HISTORIA MEXICANA 126
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HISTORIA MEXICANA 126
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Vi?eta de la portada: Vi?eta de tesis impresa del siglo xvm, reproducida de Vi?etas y gra bados ornamentales del siglo xviii, M?xico, AGNM, 1980, p. 31.
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HISTORIA MEXICANA
Revista trimestral publicada por el Centro de Estudio
Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas
Redactor: Luis Muro
Consejo de Redacci?n: Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc
Mart?nez, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Andr?s
Lira, Anne Staples, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraid
V?zquez
VOL. XXXII OCTUBRE-DICIEMBRE 1982 N?M. 2 SUMARIO Art?culos
Lorenzo Meyer: La Revoluci?n Mexicana y sus ciones presidenciales: una interpretaci?n (19
1940)
143
Mois?s Gonzalez Nav mo mexicano 198
D. C. M. Platt: Fina (1821-1867) 226
Pilar Gonzalbo Aizpu pa??a de Jes?s en la siglo xvi 262
Examen sobre
de
libros
Gilbert
Yucat?n,
1924)
M.
Josep
M?xico,
(Romana
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an
Fal
sobre Steven E. Sanderson: Agrarian populism and the Mexican State. The struggle for land in So
nora (Jes?s Monjar?s-Ruiz) 291
sobre Paul Vanderwood: Disorder and progress: bandits, police and Mexican development (Car
men Ramos Escand?n) 295
La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.
Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 250.00 y en el extranjero Dis. 6.75 ; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 800.00 y Dis. 25.00. N?meros atrasados, en el pa?s $300.00; en el extranjero
Dis. 7.25.
(c) El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740, M?xico, D.F. ISSN 0185-0172
Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico
por Pizano-Vera y Asociados, S.A., Av. 10, n?m. 130, Col. I. Zaragoza,
M?xico 9, D.F.
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LA REVOLUCI?N MEXICANA Y SUS ELECCIONES PRESIDENCIALES: UNA INTERPRETACI?N (1911-1940) Lorenzo Meyer El Colegio de M?xico Introducci?n Desde una perspectiva electoral, el sistema pol?tico mexi
cano contempor?neo ha sido caracterizado como multiparti dista pero no competitivo, debido al predominio casi absoluto
de un partido oficial y a la consiguiente debilidad de los partidos de oposici?n.1 Una manera de explicar este rasgo central de la vida pol?tica mexicana ?al menos parcial mente? consiste en examinar la evoluci?n hist?rica de los procesos electorales desde el momento en que el actual sis tema se form?, es decir, al iniciarse la Revoluci?n Mexicana de 1910, hasta que se consolid? y tom? su forma definitiva al concluir el gobierno del general C?rdenas en 1940. El proceso electoral en s? mismo es un fen?meno muy amplio, que abarca tanto la formaci?n y acci?n de grupos y partidos, la selecci?n de candidatos y las campa?as, como las elecciones mismas; adem?s tiene lugar tanto a nivel mu
nicipal como estatal y federal. Dada la complejidad del
fen?meno, este ensayo s?lo examinar? las caracter?sticas cen
trales de la instancia que reviste la mayor significaci?n, o sea, la elecci?n presidencial. Lo anterior no quiere decir que las otras elecciones no tengan caracter?sticas propias 1 iHermet, 1978, p. 17. V?anse las explicaciones sobre siglas y re ferencias al final de este art?culo.
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LORENZO MEYER
e importantes y que es necesario identificar para llegar a en tender plenamente el significado del proceso electoral de las elecciones en un sistema como el mexicano.
Los resultados globales de pr?cticamente todas las elec ciones presidenciales en M?xico ya han sido publicados.2 El campo, sin embargo, est? lejos de haber sido agotado; es necesario contar con cifras m?s desagregadas y an?lisis a nivel
local adem?s de explorar materiales a?n in?ditos, como pue den ser los de la Secretar?a de Gobernaci?n que se encuen
tran depositados en el Archivo General de la Naci?n. En
este trabajo no se pretende, con una o dos excepciones, ir m?s all? de las fuentes y datos ya publicados porque el obje tivo b?sico es dar una interpretaci?n, poniendo ?nfasis m?s en los aspectos cualitativos que en los cuantitativos. En rea lidad, un an?lisis cuantitativo muy riguroso de las elecciones mexicanas en este per?odo no tendr?a el significado que se le puede atribuir en los sistemas pluripartidistas cl?sicos, puesto que las cifras rara vez reflejaron la realidad del su fragio. Fen?menos tales como la abstenci?n, la manipulaci?n de los votos por parte de las autoridades, y en general la
ausencia de una tradici?n democr?tica, llevan a que los
resultados cuantitativos de las elecciones reflejen mal los fe n?menos cualitativos y sustanciales de la vida pol?tica mexi cana. El fraude electoral fue una constante del per?odo, pues de lo contrario no es posible explicarse, entre otras cosas,
votaciones estatales en donde el candidato oficial recibi? el 100% de los votos. Las elecciones y su estudio en sistemas "no cl?sicos" como
el mexicano, no es un hecho que carezca de sentido.3 Por un lado, el ritual electoral fue desde un principio un ele mento indispensable para dar y sostener la legitimidad del sistema, tanto internamente como ante la comunidad inter nacional. Las campa?as pol?ticas que preceden a las eleccio nes obligan a los futuros gobernantes, incluso en sistemas 2 Ram?rez Ranga?o, 1977, pp. 271-299. * Hermet, 1978, pp. 12-13.
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LA REVOLUCI?N MEXICANA
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autoritarios, a definir acciones pasadas y metas futuras en t?rminos ideol?gicos y por tanto generales, lo que al menos por un momento los fuerza a abandonar el pragmatismo cotidiano y a asumir compromisos; finalmente, y quiz? ?ste sea el elemento m?s importante en el caso mexicano, las elecciones ?en particular las presidenciales? desatan un gran c?mulo de fuerzas hasta entonces contenidas en el interior
del grupo gobernante, lo que necesariamente lleva a una restructuraci?n del equilibrio interno, que quiz? perdure
hasta la siguiente elecci?n. En el caso mexicano, la selecci?n del candidato presidencial oficial fue ?y sigue siendo? el momento de mayor vulnerabilidad del sistema pero una vez que ?sta se resolvi?, la nueva composici?n de fuerzas result? en una cierta renovaci?n de los cuadros directores, lo que generalmente les permiti? reflejar de manera m?s realista
la naturaleza de la coalici?n en el poder. En M?xico y se
guramente en otros sistemas similares, es en la lucha interna del grupo en el poder, y no en la confrontaci?n electoral
con una oposici?n siempre en desventaja y generalmente d?bil, donde se expres? la verdadera din?mica pol?tica de la lucha por el poder. Como ha se?alado Guy Hermet, en los sistemas electorales no competitivos, la selecci?n del can
didato oficial lleva a que salgan a flote ?y se resuelvan
temporalmente? las rivalidades, los compromisos y las ma niobras para intimidar o atraer el apoyo de los diferentes grupos y corrientes que forman la coalici?n gobernante en este tipo de sistemas.4 El proceso electoral, tal y como surgi? en Estados Unidos y Europa occidental al finalizar el siglo xvm y principiar el siglo xix, y que sirvi? de modelo al resto del mundo hasta el surgimiento de sistemas socialistas y fascistas, tiene como
esencia no el que cualquier ciudadano pretenda y pueda
asumir los cargos de elecci?n popular, sino algo menos ideal
y m?s realista: el que los electores puedan decidir libre
mente qui?n, de entre dos o m?s candidatos, habr? de asumir * Hermet, 1978, p. 12.
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LORENZO MEYER
el poder pol?tico por un tiempo determinado.5 Los partidos que apoyan a estas diversas candidaturas son, por naturaleza e independientemente de sus ideolog?as, olig?rquicos, como bien lo mostrara hace tiempo Roberto Michels.6 Por lo tanto,
lo que la democracia liberal permite al ciudadano prome dio es simplemente contribuir a decidir a qu? elite se le otorgar? la responsabilidad y privilegio de gobernar a la sociedad civil. Finalmente, para que este tipo de proceso
electoral tenga sentido, la contienda no deber?a ser tan s?lo entre personalidades sino, sobre todo y en primer lugar, entre proyectos distintos, pues de lo contrario se tendr? la forma pero no la sustancia de la democracia pol?tica. Bas?ndose en la definici?n anterior, resulta que el pro ceso electoral de M?xico entre 1911 y 1940 estuvo lejos de corresponder al ideal liberal democr?tico que, al menos en principio, pretendi? encarnar. El problema no fue s?lo la ma
nipulaci?n de los votos, sino tambi?n la debilidad de la oposici?n, y sobre todo que los programas de estos oposi tores fueron casi siempre meras variantes de los que pre sentaron los candidatos oficiales, pues de hecho todos los
participantes en las contiendas electorales se legitimaron como
herederos directos del "ideario" de la Revoluci?n Mexicana. Pr?cticamente ning?n candidato onde? abiertamente la ban
dera de la reacci?n. Aquellos l?deres que abiertamente se opusieron a la letra y al esp?ritu de la Constituci?n de 1917,
como fue, por ejemplo, el caso de F?lix D?az, Manuel Pe
l?ez o los cristeros, simplemente desde?aron la v?a electoral como forma de enfrentar a los revolucionaios, prefirieron el camino de las armas.
1911: Un buen principio
La Revoluci?n Mexicana tuvo como meta inicial un programa pol?tico bastante escueto, y que en realidad dif?cil 5 Schumpeter, 1947, pp. 269-282. ? Michels, 1966, pp. 342-356.
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mente se puede considerar revolucionario. Francisco I. Ma dero y sus partidarios directos legitimaron su rebeld?a con los principios del llamado "Plan de San Luis" de 1910, que era b?sicamente un documento pol?tico que exig?a el respeto al voto y al proceso electoral ?de ah? su lema de "sufragio efectivo"?, as? como la implantaci?n de un principio que asegurara que no se repetir?an las condiciones que hab?an dado lugar a la dictadura de D?az, por ello el otro lema fue simplemente la "no reelecci?n". As? pues, en su origen, la Revoluci?n no fue m?s que un levantamiento en favor de la democracia liberal, cuyo esp?ritu hab?a sido sistem?tica mente violado por el antiguo r?gimen y cuya pr?ctica real mente se desconoc?a en M?xico.
En virtud de los tratados de Ciudad Ju?rez, de mayo
de 1911, los rebeldes victoriosos exigieron la renuncia del
presidente D?az y que su secretario de Relaciones Exte riores, Francisco Le?n de la Barra, asumiera provisional mente el Poder Ejecutivo a fin de presidir el proceso de pacificaci?n y desmovilizaci?n de las fuerzas insurgentes a la vez que convocar y organizar nuevas elecciones nacionales, en las que obviamente Madero volver?a a figurar como can
didato a la presidencia. En efecto, tal y como estaba previsto.
De la Barra convoc? de inmediato a los nuevos comicios de tal manera que las elecciones primarias para presidente y vicepresidente de la Rep?blica tendr?an lugar el 10 de oc
tubre de 1911; los electores triunfantes de esos comicios se reunir?an quince d?as m?s tarde para celebrar las elecciones finales y acto seguido se declarar?a a los triunfadores como presidente y vicepresidente electos.
El ambiente en que se desarroll? la campa?a electoral
de 1911 fue, sobra decirlo, bastante tenso y agitado. La revo luci?n se negaba a morir y la "normalidad'' estaba cada vez m?s lejos. Por una parte muchas bandas armadas continuaron sembrando la zozobra en las zonas rurales de M?xico y los insurgentes Zapatistas terminaron por negarse a ser desar
mados y se declararon en rebeld?a. Por la otra, el grupo
maderista empez? a mostrar profundas divisiones internas.
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LORENZO MEYER
Una de las primeras decisiones pol?ticas de Madero des pu?s de su victoria militar sobre D?az, fue declarar disuelto el Partido Nacional Antirreeleccionista (PNA), organizaci?n
que en 1910 le hab?a postulado a ?l y a Francisco V?zquez G?mez para ocupar los dos puestos de elecci?n del Poder Ejecutivo. Madero justific? esta medida por el dram?tico
cambio en las circunstancias pol?ticas debido a la ca?da de D?az. Sin embargo, m?s de uno sospech? que la verdadera raz?n de acabar con un partido que tambi?n le hab?a ser vido, era ampliar su campo de maniobra para llevar a cabo un cambio de candidato a la vicepresidencia. A ra?z de la lucha civil, Francisco V?zquez G?mez as? como su hermano
Emilio se hab?an manifestado m?s independientes de Madero y m?s radicales de lo que ?ste estaba dispuesto a tolerar y por ello el l?der revolucionario se decidi? a sustituir a V?z quez G?mez por un correligionario menos conflictivo: Jos? Mar?a Pino Su?rez. El 9 de julio de 1911, en un manifiesto, Madero dio a conocer la formaci?n del Partido Constitucional
Progresista (PCP), entre cuyos directivos se encontraban su hermano Gustavo, Luis Cabrera, Jos? Vasconcelos, Jes?s Flores Mag?n, Juan S?nchez Azcona, Roque Gonz?lez Garza,
Miguel D?az Lombardo y Eduardo Hay. Formalmente, ser?a la convenci?n nacional del nuevo partido la que, despu?s de aprobar sus estatutos, seleccio nar?a a quienes ser?an sus candidatos en los comicios. En
tanto que este evento se preparaba, y dando por descontado que Madero ser?a el candidato presidencial muchos clubes y agrupaciones pol?ticas afiliados al PCP propon?an abierta mente la candidatura del binomio original del PNA, o sea Madero-V?zquez G?mez. El conflicto entre los dos personajes del antirreeleccionis mo sali? finalmente a la superficie el 2 de agosto, cuando Emilio V?zquez G?mez hizo p?blica la renuncia que le exigi?
al presidente Le?n de la Barra al cargo de secretario de Gobernaci?n. En este documento, V?zquez G?mez acus? al Presidente Provisional de favorecer a la "tendencia conser vadora" en detrimento de la revolucionaria. Madero consi
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der? necesario negar publicamente los cargos de V?zquez G?mez y respaldar en cambio la acci?n de De la Barra.
De esta manera se inici? el desgaj amiento de una de las alas m?s militante del maderismo.
Al tiempo que se produc?a la divisi?n del maderismo, el general Bernardo Reyes y Madero, de manera conjunta y por petici?n expresa del primero, anunciaron el fin del pacto pol?tico que por un breve tiempo los hab?a convertido en aliados. Reyes se encontr? entonces en posibilidad de lanzar su propia candidatura a la Presidencia. Fue de esta manera, a escasos dos meses de las elecciones, cuando se empezaron a gestar candidaturas de oposici?n. Para septiembre la cam pa?a estaba en marcha, con movilizaciones multitudinarias en las principales ciudades del pa?s, y desde luego el ma derismo era la fuerza dominante. La campa?a despert? pasio nes y en m?s de una ocasi?n los m?tines degeneraron en choques callejeros entre maderistas y reyistas. La prensa, sobre todo la de la capital, contribuy? bastante a caldear el ambiente, pues tanto "El Pa?s" como "El Impartial" se mos traron abiertamente antimaderistas en tanto que "Nueva Era" surgi? como el vocero del maderismo.
La candidatura del general Reyes nunca tuvo muchas posibilidades aunque cont? con el apoyo de varios gober
nadores, entre ellos los de Nuevo Le?n, Jalisco y Tlaxcala, as? como de ciertos hacendados poderosos, entre los que des tac? el espa?ol ??igo Noriega. Reyes no logr? despertar un gran entusiasmo popular, y para ganar tiempo, dirigi? al
Congreso una comunicaci?n formal pidiendo que se apla zaran las elecciones. Madero reaccion? sugiriendo publica mente ?demandando en realidad? a los legisladores que
mantuvieran el calendario original, lo que hicieron aunque
a rega?adientes. Cuando Madero encabezaba su campa?a
pol?tica en el sur de la Rep?blica, una manifestaci?n revista en la capital fue interrumpida por grupos maderistas y ter
min? en una batalla campal. A ra?z de este incidente, y alegando que los m?todos de su adversario "lesionaban su dignidad", Reyes anunci? que se retiraba de la contienda
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electoral y acto seguido abandon? el pa?s. Para algunos la verdadera raz?n de la acci?n de Reyes era el hecho de que
el general hab?a comprobado que no ten?a ninguna posi
bilidad de obtener una victoria electoral, y que por lo tanto hab?a decidido iniciar los preparativos para encabezar una
rebeli?n, ?nica v?a por la que podr?a llegar a la Presiden cia.7 Candidaturas de ?ltima hora, como la del viejo y po deroso general norte?o Jer?nimo Trevi?o o como la de Fernando Iglesias Calder?n, simplemente no prosperaron. De hecho, Madero habr?a de llegar a las elecciones de octu bre sin contendiente y montado en la ola de su triunfo sobre la dictadura porfirista. La verdadera batalla pol?tica de ese momento se desarroll? antes de octubre, lejos de las urnas y tuvo lugar dentro del propio PCP. En efecto, al llevarse a cabo la convenci?n de este partido, qued? en claro
que ya exist?an en su seno dos corrientes, una mayoritaria que
segu?a aceptando a Madero conio l?der indiscutible del grupo
revolucionario, y que por lo tanto no pon?a en duda sus
directrices, y otra minoritaria pero militante encabezada por los hermanos V?zquez G?mez. Esta ?ltima se opuso, aunque sin ?xito, a que se sustituyera a Francisco V?zquez G?mez por Pino Su?rez como candidato a la vicepresidencia. Al final de la caldeada convenci?n la ruptura entre las dos corrientes fue abierta.8 El programa que finalmente adopt? el PCP fue,
en realidad, muy parecido al "Plan de San Luis", aunque enfatiz? m?s que aquel la necesidad de una pol?tica de
defensa de los recursos nacionales frente a las empresas ex tranjeras, as? como el fraccionamiento gradual de la gran propiedad rural. El PCP cont? con el apoyo de un buen n?mero de orga nizaciones locales, pero el grueso de sus fondos, as? como su direcci?n, provinieron directamente de la familia Madero a trav?s de Gustavo.9 Como estaba previsto, los comicios
primarios ?de acuerdo con la ley electoral de 1901, cada 7 Valad?s, 1960, p. 212. 8 Taracena, 1937, pp. 506-517. ? Taracena, 1937, p. 503.
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LA REVOLUCI?N MEXICANA
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500 ciudadanos empadronados o fracci?n superior a doscien tos cincuenta deber?an nombrar un elector? se llevaron a
cabo el primer d?a de octubre. Aunque los enemigos de Madero pidieron la anulaci?n de los resultados de ciertas casillas, pr?cticamente nadie impugn? la legitimidad del proceso en su conjunto en donde triunfaron los partidarios de Madero. De todas formas, entre los electores triunfantes hubo algunos pertenecientes al Partido Cat?lico, organiza ci?n creada en mayo de 1911 y que ten?a por lema: "Dios,
Patria y Libertad". Era un esfuerzo por dar voz pol?tica a los cat?licos en cuanto tales, y que la hab?an perdido desde la restauraci?n de la rep?blica el siglo anterior. El
Partido Cat?lico apoy? la candidatura de Madero pero
deseaba la vicepresidencia para Le?n de la Barra. Otro gru po minoritario de electores se identific? con los hermanos V?zquez G?mez, pero en su inmensa mayor?a los triunfa dores fueron maderistas puros, por ello la elecci?n secundaria celebrada el d?a quince no arroj? ninguna, sorpresa: al prin cipiar noviembre, el Congreso dio a conocer los resultados oficiales: de los 20 145 votos emitidos por los electores en la elecci?n presidencial, 19 997 fueron en favor de Madero, es
decir, poco m?s del 99%; De la Barra o V?zquez G?mez, s?lo recibieron una proporci?n m?nima. De hecho en la
lucha por la Presidencia simplemente no hubo oposici?n, pero la fragilidad del consenso pol?tico se hizo patente en relaci?n con la vicepresidencia. Por un momento se lleg?
incluso a pensar que ninguno de los candidatos a la vice
presidencia obtendr?a la mayor?a absoluta que se requer?a
para su elecci?n, con lo cual se hubiera tenido que dejar
la decisi?n en manos del Congreso, donde los enemigos del maderismo no eran pocos, pues aunque Madero hab?a vol cado todo su apoyo en favor de Pino Su?rez, ?ste s?lo logr? 10 245 del total de votos emitidos, es decir, que triunf? con
el 52%. De la Barra, a quien apoyaban el Partido Cat?lico
y el Partido Popular Evolucionista presidido por Jorge Vera
Esta?ol, recibi? el 29%, V?zquez G?mez el 17%.10 10 El Imparcial (3 nov. 1911).
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LORENZO MEYER
Al finalizar 1911 Madero y Pino Su?rez asumieron sus cargos, pero el PCP no result? un partido oficial tan fuerte como su l?der lo hubiera deseado, pues algunas de las orga
nizaciones pol?ticas que originalmente se sumaron a sus
filas para apoyar la candidatura de Madero, lo abandonaron
para recuperar su independencia en las elecciones legisla
tivas en donde el Partido Cat?lico surgi? como la segunda fuerza pol?tica nacional. El Congreso con el que gobern? Madero fue una asamblea pluripartidista, en donde la opo sici?n al Ejecutivo fue constante y en opini?n de muchos, excesiva. Desafortunadamente este principio de pluralismo democr?tico que volvi? a recuperar para el Poder Legisla tivo un espacio pol?tico perdido durante el Porfiriato, no habr?a de durar mucho tiempo. Una de las primeras acciones legislativas del gobierno del presidente Madero fue reformar la ley electoral de 1901. En efecto, en diciembre de 1911 se decret? una nueva ley electoral en donde, por primera vez, se tom? en cuenta a los partidos, se les defini? como las organizaciones pol?ticas que habr?an de dar sentido al voto y se establecieron los requisitos m?nimos para que tuvieran personalidad legal. Entre las condiciones necesarias para el reconocimiento de
un partido, estaba la de contar, por lo menos, con cien
miembros y publicar por lo menos 16 n?meros de un peri? dico de propaganda durante los dos meses anteriores a las elecciones primarias. Finalmente, se dio a los partidos re presentaci?n en los colegios electorales municipales y dis tritales.11
1913: Las elecciones de la dictadura En febrero de 1913 un grupo de militares conspiradores logr? poner en libertad a dos generales que cumpl?an largas condenas por sus frustrados intentos de rebeli?n contra el n Orozco Garc?a, 1978, pp. 216-239.
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LA REVOLUCI?N MEXICANA
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nuevo r?gimen, se trataba de Bernardo Reyes y F?lix D?az, sobrino de don Porfirio. El plan original de los complota dos para tomar el poder por sorpresa tropez? con serios obst?culos desde un principio y no logr? plenamente sus objetivos; el general Reyes muri? en el intento pero F?lix D?az pudo refugiarse con sus tropas y partidarios civiles en
el arsenal de La Ciudadela en el coraz?n mismo de la
capital, y resistir el asedio de las fuerzas leales. Durante m?s de una semana la ciudad experiment? todos los rigores
de la guerra civil, y la paz sobrevino cuando un acuerdo secreto entre los rebeldes y el comandante de las fuerzas federales, Victoriano Huerta, desemboc? en un golpe mili
tar. La traici?n de Huerta culmin? con la captura del
presidente y vicepresidente, su renuncia y finalmente su asesinato. Huerta, despu?s de cubrir las formalidades cons titucionales, asumi? interinamente la Presidencia e inme diatamente form? un gabinete compuesto de partidarios suyos
y de F?lix D?az. Este ?ltimo se abstuvo de asumir un cargo formal en espera de la convocatoria a nuevas elecciones, en el entendido de que entonces D?az se presentar?a como can didato oficial y seguro ganador, restaurando as? al antiguo r?gimen. Este plan inicial, conocido como "pacto de la embajada"
por haberse acordado en la sede de la embajada de los
Estados Unidos, fue r?pidamente hecho a un lado por Huer
ta, quien no mostr? mayor prisa en abandonar su cargo y s? en consolidar su poder eliminando a los felicistas de pr?cticamente todas las posiciones clave del gobierno. Las elecciones fueron pospuestas empleando t?cticas dilatorias muy obvias. Para tal fin, los huertistas asumieron una acti tud en extremo legalista, aduciendo que de acuerdo con la Constituci?n las elecciones s?lo se podr?an efectuar una vez que se hubieran suprimido todas las actividades "sediciosas",
pues ?nicamente as? se podr?a garantizar plenamente la libertad de voto.12 De todas maneras, al principiar abril, " El Pa?s (8 marz. 1913).
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LORENZO MEYER
la Secretar?a de Gobernaci?n envi? a la Comisi?n Perma nente del Congreso una iniciativa para que se procediera a convocar a elecciones, sin- embargo, y dado que en poco tiempo los legisladores iniciar?an un per?odo ordinario de sesiones, la Permanente decidi? esperar a que se reuniera el Congreso en pleno. Cuando el conjunto de los legisladores volvi? a sesionar, la petici?n de Gobernaci?n se turn? a una comisi?n especial, la cual dictamin?, aunque no por unani
midad, que era indispensable posponer la convocatoria a nuevas elecciones hasta que se aprobara la ley org?nica del art?culo 76 constitucional, modificado por la ley electoral
de Madero.
Para los felicistas ?ste s?bito legalismo del Congreso no era m?s que un pretexto de Huerta y los suyos para no cum plir con los t?rminos pactados. En protesta, el 24 de abril F?lix D?az y Le?n de la Barra, que ya eran candidatos para
los cargos de presidente y vicepresidente por el Partido Liberal Democr?tico de Jos? Luis Requena, retiraron sus candidaturas. Poco m?s tarde, el general F?lix D?az saldr?a a un exilio pol?tico apenas disimulado como misi?n diplo m?tica a Jap?n. Huerta hab?a ganado definitivamente la partida a su aliado ocasional.13 Con la desaparici?n de F?lix D?az del campo pol?tico,
la dictadura militar logr? una mayor cohesi?n interna, pues Huerta se constituy? en su l?der indiscutible. Esta cohesi?n y mucho m?s se iba a necesitar para hacer frente al desaf?o de las fuerzas insurgentes. Los enemigos de Huerta no eran s?lo los Zapatistas que segu?an en pie de lucha en Morelos y estados aleda?os, sino tambi?n los llamados "constitucio nalistas", que bajo el liderato del gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, hab?an asumido la herencia del ma derismo en contra de la ilegalidad militarista y en defensa de la Constituci?n. El panorama se ensombreci? a?n m?s para Huerta cuando el gobierno reci?n inaugurado del pre 13 Para un an?lisis m?s detallado del conflicto entre F?lix D?az y Victoriano Huerta, v?ase a Henderson, 1981.
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sidente Woodrow Wilson en Estados Unidos anunci? que
no otorgar?a su reconocimiento al gobierno mexicano por considerarlo ileg?timo y en cambio demand? la celebraci?n inmediata de elecciones en el pa?s vecino del sur pero sin que Huerta se presentara como candidato. Huerta se neg? a aceptar la demanda norteamericana alegando que era le siva a la soberan?a de su pa?s y en cambio se decidi? a acabar a sangre y fuego con el movimiento rebelde.
Para el mes de octubre de 1913 la dictadura no hab?a
logrado sofocar a la oposici?n armada y en cambio encon traba cada vez m?s dif?cil convivir con la oposici?n legal, en particular con la del Congreso, cuyos miembros hab?an sido electos en 1911 y que en su mayor?a eran maderistas.
Huerta orden? entonces la disoluci?n por la fuerza del cuerpo legislativo, con lo cual su legitimidad interna y frente a Estados Unidos se deterior? a?n m?s. En un es fuerzo por minimizar el impacto negativo de esa medida, el secretario de Relaciones Exteriores de Huerta, Querido Moheno, sostuvo ante el cuerpo diplom?tico que la clausura del Congreso deb?a verse como un acto democr?tico, ya que los diputados hab?an estado saboteando sistem?ticamente la acci?n pacificadora del gobierno, y por lo tanto hab?a lle gado el momento de convocar a nuevas elecciones para que el pueblo directamente decidiera de una vez por todas cu?l era el camino que se deb?a seguir.14
As? pues, al concluir 1913 Huerta pareci? finalmente
decidido a proceder finalmente a la celebraci?n de las elec
ciones, y su motivo era doble. Por un lado, el grueso de
sus opositores se encontraban en el campo de batalla, por tanto la oposici?n electoral ser?a m?nima, si es que surg?a alguna; por el otro, las elecciones eran un medio insustituible para dar una fachada democr?tica a lo que realmente era una dictadura militar. Pese a la ausencia de una verdadera
oposici?n electoral ?F?lix D?az a?n estaba fuera de M?xi co? Huerta se mostr? decidido a no correr ning?n riesgo 14 An?nimo, 1978, p. 397.
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y para ello propici? candidaturas inviables a la vez que
mantuvo un ambiente de incertidumbre en torno a la cele braci?n de los comicios. Para observadores atentos y cer
canos a Huerta, como lo eran entonces los diplom?ticos
brit?nicos, las elecciones presidenciales ser?an una farsa, pero
el gobierno no ten?a alternativa.15 El prop?sito de la ma niobra era simple aunque no evidente para todos: propiciar una votaci?n para presidente pero tan raqu?tica que pudiera ser declarada nula, as?, quiz? la irritaci?n del gobierno nor teamericano ser?a menor y Huerta podr?a continuar como presidente interino.16 La convocatoria para la celebraci?n tanto de elecciones presidenciales como legislativas fue anunciada el mismo d?a que el Congreso se disolvi?, es decir, el 10 de octubre, para tener lugar el 26 del mismo mes. La premura, que practica mente no permitir?a campa?a electoral, se justific? con la
necesidad de que las nuevas c?maras quedaran instaladas el 20 de noviembre a fin de que se procediera de inme
diato a calificar la elecci?n presidencial y se diera a M?xico
un presidente constitucional. A una semana de la fecha
de las elecciones, el 20 de octubre, varias agrupaciones po l?ticas lanzaron formalmente la candidatura de Victoriano Huerta para presidente y la del general Aureliano Blanquet para vicepresidente. Justamente entonces F?lix D?az volvi? al pa?s, pero el general no se hizo presente en la capital,
temeroso de una celada de Huerta. De todas formas, un
grupo de sus partidarios sostuvieron su candidatura y la de
Jos? Luis Requena para la presidencia y vicepresidencia
respectivamente; otras agrupaciones propusieron para los mismos puestos a David de la Fuente y Andr?s Molina Enr?
quez y otros m?s a Federico Gamboa y Enrique Rasc?n. A punto de celebrarse los comicios, Huerta declar? publi camente que le era imposible aceptar su postulaci?n a la 15 Encargado de negocios brit?nico en M?xico a Foreign Office,
en PRO/FO 371, vol. 1677, file 6296, paper 45116 (17 sep. 1913). i? Meyer, 1972, pp. 149-154.
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presidencia ya que constitucionalmente se encontraba impe dido, para ello, con lo cual el ambiente electoral se torn? a?n m?s confuso y desde luego la participaci?n ciudadana fue muy raqu?tica el d?a 26.17
F?lix D?az no consider? que M?xico fuera un lugar se guro para ?l y abandon? el pa?s inmediatamente despu?s de las elecciones, en tanto que la prensa daba a conocer el triunfo de la f?rmula Huerta-Blanquet y el de sus parti darios postulados para formar el Poder Legislativo. El 9 de diciembre el nuevo Congreso, siguiendo las indicaciones de Huerta, declar? nulas las elecciones presidenciales. La nulificaci?n no se hizo con base en el hecho de que Huerta era presidente en funciones sino por fallas en la instalaci?n
de las casillas; acto seguido se ratific? al dictador en su
cargo de Presidente interino a la vez que se convoc? a nuevas elecciones presidenciales para el primer domingo de 1914. ?stas no llegar?an a celebrarse nunca en virtud de que las
presiones externas y los triunfos constitucionalistas en los cam
pos de batalla del norte, terminaron con el gobierno de
Huerta y sus esquemas pol?ticos.
1917: Nueva constituci?n y nuevas elecciones
La bandera inicial de Carranza y sus seguidores fue el "Plan de Guadalupe", firmado en Coahuila el 30 de marzo de 1913. La esencia de este documento era la necesidad de castigar el asesinato de Madero y la consiguiente violaci?n a la voluntad popular que lo hab?a designado Presidente de la Rep?blica. Acorde con esta perspectiva puramente pol?tica, el plan preve?a en su art?culo sexto que al triunfo del movimiento se convocar?a de inmediato a elecciones para restablecer la legalidad constitucional. S?lo el paso del tiempo y la apremiante necesidad de hacer frente a los re clamos de fuerzas m?s radicales dentro y fuera del movi !7 El Imparcial (28, 29 oct. 1913).
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miento constitucionalista, llevar?an a Carranza a introducir en su programa propuestas de car?cter social.
La coalici?n carrancista se desmoron? casi inmediata mente despu?s de su triunfo sobre Huerta a mediados
de 1914. La ferocidad de la lucha contra la dictadura huer tista volvi? a revivir en la contienda entre las facciones
revolucionarias. El poder se disput? por las armas y no por los votos. Los carrancistas ganaron la partida, y en 1916, mientras bat?an a los remanentes del villismo y zapatismo, Carranza convoc? a elecciones para un congreso constituyente que reformara la carta magna de 1857 de acuerdo con las nuevas realidades. Parte integral de la convocatoria fue la promulgaci?n de una nueva ley electoral. Entre sus innova ciones se encontraban las limitaciones para que se formen partidos pol?ticos exclusivamente en favor de una raza o creencia religiosa. Los partidos podr?an estar representados en las casillas electorales, pero los votantes deber?an escribir el nombre de sus candidatos en las boletas. En caso de ser analfabeta ?situaci?n en la que se encontraban la mayor?a
de los mexicanos?, el votante deber?a informar "en voz
alta" el nombre de sus candidatos, lo que desde luego abr?a una ancha puerta a la manipulaci?n del voto.18 En febrero de 1917, la nueva constituci?n estaba lista. En ella se institucionalizaba la reforma agraria, se consa graba una larga serie de derechos de los asalariados, se disminu?a el papel de la Iglesia y se retornaba el dominio de los hidrocarburos a la Naci?n. Al entrar en vigor la nueva constituci?n, fue necesario proceder a nuevas eleccio
nes legislativas as? como a las presidenciales. Estas elecciones se efectuaron conforme a la ley electoral del 6 de febrero de ese a?o.19 Para entonces el cargo de vicepresidente, que tantas discordias y problemas hab?a causado en el pasado,
hab?a sido eliminado, el per?odo presidencial disminuido de seis a cuatro a?os y la elecci?n del presidente era similar a la de los diputados y senadores: directa. 18 Orozco Garc?a, 1978, pp. 244-254. 19 Orozco Garc?a, 1978, pp. 255-271.
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Carranza, a diferencia de Huerta, hab?a tenido buen cuidado de dirigir la acci?n del grupo constitucionalista no como presidente sino como "Primer Jefe del Ej?rcito Cons titucionalista encargado del Poder Ejecutivo", por tanto el
antiguo gobernador de Coahuila no se vio imposibilitado
para presentarse como candidato presidencial para los comi cios a celebrarse el 11 de marzo de 1917. La candidatura de
Carranza fue apoyada por una amplia gama de partidos y organizaciones pol?ticas que reflejaba la heterogeneidad del grupo revolucionario. La organizaci?n m?s importante den tro de esta coalici?n fue el Partido Liberal Constituciona lista (PLC) formado a fines de 1916 y cuya direcci?n estaba en manos de militares: los generales Benjam?n Hill y Pablo Gonz?lez, con Obreg?n en el trasfondo; tambi?n se encon
traban agrupaciones menores y en buena medida coyun
turales, como el Partido Racionalista Republicano, el Club
Liberal "Jes?s Carranza", la Liga de Empleados Constitu
cionalistas y varias docenas m?s. La ausencia de una oposi ci?n electoral a Carranza no hizo que la jornada fuera un asunto f?cil, pues como hab?a ocurido con Madero, el con*
senso de la coalici?n se empez? a perder cuando lleg? el
momento de seleccionar a los candidatos para el Congreso. El PLC, por ejemplo, apoy? a Carranza pero sus dirigentes se esforzaron en lograr el triunfo de una serie de legisla dores que representaban fuerzas pol?ticas relativamente inde pendientes del "Primer Jefe". Pese a los esfuerzos de Carranza
?no siempre acordes con el esp?ritu democr?tico que se su
pon?a deb?a de animarle? un buen n?mero de quienes llegaron a las c?maras en 1917 no contaban con el visto
bueno de quien ser?a el presidente.20 Las elecciones presidenciales ?sin oposici?n? se llevaron a cabo tal y como estaba previsto con la excepci?n del estado de Morelos, donde la acci?n del zapatismo lo impidi?. Las autoridades electorales computaron en total 820 475 sufragios,
de los cuales 797 305 (m?s del 97%) fueron para Carranza 20 Cumberland, 1972, pp. 362-363.
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y el resto correspondieron a votos aislados en favor de los
generales Alvaro Obreg?n y Pablo Gonz?lez, pese a que
formalmente ninguno de los dos hab?a presentado su can didatura.21 Estas elecciones pr?cticamente no introdujeron ning?n cambio en el panorama pol?tico, aunque s? dieron a la administraci?n de Carranza el toque de legitimidad que
le faltaba, y fueron el punto de arranque de un penoso y largo proceso de institucionalizaci?n pol?tica del nuevo r?gimen que habr?a de culminar al cabo de poco m?s de dos decenios de agitada vida pol?tica. El 2 de julio de 1918, Carranza, ya en su car?cter de Presidente constitucional, dio una nueva ley electoral que, con modificaciones, se mantendr?a en vigor hasta enero de 1946. Esta ley fue muy espec?fica en relaci?n a la forma que deber?an tener las boletas, de tal suerte que por primera vez los nombres de los candidatos registrados vendr?an im presos y coloreados, con lo cual el secreto del voto se faci litaba en relaci?n con quienes no supieran leer ni escribir. Sin embargo, este avance en la efectividad del voto se neu
traliz? en gran medida por el hecho de que se dio a los
presidentes municipales el control del proceso electoral, lo que puso en sus manos los instrumentos principales para la "alquimia electoral" que habr?a de caracterizar al sistema por mucho tiempo.22
1920: Las elecciones de una revuelta militar triunfante Al iniciarse el a?o de 1919, M?xico se encontraba rela tivamente menos convulsionado que cuando Carranza hab?a
asumido la Presidencia, pero as? y todo, a?n estaba lejos de la pacificaci?n plena. Cientos de gavillas y grupos re
beldes m?s o menos organizados asolaban al campo mexicano 21 Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 286.
