HISTORIA MEXICANA
VOL. XXXVI JULIO-SEPTIEMBRE, 1986 N?M. 1 $2 100.00 M.N
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HISTORIA MEXICANA 141
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Vi?eta de la portada: Izquierda, ?guila sin serpiente, de la Bandera del Batall?n Tres Villas, 1833. Dere cha, ?guila con serpiente, de Bandera Militar, 1848-1862, reproducidas de "El ?guila mexicana", Bolet?n M Archivo General de la Naci?n, M?xico, 1952, t. XXIII:3, pp.
11-12.
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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios
Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Redactor: Luis Muro
Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara Lida, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez
VOL. XXXVI JULIO-SEPTIEMBRE, 1986 NUM. 1 $2 100.00 M.N.
SUMARIO
Art?culos
Xavier Noguez : Tres documentos pictogr?ficos sob taci?n ind?gena del estado de Guerrero, siglo xvi 5
Josefina Zoraida V?zquez: La supuesta Rep?blica
Grande 49
Mart?n Gonz?lez de la Vara: L? pol?tica del federalismo en Nuevo M?xico (1821-1836) 81 Joseph Richard Werne: Pedro Garc?a Conde: el trazado de l?mites con Estados Unidos desde el punto de vista mexicano
(1848-1853) 113
Anne Staples: Mayordomos, monjas y fondos conventuales 131
Testimonio Jan Bazant: El acuerdo de Ixtapan de la Sal, una obra hi dr?ulica campesina del siglo xix 169
Rese?a Porfiriato y Revoluci?n: un libro diferente (sobre Fran?ois
Xavier Guerra, Le Mexique, de l'Ancien R?gime ? la R?volution, por Carlos Arri?la) 173
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SUMARIO
Examen de libros Sobre Woodrow Borah (coord.); El gobierno provincial
de la Nueva Espa?a, 1570-1786 (Manuel Mi?o
Grijalva) 195
Sobre Gabriel Agraz Garc?a de Alba, Biobibliograf?a de los escritores de Jalisco y Biobibliograf?a general de don Jos?
Maria Vigil (Manuel Mi?o Grijalva) 197
Sobre Jan Bazant, Antonio Haro y Tamariz y sus aventu
ras pol?ticas (1811-1869) (Martha Elena Venier) 198
Sobre James C. Carey, The Mexican Revolution in Yuca
tan, 1915-1918 (Piedad P?niche Rivero) 199
Sobre Sergio Ortega (ed.), De la santidad a la perversi?n, o de porqu? no se cumpl?a la ley de Dios en la sociedad novo
hispana (Pilar Gonzalbo Aizpuru) 201
La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.
Historia Mexicana aparece los d?as 1 de julio, octubre, enero y abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 2 100.00 y en el extranjero Dis. 8.75; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 7 000.00 y Dis. 34.00. N?meros atrasados, en el pa?s $ 2 300.00; en el extranjero Dis. 9.50.
? El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F.
ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed in Mexico
por
Programas Educativos, S.A., Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n, formaci?n y negativos: Redacta, S.A.
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TRES DOCUMENTOS
PICTOGR?FICOS SOBRE
TRIBUTACI?N IND?GENA DEL ESTADO DE GUERRERO, SIGLO XVI Xavier Noguez El Colegio de M?xico
En el mes de junio de 1981, al tiempo en que se catalogaban algunos documentos correspondientes a la secci?n llamada Viceregal and Ecclesiastical Mexican Collection conservados en la
Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Tulane,
Nueva Orleans, fueron "redescubiertos" dos interesantes ma nuscritos que conten?an tanto textos en espa?ol como picto graf?as de tradici?n ind?gena.1 Las cuatro hojas de los dos documentos, provenientes de las poblaciones de Ohuapan y Tecuiciapan, en el estado de Guerrero han sido separadas de su colecci?n original, y cata logadas bajo el t?tulo de ' 'Mexican Indian Tribute Documents,
1557; 49 (7), 57". Actualmente los documentos se guardan en una secci?n especial junto con el resto de los originales y 1 Agradezco la ayuda que recib? del personal encargado de las colec ciones especiales de la Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans, Louisiana. La colaboraci?n de Ruth R. Oli vera y Martha Barton Robertson fue particularmente valiosa. La redac ci?n de este art?culo se hizo m?s expedita gracias a la informaci?n que me proporcionaron. Extiendo este agradecimiento a la profesora Perla Valle, del Departamento de Etnohistoria del Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia, a la se?orita Marie Byrne, de la Divisi?n de Manuscritos de la Biblioteca Bancroft de la Universidad de California en Berkeley, y a Kathy Siewert, quien realiz? con gran paciencia los dibujos de las picto graf?as.
HMex, xxxvirl, 1986
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XAVIER NOGUEZ
copias de las pictograf?as mesoamericanas que posee la citada instituci?n.
Aunque las condiciones y fecha de compra no se registra ron de manera particular, cabe la posibilidad de que las cua tro hojas sin encuadernar hayan sido adquiridas en la ciudad de M?xico en agosto de 1932, junto con otros legajos de pa peles civiles y eclesi?sticos mexicanos escritos entre el siglo XVI y principios del XIX.2 Hasta el momento de escribir este texto, s?lo uno de los documentos mencionados, el correspondiente a la poblaci?n
de Tecuiciapan, hab?a sido citado por el doctor Silvio Za
vala3 en el segundo volumen de su obra El servicio personal de los indios de la Nueva Espa?a, 1550-1575, donde el autor da una
noticia descriptiva de su contenido y agradece, en nota al pie de la p?gina 710, a G[uillermo] M. Ech?niz, quien fuera pro pietario de una librer?a anticuaria, el haberle permitido con sultar dicho manuscrito. No es posible afirmar ahora si el otro
documento que se encuentra en Tulane, proveniente de Ohua pan, tambi?n perteneci? al se?or Ech?niz. Zavala da noticia de Ohuapan porque el nombre aparece mencionado en el texto del documento de Tecuiciapan, pero el investigador no hace referencia en su obra de la existencia de un singular docu mento proveniente de esa poblaci?n, cuya jerarqu?a econ?
mica y pol?tica era mayor que la de Tecuiciapan. Quiz? el se?or Ech?niz posey? y vendi? ambos documentos directa
mente al Middle American Research Institute, el departamento
donde, en aquel tiempo, se depositaban los materiales rela cionados con Latinoam?rica que adquir?a la Universidad de Tulane. Cabe tambi?n la posibilidad de que esta instituci?n haya adquirido el documento de Ohuapan a trav?s de otra fuente en M?xico y que, en vista de su similitud formal y de
contenido, haya sido guardado con el de Tecuiciapan para su identificaci?n y registro. Nos referiremos ahora al tercer documento. Proviene del
2 Sobre esta compra v?ase Fern?ndez de C?rdoba, 1959, p. 63. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo. 3 Zavala, 1984-1985, p. 63. Coedici?n del Centro de Estudios Hist? ricos de El Colegio de M?xico y El Colegio Nacional, pp. 542-543.
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TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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actual Tetelcingo (Teteltzinco), tambi?n en el estado de Gue rrero. El llamado C?dice de Teteltzinco guarda una indudable relaci?n con las dos piezas documentales ya mencionadas. La conexi?n fue por primera vez identificada por John B. Glass en una carta enviada a Martha y Donald Robertson el 2 de abril de 1981. Ah? Glass afirma que los documentos de Ohua pan y Tecuiciapan parec?an ser otras secciones del documen to de Teteltzinco, el cual ha sido registrado en el censo de documentos pictogr?ficos, publicado en el Handbook of Middle
American Indians, bajo el n?mero 326.4 Hacia 1945 el C?dice de Teteltzinco pertenec?a a la colecci?n
de G.M. Ech?niz, como parece indicarlo una nota, proba
blemente escrita por Robert H. Barlow, al reverso de una foto
del manuscrito que se encuentra en el archivo que lleva el nombre del investigador norteamericano en la Universidad de las Americas, Cholula, Puebla.5 Fue hasta 1980 cuando nuevamente se volvieron a tener noticias del paradero del C? dice de Teteltzinco. Esta vez es anunciado, bajo el n?mero 289,
en un cat?logo de documentos en venta que public? la firma John Howell Books de San Francisco, California.6 Fue quiz? ese mismo a?o cuando la Biblioteca Bancroft de la Universi dad de California en Berkeley lo adquiri? para sus acervos, en los cuales se encuentra depositado bajo el n?mero de ca t?logo Mexican Miscellany, 1700, 183. No hay duda que estos tres documentos con informaci?n de Ohuapan, Tecuiciapan, y Teteltzinco formaron parte de un legajo o libro. Quiz? en cierto momento las hojas fueron desprendidas y vendidas a diferentes personas o institucio nes. Por lo que se dir? m?s adelante, es seguro que el legajo o libro conten?a otras secciones de igual formato, correspon dientes a otras tantas poblaciones de la misma regi?n. En este 4 Glass y Anderson, 1975, p. 208. 5 "Tetelcingo, sujeto de Oapa, Vapa, Col. Ech?niz, 1945". V?ase la
nota 1 en Barlow, 1974, p. 65.
6 Americana, 1980, pp. 136-137. El documento aparece bajo el siguien te encabezado: "289 [M?xico], Velasco, Luis de (d. 1564), manuscript
document dated at Mexico City, June 18, 1557, signed by Velasco as viceroy of New Spain. 2 leaves (edges frayed, light stain along right side). Folio.
Preserved in a quarter red morocco slip-case".
