventa y sei? indios.

[108] Doctrina del pueblo de Tonal?.

El pueblo y doctrina de Tonal?, que administra un doctri nero de Santo Domingo, tiene sujetos veinte y seis pueblos y cuatro ranchos. Hay en todo el partido doce espa?oles, cincuenta

mestizos y mulatos. Mil novecientos y veinte y ocho indios.

;[109] Doctrina del pueblo de Huaxuapa.

El pueblo y doctrina de Huaxuapa, que administra un doc trinero de Santo Domingo, tiene sujetos diez y ocho pueblos,, cuatro ranchos. Hay en todo el partido sesenta y seis espa?oles,.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 557 cien mestizos, mulatos, y negros. Dos mil cuatrocientos y setenta

y nueve indios.

[110] Doctrina del pueblo de Chila.

El pueblo y doctrina de Chila, que administra un doctrinero de Santo Domingo, tiene sujetos seis pueblos y cuatro ranchos.

Hay en todo el partido diez espa?oles, treinta y cinco mulatos, mestizos y mulatos; novecientos y cuarenta y un indios.

[111] Doctrina de Tequixistepec.

El pueblo y doctrina de Tequixistepec, que administra un doctrinero de Santo Domingo, tiene sujetos diez y seis pueblos.

Hay en todo el partido mil doscientos y cuarenta y seis indios.

[112] Doctrina del pueblo de Tepexi de la Seda.

El pueblo y doctrina de Tepexi de la Seda, que administra un doctrinero de Santo Domingo, se compone de veinte y siete pueblos, diez ranchos, y seis agostaderos. Hay en todo el partido diez espa?oles, veinte mestizos y mulatos, tres mil quinientos y sesenta indios.

La ?nica doctrina de la religi?n de San Francisco va referida en la villa de Atrisco.

[113] Doctrina del pueblo de Huehuetlam.

El pueblo y doctrina de Huehuetlam, que administra un doc trinero de Santo Domingo, tiene sujetos ocho pueblos, tres ran

chos, un trapiche. Hay en todo el partido seiscientos y siete indios.

Lugares de doctrinas de la religi?n de San Augustin

[114] Doctrina del pueblo de Huatlatlauhca.

El pueblo y doctrina de Huatlatlauca [sic], que administra un doctrinero de San Augustin, tiene sujetos cinco pueblos, y en ellos y la cabecera hay mil y setenta y ocho indios.

[115] Doctrina del pueblo de Chiautla de la Sal.

El pueblo y curato o doctrina de Chiautla de la Sal, que

administra un doctrinero de San Augustin, tiene sujetos diez y nueve pueblos, un rancho, y un trapiche. Hay en todo el par tido ocho espa?oles, treinta y cuatro mestizos, mulatos y negros.

Novecientos y setenta indios.

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558

PETER GERHARD

[116] Doctrina del pueblo de ?aupa.

El pueblo y doctrina de ?aupa, que administra un doctri

nero de San Augustin, tiene sujetos siete pueblos, y en ellos y la cabecera hay setecientos y veinte y tres indios.

[117] Doctrina del pueblo de Xicotepec.

El pueblo y doctrina de Xicotepec, que administra un doc trinero de San Augustin. Hay en todo el partido trescientos y ochenta indios.

[118] Doctrina del pueblo de Tlacuiloltepec.

El pueblo y doctrina de Tlacuiloltepec, que administra un doctrinero de San Augustin, tiene siete pueblos peque?os. Hay en todos doscientos y seis indios.

[119] Doctrina del pueblo de Pahuatlam.

El pueblo y doctrina de Pahuatlam, que administra un doc

trinero de San Augustin, tiene sujetos cuatro pueblos, y en ellos y la cabecera hay cuatrocientos y setenta y cuatro indios.

[120] Doctrina del pueblo de Tututepec.

El pueblo y doctrina de Tututepec, que administra un doc trinero de San Augustin, tiene sujetos veinte y seis pueblos, y

en todo el partido hay mil novecientos y cincuenta y cinco indios.

[121] Doctrina del pueblo de Citlala.

El pueblo y doctrina de Citlala, que administra un doctrinero

de San Augustin, tiene otro pueblo sujeto, y en ?l y la cabecera hay seiscientos y treinta y dos indios.

[122] Doctrina del pueblo de Ghilapa.

El pueblo y doctrina de Chilapa, que administra un doctri nero de San Augustin, tiene sujetos cuatro pueblos, dos hacien das, tres ranchos. Hay en todo el partido cincuenta espa?oles

y otros tantos mestizos, mulatos y negros. Mil trescientos treinta y

seis indios.

[123] Doctrina del pueblo de Cachultenango.

El pueblo y doctrina de Cachultenango, que administra un doctrinero de San Augustin, tiene sujetos seis pueblos, seis tra piches, una hacienda de minas de plata y otra de azogue de mal corriente. Hay en todo el partido cuatro espa?oles, ocho mes tizos y mulatos. Indios, ochocientos.

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UN CENSO DE LA DI?CESIS DE PUEBLA EN 1681 559 [124] Doctrina del pueblo de Totomixtlahuacan.

El pueblo y doctrina de Totomixtlahuacan, que administra un doctrinero de San Augustin, tiene sujetos seis pueblos, una hacienda, y un trapiche. Hay en todo el partido ochocientos y sesenta y ocho indios.

[125] Doctrina del pueblo de Atlistaca.

El pueblo y doctrina de Atlistaca tiene sujetos doce pueblos, en los cuales y la cabecera hay de feligres?a mil doscientos y veinte y seis indios. Admin?stranse por un cura doctrinero de San Augustin.

[126] Doctrina del pueblo de Tlapa.

El pueblo y doctrina de Tlapa, que administra un doctrinero de San Augustin, tiene sujetos cincuenta y seis pueblos. Hay en la cabecera quince espa?oles y otros tantos mestizos y mulatos.

Toda la feligres?a se compone de seis mil setecientos y cincuenta

y tres indios.

[127] Doctrina del pueblo de Alcotzauca.

El pueblo y doctrina de Alcotzauca, que administra un doc

trinero de San Augustin, tiene sujetos once pueblos y un rancho.

Hay en todo el partido seiscientos y ochenta y siete indios.

[128] Pueblo de San Pablo Zoquitlam.

El pueblo y curato de San Pablo Zoquitlam, que administra un cura cl?rigo, se compone de otros nueve pueblos peque?os, y hay en toda la feligres?a seiscientos y cincuenta indios y cuatro

mestizos.

?stos son, se?or, los lugares y vecindad que hay en los ciento y cuarenta y un curatos que tiene este obispado, los ciento y quince de curas cl?rigos, once de la religi?n de Santo Domingo, uno de la de San Francisco, y catorce de la de San Augustin, en cuya relaci?n ser? el mayor logro de mi obediencia haber acertado a servir a V. M. cuya C. R. P. guarde Dios como ha menester la defensa de nuestra santa fe y bien de sus vasallos.

?ngeles, 11 de julio de 1681.

(Firmado) Manuel, obispo de la Puebla.

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560 PETER GERHARD

SIGLAS Y REFERENCIAS

AGI Archivo General de Indias, Sevilla.

AGNM Archivo General de la Naci6n, Mexico BM British Museum, Londres.

BNE Biblioteca Nacional, Madrid.

COOK, Sherburne F., y Woodrow BORAH 1971-1979 Essays in population history, Berkeley, California Press, 3 vols.

'GERHARD, Peter

1972 A guide to the historical geography of Cambridge, Cambridge University Press.

1979 The southeast frontier of New Spain Princeton University Press.

MORIN, Claude 1972 "Los libros parroquiales como fuente toria demogrifica y social novohispana",

Mexicana, xxi:3 (ene. mar.), pp. 389-4 VETANCOURT, Augustin de

1698 Teatro mexicano..., Mexico.

VILLASENOR Y SANCHEZ, Jos6 Antonio

1952 Theatro americano..., Mexico, Editora

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EN TORNO A LA RECUPERACI?N DEMOGR?FICA

Y LA DEPRESI?N ECON?MICA NOVOHISPANAS DURANTE EL SIGLO XVII

Jos? Carlos Chiaramonte Universidad Nacional Aut?noma de M?xico * L El declive demogr?fico del siglo xvi y los comienzos de la recuperaci?n demogr?fica El prop?sito de este art?culo es analizar las interpretaciones re cientes respecto de la relaci?n entre los comienzos de la recuperaci?n

demogr?fica novohispana y la supuesta existencia de una larga de presi?n en el siglo xvn. Previamente intentaremos una breve s?ntesis

del estado de las estimaciones sobre la magnitud de la poblaci?n ind?gena al momento de la conquista, la amplitud de su declive hasta el m?nimo del siglo xvn y los fen?menos hist?ricos que con dicionaron este proceso, calificado por algunos autores como una "cat?strofe demogr?fica". El tema ha originado una abundante pro ducci?n cient?fica cuyos resultados suelen ser muy dispares, especial

mente en lo que respecta a la magnitud de la poblaci?n ind?gena hacia 1519 y a las causas que habr?an provocado el declive demo gr?fico, hasta el punto de dar lugar a una viva pol?mica a?n no concluida. * Este texto forma parte de nuestro trabajo "Poblaci?n y desarrollo en la Nueva Espa?a", realizado entre 1976 y 1980 dentro del proyecto "Poblaci?n y desarrollo en la historia de M?xico" del Instituto de In vestigaciones Sociales de la U.N.A.M. y el Programa de Investigaciones

Sociales para Am?rica Latina, a cargo del licenciado Ra?l Ben?tez Zenteno. La mayor parte de lo que ahora publicamos fue elaborada y entregada al proyecto en el a?o de 1976. Se presenta ahora con algu

nas modificaciones recientes y precedida de un examen del declive

demogr?fico del siglo xvt.

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562

JOS? CARLOS CHIARAMONTE

Respecto de la poblaci?n ind?gena americana al momento de la conquista los c?lculos no suelen coincidir, y la discusi?n generada en torno a la validez de las cifras obtenidas fue perfilando dos gran

des tendencias caracterizadas por su discrepancia respecto de la magnitud de esa poblaci?n, de tal suerte que suelen ser denomi nadas tendencia "alcista" o "bajista" seg?n su propensi?n a esti maciones altas o bajas. En realidad corresponde advertir que la calificaci?n de altas o bajas a cifras de esta naturaleza requerir?a de un previo punto de referencia con respecto al cual resulten de una u otra calidad; punto de referencia que, a falta de otras infor maciones, podr?a consistir en la estimaci?n de la cantidad de ind? genas capaces de subsistir dadas las caracter?sticas del medio natural

y de la econom?a de esos pueblos. Sin embargo, como este criterio ha sido el fundamento de una de las t?cnicas utilizadas para calcular la poblaci?n, con resultados tambi?n divergentes por parte de distin tos investigadores,1 puede presumirse que el punto de referencia para

calificar de altas o bajas a las cifras discutidas resulta tambi?n bas tante problem?tico.

En buena medida, en un comienzo, la discusi?n gir? en torno

a la confianza que podr?an merecer las cifras obtenidas de cronistas

de la conquista y otras fuentes contempor?neas, cuya veracidad es convalidada por algunos autores o rechazada por otros. En este ?lti mo caso el resultado negativo de la cr?tica se basa fundamentalmente en la presunci?n de que las cifras resultar?an abultadas por conquis tadores y misioneros en virtud de su deseo de acrecentar los m?ritos de su obra guerrera ?victorias contra enemigos impresionantemente

mayores en n?mero? o misionera ?cantidad de almas llevadas al seno de la iglesia.

Con respecto a la poblaci?n que ocupaba el territorio posterior mente mexicano, la disparidad de las cifras elaboradas es notable y la pol?mica en torno a ellas ha tenido momentos intensos.2 ?ngel Rosenblat, que desconf?a sistem?ticamente de los testimonios contem

por?neos a la conquista por razones del tipo de las ya apuntadas, 1 Dobyns, 1966, pp. 408, 409. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Vid., por ejemplo, Rosenblat, 1967 (ampliaci?n de su ponencia al XXXVII Congreso Internacional de Americanistas ? Mar del Pla ta, 1966). Res?menes de la discusi?n pueden verse en Dobyns, 1966,

especialmente pp. 396, 412; S?nchez Albornoz, 1973, pp. 53ss; Denevan, 1976, pp. lss.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 563

propone para la poblaci?n qua hacia 1492 ocupaba el actual terri torio mexicano la cifra de 4 500 000, mientras que el ?ltimo c?lculo

de Sherburne Cook y Woodraw Borah lleva a 25 200 000 la pobla ci?n del M?xico central hacia 1519. El contraste resalta m?s si tene

mos en cuenta que Rosenblat atribuye 13 385 000 al total de la poblaci?n americana hacia 1492.3 En los ?ltimos tiempos han tendido a prevalecer, dentro del campo de la historia social y econ?mica, los resultados de los dem? grafos de Berkeley. Pero as? como la variedad y la minuciosidad de los procedimientos que han empleado para compensar las defi ciencias y lagunas de las fuentes predisponen a favor de sus con

Cuadro 1 Poblaci?n ind?gena del M?xico central A?o Poblaci?n

1518 25 200 000 1532 16 800 000 1548 6 300 000 1568 2 650 000 1585 1900 000 1595 1 375 000 1605 1075 000

Fuente: Borah y Cook, 1969, p. 180. clusiones, al mismo tiempo la fragilidad de algunos de esos proce

dimientos, a ra?z de la extrema deficiencia de las fuentes, contin?an

colocando un interrogante sobre ellas.4 Las cifras que consideran v?lidas para la poblaci?n ind?gena del M?xico central ?luego de 3 Rosenblat, 1954, i, p. 102; Borah y Cook, 1963, pp. 88, 157.

Otros c?lculos para el territorio mexicano (seg?n Rosenblat, 1954, pp. 281ss.) son los siguientes: Kroeber (1939), 2 400 000 hacia 1500; Camavitto (1935), 9 085 000 hacia la conquista; Mendiz?bal (1939), 9 170 400 hacia 1519. H.F. Dobyns, por su parte, calcula entre 30 y 37.5 millones, seg?n dos proyecciones distintas, la poblaci?n del terri torio mexicano en el momento de la conquista. Dobyns, 1966, p. 415.

4 Vid. la exposici?n sint?tica de su concepci?n del problema y de

las fuentes y m?todos utilizados en Borah y Cook, 1969. Tambi?n, Cook y Borah, 1971-1974, i, cap. i, "Materials for the demographic history of Mexico, 1500-1600".

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564

JOS? CARLOS CHIARAMONTE

haber propuesto y abandonado otras distintas en anteriores trabajos son las que muestra el cuadro 1.

"Nuestros resultados, entonces, sostienen firmemente el punto de

vista de que cuando Cort?s desembarc? en la costa de Veracruz hab?a en el M?xico Central una muy densa poblaci?n", comentan Cook y Borah. Esa poblaci?n, que rondaba los 48.26 habitantes por km2, habr?a llegado a ser tan densa por obra de una agricultura

excepcionalmente productiva y del aislamiento respecto de las epi demias del Viejo Mundo.5 Un criterio adicional, sostenido por ambos autores, es que esa gran poblaci?n hab?a alcanzado ya un punto de saturaci?n antes de la llegada de los espa?oles, quienes no habr?an hecho otra cosa que precipitar, catastr?ficamente, el proceso ya iniciado. Infieren que la

poblaci?n ind?gena habr?a superado la productividad de la tierra, atendiendo a la tecnolog?a de la ?poca, como lo demostrar?an entre otros indicios la extensi?n de la erosi?n del suelo y la frecuencia de la pr?ctica de sacrificios humanos. Este criterio, de caracter?sticas

malthusianas, se apoya en un trabajo de Cook que provee una inter pretaci?n de ciclos demogr?ficos a partir del inestable equilibrio entre poblaci?n y recursos naturales, uno de cuyos declives habr?a comenzado momentos antes de la conquista.6 Un agudo examen del trabajo de los dem?grafos de Berkeley ha sido realizado recientemente por William T. Sanders.7 Sanders ana liza con minuciosidad sus fuentes y m?todos de trabajo y juzga que han sobreestimado la precisi?n de esas fuentes, que han calculado en fuerte exceso el n?mero de la poblaci?n no tributaria, que son discutibles los factores de conversi?n de casados a poblaci?n total, que la gran diversidad de bienes con que se tributaba torna inutili zable las cuentas de tributos para el c?lculo de la poblaci?n, que en su trabajo de 1963 las cr?ticas que ellos mismos realizan de sus fuentes llevan a la conclusi?n que el trabajo no pod?a ser hecho y que, en resumen, sus estimaciones respecto de la poblaci?n hacia 1563

se basan en datos extremadamente inconfiables y en una metodo log?a de trabajo inapropiada.8 5 125 personas por milla cuadrada, seg?n el texto. Borah y Cook, 1969, p. 181. En ?ste, como en todos los casos, la traducci?n es nuestra.

Cook, 1949, pp. 51ss.

7 Sanders, 1976. Vid. tambi?n la introducci?n de Denevan a la. tercera parte de la obra, dedicada a M?xico. ? Sanders, 1976, pp. 92ss.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 565

En cambio, Sanders estima que del examen de los c?lculos que Cook y Borah efectuaron para obtener la poblaci?n hacia 1568 se desprende la confiabilidad de sus resultados para esa fecha. A partir

de esas cifras y de su propio trabajo respecto de las tasas de decli naci?n, Sanders calcula la poblaci?n del siglo xvi para una regi?n m?s restringida que la que abarcaron aquellos autores, la que llama "regi?n simbi?tica del M?xico central" y que comprende el valle de M?xico y zonas adyacentes.9 Las cifras que propone est?n con troladas por su coherencia con las que obtuvo para el valle de Teo tihuac?n, porci?n del territorio que es el centro de su investigaci?n;

y sus estimaciones son comparadas con las cifras contempor?neas -?especialmente para 1910 y 1960? en funci?n de la capacidad del valle para soportar cierta poblaci?n dadas sus condiciones ecol?gi cas, los cambios posibles sufridos a lo largo de los siglos, y las t?c nicas agr?colas empleadas ?t?cnicas que estima de escasa variaci?n hasta comienzos del siglo xx. Sus resultados, que comparamos con los de Cook y Borah, aparecen en el cuadro 2.

Cuadro 2 Regi?n simbi?tica del M?xico central

A?o Sanders Cook y Borah 1519 2 634 723/3 081 983 6400 000 1530-35 1 974 734/2 503 465 4 600 000 1568 943 164/ 970 764 1000 000 Nota: Las cifras de Cook y Borah son las que Sanders extrae de los c?lculos de los dos autores para la regi?n. Las dos cifras ofre cidas por Sanders responden para 1519 y 1530-1535 al uso de

dos posibles y distintos factores obtenidos del c?lculo de las tasas de declinaci?n de la poblaci?n. Las cifras de 1568 de Sanders se basan en los c?lculos de Cook y Borah.

