Historia mexicana 130 volumen 33 número 2

HISTORIA

MEXICANA 1 if 1

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HISTORIA MEXICANA 130

EL COLEGIO DE MEXICO

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Vi?eta de la portada Del Reglamento de divisas para los generales, gefes y subalternos del Ex?rcito Imperial Mexicano.

A?o de 1821, Mariano de Z??iga y Ontiveros.

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas

Redactor: Luis Muro

Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Baza na Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Cla

s?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara L

Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Doro

Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zqu

VOL. XXXIII OCTUBRE-DICIEMBRE 1983 N?M. 2

SUMARIO Art?culos

E. Richard Downes: El pr?stamo petrolero in Alem?n ante el capital de Estados Unidos

1952)

183

Linda K. Salvucci: Costu vos": Jos? de G?lvez y hispana (1754-1800) 2

William Beezley: El esti versiones de fin de sig

Dawn Keremitsis: Del mexicana de 1910 a 1

Mois?s Gonz?lez Nava en Jalisco en v?sper Examen

de

archivos

Alfonso Mart?nez Rosa Estado de San Luis Pot This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:34:35 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

Cr?tica Jes?s Monjar?s-Ruiz: M?xico entre 1910 y 1920

?otro tablero de ajedrez de las grandes potencias! 337

Examen de libros sobre Helen Rand Parish: Las Casas as a bishop...

(Rodolfo Pastor) 349

sobre Miguel Mathes: Santa Cruz de Tlatelolco: la primera biblioteca acad?mica de las Americas (Pilar Gonzalbo Aizpuru) 350 sobre C. A. Hutchinson: Valentin G?mez Farias, la vida le un republicano (Josefina Zoraida V?z

quez)

354

I^a responsabilidad por los a nal de sus autores. Son ajen legio y las instituciones a

Historia

Mexicana

aparece

l

de cada a?o. El n?mero su y en el extranjero Dis. 8. $1,400.00 y Dis. 34.00. N? extranjero

?

Dis

El

9.50

Colegio

de

Camino al Ajusco Pedregal de Sta. T 10740,

ISSN

M?xico,

D.

0185-0172

Impreso

y

Printed

hecho

in

en

Mexic

por Fuentes Impresores, S. A., Centeno, 109, 09810, M?xico, D. F.

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EL PR?STAMO PETROLERO

INVISIBLE

E. Richard Downes USAF Academy, Colorado Al observar la reacci?n de M?xico ante la inversi?n extran

jera directa en los a?os 1946-1952, se confirma la actitud b?sicamente pragm?tica de los l?deres de la Revoluci?n y se advierte la perspicacia pol?tica de Miguel Alem?n, quien, en apariencia, ofrec?a al capital extranjero el sitio privile

giado del que hab?a gozado antes de la Revoluci?n. En el mes de mayo de 1947, Alem?n habl? en Nueva York ante personalidades destacadas de las finanzas, la iglesia y el go bierno de Estados Unidos; lim? las asperezas provocadas por la expropiaci?n petrolera de 1938, y les record? que habr?a "considerables ganancias" para quienes invirtieran en M? xico.1 Alentada de esta manera, la inversi?n extranjera cre ci? sustancialmente durante el periodo de Alem?n. En esos a?os, dicen los historiadores de orientaci?n nacionalista, "el imperialismo moderno se consolida en M?xico".2 Y, para d?jicamente, dicen tambi?n que Alem?n resisti? las presiones

diplom?ticas y comerciales para que el capital de Estados

Unidos volviera a participar en la industria porque rechaz? i New York Times, 3 de mayo 1947. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Hern?ndez y Trejo Delarbe, 1975, p. 81. En opini?n de muchos

el capital extranjero domina gran parte de la vida pol?tica y econ?mica de M?xico. Vid. Conroy, 1973; Basurto, 1975; Sefulveda Amor, Pellicer

de Brody, Meyer, 1974; Cece?a, 1970; Meyer, 1972, pp. 101-138. Con otro punto de vista Navarrete jr., 1958, pp. 556-569; Gardu?o Garc?a, 1966; Brown y Wilkie, 1971, pp. 378-419. V?ase un resumen de la opini?n de los economistas mexicanos en Sol?s, 1971, pp. 1-67.

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E. richard DOWNES

un pr?stamo de ese pa?s en el que interven?an las grandes compa??as petroleras.3 Un an?lisis m?s detenido de la actitud de Alem?n hacia la inversi?n estadounidense ?especialmente en lo referido al

petr?leo? revela que utiliz? el capital extranjero como su plemento del programa mexicano de inversi?n e industriali zaci?n. Adem?s us? con astucia capital de Estados Unidos en la industria petrolera ?tan delicada en lo pol?tico? para rea nimar las reservas y producci?n del monopolio estatal, Pe tr?leos Mexicanos (PEMEX), que, por problemas internos, languidec?a desde la expropiaci?n.

La relaci?n del alemanismo con la inversi?n privada esta dounidense se apoya en una historia de tensiones. La pol?ti ca porfirista, etiquetada como "madre de los extranjeros y madrastra de los mexicanos", favoreci? la inversi?n extranje

ra. La de Estados Unidos se acrecent? con la bonanza habi da en ese pa?s despu?s del ?ltimo decenio del siglo pasado, y salt? de 200 millones de d?lares en 1897 a 416 millones en

1908.4 Al comenzar la Revoluci?n, en 1911, 80% de la inver si?n estadounidense se hallaba concentrada en la miner?a, la metalurgia, el petr?leo y los ferrocarriles.5 La inversi?n ex tranjera debe haber correspondido a los dos tercios del total, fuera de la agricultura y la artesan?a.6 Esta situaci?n provoc?

la reacci?n de los capitalistas mexicanos contra la explota

ci?n extranjera en los ?ltimos a?os del Porfiriato.7

Con la Revoluci?n, la inversi?n extranjera se someti? a

un nuevo estatuto legal, dentro del cual sigui? creciendo. Los revolucionarios aumentaron el poder del Estado, abolieron el 3 V?ase Meyer, 1974, pp. 107-156.

4 United Nations, 1955, p. 115. La cantidad de la inversi?n directa

de Estados Unidos var?a. Vernon, 1964, p. 42, calcula que lleg? a 1.1 millones en 1911. Por razones de m?todo utiliz? las cantidades que presentan las Naciones Unidas, basadas en c?lculos de los gobiernos de M?xico y Estados Unidos. ? Fern?ndez Arena y May, 1971, p. 18. e Vernon, 1964, p. 45.

7 WiONCZEK, 1964, p. 45.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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"sistema de privilegios'* del Porfiriato,8 obligaron a los ex tranjeros a aceptar la igualdad de derechos para los mexica nos y declararon inalienables las riquezas del subsuelo. A pe sar de la violencia y la xenofobia de esos tiempos, el capital estadounidense creci? durante la Revoluci?n, y, estimulada por la creciente industria petrolera, la inversi?n se manten?a en 587 millones de d?lares en 1914.9 Con el auge de la eco nom?a estadounidense de los a?os veinte, y con la protecci?n que le ofrec?a la "etapa constructiva" de la Revoluci?n,10 la inversi?n lleg? a 683 millones de d?lares en 1929.11 Ford estableci? en 1926 una planta para ensamblar autom?viles, Simmons una f?brica de colchones en 1927,12 y con ellos co menz? en las inversiones el cambio hacia las manufacturas.

En el decenio de 1930 varias firmas de Estados Unidos (National Carbide, 1932; Quaker Oats, 1937; General Motors, Chrysler) invirtieron en M?xico a pesar de que el naciona lismo econ?mico saturaba el ambiente. Un art?culo period?s tico de 1934 ?pron?stico de actitudes futuras? llamaba a los mexicanos, de conseguir la independencia econ?mica, a no depender de grupos financieros extranjeros para el desarro llo industrial, y a obtener capital dentro del pa?s.13 La expro

piaci?n petrolera de 1938, que L?zaro C?rdenas entend?a

como "la liberac?n econ?mica esencial del pa?s" se combin? con la nacionalizaci?n de los ferrocarriles y zonas agr?colas para que dejara de fluir a M?xico el capital de Estados Uni dos, cuyas inversiones ascend?an en 1943 a 287 millones de d? lares, menos de la mitad invertida en 1929.14

Pero en los a?os cuarenta hubo cambios pol?ticos y eco n?micos que alteraron esa tendencia y atrajeron inversiones

nuevas, no en valores, ferrocarriles y minas, sino en manufac 8 Cabrera, 1975, p. 55.

9 United Nations, 1955, p. 115. io Gonzalez Navarro, 1961, p. 634. ii United Nations, 1955, p. 111.

12 Wythe, 1969, p. 296.

13 La Prensa, 21 de mayo 1934, cit. por Powell, 1956, p. 26.

14 United Nations, 1955, p. 111.

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E. RICHARD DOWNES

turas. En esos cambios se incluye tambi?n una relaci?n m?s estrecha entre M?xico y Estados Unidos ante la guerra mun

dial, mejoras en la situaci?n financiera mexicana y el co mienzo de un programa gubernamental para alentar la in dustria. En cierto sentido, la Segunda Guerra Mundial favo reci? el desarrollo de la industria mexicana, porque mien tras Estados Unidos produc?a material b?lico, M?xico deb?a

satisfacer la demanda de bienes de consumo por medio de la producci?n interna. Para financiarla, el presidente ?vila Ca macho (1940-1946) reforz? Nacional Financiera, S. A., ins tituci?n gubernamental fundada en 1934, y la convirti? de ?rgano dedicado a diversas transacciones de valores en insti tuci?n dedicada a pr?stamos para el desarrollo industrial.15 Por ley se le concedi?, en diciembre de 1940, la supervisi?n y regulaci?n de pr?stamos a largo plazo, la promoci?n de in versiones en la industria y la administraci?n de bonos gu bernamentales.16

En esta atm?sfera caldeada de apoyo gubernamental y protecci?n artificial, el valor de la producci?n manufacturera se elev? a 170% entre 1940 y 1945,1T situaci?n que Sanford Mosk asoci? con un nuevo grupo de industriales mexicanos.18

Al fomentar esta explosi?n industrial, ?vila Camacho se?a l? el principio de una reorientaci?n en las prioridades nacio

nales, alej?ndose de las cuestiones agrarias de la ?poca car denista, para construir el estado industrial moderno, actividad

que en 1946 era el objetivo b?sico de la pol?tica econ?mica gubernamental.19 En el curso de esa transformaci?n, ?vila Camacho tom? medidas para restaurar la confianza de los intereses econ?mi cos extranjeros. En su campa?a presidencial se?al? que ser?a bien recibida la inversi?n nacional y extranjera, a la que se dar?an garant?as legales. Durante su gobierno, ?vila Cama 15 Blair, en Vernon, 1964, p. 208. i? Nacional Financiera, 1964, p. 13. it Glade, 1963, pp. 87-89.

18 Mosk, 1960, p. 255.

19 Mosk, 1950, p. 61.

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EL PR?STAMO PETROLERO

cho consolid? la deuda externa, comenz? el pago de la mis ma (algo que no se hac?a desde 1913) y solucion? la compen saci?n por las expropiaciones a Estados Unidos.20 Las pre siones de la guerra acercaron en lo econ?mico a M?xico y Estados Unidos, ya que ?ste carec?a de buques y depend?a de M?xico en mano de obra y materias primas. Despu?s de la re uni?n fronteriza entre Roosevelt y Avila Camacho en 1943, se cre? la Comisi?n de Cooperaci?n Econ?mica M?xico-Estados Unidos para tratar problemas de inter?s mutuo. Aproximada mente 90% de los productos importados por M?xico durante la guerra proven?an de Estados Unidos, y ?ste absorb?a el 80% tradicional de las exportaciones mexicanas.21 Terminada la guerra, la revoluci?n industrial de M?xico se hallaba ante una disyuntiva: avanzar en la autonom?a industrial o depen der m?s de Estados Unidos para cubrir las necesidades de su crecimiento. Ambos caminos ten?an una serie de beneficios e inconvenientes.

Los asesores de Estados Unidos recomendaban modera ci?n en cualquier programa de industrializaci?n. Armour Industries de Chicago present? en 1944 un estudio en el que aconsejaba desarrollar s?lo las industrias que no necesitaban subsidio.22 En un informe de 1945, encomendado por el Ban co de M?xico, Higgins Industries de Nueva Orleans advert?a que "el entusiasmo actual por transformar inmediatamente el pa?s en una unidad industrial', no deb?a ser causa de que se desviaran "capital y energ?as al sector de la industria pe sada, que a la postre resultar? improductiva". Recomend? que se concentrara en "ramas de la manufactura ligera, en las cuales [pod?a] competir favorablemente con la produc ci?n extranjera". De otra manera, habr?a "efectos financie ros desastrosos para la econom?a de la naci?n".28 La impor taci?n de productos de la industria pesada depender?a del in ao Torres Ram?rez, 1979, p. 212.

2i Reynolds, 1970, p. 239.

22 Armour Research Foundation, 1946, p. 5.

23 Higgins Industries, 1949, p. 167.

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E. RICHARD DOWNES

tercambio extranjero. Teniendo en cuenta la debilidad de la industria petrolera y la pobreza del turismo, no pod?a ha ber seguridad en esa esfera. La importaci?n excesiva produ cir?a la inestabilidad monetaria,24 o, lo que era peor, "una acometida comercial de muy vastas proporciones, que los gran

des monopolios van a lanzar sobre nuestro pa?s", amenaza que requer?a "una vigilancia activa y permanente".25 Por lo dem?s, la autonom?a industrial requerir?a cambios sustanciales en el ahorro nacional y en las inversiones, pro

bable aumento en la importaci?n de capital extranjero, y precios altos por la producci?n decreciente y el proteccionis

mo. El director del Banco de M?xico se?al? las ventajas de "comodidades a bajo costo para los consumidores" por me dio de "la mayor movilidad del trabajo y el capital".26 Pero todos aconsejaban m?s precauci?n con respecto al capital ex tranjero. Un banquero mexicano que visit? un instituto de investigaci?n de Chicago en 1945, apoyaba la "interrelation entre la t?cnica de Estados Unidos, su conocimiento y expe riencia, y el deseo de los mexicanos de engrandecer el futuro del pa?s". Y advirti? que no eran esos tiempos para que "las grandes corporaciones lleguen a pa?ses como el nuestro y sa quen de ?l tantas ganancias como les sea posible sin dejar ning?n beneficio".27 El director general para asuntos econ? micos del gobierno de Alem?n resumi?, tres a?os m?s tarde, el punto de vista nacionalista de esta manera: "Las experien cias amargas de los periodos anteriores hacen que se asuma una actitud de vigilancia sobre el campo de inversi?n del dinero extranjero [restringiendo] oportunidades en el campo, en las actividades mineras, en el control de las aguas, en las industrias manufactureras ya existentes, en la forestal, en las

agr?colas. Y se procura que el mismo se mezcle con el capital

nacional".28

24 Parra, 1949, p. xx.

25 Carrillo, s/f., p. 26.

2? VlLLASE?OR. 1944, p. 10.

27 Armour Research Foundation, 1946a, pp. 147-148.

28 Zamora Millan, 1950, p. 71.

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El. PR?STAMO PETROLERO

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Miguel Alem?n, futuro l?der pol?tico, lleg? en este mo mento crucial. Alem?n (hijo de un comerciante veracruza

no que hab?a llegado a general durante la Revoluci?n) ha

c?a alarde de mucha experiencia pol?tica a pesar de su rela tiva juventud. Hab?a recibido su licenciatura en derecho de la Universidad Nacional Aut?noma, hab?a sido juez, senador en dos periodos, gobernador de Veracruz y secretario de Go bernaci?n con ?vila Camacho. Era de complexi?n delgada, ten?a dos hijos peque?os, una esposa atractiva, irradiaba vi gor y elocuencia, combinaci?n ?sta que, al lado de sus recono cidos m?ritos, le ayudaron a convertirse en el primer presi dente civil del periodo posrevolucionario.

Ya presidente, Alem?n opt? por encauzar a M?xico ha cia la gran autonom?a industrial. En su programa, la indus trializaci?n figuraba como "la etapa m?s importante del pro grama nacional para el desarrollo econ?mico".29 La indus trializaci?n ?necesidad urgente? traer?a "la autonom?a eco n?mica nacional y niveles materiales y educativos m?s altos para las masas".80 A poco de asumir su cargo, anunci? un programa de recuperaci?n econ?mica a base de la industria lizaci?n, y declar?: "Cada mexicano debe ser soldado en la gran batalla por el engrandecimiento industrial de M?xico, ya que ?sta es la ?nica forma en que podemos abatir el alto costo de la vida y fortalecer nuestra independencia econ?

mica".81

Para conseguir este objetivo, Alem?n aument? el cr?dto interno, consigui? pr?stamos internacionales, elev? el l?mite de las tarifas y exhort? a los mexicanos al ahorro para en grandecer al pa?s. Nacional Financiera, en virtud de una ley promulgada en diciembre de 1947, tuvo una funci?n mucho m?s amplia en el desarrollo financiero. Su capital autorizado aument? de 20 millones a 100 millones de pesos; B2 se con 29 Alem?n), 1946, p. 38.

30 Alem?n, 1946, p. 38.

31 Los presidentes de Mexico, 1966, v, p. 828.

32 Beteta, 1951, p. 67.

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E. RICHARD DOWNES

virti? en el ?nico agente con competencia para negociar pr?s tamos extranjeros, y en poco tiempo consigui? del Export

Import Bank cr?ditos multimillonarios para comprar ma

terial industrial.33 Se congelaron las tarifas destinadas a pro mover la industria mexicana y evitar la salida de moneda ex tranjera. En 1949 se prohibi? la importaci?n de productos de lujo tales como radios, autom?viles, lavadoras.34 Alem?n dijo que el ahorro sistem?tico era "la ?nica forma de obtener la liberaci?n de nuestra patria".35 En 1948 organiz? una cam pa?a nacional de ahorro para obtener mil millones de pesos destinados a la industrializaci?n de M?xico. La base del pro grama eran peque?os bonos de veinticinco y cincuenta pesos, cuyos intereses aumentaban gradualmente, y que pod?an cam biarse en cualquier momento por dinero en efectivo m?s sus intereses.36 Los dep?sitos aumentaron 270% en este periodo ?de 394 millones de pesos en 1946 a 1 065 millones en 1952.37 A ra?z de este esfuerzo, se obtuvo m?s cr?dito controlado por la naci?n para la industrializaci?n. El cr?dito privado para la industria aument? 72% entre 1946 y 1950.38 Nacional Finan ciera destin? sus recursos a la industria del hierro y el ace ro, pulpa y papel, cemento, electricidad y qu?mica, y en 1949

50 a las plantas el?ctricas, el transporte y la comunicaci?n.39 La inversi?n bruta se increment? en 33% entre 1946 y 1952,

a pesar de los fuertes pagos que se hicieron a las compa

??as petroleras brit?nicas en virtud del acuerdo de 1947, por el cual se les deb?a abonar 130 millones de d?lares.40 El nivel

de inversiones en el producto nacional bruto aument? 14%, mucho m?s que en cualquier otro pa?s del ?rea.41 33 Cline, 1963, p. 345.

34 "Mexico industrial boom". Business Week, 10 sept. 1949.

35 Los Presidentes de M?xico, 1966, v, p. 840.

36 Res?ndiz Arre?la, 1953, p. 21.

37 Nacional Financiera, 1964, p. 16.

38 Beteta, 1951, p. 120.

39 International Bank for Reconstruction..., 1953, p. 29.

40 u. N. Economic Commission for Latin America, 1957, p. 12.

41 International Bank for Reconstruction..., 1958, p. 11.

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EL PR?STAMO PETROLERO

Alem?n se propon?a usar la inversi?n extranjera ?y en

especial la inversi?n privada directa estadounidense? para au

mentar la base industrial de M?xico. Con el fin de contra rrestar la imagen que hab?a dejado la expropiaci?n de 1938, Alem?n asegur? a los inversionistas que contar?an con todas las garant?as se?aladas por la Ley. . . pero s?lo eso. El inter cambio de visitas con Truman le proporcion? un escenario excelente para alentar la inversi?n estadounidense sobre la base ?insist?a? de las leyes mexicanas. En> 1947 y en la ciu

dad de M?xico, al dirigirse a Truman, Alem?n dijo: ''Con

el debido respeto a nuestras leyes, su capital encontrar? en nuestro pa?s la bienvenida apropiada al esp?ritu que le ani ma, en una colaboraci?n que supera todo ego?smo y todo in tento de establecer una hegemon?a".42 Un mes m?s tarde, ci industrial Ram?n Bete ta, secretario de Hacienda, dijo a los banqueros texanos que el capital extranjero nada ten?a que temer mientras se ajustara a las leyes mexicanas, que no se r?a objeto de discriminaci?n, y que obtendr?a un alto por centaje de ingresos.43 Pocas semanas m?s tarde, Alem?n con firm? su posici?n ante la Pan American Society: "Muchos americanos ?dijo? tienen inversiones en M?xico o est?n aso ciados con inversionistas mexicanos de acuerdo a nuestras le

yes; sus empresas se desarrollan sin problemas y obtienen considerables ganancias".44 En la Conferencia Interamericana de Bogot? en 1948, Beteta afirm? que las condiciones lega les, sociales y econ?micas de M?xico permit?an "al capital privado ?extranjero y nacional? colaborar en el desarrollo del pa?s sin temores o injusticias, con posibilidades amplias de ganancias leg?timas".45 Incentivos econ?micos apoyaban las afirmaciones verba les. Altas tarifas de protecci?n, bajo costo de la mano de obra, 42 New York Times, 4 mar. 1947.

43 Mosk, 1950, p. 88.

44 New York Times, 3 mayo 1947.

45 U.S. Bureau of Foreign Commerce, 1955, p. 21.

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E. RICHARD DOWNES

concesiones en los impuestos dieron a los inversionistas esta dounidenses razones concretas para participar en la econo m?a mexicana dentro de l?mites legales, que prohib?an a los extranjeros la propiedad en la radio, el cine, el transporte, la pesca, viveros de peces e industrias de bebidas.46 (Inclu sive la industria petrolera, a la que me referir? m?s adelante,

estuvo legalmente abierta al capital extranjero bajo ciertas condiciones establecidas por la ley del petr?leo en 1941.47 Una subsidiaria de la Gulf Oil Company sigui? explotando petr?leo mexicano hasta 1951) .48 Con estas condiciones, la inversi?n privada estadounidense creci? de manera sustancial ?casi hasta los cien millones de d?lares entre 1946 y 1950?49 inclusive en el rengl?n manu facturero. En el Cuadro 1 se observa que la parte de la in versi?n norteamericana en la manufactura se elev? de 7.8% en 1943 a 32% en 1950. Entre este a?o y 1952 la inversi?n de Estados Unidos en la industria fabril mexicana a?adi? 62 millones de d?lares al capital ya invertido.50 Las nuevas inversiones de Estados Unidos en este periodo fueron muy diversas. Ya solas, ya en sociedad con el capital mexicano, invirtieron Pepsi-Cola, Ray-o-Vac, Philco, Celane ?e, Anaconda Alambres y Cables, entre otras. La Internatio nal Harvester construy? una granja experimental en Saltillo, en 1947*51 e Industria El?ctrica de M?xico, S. A., subsidia ria de la Westinghouse con mayor?a de socios mexicanos, creada en 1945, comenz? la producci?n de planchas, lavado ras y refrigeradores.52 En 1948, General Electric International inaugur? una planta para la fabricaci?n de enseres menores.53 46 U.S. Bureau of Foreign Commerce, 1955, p. 19; Ramos Garc?a, 1971, p. 21-22; Zorrilla, 1977, p. 509.

47 United Nations, 1955, p. 116.

48 Oil and Gas Journal, 49 (22 ene. 1951), p. 177.

49 U.S. Office of Bussiness Economics, 1960, p. 99.

50 U.S. Bureau of Foreign Commerce, 1955, Cuadro 14, p. 17.

51 U. S. Bureau of Foreign Commerce, p. 126.

52 "Mexico's industrial boom", Business Week, 10 sep. 1949.

53 Wythe, 1969, p. 296.

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EL PR?STAMO PETROLERO

193

Cuadro 1 Volumen y distribuci?n de la inversi?n privada directa de Estados

Unidos en M?xico, 1943-1950 (millones de d?lares)

1943 1950 1954

Total % Total % Total % Agricultura 14.1 4.9 3.0 .7 3.0 .6

Minas y fundiciones 107.7 37.5 120.5 29.1

Petr?leo 4.9 1.7 12.7 3.1 12.0 2.3 Manufactura 22.3 7.8 133.0 32.1 217.0 41.5 Transporte, comunicaciones

y servicios 105.7 36.8 107.2 25.9 90.0 17.2

Comercio 19.7 6.9 29.7 7.2 45.0 8.6

Finanzas y seguros 3.4 1.2 2.3 .6 a

Otras 9.4 3.3 6.2 1.5 14.0 2.7 Total 287.3 414.5 523.0

Fuente: U. S. Bureau of Foreign Commerce, 1955, p. 16.

a Incluido en "Otras".

La Texas Gulf Sulfur Co., obtuvo un contrato que t?a la explotaci?n de azufre en el Istmo de Teh mineral del que exportaba 59 000 toneladas anuales Pero estos datos y cifras, que muestran el aume inversiones de Estados Unidos en la manufactura, una imagen parcial de su relaci?n con el resto de la mexicana. Diversos cuadros estad?sticos dan una p m?s amplia, porque muestran que durante el peri tudio la inversi?n privada directa de Estados Uni sar de que era alta dentro de la inversi?n extranj sentaba una peque?a parte en el volumen total de i a?n dentro de la manufactura y de la industria. C verse en el Cuadro 2, la participaci?n de Estados 54 Zorrilla, 1977, h, pp. 553-554.

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E. RICHARD DOWNES

Cuadro 2 Inversi?n extranjera directa en M?xico, 1939-1952. Por pa?s de origen como por ciento del total de cada pa?s

1939 1946 1947 1948 1949 1950 1952 Estados Unidos 60.2 69.9 72.6 71.8 74.4 68.9 70.9 Canad? 25.4 14.1 14.0 15.8 14.9 15.2 14.2 Suecia 5.2 5.3 6.1 5.1 5.4 9.1 4.9 Gran Breta?a 7.0 8.3 5.0 4.9 3.6 5.2 3.8 Francia 2.1 2.2 2.0 1.7 .8 .9 .5 Otros .04 .2 .4 .7 .8 .7 .9

Fuente: Calculada a base de U.S. Bur

cuadro il, p. 16.

la inversi?n privada directa se 74% en 1946-1952.

A pesar del crecimiento abso cia, la inversi?n de Estados Un paraci?n con la formaci?n del este periodo. Las cifras del Ba inversi?n extranjera directa co tal de inversiones. Suponiendo nal en la parte correspondiente total invertido por extranjeros,

vada directa de ese pa?s repre 1948 del capital invertido en es Estas cifras concuerdan con el total de capital extranjero in tamos ?que no se cuentan como

den al 10.2, 13.2 o 15% de la

a?os mencionados.55 Es eviden tadounidense no ejerc?a contro ya que el gobierno y la inver bu?an con el 85% del capital.

55 Para 10.2%, Cece?a, 1970, p. 142 393; para el 15%, Fern?ndez Arena y

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EL PR?STAMO PETROLERO

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Cuadro 3 Total de la inversi?n extranjera privada directa e inversi?n

privada directa de estados unidos como porcentaje de la formaci?n total del capital, 1946-1952 (estimaci?n)

1946 1947 1948 1949 1950 1951 1952 Inversi?n extran jera como por

centaje del ca

pital formadoa .2 4.2 10.2 9.6 8.6 11.0 4.5

Participaci?n de Estados Unidos en el total de inversi?n ex

tranjera b 69.9 72.6 71.8 74.4 68.9 n.a. 70.9

Estimaci?n de la

participaci?n de

Estados Unidos en la inversi?n como porcenta

je en la for

maci?n de ca

pital 1.4 3.0 7.3 7.1 6.0 n.a. 3.2

Fuente: ? Calculada a base de Fern?ndez Arena y May, 1971, cuadro 22, p. 70; *> V?ase cuadro 2.

Evaluar la injerencia del capital estadounidense en el sec tor manufacturero es m?s problem?tico, porque no hay ci fras, de esos a?os, que muestren la producci?n de industrias controladas por el capital extranjero, y porque, adem?s, gran parte de la inversi?n estadounidense estaba asociada, en di verso grado de proporci?n, con el capital nacional. Por lo menos en 1949 ?dice un estudio?, la inversi?n extranjera di recta en la manufactura era simplemente un complemento del capital nacional. Entre 1946 y 1949, los datos indican que This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:34:48 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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la inversi?n extranjera directa era s?lo del 10% o menos del total bruto invertido en maquinaria y equipo industrial.56 El mismo estudio saca en conclusi?n que, aunque entre 1945 y 1949 la inversi?n extranjera se coloc? sobre todo en la in dustria, era s?lo "una fuente m?nima de inversi?n en M?xi co''.57 Esta conclusi?n es coherente con datos parciales exis tentes sobre la naturaleza de nuevas industrias creadas en

1949 en el Distrito Federal. Cuarenta (9.9%) de 395 nuevas empresas ten?an financiamiento extranjero; las compa??as ex tranjeras pose?an el 12% del capital invertido.58 Un estudio posterior sugiere,59 sin embargo, que las firmas creadas con capital extranjero tuvieron ?xito razonable. Seg?n el censo de 1965, cincuenta y seis de las industrias m?s importantes

se hab?an establecido en 1946-1952. En diecinueve de esas

cincuenta y seis (34%) predominaba el capital extranjero; en veinticuatro (43%) predominaba el capital nacional pri vado; siete empresas (13%) ten?an financiamiento estatal, y seis industrias (11%) capital nacional m?s participaci?n mi noritaria del capital extranjero.

En el periodo estudiado, algunas inversiones estadouni denses hab?an conseguido un lugar destacado en el rengl?n manufacturero. La compa??a de autom?viles m?s grande de Estados Unidos controlaba 90% de la producci?n en plantas de ensamblaje.60 La Consolidada (firma mexicana que ban queros norteamericanos hab?an comprado en 1942) era la f?brica m?s importante de alambre de cobre, cables y con ductores.61 Es probable que inversionistas estadounidenses 56 International Bank for Reconstruction. .., 1953, Cuadro 79, p.

277.

57 International Bank for Reconstruction. .., 1953, p. 82.

58 Cline, 1963, p. 365.

59 Cordero H., 1977, pp. 45-56.

?o "Mexican automobile industry sets record production in '51" Mexican American Review, xx (ene. 1952), p. 10; Bufete de Estudios Econ?micos del Lie..., 1966.

61 New York Times, 21 mar. 1951, p. 51, col. 7.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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controlaran buena parte de lo producido en implementos del hogar y textiles sint?ticos.

La expansi?n que se permit?a a industriales extranjeros entraba en los planes de Alem?n en lo referido a industria lizaci?n y contrastaba con otras ?reas de la inversi?n extran jera. Si por un lado Alem?n estimul? la inversi?n extranjera en la manufactura, por otro procur? disminuir su influencia y a veces elimin? todo rastro en renglones tradicionalmente problem?ticos. En 1949 nacionaliz? la Western Union y otros medios de comunicaci?n controlados por extranjeros.62 El go bierno mexicano limit? las ganancias de compa??as extranje ras en los servicios el?ctricos al establecer control sobre las tarifas de consumo,^ y al mismo tiempo, la Comisi?n Fede ral de Electricidad aument? la red de servicio p?blico (que se llam?, significativamente, "Sistema Miguel Alem?n"), y afect? la posici?n de los extranjeros.64 Alem?n elimin? los restos de intereses extranjeros en los ferrocarriles al comprai

la l?nea del Pac?fico Sur en 1951, y, un a?o m?s tarde, la del Noroeste.65 En 1948, los altos impuestos congelaron la inver si?n extranjera en la miner?a, y al mismo tiempo se reduc?a el monto de los impuestos a minas peque?as cuyos propieta rios eran en su mayor?a mexicanos.66

La Gulf, ?ltima subsidiaria petrolera estadounidense te n?a dificultades para realizar sus negocios. As?, por ejemplo, se le neg? permiso para exportar, y se vio obligada a vender

a PEMEX varios miles de barriles a 50 centavos de d?lar 02 Zorrilla, 1977, il, pp. 553-554.

63 United Nations, 1955, p. 112.

64 Wionczek, 1964, p. 69.

65 Alem?n termin? as? un proceso que comenz? en 1908. Una imagen del resentimiento nacional hacia los funcionarios extranjeros de los ferrocarriles en esa ?poca se encuentra en Loria, 1914, especial mente pp. 90-96. Fuentes D?az, 1951, presenta el plan de Alem?n para el "mejoramiento, recuperaci?n y modernizaci?n" de los ferrocarriles.

McNeely, 1974, estudia todo el proceso de nacionalizaci?n.

06 Bernstein, 1965, p. 256; International Bank for Reconstruction. ..

1953, p. 43.

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cada uno, los que la empresa mexicana, a su vez, vendi? a 2.50 d?lares.?7 Alem?n atacaba as? los s?mbolos negativos de la inversi?n extranjera y fortalec?a el nacionalismo econ?mico seg?n se lo entend?a tradicionalmente. En su compilaci?n de discursos y conferencias leemos: "El nacionalismo econ?mico es una rea

lidad comprobada por el hecho de que industrias tan funda mentales como las del petr?leo, ferrocarriles y energ?a el?c trica sean propiedad de la naci?n".68 Estos datos cuantitativos y cualitativos nos llevan a tres conclusiones en relaci?n a la inversi?n privada directa en M?

xico y a la pol?tica mexicana en los a?os 1946-1952: la in versi?n de Estados Unidos representaba el 7% del total, y

correspond?a a menos del 10% de lo invertido en la indus tria hasta, por lo menos, 1949; estaba bien ubicada en algu nos renglones de la manufactura y se adecuaba totalmente a los planes de Alem?n para alentar la inversi?n extranjera en la industria, en tanto se restring?a su papel en la miner?a, los servicios y ferrocarriles.

En ning?n otro aspecto se destaca m?s el pragmatismo de Miguel Alem?n que en c?mo utiliz? el capital extranjero en la delicada cuesti?n de la industria petrolera. Entre 1943 y 1950, el gobierno de Estados Unidos presion? constantemente para que M?xico aceptara el reingreso de las grandes compa ??as petroleras. M?xico resisti? estas presiones, y adem?s con sigui? un pr?stamo de 150 millones de d?lares del gobierno estadounidense para el desarrollo de esta conflictiva indus tria. Obtuvo tambi?n contrato por servicios con otras com pa??as petroleras de Estados Unidos con base e intereses me xicanos. La agudeza pol?tica de Alem?n, el apoyo de impor tantes sectores de la sociedad y la cooperaci?n de Estados Unidos permiti? a M?xico desarrollar, de acuerdo con sus necesidades, la industria petrolera y asegurar este valioso re curso natural durante un periodo crucial. ?7 New York Times, 13 jun. 1948, Sa. secci?n.

?8 Alem?n, 1966, p. 313.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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Ese control no ten?a garant?as en los a?os que siguieron a

la expropiaci?n. La falta de t?cnicos especializados, las re presalias y el boicot de Estados Unidos, m?s una fuerza de

trabajo desproporcionada que administraban funcionarios de signados por influencias pol?ticas redujeron la producci?n hasta hacer de M?xico un gran importador de petr?leo en los a?os 1944-1946.69 PEMEX se agotaba por falta de capi tal; sin ?ste casi no hubo exploraciones y las perforaciones se hicieron en los campos que ya exist?an.70 Ante las circuns tancias que aquejaban a PEMEX, el gobierno de los Estados Unidos y los industriales petroleros volvieron sus ojos codi ciosos hacia las reservas mexicanas con la esperanza de apro vechar sus tribulaciones como llave para reabrir la explota ci?n privada estadounidense en suelo mexicano. La puerta no se hab?a cerrado a pesar de la expropiaci?n, porque una ley de 1941 permit?a contratos de explotaci?n a compa??as mixtas que ten?an una proporci?n menor de intereses ex tranjeros.71 Entre los petroleros estadounidenses corr?a con frecuencia el rumor de que la propiedad del gobierno mexi cano sobre el petr?leo no ser?a permanente (como se dijo

arriba, la Gulf Oil continu? sus operaciones hasta 1951).

En 1958 se dict? una ley (enmienda al art?culo 27 de la

Constituci?n) seg?n la cual quedaban prohibidos los contra tos que permit?an a los participantes un reembolso propor cional a los resultados de la exploraci?n.72 Durante la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre M?xico y Estados Unidos en materia de petr?leo fluctuaron entre la necesidad que ten?a el primero de financiamiento externo para extender las exploraciones, y los intereses co merciales y estrat?gicos del segundo. En 1943, a?o en que se formaliz? el acuerdo de expropiaci?n, Estados Unidos pro

puso a M?xico la explotaci?n a base de una participaci?n 09 Powell, 1956, p. 121. to Grayson, 1980, p. 21. ti United Nations, 1955, p. 116.

72 Alem?n Vald?s, 1977, p. 682.

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adecuada en las ganancias entre una prestigiosa compa??a estadounidense y PEMEX. M?xico contest? con un plan ?in

aceptable para los intereses de Estados Unidos? en el que

propon?a financiamiento para el desarrollo petrolero bajo el control mexicano.73 Al a?o siguiente, M?xico inici? conver saciones con l?deres pol?ticos de Estados Unidos para conse guir un pr?stamo con el cual fortalecer a PEMEX y ?seg?n opinan algunos observadores? hacer innecesario el regreso de las grandes compa??as.74 Alentaron las esperanzas de un pr?s tamo las conversaciones entre Roosevelt y el secretario de

relaciones exteriores Ezequiel Padilla. Estas esperanzas su frieron un rev?s cuando Roosevelt dijo que le interesaba au mentar las reservas estrat?gicas para la defensa de Estados Unidos, y que el petr?leo para consumo p?blico "deb?a ma nejarse entre el gobierno mexicano y las compa??as petro leras".75

Los funcionarios menores opinaban tambi?n que el go bierno de Estados Unidos deb?a tomar la iniciativa en las conversaciones y evitar la concesi?n de un pr?stamo oficial

para el petr?leo mexicano. George S. Messersmith, embajador

de Estados Unidos en M?xico, se opon?a totalmente a una "colaboraci?n entre gobierno y gobierno" que pod?a causar enormes problemas, y quiz? comprometer a Estados Unidos en cuestiones laborales de M?xico.76 En 1944, Messersmith escribi? al Departamento de Estado que si se quer?a desarro llar s?lidamente al petr?leo mexicano, estaba convencido ?despu?s de dos a?os de estudio? que "deb?a hacerse con la intervenci?n de la iniciativa privada".77 Los superiores de Messersmith estuvieron de acuerdo, y le ordenaron buscar "arreglos adecuados" entre el gobierno mexicano y las com pa??as petroleras.78 Esos arreglos implicaban que M?xico de 73 Clash, 1973, pp. 14-15.

74 u. S. Department of State, 1944, vu, p. 1337, n. 1.

75 U.S. Department of State, 1944, p. 1346.

7C u.S. Department of State, 1944, p. 1344.

77 u.S. Department of State, 1944, p. 1343.

78 U.S. Department of State, 1944, pp. 1358-1359.

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EL. PR?STAMO PETROLERO

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b?a incorporar a su legislaci?n sobre petr?leo cl?usulas m?s favorables para los inversionistas extranjeros. Messer smith con

sigui? el apoyo del Departamento de Estado para evitar cual quier arreglo mientras M?xico no hiciera "declaraciones so bre su pol?tica petrolera. . . con cambios en las leyes exis tentes".79

Esta actitud coincid?a exactamente con la de la indus

tria petrolera estadounidense. En un folleto de 1944, la Pe troleum Industry Research Fundation dec?a que "la partici

paci?n del gobierno en el negocio del petr?leo en escala internacional [llevar?a] sin duda a la guerra".80 Para evitarla, se ped?a al gobierno que "consiguiera para los estadouniden ses participaci?n en el petr?leo del mundo en las mismas condiciones que ten?an los nativos de los pa?ses respectivos".81

En 1945, Estados Unidos se vio obligado a posponer cual quier iniciativa al respecto a causa de las inminentes eleccio

nes presidenciales en M?xico. Mientras tanto, PEMEX pa

rec?a cada vez m?s vulnerable a las presiones extranjeras. A pesar de su lema, "consuma lo que el pa?s produce; produz ca lo que el pa?s consume",82 PEMEX ten?a capacidad limi tada para refinar su producci?n, y la demanda interna obli

gaba a M?xico a depender de la importaci?n en una serie

de derivados; m?s del 50% del consumo de lubricante, gra sa, gas l?quido y buena cantidad de gasolina proven?a de la importaci?n.83 Un asesora para asuntos mexicanos advirti? que la industria de Monterrey depend?a casi completamente del gas natural importado de Texas. Pero ese producto se ha b?a estado desperdiciando, durante veinticinco a?os, por fal ta de explotaci?n en los campos de Poza Rica.84 Las relacio nes entre los trabajadores petroleros y los administrativos en traron en crisis a mediados de 1946; el ej?rcito proteg?a los 79 Clash, 1973, p. 24.

80 Petroleum Industry Research Foundation Inc., 1944, p. 47.

81 Petroleum Industry Research Foundation Inc., 1944, p. 51.

82 Powell, 1956, p. 117.

83 Powell, 1956, p. 117.

84 Armour Research Foundation, 1946, p. 11.

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servicios para evitar sabotajes cuando fracas? la negociaci?n de los contratos. A tal punto carec?a PEMEX de capital, que concedi? un contrato a una firma mexicana, por el que ?sta recibir?a 87.5% del petr?leo que encontrara, pero el contrato caduc? sin que hubiera producci?n.85 La gravedad de estos problemas oblig? a Alem?n a actuar en cuanto asumi? su cargo. Nombr? director de PEMEX al senador Antonio J. Berm?dez, hombre en?rgico y efectivo quien, con el apoyo de Alem?n, en breve tiempo declar? ile gal un paro de veinticuatro horas, dej? cesantes a cincuenta l?deres y comenz? a reducir el personal.86 Pero poner orden en casa era una soluci?n parcial, ya que PEMEX necesitaba aumentar su producci?n incrementando la exploraci?n y ex

plotaci?n de nuevos campos, para lo cual se necesitaban

grandes inversiones. Ante los rumores de que PEMEX inten tar?a conseguir un pr?stamo del gobierno de Estados Unidos, ?ste declar? que, dentro de su l?nea pol?tica, esa funci?n co rrespond?a s?lo a las empresas privadas.87 En una reuni?n que tuvo lugar en agosto de 1946, cinco grandes empresas pe troleras informaron al Departamento de Estado que no con fiaban mucho en poder regresar a M?xico; 88 no obstante, el embajador Walter Thurston convers? sobre el tema con Ale m?n, entonces presidente electo. El embajador dijo que des de el punto de vista estadounidense, el capital privado pod?a "contribuir al desarrollo de la producci?n de crudo y de las reservas de M?xico, y a distribuir la sobreproducci?n expor table".89 A su vez, Alem?n manifest? inter?s por un pr?sta

mo del gobierno de Estados Unidos, y se?al? que PEMEX quer?a contratar equipos para exploraci?n y perforaci?n.

(Tiempo despu?s, el embajador atribuy? estos planes a las sugerencias de un ge?logo estadounidense que asesoraba a 85 Powell, 1956, p. 48. se Powell, 1956, pp. 146-150.

87 u.S. Department of State, 1944, ix, p. 1007.

88 U.S. Department of State, 1944, ix, p. 1007.

89 U.S. Department of State, 1944, rx, p. 1012.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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PEMEX) .*> Las presiones para que se renovara la participa ci?n extranjera privada ven?a tambi?n de otros lados; en una convenci?n de banqueros norteamericanos se recomend? que las "leyes petroleras se cambiaran para admitir capital ex tranjero hasta el 48% del total de las exploraciones".91 Ante la indiferencia de M?xico a su propuesta, y ante el aumento de tensi?n en Europa, el Departamento de Estado orden? al embajador Thurston, en octubre de 1947, comen zar "inmediatamente las discusiones" con M?xico sobre "un programa petrolero en el que las compa??as extranjeras pu dieran operar en M?xico de manera competitiva y sin discri minaci?n, ?nicas condiciones" ?insist?a el Departamento de Estado? bajo las cuales pod?a lograrse, "en breve tiempo y eficientemente el desarrollo que necesitaban los recursos pe troleros mexicanos' ' 92

Pero M?xico, sin rechazar completamente la posici?n de Estados Unidos, segu?a sosteniendo otros criterios sobre el desarrollo de su industria petrolera. En diciembre de 1947, Alem?n se ve?a m?s inclinado a discutir la participaci?n de Estados Unidos y de otros pa?ses en la industria del petr?leo.

Thurston interpret? esta actitud como advertencia de un cambio sustancial en la pol?tica petrolera mexicana, e inior m? que "podr?a encontrarse un camino por el cual, compa ??as de Estados Unidos y de otros pa?ses podr?an cooperar en la industria mexicana del petr?leo".93 Su asesor econ?mi co tambi?n se mostr? optimista: "nos dicen los derrotistas ?coment? a sus colegas? que M?xico no cambiar? y que de

beremos trabajar por medio de PEMEX y s?lo as? No lo creemos".94

Pero Alem?n simplemente cambi? de t?ctica mientras PE MEX negociaba contratos con compa??as perforadoras inde pendientes. Al mismo tiempo, los planificadores dise?aban 90 U.S. Department of State,1947, viii, pp. 789-791.