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XAVIER NOGUEZ
Mapa 1 Ubicaci?n de Ohuapan, Tecuiciapan y Tetelzinco en el norte del estado de
Guerrero
1 Cuernavaca 6 Ohuapan 2 Cuautla 7 Tecuiciapan 3 Taxco 8 Teteltzinco
4 Iguala 9 Tixtla
5 Tepecuacuilco 10 Tlapa
trabajo nos referiremos en conjunto a los tres docume
aclarando que s?lo uno de ellos, el de Teteltzinco, h
publicado previamente. Se trata de un breve texto que contr? en los escritos in?ditos, algunos sin terminar, bert H. Barlow. El trabajo de Barlow fue revisado y e
por Fernando Horcasitas.7
7 Barlow, 1974, pp. 65-68. El registro completo de este docum aparece en Glass y Robertson, 1974, p. 208, num. 326.
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tres documentos pictogr?ficos 9 1. Descripci?n f?sica de los documentos Y COLOCACI?N de textos de pictograf?a
Las hojas de papel espa?ol correspondientes a los documen tos de Ohuapan, Tecuiciapan y Teteltzinco miden entre 21.5 y 22 cm de ancho por 31.5 cm de largo; sus bordes est?n do blados o destruidos. En la confecci?n del texto y pictograf?as se notan por lo menos tres clases de tintas: una negra, de gran
definici?n, usada por el tlacuilo en las pictograf?as; una roja tambi?n usada por el pintor ind?gena y que se encuentra de manera aislada, y una tinta caf?, de probable origen euro
peo, usada en el texto largo en espa?ol, las glosas, en las
explicaciones a las pictograf?as, y en algunas de las mismas pictograf?as. Como se aprecia en la figura 1, texto y picto graf?as ocupan espacios no continuos, ya que se dejaron dos p?ginas en blanco en el documento de Tecuiciapan y Teteltzin co, y una en el de Ohuapan. En la misma figura 1 se han marcado con flechas los rastros que dej? la costura original usada en los pliegos que alguna vez formaron un libro. Como en el caso de Ohuapan el texto era m?s extenso, se utiliz? el espacio correspondiente al primer recto y parte de la pri mera vuelta. Los textos provenientes de Tecuiciapan y Te teltzinco s?lo abarcaron el primer recto. Las pictograf?as en ambos casos fueron acomodadas para ser le?das de izquierda a derecha y de arriba a abajo, aunque en el documento de Ohuapan un conjunto fue colocado desde el centro de la p?gina
hacia la mitad derecha. Por razones de orden en la presenta ci?n de la informaci?n pict?rica, los dos documentos presen tan datos similares colocados aisladamente en la secci?n in ferior derecha. En la parte superior, cerca del centro, aparecen
los glifos top?nimos de Ohuapan, Tecuiciapan y Teteltzinco,
mismos que analizaremos con detalle m?s adelante. Existe adem?s en el documento de Teteltzinco, en la secci?n de las pictograf?as, una anotaci?n escrita con l?piz y parcialmente borrada que dice: ' assessment tribute demand of Tetelcinco
signed by Luis de Velasco, June 8, 1557, HZ 146".
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2. Contenido de los documentos
Damos a continuaci?n nuestra versi?n paleogr?fica de los
textos de los documentos de Ohuapan y Tecuiciapan. El con tenido en espa?ol del documento de Teteltzinco fue original mente transcrito por Barlow. Hemos tomado la paleograf?a de dicho trabajo, a la cual se le han hecho peque?os cambios que corrigen algunas omisiones del autor norteamericano. Por razones de claridad, los tres documentos han sido transcritos sin abreviaturas, sin embargo se ha respetado la ortograf?a
original.
2.1. Documento de Ohuapan
tasaci?n En la ?ibdad de mexico a diez e ocho dias del mes de junio de mili e / quinientos e cinquenta e siete a?os vista por el muy illustre se?or don luis de velasco / visorrei e governa dor por su magestad en esta nueva spa?a la relaci?n que hizo don tomas de tapia / prencipal del pueblo de Tepeaca juez en el pueblo de vapan acerca de lo que los naturales del pue blo podran dar / por tasaci?n al governador alcalde e otros prencipales del dicho pueblo por raz?n de sus cargos taso / y modero lo susodicho en lo siguiente Y primeramente an de dar a don gaspar gobernador / de dicho pueblo por raz?n de dicho cargo seis pesos de oro / co
m?n cada ochenta dias
Yten ordinariamente un yndio e una yndia de / servicio pa gado su travajo e la comida por el dicho governador Yten an de dar al alcalde ques o fuere en el dicho / pueblo cada ochenta dias quatro pesos y medio de oro com?n Yten al que es o fuere escrivano en el dicho pueblo se le an / de
dar un peso de oro com?n cada ochenta dias Yten a los dos mayordomos que son o fueren / en el dicho
pueblo se les a de dar cada ochenta dias / a cada uno un peso de oro com?n
Yten se an de dar a nicolas y martin te / cotle prencipales del This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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dicho pueblo y a cada uno dellos / dos pesos de oro com?n
cada ochenta dias
Yten se an de dar a pedro ezguagan / quel e a pedro tlaylotle y a nicolas ticoque / e a martin tlacotecatle y agustin agua te / pan y a tomas cux?aquetal prencipales del / dicho pueblo
a cada uno dellos cada ochenta dias un / peso de oro com?n y a martin prencipal quatro tomines / del dicho oro cada
ochenta dias
Yten se an de gastar en la fiesta / de san agustin de cada a?o quesla adboca?ion / del dicho pueblo diez pesos de oro com?n Yten a de aver hordinariamente en la casa / de la comuni dad un yndio e una yndia de servicio / y se an de remudar
cada s?bado [termina la hoja]
Yten a los yndios que alquilaren en el dicho / pueblo para
rreparos de casas y beneficio de / sementeras se les a de pagar su trabajo en esta manera / a los que atendieren en el benefi cio de las obras del pueblo un tomyn / cada semana e de comer
e a los que atendieren en obras de fuera del pueblo a veynte e cinco cacaos cada dia e de comer / y el tomyn que se a de
dar a esos otros es cada semana
Y lo qual que dicho es se a de dar a los dichos gobernadores alcalde e principales y no otra cosa asi / so pena de lo volver con el quatro tanto e se guarde e cunpla e asta que otra cosa se provea e mande / e para que conste dello se mando asen tar en esta pintura y en el libro de las averiguaciones [se menciona una enmienda al texto]
don luys de velasco [r?brica] por mandado de su se?or?a antonio de turcios [r?brica] asentado IX tomines tasaci?n de los prencipales e cacique del pueblo de obapan
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2.2. Documento de Tecuiciapan En la cibdad de mexico diez e ocho dias del mes de junio de mili e / quinientos e cinquenta e siete a?os el muy illustre se?or
don luis de velasco viso / rrei e gobernador por su magestad en esta nueva espa?a vista cierta relaci?n que hizo don / tomas
de tapia prencipal de tepeaca juez en el pueblo de vapan taso y modero lo que / de aqui adelantte los naturales del pueblo de tecuiciapa sujecto al dicho pueblo de vapan / an de dar a los prencipales e otros oficiales del dicho pueblo de la ma
nera siguiente
Y primeramente an de dar a don miguel / prencipal del dicho
pueblo cada ochenta dias dos pesos / de oro com?n
Yten le an de dar cada semana un gallo de pa / pada e ciento
e beynte cacaos Yten an de dar cada ochenta dias a juan / maqueguegue e a otro juan prencipales del / dicho pueblo dos pesos a cada uno un peso Yten se a de dar cada ochenta dias a juan e toribio / e fran cisco e miguel prencipales del dicho pueblo quatro tomines
del dicho oro
Yten se an de gastar en la fiesta de san miguel de / cada un
a?o ques la adboca?ion del dicho pueblo seis pesos de oro com?n
Yten se an de dar a cada uno de los dos may
son y fueren en el dicho pueblo un peso de or
ochenta dias
Yten a de aver hordinariamente en la casa de
del dicho pueblo una yndia e un yndio de serv
muden cada s?bado
Yten que si algunos indios se alquilaren para e obras de dentro del pueblo e beneficiar las /
les pague su trabajo en esta manera a los de / den
un rreal cada semana y de comer y a los / qu sementeras cada [uno] veinte e cinco / cacaos y
dia y esto se guarde
Y todo lo qual que dicho es an de dar a los dich dor alcalde e prencipales y las dem?s per / so chos cargos e no e?edan dellos so pena de lo b This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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quatro tanto e se guarde asi / hasta tanto que de otra cosa se provea y mande y para que conste dello lo mando asentar
por auto en esa pintura
don luis de velasco [r?brica] por mandato de su se?or?a antonio de turcios [r?brica]
tasaci?n tecuiciapa 2.3. Documento de Teteltzinco
N. 15 Y En la cibdad de mexico diez y ocho dias del mes de junio de mili e / quinientos e cinquenta e siete a?os el muy illustre se?or don luis de / velasco visorrei e governador por su ma gestad en esta nueva spa?a / vista cierta relaci?n que hizo don
tomas de tapia pren / ?ipal de tepeaca juez en el pueblo de vapan ta?o y modero lo que / de aqui adelante los naturales del pueblo de tetelcingo subjeto / al dicho pueblo de vapan an de dar a los prencipales e otros oficiales / del pueblo en
la manera siguiente
Y primeramente an de dar a don diego tlacate / cote pren?i
pal del dicho pueblo cada ochenta dias / dos pesos de oro com?n
Yten an de dar cada semana un gallo de papa cacaos al dicho don diego principal
Yten an de dar a agustin y diego tlalan y bar / cipales del dicho pueblo un peso / de oro com?
cada ochenta dias
Yten se an de gastar en cada un a?o en la / fiest cisco ques la adboca?ion del / dicho pueblo cinco com?n y no se / a de echar otro repartimient This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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XAVIER NOGUEZ
Yten se an de dar a los dos mayordomos que son / o fueren del dicho pueblo un peso a cada uno / cada ochenta dias Yten an de servir hordinariamente en la / casa de la comu nidad un yndio e una yndia / los quales se muden cada s?bado Yten si algunos yndios se alquilaren para / entender en obras dentro del pueblo y beneficio / de las sementeras se les pague
su trabajo en esta ma / ?era a los de dentro del pueblo un Real cada semana / y de comer y a los que senbraren semen teras cada / [uno] veynte e cinco cacaos y de comer por d?a
y esto se guarde
Todo lo qual que dicho es an de llevar los dichos governador alcalde y prencipales y las dem?s / personas con los dichos cargos y no ecedan dellos so pena de lo bolver con el quatro tanto y se / guarde hasta tanto que otra cosa se mande y para
que conste dello lo mando asentar por auto esta pintura
don luis de velasco [r?brica] por mandado de su se?oria antonio de turcios [r?brica] Tasaci?n de tetelcingo asentado En la parte superior izquierda de la foja del texto en espa ?ol del documento de Teteltzinco se halla escrito "N. 15", dato que en principio se asoci? con alg?n tipo de ordenamiento
progresivo dentro del libro o legajo. Sin embargo el n?mero parece haber sido agregado en ?poca tard?a, quiz? a fines del siglo XVII o principios del XVIII. Adem?s, los documentos de Ohuapan y Tecuiciapan no presentan esta numeraci?n que pudiera corresponder a p?ginas o folios.
3. Descripci?n de las pictograf?as Los tres textos previamente citados vienen acompa?ados de pictograf?as de tradici?n ind?gena a las que se les han agre This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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?T4?