Fuente: Sanders, 1976, cuadro 4.9, pp. 130 y 131; cuadro 4.5, p. 120.

Si a partir de estos datos supusi?ramos, cosa en extremo arbi traria pero ?til para visualizar las discrepancias, una diferencia pro porcionalmente similar para el conjunto del M?xico central ?espacio

que el trabajo de Sanders no cubre? tendr?amos estos resultados:

Cook y Borah 25 200 000; Sanders 10 250 000/12 200 000 habitantes.

0 Sanders, 1976, pp. 85-87.

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JOS? CARLOS CHIARAMONTE

/./. Las causas del declive

Junto a la discusi?n sobre las cifras, la de las causas de esa "cat?strofe" demogr?fica ocupa un lugar preferente. La opini?n ge neralizada es que dentro del contexto de la "leyenda negra" se tendi? a subrayar con exceso la guerra de conquista y la crueldad espa?ola como causantes de la desaparici?n f?sica de los ind?genas. M?s recien temente, en cambio, se preferir?a un cuadro matizado, en el que junto a otros factores (como las guerras, la sobreexplotaci?n en el trabajo, la desnutrici?n, el maltrato, la depresi?n moral colectiva ?"desgano vital"? y otras) la incidencia de las enfermedades incor poradas al mundo americano por el contacto con los europeos ocupara el primer lugar, aunque advirti?ndose que el efecto de las epidemias variaba seg?n condiciones naturales ?altitud, clima, etc.? o sociales

?grado de aislamiento, densidad demogr?fica, etc.? del pobla mien?o de los grupos afectados.10

En realidad, el criterio no es tan reciente. La prioridad atribuida

a las enfermedades provenientes del Viejo Mundo es una obser vaci?n por lo menos ya efectuada en el siglo xvm por alguien in teresado en refutar los argumentos antiespa?oles fundados en la despoblaci?n americana. El peruano Jos? Baqu?jano y Carrillo, fiel defensor de la monarqu?a hasta su muerte ?posterior a la inde pendencia-?, comienza por rechazar las estimaciones excesivamente altas sobre la poblaci?n americana prehisp?nica y sostiene que el continente estaba poco poblado. "Pero este mal ?a?ade? fu? ace ler?ndose hasta el ?ltimo extremo por las multiplicadas causas que en dos siglos y medio se reunieron para su exterminio. Las viruelas,

desconocidas en el Per? antes de 1588, fueron el rayo devastador de esta naci?n, como lo han sido siempre de todo pueblo no civi lizado .. ." Y contin?a luego: "El trabajo violento de las minas, la inmoderada introducci?n de los licores fuertes, y el opresivo servicio de la mita . . ." apresuraron la destrucci?n, fen?meno que no "ha de atribuirse a solas las posesiones espa?olas . . ." 11

Sin embargo, si bien parece innegable el papel de las enferme

10 Adem?s de otros trabajos ya citados, vid. un resumen de S?n

chez Albornoz, 1973, pp. 72ss, especialmente p. 81.

11 Baqu?jano y Carrillo, 1964, p. 274; tambi?n, pp. 216, 221,

222.

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RECUPERACI?N DEMOCR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 567

dades como principal factor inmediato de la gran mortalidad in d?gena del siglo xvi, no convendr?a descuidar que ese factor fue funci?n, en parte, del complejo proceso de desorganizaci?n de la econom?a y sociedad ind?genas, a la vez que influ?a sobre ?l. Un in tento de comprensi?n m?s org?nico del proceso demogr?fico del siglo xvi ha subrayado el hecho de que el impacto de la conquista signific?, sustancialmente, una desorganizaci?n social y econ?mica del mundo ind?gena, que se tradujo inmediatamente y a largo plazo en una dr?stica reducci?n de la capacidad de subsistencia de aquella poblaci?n. La desorganizaci?n de los sistemas productivos ind?genas, junto r.l iig.'.ivante de la conservaci?n por los espa?oles de pr?cticas

tributarias prchisp?nicas, constituir?a as? el nudo conceptual que mejor explicar?a el derrumbe de la poblaci?n nativa.12 Aun admi tiendo que en el cuadro que pintaban de la conquista los religiosos que asumieron la defensa de los ind?genas hayan exagerado los ras gos que pudieran excitar mejor la piedad cristiana, basta pensar en lo que signific? para las econom?as ind?genas la sangr?a de la po blaci?n adulta en edad econ?micamente activa para acciones b?li cas ?aunque no sucumbiesen en ellas?, construcciones p?blicas, reli giosas y privadas, transporte (la rueda y los veh?culos de carga con tiro animal se introdujeron con los espa?oles y no sustituyeron de inmediato el esfuerzo humano) y dem?s ocupaciones exigidas por los

-conquistadores. Y pensar, adem?s, en la sobrecarga de trabajo que entra??, para los que quedaron en la producci?n, el mantenimiento de los que fueron as? sustra?dos a ella. No obstante, esta visi?n del problema no deja de ser, como las otras, una aproximaci?n hipo t?tica, pues tanto la alta tasa de mortalidad por causas epid?micas durante el siglo xvi, como la reaparici?n de fuertes y frecuentes epidemias en el xvm en condiciones de ascenso econ?mico y demo gr?fico, requieren a?n de mayor examen y discusi?n.

I::c!^pendientemente de la necesidad de explicar la magnitud del fen?meno demogr?fico del siglo xvi, parece claro el car?cter distin

tivo de un per?odo inicial ?previo al de la construcci?n de una econom?a y sociedad hispano-colonial y por alg?n tiempo paralelo a sus comienzos? durante el cual se produjo una dilapidaci?n, cuan do lio simple destrucci?n, de recursos productivos, incluidos los 32 Sauer, 1969, pp. 203, 204; Semo, 1975, p. 30. Borah y Cook (1969, p. 132) han suavizado tambi?n la excesiva preeminencia que

acordaban a las epidemias y enfermedades.

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568

JOS? CARLOS CHIARAMONTE

mismos ind?genas que constitu?an la fuerza de trabajo. Esto fue resultado de las acciones b?licas (luchas de espa?oles contra ind? genas, de espa?oles e ind?genas aliados contra otros ind?genas, de ind?genas aliados dirigidos por espa?oles en la larga guerra contra los chichimecas, etc.), de los cuantiosos tributos en trabajo para obras como la construcci?n de ciudades, edificios religiosos y priva dos de los conquistadores, y otros; del pillaje por vagabundos es pa?oles ?restos armados de la conquista o nuevos inmigrantes? sin? ocupaci?n militar y sin afincamiento productivo; del nuevo sistema

tributario espa?ol; de las congregaciones, y de otros factores que

contribuyeron a desorganizar el sistema productivo ind?gena, incluida

la destrucci?n de los cultos nativos y la consiguiente p?rdida de la funci?n que cumpl?an los sacerdotes en la vida econ?mica por sus*

conocimientos astron?micos y el control de los ritos vinculados a las pr?cticas agr?colas.13

1.2. Los datos sobre la recuperaci?n demogr?fica en el siglo xvii

La evoluci?n demogr?fica del siglo xvn nos es mucho menos co nocida que la de las centurias anterior y posterior. Como se?al? Jos?V

Miranda, el siglo xvn es en extremo avaro en materia de fuentes demogr?ficas: "lo que nos ha sido proporcionado con cierta largueza por los siglos xvi y xvm ?las cuentas de tributarios y las relaciones?

que registran cifras de habitantes?, nos ha sido, en cambio, escati mado por la centuria intermedia: algunos datos num?ricos deslizados^

en muy contad?simos documentos es todo lo que le debemos".1* Desde que Miranda escribi? esas l?neas el panorama no ha variado

13 V?anse al respecto las referencias de las notas 11-12. Aunque la. usurpaci?n de tierras de ind?genas por parte de los espa?oles, que fue intensa en ciertas regiones como el valle de M?xico durante los tiem

pos iniciales de la conquista y, algo m?s tarde, en el noroeste de

Puebla (mientras que en otras regiones, como Oaxaca o la cuenca del r?o* Tepalcatepec, al occidente del valle de M?xico, la propiedad ind?gena resisti? con ?xito), se incluye tambi?n dentro de los factores iniciales de? choque de la conquista, posteriormente fue la despoblaci?n misma la que abri? camino a la ocupaci?n de las tierras por parte de los espa?o les. Respecto de las variantes habidas en la ocupaci?n de la propiedad! ind?gena por los espa?oles, vid. Prem, 1978, pp. 226ss., 229ss.

" Miranda, 1962, p. 182.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 569>

demasiado y la mayor?a de las estimaciones globales se apoyan,, mediante proyecciones, en cifras de un momento cercano a media dos del siglo.15 En lo que concierne a estimar la tendencia posterior al declive,, la opini?n generalizada es la de una lenta recuperaci?n a partir de mediados del siglo xvn, recuperaci?n que acelerar?a su ritmo ya avanzada esa centuria. Sin embargo, tambi?n en este punto ha habi do discrepancia, aunque de menor cuenta que las reci?n comen tadas. Seg?n un trabajo de Cook y Simpson, cuyos c?lculos adopt? luego Borah,16 1200 000 para 1650 ser?an la cifra y la fecha del nadir de la poblaci?n ind?gena novohispana. Si a esa cifra se a?ade la de la poblaci?n no ind?gena obtenemos un mill?n y medio, para la

misma fecha, como poblaci?n total. Estos datos ?luego modificados por sus autores? fueron impugnados por Miranda, quien estimd que el comienzo de la recuperaci?n debi? de haberse producido bas tante antes de mediados del siglo, m?s bien alrededor de 1630, puesto?

que el nivel alcanzado hacia 1673 ?primera fecha de la segunda mitad de la centuria sobre la que ?l posee datos confiables? no? podr?a haberse logrado en s?lo los veintitantos a?os que corren desde

mediados de siglo. Asimismo, rechaz? la estimaci?n de Borah de 1 200 000 ind?genas como el nadir de esa poblaci?n, puesto que juz gaba que un descenso desde los dos millones de principios de siglo no podr?a haberse producido en s?lo unos veinte a treinta a?os.

Y propuso, en cambio, la cifra de 1 500 000 ind?genas para los a?o? entre 1620 y 1630.17 El punto de vista de Cook y Borah respecto del momento de cambio de inflexi?n en la curva hab?a sido compartido por Gibson, 15 Se trata, generalmente, de elaboraciones a partir de los dato?

de Diez de la Calle, 1932 (la primera edici?n es de Madrid 1646).

En 1648 y 1650 el monarca pidi? la preparaci?n de informes detalla dos sobre la poblaci?n de obispados y parroquias y de ciudades. De las respuestas recibidas se han hallado en M?xico s?lo dos, correspondien

tes a un obispado ?Michoac?n? y a una parroquia ?Tlaltenango, en el obispado de Nueva Galicia?. La obra de Diez de la Calle es un? compendio de las respuestas recibidas. Cook y Borah completan esos,

c?lculos con los suyos sobre la poblaci?n ind?gena a comienzos del siglo xvn y con los datos de L?pez de Velasco para 1570. Cook y Borah, 1971-1974, i, pp. 39, 42.

14 Cook y Simpson, 1948; Borah, 1975, p. 39.

17 Miranda, 1962, p. 185.

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JOS? CARLOS CHIARAMONTE

quien advirti?, sin embargo, que ese momento pod?a haber sido distinto en cada lugar de la Nueva Espa?a y que, al margen de esa diversidad de fechas mostrada por cada caso estudiado, el rasgo

esencial y com?n a todos los lugares fue la disminuci?n en el

siglo xvi y principios del xvn y el incremento a fines del xvn y en

el xvm.18 Pero, posteriormente, un nuevo trabajo de los dem?grafos de JBerkeley relativo al M?xico central modific? sus estimaciones. La nue va ubicaci?n del momento del nadir se acerca al criterio de Miranda,

criterio que tambi?n coincide con dos casos estudiados por otros autores a trav?s de archivos parroquiales.19 Cook y Borah sostienen ahora que el declive debe haber cesado no mucho despu?s de 1605, ?ltima fecha sobre la que proveen informaci?n en su monograf?a.20 Para esa fecha, seg?n vimos, su estimaci?n es de 1 075 000 ind?genas para el M?xico central, cifra que a?n sigui? disminuyendo, sostie

nen, durante algunos a?os. Si de ese c?lculo sobre la poblaci?n ind?gena quisi?ramos pasar al de la poblaci?n total de la Nueva

Espa?a a comienzos del siglo xvn tendr?amos que partir de las cifras

que nos proporcionan los mismos autores en otro trabajo m?s re ciente: 87 839 no ind?genas hacia 1568-1570 y 204 648 hacia 1646 (mientras los ind?genas, entre esas fechas, descendieron de 2 733 412

a 1 498 068).21 La poblaci?n total de la Nueva Espa?a ?excluidos Yucat?n y Chiapas?, habr?a pasado, por lo tanto, de 2 733 412 en 1568-1570, a 1 498 068, poblaci?n dentro de la que el grupo no ind? gena (espa?oles, mestizos, y pardos) habr?a crecido a una tasa anual de 1.1% mientras que el grupo ind?gena atravesaba, durante ese per?odo, la etapa final de su declive demogr?fico y la inicial de su recuperaci?n.

" Gibson, 1975a, p. 141.

19 Cook y Borah, 1960; Calvo, 1973, p. 78. Si bien el autor del

otro trabajo no se pronuncia sobre el particular, sus datos sobre bau tizos en dos parroquias del Norte podr?an interpretarse en el mismo sentido. Carmagnani, 1972, p. 437, cuadros vin y ix (Bautizos en dos

parroquias del Norte).

20 Cook y Borah, 1960, p. 56.

21 Cook y Borah, 1971-1974, n, p. 197.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 571

2. El crecimiento de la poblaci?n y el desarrollo de la econom?a novohispana durante el siglo xvii

Las vicisitudes de la econom?a novohispana a lo largo del ?ltimo siglo de vida colonial han sido vinculadas a las particulares carac ter?sticas de su evoluci?n demogr?fica. En unos casos el fen?meno ha sido visto como una correspondencia, mientras que en otros se ha intentado establecer alguna forma de conexi?n causal. En cambio,

el comienzo de la recuperaci?n demogr?fica durante la primera mi tad del siglo xvn y el hecho de que esa centuria fuese considerada tradicionalmente una ?poca de crisis y depresi?n generan el com plejo problema de c?mo explicar esa disparidad de tendencias en el plano demogr?fico y en el econ?mico, es decir, qu? razones podr?an

explicar la contemporaneidad de la llamada larga depresi?n del siglo xvn con el fin del declive y los comienzos de la recuperaci?n demogr?fica. Claro est? que este problema es tal si aceptamos la visi?n del siglo xvn como el "siglo de la depresi?n". Pero si, como ocurre en varios trabajos publicados en los ?ltimos a?os, se aban dona dicha tesis el problema podr?a desaparecer o, por lo menos, cambiar sustancialmente su contenido. Hasta no hace mucho tiempo

el punto de vista m?s acreditado sobre estos problemas se encon

traba en la monograf?a de Woodrow Borah, El siglo de la depresi?n

en la Nueva Espa?a,22 Posteriormente aparecieron algunos trabajos que rechazaban las principales conclusiones del de Borah y que variaban radicalmente el enfoque de estas cuestiones.23 Para una primera y general visi?n del problema, advirtamos nuevamente que la existencia de una larga depresi?n novohispana

durante la mayor parte del siglo xvn parecer?a incongruente con uno

de los fen?menos m?s llamativos de la ?poca: el fin del declive demogr?fico y el comienzo de la recuperaci?n durante la primera mitad de la centuria. La paulatina reducci?n de la tasa de descenso durante los primeros a?os del siglo, m?s el crecimiento ya indu dable en la segunda mitad, parecer?an dif?cilmente compatibles con

22 Borah, 1975. Hemos utilizado la edici?n original en lengua

inglesa, de 1951, para controlar la deficiente traducci?n de 1975.

23 Lynch, 1972; Bakewell, 1971; Brading, 1975; Gibson, 1975a.

Vid. tambi?n una discusi?n del tema en Florescano y Gil S?nchez, 1976, pp. 185ss.

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JOS? CARLOS CHIARAMONTE

un proceso econ?mico de crisis y estancamiento. Pero mientras que en general no parece haber discrepancias respecto de la recuperaci?n

demogr?fica ?aunque haya habido pol?mica sobre su cronolog?a? s? las hay, en cambio, respecto del criterio seg?n el cual el siglo xvn

pueda seguir siendo considerado, en la Nueva Espa?a, un siglo de depresi?n econ?mica.

2.1. La interpretaci?n de Borah Veamos, en primer lugar, cu?l es la visi?n de Borah, especial mente su tesis de la existencia de un receso en la econom?a novo hispana que se extender?a desde 1576 hasta m?s de un siglo despu?s y, junto a ella, el enfoque de esa "larga depresi?n" como el factor determinante para el desarrollo de nuevos sitemas de tenencia de la tierra y de trabajo que perduraron hasta 1910.24 Borah se?ala que la idea de una expansi?n continuada de la econom?a colonial desde el siglo xvi hasta la independencia ?criterio que prevalec?a hasta entonces? contradec?a las fluctuaciones de la poblaci?n durante ese per?odo, fluctuaciones cuyas cifras extremas las estimaba para M?xico central, en 11 000 000 en el momento de la conquista y en 1 200 000

hacia 1650 (posteriormente, los trabajos de Borah y Cook, como hemos visto, variaron estas cifras as? como la fecha del nadir).25

Y sostiene que esa disminuci?n de la poblaci?n ind?gena redujo fuertemente la capacidad productiva de las comunidades en una proporci?n similar a la de sus habitantes. Suponiendo una menor tasa de mortalidad en la nobleza ind?gena debido a su mejor ali

mentaci?n, la carga tributaria para sostenimiento del culto y nobleza

aument? en forma inversamente proporcional al n?mero de habi tantes del pueblo de manera que las comunidades ind?genas fueron paulatinamente menos capaces de satisfacer los requerimientos del sector europeo de la poblaci?n novohispana. La situaci?n se habr?a tornado particularmente aguda luego de la gran peste de rnatla zahuatl en 1575-1576. Escasearon alimentos y combustibles nece sarios a las ciudades espa?olas. La poblaci?n ind?gena hab?a cubierto durante el siglo xvi las necesidades de ma?z, verduras, fruta, pescado,

2* Borah, 1975, pp. 27ss.

25 Borah, 1975, pp. 34ss. Estas cifras han sido modificadas por

los dem?grafos de Berkeley en trabajos posteriores.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 573

caza, le?a, pastura y paja, mientras que trigo y ganado eran pro vistos por los ranchos espa?oles. Pero all? tambi?n descendi? la producci?n debido a la disminuci?n de la mano de obra ind?gena:26 todo esto mientras se desarrollaba un proceso de crecimiento de la poblaci?n blanca desde mediados del siglo xvi en adelante, que esti

ma para el conjunto de la Nueva Espa?a de 63 000 en 1570 a 1050 000 en 1795.