91 New York Times, 17 abr. 1947, p. 41, col. 3.

92 U.S. Department of State, 1947, viii, p. 796.

93 U.S. Department of State, 1947, vm, p. 901.

94 U.S. Department of State, ix, p. 619.

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un programa de expansi?n por 470 millones de d?lares sobre la base de un probable pr?stamo de Estados Unidos05 simi lar al que se hab?a obtenido para apoyar el programa de in

dustrializaci?n. Para contrarrestar la posici?n del Departa mento de Estado, el senador Berm?dez invit? al Comit? In terestatal de Comercio Exterior de la c?mara de representan tes, que presid?a Charles A. Wolverton, a visitar los campos petroleros de M?xico.96 El comit? lleg? el 8 de agosto de 1949 y permaneci? en M?xico dos semanas, para cubrir un "pro grama de estudio y entretenimiento".97 Se incluy? entre las actividades el informe anual de Miguel Alem?n que los nor teamericanos presenciaron desde las cumies "que les hab?an cedido diputados mexicanos".98 Al d?a siguiente, Wolverton dijo que ten?a la esperanza de que su visita tuviera por re sultado "un procedimiento satisfactorio para desarrollar los recursos petroleros de M?xico de acuerdo con las leyes de expropiaci?n de 1938".99 De regreso a su pa?s, el comit? anunci? que, en breve pla zo, M?xico pedir?a un pr?stamo por 475 millones de d?lares; 130 millones estar?an dedicados a investigaciones geol?gicas y geof?sicas y a perforaciones exploratorias. Los miembros del

comit? informaron al Departamento de Estado que el sena dor Berm?dez "no esperaba un pr?stamo sin condiciones, y que PEMEX no seguir?a a cargo de todas las exploraciones y explotaciones del petr?leo mexicano".100 Despu?s de una reuni?n con representantes de las grandes empresas petrole ras, el Departamento de Estado inform? a Thurston que es tudiar?a un pr?stamo sujeto a acuerdos que permitieran el regreso del capital extranjero a la industria petrolera mexi cana.101 95 United Nations, 1955, p. 116.

9? U. S. Department of State, 1948, ix, p. 606.

97 u. S. Department of State, 1948, ix, p. 611.

98 New York Times, 2 sept. 1948, p. 7, col. 1.

99 New York Times, 3 sept. 1948, p. 40, col. 8.

100 U.S. Department of State, 1948,ix, p. 611. loi U.S. Department of State, 1948, rx, p. 616.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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Esta f?rmula se incorpor? a las recomendaciones que el Comit? Worlverton present? oficialmente en diciembre de 1948, en donde ped?a al Departamento de Estado "estudiar un pr?stamo para las exploraciones de Petr?leos Mexicanos".

Ese pr?stamo ser?a "muestra de una pol?tica de buena vecin dad", ayudar?a a estabilizar la econom?a mexicana, y crear?a un remanente para la exportaci?n.10*2 No obstante, cualquier ayuda econ?mica "estar?a sujeta a que las compa??as priva das pudieran participar en condiciones adecuadas".103 Sin desechar su maniobra pol?tica, Alem?n atac? el pro blema desde otro ?ngulo. Largas conversaciones con grupos independientes dieron frutos en marzo de 1949, cuando se fir

m? un contrato entre PEMEX y la Compa??a Independiente Mexicana-Americana (CIMA) creada por el empresario nor teamericano Edwing Pauley. De acuerdo con los t?rminos del contrato, la exploraci?n corr?a por cuenta del contratista, y los pagos se har?an si se descubr?a petr?leo. Cincuenta por ciento del petr?leo extra?do se entregar?a al contratista para cubrir gastos; una vez recuperados ?stos, la compa??a reci bir?a entre el 15 y el 18.25% del valor de la producci?n.104 Este acuerdo, que se defini? como '"riesgoso", sirvi? de base para otros con cuatro compa??as independientes.105 Se aceler? entonces el ritmo de las negociaciones entre PEMEX y el gobierno estadounidense. En el mismo mes, el senador Berm?dez pidi? un pr?stamo por 203 millones de d?lares. Al pedido siguieron d?as de terribles predicciones

que hizo el Comit? para M?xico del Consejo Nacional de

Comercio Exterior, el cual afirmaba que, si en dos a?os M? xico no ten?a un aumento importante en su producci?n, se ver?a obligado a importar grandes cantidades de petr?leo, y se encontrar?a en crisis en 1950. Para evitar el caos, el con sejo recomend? que, para estimular el desarrollo, M?xico mo 102 u. S. Congress House, 1949, p. 16.

103 U. S. Congress House, 1949, p. 16.

104 Reyes Heroles, 1970, p. 7. ios Berm?dez, 1963 p. 33.

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dificara su actitud sobre la participaci?n del capital extran jero en la explotaci?n del petr?leo.106 A estos hechos, el Departamento de Estado reaccion? con peque?os cambios en su actitud. Ellos coincid?an con lo que Berm?dez hab?a dicho al Comit? Wolverton, con las reco mendaciones del comit? y con la actitud del Consejo de Co mercio Exterior. En el mes de julio, el Departamento de Es tado inform? a M?xico que ver?a favorablemente un pr?sta mo "para la construcci?n de refiner?as, para el transporte y otros medios de distribuci?n", si M?xico permit?a "mayor

participaci?n a las compa??as privadas, incluyendo las ex tranjeras [en la] exploraci?n, desarrollo y producci?n del pe tr?leo".^7 Estados Unidos pidi?, adem?s, "bases legales ade cuadas para las compa??as privadas que tuvieran a cargo la exploraci?n".108

La respuesta lleg? r?pida y concreta: M?xico lamentaba que Estados Unidos no hubiera estudiado el pr?stamo s?lo sobre bases econ?micas y que hubiera "considerado necesa rio alegar cuestiones de naturaleza pol?tica".109 M?xico re chazaba el intento de relacionar el pr?stamo a PEMEX "con la pol?tica petrolera del gobierno mexicano", aseguraba que ser?a in?til proseguir las negociaciones y retiraba su solici tud.110 Advert?a, sin embargo, que la legislaci?n mexicana no exclu?a contratos con compa??as privadas norteamerica

nas como los que hab?a realizado en fecha reciente.

Seg?n ciertas informaciones, la cuesti?n termin? all?. Se g?n Clash, "el objetivo mexicano de atenerse a sus propios recursos para producir su petr?leo nunca titube?, y por eso la posici?n de los dos pa?ses fue irreconciliable".111 Pero, en

realidad, Estados Unidos insisti? para que M?xico modifi 106 New York Times, 2 feb. 1949.

107 U.S. Department of State, 1949, n, p. 676. ios U.S. Department of State, 1949, n, p. 676.

109 U.S. Department of State, 1949, n, p.683. no U.S. Department of State, 1949, n, p. 683. m Clash, 1973, p. 28; v?ase tambi?n Meyer, 1974, pp. 107-156.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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cara su pol?tica petrolera a cambio de un pr?stamo. M?xico sigui? dispuesto a discutir, pero no consinti? en que las gran des compa??as reanudaran la exploraci?n y la explotaci?n.

S?lo con la decidida intervenci?n de Truman se lleg? a un acuerdo. En 1950, M?xico recibi? del Export-Import Bank un cr?dito por 150 millones de d?lares destinados, en apa riencia, al desarrollo de servicios, pero que en realidad se usar?an para la exploraci?n petrolera.

Truman impuso su voluntad a un Departamento de Es tado renuente, a un Export-Import Bank recalcitrante, por que no confiaba en las grandes compa??as petroleras y te m?a por la estabilidad econ?mica de M?xico. Despu?s de la ruptura de negociaciones en 1949, Truman dijo p?blicamente

que estaba convencido que se llegar?a a un acuerdo si se

renovaban las discusiones.112 En enero de 1950, Truman re chaz? la propuesta del Departamento de Estado para que el gobierno no tomara la iniciativa en el asunto. "Quiero que se conceda un pr?stamo a M?xico para la construcci?n de oleoductos y refiner?as" ?escribi? a su ayudante. "Quiero que se hagan arreglos privados con nuestras perforadoras" ?advirti?. "Vigilen a los herederos del Teapot Dome y vean si no podemos ayudar a M?xico y a su pueblo".113 En los meses siguientes, los ayudantes de Truman trata ron en vano de satisfacer los intereses de los grupos estadou nidenses y las necesidades financieras de M?xico.114 Una vez, en el mes de mayo, Truman objet? la propuesta del Depar tamento de Estado para que el pr?stamo petrolero estuviera ligado a un "acuerdo con compa??as extranjeras privadas... con las que se conseguir?a la inversi?n de grandes capitales 112 New York Times, 2 sept. 1949.

113 U.S. Department of State, 1950, n, p. 937.

114 Descripci?n detallada de este proceso en Kane, 1981, pp. 45-72.

Kane no reconoce el compromiso al que se hab?a llegado y subestima el cr?dito de 150 millones de d?lares, concluyendo que este cr?dito dio a M?xico cierta capacidad para transferir fondos nacionales "para el desarrollo del petr?leo", p. 69.

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y las t?cnicas necesarias".115 Truman insisti? en que "defi nitivamente quer?a un pr?stamo petrolero".116 Herbert E. Gaston, presidente del Export-Import Bank, no estaba con vencido. Un pr?stamo de esa naturaleza "era contrario a la pol?tica del banco de trabajar con capital privado y dejar que ?ste escogiera las ?reas que quer?a financiar".117 Despu?s de una reuni?n con Truman, el 23 de junio, los funcionarios del banco prometieron, sin embargo, estudiar el problema.118

Dos meses despu?s se lleg? a un acuerdo con el que se cu br?an las necesidades de M?xico sin que, en apariencia, se estuviera apoyando su pol?tica petrolera.

M?xico retir? su solicitud para un pr?stamo petrolero a cambio de un cr?dito de 150 millones de d?lares del que se excluy? cualquier menci?n al petr?leo. Veinte a?os m?s tar

de, Alem?n lo explic? as?: "El Banco de Importaci?n y Ex portaci?n concede [el cr?dito] vali?ndose de un esguince que elude la oposici?n del Departamento de Estado y los consor cios: Petr?leos Mexicanos no aparece para nada en el pr?s tamo que se destina al Estado mexicano para obras p?blicas, en el entendimiento de que el gobierno traspasar? en mone

da nacional esos 150 millones de d?lares a su empresa pe

trolera".119 En 1963, Berm?dez, exdirector de PEMEX, dice al comentar el tema: "el cr?dito de 150 millones de d?lares

deb?a financiar la compra de materiales y servicios para di versos proyectos p?blicos ... pero se entend?a tambi?n, que el gobierno mexicano entregar?a a PEMEX una suma equi valente a los 150 millones de d?lares en pesos mexicanos".120 Funcionarios mexicanos y estadounidenses negaron p?bli camente que hubiera alguna conexi?n entre el pr?stamo y PEMEX. ?stos tem?an que el pr?stamo sentara precedentes 115 U.S. Department of State, 1950, 11, pp. 950-953. no U.S. Department of State, 1950, n, p. 951, n. 4.

117 U.S. Department of State, 1950, n, p. 953. xi8| U.S. Department of State, 1950, n, p. 954, n. 2.

119 Alem?n, 1977, p. 674 120 Berm?dez, 1963, p. 261.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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para acelerar la nacionalizaci?n de las propiedades petrole ras de Estados Unidos en otras partes del mundo. H. E. Gaston, presidente del Export-Import Bank, afirm? que el pr?stamo era para transporte, irrigaci?n, sistema el?ctrico y

desarrollo agr?cola, e insisti?: "No prestamos dinero a na die para desarrollo petrolero; en nuestra opini?n, hay para ello suficiente dinero en la inversi?n privada".121 Seis meses

m?s tarde, el senador Berm?dez procur? dar la misma im presi?n en sus declaraciones, pero por razones diferentes: "Una de nuestras mayores satisfacciones ?dijo? es la ac titud de nuestro presidente, que declin? el pr?stamo ofrecido

por los Estados Unidos para la industria petrolera mexica na..." 122 Con orgullo, pero faltando a la verdad, dijo que "el programa de desarrollo que pudo haberse financiado con esos grandes cr?ditos se hizo, en realidad, sin su ayuda".123 A pesar de las negativas en ambos lados de la frontera, los efectos materiales del pr?stamo se hicieron visibles en

1951. A principios de a?o Berm?dez anunci? que el presu puesto de PEMEX se hab?a ampliado en 116 millones de d? lares, que se usar?an en la exploraci?n y perforaci?n de por lo menos trescientos nuevos pozos.124 En septiembre, Alem?n anunci? triunfante que durante el a?o lectivo las reservas de petr?leo hab?an aumentado a mil millones de barriles.125 Durante ese a?o se hab?an perforado 268 pozos, lo que sig nificaba un aumento del 24% en relaci?n a 1950.126 121 New York Times, 2 sept. 1950, p. 6, col. 6.

122 En "Mexican petroleum continues increasing", Mexican American

Review, 19 (abr. 1951), p. 15.

123 Mexican American Review, 19 (abr. 1951), p. 15. No todos pasaron por alto las implicaciones de esta "linea de cr?dito". En octubre de 1950 World Oil se?alaba que "indirectamente, el pr?stamo ayudar? a la industria petrolera mexicana al transferir los fondos destinados a estos proyectos a la producci?n petrolera", World Oil, 131:5 (1950),

p. 233.

124 New York Times, 5 ene. 1951.

125 New York Times, 2 sept. 1951.

126 World Oil, 135:2 (15 jul. 1952), p. 124.

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E. RICHARD DOWNES

PEMEX aument? las exploraciones que los problemas eco n?micos hab?an disminuido notablemente en 1949.127 Los

grupos de exploraci?n aumentaron de 34 en 1950 a 44 en

1951,128 y los campos descubiertos de 2 en 1950 a 5 en 1951 y 9 en 1952.129 A finales de 1952, PEMEX inform? entusias

mado que se hab?an localizado m?s de doscientos lugares para nuevos pozos que producir?an nuevos campos a un rit

mo muy acelerado.130 El campo Ezequiel Ordo?era descu

bierto en Veracruz en 1952 era, seg?n PEMEX, "el m?s im portante desde 1932".131 Al a?o siguiente, este solo campo produjo m?s de 6.5 millones de barriles.132 M?s importantes fueron los efectos del pr?stamo en cuan

to M?xico adquiri? capacidad para financiar expansiones posteriores. Seg?n dijo Berm?dez diez a?os despu?s, el cr? dito internacional evolucion? desde entonces favorablemente

para PEMEX.133 Berm?dez admiti? sin embargo: "el go bierno del presidente Truman pon?a a nuestro pa?s en con diciones de financiar el desenvolvimiento de su industria petrolera".134 Alem?n estuvo de acuerdo en que, con el pr?s tamo, PEMEX "mejor? notablemente su aptitud financiera para cumplir sus planes de desarrollo".135 Ayudar a la recuperaci?n de PEMEX no fue la ?nica fun ci?n del capital estadounidense, ya que los inversionistas in dependientes hab?an comenzado por aliviarle de sus presio

nes m?s inmediatas. Bajo la supervisi?n de PEMEX, CIMA comenz? en 1949 la exploraci?n de un ?rea de 1 500 millas cuadradas en la costa y el mar frente al Istmo de Tehuante 127 Guzman) y Mina Uhink, 1950, p. 95.

128 Petr?leos Mexicanos, 1952, p. 6.

129 Petr?leos Mexicanos, 1952, p. 5.

130 Petr?leos Mexicanos, 1952, p. 6.

131 American Institute of Mining. .., 153, p. 682.

132 American Institute of Mining. .., 1953, p. 500.

133 Berm?dez, 1960, p. 261.

134 Berm?dez, 1960, p. 261.

135 Alem?n, 1977, p. 674.

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EL, PR?STAMO PETROLERO

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pec.136 En 1950 s?lo se obtuvieron de cien a trescientos ba rriles diarios, a pesar de que se perfor? el primer pozo ma rino de importancia.137 En ese a?o, las compa??as extranje ras perforaron s?lo cinco de los 196 pozos que se abrieron,138

pero el a?o siguiente realizaron 21% de todas las perfora ciones,139 y CIMA descubri? en el Istmo un gran campo, Rab?n Grande, cerca de Coatzacoalcos, en julio de 1951.140

Las compa??as independientes, que para 1951 sumaban

diecis?is, realizaron 41% de las perforaciones en ese a?o. En

una comida que en 1952 dieron en Dallas los productores independientes en honor de Berm?dez, ?ste dijo: "estamos contentos de haber contado con la cooperaci?n de los petro leros independientes, especialmente los de Estados Unidos".141

Y en otra oportunidad dijo que los contratos hab?an sido "un triunfo para la pol?tica mexicana del petr?leo, porque esto significa aceptar que la ?nica manera de invertir capi tal privado en M?xico es por medio de nuestras leyes".142 La producci?n hasta 1955 (v?ase Gr?fica 1) no refleja la renovada confianza de PEMEX, ya que, si se elev? en el pe riodo 1946-1952, ese aumento se debe, en gran medida, a la explotaci?n m?s intensa del campo de Poza Rica, cuya impor tancia descendi? mucho a partir de esa fecha. Nuevos campos aumentaron la producci?n y dieron nueva vida a PEMEX, que cruz? la tormenta en un mar infestado de tiburones, en gran parte con la ayuda del capital estadounidense.

Se?alar los factores que permitieron a PEMEX resistir la invasi?n extranjera, y a pesar de ello usar su capital, es ries 13? New York Times, 29 may. 1949, p. 31, col. 2.

137 GlLLIESPIE y COLEMAN, 1950, p. 261.

138 Oil and Gas Journal, 49 (1 feb. 1951), p. 40.

139 American Institute of Mining. .., 1952, p. 627.

140 Oil and Journal, 50 (12 jul. 1951), p. 71; 50 (14 ene. 1952),

p. 77.

141 Dressler Industries (?), 1952. p. 20; Oil and Gas Journal, 50

(10 mar. 1952), p. 14.

142 New York Times, 18 mar. 1952, p. 14.

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Gr?fica 1 Petr?leos Mexicanos. Producci?n de crudo, 1936-1955

(millones de barriles)

/" (total)

COO^O.-?c\JC,>??-ir>\Or>.COCr>0.??CNJCO^m ono?oicx?cno^o>o^o>a>o^o^cn<7>o\oicnc7*. en <r>

Fuentes: Para totales, M?xico. Presidencia de la Rep?blica y Financiera, 50 a?os de la Revoluci?n Mexicana en cifras. M? p. 68. Producci?n de Poza Rica 1946-1950, Petr?leos Mexic

Rica. M?xico: Pemex, 1950, p. 24; producci?n de Poza R

American Institute of Mining and Metallurgical Engineers. of Oil and Gas Development and Production. Volume 6, Cov

Dallas: Aimme, 1952, p. 630; para 1955, Ibid., Vol. 8, p

1954, Ibid., Vol. 9, p. 490; para 1955, Ibid., Vol. 10. p. 402 guimos datos para 1952.

goso sin un an?lisis detallado de la estructura del l?tico durante el alemanismo. Por otra parte, no p

charse la posibilidad de que la corrupci?n tuvo

porque, dice Vernon, "los rumores de que el sobor en todas partes, de ganancias excesivas y de atraco p?blico .. .era moneda corriente durante este peri Pero existen otras posibilidades, entre ellas, la im

que tuvo la actitud de Alem?n y sus principales colabo 143 Vernon, 1965, p. 104.

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EL PR?STAMO PETROLERO

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La experiencia personal y pol?tica de Alem?n le permit?a saber

cu?l era el valor simb?lico que en lo pol?tico ten?a la indus tria petrolera. Como estudiante de preparatoria, en el decenio de 1920, hab?a trabajado, ocup?ndose de la correspondencia, en la compa??a petrolera brit?nica El ?guila.144 Despu?s de graduarse de abogado, hab?a editado con un amigo el peri? dico mensual Rumbus, desde cuyas p?ginas propuso en 1932 la expropiaci?n del petr?leo.145 Como gobernador de Vera cruz, en 1938, hab?a participado en la expropiaci?n.140 Como candidato a la presidencia afirm?: "la industria nacional del petr?leo constituye ?junto con la el?ctrica, la sider?rgica, la qu?mica y la mec?nica? la base del programa del desarro llo econ?mico del pa?s".147 En su opini?n, la nacionalizaci?n hab?a hecho posible que el petr?leo "se convirtiera en una de las palancas m?s poderosas del desarrollo econ?mico del pa?s".14B Los ?nicos problemas, dec?a, se deb?an a la falta de un adecuado sistema de distribuci?n. En el discurso pro nunciado al asumir la presidencia Alem?n subray?: "la indus

tria petrolera y los ferrocarriles son patrimonio de la

naci?n".149 Se advierte su astucia pol?tica en que, a pesar de la ret?rica nacionalista, permiti? la participaci?n del capital extranjero ?aun en trabajos de perforaci?n?, y apel? al sen timiento nacional mientras usaba capital extranjero hasta los l?mites que permit?a la ley.

Al negar el regreso de las grandes compa??as petroleras reflej? la realidad pol?tica representada por la opini?n de grupos muy influyentes. Los trabajadores petroleros que

hab?an desempe?ado un papel muy importante en la decisi?n de expropiar, se opon?an a la entrada de compa??as extranje

ras incluso para trabajos de exploraci?n.150 El sindicato 144 Correa, 1949, p. 7.

145 Ma?ana, 1 abr. 1950, p. 14-15.

146 Alem?n, 1977, p. 581.

147 Alem?n, 1977, p. 580.

148 Alem?n, 1977, p. 582.

149 Correa, 1949, p. 100.

150 Powell, 1956, p. 150.

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declar? en 1939: "la lucha de los capitalistas extranjeros para explotar los recursos naturales de nuestro pa?s (esta llena)

de injusticia ... cr?menes, robos y desenfrenos de toda

clase".151 Aunque Berm?dez logr? el control de los sindicatos

en 1946, a?n deb?a contar con ellos para aumentar la pro ducci?n. Incluso los rumores de que se invitar?a a la Standard

Oil a participar en los contratos de perforaci?n causaron

preocupaci?n en los trabajadores.152 Cuando se contrataron compa??as extranjeras un a?o despu?s, las trabajadores no quisieron participar en la celebraci?n del aniversario de la expropiaci?n a causa de la incertidumbre sobre las cl?usulas de los contratos.153 Los empresarios mexicanos compart?an el nacionalismo de los trabajadores, y lo expresaron por medio de la C?mara Na cional de la Industria de la Transformaci?n (CNIT). Esta aso ciaci?n, fundada en 1941, reun?a a m?s de 7 500 miembros en 1946.154 Aunque su influencia ?se dijo m?s tarde-- no tuvo ning?n peso, su apoyo fue pol?ticamente valioso cuando el

gobierno rechaz? ?de cara al p?blico, por lo menos? las

exigencias de Estados Unidos para conceder el pr?stamo. El presidente de la CNIT apoy? al gobierno y propuso "un plan concreto de autofinanciamiento nacional"155 uniendo la pol? tica nacionalista petrolera al m?ximo consumo de productos nacionales.156 La CNIT apoy? a Alem?n porque vio en ?l al campe?n de la industria nacional; en diciembre de 1951 le agradeci? "por el mantenimiento de la pol?tica nacional de alta inversi?n productiva y por su est?mulo a la inversi?n privada".157 Otros grupos se unieron al coro nacionalista y

apoyaron el llamado de Berm?dez para el financiamiento

151 Sindicato de Trabajadores Petroleros de la Rep?blica Mexicana, Petr?leo, 1950, p. 12.

152 New York Times, 18 mar. 1943, p. 23.

153 New York Times, 27 mar. 1949, sec. ni, p. 1.

154 Zorrilla Gil, 1964, p. 72.

155 Zorrilla Gil, 1964, p. 75.

156 El Universal, 27 jul. 1949.

157 M?xico. Presidencia, 1952, p. 36.

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EL. PR?STAMO PETROLERO

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interno del programa de expansi?n petrolera. El comandante de la zona militar de Veracruz aplaudi? la iniciativa y prometi?

apoyar la campa?a. 158 Aparte del apoyo interno, la destreza diplom?tica de M?xico

aument? su independencia de acci?n. Sus l?deres compren dieron que el Departamento de Estado no era el ?nico camino para transmitir nuevas opciones a pol?ticos estadounidenses que

ve?an los problemas con perspectiva m?s amplia. Percibieron tambi?n, acertadamente, que si su posici?n en contra de alter nativas estadounidenses (el regreso de las grandes compa??as petroleras) era firme, podr?an conseguir sus objetivos con alternativas m?s favorables que implicaban poco riesgo finan ciero. Por ?ltimo, midieron correctamente el inter?s de las compa??as con menos prestigio por aceptar los t?rminos que las grandes despreciaban.

Sobre todo, al usar Alem?n capital extranjero para cubrir los objetivos de M?xico en el sector industrial y petrolero, se muestra agudamente pragm?tico y flexible en beneficio de los

intereses nacionales. Aunque a los ojos de trabajadores y

empresarios estaba, sin dudas, comprometido con la industria petrolera nacionalizada, Alem?n inyect? capital extranjero en la corriente de esa industria. Ma?osamente utiliz? el mismo

recurso para desarrollar zonas de la econom?a en donde el capital nacional no quer?a o no pod?a arriesgarse. Cuando no consigui? financiamiento privado consigui? capital p?blico

para satisfacer las necesidades del desarrollo. Y, mientras tanto,

satisfizo el sentimiento nacional atacando s?mbolos conven

cionales de la dominaci?n extranjera (ferrocarriles y servicios)

prefigurando intentos futuros de nacionalizar cantidad de empresas extranjeros. La actitud de Miguel Alem?n hacia la inversi?n extranjera se ajusta a lo que sobre ella dice Ber nardo Sep?lveda: que debe proporcionar nuevas t?cnicas de producci?n, contribuir al volumen de exportaciones e identi ficar al inversionista extranjero con los intereses nacionales.159 158 El Universal, 24 jul. 1949.

150 Sep?lveda y Chumacero, 1973, p. 54.

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La pol?tica de Alem?n resalta tambi?n el "eclecticismo, elas ticidad y pragmatismo de la ideolog?a revolucionaria".160 Si bien es cierto que la inversi?n privada estadounidense aument? durante el periodo alemanista, la Revoluci?n con trol? su destino y la subordin? a las necesidades econ?micas

de M?xico.

SIGLAS Y REFERENCIAS Alem?n, Miguel 1946 Program of government. San Antonio, Texas, Ciuda danos de Mexico en el Extranjero.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS":

JOS? DE G?LVEZ Y LA BUROCRACIA FISCAL NOVOHISPANA (17 5 4-1800) Linda K. Salvucci * Princeton University

Atrae a?n la atenci?n de los investigadores el efecto de la reforma administrativa borb?nica en Am?rica hisp?nica.1 Pero, a pesar de las animadas discusiones sobre cuestiones de detalle,

inclusive los an?lisis m?s originales se basan al marco te?rico establecido por Herbert I. Priestley hace aproximadamente setenta a?os. La mayor?a de los que estudian la historia ame ricana posterior a 1760 incorporan a sus interpretaciones de todo el periodo ?de manera consciente o inconsciente? las ideas que Priestley ten?a sobre G?lvez como reformador pro gresista y administrador eficiente.2 John Lynch y D. A. Bra * Casi una docena de personas han tenido la gentileza de comentar los borradores de este trabajo. Quiero agradecer a Jacques A. Barbier,

Woodrow Borah, Richard Salvucci y Stanley Stein en especial por su cr?tica amplia y constructiva; a Paula Fassa y Samuel Haber por las ilustrativas conversaciones sobre la historiograf?a del progresismo; a Elizabeth Priestley Morby por las transcripciones de la correspondencia familiar de su padre y por los datos que me proporcion? sobre su vida. i Tres amplios an?lisis resumen adecuadamente la producci?n m?s reciente sobre las reformas Borb?nicas: Brading, 1981; Campbell, 1978, y Johnson, 1982. En el ?ltimo decenio aparecieron en Hispanic Ame rican Historical Review varios art?culos y discusiones sobre el tema: Jaques A. Barbier, Mark A. Burkholder, J. R. Fisher, Allan J. Kuethe y Stanley J. Stein, entre otros.

2 Priestley, 1916. Bobb, 1962 demuestra con cu?nta fidelidad han

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 225 ding, historiadores ingleses, subrayan en especial el impulso vigoroso, revitalizador e imperialista de la reforma a finales del siglo xvm.3

En un importante ensayo sobre el gobierno colonial en M?xico, Brading distingue el destacado papel que desempe

?aron centenares de "hombres nuevos" ?casi siempre militares de carrera o contadores? que ven?an a hacerse cargo de "nue vas empresas" tales como el monopolio de la alcabala o del tabaco. El prop?sito expl?cito era aumentar las rentas p?blicas de la corona, y como, en efecto algunos impuestos produjeron beneficios inmediatos. Brading saca en conclusi?n que esos esfuerzos tuvieron, sin duda, ?xito.4 Es evidente que el com portamiento y los logros de estos administradores y el fun cionamiento real de las empresas merecen un escrutinio m?s severo. Cuestiones tales como el aumento de las rentas de la

corona no pueden atribuirse a la mayor eficiencia de la buro cracia sin antes comparar los planes reformistas con lo que significaron realmente sus modificaciones y su pr?ctica. De otro modo, el intento se confunde con el efecto y puede pro

ponerse relaciones de causa-efecto err?neas.

Presento en este art?culo un estudio de la reforma admi

nistrativa a base del comportamiento de la burocracia de esa ?poca. Nadie ha utilizado hasta hoy los documentos de la burocracia hacendar?a ?sin clasificar en su mayor?a?, para analizar la forma en que se administraba esta fuente de ingre sos p?blicos tan promisoria y potencialmente tan lucrativa.

Como visitador, y luego como Ministro de Indias, G?lvez procur? aumentar los ingresos de la alcabala centralizando la

administraci?n y colocando en los puestos a quienes ve?a leales a sus intereses y a los de la corona. Pero al mismo tiempo

socav? sus objetivos, porque toler? la corrupci?n de sus

seguido los historiadores a Priestley. Addy, 1982, promete una nueva y

completa biograf?a de G?lvez. Solano, 1981, sugiere otra manera de

comprender la mentalidad de G?lvez. S?lo Lewis, 1975, 1980, presenta una visi?n que se aparta de la tradicional.

3 Lynch, 1973, especialmente pp. 2-4; Brading, 1971, pp. 33-92.

4 Brading, 1971, pp. 29-30, 37.

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LINDA K. SALVUCCI

favoritos y les permiti? concertar lazos estrechos con ciertos

intereses locales. En la conclusi?n de este trabajo procuro dar respuesta a la cuesti?n de por qu? Ptriestley y otros no advirtieron las contradicciones inherentes a la administraci?n

de G?lvez.

El impuesto de la alcabala se estableci? en la Nueva Espa?a

en 1575; antes de 1754 su recaudaci?n hab?a sido dada en

arrendamiento al cabildo o al Consulado de la ciudad de M?

xico.5 El deseo expreso de mejorar los ingresos indujo a la corona a establecer una burocracia real para administrar la renta de la alcabala en la capital y distritos aleda?os, el pri mero de enero de 1754. Una organizaci?n compuesta de ochen ta y seis miembros, con un presupuesto de 52 500 pesos para salarios, se agreg? a las aduanas de la capital.6 Ambas depen dencias operaban en el mismo edificio y usaban el mismo cuerpo de guardia para inspeccionar y almacenar mercanc?a, y como consecuencia de su crecimiento durante la colonia, a veces llegaron a coincidir, en los altos cargos, el personal y sus obligaciones. En los decenios de 1770 y 1780 la oficina matriz absorbi? progresivamente los distritos de las provincias

m?s distantes. Para 1804, 725 empleados recaudaban en todo el reino alrededor de 2 900 000 anuales para el tesoro real; el gasto estimado en salarios y administraci?n era de 300 000 pesos.7 A primera vista las cifras son impresionantes, pero aunque la burocracia de la alcabala era grande, muy dispersa y estaba en continua expansi?n, sus gastos de administraci?n 5 V?ase Smith, 1948 sobre la historia de la alcabala anterior a 1754.

Us? la palabra inglesa excise para traducir alcabala; una definici?n completa se encuentra en las p?ginas 14 y 18. El problema es que el impuesto, su cobro y la tasa (2-8%) cambiaron con el tiempo.

6 Estas cifras provienen de las "Ordenanzas de la Aduana de M?xico"

(1753), de la versi?n con enmiendas (1793) y de la impresa (1799) ;

BMN, Secci?n de manuscritos, ms. 1252. Seg?n Fonseca y Urrutia, 1849,

p. 58, en el primer a?o se gastaron alrededor de 66079 pesos.

7 Juan Navarro y Madrid, "Lista de empleados en las Rentas de Alcabalas, Pulques, Aguardientes de Ca?a y Amortizaci?n del Reyno

de Nueva Espa?a en 1 de enero de 1804", 31 de julio de 1804,

AGI, Indiferente General, leg, 178.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 227 correspond?an a un d?cimo de su ingreso anual. Pero, ?qu? pruebas nos da esa cifra de la eficiencia burocr?tica? y, adem?s, ?debemos suponer que un ej?rcito de bur?cratas leales y desin teresados serv?a a los intereses de la corona? Si tal era el caso,

?por qu? ?seg?n afirma un trabajo reciente? la mayor parte de los bur?cratas de la ciudad de M?xico apoy? la causa criolla durante las guerras de independencia?8

Entre 1766 y 1772 G?lvez inspeccion? las aduanas, y se mostr? entonces totalmente insatisfecho. En Veracruz como en M?xico encontr? una desorbitada corrupci?n y las rentas

de la corona en decadencia. G?lvez culp? b?sicamente al

nepotismo, y recomend? que se prohibiera trabajar en las mismas oficinas a parientes consangu?neos o por matrimonio,

pero no alter? la pr?ctica de adjudicar puestos a quienes

ten?an relaciones familiares menos estrechas ni a miembros

de la misma familia que trabajaban en distintas ramas de la fiscal?a. Simplemente despidi? a los bur?cratas m?s corruptos y los reemplaz? con sus protegidos, muchos de los cuales eran,

como ?l, malague?os. Si G?lvez supuso que esos hombres no establecer?an con la sociedad colonial relaciones estrechas que

pod?an debilitar el control de la metr?poli, se equivoc?, Los reci?n llegados de la Pen?nsula, aunque honestos, pronto se encontraban atrapados en las redes de intereses familiares y comerciales. Los bur?cratas m?s importantes a menudo se ve?an obligados a recurrir a los ricos comerciantes locales

para cubrir el requisito de las altas fianzas. La escasez de mujeres espa?olas en el M?xico del siglo xvm, les obligaba a escoger esposas mexicanas.9 Por ?ltimo ?y ?ste es quiz? el dato m?s importante? muchos completaban su salario con una serie de actividades comerciales legales o ilegales. Apenas 8 Arnold, 1975, especialmente pp. 90-91.

9 Arnold, 1975, p. 122, calcula que el 92% de los bur?cratas casados en 1811 ten?an esposas mexicanas. Socolow, 1979, p. 15, dice que el 86%

de los empleados del Tribunal escog?an mujer mexicana despu?s de obtener el permiso real. V?ase Brading, 1973, especialmente p. 131, sobre la escasez de mujeres espa?olas en Nueva Espa?a.

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LINDA K. SALVUCCI

cabe maravillarse entonces de que persistieran la asociaci?n ilegal y la corrupci?n.

Ni G?lvez ni los dem?s ministros espa?oles se dieron

cuenta de que para llevar a cabo una reforma, se necesitaba algo m?s que gente adecuada para los cargos burocr?ticos.

Puesto que no ten?an ingresos adecuados, no era de esperar que los "hombres nuevos" actuaran como administradores respetables y desinteresados de las rentas de la corona. Muchos

no lo hicieron, seg?n confirman las notas de la visita de G?lvez, la correspondencia oficial de los decenios siguientes

y los documentos que se hallan en archivos mexicanos y espa?oles.

EL ESTABLECIMIENTO DE LA BUROCRACIA DE LA ALCABALA Y LA VISITA DE G?LVEZ

El 26 de septiembre de 1753, el conde de Revillagigedo, virrey de Nueva Espa?a, promulg? una extensa ordenanza

con procedimientos espec?ficos para transferir la recaudaci?n de la alcabala del Consulado a la burocracia real..Especificaba tambi?n, con gran detalle, c?mo deb?a funcionar la nueva organizaci?n.10 Esto no significa, sin embargo, que se respetara

siempre las ?rdenes oficiales, ya que datos de la visita de

G?lvez muestran que funcionarios de todos los niveles violaban tanto en la letra como el esp?ritu de la ley.

En 1749 el Consulado hab?a iniciado la postura para reno var el d?cimo arrendamiento,11 pero de acuerdo con la parte introductoria de la ordenanza, y seg?n la teor?a de los con sejeros de la corona, "una administraci?n leal y ordenada" producir?a m?s impuestos para Espa?a. Bajo ese sistema, el

peso de la alcabala gravar?a en forma m?s equilibrada a la poblaci?n, ya que, supon?an los funcionarios, al contrario del

Consulado, una burocracia real se inclinar?a menos a dar trato preferencial a los que gozaban de privilegios. Historia io Ordenanza citada en nota 6, supra.

11 Smith, 1948y pp. 22-24.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 229

dores modernos, especialmente D. A. Brading, razonan de manera parecida: "Naturalmente ?dice Brading? los comer ciantes y el pueblo que pagaban este impuesto adicional deben haber sentido antipat?a por el nuevo grupo de aduaneros y recaudadores que estaban ansiosos de conseguir ascensos co br?ndoles a la menor oportunidad".12 Pero los impuestos se regularon, y el transporte de provisiones hacia y desde la ciudad

de M?xico deb?a reglamentarse cuidadosamente para evitar el contrabando. Se sistematiz? tambi?n la inspecci?n, evalua

ci?n y dep?sito de mercanc?as. Se establecieron con los menores detalles procedimientos para disponer de mercanc?a perecedera

o que no se reclamaba. En teor?a, la administraci?n de la

alcabala deb?a funcionar de manera eficiente y justa.

Las dem?s cl?usulas de la ordenanza describ?an expl?

citamente las obligaciones de los nuevos funcionarios de la alcabala. El Tribunal de Cuentas ten?a autoridad para ins peccionar sus libros, pero el superintendente de la alcabala (llamado tambi?n juez privativo o administrador) ten?a juris dicci?n total en lo civil y penal sobre los nuevos bur?cratas, inclusive capacidad para multar y castigar a los que incurr?an en falta. El superintendente pod?a iniciar juicio contra cual quiera que intentara evadir impuestos ilegalmente. Estas^ responsabilidades, a las que se sumaba un amplio control de los nombramientos, hac?an de ?l un funcionario poderoso.

Ayudaban al superintendente un asesor letrado en cuestiones legales, un escribano en las tareas de su oficina y dos escri bientes El superintendente, el tesorero y el contador principal

pose?an, cada uno, una de las tres llaves de la caja en la que

guardaban los ingresos de la ciudad de M?xico y de las

provincias. Cada uno de ellos era responsable de los desem

bolsos del dinero que conten?a la caja, aunque el tesorero

era responsable de mantener las cuentas en orden. Este no pod?a hacer pagos sin la autorizaci?n del superintendente, especialmente en lo relativo a salarios y gastos burocr?ticos.

El tesorero deb?a anotar tambi?n, especificando d?a y hora, 12 Brading, 1971, p. 52 (el subrayado es m?o).

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LINDA K. SALVUCCI

los dep?sitos de todo el virreinato, y su subordinado, el oficial

mayor, deb?a llevar cuentas detalladas de los movimientos de la tesorer?a. Un escribiente y dos cajeros (contadores de moneda) ayudaban a los tesoreros principales.

El contador general ten?a a su cargo otra oficina (la Contadur?a General), cuya funci?n b?sica era la tenedur?a de libros. Deb?a reunir una detallad?sima estad?stica de las administraciones locales, y ten?a a su cargo el control exhaus tivo de los env?os. Para realizar esta tarea junto con la de

poner al d?a los libros, el contador general dispon?a de la ayuda de un jefe de oficina, tres asistentes y dos escribientes.

La Contadur?a del Viento, que se?alaba los impuestos de la mercanc?a perecedera destinada a la ciudad de M?xico, ten?a un contador jefe de oficina, dos asistentes y un escribiente.

Hasta su desaparici?n en 1776, la supervisi?n de este departa mento correspondi? al tesorero.

Los vistas primero y segundo, que trabajaban separada mente, inspeccionaban y tasaban toda la mercanc?a que entraba en la aduana. Cada uno llevaba sus propios libros que deb?an coincidir con los del contador general. El alcaide ten?a las llaves del s?tano, del almac?n y de la puerta principal

que cuidaba un portero. El alcaide no pod?a dejar salir o entrar mercanc?a sin el permiso del superintendente y de los contadores jefe, y era responsable del control de las entradas

y salidas. Cuatro recaudadores (los merinos o alguaciles)

ten?an a su cargo buscar a los deudores; las ?rdenes especifi caban que los que realizaran este trabajo deb?an ser "personas decentes". Finalmente un guarda mayor y un cabo supervi

saban un cuerpo de cincuenta guardias, once de los cuales hac?an rondas a caballo en la ciudad para impedir el contra bando; el resto, por parejas, guardaban las garitas de inspecci?n

a lo largo de la ruta.

Este era el cuerpo que manejaba la alcabala en 1754,

aparte de un comisario y cuatro guardias que se hallaban en

Veracruz, m?s otro comisario que iba a Acapulco cuando llegaba al puerto un navio de las Filipinas. Aunque el n?mero de bur?cratas empleados en las oficinas de M?xico aument?

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 231 durante el siglo xvm, en su mayor parte, el crecimiento de la burocracia puede atribuirse a su expansi?n en las provincias despu?s de 1776.

La ordenanza de Revillagigedo no terminaba en la minu ciosa descripci?n de los deberes burocr?ticos. Otras cl?usulas detallaban procedimientos adicionales para manejar el dinero, llevar un control de los ingresos y egresos en los diferentes libros de contabilidad, hacer ajustes inmediatos en la pol?tica administrativa, descubrir y juzgar a los que evadieran im puestos, y, finalmente, nombrar, cesar, pagar y hospedar a los empleados. El superintendente, s?lo en consulta con el virrey, nombraba a los funcionarios, quienes pod?an ser des pedidos con o sin causa. El superintendente deb?a estar muy atento a casos de contrabando, negligencia y fraude. Como puede verse en el Cuadro 1, los salarios de los nuevos bur? cratas iban desde 5 000 pesos anuales (sueldo del superinten dente) hasta 150 (que recib?a el portero). El salario se pagaba por mes, salvo entre los de m?s alta categor?a que lo recib?an distribuido en tres pagos durante el a?o,13 pero nadie, por ning?n concepto, pod?a recibir su pago por adelantado. Se advert?a a los funcionarios que deb?an vivir con lo que recib?an del gobierno, y, salvo el escribano, se les prohib?a exigir pagos

o comisi?n por el trabajo que realizaban. Sin embargo, el

superintendente y los guardias pod?an aumentar sus ingresos legalmente denunciando a contrabandistas. Adem?s, los fun cionarios que ocupaban altos cargos pod?an reducir gastos si ellos y sus familias viv?an en el edificio de la aduana.14 13 Es de observar que los bur?cratas no recib?an su salario completo,

puesto que se deduc?a la media anata (impuesto por el que todos deb?an devolver el tesoro real por lo menos la mitad del sueldo del

primer a?o en cada nuevo puesto), y el montep?o (fondo de jubilaci?n).

Por ejemplo, un recaudador que en 1813 ganaba 450 pesos anuales recib?a al mes 37 pesos 4 reales, menos 5p 4r 3g que se deduc?an para la media anata y lp 5r 2g para su jubilaci?n. En 1813 todos los funcionarios per cib?an sueldo mensual. Libramientos, 30 de enero de 1813-31 de octubre de 1814, AGNM, Alcabalas, vol. 77.

14 En caso de contrabando, un tercio de lo que se confiscaba se entregaba a la corona, otro tercio correspond?a al superintendente, y el

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LINDA K. SALVUCCI

Cuadro 1 Empleos y Salarios de la Renta de la Alcabala en? 1753

Superintendente 5 000 pesos

Contador principal 3 000 Tesorero 3 000 Contador del Viento 3 200 Asesor letrado 1 000

Alcaide 1 000

Vistas primero y segundo 1 500 c/u

Oficial mayor de la tesorer?a 600 Escribiente de la tesorer?a 300 Contadores de moneda (2) 400 c/u

Oficial mayor, Contadur?a principal 1 200

Oficial 2o. ? ? 1000

?

3o.

4o.

?

?

?

?