:i
Texto original del documento de Tetelzinco
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gado breves glosas en espa?ol que explican o complementan la informaci?n pict?rica. En los conjuntos iconogr?ficos se re conocen algunos glifos de origen prehisp?nico. Otros han sido
asimilados del contexto hispano. El largo texto en espa?ol co rresponde a un "trasunto" de las pictograf?as donde se da la informaci?n de los tributos. La falta de continuidad en la
organizaci?n de la informaci?n en las hojas de papel parece ser el resultado de la mec?nica de confecci?n: en un primer paso se realizaron los dibujos, y posteriormente se redact? la informaci?n en espa?ol (v?ase la figura 1). Con el objeto de hacer referencias m?s precisas, hemos asig
nado dos n?meros a cada pictograf?a, o a un grupo de ellas que forme un conjunto. El primer n?mero hace referencia al documento en particular, de tal suerte que a Ohuapan le corresponde el n?mero 1, a Tecuiciapan el n?mero 2, y al Teteltzinco el 3. El segundo n?mero hace una referencia m?s definida dentro de cada documento. Por ejemplo, la repre sentaci?n del se?or de Ohuapan le corresponde el n?mero 1.2,
o sea la segunda figura del documento 1. Las breves glosas que acompa?an a las figuras ser?n cotejadas con el texto en espa?ol de acuerdo con su relaci?n con las pictograf?as. 3.1. Pictograf?as del documento de Ohuapan
La hoja donde se encuentra la secci?n pict?rica correspon diente a la poblaci?n de Ohuapan presenta en la parte supe
rior un glifo top?nimo (1.1) compuesto de los elementos t? petl (cerro) y, en la parte superior, ca?as de ma?z, las cuales
presentan los jilotes colgando hacia ambos lados. El cerro adopta la t?pica forma prehisp?nica: una especie de tri?ngu lo con dos secciones laterales inferiores que doblan hacia aden
tro y se unen a dos barras horizontales. Llama la atenci?n
que en el nombre del lugar ?Ohuapan? no se haga men
ci?n del locativo t?pec ??Ohuatepec??. La presencia del glifo de cerro es com?n en top?nimos que no incluyen tal elemen to dentro del nombre mismo. En estos casos el glifo t?petl se
ha explicado, de una manera general, como un determinan te de la idea de poblaci?n o comunidad establecida. Sin em This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
H
?o
M ?OOG w2:HO
oHOO >^TI OO
vuelta
vuelta
HOJA EN
HOJA EN
BLANCO
BLANCO
recto Organizaci?n de texto y pictograf?a en las hojas del libro de averiguaciones
Figura 1
recto
\
-i TEXTO -
HOJA EN
BLANCO
vuelta recto vuelta
Tecuiciapan y Teteltzinco:
Ohuapan: recto
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XAVIER NOGUEZ
bargo, se hace necesario un estudio m?s detenido sobre este asunto para definir concretamente las diferencias en los casos
donde encontramos presencias y ausencias de este popular lo cativo. Por otro lado la idea asociada al glifo de las ca?as de ma?z es clara: se trata de representar el ?huatl o ca?a dulce, verde y tierna de ma?z, por lo que se ha enfatizado la presen cia de los jilotes.8 En la Matr?cula de los tributos (figura 2) y la segunda secci?n del C?dice Mendoza (figura 3) encontramos una
versi?n algo diferente del mismo locativo. En estas dos picto graf?as se represent? una planta de ma?z completa, con sus espigas en la parte superior y un elote con jilotes, adem?s de un bandera de forma vertical alargada (pantl?), la cual sin duda
est? dando el sufijo locativo pan. De esta manera queda la
transcripci?n Ohua(tl)-pan, que resulta m?s acorde con el to p?nimo que denomina. En los ejemplos de la Matr?cula y el Mendoza no se incluy? el glifo t?petl.
Figura 2 Figura 3 Glifos, top?nimos de Ohuapan
Inmediatamente al lado izquierdo de escribi? una glosa con tinta europea q
de cabecera que gozaba el pueblo ("
8 Barlow y MacAfee, 1949, p. 29, tradujer
ciza" quiz? confundi?ndola con la palabra ohuac
pero PAS? y TRONCOSO, Papeles de la Nuev Clark Cooper, Codex Mendoza, II; pp. 39, 106,
"Lugar de las ca?as de ma?z verde".
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TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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dicho"), adem?s de las palabras un poco borradas: ". . .dicho
juez".^ El n?mero 1.2 hace referencia a la imagen de un persona
je importante que preside la lista de otros individuos repre sentados, en su mayor?a, a trav?s de cabezas. Por la glosa
que lo acompa?a ("a don gaspar gobernador") sabemos que este primer e importante personaje es don Gaspar, goberna dor de Ohuapan. Se le ha dibujado descalzo con un conjunto de atav?os en los que se reconoce una diadema ?de turque sa?, un tilma, un tepotzoicpalli o asiento de respaldo, y un pe
tate. Estos elementos, representados en conjunto, provienen
de una iconograf?a de tradici?n n?huatl vinculada, en la ?poca
prehisp?nica, a la m?s alta jerarqu?a dentro del gobierno de alianzas se?oriales.9 Don Gaspar, a diferencia de los perso najes dibujados con cabezas, no muestra un glifo onom?stico.
Frente al gobernador se dibujaron seis objetos ?tres de ellos delineados con tinta roja? que hemos asociado con la
representaci?n de los platillos de una balanza del tipo de cruz (1.3). Aqu? parecen transformarse en la representaci?n gl?fi ca de cada una de las unidades de pago asignado como tribu
to, de acuerdo con el texto en espa?ol que acompa?a a las
pictograf?as. Ah? se dice que don Gaspar deber? recibir seis pesos de oro com?n cada 80 d?as, dato que se confirma en la breve glosa que acompa?a las figuras (' 'VI pesos cada lxxx dias"). El siguiente conjunto (1.4) es el complemento tribu tario proporcionado a don Gaspar en forma de servicio per sonal de "un yndio y una yndia", los cuales deber?n de ser virle con los gastos de su trabajo y de su comida pagados "por
el dicho gobernador", de acuerdo tambi?n con el documen to que acompa?a a las pictograf?as. Los servidores asignados
a don Gaspar fueron dibujados a trav?s de cabezas y un c?rculo
que representa el numeral uno. La mujer porta un tocado con peque?as secciones alternadas de espacios pintados y va c?os, el cual remata en un saliente que parece asociarse a la particular forma de trenzar el cabello que usaban entre los nahuas las mujeres casadas. Inmediatamente abajo de los grupos descritos se encuen 9 Noguez, 1975, passim.
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XAVIER NOGUEZ
tra una serie de figuras que muestran una organizaci?n simi lar, consistente en dibujos de cabezas humanas acompa?adas de glifos que est?n dando noticia de sus respectivos nombres.
Las cabezas se acompa?an de elementos de tributaci?n y bre ves glosas que identifican a los receptores del tributo y, en algunos casos, las cantidades tributadas.
Comenzamos con el se?or Nicol?s (1.5) al cual se le han
de tributar dos pesos de oro com?n cada 80 d?as, como lo ex
plica el texto en espa?ol y la glosa ("Nicol?s, ii pesos cada
lxxx dias". Dicha cantidad ha sido representada a trav?s del platillo de una balanza tipo de cruz, semejante al que se aso cia al tributo del se?or don Gaspar, sin embargo aparece tam bi?n un doble c?rculo en cuyo interior se agreg? una especie de cruz griega con un tri?ngulo en cada uno de sus extremos.
El conjunto hace tambi?n referencia a una unidad denomi nada "peso de oro com?n", pero, como se puede apreciar, el tlacuilo marc? diferencias en la representaci?n. Comenta remos este asunto en la secci?n cinco de este trabajo. En la cabeza del se?or Nicol?s ha sido dibujado un glifo que po dr?a asociarse con tres plumas cortas, el cual debe de corres ponder a la transcripci?n gl?fica del nombre cristiano que se menciona, u otro en lengua n?huatl. El conjunto (1.6) consiste en la cabeza de un personaje con una bandera de estilo nativo, y dos platillos de balanza con las cruces dibujadas de igual manera que el ejemplo anterior. Se trata de otro principal ind?gena de Ohuapan, al que se le tiene que tributar "lo mesmo" que a Nicol?s, o sea dos pesos de oro com?n cada 80 d?as. Su nombre aparece en el texto en espa?ol como "Martin tecotle" y como "Martin gueytote
cote" en la glosa que acompa?a a las figuras.
El siguiente personaje (1.7) muestra su nombre a trav?s de grandes dientes que sobresalen del maxilar superior. Acom pa?a a la figura un platillo de balanza, pero en este caso, y a diferencia de los dos ejemplos anteriores, el platillo no tiene la moneda, correspondiendo al tipo de representaci?n del peso de oro asignado al gobernador del pueblo. El nombre que apa rece en el documento en espa?ol es "pedro ezguaguan", pero en la glosa escrita en la hoja de pictograf?as aparece como
"pedro ezguaguanquel". En este caso la glosa no menciona This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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que cada 80 d?as se le ha de dar un peso de oro com?n, noti cia que s? leemos en el texto en espa?ol. El cuarto personaje (1.8) que aparece en esta lista es don "pedro tlaylotle" (el mismo nombre aparece en la glosa de las pictograf?as), a quien se le debe de entregar un peso de oro com?n cada 80 d?as, dato s?lo registrado en el texto en espa?ol y no en la glosa. Al igual que en el ejemplo anterior, el peso de oro com?n ha sido representado con uno de los platillos de la balanza sin la moneda. El nombre de este prin cipal parece haber sido vinculado gl?ficamente a la cabeza misma que lo representa, pero en ?sta s?lo se nota una l?nea tenue gris que atraviesa el rostro verticalmente a la altura del ojo.
El n?mero 1.9 corresponde al siguiente indio principal que va a recibir un tributo consistente en un peso de oro com?n
cada 80 d?as, como lo explica el documento en espa?ol. Su nombre, " Nicolas ticoque", aparece tambi?n de esta mane ra en la glosa. Su tributo ha sido representado s?lo con el pla tillo de la balanza. Una avispa fue dibujada en la parte supe
rior de la cabeza.
El sexto indio principal con derecho a tributo porta una
xiuhuitzolli (1.10). Su nombre es "Martin tlacatecotle"
("martyn tlacatecotle", en la glosa de las pinturas). A ?l le corresponden tambi?n un peso de oro com?n cada 80 d?as, aqu? representado con el platillo de la balanza.