El cuadro trazado por Borah de la relaci?n poblaci?n-econom?a

novohispanas de los siglos xvi-xvn es entonces el siguiente: a partir

del fin del per?odo de la conquista, a mediados del siglo xvi, la poblaci?n blanca y supuestamente blanca aument? sin cesar, a la par

que disminuy? la poblaci?n ind?gena. La poblaci?n espa?ola, resi dente fundamentalmente en las ciudades, se sosten?a merced al tra* bajo y al tributo de los ind?genas. ?stos hicieron posible el desarrollo

de la producci?n minera y el de la producci?n agr?cola, ganadera y artesanai necesarias para esa producci?n minera, centro de la eco nom?a colonial, as? como para el conjunto de esa econom?a, que iba surgiendo paulatinamente en el territorio conquistado. Asimismo,

los ind?genas fueron la fuente del abundante sector de servidores de las casas espa?olas. Pero lleg? un momento en que la disminuci?n de la poblaci?n ind?gena afect? a este panorama. Esto se hizo sentir agudamente luego de la gran epidemia de 1575-1576. Y la intro ducci?n de esclavos, tambi?n afectados por las epidemias que diez maban a los ind?genas, no alcanz? a solucionar el problema.

Disminuci?n del total de mano de obra, aumento de la poblaci?n europea y prodigalidad en el empleo de servidores, son, entonces, algunos de los rasgos de este cuadro. Al mismo tiempo, aunque es posible suponer que hubo mejoras t?cnicas que indujeron una mayor productividad en la agricultura, no se tradujeron en un aumento global de la producci?n en vista de la desaparici?n de tanta cantidad de agricultores.

Adem?s de esos cuatro factores atingentes a la posibilidad de reclutamiento de mano de obra, Borah se ocupa de otro m?s: la eficacia de los m?todos adoptados para proporcionar mano de obra, que adquiri? particular relevancia luego de 1575. Destaca que las ciudades espa?olas novohispanas no s?lo sobrevivieron a esa larga depresi?n sino que ?a diferencia de lo ocurrido en la metr?poli, se 28 Borah, 1975, pp. 70, 76ss. Para lo que sigue, el resto del texto,

passim.

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JOS? CARLOS CHIARAMONTE

fortalecieron, incrementando su poblaci?n en forma lenta pero con

tinua desde 1570 a 1646. Tal supervivencia y "casi prosperidad" la atribuye al ?xito de las medidas adoptadas por la clase alta para contrarrestar los efectos de la escasez de mano de obra: reducci?n del "consumo pr?digo de mano de obra" (especialmente en las gran des construcciones religiosas y tambi?n en las civiles), y reorgani zaci?n de la producci?n para no depender exclusivamente de los pueblos ind?genas para la provisi?n de alimentos, a?adiendo nuevos cultivos a las haciendas espa?olas que ya produc?an trigo y ganado.

As?, en los a?os posteriores a 1590, las haciendas pod?an ya atender la demanda urbana de alimentos, complementando la producci?n ind?gena, a condici?n de disponer de mano de obra suficiente. Esto se procur? organizando un r?gido sistema de reclutamiento me diante la combinaci?n del antiguo repartimiento, utilizado por los espa?oles desde su dominio en las islas del Caribe, con el m?todo de "rueda" o "tanda": el repartimiento constitu?a una asignaci?n de trabajadores; la rueda o tanda, una rotaci?n temporal de servicios.

Con este sistema, las comunidades ind?genas deb?an proporcionar trabajadores de conformidad coa los datos registrados en los fre cuentes censos de poblaci?n. Pese a todo, el repartimiento no solu cion? el problema de escasez de mano de obra, y hacia 1590-1595 ya era evidente su insuficiencia.

Junto a ?l, se desarroll? otra forma de reclutamiento de traba jadores por parte de quienes no obten?an suficientes indios por tal

sistema. Esta nueva forma se apoy? en las disposiciones legales que tend?an a proteger y difundir el r?gimen de trabajo libre con salario.

Sin embargo, los trabajadores no fueron realmente libres debido a la

existencia encubierta de formas compulsivas de retenci?n como el endeudamiento: mediante adelantos en dinero, alimentos o ropa, por parte del empleador, el trabajador quedaba impedido de aban donar su trabajo mientras no liquidara dicha deuda. Para fines del siglo xvi se hab?a generalizado ya esta forma de trabajo, aunque tal vez ?advierte Borah? predominaban a?n los indios de repar timiento. Algunas disposiciones de la corona y autoridades virreinales

tendieron a limitar el endeudamiento y sus efectos, pero eran fre cuentemente ignoradas o burladas por los propietarios. Otras me didas oficiales ?como las que tend?an a limitar los "sonsaques" de trabajadores entre los empleadores? reforzaron la similitud del sis tema con la servidumbre: al prohibirse que, luego de una venta de la propiedad, el due?o anterior llevara los trabajadores consigo,

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 575

se establec?a una forma de vinculaci?n de hecho del trabajador

a la tierra.

Seg?n Borah, el sistema, reforzado por tales disposiciones legales,

encaden? al trabajador a la unidad productiva y redujo a un mito el supuesto trabajo libre. El peonaje por endeudamiento se con virti? r?pidamente en una instituci?n durante el siglo xvn y devino la mayor fuente de fuerza de trabajo. Hacia fines de esa centuria el

peonaje por endeudamiento se extendi? a los hilados y tejidos y a otras industrias, y en el siglo xvni ?afirma Borah con una perspec tiva que actualmente es tema de discusi?n? fue reduciendo a ser vidumbre a las mezclas de sangre y hasta los espa?oles pobres.27 En

suma, "las clases altas de M?xico resolvieron el grave problema de la escasez de mano de obra iniciado en 1576-1579 mediante el peo naje por endeudamiento".28 Con este sistema la comunidad perdi? el control de gran parte de su poblaci?n y, consiguientemente, la poblaci?n ind?gena se fusion? para formar una poblaci?n ?nica mexicana. El proceso implic? la r?pida difusi?n de las grandes pro piedades agr?colas que produc?an para las ciudades. Las medidas adoptadas por la clase alta blanca para contrarrestar los efectos de disminuci?n de la mano de obra ind?gena "aceleraron y quiz?s determinaron directamente una reorganizaci?n radical de la tenencia

de la tierra y las modalidades del trabajo".29 Otro rasgo se?alado por Borah en el peonaje comporta una hip?

tesis para explicar el cese del declive de la poblaci?n y los co

mienzos de su lento pero continuo ascenso. Es muy posible, advierte,

que dicho sistema mejorara las condiciones de vida de los traba jadores ?comparativamente respecto del per?odo anterior?, de ma

nera que se hayan acrecentado las resistencias org?nicas frente a las

enfermedades y hayan disminuido la mortalidad adulta e infantil.

Expresado en el tipo de c?lculo manejado entonces por Borah, la familia ind?gena habr?a pasado del ?ndice de 3.2 a mediados del siglo xvi al de cerca de 5 a fines del xvn.30

27 La concepci?n del endeudamiento como factor de servidumbre

ha sido discutida posteriormente, a partir de las observaciones de Gibson., 1975a. Examinamos el problema en otra parte de nuestro trabajo "Poblaci?n y desarrollo en la Nueva Espa?a", no incluida aqu?.

28 Gibson, 1975a, p. 129.

29 Borah, 1975, p. 137.

30 Borah, 1975, p. 132.

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JOS? GARLOS CHIARAMONTE

Si bien varios criterios del trabajo de Borah y sus c?lculos de mogr?ficos fueron modificados en publicaciones posteriores, suyas o en colaboraci?n con Sherbourne Cook, el esquema general con tin?a vigente para el autor, si bien por otra parte ha motivado la importante pol?mica que m?s adelante comentaremos. Ahora nos interesa llamar la atenci?n sobre un aspecto del enfoque de Borah relativo a la interpretaci?n global de la econom?a y sociedad novo hispanas del siglo xvn. Al respecto Borah es cauto y limita el juicio a un concepto como el de depresi?n, depresi?n secular, que arro jar?a, entonces, una periodizaci?n de la ?poca colonial tambi?n muy limitada en su contenido: siglo xvi, expansi?n; siglo xvn, depresi?n;

siglo xvm nuevamente expansi?n. Con mayor precisi?n, expansi?n econ?mica hasta ca. 1576, una larga depresi?n como consecuencia de la crisis demogr?fica hasta m?s de un siglo despu?s, y luego expansi?n nuevamente a la vez econ?mica y demogr?fica durante el siglo xv?n.

Sin embargo, el texto del trabajo esboza alguna forma m?s deter

minada de interpretar la ?poca, aunque el esbozo no sea llevado a t?rminos: en realidad, apunta a dibujar una especie de feudali zaci?n del siglo xvn, sin que en momento alguno llegue a emplear el vocablo "feudal". Pero los rasgos del cuadro que dibuja ?ser vidumbre por deudas, descenso de la producci?n y del comercio? corresponden a una imagen que puede evocar la del feudalismo.

Esta imagen aparece con mayor nitidez, aunque tampoco pro puesta rotundamente sino m?s bien como una forma de similitud, en una obra contempor?nea a la de Borah, La formaci?n de los latifundios en M?xico, de Francois Chevalier.81 Chevalier juega frecuentemente, a lo largo de su texto, con analog?as del mundo novohispano y del medieval, aunque no se decida nunca a afirmar el car?cter feudal de la colonia. "Como vemos, se?ala, muchos de los rasgos de este cuadro recuerdan a la Europa medieval, sobre todo

a la Espa?a de la reconquista5*. "Guard?monos, sin embargo, ?ad vierte? de ver en el M?xico colonial una simple imagen del anti guo continente y algo as? como el ?ltimo reflejo de un mundo ya medio desaparecido en Europa".32 De todas maneras, estos trabajos publicados alrededor de 1950, unidos a otros como el de Silvio Zavala sobre el peonaje,88 pro 31 Chevalier, 1976. La edici?n francesa es de 1953.

82 Chevalier, 1976, p. 378. Vid. adem?s pp. 338ss, 374ss.

88 Zavala, 1944.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 577 porcionan los elementos de un cuadro qu? sugiere el calificativo de feudal : disminuci?n del comercio exterior e interior de la Nueva

Espa?a, formaci?n de grandes unidades productivas cercanas a la autosuficiencia ?hacienda?, servidumbre de hecho de los trabaja dores, pautas se?oriales en la vida econ?mica y social...

2.2. La crisis demogr?fica y la explicaci?n del declive del comercio trasatl?ntico Pierre Chaunu ha efectuado una aplicaci?n del enfoque de Borah -?con algunos detalles diferentes relativos al momento de la crisis? <en su interpretaci?n del colapso sufrido por el comercio de la Nueva

Espa?a con la metr?poli a partir de los a?os 1622-1623. Estos dos a?os de crisis son considerados como punto de partida de una fase larga de contracci?n que no ser?a otra cosa que un aspecto de la depresi?n general de la econom?a novohispana, atribuida, en concor

dancia con la opini?n de la escuela de Berkeley, a la cat?strofe demogr?fica.34 "Es en la Nueva Espa?a, sin ninguna duda posible,

?afirma Chaunu? que se sit?a el primum mobile de esta grave crisis de ruptura que ha de arrastrar, dentro de las implicaciones casi infinitas de una inmensa reacci?n en cadena, el tr?fico de la carrera [de Indias] y, m?s all? del tr?fico de la carrera, toda la eco nom?a europea y gran-europea".35 El tr?fico por Veracruz y Acapulco

resume de una manera casi perfecta, sostiene, todo el cuadro de la econom?a de intercambios mar?timos a largo plazo del reino novo hispano hasta inmediatamente despu?s de 1620.

El per?odo 1596-1620, culminaci?n de la carrera de las Indias, fue un per?odo de predominio de la econom?a novohispana en ese tr?fico. "Es la Nueva Espa?a, se ha visto, la que dirige la fluctua ci?n". Los porcentajes de su participaci?n en el comercio de Indias son los siguientes: 1596-1600, 47.64%; 1601-1605, 50.55%; 1606

1610, 48.21%; 1611-1615, 53.81%; 1616-1620, 51.20%: pr?ctica

mente, la mitad del comercio espa?ol con las Indias durante vein ticinco a?os consecutivos. Pero luego su participaci?n desciende ?descenso proporcional dentro de un descenso general del tr?fico trasatl?ntico?: 43.19%, 28.58% y 29.82% en los quinquenios 1621 34 Chaunu, 1959, pp. 1530ss. *? Chaunu, 1959, p. 1557.

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JOS? CARLOS CHIARAMONTE

1625, 1626-1630 y 1631-1635. Expresado en tonelaje, ei comercio

con ?? Nueva Espa?a pasa de 58 664 toneladas en 1616-1620 a 44 771

en 1621-1625, 29 903 en 1626-1630 y 24 576 en 1631-1635.36 El de

clive no es pasajero y contin?a m?s all? de la mitad del siglo.

Importan las causas de este desplome del tr?fico hispano-colonial

puesto que, se?ala Chaunu, se encontrar? en ellas algunas de las causas m?s decisivas de la reversi?n de la tendencia mayor de la econom?a mundial. En ausencia por el momento, de mayores es tudios, s?lo es posible avanzar hip?tesis : "... la hip?tesis clave nos

es proporcionada por toda la serie de destacados estudios de historia

demogr?fica de la escuela de Berkeley". Con base en ellos, se ha tratado de desenredar "las relaciones complejas que ligan, en el in terior de una relaci?n dominante-dominado, la coyuntura a largo plazo de la econom?a colonial y el movimiento tendencial de la poblaci?n ind?gena".37 A lo largo de una indudable y fant?stica dis minuci?n, los efectos de las peri?dicas epidemias que golpeaban la poblaci?n dominada no hab?an afectado en forma duradera, en el cur

so de la fase larga de expansi?n del siglo xvi, la marcha del mundo colonial. En cada crisis, luego de unos a?os de adaptaci?n dif?cil, al precio posiblemente ?sostiene Chaunu? de una explotaci?n m?s eficaz de la mano de obra subsistente, la econom?a colonial se re pon?a. Seguramente se encontraban los elementos necesarios para continuar la marcha, la cantidad necesaria de "motor muscular ind?

gena", al mismo tiempo que, m?s profundamente y sin afectar a corto t?rmino la producci?n colonial, se operaba una lenta trans formaci?n rural en detrimento de la agricultura ind?gena y con base en la cr?a de ganado, cuyas implicaciones sociales fueron mostradas

por Fran?ois Chevalier. Resulta claro a la luz de las series de can tidades y valores del tr?fico que las adaptaciones r?pidas fueron siempre posibles. Esto suced?a porque subsist?a siempre una cantidad

suficiente de fuerza de trabajo ind?gena, un margen para el acre centamiento de la rentabilidad mediante la puesta de ind?genas al servicio de una econom?a de intercambios.

Luego de 1620-1630 todos los ?ndices de la actividad del comercio

exterior, por el Atl?ntico y el Pac?fico, muestran que ello ya no fue posible. "Alguna cosa ya no marcha, un aspecto de la econom?a indiana ?sostiene Chaunu? es afectado en sus prolongaciones ex 86 Chaunu, 1959, pp. 1534, 1535.

37 Chaunu, 1959, p. 1558.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 579 teriores. El drama se sit?a entre 1620 y 1630. Sin que nada de excep cional y exterior intervenga, la masa global de la poblaci?n ind?gena

de la meseta del M?xico central, reserva de la econom?a colonial novohispana, ha debido, en su evoluci?n decreciente, atravesar un umbral de seguridad y provocar una mutaci?n en la econom?a co lonial. Este umbral decisivo se situar?a ?seg?n se puede juzgar a trav?s de los trabajos de los historiadores dem?grafos de Berkeley? un poco m?s abajo de los dos millones de habitantes. Entre 1620 y 1630 la poblaci?n ind?gena del An?huac, soporte de la econom?a mexicana, pasar?a de alrededor de 1.9 a 1.7 millones. Franqueado el umbral de los dos millones, la ca?da de la poblaci?n ind?gena arrastra toda la econom?a colonial mexicana a una zona de intenso frenado".38

Esta interpretaci?n, comenta Chaunu, encaja muy bien con el esquema propuesto para explicar el pasaje de una fase de creci miento a una fase de contracci?n econ?micas : la expansi?n inicial aparece como el producto de un desequilibrio permanente, de la continua inyecci?n de una fracci?n siempre creciente de nueva riqueza. Esta ins?lita riqueza provino, desde el siglo xvi hasta el xvm, de la apropiaci?n de nuevos espacios donde era posible "des natar" riquezas potenciales. Pero ese "desnate" durante el siglo xvi fue posible en tanto subsisti? un suficiente stock de poblaci?n do minada. En un primer momento la apropiaci?n de riquezas motrices

de la empresa colonial y creadoras de ben?ficos desequilibrios en la econom?a europea se efectu? por simple pillaje. A este pillaje directo sucedi? un per?odo de, podr?a decirse, pillaje indirecto, pillaje no de riquezas sino de hombres. Pero las fuentes de este segundo "des nate" se agotaron hacia 1620. A esto debe atribuirse la reversi?n de la tendencia ascendente del comercio mar?timo y, por una serie de reacciones en cadena, su repercusi?n en el conjunto de una econom?a mundial todav?a embrionaria.30

2.3. Cr?ticas al enfoque de Borah y Chaunu El primero de los cambios recientes que conviene destacar con respecto a las tesis de Borah ata?e a la crisis del siglo xvn (en rea 33 Chaunu, 1959, pp. 1559-1561.

39 Chaunu, 1959, p. 1560.

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lidad, en el concepto de Borah, crisis de fines del siglo xvi eii adelante). Se trata de una discusi?n sobre la existencia misma de esta crisis, sobre sus comienzos ?en el caso de quienes no rechazan que haya existido? y sobre la relaci?n entre declive demogr?fico y crisis econ?mica.

Una objeci?n, aunque limitada, a las interpretaciones de Borah y Chaunu se encuentra en el volumen n de la obra de John Lynch,

Espa?a bajo los Austrias.*0 Pese a su car?cter limitado y pese a que Lynch utiliza la mayor parte de la informaci?n e interpretaciones de aqu?llos, la objeci?n era fundamental y habr?a de ser profun dizada por otros autores.

Lynch admite que la reducci?n de la poblaci?n ind?gena hubo de afectar la estructura econ?mica colonial e impulsar nuevas for mas de procurarse mano de obra. "La escasez de trabajo afect? a todos los sectores de la econom?a ?agricultura, miner?a y manu factura. La escasez de brazos comportaba un trabajo m?s duro y una competencia salvaje por la mano de obra que quedaba; hubo que ingeniar nuevas formas para el reclutamiento de esta ?ltima.