800

700

escribientes

Oficial

(2)

300

mayor,

Oficial 2o. ? ? 800 3o. ? ? 700 escribiente

300

Escribientes

c/

Cont

del

s

Merinos o alguaciles ( Portero 150 Guarda mayor 1 200 teniente 700

Guardas rondas (11) 500 c/u Fuente: "Ordenanzas de la Aduana de M?xico" (1753), BMN.

La ordenanza de 1753 era amplia en su alcance y precisa hasta en sus menores detalles. Esto, en parte, era producto de la experiencia que hab?a adquirido el Consulado en a?os de ?ltimo al denunciador o guardia que hab?a hecho posible el comiso.

Pod?an residir en el edificio de la aduana el superintendente, el contador general, el tesorero, el contador de mercanc?a perecedera, el alcaide, el primer tasador, y, si a?n quedaba espacio, el segundo tasador y otros funcionarios de la Contadur?a del Viento.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 233 administrar el impuesto.15 La caracter?stica m?s evidente del nuevo sistema era, quiz?s, el intento de proteger los intereses de la corona por medio de numerosas medidas de seguridad.

Adem?s, los funcionarios eran responsables por errores y faltas colectivos, y ninguno, en teor?a, pod?a ejercer mucho

poder.i6 Esta circunstancia, m?s el hecho de que los empleados vivieran en la misma casa, hac?a dif?cil que pasara inadvertido

un caso de corrupci?n; para defraudar los ingresos reales se requer?a la participaci?n de varios empleados. G?lvez descubri?

que s? la hubo cuando inspeccion? la aduana de la ciudad de M?xico entre 1766 y 1772, y, seg?n dice Priestley, la situaci?n en Veracruz era la misma.17 A escasos doce a?os de

su creaci?n, la nueva burocracia estaba muy corrompida

y actuaba en detrimento de los bienes de la corona. G?lvez hizo cambios entre el personal y algunas modificaciones en los procedimientos, pero dej? intacto, en esencia, el sistema burocr?tico. Muchos de los consejeros m?s cercanos de Carlos III (inclusive otro famoso reformador del r?gimen borb?n, Pedro Rodr?guez de Campomanes) se opusieron fuertemente a esos cambios. En 1775, muchos de los problemas surgidos a ra?z de la visita de G?lvez estaban a?n sin resolver,18 raz?n

15 En varias cl?usulas de la ordenanza, los nuevos bur?cratas deb?an

seguir los procedimientos que usaba el Consulado para recaudar los

impuestos. Los funcionarios de alto rango debieron asistir a su trabajo diariamente durante el mes de diciembre de 1753 para facilitar el cambio a la administraci?n real el 1? de enero de 1754.

16 Priestley, 1916, p. 193, se?ala que, m?s tarde, G?lvez introdujo en sus reformas a la aduana de Veracruz el concepto de responsabilidad conjunta para los principales funcionarios de la tesorer?a.

17 Priestley, 1916, pp. 172-209.

18 Pedro Rodr?guez de Campomanes, Santiago Espinosa, Juan Ca

lixto Cano, "Dictamen de los tres fiscales del Consejo de Castilla en

su Consulta de 2 de nov. sobre los autos de la Visita de la Aduana de M?xico formados por Dn. Joseph de G?lvez...", Madrid, 2 nov. 1775,

AGI, M?xico, leg. 2090 (en adelante "Dictamen") . Este es similar en su formato al informe sobre el que Priestley basa su an?lisis de la visita a Veracruz, pero su contenido es totalmente diferente. Al parecer, Priestley desconoc?a la existencia del ?ltimo informe.

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LINDA K. SALVUCCI

por la cual algunos historiadores ponen en tela de juicio los objetivos y eficacia de G?lvez como reformador.

A poco de extender su informe sobre las irregularidades que hab?a encontrado en Veracruz, el 11 de febrero de 1767,

el en?rgico visitador sorprendi? a la aduana de la ciudad de M?xico con los autos del d?a 21,19 fecha en la que suspendi? a los tres funcionarios aduanales capitalinos de m?s alto rango:

al superintendente Francisco Alarc?n y Oca?a, al contador general Matheo Arzipreste y al tesorero Joseph de Oro?o y

Amat. Despidi? adem?s a ocho funcionarios, entre ellos a los oficiales mayores de la contadur?a y la tesorer?a Miguel

Merino y Agust?n Iturribalzaga; al tercer y cuarto oficial de la

contadur?a Antonio de la Concha y Juan de Saravia; a Fran cisco Jayme, pagador de la tesorer?a; al vista primero Fran cisco Guiti?n; al alcalde Sebasti?n de Arozqueta y al merino Agust?n Sartal. Contra algunos se hicieron hasta nueve cargos y a todos se les acus? de fraude y actividad criminal. Tambi?n se acus? de abusos al Dr. Antonio de Urizar y Vernal, asesor

legal del superintendente.20 (V?ase Cuadro 2). G?lvez se

reserv? el derecho de actuar en contra del cuerpo de guardia

y otras ramas de la burocracia de la alcabala. Finalmente, con el objeto expreso de reducir costos, suprimi? la mayor

parte de los puestos y salarios, m?s el de merino y de cabo.

Secuestr? los recibos y documentos de la alcabala para entre garlos a los nuevos funcionarios.

Estas ?rdenes fueron la primera etapa de una investigaci?n

a fondo que en su oportunidad revisar?an los fiscales del

Consejo de Castilla. Se orden? entonces a los acusados preparar su defensa contra los cargos hechos por G?lvez, basados en tres pruebas: acusaci?n escrita del guarda mayor relacionada

con contrabando de mercanc?a de Acapulco a la ciudad de

i? Todas las ?rdenes y juicios de G?lvez se hallan resumidos en el extenso "Dictamen" citado en la nota anterior.

20 G?lvez no sab?a a qu? atenerse en este extra?o caso de un cura bur?crata. Redujo el salario del asesor a la mitad (500 pesos) y design?

a uno de sus asesores legales para ese puesto. Urizar muri? en 1772

antes de que se decidiera su caso.

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en Espa?a en 1772 (parientes ocuparon el empleo) antes de 1774 (su hijo ocup? m?s tarde el empleo)

antes de 1774 (su hijo ocup? m?s tarde el empleo)

1771 (parientes ocuparon m?s tarde el empleo

conserv? el empleo hasta su muerte, 1796

conserv? el empleo, por lo menos, 1798 conserv? el empleo hasta ca. 1805

cl?rigo; falleci? en 1772

antes de 1774

Destino

Empleados de la Renta de la Alcabala Enjuiciados, 1767

Cuadro 2

Oficial mayor - Cont. principal Cont. de moneda - Tesorer?a ?

Oficial 3o. - Cont. Oficial principal4o.?- Cont. principal ?

Oficial mayor - Tesorer?a ?

Contador principal +

Superintendente -f Asesor letrado

Vista segundo Guarda

Vista primero Tesorero +

Alcaide -f Merino ?

mayor

Guarda ?

Cargo *** Cooper? con G?lvez en la investigaci?n inicial.

* Ten?a una de las tres llaves de la caja. ** Cas? con la hija del Superintendente.

Fuente: V?anse notas 6, 19, 24, 44, 45, 46.

Francisco de Alarc?n Ora?a Agust?n de yIturribalzaga Matheo Arzipreste*

Antonio de Urizar y Vernal

Joseph de O?oro y Amat*

Antonio de la Concha

Juan de Saravia

Francisco Guiti?n** Sebasti?n Arozqueta

Agust?n Sartal

Miguel Merino

Nombre

Francisco Jayme

Salvador Clavel***

Jos? Cubas Bao*** Labado

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M?xico; la investigaci?n de G?lvez sobre la sustracci?n de fondos de una caja fuerte el 10 de diciembre de 1766 y el testimonio de ocho testigos secretos. Despu?s de las disposi ciones del 21 de febrero, G?lvez dej? la capital para hacer un largo viaje hacia el norte, y deleg? en sus ayudantes la responsabilidad de preparar los juicios.21 Intereses de natu raleza varia y el Consejo de Indias pusieron en tela de juicio la autoridad de G?lvez para tomar esta decisi?n, pero Carlos

III lo aprob?. Las declaraciones indican que los bur?cratas cesantes ten?an relaciones poderosas y mucho apoyo. De cual quier manera, no fue sino hasta el mes de diciembre cuando se confirm? la capacidad de los ayudantes de G?lvez para proceder sin m?s obst?culos,22 y s?lo a principios de 1772 pudo G?lvez presidir la audiencia, que dur? cuarenta d?as, y dictar sentencia.

El destino de los acusados qued? en suspenso por casi

cinco a?os y la situaci?n en la aduana fue inestable mientras los casos estuvieron pendientes. G?lvez hab?a ordenado des ocupar el edificio de la aduana a los funcionarios destituidos, cuyos salarios se suspendieron inmediatamente; en efecto, una lista de empleados de gobierno de 1768 menciona a los funcionarios nombrados por G?lvez, que, ya en sus puestos, viv?an en el inmueble.23 S?lo cuatro de los antiguos fundo

21 Acerca de las actividades de G?lvez durante el viaje, inclusive

su participaci?n en la expulsi?n de los jesu?tas de Nueva Espa?a, y su ataque de locura en Sonora, v?ase Priestley, 1916, pp. 210-295.

22 El "Dictamen" se?ala que el Consulado de M?xico se quejaba

con insistencia de la actitud de G?lvez. Observa Priestley que el Consejo de Indias era la plaza fuerte de los intereses comerciales, y que como tal se opon?a al visitador. Los principales ayudantes de G?lvez en esta investigaci?n fueron el licenciado Juan Antonio V?rela, que sustituy? al asesor depuesto, y Fernando Joseph Mangino, t?o de Rafael Mangino,

que m?s tarde ocup? la superintendencia de la tesorer?a. El sobrino fue por mucho tiempo administrador en la aduana de Puebla; hoja de servicios, 31 de diciembre de 1804, AGNM Alcabalas, vol. 68. Los ayudantes de G?lvez terminaron la preparaci?n del juicio el 22 de

diciembre de 1768.

28 Z??iga y Ontiveros, 1768. En estas series pueden localizarse los cambios de t?tulo y personal.

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COSTUMBRES VIEJAS, ''HOMBRES NUEVOS" 237

narios de la alcabala recibieron promoci?n para ocupar

vacantes, aunque G?lvez conserv? dos, a todas luces culpables, que hab?an colaborado con ?l en 1766. As? pues, el visitador

aprovech? la oportunidad para cubrir los puestos de la

burocracia hacendar?a con sus hombres, o por lo menos con los que merec?an su confianza.

Antes de especular sobre las intenciones de G?lvez es

necesario examinar las irregularidades que descubri? en 1766.

De acuerdo con sus instrucciones, el visitador determinar?a cuan eficaz hab?a sido la burocracia desde su establecimiento

en 1754.24 Gracias a la experiencia adquirida en Veracruz, G?lvez esperaba, sin duda, encontrar los ingresos de la corona muy mermados a causa del contrabando. Por lo tanto, comenz? por ordenar al guarda mayor que tomara medidas para reducir

el contrabando desde Acapulco a la capital. Al parecer, el oficial involucrado Jos? Cubas Bao, atemorizado, hizo acusa ciones escritas ?por almacenamiento inadecuado de mercanc?a sujeta a impuestos y por administraci?n negligente? en contra

de sus superiores. Al mismo tiempo, G?lvez personalmente descubri? faltantes en la caja, y sus contadores encontraron en los libros muchas incongruencias. Se hicieron treinta y

cinco cargos en contra de los acusados, pero la mayor?a correspond?a a la mala aplicaci?n de la alcabala o a irregu laridades en el manejo de los impuestos registrados. En relaci?n a la primera, las faltas eran pesar y valuar los pro ductos por debajo de su valor real e inspeccionar inadecua

damente mercanc?as y equipaje; en pocas palabras, hab?a trato preferencial para la familia, amigos, socios y acreedores de los funcionarios (se mencion? tambi?n intentos de ocultar estos hechos). En relaci?n a los segundos, se encontr? malver saci?n, libros de contabilidad en desorden ?con enmiendas y correcciones para ocultar los fraudes? y pr?stamos a los empleados. As? una investigaci?n iniciada para comprobar la ineficacia burocr?tica llev? G?lvez a descubrir una amplia red 24 Las instrucciones de G?lvez est?n traducidas al ingl?s en Priestley,.

1916, pp. 404-412.

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de corrupci?n. Calculaba el visitador que en una serie de operaciones ilegales el tesoro real perdi? en impuestos alre dedor de 60 000 pesos.25 Aunque, seg?n hayan sido los cargos, var?a la naturaleza de las pruebas, es evidente que la mayor?a de los funcionarios despedidos ?sin mencionar por lo menos dos que conservaron sus puestos? eran culpables de alg?n tipo de delito. Quiz? el m?s corrupto haya sido el vista Francisco Guiti?n, yerno del superintendente, cuyos antecedentes se?alaban ya intentos

de defraudar a la corona cuando trabajaba en Veracruz.

Las pruebas mejor documentadas en su contra se relacionaban con sesenta barriles de vino, que hab?a pasado del dep?sito de la aduana a la casa de un comerciante de M?xico mientras

se supon?a iban camino a Quer?taro. La operaci?n ten?a por objeto evitar el pago de la alcabala, para lo cual el comerciante hab?a contribuido con trescientos pesos.26 Guiti?n hab?a sobor nado a sus subordinados para que cooperaran en sacar la mer canc?a y hab?a alterado los libros del alcaide. En fecha no deter minada, el superintendente insisti? en que se pagaran los im puestos y se corrigieran los libros. Durante su juicio, Guiti?n

jur? que ?ste hab?a sido su ?nico fraude, pero el merino

Sartal, al presentar testimonio contra el vista primero implic?

al guardia Labado, al alcaide y asimismo en otro fraude simi lar.27 Finalmente, el alcaide Arozqueta confes? haber cometido 25 V?ase Infra. Esto implicaba la subvaluaci?n de la mercanc?a con ducida a M?xico despu?s de la feria de Jalapa en 1766.

2? Priestley, 1916, p. 181, se refiere a este incidente. Seg?n el "Dic tamen", un tal Crist?bal de los R?os, a cuya casa se llev? el vino, dio

300 pesos a Guiti?n, quien a su vez dio 50 a Sartal. Este solo soborno correspond?a al 16% del salario que cada uno recib?a al a?o.

27 Tres d?as antes del fraude mencionado, y sin la intervenci?n de Guiti?n, Sartal hizo arreglos para que se entregaran 28 barriles de vino en la casa de Manuel Lianes; se alteraron los libros de manera que constara que el vino se hab?a mandado fuera de M?xico. Por esta gen tileza Sartal recibi? 67 pesos, esto es 22% de su salario anual; Arozqueta 50 pesos, 5% del sueldo que recib?a del gobierno, y Labado 20 pesos,

aproximadamente un 4% de los 500 pesos que como m?ximo recib?a

al a?o.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 239 dieciocho fraudes m?s en colaboraci?n con Sartal y Guiti?n,. salvo dos, en los que hab?a participado Arzipreste, el contador

general. Se acus? al superintendente Alarc?n de haber encu bierto esas operaciones, pero el acusado neg? con vehemencia los cargos. Era com?n ?dijeron otros testigos? que los comer ciantes pagaran en efectivo o en especie la mitad del impuesto,

para que sus mercanc?as fueran manipuladas en esta forma.

G?lvez recomend? en su oportunidad que se modificara la ley de impuestos para que se pagara un tres por ciento de gravamen por la mercanc?a en tr?nsito mientras estuviera almacenada en M?xico, y el otro tres por ciento cuanto llegara

a su destino. De esta manera, los art?culos que no pasaban por la ciudad de M?xico pagar?an s?lo tres por ciento de impuesto al ser entregados; G?lvez estaba convencido que esa

p?rdida no ser?a mayor a la ocasionada por la evasi?n del

impuesto en la capital, lo que implicaba admitir, t?citamente al menos, la dimensi?n del fraude.28

Otro tipo de fraude en el que Guiti?n era el principal

responsable caus? inquietud a quienes en Madrid revisaron

el caso: se relacionaba con la inspecci?n desordenada y la subvaluaci?n de mercanc?a sujeta a grav?menes que lleg? a la capital despu?s de la feria de Jalapa en 1766. Seg?n testigos, al recibir un soborno Guiti?n promet?a alterar los inventarios y evitar la revisi?n rigurosa de mercanc?a y equi

paje personal; adem?s, rebajaba la alcabala a quienes deb?a favores.29 Seg?n el testimonio de un alto funcionario de cono cida honradez30 las actividades de Guiti?n pudieron llevarse

28 Sobre resoluciones parecidas que G?lvez tom? en Veracruz, v?ase Priestley, 1916, pp. 137-174. Los fiscales estuvieron de acuerdo en que

se cobrara 3% de alcabala en toda mercanc?a que entrara a la ciudad

de M?xico, sin tomar en cuenta su destino final.

29 Guiti?n deb?a 260 pesos a Francisco Jayme, uno de los cajeros, quien obten?a regularmente un descuento de 2 ? 3 reales por cada carga de chiles. Testigos dijeron que ten?an el mismo arreglo con el primer tasador.

30 Este personaje excepcional era Joaqu?n Xavier de Ur?a, Contador

del Viento que vivi? en el edificio de aduanas desde 1761 (la fecha se encuentra en la primera lista de Z??iga y Ontiveros, 1761-1821) hasta

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a cabo s?lo con el conocimiento y consentimiento de su suegro.

El vista segundo Salvador Clavel acus? al superintendente y al contador general de dificultar la revisi?n y tasaci?n exacta de los productos. Apoyaron el testimonio de Clavel los comer ciantes que no hab?an recibido "buen trato" de Guiti?n, e inclusive algunos se quejaron ante G?lvez porque la "gentileza"

del acusado no hab?a sido pareja con todos (!)31 La prueba m?s grave fue la comparaci?n de los registros de Jalapa con los de la capital. En ?stos, la mercanc?a se hab?a subvaluado de manera constante desde octubre de 1765, cuando comenz? la feria, hasta fines de 1766. Tambi?n, al parecer, Alarc?n y Guiti?n hab?an transportado una gran cantidad de productos

desde Jalapa, por los cuales no se hab?a pagado impuesto

alguno. Por estas violaciones, la corona hab?a dejado de per cibir en ese a?o alrededor de 60 000 pesos en derechos.82 Para apoyar el caso de manera convincente se presentaron suficientes ejemplos bien detallados.

El rebajar la alcabala a cambio de una d?diva no era la ?nica manera de redondear el salario, aunque les estaba prohibido obtener ingresos que no fueran los de su trabajo; cinco de ellos, por lo menos, ten?an diversos tipos de comercios

en M?xico y Guanajuato.33 No es de sorprender que se les 1775. Muri? el 10 de enero de 1776, seg?n figura en los archivos parro quiales; APS, "Libros de difuntos espa?oles del Sagrario de... M?xico".

Ur?a, su mujer, ocho hijos, tres sirvientes y dos dependientes, se hallan en el censo de la ciudad de M?xico de 1753, donde figura como contador de aduanas; B?ez Mac?as, 1967, p. 1047. Ur?a y el notario, Jos? Fern?ndez

de Cosgaya, fueron los ?nicos a quienes el visitador no acus?. A la

muerte de Arzipreste, Ur?a solicit? el puesto de contador principal pero, al parecer, antes de recibir su solicitud, el virrey hab?a nombrado a otro para ese cargo. Ur?a a Juli?n Arriaga, 22 de enero de 1769, AGI, M?xico, leg. 2090. si Tres comerciantes, Sebasti?n Calvo, Joseph de Otal y Pedro V?rtiz, no pagaban impuestos por la ropa y alimentos que llevaban a la ciudad.

32 V?ase nota 6, en donde se encuentran las mismas cifras en el

presupuesto anual de la alcabala de 1754.

33 As? como Jayme ten?a una chiler?a, Arzipreste era due?o de dos panader?as y de "una parte de los carretones de limpieza"; Saravia pose?a

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 241 acusara de usar su empleo oficial para favorecer sus intereses.

Estos cargos se sustentaban en chismes y sospechas, pero otros

evidentemente ilegales se probaron con m?s facilidad. Al parecer, algunos empleados hab?an recibido adelantos en

efectivo y "suplementos" de la tesorer?a. A veces, seg?n afir maba un testigo, a cambio de cien pesos se anotaban en los libros pagos que nunca se hab?an hecho, pero la mayor?a de las transacciones se omit?an en los archivos oficiales. Cuando

G?lvez inici? su investigaci?n, el superintendente y el tesorero intentaron cubrir parte del d?ficit con sus salarios. Se procur?

esconder, sin ?xito, otro tipo de desfalcos borrando de los libros los impuestos que ya se hab?an recaudado. Muchos ingresos no se anotaban y menos a?n se guardaban en la caja.

Los contadores del visitador advirtieron tambi?n que delibera

damente se guardaban en desorden los documentos de la

tesorer?a, para esconder esos fraudes. Oro?o y Amat, el teso rero, confes? que junto con cuatro subordinados hab?a incu rrido en esos delitos.34

Una serie de cargos se hicieron exclusivamente en contra del superintendente Alarc?n. Se le acus? de violar art?culos espec?ficos del decreto de 1753, de negligencia, de nombra mientos por favoritismo, y de gastar excesivamente en la reparaci?n de las casas de los aduaneros y de la guardia. La mayor parte de estas acusaciones, hechas por el guarda mayor,

fueron rechazadas totalmente por testigos que apoyaron al superintendente. A pesar de ello, G?lvez crey? en las acusa ciones de Cubas Bao, las cuales, aunque insuficientes para una vinagrer?a m?s otra tienda cuyo ramo se desconoce; Concha e Itu rribalzaga eran due?os de negocios, y de ellos se dec?a que los ten?an tambi?n en Guanajuato. Se acus? a Iturribalzaga de haber construido una casa por la que no pag? la alcabala correspondiente.

34 Al advertir los funcionarios que se investigar?an sus libros, trataron de anotar la informaci?n que faltaba, pero pusieron los datos en fechas

que correspond?an a feriados oficiales. Un caso de alteraci?n en las transacciones se describe detalladamente en el "Dictamen". En ?l se advierte, una vez m?s, que en casos de corrupci?n se necesitaba la colaboraci?n de varios empleados.

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condenar a Alarc?n, afirmaban la opini?n poco favorable que el visitador ten?a del administrador de la alcabala. El veredicto final de G?lvez, en 1772, mantuvo todas las suspen siones y despidos que hab?a decretado en 1767. Los funcio narios apelaron a las altas autoridades de Madrid.

La visita de G?lvez en Espa?a Casi tres a?os pasaron para que los fiscales discutieran la actuaci?n de G?lvez. Campomanes estuvo en el proceso desde el principio, pero dos colegas suyos, murieron en su transcurso; en sustituci?n, Carlos III nombr? a Santiago de Espinosa y Calixto Cano.35 Con fecha del 2 de noviembre de 1774, los fiscales entregaron una detallada revisi?n que contradec?a a G?lvez en todos los puntos. Acent?a la impor tancia de esta decisi?n, el que tres a?os antes Campomanes hubiera apoyado decididamente las dr?sticas medidas tomadas por G?lve? en su visita a la aduana de Veracruz.36 Pero fue m?s grave que los fiscales consideraran ilegal el despido de funcionarios de la corona, y que G?lvez declarara inexistentes algunos puestos. G?lvez insisti? siempre en que sus instruc ciones le daban poder para tomar cualquier decisi?n contra el manejo indebido de impuestos. Pero Campomanes y sus colegas afirmaban que el visitador se hab?a excedido en su autoridad y que los despidos por ?l decretados estaban prohi 35 Carlos III pidi? esta revisi?n en enero de 1772. Campomanes era

primer fiscal del Consejo y C?mara; Juan F?lix de Albinar y Pedro

Gonz?lez de Menas, que murieron poco despu?s, tambi?n revisaron las ?rdenes originales.

3? Priestley, 1916, pp. 172-209, se basa esencialmente en un intorme, similar en estructura, anterior al "Dictamen". Los autores de la primera revisi?n fueron Campomanes y Jos? Mo?ino, conde de Floridabianca.

Priestley subraya el "apoyo inequ?voco" a las decisiones tomadas por G?lvez en Veracruz, y su "triunfo completo... sobre la pol?tica obstaculi zadora de los intereses comerciales... G?lvez debe su triunfo en Nueva

Espa?a al apoyo incondicional de Grimaldi, Campomanes y Mo?ino" (pp. 208-209).

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 243 bidos por las leyes de Indias.37 Preocupaba a los fiscales que

el juicio p?blico se hubiera atrasado tanto tiempo. En su

opini?n, la destituci?n era asunto serio, al que deb?a apelarse s?lo en casos de extrema gravedad. Quiz?, dec?an, esas medidas dr?sticas fueron necesarias en Veracruz, "emporio del comercio

de Nueva Espa?a", pero la situaci?n en M?xico no justificaba una acci?n tan precipitada. Aparte de la opini?n contraria sobre la autoridad legal del visitador, los fiscales tampoco estaban de acuerdo con el juicio de G?lvez hacia algunos de los acusados. El superintendente Alarc?n, en su opini?n, "era un buen funcionario, inocente de todo cargo"; no hab?a prue bas ni causa para suspenderlo, puesto que hab?a contestado a todos los cargos "a completa satisfacci?n" de los fiscales, pero no estaban de acuerdo con que G?lvez no hubiera des pedido a Clavel y a Cubas Bao. Despu?s de todo, el primero hab?a confesado la alteraci?n de los libros, falta por la que, era de suponer, no hab?a recibido castigo a cambio de incri

minar al superintendente y a su yerno. Por lo que toca al guarda mayor, observaban los fiscales que "su esp?ritu de oposici?n y calumnia hacia Alarc?n" era evidente en los documentos. Esos fueron los ?nicos veredictos puestos a discusi?n, pero tambi?n hab?a diferencias de opini?n en cuanto

al tratamiento dado a los culpables. Movidos por numerosas apelaciones, Campomanes y los dem?s fiscales recomendaron

que se pagara a los acusados cinco a?os de salario ?de 1767 a 1772?, se les colocara en otras ramas de la burocracia hacendaria, y se diera el perd?n real a todos, excepto a Clavel

y Cubas Bao, quienes deber?an dejar la aduana inmediata mente.38 Los tres fiscales apoyaron algunas reformas administrativas 37 De acuerdo con las instrucciones que G?lvez recibi? de Carlos III (Priestley, 1916, las reproduce en p. 407), el visitador ten?a derecho a cesar a los empleados fraudulentos.

38 Argumentaban los fiscales en favor de un trato discreto hacia los acusados, porque la p?rdida de ocho a?os de trabajo era castigo suficiente para ellos y sus familias. Se?alaban adem?s que el perd?n real se ver?a m?s compasivo que cualquier decisi?n que tomara el Consejo.

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LINDA K. SALVUGCI

propuestas por G?lvez, en especial la que prohib?a que miem bros de una familia trabajaran en la misma aduana u oficina.30

Adem?s, "personas de probada integridad", espa?olas o ame ricanas, deber?an inspeccionar las tesorer?as por lo menos una vez cada tres a?os. Toda la contabilidad deb?a revisarse, y comparar los informes con m?s frecuencia. Se prohibi? a los contadores borrar o corregir las listas, y se establecieron procedimientos espec?ficos para almacenar la mercanc?a en tr?nsito por M?xico. Finalmente, se estableci? un impuesto

del tres por ciento para toda mercanc?a que entrara a la

capital, ya se destinara al consumo interno, ya se despachara para las provincias. Se recomendaron tambi?n procedimientos m?s estrictos para distribuir la mercanc?a vendida en Jalapa.

Si G?lvez y los fiscales del Consejo de Castilla estuvieron de acuerdo con estas limitadas reformas a la estructura de la administraci?n de la alcabala, ?por qu? difirieron tanto en lo que concierne al destino de los acusados? Lamentablemente, s?lo podemos especular acerca del desacuerdo. No debemos

olvidar que el Consulado de la ciudad de M?xico, que sin duda apreciaba la actitud "complaciente" de Alarc?n, pro test? en?rgicamente su cese en 1767. Quiz?, los consejeros

reales de Madrid fueron susceptibles a las presiones en favor del superintendente depuesto, ya que, en los momentos m?s graves que debi? enfrentar por causa del visitador, los que le apoyaban en Madrid consiguieron que se le diera un t?tulo de prestigio.40 Es evidente que este hombre, envejecido en la burocracia, era una figura demasiado poderosa como para que el visitador pudiera quitarlo del camino f?cilmente. Es 39 El empleo simult?neo de padres e hijos o yernos, t?os y sobrinos, hermanos y cu?ados qued? prohibido por orden real del 15 de diciembre de 1774 y por c?dula del 20 de enero de 1775; se encuentran en AGNM, Alcabalas, vol. 559 y AGNM, Montep?o, vol. 14.

40 La designaci?n "del Consejo de su Mages tad" aparece al lado del nombre de Alarc?n por primera vez en Z??iga y Ontiveros, 1761. Tanto Miguel P?ez como Juan Navarro y Madrid ?que llegaron a ser los funcio

narios de m?s alto cargo en el ramo de la alcabala de Nueva Espa?a solicitaron ese honor repetidas veces; P?ez a Porlier, M?xico, 26 de febrero

de 1789, AGI, M?xico, leg. 1426.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 245 probable tambi?n que los fiscales estuvieran menos preocu

pados por Alarc?n y sus relaciones que por el poder y la influencia que iba adquiriendo G?lvez. Su nombramiento como Ministro de Indias s?lo unas semanas antes indicaba que el favor real, por lo menos el del grupo de cortesanos que controlar?a el gobierno, estaba de su lado.41 Campomanes

pudo haberse molestado ante el curso que tomaron estos

acontecimientos, porque ?l s? hab?a dado un apoyo inequ? voco a decisiones id?nticas tomadas por G?lvez en Veracruz

en 1771. Es claro entonces que su dictamen se ajustaba a cierto ambiente pol?tico que prevalec?a en la corte. Pero

inclusive otro grupo de Madrid no estaba muy contento con el visitador. Priestley descubri? que el grupo m?s opuesto a

G?lvez estaba en el Consejo de Indias, en cuyo seno Mark

Burkholder encuentra, a partir de 1773, un n?mero cada vez mayor de miembros con experiencia americana directa.42 Es probable que esos consejeros veteranos pensaran que G?lvez, a pesar de su recorrido por la Nueva Espa?a, no estaba a?n familiarizado con los arreglos informales y reglas no escritas que hac?an funcionar la sociedad colonial, y en virtud de las cuales el visitador no deber?a haber actuado con tanta preci

pitaci?n. Para los miembros del Consejo de Indias y del

Consejo de Castilla, G?lvez debe haberse visto menos como un reformador ilustrado y m?s como el proverbial toro en una locer?a. Es posible tambi?n, que los fiscales hayan cre?do

verdaderamente que G?lvez hab?a tomado decisiones por encima de la ley y tratado injustamente a los servidores de la corona con la prisa por recompensar a sus protegidos.

41 A la muerte de Juli?n de Arriaga el 28 de enero de 1775, G?lvez fue designado Ministro de Indias. Su antiguo protector, el conde de Flori dablanca, obtuvo el cargo de Primer Ministro, al tiempo que Miguel de M?zquiz obten?a el de Finanzas. Seg?n Rousseau, 1907, II, p. 93, "G?lvez era hechura de M?zquiz". Al final del "Dictamen" hay una nota, fechada el 10 de marzo de 1775, en la que se se?ala que Carlos III no estaba de acuerdo con las conclusiones y por lo tanto deb?a devolverse al Consejo para que ?ste continuara las deliberaciones.

42 Priestley, 1916, pp. 177 ss.; Burkholder, 1976, pp. 404-423.

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LINDA K. SALVUCCI

A pesar de todo, el visitador super? el reto a su autoridad, en parte porque murieron varios de los altos funcionarios despedidos.48 Alarc?n muri? en 1772, antes de que su nombre quedara limpio, pero su viuda e hijos continuaron luchando por su reivindicaci?n y por la compensaci?n econ?mica con siguiente. Parece que uno de sus descendientes tuvo ?xito en el intento: en 1799, un tal Juan Antonio de Alarc?n y

Oca?a obtuvo empleo en la aduana de Puebla a pesar de la opini?n negativa de su superior Rafael Mangino, sobrino

a su vez de uno de los ayudantes de G?lvez. Tambi?n Antonio Guiti?n, hijo del vista y nieto de Alarc?n, disfrut? de una larga carrera en la administraci?n de la alcabala.44 Hay evi

dencia, adem?s, que los hijos del contador general y del

alcaide ten?an puestos en la burocracia.45 As? pues, aunque G?lvez consigui? humillar a los principales funcionarios de la aduana de M?xico en el crep?sculo de sus carreras, algunos de sus descendientes no quedaron desamparados.

Al tiempo que G?lvez no pod?a o no quer?a poner obst?cu los para que los hijos de los acusados obtuvieran empleo en la 43 Alarc?n y Oca?a, Arzipreste, O?oro y Amat, Arozqueta, Urizar y Vernal murieron antes de 1774.

44 Alarc?n muri? en M?xico el 16 de junio de 1772 (APS, "Libros

de difuntos espa?oles"). En AGI, M?xico, leg. 2090, exp. 6, se encuentran solicitudes de ayuda hechas por su hija, mujer de Francisco Guiti?n. "Es notorio el deplorable estado a que est? reducida esta distinguida familia", escribe el virrey Antonio Bucareli a Juli?n Arriaga (26 de junio de 1772).

La hoja de servicio correspondiente a 1779 de Juan Antonio se encuentra en AGNM, Aduanas, vol. 223; la de Antonio Guiti?n, 1800, en AGNM, Alcabalas, vol. 636, la de 1809, vol. 335, y la de 1811, vol. 604.

45 Dos cartas de Lucas Matheo Arzipreste, sin fecha ni destinatario, se encuentran en AGI, M?xico, leg. 2091. Despu?s de morir su padre, este joven de veintis?is a?os, que deb?a mantener a su madre y cinco hermanos menores, solicitaba un puesto para ?l y para su madre la mitad del salario que hab?a devengado su padre. El 6 de diciembre de 1779 muri? en la casa de la aduana el peque?o hijo de Francisco Javier Arozqueta y de Mar?a Monterde. Francisco era probablemente un funcionario de menor categor?a e hijo de Sebasti?n; Mar?a estaba quiz? relacionada con Carlos Monterde, que ingres? a la aduana en 1798; APS, "Libros de difuntos espa?oles"; AGI, Indiferente General, leg. 178.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 247

burocracia real, los dos individuos que cooperaron en sus

investigaciones pudieron conservar sus puestos a pesar de las objeciones de los revisores: Salvador Clavel permaneci? como vista primero hasta su muerte en 1796, cuando ten?a setenta y nueve a?os, y el guarda mayor, Jos? Cubas Bao, fue admi nistrador en provincia por lo menos hasta 1798 cuando era ya septuagenario.46 Adem?s, algunos bur?cratas nombrados por G?lvez conservaron sus puestos hasta finales del siglo y a?n entrado el siglo xix.47 Y no debemos olvidar que como

Ministro de Indias, desde 1775 G?lvez estuvo en mejores

condiciones para influir en los nombramientos y en la admi nistraci?n de la burocracia de la alcabala. Desde los ?ltimos

a?os del decenio, G?lvez y el nuevo director, Miguel P?ez de la Cadena, mantuvieron una correspondencia constante y abundante que coincidi? con el ascenso ininterrumpido de muchos malague?os en el escalaf?n burocr?tico. La mayor?a de los historiadores han advertido el fen?meno pero no han captado su sentido. El visitador no era un administrador moderno que atacaba el favoritismo en teor?a, ya que no en la pr?ctica. Antes bien, le preocupaba que otros hicieran tambi?n uso de ?l, porque, al fin y al cabo, el comportamiento

de los "hombres nuevos" de G?lvez no fue diferente al de sus desacreditados predecesores. ?Estaba el visitador dispuesto a tolerar cierta corrupci?n e ineficiencia mientras sus favo ritos fueran los beneficiados? Hasta ahora, s?lo James A. Lewis ha hecho esta pregunta directamente, y sugiere que la empresa privada podr?a administrar el monopolio de la p?lvora 46 La hoja de servicios de Clavel para 1795 se encuentra en AGI,

Indiferente General, leg. 179. El ?ltimo se encuentra en la lista de Z??iga y Onttverqs, 1796. Seg?n su hoja de servicios de 1798 (AGI, Indiferente General, leg. 178), Cubas Bao, que ten?a entonces setenta a?os, era admi nistrador de Pulques en Cuautitl?n y Zumpango desde abril de 1795.

47 Un ejemplo es Domingo Ignacio Lardiz?bal a quien G?lvez nombr? tesorero en 1767 y que permaneci? en ese puesto hasta 1812 cuando ten?a ochenta y un a?os; Z??iga y Onttveros, 1767-1812; para su hoja de servi cios v?ase AGNM, Aduanas, vol. 230, 1802.

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m?s eficazmente que los bur?cratas.48 Otros estudiosos, sin embargo, insisten en relacionar la reforma con el aumento en la recaudaci?n de impuestos. Brading se?ala que las rentas de la corona aumentaron en el ?ltimo tercio del siglo xvni a causa del "incomparable vigor y eficacia" de la administra ci?n. Pero, seg?n Bobb, "no hubo aumentos sorprendentes en los ingresos de la alcabala" a partir de la visita de G?lvez, hecho que puede explicarse por las circunstancias descritas en este art?culo.49 Sin duda, es necesario investigar m?s sobre

ciertos niveles de la burocracia hacendar?a, pero limitar el debate a los elementos reformistas obscurecer? el papel des empe?ado por otros factores tales como el comercio libre y el crecimiento econ?mico en general.50 Naturalmente, G?lvez nunca sancion? de manera abierta la corrupci?n burocr?tica, pero ya fuera con sutil aquiescencia

o miop?a que es de sorprender, poco hizo para prevenirla en los a?os que siguieron a su visita. Antes bien, sus esfuerzos constantes para abatir costos de administraci?n pagando suel

dos bajos alentaron la venalidad y la malversaci?n. Si un bur?crata pod?a embolsarse casi el 22% de su sueldo neto anual aceptando s?lo un soborno, sin duda ten?a pocos incen

tivos para vivir de su salario gubernamental.51 En otras

palabras, cuando la oportunidad econ?mica tocaba a la puerta, 48 Lewis, 1980, p. 368. Dice Maria Lourdes D?az Trechuelo Sp?nola, "Antonio Mar?a Bucareli y Urs?a", en Calder?n Quijano, 1967, p. 526: "Es de notar que a la Real Hacienda le sal?a m?s cara que a los particu lares la recaudaci?n del impuesto".

49 Brading, 1971, p. 29; Bobb, 1962, p. 252.

50 El "Informe reservado al Oidor de la Audiencia de M?xico, Don

Eusebio Bentura Bele?a, al Excmo. Sr. Virrey de N.E, Conde de Revi llagigedo sobre el actual estado de Comercio Libre" (M?xico, 1793), BNM, ms. 1334, contiene documentos en los que se arguye que el libre comercio, no la reforma administrativa, eran la fuente de prosperidad de M?xico a finales del siglo xvm. Morin, 1979, opina que el crecimiento

econ?mico pudo haber significado un aumento en los r?ditos de la

corona. V?ase Barbier, 1980, pp. 113-114, que presenta un an?lisis intere sante de otro grupo de la burocracia hacendar?a colonial.

51 V?ase supra, nota 26 y 27.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 249 el prestigio del cargo no pod?a por s? solo asegurar lealtad completa a los intereses de la corona. Por un lado G?lvez se preocup? por los lazos que pudieran formarse entre los bur? cratas coloniales y la sociedad a la que serv?an, y, por otro, manej? un sistema administrativo en el cual ese problema

era cada vez m?s grave ?cosa que no incomodaba ni a los

comerciantes ni al pueblo.

LOS SALARIOS Y LAS RELACIONES SOCIOECON?MICAS DESPU?S DE LA VISITA DE G?LVEZ

Cuando en 1766 G?lvez elimin? puestos en la administra ci?n de la alcabala y m?s tarde suspendi? los> salarios de los funcionarios que aguardaban juicio en M?xico, actuaba por convicci?n. A pesar de que su objetivo expreso era conseguir que el gobierno colonial respondiera mejor al control de la metr?poli, no conceb?a los salarios burocr?ticos como alientos a la productividad o incentivos para servir a la corona. Los entend?a como gastos inoportunos sujetos a reducci?n y pocas veces necesitados de aumento.52 Esta miop?a ante el monto

del salario no se limitaba a la burocracia hacendar?a; se

extend?a tambi?n al rengl?n judicial. Por ejemplo, los alcaldes mayores, que deb?an regular el comercio entre los indios de una localidad y los comerciantes for?neos, no ten?an salarios

fijos, pero se enriquec?an de manera rutinaria recibiendo adelantos de los comerciantes que deb?an controlar.53 Tanto la corrupci?n judicial cuanto los fraudes ligados a la admi nistraci?n hacendar?a eran consecuencia, hasta cierto punto, 52 Abundan los pedidos de aumento de salario, pero es dif?cil encon trar un caso que haya obtenido el aumento. El siempre devoto Vicente Venegas, administrador de la alcabala en Valladolid, solicit? un aumento de 350 pesos en 1779, pero G?lvez no lo hab?a autorizado a?n en 1783 a pesar de que exist?a una recomendaci?n de Juan Navarro y Madrid, director general de la alcabala; AGI, M?xico, leg. 2504.

53 Sobre el repartimiento v?ase Hamnett, 1971, pp. 20-22, y Stein, 1981, pp. 2-28.

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de esa mentalidad concentrada en abatir costos, problema

que llegaba a lo profundo de la reforma imperial.

?Acaso el nivel de los salarios burocr?ticos no correspond?an

a la realidad? Sin duda, los bur?cratas eran de esa opini?n.

As?, por ejemplo, Pl?cido Vel?zquez, contador en Zacatecas,, escribi? que su salario de 450 pesos anuales era insuficiente

para mantener a su familia. Vel?zquez dec?a tambi?n que

muchos empleados se dedicaban al comercio, lo que interfer?a con el desarrollo imparcial de sus obligaciones oficiales.64 Si ?sta era la situaci?n en las provincias, debe haber sido peor

en M?xico, a causa del alto costo de la vida. En 1799, tres

altos funcionarios pidieron permiso para usar uniforme en el trabajo, porque as? pod?an evitar ciertos gastos. Su jefe inme diato superior, Agust?n P?rez Quij ano, apoy? ampliamente la solicitud aludiendo espec?ficamente a los "cortos sueldos", y su jefe, Francisco Astigarreta, observ? que los empleados de la corona deb?an vestir como conven?a a las necesidades de sus puestos.55 Este comentario ayuda a comprender la situaci?n

en que se encontraban los bur?cratas del imperio. Aunque el empleado de m?s bajo nivel ten?a un salario mucho m?s alto que el com?n de la poblaci?n novohispana, su situaci?n socio econ?mica puede compararse mejor con la de la ?lite criolla

y peninsular, ya que todos los funcionarios de la alcabala deb?an vivir (o se esperaba que vivieran) como parte de ?sta y, en fin, ejercer autoridad sobre individuos que ten?an ingre 54 Velazquez menciona que su sueldo de 1 000 pesos era apenas ade cuado. Se le acus?, junto con dos guardias, de introducir mercanc?a de contrabando en la ciudad; AGNM, Alcabalas, vol. 387. Socolow, 1979, p. 13, se?ala que los bur?cratas de mediana categor?a pospon?an el ma trimonio hasta que recib?an una promoci?n y aumento de salario.

55 Solicitud de Benito de Cu?llar, Francisco de la Bastida, Rafael

de Tapia a Agust?n P?rez Quijano, 11 de enero de 1799; de Astigarreta a Jos? de Azanza, M?xico, 22 de enero de 1799, AGI, M?xico, leg. 1448.

Priestley, 1916, pp. 290-292, dice que el sueldo del intendente de M?xico era un tercio o la mitad m?s alto que en otra partes de Nueva Espa?a, "para que pudiera presentarse con dignidad ante el virrey", lo que indica que el costo de la vida en la capital era realmente alto.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 251 sos superiores a los suyos.56 Para mantener un nivel de vida respetable en la colonia espa?ola m?s rica, y para garantizar la administraci?n imparcial de los impuestos, no hab?a otra soluci?n que pagar bien a los bur?cratas de la fiscal?a, aspecto fundamental que G?lvez no pod?a entender. Sus sucesores mostraron tambi?n la misma falta de comprensi?n acerca de la situaci?n y el poder en la sociedad colonial. Baste el ejemplo de Jos? Mart?nez de Winthussen, persona con muy buenas relaciones, que al recibir el nombramiento de recau dador en 1819, declin? el nombramiento cuando su futuro

jefe le dijo que pasar?an tres a?os para que pudiera recibir

m?s de los mezquinos cuatrocientos pesos anuales que le correspond?an como funcionario.57 56 Seg?n testimonio registrado en el "Dictamen", Salvador Clavel recibi? en 1766 una carga de cuatro barriles de almendras, pasas de uva y alcaparras para consumo personal. Nadie dud? que se hab?an importado con ese prop?sito, lo que sugiere que el tasador gozaba de un alto nivel

de vida; como se recordar? su salario era de 3 000 pesos al a?o. Se g?n figura en el censo de 1794, el administrador de la alcabala de Quer?taro, Pedro Russi, viv?a en la misma calle de los comerciantes pr?speros y el superintendente de correos. Russi ganaba 2000 pesos al

a?o. El cabo de guardia, en cambio, que ganaba 500 pesos, ten?a por

vecinos en su distrito al cigarrero, al obrero, y al portero de un obraje; "Padr?n de los espa?oles de esta ciudad de.... Quer?taro (1794) ", AGNM, Civil, vol. 2085. Opina Swann>, 1982, p. 374, a base de documentos de Durango, que muchos artesanos se encontraban en el mismo estrato con los bur?cratas de nivel m?s bajo.