"Agust?n aguatepan" (o "aguatecpan", como se lee en
la breve glosa) es el nombre del siguiente principal con dere cho a tributo, consistente en un peso de oro com?n cada 80 d?as (1.11). Dicha cantidad vuelve a ser representada con el platillo y el doble c?rculo con la cruz. Su glifo onom?stico es
una piedra con protuberancias en cada lado. El pen?ltimo personaje (1.12) lleva por nombre ' 'tomas cuxcaquetzal'' (' 'tomas ?cuxcaquequetzal?", en la glosa), a quien tambi?n le toca un peso de oro com?n, representado
con el platillo y el doble c?rculo con la cruz, cada 80 d?as, in formaci?n que aparece tanto en el amplio texto en espa?ol como en la glosa. En ?sta se retoma el asunto de la periodici dad y la cantidad de tributo de los anteriores principales: "A
cada uno 1 peso [cada] lxxx dias". El glifo onom?stico del personaje es una cabeza de ave a cuyo plumaje se le anadie
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ron tres peque?as prolongaciones de color negro. Al final de la lista se ha dibujado un indio que percib?a un tributo menor que los anteriores (1.13). Ah? se dibujaron cuatro c?rculos vac?os como representaci?n de los tomines. A este principad s?lo lo conocemos por su primer nombre, "martyn o martin"; su cabeza va acompa?ada de cinco pro longaciones verticales que podr?an estar dando noticia de al guna planta como el tule (tollin). Ahora nos referiremos a otro grupo de figuras que abarca el lado derecho de la hoja. En el primer conjunto (1.14) se ve una representaci?n similar a la de don Gaspar, goberna dor de Ohuapan (1.2), aunque aqu? el personaje, cuyo nom bre no se menciona, sostiene con una de sus manos el bast?n que anuncia su particular autoridad en el pueblo. Por la glosa ("alcalde 1111 pesos e medio cada lxxx dias") y el texto en espa?ol sabemos que es un alcalde al cual se le deb?an entre gar cuatro pesos y medio de oro com?n cada 80 d?as, canti dad que se ha registrado a trav?s de cuatro platillos de balan za con doble c?rculo y cruz, y tres c?rculos dobles, especie de anillos con peque?as l?neas en el espacio intermedio (1.21). De acuerdo con el texto amplio en espa?ol y la glosa, los tres c?rculos deber?an de corresponder al medio peso que se ha fijado como tributo. Sin embargo, y como caso excepcional dentro del contexto iconogr?fico de los documentos, el tla cuilo pudo haber pintado los tres c?rculos dobles para dar no ticia de la periodicidad de la tributaci?n. Por los datos que se mencionar?n m?s adelante, creemos m?s bien que se trata del registro pict?rico del medio peso de tributo, aunque para asegurar esta interpretaci?n es necesario suponer que el tla cuilo olvid? registrar una cuarta unidad. Inmediatamente abajo del conjunto del alcalde aparece una cabeza peque?a sin glifo onom?stico, y un platillo de balan za con el doble c?rculo y la cruz (1.15). La glosa, colocada al lado derecho, da noticia de que el personaje es el escriba no, a quien se le deb?a de pagar por sus servicios la cantidad
de un peso de oro com?n cada 80 d?as ("1 peso cada lxxx
dias", en la glosa). El salario a un escribano s?lo se ha regis trado en el documento de Ohuapan. Finalmente aparece un conjunto pict?rico colocado en la This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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secci?n inferior derecha de la hoja, lugar que, como se ver? en los documentos de Tecuiciapan y Teteltzinco, fue reser
vado para verter informaci?n sobre un mismo asunto: los gas
tos para las fiestas dedicadas al santo patr?n del pueblo.
En el documento de Ohuapan (1.16) se dibujaron en la
parte superior dos cabezas, una de hombre y otra de mujer, con un tocado semejante al descrito para el conjunto 1.4. Cada cabeza va acompa?ada de un c?rculo para marcar el nume ral uno. Aqu? se est? dando noticia de los servicios persona les que un hombre y una mujer deber?n prestar a la casa de la comunidad por una semana ("comunidad, un yndio e una yndia", en la glosa). La secci?n con el texto en espa?ol agre
ga que "se an de remudar cada s?bado". La casa de la co munidad (1.18) ha sido dibujada en un estilo que recuerda las representaciones arquitect?nicas prehisp?nicas que llama
mos ahora en "elevaci?n T". Se trata de un edificio dibuja do de perfil y frente al mismo tiempo. Esta casa parece tener
un techo de paja. A la izquierda de la casa de la comunidad aparecen dibujados con tinta roja 10 platillos de balanza (1.17),
correspondientes a un igual n?mero de pesos de oro com?n que deber?an ser gastados cada a?o en la fiesta de San Agus t?n, el santo abogado de la comunidad ("la fiesta de san agust?n
x pesos", en la glosa).
El ?ltimo dato pict?rico aparece en el margen inferior de
recho (1.19 y 1.20). Ah? se ha registrado el peso de oro com?n
que a cada uno de los mayordormos le correspond?a recibir cada 80 d?as por concepto de sus servicios. La glosa ("ma yordomos a cada uno I peso") y el texto en espa?ol son claros en este sentido, sin embargo el tlacuilo pareci? enmendar un error en la cantidad que le correspond?a a uno de los perso najes dibujados al lado izquierdo: en lugar de la representa ci?n del peso de oro com?n, el pintor hab?a registrado seis tomines, los cuales fueron tachados. Cabe agregar que en este ?ltimo conjunto los mayordomos han sido identificados a tra v?s de glifos onom?sticos representados de la misma forma que en los casos ya vistos de la lista de personajes en el lado izquierdo de la hoja. Uno de los mayordomos tiene un nom bre relacionado con la cabeza de una particular ave cuyo plu maje ostenta c?rculos blancos. La cabeza del segundo mayor This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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PICTOGRAF?AS DEL DOCUMENTO DE OHUAPAN
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PICTOGRAF?AS DEL DOCUMENTO DE OHUAPAN (GUIA)
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domo presenta un temillotl, arreglo de cabello de una particular
jerarqu?a militar entre los nahuas de los valles centrales en la ?poca previa a la conquista. 3.2. Pictograf?as del documento de Tecuiciapan Pasemos ahora a la descripci?n de las pictograf?as que acom pa?an el texto de Tecuiciapan, poblaci?n sujeta a Ohuapan.
Se trata de una relaci?n pict?rica m?s breve que sigue la misma organizaci?n espacial que vimos en el caso de Ohua pan. En la parte superior de la hoja, y como primer dato pict?rico, se ha dibujado el glifo de Tecuiciapan (2.1), por medio de la interesante representaci?n de un tecuicitli o can
grejo10 a cuyo caparaz?n parece agreg?rsele, a trav?s de
ondas de agua, el sufijo locativo apan, por lo que tendr?amos entonces: Tecuici(tli)-a(tl)-pan, "Sobre o en el agua del can grejo". Al lado izquierdo del glifo top?nimo se escribi? una glosa donde se aclara que la poblaci?n est? sujeta a Ohuapan
("tecuiciapan sujeto ovapan").
En el conjunto 2.2 vuelve a aparecer un personaje de alta jerarqu?a pol?tica como el que se analiz? en el documento de Ohuapan (1.2). Atav?os y moblaje se asocian a "don miguel", un personaje descalzo y sin glifo onom?stico, que ocupaba el puesto de jefe local y representante de las autoridades de la cabecera. Aunque don Miguel ha sido dibujado con atuen
dos similares a los de don Gaspar, el gobernador de Ohua pan, los tributos que el primero recibe son menores: s?lo le tocan dos pesos de oro com?n cada 80 d?as, representados
mediante platillos de balanza (2.3), adem?s de un "gallo de papada' ' y " 120 cacaos cada semana' ', dibujados aqu? a tra v?s de una cabeza de guajolote (2.4), y seis circulillos con la equivalencia de 20 cacaos cada uno (2.5). En la siguiente l?nea de lectura aparece otro personaje (2.6) al cual se le deb?a de tributar un peso cada 80 d?as. Compa rando este dibujo con los ejemplos ya vistos, inferimos que 10 Sahag?n, 1956, libro XI, cap?tulo 3; cfr. Anderson y Dibble, 1950-1969,
XI, p. 59.
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el peso debe de ser de oro com?n, aunque no se da este dato ni en la glosa, ni en el texto en espa?ol. El principal ind?gena
aparece s?lo mencionado como Juan ("juan 1 peso", en la
glosa). Quiz? el principal ind?gena tuvo un segundo nombre en n?huatl, dado a conocer por medio del dibujo que apare
ce en la cabeza del individuo (?rama con hojas?). El personaje marcado con el n?mero 2.7 tambi?n se llama
Juan. El segundo Juan fue registrado a trav?s de una cabeza con una diadema, la cual podr?a m?s bien estar dando noti cia de una cierta jerarqu?a administrativa. A este principal ind?gena le tocan cuatro tomines cada 80 d?as. Como en las pictograf?as de Ohuapan, los tomines fueron ilustrados de ma
nera sencilla por c?rculos vac?os. El ?ltimo principal ind?gena representado gr?ficamente lleva el nombre de Toribio (2.8), y, de acuerdo al dibujo que lo acompa?a y el texto en espa?ol, le tocan cuatro tomines "del dicho oro", la misma cantidad que se le daba al perso naje inmediatamente anterior.11 El tlacuilo dibuj?, con tra zos a?n m?s sencillos que en el ejemplo 2.7, un tri?ngulo en la cabeza de este personaje que hemos asociado con una xiu huitzolli, aunque esta identificaci?n no es completamente se gura debido a la presencia de un elemento extra?o en la forma
de la diadema que cubre la parte superior de la cabeza.
En la secci?n que sigue s?lo se registraron los nombres de los principales y la cantidad de tributo, sin ning?n elemento iconogr?fico:
Francisco principal 1111 tomines Juan maqueguegue 1 peso
Miguel 111 tomines
Tanto los cuatro tomines "del dicho oro" como el peso
se deb?an dar a los principales cada 80 d?as, dato que se lee en el correspondiente texto en espa?ol. 11 La corta glosa que acompa?a el nombre de Toribio parece decir '7111 pesos a cada uno/", cantidad que no corresponde a lo especificado en el texto en espa?ol, ni tampoco a los elementos dibujados en ese mismo rengl?n.