22 Orozco Garc?a, 1978, pp. 272-309; Medina Pe?a, 1978,
pp. 12-13.
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y en algunos casos disputaban con ?xito a las autoridades locales el control regional. Sin embargo, para Carranza ?ste
no era el problema principal, sino el control del nuevo ej?rcito y de ciertas fuerzas locales que supuestamente le eran leales. Desde finales de 1918 era un secreto a voces que muy pronto se presentar?an en la palestra electoral dos
de los militares m?s importantes del carrancismo, los ge nerales Alvaro Obreg?n y Pablo Gonz?lez, y que ?sta vez no se tratar?a de una mera formalidad como en 1917, sino
que ambos estaban empe?ados en suceder a Carranza en 1920.
Como para 1919 el Presidente no se manifestara abierta
mente por ninguno de los dos, los observadores y los pre candidatos empezaron a sospechar que el l?der coahuilense no se propon?a apoyar a ninguno de ellos sino a un tercero, lo que volver?a a?n m?s revuelto el ambiente pol?tico.23 En 1919, y contra la voluntad de Carranza, Obreg?n anun ci? desde su rancho en Sonora, a donde se hab?a retirado tras renunciar a la Secretar?a de Guerra, lo que todos los entendidos pol?ticos esperaban: que se propon?a presentarse como candidato en las pr?ximas elecciones presidenciales. La manera como la candidatura del general sonorense fue
anunciada ?desconociendo de hecho la autoridad pol?tica
de Carranza? sell? la ruptura entre Obreg?n y el Presidente. La disciplina pol?tica del grupo en el poder se puso a prueba y el resultado fue que muchos de sus miembros desafiaron abiertamente a Carranza y se afiliaron al grupo de Obreg?n y otros al de Pablo Gonz?lez.
El manifiesto a trav?s del cual Obreg?n dio a conocer
su calidad de candidato presidencial, conten?a cr?ticas claras
a la gesti?n de Carranza, pero no propon?a una l?nea de acci?n realmente diferente; el caudillo sonorense simple mente se present? a s? mismo como una encarnaci?n m?s fiel del esp?ritu revolucionario. La candidatura de Obreg?n 23 Un ejemplo de esta atm?sfera se encuentra en el informe del encargado de la legaci?n brit?nica en Mexico a Foreign Office, PRO/
FO 371, vol. 3881, file 60, paper 99625 (12 jun. 1919).
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no apareci?, ni siquiera formalmente, como resultado de la acci?n de un partido sino como un acto de voluntad individual ?que se aven?a bien con la naturaleza caudi llista del general sonorense? al que m?s tarde apoyaron
partidos y organizaciones. Obreg?n inici? su campa?a y para el 9 de febrero de 1920 qued? formalmente constituido un Centro Director Obregonista (CDO), cuya presidencia qued? en manos del general Benjam?n Hill, o sea del l?der del PLC. El CDO no fue simplemente otra fachada del PLC, sino que
tambi?n recibi? la adhesi?n del Partido Laborista, ala po l?tica de la reci?n formada Confederaci?n Regional Obrera
de M?xico encabezada por Luis N. Morones; del Partido Nacional Cooperatista, formado en 1917 por Jorge Prieto Laurens y otros estudiantes, y cuyo primer presidente fue el general Jacinto B. Trevi?o, el partido postulaba la nece sidad de nacionalizar la tierra y la gran industria, adem?s de transformar al ej?rcito en una guardia nacional; el Par tido Socialista de Yucat?n, a cuyo frente estaba Felipe Ca rrillo Puerto, tambi?n ingres? al CDO. La campa?a tom? fuerza y la tensi?n aument?, sobre todo despu?s de que varios m?tines obregonistas se vieron interrumpidos por la
violenta acci?n de los cuerpos de seguridad del gobierno
y de, provocadores.
Cuando Obreg?n y Pablo Gonz?lez se convirtieron en
candidatos presidenciales, Carranza consider? necesario no retrasar la presentaci?n de un tercero, el suyo, y que ser?a
un civil, para as? subrayar la necesidad de acabar con el predominio del ej?rcito y acelerar el tr?nsito de la etapa militar de la Revoluci?n a otra "civilista" y respetuosa de las formas institucionales. El designado fue el ingeniero Ignacio Bonillas, un profesionista educado en el extranjero
y embajador de M?xico en Washington. El problema de fondo de Bonillas no era s?lo su car?cter civil en un mo mento en que el ej?rcito era el factor pol?tico decisivo, sino
tambi?n su carencia casi absoluta de una base propia de poder; de hecho sus posibilidades de triunfo dependieron
enteramente de la efectividad del apoyo que le diera Carran
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za, hecho que desde luego sirvi? para que sus enemigos
se?alaran que un triunfo de Bonillas significar?a en realidad
la perpetuaci?n del poder de quien le apoyaba: Carranza. La candidatura de Bonillas fue lanzada a fines de 1919 por el Partido Civilista, cuyo comit? directivo estaba encabezado
no por civiles sino por tres generales: Federico Montes,
C?ndido Aguilar y Juan Barrag?n. El anhelado "civilismo" a?n ten?a que andar un buen trecho antes de convertirse
en una realidad.
Al principiar 1920 ser?a claro que la verdadera contienda tendr?a lugar entre Obreg?n y Bonillas, ya que el general
Pablo Gonz?lez cont? desde un principio con pocas posi
bilidades de triunfo, ya fuese en las urnas o fuera de ellas. En mayo de 1920 la tensi?n en que se encontraba sumido el mundo pol?tico mexicano lleg? a su climax cuando, en
medio de la campa?a electoral, el gobierno trat? de invo lucrar a Obreg?n en un intento de rebeli?n para as? des calificarlo definitivamente como candidato. El general so norense, con el apoyo de sus coterr?neos y de muchos otros elementos anticarrancistas, entre ellos algunos grupos que
a?n permanec?an en rebeli?n, se levant? en armas bajo la bandera del "Plan de Aguaprieta", cuyo principio funda mental era la defensa de la democracia y la soberan?a de los estados ?de Sonora concretamente? frente al poder fe deral. La rebeli?n contra Carranza fue relativamente corta, pues el grueso del ej?rcito se uni? a los sonorenses o simple mente se mantuvo a la espectativa. Carranza pereci? en una emboscada que le tendieron en Tlaxcalantongo, cuando pre tend?a llegar a Veracruz para desde ah? iniciar su contra ofensiva. Obreg?n se convirti? entonces en el l?der indiscu tible del grupo revolucionario. La rebeli?n triunfante de 1920, como todas las anteriores, se comprometi? de inmediato a celebrar elecciones. Las pri meras estuvieron a cargo del propio Congreso y su objetivo fue designar al presidente interino, quien ejercer?a el Poder Ejecutivo de junio a noviembre. Adolfo de la Huerta, go* bernador de Sonora y l?der nominal del movimiento rebelde
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result? electo con 224 votos, o sea el 88%; Pablo Gonz?lez recibi? el resto. De la Huerta tuvo ante s? dos tareas: en primer lugar pacificar al pa?s incorporando a los grupos que a?n permanec?an en rebeli?n al carro de los triunfa dores o someti?ndolos por la fuerza; la segunda tarea era preparar las elecciones constitucionales, en las cuales el triunfo de Obreg?n como candidato oficial se daba por des contado. A partir de la victoria militar de los sonorenses, Obreg?n se convirti? en el centro del sistema pol?tico y cualquier oposici?n, electoral o de otro tipo, ten?a muy pocas posi bilidades de ?xito, as? lo comprendieron Bonillas y Pablo
Gonz?lez, quienes se retiraron del panorama pol?tico, de
manera un tanto forzada. Pablo Gonz?lez despu?s de haber sido acusado de preparar una rebeli?n, sali? de M?xico rum
bo al exilio. Pese a lo anterior, Obreg?n no se encontr?
solo en la arena electoral pues en calidad de adversario se present? un contendiente bastante improbable: el ingeniero
Alfredo Robles Dom?nguez, antiguo maderista y a quien a mediados de julio postul? como candidato presidencial el
Partido Nacional Republicano, organizaci?n dirigida por
y emotivo. A la acusaci?n de reaccionario, Robles Dom?nguez tambi?n fue respaldado por los remanentes del Partido Ca t?lico, en lo que ser?a una de las ?ltimas acciones electorales de esa organizaci?n que se hab?a ganado el antagonismo de
los c?rculos revolucionarios. La candidatura de Robles Do m?nguez result? muy apropiada para dar a la elecci?n de Obreg?n un ligero tinte de lucha partidista y para presentar
al candidato oposicionista como el abanderado de la reac
ci?n.24 La campa?a estuvo salpicada de un lenguaje sonoro y emotivo. A la acusaci?n de reaccionario Robles Dom?nguez respondi? descalificando a su contrincante por ser autor de "cuartelazos" y cuya candidatura era, por tanto, ileg?tima e ilegal.25 Las elecciones tuvieron lugar en la primera sema
24 V?anse, por ejemplo, las declaraciones del general Plutarco Elias Galles, El Universal (21, jul. 1920). 25 El Universal (2, sep. 1920).
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na de septiembre, y como las anteriores, no se distinguieron por lo concurridas ni por el entusiasmo de los votantes.26 De todas maneras, y seg?n las cifras oficiales, Obreg?n triun
f? con 1 131 751 votos, es decir, 95% de los sufragios to tales.27 El PLC obtuvo la mayor?a de los esca?os en el Congreso.
1924: Otra rebeli?n y otra elecci?n La rebeli?n de Aguaprieta fue el ?ltimo movimiento militar que triunf? en M?xico, pero no el ?ltimo que se
intent?. Ser?a necesaria la experiencia acumulada de varias rebeliones fallidas m?s, para que la ruta violenta hacia el poder fuera considerada inviable por los miembros de la "familia revolucionaria". Durante el cuatrienio del general Obreg?n, la estabilidad pol?tica de M?xico fue relativa y en todo caso precaria. La falta de reconocimiento del gobierno de Obreg?n por parte de Estados Unidos mantuvo por tres a?os la posibilidad de una rebeli?n encabezada y organi zada por algunos de los numerosos enemigos del r?gimen que se encontraban al otro lado de la frontera norte. S?lo al finalizar 1923 y tras la concertaci?n entre los presidentes
de M?xico y Estados Unidos de los llamados "acuerdos de Bucareli", este peligro se desvaneci?. De todas formas, la
gran autonom?a de que gozaban muchos de los comandantes de las jefaturas de operaciones militares, les hac?a l?deres
potenciales de una asonada, sobre todo si la selecci?n del sucesor de Obreg?n en la presidencia frustraba sus aspira ciones pol?ticas. De ah? que todos los interesados siguieran con gran atenci?n el proceso de sucesi?n cuando ?ste entr? en su fase decisiva, en la segunda mitad de 1923. Fue en tonces cuando el Partido Socialista del Sureste (PSS), una
organizaci?n fuerte, formada en 1918, y heredera del Partido 26 El Universal (6, sep. 1920). 27 Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 289.
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Socialista de Yucat?n, declar? al general sonorense Plutarco
Elias Calles, a la saz?n secretario de Gobernaci?n, su can didato a la Presidencia. En poco tiempo se hizo evidente
que Obreg?n apoyaba esta candidatura y el 5 de septiembre de 1923 Calles acept? formalmente su postulaci?n. Sin embargo, la organizaci?n con mayor fuerza en el Con greso en ese momento, el Partido Nacional Cooperatista, no pudo llegar a un acuerdo con Obreg?n en relaci?n a ciertas gubernaturas, y fue por ello que abiertamente se inclin? por apoyar la candidatura de Adolfo de la Huerta, entonces secretario de Hacienda. En octubre, y a instancias de los cooperatistas, se cre? el Comit? Pro De la Huerta; tras mu chos titubeos, el secretario de Hacienda abandon? su puesto en el gabinete y acept? ser el candidato de oposici?n. Sin embargo, De la Huerta y sobre todo sus partidarios, entre los que se encontraban importantes jefes militares con man do de tropa, consideraron in?til esperar hasta las elecciones
para reclamar el poder ?sab?an de antemano que los re sultados oficiales ir?an en su contra?, y al finalizar noviembre
y en los primeros d?as de diciembre se inici? una rebeli?n
militar a cuyo frente, aunque s?lo de manera formal, se encontraba De la Huerta. El 7 de diciembre, en un mensaje radiado desde Veracruz, el l?der rebelde acus? a su coterr? neo, Obreg?n, de haber provocado la nueva lucha civil por
haber violado reiteradamente la voluntad popular en los
comicios de San Luis Potos?, Michoac?n, Zacatecas y Coahui la, adem?s de tratar de imponer por la fuerza la candidatura "antipopular" de Calles, cuyo fin ?ltimo era preparar su reelecci?n en 1928. En realidad este movimiento rebelde nada tuvo que ver con la democracia. Se trat?, b?sicamente, de un conflicto por el ejercicio del poder entre los jefes militares del nuevo r?gimen, sin mayor contenido ideol?gico o social. Para el mes de marzo de 1924, Obreg?n y sus generales
hab?an quebrado la espina dorsal de la rebeli?n v Calles pudo iniciar su campa?a electoral de manera formal. Fue entonces cuando surgi? el Centro Director de la Campa?a Pro Calles, en el cual se encontraba representado no s?lo
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el PSS sino tambi?n el Partido Laborista y el Partido Na cional Agrarista, este ?ltimo formado en 1920 por civiles afiliados al zapatismo. La coalici?n que apoy? a Calles ten?a la representaci?n de las principales organizaciones de tra
bajadores que entonces exist?an en el pa?s. Surgi? as? la ima gen de un Calles radical, con simpat?as por el socialismo y que por un tiempo caus? intranquilidad entre ios hacendados y los inversionistas extranjeros.
La derrota de los delahuertistas marc? el final del Par tido Cooperatista, que a su vez, hab?a sido instrumento decisivo en la destrucci?n del Partido Liberal Constitucio nalista. La campa?a electoral de 1924 tampoco signific? la confrontaci?n de corrientes pol?ticas diversas, sino que sim
plemente fue la reafirmaci?n de Calles como el sucesor de Obreg?n. Igual que en 1920, el candidato oficial no se encontr? enteramente solo en el escenario pol?tico sino que
surgi? un "rival" con el cual fue posible cruzar espadas
sin temor a ninguna derrota. En realidad, el general ?ngel
Flores, ex gobernador de Sonora, y su Uni?n Patri?tica
Electoral, no fueron nunca contendientes con posibilidades de triunfo. Para algunos observadores, el verdadero prop? sito de la presencia de Flores en la arena electoral fue pro porcionar la apariencia de una campa?a democr?tica en cir cunstancias donde sencillamente no hab?a posibilidades de
selecci?n.28 Los comicios se llevaron a cabo como estaba
previsto, aunque no sin que se registraran algunos inciden tes violentos entre las facciones rivales. El resultado final debi? sorprender a muy pocos. Calles obtuvo 1 340 634 votos (84%) en tanto que el general Flores recibi? apenas 252 599; esta vez el candidato oficial triunf? por un margen menos
espectacular y por ello m?s realista que el de sus prede
cesores.29
28 Dulles, 1961, p. 265.
29 Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 289.
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1928: Una reelecci?n frustrada
Como ya se apunt?, desde 1923 De la Huerta acus? a
Obreg?n de estar preparando su reelecci?n para 1928. Esta predicci?n debi? basarse, entre otras cosas, en una obser vaci?n bastante obvia: la incompatibilidad entre la natura leza del liderato personalista y caudillista de la Revoluci?n en esos a?os y la estructura legal-institucional que se pre tend?a dar al sistema. La preeminencia pol?tica de Obreg?n era tal, que se mantuvo incluso despu?s de dejar el cargo presidencial, pero tambi?n resultaba claro entonces que si este liderato pol?tico iba a persistir, era necesario que el gran caudillo sonorense no se alejara permanentemente de
lo que era el centro natural de todo el sistema de poder
que estaba surgiendo en M?xico: la Presidencia. Ahora bien, ?sta no era una tarea f?cil, ya que en el origen de la Revo luci?n y por lo tanto de su legitimidad, se encontraba el
principio maderista de la no reelecci?n. Es quiz? por ello que muy temprano en la administraci?n de Calles, des
de 1926, empezaron a actuar grupos y fuerzas interesadas en asegurar que no habr?a reelecci?n. El Presidente llam? enton ces a la formaci?n de una "Alianza de Partidos Socialistas", para iniciar el proceso de consolidaci?n de los innumerables partidos que exist?an entonces, muchos de ellos s?lo en mem brete. El objetivo de Calles era dar forma, desde el gobier
no, a una organizaci?n permanente que preparara la can
didatura oficial en 1928 y las futuras. Era el principio del partido oficial. Sin embargo, los acontecimeintos se preci pitaron y este intento por unir en una sola organizaci?n a las fuerzas que apoyaban al gobierno, debi? de esperar. La acci?n de quienes buscaban un candidato viable para suceder a Calles y que no fuera Obreg?n, se empez? a cen trar desde ese mismo a?o de 1926 alrededor de dos figuras importantes del propio "grupo de Sonora": los generales Arnulfo R. G?mez, jefe de las operaciones militares en Vera cruz, y Francisco R. Serrano, el joven secretario de Guerra.
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A G?mez se le identific? con las preferencias de Calles en tanto que a Serrano con las de Obreg?n. Una nueva cuar teadura en la estructura de la elite del poder se empez? a dibujar, pero lo que pudo ser el germen de un bipartidismo pronto se transform? en una alianza de hecho entre los dos
candidatos militares. La raz?n de la alianza de Serrano y G?mez fue el hecho de que, pese a la oposici?n inicial de
Morones y de los laboristas, el Congreso termin? por acep
tar el 22 de enero de 1927 una modificaci?n al p?rrafo
segundo del art?culo 83 constitucional, que abr?a la posibi lidad de la reelecci?n para el cargo de presidente por una sola vez y siempre y cuando ?sta no fuese inmediata. Al a?o siguiente se elimin? el l?mite que s?lo permit?a una reelec ci?n aunque se mantuvo la necesidad de que ?sta no fuera
inmediata; adem?s, a partir de ese a?o, el per?odo presi
dencial se volvi? a extender de cuatro a seis a?os. Para todos
qued? claro que Obreg?n, con el respaldo de Calles, se pro pon?a volver a ocupar la silla presidencial y quiz? por varias veces m?s. Sin embargo, las ambiciones presidenciales que
ya se hab?an despertado en otros no desaparecieron sino que se agudizaron.
Las fuerzas antiobregonistas empezaron a tomar forma. Vito Alessio Robles reactiv? al Partido Nacional Antirreelec
cionista con todo su legado maderista y el 23 de junio
de 1927 se pronunci? en favor de la candidatura del general Arnulfo R. G?mez. Serrano, por su parte, propici? la crea ci?n de un Partido Nacional Revolucionario para respaldar su propia candidatura. Finalmente, Alvaro Obreg?n anunci?
formalmente el 26 de junio lo que ya se esperaba: que ?l
ser?a el candidato oficial en la pr?xima contienda electoral. El general Aar?n S?enz qued? al frente del Centro Director Obregonista, organismo c?pula que coordinar?a la campa?a del caudillo. El Partido Laborista, sin mucho entusiasmo, y el Partido Nacional Agrarista con mucho m?s, se sumaron al bando obregonista. Durante julio y agosto, serranistas y gomistas atacaron al un?sono y con br?o a Obreg?n y a los suyos por "corruptos" y traidores al "esp?ritu de la Revo
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luci?n". Las bater?as de los obregonistas contestaron mote
jando a sus opositores de representantes acabados de la
"reacci?n", sin importar que apenas meses antes hubieran ocupado puestos clave en el gobierno. La campa?a electoral no tard? en sufrir un cambio radi cal, mismo que ya era esperado por Obreg?n y Calles, entre otros. El cambio se debi? a que Serrano y G?mez, siguiendo ejemplos anteriores, decidieron dejar a un lado los enfren tamientos verbales para pasar al terreno de los hechos. En octubre los dos generales opositores intentaron combinar fuerzas para dar un golpe militar pero ?ste fracas?. Serrano fue hecho prisionero de inmediato en Cuernavaca y fusi lado sin mayores formalismos junto con pr?cticamente todos sus acompa?antes; G?mez, despu?s de una serie de acciones de poca monta en Veracruz, fue tambi?n hecho prisionero, juzgado sumariamente y fusilado. A partir del triunfo del gobierno sobre los golpistas, la reelecci?n de Obreg?n qued? plenamente asegurada, aunque el ambiente pol?tico sigui? tenso, entre otras cosas porque las fricciones entre los laboristas de Morones y Obreg?n continuaron. Por otro lado, la oposici?n armada de los re beldes cristeros, cuya lucha se hab?a iniciado en 1926, parec?a constituir un problema sin soluci?n ?ninguno de los con tendientes pod?a eliminar al otro? que segu?a mermando los recursos materiales y pol?ticos del r?gimen. Obreg?n y su
organizaci?n fueron blanco de varios atentados perpetrados por cat?licos, pues ?stos supon?an que el caudillo sonorense continuar?a la pol?tica antieclesi?stica de Calles. Fue en este
ambiente que se celebraron las elecciones del l9 de julio
de 1928. Para presidente y legisladores federales. Obreg?n era el candidato ?nico y su triunfo fue absoluto: 1 670 453 votos para ?l y ninguno para nadie m?s.30 Las ?nicas pro testas que hubo ante un triunfo formal tan aplastante, par tieron de algunos de los candidatos a diputados y senadores que no tuvieron el aval del gobierno, pero nada m?s.31 30 Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 290. 31 Excelsior (10, jun. 1928).
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El general Obreg?n nunca lleg? a ocupar por segunda vez la Presidencia, pues a los pocos d?as de haber logrado su triunfo electoral, el 17 de julio, y durante un acto en que se celebraba su victoria, fue asesinado por un militante cat?lico, y con su muerte todo el sistema pol?tico pareci? sumirse en una crisis de liderazgo. En tanto que el Presi dente y los otros l?deres pol?ticos y militares negociaban una soluci?n sustantiva al vac?o creado por la desaparici?n del caudillo, Calles logr? que de momento se aceptara a Emilio Portes Gil, un h?bil pol?tico tamaulipeco y l?der del Partido Socialista Fronterizo, como presidente provisio
nal. Portes Gil fue electo por el Congreso el 25 de septiembre de 1928 por 277 votos y dos abstenciones; estas ?ltimas fueron
muy significativas, pues se trat? de Aurelio Manrique y de Antonio D?az Soto y Gama, dos de los principales dirigentes del Partido Nacional Agrarista. Desde ese momento qued? claro que el liderato de Calles no iba a ser aceptado f?cil mente por todos los antiguos obregonistas. 1929: Un candidato desconocido y un partido poderoso La aceptaci?n de Portes Gil eomo presidente provisional
signific? una tregua en la lucha que divid?a a la familia
revolucionaria, pero de ninguna manera la soluci?n defini
tiva de ese problema. La prueba de fuego de la coalici?n
gobernante ser?a la selecci?n del presidente constitucional que deber?a completar el sexenio para el cual se hab?a ele gido a Obreg?n; la celebraci?n de estos nuevos comicios se fij? para el 20 de noviembre de 1929. El presidente Calles, sobre quien reca?a la sospecha ?in fundada? de ser el autor intelectual del asesinato de Obre g?n, procedi? con rapidez y habilidad. En su ?ltimo informe al Congreso, el 10 de septiembre de ese a?o de 1928, propuso como paso necesario y fundamental para superar la crisis del caudillismo en general, lo que ya hab?a esbozado en 1926: la formaci?n de un gran partido oficial que sirviera de base
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institucional para la continuidad del r?gimen de la Revo luci?n. Casi inmediatamente despu?s de entregar la banda
presidencial a Portes Gil, el 10 de diciembre, Calles hizo saber que se hab?a iniciado la organizaci?n de un comit? que preparar?a un proyecto de estatutos que servir?an de
base al nuevo partido oficial. Este comit? qued? formado, adem?s de Calles, por Aar?n S?enz, Luis L. Le?n, Manuel
P?rez Trevi?o, Basilio Badillo, Bartolom? Garc?a, Manlio
Fabio Altamirano y David Orozco. Lo que Calles pretend?a era aprovechar la crisis para dar forma y estructura perma nentes a la coalici?n de todos los partidos y agrupaciones "revolucionarios" existentes. La meta formal del nuevo par tido era poder defender con ?xito en el campo electoral el derecho de los "revolucionarios" a gobernar por ser ellos la corriente mayoritaria; sin embargo, la verdadera meta ten?a menos que ver con las actividades electorales en cuanto tales ?se daba por descontado que el gobierno seguir?a im
poniendo sus candidatos? y m?s con la necesidad de esta
blecer un mecanismo que disciplinara los procesos internos
de la "familia revolucionaria". Calles no se qued? mucho tiempo al frente de los organizadores del partido, pues el 8 de diciembre ?despu?s de un enfrentamiento entre Portes
Gil y Morones?, anunci? su retiro "a la vida privada". En realidad el ex presidente simplemente dej? el puesto formal
de jefe del partido oficial para no verse envuelto en los
m?ltiples problemas cotidianos, poder estar por "encima" de ellos, y consolidar una posici?n de arbitro final, inapelable,
y eje del sistema pol?tico; claro que para ello necesitar?a
neutralizar la fuerza del centro natural del poder en M?xico: la Presidencia.
Mientras los organizadores del partido oficial, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), preparaban la primera con
venci?n nacional para principios de marzo de 1929, y en
donde deber?an de aprobarse los estatutos y seleccionar al
candidato a la Presidencia, Calles logr? que todos los ge
nerales con mando de tropa aceptaran permanecer en sus puestos, con lo cual quedaron constitucionalmente impedidos
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para ser candidatos en las pr?ximas elecciones. Con esta
medida, la notable disciplina que habr?a de caracterizar al partido en el futuro empezaba a gestarse. Sin embargo, y por fuera de este c?rculo que rodeaba a Calles, se empezaron a mover fuerzas que desafiar?an sus directrices. Desde diciem
bre de 1928, Gilberto Valenzuela, signatario del Plan de
Aguaprieta y ex secretario de Gobernaci?n de Calles, hab?a iniciado la organizaci?n de antiguos obregonistas desconten tos con las "imposiciones" de Calles. Para febrero de 1929 Valenzuela era ya candidato independiente a la Presidencia y su ret?rica anticallista colore? el ambiente. Valenzuela no se moder? en su lenguaje y en repetidas ocasiones cali fic? a Calles de "Borgia", cobarde, corrupto, nefasto y de
otras cosas por el estilo.32 Las pasiones parec?an desbor darse.
Valenzuela no fue el ?nico miembro de la "familia revo
lucionaria" que se lanz? a la contienda electoral en calidad de opositor, tambi?n lo hizo el general Antonio I. Villarreal,
quien por un tiempo fuera secretario de Agricultura de
Obreg?n, pero que termin? como partidario de De la Huer ta en 1923. Finalmente estaba Jos? Vasconcelos, el din?mico secretario de Educaci?n de Obreg?n, pero que hac?a tiempo, y en relaci?n a la gubernatura de Oaxaca, hab?a roto lanzas con el caudillo y con Calles. En los tres casos se trat? de una oposici?n abiertamente anticallista pero dentro de ese amplio y difuso mundo que constitu?a "la Revoluci?n". En realidad la ?nica oposici?n fuera de esta corriente provino
del Partido Comunista, que postul? al general Pedro Ro
dr?guez Triana, pero esta candidatura fue puramente sim b?lica pues su capacidad de movilizaci?n era muy limitada. En realidad la oposici?n electoral no debi? de preocupar mucho a Calles y los suyos, para ellos el peligro real e in mediato lo constitu?a un grupo de militares con mando de
tropa, que a cada oportunidad reafirmaban su lealtad al
gobierno, pero en realidad parec?an decididos a enfrentarse 32 Dulles, 1961, p. 416.
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a Calles y a Portes Gil por la v?a m?s expedita: la rebeli?n. Desde diciembre de 1928 empezaron sus preparativos para asaltar el poder los generales Jos? Gonzalo Escobar, Fausto Topete, Jes?s M. Aguirre, Francisco Manzo, Marcelo Caraveo y Roberto Cruz, entre otros. Sus planes, aunque secretos,
no lo fueron tanto que impidieran que Calles y el Presi
dente los llegaran a conocer casi desde el principio. Mientras los militares desafectos daban forma a su pro yecto de sublevaci?n, la organizaci?n del PNR segu?a ade
lante con la filiaci?n de centenares de partidos ?en su mayor?a locales? a la gran "alianza revolucionaria"; la no table excepci?n en este proceso era el Partido Laborista. La mayor?a de los enterados de la marcha de la pol?tica palaciega daban por sentado que Aar?n S?enz ser?a el can didato del nuevo partido oficial, aunque algunos debieron
de haber tomado nota de que el ingeniero y general Pascual Ortiz Rubio, antiguo gobernador de Michoac?n y hasta hac?a
poco ministro de M?xico en Brasil, hab?a llegado al pa?s, pero no hab?a asumido ning?n puesto en el gabinete de
Fortes Gil como se hab?a supuesto; te?ricamente Ortiz Rubio
pod?a aspirar a la postulaci?n oficial. Ciertamente que el michoacano carec?a de cualquier base propia de poder, pero ese era precisamente lo que pod?a resultar atractivo para Calles, pues en caso de llegar a la Presidencia, la capacidad de acci?n de Ortiz Rubio depender?a en gran medida del
apoyo que le dieran el sonorense y quienes le rodeaban. Sin embargo, y por el momento, la candidatura de S?enz parec?a asegurada. La campa?a pol?tica sigui? adelante. Valenzuela busc? el apoyo de aquellos obregonistas que no hab?an podido o querido llegar a un arreglo con Calles. Villarreal, apenas si cont? con apoyos de su estado natal, Nuevo Le?n, donde surgieron organizaciones como el Centro Antirreeleccionista
de Nuevo Le?n o el Partido Social Republicano. Vascon
celos, por su parte, busc? y logr? dar forma a una coalici?n m?s amplia y con ramificaciones en todo el pa?s. Las orga
nizaciones c?pula del vasconcelismo ?en donde abundaron
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los j?venes universitarios? fueron el Frente Nacional Re novador y el Comit? Orientador Pro Vasconcelos, a cuyo frente se encontraban Octavio Medell?n Ostos y Abraham
Arellano respectivamente; a estas dos organizaciones se uni? una tercera, aunque m?s peque?a, de origen maderista: el Centro Revolucionario de Principios. M?s adelante, y cuando la campa?a electoral se encontraba en un punto ?lgido, Vas concelos fue designado tambi?n candidato del Partido Na cional Antirreeleccionista, donde hab?a un buen grupo de pol?ticos profesionales.33
Al iniciarse el mes de marzo de 1929, los delegados a la convenci?n constitutiva del PNR en Quer?taro fueron noti
ficados por los representantes de Calles que, pese a que
apenas unos d?as atr?s la mayor?a de ellos se hab?an mani festado "s?lidamente" en favor de la candidatura de S?enz, ahora deber?an otorgar su voto a quien para ellos era casi un desconocido: Pascual Ortiz Rubio; as? lo hicieron y el PNR volvi? a dar muestras de una disciplina ejemplar.34 S?enz y sus partidarios m?s cercanos abandonaron la asam blea haciendo estruendosas pero vagas acusaciones contra los dirigentes del partido, pero a fin de cuentas aceptaron el hecho y m?s tarde se reintegrar?an al PNR para ser recom pensados con cargos administrativos y favores gubernamen tales.
Justamente cuando se negociaba y formalizaba la exis tencia del PNR en Quer?taro, estall? la tan esperada y te mida revuelta militar, encabezada por el general Gonzalo Escobar. El gobierno federal debi? entonces de hacer frente tanto a la sublevaci?n de una parte sustancial del ej?rcito como a la persistente rebeli?n cristera y a la lucha electoral.
En este ?ltimo campo la oposici?n qued? muy pronto re 33 La naturaleza de las organizaciones vasconcelistas se encuentra
bien presentada en Dulles, 1961, pp. 419-420; Skirius, 1978,
pp. 104-108. 34 En relaci?n a los procesos que llevaron a la formaci?n del PNR y a la designaci?n de Pascual Ortiz Rubio como candidato ofi cial, v?ase a: Meyer, Lajous y Segovia, 1978, pp. 36-63.
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ducida a Pedro Rodr?guez Triana y a Vasconcelos, pues Valenzuela se uni? a los rebeldes escobaristas y Villarreal abandon? el campo. Sin embargo, lo que perdi? en el n? mero de candidatos opositores se gan? en calidad y entu
siasmo, pues el vasconcelismo pudo movilizar a grupos cada vez m?s numerosos, sobre todo en las ciudades. Los militares rebeldes, como era natural y acostumbrado en esos casos, trataron de legitimar su levantamiento acu
sando a Calles de ser el "Judas de la Revoluci?n" y de
preparar una maniobra imposicionista y antidemocr?tica para burlar en las elecciones la voluntad del pueblo. En realidad,
la acci?n de los militaristas era otra vez una lucha perso nalista y por el ejercicio del poder, sin ning?n programa alternativo frente al gobierno. Para abril, la derrota de los insurrectos era un hecho consumado y la pacificaci?n del
pa?s avanz? a?n m?s con el acuerdo a que llegaron en junio el gobierno y la Iglesia y que puso punto final a la
rebeli?n cristera. El gobierno pudo entonces concentrar sus energ?as en hacer una movilizaci?n popular para transformar
a Ortiz Rubio en un candidato viable. La campa?a de Vas
concelos, por su parte sigui? generando entusiasmo genuino de sus j?venes activistas, tuvo una participaci?n notable de
las mujeres ?Vasconcelos apoyaba el sufragio femenino?
y un tema recurrente: la necesidad de un cambio profundo en la moral pol?tica y social de M?xico, corrompida al ex tremo por Calles y quienes le rodeaban. As? pues, la oposi ci?n desarroll? una campa?a de notable contenido ?tico.35 Aunque en repetidas ocasiones Portes Gil afirm? el prop? sito de su gobierno de respetar escrupulosamente los derechos
de la oposici?n, la verdad es que la acci?n de los vascon
celistas se vio sistem?ticamente hostigada por las autoridades;
los actos masivos de los vasconcelistas en por lo menos ocho estados y en la propia capital de la Rep?blica fueron blanco de una violencia que incluso lleg? al asesinato.36 35 Skirius, 1978, pp. 207-220; Excelsior (7, oct. 1929). 36 Excelsior (11 nov. 1929).
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Los recursos de los contendientes resultaron ser, como en
el pasado, bastante desiguales. Los fondos del vasconcelismo provinieron b?sicamente de colectas populares y de algunas donaciones de personas acomodadas, como fueron Manuel
G?mez Mor?n, Federico Gonz?lez de la Garza o Luis Ca brera.37 Los recursos del PNR, en cambio, los facilitaron las autoridades locales as? como una deducci?n salarial a la
burocracia gubernamental que decret? Portes Gil equiva lente a siete d?as de sueldo por a?o. Vasconcelos y los dirigentes de su campa?a no parecieron haber abrigado muchas esperanzas en relaci?n al respeto que las autoridades habr?an de mostrar por el sufragio, y desde julio empezaron a trazar planes ?bastante vagos por cierto
para iniciar una rebeli?n una vez que el proceso electoral desembocara en el fraude previsible.38 Como la campa?a, y a pesar de la abrumadora presencia del ej?rcito y la poli c?a en las calles, las elecciones tambi?n se vieron marcadas por la violencia; s?lo en la ciudad de M?xico se reportaron
nueve muertos y diecinueve heridos. Los resultados oficiales fueron rechazados por los vascon celistas, quienes los calificaron de fraudulentos. Y no cabe duda que hab?a razones para ello. De acuerdo con los c?mpu tos oficiales, el casi desconocido y poco carism?tico Ortiz
Rubio recibi? m?s del 93% de los 2 082 106 sufragios emi
tidos, en tanto que a Vasconcelos, que era una figura p?blica de prestigio nacional e internacional y a cuyos m?tines en la ciudad de M?xico hab?an acudido m?s de cien mil perso nas, s?lo se le atribuy? nacionalmente la peque?a cantidad de 110 979 votos.39 La respuesta de los derrotados fue el "Manifiesto de Guaymas" del 10 de diciembre de 1929. En ese documento, el ex secretario de Educaci?n asegur? que hab?a sido v?ctima de un gran fraude electoral, y acus? tanto 37 Dulles, 1961, p. 472. 38 Dulles, 1961, p. 472.
39 Las cifras electorales se encuentran en Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 291; los alegatos del fraude electoral, en Skirius, 1978, pp. 165-166.
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a Calles como al embajador norteamericano de haberle arre batado la presidencia; el documento conclu?a con un apasio nado llamado a sus partidarios para acudir a las armas como la ?nica v?a para hacer respetar la voluntad popular. Vascon celos, que se design? a s? mismo "presidente electo", sali? del pa?s en espera de que un levantamiento m?s o menos espont?neo hiciera lo que no pudieron ni los militares esco baristas ni los cristeros: arrancar por la fuerza el poder a
Calles.40 Obviamente la "revoluci?n vasconcelista" nunca tuvo lugar y Ortiz Rubio asumi? la presidencia constitucio nal el 5 de febrero de 1930. El ingeniero y general michoacano disfrut? poco de su nuevo poder. En primer lugar, su legitimidad no era mucha, y en segundo lugar fue v?ctima de un atentado inmediata
mente despu?s de la ceremonia de inauguraci?n. Cuando recuper? la salud, encontr? que el control de su gabinete ?y por ende de todo el proceso pol?tico que supuestamente correspond?a al presidente? estaba en manos de Calles. Esta diarqu?a, y la crisis econ?mica mundial que tuvo lugar en tonces dieron lugar a una serie constante de crisis y contra
dicciones en la c?pula del poder que desembocaron en la renuncia de Ortiz Rubio a su cargo el 2 de septiembre de 1932. Con la venia de Calles, el Congreso design? en
tonces al general Abelardo L. Rodr?guez, a la saz?n secre tario de Industria, Comercio y Trabajo, para que completara
los dos a?os y tres meses que a?n faltaban para concluir
el sexenio. Rodr?guez, adem?s de ser un empresario pr?spero,
era un hombre de la plena confianza de Calles. El nuevo
presidente se concentr? en la tarea de administrar el pa?s en tanto que Calles, tras bambalinas sigui? tomando las de cisiones pol?ticas b?sicas. Las crisis pol?ticas casi desapare cieron, la econom?a empez? a recuperarse y el mundo pol?tico
recobr? cierta calma. Fue en estas circunstancias que el pa?s
lleg? a 1933, momento en que el problema de la sucesi?n
presidencial volvi? a sacudir a los pol?ticos profesionales. 4? Excelsior (3, die. 1929).