Mientras tanto, desde la d?cada de 1570 hasta cerca de la mitad del siglo xvn, toda la colonia tuvo que ajustarse a esta profunda crisis laboral y Nueva Espa?a sufri? una prolongada crisis econ?mica

hasta que la poblaci?n india empez? a aumentar". Incluso para la miner?a estima Lynch que el gran problema era la mano de obra, problema agravado con la cat?strofe demogr?fica.41 Sin embargo, Lynch se?ala que la crisis del comercio de Espa?a

con las Indias puede tener otras causas que la depresi?n de las

econom?as coloniales. Aunque advierte que es tentador establecer esa relaci?n, se inclina en cambio a considerar que la crisis del co mercio fue consecuencia de un cambio m?s que de un colapso en la econom?a colonial. Si ?sta no alimentaba como antes el comercio trasatl?ntico fue porque estaba utilizando su capital en su interior,

en inversiones p?blicas y privadas y, aun m?s, absorb?a capitales espa?oles y europeos. "La crisis en la carrera de Indias ocurri? no

porque las econom?as americanas se estuvieran hundiendo, sino por

que estaban desarroll?ndose y liber?ndose de su primitiva depen dencia de la metr?poli".42 Mientras que hasta 1570-1580 las ex 4? Lynch, 1972.

41 Lynch, 1972, pp. 228-289.

42 Lynch, 1972, p. 272.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 581 portaciones a Am?rica estaban constituidas por trigo, aceite y vino fundamentalmente, luego, cuando los colonos desarrollaron su propia agricultura y ganader?a, aquellos productos fueron desplazados por los textiles y art?culos de metal. Asimismo, las exportaciones hacia Espa?a fueron sufriendo un cambio de proporciones entre metal y otros productos, en favor de ?stos. En 1594 los metales preciosos integraban el 95.62% de las importaciones americanas en Espa?a.

En 1609 descendieron al 84%: el resto, se?ala Lynch, eran pro ductos agr?colas, la mayor parte de ellos mexicanos. Junto a la plata,

M?xico exportaba cochinilla, pieles, a?il, lana, tintes, madera de tinte, plantas medicinales y, especialmente en los a?os 1600-1620, sedas chinas reexportadas desde Manila.

La creciente autosuficiencia de las colonias, factor decisivo en la crisis del comercio de Indias, advierte Lynch, fue concomitante a la penuria de mano de obra. Pero ?l no extrajo de estos rasgos evidentemente poco conciliables las consecuencias que se?al? m?s tarde Bakewell.

Esa autosuficiencia no se limit? a los alimentos. Tambi?n los gastos de la defensa fueron librados cada vez m?s a las propias econom?as coloniales, al mismo tiempo que la inversi?n en cons trucciones navales crec?a en Am?rica en detrimento de Espa?a. Los contratos imperiales para la defensa fueron a parar a las colonias y no a Espa?a. Adem?s, esos contratos ten?an de peculiar el ser financiados con capital que generaba la propia colonia a trav?s de la producci?n minera. Y todo esto obraba, adem?s, como est?mulo para el conjunto de esa econom?a colonial.43 Se trataba de un cambio fundamental del equilibrio interno del mundo hisp?nico. Econ?micamente, al menos, Am?rica era ahora "el elemento dominante". Espa?a no hab?a perdido su riqueza a manos de sus rivales europeos sino en las de sus propios subditos americanos que se apropiaban por s? mismos de sus propios recur sos. Esto explicar?a, concluye Lynch, por qu? esa metr?poli empo brecida pudo mantener su imperio durante dos siglos m?s: es que se trataba todav?a de un gran "complejo de riqueza y de poder, aunque su centro de gravedad hubiera cruzado el Atl?ntico".44 Evidentemente, este panorama difiere sustancialmente del ofre cido por Borah y compartido por Chaunu. En vez del "siglo de la 43 Lynch, 1972, pp. 260, 281, 282.

44 Lynch, 1972, p. 22.

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depresi?n" se propone en cambio la visi?n de una econom?a de creciente pujanza. Sin embargo, en la interpretaci?n de las causas del proceso Lynch acude al mismo esquema de Borah en cuanto al papel clave de la cat?strofe demogr?fica: "... era una prueba del desarrollo de las econom?as coloniales el descenso de su pri mitiva dependencia de la miner?a, su explotaci?n de otras fuentes de riqueza, y el hecho de que retuvieran capital para su uso local en la administraci?n, los gastos de defensa, las obras p?blicas y la inversi?n privada. En M?xico, el factor demogr?fico era por s? solo

suficiente para estimular un nuevo esquema de inversiones. El cre cimiento simult?neo de la poblaci?n blanca y el haber sido diez mados los indios oblig? a superar la escasez de fuerza de trabajo y, por tanto, de suministros alimenticios, mediante una inversi?n renovada en la agricultura, concentr?ndose m?s en la tierra y menos

en la miner?a".45

2.4. El problema de la miner?a y su incidencia en el problema

de la poblaci?n

Una impugnaci?n directa de las tesis de Borah proviene de quie nes han trabajado un aspecto esencial de la econom?a novohispana: el sector minero. Ya David Brading observaba en 1971 que si bien en la regi?n central la depresi?n puede atribuirse a la continua disminuci?n de la fuerza de trabajo, no ocurre lo mismo con los centros mineros, que conocieron una gran prosperidad al mismo tiem

po que la poblaci?n disminu?a y en los que la decadencia lleg?

cuando se hab?a alcanzado cierta estabilidad demogr?fica. Por otra parte, agrega, la cantidad de trabajadores empleados en la produc ci?n minera era lo suficientemente peque?a y los salarios lo sufi cientemente altos como para que se haya podido eludir los efectos de la escasez de mano de obra.46

La cr?tica m?s aguda proviene de otro historiador de la mi

ner?a, J. P. Bakewell. Los argumentos de Bakewell comportan un examen de las relaciones entre el movimiento de la poblaci?n, la producci?n agr?cola para el mercado interno, la producci?n minera para el mercado externo, y el comercio exterior, todo ello entre lazado al problema de si existi? o no una larga depresi?n.

45 Lynch, 1972, p. 20.

4? Brading, 1975, pp. 26, 27.

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Bakewell apoya su an?lisis en un s?lido fundamento, en forma similar a lo apuntado por Brading: la miner?a de Zacatecas, prin cipal productora de plata a comienzos del siglo xvn en la Nueva Espa?a, se desarroll? dentro de la mayor prosperidad durante la ?ltima d?cada del siglo xvi y las tres primeras del xvn. En diversos

momentos Zacatecas recibi? entre el 25 y el 65 por ciento del mer curio enviado a la Nueva Espa?a. Hacia 1598 empleaba la tercera parte de los nabor?as (trabajadores libres) existentes en toda la

miner?a novohispana. S?lo hacia 1635 se produjo el colapso de

producci?n minera en Zacatecas, mientras que la depresi?n soste nida por Borah se habr?a iniciado luego de 1576. Si no caben dudas respecto a la existencia de una escasez de mano de obra como con secuencia de la declinaci?n de la poblaci?n ind?gena, no es cierto, por un lado, que ello haya contribuido a la ca?da de la producci?n argent?fera por la simple raz?n ya expuesta. Por otro lado, tampoco

parece convincente, arguye Bakewell, que esa escasez haya tenido las consecuencias catastr?ficas que supone el concepto de depresi?n utilizado por Borah. Despu?s de todo, como el mismo Borah ayuda a entender con diversos datos, los productores coloniales respon dieron r?pida y eficazmente a la disminuci?n de mano de obra seg?n

lo confirma esa capacidad de las ciudades espa?olas para evitar el hambre y la escasez (con excepci?n de algunos a?os aislados). Ya en 1590 el trabajo libre y el peonaje por deuda eran eficazmente utilizados ?adem?s de la esclavitud negra? para suplir la escasez de mano de obra tradicional. Y en el momento del nadir de la poblaci?n ind?gena, hacia 1650, a?n hab?a suficientes trabajadores ind?genas, se?ala el mismo Borah, para sostener a la poblaci?n blanca. Por lo tanto, una primera impresi?n que se desprende del trabajo de Borah es que la depresi?n no pudo haber sido tan grave como ?l mismo sostiene.47 Y para esto Bakewell se apoya tambi?n en los argumentos de Lynch que hemos comentado.

En primer lugar, la correlaci?n entre descenso de la poblaci?n y descenso de la producci?n no parece haber sido alta. La produc ci?n minera, por ejemplo, continu? creciendo mucho despu?s que el peor momento de la despoblaci?n ind?gena hubo pasado. Y en cuanto a lo que se podr?a llamar el producto bruto nacional, si declin? en forma global, es indudable que considerando el proceso de despoblaci?n su ?ndice per capita hubo de permanecer estable

*7 Bakewell, 1971, pp. 222ss.

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o aumentar. En lo que respecta a Zacatecas, existieron efectiva mente momentos de escasez de mano de obra, pero ello fue m?s bien consecuencia que causa de la disminuci?n de la producci?n.

Y, en general, puede afirmarse que la provisi?n de fuerza de tra bajo no fue el principal determinante de la producci?n. Si hubiese un solo factor principal, sostiene Bakewell, ser?a la provisi?n de mercurio. Pero ?sta debe considerarse a la luz del cr?dito y ?ste,. a su vez, a la luz fundamental de la rentabilidad minera.48 Por lo tanto, es factible atribuir a Zacatecas una general inde

pendencia del problema de escasez de mano de obra gracias ai

sistema de trabajo libre, que permit?a, a la vez que una mayor permanencia de los trabajadores en sus lugares de trabajo ?com parativamente con el sistema de repartimiento?, una mayor des treza de esos trabajadores en sus labores espec?ficas. Sin embargo,, este factor del sistema de trabajo no puede ser desgajado del con junto de la econom?a. Y en esto se?ala Bakewell otra objeci?n al trabajo de Borah. El cambio de sistema de trabajo en Zacatecas era parte de un cambio m?s global de la econom?a. Bakewell sos tiene que en la miner?a se desarrollaba una producci?n de tipo* capitalista que se extendi? a otros sectores durante el siglo xvn, y que esta diferencia entre la primitiva econom?a del siglo xvi y la

del xvn torna econ?micamente incomparables ambos per?odos y hace

aconsejable no ver como crisis y depresi?n lo que ser?a un tr?n sito de una a otra forma de econom?a.

Hasta este punto, el razonamiento de Bakewell separa las nuevas

formas de trabajo de una relaci?n directa con la supuesta depresi?n* econ?mica que habr?a obligado a sustituir, con esas nuevas formas,,

la mano de obra faltante. Sostiene en cambio que, por una parte, la aparici?n de nuevas formas de trabajo respondi? a un cambio m?s profundo de la econom?a novohispana, que pas? de vivir del excedente de una gran poblaci?n ind?gena que trabajaba en un sis tema econ?mico primitivo a depender del producto de sus propias empresas en una econom?a que, en general, respond?a a un dise?o de tipo europeo. Admite que tal transformaci?n fue forzada por la cat?strofe demogr?fica. Pero se?ala que una vez que ella tuvo lugar ?manifest?ndose en instituciones tales como los obrajes textiles,, propiedades agr?colas y ganaderas, una industria minera equipada,, peonaje por endeudamiento y trabajo libre?, la prosperidad de la 48 Bakewell, 1971, pp. 224-225. Para lo que sigue, pp. 224-227.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 585 econom?a colonial no estuvo ya limitada al excedente producido por la poblaci?n aborigen. Se trata, entonces, del tr?nsito de \ma a otra forma de econom?a, no simplemente de un cambio en la naturaleza de la fuerza de trabajo.

2.4.1. La cr?tica a Chaunu La cr?tica de Bakewell se torna m?s interesante al discutir la informaci?n proporcionada por Chaunu sobre el desarrollo del co

mercio trasatl?ntico, y al abordar, nuevamente, la evaluaci?n de los

posibles efectos de la crisis demogr?fica sobre este sector de la eco nom?a. Recordemos los datos de Chaunu que hemos resumido m?s arriba. Entre 1596 y 1620 el comercio de la metr?poli con Nueva Espa?a represent? alrededor de la mitad del total del comercio con el Nuevo Mundo y constitu?a la fuerza conductora de las coyun turas. Su declinaci?n comenz? en la d?cada 1620-1630. Esta sensible

diferencia con los comienzos de la depresi?n marcados por Borah constituye otro argumento, como en el caso de la miner?a, para poner en cuesti?n el tema de la crisis del siglo xvn.

Vimos ya que seg?n Chaunu, en el quinquenio 1616-1620 el

mercado novohispano hab?a absorbido el 51.2% del tonelaje enviado desde Espa?a al Nuevo Mundo. En el quinquenio siguiente el por centaje baj? al 43.19 y en los subsiguientes al 28.58 y 29.82. El porcentaje del tonelaje absorbido por el espacio peruano aument?

en forma proporcional en ese per?odo, pero esto ocurri? dentro de una declinaci?n general de los vol?menes del comercio trasatl?ntico iniciada en la d?cada de los veintes y continuada hasta por lo menos el momento en que se cierra el estudio de Chaunu a mediados de siglo. La declinaci?n del comercio entre Espa?a y sus colonias fue el rasgo dominante del siglo xvn, as? como el crecimiento lo hab?a sido en la centuria anterior. La interpretaci?n de Chaunu respecta a las causas de esa declinaci?n remite, en ?ltima instancia, al argu mento demogr?fico en el sentido en que lo usa Borah. El colapso

comercial lo atribuye a la defecci?n de la Nueva Espa?a como

mercado. Esto, a su vez, a la depresi?n que aquejaba a la econom?a de la regi?n, depresi?n que, finalmente, es vista como resultado de la crisis demogr?fica. Con una diferencia de ?nfasis, que es la de que la inversi?n de la tendencia ascendente del comercio externo

se produjo despu?s de 1620, Chaunu se ve llevado a proponer, hipot?ticamente, el estallido de una s?bita crisis en los primeros

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a?os de esa d?cada, atribuible al haberse alcanzado un umbral cr?ti co en el descenso de poblaci?n, umbral situado alrededor de los dos millones, y umbral cr?tico en el sentido de que en torno a esa cifra se habr?a de producir la incapacidad de la econom?a novo hispana de mantener su nivel anterior de desarrollo.

La objeci?n de Bakewell es que la cifra adoptada resulta pura mente arbitraria. El mismo Chaunu reconoce el car?cter hipot?tico de su explicaci?n derivada de la falta de informaci?n hist?rica nece saria para aclarar mejor el problema. Por qu? ese nivel cr?tico, m?s

all? del cual la econom?a novohispana no podr?a sobrevivir, no es de cinco millones o de quinientos mil, es algo que no est? demos trado en el razonamiento de Chaunu, objeta Bakewell. Y a?ade esto (que refleja un problema clave en el estado actual de los conoci mientos que ata?en a la relaci?n entre poblaci?n y econom?a) : "No se sabe lo suficientemente bien alrededor de cu?ntos indios estaban empleados, y en qu? ocupaciones, como para poder efectuar

alguna inducci?n sobre la actividad econ?mica posible a partir de los niveles de poblaci?n".49 Otros aspectos de la cr?tica de Bakewell a Chaunu, que conducen tambi?n a un reexamen del nexo poblaci?n-econom?a, se refieren a la funci?n de la Nueva Espa?a como mercado para el comercio hispano. Al margen de una serie de factores emergentes de la eco nom?a europea, de la pol?tica internacional y otras esferas, el comercio trasatl?ntico depend?a, fundamentalmente, del estado de los merca

dos americanos, esto es, de la demanda de mercanc?as europeas y la existencia de medios de pago para importarlas. En gran medida, Chaunu infiere las condiciones de esos mercados a partir del com portamiento del comercio transoce?nico. Cuando encuentra que la venta de productos europeos se torn? dif?cil, tiende a considerar como obvia la disminuci?n de la demanda en los mercados. Como existen evidencias de que en los primeros a?os del siglo xvn la demanda de mercanc?as europeas declin? en Nueva Espa?a, Chaunu interpreta estos datos no tanto como una saturaci?n de productos europeos en este mercado sino como un reflejo de la ca?da de la actividad econ?mica en la colonia y, consiguientemente, de una disminuci?n de productos exportables para pagar los bienes impor tados desde Espa?a. Chaunu adapta, entonces, los argumentos de El siglo de la depresi?n atribuyendo el deterioro del mercado a la

4? Bakewell, 1971, p. 227.

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depresi?n econ?mica, y esta depresi?n al haber atravesado la po blaci?n ind?gena un umbral cr?tico. Bakewell sostiene que los propios

datos aportados por Chaunu en cuanto a la composici?n del co mercio interoce?nico sugieren dudas respecto de ese esquema. Por ejemplo: si bien es cierto que la incidencia proporcional de la plata en el conjunto del comercio externo descendi? algo en favor de la presencia de otras mercanc?as (cochinilla, cueros, ?ndigo, lana, sus tancias tint?reas y plantas medicinales), al punto que en 1609 el 65% del valor de lo exportado proven?a de la plata y el 35% de aquellos otros productos, sin embargo, las mismas cifras indican la importancia decisiva del metal en las exportaciones. Por lo tanto el argumento de una debilidad del mercado a ra?z de un colapso en la producci?n no se sostiene, desde el momento en que, otra vez m?s, los datos de la producci?n minera indican un continuo y fuerte crecimiento para el mismo per?odo. Y, por lo mismo, el razo

namiento de Chaunu en cuanto a explicar la ca?da del comercio

por disminuci?n de bienes coloniales intercambiables se debilita.

La dificultad disminuye si se pasa a interpretar las variaciones del mercado novohispano como dependientes no de la existencia de productos suyos para intercambiar por los europeos, sino de la simple

demanda de productos europeos. Al mismo Chaunu se le ocurre tal explicaci?n al considerar los problemas de los comerciantes es pa?oles para colocar sus productos en Veracruz en los a?os dif?ciles de 1609 y 1619, pero predomina en ?l, en general, el otro tipo de razonamiento.

De haber sido la proveedora de riquezas f?cilmente manipula bles para Europa, Nueva Espa?a pas? a constituirse en un cliente discriminador. La dificultad para evaluar este punto de vista est? en la debilidad de los datos disponibles sobre la composici?n del comercio, la clase de productos europeos introducidos en el per?odo

inmediato anterior, y la capacidad de la producci?n local para

sustituirlos. Sin embargo, la informaci?n lograda por Chaunu sugiere

que la mayor parte de las dificultades del a?o 1619, como tambi?n antes, concern?an a productos alimenticios de los que el vino cons titu?a una parte importante.