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El siguiente conjunto de figuras fue colocado en la secci?n
inferior derecha de la hoja. El tipo de informaci?n vertida es
similar a la que describimos para Ohuapan en esa misma sec
ci?n. En primer t?rmino (2.9) se da noticia de la cantidad
de dinero que se deb?a de gastar cada a?o en la fiesta de San Miguel, patrono del pueblo. Ah? se registraron seis pesos de oro com?n mediante los sucesivos dibujos de otros tantos pla tillos de balanza, cuatro de ellos delineados en tinta roja. La glosa confirma el dato: "la fiesta de san miguel vi pesos". Inmediatamente a la derecha de esta informaci?n (2.10) se ve dibujado un edificio de estilo prehisp?nico similar al que describimos en el documento de Ohuapan, aunque de dimen siones m?s peque?as. Aqu? tambi?n la construcci?n hace re ferencia a la casa de la comunidad donde una india y un indio ten?an que prestar servicios durante una semana ("comuni dad, un yndio e una yndia", en la glosa). El texto en espa?ol
precisa adem?s que el indio y la india "se remuden cada
s?bado".
Como ?ltimo dato en la hoja se han dibujado en la parte inferior derecha dos conjuntos. El primero se compone de un platillo de balanza con el doble c?rculo y la cruz, una cabeza de perfil, y un brazo (2.11). El segundo muestra tambi?n un platillo, esta vez sin el doble c?rculo y la cruz, y otra cabeza de perfil que lleva en la nuca un glifo que parece ser la com binaci?n de una flecha, una pluma, y un plum?n, importan tes elementos asociados con las actividades guerreras (2.12). Sabemos que en esta secci?n se est? dando noticia del peso de oro com?n que los mayordomos deb?an de recibir cada 80 d?as ("1 peso mayordomo", en la glosa). Al igual que en el caso de Ohuapan, en este documento los mayordomos s?lo han sido identificados en la secci?n pict?rica. Sus nombres no fueron registrados en el texto en espa?ol, donde s?lo se menciona el n?mero de ellos y lo que peri?dicamente perci bir?an por sus servicios.
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PICTOGRAF?AS DEL DOCUMENTO DE TECUICIAPAN
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XAVIER NOGUEZ
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PICTOGRAF?AS DKL DOCUMENTO DE TECUICIAPAN (GUIA)
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3.3. Pictograf?as del documento de Teteltzinco Toca ahora describir el contenido pict?rico del tercer docu mento procedente de Teteltzinco, poblaci?n tambi?n sujeta a Ohuapan. La distribuci?n general de las pictograf?as en la hoja es similar a la de los ejemplos anteriores, inici?ndose la lectura en el glifo top?nimo (3.1) y una glosa que dice: "Te tel?ingo subjeto de Ubapan". El glifo adopta una forma geo m?trica que consiste en siete cuerpos horizontales que van disminuyendo su longitud para formar un basamento esca lonado, el cual se ve limitado en el lado derecho con lo que parece ser otro cuerpo vertical que presenta en la parte supe rior una especie de herradura. Comparando este glifo con el de Cuauhtetelco, locativo que aparece en la Matr?cula de los tributos (figura 4) y en el C?dice Mendoza (figura 5), se nota la
similitud de la construcci?n escalonada. Barlow y MacAfee12 le dan a la figura del basamento escalonado en Cuauhtetelco el valor fon?tico de tetel cuando entra en composici?n. Dicho valor fon?tico se dervia de tetelli que, seg?n los autores cita dos, significa ''mont?culo de piedra", o ''mont?culo, templo" seg?n Le?n-Portilla.13 El glifo top?nimo de Teteltzinco po dr?a representar s?lo la mitad del mont?culo, probablemente para dar una especial connotaci?n, en este caso diminutiva, a la palabra tetelli. De esta manera el locativo se compondr?a de los siguientes elementos: Tetel(li)-tzin(tli)-co, significan
do "En el lugar del peque?o mont?culo de piedras". Llama la atenci?n que, como en otros ejemplos de gl?fica ind?gena
Figura 4 Figura 5 Glifos, top?nimos de Cuauhtetelco
12 Barlow y MacAfee, 1949, p. 37. 13 Le?n-Portilla, 1982, p. 67.
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colonial de tradici?n n?huatl, el tzintli no haya sido represen
tado a trav?s del dibujo de la mitad inferior del cuerpo hu mano que da tzin como valor de composici?n. Los n?meros 3.2, 3.11 y 3.12 corresponden a los tributos que se han de entregar al principal don Diego Tlacatecotle quien posee la m?s importante autoridad en el pueblo (3.3). A diferencia de lo que vimos en los documentos de Ohuapan y Tecuiciapan, aqu? el principal ind?gena s?lo ha sido repre sentado mediante una cabeza que porta una diadema, pero, como en los ejemplos citados, en el conjunto no se incluy? la informaci?n gl?fica de su nombre. Hacia la derecha de la cabeza se ven dibujados dos platillos de balanza (3.2) corres pondientes a otros tantos pesos de oro com?n que deb?an de ser entregados a don Diego cada 80 d?as, dato que se ve con firmado tanto en el texto en espa?ol como en la glosa ("don
diego tacatecute 11 pesos cada lxxx d?as"). Tambi?n se le ten?a que entregar cada semana "un gallo de papada" (3.11)
y 100 cacaos (3.12), tributo expresado por una cabeza de gua jolote y cinco ?valos con una especie de "x" en su interior ("100 cacaos e un gallo de papada cada semana", en la glosa). Como en el caso del tributo en cacao al principal de Tecui ciapan, aqu? cada ?valo representa 20 unidades o granos. En la siguiente l?nea de lectura (3.4) se ve la cabeza de un
individuo con una larga pluma ??de quetzal?? como toca do. Su nombre es Agust?n. A ?l se le tributaba un peso de oro com?n cada 80 d?as, representado en su versi?n de plati llo y cruz dentro del doble c?rculo. Con el n?mero 3.5 se da noticia del tributo que le corres ponde a don Diego Tlallan o Tlillan, principal ind?gena re gistrado a trav?s de una cabeza con parte del rostro pintado.
El peso de oro com?n que se le deb?a dar cada 80 d?as ha sido registrado de igual manera que en el ejemplo anterior. En la cuarta y ?ltima l?nea de lectura (3.6) aparece Barto lom?, quien tambi?n recibe un peso de oro com?n cada 80 d?as, dato que ha sido reiterado en la glosa de las figuras ("Bar
tolom? 1 peso cada lxxx d?as"). Bartolom? porta un tocado en forma de diadema, aunque, como en el conjunto 2.8 de Tecuiciapan, la sencillez del dibujo no permite una identifi caci?n definitiva.
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TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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En la parte inferior derecha de la hoja se verti? el mismo tipo de informaci?n que vemos en los documentos anterio
res. A trav?s de las pictograf?as se da noticia de los cinco pesos
de oro com?n que deb?an dedicarse para las celebraciones anuales de San Francisco, el santo patr?n de Teteltzinco (3.7), informaci?n que es confirmada en la glosa ("5 pesos la fiesta de San Francisco"). Por lo tanto se han dibujado cinco plati llos de balanza ?tres de los cuales fueron delineados con tinta
roja oscura?, en este caso sin el doble c?rculo y la cruz. Hacia la derecha de estos platillos se ve la construcci?n de caracte r?sticas ind?genas correspondientes a la casa de la comunidad
(3.8). El texto en espa?ol precisa que un indio y una india deb?an de servir ah? durante una semana, siendo relevados cada s?bado ("un yndio e una yndia comunidad", en la glosa). Los tributos de los mayordomos aparecen en lo que ser?a el final de la lectura gl?fica de la hoja, o sea el extremo infe rior derecho (3.9 y 3.10). A cada mayordomo le toca un peso (no se especifica si es de oro com?n) cada 80 d?as, valor re presentado con el platillo y la cruz dentro del doble c?rculo ("1 peso a cada mayordomo y cada lxxx d?as", en la glosa). Los mayordomos aparecen figurados con cabezas que sirven tambi?n como medios de identificaci?n personal. La cabeza del lado izquierdo (3.9) muestra una especie de collar; la del lado derecho (3.10) un objeto no identificado adherido a la nariz. La poca claridad de los dibujos y la ausencia de sus nombres en el texto en espa?ol dificulta su identificaci?n. Como en los documentos anteriores, aqu? el tlacuilo tuvo es pecial cuidado en mostrar las identidades de los mayordomos por medio de glifos. 4. S?ntesis de la informaci?n tributaria El prop?sito principal en este trabajo ha sido el dar a conocer dos documentos pictogr?ficos que hab?an permanecido por largo tiempo in?ditos, y volver a publicar un tercero asocia do directamente a los primeros. Queda para futuras investi gaciones el cotejar el contenido de estos documentos dentro del marco de problemas referidos a la tributaci?n ind?gena
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XAVIER NOGUEZ
PICTOGRAF?A DEL DOCUMENTO DE TETELZINCO (GU?A)
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TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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PICTOGRAF?A DEL DOCUMENTO DE TETELZINCO (GUIA)
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en el ?rea del estado de Guerrero en particular, y en el resto de la naciente colonia novohispana en general. Los documen tos de Ohuapan, Tecuiciapan y Teteltzinco dan una intere sante porci?n de informaci?n sobre este tipo de tributaci?n a mediados del siglo XVI, la cual debe analizarse a la luz de la compleja red de antiguas y nuevas relaciones entre gober nantes y gobernados que se estaba desarrollando dentro de un nuevo ?mbito econ?mico. Damos en los cuadros 1 y 2 el resumen de la informaci?n tributaria vertida tanto en los do
cumentos escritos como en las pictograf?as.