57 El voluminoso expediente se encuentra en AGNM, Alcabalas, vol.

185. Winthussen basaba su pedido en los servicios que su padre, ya falle cido, hab?a prestado en la marina y en los que su hermano prestaba en el ej?rcito. Winthussen solicitaba un puesto con el que pudiera man tener a su madre, otro hermano y una hermana. Si ?sto no era posible,

ped?a que se diera de baja al hermano que estaba en el ej?rcito, para

que juntos pudieran iniciar un negocio. Se dio orden, al parecer desde las oficinas del virrey, para dar el puesto a Winthussen, que se concret? el 4 de enero de 1819. Ese mismo d?a, Mariano Quixano Zabala, director

de la alcabala, le dijo que las deducciones para la media anata y la jubilaci?n m?s "los otros gastos de t?tulo" disminuir?an considerablemente su ingreso. Wrinthussen present? su renuncia el 22 de enero de 1819. Tal

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A causa de esta falla conceptual en los reformadores del r?gimen borb?n, los bur?cratas continuaron inmiscuidos en la corrupci?n. Adem?s, una antigua norma administrativa arrastraba a los empleados a sumergirse en las esferas de influencia local. Antes de asumir sus puestos en la burocracia el funcionario deb?a garantizar que no tomar?a el dinero de la corona, entregando, por lo general, una fianza. Mientras m?s alto era el puesto, mayor era la cantidad, de manera que los funcionarios de alta categor?a deb?an conseguir varios fiadores que contribuyeran con parte del dinero. Este requisito

pod?a causar problemas al bur?crata peninsular apenas llegado y sin relaciones, pero no fue ese el caso con Francisco Asti garreta, a cuyo encuentro acudieron cinco de los m?s promi nentes comerciantes de la capital para ofrecerse como fiadores,

no bien el nuevo superintendente del distrito de M?xico lleg?

en 1795. Servando G?mez de la Cortina, Antonio Bassoco, Tom?s Domingo de Hacha, Juan Jos? de Oteiza y V?rtiz e Isidro Icaza contribuyeron con 2 000 pesos cada uno para cubrir la fianza de Astigarreta.58 Arreglos de este tipo no eran

raros en la provincia. Unos diez a?os antes, Tom?s Domingo de Hacha hab?a prestado 500 pesos a un malague?o, nuevo superintendente de la aduana de Acapulco, para que hiciera su viaje desde Espa?a. & Y lo mismo ocurr?a con el superin tendente de Quer?taro (importante centro comercial), que ten?a a dos de los mayores comerciantes como fiadores, y cuyos servicios utiliz? en varias oportunidades para enviar vez Quijano trataba de desilusionar a un empleado que le impon?an sus superiores, pero no hay pruebas de que estuviera exagerando la situaci?n.

El jefe del escuadr?n que trajo a G?lvez a Nueva Espa?a era Francisco Javier de Winthussen; Laurence Palmer Briggy "Miscellaneous notes re garding Spain, the AGI and G?lvez", Sevilla, 1912, carpeta en BLTJC. 58 Copia de una escritura de fianzas, M?xico, 7 de enero de 1795, AGNM, Alcabalas, vol. 262.

50 El bur?crata Bernardo de Herrera y Campo, que muri? en 1788,

qued? a deber 500 pesos a De Hacha, 1 000 a otro prestamista y m?s de 4 000 pesos de sus cuentas al gobierno. Petici?n de Juan Blanco,

M?xico, sin fecha, AGNM, Civil, vol. 1503, exp. 16.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 253

los impuestos de la provincia a la capital.60 Al parecer, a

nadie en Madrid se le ocurri? jam?s excluir a los comerciantes locales del privilegio de ser fiadores de los bur?cratas. En realidad, al establecer en varios miles de pesos la fianza de los funcionarios de alto rango, virtualmente se aseguraba el apoyo de los comerciantes, puesto que s?lo ellos, en realidad,

pod?an y quer?an comprometer su capital de esa manera, a m?s de que la relaci?n entre los bur?cratas de la corona y las personalidades del comercio local eran de mutuo beneficio.

Miguel P?ez de la Cadena, uno de los m?s altos funcionarios

de la alcabala en M?xico durante los decenios de 1770 y

1780, que ganaba 6 000 pesos anuales, lleg? a acumular antes de su muerte, en 1792, una gran fortuna personal, y alguna vez prest? 70 000 pesos a un comerciante de la capital.61 As? pues, los bur?cratas de m?s categor?a no eran extra?os a las transacciones comerciales, y los comerciantes no guardaban resentimientos ante estos colegas de negocio.

Hab?a, en fin, otro recurso que permit?a a los bur?cratas identificarse con los intereses locales. Aunque una ley les

prohib?a casar con mujeres oriundas del lugar en el que prestaban servicio, pod?an conseguir permiso para hacerlo a cambio de cierta cantidad de dinero. Caso t?pico es el de Juan Navarro y Madrid, por mucho tiempo director de la

60 Fiadores de Pedro Russi fueron los comerciantes Francisco Crespo Gil y Juan Antonio del Castillo y Llata; Pedro Russi a Juan Navarro y Madrid, Quer?taro, 17 de mayo de 1806, AGNM, Alcabalas, vol. 383.

?i P?ez, nativo de San L?car de Barrameda, muri? intestado el 14

de mayo de 1792. Como superintendente de la ciudad de M?xico ten?a un salario de 6000 pesos anuales, pero en 1 de enero de 1792 hizo un pr?stamo de 70 500 pesos al 6% de inter?s a Diego G?mez de Barreda, comerciante de la capital y segundo apoderado de los bienes de P?ez, quien ten?a tambi?n 135 000 pesos depositados en la Caja de Bienes de Difuntos. En San L?car, P?ez pose?a tres haciendas y dos casas en Jerez de la Frontera cuyo valor se estimaba en 286,679 reales de vell?n, en censos redimidos. P?ez era soltero, ten?a tres hermanas y dos hermanos; uno viv?a en Madrid y era ministro honorario de la Audiencia de Contra taci?n de C?diz, el otro era alf?rez mayor en San L?car. No hay datos seguros sobre el destino de la fortuna de P?ez ni de cu?ntos parientes le sobrevivieron. AGNM, Acabalas, vol. 276.

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alcabala, que en 1786 recibi? de G?lvez la aprobaci?n a su

solicitud para casar con la mexicana Mar?a Josefa del Rey y Rey,62 cuyo padre era un juez criollo de alto rango. Esi de

observar de qu? forma esta familia ech? ra?ces firmes en Nueva

Espa?a.63 Nativo de M?lez (M?laga), Navarro sirvi? por breve tiempo en el Per? como asistente de Jos? Antonio de Areche,

miembro prominente del grupo de G?lvez, antes de tomar el puesto de superintendente en la alcabala de M?xico en 1780.

A pesar del reglamento de 1775, que prohib?a a los parientes trabajar en la misma oficina, Navarro ayud? a su sobrino, espa?ol de nacimiento, a ascender varios puestos durante su administraci?n. Este sobrino, Rafael de Torres, lleg? a ser contador principal en el Tribunal de Cuentas, cuerpo que, por feliz coincidencia, interven?a en los dominios de su t?o.

Otro sobrino de Navarro, tambi?n malague?o, Juan Jos? de

Torres, trabajaba en la tesorer?a de Acapulco. El hermano soltero del director, un ex soldado, ten?a una hacienda en Texcoco y era funcionario del lugar. Tambi?n el cu?ado de Navarro, Agust?n del Rey y Rey, y su hijo, Juan Navarro

y Rey, hicieron carrera en la burocracia hacendar?a de Nueva Espa?a. Ninguna de estas relaciones familiares se mencion? jam?s en los archivos administrativos. ** Sin tomar en cuenta 62 F?lix del Rey y Boza y Juan Navarro y Madrid al Sr. Conde de "G?lvez, M?xico 28 de junio de 1786; el Conde de G?lvez al Marqu?s de Sonora, M?xico, 30 de junio de 1786* AGI, M?xico, leg. 1420, no. 733.

Rey era habanero; con el tiempo lleg? al Consejo de Su Majestad y a Provisto Oidor de la Real Audiencia de M?xico. Testamento de Juan

Navarro y Madrid, ANM, ante Jos? Antonio Burillo, 6 de noviembre de 1800. Otras actas de matrimonio de bur?cratas se encuentran en AGNM,

Montep?o.

63 V?ase Brading, 1971, especialmente pp. 311-312, sobre matrimonios -de bur?cratas con criollas hijas de due?os de minas.

64 AGI, Indiferente General, leg. 177; AGNM, Aduanas, vols. 213 y 223; ANM, Burillo, 31 de octubre y 6 de noviembre de 1800; AJ, leg.

171; AGNM, Aduanas, vols. 27 y 47; AGNM, Alcabalas, vols. 504, 591, 613.

A diferencia de las hojas de servicio militar, en las que consta el lugar de nacimiento, las de la alcabala registran s?lo edad y estado civil. El lugar de nacimiento figura s?lo en los pedidos para llenar vacantes, <\ue no son frecuentes. As? pues, es necesario investigar minuciosamente

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 255 esta omisi?n, las conexiones Navarro-Rey-Torres y Alarc?n Guiti?n sugieren que los lazos familiares eran m?s impor tantes que el lugar de nacimiento, hecho que puede con siderarse como variable generacional. En c?rculos pol?ticos y de parentesco tan estrechos, ayudar al ascenso de los miembros de la familia ten?a m?s peso que distinguir entre peninsulares y criollos, y, quiz? era m?s importante que cuidar los intereses de la corona. As? pues, como se?alan algunas investigaciones actuales (la de Doris Ladd, por ejem plo) , la dicotom?a entre peninsular y criollo no es siempre el mejor recurso para analizar la sociedad colonial.65 Pero es necesario investigar mucho sobre la burocracia fiscal antes de que pueda afirmarse que estaba dirigida desde el exterior hasta poco antes de que comenzaran las guerras de indepen dencia. Juan Navarro y Madrid muri? en la ciudad de M?xico el 5 de octubre de 1809, rodeado de sus hijos, sobrinos y parientes pol?ticos, despu?s de haber acumulado una fortuna a lo largo de treinta a?os. Espa?a era su patria, pero con la ayuda de G?lvez hab?a echado ra?ces firmes en tierra novo hispana.66 CONCLUSIONES: PRIESTLEY Y EL LEGADO PROGRESISTA

De todo lo dicho arriba se desprende una visi?n diferente

de la "revoluci?n dentro del gobierno'' promovida por los

Borbones.67 En primer lugar, es evidente que los esfuerzos,

en fuentes como archivos parroquiales o documentos notariales para reunir las historias familiares.

65 Ladd, 1976; Anna, 1978, especialmente pp. 9-34.

66 La muerte de Navarro est? registrada en APS, "Libros de difuntos, espa?oles". Algunos personajes como Domingo Lardiz?bal vivieron en

Nueva Espa?a mucho tiempo m?s que Navarro, quien estuvo aqu?

treinta a?os. As? pues, a pesar de la pol?tica expresa de permutar a los funcionarios por todo el Imperio, los bur?cratas que ten?an cargos altos no salieron de Nueva Espa?a para trabajar en otras partes. ?7 Quiz? sea necesario advertir que el an?lisis de Brading est? basadc* sobre todo en documentos ?conservados en Sevilla? que se refieren espe

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de G?lvez por hacer cumplir la reforma no tuvieron los resul tados esperados, no tanto por la intervenci?n de otros cuanto por su limitada visi?n de lo que era la administraci?n imperial.

Es cierto que durante su visita se formularon notables pro

yectos para reorganizar la burocracia fiscal, pero muchas propuestas nunca llegaron a la pr?ctica. Tal es el caso del

reglamento contra el nepotismo de 1775, que con frecuencia ignoraban precisamente los protegidos de G?lvez, quien aun que a veces pudo resolver el problema de la estrecha vincu laci?n burocr?tica con los intereses de la colonia, poco hizo para prevenirla. En suma, G?lvez no hizo tanto por cambiar el sistema administrativo cuanto por extenderlo y usarlo en beneficio de sus favoritos. Si tenemos en cuenta la liga de

malague?os que ocup? los puestos m?s altos en el decenio

de 1780, podemos entender la visita como un simple conflicto sobre cuestiones de personal. Y si adem?s tenemos en cuenta

la c?moda relaci?n que hab?a entre los funcionarios de la alcabala y los comerciantes de nota, es dif?cil afirmar cate g?ricamente que la "revoluci?n dentro del gobierno,, acab? con la influencia de la ?lite colonial. Si G?lvez hubiera hecho

permutar a sus protegidos por todo el imperio; si hubiera hecho cumplir la prohibici?n de casar con nativas; si hubiera tenido en cuenta el alto costo de la vida en M?xico, habr?a articulado un sistema administrativo eficiente, aunque pro clive al favoritismo, menos sometido a las influencias locales.

Un reformador verdaderamente pr?ctico hubiera procurado asegurar la lealtad de los bur?cratas con buenos salarios a?n a costo de aumentar el gasto corriente. Esta innovaci?n sen cilla pudo haber reducido la corrupci?n y, con el tiempo, la corona hubiera conseguido mucho m?s que lo que obtuvo de la prosperidad de M?xico a fines del siglo xvm.

Cabe preguntarse por qu? la mayor?a de los historiadores presentan a G?lvez como buen reformador, confundiendo as? cialmente a los estratos m?s altos de la burocracia Del material que se

encuentra en M?xico sobre los niveles inferiores de la burocracia se extrae

un panorama diferente.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 257 sus intenciones con sus logros.68 La respuesta est?, en parte,

en la influencia que ha tenido Herbert I. Priestley en la

historiograf?a de la reforma borb?nica. La figura de "refor mador ilustrado", que ?l acu?? de G?lvez, se ha incorporado, de manera consciente o inconsciente, a la investigaci?n pos terior y por ello es in?til acercarse brevemente a su inter pretaci?n del G?lvez reformador.

Priestley naci? en Fairfield, Michigan, pero creci? cerca

de Los ?ngeles. Se gradu? en la Universidad del Sur de California; al siguiente a?o fue maestro en la Academia

Militar de Los ?ngeles. M?s tarde, su mujer y ?l trabajaron como maestros de ingl?s en las Filipinas. De regreso a Los ?ngeles, fue, durante ocho a?os, maestro y supervisor en tres escuelas cercanas a la ciudad. En ese periodo ocup? el puesto de alcalde en la peque?a ciudad de Wilmington.6? Tal vez no haya sido pura coincidencia el movimiento en pro del "buen gobierno" municipal que surgi? en Los ?ngeles hacia 1906.

En la siguiente d?cada, la "corrupci?n gubernamental" fue tema constante de la pol?tica estatal. Los progresistas califor nianos en especial, muchos de los cuales eran o hab?an sido republicanos, insist?an en la necesidad de una "administraci?n gubernamental eficiente".70 No hay pruebas contundentes de que Priestley, republicano de por vida, haya sido progresista 68 Archer, 1977 y Lewis, 1975, presentan una evaluaci?n menos posi

tiva de G?lvez.

?9 Datos biogr?ficos de Priestley se encuentran en Constance, 1978, y en el homenaje que organizaron Lawrence Kinnaird, Frederic L. Paxson y Lesley Byrd Simpson, 1944, a?adido a Priestley, 1913-1941, BLUC. A la muerte de Priestley el 10 de febrero de 1944, aparecieron obituarios en Hispanic American Historical Review, American Historical Review, New York Times, y en la mayor?a de los peri?dicos de San Francisco y Berkeley.

Datos adicionales se obtuvieron en una entrevista con Elizabeth Priestley Morby, en Berkeley el 5 y 9 de febrero de 1982. Lamentablemente, aparte de las transcripciones de cartas que Priestley escribi? a sus familiares entre 1901 y 1904 y del diario in?dito de su madre que corresponde a esos mismos a?os, no existen documentos suficientes sobre su vida privada.

70 Sobre el ambiente pol?tico en general y sobre los esfuerzos del gobernador Hiram Johnson para conseguir eficiencia en la administraci?n, pueden consultarse Mowry, 1951 y Olin, 1968.

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activo, pero su epistolario de 1901 a 1904 revela una temprana admiraci?n por Teodoro Roosevelt, cierto sentimiento anti ferrocarrilero y una visi?n imperialista de los acontecimientos

mundiales, muy de acuerdo con el punto de vista progre sista.71

En 1912, a los treinta y siete a?os, Priestley ingres? como curador asistente en la Biblioteca Bancroft, y comenz? sus estudios de doctorado en filosof?a e historia. Herbert Eugene Bolton, su mentor, ten?a una carrera acad?mica sobresaliente.

Antes de dedicarse al estudio de Am?rica hisp?nica y de la frontera, hab?a estudiado historia de Estados Unidos con Frederick Jackson Turner en la Universidad de Wisconsin.

Hac?a tiempo que los historiadores angloamericanos hab?an se?alado a Turner como el m?s progresista de los acad?micos estadunidenses. Bolton, de quien el decano del departamento

de historia de Berkeley hab?a dicho que era uno de los

"alumnos de Turner con m?s futuro", lleg? a esa universidad en 1911; Priestley se convirti? en uno de sus primeros disc? pulos.72 Refleja el an?lisis contempor?neo del pasado de Esta dos Unidos, el que Priestley haya estudiado sobre todo reforma

pol?tica, y que, en el momento de describir la oposici?n que tuvo que enfrentar G?lvez la haya calificado de "obstaculi zados" con "intereses creados". El trabajo y las obligaciones familiares no permitieron a Priestley realizar las investiga ciones para su tesis en Espa?a, por lo que tuvo que basarse 71 Herbert I. Priestley a Sarah Parker Priestley Wright, Nueva C?ceres, Filipinas, 5 de julio de 1903 y 20 de marzo de 1904 (transcripci?n de las cartas en poder de la se?ora Morby). El documento sobre Roosevelt y los ferrocarriles es de naturaleza circunstancial. Sin embargo, en su correspondencia y en los trabajos que public? se percibe un sentimiento muy parecido al de los progresistas tal y como los describen Leuchtenburg, 1952, pp. 483-504, y Noble, 1951, pp. 387-402.

72 V?ase Bannon, 1978, especialmente pp. 21 y 75, y, aunque menos ?til, Jacobs et al., 1965. Para la influencia del progresismo en la histo riograf?a de Estados Unidos v?anse Hofstadter, 1968, y Crowe, 1966.

Croly, 1912, es un ejemplo del tipo de trabajo contempor?neo sobre historia de Norteam?rica, que pudo haber servido de modelo a Priestley para su biograf?a de G?lvez.

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COSTUMBRES VIEJAS, "HOMBRES NUEVOS" 259

en transcripciones de documentos espa?oles donados a la Bancroft en 1912 por un alumno graduado. Depender del

material reunido por otra persona no era raro en ese tiempo,

pero, sin duda, esa circunstancia acentu? en Priestley la tendencia a interpretar la reforma borb?nica con una base

progresista.73

Es evidente, por ?ltimo, que Priestley sigui? usando el l?xico del progresismo a lo largo de su carrera. En una trans

misi?n radiof?nica de 1936, titulada "El Nuevo Trato en M?xico", el entrevistador resumi? la opini?n de Priestley sobre el gobierno de L?zaro C?rdenas en estos t?rminos: Es un cambio fundamental en el esp?ritu y la eficacia del gobierno... Una de las tareas m?s duras del nuevo r?gimen ha sido extirpar a los malos pol?ticos de la vieja escuela. Al parecer, C?rdenas ha comprendido lo delicado de esta situaci?n y ha traba

jado despacio pero con firmeza, colocando hombres honestos en puestos claves y tomando el control de la econom?a nacional.74

Unos diez meses antes, en una transmisi?n similar, Pries

tley dijo del emperador et?ope Haile Selassie que era "un gobernante inspirado, que trabajaba sinceramente por mejorar su pa?s".75 Sin duda, los esfuerzos de los reformadores Bor 73 Elizabeth Priestley Morby, en su entrevista del 9 de febrero, dice que Priestley no visit? Espa?a sino hasta 1930. Lawrence Palmer Briggs era alumno de estudios superiores en Berkeley e hizo investigaciones en Europa en 1911 y 1912; sus notas y transcripciones se donaron luego a la Biblioteca Bancroft. Briggs no regres? a California; v?ase Briggs, "Misce llaneous notes regarding Spain, The AGI and G?lvez", Sevilla, 1912,

carpeta en BLUC. En entrevista telef?nica del 17 de marzo de 1982,

Lillian E. Fisher subraya que los especialistas en las primeras d?cadas de este siglo se aten?an por rutina a las transcripciones hechas por escri bientes de archivos a quienes se contrataba.

74 University of California Radio Service, "The New Deal in Mexico", Broadcast No. 1696, University Explorer No. 129, 19 de julio de 1936, p. 2, BLUC. [Transcripci?n del programa].

75 University of California Radio Services, "Why Ethiopia cant't be left alone", Broadcast No. 1441, University Explorer No. 91, 3 de sep tiembre de 1935, p. 2, BLUC, [Transcripci?n del programa].

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260 LINDA K. SALVUCCI

bones eran mas susceptibles de interpretarse desd de vista progresista que las medidas tomadas por o por Haile Selassie. Probablemente pocos sean los c

historiografia en que los acontecimientos e ide

la epoca estudiada coincidan tanto en el pensamien

epoca en que se realiza el estudio. Esto explic

la imagen positiva que Priestley forj6 del reforma

no explica la constante fascinaci6n por los hom

vos en vez de las costumbres viejas.

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EL ESTILO PORFIRIANO: DEPORTES Y DIVERSIONES

DE FIN DE SIGLO

William Beezley North Carolina State University Entre 1888 y 1905, especialmente en el decenio de 1890, la dictadura porfiriana se encuentra en su apogeo. Hacia 1888

D?az hab?a puesto en orden su gobierno. El ?xito de los esfuerzos de su r?gimen se ve?a por todas partes en los ?ltimos

diez a?os del siglo: el ej?rcito, apoyado por la caballer?a

de los Estados Unidos, hab?a conseguido dominar la amenaza apache; los rurales daban fin al bandolerismo; el ferrocarril comunicaba todo el pa?s; el tel?grafo llegaba a todas partes. La inversi?n extranjera corri? a M?xico, porque, casi con segu ridad, era el pa?s en turno camino a la modernizaci?n, que ofrec?a ganancias inmediatas a quien tuviera audacia suficiente

para invertir. Los porfiristas un?an todo con una laxa ideo log?a a base de positivismo compteano con toques de cato licismo o anticlericalismo, de indianismo o anti-indianismo y con dosis m?s o menos grandes, m?s o menos peque?as de la fe liberal en la eficacia de la propiedad.

Hacia 1890 D?az hab?a encontrado la soluci?n para los

problemas fundamentales de M?xico, y hab?a dado forma a la estabilidad pol?tica del pa?s. El a?o en que tom? el poder (1876), el New York Herald inform? azorado: "Noticias reci

bidas de M?xico son algo sorprendentes porque se?alan que no hubo cambio de gobierno durante seis semanas".1 Hasta 1890 el gobierno cambi? de manos una vez, cuando Porfirio D?az se retir? en el periodo 1880-1884; a su regreso, i 22 de diciembre de 1876, citado por Roberts, 1974. V?anse las expli caciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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266

WILLIAM BEEZLEY

no hubo cambios hasta que los revolucionarios lo forzaron al exilio en 1911.

D?az solucion? las eternas disputas de M?xico con poderes extranjeros. Casi a diario el pa?s parec?a adquirir un toque

de occidentalismo. Los programas de los l?deres liberales mexi canos parec?an haberse hecho realidad hacia 1895. En ning?n otro nivel se sent?a m?s el triunfo del Estado que en el t?rmino

de la amarga lucha que hab?a tenido con la Iglesia, de la

que hab?a surgido como vencedor indiscutible. S?mbolo de las

buenas relaciones entre ambos, y se?al de que el conflicto hab?a llegado a su fin, fue la coronaci?n de la Virgen de

Guadalupe ?el 12 de octubre de 1895?, que no hubiera tenido lugar sin el permiso del Papa y sin la aquiescencia ele don Porfirio.2

Muchos mexicanos creyeron que el pa?s hab?a alcanzado el ?xito en 1890. Con nueva confianza, los mexicanos se aci calaron para enfrentar al p?blico internacional; a base de la tranquilidad pol?tica y del ?xito econ?mico, adoptaron, con renovada satisfacci?n, nuevas actitudes. Esta postura no se sus tentaba en una ideolog?a pol?tica o en una filosof?a econ?mica;

m?s bien se hallaba en un sentimiento popular, vago, pero profundo, basado en lo que algunos mexicanos pensaban del pa?s y de su futuro. Esta actitud y esta manera de pensar puede definirse mejor como ''persuasi?n". En cierta forma, esa reacci?n popular era apenas algo m?s que una man?a, que se extendi? por la naci?n hacia 1888, se desvaneci? con la depresi?n de 1905, y desapareci? con el estallido de la revoluci?n en 1910.

M?s que en la pol?tica y en la econom?a, en donde se observaba el mismo entusiasmo, esa persuasi?n pod?a verse mejor en el auge de los deportes y entrenamientos, porque los mexicanos escog?an claramente y sin ambig?edades sus diver

siones. El deseo impulsaba a la gente a andar en bicicleta,

asistir a carreras de caballos, hacerse socio de un club atl?tico; 2 Coffin, 1898; The Mexican Herald, 13 oct. 1895.

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no exist?a all? la compulsi?n que dictaba la necesidad de sobrevivir impl?cita, al menos, en la econom?a y la pol?tica.

La influencia, cada vez mayor, de la comunidad extranjera en M?xico se reflejaba en el aumento de las actividades depor tivas. Los extranjeros se hallaban como en su casa, y con esta actitud demostraban la seguridad que sent?an en el pa?s del

dictador. Hacia 1890, varios grupos hab?an establecido en clubes y casinos sus centros de actividad.8 Los alemanes empe

zaron muy pronto a destilar cerveza Vogel en Puebla. Las

ventas fueron tan buenas, que los propietarios pidieron desde Saint Louis vagones cargados de cerveza para la clientela. En poco tiempo, la cervecer?a abri? el jard?n Tivoli, que onec?a a la sociedad lugare?a conciertos vespertinos, juego de billar, de bolos4 y otras diversiones.

Como los espa?oles quer?an disfrutar de las recreaciones de su terru?o, reunieron dinero para construir un front?n de jai-alai. El edificio contaba con la cancha reglamentaria, sal?n de tertulia, cafeter?a, grader?a y espacio adicional para aco modar a 1 500 espectadores, un lugar para la banda militar cedida por el presidente, sanitarios y, naturalmente, un sitio para las apuestas, en donde los asistentes pod?an ganar dinero o perder el que llevaban. Los campeones nacionales de Espa?a llegaron a M?xico en diciembre de 1895 para inaugurar el front?n. El equipo azul y el rojo dieron una serie de exhibi ciones para el p?blico aficionado, entre el que se encontraban algunos miembros del gabinete. D?az no asisti? porque, dec?a en las disculpas que envi?, se encontraba a?n de luto por la muerte del general Manuel Gonz?lez.5 Diversos grupos de extranjeros practicaban, hacia 1890, s Bishop, 1883.

4 The Mexican Herald, 20 nov., 9 die. 1892. La destiler?a Germania

fabricaba la cerveza Vogel. El Herald, publicaba semanalmente una

secci?n sobre los deportes en Puebla.

5 El front?n se halla frente a lo que ahora es el monumento a la

Revoluci?n; en esa ?poca estaban cerca la estatua de Cuauhtemoc y el

Caf? Col?n (v?ase The Mexican Herald, 10 nov., 12, 15, 26 y 30 die.

1895).

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sus deportes favoritos. En Pachuca, los mineros cornish o nizaban competencias de lucha vern?cula y sus primos ingl

jugaban f?tbol, que se hab?a convertido en el deporte

masas m?s importante. Muchos ingleses asist?an tambi?n los partidos de cricket en el Reforma Athletic Club, y hab formado un equipo de rugby para retar al del Rugby Un Football Club de Pachuca, el cual, seg?n proclamaba, esta dispuesto a viajar a cualquier parte de la rep?blica para ju un partido. Otros equipos surgieron en Monterrey en Ciu Porfirio D?az.* Mexicanos acomodados que asist?an a e espect?culos organizaron su propio Club Atl?tico, para ju cricket primero y luego b?isbol contra equipos extranjero Los escoceses se divert?an con su h?roe de la guerra de

Boers, Duncan C. Ross, quien, en lucha individual, u

espada corta, lanzas y otras armas. Ross recorri? el camin

Monterrey a M?xico present?ndose en exhibiciones de atletism

y de combate; particip? en duelos y ludias, y se ofrec competir en la capital con quien quisiera enfrent?rsele.

escoceses y muchos residentes de la ciudad acud?an en multit

a verle.7

Tambi?n los yanquis practicaban sus deportes favoritos en el M?xico porfiriano. En Churubusco fundaron un Country

Club que ten?a campo de golf, canchas de tenis, una sala para teatro, bailes y conciertos, y alojamiento para los viajeros.

Otros norteamericanos fundaron el Reforma Country Club que contaba con canchas de tenis, b?isbol, cricket y espacio

para deportes de pista, actividades en las que participaban extranjeros y mexicanos por igual. Tambi?n fundaron el Monterrey Gymnastic Club para quienes se interesaban en el juego de malabarismo con mazas, de origen ind?gena, cultura f?sica, boxeo, lucha, deportes de pista o b?isbol.8

Algunos extranjeros abrieron clubes en donde, mediante

* En la actualidad Piedras Negras, Coahuila. (N. del E.) 6 The Mexican Herald, 13, 17, 19, 30 sept., 6 oct. y 4 nov. 1895.

7 The Mexican Herald, 3, 9, 16, 20, 28 die. 1895.

8 Conkling, 1883, p. 72; Barton, 1911, p. 61; The Mexican Herald, 2, 14, 28 oct., 9, 23 die. 1895.

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paga, el p?blico recib?a adiestramiento e instrucci?n en atle tismo. Jimy Carroll era due?o y administrador del Mexican

National Athletic Club. Ten?a un cuerpo de instructores ?en el que ?l mismo participaba ense?ando pugilismo? m?s tres maestros de boxeo y uno de pesas. Su rival era el Ame rican Olympic Club administrado por el campe?n de box Billy A. Clarke,v quien ense?aba boxeo y gimnasia a j?venes aficionados extranjeros y mexicanos. H. T. Roberts alquilaba

ropa y equipo en su Bicycle Riding School, situado en el

Paseo de la Reforma, a quienes se interesaban en sus aparatos.9

El auge en los deportes muestra, por un lado, que las

diversiones importadas se aceptaron ampliamente en M?xico, por otro, que los extranjeros se sent?an muy c?modos en esos a?os del r?gimen porfiriano.

Tambi?n hubo influencia en las diversiones tradicionales,

como el teatro, por ejemplo, que era blanco de la cr?tica extranjera. All? comenzaron a presentarse grupos de espa?oles, ingleses, franceses y norteamericanos. En 1880 empez? la tem

porada regular de ?pera con artistas extranjeros. La actividad teatral lleg? a su c?spide en 1887, a?o en el que la mundial mente c?lebre Sarah Bernhardt incluy? a M?xico en su gira por Occidente. En el mes de febrero se present? diez veces en el papel de Teodora y recibi? 260 000 francos de un p?blico entusiasmado que pag? el equivalente a cuatro d?lares para verla actuar. Aunque los mexicanos recib?an bien a los artistas extranjeros, no perdieron el h?bito de usar sombrero y fumar

durante las funciones. Como era costumbre, los boletos se vend?an para cada acto de ?pera u obra teatral.10 La ?lite mexicana adopt? el estilo de las recreaciones de la alta sociedad norteamericana e inglesa. El Lakeside Sailing Club, cuyo grupo internacional de miembros inclu?a a los. mexicanos, organizaba regatas en el lago de Chalco y en Xochi 9 The Mexican Herald, 23, 25 sept., 6 oct. 1895.

io Richardson, 1977, pp. 117-118; Bates,1887, pp. 45-46. Sobre el

teatro mexicano y su cr?tica v?ase Kirkham, 1909, pp. 44-45; Bancroft, 1888, T. 6, pp. 624-625; Flandrau, 1964, pp. 3-4, 221, The Mexican Herald.

17, 24 nov., 20 die. 1895.

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milco, y, por lo menos una vez, viaj? a Veracruz para naveg con el club de yates de esa ciudad. Este mismo club compet

a menudo con el equipo de remo de la Escuela Nacion

Militar.

El patinaje sobre ruedas era popular?simo en la sociedad

mexicana.11 El Cabildo de la ciudad permiti? en 1895 la construcci?n de una pista de madera en la Alameda. Los mexicanos alquilaban patines y se deslizaban por la pista

decorada con escenas invernales; asist?an adem?s a carreras, ?n las que la habilidad de los patinadores mexicanos compet?a con la de los extranjeros. Los espectadores simpatizaban, sin duda, con el corredor que ca?a e iba a parar al hospital para que le quitaran las astillas.12 Los torneos navide?os de polo

contaban tambi?n con la participaci?n de caballeros por firianos.13

Esa sensaci?n de compartir las mismas actividades y estilos de la burgues?a internacional, que llamo estilo porfiriano de persuadir, descubre la cualidad imitativa del mexicano que

Samuel Ramos analiz? de manera brillante en su libro El

perfil del hombre y la cultura en M?xico.14 Cuando los mexi canos sintieron que su pa?s entraba a pasos agigantados en la modernidad, se apresuraron a adoptar los estilos, maneras y

diversiones de otras naciones avanzadas de Occidente. Al

observar esta reacci?n nos damos cuenta de que desempe?? un papel importante en el impulso que se dio a las carreras de caballos, en la forma de considerar las corridas! de toros y en la fascinaci?n por andar en bicicleta.

Las carreras de caballos tienen en M?xico una larga histo ria. La tradici?n cuenta sus or?genes desde el desembarco de Cort?s en Veracruz en 1519, porque, para impresionar a los mensajeros de Moctezuma, orden? a varios jinetes correr en il INKERSLEY, 1894, pp. 302-308; The Mexican Herald, 16, 29 sept., 4 nov., 27 die. 1895.

12 The Mexican Herald, 10 oct., 1, 6 nov., 15, 18, 24, 27, 31 die ?895.

13 Macmahan, 1897, pp. 593-596.

14 Ramos, 1962, pp. 15-14.

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parejas a lo largo de la playa. Las carreras continuaron durante

la colonia, aunque siempre de manera informal, ya que los due?os corr?an sus bestias para ganar un premio. La llegada

de los diplom?ticos brit?nicos y norteamericanos despu?s de la independencia hizo de las carreras un deporte m?s formal. Los

brit?nicos insist?an en conservar su estilo, que ped?a pistas circulares, clubes y registro geneal?gico de los caballos. Du

rante el decenio de 1840, se organizaron clubes para que

hubieran carreras regularmente. Las pistas eran cortas (de 3 000 a 4 500 metros), porque se cre?a que los caballos no pod?an resistir distancias mayores a una altura de 2 4001 metros.10

Las carreras de caballos eran por los a?os de 1890, la recreaci?n de m?s atractivo en M?xico. El Jockey Club, que

ten?a su sede en la Casa de los Azulejos, era el centro de reuni?n de la sociedad masculina de la ?poca. Mexicanos y extranjeros frecuentaban el Pi??n Turf Exchange en donde los aficionados cambiaban informaci?n sobre los animales, colocaban apuestas, organizaban y planeaban nuevas carreras.

El lugar serv?a tambi?n de club, ya; que contaba con salones de lectura, y venta de bebidas y tabaco para la concurrencia.

Los criadores de caballos patrocinaban a menudo carreras en el hip?dromo de Peralvillo.16 Otras carreras se organizaron en 1895. Por esas fechas, el coronel R. C. Pate fund? la Robert C. Pate Racing Associa tion, compr? terrenos y construy? el hip?dromo suburbano de Indianilla, en la carretera de La Piedad. La pista era un ?valo de casi dos kil?metros y medio, con veinte metros de ancho, espacioso estadio y ?reas verdes para las se?oras y caballeros que asist?an a las carreras. Caracter?stica de India nilla era el equipo de importaci?n que permit?a apostar al 15 ALVAREZ DEL VILLAR, 1970, p. 21; MUHLENPFORDT, 1969, T. 1, pp.

312-313.

i? Matt W. Ranson Collection, Southern Historical Collection, Uni versity of North Carolina, Box 39, file 465, E.C. Butler a M.W. Ranson^ 17 jun. 1895; Gillpatrick, 1911, p. 284; The Mexican Herald, 1, 4, 10.

11, 17 nov., 12 die. 1895.

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estilo parisino, el cual se?alaba autom?ticamente al favorito a base de las apuestas que se hab?an hecho. M?s de setenta y cinco caballos de Estados Unidos y alrededor de veinticinco de M?xico se reunieron para una justa que dur? dos meses.

El hip?dromo de Pate entusiasmaba mucho al p?blico, porque compet?an en ?l caballos mexicanos de poca alzada con los pura sangre de Texas y Kentucky.17 Las carreras de caballos eran acontecimientos sociales. El d?a de la inauguraci?n se reunieron en Indianilla cuatro mil

personas entre las que se encontraban loa arist?cratas mexicanos

y la colonia de habla inglesa, quienes se entreten?an en los intervalos escuchando la banda personal del presidente, el famoso Octavo Regimiento. El gobernador del Distrito Fede ral, Pedro Rinc?n Gallardo; el general Jos? Mena, ministro de Obras P?blicas; Jos? Limantour, ministro de Hacienda;

varios miembros del congreso y las damas notables de l

ciudad asist?an regularmente a las carreras. Aunque, como dije arriba, el presidente y su esposa estuvieron de luto oficial casi dos meses, la presencia de la banda advert?a de su inter?s.

Muestran estos datos lo que las carreras de caballos signi ficaba para la sociedad. En ocasiones como ?stas las damas concurr?an vestidas con atuendos de ?ltima moda, af?n de exhibici?n que sugiri? a Pate extender el espacio cubierto de c?sped frente a las grader?as. Pero, lo que es m?s significativo,

las carreras daban oportunidad a los varones mexicanos y extranjeros para demostrar su audacia ante el riesgo. Para muchos, el riesgo se hallaba en aquellas carreras en las que participaban los propietarios de caballos. En Indianilla, el deportista favorito de M?xico, Joaqu?n Amor, cay? de cabeza cuando lo tir? el caballo, y recibi? heridas tan serias, que los espectadores lo dieron por muerto. Pero la mayor?a parti cipaba s?lo como espectador, de modo que mostraba su valor, indiferencia ante el resultado de las apuestas y estoicismo ante lo que le deparaba la fortuna, apostando grandes sumas.

Cualquier tipo de juego, y las carreras en especial, eran esce 17 The Mexican Herald, 2, 6, 15, 16 oct., 16 nov. 1895.

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nario para ostentar aquellos que se consideraban rasgos del verdadero mexicano. ?stos coincid?an generalmente con valores y actitudes de ingleses y norteamericanos, entre quienes hab?a

hombres de negocios testarudos que apostaban m?s de lo que la cordura aconsejaba, y perd?an o ganaban sin preocuparse demasiado por las consecuencias.18 A m?s del consumismo descarado, de la exhibici?n osten tosa ?tan decisiva en una sociedad capitalista en ciernes?, del deseo manifiesto de arriesgarse en el juego, los espectadores compart?an la "emoci?n" de las carreras, cuyo inter?s aumen taba con una fuerte apuesta a alg?n caballo. Los soci?logos Norbert Elias y Eric Dunning dicen en su estudio19 que el auge de los deportes en Estados Unidos y Europa Occidental es consecuencia de la b?squeda de ". . .emoci?n en sociedades ap?ticas". Antes de la era porfiriana hab?a carreras de caballos,

charreadas y corridas de toros. Pero la corrida era un ritual, la charreada se origin? como entretenimiento relacionado con el trabajo, y no hab?a organizaci?n en las carreras. El ri tual, la diversi?n, la exhibici?n son parte, pero no el atributo m?s importante del deporte moderno. Elias y Dunning opinan que el ansia de emoci?n no se hace evidente en comunidades marginadas, asentamientos espont?neos y sociedades sin leyes.

La emoci?n de constantes golpes de estado, intervenciones extranjeras y conflictos religiosos, no hac?a de M?xico el lugar

adecuado para aumentar los deportes o disfrutar de ellos, hasta que se asent? el sistema porfiriano. La paz conseguida por el dictador amain? la lucha por la sobrevivencia y el ?xito hasta el punto en que la, sociedad busc? la emoci?n en los? riesgos del deporte.

La corrida de toros, parte de la herencia espa?ola, lleg?

a M?xico en el siglo xvi. Durante los trescientos a?os de vida colonial evolucion? hasta tener las caracter?sticas que el espec tador actual conoce. Suertes de diverso tipo, como ensartar 18 Sobre las carreras de caballos y el juego en Virginia colonial,

v?ase Breen, 1974, pp. 239-257; The Mexican Herald, 11, 17, 20 nov..

2, 9 die. 1895.

w Elias y Dunning, 1978, pp. 3-51.

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el anillo, perseguir de cerca al toro, trepar el palo encebado para alcanzar el cerdo, la participaci?n de espont?neos, hab?an desaparecido de los ruedos en los a?os de la independencia.20 Surgieron entonces las reglas y etiqueta de la corrida, la cual se convirti? en un ritual que simbolizaba los valores de la cultura mexicana.

En el siglo xix, los actores principales de la corrida eran el toro, el "presidente" #, el matador, los picadores y los bande rilleros. El drama se desarrollaba, b?sicamente, en tres escenas:

se colocaban las banderillas para embravecer al toro, se les picaba en la parte superior del lomo para debilitarlo. Luego de observar la forma en que el animal mov?a los cuernos y su reacci?n ante las picas y banderillas, el torero entraba a matar

de una sola estocada, si le era posible. Despu?s de 1830 se a?adieron los riesgosos pases de muleta que llevan al toro

a pocos cent?metros del cuerpo del torero, suerte que puede considerarse algo as? como el ballet de la corrida. Durante el Porfiriato, un asistente que recib?a el nombre de cholo o capa, entraba al ruedo antes que el torero, y mov?a ante el toro un trapo de colores, casi siempre atado a una garrocha, hasta extenuarlo. Entraba entonces el matador para dar la

estocada final (esta ?ltima escena se denominaba "la espa

?ada") .21 Matar al toro con gracia era la esencia de la corrida, no el ballet entre animal y muleta.

El turista o espectador circunstancial ve?an s?lo arena y

sangre, los anglosajones ve?an todo con horror, pero los

aficionados sab?an que el espect?culo estaba controlado, orques tado en verdad, por una persona, el "presidente" de la corrida que por lo general era un servidor p?blico (D?az lo hizo alguna

vez). S?lo el juez permit?a la entrada del toro, se?alaba el cambio de tercios, el momento de matar y premiaba al torero, si lo merec?a, con una o dos orejas del toro y hasta con el rabo 20 Guarner, 1979, pp. 31-34; Leonard, 1959, pp. 14-17.

* En la actualidad se le llama "Juez de plaza" o "autoridad" (N.

del E.)

21 Zurich Jr. y Meadow, 1981, pp. 654-668; Conkling, 1891, pp.

125-126.

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quiz?s No hab?a premio para el que dejaba ir vivo al toro o hab?a hecho la faena con torpeza. En ocasiones, el "presidente"

indultaba al toro, cuando el animal mostraba resistencia y bravura que superaba la actuaci?n de los hombres. Ning?n premio o recompensa recib?an en estas fiestas los banderilleros

y picadores.22 Durante el siglo xrx, la corrida fue met?fora de la sociedad mexicana. El "presidente" representaba al caudillo, cacique

o patr?n que reg?a las actividades de todos y se?alaba el

ritmo del quehacer diario. S?lo en una sociedad paternalista pod?a tener sentido un ritual semejante. Los "actores" se?a laban jerarqu?as sociales en las que cada hombre desempe?aba

su papel y dejaba que la sociedad como un todo llevara a

cabo la tarea. Aunque hab?a cooperaci?n entre banderilleros, picadores y toreros, no formaban un verdadero equipo. El

matador depend?a de los dem?s, pero sin duda pertenec?a

a una jerarqu?a m?s alta y recib?a todos los honores.