Siguiendo su razonamiento, Bakewell supone que la agricultura novohispana estaba en condiciones de producir a un nivel capaz de lograr la sustituci?n de las importaciones desde Espa?a. Nuevamente,

subraya este autor, la cuesti?n de la provisi?n de fuerza de trabajo

es puesta de relieve. Puesto que si la agricultura colonial depend?a en

?ltima instancia del nivel de la poblaci?n ind?gena, entonces es

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dif?cil entender c?mo esa econom?a pudo haber alimentado a la poblaci?n colonial, antes de 1620, sin la ayuda de las provisiones espa?olas, y c?mo m?s all? de esa fecha pudo prescindir total o parcialmente del auxilio de alimentos importados. Pero si la cr?tica al trabajo de Borah es correcta, entonces, a?ade Bakewell, "... es completamente posible que la agricultura y la ganader?a de las haciendas y los cultivos de plantaci?n hayan mejorado en eficiencia y producci?n hasta un grado en que torn? a la Nueva Espa?a auto suficiente en alimentos. La agricultura puede haberse liberado de su dependencia de grandes reservas de trabajo tan bien como la miner?a. Una producci?n m?s eficiente de otras mercanc?as, como textiles y art?culos de cuero, puede haber hecho a la Nueva Espa?a progresivamente m?s independiente de Europa en un amplio campo de suministros".50

Aunque mucho de esta argumentaci?n, que Bakewell apoya

tambi?n en Lynch, es a?n conjetural, es preferible, se?ala, al arbi trario "nivel cr?tico" de poblaci?n de Chaunu. Adem?s, sugiere que en la primera parte del siglo xvn, lejos de haberse sumido en la depresi?n, la econom?a novohispana se fortaleci? hasta el punto de tornar a los colonos autosuficientes en alimentos. Esta pujanza econ?mica puede haber sido reforzada por el crecimiento de la pro ducci?n de plata consiguientemente al incremento de la provisi?n de mercurio, dado que la miner?a era claramente el sector din?mi

co de la econom?a.51 Hasta 1630 es claro que las exportaciones

met?licas a Espa?a crecieron y que ese crecimiento no reflej? total mente el crecimiento de la producci?n, dado que los gastos de defen

sa de las colonias y el crecimiento de la circulaci?n interna deben haber absorbido una parte no peque?a de esa producci?n.

Luego de 1630 el pan?rama es menos claro. El comercio inter oce?nico declin?, sin duda, pero es posible considerar que esa de clinaci?n tambi?n tuviera mucho que ver con la disminuci?n de los env?os de plata por su utilizaci?n en la defensa de las colonias y con

la disminuci?n de las importaciones de alimentos por las razones antes expuestas. Es posible entonces suponer que, hacia mediados

de siglo, la Nueva Espa?a se convirti? en la financiadora de su propia defensa, la proveedora de sus propias necesidades y "el hogar

de su propia distintiva sociedad". Todo esto, seg?n la tesis de 60 Bakewell, 1971, pp. 227ss., especialmente pp. 229-230.

51 Bakewell, 1971, p. 230.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 589 Bakewell, a trav?s de la construcci?n de una econom?a diversificada y ?en t?rminos contempor?neos, advierte? capitalista.82

2.5. Algunos comentarios

Los enfoques que hemos resumido entra?an divergencias muy profundas en torno a problemas fundamentales de los siglos xvi y xvn y no una mera diferencia de ?nfasis como interpreta Gibson.

Seg?n Gibson, los estudios de Berkeley establecen una ligaz?n interna

entre despoblaci?n ind?gena, tierras vacantes, apacentamiento de ganado, severos sistemas de trabajo, hacienda y peonaje, inflaci?n y escasez; por el contrario, los estudios que enfatizan la producci?n de plata y el comercio oce?nico conceden menor atenci?n a la des poblaci?n india y a los problemas de mano de obra.53 Sin embargo, las divergencias son mayores, no s?lo respecto de los comienzos de la depresi?n o de su existencia misma sino tam bi?n para cuanto ata?e a las relaciones entre poblaci?n, mano de obra y transformaciones de la estructura productiva.

En los trabajos de la escuela de Berkeley estas relaciones est?n claramente delineadas. Borah supone una demanda creciente de mano de obra (aumento de la poblaci?n europea, crecimiento de las ciudades) y un descenso continuo de la poblaci?n empleable (dis minuci?n de la poblaci?n india). Supone al mismo tiempo, como factor constante, la eficiencia productiva ?dado que los avances t?c nicos de tipo europeo y la concentraci?n proporci?nalmente mayor en tierras m?s f?rtiles por la disminuci?n de la poblaci?n ind?gena compensar?an la disminuci?n global del n?mero de agricultores in d?genas?, y elabora la hip?tesis ?apoyada en una informaci?n que reconoce que necesita ser confirmada por investigaciones m?s ex tensas en la historia social y econ?mica mexicana?54 de una radical reorganizaci?n en el sistema de tenencia de la tierra -?manifestada en el desarrollo, consolidaci?n y difusi?n de la hacienda? y en las formas de trabajo, como respuesta a aquellos problemas. De tal manera, los cambios que modificaron profundamente la sociedad y la econom?a coloniales y que conformaron la fisonom?a de la socie

dad mexicana en los tres siglos posteriores ser?an consecuencia de

52 Bakewell, 1971, p. 235.

? Gibson, 1975b, p. 306. *4 Borah, 1975, p. 137.

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los cambios en el volumen de la poblaci?n, y, conjuntamente, en su composici?n; es decir, en ias proporciones de poblaci?n blanca y mestiza, en crecimiento, y de ind?gena, ?sta en descenso hasta me

diados del siglo xvn y en lenta recuperaci?n posteriormente. Este esquema es compartido por Chaunu aunque difiera respecto de los comienzos de la depresi?n. En cambio, las diferencias que es posi ble efectuar a partir de los argumentos de Lynch,55 pero sobre todo del desarrollo del mismo tipo de argumentaci?n por parte de Bakewell, suponen una visi?n muy distinta de aquellas relaciones entre poblaci?n, mano de obra y estructura de la producci?n.

3. El problema de la recuperaci?n demogr?fica Hasta aqu? hemos resumido algunas de las principales argumen taciones en torno a la supuesta larga depresi?n del siglo xvn. Antes de continuar su examen y sus hipot?ticas conexiones con el desarrollo demogr?fico, nos parece conveniente dividir el problema para redu

cir la dificultad.

En primer lugar, respecto de la aparente incongruencia del pro ceso demogr?fico con el econ?mico, la cr?tica de Chaunu y las posteriores de Lynch y Bakewell contribuyen a aclarar el panorama

desde el plano de la econom?a. Los cuarenta a?os anteriores a 1620 fueron a?os de expansi?n de la econom?a novohispana sin lugar a duda, puesto que coinciden, entre otras informaciones, las cifras

del comercio trasatl?ntico y las de la producci?n del principal centro

minero novohisp?nico, Zacatecas. La crisis sugerida por Borah, de haber existido, fue realmente una crisis de adaptaci?n al problema de la escasez de la mano de obra ind?gena bajo el sistema tradicio nal de reclutamiento (encomienda, en decadencia, y repartimiento).

De esa crisis parece haber salido y haberse difundido cada vez m?s la producci?n de la hacienda con mano de obra de reclutamiento aparentemente libre y retenci?n coactiva encubierta (endeudamien to). El grado en que el endeudamiento se extendi?, as? como su magnitud en los casos en que existi?, han sido puestos en duda en

55 Lynch parece oscilar, en sus criterios expl?citos, desde una adhe

si?n a las opiniones de Borah hasta un cuadro de la econom?a novo hispana que contradice lo anterior. Vid. Lynch, 1972, pp. 233ss., especialmente 285, 286, 288, 289; 258ss., especialmente 263, 272.

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trabajos relatives *\ siglo xvin, cerno veremos m?s adelante. La& conclusiones sugeridas por estos recientes estudios pueden tambi?n tener validez hipot?tica para el siglo xvn, pero no nos detendremos en esta cuesti?n.

Pero as? como no existe acuerdo sobre las fechas en que aquella

expansi?n econ?mica se detuvo ?en los a?os 1620 a 1630 seg?n

Chaunu; alrededor de 1635, por lo menos, seg?n Bakewell? tam bi?n ha habido discrepancias con respecto a la poblaci?n. Cuando ten?a a?n vigencia la propuesta de la escuela de Berkeley de 1 200 000 ind?genas y 1500 000 de poblaci?n total en 1650 como cifra y fecha

del nadir en el M?xico central, Miranda objet? ambos datos pro poniendo, en cambio, un mill?n y medio de ind?genas como cifra m?s baja, para los a?os de 1620 a 1630. Si bien no nos es posible zanjar la discusi?n respecto del fin del descenso demogr?fico, punto sobre el que los datos disponibles no aconsejan conclusiones taxativas seg?n ya hemos visto, conviene observar que tanto la fecha propuesta

por Miranda como la ?ltima de Cook y Borah resultan m?s con ciliables con lo que sabemos acerca del proceso econ?mico novohis pano de fines del siglo xvi y comienzos del xvn, aunque tampoco sea posible a?n discernir si existe alguna relaci?n causal entre am bos fen?menos. El hecho es que al mismo tiempo que se operaba una fuerte expansi?n econ?mica, aproximadamente en el per?odo 1580-1620, el declive de la poblaci?n se suavizaba cada vez m?s, seg?n se observa en la gr?fica 1.

En segundo lugar, observemos que si el comienzo de la recu peraci?n demogr?fica no parece ser afectado por la hip?tesis de la depresi?n del siglo xvn, no ocurre lo mismo con ?l hecho de que esa recuperaci?n persistiera durante el resto del siglo. El movimiento

ascendente de la poblaci?n resultar?a as?, como observamos al co mienzo de este art?culo, incongruente con la hip?tesis de la "larga depresi?n".

El problema es de importancia, y esto resalta m?s a?n si aten demos a que las opiniones adversas a la existencia de una depresi?n prolongada resultan a veces m?s d?biles que las que critican. Sobre todo, porque algunos de los indicadores m?s importantes que se discuten no traducen la inexistencia de una crisis, sino que s?lo re tardan el momento de su comienzo. Rechazada la cronolog?a de Borah

?a?os 1576 en adelante?, Chaunu propone los a?os 1620-1630 y Bakewell los de 1635 en adelante, en su caso adem?s en forma dubitativa. Su duda proviene, sobre todo, de algo se?alado por Lynch respecto de las recaudaciones impositivas en el virreinato: la

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18.0 16.0 14.0 in

12.0

o

-110.0 8.0 6.0 4.0 2.0

I l_l-L 1520 1540 1560

J_L

1580

1600

Gr?fica 1 renta de la hacienda central subi? hasta 1625 y luego declin? sua vemente, la recaudaci?n de las alcabalas creci? hasta 1638 y luego cay? tambi?n con suavidad, y el almojarifazgo continu? asimismo subiendo en la recaudaci?n hasta 1638. Parecer?a que, en el caso de existir una crisis, su magnitud no habr?a sido muy grande.

Pero ?ste que parece ser el argumento decisivo se revela muy d?bil, como lo ha se?alado Israel. El crecimiento de las recauda ciones puede ser explicado por el severo plan de ajuste fiscal que

program? el conde-duque de Olivares a partir de 1621 en un deses perado esfuerzo para obtener recursos destinados a apuntalar la gravosa pol?tica exterior de la monarqu?a, en especial sus empresas b?licas europeas. La pol?tica de Olivares se tradujo de inmediato en el env?o de un visitador general al Per? y de un virrey a M?xico,

el marqu?s de Gelves, celoso defensor de los intereses del monarca y cuyo rigor en la implementaci?n de las reformas contribuy? en

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 593 gran medida a los disturbios de noviembre de 1624 que culminaron con su alejamiento.56 Pese a la deposici?n de Gelves, la pol?tica de reformas fiscales y control del comercio sigui? adelante, y a ella, y no a la inexistencia de la depresi?n econ?mica, pueden atribuirse tanto el crecimiento de las recaudaciones como la levedad de su ca?da m?s adelante. Por otra parte, a?ade Israel, si bien Zacatecas declin? s?lo a partir de 1635, San Luis Potos?, el segundo productor

de plata novohispano, comenz? su declive en los a?os 1620-1630.

Y en cuanto al boom de Parral, comenzado luego de 1630, no fue m?s que una compensaci?n por la recesi?n en la miner?a de los alrededores de Durango y del resto de Nueva Vizcaya y Nueva

Galicia.

Asimismo, cuando la producci?n minera disminuy?, la agricul tura del Baj?o, que hab?a florecido espectacularmente entre 1590 y 1620 proveyendo de comestibles a Zacatecas y San Luis Potos?, inici?, con una crisis de sobreproducci?n, una recesi?n muy seria.

Algo similar ocurri? con la ganader?a ranchera de Nueva Vizcaya o con la industria textil de Puebla, M?xico y Tlaxcala, que en su fuerte crecimiento de fines del xvi y comienzos del xvn hab?a llegado

a montar ochenta obrajes, con un promedio de cincuenta a sesenta trabajadores por obraje. Y, junto a estos datos, tampoco cabe subesti

mar los efectos del control del tr?fico con Filipinas y de la prohi bici?n del efectuado con el Per?, entre otras cosas porque adem?s de los beneficios legales de ese tr?fico la Nueva Espa?a se favorec?a por el contrabando de sedas y metales realizado a trav?s de puertos como el centroamericano de Realejo y el de Acapulco.57 3.1. Depresi?n econ?mica y recuperaci?n demogr?fica Por el momento, por lo tanto, si bien queda descartada la tesis de Borah respecto del siglo de la depresi?n, parece innegable la existencia de una crisis prolongada en el siglo xvn, aunque el pro blema requiera de mayor investigaci?n para ser dilucidado satis factoriamente. Y aunque los argumentos de Lynch y Bakewell resul ten tentadores y parcialmente veros?miles, a?n revisten el car?cter

de hip?tesis y a menudo no resultan congruentes con los hechos conocidos.

Israel, 1974, pp. 40bs.

? Israel, 1974, p. 39.

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594 JOS? CARLOS CHIARAMONTE En el supuesto, entonces, de que por lo menos a mediados del siglo la Nueva Espa?a enfrent? una depresi?n no pasajera, ?c?mo podemos conciliar esto con la recuperaci?n demogr?fica, indudable ya en la segunda mitad del siglo? Una primera hip?tesis para ex plicar el problema provendr?a de restringir la consideraci?n de los factores operantes en la "cat?strofe demogr?fica" y subrayar muy por encima de todos el papel de las enfermedades. Y a partir de tal punto de vista, que constituye una de las tendencias principales en la historiograf?a del problema, aducir que la poblaci?n ind?gena habr?a ido adquiriendo, a lo largo del tiempo, mayor resistencia a las enfermedades europeas y por lo tanto que su tasa de morta lidad habr?a declinado hasta permitir el comienzo de la recupera ci?n.58 Pero esta hip?tesis nos explica el fen?meno de la recupe raci?n demogr?fica con abstracci?n de sus conexiones con el proceso

hist?rico de la ?poca. Esto es, convierte de hecho al desarrollo de mogr?fico, en lo que tiene de m?s relevante en ese per?odo, en un proceso pr?cticamente independiente de otros aspectos del desarrollo

social.

Es cierto que es altamente veros?mil suponer, en la relaci?n

enfermedades-poblaci?n, la existencia de cambios de naturaleza bio l?gica que tendieran a acrecentar la resistencia de los habitantes de la Nueva Espa?a a las enfermedades infecciosas. Esto es, que a lo largo del tiempo debe haberse ido elaborando un nuevo balance,

en el sentido biol?gico del t?rmino,59 entre los hu?spedes y los microorganismos pat?genos que devastaron esa poblaci?n durante el siglo xvi. Pero tambi?n es cierto que la experiencia hist?rica de otros pueblos, como los europeos, tiende a subrayar el papel que las me joras en la nutrici?n humana tuvieron en la disminuci?n de los 68 Aguirre Beltr?n, 1972, p. 221.

59 "Con la debida consideraci?n para ciertas incertidumbres con cernientes a la evoluci?n de los microorganismos, no cabe duda que ellos se desarrollan junto con y, en cierto sentido, en balance con sus hu?spedes. Por selecci?n natural, el hu?sped adquiere resistencia a los organismos que causan enfermedad por su capacidad para pro ducir una respuesta de inmunidad y por el m?s general tipo de resis tencia intr?nseca que hace a un individuo inmune a un organismo particular... Por selecci?n natural, tambi?n los microorganismos se adaptan y la relaci?n puede ser llamada estar en balance en el sentido que hay cambios rec?procos en organismos y hu?sped". Mckeown, 1976, pp. 74-75.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 595 efectos de las enfermedades infecciosas en casos como los del creci miento demogr?fico del siglo xvm.60

Por lo tanto, es necesaria una consideraci?n m?s detenida del problema para poder explicar mejor esa coincidencia entre recu peraci?n demogr?fica y crisis econ?mica. Al respecto podr?amos elaborar un punto de vista m?s convincente, apoy?ndonos en lo que

se desprende de la informaci?n que hemos resumido: el proceso de formaci?n de la nueva econom?a novohispana colonial, que fue paralelo a la progresiva frustraci?n del intento de conservar la vieja

econom?a ind?gena en que ocupaban los espa?oles el lugar de los

anteriores beneficiarios de la tributaci?n.

En tal caso, esta perspectiva nos obliga a advertir que bajo el tema de la crisis demogr?fica y de los comienzos de la recuperaci?n

estamos en realidad superponiendo dos historias, conexas pero dis tintas. Una de ellas, la de la mayor?a de la poblaci?n ind?gena; la otra, la del resto de esa poblaci?n, m?s la espa?ola y mestiza, que se integraron en el desarrollo de la nueva econom?a novohispana.