5. Algunos comentarios sobre los elementos del registro pict?rico El primer aspecto que llama la atenci?n en la lectura de los glifos onom?sticos de los participantes en el tributo es la falta
de concordancia en un buen n?mero de nombres que se dan en el texto en espa?ol o en las glosas. Esto puede ser debido a circunstancias derivadas de una transcripci?n deficiente por parte del escribano (por ejemplo el n?mero 1.9 ticoque por xi cohtli, avispa o jicote), o la falta de los nombres completos de los personajes, los cuales son a veces mencionados s?lo por el impuesto en el bautismo cristiano. Por otro lado los glifos top?nimos de Ohuapan, Tecuiciapan y Teteltzinco muestran un mayor cuidado en la representaci?n de los detalles que los componen, producto tal vez del conocimiento que el tlacuilo tuvo de alg?n documento de tradici?n nativa. Encontramos tambi?n otros registros pict?ricos como los
"pesos de oro com?n", dibujados en dos variantes, los to mines, los reales, y el topilli o bast?n de alcalde, los cuales pertenecen a un especial "repertorio gl?fico" resultado de la asimilaci?n de formas gr?ficas de tradici?n hispana. En este caso los tlacuilos recogieron y asimilaron estas formas, a veces combin?ndolas con formas prehisp?nicas, con el objetivo pr?c
tico de transmitir nuevos mensajes pict?ricos. Nos referiremos de manera muy breve al problema, a?n no resuelto satisfactoriamente, de la representaci?n de uni dades monetarias en los documentos ind?genas coloniales. En This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
H
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W ?OOc! w HO
OHOO
oO
1.19,
3.9 y
de glifos onom?sticos:
Comentarios
Los nombres de losyordomos ma se dan a trav?s v?anse conjuntos
1.20, 2.11, 2.12,
3.10
(Don Diego Tlacatecotle) papada y 100 (granos) de Teteltzinco
dan sus nombres en el tex
(dos en el pueblo; no se
2 pesos de oro com?n ca
(Agust?n, Dieto Tlillan o
Tlallan, y Bartolom?) 1
1 peso de oro com?n ca
da 80 d?as. Un gallo de
to en espa?ol) A cada uno
No existe el puesto cacao cada semana
peso de oro com?n cada
No existe el puesto
da 80 d?as
Cuadro 1
Tributos y servicios
Tecuiciapan y 120 (granos) de ca pada (Don Miguel, principal) 2
80 d?as. Un gallo de pa
dan sus nombres en el tex
Francisco (Juan Maqueguegue yToribio,"cuatro y(Juan, Miguel) 1 peso de oro com?n ca
to en espa?ol) A cada uno
No existe el puesto
cao cada semana
Juan) 1 peso cada 80 d?as.
(dos en el pueblo; no se
pesos de oro com?n cada
No existe el puesto
80 d?as
nes del dicho oro cada
tomi
ochenta d?as"
da 80 d?as
Ohuapan
d?as. Una india y un indio 6 de (Don Gaspar, gobernador) pesos de oro com?n cada 80
(no se da el nombre) 4 y me
(no se da el nombre) 1 peso
sus nombres en el texto en es pa?ol) A cada uno 1 peso de
de oro com?n (dos cada en80 eld?aspueblo; no se dan
dio pesos de oro com?n cada
servicio pagados por el mismo
que, Mart?n Tlacatecotle, com?n cada 80 d?as. (Mart?n)
(Nicol?s y Mart?n Tecotle) 2
pesos de oro com?n cada 80
dro Tlaylotle, Nicol?s Tico
d?as. (Pedro Ezguaguan, pe
oro com?n cada 80 d?as
Agust?n Aguatepan, y Tom?s
"cuatro tomines del dicho oro
Cuxcaquetzal) 1 peso de oro
cada ochenta d?as"
gobernador
80 d?as
(pagos a cada uno)
Recipientes
Mayordomos
Gobernadoro autoridad
principal
Escribano
Principales
ind?genas
Alcalde
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Ohuapan, Tecuicia Ohuapan aparece en
S?lo en el caso de
incluy? en la secci?n de las pictograf?as
Esta informaci?n registro pict?rico de la no se
Comentarios
de
pan o Teteltzinco
informaci?n
Teteltzinco
que sean cambiados de oro com?n cada a?o
Un indio y una india
(San Francisco) 5 pesos
tro del pueblo: un real Trabajo en obras den
de servicio. Se ordena
neficien las semente cada semana y la comi
da diaria. Los que be
ras: diariamente 25 ca
caos y la comida
cada s?bado
Cuadro 2
Gastos y servicios varios
(San Miguel) 6 pesos Tecuiciapan
de oro com?n cada a?o
que sean cambiados
Un indio y una india
beneficien las semente
de obras den tro del Trabajo pueblo: un real cada semana y la comi
da (diaria). Los que
de servicio. Se ordena
ras: diariamente 25 ca
caos y la comida
cada s?bado
Ohuapan
mana y la comida
que sean cambiados de oro com?n cada a?o
Un indio y una india
(San Agust?n) 10 pesos
Trabajos de beneficio blo: un tom?n cada se (diaria). Trabajos de
beneficiodelp?blico p?blico dentro pue fuera
de servicio. Se ordena
del pueblo: diariamen
adem?s de un tom?n
te 25 cacaos y comida,
cada semana
cada s?bado
del santo patr?n del
Gastos para la fiesta Forma de tributar
Sirvientes en la casa de la comunidad
Servicios varios a la
comunidad
pueblo
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TRES DOCUMENTOS PICTOGR?FICOS
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los tres documentos aqu? estudiados se registraron dos dibu jos diferentes referidos a una misma unidad llamada "peso de oro com?n". Los reales parecen haber sido representados a trav?s de c?rculos dobles sin cruz, como se puede apreciar en el conjunto 1.21. Un cuarto tipo de c?rculo, de extrema sencillez (conjuntos 1.13, 2.7 y 2.8), se asocia con los tomi
nes. Puesto que las monedas de oro no se acu?aron en la
Nueva Espa?a hasta bien entrado el siglo XVII, la referencia al "peso de oro com?n" parece m?s bien la descripci?n de una ley espec?fica diferente a la del peso de oro de minas, el peso de oro de tepuzque, o sencillamente a los pesos de oro a secas. Estas diferencias surgieron debido al uso simult?neo de oro en polvo, discos, o trozos irregulares del mismo metal,
junto con monedas de oro acu?adas en Espa?a como los cas tellanos y, en menor grado, el ducado y el dobl?n. La ley y el peso del polvo, tejuelos, discos o planchuelas, por ejem plo, determinaba el "tipo de cambio" que se usar?a y su equi valencia en maraved?es.
Los documentos de Ohuapan y sus sujetos parecen indi car que a los gobernantes, principales, ya otros servidores de estos pueblos se les pagaba con la "ley" de "pesos de oro com?n" con dos equivalencias diferentes ilustradas por un platillo de balanza sencillo y otro con doble c?rculo y cruz. Queda todav?a por dilucidar estas variantes de representa ci?n y sus respectivas equivalencias dentro del contexto de un sistema donde el tributo en oro a los caciques estaba pro hibido y no hab?a acu?aci?n oficial de monedas de este metal precioso. La representaci?n de los tomines es tan sencilla que casi nada puede elaborarse en torno a su significado visual. Los dobles c?rculos sin cruz del conjunto 1.21 de las picto graf?as de Ohuapan presentan tambi?n problemas de interpre
taci?n en cuanto a sus equivalencias y representaci?n gr?fi ca. Ah? los c?rculos no forman parte del platillo de balanza. En cambio el pintor ind?gena agreg? unas peque?as l?neas
en el espacio intercircular. Creemos que estos c?rculos no est?n
dando noticia de un registro cronol?gico: m?s bien corres ponden, de acuerdo con el texto en espa?ol y la glosa, a un medio peso que, junto con otros cuatro, se debe tributar al alcalde de la poblaci?n. Este glifo se encuentra en otros do This content downloaded from 138.197.149.12 on Sun, 08 Oct 2017 15:36:34 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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cumentos pict?ricos tributarios procedentes del Altiplano
central, y en el caso particular del C?dice Kingsborough parece
vincularse al real como unidad monetaria.14 Sin embargo, para que la conjugaci?n de valores resulte coherente con la informaci?n no pict?rica se requiere de un cuarto dibujo id?n
tico, el cual no vemos en la pictograf?a. De esta manera se estar?a dando noticia de cuatro reales, la mitad de un peso de oro com?n que se valuaba en ocho. Es tambi?n posible que esta equivalencia en reales sea distinta a la que conoce mos para otras regiones, aspecto que tampoco se ha estudiado en detalle.15 6. El estilo formal de las pictograf?as Ya en 1944 Robert H. Barlow planteaba la existencia de una "provincia pict?rica tlahuica", que abarcaba, hacia media
dos del siglo XVI algunas zonas del estado de Morelos (Cuernavaca-Xochitepec-Tlaquiltenango) y la parte septen trional del estado de Guerrero, hasta la cuenca del r?o Bal sas. Dicha "provincia pict?rica' ' estar?a limitada hacia el oc
cidente por las ?reas de influencia tarasca, sin tradici?n
prehisp?nica de pintura de c?dices, y en el oriente por la re gi?n ocupada por los tlapanecas y mixt?eos, este ?ltimo grupo con un conocimiento bien establecido de la tlacuilolli.16 Sin embargo, la provincia en cuesti?n no parece haber estado ex puesta a la influencia de los pintores de c?dices mixt?eos; sus formas est?n m?s bien asociadas con la gran corriente del Al tiplano Central con predomio n?huatl en el poscl?sico tard?o, aunque s?lo como un reflejo provincial, y por tanto perif?ri co de los desarrollos que se estaban dando en los valles cen trales. Bajo estas caracter?sticas Barlow se?alaba al C?dice de Xochitepec como el m?s importante ejemplo para conocer el 14 Comunicaci?n personal de Perla Valle. En este documento, proce dente de Tepetlaoztoc, estado de M?xico, aparece el doble c?rculo con las peque?as l?neas, adem?s de un punto en el centro. 15 Un primer acercamiento a estos asuntos ha sido realizado en M?xico
por Valle, s/f.
16 Barlow, 1944, pp. 127-132.
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estilo tlahuica. Lamentablemente esta pictograf?a no ha sido suficientemente estudiada, y no sabemos con certeza si pro
viene de Xochitepec, Morelos, o de Tepexoxuma, Puebla, como lo sugiere tentativamente Glass en su censo de c?di
ces.17 Es probable que Barlow haya visto en el documento de Teteltzinco algunas similitudes formales e iconogr?ficas no s?lo en el C?dice de Xochitepec, de dudosa procedencia, sino tambi?n con otros documentos de la regi?n tlahuica Cuerna vaca-Tlaquiltenango. Dicha relaci?n no ser?a muy dif?cil de aceptar en vista de la cercan?a geogr?fica de estos lugares y la existencia de un antiguo e importante corredor cultural entre
ellos.18 Queda tambi?n aqu? otro problema por resolver.
Ser? necesario en futuros trabajos definir con m?s precisi?n los rasgos diagn?sticos que reconoci? este autor para la ' 'pro vincia pict?rica tlahuica", compar?ndolos con los que se en
cuentran en los documentos de Ohuapan y sus sujetos, y
tambi?n con aquellos procedentes de documentos de otras re giones cercanas como la lista de tributos de Taxco, y un mapa incompleto de la regi?n al sur de Tepecuacuilco.19
7. Las circunstancias que motivaron la confecci?n de los documentos de ohuapan,
Tecuiciapan y Teteltzinco
La m?s interesante particularidad de estos documentos es su contenido, el cual se refiere exclusivamente al tributo que los
indios deb?an de pagar a los gobernadores y bur?cratas loca les, as? como las contribuciones que se deb?an hacer para las fiestas de la comunidad, y los pagos por concepto de servi cios prestados a la comunidad. Se trata entonces de una ta saci?n de tributos en bienes y servicios. El texto en espa?ol que acompa?a a las pictograf?as indica que el virrey don Luis de Velasco envi? a don Tom?s de Tapia, principal ind?gena
de Tepeaca o Tepeyacac (Puebla), para que, en su calidad 17 Glass y Robertson, 1975, pp. 239-240, num. 408 (fig. 80). 18 Barlow, 1954, p. 65. 19 Glass, 1975, p. 53.