El matador era ep?tome de la fiesta; deb?a mostrar aquellos atributos que, dentro de ese orden masculino, se consideraban

m?s valiosos. Ten?a que enfrentar a la naturaleza despiadada en su expresi?n m?s feroz: el toro enfurecido. El torero deb?a ser m?s valiente, inconsciente en su desconsideraci?n, firme ante la ca?da del toro; deb?a olvidar riesgos, ignorar heridas y temores y arriesgar por el honor aun su vida. Pero sobre todo deb?a actuar con gran cortes?a y refinado decoro.23 Campesinos, peones, l?peros, trabajadores ?la sociedad entera (los comentaristas se?alaban a menudo que el p?blico era

una muestra de la sociedad)? admiraban la cortes?a mexi cana, la impavidez ante el peligro y la necesidad de hacer frente a cualquier riesgo. La corrida reun?a crueldad, sangre y muerte, pero tambi?n la vida.24 22 Z?rcher, Jr. y Meadow, 1891, pp. 660-668.

23 Sobre la manifestaci?n de los valores culturales en los atletas, v?ase Birrell, 1981, pp. 354-376.

24 Flippin, 1889, p. 260; Janvier, 1888, p. xvni; Edwards, 1906,

p. 76.

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En el primer gobierno de Porfirio D?az se prohibieron las corridas en el Distrito Federal y otros estados importantes, incluso Zacatecas y Veracruz. Esta restricci?n dur? hasta 1888,

a?o en que se permitieron otra vez en la capital, los estados mencionados y el resto del pa?s. Dos causas puede explicar esa prohibici?n. Quiz? una de ellas sea la ambici?n pol?tica y nacionalista de D?az. Quer?a ?ste el reconocimiento diplom?ti

co y pol?tico de Estados Unidos y Gran Breta?a, pa?ses que criticaban duramente el atraso de la sociedad mexicana, y describ?an al pa?s como una tierra de bandidos que ten?a un gobierno inestable, no pagaba sus deudas, y que adem?s se complac?a en la crueldad con los animales. Se refer?an a las corridas como simple hostigamiento del toro, en las que se atormentaba al animal para distracci?n del p?blico, y se le mataba s?lo cuando la multitud ca?a en el aburrimiento.

Al prohibir las corridas en la capital, en un puerto tan grande como Veracruz y en Zacatecas, la principal zona minera, pocos extranjeros ver?an el espect?culo, con lo que el dictador afian

zar?a su imagen de reformador que sacaba a M?xico de la barbarie para colocarlo en la comunidad de las naciones occi dentales.

Despu?? de 1888, los bonos de D?az y especialmente del pa?s

se hab?an elevado considerablemente a los ojos del mundo.

D?az rio necesitaba ya preocuparse por la reputaci?n de cruel dad que tenia M?xico, de modo que ignor? la petici?n de la Sociedad para Prevenir la Crueldad con los Animales (cuyo presidente honorario era su mujer), y del Club contra las

Corridas de Toros. En vez, el gobierno se dedic? a exigir

sombreros de fieltro y pantalones a los indios que llegaban a la ciudad, para que, en la apariencia por lo menos, tuvieran un aire europeo.25 Hacia 1890 el ?xito de D?az hizo crecer el sentimiento de orgullo en M?xico, y el nacionalismo en ciernes revivi? las que se consideraban tradiciones genuinas. Ese nacio nalismo se alimentaba de un sentimiento rom?ntico hacia los 25 Flandrau, 1964, p. 69, nota; Blichfeldt, 1919, p. 97 (publicado

originalmente en 1912) .

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aztecas y hacia la cultura colonial. La sociedad capitalina celebr? una "guerra florida", farsa que recreaba el ritual azteca, con un desfile de carros aleg?ricos, desde los que los pasajeros se arrojaban flores. D?az descubri? el monumento a Cuauhtemoc en una de las glorietas m?s importantes de la ciudad, y permiti? que se reanudaran las corridas en la ca

pital.2?

Otra explicaci?n para que se prohibieran las corridas se halla en las hip?tesis antropol?gicas de juego profundo (deep play) de Clifford Geertz y de exhibici?n ritual (ritual display) de Susan Birrell.27 La corrida significaba sumisi?n al caudillo

en una sociedad piramidal, que ped?a al individuo ignorar todos los riesgos, para que llenara la funci?n tradicional que se le hab?a asignado. La corrida era ant?tesis de la plataforma

pol?tica a la que D?az aspiraba, que ped?a cambios en el

gobierno, elecciones genuinas y el final del caudillismo. Desde

1876 hasta 1888 D?az (y Manuel Gonz?lez) consolidaron el

poder arrasando con caudillos locales y regionales, rompiendo las alianzas en el ej?rcito y destruyendo los lazos personales en los negocios. D?az alent? el centralismo en el gobern? y la econom?a capitalista como ideales impersonales e institucio nales. La consolidaci?n del poder no admit?a individualismo exagerado o resistencia desordenada. Hacia 1888, el sistema se hallaba donde D?az quer?a tenerlo. Hab?a reordenado el poder pol?tico, casi no necesitaba hacer uso de la fuerza, hab?a

conseguido reconocimiento nacional e internacional, y estaba listo para que se le reconociera como padre de la patria, y, como tal, podr?a mediar, orquestar, recompensar y castigar.

El nuevo patriarca estaba listo para volver a los despliegues

rituales de paternalismo. Asolearse en una corrida ante la presencia del patriarca, aunque s?lo fuera en sentido meta f?rico, era una cualidad del estilo porfiriano de persuadir.

Andar en bicicleta era otra modalidad que conformaba el

26 Sobre la "guerra florida", v?ase Goodhue, 1892, p . 96; The Me xican Herald, 14 sept. 1895; sobre el monumento a Cuauhtemoc inau gurado 21 ago. 1887. v?ase Janvier, 1906, pp. xviii-xrx.

27 Geertz, 1981, pp. 624-653; Birrell, 1981, pp. 354-376.

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temperamento de ese tiempo. Era tambi?n una man?a, una obsesi?n (tal como las computadoras caseras lo son en nuestra ?poca) * El ferrocarril se?alaba el ingreso de la sociedad a la

tecnolog?a; la bicicleta se?alaba el mismo fen?meno pero

en el nivel individual. Al comprar una bicicleta el mexicano aprend?a a manejarla, componerla, correr en ella, cambiarla.

Aceptaba as?, tecnolog?a, producci?n masiva, desgaste y otros valores que hacen la vida moderna.

Las primeras bicicletas llegaron a M?xico desde Boston en 1869, pero la inquietud pol?tica posterior a la muerte de

Maximiliano, m?s el tipo de ruedas ?a las que se llamaba "sacudehuesos"? aplac? el entusiasmo, que desapareci? en

pocos meses.28 Otro cargamento lleg? en 1880;29 eran esta vez bicicletas del tipo llamado "ordinario", cuya rueda anterior era muy grande, y eran famosas porque los ciclistas ca?an de cabeza cuando volaban por encima del manubrio. Estos arte

factos provocaron un nuevo entusiasmo que dur? hasta la llegada de las bicicletas "seguras", al comenzar el decenio de 1890, que ten?an ambas ruedas de la misma dimensi?n, a las que pronto se equip? con neum?ticos. Se les llamaba "seguras" porque con ellas disminuy? bastante el n?mero de accidentes, y porque las ruedas cargadas de aire permit?an

andar con m?s facilidad por las imposibles calles empedradas de la ciudad de M?xico y por los caminos llenos de baches.

Clubes de ciclismo ?cuyos miembros usaban modelos norte americanos, como la V?ctor? brotaron en todo el pa?s.30 Los ciclistas mexicanos ingresaron al Cycling Union Club en el que result? elegido secretario ejecutivo Federico Tri gueros. Los miembros se adaptaron a todas las exigencias de una sociedad moderna, inclusive a la tecnolog?a: a la vida

mundana, a tomar en cuenta el tiempo, a la organizaci?n 28 "Velocipide Notes", Scientific American, (29 may. 1869), p. 343;

Dunham, 1956, p. 159.

29 New York Times, 25 ene., 29 feb. 1880.

30 Los futuros ciclistas pod?an comprar sus bicicletas en la agencia que vend?a las Spaulding, en la W.G. Waltz Music Store y con los re presentantes de la compa??a, The Mexican Herald, 28 sept. 1895.

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EL ESTILO PORFIRIANO

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burocr?tica, a registrar las marcas obtenidas, a la producci?n ?todo lo que, en el deporte, lleva a la inquietud por romper marcas establecidas.31 El mismo club, que financi? y construy? el vel?dromo de La Piedad, se ocup? de cronometrar el tiempo

de las vueltas y carreras, y del recorrido a pueblos aleda?os,

a Amecameca y Cuernavaca; ten?a sus propios archivos, llevaba

registro de las ocasiones en que una mujer cubr?a algunas distancia importante, del mexicano que cubr?a la milla en menos tiempo y de otras pruebas. Los ciclistas mexicanos se volvieron populares. Conmovi? a la ciudad el deceso del m?s famoso, Carlos Buenabad, que muri? de tifus el 7 de noviem bre de 1895, cuyo funeral escoltaron a trav?s de la ciudad ciclistas de todos los clubes.82

Los ciclistas mexicanos no s?lo se ocuparon de la velocidad que sus aparatos desarrollaban, sino de la mec?nica, de los nuevos modelos, de las marcas diferentes y de las demostra ciones que permit?an las carreras. Los clubes del pa?s mante n?an correspondencia y consegu?an informaci?n sobre el tema

que les interesaba de Estados Unidos, Inglaterra y el resto de Europa. Como en esos pa?ses, los ciclistas mexicanos se preocu paron por el mejoramiento de las carreteras, y las mujeres se arriesgaron a usar calzones cortos. Hubo tambi?n un cambio

positivo en las costumbres, porque las j?venes parejas que andaban en bicicleta dejaban atr?s a la dama de compa??a que no pod?a o no quer?a usar el aparato.83 El robo, los accidentes, los choques con peatones y veh?cu los m?s los conflictos por el derecho de usar la calle obligaron al gobernador del Distrito Federal, Pedro Rinc?n Gallardo, a tomar en cuenta las bicicletas, para las que se promulgaron 31 GUTTMANN, 1978, pp. 15-55, expone estos atributos del deporte en la sociedad moderna. En el caso de M?xico, el mismo tema en Ririart, 1982.

32 The Mexican Herald, 15 oct., 5 8, nov., 2, 9 die., 1895. Sobre la exportaci?n de bicicletas a M?xico, v?ase U.S. Census Report, 1900, p.

335. Sobre el impacto de la bicicleta en Estados Unidos, v?ase Dunham y Smith, 1972.

33 The Mexican Herald, 23 sep., 23 oct., 16, 24 nov., 1 die. 1895.

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WILLIAM BEEZLEY

una serie de reglamentos. Se les permiti? el tr?nsito por todas

las calles con la condici?n de que los conductores llevaran una campana o una bocina a todas horas y una linterna por las noches; no pod?an ir por las aceras, ni a mucha velocidad, ni en grupos de m?s de tres. Advirti? el gobernador que no se les permitir?a el paso por las calles principales, y concluy? con una orden a la polic?a para que protegiera a los ciclistas y arrestara a quienes los asaltaban, silbaban, insultaban o molestaban. Con la anuencia oficial, la bicicleta fue el veh?culo m?s popular hasta que lleg? el autom?vil.84 El inter?s por los entretenimientos en el decenio de 1890, refleja las modas, gustos e inclinaciones que constituyeron el estilo porfiriano de persuadir, por medio del cual se aceptaron r?pidamente ciertas modas europeas y norteamericanas, inclu yendo los deportes. Las carreras de caballos permit?an a la crema de la sociedad mexicana exhibirse ante s? misma y el resto de la ciudadan?a. Las corridas de toros mostraban, al mismo tiempo, el nacionalismo mexicano y la confianza en sus tradiciones; eran ?stas met?foras del sistema pol?tico y econ?mico patriarcal y se?al de valor, cortes?a y obediencia

individuales. Pero sobre todo los mexicanos admitieron la importancia del progreso, la velocidad y modernidad por medio de la tecnolog?a desde el momento en que aceptaron el ciclismo, que se convirti? en el deporte por excelencia.

Quiz?s este comportamiento resulte obvio o repetitivo para los que conocen a fondo la pol?tica y la econom?a del sistema porfiriano. Pero no fue la presi?n pol?tica de los rurales, de los militares o del gobierno, ni las necesidades econ?micas

provocadas por la escasez de trabajo o por la propiedad, medios de producci?n y conflictos con las tierras los que impulsaron a la adopci?n de estos entretenimientos. Los mexicanos escogieron libremente el deporte que expresaba el estilo porfiriano de persuadir.

Esos gustos eran manifestaci?n del aumento de tensi?n entre la tradici?n y la tecnolog?a dentro de la sociedad mexi 34 The Mexican Herald, 20 oct., 7, 8, 9 die. 1895.

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EL ESTILO PORFIRIANO

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cana. As?, mientras los mexicanos de la alta clase urbana sal?an de fiesta al campo en sus bicicletas, los campesinos

cortaban un brazo al arado de importaci?n, para que se pare ciera al instrumento tradicional.85 Se acentu? entonces la

brecha que separa ambos estratos, lo que ayud? a crear el ambiente para la revoluci?n de 1910 que derroc? al r?gimen de D?az. La escisi?n fue tan profunda, que no se vieron los logros de la revoluci?n hasta el decenio de 1930, cuando subi? al poder L?zaro C?rdenas.

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DEL METATE AL MOLINO: LA MUJER MEXICANA DE 1910 A 1940 Dawn Keremitsis West Valley College Mucho se han estudiado en todo el mundo los cambios produ cidos por la modernizaci?n que traslad? la industria familiar a las f?bricas, pero poco se ha dicho sobre la transformaci?n que sufri? la vida de los mexicanos con la introducci?n de los molinos de nixtamal.

Antes de la llegada de los espa?oles y hasta que se implan taron los molinos a principios de este siglo, las mujeres se levantaban al alba para hacer la masa y las tortillas que son la base de la dieta mexicana. Puesto que la masa fermenta en pocas horas, debe prepararse una fresca todos los d?as; este trabajo exig?a de las mujeres m?s tiempo del que toma ha

cer pan para toda la semana. Desgranada la mazorca, se pon?a a macerar el ma?z en agua con cal, luego se lo mol?a en el tradicional metate, se hac?a la masa con agua, se daba forma a las tortillas y se las coc?a. Para cubrir este elaborado proceso

que duraba de cuatro a seis horas, las mujeres se levantaban muy temprano para tener listas las tortillas del desayuno

antes que los hombres partieran, con la salida del sol, a

trabajar en el campo. La masa prove?a tambi?n tortillas para otras comidas del d?a, pero se desechaban las que sobraban en la noche. Las mexicanas eran, pues, esclavas del metate.

La producci?n mec?nica de tortillas transform? la tarea casera en trabajo asalariado, y dio lugar a que los hombres invadieran un territorio femenino por tradici?n. Las mujeres trasladaron su trabajo hogare?o a los molinos de nixtamal cuando ?stos comenzaron a funcionar. Pero hacia 1940, fecha en que la Revoluci?n mexicana penetr? totalmente en los 285 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:04 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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DAWN KEREMITSIS

centros urbanos, los molinos realizaban dos operaciones: pro

duc?an la masa y luego la distribu?an en las tortiller?as o en las tiendas del vecindario. Se hab?a producido al mismo tiempo una divisi?n sexual del trabajo: los hombres comen zaron a trabajar en los molinos mientras las mujeres vend?an el producto en las tortiller?as sin alejarse demasiado de sus

casas. Los cambios que trajo el molino al reemplazar la

producci?n casera, confirma el estudio de Ester Boserup sobre las mujeres del tercer mundo; dice all? la autora que cuando las m?quinas desplazan el trabajo manual, los hombres sus tituyen a las mujeres.1 Hubo tambi?n una clara diferencia en los salarios, ya que los hombres ganaban en los molinos el doble de lo que las mujeres consegu?an en las tortiller?as.

Por razones de tipo social se ve?a m?s aceptable que las

mujeres doblaran su d?a de trabajo: por un lado se hallaban cerca para cumplir con sus responsabilidades hogare?as, y. por otro, trabajaban largas horas para recibir salarios extre madamente bajos.

Cuando Porfirio D?az estaba a?n en el poder, dos o tres compa??as, conectadas con las altas esferas gubernamentales, instalaron molinos y controlaron las fuentes de energ?a el?c trica, necesarias para el funcionamiento de las m?quinas.

Nuevas fuerzas econ?micas y pol?ticas que surgieron con la Revoluci?n de 1910 procuraron eliminar el monopolio indus trial, y con ese prop?sito incluyeron el texto del art?culo 28 en la Constituci?n de 1917.2 Pero no hubo cambios substan

ciales hasta que, pasados diez a?os, se pusieron e pr?ctica, efectivamente, los reglamentos oficiales. En los a?os de tran sici?n aumentaron considerablemente los molinos y el n?mero de trabajadores. Hacia 1913 hab?a en el Distrito Federal 72 molinos que empleaban doscientas mujeres y ochenta y cinco

hombres; en Guadalajara, la segunda ciudad de la Rep?

blica Mexicana, hab?a veinte molinos y la misma proporci?n 1 Boserup, 1970. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 AHJ/T, 1931, "La industria nixtamalera", art?culo sin firma.

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DEL METATE AL MOLINO

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de trabajadores.3 Los molinos liberaron a las mujeres de ciertas obligaciones familiares, y de esa manera pudieron emplearse en las f?bricas para realizar peque?os trabajos,

como los de la planta textil de "La Experiencia,, que abri? en Guadalajara en 1909.4 En 1919, la jefatura del Ministerio de Trabajo, Divisi?n de Mujeres, recorri? los molinos de la ciudad de M?xico en donde trabajaban j?venes mujeres solteras, tomaron fotograf?as

e hicieron detallada descripci?n de las deplorables condiciones

de trabajo, que no pudieron mejorarse. El trabajo en los

molinos comenzaba entre las tres y media o cinco y media de la ma?ana, para tener lista la masa que la compa??a dis tribu?a a las tortiller?as entre las seis o siete. La producci?n

de masa continuaba hasta las cinco o seis de la tarde; no hab?a descanso para comer, por lo que las trabajadoras se reemplazaban a la hora de tomar sus alimentos.

Al final de la jornada, las mujeres limpiaban el molino, tarea que les tomaba una hora por la que no recib?an salario

alguno. La pesadora, que ten?a a su cargo pesar la masa y

cobrar, deb?a caminar hasta las oficinas de la compa??a para entregar el dinero y los recibos antes de que terminara el d?a.

Seg?n dec?an los inspectores, era raro que los molinos estu

vieran abiertos menos de doce horas, a pesar de que las compa??as informaban de jornadas de entre cinco y catorce horas. A veces las trabajadoras deb?an pasar la noche en el molino para cuidar la maquinaria y despertarse muy tem

prano. Con el tiempo, un guardia nocturno y su familia realizaban ese trabajo. Las camas eran costales apilados que cubr?an las grietas del piso de cemento, casi siempre fr?o y h?medo. No hab?a sanitarios en los molinos, y la

?nica bebida que se proporcionaba a las trabajadoras era un barril de pulque. Las mujeres trabajaban y dorm?an con la 3 "Industria de producci?n de masa", en Revista Quincenal, Depar

tamento de Estad?stica Nacional, M?xico, D. F., No. 7 (7 abr. 1925), pp. 26-27.

4 AHJ, Fomento, 1909.

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DAWN KEREMITSIS

misma ropa, manejaban la masa sin lavarse ni cambiar de uniforme.5

Las tortiller?as eran establecimientos m?s peque?os, que, por lo general, estaban a cargo de dos o tres expendedoras que pesaban y vend?an la masa. Con los a?os, ?stas mujeres vend?an tortillas hechas a mano o a m?quina. Las tortiller?as

estaban a veces junto al molino u ocupaban la habitaci?n delantera de una casa. Las expendedoras comenzaban su

trabajo a las seis de la ma?ana o antes, seg?n la distancia que

ten?an que recorrer hasta el molino en donde recog?an la masa.

Las tiendas permanec?an abiertas hasta muy tarde, antes de

la ?ltima comida del d?a, cuando las mujeres y ni?os del

barrio hab?an comprado toda la masa. No tenemos, de estos a?os, informaci?n espec?fica sobre las horas de trabajo, pero es probable que las mujeres se turnaran para regresar a sus casas durante las horas de poca venta, y mantener la tortiller?a

abierta. La paga se hac?a a base del trabajo realizado o de la cantidad de masa vendida, porque las compa??as no se preocu

paban por qui?n la vend?a. En las tiendas m?s peque?as

las mujeres obten?an de 25 a 60 centavos por d?a, y se les proporcionaba frijoles y tortillas para la comida. Los grandes molinos empleaban hasta cinco mujeres en sus tortiller?as; les pagaban entre *60 y 75 centavos diario si tra?an su propia

comida.6

En los molinos, las pesadoras recib?an el jornal m?s alto, cerca de un peso cincuenta centavos. Muy pronto los hombres

ocuparon los trabajos de picador ?a cargo de las piedras

moledoras? y de nixtamalero ?casi siempre un capataz? que

med?a los ingredientes y supervisaba el proceso de elabo raci?n.7 Los hombres recib?an, en promedio, un jornal de 1.75 a 2.40 pesos, y las mujeres, como en las tortiller?as, entre 50 y 75 centavos. Las cebadoras, que estaban a las ?rdenes del 5 AGNM/T, Departamento de Trabajo, Informes de Inspectores, 1919 1921.

6 AGNM/T, 1919, 1920.

7 AGNM/T, 1921.

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del metate al molino

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nixtamalero, se ocupaban de mezclar los ingredien boleras y sacadoras tomaban la masa ya hecha, la en partes y la preparaban para la venta. En una realizada por el gobierno en 1912 se informa que 92 empleados en los molinos recib?an un salario prom 1.9 pesos diarios, y 1 291 mujeres 74 centavos. El j bajo para las mujeres era de 40 centavos y el m?s al pesos, es decir el m?nimo que recib?an los hombres a veces consegu?an 2.50 por d?a. Ni hombres ni mu n?an salarios altos, ya que se calculaba en 1.80 pesos el

necesario para la subsistencia de un adulto y un evidente que una mujer sola no pod?a sostener ingreso, y que un hombre no pod?a mantener a su sin el trabajo de su mujer e hijos.

En 1921 la edad promedio de los molineros f entre los 17 y 18 a?os; 81% de las mujeres y 71

hombres eran solteros. As? pues, los salarios bajos s saban de alguna manera, porque los trabajadores d a?n de sus familias.

Aunque en el nivel nacional el ?ndice de analf

era mayor entre las mujeres, en los molinos 50% de res y 37% de los hombres sab?an leer y escribir; es

ci?n indica que, quiz?, las mujeres que trabajaba

molinos proven?an de un mejor nivel social.

La marginalidad de las mujeres era mayor en las tor

ya que s?lo 8% de ellas eran alfabetas. Adem?s, en e

las mujeres eran de m?s edad; hab?a m?s casadas

con hijos que mantener.9 En 1924, los inspectores d tamento de Trabajo entrevistaron a diecis?is muje los 23 y los 70 a?os. Doce de ellas se dec?an viudas

significa que, estuvieran casadas legalmente o no, l de sus hijos no viv?an con ellas. Una de las solteras trabajaba con su hermana casada y con su madre v

8 Bolet?n del Departamento, de Trabajo, Secretar?a de Ind Comercio y Trabajo, publicaci?n mensual, abr. 1922. s AGNM/T, 1921, censos obreros, in?ditos.

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DAWN KEREMITSIS

compartir gastos, situaci?n ?sta muy com?n. Si las trabaja doras eran r?pidas pod?an dividir y vender 25 kilos de masa al d?a y recibir uno o dos centavos por kilo, o de 25 a 50 centavos de jornal. Todos los salarios ten?an como base el trabajo o destajo. Entre las diecis?is mujeres entrevistadas el salario m?s alto era de 6 a 7 pesos por semana. Todas ten?an un presupuesto m?nimo que inclu?a alimentos, renta y vestido.

En alimentos gastaban aproximadamente 5.50 pesos, en vestido no menos de cinco y en la renta mensual 7.50.10 Puesto que el ingreso no alcanzaba para subsistir, se comprende la preocu

paci?n de los patrones por el robo de masa en que pod?an incurrir sus empleados. Una firma entreg? a una viuda la administraci?n de una tortiller?a para compensarla por la

muerte de su marido en un accidente de trabajo, en el supuesto

que de esa manera pod?a mantener a sus hijos,11 pero debe haber tenido otra fuente de ingresos u otro tipo de ayuda.

En Ciudad Guzm?n, el segundo centro urbano de Jalisco, molino y tortiller?a estaban juntos, porque, como se pod?a caminar hasta ellos, no se necesitaba la tienda de vecindario.

El reglamento expuesto en un molino distribu?a las respon sabilidades entre el administrador, el capataz y los trabajadores,

lo que divid?a al grupo que compart?a el mismo lugar de trabajo. El administrador era una combinaci?n de picador y nixtamalero que controlaba y acomodaba las piedras mo ledoras, daba mantenimiento a las m?quinas, supervisaba la calidad de la masa y pagaba los gastos del molino del fondo que recib?a por las ventas. La categor?a de administrador colocaba a los hombres ?en los que hab?a sido un trabajo para mujeres? en un nivel superior. El administrador y el capataz mandaban a sus casas a los trabajadores ebrios, por lo que, suponemos, este problema era frecuente. Las molineras

deb?an obedecer instrucciones y no usar ropa muy holgada porque ?sta pod?a quedar atorada en las m?quinas, y quiz?

10 AGNM/T, Informes de Inspectores, 1924. il AGNM/T, 1924, Informe del Inspector Rafael Valderr?n, Asuntos administrativos.

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DEL METATE AL MOLINO

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por la misma raz?n deb?an usar cucharas de mango largo para mover la masa.12 Al parecer, la ropa que quedaba pren dida a las m?quinas era una de las causas m?s frecuentes de accidentes. En 1929, en la ciudad de M?xico, una mujer sufri? graves heridas mientras trataba de sacar su ropa de la m?quina

en movimiento.13

Al parecer, los molinos de pueblo, a m?s de su funci?n primaria, ten?an una social, porque en Ciudad Guzm?n, se ped?a a las molineras que fueran amables con la clientela, pero no deb?an aceptar bebidas alcoh?licas ni conversar con

las amigas que pasaban por el lugar. Por lo general, las mujeres de los pueblos llevaban su ma?z al molino para el

proceso final. El horario era de las cinco de la ma?ana a las doce treinta de la tarde los siete d?as de la semana, excepto el domingo, cuando se cerraba los molinos una hora antes para el "d?a de descanso".14 Cuando terminaron las hostilidades militares en M?xico, se intensific? la lucha por el control de molinos y tortiller?as.

En 1924 funcionaban 3 770, lo que colocaba a la industria en el quinto lugar dentro de la econom?a nacional.15 Para instalar un molino se requer?a una peque?a inversi?n de unos cien pesos, asegurada por el mercado potencial de una sociedad urbana en expansi?n. La reglamentaci?n contra el monopolio en la Constituci?n de 1917 se formaliz? con una serie de decretos nacionales y locales: todas las tortiller?as deb?an tener licencia municipal antes de comenzar a funcio nar; la licencia no se extend?a si hab?a ya un n?mero suficiente

de establecimientos; el gobierno fij? precio m?ximo para la masa. La pr?ctica de ?ste y otros reglamentos depend?a tambi?n

de los gobiernos locales.16 12 AHJ/T, 1925, "Reglamento interior de la C?a. Explotadora de Molinos, S. A., Ciudad Guzm?n, Jalisco".

13 AGNM/T, 1929, Secci?n de Investigaciones e Informes, Caja 1725,

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14 AHJ/T, 1925, "Reglamento interior de la C?a. Explotadora de Molinos, S. A., Ciudad Guzm?n, Jalisco".

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DAWN KEREMITSIS

Hacia 1920 la GROM dominaba el Departamento de Tra bajo. Sus inspectores visitaban las tortiller?as, informaban sobre las condiciones de trabajo, promov?an el sindicalismo

y escrib?an extensos informes, sobre todo si hab?a dificultades.

Cuando un sindicato obten?a la mayor?a de votos en las elecciones, se registraba oficialmente en el municipio y con trolaba los puestos disponibles. Si la mayor parte de las com pa??as de alguna industria firmaban contrato con un sindicato,

todas las dem?s de la ciudad deb?an cumplir con ?l. Una compa??a que ten?a m?s de la mitad de los molinos de la ciudad se convert?a en el primer blanco de los sindicatos

y deb?a firmar contrato para evitar que se alterara su funcio namiento; los molinos peque?os, cuyas ganancias eran limi

tadas, ten?an problemas para cubrir esos requisitos. Los

patrones que quer?an evitar el control de los sindicatos orga nizaban los suyos ?llamados blancos o patronales? reclutando trabajadores que estaban de acuerdo en firmar contratos que conven?an a los patrones. En estos a?os las huelgas se suced?an entre grupos de sindicatos blancos y rojos y trabajadores que no deseaban pertenecer a ninguno pero quer?an organizar un sindicalismo libre.

La CROM dominaba tambi?n, en los a?os veinte, las Juntas de Conciliaci?n y Arbitraje. Cada industria deb?a ele gir o nombrar un representante de los trabajadores y uno patronal para arbitrar con un representante del gobierno, que por lo general era un inspector del Departamento de

Trabajo. Puesto que la CROM dominaba tanto en el sector trabajo como en el sector gobierno, las decisiones se hac?an invariablemente a su favor. Por esta raz?n, cuando el juzgado laboral fallaba en contra, patrones y trabajadores apelaban

ante el gobernador o el presidente en vez de esperar la decisi?n

de los tribunales de trabajo. Las consecuencias de estos en frentamientos eran desastrosas para los trabajadores. La estre cha conexi?n entre los sindicatos y los pol?ticos se reflejaban en los molinos y en la forma en que afectaba a sus trabajadores.

En 1923, la compa??a que ten?a el monopolio en la ciudad de M?xico, la cual hab?an iniciado inversionistas espa?oles This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:04 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

del metate al molino

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durante el gobierno de Porfirio D?az, era due?a de 119 molinos

de los 147 que hab?a en la ciudad, m?s las tortiller?as que depend?an de ellos. Los molineros hab?an aumentado de 285 en 1913 a 465 en 1923; 70% de ellos eran mujeres.17 En

ese ?ltimo a?o la compa??a firm? un contrato con la CROM; una de las mujeres que rentaba un molino recibi? orden de despedir a todas las molineras que no quer?an entrar en el sindicato. Se las amenaz? de muerte y con destruir el molino

si no se somet?an. La mujer apel? al tribunal de trabajo, pero se le dijo que no ten?a alternativa puesto que la com pa??a, due?a de todos los molinos, hab?a firmado un contrato.

Se despidi? a las molineras y la CROM envi? a sus trabaja

dores.18 Un molino, muy bien establecido en Guadalajara, se vio amenazado por el contubernio de pol?ticos y l?deres sindicales.

Los empleados del municipio cortaron la electricidad de ma nera intermitente para que la falta de energ?a arruinara la

masa. Los sindicalistas forzaron la entrada a la planta y

echaron ?cido en la que a?n quedaba buena para vender. Los due?os apelaron al tribunal de trabajo con la queja de que los l?deres sindicales y los pol?ticos locales, quienes a su vez

pose?an molinos, estaban tratando de eliminar la competencia.

Como se pagaba a los trabajadores por la cantidad de masa que produc?an para la venta, los salarios bajaron.19 En la ciudad de Puebla, la polic?a intervino en el conflicto que se suscit? entre un espa?ol, due?o de un molino, y sus

trabajadores que estaban en huelga. El patr?n dijo que le

hab?an robado y lo hab?an amenazado de muerte, y por eso hab?a sacado su rev?lver para espantarlos. Los trabajadores dijeron que el espa?ol quer?a destruir su sindicato y ellos quer?an mejorar sus condiciones de trabajo.20 i? "Industria de producci?n de masa", en Revista Quincenal, 7 (7 abr.

1925).

18 AGNM/T, 1924, carta de la Junta de Conciliaci?n y Arbitraje.

19 AGNM/T, 1923, Informe del Inspector Castro, Asuntos adminis

trativos, abril 1923.

20 AGNM/RP, Obreg?n-Calles, Paq. 407-P-5.

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DAWN KEREMITSIS

En los a?os treinta, por orden del presidente municipal de Oaxaca, los soldados federales cerraron el molino del que era due?a una viuda. Su ?nica experiencia laboral era la que

hab?a adquirido en los molinos, en donde tambi?n hab?a perdido un brazo. Sab?a que el presidente municipal y su

hermano eran due?os de dos molinos cercanos al suyo, y que quer?an extender su negocio. Antes que intentar recuperar

lo que le pertenec?a, pidi? ayuda econ?mica al presidente

C?rdenas para su manutenci?n y la de sus dos hijos.21 El due?o de un molino de Saltillo form? su propio sindi cato para no verse obligado a tratar con los sindicalistas mili tantes. Contrat? trabajadores expertos que no viv?an en la ciudad, dispuestos a firmar un contrato seg?n su conveniencia.

El l?der de un sindicato de mujeres protest?, porque sus

molineras deber?an haber conseguido esos puestos, pero des cubri? que los pol?ticos del lugar hab?an aceptado un soborno de doscientos pesos, y su queja qued? sin efecto.22 Es evidente que los sindicatos ten?an menos fuerza pol?tica en Saltillo que en la ciudad de M?xico. El due?o de un molino contrat? esquiroles que no eran de la ciudad para romper el contrato

que hab?a firmado con los sindicatos y poder formar un

sindicato blanco. Cuatro l?deres sindicales, tres de ellos mu jeree, se quejaron directamente al gobernador, omitiendo al tribunal de trabajo local porque sospechaban que ?ste apoyaba al due?o del molino.28 No se sabe cu?l haya sido la reacci?n inmediata, pero dos de los sindicatos quejosos exist?an a?n en 1940.

21 AGNMJRP, C?rdenas, Paq. 694, exp. 604.11/2624, 24 abr. 1936.

22 AGNM/?P, C?rdenas, Paq. 233-1, exp. 415.2/33, mayo 1939, 10 ago. 1937; Paq. 254, exp. 432/391.

23 Carta de Daniel Rayas, Secretario General del Sindicato de Tra bajadores de Molinos para Nixtamal; Mar?a Mart?nez, Secretaria General

de la Uni?n de Trabajadoras en Molinos para Nixtamal; Margarita

G?mez, Secretaria General por la Uni?n Revolucionaria de Torteadoras; Mar?a Aurelia Padilla, Secretaria General de la Uni?n Social de Expen dedoras de Masa, al C. Gobernador Constitucional del Estado de Jalisco (9 abr. 1932), AHJ/T, 1932.

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Los propietarios de molinos apelaban al soborno para que los empleados gubernamentales aumentaran el precio de las licencias municipales y desalentaran as? a nuevos inversionistas

o para conseguir un permiso especial con el cual pod?an abrir un molino a pocos pasos de otro que funcionaba con ?xito.

Se acordaba con los sindicatos pagar por debajo del salario m?nimo (a veces hasta 40% o 75%), para que la masa se vendiera a precio tan bajo que obligara al competidor a reti rarse. A causa de la falta de empleos, las mujeres aceptaban los salarios bajos. Despu?s de 1928, cuando la CROM perdi? fuerza, y hacia finales de los a?os treinta, cuando se estableci?

la CTM, la lucha intersindical predominaba en los molinos.

Los enfrentamientos eran casi siempre violentos, hab?a arres tos y sentencias a prisi?n. Se aducen estos hechos como una

de las causas por las que los hombres reemplazaron a las

mujeres en el trabajo del molino.

Molinos peque?os que se establecieron en los decenios de 1920 y 1930 empleaban por lo general a miembros de la fami lia lo que causaba conflictos con los molinos competidores y con los pol?ticos. En Ciudad Guzm?n una tal Candelaria Ra mos trat? de despedir a su ?nica empleada para trabajar sola en su molino, pero no se lo permiti? la Junta de Conciliaci?n y Arbitraje.24 En 1929 se despidi? a una molinera que hab?a trabajado en uno de los dos molinos que pose?a una familia; la reemplaz? uno de sus miembros y por su despido recibi? el salario de tres meses, un total de 135 pesos.25 En otro caso,

el due?o de un molino firm? un contrato sindical en la

creencia de que aunque su familia se afiliara seguir?a traba jando con ?l, pero el sindicato le contest? que ten?a traba jadores sin empleo y que por lo tanto deber?a despedir a sus familiares, contratar a los miembros del sindicato o cerrar el

molino.26 Las l?deres de sindicatos femeninos a menudo se ve?an desplazadas porque los hombres comenzaron a invadir el tra 24 AHJ/T, 1937.

25 AGNM/T, 1929, Caja 1705, Secci?n de Conciliaci?n e Inspecciones.

26 AGNM/T, 1929, Caja 1705, Secci?n de Conciliaci?n e Inspecciones.

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bajo de los molinos. Los miembros del Sindicato de Molineras y Trabajadoras de Ameca, Jalisco, que luchaban por "el pro greso de la mujer organizada" quedaron sin trabajo cuando su patr?n registr? un sindicato manejado por hombres con la ayuda de sus conexiones pol?ticas.27 De las oficinas estatales

enviaron un organizador a Ciudad Guzm?n; Elo?sa Hern?ndez y veintitr?s miembros de la Uni?n de Empleadas y Molineras debieron incorporarse entonces al sindicato estatal de Em pleados del Ramo Molinero. Se form? luego un sindicato local que ten?a un hombre por l?der, y se releg? a las mujeres a

puestos secundarios.218

Algunas l?deres pudieron mantenerse en sus puestos, sobre todo si ten?an habilidad pol?tica y se afiliaban a los nuevos sindicatos, como, por ejemplo, la Confederaci?n de Obreros de Jalisco, que form? parte de la CTM. Mar?a Aurelia Padilla fue l?der de los sindicatos de tortilleras, Jovitai Robles de las

molineras y Ana Mar?a Hern?ndez lleg? a ser inspectora del Departamento de Trabajo en 1940.

Mar?a Aurelia Padilla administraba cincuenta y un torti ller?as cuando comenzaron los conflictos con los organizadores

de sindicatos masculinos. Al recibir ?rdenes de despedir a todas las mujeres que trabajaban con ella fund? la Uni?n Social de Expendedoras de Masa. Aunque fue a la c?rcel a ra?z de un conflicto intersindical, permaneci? en el consejo del sindicato hasta 1940. Mar?a Aurelia y Margarita G?mez estuvieron entre las que protestaron ante el gobernador de Jalisco en 1932. Margarita era a?n l?der de la Uni?n Revo lucionaria de Torteadoras en 1940.20

Jovita Robles pidi? ayuda directamente al tribunal regio nal del trabajo cuando se organiz? un sindicato de hombres para sacar a las mujeres de los molinos: "El trabajo de los molinos ?dijo? es trabajo del sexo femenino no masculino", y a?adi? que algunas sindicalistas hab?an empezado a trabajar 27 AHJ/T, 1925.

28 AHJ/T, 1923.

29 AHJ/T, 1934, 1939, 1940.

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en esos establecimientos cuando se abrieron en 1902, no ten?an otra preparaci?n y no pod?an ganarse la vida de otra manera.30

Jovita Robles se uni? a la COJ, a la CTM y a la Liga de

Resistencia Femenil que apoy? el gobierno de L?zaro C?rdenas cuando ?ste lleg? a la presidencia. Jovita continu? luchando por las molineras, inclusive secuestrando la maquinaria cuan do los propietarios quer?an vender y dejar los molinos sin

pagar salarios que deb?an. Procur? conseguir pago extra para las mujeres que limpiaban los molinos despu?s de las horas de trabajo; en 1940 amenaz? con una huelga a los

patrones que ofrec?an s?lo veinticinco centavos de aumento en vez de un peso como ped?a el sindicato.81 En 1935 L?zaro C?rdenas comenz? con un intenso progra ma para unir a los mexicanos a sus objetivos sociales, econ? micos y pol?ticos. Uno de ellos era integrar las clases rurales a la econom?a nacional promoviendo los ejidos y la agricultura para el comercio. C?rdenas quer?a tambi?n disminuir el poder de la iglesia que se opon?a a muchos programas del gobierno y ten?a mucha influencia entre las campesinas. A ciertas ?reas

de especial inter?s ?como La Laguna, principal zona produc tora de algod?n para exportaci?n, con una turbulenta historia pol?tica? envi? representantes personales (Francisco M?jica, l?deres pol?ticos regionales, grupos de mujeres voluntarias) para que investigaran los problemas locales y aconsejaran las acciones a seguir. Los curas de pueblo hab?an creado centros con m?quinas de coser y pilas para lavar, en donde las mujeres

se reun?an a hacer su tarea, conversar y recibir al mismo tiempo instrucci?n en la doctrina cat?lica. El gobierno us? los mismos recursos, pero con un mensaje diferente; ten?a, adem?s, ventaja sobre la iglesia, porque estaba en condiciones de proporcionar gas y electricidad para los molinos de nix tamal que pod?an "terminar con la esclavitud del metate".

La reacci?n a los programas de C?rdenas fue ambivalente 30 Carta de Jovita Robles, Secretar?a General al C. Presidente de la Junta de Conciliaci?n y Arbitraje y Asamblea General, IS feb. 1930.

AHJ/T, 1930.

31 AHJ/T, 1934, 1936, 1940.

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porque las campesinas, a pesar de la libertad adquirida re cientemente, no pod?an conseguir trabajo para aumentar el presupuesto familiar como pod?an hacerlo las que viv?an en la

ciudad.

En su estudio sobre Tepoztl?n observa Oscar Lewis que en 1924 se abri? un molino que cerr? un a?o despu?s, porque los hombres no estaban de acuerdo en que las mujeres tuvieran tanto tiempo libre. Sin embargo, m?s tarde las mujeres con siguieron reabrir el molino, que pas? a formar parte de la vida

del pueblo.32 Aunque los hombres se quejaban porque la masa hecha en el molino no era tan buena como la hecha a mano,

pocas mujeres estaban dispuestas a a?adir m?s horas a su

trabajo diario, a pesar de que a?n preparaban el ma?z y lo llevaban a moler todos los d?as. 33 Algunos hombres apoyaron a las mujeres en su exitoso trabajo, y se adhirieron al pedido que ?stas hicieron a C?rdenas para conseguir otro molino.34

Al contrario, en un ejido cercano a Ciudad Madero en el

distrito de La Laguna, los hombres votaron por sacar a las mujeres de la junta de gobierno del molino para organizar ellos la producci?n. Tambi?n convirtieron el centro de costura del ejido en un sal?n de billar en donde s?lo se vend?an bebidas

alcoh?licas y, por lo tanto, no se admit?an mujeres.35 C?rdenas recomendaba las cooperativas urbanas para que los trabajadores controlaran sus medios de producci?n y par ticiparan en la econom?a nacional, pero los inversionistas aprovechaban las cooperativas para evitar los contratos sindi cales y pagar salarios inferiores al m?nimo establecido. Cuando

las molineras se quejaban por el sueldo escaso que recib?an, se les dec?a que eran parte de la administraci?n y que m?s tarde recibir?an los beneficios. Por el hecho de pertenecer a una cooperativa los trabajadores no pod?an afiliarse a un sindicato y por lo tanto no ten?an la supervisi?n del Depar 32 Lewis, 1951, p. 108.

33 Foster, 1967, pp. 51-52.

34 AGNM/?P, C?rdenas, Paq. 693, exp. 604.11/5, 19 mar. 1936.

35 AGNM/?P, C?rdenas, Paq. 694, exp. 604.11/125, exp. 604.11/137 y exp. 604.11/13.

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tamento del Trabajo ni de sus inspectores, y no pod?an apelar a los tribunales de trabajo. Muchas quejas llegaban al presi dente C?rdenas. Luisa Galindo, que pertenec?a a la Coope rativa ?nica de Obreras Molineras de Veracruz, dec?a que las ganancias eran primero para el inversionista y pocas veces para los trabajadores.36 Otra miembro de una cooperativa molinera informaba que las mujeres hab?an trabajado cinco meses sin recibir salario y que el administrador les dec?a que las ganancias eran a?n m?nimas, pero que, a su tiempo, las trabajadoras recibir?an las ganancias que les correspond?an.37 Aun las cooperativas que funcionaban bien ten?an problemas con los molinos particulares. En Coahuila, una cooperativa de mujeres se vio obligada a cerrar porque no pod?a competir con el due?o de un molino que, aprovechando sus conexiones pol?ticas y sindicales, vend?a masa a menos del costo y pagaba sueldos inferiores al m?nimo.38 En 1940, los l?deres de un sindicato de hombres de Guadalajara concertaron con los patrones usar su influencia en el municipio para impedir la formaci?n de cooperativas si ellos promet?an apoyar al sindi cato.39 Como ocurre con muchas innovaciones que se hacen para mejorar las condiciones de trabajo, las cooperativas tuvie ron efectos diversos.

En 1940, los molinos citadinos abr?an diariamente a las cuatro de la ma?ana y cerraban al mediod?a, aunque a veces, en el invierno, el trabajo comenzaba y terminaba una hora

m?s tarde; los domingos cerraban a las once y los d?as de fiesta nacional a las diez de la ma?ana. En los pueblos, los molinos empezaban a funcionar a las cinco, hora en que las mujeres llegaban a moler su ma?z. Las tortiller?as abr?an tambi?n todos los d?as, inclusive los festivos, en tres turnos:

de ocho a nueve de la ma?ana, desde el mediod?a hasta las 36 AGNM/RP, C?rdenas, Paq. 694, exp. 604.11/31, 7 die. 1935.