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1934: Una elecci?n anodina y un sexenio espectacular En marzo de 1933 y a iniciativa del PNR, o sea de Calles,
el Congreso aprob? una enmienda a la Constituci?n en virtud de la cual se volv?a a poner en vigor el principio de la no reelecci?n para los cargos de presidente y gober
nador. Para ese momento la precampa?a en el seno del par tido oficial se hab?a iniciado abiertamente. Los aspirantes a recibir el respaldo del PNR ?y de Calles? eran realmente
dos, ambos generales y personas muy cercanas al "Jefe
M?ximo". Se trataba en un caso, de Manuel P?rez Trevi?o, en
ese momento presidente del PNR y pieza clave en todas las maniobras que le hab?an dado a Calles el control pol?tico del pa?s tras la desaparici?n de Obreg?n. El otro era L?zaro C?rdenas del R?o, quien como joven oficial y jefe revolu cionario hab?a servido a las ?rdenes directas de Galles, siendo m?s tarde gobernador de Michoac?n, por breve tiempo pre sidente del PNR, y finalmente secretario de Guerra en el gabinete de Abelardo Rodr?guez.
P?rez Trevi?o hab?a hecho la parte sustancial de su
carrera fuera del ej?rcito, en los corredores de palacio, en tanto que C?rdenas se hab?a concentrado en las actividades militares, por lo tanto ten?a un mayor conocimiento que
su rival del ej?rcito y contaba con el apoyo de un buen
n?mero de generales y jefes. P?rez Trevi?o ten?a en su favor,
en cambio, lo que empezaba a delinearse como la buro cracia pol?tica de la Revoluci?n. La actuaci?n pol?tica de
C?rdenas, sobre todo en Michoac?n, mostraba la preferencia de este joven general por cimentar su acci?n en organizacio
nes masivas de campesinos y obreros, en tanto que P?rez Trevi?o se inclinaba m?s por una pol?tica de elites de ex clusi?n de las masas y de aceptaci?n del statu quo, precisa mente lo que favorec?an los llamados "veteranos de la Revo luci?n". Obviamente, aquellos cuadros pol?ticos intermedios que hab?an basado su acceso a los c?rculos del poder en la organizaci?n de masas, en especial campesinas, y que por
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tanto ve?an en ?stas y en la reforma agraria la mejor ma nera de consolidar y mejorar tanto su posici?n como la del grupo revolucionario en su conjunto, consideraron a C?r
denas su mejor opci?n. Fue por ello que Portes Gil, con apoyo de Saturnino Cedillo, el poderoso cacique de San
Luis Potos?, y en uni?n de otros miembros del ala "agraris ta" del PNR, organizaron la Confederaci?n Campesina Mexi cana y empezaron a sumar activa y abiertamente apoyos para C?rdenas ante Calles.41 Desde luego que no fueron ?stos los ?nicos pronunciamientos en favor de C?rdenas; en el corto
plazo quiz? fueron otros los decisivos, en especial el del hijo del "Jefe M?ximo" y gobernador de Sonora, Rodolfo
Elias Calles. Otros gobernadores, en cambio, se pronunciaron
en favor de P?rez Trevi?o y en el seno del Congreso se formaron claramente dos bloques: uno cardenista y otro pe.reztrevi?ista. La abierta toma de posiciones de la elite
gobernante hizo que una vez m?s el sistema experimentara una gran tensi?n, aunque afortunadamente esta vez el ej?r cito como tal se mantuvo al margen. El 12 de mayo de 1933, P?rez Trevi?o renunci? a la presidencia del PNR y se lanz? de lleno a organizar sus apoyos; tres d?as m?s tarde C?rdenas hizo lo mismo en relaci?n a la Secretar?a de Guerra. Calles
no pod?a retardar mucho una toma de posici?n. En efecto, el "Jefe M?ximo" hizo saber entonces a sus allegados que
C?rdenas ser?a el mejor candidato del PNR. Una calma
chicha retorn? a los c?rculos gobernantes, P?rez Trevi?o acep t? la decisi?n y retir? su precandidatura y de la noche a la ma?ana pr?cticamente todo el mundo pol?tico oficial se de clar? cardenista.
Despejada la inc?gnita de qui?n ser?a el candidato oficial,
el Presidente, con la aprobaci?n de Calles, pidi? a varios miembros del gabinete su cooperaci?n para la elaboraci?n 41 En torno a la gestaci?n de la candidatura presidencial del ge neral L?zaro C?rdenas, se puede ver, entre otros: Meyer, Lajous y Segovia, 1978, pp. 273-292; Falc?n, 1978, pp. 375-384; Gonz?lez y Gonz?lez, 1979, pp. 232-233; Hern?ndez, 1979, pp. 33-38.
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de un proyecto de plataforma pol?tica para el candidato del PNR ?el famoso "Plan Sexenal"?, mismo que deber?a ser sometido a la segunda convenci?n del partido que se reunir?a en el Teatro de la Rep?blica en Quer?taro en di ciembre para aprobar los objetivos del pr?ximo gobierno
y despu?s "seleccionar" a su candidato. De hecho, dentro y fuera de los c?rculos gubernamentales se esperaba que los delegados propusieran a la asamblea.42 El 6 de agosto, y de acuerdo a los estatutos, se celebraron en todo el pa?s eleccio nes primarias multitudinarias internas del PNR para elegir a nivel municipal a los delegados del partido a las conven ciones estatales; una vez hecho esto, las convenciones esta tales designaron a sus representantes para la convenci?n nacional del 3 de diciembre. Desde luego, todos los seleccio nados se declararon en favor de C?rdenas, aunque nadie, fuera de Calles, pod?a estar plenamente seguro de que no habr?a un cambio de ?ltima hora tal y como hab?a ocurrido en marzo de 1929. Sin embargo esta vez no hubo sorpresas, el "Plan Sexenal", con modificaciones que lo hicieron m?s radical ?apoyaba una reforma agraria sustantiva, el rescate de los recursos naturales as? como una acci?n obrera mili tante? fue aprobado y C?rdenas ?propuesto directamente
por Manuel P?rez Trevi?o? fue el candidato un?nime de los delegados.43
La oposici?n al PNR no cont? esta vez con ning?n Vas concelos, lo cual no impidi? que ciertas fuerzas externas al PNR se movilizaron durante la elecci?n. Para empezar, el Partido Laborista hab?a celebrado desde junio una con venci?n para seleccionar su candidato; entre los postulados se encontraron el propio l?der del partido, Luis N. Morones, el coronel Adalberto Tejeda, conocido por su acci?n radical agraria cuando fue gobernador de Veracruz, el general y l?der obrero Celestino Gasea y el propio general C?rdenas.
En un rasgo de realismo, y pese a las diferencias de ese partido con Calles, los laboristas designaron como su can *2 Excelsior (3, die. 1933). 43 Excelsior (7, die. 1933).
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didato a C?rdenas. Sin embargo, este pragmatismo no fu? com?n a todos. Para octubre, el coronel Tejeda hab?a sido
declarado candidato del peque?o Partido Socialista de las
Izquierdas, en tanto que los antirreeleccionistas, que ya ha b?an roto con Vasconcelos, se inclinaron primero por hacer su candidato a Luis Cabrera pero finalmente respaldaron al eterno opositor: Gilberto Valenzuela; desafortunadamente
la participaci?n de Valenzuela en el levantamiento esco barista le impidi? el retorno al pa?s y por tanto los anti reeleccioriistas se quedaron finalmente sin candidato. Otro disidente de la "familia revolucionaria", el general Antonio Villarreal, fue postulado por otra organizaci?n min?scula: la Confederaci?n Revolucionaria de Partidos Independien tes. Los nombres de Enrique Colunga y Aurelio Manrique simplemente circularon entre algunos c?rculos de oposici?n
pero nada m?s.44 Desde diciembre de 1933 C?rdenas se lanz? a una cam pa?a electoral intensa y extensa, en donde puso el acento en los aspectos m?s progresistas del "Plan Sexenal", es decir, la necesidad de reivindicar el control de los recursos nacio
nales de manos extranjeras, hacer del ejido la forma prin cipal de propiedad en el campo, respetar y apoyar los dere chos sindicales y las demandas del movimiento obrero, ca nalizar recursos estatales a las cooperativas y acelerar los programas educativos respetando los lincamientos de la lla mada "educaci?n socialista". Es muy probable que la pr?dica cardenista de estos meses haya convencido a muy pocos. Los dirigentes de la Uni?n General de Obreros y Campesinos
de M?xico, por ejemplo, enfrascados en una pol?tica de agitaci?n para consolidar un espacio pol?tico frente al capi tal y al gobierno, no vieron en C?rdenas sino a un simple representante de Calles y en el "Plan Sexenal" un proyecto fascista.
En este ambiente de falta de una oposici?n real, d?
entusiasmo y de predicciones de "seis a?os m?s de lo mis 44 Excelsior (8, die. 1933).
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mo", de cierta agitaci?n laboral y campesina, y de una defensa abierta del statu quo por Calles y sus seguidores m?s cercanos, tuvieron lugar las elecciones de julio de 1934. El PNR hab?a "prometido" m?s de un mill?n de votos para C?rdenas y cumpli? con creces.45 De acuerdo con los c?mpu tos oficiales, el general C?rdenas recibi? 2 225 000 votos, en
tanto que a Villarreal se le atribuyeron 24 395 a Tejeda
16 037 y a Laborde la insignificante cifra de 539.46 Sin em bargo, y ante la sorpresa de muchos, C?rdenas de inmediato puso en marcha pol?ticas de masas similares a las que hab?a seguido en Michoac?n, lo que le llev? a consolidar el apoyo
de los grupos agraristas y ganar en poco tiempo el del
movimiento obrero militante. Al finalizar 1935, el Presidente
hab?a logrado deshacerse de Calles y sus incondicionales, acumular un poder pol?tico sin precedentes e iniciar una serie de reformas socioecon?micas, que terminaron por al terar sustancialmente la estructura social y pol?tica de M?xico
en un lapso muy corto.
1940: Entre moderados y conservadores... un fraude
De mediados de 1935 a principios de 1938, los carde nistas alentaron la organizaci?n y acci?n obreras y elimi naron a la hacienda como la estructura dominante del agro mexicano y en su lugar colocaron al ejido, en particular el colectivo, y a la peque?a propiedad; tambi?n dieron for ma a las dos grandes organizaciones de masas que iban a caracterizar al M?xico del futuro: La Confederaci?n de Trabajadores de M?xico (CTM) y la Confederaci?n Nacio nal Campesina (CNC) ; transformaron al PNR en el Par tido de la Revoluci?n Mexicana (PRM) al que organizaron con bases corporativas; finalmente expropiaron a la indus tria petrolera, hasta ese momento totalmente en manos ex *s Excelsior (2, jun. 1934). 46 Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 292.
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tranjeras. Fue as? como la Revoluci?n Mexicana lleg? a su momento cumbre. En todo este proceso C?rdenas y los suyos hab?an sido el factor decisivo de liderazgo y de formu laci?n de las demandas de corte popular. Para 1938 llegaron a su l?mite las posibilidades de esta pol?tica, y a partir de
entonces C?rdenas tuvo que hacer frente a una reacci?n creciente en contra de su pol?tica de cambios r?pidos y sus tantivos; esta reacci?n fue acelerada por la crisis econ?mica y pol?tica desatada por la expropiaci?n petrolera. La agita
ci?n tan notable que se desat? a ra?z de la campa?a presi
dencial de 1939-1940, correspondi? exactamente a la profun didad de las reformas que le hab?an precedido y a la reacci?n de los que se consideraron afectados por las mismas. Desde 1938, y como un signo de los problemas crecientes que enfrentaba el proyecto cardenista, el partido oficial ex periment? una verdadera explosi?n de precandidaturas, pues en su seno se empezaron a mover fuerzas lo mismo en favor
de Luis I. Rodr?guez, que de Francisco J. M?jica, Rafael S?nchez Tapia, Juan Andrew Almaz?n, Francisco Castillo N?jera o de Manuel ?vila Camacho. Sin embargo, al fina lizar el a?o, la lista de aspirantes se hab?a reducido a tres:
M?jica, S?nchez Tapia y ?vila Camacho, el resto result? inviable dentro del partido oficial, ya fuere por falta de apoyos o por tener una imagen muy conservadora, como fue el caso del general Almaz?n. Tanto ?vila Camacho como M?jica eran miembros del gabinete ?el primero se cretario de Guerra y el segundo de Comunicaciones? y ambos personas muy cercanas a C?rdenas. Tambi?n lo era
S?nchez Tapia, michoacano y comandante de la primera zona militar. Tanto M?jica como ?vila Camacho hab?an iniciado su carrera revolucionaria en las filas del carran cismo, en tanto que S?nchez Tapia ven?a del maderismo.
Mientras M?jica, tambi?n michoacano, se gan? fama de im petuoso y radical, sobre todo a partir de su papel destacado en el Congreso Constituyente de 1916-1917, ?vila ( imacho, poblano, hab?a seguido un camino m?s lento, menos espec tacular y dentro del ej?rcito. Para 1938 M?jica representaba
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la continuaci?n y profundizaci?n del cardenismo, y por tanto
de la agudizaci?n del conflicto de clases y quiz? internacio nal. ?vila Camacho, en cambio, se identificaba con el centro moderado y ten?a el respaldo tanto del ej?rcito como del
grueso de la "clase pol?tica", y finalmente de Lombardo Toledano y la poderosa CTM, que a esas alturas considera ban m?s prudente consolidar lo ganado que pretender avan
zar en su lucha contra el capital. S?nchez Tapia fue calificado de conservador. Dadas estas circunstancias, C?rdenas dif?cil mente hubiera podido imponer la candidatura de M?jica, en
el supuesto caso de que ese hubiera sido su deseo, de ah? que se pronunciara por ?vila Camacho.47
El 14 de junio de 1939, M?jica anunci? el retiro de su precandidatura, S?nchez Tapia simplemente no acept? la
disciplina del partido y fue nombrado candidato del llamado Centro Unificador, pero sin ninguna probabilidad de triun
fo. A partir de entonces toda la maquinaria del partido
oficial y del gobierno se concentr? en preparar la selecci?n de ?vila Camacho ?formalmente la decisi?n de respaldar a
?vila Camacho a?n estaba por hacerse y depend?a de los cuatro sectores que formaban la estructura del PRM, es
decir, el obrero, el militar, el campesino y el popular, pero de hecho ya se hab?a decidido? y sobre todo en lograr una victoria electoral cre?ble sobre una oposici?n que se mostra ba cada vez m?s beligerante.48 En la convenci?n nacional del PRM del primero de noviembre, y ante la sorpresa de nadie, ?vila Camacho fue designado sin mayores dificulta des, candidato a la presidencia a la vez que se aprob? como su plataforma electoral al "Segundo Plan Sexenal", que en principio no difer?a mucho del primero pero que justamente 47 Para una visi?n sumaria de las posiciones y apoyos pol?ticos a las candidaturas de Francisco J. M?jica y Manuel ?vila Camacho respectivamente, v?ase Michaels, 1971, pp. 80-99; Hern?ndez, 1979,
pp. 137-208. 48 Un examen de este plan, se encuentra en Sol?s, 1975, pp. 27-51.
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por ello el flamante candidato del PRM pronto lo dej? a un lado para poner el acento en aquellos temas que pudieran restar puntos a la oposici?n por coincidir con ella, como eran la b?squeda de concordia y cooperaci?n entre las clases sociales, la necesidad de acelerar los procesos de desarrollo econ?mico, la conveniencia de dar seguridades a la propie dad privada, y desde luego ni una palabra de encomio para la educaci?n socialista. Ni la moderaci?n de ?vila Camacho ni la rama de olivo que ofrec?a a los anticardenistas resultaron suficientes para
neutralizar a la oposici?n conservadora. Esta vez, el go bierno de la Revoluci?n parec?a enfrentarse a una fuerza electoral "sin precedentes", pues no s?lo inclu?a a muchos de los que hab?an apoyado a Vasconcelos, sino tambi?n a un buen n?mero de miembros de la "familia revolucio naria", en especial militares, as? como a cat?licos y a muchos elementos de la clase media bastante influidos por la pro paganda falangista y fascista. Tampoco faltaron obreros y
campesinos descontentos con el liderato que se les hab?a
impuesto; en fin, se trat? de una oposici?n bastante hetero g?nea y activa.49 Esta heterogeneidad se reflej?, por ejem plo, en la selecci?n de los m?todos para enfrentar al gobier no. Para la oposici?n radical, como era el caso del movimiento sinarquista ?en gran parte heredero de los cristeros? la v?a armada y no las elecciones era la forma m?s adecuada para
llegar al poder y purgar a la sociedad mexicana de los
males que le hab?an tra?do "los comunistas y sus seguidores", encabezados seg?n ellos por C?rdenas y Lombardo Toledano. Sin embargo, para otros, b?sicamente cat?licos de clase me dia alta, la acci?n electoral ten?a sentido, no tanto porque creyeran que el gobierno se iba a apegar a las reglas de este
juego, sino por constituir un medio para educar politica mente al pueblo mexicano y eventualmente, sin violencia, hacer aceptable a la sociedad mexicana su visi?n conserva
dora del mundo. ?sta era la verdadera raz?n de ser del 4* Michaels, 1971, p. 101.
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reci?n creado Partido Acci?n Nacional, a cuyo frente se encontraba un brillante y honesto abogado, que por alg?n tiempo hab?a servido a los gobiernos revolucionarios, hab?a sido rector de la Universidad Nacional y para entonces ya estaba muy identificado con las virtudes de la iniciativa pri vada: Manuel G?mez Mor?n.50
Pese a la militancia de los cat?licos, la oposici?n que m?s pareci? preocupar a C?rdenas fue justamente aquella que se estaba desprendiendo de sus propias filas, como era la de los "veteranos de la Revoluci?n", m?s cercanos en su
visi?n pol?tica a Calles y los sonorenses que a C?rdenas.
Desde noviembre de 1938 un grupo de "veteranos" consider?
que hab?a llegado el momento de echar a andar "una cam pa?a pol?tica en contra del Partido Nacional Revolucionario [sic], del general C?rdenas, de los bolcheviques, de los
l?deres, de los gangsters de la pol?tica y de las pretensiones presidenciales de Luis I. Rodr?guez y Lombardo Toledano".51
Con este esp?ritu se cre? en 1939 un "Comit? Revolucio nario para la Reconstrucci?n Nacional", entre cuyos pro
motores se contaban Emilio Madero, el infatigable Gilberto Valenzuela, los generales Ram?n Iturbe, Jacinto Trevi?o, H?ctor L?pez, Marcelo Caraveo, el pintor Dr. Atl, el l?der agrarista Antonio D?az Soto y Gama y otros m?s. Esta or
ganizaci?n no tard? en publicar un manifiesto en donde demandaba respeto a la letra y al esp?ritu de la Consti tuci?n de 1917, y por lo tanto propon?a una pol?tica guber
namental que no fomentara la discordia entre las clases sino que procurara la colaboraci?n entre las mismas para el bien com?n. Su objetivo, seg?n el documento, no era tanto aniquilar al r?gimen como poner fin a la "influen cia comunista" que exist?a dentro del gobierno.52 Para lograr esa meta, el grupo consider? necesario presentar un candidato
independiente. En un principio se pens? que el general 50 Krauze, 1976, p. 321 ss. 51 Mena Brito, 1941, p. 39. ?2 Mena Brito, 1941, p. 59.
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Joaqu?n Amaro ser?a la persona m?s adecuada, pero final mente las opiniones convergieron en otro general de quien se ten?a la imagen de l?der en?rgico, militar competente, empresario exitoso y cuyas tendencias pol?ticas eran m?s
que moderadas: el divisionario y comandante militar en
Nuevo Le?n, Juan Andrew Almaz?n.
En realidad la campa?a de los almazanistas se hab?a iniciado desde antes y para enero de 1939 hab?an surgido los primeros comit?s pro Almaz?n en diversas partes del pa?s. El general Almaz?n actu? con cautela y se tom? su tiempo antes de decidirse a volver a jugar un papel que no le era desconocido: el de opositor al gobierno. Al fina lizar junio, y cuando ya era pr?cticamente seguro que ?vila Camacho ser?a el candidato oficial, Almaz?n pidi? su retiro del servicio activo y el 25 de julio dio a conocer al p?blico un manifiesto que marcaba el principio formal de su cam pa?a y en donde resumi? su proyecto pol?tico: Almaz?n jus tific? su candidatura como respuesta al llamado que le hicieron grupos de obreros y campesinos, por lo que pudo calificarse a s? mismo como dem?crata y representante ge nuino de la Revoluci?n Mexicana y enemigo de la impo sici?n que se gestaba. Su programa propon?a el apoyo y est?mulo tanto al ejido como a la peque?a propiedad rural; respecto a los trabajadores urbanos, les ofreci? la protecci?n del Estado tanto para la defensa de sus derechos ?incluida en ellos la huelga y el reparto de utilidades? como para que se liberaran del yugo de sus l?deres sindicales y lograr as? una autonom?a real. En relaci?n a la mujer, propuso otor garle plenos derechos pol?ticos, al ej?rcito ofreci? moder nizarlo y a la administraci?n descentralizarla. En fin, en el trasfondo del proyecto de Almaz?n estaba la idea de alentar
la cooperaci?n en vez de antagonismo entre las clases so
ciales.53
Inmediatamente despu?s de hacerse p?blico este mani
fiesto, surgi? un comit? que habr?a de encargarse de la orga S3 Excelsior (29, jul. 1939).
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nizaci?n del partido almazanista: el Partido Revolucionario
de Unificaci?n Nacional (PRUN). El presidente de este
organismo fue Gilberto Valenzuela y otros cargos dentro del
mismo quedaron en manos de Rub?n Salazar Malien, Mel chor Ortega, Luis N. Morones (Partido Laborista), Porfirio Jim?nez Calleja (Partido Nacional Agrarista) y Juan Lan d?roche (Partido Acci?n Nacional). La creaci?n de orga nizaciones almazanistas con base local o funcional se ace ler?. Los fondos para esta campa?a provinieron en un 75% de los propios recursos del candidato (3 040 270 pesos, para ser exactos) y el resto de contribuciones de sus partidarios.54
Una vez en campa?a, Almaz?n atac? por varios frentes. Por un lado trat? de afianzar sus credenciales como revo lucionario subrayando sus ligas con Zapata, a la vez que toc? pr?cticamente todos los temas conservadores que des pertaban las simpat?as de quienes deseaban ver el fin de las reformas cardenistas, en particular las de naturaleza agraria.
La coalici?n presidida por Almaz?n fue desde su origen heterog?nea, y s?lo se mantuvo unida por su oposici?n a C?rdenas y al cardenismo; el enfrentamiento de Almaz?n
con ?vila Camacho tuvo siempre un car?cter relativamente secundario. Como otros presidentes en el pasado inmediato, C?rdenas se comprometi? publicamente a mantener la cam pa?a electoral y los comicios dentro de un ambiente de paz y de respeto a los principios democr?ticos. La verdad es que tal promesa no se mantuvo. Como en ocasiones anteriores, la violencia hizo su aparici?n. Pese a ello, no hay duda que en la mayor parte de los lugares en donde se present? Alma z?n encontr? grupos dispuestos a darle una c?lida y entu siasta acogida.
Las elecciones del 7 de julio de 1940 volvieron a estar
marcadas por la violencia y la desconfianza de la oposici?n. Como hab?a ocurrido antes con Vasconcelos, Almaz?n y sus colaboradores m?s cercanos hab?an manifestado que, en caso de que se les arrebatara el triunfo electoral mediante el M Mena Brito, 1941, p. 229.
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fraude, saldr?an del pa?s para recuperar por la fuerza lo ga
nado en las urnas. Y desde luego que el fraude se volvi? a repetir. Seg?n las cifras oficiales, de los 2 637 582 sufragios
v?lidos, pr?cticamente el 94% correspondieron a ?vila Ca
macho, con s?lo un modesto 5% para Almaz?n y menos del 1% para el general Rafael S?nchez Tapia, cuya can didatura, seg?n algunos, s?lo tuvo el prop?sito de intentar
dividir a la oposici?n.55 Desde luego que un triunfo tan
rotundo del candidato oficial no era compatible con la l?gica pol?tica del momento. Los m?tines almazanistas en v?speras de las elecciones hab?an congregado en un solo lugar a mu
chedumbres superiores a los 151 101 votos que se le reco
nocieron a Almaz?n en todo el pa?s. La magnitud del fraude
no se conoce, pero algunas cifras aisladas dan una idea aproximada; por ejemplo, de acuerdo con los primeros
c?mputos oficiales, en el primer distrito electoral de Duran ga, Almaz?n recibi? 12 123 votos en tanto que ?vila Cama cho apenas 421, sin embargo, cuando se dieron a conocer las cifras definitivas result? que en todo el estado de Duran go a Almaz?n s?lo se le reconocieron 2 004 votos en tanto que al candidato oficial 60 723.56 S?lo la alquimia electoral del centro pudo modificar de manera tan dram?tica los re sultados finales; s?lo la fidelidad del ej?rcito y el control presidencial sobre las organizaciones de masas le permitieron a C?rdenas sostener estos resultados.
La jornada electoral de 1940 no contribuy? en nada a fortalecer a la d?bil democracia mexicana. C?rdenas, que impuso sus reformas muchas veces a contrapelo de la opi ni?n de los propios beneficiarios, al final consider? que el electorado mexicano en realidad a?n no estaba maduro para saber qu? era lo que m?s conven?a a sus intereses y a los del pa?s; ?nicamente alterando los resultados de la votaci?n se evitar?a entregar el poder al ala m?s reaccionaria de la
Revoluci?n. En cierto sentido tuvo raz?n. El reconocimiento 55 Ram?rez Ranca?o, 1977, p. 293. 56 AGN, Ramo Gobernaci?n, Caja 2.311 (6), exp. 2/311/(7)/2.
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del triunfo de Almaz?n o incluso del hecho de que contaba con una fuerza electoral sustantiva, habr?a echado por tierra la obra y el esp?ritu de su gobierno; con ?vila Camacho, se crey? entonces, el cardenismo ten?a la posibilidad de man tenerse vivo y quiz?, en el futuro, podr?a ser la fuerza que animara otra vez a la acci?n pol?tica revolucionaria en M?xi co. A corto plazo esta perspectiva pareci? corresponder a la
realidad, pues el almazanismo se desmoron?. Inmediata mente despu?s de las elecciones, Almaz?n traz? un plan para efectuar una huelga general y acto seguido lanzar al "pueblo organizado" a la toma del poder. Para contar con mayor libertad en la elaboraci?n y puesta en pr?ctica de estos planes, el general de Olinal? sali? de M?xico rumbo
a La Habana y m?s tarde hacia Estados Unidos; entre tanto, dej? al general H?ctor L?pez y a otros correligionarios
al cargo de las operaciones sobre el terreno. C?rdenas al tanto de las actividades subversivas, las pudo neutralizar
manteniendo el control del ej?rcito. Al finalizar noviembre Almaz?n hizo saber a sus lugartenientes que era in?til seguir adelante con el intento de reclamar el poder, y pese a la oposici?n de sus seguidores, el d?a 26 de ese mes hizo p? blica su decisi?n de "renunciar" al cargo de presidente para
el cual hab?a sido electo en julio. La raz?n de esta deter
minaci?n, dijo, fue comprobar que C?rdenas y ?vila Cama
cho contaban con el apoyo de Estados Unidos, lo que hac?a "insensato" lanzar al pueblo a una rebeli?n que de
antemano se sab?a perdida.57 A partir de ese momento el almazanismo desapareci?, como fuerza pol?tica, aunque no sin dejar una estela de rencores, recriminaciones internas. y espasmos de violencia que cobraron algunas vidas. En realidad, el proyecto en aras del cual C?rdenas alter? el resultado de las elecciones de 1940, no fue viable. La ma niobra que dio el poder a ?vila Camacho y desmantel? a la oposici?n simplemente retras? lo que C?rdenas y los car denistas tem?an: el asalto y afianzamiento del poder por el n Mena Brito, 1941, pp. 197-202.
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ala conservadora del PRM. La Revoluci?n Mexicana ya no sigui? adelante. Es verdad que durante el gobierno de ?vila Camacho existi? un delicado equilibrio entre las fuerzas cardenistas y sus opositores, equilibrio al cual contribuy? la
idea de la "unidad nacional" y la situaci?n de emergencia provocada por la Segunda Guerra Mundial, pero la selec ci?n de Miguel Alem?n en 1945 como sucesor de ?vila Camacho, marc? el fin del cardenismo como una fuerza decisiva en la pol?tica mexicana. Bajo la direcci?n de Miguel
Alem?n, el rumbo del Estado y de la sociedad mexicanas se enfil? por un camino decididamente conservador, en donde la meta central fue la consecusi?n de un desarrollo capitalista m?s o menos ortodoxo y ligado a Estados Unidos.
Lo que perdur?, en cambio, fue el marco autoritario den tro del cual se dio el juego pol?tico.
Conclusiones El movimiento con el que se inici? la Revoluci?n Mexi cana en 1910 tuvo como causa formal e inmediata la viola ci?n sistem?tica de las reglas y la sustancia del juego demo cr?tico liberal consagrado por la Constituci?n de 1857. Desde luego que los eventos posteriores a 1910 mostraron que las causas ?ltimas de ese gran estallido social eran otras y mu cho m?s profundas. De todas maneras, a todo lo largo del proceso revolucionario y hasta su culminaci?n en la ?poca cardenista, ninguno de sus l?deres neg? validez al modelo
de la democracia liberal como la forma adecuada para dar expresi?n a los procesos pol?ticos mexicanos. Sin embargo, y parad?jicamente, en ning?n momento de la agitada vida
p?blica de este per?odo los ciudadanos mexicanos estuvieron en la posibilidad de ejercer plenamente sus supuestos dere chos democr?ticos por la v?a electoral. Las razones de esta contradicci?n fueron varias. En primer lugar, la ausencia de una tradici?n democr?tica real. Luego, el hecho de que
la din?mica pol?tica que sigui? al triunfo de los rebeldes
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LA REVOLUCI?N MEXICANA
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sobre el antiguo r?gimen, inhibi? la presencia de fuerzas organizadas ?partidos bien estructurados y con bases socia les? que ofrecieran una alternativa real frente a los vence dores. La guerra civil que sigui? al golpe militar de febrero de 1913, ech? por tierra cualquier semblanza de normalidad y multipartidismo y por tanto acab? con la posibilidad de que M?xico continuara su aprendizaje en el dif?cil ejercicio de la democracia representativa; las elecciones efectuadas bajo Huerta no fueron m?s que una farsa, y aquellas cele bradas por Carranza tras su triunfo militar sobre las otras
facciones que le disputaban el derecho a presidir sobre
el nuevo r?gimen, simplemente sirvieron para cumplir con el
ritual de legitimar un poder ya ganado por otros medios: lo mismo se puede decir de los triunfos electorales de Obre
g?n en 1920 y 1928, as? como de los de Calles en 1924 y Ortiz Rubio en 1929. La elecci?n de 1929 al igual que la
de 1940 ?hechas ya con el apoyo de un gran partido oficial mostraron claramente que la naturaleza del PNR primero y luego del PRM no era realmente la de un partido cl?sico, pues su objetivo no eran tanto el reafirmar peri?dicamente el derecho del grupo revolucionario a gobernar a trav?s de la victoria electoral ?en realidad no se le iba a dar a la oposici?n ninguna posibilidad de asumir el poder?, sino b?sicamente disciplinar a sus miembros para que la lucha interna por el poder no diera al traste con el sistema. Por lo tanto, el per?odo pr??lectoral, m?s que la elecci?n misma fue siempre el momento decisivo de la transmisi?n del poder,
y en este proceso el ciudadano com?n y corriente o el miembro t?pico del partido, tuvieron poco que ver. La vic toria o derrota de todos aquellos miembros de la coalici?n revolucionaria que alguna vez aspiraron a la presidencia de
pendi? de su capacidad para generar y sostener alianzas
con los dirigentes m?s importantes del ej?rcito y de las or
ganizaciones de masas. Es verdad que desde un principio
el Presidente saliente se perfil? como el elemento decisivo en el proceso de selecci?n, en particular al final del per?odo,
pero su poder nunca fue tanto que impidiera a los con
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LORENZO MEYER
tendientes de su propio partido anunciar sus precandida turas y maniobrar abiertamente en busca de posiciones que facilitaran una decisi?n en su favor. El "tapadismo" tal y como se practic? despu?s, fue en este per?odo la excepci?n
?Ortiz Rubio? y no la regla.
Hasta antes de la formaci?n del PNR, la mayor parte
de los partidos nacionales hab?an surgido y se hab?an des
arrollado como resultado de la acci?n de algunos de los
principales l?deres revolucionarios. En realidad casi ninguno super? esta etapa personalista y cuando la figura caudillesca
que los alent? desapareci?, ocurri? lo mismo con el par tido; es por ello que el multipartidismo de la ?poca tuvo
bases tan endebles y no cuaj? en agrupamientos que expre saran ideolog?as e intereses permanentes en vez de meras personalidades y circunstancias coyunturales. Finalmente, no hay duda de que la Revoluci?n Mexicana fue un aconteci miento de gran fuerza y magnitud, y que por tanto pr?cti camente ocup? todo el espacio pol?tico disponible, dejando muy pocas posibilidades a la oposici?n conservadora o radi cal. Sin embargo, su misma vitalidad gener? reacciones im
portantes ?no siempre contra la Revoluci?n misma, sino contra su liderato? que en ciertos momentos llegaron a
cuajar en movimientos electorales de oposici?n que desper taron el entusiasmo y movilizaron a sectores muy amplios de la poblaci?n. Fue justamente en esas coyunturas cuando las formas autoritarias de la vida mexicana, de raigambre a?eja y profunda, se reafirmaron. En las jornadas electora les de 1929 y 1940 el gobierno no supo o no pudo responder a sus impugnadores dentro de las reglas del juego liberal democr?tico y en cambio ech? mano de una mezcla de re presi?n y fraude, lo que sent? las bases de la raqu?tica vida
electoral que habr?a de caracterizar al M?xico de la post revoluci?n.
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LA REVOLUCI?N MEXICANA 195
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO MEXICANO Mois?s Gonz?lez Navarro * El Colegio de M?xico 1 Agradezco a quienes tuvieron la gentileza de proponer mi candidatura para ocupar un sill?n en esta academia y a quie nes la aprobaron. El ilustre acad?mico cuyo sill?n ocupar?,
don Ignacio D?vila Garibi, naci? en Guadalajara el 20 de
junio de 1888. El reci?n electo obispo de Chiapas, Francisco Orozco y Jim?nez, visit? la capital de Jalisco a fines de 1902, antes de partir a su di?cesis. El rector del Instituto de San Jos? de los jesu?tas le present? en esa ocasi?n al estudiante
Ignacio D?vila Garibi; de entonces arranca una gran amis
tad entre ambos,1 muy fruct?fera por cierto para la historia patria pues, andando el tiempo, Orozco y Jim?nez, ya como arzobispo guadalaj ?rense, fue su generoso Mecenas.2 Nuestro admirado acad?mico inici? su tarea de fecundo
escritor, a la temprana edad de 16 a?os. En 1915 concluy? sus estudios jur?dicos y al a?o siguiente fue profesor tanto
en la escuela de Derecho como en el seminario de Guada lajara. Tambi?n por entonces fue apoderado de varias fa
milias tapat?as.3
El piadoso D?vila Garibi participa activamente en de
fensa de lo que ?l cree son los derechos de su iglesia en 1918, * Discurso de ingreso como miembro de n?mero a la Academia
Mexicana de la Historia, le?do el 9 de noviembre de 1982. 1 Camberos Vizca?no, 1966. V?anse las explicaciones sobre siglas, y referencias al final de este articulo.
2 D?vila Garibi, 1977, v, p. 251. 3 Lancaster Jones, s/f.
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO
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con motivo de la reglamentaci?n del art?culo 130 consti tucional. En su calidad de congregante, de abogado cat?lico y de miembro de la Sociedad Cat?lica de Se?ores protest? contra la legislaci?n anticlerical. A resultas de este conflicto fue brevemente encarcelado por injurias al gobierno, pero
el auto de formal prisi?n fue revocado el 17 de abril
de 1919 porque no se comprob? la existencia del cuerpo del
delito.4
En una tregua del conflicto Iglesia-Estado en Jalisco el
arzobispo lo envi? a Sevilla en 1920 y a Roma en 192L El semestre que pas? investigando en esos archivos lo re cuerda con profundo agradecimiento para su protector Oroz co y Jim?nez.5 Tres a?os despu?s participa como presidente provisional del comit? encargado de celebrar el primer cen
tenario de la muerte del caritativo Cabanas, y al a?o si guiente pronuncia un discurso, en nombre del sindicato internacional de obreros cat?licos, en honor de este obispo.6
Al finalizar la rebeli?n cristera emigra a la capital del pa?s, despu?s de haber sido padrino de la consagraci?n epis copal de su primo Jos? Garibi Ribera.7 Ya instalado en la
ciudad de M?xico publica, junto con el oficial mayor de la Secretar?a de Educaci?n P?blica, Higinio V?zquez Santa
Ana, el primero de sus libros en esta capital. En ?l atribuye el entusiasmo con que se celebra el carnaval en Morelos al deseo de olvidar los sufrimientos a que hab?an sido some tidos por la crueldad de los terratenientes, sufrimientos que
hab?an dejado huellas bien marcadas de melancol?a y de
tristeza en sus rostros. Lo cierto es que el dueto de autores dedica esta obra, "con admiraci?n y respeto", al secretario de Educaci?n Manuel Puig Casauranc.8
4 D?vila Garibi y Ch?vez Hayhoe, 1920, i, pp. 73, 91, 98; m, p. 285. 5 D?vila Garibi, 1968, p. 7. 6 D?vila Garibi, s/f. 7 D?vila Garibi, 1977, v, p. 477.