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de juez en el pueblo de Ohuapan, tasara y moderara los tri butos que deb?an de ser entregados al gobernador, al alcal de, "e otros prencipales". La orden del virrey pudo haberse derivado de una c?dula real, fechada el 18 de agosto de 1556 en la villa de Valladolid, Espa?a, donde se ordenaba la tasa ci?n de los pueblos comprendidos en "las provincias de Mix coa [?Mixcoac?] y Tlapa y la Mixteca y los pueblos de la costa del Mar d[e]l Sur y Guamuchitlan. . . "20 Dicha c?dula trae como encabezado un breve texto que dice: "Sobre que se haga justicia de lo que llevan d'masiado los governadores y caci ques a los macehuales. El Rey." Aunque las ?rdenes reales enfatizaban la revisi?n del tributo dado a las autoridades
ind?genas locales, tambi?n se menciona que sea tasado y
moderado lo que se da a los encomenderos espa?oles. Los pue blos, sigue el documento real, deber?n ser "visitados y desa graviados y moderados en los tributos, porque de m?s que est?n despoblados de lo que sol?an dar est?n muy cargados de tributos que hoy d?a, porque los dan en muchas cosas de menudencia, y que son tierras c?lidas y enfermas y de pocos provechos para los naturales de ellas. . .".21 La c?dula fina liza aclarando que "el oydor de la audiencia que fuere a visitar
estas provincias y a tasar los tributos de ellas llevar? comi si?n para hacer justicia en lo que toca a los dichos caciques' '. Hay algunos puntos en el contenido de la c?dula que no con cuerdan con lo expresado en el texto y en las pictograf?as de los documentos de la regi?n de Ohuapan:
a) Las provincias que se ordena sean tasadas se encuen
tran en los actuales estados de Guerrero y Oaxaca: Tlapa, Guamuchitlan, la Mixteca, y los pueblos de la costa del Mar del Sur. Aunque la descripci?n geogr?fica podr?a correspon der a las regiones cercanas al r?o Balsas ("son tierras c?lidas y enfermas y de pocos provechos para los naturales de ellas"),
no se hace menci?n particular de la regi?n donde se encuen
tra Ohuapan, al occidente de Tlapa. Cabe la posibilidad de que Mixcoac, el otro locativo mencionado en la real c?dula, haga referencia a la regi?n al norte del r?o Balsas, y no al an 20Puga, 1945, f. 188ry v. 21 V?anse comentarios en Miranda, 1952, pp. 128, 310, 312.
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tiguo pueblo que ahora se encuentra dentro del cuadrante su roeste de la ciudad de M?xico, y cuyo ambiente f?sico en el siglo XVI no correspond?a al descrito en el documento real. Sin embargo, no encontramos este nombre de Mix-(di)-coa(tl)-c
o alguno similar en el ?rea de Ohuapan o en zonas aleda?as. b) El segundo problema se relaciona con las autoridades que se requieren para realizar la tasaci?n. Se menciona en el documento a un "oydor de la audiencia" para que fuera a visitar dichas regiones y a tasar los tributos que estaban sien
do entregados a las autoridades ind?genas. Los documentos de Ohuapan y sus sujetos mencionan como visitador y tasa dor a un indio principal del pueblo de Tepeaca. Sabemos que el oidor Jer?nimo Lebr?n de Qui?ones fue comisionado por el virrey de Velasco para que realizara una visita a la provin cia de Oaxaca y la Mixteca alta y baja (12 de julio de 1558), extendi?ndola a Tehuantepec, hasta el Mar del Sur (20 de julio de 1558).22 Velasco pudo haber cumplido las ?rdenes contenidas en la c?dula de 1556 enviado a Lebr?n de Qui?o nes a la visita a la Mixteca y los pueblos de la costa del Mar de Sur, pero dichas ?rdenes no inclu?an las regiones compren
didas en el actual estado de Guerrero. Por otro lado las ?rde
nes de Velasco inclu?an la visita a la importante provincia del
valle de Oaxaca y la regi?n de Tehuantepec. Adem?s las co misiones que le fueron asignadas a Lebr?n de Qui?ones eran mucho m?s amplias que la simple tasaci?n de los tributos que remit?an los macehuales a sus gobernantes locales y encomen
deros. Queda aqu? tambi?n otra cuesti?n por resolver a la luz de una m?s detallada investigaci?n. Por ahora s?lo podemos 22 Sarabia Viejo, 1978, pp. 364-365 y mapa entre pp. 354-355; Miranda,
1952, pp. 306-309. Este autor considera que "A juzgar por la informa ci?n ?negativa? que poseemos, Lebr?n de Qui?ones no efectu? la nueva [segunda] visita que el virrey le encomendaba. Su obra como visitador qued? limitada a la provincia de Colima y a la de Michoac?n, donde visit? alg?n pueblo, como Tepalcatepec, tasado por ?l en 1555 (218)." Los comenta rios de Sarabia difieren de los expresados por Miranda: "Lebr?n comenz? enseguida la visita y, aunque hay poca documentaci?n sobre ella, sabe mos que centr? su atenci?n en solucionar las diferencias y choques entre pueblos ind?genas por cuestiones de l?mites y en general en todo lo refe rente a mejorar la situaci?n del indio."
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adelantar una hip?tesis: es factible que el virrey de Velasco haya decidido enviar a las provincias de ?Mixcoac?, Tlapa y Guamuchitlan, regiones apartadas y pobres a uno ??o varios?? principales ind?genas que s?lo actuar?an como ta
sadores del tributo entregado a las autoridades ind?genas, de jando para los oidores las tareas de tasaci?n m?s complejas y el recorrido en ?reas ind?genas m?s ricas y pobladas y/o donde se registraban conflictos m?s graves. La regi?n de Ohuapan y sus sujetos pudo haber sido agregada posterior mente a la lista de provincias que mencionaba originalmente la c?dula real de 1556, o, como se ha conjeturado, el top?ni mo Mixcoac podr?a de alguna manera vincularse con el ?rea citada. Sabemos que durante la administraci?n de de Velasco no todas las visitas fueron realizadas por autoridades espa ?olas. Sarabia, siguiendo a C?spedes del Castillo, define un primer tipo de visitas realizadas en el periodo 1550-1564 como
' 'Abiertas, generalmente en zonas peque?as y realizadas por autoridades de rango inferior espa?olas o ind?genas, pero que a veces alcanzaron gran resonancia como la de Diego Ram? rez."23 La visita de Ohuapan y sus sujetos corresponder?a a
este tipo.
?Cu?l pudo haber sido la extensi?n de la visita practicada por Tom?s de Tapia, principal de Tepeaca, en la regi?n de Ohuapan? Los documentos aqu? estudiados s?lo correspon den a algunas de las hojas de un "Libro de averiguaciones", como se menciona en el texto en espa?ol del documento de Ohuapan, el cual debi? de haber tenido otras porciones si milares. Aparte de Tecuiciapan y Teteltzinco, San Agust?n Ohuapan ten?a en 1570 otras cuatro estancias sujetas: Ahue lican, Amayotepec, Guacacingo y Ozomatl?n.24 El tributo de dichas estancias pudo haber sido registrado en el mismo libro, junto con el de otras cabeceras y sujetos de regiones circunvecinas. Esperemos que alg?n d?a esas hojas ?y otras m?s? reaparezcan inesperadamente en alg?n archivo insti tucional o colecci?n particular, como sucedi? con los docu mentos que motivaron este trabajo. 23 Sarabia Viejo, 1978, p. 353. 24 Gerhard, 1972, p. 317.
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Comentario final Los documentos pict?ricos que aqu? se han estudiado poseen la gran ventaja de haber llegado hasta nosotros con un texto en espa?ol concebido como una explicaci?n de las pictogra f?as. No siempre contamos con la suerte de tener este tipo de
fuentes mixtas. A diferencia de otros documentos con este
mismo contenido, emitidos en la temprana ?poca colonial, los de Ohuapan y sus sujetos presentan una convergencia de dos tradiciones: una nativa de car?cter ic?nico y una hispa na regulada por un idioma plasmado a trav?s de las conven ciones de la escritura fon?tica que usa un n?mero definido de caracteres latinos. Dicha convergencia fue admitida y usada
por la administraci?n novohispana por razones pr?cticas de recolecci?n y almacenamiento de informaci?n que deb?a ser inteligible tanto para las autoridades espa?olas como para los miembros de las comunidades ind?genas no familiarizados con el idioma espa?ol escrito o hablado. Como se ha podido percibir a lo largo de estos comenta rios, incluso piezas documentales con elementos ic?nicos, re lativamente sencillos, presenta problemas especiales que deben resolverse como un primer paso antes de usar la informaci?n ah? contenida. Por su peculiar naturaleza ' * ic?nica-literaria", estas fuentes nos imponen ciertos problemas de identificaci?n en el registro pict?rico que no deben ser desatendidos, a pesar de que contemos con 'trasuntos", los cuales, en numerosas ocasiones, no recogieron la informaci?n ic?nica con la fideli
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LA SUPUESTA REP?BLICA DEL R?O GRANDE* Josefina Zoraida V?zquez El Colegio de M?xico
Hay pocos periodos de la historia de M?xico tan mal conoci dos como el caracterizado como era "santista" o de enfren tamiento federalista-centralista. Se han aceptado muchas veces
argumentos contempor?neos que no eran otra cosa que acu saciones partidistas. Los ejemplos podr?an multiplicarse, pero para el prop?sito del presente art?culo nos gustar?a circuns cribirnos a una invenci?n interesante: la de la Rep?blica del R?o Grande. Un movimiento federalista radical del norte de Tamaulipas que pudo mantenerse por dos a?os, fue acusado de secesionismo para desprestigiarlo. Pero la idea de una Re p?blica Norte Mexicana o como se le llamar?a despu?s, del R?o Grande, surgi? entre cartas a la redacci?n de peri?dicos texanos, como verdadero wishful thinking. El historiador nor
teamericano Herbert Howe Bancroft encontr? estas cartas y acept? la informaci?n como verdadera. De ah? la tomaron otros y se ha venido repitiendo hasta nuestros d?as. Al leer y revolver documentos mexicanos de la ?poca, me salt? a la vista el hecho de que no se mencionara esa rep?bli ca sino en alg?n peri?dico provincial centralista, que repro duc?a una carta de otro peri?dico texano. En cambio, duran te 1839-1840 fue un tema constante en peri?dicos texanos y de Nueva Orleans. Dominado el movimiento, el tema desa pareci? pero revivi? con la ocupaci?n norteamericana de Ma tamoros en 1846. Nada menos que a uno de los peri?dicos fundados por las tropas invasoras se le dio ese nombre y no * La investigaci?n de este art?culo se hizo bajo los auspicios de una beca
Guggenheim.