37 AGNM/?P, C?rdenas, Paq. 694, exp. 604.11/31, 6 mayo 1938, 2 sept. 1937.

38 AGNM/RP, C?rdenas, Paq. 694, exp. 604.11/37, 6 mayo y 27 oct.

1938.

39 AHJ/T, 1940.

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tres de la tarde, y de seis a diez de la noche para la merienda.

Las mujeres recib?an salario por ocho horas de trabajo, aunque en realidad se convert?an en catorce entre idas y vueltas de sus casas a las tortiller?as. A pesar de todo, siempre hab?a mujeres dispuestas a trabajar largas horas y recibir poco sueldo, porque con ese trabajo pod?an estar cerca de sus familias y atender sus responsabilidades hogare?as. Sus hijos pod?an jugar cerca de ellas y el peque?o pod?a dormir en un rinc?n de la tienda.40

Algunas mujeres compraban la masa en la tortiller?a y

vend?an las tortillas en el mercado. En Autl?n, pueblo cercano a Guadalajara, las mujeres que mol?an el ma?z en el metate y coc?an las tortillas en el comal organizaron un sindicato para conservar el precio del producto, pero no tuvieron rela ci?n alguna con el trabajo de los molinos.41* Aunque muchos

hombres trabajaban en la producci?n de la masa, la tarea de hacer las tortillas sigui? siendo trabajo de las mujeres.

En 1930 se public? el primer censo industrial en el que

se puede comparar, por rama de actividad industrial, el

n?mero de mujeres y el salario que recib?an. Aunque en menor

proporci?n que en otros pa?ses, las industrias que absorb?an m?s trabajo femenino eran la textil, la del vestido, la del ta baco, y tambi?n la de los molinos. A la primera correspond?an

los mejores salarios y las mejores condiciones de trabajo, por que se reg?a por reglamentos nacionales. En la industria del vestido y del tabaco las condiciones de trabajo y los salarios eran malos, pero, seg?n las estad?sticas, pagaban mejor que en los molinos de nixtamal.

40 AHJ/T, 1940.

41 AHJ/T, 1340.

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DEL METATE AL MOLINO 301 Mujeres que trabajaban en grandes industrias

1930 1935 1940 N?m. Salario N?m. Salario Num. Salario* Indumentaria

y tocador 6 782 1,33 7 715 1,8 6 422

Textiles 5 201 2,34 11604 1,9 11309

Tabaco 1206 1,57 1620 1,8 1583

Molinos de

nixtamal 3 123 1,1 1636 1,6 4 836

* En 1940 no se indicaban los salarios por sexo.

Fuente: Censos industriales, 1930, 1935, 1940, Secretar?a de la Econ Nacional, M?xico, 1935, 1941, 1952.

El censo de 1935 da el porcentaje de hombres y muje seg?n salarios por ramas de actividad. El porcentaje de m res en la categor?a m?s baja, que ese a?o era menor de pesos al d?a, es el siguiente:

Media nacional de mujeres en la industria 51.5 En En En En

textiles 41.7 el vestido 62.4 el tabaco 59.8 molinos de nixtamal 79.1

Estas estad?sticas dicen que, por lo visto, de las cu industrias que en 1940 empleaban mano de obra femen la menos favorecida en lo econ?mico era la de los molino

advierte tambi?n que aunque en este periodo aument

n?mero de mujeres en esa rama, disminuy? su proporci?n relaci?n a los hombres a medida que los molinos se mec zaban y ganaban aceptaci?n., En esos mismos a?os se acrecent? la importancia de molin y tortiller?as como fuentes de trabajo para obreros ma nados. De diez mil trabajadores, 46% eran hombres. Est dedicaban, en las ciudades, a la producci?n de la masa y mujeres a dividirla y venderla, es decir, los hombres se h

detr?s de la escena y las mujeres a la vista del p?blic This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:04 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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DAWN KEREMITSIS

tenemos informaci?n sobre la situaci?n existente en los pueblos

durante esos a?os.

Al terminar el periodo de C?rdenas, los molinos eran parte de la vida mexicana. El prejuicio de los hombres contra los molinos se desvaneci? cuando consiguieron la administraci?n y los mejores puestos. La producci?n de alimentos se hab?a transformado en trabajo asalariado dominado cada vez m?s por los hombres. Las mujeres quedaron relegadas a trabajos mal pagados en las tortiller?as de barrio, en donde pod?an estar cerca de su familia y continuar aumentando el n?mero de candidatos a la fuerza de trabajo. Puesto que los molinos eran relativamente peque?os y a la vez eran importantes para la vida del mexicano, fueron tambi?n testigos de las luchas por el poder local en esa ?poca. Podemos preguntarnos ahora si liberarse de la esclavitud del metate signific? para las mujeres una victoria.

SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM/HP Archivo General de la Naci?n, M?xico: Ramo Presi dentes.

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Foster, George 1967 Tzintzuntzan, Boston.

Lewis, Oscar 1951 Life in a Mexican vilalge, Urbana, 111.

Meyer, Lorenzo 1978 El conflicto social y los gobiernos del Maximato, (His

toria de la Revoluci?n Mexicana, 13: Periodo 1928

1934), M?xico, El Colegio de M?xico.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO EN V?SPERAS

DE LA REBELI?N CRISTERA* Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico Durante la d?cada 1903-1913 se celebraron varios congresos cat?licos en diversas ciudades del pa?s en general, m?s certeros

en el diagn?stico de los males sociales en ellos descritos que resueltos en la terap?utica propuesta para su remedio. La acusaci?n al clero de que hab?a colaborado con Huerta acen tu? el anticlericalismo, manifiesto en los art?culos 27 y 130 de la Constituci?n de 1917, se malogr? as? el esfuerzo pater nalista, a lo sumo reformista, de estos congresos.

Ya vigente la constituci?n se reanudaron estas reuniones, en las cuales predomina el inter?s por el problema agrario; por eso el congreso de 1919 acord? promover las sociedades cooperativas entre los agricultores y campesinos, para facilitar

la difusi?n de la peque?a propiedad, el mayor rendimiento de la producci?n y el beneficio en la venta de los productos.

Algunos propusieron los arrendamientos colectivos como uno de los medios m?s adecuados para la difusi?n de la peque?a

propiedad, y las Cajas de Pr?stamos y Ahorros Raiffeisen para facilitar el cr?dito. El Congreso "suplic?" a los hacen dados, "muy respetuosamente, pero con todo encarecimiento y conciencia de un deber imperioso", proporcionaran a sus jornaleros casas bien acondicionadas (en bien de su moralidad e higiene), escuelas francamente cat?licas (siquiera fueran rudimentarias) y centros de honesta diversi?n. La Confede

raci?n Cat?lica del Trabajo, (CCT), ante la desesperante

* Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Investigaci?n Ja lisciense: Econom?a y Sociedad, celebrado en Guadalajara, agosto de 1981.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

situaci?n de los campesinos, pidi? a la C?mara Agr?cola Na cional Jalisciense mejorara la situaci?n de los trabajadores, la C?mara acept? hacerlo en todos sentidos, salvo el aumento del jornal, "pretextando que en todas partes era magn?fico

y s?lo por excepci?n habr?a peque?as regiones en que se

pagaba mal a los trabajadores". La CCT, sin embargo, se dio por satisfecha, con el reconocimiento de su personalidad por la C?mara Agr?cola y colabor? de buena gana con ella.1 Dos a?os despu?s se reunieron en Zapopan varios cente nares de sacerdotes, abogados y hacendados, presididos por el arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jim?nez. Su diagn?stico de la situaci?n agraria fue algunas veces certero y

hasta franco. Por ejemplo, Miguel M. de la Mora, obispo

de Zacatecas, calific? el salario de insuficiente y las casas de los peones de antihigi?nicas; critic? a los hacendados que

daban a sus peones sus "elotes", esto es, una parcelilla de tierra para que la cultivaran en su provecho, precisamente el

domingo; calific? de "infame" la tienda de raya, atac? los contratos de aparcer?a porque obligaban a devolver el doble en el tiempo de la cosecha, aunque el precio de la semilla al tiempo de prestarse no correspondiera al doble del precio.

Critic? tambi?n la compra del ma?z "al tiempo" a precios irrisorios, y la obligaci?n de los aparceros de pagar los ani males que mor?an y el alquiler a precios alt?simos de los animales, aperos y semillas, y cobro del derecho de piso, pastos

y le?a. Pero las soluciones propuestas para remediar los males denunciados no pasaron de un "dulce" y "desinteresado" pa ternalismo, seg?n expresi?n del propio De la Mora.2 Mientras para el jesu?ta Alfredo M?ndez Medina la Revo

luci?n hab?a sido un simple pretexto, para el rector del

seminario tapat?o hab?a constituido una verdad desfigurada

que mostraba la falsedad de la cultura liberal, cultura que ense?aba las comodidades para el rico y las pobrezas para el pobre. Para el abogado Mauro H. Gonz?lez, la Revoluci?n i Cr?nica y trabajos, 1920, pp. 67-70, xxi-xxii.

2 Curso zapopano, 1921, pp. 259-267.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 305 Mexicana hab?a respondido a un estado de injusticia, como lo demostraba el auge zapatista en Morelos donde la propiedad estaba acaparada por unos cuantos.3

Pero reconocer la injusticia del Porfiriato no signific?

aceptar la justicia de la legislaci?n revolucionaria. En efecto, el presb?tero Jos? Garibi Rivera tach? de arbitraria la "ex

propiaci?n" ordenada por la ley del 6 de enero de 1915, y critic? el art?culo 27 constitucional porque desvirtuaba el concepto de propiedad, al no exigir indemnizaci?n previa en caso de expropiaci?n y ordenar el fraccionamiento de los latifundios sin precisar qu? entend?a por ?stos. Garibi critic? la ley de tierras ociosas porque, en su opini?n, s?lo dejaba al due?o el derecho de pagar los impuestos; Mauro H. Gonz?

lez la objet? porque hac?a de la propiedad una carga, en

lugar de un bien productivo. Seg?n ?l mismo, el proyecto de ley de fraccionamiento de los latifundios era impreciso porque no defin?a el concepto del latifundio, injusto porque

inclu?a entre las tierras expropiables las que dejaron de

cultivarse en los ?ltimos cinco a?os, ya que castigaba con la expropiaci?n la imposibilidad material en que casi todos los terratenientes estuvieron de cultivar. En suma, en opini?n

del abogado Efra?n Gonz?lez Luna, la dotaci?n ejidal era tanto un despojo, como un desastre para la agricultura, porque

entregaba los campos laborables en manos de labriegos sin formaci?n, "sin h?bitos de trabajo, sin iniciativa, sin elementos

ni cr?dito".4

Varios abogados disertaron sobre la naturaleza de la pro piedad. Seg?n Manuel F. Ch?vez, la doctrina de la propiedad como mera funci?n social era peligrosa y falsa porque conduc?a

al socialismo; pero era leg?timo que el Estado fijara, acci

dental y extraordinariamente, precios de venta, procurara la mayor difusi?n de la propiedad y fraccionara los latifundios,

como lo probaba el ejemplo de los papas en su calidad de soberanos temporales de Roma. Como para Ch?vez la propie 3 Curso zapopano, #1921, pp. 19, 48, 109.

4 Curso zapopano, 1921, pp. 54-55, 196, 302.

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dad y la caridad estaba ?ntimamente unidas, si no pod?an adherirse locos de entusiasmo a la Revoluci?n Mexicana, tampoco deb?a causarles espanto y p?nico, ni condenarla "indiscriminadamente en todo su conjunto". M?ndez Medina

aprovech? esta coyuntura para criticar que los socialistas mal interpretaran los textos evang?licos y patr?sticos en apoyo de sus tesis, pues s?lo se trataba de frases exageradas pronun ciadas en estilo oratorio.

Miguel Palomar y Vizcarra, apoyado en Le?n xin y en

Garriguet, critic? el latifundismo porque 1) aumenta la guerra de clases, 2) engendra el pauperismo, 3) extingue el patrio tismo, 4) provoca la emigraci?n, y 5) contradice las corrientes democr?ticas modernas. Pero, de acuerdo con V?ctor Briandi

y Federico Le Play, el latifundismo pod?a suavizarse mediante

1) la moderaci?n de las rentas y los salarios justos, 2) el

ejercicio del patronato inspirado por la caridad, y 3) la resi dencia del propietario. Por tanto, no era preciso declararle la guerra, sino promover que el propietario cumpliera con sus obligaciones y otorgar al trabajador cierta participaci?n por medio de diversos contratos e instituciones. El Estado no

podr?a ejercer el derecho de expropiaci?n de una manera absoluta, sino sujeto al bien com?n. Palomar Vizcarra, al

igual que el senador F. Iglesias Calder?n, pidi? que la expro piaci?n no recayera sobre las mejores tierras de las fincas vecinas, pues "por regla general las tierras propias o adecuadas

para ejidos son aquellas que sirven para montes y pastos", o sea confund?a el ejido colonial con el revolucionario. Sea de

eso lo que fuere, su ideal agrario era la coexistencia de la propiedad comunal con la privada, manifest?ndose ?sta en un corto tanto por ciento en la gran propiedad, el predominio

de la peque?a y cierta representaci?n de la colectiva no

comunal (sindicatos, cooperativas, sociedades de beneficencia, instituciones religiosas, etc.) En suma, para Palomar y Vizcarra, lo m?s urgente era formar una clase media rural con personas

que pudieran y supieran ser propietarias.5 5 Curso zapopano, 1921, pp. 29, 35-39, 60-80.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 307 El abogado Jos? Guti?rrez Hermosillo propugn? la apar cer?a como la forma m?s conveniente de resolver el problema del salario, porque imbu?a en el aparcero el amor al trabajo y a la paz, como lo demostraba el hecho de que ninguno de sus aparceros hab?a militado en los ej?rcitos revolucionarios, lo que s? hicieron los peones. Para Gutierrez Hermosillo la

aparcer?a era

como la divisi?n precaria de una propiedad grande en propie dades peque?as bajo la direcci?n de un solo patrono, con todas las ventajas de la iniciativa privada de los campesinos y del control en la unidad de acci?n de un solo empresario.

Para realizar ese ideal se necesitaban laboriosidad y hon radez en el aparcero y equidad en el propietario, pues en

algunas fincas se obligaba al campesino a pagar la habilitaci?n con un fuerte recargo, cobr?ndole excesivamente las pasturas y exigi?ndole indemnizaciones indebidas. Pidi? extender la aparcer?a al trigo, hortalizas, ?rboles frutales, etc., no s?lo al ma?z, garbanzo o frijol como hasta entonces se acostumbraba.

De paso se pregunt? c?mo era posible que los campesinos

pudieran vivir con un salario de 15 centavos que en algunos lugares se pagaba, si bien reconoci? que en, varios casos esos ?nfimos salarios se explicaba por la pobreza de las tierras o la falta de implementos de trabajo. M?ndez Medina pidi? que la aparcer?a se ajustara a un contrato de sociedad y garantizara,

en lo posible, la libertad de los aparceros para propiciarse el capital de explotaci?n.6

Los arriendos colectivos, propuestos por Luis B. de la Mora, eran sociedades cooperativas agr?colas, de forma limi tada o ilimitada, que ten?an la ventaja de suprimir los inter mediarios, elevar a los asalariados a la categor?a de adminis tradores independientes, favorecer el esp?ritu familiar, estre char los v?nculos de solidaridad, aumentar el cr?dito; en suma,

sin transiciones violentas, crear una clase trabajadora auto ? Curso zapopano, 1921, pp. 90-100.

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noma, "como estado intermedio entre la grande y la peque?a

propiedad".7 Seg?n el obispo de Sonora, Juan Navarrete, los peones ganaban un salario de 12 centavos diarios porque carec?an de esp?ritu de sacrificio, quer?an, a imitaci?n de los braceros

que trabajaban en Estados Unidos, ganar en un d?a lo que se hab?an de comer en toda una semana

y por cierto que no se conforman con comer, sino que tambi?n se han de pasear y tambi?n han de bailar, y tambi?n han de llevar sedas, y tambi?n han de tener muebles austr?acos en sus casas.

Sin embargo, Garibi y Rivera explic? que en el segundo cant?n de Jalisco el salario era de doce centavos, en la mayor?a de veinticinco, y el m?ximo generalmente de un peso por diez

horas de trabajo. A la vista de esa injusticia pidi? una "pala

bra en?rgica" para los patrones que no cumpl?an con sus

deberes. Carlos Blanco critic? la irracional oposici?n de mu chos hacendados a que se fundaran sindicatos en sus fincas, basados en argumentos paternalistas.8 Palomar y Vizcarra explic? que las cajas rurales deber?an funcionar en una circunscripci?n territorial muy corta para que todos los socios se conocieran, prestar s?lo para la produc ci?n y ?nicamente a los socios y garantizar los pr?stamos con su correspondiente garant?a colateral. Los funcionarios de la Caja prestar?an sus servicios gratuitamente, y los socios no aportar?an ning?n capital, ?nicamente su responsabilidad solidaria e ilimitada. Obviamente las Cajas Raiffeisen no eran una instituci?n de beneficencia para socorrer a los desvalidos, sino a aquellos que estuvieran "en condiciones de ser ayu dados", como los aparceros.9 Orozco y Jim?nez explic? que, pese a la presencia de algu nos obreros, esa reuni?n hab?a sido patronal; era natural, 7 Curso zapopano, 1921, p. 221.

8 Curso zapopano, 1921, pp. 278, 256, 306.

9 Curso zapopano, 1921, pp. 290-292, 319-320.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 309 por tanto, que de preferencia se hubieran se?alado las defi ciencias de algunos hacendados. Pero si en ese "Curso* ' se hab?an proferido algunas frases "un poco duras" para ciertos

hacendados, su prop?sito no era herir sino conciliar. Los

patronos agradecer?an las labores del "Curso" cuando vieran que se infiltraba entre los trabajadores "el esp?ritu cristiano de respeto a la propiedad y de amor a sus amos", los obreroa agradecer?an los esfuerzos por mejorar su situaci?n.10 Entre las mejoras concretas propuestas en esa reuni?n, aparte de las antes se?aladas, figuran a) el establecimiento de un seguro en caso de accidente y enfermedad, suministrando la hacienda las medicinas y, de ser posible, el m?dico; b) el cultivo de algunas tierras de las haciendas y propiedades comu

nales en beneficio de los ancianos; c) la modernizaci?n de la

agricultura; d) la fundaci?n de capillas (al menos con un

sacerdote) en todas las haciendas y congregaciones; e) la prohi bici?n de vender bebidas embriagantes en las haciendas; f) el establecimiento de una oficina de emigraci?n, y g) el env?o de sacerdotes a los braceros que trabajaban en Estados Unidos.11

Pedro V?zquez Cisneros lament? que la Rerum Novarum fuera muy poco conocida en M?xico. Critic? el art?culo 123, aunque substancialmente acorde con la doctrina cat?lica, por que ten?a grav?simos defectos de forma.12 El arzobispo de

Guadalajara Francisco Orozco y Jim?nez, alarmado por la vehemencia de algunos oradores, rectific? la idea de que el rico es un "infame" explotador del pobre, temi? que algunos de ?stos al oir anatemas tan tremendos como injustos, exigie ran a los ricos todo cuanto necesitaran, con justicia y sin ella.

Varios se preguntaron si la Iglesia era enemiga de los ricos, si estaba predicando un socialismo moderno. La Iglesia con dena al socialismo, prosigue Orozco y Jim?nez, reconoce a los ricos el derecho a una fortuna leg?timamente adquirida, pero les recuerda la estrech?sima obligaci?n de no emplearla en vicios y, conforme a Le?n XIII, que es de justicia remunerar 10 Curso zapopano, 1921, pp. v-viii.

11 Curso zapopano, 1921, pp. 313-315.

12 Curso zapopano, 1921, p. 127.

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suficientemente al trabajo, sufragar las curaciones en los tra

bajos peligrosos (por ejemplo, en las minas) y asegurar su

porvenir cuando fallecieran, atender las necesidades espiritua les de sus sirvientes, etc?tera.

En cuanto a los deberes de la caridad, los ricos ten?an la obligaci?n de dar limosna a los necesitados, aunque su monto

no hab?a sido precisado por los moralistas. Algunos, para no hacer demasiado pesada esta carga a los ricos "cada d?a m?s alejados de Dios", se?alaban que despu?s de proveer lo nece sario al sostenimiento "decente y decoroso" de la familia y las reservas convenientes para el porvenir, deber?an dar de

limosna una "quincuaqu?sima parte" de lo superfluo. Pero

los moralistas m?s prudentes no determinaban una cantidad precisa, opini?n conforme a los usos de la Iglesia primitiva, la cual, seg?n recuerdan los "Hechos de los Ap?stoles", "re part?a a cada uno seg?n lo que hab?a menester". La Iglesia no quer?a que el pobre se resignara con su miseria, ni un des prendimiento semejante de los ricos, pues este era un acto espont?neo de la caridad, "no era una ley". Los pobres que conmov?an a Cristo no eran los descontentos con su suerte sino los "resignados, y conformes, sufridos y llenos de pacien

cia . .. es, por consiguiente, el primer deber de los pobres conformarse con la voluntad divina y resignarse con su condi

ci?n humilde que el Divino Maestro santific? haci?ndola suya". La Iglesia no prohib?a a los pobres mejorar su condici?n,

siempre que lo hicieran mediante el trabajo y sin tocar los extremos de la avaricia y de la prodigalidad: una sola cosa pido, a los ricos: amor a los pobres: resignaci?n.

Y la sociedad se salvar?. 13

Es visible la contradicci?n en estas instrucciones de Oroz co y Jim?nez, por un lado pretende que la Iglesia no predica la resignaci?n, por el otro la confiesa claramente, quiere que 13 Revista Eclesi?stica, 1921, abril, pp. 267-274.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 311 los ricos den amor a los pobres, pero ?l sab?a mejor que nadie que cada d?a estaban m?s alejados de Dios.

En el primer Congreso Obrero Cat?lico, celebrado en 1922, Palomar y Vizcarra consider? la enfiteusis, la aparcer?a y el arrendamiento, como los mejores medios para preparar el advenimiento de la peque?a propiedad. El jesu?ta Arnulfo Castro se?al? dos condiciones para el buen funcionamiento de la peque?a propiedad: cierta cantidad de tierra y de capital,

y "virtudes morales, econ?micas y c?vicas en el propietario".

Por ?ltimo, el Congreso propuso comprar tierras en condi ciones favorables para los pobres, elogi? las Cajas Raiffeisen, y critic? las dotaciones ejidales porque s?lo hab?an servido para enriquecer a unos cuantos explotadores.14 Paralelamente a esos congresos se crearon numerosos sin dicatos cat?licos agr?colas, principalmente en Michoac?n, Ja lisco, Guanajuato y Zacatecas. La CCT sugiri? el 27 de sep tiembre de 1924 a los hacendados: 1) su aquiescencia ben? vola para las asociaciones de colonos, 2) libertad en los con tratos de arrendamiento, 3) multiplicaci?n del n?mero de propietarios y 4) fundaci?n del cr?dito agr?cola. Este docu mento sorprendi? tanto al diputado Rafael Alvarez y ?lvarez, que interpel? al arzobispo de M?xico para que declarara si

estaba de acuerdo con ?l.15 El arzobispado respondi? que

contaban con la aprobaci?n del episcopado todas las medidas que, dejando a salvo la justicia cristiana, beneficiaran a los trabajadores, en prueba de lo cual record? los congresos cele brados de 1903 a la fecha con tal objeto.16 En suma, el reformismo cat?lico de esta ?poca coincidi? en algunos puntos con el programa del gobierno, salvo, tal vez en que la Revoluci?n aspiraba a transformar la tenencia de la tierra y no s?lo a establecer una relaci?n de trabajo m?s justa entre hacendados y peones. Para la causa cat?lica, m?s grave a?n fue la oposici?n de los arzobispos de Durango y de 14 Primer Congreso, 1922, pp. 22-29.

i? Camacho, 1939, pp. 81-82.

i? Taracena, 1962, pp. 197-199.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

Jalisco, y de varios p?rrocos (sobre todo de Jalisco, Puebla, Durango, etc.) a la reforma agraria amenazando con castigos

espirituales a quienes solicitaban tierras, pr?dica que llev?

a varios ejidatarios de Puebla y Jalisco a abandonar las tierras de que hab?an sido dotados.17 A mediados de 1923 tiene lugar un grave incidente entre Orozco y Jim?nez y el gobernador Jos? Guadalupe Zu?o. El arzobispado le manifest? su extra?eza por los llamados apre miantes que el gobernador hab?a estado haciendo a algunos p?rrocos, porque no los hab?a indemnizado de ciertos gastos y le pidi? se entendiera con ?l. El arzobispo amenaz? al gober

nador: en caso de que alg?n sacerdote desobedeciera al go bierno civil ?ste tendr?a que emplear la fuerza con peligro de que se alterara el orden, porque la m?s insignificante indicaci?n del gobierno eclesi?stico "bastar?a para levantar al pueblo contra un mandado indebido". El 20 de julio Zu?o respondi? al arzobispo: le extra?aba que, dado su car?cter eclesi?stico, interviniera en asuntos de su administraci?n, ?l no ten?a obligaci?n de buscar armon?a con el clero, sino su obediencia a las leyes. En cuanto a su amenaza de alterar el orden p?blico, tendr?a mucho gusto en demostrar que sab?a

guardar el orden. Quedaba pues, bajo la responsabilidad del arzobispo todo movimiento religioso armado. Castigar?a a los sacerdotes que insultaran a las autoridades civiles o inter vinieran en la cuesti?n agraria. En este punto Orozco y Jim? nez meti? reversa, el gobernador no deber?a temer ning?n

movimiento religioso armado, caso de hacerlo ?l no ser?a responsable, pues era ministro de paz.18 Esta escaramuza preced?a a la rebeli?n cristera; seis a?os

despu?s de terminada ?sta se quebrant? la secular uni?n iglesia-hacienda. En efecto el episcopado declar?, el 30 de agosto de 1935, que la Iglesia no se opon?a a una justa y conveniente divisi?n de las tierras; por el contrario, por razo IT AGNM, Ramo Presidentes: Obreg?n-Calles, Paq. 106, Leg. 6, Exp. 818-E-28; Paq. Ill, Leg. 3, Exp. 318-T-62. Diario de los Debates, 1921, 2 junio, p. 6; 1922, 25 sept., pp. 13, 23; Taracena, 1961, pp. 161-170.

18 Revista del Clero, 1923. lo. sept., pp. 14-15.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 313 n?s de bien com?n aceptaba la divisi?n de la propiedad, de

de acuerdo con una "conveniente" indemnizaci?n.19 Casi simult?neamente dos sacerdotes jaliscienses, en la segunda

mitad de la presidencia de C?rdenas, justificaron el agrarismo.

Seg?n Jos? T. Moreno no se deb?a inquietar a los agraristas, sino exhortarlos a someterse al juicio de la Iglesia sobre la cuesti?n de la propiedad agraria, juicio que a?n no hab?a sido pronunciado. Moreno distingui? tres formas de propiedad privada: 1) ilimitada en extensi?n y capital libre de obliga ciones; 2) ilimitada en extensi?n y capital con cargas sociales; 3) limitada en extensi?n y capital con cargas sociales. M?xico hab?a pasado del r?gimen 1 al 3; no era exacto, como algunos argumentaban, que se hubiera implantado el bolchevismo, ya que se reconoc?an la peque?a propiedad y la ejidal.

Se hab?an multiplicado los ejidos porque la difusi?n de la peque?a propiedad hubiera exigido una evoluci?n muy lenta, con peligro de que no se modificara la situaci?n secular que

se quer?a cambiar. Las cr?ticas al ejido eran precipitadas, porque "en una transformaci?n econ?mica tan radical como la nuestra los resultados no pueden ser inmediatos".

Por otra parte, la Revoluci?n realiz? un acto de justicia vindicativa al expropiar los latifundios.

Las indemnizaciones legales que deber?an recibir los despojos son insignificantes en comparaci?n con los grandes capitales amasados

con lo que se dej? de pagar a los trabajadores a quienes se

retribu?a con salarios de hambre.

Dado que el derecho positivo pod?a determinar lo que ?l natural dejara indeterminado, y por estar las expropiaciones fuera del campo de la justicia conmutativa, los agraristas no estaban obligados a restituciones ni componendas con los anti guos due?os, m?xime que el reparto de tierras era ya un hecho

consumado, con una prescripci?n superior a veinte a?os.

Por supuesto, esta opini?n no fue un?nimemente aceptada por el clero. El jesu?ta Jos? Antonio Romero acus? a Moreno de 19 Camacho, 1939, pp. 118-119.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

defender un comunismo parcial y de difamar a los hacendados,

porque seg?n Moreno la Revoluci?n realiz? un acto de justicia vindicativa. Moreno contrarreplic? que todo ese debate era

meramente especulativo, pues las normas pr?cticas ya las hab?a dado el episcopado. El obispo de Morelia hab?a expli cado que se dejara al gobierno la responsabilidad de la dis

tribuci?n de las tierras, quienes las recibieran tranquilamente pod?an poseerlas y explotarlas, pero obligados a obedecer a la Iglesia cuando difundiera ese punto y a no mezclarse en pr?cticas antirreligiosas. Como alguien m?s pregunt? si ya

no era pecado el robo, Moreno respondi? que, aun en el supuesto de que las autoridades se equivocaran y abusaran

con su pol?tica agraria, de eso no se segu?a que el campesino no pudiera recibir las tierras que se le dieran, pues ten?a el

derecho de vivir en una situaci?n menos miserable, y el Estado

la obligaci?n de mejorar su suerte. Por tanto, indemnizar era responsabilidad del Estado, no del campesino, quien, por tanto,

no robaba.20 Moreno se apoy? tambi?n en la respuesta del gobierno

mexicano al de Estados Unidos, de fecha 3 de agosto de 1938, sobre el pago inmediato de las indemnizaciones por expro piaciones agrarias, ya que de acuerdo con el Derecho Inter nacional los Estados pod?an escoger, conforme a sus propias leyes, el momento y forma de pagar las indemnizaciones. Estas,

a?ad?a Moreno, no se deb?an por justicia conmutativa, sino social, pues el derecho natural se satisfac?a per se, por igual con la propiedad com?n que con la privada; lo establecido

por el derecho de gentes era mudable, tal como hab?a sucedido

con la esclavitud y con las formas de gobierno, por tanto, la

propiedad privada de las cosas superfluas pod?an mudarse en com?n de algunas de ellas. Cuando se hizo valer contra Moreno que su opini?n contrariaba la del arzobispo de Gua dalajara, Jos? Garibi y Rivera, Moreno respondi? que esa era una opini?n particular del arzobispo sobre el problema agra rio, no impuesta autoritativamente a su arquidi?cesis.21 20 Moreno, 1938, pp. 4-47.

21 Moreno, 1938, pp. 1-30.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 315 El padre Ramiro Camacho escribi? poco despu?s sobre

esta cuesti?n, explicando que la suya era la opini?n privada

de un sacerdote, aunque apoyada en una segura doctrina moral. Esto en virtud de que la tesis agraria del can?nigo

Moreno hab?a escandalizado, pues se lleg? a dudar si la Iglesia hab?a claudicado en punto al s?ptimo mandamiento; Camacho defendi? la licitud de las restituciones y dotaciones, siempre que se observaran las leyes agrarias.22 Seg?n Camacho en cuanto

a la restituci?n no hab?a problema moral alguno. Para que la expropiaci?n fuera leg?tima se necesitaba que lo exigiera la utilidad p?blica y compensar al propietario, como en este caso se daban ambos requisitos, la expropiaci?n era l?cita.

Contra quienes aseguraban que el reparto de tierras no era de utilidad p?blica, record? que lo era la multiplicaci?n de los propietarios, aunque en el caso de M?xico, por la precipi taci?n de las autoridades y la inexperiencia de los ejidatarios,

hubiera habido errores. Camacho se apoy? en las normas pr?cticas que dio el arzobispo de Puebla, Enrique S?nchez

Paredes, y que hicieron suyas otros obispos: no adherirse al agrarismo si se le daba un car?cter anticat?lico; retener los terrenos si ?stos eran de la Naci?n y cuando constara que el ?ltimo due?o los pose?a injustamente, pero restituirlos cuando constara que hab?an sido arrancados injustamente al antiguo poseedor. En caso de duda s?lo podr?an pedirse tierras por una causa poderosa, pera una vez recibidas no pod?a urgirse su restituci?n. Cuando constara que hab?a faltado la conve niente indemnizaci?n, se aconsejaba un arreglo con los due?os para indemnizarlos, por lo menos parcialmente. Pero quienes tuvieran un inconveniente grave para restituir, por temor a ser considerados enemigos del gobierno, podr?an diferir la indemnizaci?n. Asimismo, podr?an recibir las tierras quienes se vieran obligados a aceptarlas, porque supusieran que, de no hacerlo, se les seguir?an graves males.23

Los padres Eduardo Iglesias, Romero y otros sosten?an que 22 Camacho, 1939, p. 184.

23 Camacho, 1939, pp. 90-93.

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la indemnizaci?n era de justicia conmutativa, seg?n Moreno de justicia social por razones de bien com?n; Camacho acep taba la tesis de Moreno en el caso de las tierras superfluas.

Camacho record? que, de acuerdo con Santo Tom?s de Aquino, la importancia de la restituci?n absolv?a de la misma, lo que

encuadraba con la petici?n del presidente C?rdenas en su mensaje del 20 de noviembre de 1938, cuando pidi? a los propietarios afectados que renunciaran a la indemnizaci?n.

Entre quienes atendieron a este llamado se cuentan el general Donato Bravo Izquierdo y varios hacendados de Nayarit.24 En suma, para Camacho los agraristas no eran ladrones, la reforma

agraria era irreversible, y para que la expropiaci?n fuera justa no ea preciso que fuera inmediata.25

Treinta a?os despu?s de que el m?dico Refugio Galindo

propugnara en Le?n un fraccionamiento "inteligente" de las haciendas, y despu?s de que el episcopado rechazara la reforma

agraria calific?ndola de robo, la Iglesia la acept? como un hecho cumplido.

SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico, D. F.

Camacho ,Ramiro 1939 La cuesti?n agraria. Guadalajara, Imprenta Font.

1940 ?Son ladrones los agraristas? Guadalajara, s.i.

Cr?nica y trabajos 1920 Cr?nica y trabajos principales del 1er. Congreso Cat? lico-Regional Obrero celebrado en Guadalajara, Jal., en abril de 1919 por el Pbro. Librado Tovar, 1er. Se cretario del Congreso. Guadalajara, Tip. de C.M Sainz.

24 Camacho, 1939, pp. 94-110.

25 Camacho, 1940, pp. 20-22.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO EN JALISCO 317 Curso zapopano 1921 Curso social y agr?cola zapopano desarrollado en Gua dalajara con ocasi?n de la pontificia coronaci?n de la imagen de Ntra. Sra. de Zapopan, en enero de 1921,

bajo los auspicios del 5o. arzobispo de Guadalajara

Breve historia. Trabajos. N?mina de Semaneros. Con licencia de la autoridad eclesi?stica. Guadalajara, Tip. "Renacimiento".

Diario de los Debates 1921 Diario de los Debates de Diputados. M?xico.

1922 Diario de los Debates de Diputados. M?xico.

Moreno, Jos? T. 1938 El agrarismo. M?xico, Font.

Primer Congreso 1922 Primer Congreso Nacional Obrero. Guadalajara, Tip. "Renacimiento".

Revista del Clero

1923 La Revista del Clero. M?xico.

Revista Eclesi?stica 1921 Revista Eclesi?stica, Publicaci?n mensual dirigida por el Pbro. Dr. Jos? Francisco Ponce. M?xico, abril.

Taracena, Alfonso 1961 La verdadera Revoluci?n Mexicana. S?ptima etapa (1920 a 1921). M?xico, Editorial Jus.

1962 La verdadera Revoluci?n Mexicana. D?cima etapa (1924 a 1925). M?xico, Editorial Jus.

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EL ARCHIVO HIST?RICO DEL ESTADO DE SAN LUIS POTOS? Alfonso Mart?nez Rosales

El Colegio de M?xico La trayectoria conocida hasta hoy de los archivos de la ciudad y del Estado de San Luis Potos? es tan triste1 que conviene comenzar a cernir la informaci?n para proyectar luz en la sombra, o sea hablar de quienes han trabajado en su favor y de lo que se ha logrado. El claroscuro puede dar una apro ximaci?n m?s real sobre ellos.

Habiendo sido fundada la ciudad el 3 de noviembre de

1592, es por ello que el grueso de los fondos documentales data en su origen del fin del siglo xvi, no obstante que hay poblaciones del Estado de fundaci?n anterior, caso de Ciudad

Valles (1533) Matehuala (?1550?) y Charcas (1574).

Ahora bien, en general es pertinente recordar como hace dores de documentaci?n hist?rica en San Luis Potos? durante el virreinato a los alcaldes mayores, los cabildos y regimientos,

los p?rrocos, los oficiales reales, los diputados de la miner?a, las comunidades religiosas, los escribanos, los abogados, las

cofrad?as, los comisarios de la Inquisici?n, los obispos en visita patronal, los visitadores reales, los colegios, etc. Al erigirse la Intendencia y durante su vigencia: los intendentes,

los subdelegados, la diputaci?n provincial, los insurgentes, los realistas, etc. Y al nacer el Estado y dem?s personas mo rales: los gobernadores, los diputados al Congreso del Estado, los presidentes municipales, el tribunal de justicia, las depen dencias federales, los obispos, el Seminario Conciliar, el Ins l Montejano, 1979a, pp. 9-24. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias, al final de este art?culo.

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tituto Cient?fico y Literario, las empresas mercantiles e indus triales, etc?tera.

En cuanto a quienes pugnaron por la conservaci?n de los archivos ?la gran destrucci?n comenz? en el siglo xix y se prolong? hasta el presente? en el siglo xvi fueron los notarios o escribanos, aunque s?lo mediaron ocho a?os (1592-1600) la herencia documental relativa a la ciudad y su jurisdicci?n en tan corto periodo es cuantiosa y rica, debido quiz? tambi?n a la calidad del papel, capaz de resistir la acci?n destructiva de los elementos y de? la incuria. En el siglo xvn fueron los comisarios de la Inquisici?n y sus notarios; en el Ramo Inqui

sici?n del Archivo General de la Naci?n hay testimonios

sobrados de su actividad llevada con gran decoro, y conti nuaron distingui?ndose los escribanos que despachaban en el oficio p?blico. En el xvm el Dr. Antonio Cardoso, p?rroco de San Luis Potos?, quien no s?lo cuid? la correcta forma ci?n del archivo sino que los libros antiguos, que hab?a en contrado "desordenados, desencuadernados y casi demolidos",2

los mand? reunir y encuadernar apropiadamente.

Pero antes, en la gran zona de influencia de la Provincia

franciscana llamada "de Zacatecas", con sede en San Luis Potos?

y con jurisdicci?n en gran parte de su regi?n, fray Juan de Lazcano, natural de San Luis Potos? y provincial que fue de dicha Provincia (1686-1689) registr? todos los archivos de sus conventos "y los dej? puestos en orden, sacando de todos sus papeles un extracto, sin cuyas luces fuera imposible saliese a luz esta Cr?nica" nos dice el cronista fray Jos? de Arlegui.3

Fray Jos? de Santo Domingo, prior que fue del Carmen

de San Luis de 1783 a 1786, investig? en el archivo de su convento y da cierta noticia de ?l. Pero habiendo encontrado

que no satisfac?a su curiosidad, pidi? traslados de lo que urg?a,

que crey? de inter?s y fomento para el archivo y consult? a seglares. El resultado fue su "Libro de la fundaci?n, progresos 2 APSSLP, "Libro bautismos", frontispicio.

3 Arlegui, 1737, pp. 382-383; lo citan Berist?in, 1981, pp. 167-170; y Monte jano, 1979b, pp. 192-193.

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y estado. . ." del Carmen de San Luis. El tambi?n dio noticia con cierta envidia, puesto que se quej? de los recortados apun tes hist?ricos que hab?a sobre tan insigne fundaci?n, o sea su

convento, de una historia del Colegio de Ni?as Educandas y Virtuosas o Beater?o de San Nicol?s Obispo, que las "ni?as colegialas" ten?an en su archivo.4 A poco de establecida la Intendencia de San Luis Potos?, el escribano de tierras y aguas envi? de M?xico, por orden de la Junta de Real Hacienda, "510 expedientes que estaban en giro, tocantes 206 a San Luis y el resto a Coahuila, Nuevo Reino de Le?n, Villa de los Valles y Guadalc?zar. A su vez, en 12 de septiembre de 1794, la Escriban?a de Real Hacienda de Guadalajara envi? 101 expedientes de negocios de tierras, pertenecientes a Charcas, Catorce, Matehuala y Venado. Con que ya se ve que hab?a material para el despacho" adminis trativo de la nueva Intendencia.5

Entre quienes en el siglo xrx lucharon por la conservaci?n de los archivos, aunque aisladamente, destaca el Lie. Primo Feliciano Vel?zquez. ?l, incluso, coron? su obra de rescate publicando su magn?fica Colecci?n de documentos para la historia de San Luis Potos?.6 Y en el siglo xx la labor de Don Rafael Montejano y Agui?aga es imponderable, misma que canaliz? hacia la Academia de Historia Potosina, la cual con el apoyo y la eficacia de su presidente el Dr. Alberto Alcocer Andal?n, y por mano del Lie. Jos? Francisco Pedraza y Don

Alejandro Espinosa Pitman, comenz? en mayo de 1976 la

obra que habr?a de fructificar en la institucionalizaci?n de la conservaci?n del patrimonio documental hist?rico del Es tado de San Luis Potos?.

El "Libro de actas" de la Academia de Historia Potosina

contiene de 1977 a 1978 una serie de notas7 que indican c?mo en su seno se origin? y cristaliz? la idea de la fundaci?n 4 Santo Domingo, 1898, p. 303.

5 Velazquez, 1982, p. 634.

6 Velazquez, 1897-1899.

7 AAHP, "Libro actas", ff. 128, 130v, 138, 140-141.

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de un Archivo Hist?rico de San Luis Potos?. La funci?n eje cutiva corri? a cargo del Gobierno del Estado, que deleg? la administraci?n de la obra en un patronato, en que inter vinieron, naturalmente, miembros de la Academia de Historia

Potosina.

Despu?s que se restaur? y amuebl? una antigua casa por firiana de la calle de Arista, fue inaugurada la obra material de la nueva instituci?n el 25 de septiembre de 1978;8 y el 16 de octubre el gobernador expidi? el nombramiento del primer

director, el cual tom? posesi?n del cargo el 4 de diciembre siguiente.

Uno de los primeros pasos fue asentar la personalidad jur?dica del Archivo. Por lo cual, habiendo presentado la direcci?n al gobernador un proyecto de ley de creaci?n y de funciones, ?ste lo envi? al xlix Congreso del Estado, mismo que por su decreto n?mero 49 lo aprob? y orden? su publi caci?n;9 el reglamento respectivo fue publicado poco despu?s,10 y el 23 de febrero de 1979 fue fundado formalmente el Archivo

Hist?rico del Estado de San Luis Potos? por el gobernador Lie. Guillermo Fonseca Alvarez.11

8 Por la restauraci?n del edificio y su inmejorable destino, la So

ciedad Defensora del Tesoro Hist?rico y Art?stico de M?xico hizo a?os despu?s un reconocimiento p?blico al Lie. Guillermo Fonseca. ? Peri?dico, 1979a, decreto de 11 de enero, en vigor a partir del 9 de febrero de ese a?o, reproducido en Archivo, 1979, pp. 54-57. io Peri?dico, 1979b, pp. 587-590, reproducido en Archivo, 1979, pp.

58-61. n A la ceremonia asistieron representantes de las autoridades judi ciales, militares, educativas, municipales, la Academia de Historia Potosina,

el Dr. Salvador Nava Mart?nez y otras personas de San Luis. Se cont?

tambi?n con la presencia de D. Walter Meade (Tijuana), D. Ignacio

Gallegos (Universidad de Durango), Lie. Manuel Alc?ntara (Universidad de Quer?taro), Pbro. Jos? de Jes?s Jim?nez (Guanajuato), Lie. Eduardo

Salceda L?pez (Le?n, Gto.), Lie. Jos? Vergara (Archivo del Poder Ju dicial del Estado de Hidalgo), Dra. Carmen Casta?eda (Directora del

Archivo Hist?rico de Jalisco), D. Jos? Rogelio Alvarez (Enciclopedia de

M?xico), Mtro. Marco D?az (Instituto de Investigaciones Est?ticas, UNAM), Profa. Romana Falc?n (El Colegio de M?xico), Dr. Enrique Florescano (INAH), Prof. Bernardo Garc?a Mart?nez (El Colegio de This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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Los trabajos propiamente comenzaron a partir de la toma de posesi?n del director: preparativos, administraci?n, con centraci?n de fondos, limpieza elemental de los documentos, desinfecci?n, restauraci?n m?nima y urgente de los que as? lo necesitaran, y primer arreglo cronol?gico de los mismos sin

perder su fuente de procedencia.