Durante los primeros tiempos la pol?tica intentada por los es pa?oles hab?a sido la de conservar a la sociedad ind?gena, reorga niz?ndola, con la mediaci?n de la nobleza de ese origen regida por la administraci?n virreinal. Sin embargo, la imposibilidad de apoyar la

sociedad colonial en la cada vez m?s desorganizada econom?a ind? gena?especialmente luego de las epidemias de 1545-1548? abri? camino al desarrollo de una agricultura espa?ola con mano de obra nativa, favorecida por la disponibilidad de tierras motivadas por la despoblaci?n y las usurpaciones y a menudo reforzada por la pol?tica de congregaci?n de pueblos. Cuando la mano de obra re sult? insuficiente a trav?s del repartimiento ?dado que la enco mienda se hallaba en decadencia por presi?n de la corona? tendi? a expandirse la producci?n de hacienda con mano de obra perma nente mediante el peonaje, combinada con flujos estacionales de las comunidades cercanas. Paralelamente, la mayor?a de la poblaci?n ind?gena sigui? una historia propia, distinta de aqu?lla, si bien con m?s lazos con la econom?a de los colonizadores y mayor vitalidad que lo que se ha supuesto. Se ha calculado ?aunque el c?lculo es bastante incierto? que un 80% de la poblaci?n novohispana del siglo xvn estaba constituida por los campesinos ind?genas dispersos en poblados y caser?os, que no produc?an regularmente excedentes

60 Mckeown, 1976, pp. 120ss.

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comerciales y por lo tanto no eran consumidores significativos de los productos urbanos, ni fueron afectados por las fluctuaciones del gran comercio novohispano y trasatl?ntico.61 Si tenemos en cuenta, entonces, estos dos desarrollos econ?micos

y sociales, desde luego conectados por lazos variados, el problema adquiere otro cariz. Por un lado, la poblaci?n espa?ola creci? desde los comienzos y el aumento se acentu? a fines del siglo xvi.62 Por otro, la ind?gena descendi? en las proporciones ya consignadas. Pero

dentro de ese descenso la magnitud relativamente tan peque?a de la poblaci?n espa?ola hizo que la provisi?n de mano de obra indi* gena fuera satisfecha a lo largo del siglo hasta el momento cr?tico de 1576-1579. A partir de all? nuestro problema se formular?a en tonces no como el de la incongruencia existente en una sociedad cuya econom?a sufri? unos cuarenta a?os de expansi?n y luego una crisis,

y cuya poblaci?n descendi? en las proporciones ya consignadas para recuperarse luego ?justo cuando la econom?a entr? en crisis---, sino como el de una sociedad en la que la mayor parte de la poblaci?n, sobreviviente a un profunda crisis demogr?fica, reorganiz? sus for mas de subsistencia y organiz? nuevos lazos con el resto de la po blaci?n novohispana, minoritaria pero dominante, y en la que esa minor?a que creci? al amparo de un proceso econ?mico de expansi?n se enfrent? con una crisis al cesar la bonanza. Porque aquella po blaci?n que disminuy? catastr?ficamente no era la que correspond?a a esa econom?a. Es decir, s?lo en parte muy peque?a correspond?a a ella. Y por lo tanto los factores de la magnitud del descenso y de los momentos de la inflexi?n de la curva de esa poblaci?n ind?gena excedieron el ?mbito de aquella econom?a.

Esta interpretaci?n del fen?meno convierte el momento de la recuperaci?n en algo distinto del cambio de inflexi?n de una curva.

M?s bien, en la fusi?n de dos curvas distintas: la de la poblaci?n ind?gena por una parte, que cay? r?pida y fuertemente en los co mienzos y m?s suavemente al final del declive para ascender luego, y la de la poblaci?n espa?ola (y no espa?ola a ella directamente vinculada), por otra, que ascendi? continuamente desde los comien zos. De alguna manera, esta visi?n es congruente con la observaci?n efectuada por otros autores sobre la existencia de importantes aspec tos de la evoluci?n del M?xico colonial que no ser?an correlativos

? Boyer, 1977, p. 461. * Borah, 1975, p. 70.

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RECUPERACI?N DEMOGR?FICA Y DEPRESI?N ECON?MICA 597 de las tendencias demogr?ficas de la poblaci?n ind?gena, entre ellos

la producci?n minera, aspectos en los que lo realmente importante no fue el declive de la poblaci?n ind?gena sino el crecimiento del sector espa?ol.63 Cuando se?alamos que se trata de dos historias conectadas pero

distintas, nos referimos a que el declive de la poblaci?n ind?gena del

siglo xvi fue efecto del contacto de esa poblaci?n con hechos como la conquista militar, la econom?a de rapi?a y depredaci?n paralela a la conquista por el af?n de logro inmediato de metales precio sos, la desorganizaci?n econ?mica y social derivada de las medidas

iniciales de reacomodo de la poblaci?n ind?gena ?fuera por motivos pol?ticos, administrativos o religiosos?, el contagio de enfermedades desconocidas, y otros factores, todos ellos fen?menos de alguna ma

nera relacionados con lo que llamaremos luego la econom?a novo

hispana colonial, pero no constitutivos del mismo. Paralelamente, se

fue organizando la econom?a novohispana en torno a la producci?n estable de metales preciosos y de otros productos para el comercio exterior, y a ella se fue vinculando una parte de la poblaci?n ind? gena y, sobre todo, la nueva poblaci?n mestiza que creci? en la Nueva Espa?a. Los efectos de este desarrollo econ?mico sobre la po blaci?n nativa fueron complejos y no siempre destructivos. Con respecto a las comunidades, las investigaciones actuales sobre el siglo xvm tienden a mostrar una ulterior articulaci?n de ellas con la econom?a de hacienda, fen?meno que anteriormente se descuidaba.64

Y con respecto a la poblaci?n directamente participante en la eco nom?a de los pobladores europeos ?y de sus descendientes?, esa nueva econom?a que se expandi? en el virreinato parece haber ofre cido una alternativa ventajosa para la subsistencia de los sobrevi vientes del colapso demogr?fico.

63 Por ejemplo, observa Lockhart, los ind?genas del valle de M?xico

deven?an un creciente mercado para el ma?z y el cacao al mismo

tiempo que disminu?an en n?mero durante la ?ltima parte del siglo xvi,

fen?meno explicable por la incorporaci?n de buena parte de ellos,

de alguna manera, a la econom?a argent?fera de la ciudad de M?xico,

Altman y Lockhart, 1976, p. 17. Vid. tambi?n Bakewell, 1971,

p. 180.

64 Gibson, 1975a, pp. 259-260; Tutino, 1975, p. 527.

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3.2. Los est?mulos poblacionistas del estado espa?ol

El proceso de desarrollo que desemboc? en la difusi?n de las haciendas durante el siglo xvn supone el paso a una estructuraci?n econ?mica estable que, en ?ltima instancia, se mov?a en torno a la producci?n para el exterior. En este proceso, el "pr?digo consumo" de mano de obra caracter?stico de los tiempos iniciales dej? lugar, a trav?s de sucesivas modificaciones en las relaciones de producci?n

?modificaciones que ata?en tanto a las formas de trabajo como a las de propiedad?, al inter?s en conservar y aumentar una mano de obra cuya escasez habr?a de ser, en adelante, un rasgo distinti vo de la vida econ?mica de todo el per?odo colonial. Se comprende entonces que, en el seno de las haciendas, parte de la poblaci?n ind?gena y mestiza encontrara mejores condiciones para su subsis tencia y reproducci?n que las existentes fuera de ellas, hasta el

punto de que podamos considerar la difusi?n de la producci?n

hacendar?a como uno de los factores importantes en el proceso de recuperaci?n demogr?fica de la centuria.

Pero aqu? hay que tener presentes, tambi?n, los efectos de la pol?tica demogr?fica de la monarqu?a. Por un lado est?n las dis posiciones protectoras del ind?gena, de las que dan testimonio las Leyes de Indias y otras recopilaciones ?especialmente las numerosas disposiciones tendientes a salvaguardar sus medios de subsistencia y posibilidades de reproducci?n?,65 las cuales, por m?s d?bil que haya sido su aplicaci?n, crearon una base de apoyo para el juego de los intereses que en la colonia trataban de favorecer la supervi vencia de la poblaci?n nativa. Por otro lado est?n los est?mulos poblacionistas contenidos en ese mismo g?nero de ordenamiento legal,

y en primer lugar la expresa disposici?n, de fecha muy temprana (1514), de dar libertad para los casamientos de ind?genas con es pa?oles, fueren nacidos en Indias o peninsulares, que favoreci? el intenso proceso de mestizaje de la poblaci?n caracter?stico de las colonias hisp?nicas.66 Si bien lo predominante no fue el casamiento sino la uni?n libre, desde la ocasional y fugaz hasta la barragan?a

65 Ser?a excesivo se?alarlas aqu?, tanto las contenidas en la Reco

pilaci?n, 1973, como en otras colecciones documentales, entre ellas

Colecci?n formaci?n social, 1973; Fuentes trabajo, 1939-1946.

66 Ley il, tit. i, lib. vi, en Recopilaci?n, 1973, n, f. 188.

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o amancebamiento, la ley significaba que la uni?n de espa?oles e indios no era juzgada infamante. Contribu?a a lo mismo la toleran cia, propia de la ?poca y acentuada en el medio colonial, hacia las uniones ileg?timas. Por ejemplo, es significativo que, pese a dispo siciones que reglamentaban las uniones en funci?n de ajustar?as a preceptos religiosos y morales, la muy severa ley relativa a uniones ileg?timas fuera suavizada por otra que exim?a de la pena del marco

a los indios amancebados, pues no conven?a "castigarlos con tanto rigor, ni penas pecuniarias".67

De tal manera, como hemos visto, ciertas pautas demogr?ficas de la poblaci?n novohispana coincid?an con esa tendencia poblacio nista fomentada por autoridades civiles y religiosas, y tambi?n fa vorecida por propietarios particulares necesitados de mano de obra.

En casi todos los casos los est?mulos poblacionistas coexist?an con factores opuestos, especialmente la sobreexplotaci?n de la mano de obra con la participaci?n directa de propietarios particulares o fun cionarios civiles o religiosos y la tolerancia del sistema pol?tico. Por otro lado, la temprana edad del matrimonio, la frecuencia y toleran

cia de las uniones ileg?timas, la prontitud de las segundas nupcias en caso de viudez y la alta tasa de natalidad eran otros tantos fac tores que compensaban la alta tasa de mortalidad, en parte vinculada

a las condiciones sanitarias de la ?poca y en parte a los p?simos niveles de ingresos y condiciones de trabajo.

La tendencia poblacionista del estado espa?ol se acentu? a me dida que se percib?an las desastrosas consecuencias que la conquista acarreaba en las poblaciones ind?genas. Y si bien sus efectos deben haber sido, si no nulos, muy escasos, acrecer?an su importancia cuando la tendencia general impuls? hacia el descenso demogr?fico,

una vez producida la inflexi?n de la curva.

Dejamos dicho que la interpretaci?n m?s veros?mil del proceso demogr?fico del siglo xvn consiste en considerarlo como la suma de dos procesos distintos. Uno de ellos es el declive demogr?fico que

produjo en la poblaci?n ind?gena el impacto de la conquista y sus efectos desorganizadores, a los que se a?ade entre otros factores la

permanente sangr?a de trabajadores para satisfacer los requerimientos

67 Ley m, t?t. i, lib. vi; leyes n y v, t?t. vm, lib. vu, en Reco

pilaci?n, 1973, u, ff. 188v, 295.

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de mano de obra de la nueva econom?a colonial que iba surgiendo paulatinamente. El otro es el de la construcci?n de esa econom?a en torno a las producciones destinadas al comercio exterior, proceso

de lento pero persistente crecimiento y con un per?odo de auge en los cuarenta a?os que rodearon al cambio de siglo. La circunstancia de que esta econom?a novohispana atravesara varias d?cadas de depresi?n posteriormente a aquel auge, paralelamente a una re cuperaci?n del conjunto de la poblaci?n ind?gena, puede entonces comprenderse a partir de esa doble historia que se?alamos. El efecto

desorganizador del impacto de la conquista y la econom?a de rapi?a que la acompa?? agotaron sus principales efectos inmediatos, y la poblaci?n sobreviviente reorganiz? su econom?a adapt?ndola a las nuevas circunstancias y al amparo de la protecci?n que tanto la buro

cracia como las ?rdenes religiosas le dispensaban en su rivalidad con los productores coloniales.68 Las comunidades ind?genas sobre

vivientes, si bien con una historia que no fue una perduraci?n inmo dificada de la comunidad prehisp?nica, se adaptaron al nuevo mundo

econ?mico y social colonial y resistieron mejor de lo que se ha supuesto, seg?n ya se?alamos. Por otro lado, una parte considerable

de la poblaci?n ind?gena y de la mestiza logr? mejores condiciones de

supervivencia en el seno de las haciendas.

Este proceso era ya visible a comienzos del siglo xvn en la ate nuaci?n de la tasa de decrecimiento, cuya gradual reducci?n fue en gran parte paralela a los a?os de expansi?n. Sus efectos hab?an logrado superar los que la depresi?n de la econom?a exportadora novohispana habla generado, hacia mediados del siglo, sobre la parte

de la poblaci?n ind?gena m?s vinculada a su desarrollo. La crisis hab?a llegado cuando nuevas formas de asentamiento se hab?an consolidado y ofrec?an a la poblaci?n trabajadora un marco de pro tecci?n inexistente en la mayor parte de la centuria anterior.

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EXAMEN DE LIBROS Guillermo Porras Mu?oz: La frontera con los indios de Nueva Vizcaya en el siglo xvii, M?xico, Fomento Cul tural Banamex, 1980, 457 pp., bibl.

El doctor Guillermo Porras escribi?, hace algunos a?os (1966) un libro sobre la historia de las relaciones de iglesia y estado en el antiguo reino de Nueva Vizcaya (1562-1821). En la introducci?n de esa obra asienta que escogi? a Nueva Vizcaya para estudiar ese tema "por ser el suelo en que nacimos y por tanto el que mejor conoce mos y en el que hemos tenido inter?s desde siempre". Ahora, nue vamente, presenta la historia del suelo en que naci? en otro libro, al que ha puesto por t?tulo La frontera con los indios de Nueva Vizcaya en el siglo xvii.

Ciertamente en ambos libros el doctor Porras estudia los hechos

acaecidos en esa provincia norte?a, pero no por ello los desvincula de la historia general del virreinato. Su inter?s se concentra en lo que pas? en Nueva Vizcaya, pero eso no quiere decir que pierda de vista que el reino fundado por Francisco de Ibarra en 1562 for maba parte del virreinato mexicano.

Sabiendo pues muy bien el doctor Porras que las tierras del dominio del rey espa?ol se extend?an a centenares de leguas de la antigua Tenochtitlan, le interes? preguntarse "si los habitantes del norte, en la ?poca virreinal, ten?an conciencia de que viv?an en una

frontera". Para contestar a esa pregunta escribi? este libro con ma

duro conocimiento de la historia neovizca?na y una singular maestr?a

en el arte de reconstruir el pasado.

Si convenimos en que, en buena medida, la historia colonial o virreinal es el relato del encuentro progresivo de hombres de dis

tinto pasado y del trasplante continuo de modos de vida europea al Nuevo Mundo, entonces podemos aceptar que tanto el encuentro como el trasplante fueron originando fronteras en la geograf?a de lo

que fue el virreinato de Nueva Espa?a. Esas fronteras fueron se?a lando, a lo largo de tres siglos, las regiones en las que el encuentro

de indios y espa?oles se resolvi? pac?ficamente y aquellas en las que el estilo de vida espa?ol fue rechazado con violencia por los in d?genas. El t?tulo del libro del doctor Porras nos est? indicando que

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EXAMEN DE LIBROS

en Nueva Vizcaya los espa?oles encontraron indios que rechazaron la penetraci?n espa?ola con violencia.

No es asunto del doctor Porras hacer historia comparativa, y por tanto no entra en disquisiciones sobre si esos indios que encon traron los espa?oles en el siglo xvn eran como los que, en el siglo xvr, se enfrentaron a los primeros conquistadores en el centro del virrei nato. Los que al doctor Porras le interesan son los de Nueva Vizcaya

y en el siglo xvn, no como sujetos de estudio antropol?gico o etno gr?fico, sino solamente como los indios contra los cuales batallaron los espa?oles, los que convirtieron a Nueva Vizcaya en provincia de frontera.

No es nuevo decir que Nueva Vizcaya fue tierra de frontera o de "guerra viva", como se la ha llamado en muchos estudios, ni tam poco que los indios del Septentri?n fueran rebeldes al dominio espa?ol. Lo que es nuevo en el libro del doctor Porras es la rica documentaci?n que presenta y la objetividad con que relata variados aspectos de la vida en Nueva Vizcaya para poder afirmar, con s?lida

base documental, que los habitantes de esa provincia s? ten?an con ciencia de que viv?an en una frontera. Quiz? podr?a llam?rsele fron

tera cultural o de civilizaci?n, flexible y cambiante, pero que no por tener esas caracter?sticas dejaba de se?alar, en el siglo xvn, los confines del dominio espa?ol frente al del ind?gena.

Dos personajes de muy diferente profesi?n que vivieron a media dos del siglo xvn, hasta ahora desconocidos de los historiadores del Septentri?n, proporcionan al doctor Porras interesante informaci?n

sobre la Nueva Vizcaya.

Uno es don Diego Medrano, "cura de la iglesia catedral de

Durango"; el otro, don Juan de Cervantes Casaus, un respetado fun cionario de la real hacienda, contador mayor en M?xico, a quien el rey comision? para que visitara las reales cajas de Zacatecas^ Durango y San Luis Potos?, porque en Espa?a se hab?an encontrado irregularidades en su manejo.

El visitador recibi? adem?s instrucciones del virrey duque de Alburquerque para que, aprovechando su visita, comunicara al go bernador de Nueva Vizcaya lo que se hab?a decidido en una junta general, en M?xico, sobre sus proposiciones para enfrentarse a los; indios enemigos.

Cervantes Casaus encontr? en Durango a don Diego Medrano,, y este cura, que debe haber tenido grandes aficiones de historia

dor, preocupado por la continua amenaza de los ataques de Ios indios, escribi? para Cervantes Casaus una "Relaci?n... del estado

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EXAMEN DE LIBROS

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en que se halla y le han puesto los alborotos y estragos que han

hecho los indios alzados", fechada en Durango el 31 de agosto de 1654.

El 19 de septiembre siguiente, ya "en la fuerza de las aguas"

?cita el doctor Porras? sali? Cervantes Casaus de Durango, pro siguiendo su viaje a San Jos? del Parral, llevando consigo la "Re laci?n" que le hizo Medrano y otras informaciones que recab?. En San Jos? del Parral, en octubre, Casaus escribi? un informe al virrey

relativo a la situaci?n en que hab?a encontrado a la provincia, apro vechando las noticias que recogi? y principalmente las que le pro porcion? Medrano.

Don Diego no s?lo inform? a Casaus de lo que suced?a y hab?a sucedido en Nueva Vizcaya: le suger?a adem?s remedios para aliviar la situaci?n en que viv?an los espa?oles en las villas, reales de minas

y rancher?as de Nueva Vizcaya. Pero Casaus se form? su propio juicio y recomend? reformas que no concordaban con las que pro pon?a Medrano.

En 1655 el virrey acept? el proyecto de reformas de Casaus "causando grandes lamentaciones en don Diego Medrano", escribe el doctor Porras. Nuestro autor cree que la "manipulaci?n de este

asunto" se debi? al deseo del virrey de dejar a salvo el buen

nombre del gobernador Diego Guajardo Fajardo con quien "en cierta

forma hab?a emparentado" el duque de Alburquerque.

Pero don Diego Medrano no era f?cil de rendir y, para que

se conociera el verdadero estado de la provincia, escribi? un informe

al arzobispo don Mateo de Sagade Bogueiro, quien en mayo de 1660 hab?a recibido aviso para que volviera a Espa?a. Medrano ten?a la esperanza de que el arzobispo pusiera las cosas en claro en la corte peninsular.