8 V?zquez Santa Ana y D?vila Garibi, 1931, pp. 7, 38, 118.
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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
En 1922 y 1932 publica libros de muy diferente natura leza; versos dedicados a sus hijas, y en 1931, tambi?n en
colaboraci?n con V?zquez Santa Ana, teatro de t?teres.9
D?vila Garibi perteneci? a numerosas sociedades cien
t?ficas, desde luego fue secretario perpetuo de la Junta Auxi
liar Jalisciense de la Sociedad Mexicana de Geograf?a y Estad?stica en 1919-1930, al radicar en la capital pas? a la matriz de esta instituci?n. Ingres? a esta academia el 29 de abril de 1938, con un discurso sobre Hern?n Flores, uno de los conquistadores de la Nueva Galicia; funda la Aca demia Mexicana de Genealog?a y Her?ldica en 1943, preside con car?cter honorario la Mota Padilla de Genealog?a y Her?ldica de Guadalajara. Para abreviar, recordemos que ingres? a la Academia de la Lengua en 1954.10 Fue profesor en varios colegios particulares y en la Uni versidad Nacional de M?xico as? como un consumado lin g?ista y erudito investigador de genealog?a her?ldica, folklore
e historia regional; tambi?n le debemos la publicaci?n de
valiosas colecciones documentales. Con toda justicia el padre Jos? Bravo Ugarte lo calific? "investigador formidable y eru dito complet?simo".11 Recordemos, as? sea r?pidamente, algunos conceptos b? sicos de su idea de la historia; sintetiza ?sta siguiendo a su
paisano Luis P?rez Verd?a, en el lema nacionalista y vol teriano, Dios, Patria y Libertad.12
Cultiv? la historia oral y la regional. En efecto, hace 42 a?os le parec?a insuficiente la historia nacional que
hasta entonces predominaba porque hab?a en ella demasiada
generalizaci?n a partir de una peque?a porci?n del terri torio nacional la cual se hab?a venido haciendo extensiva a todo el pa?s. Pese a su larga y laboriosa vida, o tal vez
? D?vila Garibi, 1922; 1932; 1931. 10 D?vila Garibi y Ch?vez iHayhoe, 1920, contraportada; D? vila Garibi, 1939a; 1954a, pp. 46-50; 1939b. " Bravo Ugarte, 1959, pp. 443-445. 12 D?vila Garibi, 1954b, p. 619; V?zquez Santa Ana y D?vila Garibi, 1931, pp. 39, 76, 93-95, 104, 117, 124.
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO
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precisamente por esa raz?n, fue consciente de que la his toria regional no pod?a ser obra de una persona.13 Acaso su obra hist?rica m?s acabada haya sido Apuntes
de la Historia de la Iglesia en Guadalajara, publicados en
1957-1977 en cinco gruesos tomos. De ella se dijo que ten?a un t?tulo tan modesto como grande era su aliento. Preci samente en el tomo v de esta obra explic? su m?todo his t?rico: al estudiar los grandes hombres deber?a penetrarse en lo m?s rec?ndito del coraz?n humano relacion?ndolo con las circunstancias del momento, es decir, ligar su vida a su muerte; el 11 de enero de 1982, desaparece uno de nuestros ?ltimos grandes pol?grafos.14 Desde 1942 confes? y practic? la perfectibilidad del co nocimiento hist?rico: las obras humanas deb?an modificar
se, adicionarse y corregirse cuantas veces fuera necesario.15
Este criterio unido a su natural bondadoso que todos elo gian, hizo que tambi?n insistiera en la indulgencia hermana
de la sabidur?a, para juzgar las obras ajenas; como coro lario de esta actitud fue severo cr?tico de s? mismo.16
II
En este esbozo de una tipolog?a del libe cano se relacionan las ideas de las faccion
los intereses de las facciones de la clase dom lismo se divide en individualista y social; e la libertad al servicio de la propiedad, espec? territorial (con Jos? Mar?a Luis Mora, Lore Luis de la Rosa, Jos? Mar?a Lafragua, etc.) ;
con Lucas Alam?n y Esteban de Antu?ano sobre todo de los extranjeros de los puer
13 D?vila Garibi, 1968, p. 10; 1939c, pp. xv
p. 13.
14 Bravo Uoarte, 1959, p. 442; D?vila Garibi, 1977, v, p. 140. 15 D?vila Garibi, 1942, p. xx; 1977, i, p. 14; v, p. 13. 16 D?vila Garibi, 1939c, p. 59; 1939a, p. 13.
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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
Lerdo de Tejada.17 En la protecci?n a la industria y al comercio se sigue un camino sinuoso entre el liberalismo y el proteccionismo, en efecto, el tamaulipeco plan de la
Lola se transforma en el arancel ?valos, ?ste en el arancel Ceballos, en fin, el plan de Ayutla lo hace bandera perma nente del liberalismo.
?ste sirve a los intereses de la clase media con Joa qu?n Fernandez de Lizardi (vocero de los artesanos) y con Ponciano Arriaga (defensor de los peque?os propietarios agr?colas) .18
Una de las mayores aspiraciones del liberalismo indivi
dualista es la desamortizaci?n de las propiedades comunales. Antes de que Miguel Lerdo de Tejada dictara la ley federal
de 1856 ya varios estados hab?an iniciado la de las comu nidades ind?genas. El temor que produjo la rebeli?n de
Sierra Gorda de mediados del xix a?adi? un nuevo impulso a la desamortizaci?n de la propiedad ind?gena. En efecto, el gobernador michoacano Juan B. Ceballos para impedir
que la guerra de castas se propagase a Michoac?n se pro puso "quitarles la fuerza que en comunidades pueden opo ner, por medio de la ejecuci?n de la ley de repartimientos
de tierras".19
Culmina as? el camino de Mora en 1833 cuando dio
una base filos?fica a la transformaci?n de la sociedad esta mental en clasista, substituyendo la distinci?n de indios y no
indios por la de pobres y ricos, extendiendo a todos los
beneficios de la sociedad.20 Precisamente cuando se inici? la aplicaci?n de la Ley Lerdo se registraron varios ataques a las haciendas, principalmente en Michoac?n, Quer?taro,
Veracruz y Puebla; de inmediato el secretario de Gober naci?n Jos? Mar?a Lafragua conden? estas sublevaciones 17 Gonz?lez Navarro, 1970a, pp. 101-102; 1977, pp. 250, 276. 18 /./. Fern?ndez de Lizardi, 1940, p. 34; Gonz?lez Navarro, 1971, pp. 117-122. 19 Gonz?lez Navarro, 1977, p. 143. 20 Gonz?lez Navarro, 1971, pp. 15-16.
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porque los pueblos de indios confund?an la libertad y el progreso con el ataque a la propiedad y "la divisi?n de Jos bienes ajenos".21 Es oportuno recordar en este momento que cuando se discuti? el famoso voto particular de Poncia no Arriaga muchos tambi?n se alarmaron, pese a que Fran cisco Zarco insisti? en que nada ten?a que ver con "delirios comunistas'' porque en M?xico era facil?simo mejorar a los
trabajadores sin atacar en lo m?s m?nimo el derecho de
propiedad.22
Pero fue inaplicable el lema de Garnier Pag?s, que re
cord? Jos? J. Gonz?lez a fines de ese a?o de 1856: alargar
el vestido de los proletarios sin cortar el de los propie
tarios.23 La imputaci?n a Juan Alvarez de haber ordenado fel asalto de ese mes de diciembre de 1856, a varias fincas de espa?oles en el hoy estado de Morelos, corrobora la im posibilidad de conciliar los intereses de la clase dominante y la dominada dentro del marco jur?dico del liberalismo individualista.24 Esta proclama de Juan Alvarez, uno de los mejores ejemplos del liberalismo social, significa la liber tad al servicio de la clase dominada, para liberar la de la esclavitud lograda, dijo Alvarez, con deudas hasta la octava generaci?n. El liberalismo individualista se consolida con la Reforma, no el social. Por un camino pol?tico antit?tico, Maximiliano, se registra un nuevo esfuerzo en pro del liberalismo social. La pol?tica social del imperio est? te?ida de paternalismo y aun de oportunismo; por un lado permiti? a los sure?os de Estados Unidos que se establecieran en M?xico con sus esclavos, pero dos meses despu?s, el Pde noviembre de 1865, liber? a los peones endeudados, inspirado en un bando co lonial de 80 a?os atr?s, y al mismo tiempo se anticip? a una constituci?n revolucionaria medio siglo posterior. 21 Gonz?lez Navarro, 1964a, n, pp. 302-303. 22 Zarco, 1857, n, p. 76. 23 Reyes Heroles, 1961, m, p. 655. 24 Gonz?lez Navarro, 1971, pp. 150-151.
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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
La creaci?n de la Junta Protectora de las Clases Menes terosas fue ir?nicamente criticada por Francisco Pimentel
porque, con la misma raz?n, deber?a fundarse una junta protectora de los ricos.25 Esta Junta despert? ciertas es peranzas en la clase dominada: el comandante militar de San Luis de la Paz inform? en 1865 al mariscal A. Bazaine que los indios viv?an en la miseria. El presb?tero de Zum
pango de La Laguna solicit? en 1865-1866 que la junta recabara del propietario de una hacienda $ 40 000 para apli
carlos a los pobres de la parroquia. El alcalde de Santiago Tianguistenco en esos mismos a?os solicit? que, de acuer do a la ley de desamortizaci?n, se repartieran entre los
pobres unos terrenos que hab?an estado destinados al culto cat?lico. Un vecino de la capital solicit? ayuda del Consejo General de Beneficencia en 1865; uno de Atzcapotzalco (se dec?a descendiente de un rey prehisp?nico) pidi? una pen si?n porque su avanzada edad no le permit?a trabajar. El
subprefecto pol?tico de Tlalpan se quej? en 1866 de las injusticias cometidas contra los obreros de las f?bricas de
hilados y tejidos; para remediarlas, pidi? un reglamento laboral:26 esta petici?n es similar a una de 1892; en el segundo caso Mat?as Romero respondi? que los males de la clase obrera escapaban a la acci?n del Estado, pol?tica congruente con la tesis de Ignacio Vallarta de 1856.27 Pin
toresca e indicadora de una sociedad estamental que se
agrieta, es la petici?n de los vecinos de los pueblos de Huix quilucan y Ayatusco de que se les ponga una autoridad de su misma raza. Espec?ficamente agrarias son varias peticio nes de algunos pueblos jaliscienses para que el Archivo Ge neral de la Naci?n les expidiera los t?tulos necesarios para defender sus derechos frente a las haciendas colindantes. Semejante es la queja de los vecinos de Ahualulco, San Luis 25 PlMENTEL, 1864, p. 76.
26 Alfieri Gallegos y Gonz?lez Zamora, 1977, pp. 3, 13, 18,
35, 40.
27 Gonz?lez Navarro, 1964b, n, pp. 381-382.
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO
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Potos?, porque la hacienda de Bocas se negaba a venderles tierras de labor.28 Aunque desconocemos el resultado de estas
peticiones y quejas, son claros sus l?mites. Cabe recordar que Justo Sierra calific? de "socialismo de estado" la libera ci?n de los peones por Maximiliano en 1865, disposici?n aqu? incluida como un buen exponente del liberalismo social. De cualquier modo, al triunfo de la Reforma y el Imperio, M?xico emerge con la fachada de un pa?s republicano, fe deral, liberal y democr?tico. En lo econ?mico la consagra
ci?n del derecho absoluto de propiedad, de trabajo, de
usura, de empresa, el inter?s individual como motor exclu sivo de la econom?a y el anhelo de producci?n ilimitada con figuraron algunos de los elementos del capitalismo moderno que el Porfiriato hizo en parte realidad.29
III
La historia oficial niega la continuidad d y el Porfiriato porque no toma en cuenta qu puso las bases jur?dicas que permitieron el d talista de ?ste. Por eso conviene ahora estud detalle a Ignacio Ram?rez y Guillermo Prie Justo Sierra (positivista), Jos? L?pez Port t?lico liberal), y ya enlazados con la Revoluc a Francisco I. Madero (hacendado espiritista) Ricardo Flores Mag?n. Pese a sus diferenci separa a los cinco primeros ning?n elemento a diferencia del ?ltimo. Comenzar con Ignacio Ram?rez permite mitad del xix. Las ideas juveniles de Ignacio
un marcado radicalismo verbal. En efecto, Don Simplicio acept? el robo por indigenci
28 Alfieri Gallegos y Gonz?lez Zamora, 1977, p 29 Zamacois, 1876-1882, xvni A, p. 543; Gonz? 1971, p. 32.
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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
cultivar las tierras ociosas y el deber del Estado de alimen tar a los hijos de los agricultores ind?genas y de los arte sanos.30 En el constituyente de 1856 quer?a que el poder p?blico se fundara en el privilegio de los menesterosos, de los ignorantes, de los d?biles, es decir, que fuera "la bene ficencia organizada".31 Sin embargo, como la Constituci?n de 1857 puso la libertad al servicio de la propiedad, el re
sultado fue, en buena medida, el contrario. Anticipa la teor?a de la plusval?a cuando explica que el mundo mo
derno se caracteriza por el derecho del capitalismo a apro
piarse de todas las ganancias libres. En la lucha de clases
los desvalidos se encontraban en mejor situaci?n que antes porque la ilustraci?n y la libertad hab?an acabado por de
clararse neutrales. Critica el privilegio del capitalista de que s?lo ?l tase los repartos; considera la plusval?a un elemento esencial del capitalismo porque ?nicamente el capitalista pue de agregar a su propio trabajo "un trabajo acumulado", en suma, los capitales se forman por medio de una esclavitud disfrazada. Sin embargo, no era pesimista porque los opera rios ten?an la esperanza de llegar a ser capitalistas porque los capitales circulaban, por eso era preciso cuidarlos gra
v?ndolos lo menos posible. Como por fortuna en M?xico "el capitalista no era enemigo del jornalero", los liberales ofrec?an a los capitalistas las garant?as que la Constituci?n de 1857 "atesoraba" para ellos. En 1867 rechaza las condenaciones religiosas de la usura, porque no pasan de buenos deseos. Y en 1871, al analizar la
usura con un criterio puramente econ?mico, sin relaci?n con
la moral o la religi?n, acepta la tesis de que la libertad de la usura es una consecuencia "de la libertad que tienen todos los ciudadanos para disponer de su propiedad"; como todo precio nace de un contrato y los contratos son una necesidad individual "por lo mismo la usura debe existir y debe ser libre". Del mismo modo que se especula con los 80 Reyes Heroles, 1961, m, pp. 656, 671. 31 Zarco, 1857, i, p. 665.
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enfermos y con los muertos pod?a especularse con los nece sitados: la ley s?lo puede precaver y reprimir ciertos abusos. Acepta la usura aunque reconoce que hay m?s dignidad en un esclavo insolente que en un jornalero del campo y que
en un obrero asalariado por un industrial (consecuencias necesarias del mutuo entre clases desiguales) en nombre de la libertad, pero tambi?n propugna se establezcan montep?os municipales que limiten "los estragos de la usura extra?a". En su opini?n, la usura agr?cola hab?a disminuido, por el contrario, hab?an aumentado la mercantil y la industrial. Si en M?xico todav?a preocupaban los excesos de los hacen dados y de las casas de empe?o, escribe en 1871, era porque a?n no se conoc?an los males de la gran industria. La solu ci?n a esos abusos era el derecho de asociaci?n de los des validos para que pusieran precio a su trabajo y se propor cionaran socorros mutuos. En suma, el mutuo gratis ser?a la perfecci?n moral si el comercio fuera obra de la natura leza y no del arte, cuyos productos "se resisten a las donacio nes y a los pr?stamos desinteresados".
El futuro ministro de Porfirio D?az anticipa en 1871,
a?o de la fallida revuelta de la Noria de D?az contra Ju?rez, el programa econ?mico del Porfiriato cuando pide facilida des para los mineros extranjeros, ferrocarriles y puertos, en
suma, que M?xico entre a la edad del vapor o "edad cien t?fica". Rechaza, por supuesto, la propiedad comunal y de fiende la privada, porque los comunistas olvidan que la riqueza se forma con el trabajo acumulativo. Aunque re chaza la tesis de Proudhon de que la propiedad es un robo, nace de ?l; muy necesaria ten?a que ser la propiedad para que, pese a su origen sacrilego, el universo entero la san tificara. Elogia a Malthus porque sin hipocres?a explic? que la miseria de los trabajadores imped?a su multiplicaci?n y facilitaba su muerte, aunque tambi?n en este punto conf?a en que la asociaci?n salve a los obreros. Agradece a Smith y a Bentham su defensa de la libertad individual. Como la mayor?a de los liberales tuvo una actitud ambi valente frente a Estados Unidos; en 1865 protesta "solemne
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mente" contra la anexi?n de M?xico a Estados Unidos, con el disfraz de protectorado. A?os despu?s exalta a Estados
Unidos como la "rep?blica-modelo", en la que coexisten la libertad y la lucha de razas, la monogamia y la poliga
mia, la libertad individual y el comunismo, la teocracia y la democracia.
Hasta entonces hab?an fracasado los ensayos por proteger
a los desvalidos porque era "ut?pico" mantenerlos en per petua tutela, m?xime que ninguna sociedad ten?a por fun damento socorrer la indigencia (dice olvidando lo que pro pugn? en el constituyente de 1856) ; todos los esfuerzos que se intentaran para remediar la indigencia eran buenos con tal que no atacaran "el principio de no intervenci?n de la autoridad en la producci?n y en el consumo". Re chaza al socialismo por su alianza con el cuerpo adminis trativo. No encuentra en la Constituci?n ning?n art?culo que obligue al Estado a dar ocupaci?n a los trabajadores que la necesiten, ni partida presupuestal destinada a ese fin; el derecho al trabajo s?lo podr?a realizarse por medio del co munismo y el Congreso no estaba facultado para decretar esa revoluci?n social ni la naci?n la deseaba. El ?nico dere cho al trabajo reconocido por la Constituci?n consist?a en que el individuo se ocupara en lo que le agradara y c?mo le agradara. Se opone al socialismo porque contrar?a la dignidad humana y la independencia del individuo pero, afortunadamente, era irrealizable como lo demostrara la ca?da del clero, cuya propiedad "ten?a mucho de socialista".
De cualquier modo, no hab?a nada que temer, pues los
mismos parisienses de la Comuna acabar?an por convertirse en propietarios. Con estos antecedentes no es de extra?ar como se plantea en 1875 "?Qu? hacemos con los pobres?", problema dif?cil, dice, pero puramente humanitario porque del mismo modo que el m?dico nada pod?a hacer con los enfermos incura bles, para quien s?lo pod?a ofrecer en el mercado un trabajo
que nadie acepta, no se pod?a inventar en su favor un cambio forzado. A la pregunta "?Qu? hacemos con los po
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bres?", los comunistas respond?an inventando la "pobreza general", la teocracia "la pobreza sin redenci?n de las cas tas"; el feudalismo con la esclavitud. La democracia, incapaz
de abolir por completo la pobreza, suprime la esclavitud y las castas e inventa la "igualdad de derechos en favor de los proletarios"; el librecambismo abr?a el mercado de todas las naciones en favor principalmente de los desvalidos.
Como de todos modos hab?a pobres, en su favor algunos pa?ses proteg?an ciertas industrias nacionales, rechaza esta soluci?n porque era m?s "inclinado al c?lculo que al sen timentalismo de aparato. La econom?a pol?tica no es un sanalotodo". Deploraba la suerte de los desgraciados, pero cree
insensato sacrificarles las instituciones sociales. Y si lo hacen una revoluci?n al d?a siguiente s?lo habr? un c
de ricos.
No era, sin embargo, pesimista: los pobres con la instruc ci?n y la libertad podr?an cambiar de profesi?n, mejorar con las cajas de ahorros, las instituciones comunistas pri vadas, y "el extenso campo de la emigraci?n". Con la ins
trucci?n los pobres ten?an "la posibilidad de llegar a la
altura de maestros y directores", escapando de la abyecci?n de "ser siempre pobres". Otra salida eran los "medios irre
gulares del crimen y de la guerra, que es otro crimen".
En opini?n del Nigromante la mayor parte de las desgracias
y de los delitos los originaba la miseria. En suma, el "po pulacho" en la colonia y todav?a en 1874 "ten?a hambre
y sed de justicia".32 Guillermo Prieto escribi? en 1871, de manera semejante, que el trabajo era una mercanc?a sujeta a la ley de la oferta y la demanda, ley fatal que algunos vanamente hab?an in tentado cambiar "bajo el disfraz de una irreflexiva filan 32 Ram?rez, 1889, i, pp. 139, 155, 312-313; ii, pp. 9, 14-15, 17, 54, 59, 62, 83, 90, 99-101, 109, 114-116, 126, 131, 156, 161, 174, 214, 217, 220, 239, 243, 246, 378-379, 394, 414, 418, 471, 541, 544.
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trop?a"; los aduladores de las malas pasiones del vulgo presentaban al capital como enemigo del trabajo como si pudieran ser antag?nicos a "la ra?z y al ?rbol la semilla y
el fruto". Prieto rechaza al socialismo y al comunismo como
"herejes de la econom?a pol?tica". Adem?s de herejes
eran blasfemos, porque pretend?an modificar la "previ si?n del Criador". La escuela economista, en cambio, con sideraba al hombre tal como es, sus aparentes contradicciones
concuerdan y armonizan con la libertad. El derecho del tra
bajo s?lo exig?a del Estado "la seguridad del goce de los bienes que el hombre se procure". Rechazaba, por tanto, convertir al Estado en tutor universal facultado para aumen tar o disminuir tareas y salarios, quimera que Francia in tent? en 1848 con los talleres nacionales. Prieto aceptaba, en cambio, la comunidad de artesanos que diferia del socia
lismo en que era voluntaria: "El amo no existe, su igual
que guarda el orden fue elegido por ?l".33 Al iniciarse el Porfiriato, casi medio siglo despu?s que Lorenzo de Zavala, Prieto viaj? a Estados Unidos. Al igual
que el yucateco compar? ambos pa?ses; como primera di
ferencia advirti? que el protestantismo no se mezclaba con los gobiernos, los norteamericanos nacieron libres, los mexi
canos "poco menos que esclavos". Los hispanoamericanos ve?an al banquero que despide al mendigo de su puerta,
pero no al que env?a cientos de miles para las bibliotecas, las escuelas y las casas de beneficencia, en marcado contraste
con las donaciones mexicanas que por presi?n se hac?an a la hora de la muerte. El sistema mexicano dulcifica las
costumbres, socorre pero no regenera, como el m?s fr?o pero tambi?n m?s inteligente norteamericano. La beneficencia y la educaci?n situaban al pueblo de Estados Unidos entr?
los m?s civilizados, ambas se sosten?an con donaciones de particulares. La riqueza estaba mejor repartida en Estados Unidos que en M?xico, all? no hab?a hambre y en aparien
cia no hab?a pobres porque los mendigos no ejerc?an su 33 Prieto, 1871, pp. 12-13, 28-39, 319.
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profesi?n, como en M?xico, mostrando llagas ni deformida des: tocan alg?n instrumento musical y colocan un cuartillo
de hoja de lata para que all? quien guste le deje algunos centavos, los viciosos, no los pobres, piden con disimulo porque "la polic?a tiene ojos de lince". El anciano norte americano se acicala para disimular su vejez, el mexicano "se cuelga un rosario".34
El pac?fico Fidel se enardece cuando se trata de cas tigar a la "chusma": le complace que la artiller?a hubiera rechazado a 10 000 insurrectos de Chicago dejando "r?os de sangre entre montones de cad?veres... todo quedara en paz". Pero el combate al "veneno socialista" no lo confiaba s?lo a las armas, tambi?n a las asociaciones, faz de la con fraternidad. Destaca el sentimiento de igualdad, tan contra
rio a la educaci?n latina mexicana donde hab?a un molde para los pobres y otro para los ricos, uno para los tontos y otro para los h?biles, ra?ces de la rivalidad y de la casta. Mientras en M?xico un criado y un cochero honrados, un cocinero h?bil y un cargador puntual estaban reducidos a la condici?n de animal dom?stico, en Estados Unidos era "un hombre". Las criadas, perezosas y ladinas, no hablaban a la se?orita de la casa como a igual pero la adulaban y se con vert?an en su c?mplice y el nene de la casa no la pedir? en matrimonio, pero la sedu cir? como un vil y se le lanzar? con infamia de la casa, aunque lleve consigo algo muy allegado a la familia.
M?xico seg?n Prieto hab?a dejado el comercio exterior a los alemanes, fondas y modas a los franceses, el peque?o tr?fico a los indios y el trabajo a la gente ordinaria y mal vestida, porque en cuanto el artesano ten?a siquiera chaqueta
y m?s de dos camisas "piensa en el club y en ser por lo
bajo protestante, o regidor, o cuando menos francmas?n". Sin embargo, se irrita al ver en Washington la estatua del
34 Prieto, 1877-1878, ii, pp. 380, 382, 544, 548; m, pp. 50-55, 98-100, 199.
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general Worth vencedor de M?xico en la guerra del 47, la
"m?s villana de todas las violaciones"; rechaza que sea un monumento no a la conquista de M?xico sino a un
general que cumpli? con su deber: "d?jeme a m? con mis pelados maldecir hasta la quinta generaci?n a todos los piratas y a todos los conquistadores". Pese a cierta actitud ben?vola para los ricos norteameri canos los califica, sobre todo a sus grandes compa??as, de tener intereses opuestos a los de la comunidad, de ser "aris t?cratas del peor g?nero". Critica la solapada cuesti?n del sur, irritada la m?quina
de opresi?n de la tarifa, y la proscripci?n de los negros; y que la madre casi no exista para el indio mexicano, des trozada por la tuberculosis desde la m?s tierna infancia, la m?quina de "moler ma?z es toda una regeneraci?n para la raza ind?gena" 35 y no se debe perdonar medio para adop tarla, tesis que emparenta con la del Nigromante que hace del asno "el verdadero redentor del indio".36
Prieto al igual que Zavala, admira a Estados Unidos,
pero tambi?n tiene un profundo resentimiento por el 47. Cuando en 1888 volvi? a escribir sobre econom?a desconfi?
de la beneficencia porque muchos se resignar?an con su
holganza lucrativa, por esta raz?n se hab?a dejado libre al sentimiento religioso este cuidado "nobil?simo". Rechaza la inquisici?n "que se permiten los bienhechores antes de soltar el ?bolo bendito", y No obstante lo expuesto, no nos ha parecido digno de discu tirse si al ni?o sin arrimo alguno, al ciego, al demente deber?a acudir el socorro oficial y no nos atrevemos a dar una opini?n decisiva por no haber estudiado lo bastante la materia.37
Cabe a?adir, sin embargo que en un conflicto de los som brereros de la ciudad de M?xico a mediados de 1875, tanto 35 Prieto, 1877-1878, i, pp. 117-203; ii, pp. 191, 403, 535,
569; in, pp. 69, 161, 214, 217. 36 Ram?rez, 1889, i, p. 312. 37 Prieto, 1888, pp. 180-181.
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO
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?l como Francisco T. Gordillo fueron designados delegados por los trabajadores, para dirimirlo.38 Acaso influy? en esta elecci?n su imagen de hombre bondadoso, no sus ideas. Justo Sierra, probablemente el m?s notable te?rico del
Porfiriato, se?al? que el amor al pr?jimo era el n?cleo de los principios de Gabino Barreda, esas m?ximas divinizadas por el cristianismo hab?an demostrado que "pod?an ser humanizadas por la ciencia". Barreda en su informe sobre
el catecismo moral de Nicol?s Pizarro adapt? el cristianismo
a la moral burguesa: defendi? el capital como el "justo
orgullo de la humanidad"; repartirlo tal vez permitir?a que los ricos se fueran al cielo, pero los dem?s hombres que dar?an en un verdadero infierno. Ese consejo ("pesadilla, m?s que utop?a") no lo seguir?an los ricos, gracias a ?l los pobres mirar?an a los ricos como injustos detentadores de su riqueza cuando en realidad ?sta y el trabajo eran fun ciones indispensables para la vida, lo conveniente era regla mentar la propiedad no destruirla, incorporar a los prole tarios al movimiento social no enervarlos, "convirti?ndolos en par?sitos forzosos de los capitalistas". Por su parte, Ma nuel Ramos, inspirado en Spencer, rechaz? en 1877 las me didas gubernamentales en favor de los incapaces, porque
dejaban a la posteridad "un triste legado de ignorantes,
perezosos y criminales". Quienes por el placer de hacer el bien beneficiaban a los incapaces eran culpables de perju dicar a la sociedad.39 Los propagandistas de Porfirio D?az se?alaron otra cara de esta moneda: la teor?a de Darwin ten?a su m?s perfecta aplicaci?n en Porfirio D?az: "El m?s apto para la lucha por la existencia es el que vence en ella".40
Justo Sierra en sus escritos juveniles considera que es deber del gobierno mexicano fomentar la iniciativa indi vidual prepar?ndola por medio de la instrucci?n p?blica, la colonizaci?n y los ferrocarriles. Esta tarea era urgente 38 Leal y Woldenberg, 1980, p. 208. 39 Gonz?lez Navarro, 1970b, p. 10. 40 Velasco, 1889, p. 13.
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porque, contra una opini?n tan generalizada como inexacta, M?xico era pobre por la mezquindad de la irrigaci?n agr?co la, en marcado contraste con Estados Unidos, hijos del tra bajo, de la libertad, del protestantismo, del oc?ano y del Missisipi. Los hacendados deber?an abrir sus tierras al colono, comenzando por el ind?gena, pero siempre respetando la ley de la oferta y la demanda. Urg?a desamortizar la propiedad territorial, para acabar con su natural consecuencia la ser
vidumbre que, de hecho, exist?a en M?xico. Quiere que
el desarrollo econ?mico se base en las industrias "naturales"
del pa?s (la miner?a y la agricultura) no en las artificiales.41
Ante la urgencia de la colonizaci?n no duda, el 4 de enero de 1876, en vista de la falta de bald?os, en que se expropie por causa de utilidad p?blica, aun "sin indemni
zaci?n previa", es decir, pide se suspendan los efectos del art?culo 27 constitucional. Poco despu?s insiste en nombre del m?todo cient?fico en su programa liberal-conservador? o sea conservador de las libertades adquiridas por el aumen to de facultades en el poder central. Inspirado en Jos? de Maistre quiere que, como a los ni?os y a los locos, al pueblo mexicano se le nombren tutores y curadores, porque la ?ltima intentona revolucionaria de Miguel Negrete, escribe en ju
nio de 1879, le confirmaba en la idea de que el pueblo mexicano era un loco y un ni?o. Al igual que Mora casi
medio siglo antes, est? convencido de que "vale m?s el peor gobierno que la mejor revoluci?n".42 Sierra tambi?n por razones "cient?ficas" defiende al capi tal extranjero, para restablecer el cr?dito nacional, lo hace con pasi?n en la c?mara de diputados al discutirse la deuda inglesa en noviembre de 1884. En algunas ocasiones inter preta la historia con un criterio pr?ximo al materialismo hist?rico, al se?alar que la demanda de brazos, no los mo narcas ni la iglesia, fueron los verdaderos emancipadores del siervo feudal, conf?a que lo mismo ocurra con el "feuda 41 Sierra, 1948, iv, pp. 142, 183, 237, 321. 42 Sierra, 1948, iv, pp. 146, 207, 221, 247, 264, 344.
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lismo mexicano", al parecer disminuida su juvenil ilusi?n de
que bastar?a invitar a los hacendados a que lo hicieran. De todos modos, insiste en que la paz, condici?n del pro
greso, ?nicamente puede ser obra del capital extranjero por que s?lo la paz puede darles seguridad. La paz es preferible a todo, "porque es la condici?n del advenimiento del per?odo industrial"; la ?nica excepci?n era que alg?n gobierno signi ficara "obstrucci?n resuelta al progreso moderno".43
Se opuso tenazmente tanto a la "reacci?n" colonial como
a la socialista. En los pa?ses "latinos" casi todos los escri
tores incurr?an en el error de hacer depender la felicidad de la acci?n de los gobernantes: el socialismo, "desviaci?n del sentido moral causado por la pobreza", era contrario $1 liberalismo, ?ste se originaba "en el desarrollo normal y espont?neo de la conciencia humana". Desde su juventud aclar? que no defend?a las preocupaciones de los ricos, "mil veces peores y de todas maneras m?s inexcusables que las de los obreros", s?lo quer?a que ?stos se convencieran que el sistema industrial era "un producto de la naturaleza huma
na actual, el progreso s?lo era posible en relaci?n directa de "la naturaleza humana, y no m?s aprisa". Con la autori
dad de Spencer a?ade que si los obreros tuvieran ideas menos extraviadas por sus preocupaciones de clase, aceptar?an que no hab?a mejores formas de organizaci?n industrial porque ero era impracticable. Sin embargo, la "ciencia" de Sierra era fugaz; su fe de 1875 en los dogmas de Spencer, en 1893 se convierte en desencanto ante una civilizaci?n que ha podido
producir progreso pero no felicidad; por eso entonces se inspira en Le?n Tolstoi, Henry George y Le?n XIII, y acepta las reformas belgas sobre la responsabilidad de los patrones en caso de accidentes y el reconocimiento legal de los sindicatos, pero, como los dem?s liberales, se acerca a la iglesia "por justo horror a la revoluci?n social". El
liberalismo antiguo que negaba al Estado la facultad de obli gar al patr?n a asegurar contra la miseria final a los obreros 43 Sierra, 1948, iv, p. 364; v, pp. 105, 202; vu, pp. 140, 219.
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inutilizados ya era una reliquia. Waldek Rosseau represen taba al liberalismo nuevo ("no moderado sino moderador") y considera que los derechos individuales estaban en raz?n directa "de su car?cter social". De todos modos, en la ma tanza de R?o Blanco reaccion? igual que Prieto ante la de
Chicago, se volvi? contra los obreros orizabe?os, porque estaban contaminados de ideas colectivistas ?"quim?ricas e
irrealizables"? a no ser que la sociedad moderna cayera en ruinas raz?n por la cual pretendieron destruir violen tamente los abusos que padec?an, en vez de solicitar la acci?n
de la justicia.44
Sierra consider? en su juventud que tanto obreros como
patrones no eran bastante previsores ni bastante inteligentes.
El 13 de enero de 1875 juzg? la asociaci?n una necesidad fisiol?gica, al grado de que, seg?n ?l "la especie humana llegar? a formar una gran asociaci?n mutualista"; ?sta se
desviaba de su objeto cuando pretend?a sobreponerse. Recha z? que el hambre originara las nueve d?cimas partes de los cr?menes en M?xico, sus causas verdaderas eran el vicio y la holgazaner?a.45 Al igual que Prieto, Sierra admiraba y rechazaba a Esta dos Unidos, cuando sali? del pa?s de la libertad le "parec?a que la recobraba al salir de ?l". Regres? contento a la tierra
"de las horribles chozas de adobe" (?l no viv?a en ellas)
satisfecho de que a M?xico le tocara el papel de cantar como
a las cigarras de la f?bula. Pero al iniciarse el Porfiriato
hab?a escrito que, conforme a la teor?a de Darwin, M?xico ten?a todas las probabilidades de ser devorado por Estados
Unidos. Cuatro a?os despu?s la probabilidad se convirti? en una realidad, normal dada la debilidad mexicana.46 El caso mexicano formaba parte de un fen?meno mundial que har?a del siglo xx un sindicato de naciones fuertes "para 44 Sierra, 1948, rv, pp. 55-56, 311-312, 372; v, p. 169; vu, pp. 69,
144, 170. 45 Sierra, 1948, rv, pp. 306, 311, 360.
46 Sierra, 1948, iv, p. 39; vi, pp. 189, 193; vu, p. 39; vin, p. 136.
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explotar a las que no lo son", escribe en 1900 perdida la ilusi?n en que el librecambismo ser?a la base de la paz universal, aplaza su ilusi?n para el siglo xxv. No es extra?o, por tanto, que incluso aplauda la invasi?n europea de China,
y que lo haga sin remordimientos porque la caridad cris tiana no hab?a sido formulada para las naciones sino para los individuos.47
Jos? L?pez Portillo y Rojas tal vez fue, pese a la opo
sici?n de los cat?licos conservadores (para quienes era im posible "unir lo blanco con lo negro"), el escritor cat?lico m?s importante del Porfiriato. Separa la religi?n de la po l?tica pero considera al cristianismo la base de la libertad, cristianos y liberales deber?an entenderse en el "terreno de la fraternidad y del amor".48
En L?pez Portillo y Rojas tambi?n es posible rastrear
ciertas afinidades con el materialismo hist?rico. M?s eficaces
que las pr?dicas religiosas y morales en la abolici?n de la
esclavitud, fueron las demostraciones estad?sticas de que el trabajo esclavo es poco productivo y fecund?simo el del hom bre libre. Del mismo modo, no fue el progreso de las ideas sino el tr?fico internacional el que ha vetado las aventuras guerreras. Ante la amenaza socialista a las bases mismas de
la sociedad (estado, familia, etc.) los defensores del statu quo se enfrentaron a las "turbas" proletarias ya no invo cando las cosas "altas y bellas del mundo de ultratumba y de penas y premios postvitales", sino la Econom?a Pol?tica
para defender la propiedad y el orden. Thiers desde 1848 inici? esa defensa, lo siguieron entre otros Federico Bastiat
y Paul Leroy Beaulieu; este ?ltimo demostr? que el "pro greso beneficia m?s a los desheredados que a los ricos". No profetiza, sin embargo, la abolici?n de la pobreza, cosa
inasequible para la humanidad, sino que se limita a anunciar la "tendencia" a corregir las asperezas y nivelar "en lo po 47 Sierra, 1948, v, p. 330; vu, pp. 27, 341.
48 Gonz?lez Navarro, 1957, p. 676; L?pez Portillo y Rojas,
1909, p. 130.