Aunque el programa general de trabajo corresponde a la estructura de direcci?n, Consejo T?cnico Ejecutivo, Consejo T?cnico Consultivo, y asesor?as (administraci?n, preservaci?n, clasificaci?n y catalogaci?n, reprograf?a, difusi?n e investiga

ci?n) la realidad ha impuesto que, sin perjuicio de que tal divisi?n de actividades se realice en la medida posible, la

mayor parte de las labores haya estado dirigida hacia la con centraci?n de los fondos documentales en el Archivo; no obstante la vigencia de la ley respectiva, para ello ha habido que luchar con la dispersi?n, las dificultades para su trans ferencia, el desconocimiento de la existencia de algunos o de su estado, y en ciertos casos su ocultaci?n. De los d?as de la fundaci?n a mediados de 1983, los fondos concentrados y una relaci?n m?nima de sus contenidos son los siguientes:

M?xico), Flor Hurtado (El Colegio de M?xico), Prof. Wigberto Jim?nez Moreno (Academia Mexicana de la Historia), Dr. Jorge Litvak (UNAM), Prof. Jorge Alberto Manrique (Director del Instituto de Investigaciones

Est?ticas, UNAM), Dra. Alejandra Moreno Toscano (Directora del Archivo General de la Naci?n), Leonor Ortiz Monasterio (AGN), Dr. Edmundo O'Gorman (Presidente de la Academia Mexicana de la His

toria) , Rodolfo Pastor (El Colegio de M?xico), Prof. Antonio Pompa y Pompa (INAH), Mtra. Mar?a del Carmen Ruiz Casta?eda (Directora de la Biblioteca Nacional, UNAM), Dr. Elias Trabulse ?tala (El Colegio de M?xico), Guadalupe Villa (INAH), Dr. Luis Gonz?lez y Gonz?lez (Presidente de El Colegio de Michoac?n), Don Israel Cavazos Garza (Monterrey, N.L.), Prof. Luis Manuel Oreza V?zquez (Director del Archivo Hist?rico de Quer?taro), Lie. Rafael Garc?a Ortega (Nuevo Laredo), Lie. Juan Fidel Zorrilla (Universidad de Tamaulipas), Don Cuauhtemoc Esparza S?nchez (Universidad de Zacatecas) y otras personas

m?s. La presencia de todos ellos, el inter?s de los que no asistieron, y las opiniones favorables de muchos m?s, prueban tambi?n la impor

tancia de la obra.

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1. Poder Legislativo. Congreso del Estado. El fondo docu mental hist?rico proveniente del archivo del Congreso del Estado fue el primero que pas? al Archivo Hist?rico. Ingres? el 15 de febrero de 1979. En cuanto a la forma de obtenci?n, hubo que vencer algunas dificultades. Contiene libros de actas de las sesiones de 1857 a 1927, dict?menes y correspondencia recibida y contestada que comprende de 1906 a 1929.

Actualmente est? dispuesto en legajos; los libros de actas conservan su encuademaci?n original en estado aceptable.

Puede accederse a su contenido por una gu?a que se halla a disposici?n de los interesados.

2. Poder Ejecutivo. Secretar?a General de Gobierno. La documentaci?n de este fondo abarca la Intendencia de San

Luis Potos? (1787-1821) y la Provincia de San Luis Potos?

(1821-1824). El periodo de 1824 a 192912 es con propiedad

el de la Secretar?a General de Gobierno, y la naturaleza de las materias que contiene es muy amplia y diversa. El volumen de los materiales es hoy el mayor de todos los fondos concen trados en el Archivo; en ?l lo mismo puede encontrarse infor

maci?n sobre el Colegio Guadalupano Josefino, y sobre Char cas, que referencias a todos los lugares del Estado, pleitos de naturales, alcabalas, personajes del siglo xrx, gobernaci?n, hacienda, guerra, justicia, decretos federales, instrucci?n pri

maria y secundaria; e incluye una colecci?n de leyes y decretos

estatales, el Peri?dico Oficial del Estado, gran n?mero de los

peri?dicos que sin ser oficiales del Estado serv?an como tales, el

Diario Oficial de la federaci?n, y una biblioteca varia.

Actualmente su arreglo se encuentra en la fase de distri buci?n cronol?gica en legajos, que llega al a?o 1850, y es de

notar que de los a?os 1846-1847 se han formado alrededor de 48 legajos.

Intendencia de San Luis Potos? (1787-1821). Este fondo incluye documentos anteriores al establecimiento de la misma, es notable que haya pocos de 1800 a 181Q. Entre las m?ltiples

12 Los documentos de este a?o a la fecha permanecen en el Archivo General del Estado en el palacio de gobierno.

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materias propias del gobierno de la Intendencia se pueden hallar: bandos, gran n?mero de documentos sobre Charcas, noticias de Pinos, Sombrerete (1782) Nieves (1782, 1797) real hacienda, indios, misiones, testamentar?as, Valles, R?o Verde, Salinas, milicias de Nuevo Santander, Provincias Inter

nas de Oriente, Catorce, Matehuala, Parras, Nuevo Le?n, billetes de loter?a forzosa, censos, sanidad, y causas civiles y criminales.

Provincia de San Luis Potos? (1821-1824). Las materias de su contenido son pr?cticamente las mismas que de la Inten dencia y la Secretar?a General de Gobierno. La documentaci?n est? ya dispuesta en legajos en orden cronol?gico, como parte que es de la Secretar?a General de Gobierno.

Registro Civil Este fondo se hallaba en la Direcci?n Ge neral del Registro Civil, y re?ne de 1860 a 1899 copias de los libros de registros de nacimientos, matrimonios, defunciones, adopciones, reconocimientos de hijos, tutelas, emancipaciones, divorcios, ejecutorias de incapacidad, y rectificaciones de actas

de todo el Estado. Es pertinente aclarar que las actas de naci miento, matrimonio y defunci?n son las m?s abundantes.

S?lo unos cuantos libros, de los m?s peque?os en grosor, no est?n encuadernados.

Registro Civil (micropel?culas). De la Proveedur?a Ge

neral del Estado pasaron al Archivo Hist?rico varias decenas de cajas que contienen los rollos de microf?lmaci?n de los libros del Registro Civil de todo el Estado, de 1860 a 1925.

Penitenciar?a del Estado. El fondo documental proveniente

de la Penitenciar?a General del Estado es del siglo xx, y contiene los obligados expedientes sobre delincuentes y sus faltas contra la vida, la integridad corporal, el patrimonio y

el sexo.

Peri?dico Tribuna. El movimiento c?vico potosino de 1958 1961, que encabez? el Dr. Salvador Nava Mart?nez y apoy? en gran medida el peri?dico Tribuna, produjo su volumen docu mental y bibliogr?fico. De la represi?n del movimiento s?lo se salv? el esp?ritu libertario de los potosinos, y de la destruc

ci?n del peri?dico muy poca cosa. Por eso de la penitenciar?a This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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s?lo lleg? un cierto n?mero de fotograf?as que formaron parte

de la colecci?n del peri?dico. Casi todas son de la secci?n de "sociales", pero algunas sirven para el quehacer de los his toriadores.

Registro P?blico de la Propiedad y del Comercio. Este fondo

contiene los protocolos de instrumentos p?blicos otorgados por ante los escribanos y los notarios p?blicos, seg?n la ?poca, ordinariamente a raz?n de un volumen por a?o de 1790 a 1900; pero se debe tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo xix hubo siempre m?s de un notario. Despu?s del a?o 1900, s?lo hay un n?mero de 20 piezas, entre libros y cuadernos, de protocolos e ?ndices de la notar?a de Adalberto M. V?zquez, de Jes?s Undiano (1901, 1902-1903) y de Manuel G?mez Grande (1903). Existe un inventario. Pr?cticamente todos est?n encuadernados.

Minas. Del Registro P?blico de la Propiedad tambi?n se obtuvo un fondo documental formado por 139 libros, que contienen informaci?n sobre minas y negociaciones y com pa??as mineras de 1880 a 1927.

Villa de San Francisco de los Pozos (ahora Delegaci?n de

Pozos). De la misma oficina del Registro provienen tres vol?menes de protocolos referentes a Pozos, de 1784 a 1852.

Tienen gu?a.

Hipotecas diversas. Adem?s, el mismo Registro proporcion? un volumen con hipotecas diversas de 1753 a 1874.

Real Hacienda. Del mismo origen son los cinco vol?menes encuadernados que contienen escrituras de 1755 a 1839, sobre

negocios de la Real Hacienda y fianzas a favor del Rey de Espa?a. Esto es, para el estudio de la Real Caja de San Luis Potos? existen estas fuentes, adem?s de los protocolos de ins trumentos p?blicos en cuyo otorgamiento intervinieron los oficiales reales desde la fundaci?n de la misma en 1628.

Secretaria de Promoci?n Industrial. En 1979 el Archivo Hist?rico recibi? de esta secretar?a 54 sobres con un contenido de 216 piezas fotogr?ficas ?tiles para imprimir a colores. Reco

gen im?genes de obras construidas o remodeladas durante el sexenio gubernamental 1967-1973.

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Secretar?a de Finanzas (antigua Tesorer?a General del Es tado) . Este fondo contiene tarjetas de pago, cortes de caja, comprobantes, estados financieros, relaciones de gastos, regis tros ganaderos de la Huasteca, etc. Pero su mayor utilidad est? en un gran n?mero de ejemplares impresos de las leyes de ingresos y egresos de los municipios y del Estado.

Colecci?n Manuel Jos? Oth?n. La casa-museo de Manuel Jos? Oth?n, dependiente de la Secretar?a de Servicios Admi nistrativos (antigua Oficial?a Mayor) transfiri? al Archivo Hist?rico una colecci?n de fotograf?as, cartas y otros manus

critos que pertenecieron al poeta, que estaban a punto de perderse por haber estado expuestos a la luz durante casi veinte a?os.

3. Poder Judicial. Supremo Tribunal de Justicia. Periodo de 1824 a 1929. Su contenido se halla en un gran n?mero de expedientes del ramo civil, correspondientes a asuntos de personas, bienes, sucesiones, y obligaciones; en uno de mayores

proporciones del ramo criminal en sus materias de delitos contra la vida y la integridad corporal, contra el patrimonio y contra el sexo, y otro de la administracin del Poder Judicial.

En la actualidad los trabajos han avanzado hasta el a?o

1847. Es pertinente anotar que hay un expediente de 1610, algunos del periodo 1737-1787; otros m?s de la ?poca de la Intendencia (1787-1821) y de la Provincia de San Luis Potos?

(1821-1824).

Protocolos. Las escrituras o instrumentos p?blicos otorgados

en la ciudad de San Luis Potos? de 1592 a 1789 se hallaban en el Supremo Tribunal de Justicia. Aunque el estado lamen table en que pasaron al Archivo Hist?rico constituye un da?o grav?simo para el patrimonio documental hist?rico del Estado,

sin embargo su utilidad es insustituible.

Est?n ordenados cronol?gicamente y distribuidos en legajos.

Existe un inventario.

Alcald?a Mayor de San Luis Potos?. Esta alcald?a existi? como tal de 1592 a 1787. Su fondo se compone sustancialmente

de expedientes de materia civil y criminal. De 1787 a 1821 funcion? como Ayuntamiento ordinario y contiene las mismas This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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materias; se conservan documentos de 1821 a 1841 de las causas civiles y criminales que ventilaron sus jueces constitucionales,

dentro ya de la administraci?n republicana.

Alcald?a Mayor de Santa Mar?a de las Charcas. La actual ciudad y la jurisdicci?n de Charcas, S.L.P., formaron parte en la era virreinal del) antiguo reino de la Nueva Galicia, a diferencia de San Luis Potos?, que siempre perteneci? a la Nueva Espa?a. La alcald?a de Charcas gener? un considerable archivo que apareci? en el Supremo Tribunal de Justicia del Estado. Tiene documentos de 1661 a 1799. Sus materias son civil, criminal y del oficio p?blico u otorgamiento de escri turas ante escribanos.

Aunque corri? la misma lamentable suerte que el archivo de la Alcald?a Mayor de San Luis Potos? y el de los protocolos,

est? ahora en condiciones favorables, distribuido en legajos ordenados cronol?gicamente.

4. Poder Municipal. Ayuntamiento de la Ciudad de San Luis Potos?. Del a?o de la fundaci?n de la ciudad, 1592 (en tonces pueblo) ,13 el archivo del Ayuntamiento s?lo tiene un documento; el grueso de los libros y de los expedientes va de 1616 a 1930. Aunque las lagunas son muchas, sin embargo

no es despreciable la existencia de una buena cantidad de libros de cabildos, pero su falta es total a partir de 1880.

Algunos de los t?picos que contiene son: hospital de San

Juan de Dios, patronato del Santuario de Guadalupe, alh?n diga, p?sito del ma?z, cuentas municipales, c?rcel p?blica, m?dicos de la ciudad, cuentas de las obras de las casas reales, aduana de la ciudad, aval?os, beneficencia p?blica, festivi dades c?vicas, escuela de artes y oficios, ferrocarril, carros de polic?a, diversiones, alumbrado, c?rcel de muj ?rese, santos patrones, funciones de iglesia, etc?tera.

Por desgracia, en este siglo casi se arruin? el archivo a causa de la humedad a que estuvo expuesto, m?s bien al agua.

13 De aqu? se deduce que en 1992 cumplir? el cuarto centenario de su fundaci?n, 3 de noviembre, como Am?rica el quinto de su descu

brimiento.

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Pero ahora est? a salvo, dispuesto en legajos y ordenado cronol?gicamente en su totalidad. Hay una gu?a ?til?sima, elaborada por el personal del Archivo Hist?rico del Estado

que llega al a?o de 1917.

Delegaci?n de Pozos. El antiguo Real y Villa de San Fran

cisco de los Pozos depende ahora del Ayuntamiento de la

Capital con el nombre de Delegaci?n de Pozos, S.L.P. Su fondo documental contiene censos, informes, cuentas y dem?s ma terias semejantes a las del archivo del Ayuntamiento.

Est? arreglado en cerca de 270 legajos, y sus l?mites tempo

rales son 1787-1979.

5. Poder Federal. Agencia del Ministerio P?blico Federal.

Este fondo contiene m?s de un centenar de expedientes sobre

la nacionalizaci?n de bienes dedicados al culto (iglesia, ca

pillas y anexos) tanto en la ciudad como en el territorio de todo el Estado, durante el lapso 1923-1967. S?lo por excepci?n incluye un expediente de averiguaci?n previa sobre el para dero de la se?ora Higinia Cedillo, 1940-1946. Est?n conservados

en legajos ordenados por a?os, y tienen una gu?a. Por inter?s nersonal del gobernador Carlos Jonguitud Barrios estos expe dientes pasaron al Archivo Hist?rico.

Ferrocarriles. Los apoderados del ferrocarril en San Luis

Potos? formaron un archivo que alcanza de 1926 a 1970.

Informa principalmente de accidentes ferroviarios ocurridos en el Estado, adeudos al ferrocarril, pleitos por asignaciones de puestos, expropiaciones de terrenos, arrendamientos, etc.

Se ha hecho solamente un arreglo cronol?gico por legajos.

El Lie. Juan Antonio Ledezma Zavala, ex presidente mu nicipal y apoderado que fue de los ferrocarriles, hizo posible que este fondo llegara al Archivo Hist?rico.

Juzgado Primero de Distrito. Los expedientes de una pri mera remesa cubren un siglo, 1867-1967. La materia es muy amplia: accidentes ferroviarios, lesiones causadas por el ferro carril, robos al mismo, circulaci?n de moneda falsa, responsa bilidad de funcionarios, falsificaci?n de estampillas, amparos, incidentes de suspensi?n de actos reclamados de autoridades, contrabando, delitos de rebeli?n, bienes nacionales, etc?tera.

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ARCHIVO HIST?RICO DE S. L. P.

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Los documentos han sido organizados en legajos de 1867 a 1967. Una segunda gran remesa permanece sin clasificar.

Agencia de Miner?a. Nada m?s acorde con el origen minero del Potos? que la Secretar?a del Patrimonio y Fomento Indus trial haya concedido el traslado de un fondo documental de minas que estaba en suj Agencia de San Luis. Son alrededor de cuatro centenares de expedientes que van de 1659 a 1925, y se relacionan con Charcas, Venado, ciudad de San Luis, Villa de la Concordia (Salinas, S.L.P.) M?xico y Zamorelia.

6. Donaciones. Archivo General de la Naci?n. La Dra. Alejandra Moreno Toscano, Directora del AGN, don? en

nombre de esta instituci?n una serie de copias fotogr?ficas de una parte de mapas y planos relativos a San Luis Potos? que existen all?. Adem?s de ?til, esta aportaci?n fue muy oportuna, puesto que la entreg? en la ceremonia de la funda ci?n del Archivo Hist?rico, siendo as? el AGN la primera instituci?n donante.

Colecci?n Guillermo Fonseca Alvarez. El primer donante fue el gobernador, Lie. Guillermo Fonseca Alvarez. En marzo de 1979 envi?, con inventario, varias decenas de expedientes, que van de 1709 a 1885. Entre ellos hay un borrador manus crito de la primera constituci?n pol?tica del Estado, y docu

mentos relacionados con el capit?n Manuel Fern?ndez de

Acu?a, los gobernadores Ram?n Adame y Vicente Chico Sein, y el Lie. Francisco Mac?as Valadez.

Libros de Cabildos. De los muchos libros de actas de cabil

dos del Ayuntamiento de la Ciudad de San Luis Potos? que hab?an sido sustra?dos de su archivo, siete llegaron a manos

de los se?ores Pbro. y Lie. Rafael Montejano y Agui?aga, Dr. Horacio Caballero Palacios, y Rebeca y Adolfo de Alba, quienes los adquirieron para devolverlos cuando consideraran que su conservaci?n estar?a asegurada. Como el Archivo Hist? rico ofrece las garant?as necesarias para ello, los entregaron el

3 de noviembre de 1980.14

14 ''Acta", 1981, pp. 19-20. El original y dem?s relativos en AAH

EdoSLP.

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ALFONSO MART?NEZ ROSALES

Fondo Mois?s Perogordo y Imsso. Donado poi? mediaci?n de Don Rafael Montejano y Agui?aga, este fondo tiene docu mentos de 1858 a 1962, que tratan de negocios de minas en el Estado de San Luis Potos? y otros; incluye planos.

Fondo Miguel Vargas Zenella. Esta es una peque?a serie de documentos privados, fechados en el siglo xix, que entreg? personalmente el Sr. Vargas Zenella.

Historia Mexicana. El Centro de Estudios Hist?ricos de

El Colegio de M?xico, por medio de la Dra. Josefina Zoraida

V?zquez, don? en 1982 una colecci?n casi completa de la

revista Historia Mexicana, que alcanzaba entonces el n?mero 120.15 Fondo Lie. Gabriel G?mez Sabor?o. Esta colecci?n fue obte nida del Lie. G?mez Sabor?o en la ciudad de M?xico por mano de D. Javier Trevi?o Cant?. La forman decenas de documentos relativos a la antigua Villa de San Francisco de los Pozos, entre los que destacan padrones de la misma, sus cuarteles y fracciones, hechos en el siglo xix.

Colecci?n Lolita Carrillo. La Srita. Dolores Carrillo don? varios libros, dif?ciles de conseguir, que tratan de la m?sica y teor?a de Don Juli?n Carrillo.16

7. Iglesia. Archivo de la Parroquia del Sagrario de San

Luis Potos?. En atenci?n a que las actas de bautismos, matri monios y defunciones, y las informaciones prematrimoniales fueron microfilmadas en ?pocas anteriores a la fundaci?n del Archivo Hist?rico, ahora se fotocopian los libros de las cofra d?as y de las congregaciones, as? como los pocos expedientes

que quedan del juzgado eclesi?stico de la antigua y Real Parroquia de San Luis Potos?.

8. Secci?n de Reprograf?a. Diapositivas. El Archivo cuenta con diapositeca en formaci?n, que recoge la imagen de iglesias, 15 Despu?s se han recibido las colecciones Historia de la Revoluci?n Mexicana y Bibliograf?a Hist?rica Mexicana.

16 El Dr. Jorge Carpizo, Director del Instituto de Investigaciones Jur?dicas de la UNAM, ha ofrecido entregar al Archivo Hist?rico una colecci?n ?ntegra en fotocopia del Archivo de Ponciano Arriaga.

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ARCHIVO HIST?RICO DE S. L. P.

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casas, palacios, pinturas, etc., de bienes hist?ricos y/o art?s ticos del patrimonio tanto de la ciudad como de lugares de todo el Estado.

Dibujos. Colecci?n "Jos? Arias Duran". El dibujante de

ese nombre ha colaborado con el Archivo delineado casi ex clusivamente arquitectura civil de la ciudad de San Luis Potos?,

y detalles de la misma: ventanas, rejas, puertas. De 1980 a 1983 ha ejecutado 115 piezas.

Discos. La m?sica relativa a San Luis Potos? y creada o

interpretada por potosinos ha sido tambi?n objeto de colecci?n,

tanto la llamada culta como la popular. As?, lo mismo hay un

disco que registra la voz de la cantante potosina de ?pera Oralia Dom?nguez, que otro las d?cimas y valonas cantadas por Socorro Perea y los cantores de la sierra. Hay tambi?n algunas cintas con grabaciones.

Fotocopias. Hay un peque?o volumen de fotocopias toma das de los documentos potosinos existentes en archivos nacio nales y espa?oles.

Fotograf?as. Cerca de dos mil piezas fotogr?ficas guardan im?genes del San Luis antiguo, y de familias, grupos, per sonas, edificios, calles, plazas, documentos, etc., de los siglos xix y xx. Gran parte las ha tomado o copiado y procesado el personal del Archivo, con miras a formar un inventario fotogr?fico del patrimonio documental hist?rico y/o art?stico

del Estado. Del Archivo General de la Naci?n provienen copias de todos los mapas y planos referentes a San Luis Potos?

que registran sus ?ndices. A esto se agrega la donaci?n que el mismo AGN efectu? el d?a de la fundaci?n, y las fotograf?as

que fueron del peri?dico Tribuna. La aportaci?n de Don

Rafael Montejano y Agui?aga en este campo es inestimable; tambi?n la de la Biblioteca "Ricardo B. Anaya" (privada), de los asistentes eclesi?sticos de la Acci?n Cat?lica (antiguas

escuelas, profesores y grupos) ; la de D. Manuel Aguilera (sobre Charcas) y del Prof. Miguel Angel Herrera (sobre C?rdenas, S.L.P.).

Mapas y planos. Adem?s de los mapas, los planos y otras ilustraciones contenidas en los libros, fotograf?as, legajos y This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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ALFONSO MART?NEZ ROSALES

expedientes, se ha reunido cierto n?mero de los mismos de la ciudad y de sus edificios, as? como de minas, tierras y otros

del Estado.

Micropel?culas. Aparte de las micropel?culas del Registro Civil, el Archivo Hist?rico tiene s?lo unos cuantos rollos con documentos existentes en archivos nacionales y extranjeros relacionados con San Luis Potos?. En fin. estos y otros mate riales gr?ficos son susceptibles de colecci?n.17 9. Biblioteca. La biblioteca del Archivo Hist?rico ha sido

proyectada para auxiliar a la investigaci?n de la historia

potosina. Es por eso que fundamentalmente se incrementa con bibliograf?a constituida por obras escritas por potosinos, sobre temas potosinos, y publicadas o escritas en San Luis; adem?s se colectan obras de referencia, y t?cnicas de archivo. Tambi?n,

en colaboraci?n con la Direcci?n de la Biblioteca Nacional

de M?xico, ha sido fotocopiado un gran n?mero de impresos del siglo xvn al xrx relativos a San Luis Potos? (sermones, alegatos jur?dicos, biograf?as, discursos) que existen en su

Secci?n de Libros Raros y Curiosos ("Caja Fuerte").

La biblioteca incluye otro servicio. Las secciones de los

cat?logos que ostensiblemente se refieren a San Luis Potos?,

del Archivo de Ju?rez (que se localiza en la "Caja Fuerte'' de la Biblioteca Nacional) y de la biblioteca del Centro de Estudios de Historia de M?xico de Condumex, han sido copia dos para comodidad de los interesados. Asimismo, est? dispo nible una copia de la gu?a de documentos potosinos microfil

mados en la secci?n de micropel?culas de la Biblioteca del Museo Nacional de Antropolog?a e Historia. Y ha sido confec cionada una gu?a del Archivo de Ponciano Arriaga, natural de San Luis Potos?, que se halla en el Instituto de Investiga ciones Jur?dicas de la Universidad Nacional.

El Archivo ha editado tres publicaciones: Archivo Hist? rico del Estado "Lie. Antonio Rocha", San Luis Potos?, S.L.P., 17 El Archivo Hist?rico tiene pel?culas de la toma de posesi?n de dos gobernadores.

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ARCHIVO HIST?RICO DE S. L. P.

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1979, 70 pp., ils.; Segundo aniversario del Archivo Hist?rico del Estado, San Luis Potos?, S.L.P., 1981, 41 pp. ils.; y Primo Feliciano Velazquez, Historia de San Luis Potos?, San Luis Potos?, 1982, 4 tomos (reimpresi?n de la edici?n de 1946-1948;

con fotograf?a del autor, introducci?n de Rafael Montejano y Agui?aga, ?ndices de nombres y de ilustraciones de que carec?a Ja obra).

El Archivo ha servido ya para fundamentar una variedad de investigaciones, como consta en sus registros, de estudiantes,

estudiosos e investigadores locales y de fuera. Estos son unos ejemplos: Alfonso Mart?nez Rosales, "San Luis Potos?, tierra de libertad. Discurso pronunciado en la Plaza de los Funda dores el pasado 31 de Agosto, con motivo de la conmemoraci?n

de la Abolici?n de la Esclavitud en el Estado de San Luis

Potos?", en Bolet?n Cultural. Radio Universidad XEXQ, San Luis Potos?, n?m. 14, V ?poca, octubre de 1981, pp. 3-5; ?"El Carmen de San Luis Potos?, 1732-1859. Tesis que para optar

al grado de Doctor en Historia presenta...", M?xico, El Colegio de M?xico, Centro de Estudios Hist?ricos, 1982, 2 vol.;

Rafael Montejano y Agui?aga, "Defensa de los archivos de materia federal en cada uno de los estados", en Memoria de la V Reuni?n Nacional de Archivos Administrativos e His t?ricos, Estatales y Municipales, M?xico, Archivo General de

la Naci?n, Serie Informaci?n de Archivos (16), 1982, hs.

103-105; Mar?a Isabel Monroy de Mart?, Pueblos, misiones y presidios de la Intendencia de San Luis Potos?, 1819, San

Luis Potos?, Academia de Historia Potosina, Biblioteca de Historia Potosina, Serie Cuadernos 80, 1983, 164 (2) pp.; Rafael Morales Bocardo, "La sacrist?a de San Francisco de San Luis Potos?", 44 (1) pp., ils.; Armando Valencia Mart?nez, "Contratos de trabajo de los siglos xvii y xvni en San Luis Potos?. Tesis que para optar al t?tulo de Abogado presenta. . . ", San Luis Potos?, Escuela de Derecho, 1982.

Los servicios que presta el Archivo Hist?rico del Estado de San Luis Potos? son: 1) informaci?n al p?blico sobre las actas del Registro Civil (1860-1899), a fin de que la Direcci?n respectiva extienda copias certificadas; 2) informaci?n hist?

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ALFONSO MART?NEZ ROSALES

rica a los estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato; asesor?a a los estudiantes de carrera profesional para trabajos de clase y de tesis; consulta a los abogados en las colecciones del Diario Oficial de la Federaci?n y del Peri?dico Oficial del Estado; consulta a los investigadores en los documentos; infor maci?n hist?rica y consulta bibliogr?fica al pueblo en general; informaci?n a los funcionarios que la solicitan; 3) informa ci?n a los medios de difusi?n ( prensa y televisi?n) de temas de inter?s hist?rico y de actividades de la instituci?n; 4) repro ducci?n fotogr?fica de la informaci?n gr?fica que conserva el

Archivo; 5) reproducci?n en fotocopia, si la Direcci?n lo estima conveniente, de los documentos; 6) difusi?n de la cultura hist?rica potosina por medio de conferencias impar tidas por los colaboradores del Archivo, ya en ?l o en otros lugares, y a trav?s de publicaciones peri?dicas locales; y 7) distribuci?n de la Historia de San Luis Potos? de Vel?zquez y otras publicaciones.

Salvo las conferencias, que se dictan en horas diversas, y las exposiciones que se ofrecen con amplio horario, el habitual

de servicio es de lunes a viernes de nueve de la ma?ana a dos,

y de cuatro a seis de la tarde. Pero eso no impide que la

Direcci?n d? facilidades a los interesados, especialmente si acuden de fuera de San Luis Potos?.

Direcci?n: Archivo Hist?rico del Estado de San Luis Potos?

Calle de Arista No. 400 esq. Independencia Clave Postal 78000 San Luis Potos?, S.L.P. Tel?fono (91-481) 4-26-69 SIGLAS Y REFERENCIAS AAHP Archivo de la Academia de Historia Potosina AAHEdoSLP Archivo del Archivo Hist?rico del Estado de San Luis Potos?.

APSSLP Archivo de la Parroquia del Sagrario de San Luis Potos?

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ARCHIVO HIST?RICO DE S. L. P. 335 Acta 1981 "Acta de la entrega del Archivo del Ayuntamiento y de los libros rescatados", en Segundo aniversario del Archivo Hist?rico del Estado, San Luis Potos?, S.L.P.

Archivo 1979 Archivo Hist?rico del Estado "Lie. Antonio Rocha", San Luis Potos?, S.L.P.

Arlegui, Jos? de 1737 Cr?nica de la Provincia de Nuestro Padre San Fran cisco de Zacatecas compuesta por el M.R.P. Fr. ..., M?xico, Jos? Bernardo de Hogal Berist?in, Jos? Mariano de

1981 Biblioteca Hispanoamericana Septentrional, M?xico, UNAM, Instituto de Estudios y Documentos Hist? ricos. 3( vol.

''Libro actas" 1971 "Libro de actas de la Academia de Historia Potosina", San Luis Potos?, S.L.P. "Libros bautismos"

"Libro de bautismos. No 1 de la Parroquia de San Luis Rey de Francia", San Luis Potos?, S.L.P. Mojvtejano y Agui?aga, Rafael 1979a "Trayectoria de los archivos potosinos", en Archivo.

1979.

1979b Biobibliografia de los escritores de San Luis Potos?,

M?xico, UNAM.

Peri?dico 1979a Peri?dico Oficial del Estado de San Luis Potos?, San Luis Potos?, S.L.P. 1979b Peri?dico Oficial del Estado de San Luis Potos?, San

Luis Potos?, S.L.P.

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336 ALFONSO MART?NEZ ROSALES Santo Domingo, Jos? de

1898 "Libro de la fundaci?n, progresos y estado de este convento de carmelitas descalzos de esta ciudad de San Luis Potos?. 1786", en Velazquez, 1897-1899, tomo ii.

Velazquez, Primo Feliciano 1897-1899 Colecci?n de documentos para la historia de San Luis Potosi, San Luis Potos?, Imprenta del Editor, 4 vol? menes.

1982 Historia de San Luis Potosi, tomo n, San Luis Potos?,

Academia de Historia Potosina y Archivo Hist?rico del Estado.

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MEXICO ENTRE 1910 Y i9zo ?OTRO TABLERO DE AJEDREZ

DE LAS GRANDES POTENCIAS?1 Jes?s Monjar?s-Ruiz

Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia

De acuerdo con Friedrich Katz, investigador preocupado desde hace tiempo por la problem?tica mexicana, su inter?s por estudiar la Revoluci?n Mexicana se remonta a los a?os que como inmigrante vivi? en M?xico. Los primeros resultados de ?ste quedaron plasmados

en su trabajo Deutschland, Diaz und die mexikanische Revolution, publicado en 1964 en la Rep?blica Democr?tica Alemana. La revi si?n del mismo para las eventuales ediciones inglesa y espa?ola le hizo percatarse de que el problema iba m?s all? de las pretensiones

alemanas sobre M?xico. Lo que lo llev? a ampliar su estudio e incluir nuevos cap?tulos sobre las pol?ticas y acciones de la Gran

Breta?a, Francia y Estados Unidos en el conflicto. El resultado fue, m?s de quince a?os de por medio, el libro que aqu? se rese?a.

En ?l, sin dejar de considerar a Estados Unidos como la potencia que caus? el mayor impacto en la revoluci?n, el ?nfasis est? puesto en un aspecto que ha recibido poca atenci?n, la injerencia europea en el asunto, especialmente la alemana. As?, en las diferentes partes de su trabajo y desde su particular punto de vista el autor, adem?s de analizar el desarrollo interno del conflicto, busca desen tra?ar las incidencias y maquinaciones pol?tico-diplom?ticas (y sus repercusiones econ?micas) de Estados Unidos, Inglaterra y Francia en el transcurso de la Revoluci?n Mexicana situ?ndolas dentro del contexto mundial.

1 Sobre el libro de Friedrich Katz, The Secret War in Mexico. Europe, the United States and the Mexican Revolution, The University of Chicago

Press, Chicago, 1981, 659 pp. (Traducci?n de algunas partes del libro ?no se indica cu?les? del alem?n al ingl?s por Loren Goldner) . Agra dezco a la doctora Eugenia Meyer sus valiosas sugerencias para la versi?n final de esta nota.

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JES?S MONJAR?S-RUIZ

En 1910, cuando se inici? en M?xico la, guerra civil, entre los grandes pa?ses capitalistas existi? un no siempre sordo enfrenta

miento (que se desarroll? en los m?s diversos escenarios del

mundo) por lograr posiciones ventajosas en un esperado conflicto por el poder hegem?nico, el cual desemboc? en la Primera Guerra Mundial, durante la cual en M?xico la revoluci?n alcanz? su punto m?ximo. En 1920 la ca?da de Carranza puso fin a la fase armada de la conflagraci?n interna mexicana y, en el ?mbito mundial, el panorama era completamente diferente. En el transformado mapa mundial de la geograf?a pol?tica surgieron unos Estados Unidos

que hab?an establecido su indiscutible hegemon?a en el Conti

nente Americano no s?lo desplazando a sus antiguos competidores europeos sino incluso ejerciendo una influencia sin precedentes en los principales pa?ses del viejo mundo.

En el periodo estudiado M?xico, por razones econ?micas, pol? ticas, diplom?ticas y estrat?gicas, se convirti? en el escenario ame

ricano de la disputa. En ?l, empleando todos los medios a su

alcance (los principales fueron: presiones econ?micas o diplom?ticas;

intentos desestabilizadores; b?squeda de enfrentamientos entre los diferentes grupos y la intervenci?n militar directa o indirecta) las potencias en pugna buscaron capitalizar para sus propios fines los sucesos internos mexicanos. A su vez las diferentes facciones revo lucionarias trataron de aprovechar en su favor los enfrentamientos

y las escisiones de las grandes potencias. En el lapso transcurrido las intenciones, la intensidad y los cursos de acci?n de los intereses externos involucrados cambiaron en relaci?n al desarrollo de los acontecimientos europeos y a la evoluci?n de los sucesos internos mexicanos. Doble din?mica, no siempre coincidente, que se refleja en la estructura formal del libro de Katz.2

2 Adem?s de los reconocimientos y la introducci?n, el libro est? dividido en cinco partes: 1) De D?az a Madero 1910-1913; 2) La dicta

dura de Huerta y la confrontaci?n europeo-estadounidense 1913-1914, 3) Fragmentaci?n interna, intervenci?n externa 1914-1917; 4) La pol?tica de "hacer ladrillos": la presidencia de Carranza, 1917-1920, y 5) Ep?ligo.

Cada una de ellas a su vez dividida en cap?tulos en los cuales se aborda la problem?tica interna y las injerencias externas haci?ndose hincapi?

en el a los pa?ses que tuvieron mayor importancia seg?n la parte

tratada. Asimismo el libro cuenta con un extenso aparato cr?tico, una nota sobre los archivos, una lista de los consultados y un ?ndice general.

Respecto a los materiales, sobre todo de archivos europeos y especial

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MEXICO ENTRE 1910 Y 1920

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No obstante, de la lectura del trabajo resulta evidente que para las potencias europeas, tanto en sus interrelaciones como en sus acercamientos o antagonismos con los estadounidenses, la Primera Guerra Mundial fue un suceso determinante condicionador de sus acciones en M?xico. Punto de rompimiento que tomar? como base para presentar los aspectos que considero medulares del complejo, a veces contradictorio, estudio de Katz mismo que, tal vez con un fin did?ctico, al desmenuzar lo m?s posible los asuntos tratados, resulta excesivamente repetitivo, a lo que habr?a que agregar las dificultades que a veces presenta el seguir la inclinaci?n del autor por especular sobre lo que hubiera pasado si el desarrollo de los sucesos hubiera sido diferente.

Como resultado de la pol?tica exterior de D?az de contrarrestar la influencia estadounidense, la penetraci?n econ?mica europea en

M?xico hab?a logrado importantes avances. Hasta antes de los inicios de la revoluci?n, franceses e ingleses se disputaban los favores

y las concesiones que pudieran otorgarles los miembros de la ?lite porfirista. Por su parte los alemanes no se quedaban atr?s, incluso en alg?n momento llegaron a alcanzar la supremac?a en el comercio exterior y en otro tuvieron la preponderancia en las finanzas p?bli cas. En esta ?poca los intereses econ?micos extranjeros en M?xico denotaron un doble enfrentamiento. En el campo de las materias primas, principalmente los recursos minerales, la lucha se dio entre

Inglaterra y Estados Unidos y, en el terreno del comercio de importaci?n y las finanzas, la batalla se libr? entre Alemania y Francia.

La erupci?n revolucionaria caus? sorpresa a las grandes potencias que en un principio la consideraron s?lo como un golpe sin impor tancia el cual, si bien contaba con cierto apoyo popular, en todo caso ?nicamente contribuir?a a fortalecer el sistema socio-pol?tico existente. Ante el suceso sus reacciones fueron diferentes. Los

gobiernos y los intereses financieros ingleses y franceses temieron que el levantamiento pusiera en peligro la situaci?n de privilegio que hasta entonces hab?an disfrutado. Por su parte los alemanes,

mente alemanes, muchos representan una novedad ya que nunca antes

hab?an sido utilizados por los estudiosos del tema. Ser?a de desearse que alg?n d?a se publicaran los documentos, sobre todo los alemanes.

Lo que, adem?s de su conocimiento, posibilitar?a su utilizaci?n e inter pretaci?n desde otros puntos de vista.

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JES?S MONJAR?S-RUIZ

al igual que los estadounidenses, no tuvieron una actitud ?nica hacia el triunfo de Madero, algunos sosten?an la idea de que s?lo D?az era capaz de garantizar el orden establecido y otros entablaron relaciones con los maderistas esperando fortalecer sus posiciones.

Cuando se percataron de que ante s? ten?an una verdadera revo luci?n social buscaron aplastarla con todos los medios a su alcance.

Al quedar claro que las fuerzas sociales despertadas rebasaban a Madero, un?nimemente apoyaron el golpe que lo derribar?a. Si bien con algunas diferencias sobre qui?n ser?a el sucesor: los euro

peos se inclinaban por Huerta y los estadounidenses por F?lix

D?az.

Los franceses rabiosamente anturevolucionarios frente al pro ceso mexicano se opusieron a Madero y en su momento, en un principio apoyaron a Huerta; en ?l ve?an al restaurador de una dictadura-estabilidad. Al ver que las cosas se presentaban de diferente manera, consideraron como la posible mejor soluci?n el que Estados Unidos implantaran una hegemon?a total en M?xico.

Al no tener inversiones en el campo de las materias primas, su principal preocupaci?n era que el gobierno que llegara, fuera el que fuere, les asegurara el pago de los pr?stamos otorgados al gobierno porfirista.

Los ingleses vieron en el triunfo maderista un peligro para la privilegiada posici?n que hab?an disfrutado. Por ello y como buenos anturevolucionarios, en lo que a M?xico se refer?a, colaboraron activamente en el golpe huertista cuyo triunfo pareci? brindarles una oportunidad sin precedente. Sus relaciones con Huerta fueron de lo mejor e incluso llegaron a influenciarlo. La pol?tica anties tadounidense se increment? y todo parec?a indicar que se empezaba

a realizar su antiguo sue?o: disputarle a Estados Unidos, con

posibilidades de ?xito, la hegemon?a econ?mica en Iberoam?rica.

En este tiempo M?xico se transform? para Alemania de un objetivo comercial-local, en instrumento de una pol?tica de poder controlada desde la metr?poli. Con ella se buscaba desafiar la acci?n estadounidense en Iberoam?rica. En un momento determinado los alemanes buscaron incluso limar sus asperezas con Inglaterra me diante la instauraci?n de una alianza aunque, en caso de que ?sta fallara, su creativa imaginaci?n ten?a preparadas varias alterna tivas, entre otras; explotar el antagonismo japon?s-estadounidense

arrastrando a M?xico en la aventura o, una posible alianza con Estados Unidos que conducir?a a una eventual ocupaci?n conjunta

del pa?s.

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MEXICO ENTRE 1910 Y 1920

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En general se puede decir que antes del rompimiento de las

hostilidades en la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas exceptuando tal vez a Francia, buscaron competir, intentando dete nerla, con la expansi?n estadounidense en M?xico, aunque el temor de llegar a un enfrentamiento directo con Estados Unidos y sus rivalidades, principalmente entre Inglaterra y Alemania, siempre los detuvieron.

A partir del estallido de la guerra mundial las potencias europeas

por un lado concentraron sus esfuerzos en su inmediato campo de

operaciones pero, por el otro, al igual que lo hab?an hecho los estadounidenses en Cuba o Panam?, buscaron usar en su favor a los movimientos revolucionarios o nacionalistas. Ocasi?n aprove chada a su vez por los dirigentes de/ ?stos para la consecuci?n de sus fines. De esta forma unos buscaban capitalizar un conflicto interno y los otros sacar provecho de un conflicto global. Dentro de este contexto, para Katz, M?xico fue un caso excepcional ya que mientras en ?l ten?a lugar un fuerte conflicto interno, el resto

del mundo peleaba la Primera Guerra Mundial. As?, en dicho

pa?s fue dable observar "no s?lo c?mo los rompimientos locales pueden ser explotados para fines globales, sino tambi?n como los rompimientos globales pueden ser explotados para fines locales".

Al estallar la guerra los esfuerzos ingleses se concentraron en Europa, sin embargo en M?xico encaraban una triple lucha. Con

su actitud anturevolucionaria y su decidido apoyo a Huerta se hab?an granjeado la animosidad de los revolucionarios; se enfren taban a las crecientes presiones de los intereses estadounidenses que buscaban, y lograron, reducir la influencia inglesa a su m?nima

expresi?n y, finalmente, tuvieron que luchar en contra de la creciente influencia alemana. En el transcurso de la guerra de

hecho fracasaron sus intentos en los campos pol?tico y econ?mico.

Si bien tuvieron mejor fortuna en sus actividades de contraespio

naje, los triunfos alcanzados les sirvieron m?s bien para que

Estados Unidos definieran su posici?n en el conflicto europeo que para debilitar la penetraci?n y las actividades alemanas en M?xico.

En general la intervenci?n inglesa fue indirecta, encubierta y consis

tente pero ineficaz. Su pol?tica fue contradictoria pues no hubo acuerdo entre el gobierno y los intereses comerciales que actuaban en M?xico. Durante todo el curso de la revoluci?n se opusieron sistem?ticamente a cualquier grupo revolucionario y apoyaron a los contrarrevolucionarios. Empecinamiento que ya durante el go This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:21 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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JES?S MONJAR?S-RUIZ

bierno de Carranza les hizo dejar pasar posibles buenas oportu nidades.

Los franceses, por su parte, de hecho fueron incapaces de influir

de manera significativa en el curso de la revoluci?n, lo que pro bablemente se debi? a que, a diferencia de los ingleses, nunca lo buscaron. En s? su mayor problema fue c?mo mantenerse al margen

del creciente conflicto entre Estados Unidos y la Gran Breta?a (sobre todo hasta antes de que el primero decidiera de qu? lado participar en el conflicto europeo), fallidamente intentaron conci liar los intereses de ambos pa?ses; al fracasar se refugiaron en la

pasividad. De la cual s?lo trataron de salir entre 1916 y 1918

cuando se increment? la influencia-penetraci?n alemana en M?xico; intentaron instrumentar una pol?tica activa aunque la falta de recursos de todo tipo los volvi? impotentes. Su pol?tica mexicana no provoc? conflictos de cuidado entre el gobierno y los intereses financieros o internamente entre ?stos.

Al iniciarse el conflicto europeo los alemanes, hasta entonces

declarados anturevolucionarios, dieron un viraje a su pol?tica

mexicana. Dado que M?xico no representaba un fin en s? mismo, ?sta estuvo determinada en funci?n de sus objetivos globales.