Es posible que, por su oriundez, el doctor Porras se identifique con el sentir del cura de Durango y, por tanto, encuentre las noti cias que proporciona Medrano en sus escritos m?s confiables que las que proporciona Casaus en el suyo. Una manifestaci?n de ese sentir es que cada cap?tulo de su libro empiece con una cita de Medrano. Considera el doctor Porras que el cura ten?a agudo sentido

de observador, que era elocuente y buen narrador y de no poca imaginaci?n, que era un norte?o franco que no se amilanaba ante las autoridades virreinales. En cambio, Juan Cervantes Casaus, aun que criollo, ven?a de una administraci?n notoriamente venal, man dado por un virrey como muchos del siglo xvn, que no se distin guieron ni por su honradez ni por su integridad.

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EXAMEN de libros

El doctor Porras aprovecha las noticias que le proporcionan l

tres escritos a todo lo largo de su libro, pero, como historiador que

conoce su oficio, les pone el contrapeso de much?simos datos co cretos que encontr? en el ramo Contadur?a del Archivo General Indias. De ese archivo son tambi?n autos, cartas, certificaciones

informes, memoriales, relaciones y testimonios que aprovecha y qu

localiz? en los ramos Guadalajara, M?xico, Indiferente General, criban?a de c?mara y Patronato real. En el Archivo General de Naci?n (M?xico) consult? los ramos Reales c?dulas y Duplicados Historia, Presidios y Provincias Internas y, para beneficio de

texto, aun pudo aprovechar noticias encontradas en documentos de un archivo local, el de Hidalgo del Parral, en Chihuahua. Por supues

to que rio faltan en su estudio los apoyos que le proporcionar

libros y revistas antiguos y modernos.

Una historia sobre los indios y la frontera podr?a reducirse, com

ha sucedido en ocasiones, a la relaci?n de los momentos cr?ticos los alzamientos ind?genas. El doctor Porras hace la cr?nica porm norizada de las rebeliones de acaxees, xiximes, tepehuanes y tara maras, pero adem?s menciona el estado de guerra de otras much tribus.

Especialmente se refiere a otros indios, los que ?l llama pac? ficos, que en la paz eran "amigos" y en la guerra "auxiliares". Dice que ellos "fueron realmente la mano de obra que trabajaba en las minas, labraba la tierra y pastoreaba los ganados y ayudaba a los blancos en su lucha para sobrevivir a manos de los indios bravos".

Esos indios, apunta el doctor Porras, est?n esperando a su historiador.

En algunas p?ginas de su estudio el doctor Porras logra pe

que?as monograf?as, por ejemplo de los caminos que se fueron abriendo para comunicar las villas de Nueva Vizcaya entre s? y con las capitales del reino y del virreinato, de la fundaci?n de pre sidios, de la constituci?n del fondo de paz y guerra, del estableci miento de cajas reales en las villas norte?as, etc. Por la lectura de este libro el lector puede formarse idea de ese grupo social de es pa?oles ?gobernadores, capitanes, alcaldes' mayores, protectores de indios? que hicieron historia en el Septentri?n. En fin, en sus p?ginas est?n los antecedentes de la vida de frontera que en el siglo xvm fue preocupaci?n constante del gobierno imperial y vi rreinal.

En muchas p?ginas de su obra el doctor Porras proporciona in formaci?n sobre las noticias que han quedado relativas a la pobla ci?n de Nueva Vizcaya. En ese "dilatad?simo reino" los que infor

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EXAMEN DE LIBROS

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mar?n aseguraron unas veces que estaba "despoblado de gente natural" y otras que lo poblaban millares de indios. Es compren sible que haya sido dif?cil contar a los indios cuya movilidad era famosa: un d?a se les ve?a en un lugar y al siguiente hab?an desapare

cido. En todo caso, las noticias que corr?an acerca de su n?mero apuntaban a una desproporci?n muy impresionante entre blancos e indios. En 1678 el gobernador de Nueva Vizcaya informaba al rey que la poblaci?n blanca de Nueva Vizcaya contaba con trescientos vecinos y "que hay muchas diversas naciones y algunas de ellas muy numerosas, y s?lo las de los tepehuanes, tarahumaras y con chos, en lo descubierto, llegar?n a trescientas mil familias".

Es muy probable que las cifras que oficialmente presentaban los gobernadores al rey o al virrey estuvieran ma?osamente "mani puladas". Hab?a una raz?n de peso para ello: mientras mas indios bravos se contaran y m?s feroces se describieran sus asaltos, m?s justificados quedaban los reclamos para el establecimiento de nue vos presidios y mayor urgencia hab?a en recibir el socorro de hom

bres, armas y dinero que constantemente ped?an las autoridades locales al virrey.

A pesar de que el doctor Porras asienta que "la pol?tica eco n?mica espa?ola era m?s bien limitativa", proporciona datos que revelan que el costo de la defensa de Nueva Vizcaya fue en aumento

a lo largo del siglo xvn. En la primera d?cada el costo de los pre sidios fue de 18 655 pesos 6 tomines 10 granos; alrededor de 1665, de 62 000 pesos, y en 1693 de 170 000 pesos. A esos gastos fijos habr?a que agregar 6 000 pesos anuales del fondo de paz y guerra y todos los gastos extraordinarios que originaron las numerosas cam

pa?as que se emprendieron contra los indios.

Si es v?lida la comparaci?n de cifras en la pesquisa del cono cimiento hist?rico tenemos que, en 1678, la poblaci?n blanca de Nueva Vizcaya era de trescientos vecinos; quince a?os despu?s, en 1693, Jos? Francisco Mar?n, visitador de las armas y presidios de la Nueva Vizcaya, inform? al virrey que las tropas y oficiales de

la Nueva Vizcaya se compon?an de 381 hombres. ?Quiere decir esto que cada vecino de Nueva Vizcaya necesitaba m?s de un sol dado para su protecci?n?

Esta pregunta va m?s all? de lo que el doctor Porras se pro puso estudiar, pero en su texto encontramos suficientes noticias para comprender que era frivolo el pretexto de los funcionarios que

negaban su aprobaci?n a los gastos de defensa porque eran para castigar a "unos pobres indios descalzos". Las empresas de los neo

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EXAMEN DE LIBROS

vizca?nos eran abandonadas porque no hab?a seguridad en la tierra y los indios bravos no eran unos pobres indios descalzos.

El doctor Porras asienta que el siglo xvi en Nueva Vizcaya fue de colonizaci?n y los siguientes, del xvn al xrx, de conquista. Para explicar este cambio empieza por recoger el sentir de los contem por?neos del siglo xvn, quienes pensaban que la causa de las suble vaciones de los indios reducidos en el xvi fueron los espa?oles. Recon siderando lo que hay escrito sobre la penetraci?n espa?ola en Nueva

Vizcaya en el siglo xvi, el doctor Porras conviene en que "en rea lidad se ofrecen pocas ocasiones en las que los ind?genas se opu sieron a la entrada y presencia de los blancos". Es comprensible que se pensara qu?, una vez fundado el reino. y anunciadas sus latentes riquezas, fueran llegando a Nueva Vizcaya nuevos pobla dores y que ?stos, a los ojos de los antiguos, fueran los que avan zando por el reino empezaran a inquietar a los indios desconocidos.

Tambi?n menciona el doctor Porras que una cosa era lo que se sab?a por boca del neovizca?no que viv?a todos los d?as con la amenaza del asalto de indios sublevados, decididos a robar y matar,

y otra la impresi?n que las autoridades quer?an causar con sus informes y relaciones "en la lejan?a de la capital del virreinato".

Para dar esta impresi?n muchos gobernadores aseguraron que deja ban pacificado el reino, pero, dice el doctor Porras, "la realidad era distirita: las guerras, los ataques y los asaltos eran continuos..."

Es dif?cil, por lo que el doctor Porras narra, establecer otra diferen

cia que la pol?tica oficial quer?a se?alar en el desarrollo de Nueva Vizcaya: hasta cu?ndo la guerra contra los indios bravos fue s?lo defensiva y cu?ndo empez? a ser ofensiva. Bien a bien, parece que en todo el siglo xvn no se podr?an distinguir los momentos en que fue

defensiva de aqu?llos en que fue ofensiva.

El doctor Porras no convierte en pol?mica el di?logo que se establece, digamos, entre los habitantes de Nueva Vizcaya y los gobernantes y militares enviados por el rey y el virrey a la provincia.

Menciona las p?rdidas en hombres y bienes materiales que cau saban los indios insumisos y el temor que infund?an entre los po

bladores, pero no insiste en su crueldad. Tampoco insiste en el trato

abusivo que daban los espa?oles a los indios, ni en la crueldad

con la que los castigaban; ni siquiera menciona la esclavitud a que fueron condenados muchos indios de guerra. Sin embargo, las nu merosas citas de documentos de la ?poca que ofrece en sus p?ginas y lo que va contando de las autoridades de Nueva Vizcaya parecen indicar que ?l participa del sentir de aquellos novohispanos que no

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EXAMEN DE LIBROS

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cre?an que fuera la sombra del espa?ol la que mataba al indio sino los abusos de la autoridad.

El doctor Porras rechaza el juicio de alg?n historiador de los indios bravos del Septentri?n que asienta que la actividad de misio

neros y soldados presid?ales fue est?ril. En alg?n momento se lamenta de que en Nueva Vizcaya se confundieran tantos indios de diferente

vocaci?n, tantos habitantes mal avenidos, tantas disposiciones que se prestaron a controversias, y que "tan distintos elementos se unieran

para retrasar el desarrollo del Septentri?n". Pero, como hombre de fe, ve entre los efectos que produjeron siglos de lucha en los habi tantes de Nueva Vizcaya "un esp?ritu de superaci?n dif?cilmente igualado en otras regiones".

Mar?a del Carmen Velazquez El Colegio de M?xico

Carlos Pereyra et al.: Historia, ?para qu??, M?xico, Siglp XXI Editores, 1980, 245 pp.

Los que hacemos historia, investigaci?n, sabemos por supuesto que el trabajo profesional est? inevitablemente empapado del con texto social en que se desenvuelve el cient?fico, pero pensamos que

la tarea anal?tica es siempre un combate contra nuestros propios prejuicios, y que por tanto en la medida en que sea honesta y tenga

?xito nuestra labor trasciende nuestras posiciones pol?ticas, ideol? gicas y de clase. Pensamos que existe en la historia un sujeto sus ceptible de ser comprendido y analizado, como dice Vilar, en una forma objetiva, en el sentido relativo ?que es el ?nico humana mente v?lido? del t?rmino. En s?ntesis pensamos que la historia es una ciencia, un modo racional de pensar acerca de los hechos y, como tal, universal.

En la medida en que los autores de Historia, ?para qu?? repu

dian, consciente o inconscientemente, la posici?n de la ciencia cr?tica

para suscribir un relativismo materialista en el que no hay m?s verdad que la de clase, sus proposiciones son anticient?ficas e im plican riesgos para la autonom?a del oficio contra los que cabe hacer una advertencia.

El af?n politizante de los ensayistas se traduce en efecto en una serie de confusiones. La utilidad de la historia para la concienti zaci?n y para guiar la acci?n pol?tica se confunde, por ejemplo, con

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EXAMEN DE LIBROS

su finalidad, que ser?a la comprensi?n ?ntegra que el sujeto his t?rico puede tener de su lugar en un continuum. Y esas confusiones desembocan en una serie de proposiciones epistemol?gicamente erra

das y peligrosas sobre la supuesta mayor relevancia de la historia reciente o de la historia pol?tica y la hipot?tica superioridad de un determinado enfoque (el que denuncia), cuando mucho de lo que se llama enfoque no es m?s que un reflejo de la personalidad del autor, de su resentimiento o acomodo. Me limitar? aqu? a discutir uno de los art?culos, el de Bonfil Batalla, que ata?e al campo de la historia ind?gena, en la que trabajamos un grupo de historia

dores de El Colegio.

Bonfil piensa con seriedad y escribe bien. El ensayo es muchas

veces agudo, incluso profundo y por momentos conmovedor. Mucho

de lo que dice estimula la reflexi?n, que es, despu?s de todo, el pro p?sito leg?timo de un ensayo sobre la teor?a de la historia. Muestra

que la historiograf?a colonial del indio se aboc? (en funci?n de su necesidad de justificar la empresa colonizadora) a la satanizaci?n del pasado precolombino, distorsion?ndolo y aniquil?ndolo al idea lizar la conquista como redenci?n de un pasado pagano. Reitera las observaciones ya tradicionales sobre la recuperaci?n del pasado pre colombino por el criollo americano preocupado por formarse una conciencia propia, nacional, denunci?ndola, sin embargo, como una ex

propiaci?n pol?tica del pasado del indio. Expropiaci?n que expresa en la paradoja de que "todos los mexicanos somos descendientes de Cuauhtemoc, menos los indios que tienen que integrarse (es decir, dejar de ser indios) para ser tambi?n, leg?timamente, hijos de Cuauhtemoc". Se?ala, cosa desusada en un marco te?rico marxis ta, c?mo las tesis evolucionistas del siglo pasado sirvieron a esa operaci?n ideol?gica de despojo, ya que "los indios resultaban re zagados y requer?an la redenci?n del progreso". De manera que en la ?poca nacional continuaron la condici?n colonial del indio y la colonizaci?n de su historia. Mucho de esto resulta conocido, pero Bonfil va m?s all?.

En la actualidad, dice, la historia de los pueblos indios se ignora o se distorsiona seg?n las conveniencias de los grupos dominantes que escribimos la historia del pa?s; que "creamos" (sic) "la idea de la naci?n mexicana", restringi?ndola a un conjunto "que com parte caracter?sticas econ?micas, ling??sticas, sociales y ideol?gicas"

que nosotros mismos definimos, excluyendo al indio m?s que como

un componente; "rechaz?ndolo como unidad diferenciada y espec?fi ca", neg?ndole una historia exclusiva que fuera "una historia en s?",

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EXAMEN DE LIBROS

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forzando su historia a ser un complemento de la historia nacional, ya que a fin de cuentas no buscamos explicar la existencia del indio

sino el devenir de la patria.

Prosigue Bonfil: pese a la proscripci?n de su historia por el colonizador, el indio sabe que la presencia de su pueblo es la prueba evidente de que esa historia existe, aunque sea en forma "clandes tina". El pueblo que guarda celosamente sus t?tulos y su tradici?n oral sabe que "en tanto relaci?n de agravios" su historia "es sus tento de reivindicaciones" y que su conciencia hist?rica es el fun damento de su identidad presente. M?s a?n, los pueblos indios necesitan conocer su historia para fundamentar la liberaci?n del fu

turo. La conciencia de un pasado precolonial deber? servir para relativizar la colonizaci?n, como un momento en el continuum his t?rico, en vez de "una fatalidad natural, irreversible y eterna".

Como los historiadores profesionales no pudimos proveer a los pueblos de esa historia necesaria, dice Bonfil, el propio indio co mienza ahora "a llenar el silencio", produciendo la historia que necesita. Cita a varios autores que tendremos que leer, de circulaci?n

hasta ahora limitada, y cuyas obras Bonfil describe y defiende.

Se trata de una nueva historia india que idealiza el pasado pre colombino en un forma acr?tica y sataniza la historia colonial para neutralizar la versi?n oficial. El ensayista exime a los historiadores indios de la exigencia de la cr?tica del documento y del rigor cien t?fico en el an?lisis, por razones pol?ticas. La nueva visi?n, dice, cumple funciones importantes para los pueblos: a) establece un punto de oposici?n frente a la historia oficial, "pretendidamente 'cient?fica' ", b) profundiza la cr?tica de la colonizaci?n como "des tructora de una historia del bien, en vez de una del mal", y c) "in

troduce bajo la f?rmula de una vuelta al pasado, un nuevo proyecto de sociedad futura", un proyecto ?tnico y mesi?nico. "Finalmente" asegura Bonfil, en tanto experiencia de lucha y resistencia, la historia del indio es gu?a para la acci?n: ense?a cu?les son las buenas y las malas acciones y estrategias.

Luego describe la nueva historia india por sus propios m?todos y teor?a. Como la precolombina, la nueva historia india tiene una concepci?n c?clica del tiempo. Y adem?s entiende el tiempo hist?ri co en estrecha asociaci?n con el espacio (caracter?stica en realidad de toda microhistoria). La labor de historiarse el indio "con pre misas y criterios propios" y "con los datos de la tradici?n ?tnica", mostrar?, concluye el autor, que no hubo "rompimiento ni cance laci?n de la historia india como resultado de la invasi?n europea".

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EXAMEN DE LIBROS

En breve, mientras los dem?s autores defienden una verdad y una historia de clase social, Bonfil propone una verdad y una historia ?tnica.

El escrito de Bonfil me ha convencido de leer a los autores

desconocidos que defiende. Pero las premisas de su defensa me parecen desacertadas. Como la historia de clase dominante, la del dominado tiene un sesgo que exige la cr?tica. La cr?tica es la esen cia del pensamiento cient?fico y esa calidad me obliga a apuntar algunas observaciones acerca del ensayo de Bonfil.

1. No parece iluminativo afirmar que la visi?n del indio en la ?poca colonial "no fue virgen", dado que ninguna visi?n hist?rica puede serlo. No es intelectualmente positivo caracterizar un fen? meno por lo que no puede ser.

2. Muchas afirmaciones sueltas ligadas al marco te?rico del autor parecen m?s bien espurias. ?Qu? cosa dominamos las perso nas que escribimos en la actualidad la historia del pa?s para que se nos califique de "grupo dominante"? Algunos dominamos las fuentes y los m?todos, unos pocos tienen adem?s un respetable do minio del lenguaje y varios tienen delirios de dominaci?n, pero ?eso

justifica el calificativo? Por mi parte no conozco de historiadores a quienes se consulte sobre las formas de dominio o la tarea de gobernar a los indios, ni pol?ticos que se inspiren en nuestros tra bajos para formular sus planes de gobierno. Quiz?s los otros cien t?ficos sociales no se percatan de hasta qu? punto el historiador tiene

la bendici?n de estar marginado a ese respecto. Se puede pensar que somos "intelectuales org?nicos", seg?n frase de Gramsci, encar gados de propagar una ideolog?a avasalladora. Pero de la hip?tesis te?rica no se puede pasar sin m?s a una acusaci?n.

3. Hay que se?alar que, en las ?pocas colonial y nacional, la

historia del indio ha sido por definici?n un "componente" necesaria

mente "complementario" de otros, y que ser?a por tanto un grave equ?voco enfocarla en forma aislada, como "una historia en s?".

Ninguna historia de un grupo social determinado en tiempos mo dernos puede ser realmente "exclusiva" como quiere el autor. Son los colonialistas internos los que piensan que la historia de los indios

y er devenir de "la patria" son cosas desligadas. Al desligarlas pro ponen que la evoluci?n de la patria es inocente respecto de la con dici?n del indio. Bonfil est? claramente consciente de que esa es

una falacia, de manera que no se entiende por qu? ?l a su vez propone desligar las historias complementarias.