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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
sible los goces fundamentales de la vida". Afortunadamente
no era el moralista quien explicaba estos cambios, porque
las ideas reinantes sobre la "lucha por la vida" y el "triunfo de los m?s aptos" no dejaban coyuntura para disquisiciones
abstractas, tampoco lo hac?a el jurista porque cada uno
entiende la justicia a su modo, sino al economista, a quien se ten?a que escuchar porque "habla el lenguaje propio de estos momentos hist?ricos".
L?pez Portillo y Rojas tem?a los movimientos "desor
denados y criminales" de obreros y mineros, quienes al pre
tender obtener por medio de la violencia ventajas m?s o
menos justificadas, se entregaron a reprobables excesos, por lo que fueron reprimidos con medidas "sumamente severas". Por fortuna el analfabetismo preservaba contra el contagio de las ideas disolventes. Pero no teme un estallido revolu
cionario rural, pese a las denuncias sobre la "esclavitud" de los indios en M?xico, como en un art?culo de Carlos Malato. Esa denuncia si algo ten?a de real s?lo ser?a en parte muy peque?a, y en lugares muy apartados y a espaldas de la ley. De cualquier modo, la legislaci?n podr?a perfeccionarse con el fraccionamiento de los terrenos nacionales (particular
mente en las fronteras), la irrigaci?n, la difusi?n de la
peque?a propiedad, el Homestead, y el "amor manso y bueno que baja de los ricos a los pobres, y sube de los pobres a los
ricos".
Seg?n L?pez Portillo y Rojas no hay diferencia entre
cristianismo y socialismo; explica aqu?l por el entusiasmo asc?tico de los primeros siglos, pero al pasar el cristianismo a la legalidad "tuvo que conformarse con las exigencias de
la realidad viviente". De cualquier modo, Santo Tom?s de Aquino puso de acuerdo las sanas doctrinas de Arist? teles sobre la propiedad con el misticismo de los primeros Padres de la Iglesia. El Estado s?lo pod?a intervenir en una esfera limitada; proteger a mujeres y ni?os en los talleres, crear cajas de ahorro, indemnizar en los accidentes, esta blecer pensiones obligatorias de retiro, construir buenas ha bitaciones, sanear las f?bricas. Estas medidas podr?an aliviar
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO
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parte de los sufrimientos de los obreros, pero no impedir
el pauperismo ni establecer una Arcadia donde no haya
"hambre, desnudez y desamparo". La ra?z de esa desigualdad perpetua eran las diferencias entre inteligentes y necios, trabajadores y holgazanes, pre visores y despilfarrados, morigerados y viciosos. Como M?xico
no hab?a podido salir del r?gimen militar del que habla
Spencer, todav?a era necesario un Estado fuerte.49
No tem?a la violencia rural pese a que hab?a se?alado
desde 1898 el peligro de la heterogeneidad racial. Las clases
rurales eran el "nervio" nacional, nada ten?an en com?n con la incuria ind?gena (con su rencor reivindicativo y "pasi?n feroz por la tierra") ni con la soberbia europea,
pero tampoco con la astucia mestiza, todos esos elementos dis?mbolos estaban destinados a mezclarse para formar "un gran pueblo". Conocedor de la vida rural se?ala que los ricos no daban nada, o casi nada, en los templos. Los pobres, en cambio, ofrec?an una buena cosecha de monedas de cobre.50
Aunque critic? la filantrop?a "soberbia y fr?a" de los ricos, "que m?s rebaja que obliga al necesitado", de cual
quier modo, los pobres sufr?an menos entonces que antes,
no obstante que los ricos eran "insaciables" y "crueles". En fin, pese a que en M?xico era inconcebible el ?xito de un levantamiento popular se deb?a persuadir a los deshere
dados
de que la pobreza no es una injusticia social, sino una creaci?n
de la naturaleza y una de tantas pruebas a que est? sujeta una criatura; de que los pobres que saben serlo, valen m?s
que los ricos que conforme la ley divina no son due?os abso lutos de sus bienes sino s?lo administradores de ellos.
Apoya la idea de Andrew Carnegie de que los ricos deben invertir sus sobrantes racionales en beneficio de la socie 49 L?pez Portillo y Rojas, 1910, pp. 3-4, 49, 75, 83-92, 122, 251-279, 297-302, 340, 352, 361. 00 L?pez Portillo y Rojas, 1898, pp. xix-xxvi, 236.
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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
dad en que viven, no esperar la muerte para hacerlo. Augusto
Comte mismo hab?a reconocido la necesidad de que una autoridad espiritual estableciera un freno religioso, porque el Estado no s?lo se deb?a basar en la fuerza no lo digo como creyente convencido, ni adepto de una reli gi?n gloriosa, que profeso y confieso con orgullo, sino como simple juez imparcial de las cosas. As? se podr? atajar el avance del socialismo.51
Ram?rez y Prieto expresan la consolidaci?n del libera
lismo, Sierra y L?pez Portillo y Rojas su crisis. De hecho, ya se hab?an registrado algunas reformas legales dentro de eso que Sierra llam? el paso del liberalismo antiguo al nue
vo, o del individualista al social, en el vocabulario aqu?
usado. En efecto, en 1896 el gobierno federal dict? una ley
en favor de los labradores pobres y diez a?os despu?s el
chihuahuense, una en beneficio de los tarahumaras.52 Con viene recordar que la ley chihuahuense fue juzgada socia
lismo de Estado por sus autores, no liberalismo social, deno minaci?n de cu?o reciente. Independientemente de nombres,
el Plan del Partido Liberal, tambi?n de 1906 (la m?s com pleta obra del liberalismo social hasta entonces), fue su perado por el Plan de San Luis de Madero en lo agrario
porque el "Ap?stol de la libertad" propugn? la restituci?n de las tierras arrebatadas a los ind?genas con el pretexto de
la ley de desamortizaci?n. Flores Mag?n sobrepas? a Ma
dero, entre otras cosas, porque propugn? el aumento de los
salarios por el Estado; Madero conden? la violencia por
firista en R?o Blanco, pero rechaz? que el pueblo quisiera pan, s?lo quer?a libertad, con ella conquistar?a el pan.53
Ricardo Flores Mag?n confes? su anarquismo en 1908
a su hermano Enrique y Pr?xedis Guerrero, pero les pidi? que, por t?ctica, siguieran el "timo" del liberalismo a los 51 L?pez Portillo y Rojas, 1910, pp. 22, 195, 344-347. 52 Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 192, 275-276. 53 Gonz?lez Navarro, 1957, pp. 336, 376, 380; Valad?s, I960.
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TIPOLOG?A DEL LIBERALISMO
221
no anarquistas.54 Se desenmascar? hasta mayo de 1911 cuando condicion? la alianza con el triunfante Madero a la entrega al proletariado de la tierra y los instrumentos de labranza, condici?n que, por supuesto, Madero no acept?. Como tam poco acept? el manifiesto del 25 de septiembre de ese a?o,
que propugnaba la abolici?n de la propiedad privada y la
destrucci?n del capital, la autoridad y el clero.55
Aunque con la Constituci?n de 1917 triunfa el libera
lismo social contin?a la lucha con el individualista, porque los abogados ligados al Porfiriato utilizan el art?culo cuarto
(a nadie podr? impedirse que se dedique a la profesi?n
industrial o trabajo que le acomode, siendo l?citos) contra el 123, para oponerse a la legislaci?n laboral. A partir de la primera Ley Federal del Trabajo de 1931 la lucha de clases se manifiesta entre el zigzagueante populismo y el libera lismo econ?mico de la burgues?a.
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222 MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
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224 MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO
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FINANZAS BRIT?NICAS EN M?XICO (1821-1867)1 D.C.M. Platt Saint Antony's College, Oxford
En comparaci?n con otros pa?ses de la "periferia" M?xico no era pobre; de hecho algunos cre?an que era particular mente rico. En 1867 el Times describ?a a M?xico como "uno de los mejores y m?s ricos pa?ses que conoce la humani dad".2 Diez a?os antes el secretario de la legaci?n brit?nica
George M a the w afirmaba que los inmensos recursos y la ri
queza interna de M?xico eran "incuestionables" y que con
cuatro o cinco a?os de paz y un gobierno fuerte podr?a con vertirse en un pa?s pr?spero y solvente.3 Este tipo de comen
tarios era com?n aun en relaci?n a pa?ses poco promete dores como Espa?a y Portugal, pero en el caso de M?xico no carec?an de fundamento. A diferencia de otros pa?ses de Hispanoam?rica, M?xico contaba con un producto de exportaci?n que ten?a gran demanda en Europa: la plata.
A principios del siglo xix, cuando M?xico estaba a?n
bajo el dominio espa?ol, el promedio anual de la producci?n de plata era de $ 24 000 000 y probablemente mayor, ya que los impuestos eran lo bastante altos como para estimular el
fraude. Vilar ha calculado que las exportaciones de plata llegaron a ascender a $35 000 000 en 1800,4 aunque esta
1 El peso mexicano de plata y el d?lar norteamericano de plata ten?an por esta ?poca m?s o menos el mismo valor (por ejemplo, cinco pesos mexicanos equival?an a una libra esterlina). V?anse las
explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
2 The Times (oct. 1867), p. 6b. 3 'Report by Mr. Mathew on the manufactures and commerce of Mexico" (Mexico, 20 jul. 1859), en PP, .1869 (sesi?n 2), vol. xxx,
p. 114.
* Vilar, 1976, p. 323.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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cifra es poco confiable. Durante la d?cada de la revoluci?n y los disturbios civiles que antecedieron a la independen cia en 1821, la producci?n minera disminuy? mucho debido
a la salida de los principales propietarios de minas y a la dispersi?n de los trabajadores. Herman Nolte informaba que la producci?n hab?a descendido anualmente a "nueve, ocho y siete millones [de d?lares], en 1821 a s?lo cinco millones, y este a?o [1822] no pasar? de cuatro millones de d?lares ni existe ning?n prospecto de que los mineros vuelvan a estar ocupados, ya que casi todas las minas est?n inundadas".5 La prosperidad de M?xico y de las finanzas guberna mentales depend?a de las minas y ?stas se recuperaban len tamente. George White, agente especial en M?xico de la casa financiera londinense Baring Brothers and Company, calculaba que el promedio anual de oro y plata (casi en su totalidad plata) exportado legalmente entre 1826 y 1851 hab?a sido de $ 8 120 233. La prosperidad minera y el total
de las importaciones en M?xico (cuyo pago s?lo pudo haberse hecho en plata) sugieren, sin embargo, que las ex
portaciones ilegales debieron ser de un monto tan alto como las legales, por lo que el total de las exportaciones anuales debi? pasar de $18 000 000.6 Mathew estimaba que el contrabando de oro y plata en barras o monedas por la frontera norte y los puertos del Pac?fico era aproximada
mente de $7 000 000 a fines de la d?cada de 1850.7 Para principios de la d?cada de 1860 la producci?n de plata al canz? oficialmente el nivel que ten?a antes de los disturbios
de la independencia, que era de $ 24 000 000,8 si bien la
producci?n real era obviamente mayor.
5 Herman Nolte a P. C. Labouchere (La Habana, 11 jul. 1882), Baring, S. C. Holland's Commonplace Book, p. 109. 6 Memor?ndum de White sobre plata y oro (M?xico, 1863), en Baring, HC 4.5.36. 7 Mathew, loc. cit., p. 117. 8 Memor?ndum de White sobre plata y oro, en Baring, loc. cit.
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D.C.M. PLATT
Aun en el caso de una peque?a econom?a como la d
M?xico ?stas no eran sumas grandes de dinero. El comerc exterior de M?xico no era de mucho monto. Su fuerza r caba en el hecho de que estaba firmemente basado en metales preciosos y en que la producci?n pod?a aument y las importaciones bajar si hab?a orden y buen gobiern El numerario ten?a demanda siempre a un cambio rela vamente fijo. Tan s?lo la tesorer?a brit?nica requer?a anu mente entre mill?n y mill?n y medio de libras esterlina en numerario y a veces mucho m?s.9
Las dificultades en las finanzas p?blicas de M?xico pu
den dar la impresi?n de una insolvencia general en el pa que no est? enteramente justificada. Es cierto que el gobie
no federal era insolvente. George White, tratando de resumir
el estado de las finanzas de M?xico hasta la d?cada de 186 explicaba a los Baring que el gobierno mexicano, despu de utilizar de manera poco provechosa a los dos pr?stamo
obtenidos en Londres en 1824 y 1825, empez? a adopt
"el pernicioso sistema de comprometer ingresos futuros
cambio de peque?as sumas adelantadas en efectivo". L primer transacci?n de este tipo (de la que White tuv
noticia) fue una asignaci?n de $ 400 000 sobre ingresos ad nales en 1828 a cambio de un adelanto de $ 75 042 en efe tivo y el pago nominal del balance en acciones cuyo valo ascend?a a alrededor de $ 74 262 en el mercado.10 Esto sir
de precedente para los siguientes gobiernos y le cost?
M?xico millones y millones de pesos en ingresos. Los gobi nos inciertos y espasm?dicos de la ?poca costaron mucho
m?s. Bazant ha calculado que M?xico tuvo un promed
de dos ministros de Hacienda en cada uno de sus primer
Manning and Marshall a Barings (M?xico, 24 nov. 1842), e Baring, HC 4.5.2.
10 "Notes on the present state of society in Mexico" y "Genera
observations on Mexican finances", de White (M?xico, jun. 186 en Baring, HC 4.5.35. Tambi?n, White a Barings (M?xico, 21 ju 1863), en Baring, HC 4.5.35.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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cincuenta a?os de vida independiente (98 ministros en to tal) , sin contar a 63 interinos.11 A partir de 1835, seg?n afirma Josefina V?zquez, las finanzas mexicanas llegaron al caos total; veinte ministros ocuparon la cartera de Ha cienda entre 1835 y 1840, y poco antes de la guerra con Estados Unidos la situaci?n financiera de la rep?blica era * 'verdaderamente las timosa' \12
El gobierno mexicano, sin embargo, merece comprensi?n en estos a?os tan dif?ciles. La crisis financiera de Londres de 1825-1826 cort? abruptamente el suministro de capital ex
tranjero tanto para la rep?blica como para las minas de plata. Espa?a no perd?a a?n la esperanza de reconquistar a M?xico y en 1829 envi? una expedici?n desde Cuba, que aunque fracas? oblig? a M?xico a mantener una fuerza armada en caso de que un incidente semejante pudiera volver a repetirse. Entre tanto las disputas entre "yorkinos" y "escoceses", entre G?mez Pedraza y el presidente Guerrero,
entre Guerrero y el vicepresidente Bustamante, entre Bus tamante y el general Santa Anna, mantuvieron al pa?s en conflicto y a los ej?rcitos en movimiento. Desesperado por la falta de dinero el gobierno mexicano suspendi? el pago de los dividendos de la deuda externa desde octubre de 1827. En 1828 y principios de 1829 impuso un pr?stamo forzoso por $ 300 000 a los comerciantes de la ciudad de M?xico, nacionales y extranjeros,13 y expidi? vales por $ 3 900 000
recibiendo a cambio s?lo $1150 000.14 Accedi? a vender cuarenta mil bultos de tabaco con un descuento muy alto,
aceptando la mitad en efectivo y la mitad en bonos del gobierno (que pod?an obtenerse en el mercado al diez por ciento de su valor) ,15 En 1829 intent? obtener un nuevo 11 Bazant, 1968a, p. 65.
? V?zquez, 1977, p. 7.
13 Manning and Marshall a Barings (20 sep. 1828), en Baring,
HC 4.5.2.
14 J.R. Poinsett a Francis Baring (3 abr. 1829), en Baring HC
4.5.6.
15 El negocio del tabaco en la correspondencia de Manning and Marshall de 1829 a 1832, en Baring, HC 4.5.2.
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D.C.M. PLATT
pr?stamo en Londres por un valor nominal de ? 2 000 000 al seis por ciento, por el que los contratistas deb?an entre gar ? 1 200 000 en efectivo y el resto en vales de la Tesorer mexicana tambi?n a un diez por ciento.16 No parec?a haber ninguna luz en el horizonte. El comer
cio de M?xico hab?a declinado y los ingresos aduanale descend?an y las probabilidades de que el gobierno mex
cano pudiera conseguir fondos de sus acreedores extranjero
eran nulas. El presupuesto de gastos para 1832 era d
$ 20 000 000 contra $ 12 000 000 de ingresos probables; de esos
$ 20 000 000, diecisiete millones estaban presupuestados par el ministerio de Guerra. Esto ?ltimo era, seg?n explicaban los Baring a sus agentes Hope and Company de Amsterdam en diciembre de 1831, el problema m?s grave de M?xico:
...y hasta que M?xico no sea reconocido por Espa?a n
creemos que haya ning?n ministro lo bastante fuerte o intere
sado en reducir lo suficiente al ej?rcito. Parece que ahora
se est?n movilizando tropas a Yucat?n supuestamente con el prop?sito de sofocar a un partido que se opone a la reuni?n de ese estado, y en calidad de cuerpo de observaci?n de Cuba, pero quiz? sea para mantenerlos a distancia de la capital antes de que se inicien las maniobras electorales. Las elecciones no se verificar?n sino hasta septiembre pr?ximo, pero siempre hay grandes intrigas preparatorias. Pero todo esto cuesta di nero.17
Hope and Co. contest? que la baja registrada en el
comercio extranjero en M?xico no era m?s que un ma
pasajero y probablemente breve en un pa?s de un consumo tan fuerte como M?xico, "pero el d?ficit en los ingreso 16 Acuerdo privado entre Richards Exter y William S. Marshall, comerciantes de la ciudad de M?xico, para la negociaci?n de un pr?s
tamo al gobierno mexicano, en el cual se hab?an de dejar apart 20 000 d?lares para sobornos a pol?ticos y funcionarios. Barings s rehus? a tomar parte en esto, y el asunto no parece haber llegad m?s lejos. Baring, HC 4.5.2. 17 Barings a Hope and Co. (13 die. 1831), en Baring PLB, 1831
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FINANZAS BRIT?NICAS
231
y sobre todo la excesiva proporci?n de los gastos militares eran los problemas que verdaderamente amenazaban con su ruina si no se buscaba alg?n remedio,\18 La deuda externa de M?xico era entonces todav?a com parativamente peque?a: ? 6 400 000 por los dos pr?stamos
contratados en Londres en 1824 y 1825 (de los cuales ya hab?an sido redimidas ?1119 500). El elemento real de esta deuda no aument?, pero M?xico no pudo volver a nego ciar otros pr?stamos despu?s de que dej? de pagar los divi
dendos en 1827. Para mediados de los cincuenta la deuda montaba un total nominal de ? 10 241 000 (en bonos al tres por ciento expedidos a ra?z de la "conversi?n" de 1851), y se compon?a simplemente de las conversiones de los pr?s tamos de 1824 y 1825 y los intereses que se hab?an ido acumu
lando.19 El inter?s anual durante la d?cada de 1830 sobre
esta deuda estacionaria era de ? 295 000 ($ 1 475 000), suma
no muy alta en relaci?n con los ingresos del gobierno y menor que la de la deuda flotante (interna) que era de $4/5 000 000 al tres por ciento mensual. Pero, desde luego,
era un pago que deb?a ser efectuado en dinero y en un momento en que los salarios del ej?rcito no se hab?an po dido pagar. Los intereses acumulados para julio de 1836 (cuando los Baring dejaron la agencia del gobierno) eran de ? 601 158 y no exist?an fondos para cubrirlos. Los ingre sos del gobierno en 1836 se estimaban en $ 13 000 000 y de ellos nueve millones estaban destinados al ej?rcito, un mi
ll?n a la marina y tres millones a todos los gastos de los
ministerios de Gobernaci?n, Relaciones Exteriores y Justicia y Negocios Eclesi?sticos.20 Durante los primeros cincuenta a?os despu?s de la independencia el d?ficit anual entre los
ingresos de la federaci?n, calculados entre $19 400 000 18 Hope and Co. a Barings (16 die. 1831), en Baring, HC, 8.1.
19 Fortune's epitome of the stocks and public funds, Londres,
17? edici?n, 1856, p. 271. 20 The Times (8 sep. 1836), pp. 2ss.
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(?3 900 000) en 1844 y su punto m?s bajo de $10 100
en 1851,21 y los gastos fue de $6 600 000.22 Por lo que se refiere a las finanzas del gobierno feder
las cosas iban de mal en peor. Para el verano de 1845
continuos disturbios pol?ticos, los enormes gastos militar
los pol?ticos sin escr?pulos y los ingresos decrecientes hab?a
dejado a la Tesorer?a, "como siempre, en situaci?n exhau
ta".23 Jan Bazant se refiere a la memoria de Luis de Rosa de julio de 1845 como "una excelente descripci?n este caos". El ministro de Hacienda se quejaba de que imposible arreglar las finanzas de un pa?s en el que c
l?der que encabezaba una nueva revoluci?n pod?a adue?a
de los cargos p?blicos y distribuirlos entre sus partidarios co
si se tratara de una herencia o de un patrimonio. La guer civil destruy? cualquier tipo de regularidad en la admin traci?n p?blica y bien todo concepto de obligaci?n en ciudadanos para contribuir, a trav?s de los impuestos, a brir los gastos del gobierno.24 Las tropas norteamericanas avanzaban sobre M?xico de septiembre de 1846 y el gobierno trataba de conseguir f
dos en los t?rminos que fuera. Acudi? a Manning an
Mackintosh, una de las casas mercantiles brit?nicas en M?
co, para que averiguara qu? posibilidades hab?a para
seguir $ 20 000 000 en Londres. Los Baring, a quienes ?st recurrieron, contestaron que no s?lo no era posible con guirlos en los t?rminos en que se ped?an, sino tampoco
otros, "ya que a?n al bajo precio en el que los bon
mexicanos se cotizan hoy de 22 a 23 [de cien nominal
no ser?a f?cil venderlos, excepto por una cantidad insig 21 Fenn on the funds, Londres, 12* edici?n, 1874, p. 370.
22 Estimaci?n de la Memoria de Hacienda y Cr?dito P?blico Mat?as Romero (M?xico, 1870), cit. en MgCaleb, 1921, p. 131.
23 Manning and Mackintosh a Barings (30 jul. 1845), en Baring
HC 4.5.2.
24 Memoria de Hacienda (8 jul. 1845), p. 5, cit. en Bazantt 1968a, p. 67, nota 2.
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ficante".25 Los quince millones de d?lares que M?xico recibi? de indemnizaci?n en virtud del tratado de Guadalupe-Hidal go en 1848 ayudaron a que el gobierno mexicano cubriera los gastos m?s inmediatos. La indemnizaci?n, que sirvi? de base para que el gobierno mexicano obtuviera pr?stamos tanto en M?xico como en el extranjero, fue aprovechada durante varios a?os. Para fines de 1852, sin embargo, el pa?s
se vio de nuevo convulsionado por una revoluci?n y el
cr?dito del gobierno era nulo. El ministro de Hacienda no pudo conseguir una sola postura por un pr?stamo peque?o y debidamente autorizado por $ 600 000.26 Mariano Arista, el primer presidente que ascendi? al poder en forma pac?fica desde la independencia, fue depuesto en 1853 y el general Santa Anna, que volvi? de nuevo al poder, coste? su ej?r cito con los $ 10 000 000 que se obtuvieron por la venta de
La Mesilla a los Estados Unidos.
Era una historia triste. No existe una serie completa y confiable de cifras. Olasagarre, el ministro de Hacienda entre junio de 1854 y enero de 1855, informaba que seis meses despu?s de haber asumido su cargo no hab?a logrado obtener
los datos necesarios para formar un estado de ingresos y
egresos; todo se hac?a a ciegas y el gobierno, siempre ignoran
te del estado real de las finanzas, utilizaba sus ingresos sin ninguna base para calcular sus necesidades. Miguel Lerdo de Tejada, el sucesor de Olasagarre, calculaba los ingresos gubernamentales de 1855 en $11/12 000 000 y los gastos en $20 000 000. El d?ficit no pod?a ser excepcional. Deb?a ser cubierto como en el pasado con el producto de la venta de bonos de la deuda interna a precios muy bajos, ingresos aduanales, pr?stamos forzosos, impuestos sobre capitales, pr?stamos o donativos del clero, impuestos irregulares prin cipalmente en la ciudad de M?xico, o cualquier ingreso que 25 Barings a Manning and Mackintosh (1? feb. 1847), en Baring
PLB, 1847.
26 Falconnet a Barings (Mexico, 2 die. 1852), en Baring, HC
4.5.25.
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pudiera obtenerse de la expropiaci?n de bienes eclesi?st
cos.27 Los ingresos de importaciones s?lo se recolectaban en forma regular en los puertos de Veracruz y Tampico, mien
tras que en Matamoros (puerto del Golfo que serv?a a comercio norteamericano) y en los puertos del Pac?fico se recolectaba s?lo la mitad o la tercera parte de los im puestos, y a YQces menos. George White cre?a que por l menos la mitad de los productos que se introduc?an en M?xico lograban eludir gran parte de los impuestos, mien tras la plata, que era el producto de exportaci?n m?s im portante (sujeto a un derecho de veinte por ciento), sal? de contrabando en barras o evadiendo casi todos los im puestos.28
Nadie tiene una idea precisa sobre el monto de la deu
da interna. En 1860 pudo haber habido en circulaci?n $31000 000 de la deuda, $42 000 000 de los bonos Peza y $15 000 000 de los bonos Jecker, es decir, un total de
$88 000 00 (?17 600 000). En el pasado se hab?an expe
dido otros bonos y se hab?an ido acumulando grandes suinas
de la deuda flotante, ?rdenes de pago sobre aduanas, y certificados de todo tipo de propiedades embargadas y pr?s
tamos forzosos. Era puramente especulativo calcularla en
$ 150 000 000.29 George White, en sus "General observations
on Mexican finances", una serie de memoranda que pre par? durante su estancia en la ciudad de M?xico en 1863, conclu?a que los males se hab?an complicado tanto en las finanzas p?blicas, que amenazaban con llevar a M?xico a una bancarrota completa. Los abusos m?s grandes eran los que contribu?an ? disminuir los ingresos por contrabando y fraude en las aduanas, la extracci?n fraudulenta de plata,
27 Memor?ndum de White sobre el comercio y los ingresos de M?xico (M?xico, 1863), en Baring, HC 4.5.36. 28 White a Barings (M?xico, 27 jun. 1863), en que se incluye un memor?ndum sobre fraudes y abusos en la administraci?n de las finanzas mexicanas, en Baring, HC 4.5.33.
29 White a Barings (M?xico, 11, 21 jul. 1863), en Baring, HC 4.5.33.
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la hipoteca de futuros ingresos para obtener dinero en efec tivo adelantado, la acumulaci?n de intereses atrasados y el fondo de amortizaci?n de la deuda extranjera, las crecientes demandas que los particulares hac?an al gobierno, los pr?s tamos forzosos para cubrir las deficiencias en los ingresos, y la venta de bonos de la deuda a precios muy bajos.30 Nada era irreversible. Los recursos de M?xico probar?an m?s tarde su fuerza, y con un buen gobierno los ingresos federales pod?an cubrir los egresos federales. A fines de 1863,
cuando se intent? evaluar las necesidades y el potencial eco n?mico de M?xico durante la intervenci?n francesa, Joshua Bates (socio principal de los Baring) cre?a que en t?rminos globales los ingresos que M?xico necesitaba para pagar el tres por ciento de sus deudas (incluyendo ? 8 000 000 de
indemnizaci?n que Francia ped?a) eran de ? 1 000 000 al a?o ($ 5 000 000), "que M?xico f?cilmente pod?a pagar y
obtener un excedente".31
Si hubieran sido tiempos de paz y de estabilidad pol?tica los c?lculos de Bates hubieran sido correctos. Los ingresos
de M?xico se estimaban en $25 000 000 (?5 000 000) a
principios de la d?cada de 1860. Si los gastos militares hu bieran podido al menos reducirse, el balance, aun despu?s de cubrir el servicio de la deuda nacional, hubiera sido mucho mayor que lo que hasta entonces se hab?a destinado a cubrir gastos de car?cter no militar en los presupuestos mexicanos. El problema era que se trataba de una monar qu?a impuesta por la fuerza y s?lo pod?a ser mantenida por la fuerza. El ej?rcito llev? a pique las finanzas del imperio de Maximiliano del mismo modo que lo hizo con las de la rep?blica. Sin embargo, los desastres en las finanzas federales no constitu?an la historia completa. Josefina V?zquez se?ala 30 Sin fecha, pero probablemente de junio de 1863, como la ma yor?a de los memoranda de White. Baring, HC 4.5.36.
31 Joshua Bates a Thomas Baring (18, 21 sep., I9 oct. 1863), en
Baring, Northbrook Papers, cartas a Thomas Baring, sin numerar.
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que mientras el gobierno federal experimentaba un cola financiero, algunos Estados tuvieron m?s ?xito y las cla acomodadas pudieron acumular fortunas en la miner?a industria. A pesar de la bancarrota federal y el caos pol? durante estas primeras d?cadas despu?s de la independenc la naci?n en conjunto sigui? progresando.32 Aun el gobierno federal pudo conseguir de vez en v recursos extraordinarios que, en alguna medida, impidier
que llegara a la miseria total. Algunos, como la indem zaci?n de Estados Unidos despu?s de la guerra y los gresos de La Mesilla, eran sumas de dinero introduci
desde afuera. Sin embargo tambi?n se extrajeron grand sumas desde dentro de la econom?a mexicana. Los c?lcul
sobre la riqueza de la Iglesia en M?xico son frecuenteme
exagerados. Es com?n, por ejemplo, decir que la Igle antes de la reforma era due?a de m?s de la mitad d
riqueza de M?xico. Bazant acierta obviamente al bajar la fra de los bienes administrados por la Iglesia e institucio afiliadas a $100 000 000, una suma alta pero que repre taba quiz? s?lo una cuarta o una quinta parte de la rique nacional.33 No obstante, no parece poco razonable acep
el c?lculo estimativo de Robert Knowlton de que los gresos de la rep?blica por la expropiaci?n de bienes e si?sticos (principalmente a fines de la d?cada de 185
durante la de 1860) fueron de un total de $25 000 000.34
La historia financiera de M?xico estuvo caracterizada
duda por una gran esquizofrenia. Mientras el gobierno f
deral enfrentaba un obst?culo tras otro, las minas florec?an,
la acu?aci?n de oro y plata aumentaba (de modo que c $20 000 000 fueron acu?ados en el terrible a?o de 184
grandes cantidades de plata eran exportadas a todo el m
do, y los hombres de negocios de la ciudad de M?x
estaban a la altura de los m?s poderosos en el continente 32 V?zquez, 1977, pp. 43, 50. 33 Bazant, 1971a, p. 13. 34 Knowlton, 1976, pp 222, 241-242.
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De las minas de San Jos? de los Muchachos en Guanajuato los metales subastados en 1848 llegaron supuestamente a ser
de $100 000 a la semana.35 Sin duda los impuestos recau
dados por un buen gobierno hubieran podido representar buenos ingresos para la hacienda p?blica, pero en el estado en que estaban las cosas, grandes sumas se destinaban a la compra y mejoramiento de bienes ra?ces ?inversiones se guras que daban buenos beneficios cuando no hab?a ni re
voluciones ni bandidos. Frances Calder?n de la Barca, en su viaje a fines de la d?cada de 1830, hablaba de la gran
riqueza de las plantaciones de az?car y caf? en tierra calien te, como Atlacomulco ("un para?so terrenal") o Mecatl?n
y Cocoyotla. En los mismos alrededores de la ciudad de M?xico ella y su esposo (el ministro espa?ol) fueron aten
didos en grande en mansiones palaciegas en donde "todo en la mesa eran de plata s?lida" y "un vasto capital rebosaba en diamantes y plata", a lo que a?ad?a correctamente que
"no era buen s?ntoma del estado en que estaba el comer cio".36
Era cierto que gran parte del capital en M?xico en tiem pos de inestabilidad end?mica estaba inmovilizado en tierras, joyas y numerario, o encontraba refugio fuera.87 Pero algo
pudo llegar hasta los grupos financieros de la ciudad de
M?xico, que pudieron multiplicarlo con pr?stamos a corto plazo e intereses altos tanto a particulares como al Estado. En las transacciones con el Estado los hombres de neg?* cios mexicanos ten?an ventajas sobre los extranjeros. El sec tor financiero extranjero, que naturalmente se hab?a hecho 30 Mackintosh a Barings (18 sep. 1849), en Baring, HC 4.5.2.
?s Calder?n de la Barca, 1913, pp. 209, 301-302, 308-310. Los or?genes de la riqueza de las principales familias de M?xico est?n descritos en Ward, 1829, i, pp. 471-473.
87 Desde una ?poca muy temprana los Lizardi de Londres y M?xi co manejaban una considerable suma de capital fugitivo invertido, a cuenta de mexicanos y extranjeros residentes, en acciones p?blicas bri t?nicas y francesas. El fen?meno se encuentra descrito en Manning
and Mackintosh a Barings (13 oct. 1849), en Baring, HC 4.5.2.
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cargo de los pr?stamos internacionales, retrocedi? una v que el gobierno mexicano se declar? incapaz de cubrir servicio de la deuda externa y los mercados de capital ex tranjero quedaron cerrados para el gobierno mexicano. L
extranjeros no intentaron competir en los pr?stamos a co
plazo para el gobierno. Desde sus primeros a?os de v
independiente este tipo de transacciones fue monopolio prerrogativa de los mexicanos. Los Baring, que aceptaron la agencia del gobierno mex
cano en Londres en 1826 (para abandonarla una d?ca
m?s tarde), no se interesaron en negocios a corto plazo c el gobierno. Se dejaron persuadir por sus agentes en M?xi
Manning and Marshall, para participar en uno de los
meros negocios de tabaco con el gobierno, en que esperab obtener $ 50 000 en efectivo y un equivalente de los cr?di acumulados por el gobierno. Nada los indujo a seguir, y agosto de 1829 los Baring pidieron a Manning and Marsha que liquidara cuanto antes el negocio de tabaco y que p
ning?n motivo volviera a entrar en negocios con el
bierno.38
M?s tarde los Baring no se dejar?an tentar por un
negocio de moneda de cobre para el ministro de Hacienda sin estar seguros de que el pago fuera en efectivo y en el
momento mismo de la entrega. Manning no insisti? en el asunto, ya que el gobierno no estaba en posici?n de pa gar en efectivo. Pero seg?n dec?a hab?a otras formas de utilizar el capital en M?xico. Ofrec?a manejar en forma permanente a cambi? de una comisi?n razonable, entre ? 10 000 y ? 15 000 de los Baring en negocios ordinarios, "con seguridad y grandes ventajas", pudiendo esperar que produjeran entre uno y dos por ciento de inter?s mensual bajo las condiciones m?s firmes de seguridad.39 La propia
38 La carta original de Baring del 20 de agosto de 1829 se en
cuentra perdida, pero sus instrucciones fueron recibidas y repetidas
en una carta de William Marshall (10 nov. 1829), en Baring, HG
4.5.2.
39 Manning a Barings (2 mayo 1831), en Baring, HC 4.5.2.
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Manning and Marshall empleaba as? parte de su capital, y los residentes en M?xico pod?an hacer (o perder) sus for tunas de esa manera. El negocio resultaba mucho menos atractivo para los que viv?an fuera, que depend?an del juicio
y la habilidad de sus agentes; para los Baring esto no en traba ni en su l?nea ni en su gusto. Lo que parece obvio en una econom?a estable est? lejos de serlo en otros lados. En M?xico los intereses incre?ble mente altos en los pr?stamos a ciertos sectores del mercado interno reflejaban no tanto una carencia absoluta de capi tal como los riesgos que se corr?an en el otorgamiento de algunos tipos de cr?dito. La tierra era la inversi?n m?s segura y era ah? donde flu?a el excedente de capital cuando, como normalmente ocurr?a, el objetivo era la seguridad a largo plazo y no las ganancias fortuitas. Por otro lado, el
gobierno federal pod?a llegar al punto de no poder obte
ner absolutamente ning?n pr?stamo en el mercado interno.
Guando en el oto?o de 1846 el general Santa Anna sali? de la ciudad de M?xico a combatir al ej?rcito norteameri
cano pudo conseguir s?lo $ 27 000 (? 5 400) de los $ 200 000 que solicit? a los prestamistas nacionales;4<) el capital no era tan escaso como para que una suma tan modesta no se hubiera podido recabar, pero el riesgo fue considerado (co rrectamente) como demasiado grande. Los particulares, al igual que el gobierno, encontraron la cuenta m?s importante de cr?dito en la Iglesia. Bazant cree que antes de la reforma de 1856 el valor total de los bienes productivos de la Iglesia e instituciones afiliadas a ella era aproximadamente de $ 50 000 000.41 Michael Costeloe ha llamado la atenci?n sobre la importancia de los juzgados de capellan?as, cuerpos cuya responsabilidad era la de in
vertir la riqueza del clero en cada di?cesis. Los juzgados
eran la ?nica fuente en la que comerciantes y terratenientes
pod?an conseguir cr?dito en condiciones m?s f?ciles, "la 40 The Economist (5 die. 1846), p. 1587. 41 Bazant, 1971a, pp. 12-13.
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?nica instituci?n bancaria del pa?s".42 La riqueza de la I sia a mediados del siglo xix consist?a fundamentalme de bienes ra?ces e hipotecas, y la Iglesia evitaba inver nes en miner?a, industria y comercio.43 Los bienes ra?c
estaban en gran medida hipotecados a la Iglesia, pero
parecer los juzgados canalizaban cr?ditos a comerciantes e dustriales. Seg?n Costeloe gran parte de la peque?a indus
en M?xico "depend?a del Juzgado para sus inversione aun para obtener capital activo".44
Lo que puede decirse de la iglesia mexicana es que
cr?dito barato que ofrec?a a terratenientes y a otros, im fecto como era, contribuy? a que un fuerte grupo fina ciero nacional empleara sus recursos en pr?stamos a cor plazo y a inter?s alto principalmente para el gobierno.
hombres de finanzas cubr?an as? necesidades que de o
forma hubieran tenido que ser cubiertas por extranjeros
Ha sido com?n subestimar la contribuci?n y la capaci
de los grupos financieros nacionales en M?xico, aun cua su contribuci?n ya era importante en la rep?blica, muc
antes de que se estableciera en la ?poca del imperio, sector bancario formal.