As?, entre 1914 y 1917, buscaron utilizar a revolucionarios y contra

rrevolucionarios para lograr sus propios fines. De hecho desempe ?aron el papel de grandes explotadores de la revoluci?n aunque ?ste y los esfuerzos logrados por alcanzarlo, por diferentes razones ?especialmente pol?ticas?, han sido mal estudiados y peor enten didos. En general las relaciones de los alemanes con los diferentes grupos con que tuvieron contacto fueron fluctuantes. Sin embargo,

cuando lograron entenderse con Carranza, aparentemente mantu vieron con ?l buenas y consistentes relaciones desde mediados de 1916 hasta su ca?da, incluso parece ser que, en cierta medida, lo influenciaron. A partir de 1917 los planes alemanes sobre M?xico se volvieron m?s ambiciosos; pensando que ganar?an la guerra y tomando en cuenta su influencia entre los revolucionarios triun

fantes, acariciaron la idea de convertir a M?xico en una especie de protectorado alem?n. La pol?tica alemana, incluso en sus mejores momentos, se caracteriz? por su inconsistencia, existieron muchas promesas pero estas nunca se materializaron. Su influencia fue m?s bien indirecta. Si bien en un momento determinado desper taron simpat?a entre la poblaci?n (en lo que mucho tuvo que ver el sentimiento antiestadounidense) jam?s tuvieron un gran ascen diente en la pol?tica interna mexicana. Sus acciones provocaron This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:21 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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enfrentamientos ya fuera en el seno de las agencias gubernamentales

o entre ?stas y los intereses alemanes" que operaban en M?xico, lo que se debi? a que para los primeros el pa?s era s?lo un instrumento

de una estrategia pol?tica general, en tanto que para los segundos era la meta principal. Lo que se puede considerar el mayor ?xito alem?n fue el haber utilizado a M?xico, en tiempos de Carranza,

como base de operaciones para sus actos de sabotaje en contra de los aliados. Uno de sus objetivos constantes fue el tratar de provocar una guerra entre M?xico y Estados Unidos, el m?ximo intento por lograrlo fue el asunto Zimmermann el cual, se?ala el

autor, no fue fortuito ni improvisado. Tampoco se debi? a un desliz personal de Zimmermann, a una aberraci?n pol?tica o a un

leg?timo intento por parte de Alemania de allegarse aliados en la guerra. Simplemente fue resultado de los planes alemanes sobre M?xico: la culminaci?n de una larga serie de intentos por invo lucrar al pa?s en una guerra con su vecino norte?o. Al igual que el resto de los planes alemanes ?ste encerraba una trampa. Con el cebo de que, si se llegaba a triunfar, se le regresar?an a M?xico parte de los territorios arrebatados en la guerra del 47, se buscaba que Carranza desatara un conflicto armado para, una vez logrado lo anterior, abandonarlo a su suerte, excepto en el remoto caso de

que Jap?n se uniera a la alianza. En suma, se puede decir que de entre las pol?ticas mexicanas de las potencias europeas, la

alemana fue la que tuvo mayor impacto entre los revolucionarios, sin embargo, a la larga, la influencia alemana en nada se diferenci? de la inglesa o de la francesa. Con un entusiasmo, debido segura mente a la riqueza del material consultado, Katz, al referirse a las actividades de los servicios de inteligencia alemanes, le da mayor importancia al ?xito o fracaso de las intrigas y deja a los sucesos mexicanos como mero tel?n de fondo para el mejor o peor luci miento de los agentes germanos.

Las acciones de Estados Unidos durante la revoluci?n fueron

directas, abiertas y constantes aunque de intensidad variable. La Primera Guerra Mundial indudablemente las influy?. Sin embargo el acontecimiento, importante en diferente proporci?n y alcances que para los europeos, le brind? nuevas oportunidades. La pol?tica evidentemente oportunista, que determin? su injerencia fue apa rentemente contradictoria; cada facci?n triunfadora goz? de las simpat?as y, en la mayor?a de los casos, del apoyo directo o indi recto del gobierno estadounidense. Aunque, sin previo aviso, los eventuales beneficiarios de ?sta eran atacados en igual o mayor This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:21 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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medida que la ayuda recibida. De acuerdo con Katz, la raz?n de esa "consistente inconsistencia" se debi? a que las pol?ticas pensadas o instrumentadas por los grupos que llegaban al poder no satis fac?an los requerimientos esperados por los grupos econ?micos o las agencias del gobierno estadounidense. De esta forma, en t?rmi nos generales, la administraci?n de Taft ver?a con simpat?a el triunfo

maderista, sin embargo, un a?o m?s tarde, participar?a activamente en su derrocamiento. Los motivos de Taft fueron: que Madero, seg?n ?l, no hab?a puesto fin a las pol?ticas pro europeas de sus antecesores; que gravara con impuestos las propiedades estadou nidenses y que no le diera a los inversionistas de Estados Unidos el apoyo necesario. A su vez Wilson finalmente se opuso a Huerta y apoy? a Villa y a Carranza, despu?s abandon? al primero y, m?s tarde, poco falt? para que le hiciera la guerra al segundo. Wilson estuvo en contra de Huerta debido a los estrechos lazos que ?ste mantuvo con los ingleses, aunque su principal motivo para apoyar a los revolucionarios se debi? a su concepto de "diplomacia misio nera", cuya transformaci?n en realidad social requer?a del moldea

miento de un M?xico a imagen y semejanza de Estados Unidos.

Pensaba que se pod?a aprovechar el conflicto mexicano para, bajo la gu?a y el consejo estadounidense, hacer de M?xico un modelo pol?tico, de corte democr?tico liberal, eventualmente aplicable a los dem?s pa?ses iberoamericanos. La administraci?n de Wilson contribuy? al triunfo de Carranza y reconoci? a su gobierno, incluso

se inici? cierto acercamiento entre ambos gobiernos al que puso fin el ataque de Villa a Columbus. Como resultado de la expedici?n punitiva, a lo que habr?a que agregar un virtual bloqueo econ?mico,

en M?xico se recrudeci? el sentimiento antiestadounidense, lo que en t?rminos pol?ticos, tanto para los revolucionarios como para sus opositores, imposibilit? cualquier intento de alianza con Estados Unidos. Lo anterior caus? una retracci?n de la pol?tica de Wilson hacia M?xico y su celo misionero tuvo que buscar otros objetivos.

La nueva situaci?n hizo que los constitucionalistas, con Carranza

a la cabeza, volvieran sus ojos hacia Alemania. A partir de ese momento la pol?tica wilsoniana fue mantener a M?xico en un estado de quietud en tanto durara la guerra mundial, aunque sin descuidar la protecci?n a los intereses de sus conciudadanos. Seg?n el autor, el ?nico aspecto positivo del idealismo misional de Wilson fue negarse a invadir nuevamente a M?xico despu?s de la retirada

de la expedici?n punitiva. Aunque en dicha actitud es muy im portante considerar tambi?n la creciente injerencia de Estados This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:21 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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Unidos tanto en el fin de la guerra como en sus ambiciosos planes

de posguerra; cualquier compromiso en M?xico hubiera ido en detrimento de sus esfuerzos europeos. La pol?tica del vecino pa?s

hacia M?xico de ninguna manera fue un?nime; en su puesta en pr?ctica existieron grandes conflictos de intereses entre los diversos grupos involucrados; entre las agencias civiles y militares del gobier

no, entre ?stas y los intereses mercantiles y el interior de ?stos.

La cercan?a geogr?fica y el resultado de la Primera Guerra Mundial hicieron que, a la larga, la influencia de Estados Unidos fuera la ?nica que contara en el desarrollo de los sucesos mexicanos.

Desde el punto de vista interno Katz, coincidiendo con otros autores,3 coinsidera fundamental la premisa de que lo que gene

ricamente ha sido tratado como "La Revoluci?n Mexicana de

1910-1920" en realidad debe verse como una serie de movimientos revolucionarios que tuvieron un ?mbito y una esfera de influencia

particulares, al igual que una din?mica propia emanada de las

clases sociales involucradas y de los objetivos pol?tico-sociales per seguidos por cada uno de ellos. Aunque, al trascender sus centros de acci?n de alguna forma transformaron e incluso variaron sus objetivos. El autor al analizar las causas internas y externas de la revoluci?n deja claro que, para ?l, el triunfo maderista s?lo cambi? la cabeza de una estructura socio-pol?tica que b?sicamente perma neci? igual. En contra de las interpretaciones que han visto a la pol?tica maderista como ut?pica o irreal, considera que esta tuvo coherencia ya que en su visi?n del mundo reflejaba la ideolog?a de la clase de que hab?a surgido. Su transformaci?n en realidad social implicaba un desarrollo capitalista dependiente aunque con mayor control interno; la gran diferencia con su antecesor, D?az era que buscaba ampliar la base de participaci?n pol?tica, princi palmente de las clases medias, lo que pensaba se lograr?a instaurando

un gobierno democr?tico. Sin dejar de se?alar los incidentes de su ca?da y las circunstancias de la elevaci?n y la gesti?n de Huerta, el ?nfasis est? puesto en la lucha entre convencionistas y constitu cionalistas. En t?rminos generales los primeros representaron los intereses, afanes e ideales populares, enarbolados por Villa y Zapata,

en tanto que los segundos los heterog?neos intereses de antiguos 3 V?ase Steven E. Sanderson: Agrarian populism and the Mexican

State. (The struggle for land in Sonora), Berkeley, University of! Cali fornia Press, 1981.

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grupos porfiristas y de una emergente clase media conformadora de una nueva burgues?a. Por encima de sus diferencias los diversos segmentos constitucionalistas ten?an en com?n ciertas metas pol?ticas

b?sicas, internas y externas. En el interior todos deseaban romper el poder monop?lico de la ?lite porfirista; ensanchar las bases del poder pol?tico; reemplazar al ej?rcito federal por uno surgido de la revoluci?n; mantener el sistema de libre empresa y se opon?a a las reformas sociales radicales. En lo exterior b?sicamente, sin negarles

la participaci?n, deseaban limitar la influencia econ?mica y pol?tica de los extranjeros, especialmente la de los estadounidenses. Elimi nados los convencionistas, la lucha por el poder se dio entre las facciones se?aladas de los victoriosos constitucionalistas.

Para el periodo estudiado por Katz cobra particular importancia el gobierno marcadamente nacionalista de Carranza, cabeza de la clase de antiguos hacendados porfiristas. De acuerdo con el autor, Carranza una vez lograda la victoria militar y de haberse asegurado el reconocimiento de Estados Unidos, dado que las condiciones internas eran semejantes, busc? aplicar una pol?tica similar a la de D?az, lo que a la larga lo llev? a su ca?da. Dentro de esa l?nea

sus principales fallas fueron el no haberse asegurado el apoyo

econ?mico de Estados Unidos y el no haber conseguido un acer camiento productivo a otras potencias, b?sicamente Alemania y Jap?n. No obstante, durante el gobierno carrancista se aseguraron las metas internas del constitucionalismo. Lo que, nos dice Katz,

lo lograron haciendo uso de la ayuda directa o indirecta del

gobierno de Wilson y de la de las grandes compa??as estadounidenses

que operaban en M?xico. Por el contrario sus logros internacionales fueron limitados. En lugar de disminuir se increment? la influencia

econ?mica estadounidense, sobre todo la de las compa??as petro leras que, no obstante lo establecido por la Constituci?n de 1917, lograron una preeminencia sin precedentes. Ir?nicamente el auge petrolero se desarroll? simult?neamente a la revoluci?n, incluso en ese tiempo se lleg? a pensar que M?xico pose?a las mayores reservas mundiales. Los intereses europeos, particularmente los franceses e ingleses, estaban muy debilitados por los resultados de la

Primera Guerra y los de la Revoluci?n Mexicana y no quer?an ni pod?an reasumir el papel que hab?an desempe?ado antes de 1910 como contrapeso a la penetraci?n e influencia estadounidense. Fi nalmente fallaron los intereses de convertir a Jap?n en un socio inversionista en gran escala y el tinglado alem?n no arroj? ning?n resultado positivo en t?rminos econ?micos. Sin embargo, dentro This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:21 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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de la compleja y muy peligrosa situaci?n que presentaba el embate intervencionista de las grandes potencias, Carranza supo utilizar las contradicciones entre ellas y mantuvo la independencia pol?tica del pa?s en una ?poca en que ?sta se vio severamente amenazada.

Katz ve como una contradicci?n el que Carranza, en la etapa de mayor acercamiento con el gobierno de Wilson, rechazara el tutelaje de Estados Unidos siendo que hab?a grandes coincidencias

entre el M?xico deseado por Wilson y la pol?tica de desarrollo interno que pensaba instrumentar Carranza. Creo, siguiendo lo establecido por el autor, que lo que pasa es que Katz, al darle mayor peso a la influencia de las determinantes externas en el desarrollo de los sucesos mexicanos, deja fuera la posibilidad de pensar que el rechazo de Carranza al tutelaje de Estados Unidos se debi? a que buscaba para M?xico un desarrollo capitalista con participaci?n extranjera, b?sica pero no ?nicamente estadounidense,

que no implicara una total dependencia econ?mica del exterior y, sobre todo, que le permitiera al pa?s una independencia pol?tica capaz de darle la libertad de tomar sus propias decisiones. Lo que al mismo tiempo explicar?a las flagrantes contradicciones internas del gobierno de Carranza, cuyos fines en todo caso parecen haber sido m?s semejantes a los de Madero que a los de D?az, pues evi dentemente las condiciones internas y externas, sobre todo las segundas, hab?an variado bastante.

Resulta extra?o que un profundo conocedor y estudioso del desa rrollo hist?rico mexicano caiga en lugares comunes ya hace tiempo superados, con lo que incluso deja de lado sus anteriores aportes.

Como por ejemplo equiparar la ?poca colonial con el feudalismo europeo, 4 designaci?n que por extensi?n aplica al porfirismo cuando

desde la segunda mitad de la d?cada de los a?os 60 del siglo pasado M?xico, al aislarse de Europa qued? a merced del expansionismo imperialista estadounidense.5 A su llegada al poder D?az, sin desechar

el esquema de un desarrollo capitalista dependiente, busc? romper

la unilateralidad de dicha dependencia y abri? el pa?s a las inversiones europeas. Por otro lado seg?n Katz, hasta ahora la

4 V?ase Colin M. MacLachlan y Jaime E. Rodr?guez O.: The forging of the cosmic race: A reinterpretation of colonial Mexico. Berkeley, Uni versity of California Press, 1980.

5 V?ase David Thomas Schoonover: Dollars over dominion: The

triumph of liberalism in Mexican-United States relations. (1861-1967).

Baton Rouge, Louisiana University Press, 1978.

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JES?S MONJAR?S-RUIZ

Revoluci?n Mexicana hab?a sido vista desde falsos puntos de vista, lo que inevitablemente lleva a preguntarse si, por fin, nos encon

tramos ante la Interpretaci?n. Libro dif?cil el rese?ado; en el

aparentemente los sucesos revolucionarios ocupan el primer plano, las ?guilas (europeas o americanas), los bulldogs y los gallos im perialistas, entre bambalinas, se encuentran al acecho para, repen tinamente, apoderarse del escenario y hacer que M?xico y sus pro blemas s?lo reflejen una p?lida sombra sobre ?ste.

Sin embargo es indudable que, por encima de los peros que

se le puedan poner, el trabajo de Katz presenta aportaciones que se derivan por un lado de su intensa b?squeda y posterior consulta,

de materiales originales y, por el otro, su investigaci?n viene a enriquecer la visi?n-interpretaci?n externa sobre el tema tratado.

Aunque no ser?a da?oso, para ?l en particular y para los mexica nistas extranjeros en general, el tomar en mayor consideraci?n los estudios y an?lisis nacionales relativos a sus particulares campos de inter?s.

Seg?n entiendo, el principal objetivo de Katz fue desentra?ar el impacto y las consecuencias que en la Revoluci?n Mexicana tuvo el reajuste de la correlaci?n de fuerzas en el mundo capitalista que terminar?a al finalizar la Primera Guerra Mundial. Empero, yendo

m?s all?, cabe pensar que en el fondo el asunto fue dejar bien

claro c?mo se origin? y a qu? se debe la dependencia externa del moderno estado mexicano.

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EXAMEN DE LIBROS Helen Rand Parish: Las Casas as a bishop. A new interpre tation based on his holograph petition in the Hans P. Kraus Collection of Hispanic Manuscripts. Washington, Library of Congress, 1980. xlvii, 41 pp.

El objetivo del libro es publicar y discutir una carta escrita por fray Bartolom? de las Casas al Emperador Carlos V, en el momento en que el primero le ha sido ordenado aceptar el nombra miento y asumir su cargo como obispo de Chiapas. El documento resulta iluminativo del personaje central y de su circunstancia gracias al estudio de Helen Rand Parish, a quien hay que comenzar

por felicitar por la hondura y fineza de su exegesis. La autora manifiesta no s?lo conocimiento de la historia m?s reciente, sino tambi?n una erudici?n sutil y abarcadora respecto a las instituciones

civiles y eclesi?sticas en cuyo medio se mov?a Las Casas, sobre la vida cortesana, el funcionamiento de la burocracia y las condicio nes coloniales en el Reino de Guatemala y en la gobernaci?n de Yucat?n hacia mediados del siglo xvi. Esa combinaci?n de conoci mientos es poco usual y muy bienvenida.

As? la autora logra interpretar la renuencia de Las Casas ante el t?tulo de obispo como consecuencia del hecho de que el nom bramiento era al mismo tiempo una cortesan?sima forma de exiliarlo

de la corte, resultado de la intriga de sus enemigos. Rand Parish analiza asimismo las peticiones contenidas en la carta, como acer tadas previsiones por parte del obispo electo de los problemas que hab?a de tener en su nueva sede, y subraya, entre las l?neas del documento, los or?genes de la posici?n radical del obispo Las Casas en pro de los derechos e inmunidades eclesi?sticas, posici?n que aflorar? despu?s en sus intervenciones conciliares en M?xico y en su tratado De exemptione... (La analog?a con Tom?s Moro salta

a la vista). La autora aprovecha ?finalmente? para se?alar que

documentos posteriores, sobre la actuaci?n de Las Casas en Centro

Am?rica, desmienten las acusaciones de ambicioso y permiten revaluar el cari?o de Fray Bartolom? por su sede y los logros posi tivos de su gesti?n como obispo.

Cada lector tendr? desde luego sus propias ocurrencias inter

pretativas frente al documento. Esa es ?supongo? la idea de 349 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:28 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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EXAMEN DE LIBROS

publicarlo ?ntegro. Sobra quiz? decir que las "peticiones" son una forma de capitalizar la influencia de la que aun goza Las Casas en la corte, en pro de su proyecto reformista. Aunque no fueran

ambiciosas, estas demandas son ?en el fondo? las de un fraile

orgulloso, con una compleja personalidad pol?tica. Al mismo tiempo que defiende sus prerrogativas de fuero religioso, el obispo quiere ejercer influencia en asuntos que tienen muy poco de espirituales.

(No en vano lo reivindican hoy como h?roe ?entre otros? los te?logos de la liberaci?n y los "obispos rojos". Y su actividad

cortesana inspira no s?lo autoridad moral, sino tambi?n respeto por su capacidad de negociaci?n en las altas esferas del gobierno mon?rquico.

Para los lectores interesados no dejar? de haber cierta redun dancia ?lujosa? en la edici?n biling?e de la carta, su facs?mil y del estudio. Al tipo de estudiante de la historia latinoamericana

que tiene que recurrir a documentos de primera mano por la profundidad de sus estudios, quiz? habr?a que obligarlo tambi?n a leer el castellano.

Rodolfo Pastor

El Colegio de M?xico

Miguel Mathes: Santa Cruz de Tlatelolco: la primera biblio teca acad?mica de las Americas, M?xico, Secretar?a de Re laciones Exteriores, 1982. (Archivo Hist?rico Diplom?tico

Mexicano. Cuarta ?poca, 12) 101 pp.

El Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, su prometedor comienzo y r?pida decadencia, la pol?mica suscitada por los ataques de sus detractores, la personalidad de sus maestros y alumnos y su des envolvimiento econ?mico, son temas que han atra?do a los histo riadores y que todav?a ofrecen interesante materia de estudio. La breve vida del colegio como centro de educaci?n superior y su posterior mantenimiento como modesta escuela de primeras letras, se manifiesta como expresi?n inmediata de un cambio paralelo en la actitud de los frailes y de las autoridades civiles.

Fundado en 1536, ya en 1540 comenz? a declinar su suerte, con

motivo de la decepci?n del obispo Zum?rraga, que le retir? su This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:28 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

EXAMEN DE LIBROS

?5:5 ?

apoyo econ?mico.1 Las epidemias, que tan tr?gicamente afectaron

a la poblaci?n ind?gena, tambi?n cobraron sus v?ctimas en Tlatelolco

y ocasionaron su abandono casi total en 1545; un a?o m?s tarde los propios franciscanos, iniciadores del proyecto y sustentadores de

la obra, la abandonaron a su propia suerte.2 Hacia 1550 ya se

hablaba de la ruina del edificio y en 1585 todos los alumnos eran externos, ocupados en el aprendizaje de la lectura y escritura y, algunos de ellos, hasta el nivel de estudio de la gram?tica latinad Cada vez m?s reducidas las perspectivas de alcanzar un alto nivel de preparaci?n intelectual, al comenzar el siglo xvn hab?an des aparecido incluso las clases de gram?tica y la ense?anza se reduc?a a las primeras letras4 sin que en los a?os posteriores recuperase su antigua categor?a de estudios mayores.

El estudio elaborado por Miguel Mathes constituye una opor taci?n de gran inter?s para documentar uno de los aspectos de la vida intelectual de los religiosos y del acceso que a ella pudieron tener los colegiales indios de Santa Cruz.

Aunque aparece como ap?ndice, la parte esencial y m?s valiosa del libro es la selecci?n de obras que formaron las bibliotecas del Colegio de Santa Cruz y del convento franciscano, en el barrio de Santiago de Tlatelolco. i La raz?n de la decepci?n no fue la falta de confianza en la capa cidad intelectual de los naturales ?que sobradamente hab?an demos trado? sino, muy probablemente, la renuncia que manifestaban a

abrazar el estado eclesi?stico. Las fuentes relativas a esta cuesti?n han sido ampliamente estudiadas por J. B. Olaechea Labayen, "Opini?n de los te?logos espa?oles sobre dar estudios mayores a los indios", Anuario de Estudios Americanos, tomo xv, Sevilla, 1958, pp. 130-200; Jos? Mar?a Kobayashi, La educaci?n como conquista, M?xico, El Colegio de M?xico, 1974, p. 336.

2 En 1546 dejaron los frailes que los propios colegiales llevasen la direcci?n de la escuela. En el terreno econ?mico recibieron la ayuda del virrey Luis de Velasco, el primero* hasta su muerte en 1564.

3 Aunque el edificio se repar?, s?lo se mantuvieron en servicio las aulas no los dormitorios. Sobre su r?pida decadencia informan Ger?nimo

de Mendieta, Pedro de Oroz y Francisco Suarez, Descripci?n de la

provincia franciscana del Santo Evangelio de M?xico, M?xico, Imprenta Mexicana, 1947, pp. 98-99.

4 Juan de Torquemada, Monarqu?a Indiana, M?xico, Porr?a, 1969, 3

vols. En el vol. ni, p. 115.

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EXAMEN DE LIBROS

El autor consigui? la reconstrucci?n del cat?logo mediante el

estudio de referencias documentales y el conocimiento directo de los

vol?menes conservados en la Biblia Sutro de San Francisco, Cali fornia. La identificaci?n de los vol?menes por las marcas de las respectivas bibliotecas franciscanas se combina con su menci?n en fuentes del siglo xvi; para lo que resulta excepcionalmente valiosa la informaci?n aportada por Garc?a Icazbalceta de los cat?logos del convento y colegio en 1572, 1574 y 1582. El resultado de la invest tigaci?n es un trabajo excepcionalmente s?lido y bien documentado.

El ap?ndice ii, de "Libros que probablemente formaron parte de la biblioteca del Colegio Imperial de Santa Cruz**, constituye

tan s?lo un complemento que el autor plantea como hip?tesis ?anticipa que "probablemente ? y que, al menos parcialmente, puede aceptarse reconociendo el mencionado margen de proba bilidad.

Los datos estad?sticos del ap?ndice m colaboran al intento de resaltar la importancia de la relaci?n bibliogr?fica obtenida, al proporcionar un resumen de las fechas de impresi?n ?entre 1485

y 1606?, los nombres de los poseedores de los vol?menes, que deja ron sus firmas en ellos ?entre otros Zum?rraga, Oroz, Gaona, etc.? imprentas, lugares de impresi?n y materias en que pueden agruparse los t?tulos.

En su conjunto el libro re?ne los m?ritos de un riguroso examen bibliogr?fico y un interesante an?lisis hist?rico. No obstante, como

parece inevitable ?y probablemente deseable? en este tipo de

investigaciones, su resultado no significa la ?ltima palabra sobre el tema, sino que, por el contrario, abre algunos interrogantes y plantea posibilidades de nuevos estudios e interpretaciones.

Los breves cap?tulos introductorios ofrecen panorama general de la educaci?n de los ind?genas de la Nueva Espa?a y de la evolu ci?n hist?rica y vicisitudes que atraves? el colegio de Tlatelolco

durante el siglo xvi. Algunas de las consideraciones expresadas

por el autor sugieren la conveniencia de un an?lisis m?s profundo o ponen de manifiesto la posibilidad de introducir nuevos puntos de vista y elementos diversos para obtener una comprensi?n m?s amplia y significativa de las circunstancias en que se desenvolvi?

el colegio y en que se desarroll? la pol?mica sobre la educaci?n ind?gena durante los a?os cruciales para el establecimiento y conso lidaci?n del sistema colonial.

El texto de Mathes, que cumple su finalidad orientadora, apunta algunas cuestiones de inter?s y sugiere hip?tesis dignas de This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:32 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

EXAMEN DE LIBROS

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tomarse en consideraci?n; pero con un criterio riguroso cabe se?alar

que tambi?n da lugar a algunas impresiciones, inexactitudes o con tradicciones. Por ejemplo, afirma que fray Bernardino de Sahag?n prepar? su magna obra Historia general de las cosas de la Nueva Espa?a "en respuesta a una real c?dula de 16 de agosto de 1572"

y que la remiti? a Espa?a en 1578, es decir, seis a?os despu?s

(p. 35). En realidad el franciscano hab?a comenzado a recopilar materiales desde 1547 y hab?a recibido mandato expl?cito de con tinuar con la redacci?n en 1558, lo cual significa unos treinta a?os de trabajo. Al referirse al desdichado cacique de Tezcoco don Carlos,

lo define sin vacilaciones como ex-colegial de Tlatelolco, lo cual

es cierto que alguna vez se mencion?, pero tambi?n que actualmente

se considera muy poco probable.

Otra afirmaci?n discutible es la de que en 1545 hab?a 150 alumnos en el colegio (p. 24), cuando las fuentes m?s conocidas coinciden en el c?lculo aproximado de setenta u ochenta como m?ximo. Cifras de 250

a 300 se mencionaron ya a comienzos del siglo xvn para los ni?os externos del barrio de Tlatelolco que acud?an para aprender lectura y escritura. En cuanto al valioso Libellus de medicinalibus indorum herbis, de Juan Badiano y Mart?n de la Cruz, no debe considerarse

como "un precedente para otros estudios..." (p. 26), sino como

obra ?nica y de excepci?n. La posibilidad de que los tres primeros frailes franciscanos iniciaron en Tezcoco "clases de ortograf?a y lectura" (p. 15) es bastante remota, mientras que el propio fray Pedro de Gante nos informa de que muy pronto comenzaron a ense?ar la ley de Dios a los hijos de caciques y principales. Segu ramente que tambi?n es un "lapsus calami" el fijar la apertura

del "colegio" de San Franciso de M?xico en el a?o 1523 (en la

misma p. 15) cuando el convento de M?xico se estableci? tras la

llegada de "los doce", en 1524. El autor se corrige a s? mismo

cuando acertadamente menciona la inauguraci?n del colegio de San

Jos? de los Naturales en 1527; una contradicci?n similar es la

que asigna clases de lat?n, castellano, gram?tica y filosof?a en el

r?gimen normal del colegio (p. 15), para aclarar m?s adelante (p. 17) que hacia 1533 se extendi? la ense?anza a la gram?tica

(latina), lo cual era un paso previo para la filosof?a, de la que no hay noticia de que se ense?ase en San Jos? de los Naturales.

Ya en el terreno puramente te?rico ser?a interesante analizar

hasta qu? punto y en qu? aspectos puede considerarse que "la censura, la restricci?n de la ense?anza ?siguiendo las normas esta blecidas por el Concilio Tridentino (1545 y 1563) ? y el estableci?

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EXAMEN DE LIBROS

miento del Santo Oficio de la Inquisici?n en Nueva Espa?a..."

(p. 28) expliquen la reducci?n de actividades en el colegio de Santa

Cruz.

Sobre la influencia que las bibliotecas acad?micas tuvieron en la revoluci?n intelectual de Europa en el siglo xvi cabr?a profundizar el estudio, ya que no puede desde?arse la posici?n opuesta, o sea la que considera el retraso con que algunas universidades ?la de M?xico entre ellas? se ocuparon de proveer sus bibliotecas, mientras

que la palabra del maestro y los apuntes tomados al dictado durante las clases siguieron siendo la columna vertebral de la ense?anza superior. En algunas ocasiones los libros sirvieron para perpetuar concepciones anticuadas; en otros casos, como en los textos "ex purgados" de las imprentas jesu?ticas, propiciaron el desarrollo de un tipo de cultura "colegial", unificadora y universalista, pero escasamente favorable al libre ejercicio de la imaginaci?n creadora.

Estas consideraciones nos llevar?an a realizar un nuevo estudio

de los libros del colegio catalogados por Miguel Mathes. Una

mirada muy superficial nos informa de que se encontraban los textos fundamentales para el bachillerato de Artes o Filosof?a: S?mulas, L?gica, Filosof?a y Quodlibetos (o Quaestiones quodlibe tales). Tambi?n exist?an varias colecciones de sermones (que segu ramente usar?an los frailes y no los colegiales) ; una Biblia, textos de Derecho can?nico (que nunca se estudi? en Tlatelolco), comen tarios al libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, Geograf?a de Tolomeo y otras obras piadosas y filos?ficas. Sin duda fue una biblioteca excepcionalmente bien provista para lo que se conside

raba necesario en su ?poca. Al m?rito de su antig?edad ha de

a?adirse, pues, el de su calidad, conservaci?n e identificaci?n, as? como el de haber recibido la cuidadosa atenci?n de un bibli?filo que nos ha facilitado tan interesante material.

Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de M?xico

C. A. Hutchinson, Valent?n G?mez Farias, la vida de un republicano. Guadalajara, UNEP, 1983. 402 pp.

Esta obra sobre nuestro popular y conocido "ap?stol liberal" yac?a olvidada desde 1948 en el inmenso cementerio de las tesis, This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:32 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

EXAMEN DE LIBROS

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de donde la rescataron Marco Antonio Silva y Nettie Lee Benson.

No deja de ser un hecho sorprendente y una l?stima que el trabajo traducido fuera el original de 1948, cuando su autor trabaj? por d?cadas en su tema y sabemos que puli?, ampli? y revis? lo que fuera

su disertaci?n doctoral. No puede caber la menor duda que cuando Hutchinson la redact? no ten?a el amplio conocimiento de la ?poca que lleg? a tener despu?s de hurgar y volver a hurgar el Archivo de don Valent?n y si recordamos lo complejo de la ?poca y lo poco que sabemos de ella, lo lamentaremos a?n m?s. Para el estudiante graduado que era entonces Hutchinson, debe haber sido toda una prueba abrirse paso entre la mara?a de correspondencia y redac ciones pol?ticas, filos?ficas y religiosas de tan dif?cil manejo, pues el exceso de cuidado hizo que don Valent?n guardara muchas veces varias versiones hasta de notas sin importancia, no se diga cuando se trataba de un plan o alegato importante. A pesar de que su autor

no consider? que la disertaci?n estuviera lista para la imprenta, la obra resulta m?s explicativa y reveladora que todas las apolog?as que ha merecido el ilustre jalisciense, gracias a que no es un refrito,

sino el producto de un trabajo serio, que se supo beneficiar de la rica colecci?n documental reunida por Genaro Garc?a y custodiada en la Universidad de Texas.

Parte de ese grupo brillante de hacedores del M?xico indepen diente, don Valent?n fue el m?s testarudo, gracias a lo cual pudo destacar en ?l. Con una actividad hoy casi incomprensible, particip? en la vida pol?tica de M?xico desde la consumaci?n de la indepen dencia hasta casi la consumaci?n de la Reforma, pues muri? en 1858. M?dico por profesi?n y pol?tico por vocaci?n, a G?mez Farias

lo caracterizaba un ansia infinita de saber que lo hizo interesarse en todo conocimiento, informaci?n o invenci?n. Austero y labo rioso, con recios valores y un firme ideal de libertad, parec?a total

mente fuera de lugar en aquella sociedad exhuberante que se negaba a olvidar su pasado de contradictoria opulencia, para no tener que

enfrentar su triste realidad de naci?n pauperizada, incapaz de

defenderse en medio de aquella rebati?a imperialista, de mediados del siglo xix. Algunos tal vez todav?a querr?an sostener hoy, que si don Valent?n se hubiera salido con la suya, otro gallo nos hubiera

cantado. Eso resulta harto improbable dada la personalidad del liberal mexicano; hombre de ideas fijas y, por lo tanto, inflexible, era capaz de inflamar de pasi?n hasta en los medios populares e impulsar la acci?n de revoluciones profesionales como Urrea o Mej?a, pero cuando llegaba al poder le costaba sostenerlo, pues This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:36 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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su misma firmeza lo hac?a entrar en conflicto incluso con sus ardien

tes seguidores. Hutchinson fue perceptivo al escribir que "sus virtudes lo hubieran convertido en un ciudadano ejemplar en la Nueva Inglaterra puritana", pero en el M?xico de los 1830s y 1840s lo hac?an inaceptable a veces hasta para los mismos liberales.

La caracterizaci?n que hace Hutchinson de su transformaci?n de reformista en revolucionario, despu?s del primer fracaso y de revolucionario en profeta, despu?s del tercero, parece muy expli cativa del proceso de su actividad pol?tica. Parece que el pensamiento

pol?tico de don Valent?n hab?a llegado a su mayor lucidez en 1833, cuando despu?s de una carrera en constante ascenso fue electo vice presidente y qued? a cargo del ejecutivo, lugar que desempe?ar?a m?s tarde otras dos veces, en 1840 y en 1846-47. Fue una desgracia para ?l y seguramente para el pa?s, que fracasara en 1833 pues sin duda el destierro le hizo perder algo de la lucidez que nos pinta Mora en su Revista Pol?tica, aunque le diera gran amplitud de ho rizontes a sus ideas pol?ticas. Y en verdad es impresionante la extensa

informaci?n que se procuraba don Valent?n; sus hijos le traduc?an

toda clase de noticias sobre acontecimientos europeos y norteameri

canos, hecho que le permit?a juzgar los sucesos mexicanos dentro de un contexto muy real; por eso, a diferencia de Paredes, siempre vio la guerra con Estados Unidos como algo inevitable para lo que hab?a que prepararse. Tal vez todo ese amplio contexto determin? su actitud poco nacionalista ante el conflicto con Francia en 1838, que tanta desconfianza y antipat?a le gan? en el mundo pol?tico mexicano, que empez? a sospechar de sus intenciones recordando su actitud original de conciliaci?n hacia los l?deres texanos.

Por su enorme fe liberal, parece comprensible que don Valent?n se mantuviera fiel a su bandera y sufriera con paciencia persecu ciones y exilios, pero lo que resulta en verdad sorprendente es que su esposa e hijos, naturales y pol?ticos, lo secundaran con tanta lealtad, sobre todo porque el pr?ctico estadista, que de inmediato hac?a cuentas sobre lo que el gobierno pod?a o no gastar, era incapaz

de sujetar los gastos de su familia a sus miserias y se daba el lujo de poner tutores de idiomas a sus hijos, cuando viv?a de la caridad y en el exilio.

Hay algunos puntos en que Hutchinson debi? haber hecho

una explicaci?n m?s convincente en su versi?n m?s tard?a. No creo,

por ejemplo, que al mencionar el expansionismo sostuviera m?s tarde: "para los historiadores mexicanos Estados Unidos era una naci?n que desde los d?as de la independencia mexicana contempl?

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con ojos ambiciosos los inmensos territorios... Esto es verdad, hasta cierto punto, aunque se puede argumentar que Estados Unidos comenz? a expandirse no por designio gubernamental, sino mediante

la empresa privada. Estados Unidos no avasall? con tropas inermes fronteras de sus estados vecinos como en el caso de la expansi?n alemana". Aunque desde luego existen historiadores que sostendr?an una opini?n semejante, despu?s de estudios como los de Merk, Weinberg, Price y otros, hasta los libros de texto han cambiado y aunque no se pueda negar que el expansionismo aunque fuera un movimiento espont?neo, no se deja de reconocer que haya sido manipulado desde Washington; por otra parte, las tropas de Taylor

que avanzaron sobre el Bravo lo hac?an violando un territorio

que, en el mejor de los casos, estaba en disputa y que todos hones tamente sab?an que ni remotamente pertenec?a a Texas, de suerte que su comentario final, todav?a tan de posguerra, es muy con vincente. La pol?mica con el Padre Cuevas, que sigue el autor a trav?s desu obra, tambi?n nos hace conscientes del paso de cuatro

largas d?cadas; es curioso que en la d?cada de 1940 alguien se

molestara todav?a en defender a G?mez Farias de los ataques del exagerado Padre. En cambio resulta convincente la aclaraci?n de la posici?n de G?mez Farias hacia los texanos.

Nos encantar?a ver la versi?n posterior, pues si el autor fue capaz

de hacer un libro en 1948, tiene que haberlo mejorado en forma considerable. Escribir una biograf?a es una de las pruebas m?s dif?ciles que puede emprender un historiador, pero un personaje como don Valent?n resulta muy escurridizo, sobre todo cuando se le quiere mostrar de una sola pieza; humano, al fin, sostuvo firme mente sus valores, trat? de servir lealmente a su patria, pero no dej? de sentir la ambici?n pol?tica y, a pesar del puritanismo que le llevaba a cuidar los caudales de la naci?n, cuando ten?a opor tunidad de tomar el poder, no dudaba en aceptar los pr?stamos ruinosos que le ofrec?an sus amigos usureros y cuando Santa Anna le era indispensable para volver al poder, dejaba que lo convencieran

sus amigos de su regeneraci?n a pesar de doce a?os de arbitrarie dades, traiciones e irresponsabilidad. Hutchinson aclara bien c?mo el anticlericalismo de Farias no implicaba ate?smo, como pensaban algunos de sus contempor?neos, sino que su fe pol?tica no obstaba para que fuera un cat?lico tan creyente que al solicitarle su buen amigo Uhink la mano de su hija, le hiciera comprometerlo a que sus nietos fueran cat?licos y terminara por influir en su conversi?n.

Suponemos que con los largos a?os que Hutchinson dedic? a ese This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 19:35:36 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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EXAMEN DE LIBROS

periodo, tambi?n deben haberse afinado los perfiles de los perso najes que rodeaban a G?mez Farias: Garc?a, Urrea, Rej?n, Mej?a G?mez Pedraza y, sobre todo, Santa Anna. En la versi?n que rese ?amos, el revoltoso veracruzano aparece simplemente como traidor y sabemos que todo el material utilizado es, por lo menos, discutible,

tanto porque el espa?ol Atocha como el joven Slidell quer?an darle

importancia al papel que jugaban, como porque en el irrespon sable general-presidente hab?a mucho de la exhuberancia, viveza y atrevimiento del muy inteligente, quien cree poderle tomar el pelo a todo el mundo, sobre todo a los extranjeros. En todo caso es otra de aquellas instancias que merecen ser ponderadas.

La traducci?n se lee con facilidad y s?lo lamentamos que las citas hayan sido retraducidas, con lo que perdieron el sabor peculiar

de las expresiones del tiempo e incluso porque cambian el sentido de las relaciones. Uhink, por ejemplo, no tuteaba a don Valent?n, de hecho parece haber sido una forma de uso muy restringida.

Hay que llamar la atenci?n sobre el descuido de la edici?n que sali? con un n?mero bastante grande de faltas de ortograf?a. Habr?

que corregir con cuidado la reimpresi?n, que no dudamos se har?, por el gran inter?s del libro.

Josefina Zoraida V?zquez El Colegio de M?xico

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DIRECTORIO DE HISTORIADORES

DEL COMITE MEXICANO DE CIENCIAS

HIST?RICAS

A LA VENTA EN EL ARCHIVO GENERAL DE LA NACI?N Eduardo Molina y Alba?iles, Col. Penitenciaria Ampliaci?n ARCHIVO GEN?BAL

o

15350-M?xico, D. F.

Apartado Postal 1999, M?xico 1, D. F.

Adjunto cheque o giro postal por la cantidad de:

$260.00 M. N. (Rep?blica Mexicana) $410.00 M. N. (EE. UU., Canad?, centro y sur de Am?rica)

$450.00 M. N. (Otros pa?ses) Nombre_?_

Direcci?n.

calle

colonia

Ciudad.?

N?m. c?digo postal

.Estado.

Nota: para el extranjero pagar en U. S. Dis., seg?n el tipo de cambio vigente al momento de efectuar ei pago.

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publicaciones

El Colegio de M?xico La herencia medieval de M?xico Por Luis Weck mann

SUMARIO

Presentaci?n, por Charles Verlinden Introducci?n, por Silvio l?vala

Tomo I Primera parte: Descubrimiento y conquista

I. La perspectiva

I!. La primera imagen de ia Nueva Espa?a: un archipi?lago 'asi?tico'

III. Los espejismos: la b?squeda de reinos y sitios maravillosos

IV. La geograf?a teratol?gica I: amazonas, gigantes y pigmeos

V. La geograf?a teratol?gica II: los monstruos y las quimeras

VI. El trasplante de las instituciones feudales Vil. Las huestes novohisp?nicas y su panoplia medieval VIII. La visi?n medieval del conquistador y su grito de guerra. El l?baro cortesiano

IX. Los ejercicios ecuestres, la caza y los juegos X. El ?ltimo florecer de la caballer?a Segunda parte: la Iglesia

XI. La intervenci?n de lo sobrenatural en la conquista: el se?or Santiago, la sant?sima virgen y el diablo

XII. Precedentes medievales de la evangelizaci?n y sincretismo cristiano-pagano

XIII. La devoci?n popular, los ideales religiosos y las esperanzas milenaristas XIV. La experiencia asc?tica y m?stica I: disciplinas y visiones XV. La experiencia asc?tica y m?stica II: ?xtasis, levitaci?n y otros fen?menos m?sticos

XVI. La experiencia asc?tica y m?stica III: flagelantes y reliquias

XVII. Milagros y prodigios XVIII. Las im?genes milagrosas XIX. Doctrina, rito y liturgia XX. Conquista espiritual y estructura eclesi?stica

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Tomo II Tercera parte: El Estado y la econom?a

XXI. El sacro imperio y las instituciones Imperiales

espa?olas

XXII. Los or?genes medievales de la encomienda y la hacienda. El tributo de los indios

XXIII. El se?or?o territorial y el mayorazgo XXIV. Las actividades econ?micas primarias XXV. Esclavitud, gremios y cofrad?as XXVI. El comercio y la navegaci?n XXVII. El sistema de pesas y medidas y la moneda Cuarta parte: La sociedad, el derecho y la cultura XXVIII. La estructura urbana y administrativa

de las ciudades

XXIX. El sistema de derecho I: las leyes, el amparo, la apelaci?n y las penalidades XXX. El sistema de derecho II: el corregimiento,

la santa hermandad, la residencia y los letrados

XXXI. Organizaci?n social: la herencia borgo?ona, los pendones, los estamentos y el compadrazgo XXXII. El scriptorium, los colegios, los beater?os y la universidad.

XXXIII. La historiograf?a, la cronolog?a y la imprenta. El lat?n

y los autores latinos medievales XXXIV. La poes?a popular, el goliardismo y el espa?ol

arcaizante de M?xico

XXXV. El teatro y la danza: autos sacramentales, pastorelas, moros y cristianos, matachines y la danza

macabra

XXXVI. La m?sica: sus formas religiosa y popular XXXVII. La magia de la ciencia: astrolog?a, medicina

cient?fica y popular, y ciencias naturales XXXVIII. Las construcciones militares y civiles

XXXIX. Supervivencias rom?nicas, ojivales y mudejares en la arquitectura religiosa XL. La pintura, la escultura y las artes menores

BIBLIOGRAF?A

INDICES ONOM?STICO Y ANAL?TICO Departamento de Publicaciones, Camino al Ajusco 20, Pedregal de Santa Teresa, 10740 M?xico, D. F.

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popular ? FMLN Revoluci?n e intervenci?n

trimestral de

Revista

?Agust?n Cueva El fetichismo d?la Ediciones Era Jos? Arthur Giannotti . La astucia del trabajo

PS UM y las fuerzas sociales Q N?star Marxismo y .dependencia ?EIGustavo Gordillo Garc?a Canclini Cultura y organizaci?n

hegemon?a y el imperialismo ? Jaime Osorio

EDICIONES ERA AVENA 102 ?09810 M?XICO, D. F.

M?XICO, D. F.I GUADALAJARA, JAL. I MONTERREY, Ni.

en El Salvador

?58177 44 I ?14 90 48

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