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EXAMEN DE LIBROS

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4. Desde luego ning?n acontecimiento hist?rico es "natural ni eterno", pero la conquista del indio americano s? fue una fatalidad,

irreversible como todo lo acaecido; puede super?rsele pero no ne g?rsele, y, en definitiva, no se le superar? neg?ndola. Ninguna his toria real puede mostrar que la conquista no fue un "rompimiento" de

la historia anterior del indio; fue eso, del mismo modo que fue un rompimiento definitivo (mental y material) de la historia del conquistador.

5. La historia no puede o debe prescindir de ninguna infor maci?n. Sin la de los cronistas no sabr?amos la mitad de lo que sabemos de la historia precolombina y no entender?amos bien la mitad restante. Es precisamente la cr?tica de la informaci?n lo que nos permite utilizar fuentes ideol?gicamente prejuiciadas.

6. Es innegable que la historiograf?a acad?mica ha dicho poco, relativamente hablando, de la historia del indio. Ni siquiera sabemos

qu? pas? con los aztecas bajo el dominio mexicano. Pero detr?s

del silencio no ha habido siempre y necesariamente una complicidad

acad?mica. Hasta nuestros d?as el indio explotado no ha tenido la posibilidad de hacer carrera acad?mica. Y el campo ofrece para el no indio y para el historiador sin entrenamiento etnol?gico difi

cultades especiales. Adem?s, la microhistoria y la historia social de grupos espec?ficos constituyen un campo recientemente abierto en general y no s?lo en lo concerniente a los indios. En la actualidad tanto en Europa como en Estados Unidos hay una gran actividad en la historia de las minor?as ?tnicas, y tras ella hay razones que recuerdan a la historia de los indios. De manera que habr?a que con siderar la sociolog?a del acad?mico y el desarrollo propio (t?cnico y te?rico) del oficio como factores objetivos que han retrasado los estudios de etnohistoria. Si bien no es independiente de los contextos pol?ticos, ese desarrollo tiene cierta autonom?a y sus limitaciones no son mec?nicamente atribu?bles al prejuicio ideol?gico del profe sional.

7. No veo adem?s la necesidad de ignorar o repudiar lo que los historiadores profesionales han efectivamente aportado al campo.

Los trabajos de Miranda y de Zavala y los de Gibson, Murra y Wachtel no pueden reducirse a "un discurso del poder del coloni zador", porque nos muestran en forma despiadadamente cient?fica las formas de explotaci?n veladas por las instituciones, y desenmas caran, con cr?tica hermen?utica y sin demagogia, la ideolog?a detr?s del documento. Se puede criticar los textos de esos autores, pero no

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EXAMEN DE LIBROS

descartarlos con una proposici?n a priori sobre su calidad de "do

minadores". Habr?a adem?s que anotar que las historias indias tienen

tambi?n sus propios antecedentes. Los que trabajamos la historia

del indio encontramos frecuentemente en los archivos documentos en que los propios indios fabrican la historia de sus pueblos, y se apoyan

en esas fabricaciones para hacer reclamos, etc. O sea que existe un precedente escrito que valdr?a la pena recuperar para la "nueva historia" ind?gena. Pero esto es lo de menos: se trata s?lo de algu nas premisas y omisiones secundarias del ensayo. Los grandes his toriadores no necesitan de mi defensa y los nuevos historiadores no necesitan explicar sus antecedentes.

8. La premisa l?gica fundamental de ensayo, la de que el indio necesita de su historia para reafirmar su etnicidad y para liberarse en el futuro, me parece epistemol?gicamente defensible y moral mente positiva. Lo que sucede es que entre esa premisa y la con clusi?n del ensayo hay una contradicci?n. Aloquemos ahora esa contradicci?n.

No se puede por un lado pensar que la historia como experiencia nos va a aportar un conocimiento funcional de nuestra identidad social, se?al?ndonos nuestra mejor opci?n pol?tica (idea que com parto con Bonfil) y, al mismo tiempo, sostener que el trabajo d? producir el conocimiento hist?rico puede eximirse del rigor l?gico y darse el lujo de idealizar y satanizar alternativamente su objeto de estudio con el fin de responder a un imperativo pol?tico. El co nocimiento funcional tiene que corresponder a una realidad y a una

conciencia. Y pretender que un mito puede suplir la necesidad de

autoconocimiento de indio es condescender, en forma paternalista y

t?picamente colonial, con el nivel de su conciencia.

Las utop?as tienen desde luego un lugar en el campo del pen samiento humano y los mitos tienen un sentido en tanto poes?a o creaci?n cultural; ambos han estado asociados a la historia desde siempre. La historia fue mito antes de ser historia en Herodoto y es utop?a consciente en san Agust?n. Como se?ala Bonfil, la historio graf?a colonial (de los cronistas) participa todav?a de esa asociaci?n con el mito y la utop?a en forma compleja. Sataniza (con toda la raz?n del mundo) a Huitzilopochtli como san Agust?n sataniz? a J?piter, y mitifica a Hern?n Cort?s con tanta justificaci?n como Homero a Ulises. Lo que Bonfil quiere hacer pues es lo de siem pre pero al rev?s. Metodol?gicamente propone que hagamos sin trabas lo mismo que se ven?a haciendo desde Herodoto hasta el

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surgimiento de la historia cr?tica. En ese sentido su proposici?n es francamente reaccionaria. Se acerca mucho a otras visiones subje tivistas que reducen la historia a las visiones historiogr?ficas.

Pero nadie puede echar para atr?s las manecillas del reloj del proceso hist?rico mismo ni del historiogr?fico. Ni la conciencia ni la profesionalizaci?n del oficio son reversibles. Proponer ahora la fac tura de una nueva historia m?tica equivale a comerciar con una historia de fantas?a como merolico en un tianguis acad?mico. Equi vale a inventarse los huesos de Cuauhtemoc para estimular un turis mo enajenado de sus hijos falsos que, ciertamente, no interesa a los grupos ?tnicos de M?xico. Desde el punto de vista pragm?tico del autor, la falta de viabilidad del proyecto de futuro que plantea la "nueva historia" ind?gena resulta por lo menos un problema.

La frase de que la verdad es siempre revolucionaria y s?lo la verdad es revolucionaria es una de las m?s afortunadas de su autor.

Ocultarle a los indios lo terrible de una realidad remota es ocul

tarle tambi?n lo horroroso de una posibilidad futura. Ocultar la muerte de muchas culturas indias es ocultarle al sobreviviente su peligro. Muchos pueblos ind?genas efectivamente han pasado a la historia. Los chort?s, los pipiles, los lencas y muchos m?s son pue blos cuyos ciclos hist?ricos han concluido; son sombras de s? mismos

a punto de desvanecerse. No queda de ellos m?s que un eco en el pueblo mestizo que los hered?. Los ciclos hist?ricos de los lacan d?nes, de los jicaques y de varias docenas de otros grupos est?n a punto de concluir. El proceso de su destrucci?n es irreversible.

Y su historia conclusa no es menos interesante ni menos importante

para la sobrevivencia de los grupos a?n vivos que las historias ver daderas e integrales de sobrevivientes m?s afortunados como los zapotecos o los yucatecos.

La redenci?n del hombre no es en ?ltima instancia funci?n del conocimiento hist?rico. La historia nos revela, dice Bonfil, el yo que es "una s?ntesis viva de s? mismo". A?ado que en tanto lo revela

lo libera de su circunstancia temporal al tiempo que le se?ala sus limitaciones esenciales. La variaci?n de la condici?n humana en el tiempo subraya la posibilidad de cambio, al tiempo que el margen o rango potencial. La verdad hist?rica nos libera as? de la propia ignorancia. Pero si los indios americanos han de libertarse adem?s de la dominaci?n pol?tica con la ayuda de la historia, ?sta tendr? que desmitificar todo el pasado de esa alma colectiva (de ese yo del indio) traumatizado desde que existen relaciones de domina ci?n, es decir, comprobablemente, desde el primer horizonte agr?co

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EXAMEN DE LIBROS

la. Y los indios tendr?n que encontrar su libertad a partir del pre sente. Remitir esa b?squeda al pasado remoto es pura demagogia y no podr? producir historia m?s liberadora que la de los pasquines

recientemente publicados bajo el t?tulo de "Historia de un pueblo" o la de los trabajos acad?micos que producen algunas instituciones oficiales en que prevalece el af?n por politizar la ciencia.

Un punto final. No he pretendido negar las limitaciones reales del historiador profesional cuando se enfrenta a la tarea de hacer la historia del indio. No es que nos sea ajena; "nada humano le puede ser ajeno" al humanista. Pero efectivamente para captar "lo diferente y espec?fico" de la historia ind?gena nosotros necesitare mos la ayuda de los datos y los m?todos etnogr?ficos y la de los mismos pueblos. En eso, sin duda, el indio Bonfil podr?a ayudarnos si logramos ganarnos su confianza.

Rodolfo Pastor El Colegio de M?xico

David J. Robinson: Research inventory of the Mexican col lection of colonial parish registers, Salt Lake City, Uni versity of Utah Press, 1980, xlix+288 pp. ?Finding aids to the microfilmed manuscript collection of the Genea logical Society of Utah, 6.?

El desarrollo de ?reas anteriormente poco exploradas de la his toriograf?a colonial ha conducido a la revaloraci?n y el uso inten sivo de fuentes de variada ?ndole. Entre ellas se cuentan los regis tros notariales y los parroquiales, y particularmente las extensas colecciones en microfilm que de los mismos (entre otros materiales) ha ido formando la Sociedad Geneal?gica de Utah, instituci?n creada

por los mormones y cuyo prop?sito expreso es nada menos que reunir datos sobre todas las personas que han vivido. En estrecha relaci?n con la misma, la Universidad de Utah cre? en 1977 el Center for Historical Population Studies, que, entre otras labores, h? preparado una serie de gu?as (no cat?logos) para el uso de las colecciones de la Sociedad. En 1978 apareci? la primera de ellas, Preliminary survey of the Mexican collection, seguida en 1979 de un suplemento. Las subsecuentes no se refieren a M?xico, pero s? la sexta, que es la que nos ocupa. La importancia de estas gu?as

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resalta notablemente si se toma en cuenta que la colecci?n de docu mentos microfilmados por la Sociedad en M?xico ascend?a, a fines de 1980, a 113 450 rollos de micropel?cula. De muchos de ellos hay copia en la sede de los mormones en M?xico. En general pocos investigadores est?n perfectamente conscientes de los enormes re cursos y del potencial de investigaci?n que estas colecciones en cierran.

El inventario preparado por Robinson a?ade detalle a la des cripci?n de parte de los materiales identificados en las gu?as de 1978

y 1979. No se trata de un cat?logo, del que todav?a se est? muy lejos, sino simplemente de una lista ordenada y explicada que per mite conocer de manera general el contenido de los rollos: algo que signific? un trabajo ciertamente laborioso. Robinson, conocido por varios estudios de geograf?a y demograf?a hist?ricas, es una persona indudablemente conocedora del acervo cuya gu?a ha ela borado. Ha empleado estos materiales en la reconstrucci?n de esta d?sticas vitales, en la preparaci?n de genealog?as, y en estudios de demograf?a hist?rica. Al inter?s de Robinson en estos temas y a la riqueza misma del material se debi? el que se seleccionara esta documentaci?n, de entre toda la dem?s procedente de M?xico, para hacerle una gu?a detallada.

La colecci?n de micropel?cula de archivos parroquiales colo niales abarca los fondos de poco m?s de mil archivos de un total de 1 115 que han sido localizados por los equipos de microfilina

ci?n de la Sociedad Geneal?gica. Aunque Robinson no lo da a

entender, son todav?a varias las parroquias o iglesias que poseen

archivos coloniales y que in> han sido advertidas o visitadas por los

mormones, particularmente en ?reas ind?genas de dif?cil acceso.

De cualquier modo, el inventario es muy completo.

Siguiendo el criterio de ordenamiento de la Sociedad, Robinson presenta los archivos dispuestos por estados, dentro de ellos por municipios, y luego por las parroquias ?pocas veces m?s de una? que hay en ellos. El criterio es sistem?tico y f?cil de entender, aunque es de lamentarse que desde un principio no se haya buscado otro m?s adecuado, toda vez que al referir el material a municipios los archivistas de la colecci?n est?n mezclando divisiones coloniales

con modernas, y civiles con eclesi?sticas, y por a?adidura est?n ba s?ndose en una realidad cambiante, inconsistente y poco definida, pues no otra cosa son los municipios mexicanos. Al principio de la

relaci?n de archivos de cada estado Robinson provee un mapa

cartogr?ficamente impecable y una lista numerada de los municipios

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EXAMEN DE LIBROS

en que hay archivos. Hubiera sido muy ilustrativo contar con otra lista ?que ser?a f?cil de hacer, y bastante extensa? de los muni

cipios en que no los hay o de los que no se puede asegurar si los hay o no. Al referirse a los fondos microfilmados de cada parro

quia el inventario da raz?n del contenido de cada rollo (libros de

bautismos, matrimonios, informaciones matrimoniales y entierros) y de las fechas inicial y final de la documentaci?n que comprenden.

Debe recalcarse que el inventario no recoge informaci?n sobre todo el material microfilmado en los archivos parroquiales, sino s?lo el de los libros mencionados. No fueron tomados en cuenta

libros de confirmaciones, papeles sobre cofrad?as, censos o padrones, y algunos otros documentos que ocasionalmente se conservan en esos

archivos. Robinson no es expl?cito al respecto. El investigador in teresado, si est? en M?xico, deber? acudir al tarjetero que se en cuentra en la sala de microfilm de la sede de los mormones en la ciudad de M?xico, que en general es m?s detallado. Ah? encontrar? datos adicionales, as? como peque?as discrepancias con el inven tario publicado, que s?lo el uso y el tiempo ayudar?n a corregir.

En su introducci?n al inventario, Robinson hace breves an?lisis cuantitativos y catrogr?ficos del material microfilmado, mostrando

c?mo a trav?s del tiempo se encuentran en determinados lugares

series m?s o menos completas de informaci?n. Con ello proporciona muestras ?tiles y da ideas sobre el modo de emplear los documentos.

Habla tambi?n de las caracter?sticas m?s frecuentes de los mismos

y del tipo de datos que usualmente se encuentran en las distintas series de libros parroquiales. Plantea adem?s una serie de problemas y posibilidades que surgen del manejo de los archivos parroquiales y

que ?l, como investigador, ha conocido y experimentado. Discute los alcances y las limitaciones de la informaci?n, y concretamente los

problemas relacionados con elaboraci?n de estad?sticas vitales y es tudios del mestizaje, la migraci?n y la estructura y evoluci?n de la familia. Todo lo anterior convierte a las escasas veinticinco p?ginas escritas por Robinson en una ?til introducci?n general al uso de los documentos parroquiales. Convendr?a recomendar su lectura a todos

los estudiantes y a quienes se inicien en la investigaci?n de temas coloniales.

Por lo dem?s, todo esfuerzo que se haga por difundir los logros de la Sociedad y el uso de sus fondos estar? de acuerdo con el prop?sito expreso de los editores de este inventario y de las dem?s gu?as. Adem?s, el Center for Historical Population Studies publica

un bolet?n con informaci?n ?til para el especialista. Sobra decir que

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EXAMEN DE LIBROS

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quienes resultaremos m?s beneficiados seremos los propios investi gadores, ya que recibimos en estas publicaciones instrumentos de trabajo imprescindibles, si bien todav?a perfeccionables en muchos

aspectos.

Bernardo Garc?a Mart?nez El Colegio de M?xico

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Publicaciones conmemorativas del XL aniver Hist?ricos de El El Centro de Estudios Hist?ricos celebra en 1981 sus cuarenta

de dos textos de

Jos? Miranda: El tributo ind?gena en Nueva Espa?a durante el si

glo xvi.

Esta obra fue la m?s importante contribuci?n del historiador espa?ol Jos? Miranda a la historiograf?a del M?xico ind?gena, y uno de sus principales trabajos de investigaci?n. Constituye una gu?a indispensable para el estu dio de muchos aspectos de la historia colonial por el cuidado y minuciosi dad con que analiza y distingue los m?ltiples elementos que compon?an esta compleja instituci?n del M?xico colonial.

Publicado originalmente en 1952, el libro ofrece en sus cap?tulos bases ?tiles para muchas posibles investigaciones en el campo de la historia pol? tica, econ?mica y social. Gran parte de su informaci?n y de su an?lisis a?n no han sido aprovechados. Por esta raz?n, por su indiscutible valor como gu?a permanente para innumerables estudios de historia colonial, y por su importancia dentro de la producci?n historiogr?fica mexicana. El Colegio de M?xico ha decidido publicar esta reimpresi?n, aumentada con un ?ndice que facilita su consulta.

De venta en las mejores EL COLEGIO Departamento de Camino al Ajusco 20, Tel. 568-60-33

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sario de la fundaci?n del Centro de Estudios

Colegio de M?xico a?os de vida, y para conmemorarlo ha dispuesto la reedici?n singular importancia:

Ram?n Iglesia: Cronistas e historiadores de la conquista de M?xico

? El ciclo de Hern?n Cort?s.

Un historiador desmitificador de los hechos humanos que busca la inteli gibilidad de un pasado complejo y m?ltiple, eso fue Ram?n Iglesia (1905 1948). Escritor de varia invenci?n, cuestion?, en un momento en que resul taba heterodoxo hacerlo, las pretensiones de la historiograf?a cientific?sta y

del cultivador de la misma: el historiador positivista, a quien consideraba como un ente deshumanizado en su vano empe?o objetivista. Como se?ala Juan A. Ortega y Medina, el prop?sito de Iglesia al criticar esa postura historiogr?fica, era el de abogar por una historia cient?fica s?lo por el m? todo, mas no por la actitud hermen?utica.

Ello explica que haya revalorado con gran agudeza la perspectiva his t?rica en que se situaron las cr?nicas cl?sicas de la Conquista, la de Bernai D?az, la de Gomara y la del mismo Cort?s, "sin preocuparse porque tales enfoques, o focos de la elipse hist?rica no sean precisamente los nuestros".

Para lograr ese cometido, Iglesia propuso buscar al hombre que escribid esas cr?nicas, sus motivos e incitaciones, que en ?ltima instancia revelan al testigo presencial o al atento escucha de los relatos contempor?neos, es decir al hombre real que vive un suceso pasado y, con sus limitaciones na turales, lo lega al porvenir. Cronistas e historiadores afin? la percepci?n hist?rica de los estudiosos de la d?cada de los cuarentas, cuando ense?aba en El Colegio de M?xico; hoy no representa ya el libro pol?mico que sig nific? entonces, pero su lectura todav?a es esclarecedora.

librer?as o directamente en:

DE M?XICO Publicaciones C.P. 10740, D. F. extensiones 364, 365 y 366

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El Colepp ri8 H?mm M?xico y su pol?tica exterion.

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