El ?nfasis en los bancos formales puede ser enga?o El Banco de Av?o (un banco de pr?stamos financiado po gobierno) fue experimento interesante en el cr?dito ind trial, y su logro fue el desarrollo de la industria textil a donera en M?xico. Era sin embargo una empresa pequ aun para M?xico. El Banco de Av?o fue disuelto en 18 durante los doce a?os de su existencia hizo pr?stamos po un total de $ 1 000 000 (? 200 000) ,45 De mayor impor cia para las finanzas nacionales eran las casas financie de la rep?blica, especialmente las de la ciudad de M?x 42 Costeloe, 1967, p. 128. 43 Bazant, 1971b, p. 25. 44 Costeloe, 1967, p. 128.
45 Potash, 1959. La cifra de los pr?stamos se encuentra en p. 1
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Los hombres de negocios han mostrado siempre una capacidad asombrosa para hacer dinero a costa de gobier
nos en bancarrota ?capacidad que fue tan evidente en M?xi co como en pa?ses como Austria, Italia, Espa?a y Portugal en la misma ?poca. El gobierno mexicano no pod?a recurrir al cr?dito extranjero. Para cubrir sus necesidades a corto
plazo depend?a del cr?dito de hombres de negocios que
resid?an en M?xico, que aunque ocasionalmente eran extran jeros casi siempre eran mexicanos. Era un negocio muy ries
goso, pero las ganancias eran espectaculares. No era tan com?n como puede parecer que el gobierno no cumpliera sus compromisos, ya que, aun en las peores circunstancias, no pod?a darse el lujo de perder la ?nica fuente de dinero en
efectivo que le quedaba. Bazant ha se?alado que la tasa
de inter?s en los pr?stamos al gobierno mexicano era "por lo menos de un veinticuatro por ciento mensual", mien tras la tasa comercial fluctuaba entre doce y veinticuatro por ciento anual y el promedio en bienes ra?ces urbanos y rurales era apenas de un cinco por ciento anual.46 El contacto directo de los hombres de negocios naciona les con sus gobiernos, su habilidad para actuar "seg?n el
modo del pa?s", la necesidad de tomar decisiones r?pidas que no permit?an esperar las semanas que se requer?an para recurrir al extranjero, las necesidades relativamente modes
tas de gobernantes que no ten?an ninguna seguridad de continuar en sus puestos y los problemas de liquidez, abrie ron grandes oportunidades para quienes estaban donde se les necesitaba. S?lo los financieros que resid?an en M?xico estaban en posici?n de manipular todos los aspectos en este tipo de transacciones. La especulaci?n en la deuda p?blica alcanzaba dimensiones extraordinarias y a ello destinaban
"parte de sus mejores esfuerzos buen n?mero de los em
presarios de la ?poca".47
46 Bazant, 1971a, pp. 6-7. 47 Beato, 1978, p. 68.
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Las casas mercantiles extranjeras ten?an l?mites defin dos, ya que aun la m?s poderosa pod?a lograr poco sin cooperaci?n local. El pago de $ 10 000 000 de La Mes fue arreglado, con una fuerte competencia por parte los Rothschild, por medio de casas mercantiles mexican a cambio de adelantos hechos a Santa Anna de sumas
efectivo por $ 2 000 000 para cubrir los gastos de la guer en el Sur. Jecker, Torre y C?a., de la ciudad de M?xico, una carta dirigida a los Baring al comienzo de las intrig de La Mesilla, les explicaba que no hubieran podido logra un arreglo entre las firmas de Londres y las firmas local
"nadie m?s que individuos o casas existentes en el lug
pod?an participar, ya que hubieran tenido que concederl mucha discreci?n para arriesgarse a hacer adelantos en u negocio incierto". Los Baring estuvieron completamente acuerdo.48
Lo mismo ocurri? en el caso de las negociaciones para
el primer ferrocarril. En 1835 el se?or Rickards obtuvo una
concesi?n del gobierno mexicano para construir una v?a f?rrea de Veracruz a la ciudad de M?xico, y de ah? hasta la costa del Pac?fico. No contaba con el apoyo de los em
presarios y especuladores mexicanos, que ten?an sus propios
planes. Cuando fue a Londres a formar una compa??a no tuvo ?xito ni se esperaba que lo tuviera. Francis Falconnet
explicaba a los Baring que era dif?cil llevar a cabo una
empresa de tal magnitud sin asegurarse antes la cooperaci?n
de hombres como Escand?n, Iturbe y Jecker, cuyo apoyo era necesario para suavizar las relaciones con el gobierno, aun cuando se tratara de un negocio fijado bajo las con diciones m?s liberales.49 Fue Escand?n quien obtuvo final
mente la concesi?n (en 1856), de tal manera que las primeras 48 Falconnet a Barings (Mexico, P, 19 abr., V jun. 1854), en Baring, HC 4.5.25; Jecker-Torre y C?a a Barings (19 abr., I9 ago. 1854), en Baring, HC 4.5.23; Barings a Jecker-Torre (P jun. 1854), en Baring PLB, 1854. 49 Falconnet a Thomas Baring (l9 ene. 1854), en Baring, HC
4.5.25.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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etapas de financiamiento y construcci?n del ferrocarril es tuvieron a cargo de un grupo financiero nacional asistido
por comerciantes y terratenientes de la zona por la que deb?a pasar la v?a y por comerciantes extranjeros residentes en el pa?s que ten?an intereses en el comercio de Veracruz y de Tampico.&0 No existe informaci?n precisa acerca de recursos finan cieros individuales para el siglo xix. Sin embargo, Francis Falconnet recibi? instrucciones, como agente de los Baring
en M?xico encargado de la indemnizaci?n de 1849, para
averiguar lo m?s que pudiera acerca de la situaci?n en que estaban las casas mercantiles mexicanas. En el informe que prepar? trat? de dar una estimaci?n de los capitales de cada
una de las casas, fijando en los casos que juzg? necesario los l?mites aproximados, lo que puede al menos dar una
idea de los recursos que hab?a. El capital de las principales casas financieras y comerciales de la ciudad de M?xico to mando en cuenta la cantidad m?xima y la m?nima que se
se?alaba en el informe, era de $23 450 000 (?4 690 000)
y $ 29 900 000 (? 5 980 000). De este total, de $ 18 400 000 a $ 24 400 000 correspond?an a casas "espa?olas y mexicanas", de $ 1 200 000 a $ 1 400 000 a casas inglesas, de $ 2 350 000 a $ 2 500 000 a casas alemanas y de $ 1 500 000 a $ 1 600 000 a
francesas.51 La distinci?n por nacionalidades no era real,
5? Ur?as Hermosillo, 1978, p. 32. 61 Informe de cr?dito de Falconnet sobre las casas comerciales
mexicanas (Nueva Orleans, 26 jul. 1849), en Baring, HC 4.5.25. El total de las casas inglesas pudo haber aumentado si Falconnet hubiera podido proporcionar una cifra para Manning y Mackintosh,
aparentemente la m?s poderosa de las casas inglesas. Sin embargo,
en la realidad, en 1859 Manning and Mackintosh estaban a punto de quebrar por su exceso de obligaciones sobre haberes. Falconnet tam
poco pudo obtener cifras para Godoy, una de las casas "espa?olas y mexicanas" ("del que se dice que es rico pero amigo del juego; tiene un juicio pendiente sobre sus propiedades mineras; si lo pierde su posici?n cambiar? completamente"), y para P. Murphy, una de las brit?nicas ("incierto, pero no grande"). Edward Forstall, de Nueva
Orleans, tambi?n mand? a Falconnet un interesante informe sobre los
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ya que todas estaban establecidas en M?xico y desde c quier punto de vista eran mexicanas. Aun as? resulta
teresante ver que una proporci?n tan alta de los capital hubiera sido registrada como "espa?ola y mexicana", ya comunmente se piensa que ocurr?a lo contrario. S?lo parte de los $ 6 000 000 que se fijaron como m?ximo es disponible en cualquier momento para nuevas operacion y gran parte de ellos estaban vinculados por largos per? en minas, bienes ra?ces e hipotecas de un tipo u otro. S embargo era base de cr?dito y en conjunto representab doble del total de los gastos del gobierno federal en quier a?o. Las casas comerciales m?s grandes y activas pod basarse en el capital de otras para acrecentar el que ten?
de manera que sus operaciones tanto a cr?dito como
efectivo eran tan grandes como para dejar poco espacio a
de fuera.
Las casas mexicanas ten?an intereses en casi todas partes
de la rep?blica. Edward Forstall, el agente de los Baring en Nueva Orleans, dec?a a Falconnet que hab?a realizado operaciones "por millones y millones de d?lares" con Caye
tano Rubio, que ten?a el don de saber sacar ventaja aun en las situaciones m?s cr?ticas. Fue ?l quien proporcion? a Santa Anna los medios para salir a combatir al general Zachary Taylor, el comandante norteamericano, en Buena vista en febrero de 1844, y quien hizo llegar al general Scott fondos para sostener a las tropas norteamericanas en M?xico. Se dec?a que su fortuna era de $ 1 000 000 pero Rubio estaba
tambi?n a cargo de uno o dos millones de la Viuda de Echeverr?a e Hijos. Forstall conclu?a que Cayetano Rubio sab?a cu?l era el precio de cualquiera de los hombres en el poder y que no ten?a misericordia para su gobierno cuando
se trataba de dinero, a lo que Francis Falconnet agregaba
que como industrial, terrateniente y contratista del gobier
no estaba "listo para cualquier negocio, sin importar su
negocios y la situaci?n de las principales casas de M?xico, pero sin tantas cifras (l9 mar. 1849), en Baring, HC 4.5.2.
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naturaleza, siempre y cuando existieran probabilidades de ganancia; que efectuaba inmensa parte del comercio de con trabando en todos los lugares del pa?s sin escr?pulos y de la manera m?s descarada... : ciertamente el hombre de nego cios m?s talentoso de M?xico". Tambi?n estaba Francisco
Iturbe, ex ministro de Hacienda, quien no ten?a "la repu
taci?n m?s alta en cuesti?n de moralidad, pero s? alrededor de mill?n y medio de d?lares provenientes principalmente de transacciones con el gobierno", y Manuel Escand?n "el Sa
lamanca de M?xico". En pocos a?os Escand?n labr? una
fortuna de un mill?n de d?lares, y se dec?a que ten?a otro medio mill?n en establecimientos industriales. Estaba estre chamente relacionado con Manning Se Mackintosh; "los pr?s tamos del gobierno en que participaban conjuntamente eran de varios millones, la conversi?n, el tabaco, veinte por cien to de los bonos y viejos cr?ditos, representaban cada uno cientos de miles de pesos".52 Para fines de la d?cada de 1850 Escand?n afirmaba que ten?a invertidos $ 2 000 000 de su
propio capital en el ferrocarril de Veracruz, del que fue
pionero.53 Las fortunas privadas en M?xico no estaban completa mente fuera de tono aun con las de los banqueros en Lon dres, la ciudad m?s rica del mundo. Las m?s grandes (en Londres) fluctuaban entre tres y cuatro millones de libras durante las d?cadas de 1860, 1870 y 1880. Pero un promi nente comerciante banquero, el padre de George Goshen,
dej? una fortuna de ? 500 000, y las propiedades de Tho mas Coutt eran de ? 600 000.54 Cuando Juan Antonio de B?istegui muri? en 1865 dej? un capital de $ 7 600 000 (? 1520 000) ,55 Gregorio Mier y Ter?n, cuya actividad principal era la de prestamista, dej? un capital (1869) de 52 Ibid., y Daniel Price, socio de Manning and Mackintosh, a Lewis Price (M?xico, 13 ago. 1850), en Baring, HC 4.5.2. 53 Ur?as Hermosillo, 1978, p. 29. 54 Rubinstein, 1977, pp. 106-107, 114, 123. 55 Meyer C, 1978, pp. 110, 112.
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$ 6 300 000 (? 1 260 000), gran parte del cual era emplea en M?xico.56 La lista de Francis Falconnet comprend?a treinta y dos casas comerciales y casi todas se ocupaban m?s o menos del mismo tipo de negocios, algunas con un ?nfasis m?s finan ciero y otras mercantil. Los negocios que realizaban eran in finitamente variados. Se interesaban en el comercio inter
nacional, en la industria textil, hipotecas, bienes ra?ces, pro piedades rurales, pr?stamos personales, contratos provinciales
de tabaco, propiedades eclesi?sticas y todo tipo de transaccio nes con el gobierno, pero muy pocas estaban directamente vinculadas con las finanzas extranjeras. Ser?a obviamente enga?oso considerar a estas casas, que operaban en un contexto de escasez perenne de comercio y finanzas extranjeras, como realmente obsesionadas con su
papel de "beneficiar?as de las operaciones financieras del capital extranjero, tanto a nivel p?blico como privado".57 Sus intereses estaban m?s ligados a M?xico. Tampoco esta ban relacionadas con las importaciones y exportaciones, ni
incorporadas a una econom?a internacional mantenida y diri gida por Gran Breta?a y su modo capitalista de producci?n.58 Lejos de comportarse como agentes financieros extranjeros, existe poca evidencia positiva de que tuvieran una relaci?n
seria al otro lado del Atl?ntico,59 con excepci?n ir?nica mente, de grandes exportaciones de capital mexicano que buscaba refugio en Europa durante la d?cada de 1860. En la 56 57 58 59
Oyarz?bal Salcedo, 1978, p. 160. Ur?as Hermosillo, 1978, p. 26. Cerutti, 1978, pp. 231-232. Ur?as Hermosillo, 1978, passim. La conclusi?n obvia parece
hab?rseles escapado a la autora y a ios comentaristas, quienes estaban
preparados a argumentar, en contra de las evidencias, que *'desde
cierto punto de vista los empresarios mexicanos del siglo pasado apare cen como agentes de potencias capitalistas extranjeras, con el contexto
de la disputa del mercado de M?xico por los Estados Unidos, Gran Breta?a y Francia" (p. 56), deducci?n sin fundamento puesto que no hay evidencia de ning?n tipo para sostener que ese fue el caso, y
poqu?simo el comercio o finanzas extranjeras que disputar.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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fortuna de los B?istegui hab?a en 1866 un total de $ 4 100 000
nominales (? 820 000) en acciones europeas, en su mayor?a
de ferrocarriles franceses y espa?oles.60
Aun las fortunas de las casas comerciales extranjeras m?s
grandes proven?an de finanzas internas. Manning and
Mackintosh, firma que Forstall describ?a a Falconett en 1849
como 'la casa m?s poderosa y eficiente de M?xico... [de cuyos] servicios no puede prescindirse" enfrentaba problemas;
Mackintosh, el ?nico socio activo en M?xico, estaba ansioso por hacerse cargo de todos los negocios del gobierno. Era uno de los grandes especuladores en la miner?a, "una loter?a
en que hab?a m?s billetes en blanco que premios". Era due?o de una f?brica en Jalpa, que prob? no ser un buen negocio. Ten?a una propiedad grande en el Golfo de M?xico que tuvo que aceptar en el arreglo de una deuda, y en la
que tuvo que invertir $ 100 000 antes de comenzar a obtener alguna ganancia. En ese momento estaba involucrado en un litigio que pod?a costarle $ 1 000 000. Manning and Mackin tosh estaba a cargo de casas de moneda en M?xico, Guana
juato y Sinaloa. Era due?a de minas de plata en diversos lugares del pa?s, y si las cifras de consumo de mercurio
pueden servir de gu?a debi? controlar en una forma u otra un veinte por ciento de las minas de plata que estaban en actividad en M?xico. Falconnet qued? profundamente desi lusionado del poco apoyo que Manning and Mackintosh le pudo brindar en el problema de la indemnizaci?n de 1849. La casa fall? primero en sus pagos en 1850, cuando ya los Baring por recomendaci?n de Falconnet, hab?an transferido
su agencia a Jecker. Se declar? en completa bancarrota
en 1852.61
60 Meyer C, 1978, pp. 132-133, 135. 61 Aunque las deducciones de Barbara Tenenbaum son un poco
tendenciosas, ella ha reunido detalles ?tiles sobre las operaciones de Manning and Mackintosh, Tenenbaum, 1979, pp. 321 ss. Es una l?sti
ma que la autora no haya podido usar la riqu?sima correspondencia entre las dos compa??as que se conserva en el archivo de Baring.
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Jecker, Torre y C?a. era una casa suiza e hispano-mexi
cana valuada en $ 800 000, que ten?a acceso a trav?s de Isidoro de la Torre a una fortuna de entre $2 000 000 a $ 3 000 000 perteneciente a su pariente Gregorio Mier y Te r?n. Los negocios financieros de Jecker, en los que se espe
cializ? despu?s de 1850, le hab?an estado produciendo
$ 325 000 netos durante varios a?os.62 Seg?n se informaba era "enemigo de invertir en pr?stamos, o en bienes ra?ces,
o en cualquier campo que no produjera ganancias inme diatas" y su cr?dito era tan alto que la firma de su casa era preferida sobre cualquiera otra en M?xico.63 Falconnet entabl? una relaci?n muy ?ntima con Jecker a principios
de la d?cada de 1850 y quiso presentarlo a Joshua Bates
cuando Jecker estaba a punto de partir para Europa en 1853.
"Su apariencia podr? no ser del completo agrado de la
se?ora Bates en su hermosa mansi?n en Arlington Street, ya que es algo t?mido y raro, pero usted podr? ver que es un hombre bueno, sencillo y honrado y que mejora mucho
cuando se le conoce".64 La descripci?n de Falconnet est? muy lejos de coincidir con la imagen del monstruo de la leyenda popular, del responsable de los infames bonos Jecker,
que fue ejecutado como una figura diab?lica por la comuna de Par?s. Pero era caracter?stico que un hombre de finanzas en la ciudad de M?xico a mediados de siglo, sin importar cuan cauteloso, sencillo y honrado pudiera haber sido, fuera arrastrado a especular con bonos del gobierno. Jecker que
br? en 1860. "La especulaci?n excesiva con el gobierno,
?dec?a Alexander Grant? es la piedra en la que se estrellan todas estas casas". El haber de $7 000 000 de Jecker inclu?a bonos del gobierno (los "bonos Jecker") devaluados al quin 62 Barings (citando a Forstall) a Hottinguer (11 sep. 1851), en
Baring papers in the Public Archives of Canad?, Ottawa, microfilm frame no. 71286, y en Baring PLB, 1851. 63 Informes de cr?dito de Forstall y Falconnet (l9 marz., 26 jul.
1849), en Baring, HC 4.5.25. 64 Falconnet a Joshua Bates (M?xico, 2 mayo 1853), en Baring,
HC 4.5.25.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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ce por ciento, que "no pod?an venderse por cinco ?o por tres o por nada? y un cambio de gobierno pod?a redu cirlos a nada".65
A pesar del esc?ndalo que provocaron, los bonos Jecker no eran el peor de los muchos abusos que se cometieron en la ?poca. El gobierno recibi? un total de $ 1 776 607 en efectivo, en equipo militar, y en bonos y cr?ditos a cambio
de acciones por un valor nominal de $ 15 000 000 al seis por ciento de Jecker, Torre y C?a. No era una transacci?n fuera de lo com?n, aunque su monto era mayor que el de otras, y se hizo notar fuera de M?xico s?lo porque el go bierno franc?s insisti? en alg?n momento en que se reco nociera la suma completa de $ 15 000 000, lo que llev? a la emperatriz, al duque de Morny, al conde Walewski y al se?or Dubois de Saligny (ministro franc?s en M?xico) a comprar los bonos por una cantidad insignificante para especular.66 Del mismo modo, sin embargo, era de conocimiento general
el hecho de que la ropa y las municiones para el ej?rcito
mexicano hab?an sido contratadas por el doble o m?s de su valor real; que las reclamaciones que se hac?an en contra del gobierno mexicano sobre porcentajes en los ingresos aduanales, como el fondo del padre Moran, deb?an adquirirse en el mercado con enormes descuentos, y que si se lograba su reembolso completo pod?an obtenerse ganancias de varios
65 Alexander Grant a Barings (M?xico, 28 mayo 1860), en Baring,
HC 4.5.31. Jecker dio un testimonio para sus acreedores el 25 de mayo de 1860, el que muestra obligaciones por $4 500 000 y activos por casi $ 7 000 000. Los activos estaban condensados en Bankers* Magazine, 20 (1860), 495. 66 George White explic? los detalles de ?a reclamaci?n de Jecker en un memor?ndum titulado "The British convention debt", escrito en la ciudad de M?xico sin fecha, pero probablemente de junio de 1863,
en Baring, HC 4.5.36. En sus cartas enviadas de Orizaba y la ciu
dad de M?xico, White se refer?a frecuentemente a les bonos Jecker y a los esc?ndalos relacionados con ellos (abr.-dic, 1852), en Baring,
HC 4.5.33.
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cientos por ciento; que cantidades muy grandes de los b
Peza estaban en circulaci?n por tan poco como .25 p ciento de su valor nominal.
Grandes riquezas estaban al alcance de aquellos que
contraste con Jecker, lograban sobrevivir. Los bonos de bierno mexicano expedidos a ra?z de los pr?stamos de 1 y 1825 en Londres, totalmente desacreditados como inv
si?n y muy depreciados, se volvieron (dentro del m M?xico) uno de los objetos favoritos de especulaci?n.
nuevos bonos al tres por ciento (resultado de la conver
m?s reciente de la deuda externa) se vend?an en el m
cado londinense por un 13V4 por ciento de su valor no nal en 1852.67 A ese precio resultaban ser un buen neg para los financieros mexicanos, como lo hab?an sido bi?n dos a?os antes en que el representante de los tened
de bonos, William Parish Robertson, informaba que
casas residentes en la ciudad de M?xico ten?an grandes tereses en la deuda extranjera, notablemente Escand? Manning and Mackintosh.68
F. de Lizardi y C?a., que en 1836 tom? el lugar de Baring como agente del gobierno de M?xico en Lond
era de origen mexicano y hab?a hecho su fortuna en M? en pr?stamos a corto plazo para el gobierno en los que pon?a extravagantes tasas de inter?s. Una rama de esta oper? en M?xico durante todo el per?odo. La deuda d convenci?n inglesa, acordada por el gobierno brit?nico y
mexicano el 4 de diciembre de 1851, inclu?a dos gran
reclamaciones de firmas locales, la casa mexicana Mart?
del R?o Hermanos ($3 489 439) y Montgomery, Nico
C?a. ($ 1 269 892), firma extranjera pero con domicilio
la ciudad de M?xico. Cayetano Rubio estaba en poses
de $ 1 000 000 en bonos del padre Moran. La mitad de l deudas de la convenci?n que los aliados trataron de cobr 67 Fortune's Epitome, Londres, 17* edici?n, 1856, p. 129.
68 Robertson, 1850, p. 57.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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a punta de bayonetas en 1861 era de hecho mexicana.69
B?istegui, por ejemplo, ten?a $ 60 000 en bonos del padre Moran y $136 600 de la convenci?n inglesa.70
Otro factor que indica los considerables recursos en
efectivo que exist?an en M?xico es el producto que se obtuvo
de la venta de bienes eclesi?sticos a ra?z de la ley Lerdo en 1856. El capital extranjero no tuvo injerencia en estas operaciones. Si se distingue a los compradores con nombres
espa?oles de los de apellido extranjero, se encuentra que s?lo un promedio de 6.7 por ciento de los inmuebles fueron
adquiridos por personas extranjeras, y que en el Distrito Federal era de 7.3 por ciento. En unos cuantos meses las operaciones alcanzaron un monto de $ 675 307 en efectivo, $ 196 273 en bonos del gobierno (cotizadas al cinco por cien
to de su valor nominal) y $212 029 en vales de la Te
sorer?a.71
Fuera del sector comercial el capital extranjero no era
importante en la econom?a mexicana. Esto se deb?a en parte
a que el capital extranjero no estaba disponible, ya que
sin duda los mexicanos hubieran preferido cr?ditos a inter?s m?s bajo si hubieran podido conseguirlos, como tambi?n al
hecho de que M?xico no ten?a entonces capacidad para
absorber sumas considerables de financiamiento extranjero. Sus necesidades inmediatas de dinero eran cubiertas inter
namente y a precios altos. Aun en el caso del primer ferrocarril mexicano (aproxi madamente trescientas millas de v?a) la mayor parte del
financiamiento fue obtenido dentro de la rep?blica. La Com
pa??a del Ferrocarril Mexicano, que tendi? la l?nea de
M?xico a Puebla y Veracruz, era una firma brit?nica cuyo consejo directivo estaba en Londres. La compa??a puso por primera vez en circulaci?n acciones en el mercado de Lon 69 Bazant, 1968a, pp. 86-87.
Meyer C, 1978, p. 131.
7i Bazant, 1968b, pp. 182, 185.
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dres en 1864. Parte de estas acciones entraron a poder personas de nacionalidad brit?nica, si bien nunca fue populares entre los inversionistas brit?nicos. Parte de e capital derivaba de los pr?stamos a corto plazo de firma brit?nicas; Antony Gibbs and Son hizo pr?stamos a c plazo por una cantidad cercana a ? 250 000 en los prime a?os, 1864-65.72 La crisis financiera de Londres en 1866
ca?da y la ejecuci?n de Maximiliano en 1867 acabaron cerrar el mercado financiero europeo de manera absolu Durante la fase m?s importante de su construcci?n, a f de la d?cada de 1860 (la l?nea completa del ferrocarril f inaugurada en 1873), la obra fue financiada con ingr aduanales que el gobierno mexicano le asign? especif mente a la compa??a. Los directores informaron haber r bido ? 191 716 de las partidas asignadas en el a?o de 1
y otras ? 144 696 durante los primeros nueve meses de 1870
Como ocurri? en muchos otros pa?ses en la misma ?po el financiamiento extranjero en M?xico a trav?s de bon del gobierno y acciones de ferrocarril fue de mucho men
importancia para la econom?a en su conjunto que el
lleg? al pa?s desde fuera a trav?s de los extranjeros que sid?an en ?l. Henry Ward, el primer encargado de asun brit?nicos en M?xico, calcul? que las inversiones ingl hasta 1827 fueron de ? 12 000 000.74 Por contraste, los p
tamos de 1824 y 1825, ?nicos que M?xico logr? obten
antes de la d?cada de 1860, no pudieron representar m? ? 4 000 000 por parte de los inversionistas brit?nicos, y bablemente menos, ya que las acciones mexicanas eran p pulares en Amsterdam. El retiro de los subditos brit?n de M?xico conforme declin? el comercio y las minas fue cerrando, represent? la p?rdida o repatriaci?n de gran p
72 El financiamiento de la l?nea en sus primeras etapas se encu
tra descrito en Cottrell, 1974, pp. 356-360. -The Times (27 jun. 1870), pp. 9ss. (27 die. 1870), p. 5e. 74 Cit. en V?zquez, 1977, p. 35. Bazant cita el c?lculo de W
de ? 2 400 000 invertidas por extranjeros, principalmente brit?nic
en las minas mexicanas de 1823 a 1827, Bazant, 1968a, p. 40.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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de este capital. El valor de las importaciones brit?nicas de
M?xico en 1854 (primera ocasi?n en la que se incluyeron "valores reales'' en las estad?sticas de importaciones brit?ni
cas) era de s?lo ? 200 000 (sin incluir dinero) ; el valor
declarado de exportaciones brit?nicas a M?xico en ese mismo
a?o fue de ? 400 000. Estos bajos niveles se mantuvieron
hasta la invasi?n tripartita de M?xico en 1861-1862.75 En el
momento en que Mathew escrib?a su informe, a fines de la d?cada de 1850, las altas tarifas sobre textiles brit?nicos hab?an acabado con las casas comerciales tradicionales bri t?nicas. En unos cuantos a?os su n?mero se redujo en la ciudad de M?xico de veinte a cuatro, proporci?n que era v?lida en el resto de la rep?blica.76 El capital de los resi dentes brit?nicos pas? a ser menos significativo pero no por ello dej? de seguir siendo una contribuci?n mucho m?s positiva a la econom?a mexicana que los pr?stamos de Lon dres, que se malgastaron y defraudaron.77
Jenks, al referirse a los "dos pr?stamos usurarios" de 1824
y 1825, cae en un malentendido com?n.78 Las acciones mexi canas fueron puestas en circulaci?n en el mercado de Londres
durante un auge en el movimiento de valores extranjeros.
En 1824 B.A. Goldschmidt and Co. adquiri? ?3 200 000 acciones mexicanas al cinco por ciento a cambio de un 58 por ciento de su valor nominal. El segundo pr?stamo de febrero de 1825 fue contratado con Barclay, Herring, Ri chardson and Co. en t?rminos mucho m?s favorables, ya que 75 United Kingdom Trade and Navigation Accounts, en PP. 76 "Report by Mr. Mathew on the manufacturers and commerce of Mexico", en PP, loc. cit., p. 118.
77 He descrito la decadencia del inter?s comercial brit?nico en Latinoam?rica (1826-1860) en la primera secci?n de Platt, 1972. Sheridan parece creer que "las compa??as mineras controladas por los brit?nicos fueron extremadamente pr?speras durante los cuarenta a?os
de la anarqu?a mexicana", Sheridan, 1960, p. 20. Est? totalmente equivocado. Las desgracias de la mejor de las compa??as mineras
brit?nicas est?n descritas en Randall, 1972.
Jenks, 1971, p. 110.
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rj.?.M. PLATT
el gobierno de M?xico obtuvo el 85.75 por ciento. El primer
empr?stito, otorgado a una rep?blica que no hab?a sido reconocida a?n por la Gran Breta?a y que estaba amena zada por una invasi?n espa?ola, fue naturalmente costoso.
El segundo, relativamente barato. No era ni de car?cter
usurario ni estaba fuera de proporci?n con otros negociados entre Europa y Am?rica en la ?poca y, de hecho, como ha se?alado Jan Bazant, ning?n mexicano hubiera querido pres tarle dinero a su propio gobierno en esos t?rminos.79 M?xico se benefici? durante un breve per?odo en que las acciones latinoamericanas se vendieron con fines de inversi?n o de
especulaci?n en la bolsa de valores de Londres a precios
que no volver?an a alcanzarse sino hasta la d?cada de 1860. Al cesar los pr?stamos del extranjero el financiamiento
pas? a ser negocio interno. El fracaso de una firma tan
poderosa como Manning and Mackintosh, que operaba en el
mismo coraz?n de las finanzas mexicanas, ilustra los peli gros que se corr?an cuando se otorgaba financiamiento a corto plazo al gobierno, ya que con frecuencia grandes ga nancias pod?an esfumarse y llevar a un desastre total. Los financieros que radicaban en el extranjero no pudieren
participar en las finanzas internas, y aquellos que lo hicieron acabaron arrepinti?ndose. En lo que respecta a los pr?stamos de Londres, que era el campo m?s obvio de financiamiento p?blico, las acciones que originalmente se expidieron al cinco y seis por ciento terminaron por ser reducidas despu?s de una serie de conversiones al tres por ciento, y aun as? el
pago de los dividendos volvi? a suspenderse. El Bankers
79 Bazant, 1968a, pp. 32-37. Ciertas impresiones sobre el c?lculo del rendimiento de estos pr?stamos han sido motivadas por lo que de
hecho era una pr?ctica com?n en la ?poca: el hecho de retener una
parte de cada pr?stamo para cubrir intereses y amortizaci?n durante
los primeros a?os de la vigencia del pr?stamo. Los agentes del go
bierno solicitante recib?an las sumas totales, luego de lo cual decid?an
si retener o no parte de ellas para pagar los primeros dividendos
(para mantener el cr?dito nacional y evitar los gastos del transporte de fondos en dos direcciones).
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FINANZAS BRIT?NICAS
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Magazine no cre?a en 1853 que hubiera probabilidades para encontrar subscriptores por ? 800 000 para el Banco Nacio nal de M?xico ni que el gobierno mexicano pudiera obtener un nuevo pr?stamo por ? 1 600 000 al tres por ciento. Seg?n
afirmaba, el Banco Nacional pod?a ser presa del general Santa Anna y de otros aventureros que lo rodeaban; los acreedores brit?nicos dif?cilmente pod?an volverse a embar
car en planes como esos y la nueva generaci?n de capita listas tampoco estaba interesada en otorgar nuevos pr?sta
mos a M?xico.80
Estas actitudes entre los inversionistas extranjeros preva
lecieron hasta que la ciudad de M?xico fue tomada y ocu pada por los franceses en 1863. Se calculaba que los tenedores originales de las acciones de la deuda de Londres perdieron un total de ? 11 887 644 en intereses a ra?z de las conversio nes de 1837 y 1850.81 Entre julio de 1854 (cuando volvieron a suspenderse los pagos) y enero de 1864 los intereses que se acumularon fueron de ? 3 072 495.82 No debe sorprender as? que aun el prospecto de un gobierno fuerte en M?xico con un emperador Habsburgo no hubiera servido de incen tivo para que los brit?nicos se interesaran en nuevos pr?s tamos a M?xico.
Las acciones de los primeros pr?stamos a Maximiliano
fueron expedidas en Par?s el 18 de abril de 1864. Su valor nominal era de ? 12 365 000 al seis por ciento y fue obte
nido por un 63 por ciento (es decir, ?7 790 000 en efec tivo) . De esta cifra, ? 8 000 000 nominales le correspondieron
al nuevo gobierno mexicano y el resto a Francia como con
tribuci?n a los gastos de la guerra. Glyn describ?a este pr?stamo como un "fracaso total". En Londres s?lo hubo 115 subscriptores (que puede presumirse eran amigos y 80 Bankers' Magazine, 13 (nov. 1853), p. 736.
81 Memorandum relativo a la publicaci?n oficial del 20 de abril de 1862 titulado "Mexico and her financial questions with England,,
Spain, and France", en Baring, HC 4.5.36. 82 Memor?ndum, en Baring, AC 28.
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D.C.M. PLATT
gentes relacionadas con las dos firmas contratantes, los G
y la International Financial Society), que se compro
tieron por ? 500 000 nominales. Los holandeses hab?an s
frido ya demasiadas p?rdidas con acciones mexicanas
generaciones anteriores para desear m?s. En Francia el Cr?dit Mobilier y el Ministerio de Finan zas hicieron grandes esfuerzos por hacer publicidad al e pr?stito, promover la especulaci?n y atraer a inversionist peque?os. Se trataba de una operaci?n caracter?stica de l
finanzas francesas de la d?cada de 1860, en que se ha un "llamado a las peque?as fortunas" y se sacaban a l
venta bonos por cantidades tan peque?as como veinticinc francos de inversi?n. Atendieron al llamado 80 072 person en Par?s que subscribieron un total nominal de ? 5 000 0 De seguro muchos eran inversionistas peque?os, pero gr parte fue tambi?n adquirida con fines de especulaci?n. E Cr?dit Mobilier sostuvo el precio mediante recompras, pe a pesar de ello las nuevas acciones se devaluaron pron
Henri Hottinguer (el agente de los Baring en Par?s) form? que el ministro de Finanzas estaba abatido por
resultado. Hab?a puesto grandes esperanzas en que el pr tamo pudiera convertirse en una fuente de ingresos para Tesorer?a; la parte ofrecida a los mexicanos no hab?a sid colocada, y ni ?stas ni las otras acciones al seis por cien proporcionaron ingresos al gobierno franc?s.83
El gobierno franc?s hizo toda clase de esfuerzos pa
promover un nuevo empr?stito en 1865, un pr?stamo lote por doscientos cincuenta millones de francos endosados p el ministro de Finanzas, que ofrec?a un catorce por cien de intereses efectivos. Los t?rminos atrajeron a los inver nistas franceses y el pr?stamo fue suscrito en su totalidad.84
83 El pr?stamo de 1864 se discute en la correspondencia ent Thomas Baring y Henri Hottinguer (mar.-mayo 1864), en Bari PLB, 1864 y Baring, HC 7.1. Informaci?n interna sobre los con tantes (uno de los cuales era la International Financial Society encuentra en Cottrell, 1974, pp. 393-395. ?4 Dupont-Ferrier, 1925, p. 194; Cat?n, 1927, p. 15.
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FINANZAS BRIT?NICAS
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Sin embargo, el gobierno franc?s tuvo que quedarse con veintiocho millones en acciones invendibles de 1864 debido
a que el mercado se debilit? a principios de 1866.85
?Qu? le qued? al hombre de finanzas extranjero? En los
primeros a?os despu?s de la independencia parec?an existir oportunidades para las inversiones p?blicas, para el finan ciamiento del comercio y la industria, y para reactivar y expandir la miner?a mexicana. Sin embargo, las riquezas de M?xico tardaron en materializarse. Los pr?stamos p?bli cos de 1824 y 1825, lanzados directamente al mercado de Londres, no se volvieron a repetir una vez que ces? el pago de dividendos en 1827. La riqueza de las minas mexicanas era evasiva y le reditu? poco al empresario y al inversionista
europeo. Las minas de Real del Monte, que eran de las
mayores en M?xico, fueron vendidas por sus propietarios brit?nicos a hombres de negocios mexicanos poco antes de que empezaran a producir ganancias. El comercio exterior
era de proporciones peque?as debido a la poca demanda
que ten?an las exportaciones mexicanas y se redujo a?n m?s por el considerable, aunque tambi?n err?tico, desarrollo de las manufacturas en M?xico. Naturalmente, las firmas co merciales y financieras fueron declinando. Durante las pri
meras tres cuartas partes del siglo xix el financiamiento en M?xico fue de car?cter dom?stico y no extranjero. Recientemente un grupo de historiadores mexicanos se preguntaba, al analizar el desarrollo de la burgues?a en el siglo xix, c?mo y cu?ndo se hab?a iniciado el proceso de "desarrollo hacia afuera". A partir de la informaci?n que hemos presentado debe resultar evidente que tanto en las inversiones como en el campo de la especulaci?n el capital jug? un papel dom?stico casi hasta finales del siglo xix.86 El "desarrollo hacia afuera" ha sido una preocupaci?n de los historiadores de la econom?a durante varias d?cadas, siendo S5 The Economist (27 jul. 1867), p. 850.
86 De la discusi?n que sigui?, Cerutti, 1978, p. 230.
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que, como la evidencia sugiere, el desarr haber sido siempre mas importante. Ciertamente durante las primeras tre siglo xix la inseguridad politica bloque6 tribuy6 a elevar las tasas de interes, esp
tamos al Estado. Pero no hubo realm
dinero antes de la era del ferrocarril. M en la industrializaci6n, financiamiento el desarrollo de los ferrocarriles con re
pendientemente de los banqueros e inversi
La guerra civil, que fue una maldici6n d cincuenta afos de la independencia, y l
gente y de su capital, eran en si evid
de la republican. Una perpetua guerra ta la que hubo en Mexico era un lujo que p darse. Las largas dictaduras interrumpid violentas y breves fueron las que carac blicas menos ricamente dotadas.
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LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A DE JES?S EN LA SOCIEDAD NOVOHISPANA DEL SIGLO XVI Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de M?xico La llegada de los jesuitas a la Nueva Espa?a, en el a?o 1572, fue un acontecimiento trascendental para la vida religiosa,
intelectual y social de la colonia. Su adaptaci?n al medio
produjo una rica s?ntesis de influencias mutuas que se re flej? por una parte en el ?xito de los colegios y por otra en la influencia decisiva que tuvo la Compa??a en la crea
ci?n y consolidaci?n de la cultura y la sociedad barroca
novoh?spana. La r?pida expansi?n de la Compa??a estuvo apoyada en el inter?s y afecto de gran parte de la poblaci?n, pero tam bi?n fue acompa?ada de contradicciones a las que se enfren taron frecuentemente desde su establecimiento hasta su ex pulsi?n. Algunas veces con todo fundamento y otras por pre
juicios o recelos infundados, la Compa??a recibi? ataques a causa de sus innovaciones en el cumplimiento religioso, su independencia de la jerarqu?a eclesi?stica ordinaria, sus privilegios opuestos a los de las viejas ?rdenes, sus aspira
ciones de exclusividad en la ense?anza y, sobre todo, su
desmesurado enriquecimiento que perjudicaba a hacendados, peque?os propietarios y comunidades. Las dificultades con las ?rdenes mendicantes se debieron sobre todo a competencia en sus actividades; se manifestaron en la disputa con los franciscanos por los territorios misio neros del norte; los pleitos con los conventos establecidos 262 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:43:11 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A
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por no respetar algunos de sus privilegios; x el choque con la Universidad, por aspirar al derecho de conceder grados; y las lamentaciones de los criollos, particulares o cabildos
de las ciudades, que ve?an c?mo la Compa??a aumentaba
constantemente sus rentas y se adue?aba de las mejores pro piedades rurales y urbanas.
Los jesu?tas afrontaron en cada caso las quejas que se
les plantearon y con su caracter?stica ductilidad pudieron sacar adelante sus proyectos llegando a ganar la amistad
de quienes fueron sus adversarios y conform?ndose con ceder parte de sus pretensiones a cambio de consolidar otras ventajas. As? sucedi? con los dominicos de la ciudad de M?xi
co que en un principio protestaron pero terminaron por aceptar a los reci?n llegados y concederles su iglesia mien
tras constru?an la propia; con el obispo de Oaxaca, que
despu?s de haber ordenado la expulsi?n de los primeros je su?tas llegados a su di?cesis cambi? de opini?n, se convirti? en su protector y les regal? unos terrenos para la construc ci?n del colegio; y con la Universidad, que gracias a la de cisi?n real mantuvo la exclusiva en la concesi?n de grados acad?micos, pero tuvo que admitir que los estudiantes cur sasen las c?tedras en el colegio de la Compa??a. Pese a estas y otras espor?dicas fricciones, los jesu?tas fueron acogidos favorablemente y gozaron de la protecci?n de las autoridades civiles y eclesi?sticas y de las familias m?s acomodadas y apreciadas dentro de la sociedad criolla. Muchas puertas se abr?an a los jesu?tas por llegar precedidos de la fama de su ortodoxia y el prestigio de su capacidad como educadores. Pero no se conformaban con esto y por 1 En varias de las ciudades en que los jesuitas establecieron sus colegios hicieron uso del privilegio pontificio que los autorizaba a situar sus casas intra cannas de cualquier otra orden religiosa. Las "cannas"
eran la demarcaci?n concedida a cada convento para que tuviera la
exclusiva de la administraci?n religiosa. Los conventos de la orden de
Predicadores sol?an disfrutar de 200 cannas en cuadro. (La "canna" corresponde a un metro y medio aproximadamente.) V?anse las expli caciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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PILAR GONZALBO AIZPURU
ello desde los primeros momentos buscaron atraerse a las capas inferiores de la poblaci?n, quienes carec?an de cual quier influencia econ?mica o pol?tica pero cuya asistencia
justificaba la labor pastoral de la Compa??a y ayudaba a
consolidar su posici?n.
Lo que qued? en el olvido durante varios a?os fue la tarea de evangelizar a los indios de zonas alejadas que a?n no hab?an recibido el conocimiento de la doctrina cris tiana. Esta tarea misionera, que era primordial en las ins trucciones recibidas por los jesuitas fundadores de la pro vincia mexicana qued? relegada a segundo plano hasta los primeros a?os del siglo xvn. Los jesuitas aprovecharon cuantas ocasiones se les pre sentaron para lograr el aprecio de toda la poblaci?n. La asistencia a los enfermos en la epidemia de matlaz?huatl de 1575 les sirvi? para atraerse a quienes todav?a no les ten?an confianza. En aquella ocasi?n algunos padres ?en especial el P. Hernando Su?rez de la Concha? recorr?an la ciudad para buscar y atender a los enfermos, confesar y dar auxilios espirituales a los moribundos y distribuir las limos
nas que el arzobispo ten?a dispuestas para auxiliar a los
necesitados. La epidemia dur? m?s de un a?o y contribuy? a reducir la poblaci?n ind?gena de las ciudades, con lo cual influy? negativamente en la situaci?n econ?mica por falta de mano de obra y consiguiente abandono de cultivos y otras labores.2 Las visitas a los enfermos, c?rceles y obrajes con tribuyeron a consolidar la fama de pureza evang?lica en las
actividades de los socios de la Compa??a. Porque para la
mayor?a de la poblaci?n, que carec?a de estudios y preocu paciones literarias, la actividad de la Compa??a era simple
mente la que desempe?aba en las ceremonias religiosas (sermones, confesiones, distribuci?n de sacramentos) y sobre
todo en la ense?anza de la doctrina, que recorr?a las calles
y plazas con los ni?os que la coreaban. En todas las ciu 2 S?nchez Baquero, 1945, pp. 85-89; Alegre, 1960, i, lib. 1,
p. 108.
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LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A
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dades pusieron en pr?ctica este m?todo de instrucci?n ca tequ?stica. Todos los domingos sal?an del Colegio M?ximo cuatro doctrinas; una para los ni?os espa?oles, otra para los negros y dos m?s para los indios.3 Antes de terminar el siglo la Compa??a se hab?a integra
do ampliamente a la vida colonial. Su influencia no s?lo hab?a alcanzado a los alumnos de sus escuelas y colegiales de los convictorios sino que pretend?a llegar a todos los niveles de la sociedad: mediante la ayuda a la poblaci?n en cat?strofes (como inundaciones y epidemias) ; mediante ser mones, confesiones y catequesis, con lo que aspiraban a mo dificar el comportamiento individual; a trav?s de actividades
literarias y acad?micas que suscitaban la admiraci?n de
cl?rigos y laicos y en las fiestas, religiosas y populares, en las que brillaba en todo su esplendor el m?todo jesu?tico. LA VIDA ESCOLAR Y EL GUSTO LITERARIO
Los j?venes estudiantes fueron los m?s directamente afec
tados por las innovaciones que introdujo la Compa??a en el sistema educativo colonial. En el interior de las escuelas se sigui? el m?todo prescrito por el Ratio* y que todav?a no hab?a sido promulgado pero ya se encontraba en per?odo de prueba. Tal como se adapt? a la Nueva Espa?a el m?todo
romano que basaba en unos pocos principios: divisi?n de
los estudiantes seg?n su edad y aprovechamiento; ubicaci?n de los alumnos por grupos, con un solo maestro y una sola clase; lectura, repetici?n y memorizaci?n de reglas gramati cales y fragmentos de textos cl?sicos; y frecuentes debates y actos p?blicos. 3 Carta annua de 1585, Mexico, 31 de enero de 1586, en MM,
m, p. 79.
4 El Ratio atque Institutio Studiorum fue el reglamento que entr? en vigor en los ?ltimos a?os del siglo xvi y que establec?a todo lo re
lativo a m?todo de ense?anza, horarios, textos y explicaciones que hab?an de darse en las clases.
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PILAR GONZALBO AIZPURU
Los "gram?ticos" (estudiantes de gram?tica latina) cons titu?an la poblaci?n m?s numerosa en los colegios de M?xico y Puebla y la m?s representativa del sistema de educaci?n jesu?tica. De acuerdo con lo dispuesto en los reglamentos deb?an repetir diariamente sus lecciones y componer di?lo
gos o ?glogas en prosa o verso latino para leerlos en las
clases de los s?bados (sabatinas) ; los ret?ricos improvisaban alguna pieza oratoria para los actos acad?micos interiores y cada dos meses eleg?an entre ellos a dos oradores y a dos poetas que debatiesen a favor y en contra de alg?n tema fijado de antemano y que leyesen sus composiciones po?ti
cas. En estas ocasiones los actos terminaban con la reci taci?n de paneg?ricos en honor del santo del d?a.5
El empleo de la lengua latina en los actos escolares y
p?blicos era la manifestaci?n m?s visible del esp?ritu rena centista predominante en las escuelas de la Compa??a. El aspecto propiamente humanista, la exaltaci?n del hombre,
se encauzaba en los colegios por una v?a intermedia: el
perfeccionamiento del individuo s?lo como medio de aproxi marse a la divinidad. Los criollos del siglo xvi no tardaron
en adaptarse a este sistema que se consideraba el m?s mo derno y ?til: aprendieron lat?n y compusieron poes?as lati
nas o castellanas de acuerdo con las normas establecidas
por una preceptiva rigurosa; el resultado fue acartonamiento,
artificialidad y falta de originalidad, todo lo cual, lejos de facilitar el camino para el hallazgo de un modo de expresi?n
propio le a?adi? un obst?culo.6 Las consecuencias m?s visibles del concienzudo estudio del lat?n cl?sico y de la imitaci?n de autores como Cicer?n y Virgilio fueron: la producci?n de numerosas ediciones de antolog?as latinas de prosa y verso; el florecimiento de la oratoria sagrada en la que se reflejaba el ejercicio cons tante realizado durante los cursos de composici?n latina; y el dominio de los recursos estil?sticos de la lengua latina que 5 ZUBILLAGA, 1972, p. 616.
6 Ben?tez, 1953, p. 94.
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LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A
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dieron a los jesuitas la posici?n de rectores de la vida inte lectual literaria.7
El gusto literario de los criollos se formaba principal
mente durante su estancia en el colegio y de acuerdo con las
lecturas que se les recomendaban. Los estudiantes de gra m?tica y artes ten?an que leer una serie de libros que utili
zaban en sus cursos y que casi siempre proced?an de la
propia imprenta del colegio; as? los cl?sicos pod?an quedar al alcance de los j?venes, puesto que los textos que utilizaban hab?an sido expurgados para que no se encontrase en ellos ninguna expresi?n o concepto peligrosos para la moral. En la Nueva Espa?a, como en las provincias jesu?ticas del viejo mundo, se utilizaron las obras de Terencio, Horacio, Marcial
y otros autores, debidamente censuradas por Andr?s de Freux.8 Adem?s algunos profesores del colegio prepararon otras ediciones. El primero que se ocup? de ello fue el ita liano Lanuchi, que, despu?s de escribir repetidamente en demanda de libros para la biblioteca del colegio 9 inici? su labor para proveer de textos a maestros y alumnos; para ello cont? con la imprenta que se hab?a establecido en el colegio a cargo del impresor tornes Antonio Ricardi (o Ric ciardi). En 1577 dirigi? una solicitud al virrey don Mart?n Enr?quez para que se permitiese la impresi?n de una serie de obras de diversos autores, entre ellos: Cat?n, Luis Vives,
Cicer?n (ep?stolas y obras selectas), Virgilio (Buc?licas y Ge?rgicas), Ovidio (De tristibus y De Ponto), San Gregorio Nacianceno, San Ambrosio, San Jer?nimo, adem?s de f?bu 7 OsoRio Romero, 1979, p. 30. 8 Las obras expurgadas presentaban en la portada la inscripci?n: "ab omni rerum obscaenitate verborumque turpidini vindicata", Osorio
Romero, p. 30.
9 Desde abril de 1575 hubo solicitudes del P. Lanuchi para que le proporcionasen los libros necesarios para las clases. El prep?sito general autoriz? el env?o de alguno de los solicitados que al llegar
parecieron insuficientes.
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PILAR GONZALBO AIZPURU
las, cartillas de la doctrina cristiana, S?mulas del P. Fran cisco de Toledo y los Emblemas de Alciato.10
En a?os sucesivos se ampli? la lista de los t?tulos edi tados y la preparaci?n y cuidado de las ediciones qued?
a cargo de la Congregaci?n de la Anunciata. Se incluyeron algunos t?tulos de Santo Tom?s de Aquino, Arias Montano, Roberto Bellarmino, conferencias espirituales del P. Arnaya, sermones, comentarios teol?gicos, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio 1:L y los inevitables textos de gram?tica y se lecciones de Cicer?n que utilizaban los estudiantes en sus clases de Lat?n, Ret?rica y Artes.12
En cuanto a los Emblemas de Alciato, aunque no era
texto para el estudio, fue de uso continuo entre alumnos
y laicos ajenos al colegio. Un claro indicio de ello es la abundancia de ediciones que se hicieron entre los siglos xvi y xvn. Su autor, el jurisconsulto italiano del siglo xvi Andr?s Alciato, escribi? varias obras jur?dicas, pero ninguna alcanz? la difusi?n e inter?s de los Emblemas, colecci?n de senten
cias morales en d?sticos latinos precedidas por un escudo o emblema. Estos ap?logos conceptuosos y los correspon
dientes grabados alusivos influyeron en el gusto literario de
los j?venes y fueron una contribuci?n m?s para la carac
terizaci?n del barroco novohispano.13
10 Zambrano y Guti?rrez Casillas, 1961-1977, i, p. 266. La
autorizaci?n del virrey lleva fecha 16 de febrero de 1577. 11 Cat?logo de libros impresos de la biblioteca del Colegio de San Pedro y San Pablo, en AGNM, Jesu?tas, m/30. 12 Los alumnos de gram?tica estudiaban los cinco libros del Arte
de La Cerda y la gram?tica del P. Alvarez, que llamaban el "Ne
brija"; las antolog?as inclu?an fragmentos de C?sar, Salustio, Tito Livio,
Quinto Curcio, Catulo, T?blo y algunos otros autores para los ejer
cicios de lectura, traducci?n y composici?n de los alumnos "avanzados" o mayores; los medianos inclu?an en sus ejercicios a Cornelio Nepote y
en todos los grados trabajaban con diversos textos de Cicer?n, tan inseparable de los gram?ticos como lo era Arist?teles de los fil?sofos
o "artistas".
13 Los textos editados por los jesuitas y los empleados en los
colegios en general han sido comentados por varios autores, entre otros:
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LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A 269 En las grandes solemnidades los alumnos de los colegios
adornaban su calle con grandes tiras de papel en las que hab?an dibujado alg?n emblema o ''empresa" y los versos
correspondientes como explicaci?n o ampliaci?n de la idea que deb?a interpretarse. Este tipo de decoraci?n festiva y estos emblemas se usaron tambi?n en Espa?a y no s?lo en los colegios de la Compa??a, pero es indudable la influencia que ?stos tuvieron en su fomento y divulgaci?n. A juzgar por los relatos de los propios maestros de los colegios, los vecinos de las ciudades, en especial de aquellas en que los jesu?tas ten?an estudios superiores, pon?an gran inter?s en las actividades escolares, asist?an a los actos p? blicos y contribu?an al esplendor de representaciones teatra les, desfiles, disputas y cert?menes. La vida intelectual de la ciudad depend?a de los actos que organizaba la Univer
sidad y de los que programaban los colegios, pero ?stos ten?an el aliciente de tener como protagonistas a grupos
muy numerosos de ni?os o j?venes que sol?an ser conocidos o parientes de los espectadores. Adem?s algunos actos p? blicos, particularmente las comedias, se recitaban en caste llano, de modo que pod?an ser entendidas por la mayor?a
del p?blico asistente, cosa que no habr?a sucedido si se hubiesen cumplido las recomendaciones del Ratio de que todos los textos fueran latinos.
En todos los colegios los cursos comenzaban el d?a de San Lucas, 18 de octubre, y se divid?an en dos per?odos, el primero hasta Pascua, con diez d?as de vacaci?n y el segundo hasta mediados de agosto. Se celebraba la solemne apertura de curso con una oraci?n latina, el "Initio", que pod?a cele brarse en el templo del colegio o en el teatro si lo ten?a
(el Colegio M?ximo no tard? en tenerlo). Pocas semanas
despu?s se celebraba el acto mayor de Prima, por un te?logo
de la Compa??a, casi todas las semanas hab?a alg?n acto
Gonz?lez de Coss?o, 1952, p. 263, Florencia (pr?logo de Gonz? lez de Coss?o), p. xxx, L?pez Sarrelangue, 1941, p. 22, G?mez Robledo, 1954, p. 62.
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p?blico de filosof?a o teolog?a hasta la ?ltima semana de julio en que conclu?an las actividades con el acto mayor de V?s peras, antes de iniciarse los ex?menes finales.14 Los ejercicios privados se celebraban en las clases y en el refectorio, en especial los s?bados en los ejercicios llamados "sabatinas", en que argumentaban todos los estudiantes. Cl?rigos o se glares ajenos al colegio pod?an asistir a las repeticiones men suales, que revest?an mayor solemnidad. Los actos p?blicos serv?an para entrenar a los estudiantes para cuando tuvieran que presentar oposici?n a c?tedra u otros puestos p?blicos y para la oratoria sagrada.15
En algunos cert?menes po?ticos se daba oportunidad
de intervenir a cualquiera que lo desease, alumnos o no del ?colegio.
El mismo a?o 1574 en que se iniciaron los cursos comen zaron a celebrarse tambi?n los actos acad?micos solemnes y entre ellos hubo un examen p?blico ante el arzobispo y las principales autoridades de la ciudad y un certamen po?tico en honor de San Pedro y San Pablo, patronos del colegio.16
Con participaci?n de los alumnos exclusivamente se cele
braban frecuentes cert?menes que ten?an como motivo la celebraci?n del fin de cursos o la fiesta de Corpus Christi o cualquiera de las festividades de la Virgen. Cuando se tra taba de acontecimientos importantes, que afectaban a la
vida de la ciudad los cert?menes eran abiertos para que compitiesen en ellos las personas ajenas al colegio; as? se
hicieron en ocasiones como las fiestas de San Hip?lito (13 de
agosto), patrono de la ciudad, con motivo de la muerte de Felipe II y la coronaci?n de su hijo (en 1578), la lle
gada de las reliquias y otras.17
14 L?pez Sarrelangue, 1941, da el horario de clases en el Cole
gio M?ximo. Se encuentra en AGNM, Archivo Hist?rico de Hacienda,
Leg. 258, exp. 28. 15 L?pez Sarrelangue, 1941, p. 28. 16 Carta annua de 1574, en MM, i, p. 141.
17 Hubo cert?menes muy celebrados como el de 1578 con motivo
de las fiestas de las reliquias; 1585, en la fiesta del Corpus durante
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En algunas ocasiones las autoridades civiles y eclesi?sti cas colaboraban en la organizaci?n de los concursos y daban ayuda econ?mica para los premios que hab?an de otorgarse. Cuando los premios se distribu?an entre los estudiantes del colegio sol?an ser libros y breviarios.18
Tambi?n interven?an maestros y alumnos del Colegio M?ximo en los actos p?blicos de la Universidad. En las ceremonias de graduaci?n era frecuente que los maestros y compa?eros del aspirante pertenecieran a las escuelas de los jesu?tas, pues proced?an de ellas la mayor?a de los graduados en Artes y hab?an tenido alguna relaci?n con las escuelas
de la Compa??a los de las dem?s facultades, no obstante que el Colegio M?ximo nunca tuvo c?tedra de derecho ni le fueron reconocidos grados de teolog?a: Tambi?n debe contarse por fruto de nuestros estudios diez o doce doctores que en s?lo este a?o se han graduado por la Universidad real en Teolog?a y derechos, pues los unos y los
otros, en gran parte o en todo, han dependido de la Com pa??a lo que saben...19
Las fiestas y el teatro Los jesu?tas novohispanos aprovecharon tambi?n la opor tunidad que les brindaban las fiestas populares para aproxi
marse a la poblaci?n iletrada, a la que hicieron llegar un eco de las manifestaciones culturales y una interpretaci?n
el Tercer Concilio Mexicano; 1586, por la llegada del virrey mar qu?s de Villena, etc. Se refiere ampliamente a ellos M?ndez Plan
carte, p. XXXVIII.
18 En la Gu?a de las actas de Cabildo de la Ciudad de M?xico hay referencias de varias ocasiones en que se aprob? una ayuda eco
n?mica a los jesuitas para premios de cert?menes literarios, O'Gorman, 1970, pp. 545-546, 607, 651, 788. 19 La exageraci?n es notoria puesto que la Compa??a nunca tuvo cursos de Derecho, Carta annua de 1595, M?xico, 16 de marzo de 1596,
en MM, vi, p. 15.
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m?s religiosa de las conmemoraciones. La mayor parte de las fiestas eran de car?cter religioso y pod?an ser organi zadas con ocasi?n de la elevaci?n a los altares de alguno de sus miembros u otro motivo de regocijo; en el siglo xvi la m?s importante y celebrada fue la de las reliquias, que fueron recibidas en el a?o 1578. Tales celebraciones daban ocasi?n de que la Compa??a contribuyese con sus oraciones en correcto lat?n, su erudici?n cl?sica, su preocupaci?n por la forma y tambi?n, cada vez m?s, con el barroquismo, el amor al lujo, el culteranismo y la suntuosidad que impreg naba el mundo criollo y que lleg? a. ser consustancial de la cultura de los colegios novohispanos. Las manifestaciones externas de estas tendencias eran las comedias, composicio nes po?ticas, arcos de triunfo y alegor?as en desfiles o "m?s caras".20
Los cronistas de la ?poca destacan la importancia de algu
nas fiestas celebradas principalmente en la capital. Ante
riores a la llegada de los jesuitas fueron la mascarada 21 de los ?vila, que tan cara les cost? como inicio de la tr?gica conspiraci?n de don Mart?n Cort?s y el bautizo de los ge
melos del segundo Marqu?s del Valle de Oaxaca, nacidos
en 1566. Tambi?n se celebraban brillantes festejos con mo tivo de la llegada de los nuevos virreyes. Ya en 1574 fueron motivo de muchos comentarios los coloquios con los que se celebr? la consagraci?n del arzobispo Moya de Contreras. Pero la m?s importante y prolongada fue la ya mencionada de las reliquias en noviembre de 1578. Las modificaciones que introdujeron los jesuitas en las celebraciones fueron de dos tipos: por una parte propiciaron la solemnizaci?n de acontecimientos exclusivamente religio
sos como la conmemoraci?n de Corpus Christi y de San
Pedro y San Pablo; por otra ampliaron el marco de festejos 20 Palencia, 1968, p. 397. 21 Llamaban m?scaras o mascaradas a desfiles festivos en que
los participantes vest?an trajes vistosos, ya fueran en serio o en tono humor?stico.
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populares que hasta aquel momento se hab?an reducido a
diversiones como los juegos de ca?as, alcanc?as, sortijas, toros,
mitotes, m?scaras, m?sica y quema de artefactos pirot?cni cos. A finales de siglo se manten?an los antiguos jolgorios, pero ya acompa?ados de comedias, cert?menes pe ?ticos y alegor?as cl?sicas o b?blicas en la decoraci?n de los arcos de triunfo y en los disfraces y carros de las mascaradas.22
El teatro como elemento educador de la poblaci?n hab?a tenido importancia desde la llegada de los misioneros fran ciscanos; los frailes supieron aprovechar la existencia de ciertas formas de teatro prehisp?nico que hab?an servido de cauce para la manifestaci?n de sentimientos populares. Los misioneros aprovecharon la afici?n a las representacio nes dram?ticas como expresi?n de creencias y sentimientos colectivos; por ello el teatro de evangelizaci?n m?s que un espect?culo para ser contemplado era un acto en que todos
participaban. Para 1570 este tipo de teatro ya hab?a de
ca?do, pero los jesu?tas rescataron algunos aspectos aprove chables tanto en las creaciones dram?ticas adaptadas a las misiones como en los intermedios y entremeses de los actos literarios llevados a cabo en los colegios. Los indios del se
minario jesu?tico de San Gregorio celebraban las fiestas
notables con la representaci?n del "sarao" o mitote del em perador Moctezuma, lo que era una representaci?n mixta de ballet y m?mica, sin texto oral y acompa?ado de varios instrumentos que interpretaban el "tocot?n". Los indios de la ciudad representaban otros mitotes, pero el de San Gre gorio era exclusivamente de los caciques y principales y con servaba la forma ritual anterior a la llegada de los espa?oles con la ?nica diferencia de que las reverencias y muestras de acatamiento que hab?an estado destinadas a los s?mbo los de los emperadores se trasladaron al sacramento de la eucarist?a.23
22 Fueron particularmente brillantes las fiestas de las reliquias, que se han calificado como "los festejos m?s notables de la Nueva Espa?a
en el siglo xvi", Rojas Garcidue?as, 1942, p. 3. 23 Arr?niz, 1979, pp. 140-142.
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En algunos colegios tambi?n se realizaron representacio nes mixtas en lenguas ind?genas y castellano; queda testimo
nio de algunas realizadas en los colegios de P?tzcuaro, San Gregorio y Tepotzotl?n.24 El teatro colegial sigui? un derrotero distinto, apegado a las normas renacentistas, dentro del rigor acad?mico en temas y versificaci?n y con las caracter?sticas propias que la Compa??a hab?a impreso al teatro escolar en todos sus cole gios. Los jesuitas desarrollaron una escenograf?a fastuosa, emplearon alegor?as y rebuscados trucos esc?nicos y crearon la forma dram?tica del auto sacramental.28 El teatro de los colegios influy? en el secular porque los mismos alumnos llegaban a ser el p?blico m?s influyente cuando terminaban sus estudios y pasaban a ocupar puestos p?blicos. La ma yor?a de los egresados de las escuelas de artes y gram?tica hab?an sido alguna vez actores o autores de los dramas re presentados una o varias veces al a?o. Di?logos, ?glogas, tra gicomedias y lectura de composiciones po?ticas se considera ban aportaciones caracter?sticas de los colegios a la vida co lonial26 LA PROYECCI?N SOCIAL
La Compa??a de Jes?s hab?a nacido con la aspiraci?n de reformar la sociedad y su actividad se plante? para in fluir en ella en todos los niveles. Su labor docente, dentro de las escuelas y colegios, era s?lo una parte, importante pero no ?nica, del programa elaborado para cumplir eficaz mente con los objetivos de renovaci?n que el fundador se hab?a impuesto. En la Nueva Espa?a encontraron un terreno 2* Arr?niz, 1979, pp. 142-149. 25 F?ll?p Miller, pp. 410-417. 26 Algunas cartas annuas relatan con detalle la intervenci?n de los colegios en las festividades de la ciudad. La de 1597 (M?xico, 30 de marzo de 1598) explica cual fue la contribuci?n en decoraci?n,
obra de teatro, desfiles, etc., en MM, vi, pp. 366-368.
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propicio para extender su influencia; la proyecci?n de su
obra se extendi? a trav?s del ejemplo de su propia actividad, mediante la formaci?n de los j?venes en los colegios, en las clases o academias de moral para cl?rigos, en la vida social de la comunidad, en conferencias, sermones, celebraciones y con su influencia en las actividades pastorales reglamen tadas por el tercer concilio mexicano en el que dejaron sentir su influencia. El s?nodo provincial reunido en 1585 tuvo gran importan
cia en la organizaci?n de la iglesia mexicana porque sus
decisiones fueron norma de la actividad pastoral durante casi
doscientos a?os, tiempo que transcurri? antes de que se reuniese un nuevo concilio.
Los temas que se trataron en las sesiones fueron: la di ferencia de formaci?n entre indios y cristianos viejos y sus consecuencias en el trabajo apost?lico, la necesidad de insistir en que los doctrineros fueran sabios y prudentes, la perse cuci?n de idolatr?as, la necesidad de congregar a los natura les en pueblos, la conveniencia de disminuir el n?mero de corridas de toros, la extensi?n de la jurisdicci?n de los obis pos a doctrinas administradas por religiosos y varios puntos relacionados con las costumbres del clero. Los jesuitas, en especial el padre provincial Juan de la Plaza, contribuyeron con iniciativas derivadas de los ordenamientos del concilio de Trento. Un punto esencial fue la formaci?n de los cl?ri gos; las resoluciones tridentinas aconsejaban la creaci?n de seminarios destinados a ese fin en todas las di?cesis y el P. Plaza insisti? en ello exponiendo la importancia de que los futuros sacerdotes se formasen en internados donde ad quiriesen conocimientos intelectuales a la vez que h?bitos de piedad; impl?citamente quedaba hecha la apolog?a de los colegios y seminarios de la Compa??a. Tambi?n en Trento se hab?a recomendado la ense?anza de los principios b?sicos de la religi?n a todos los fieles y el jesu?ta insisti? en esta obligaci?n ante el s?nodo que, con secuentemente, dictamin? la obligaci?n de todos los curas de explicar la doctrina durante una hora diaria, para lo cual
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deber?an utilizar ?nicamente el catecismo que fue aprobado por el mismo concilio. La obligaci?n de los curas se extend?a a promover la creaci?n de escuelas de lectura y escritura.27 En este terreno los colegios jesuitas colaboraban con la pr?cti
ca de ense?ar la doctrina por las calles y plazas de las
ciudades y el establecimiento de escuelas de primeras letras en las ciudades que especialmente lo solicitaban.
En muchos aspectos en el concilio predomin? el punto
de vista jesu?tico que, si en algunos casos coincid?a con el de otras ?rdenes, en ocasiones estaba en franca oposici?n. Tal fue el caso de las doctrinas de indios en el que el concilio resolvi? que los regulares iniciasen su retirada para dejarlas en manos del clero secular; la opini?n de la Compa??a fue favorable a la secularizaci?n, lo que estaba de acuerdo con
los intereses de la Corona pero que tard? muchos a?os en llevarse a la pr?ctica. Fuera del concilio provincial los jesuitas tuvieron otras intervenciones como asesores de las autoridades en proble mas de gobierno eclesi?stico e incluso en cuestiones de orga
nizaci?n pol?tica y econ?mica. El dictamen dado por los jesuitas padres Rubio y Ortigosa en la cuesti?n de la licitud
de los repartimientos de indios es ejemplo del m?todo je su?tico, ambiguo y vibalente, capaz de adaptarse a las nece sidades y conveniencia de quien los solicitaba.28 En el terreno intelectual los jesuitas, como representan
tes del movimiento de renovaci?n teol?gica, pudieron hacer frente a las cr?ticas que humanistas cat?licos y protestantes hab?an dirigido a los te?logos escol?sticos. Lejos de la ignoran cia y del dogmatismo irrazonado los socios de la Compa??a se formaban con el conocimiento de la Biblia, la filosof?a cl?sica y el dominio de varias lenguas, lo cual no significaba 27 Libro i, t?tulo 1, punto v de las decisiones conciliares, en
Arrillaga, 1859, p. 18.
28 La exposici?n de los padres Rubio y Ortega establece que "los
indios son libres como los espa?oles y hacerlos trabajar por fuerza es quitarles su libertad" y, sin embargo concluye que "a pesar de todo... son l?citos los repartimientos...", en MM, ni, p. 286.
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LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A 277 que abandonasen el dogmatismo sino que lo razonaban y sustentaban con el estudio de diversos autores. La novedad
de implantar el estudio de Arist?teles a trav?s de sus propias obras y no de comentarios de otros autores se mitigaba con la obligaci?n de los maestros de dirigir sus comentarios y el estudio de los alumnos de acuerdo con las exposiciones de Santo Tom?s. Por otra parte se mantuvo la ignorancia rela tiva a los dem?s pensadores antiguos o modernos; algunos jesuitas, principalmente europeos, estuvieron al corriente de los avances del pensamiento cient?fico y filos?fico, pero en los
colegios se ense?aba a los alumnos ?nicamente la obra de
Arist?teles, "el fil?sofo" por antonomasia.
La integraci?n de la Compa??a en la vida criolla fue
un proceso complejo que se inici? sobre la base de la admi raci?n del criollo hacia la cultura europea y culmin? cuando la orden asimil? los valores novohispanos y se convirti? en su m?s exaltada defensora. La distancia entre ambos puntos
de vista es la que media entre la prevenci?n con que se
miraba a los criollos en el siglo xvi y el entusiasmo con que se enorgullec?an de serlo los jesuitas expulsos en el xvm.
Hasta los ?ltimos a?os del xvi abundan los textos que
atestiguan la desconfianza de los superiores de la Compa??a hacia los hijos de espa?oles nacidos en las Indias: En lo de recibir naturales, si hay prohibici?n se guarde y si
no la hay sea con mucha consideraci?n...29 Al P. Plaza se avis?... los grandes inconvenientes que se ha b?an hallado en recibir con facilidad los que en esas partes
nacen... deseo que en esto nos aseguremos...30
En el recibir criollos se mire mucho, por el trabajo en que han puesto a otras religiones con bandos sobre tener en ellas los oficios para regalo y vanidad... [?nos informan] ... que es mucha la desigualdad de trato que se muestra anteponiendo los espa?oles y los italianos a los 29 Carta del P. Acquaviva, general, al P. Antonio de Mendoza, provincial, Roma, 31 de enero de 1588, en MM, m, p. 286. 30 P. Acquaviva al P. Antonio de Mendoza, Roma, 15 de marzo de 1589, en MM, m, p. 340.
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nacidos all?, de que ?stos est?n muy abatidos y desanima dos...31 En contraste con tantas precauciones, los cat?logos corres pondientes a los ?ltimos a?os del siglo xvi ponen de mani fiesto que eran muchos los novohispanos incorporados a la Compa??a, principalmente como hermanos estudiantes; tam bi?n puede suponerse que eran muchos los expulsados en vista de las importantes variaciones en el n?mero de socios en documentos de fechas pr?ximas. Tampoco es f?cil com probar la exactitud de las referencias porque los cat?logos
?que mencionan siempre el lugar de ingreso en la Com pa??a? rara vez proporcionan el dato de lugar de naci
miento y nunca el origen racial.32 En todo caso, a mediados del siglo xvn los criollos llegaron a ser mayor?a y desem
pe?aron cargos de importancia como provinciales o rec tores de colegios. Para entonces la mayor parte de los j?venes
destacados por su prestigio social o situaci?n econ?mica se hab?an formado en los colegios de la Compa??a. Y el resto de la poblaci?n, la que no ten?a acceso a los colegios, tam bi?n recib?a la influencia del mismo pensamiento a trav?s de los sermones, el confesionario, los ejercicios espirituales, la participaci?n en las congregaciones marianas, la lectura de los libros editados en la imprenta del Colegio M?ximo o las solemnes ceremonias religiosas que satisfac?an el gusto popular por la suntuosidad y el ritual complicado. La importancia que ten?an toda esta serie de actividades religiosas y su proyecci?n social se demuestra al conocer el amplio espacio que dedicaban a informar sobre ellas en las cartas anuales que dirig?an al prep?sito general en Roma; 31 Instrucciones de Roma al padre visitador Avellaneda, Roma, abril 1590, en MM, m, p. 466. 82 Ap?ndice del cat?logo de socios del siglo xvi, AGNM, Historia,
vol. 309. El cat?logo de 1595, en MM, v, p. 524, enumera 169 es pa?oles y 60 novohispanos. El cat?logo de 1600, en el Archivo de la Compa??a en Roma: 175 espa?oles y 74 novohispanos, en Burrus, 1955, p. 150.
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LA INFLUENCIA DE LA COMPA??A 279 en ellas los relatos de novenas, procesiones, pl?ticas y favores
o "milagros" obtenidos por la intercesi?n de San Ignacio o San Francisco Javier revisten mucha mayor importancia que los cursos de lat?n o las conferencias teol?gicas impartidas en los colegios. Si tal era el criterio de quienes redactaban
esos informes hay qu? reconocer que todos esos aspectos eran fundamentales para una sociedad mucho m?s preocu pada por la salvaci?n de su alma que por los conocimientos pr?cticos o los avances cient?ficos.
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EXAMEN DE LIBROS Gilbert M. Joseph: Revolution from without: Yucatan, Mexi
co, and the United States, 1880-1924, Cambridge Uni versity Press, 1982, 405 pp. (Cambridge Latin American
Studies 42.)
Hoy en d?a, uno de los pocos puntos en el que parecen coinci dir los estudiosos de la Revoluci?n Mexicana es en el hecho de que ?sta no fue en realidad un movimiento general y uniforme sino, por el contrario, un mosaico de levantamientos regionales dis?miles en cuanto a la procedencia social del grueso de sus parti cipantes y sobre todo de sus l?deres, en las ra?ces que le dieron vida, en sus objetivos y realizaciones. Probablemente el reto que mas claramente se presenta ahora a los estudiosos de la revoluci?n de 1910 es, precisamente, llegar a comprender su gran heteroge neidad para, eventualmente, volver a construir una visi?n general mas precisa que las originalmente propuestas. El largamente esperado estudio sobre la revoluci?n en Yucat?n que elabor? Gilbert Joseph contribuye de manera significativa a este esfuerzo. Este libro de la colecci?n Cambridge Latin Ameri can Studies permite conocer uno de los casos m?s intensos y pecu liares de la revoluci?n mexicana. En varios aspectos la revoluci?n en este estado fue sui generis: lleg? tard?amente ?hasta 1915?, fue poco violenta, y en su primera d?cada (1915-1924) constituy? uno de los experimentos mas radicales de entre los que entonces
se llevaron a cabo en el pa?s. En buena medida el origen de
?stas y otras peculiaridades se encuentra en la dram?tica depen dencia que padec?a la econom?a yucateca la que desde el ?ltimo tercio del siglo xix, ten?a como eje ?nico el cultivo del henequ?n. Este "oro verde" permitir?a a la entidad llegar a ser la m?s pr?s pera del M?xico porfirista. Pero su dependencia de los ritmos y fluctuaciones del mercado internacional, y de las firmas norte americanas que lo comercializaban, hizo a la pen?nsula particular mente vulnerable a fuerzas ajenas al pa?s. Desde medidos del siglo xix las plantaciones henequeneras se hab?an ido convirtiendo en empresas capitalistas de gran escala que hac?an un uso intensivo del capital, la tierra y el trabajo. Tambi?n entonces comenz? la vinculaci?n de Yucat?n con nuestro 282
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EXAMEN DE LIBROS
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poderoso vecino del norte. Ser?an los requerimientos de la agri
cultura mecanizada norteamericana ?para parte de la cual el
henequ?n era indispensable? los que transformaron totalmente a la regi?n durante el gobierno de D?az.
El auge que alcanz? el henequ?n entre 1880 y 1915 estuvo
acompa?ado, en la pen?nsula por una creciente concentraci?n de la tierra, de las capacidades productivas y del poder pol?tico en un n?mero cada vez m?s reducido de familias, en la famosa "casta divina". Tan s?lo unas veinte o treinta familias interrelacionadas
econ?mica, pol?tica y matrimonialmente ?en especial sus miem bros m?s poderosos Olegario Molina y su yerno Avelino Montes? llegaron a controlar cerca del 90% de toda la fibra cultivada. En 1902, mediante la fusi?n de varias compa??as surgi? la Inter
national Harvester Company que por diecisiete a?os logr? un
verdadero imperio informal sobre la entidad. Ser?a precisamente a trav?s de acuerdos y pactos secretos con Molina y Montes que la Harvester monopolizar?a la venta del henequ?n fuera de M?xico logrando hacer fluctuar su precio de acuerdo con sus intereses.
Concomitantemente, hubo transformaciones dram?ticas en la sociedad local. La fuerza con la que aqu? se expandi? la hacienda
henequenera parece haber sido mucho m?s devastadora que lo
que fue, por ejemplo, en el centro del pa?s. Conforme los hene quenales iban englobando zonas cada vez m?s amplias de las ?ri
das mesetas yucatecas se fue haciendo trizas el antiguo orden social, aqu?l que hab?a permitido la coexistencia de haciendas de dicadas al cultivo de cereales y el ganado, junto con antiguas comu nidades de indios mayas cuyas tierras les permit?an una econom?a de subsistencia, as? como la conservaci?n de su identidad pol?tica, social y cultural. Ambas pr?cticamente sucumbieron ante el empuje
de la modernizaci?n y especializaci?n econ?mica.
Probablemente ser?a en Yucat?n en donde, durante el viejo r?gimen, se impusiera el sistema de m?s rigurosa explotaci?n y represi?n a las masas ind?genas y al resto de los trabajadores del campo. Ante la escasez de mano de obra los finqueros yucatecos convirtieron sus plantaciones en centros de virtual esclavismo. Con la ayuda del gobierno federal importaron miles de indios yaquis rebeldes de Sonora, a "enganchados" del centro del pa?s, disidentes pol?ticos y hasta inmigrantes extranjeros, b?sicamente de origen oriental. En los henequenales las condiciones de trabajo eran ex traordinariamente severas, aun para patrones nacionales: los cas
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EXAMEN DE LIBROS
tigos f?sicos abundaban, las condiciones de salubridad eran lastimo sas, la atenci?n m?dica pr?cticamente inexistente, y el ?ndice de mortalidad mucho mas alto que el de los nacimientos. Dos terceras partes de los yaquis que se enviaban desde el norte del pa?s ?el segundo componente de la fuerza laboral? mor?a en el curso de su primer a?o en Yucat?n. Los trabajadores de las plantaciones acabaron convirti?ndose en una mercanc?a cuyo valor estaba deter minado por las fluctuaciones del mercado henequenero.
Uno de los problemas centrales que se intenta dilucidar en esta obra es el de porqu? los campesinos yucatecos no lograron dar forma a una movilizaci?n revolucionaria, que surgiese desde sus propios pueblos y que exigiese la tierra u otra demanda igual mente espec?fica. El problema es especialmente interesante si toma mos en cuenta que el campesinado maya estaba lejos de ser una masa inerte y pasiva. Todo lo contrario, desde la colonia hab?a habido varias sublevaciones mayas, mismas que culminaron en la apocal?ptica "guerra de castas" de 1847, uno de los episodios m?s sangrientos de nuestra historia. Pero la l?gica con que se resolvi? esta guerra actu? en favor de la burgues?a agroexportadora: los indios rebeldes se internaron en las impenetrables selvas que rodean
a Yucat?n, y los que quedaron en las haciendas como peones tuvieron que someterse a uno de los sistemas represivos m?s efi cientes del pa?s. El autor arguye que la falta de movilizaci?n popular se puede explicar, en buena medida, como un legado del monocultivo, de la marcada dependencia de la econom?a local y del rigor con el que operaba el sistema de plantaciones. La conjunci?n de estos factores hab?a privado a los campesinos mayas de aquello que les brindaba su identidad como grupo y las bases de su sobrevivencia: sus tierras comunales. Una vez desgarradas sus comunidades, los mayas sufrieron una dislocaci?n demogr?fica, y quedaron encerra dos en plantaciones aisladas unas de otras, virtualmente excluidos de todo contacto con el exterior. La influencia proveniente de ?reas urbanas, hist?ricamente decisiva para el surgimiento de mo vimientos agrarios qued? nulificada. Otro factor que inhibi? la combatividad popular fue el que en las plantaciones convivieran grupos tan heterog?neos; hombres de diversos or?genes raciales, sociales y geogr?ficos, atados por pocos intereses comunes a largo plazo. En ?ltima instancia, a diferencia del caso zapatista en donde los combatientes proven?an de comunidades agrarias pobres pero
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viables, y que a?n luchaban por su sobrevivencia, en Yucat?n el campesinado tradicional era ya obsoleto. La falta de movilizaci?n campesina, o incluso de una expresi?n colectiva de serio malestar entre las masas rurales, combinada con el poder econ?mico y el control social que ostentaba la burgues?a henequenera hicieron imprescindible el que, para transformar a la pen?nsula, la revoluci?n debiese ser tra?da desde fuera e impuesta desde arriba.
Esto fue precisamente lo que sucedi? desde 1915 cuando la
entidad fue ocupada por el ej?rcito constitucionalista al mando del general sonorense Salvador Alvarado, debido a la necesidad que ten?a Carranza de utilizar los enormes recursos financieros genera
dos por el "oro verde" en la guerra que libraba contra conven cionistas, villistas y Zapatistas.
Ser?a Alvarado quien importara e impusiera sobre la entidad una serie de reformas que, aunque relativamente moderadas, sen tar?an las bases de futuras transformaciones revolucionarias. Como
tantos otros dirigentes de la Revoluci?n Mexicana, Alvarado era un antiguo ranchero, fuertemente influido desde joven por ideas socialistas entendidas ?stas, b?sicamente, como un compromiso por
mejorar de manera sustantiva la vida de obreros y campesinos. En el programa que Alvarado aplic? en Yucat?n se consideraba indispensable que el Estado desempe?ara un papel activo como regulador e interventor en la econom?a. Su objetivo central con
sist?a en eliminar todo aquello que obstaculizara un progreso
material acelerado y equilibrado, un capitalismo capaz de acabar con el atraso y la semiesclavitud en que viv?a el peonaje, con la gran hacienda improductiva, y ?dado el intenso nacionalismo del sonorense? con la influencia avasalladora del imperialismo nor teamericano en la pen?nsula. En su esquema revolucionario el hacendado eficiente y nacionalista nada ten?a que temer pues se trataba de conciliar y complementar al capital con el trabajo. No era pues de extra?ar que el r?gimen alvaradista apoyase a la propiedad privada en detrimento del ejido, pues para el gober
nador ?como en general lo fue para el grueso de los l?deres norte?os? el ejido era una forma de explotaci?n atrasada y su
perable. Ser?a precisamente la anhelada modernizaci?n econ?mica, y no el regreso a los antiguos sistemas organizativos de los cam pesinos mayas lo que redimir?a a los trabajadores. Desde el inicio, Alvarado dej? fuera de duda que la revoluci?n hab?a llegado a Yucat?n. Mostrando una honestidad poco com?n
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EXAMEN DE LIBROS
en la ?poca, as? como un profundo respeto por los yucatecos, el sonorense dirigi? su embate a la "casta divina" confiscando sus propiedades. En seguida desmantel? el viejo sistema policiaco, que era sustento vital para las plantaciones. Los alvaradistas se hicieron cargo de los cuerpos armados municipales y de las funciones de los antiguos jefes pol?ticos. Como tantos otros carrancistas durante
la vida preconstitucional del pa?s, Alvarado atac? duramente a la
iglesia ?lo que le enajen? el apoyo de amplias capas de la po blaci?n? y dio una importancia extrema a su programa educa tivo. El gobernador tambi?n cre? una base de poder entre los obreros: legaliz? a sus uniones y sindicatos, y una ola de huelgas protegidas por ?l azot? a la entidad. A fin de cuentas, en relaci?n con lo que ocurr?a en el resto del pa?s, y sobre todo con la historia
local, la revoluci?n aivaradista fue progresista. A ella debe darse cr?dito por quebrantar el mecanismo represivo de las plantaciones,
por destruir las relaciones de cuasiesclavitud, por abolir el trabajo
forzoso ?lo que liber? a alrededor de cien mil peones? y, en
forma modesta, por iniciar la movilizaci?n campesina en la en tidad. Alvarado tambi?n introdujo reformas profundas en la comer cializaci?n del "oro verde" con el fin de que las fabulosas ganan
cias que ?ste generaba se quedaran en el pa?s y que ?lo que
efectivamente sucedi?? alcanzaran a derramarse por sobre todas
las capas de la sociedad yucateca. Dotado de una gran energ?a
y guiado por un nacionalismo extremo, Alvarado arrebat? a la "casta divina" su monopolio sobre la producci?n y la exportaci?n henequenera, lo que le permiti? enfrentarse e imponer algunas de sus condiciones a la poderosa International Harvester. En cuatro
a?os, el precio del henequ?n aument? en un 400%. Pero este
gran triunfo no s?lo se sustent? en circunstancias internas sino, en buena medida, en las condiciones del mercado internacional
que entonces empujaban al henequ?n al alza: la enorme demanda
producida por la guerra mundial y el que Estados Unidos no pudiera adquirir alg?n sustituto de esta fibra en otra regi?n del orbe.
Por otro lado, la revoluci?n aivaradista tambi?n present? as pectos conciliadores. El central fue la decisi?n de no tocar ni la estructura de la propiedad ?su programa ejidal fue sumamente moderado? ni la econom?a exportadora de la regi?n. A los hacen dados henequeneros, fuera de los miembros m?s conspicuos de la
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EXAMEN DE LIBROS
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"clase aristocr?tica y parasitaria", incluso se les incorpor? en cargos gubernamentales de planeaci?n y direcci?n. El genio po l?tico del sonorense se mostr? en su habilidad para integrar una coalici?n que incorporara tanto a henequeneros conservadores, como a intelectuales radicales, obreros y campesinos, y que los comprometiera con un programa que, a pesar de su radicalismo ideol?gico era moderado en la realidad. Representantes de la dimi
nuta clase media yuca teca y de los obreros operaron como "agentes
de propaganda" que llevaron el programa alvaradista al campo, a las f?bricas y a las escuelas. Surgi? as? una generaci?n de l?deres socialistas, como Felipe Carrillo Puerto, quienes m?s tarde pro fundizar?an la revoluci?n yucateca. Por otro lado, Alvarado intent? limitar a la movilizaci?n po pular para que no rebasara sus cauces moderados. Los trabajadores*
a cambio de los beneficios que obten?an deb?an apoyar e inte
grarse a las organizaciones creadas y manejadas desde arriba.
Pero no todo qued? bajo las riendas del gobernador. A partir de 1917 un grupo de activistas, capitaneado por Carrillo Puerto? fue ganando un ascendiente propio en el campo y centralizando? bajo su direcci?n a ligas de resistencia obreras y campesinas. Se ini ci? entonces otra forma de movilizaci?n popular, m?s cercana a los pueblos, y de la cual surgi? una serie de dirigentes locales que vendr?a a llenar el vac?o de poder producido al derrumbarse la pol?tica porfirista. Para 1918 la revoluci?n que se hab?a llevado a Yucat?n prob?
su fragilidad. A fines de a?o Carranza sac? a Alvarado de la
entidad. Al desplomarse la demanda internacional del henequ?n tanto su precio como su regulaci?n comercial en manos del go bierno se vinieron abajo. La bonanza se torn? en depresi?n e in
flaci?n. La coalici?n multiclasista encabezada por Alvarado se
desgarr? y comenz? la lucha entre henequeneros y la creciente movilizaci?n campesina lidereada por Carrillo. Con la ayuda del gobierno carrancista, los hacendados emergieron victoriosos. El go bierno federal atac? con furia los aspectos mas radicales de la revoluci?n en Yucat?n: exigi? a la entidad fondos que ya no ten?a, el nuevo gobernador destruy? todo lo relacionado con los socia listas, y las ligas campesinas sufrieron una dura represi?n. Carrillo
sali? exiliado y la exigua reforma agraria se suspendi?. La ca?da de Carranza en mayo de 1920 cambi? dr?sticamente la arena pol?tica yucateca, permitiendo al grupo radical y obrego
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EXAMEN DE LIBROS
nista comandado por Carrillo Puerto establecer su primac?a. Carri llo, como tantos otros l?deres revolucionarios, tampoco proven?a
de las capas m?s bajas del campo. Nacido en el coraz?n de la zona henequenera, e hijo de un peque?o comerciante se inici? como ranchero, pero las enormes dificultades que encontr? durante
el porfiriato lo llevaron a abrazar otras actividades: en la gana der?a, como carnicero, conductor de ferrocarriles, arriero, comer ciante, estibador, periodista y en 1914 durante el tiempo que pas? al lado de los Zapatistas ?experiencia que le dejar?a una profunda huella agrarista? en calidad de agr?nomo. Durante el viejo r?gi men, las dotes de este joven que conoc?a palmo a palmo la pen?n sula y hablaba con soltura el idioma maya le ganaron un liderazgo entre los pueblos mayas. En ocasiones los ayud? en su lucha contra las haciendas; en otras se arriesg? a burlar al aparato de seguridad de las fincas henequeneras para llevarse y atender a los peones que hab?an sido castigados f?sicamente, osad?as que le costaron encarcelamientos y represalias f?sicas.
Una tesis central de Joseph, que contradice las versiones m?s tradicionales y rom?nticas sobre esta etapa del socialismo yuca teco se refiere a la forma como Carrillo Puerto se vio obligado a estructurar sus bases de apoyo pol?tico. En junio d? 1920 cuando el m?s connotado l?der socialista regres? del exilio encontr? casi aniquilada su anterior labor organizativa. M?s grave a?n, la pro funda crisis econ?mica en que se sumi? Yucat?n desde 1919 segu?a haciendo estragos en toda la sociedad local. Carrillo sufr?a, ade m?s, la oposici?n unificada de los henequeneros, la inseguridad de que el gobierno federal ayudara o por lo menos tolerara su programa radical, y enfrentaba los graves obst?culos que hab?an coartado la movilizaci?n campesina. Ante un panorama tan ad verso, y la necesidad de ir implantando ya su programa revolu cionario, Carrillo no tuvo m?s alternativa que formar su maqui
naria pol?tica con los l?deres locales que hab?an surgido a la
sombra del partido socialista desde 1917, no obstante que en su mayor?a ?stos no estaban seriamente comprometidos con su pro grama radical, y realmente s?lo ven?an a sustituir a los viejos caciques locales. En la medida en que la conciencia de clase y la capacidad organizativa de los trabajadores distaba mucho de per mitirles la realizaci?n aut?noma de un programa revolucionario, Carrillo tuvo que gobernar por medio de esta estructura de "ca ciques socialistas" e ir as?, implementando desde arriba su revo luci?n.
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EXAMEN DE LIBROS
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El socialismo yucateco pretendi? rebasar los l?mites de una mera liberaci?n econ?mica, para devolver a los campesinos mayas el orgullo por su pasado, su idioma, su arte y sus costumbres.
El eje de este experimento fue la tierra. Entre 1920 y 1922 la cantidad de tierras ejidales que se entregaron a los pueblos yucate cos alcanz? el punto m?s alto de la rep?blica, con la sola excep
ci?n de la entidad zapatista. Atr?s de esta reforma hab?a una
compleja ideolog?a. Carrillo era un socialista convencido que cre?a en el ejido y, en ?ltima instancia, en la necesidad de socializar todos los medios de producci?n. Pero su gobierno se enfrentaba a l?mites estructurales poderosos, b?sicamente a la crisis heneque
nera que lo dej? sin recursos con qu? financiar un programa
reformista y menos uno tan ambicioso como el de los socialistas yucatecos. Carrillo estaba consciente de que, a corto plazo, la ex propiaci?n masiva de los henequenales profundizar?a la depresi?n y agravar?a las condiciones de vida de los peones. M?s a?n, por el momento, los trabajadores de las haciendas parec?an interesarse m?s en obtener mejoras laborales, que en hacerse cargo de los henequenales. De aqu? que la primera etapa de la reforma agraria carrillista
fuera m?s moderada de lo que ?l hubiese querido. A pesar de
ello se intent? distribuir ejidos a todos los pueblos, anhelo muy ambicioso en el contexto nacional, y que pr?cticamente fue coro nado en unos cuantos a?os. Las afectaciones frecuentemente in
cluyeron tierras henequeneras, aun cuando estas expropiaciones estaban destinadas a la etapa ulterior. En Yucat?n los tr?mites ejidales se resolv?an con celeridad y los pueblos obten?an casi inmediatamente la posesi?n real de sus tierras. Adem?s el go bierno mejor? sus t?cnicas de cultivo y propici? las cooperativas y los experimentos colectivistas. Por otro lado, en esta primera etapa no se afect? gravemente a hacendados henequeneros y, en realidad, Carrillo los ayud? a apuntalar el restablecimiento eco n?mico y el nivel de vida de los trabajadores. A fines de 1922 una mejora en el mercado hizo crecer la es peranza entre los socialistas de que el "oro verde" volver?a por sus viejos fueros. Medio a?o m?s tarde, este optimismo permit?a a Carrillo tratar de empezar la etapa definitiva de la reforma agraria: la socializaci?n de todas las fincas henequeneras, mismas que deber?an pasar a manos de los campesinos organizados. Para entonces los socialistas contaban con un monopolio virtual del
poder pol?tico y militar en la entidad, hab?an acabado con la
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EXAMEN DE LIBROS
oposici?n partidista, y su engranaje caciquil parec?a funcional
eficientemente. En noviembre y diciembre de 1923 Carrillo formul?
dos leyes agrarias que, de manera un tanto velada servir?an como
puntales de su revoluci?n. ?stas exig?an la distribuci?n de las
utilidades del henequ?n entre los trabajadores, hac?an posible la expropiaci?n de las fincas henequeneras como unidades de explo taci?n y creaban formas colectivas para la propiedad y el manejo de las mismas.
Menos de dos semanas despu?s, al estallar la rebeli?n dela
huertista, y con el apoyo activo de los m?s grandes hacendados,, el gobierno yucateco hab?a sido depuesto y Carrillo trataba deses peradamente de huir. Unos d?as m?s tarde el l?der socialista con sus m?s cercanos seguidores eran apresados y fusilados. Los legen darios "sesenta mil hombres" que formaban la liga de resistencia,, supuestamente el centro vital de esta revoluci?n, no salieron a la defensa ni de su l?der ni de este r?gimen. Ello muestra la gran flaqueza de ?ste y de tantos otros experimentos radicales a los que dio pie la Revoluci?n Mexicana: las enormes dificultades en lograr y en consolidar una profunda movilizaci?n popular, entre las cuales sobresale el car?cter caciquil que frecuentemente las? permea. No obstante, s?lo la herencia de Alvarado y de Carrillo^ hicieron posible que el presidente C?rdenas realizara en 1937,.
una de las experiencias agraristas m?s ambiciosas de la Revolu ci?n: la expropiaci?n masiva de las fincas henequeneras y su
transformaci?n en ejidos colectivos. El trabajo de Gilbert Joseph, basado en extensos archivos tanto* yucatecos, como del gobierno federal, y de compa??as y gobiernos?
extranjeros contribuye a explicar varios problemas fundamentales que est?n ahora en el centro de la discusi?n acad?mica y pol?tica
en M?xico y otros pa?ses del tercer mundo: el fen?meno del
caciquismo, de las condicionantes y obst?culos a la movilizaci?n y organizaci?n de los trabajadores, as? como diversos aspectos de la dependencia en el orden internacional capitalista. El'autor mues tra una notable capacidad para manejar con soltura e integrar en su narraci?n hist?rica variables econ?micas, de la vida pol?tica,, de la sociedad y la cultura. Sin embargo, en este libro el an?li sis de la revoluci?n en Yucat?n queda trunco ya que los caminos que condujeron a uno de sus momentos culminantes, la expro piaci?n de 1937, apenas se encuentran delineados. Es de desearse que el autor complete esta parte integral de su estudio. De cual quier manera, la presente obra constituye, sin lugar a dudas, uno
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EXAMEN DE LIBROS 291 de los trabajos m?s maduros en la nueva historiograf?a sobre la
Revoluci?n Mexicana.
Romana Falc?n El Colegio de M?xico
Steven E. Sanderson: Agrarian populism and the Mexican State. (The struggle for land in Sonora), Berkeley, Uni versity of California Press, 1981, xx + 290 pp., 1 mapa. En M?xico, en el inicio de la d?cada de los a?os 70, entr? en crisis el pilar de la ideolog?a revolucionaria mexicana: la re forma agraria. Lo que origin? diversas corrientes de opini?n fa vorables u opuestas. Desacuerdo manifestado en los c?rculos oficiales
en diferentes y a veces contradictorios cursos de acci?n que,
para 1976, en una atm?sfera pol?tico-econ?mica poco clara, pu sieron en entredicho las metas del Estado mexicano sobre el des
arrollo de la agricultura y de la reforma agraria. Crisis que se hizo mas evidente en Sonora, estado de fama revolucionaria y de una
abundante riqueza agr?cola que se enfrent? a un movimiento agrarista el cual negaba la legitimidad de la pol?tica agrarista
oficial lo que, de hecho, representaba un reto al gobierno federal y pon?a en entredicho la "aut?ntica" ideolog?a de la revoluci?n y la existencia del Estado mexicano posrevolucionario. En el fondo la situaci?n reflejaba algo m?s profundo: la historia de la formaci?n del Estado y de la sociedad civil en el M?xico independiente. Dentro de este contexto general y tomando como punto de partida-motivaci?n los sucesos sonorenses de 1975-1976, Sanderson busca en su libro, desde un punto de vista econ?mico-pol?tico, tratar la historia de la posesi?n, usufructo y explotaci?n de la tierra en M?xico a partir de la independencia, consider?ndola
como el n?cleo en torno al cual han girado, en busca de legiti
maci?n y poder, las diferentes fuerzas conformadoras de la sociedad
mexicana. Problem?tica que, desde otro punto de vista, se centra en la lucha por la delimitaci?n de campos de influencia entre el Estado y la sociedad civil. El desarrollo del trabajo de Sanderson est? formalmente divi dido en 3 partes, en las cuales, partiendo de los inicios del r?gimen
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292
EXAMEN DE LIBROS
de L?pez Portillo se remontar? a los antecedentes independen tistas; de all? volver? a su punto de arranque para, finalmente, buscar sistematizar la compleja problem?tica tratada en su ?ltimo
cap?tulo titulado "Hacia una teor?a del populismo mexicano". Independientemente de la estructura formal se?alada, el libro en
su parte medular, que cubre de 1917 a 1976, puede dividirse
en tres per?odos: uno, en un principio ca?tico y luego populista agrario que va de 1917 a 1940; un segundo abarcar?a el llamado milagro econ?mico mexicano (1940-1970) y el final representado por el revivido populismo del gobierno echeverrista (1970-1976). Por mi parte y dentro de una secuencia cronol?gica se?alar? los aspectos que me parecieron mas importantes. El autor siguiendo criterios discutibles y en varios aspectos
ampliamente superados, ve al pasado colonial como una carga
de la cual tuvieron que desprenderse, a ra?z de la independencia, "las nuevas clases nativas" que ante s? ten?an la tarea de trans formar a la precapitalist a sociedad colonial en una moderna capi talista que, en todo caso, ser?a dependiente y con un crecimiento econ?mico err?tico. Al triunfo liberal, en la segunda mitad del siglo xix, los vencedores buscaron implantar un esquema de desa rrollo capitalista el cual, al no responder a las condiciones reales del pa?s, sufri? graves distorsiones que, entre otras cosas, ocasio naron la dependencia de la econom?a mexicana del capital extran jero y un desarrollo disparejo. De acuerdo con el autor, el Estado
liberal del siglo xix busc? emular a las econom?as liberales de Estados Unidos y de Europa y se traz? como meta principal una clara diferenciaci?n entre las esferas p?blica y privada, otorgando a esta ?ltima el papel de motor del desarrollo econ?mico nacio nal. Plan que, al tropezar con m?ltiples obst?culos, producto de la precaria situaci?n nacional, se alter? gravemente y que, al querer
poner en pr?ctica una ideolog?a liberal-mercantilista, produjo una
din?mica de desarrollo dependiente, adem?s de que, en contra de las previsiones liberales, llev? a una inversi?n de papeles en
la cual, por su debilidad, de hecho la sociedad civil cedi? su puesto de motor del desarrollo nacional al Estado. Fen?meno que se evi denci? durante el Porfiriato en el cual, mediante la creaci?n de la infraestructura y del aparato administrativo necesarios, se asen taron las ra?ces de la econom?a nacional. Asimismo durante esta
?poca, merced a la mencionada inversi?n de papeles entre la so ciedad civil y el Estado, este ?ltimo, al identificarse a s? mismo
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EXAMEN DE LIBROS
29S
con el curso del desarrollo mexicano, se volvi? responsable de los fracasos econ?micos, del estancamiento social y de la entrega de los recursos naturales a la explotaci?n internacional o sea, en el ?nico responsable de las desigualdades y fluctuaciones caracter?sti cas de una econom?a dependiente. La din?mica del porfiriato pro dujo profundos cambios en la estructura econ?mica, sin embargo su mayor contradicci?n fue buscar el crecimiento capitalista dentro
de un obsoleto sistema se?orial de tenencia y explotaci?n de la tierra, lo anterior unido a diversos errores y a una falta de flexi bilidad ocasionaron su ca?da.
La ideolog?a que impuls? a los opositores del r?gimen por firista fue liberal y pregonaba postulados semejantes a los de 1857.
Sin embargo en esta ocasi?n al instrumentarse la transformaci?n de dicha ideolog?a en realidad social, ios resultados fueron sor prendentemente diferentes. A su triunfo los dirigentes revolucio narios enfrentaron como principales problemas la reconstrucci?n del Estado sobre una nueva base de legitimaci?n y la reorgani
zaci?n de la econom?a bajo un nuevo modelo-sistema de creci
miento. Empero, la alianza revolucionaria encerraba en su seno serios conflictos, el principal de los cuales era el enfrentamiento entre caudillos burgueses y militantes campesinos: la propiedad privada en contra de la propiedad ejidal. Lo que, contradictoria mente, implicaba una garant?a de obligaci?n social hacia las masas
en el contexto de un esquema defensor de la propiedad y la
acumulaci?n privadas. El Estado posrevolucionario encontr? en la reforma agraria al mecanismo multifac?tico que le permitir?a engrandecer su poder. Aunque pronto, tanto burgueses como campesinos se desilusionaron ante el dualismo y la indecisi?n caracter?sticos de las agencias del nuevo motor del desarrollo econ?mico. Seg?n Sanderson, C?rdenas pareci? encontrar la soluci?n adecuada al problema: favorecer a las masas a fin de integrarlas a un sistema capitalista regido por el Estado y cuya autoridad descansar?a en un pacto populista el cual, al incrementar la autoridad del Estado, le permitir?a actuar como
mediador en la lucha de clases en el seno de la sociedad civil. Sin embargo, al establecerse la dicotom?a Estado-partido se pro
dujo un populismo partidista que mediatiz? y subordin? a las
clases trabajadora y campesina las cuales quedaron as? a merced de la benevolencia gubernamental. De hecho durante el cardenis mo se establecieron los t?rminos de la organizaci?n de la sociedad
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mexicana y el Estado extendi? su dominio. La de C?rdenas fue para el autor, una ?poca coyuntural en la cual la obligaci?n social frente a los campesinos representada por la reforma agraria coin cidi?, extra?amente, con el deseo de la burgues?a de incorporar
al campo al desarrollo capitalista. Burgues?a a?n d?bil que pro pici? el desarrollo de un Estado paternalista, aunque, al ir ga nando fuerza econ?mica y organizaci?n pol?tica, poco a poco,
busc? limitar el poder estatal para tratar de imponer su propio
modelo de desarrollo. Lo que en buena medida se logr? hasta el inicio de la d?cada de los a?os 70. Con la llegada de Echeverr?a al poder se instauraron nuevas reglas de juego y se busc? resucitar la olvidada promesa populista de la revoluci?n mexicana, la reforma agraria campesina. Sin em bargo, al fracasar la estrategia de la nueva pol?tica populista se produjo una de las peores crisis que haya sufrido el pa?s. Inscribi?ndolo en la problem?tica descrita que desde mi punto
de vista sintetiza su idea del desarrollo nacional, el autor hace
hincapi? en el desarrollo de Sonora ya que dicho estado, dadas sus caracter?sticas, es un ejemplo t?pico de la transici?n del preca pitalismo al capitalismo. En Sonora, debido a factores internos y externos, - se pudo desarrollar el esquema mercantil-liberal que desemboc? en un exitoso capitalismo agr?cola. De hecho y aunque el autor no lo acepta, el caso de Sonora, al resumir los problemas de un desenvolvimiento regional-at?pico dentro del desarrollo na cional, se presenta, en gran medida, como el ejemplo de lo que
debi? suceder a nivel nacional de haberse dado las condiciones necesarias y haber existido, ?desde la ?poca liberal?, una conse cuencia real entre ideolog?a y su transformaci?n en realidad social.
En buena medida, para el autor, la contradicci?n mayor de la existencia y desarrollo hist?rico del estado mexicano posrevolu cionario estriba en que busca legitimar su existencia frente a las masas mediante la reforma agraria y el reparto de tierras y, al mismo tiempo, mantener la propiedad privada y otras institucio nes civiles dentro de un esquema de desarrollo capitalista dirigido
por el estado.
Libro ambicioso, denso e indiscutiblemente pol?mico el cual,
al seguir un esquema m?s bien r?gido de an?lisis, adolece de
imprecisiones y contradicciones. Sin embargo, en esta tierra de P?
n?lope en la que parece se nos acab? la lana para seguir deste
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jiendo, tiene el valor de intentar poner al descubierto, desde el particular punto de vista de Sanderson, el intrincado desarrollo interno de la trama existente, hasta el momento que estudia, entre
la legitimidad y ?mbito de influencia del estado frente al campo de acci?n de la sociedad civil.
Jes?s Monjar?s-Ruiz Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia
Paul Vanderwood: Disorder and progress: bandits, police and Mexican development. Lincoln, University of Ne braska Press, 1981, 264 pp.
El libro de Vanderwood constituye una contribuci?n impor tante para nuestro conocimiento de un tema a menudo debatido o satanizado, y en el cual, sin embargo, quedan a?n muchas in terrogantes por despejar: el funcionamiento del control social, la estabilidad, la oposici?n y el desorden en el M?xico del siglo xix mexicano, en especial el per?odo porfiriano. Las pol?ticas sobre el orden p?blico en el gobierno de D?az, aparecen a trav?s del trabajo de Vanderwood, de una manera m?s
detallada y compleja que la que nos proporciona la trillada ex
plicaci?n seg?n la cual la pol?tica represiva del r?gimen, obedece tan s?lo al car?cter autoritario del propio D?az. Para enfocar el problema, Vanderwood tom? como punto de
partida la idea b?sica de que tanto el orden como el desorden
son parte integral de un proceso hist?rico complejo y que tanto bandidos como rurales se ven frecuentemente envueltos en ?l (p. xin); y se impuso la tarea de desenredar los hilos y las com plejas relaciones mutuas entre estas dos fuerzas opuestas y los individuos que tratan de dirigirlas. Con base en una perspectiva general de las caracter?sticas y del desarrollo del bandidaje, nuestro autor declara que los ban didos asumen nuevas formas y toman roles diferentes en la socie dad bajo el impacto del desarrollo hist?rico. Al trazar la historia de los bandidos y su din?mica, as? como su siempre cambiante relaci?n con las fuerzas del orden, este libro puede arrojar cierta luz sobre un problema a?n m?s fundamental: el del funciona
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miento del aparato estatal y la naturaleza y condiciones necesarias para el surgimiento de un orden pol?tico estable. Aunque Vanderwood no enfatiza las implicaciones te?ricas del problema de que se ocupa, sin embargo, nos proporciona una des
cripci?n de las caracter?sticas del orden social en el "siglo del desorden". Una de las principales aportaciones del libro es el
hecho de que destaca las caracter?sticas de la relaci?n entre el ban
didaje ?como forma de desorden social? y la aplicaci?n de la
ley. De hecho, nos dice Vanderwood, la l?nea divisoria entre ban didos y polic?a (Rurales) es sumamente tenue y a menudo se cruza en ambas direcciones, si bien es m?s frecuente que un ex bandido se convierta en representante de la ley; la mayor parte de las veces, como una forma de mejoramiento de su situaci?n personal, y no necesariamente a partir de convicciones pol?ticas profundas. Vanderwood lleva a sus lectores mas all? de la idea ?tan am
pliamente difundida? de que el bandidaje emerge tan s?lo como una forma de protesta social enfocada en contra de las condiciones econ?micas cada vez m?s adversas a las que estaban sometidos los campesinos. En el caso mexicano, el an?lisis de la relaci?n entre los bandidos y el poder pol?tico establecido, especialmente al nivel local, es m?s sutil y a la vez m?s complejo: frecuentemente los jefes locales ten?an que negociar la protecci?n de los bandidos, quienes no siempre aceptaban las condiciones del poder pol?tico establecido. De esta perspectiva se desprende que la llamada "Pax Porfiriana" resultase m?s imaginada que real. Porfirio D?az, como la mayor?a de los dictadores, sab?a bien que la dictadura personal era m?s bien inestable, y para mantener el orden social que tan cuidadosamente hab?a construido, ten?a que contar con fuerzas re presivas, la m?s visible de las cuales eran los rurales, que con el tiempo se convirtieron en una verdadera polic?a pol?tica, dedicada,
sobre todo a defender los intereses e imponer la voluntad par ticular del presidente. Por otra parte, gracias al material del Archivo General de la Naci?n trabajado, la imagen que este trabajo nos entrega de los rurales es sorprendentemente diversa de la habitual: en contra de lo que se cree comunmente, los rurales constitu?an un cuerpo que estaba muy lejos de ser ejemplar en t?rminos de disciplina militar: el alcoholismo, la insubordinaci?n y las deserciones eran frecuentes, as? como el conflicto de intereses entre las autoridades
locales y las elites regionales. Tambi?n en contra de la imagen popular que presentaba a los rurales como sumamente capaces,
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Vanderwood nos informa, en cambio, que los cuerpos de rurales estaban sobre todo formados por artesanos y campesinos del M?xico
central, sin ning?n entrenamiento profesional en lo absoluto. El mito de su eficiencia y capacidad fue voluntariamente orquestado por el r?gimen con un prop?sito pol?tico espec?fico: el aumentar la confianza p?blica en la capacidad gubernamental de control social y de protecci?n de la propiedad privada. La imagen que Vanderwood nos ofrece del otro elemento de la ecuaci?n rurales-bandidos, no es tan feliz. Respecto al bandi daje el libro se apoya en una interpretaci?n m?s tradicional: los bandidos como h?roes locales, a quienes se enfatiza su significado simb?lico, subrayando c?mo capturan la imaginaci?n tanto de los campesinos como de las clases medias. Poniendo en duda las posibles intenciones revolucionarias de los bandidos, el autor prefiri?, en cambio, enfatizar el rol del bandidaje como catalizador y absorbente de energ?as que pod?an haber sido orientadas hacia el cambio social efectivo. Seg?n Vander wood, es el mito lo que cuenta como fuerza pol?tica de movili zaci?n o desmovilizaci?n; y particularmente en el caso porfiriano, el bandidaje fue usado profusamente en este sentido. Disorder and Progress contribuye pues, a ampliar nuestro conocimiento de las
complejidades en el mantenimiento de un orden social en el
per?odo porfiriano, que se nos rebela as? mucho m?s desordenado y por cierto mucho menos progresista.
Carmen Ramos Escand?n
Fondazione Einaudi, Torino, Italia
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publicaciones
El Colegio de M?xico De reciente aparici?n... ) Rafael Segovia V?ctor L. Urquidi y Lo politizaci?n del ni?o
mexicano,
1a. reimpresi?n, 164 p?gs.
Josefina Z. V?zquez y Lorenzo Meyer
M?xico frente a Estados Unidos. Un ensayo hist?rico, ?1776-1980r 1a. edici?n, 228 p?gs. Lorenzo Meyer (comp.) y otros
M?xico-Estados Unidos,
1962,
1a. edici?n, 120 p?gs. Francisco Cuevas Cancino
Bol?var en el tiempo, 2a. edici?n, 172 p?gs.
Jos? D. Morelos (comps.)
Tendencias y pol?ticas
de poblaci?n,
1a. edici?n, 190 p?gs. Ignocy Sachs
Ecodesarrollo: desarrollo
sin destrucci?n,
1a. edici?n, 206 p?gs. Vicente S?nchez y otros
Glosario de t?rminos sobre medio ambiente, 1a. edici?n, 112 p?gs.
Mor?a Elena Ota Mishima Siete migraciones'
japonesas, 1890-1978,
1a. edici?n, 272 p?gs.
Adqui?ralos en l?brenos y en El Colegio de M?xico, Departamento de Publicaciones, Camino al AJusco 20, Pedregal de Santa Teresa, 10740 M?xico, DJ? tel. 566* 60 03, exfs. 365 y 3??
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