HMex, xxxvnl, 1986
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se disimul? el intento de patrocinar la independencia de la regi?n.1 El secesionismo subrayado por texanos y norteamericanos como justificaci?n a su expansionismo parece haber existido en una escala m?nima y en casi todos los casos haber sido ex presiones de federalismo radical, al que s?lo caracterizaron como separatismo los peri?dicos oficialistas. La Rep?blica del R?o Grande no se mencion? en el M?xico a trav?s de los siglos, pero s? en las obras m?s o menos contem por?neas de Bancroft, History of North American States and Texas
(San Francisco, The History Company, 1889) y John H.
Brown, History of Texas from 1685 to 1892 (Saint Louis, L.E.
Daniel [1892-1893]). Su presentaci?n en el ambiente acad? mico se debi? a Justin Smith en su art?culo "La Rep?blica del R?o Grande" {American Historical Review, XXV [1920], 660 681). Vito Alessio Robles en Coahuilay Texas de la consumaci?n de la independencia hasta el tratado de paz de Guadalupe Hidalgo (M?
xico, Editorial Robredo, 1945) repiti? a Bancroft y a Brown y, despu?s media docena de historiadores lo mencionar?an,
entre los que destacan Joseph Milton Nance, After San Jacinto, The Texas-Mexican Frontier, 1836-1841 (Austin, University of
Texas Press> 1963) y David W. Vigness en su tesis doctoral "The Republic of the Rio Grande: an Example of Separatism in Northern Mexico" (University of Texas, Austin, 1951) y los art?culos "Relations of the Republic of Texas and the Republic of the Rio Grande" {Southwestern Historical Quaterly,
LVII [1953-1954], 312-321) y "A Texas Expedition to Me
xico, 1840" {ibid, LXII [1958-1959], 18-28). Nance persigui? todo el material texano alrededor del asunto y resulta raro que se le haya escapado a su acuciosidad investigadora. El movimiento de las "villas del norte", como se denomi
1 La Rep?blica del R?o Grande y Amiga de los Pueblos, Ciudad de Matamo
ros, i:2, 6 de junio de 1846, i:3, 12 de junio de 1846 y i:7, 27 de junio de 1846. Fue tan obvia la propaganda que el ministro brit?nico Charles Bankhead le informaba al conde de Aberdeen, en junio, que el peri?dico proyectaba la formaci?n de la Rep?blica del R?o Grande. M?xico, 29 de junio, 1846, Public Record Office. Londres, FO50, ff. 197, 284-287. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
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naba a las que estaban a los lados del Bravo, estuvo empa
rentado con el movimiento federalista que tuvo lugar entre 1838 y 1839 en el puerto de Tampico. Desde su establecimien to en M?xico, por decreto del Congreso en octubre de 1835,
el centralismo increment? la discordia social y mantuvo al pa?s en un constante desorden hasta su supresi?n en agosto de 1846,
en especial en el norte y en el sureste. Entre 1834 y 1836 el centralismo parece haber logrado un cierto apoyo popular, con la esperanza de que se solucionaran los males creados por la revoluci?n de 1832 y el gobierno de G?mez Farias. Mas esa ef?mera ' "popularidad" se evapor? al entrar en vigor las Siete Leyes en 1837 y desquiciar el funcionamiento de los an tiguos estados, dej?ndolos sin fondos propios y afectando los intereses del comercio y las burocracias locales. Aun antes de jurar el primer presidente elegido bajo el nuevo orden cons titucional, Anastasio Bustamante, las revueltas federalistas se
hab?an iniciado.
Bustamante se convenci? pronto de la imposibilidad de go bernar con las Siete Leyes y demostr? una t?mida simpat?a al federalismo: mantuvo la libertad de prensa, permito la vuel ta del revolucionario incansable Valent?n G?mez Farias y per don? los excesos de los intentos federalistas. Desde 1837 hab?a
dado principio un movimiento pac?fico que confiaba en que el mismo presidente Bustamante abanderara la restauraci?n
de la Constituci?n de 1824, cuyo lema era "Bustamante y Federaci?n, eso quiere la Naci?n",2 y que se torn? revolu cionario al abanderarlo el general Jos? Urrea en Sonora. En 1838 los intentos por derribar el centralismo cubrieron todos
los frentes. Primero, las representaciones pac?ficas al Con greso y al gobierno; enseguida la movilizaci?n para ganar las elecciones al Congreso, y tercero, la violencia para revi vir el movimiento iniciado por Urrea en el noroeste. Todos parecen haber confiado en que el movimiento ciudadano ser?a atendido, pero el Senado y el Poder Conservador, reductos del centralismo intransigente, detuvieron las iniciativas del gobierno e incluso al sospechar del presidente, ni aun ante una
2 Bustamantey Federaci?n, 1837.
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agresi?n extranjera le concedieron las facultades extraordi narias que solicitaba. Ello condujo a que los intentos federa listas radicales no se reprimieran ante la posibilidad de una guerra. El peligro franc?s dividi? a los federalistas, pues mien
tras los moderados Manuel G?mez Pedraza y Juan Rodr?guez Puebla opinaban que "la guerra exterior es incompatible con
las disensiones civiles",3 el radical Manuel Gonz?lez de Cos?o escrib?a a G?mez Farias que "si llega a realizarse el conflicto [con Francia]. . . ser? ocasi?n oportuna para reali zar una revoluci?n saludable".4 El gobierno de Bustamante
ante la emergencia b?lica se vio forzado a ser menos liberal y ante la descarada conspiraci?n de G?mez Farias y los radi cales y su apoyo a la causa francesa tuvo que restringir la li bertad de imprenta para septiembre de 1838 y encarcelar a G?mez Farias y a Jos? Mar?a Alpuche, al tiempo que logra ba vencer el movimiento de Urrea en el noroeste.
El movimiento estaba muy organizado y sigui? adelante. El 7 de octubre, el teniente coronel Longinos Montenegro se pronunci? en Tampico por el restablecimiento de la Federa ci?n. El movimiento cont? con el apoyo de los comerciantes extranjeros y fue imitado por m?ltiples poblaciones del no reste. El 5 de noviembre el licenciado Antonio Canales se pro nunciaba en la Villa de Guerrero, Tamaulipas. Para diciembre
Urrea llegaba a Tampico, despu?s de haber sido derrotado
en el oeste, y tambi?n Jos? Antonio Mex?a. Este ?ltimo tra?a un contingente de extranjeros procedentes de Nueva Orleans.
Los moderados tambi?n hicieron un intento pac?fico del 13 al 16 de diciembre al incorporarse G?mez Pedraza y Rodr? guez Puebla al gabinete, desde donde trataron de forzar la vuelta al federalismo, sin lograrlo. Lo que hizo peculiar al movimiento federalista de las vi llas del norte era su cercan?a a Texas, por lo que representa ba otra causa de divisi?n entre los federalistas. El grupo de Canales admit?a como un hecho la independencia de la vieja provincia de Texas, hasta el Nueces, e incluso buscaba su co 3 Rodr?guez Puebla, 1938. 4 Gonz?lez de Cos?o a G?mez Farias, Zacatecas, 1 de septiembre de
1838, PVFG, 44A, f. 6.
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laboraci?n y ayuda. Otro grupo se inclinaba a pensar que la restauraci?n de la federaci?n traer?a como consecuencia in mediata la reincorporaci?n de Texas y, uno m?s, el grupo de G?mez Farias, no admit?a m?s soluci?n que la reconquista armada y acusaba al gobierno de atacar a los federalistas, en lugar de hacer la guerra. Al contar con los ingresos aduanales, Tampico se convir ti? en centro de levantamiento. La amenaza que represent? hizo que Bustamante movilizara las mejores tropas en su con tra desde todos los puntos cardinales, descuidando el peligro representado por los franceses. La ?nica debilidad del movi miento federalista deriv? de sostener la posici?n de G?mez Farias y que Urrea se atreviera a entrar en correspondencia con el comandante Baudin, hecho repudiado por casi todo el mundo, a pesar de los esfuerzos del peri?dico federalista El Restaurador Mexicano por justificar esa acci?n.5 El aislamiento de las villas del norte les asegur? cierto ?xito.
Antonio Zapata, uno de los seguidores de Canales, logr? de rrotar a las fuerzas del gobierno de Mier y parte de las tropas
estacionadas en Matamoros se pronunciaron por el federa lismo al igual que los ayuntamientos de muchos poblados, lo que hizo que la situaci?n pareciera perdida para la causa del gobierno. Canales trat? de asegurarse cierta colaboraci?n te xana y escribi? al presidente Mirabeau B. L?mar para que desautorizara todo comercio que no fuera federalista.6 Su segundo empe?o fue tomar Matamoros para tener una fuente de ingresos. En ambas empresas fracas? y tambi?n su lugar teniente Eleuterio M?ndez, quien hizo un nuevo intento y tambi?n fue rechazado. Las tropas federalistas se refugiaron
en Reynosa.7
Dispuestos a extender el movimiento federalista, aprove
chando la situaci?n comprometida del pa?s por el bloqueo fran
c?s, los jefes federalistas discutieron en Tampico la divisi?n 5 El Restaurador Mexicano, i:20, 9 de enero de 1939.
6 Antonio Canales a Mirabeau B. L?mar, Reynosa, 17 de diciembre
de 1838, en Gulick y Elliott, 1925, v, p. 223.
7 Vicente F?isola al Ministerio de Guerra, Matamoros, 8 de enero de 1939, en El Ancla, 6 de febrero de 1839.
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de sus fuerzas en tres divisiones que avanzar?an al mismo tiem
po el 1 de febrero de 1839. La primera iba a avanzar hacia la ciudad de M?xico y la mandar?a Mex?a; la segunda, a cargo de Urrea, operar?a en San Luis Potos?, Zacatecas y estados cercanos, y la tercera atacar?a a Monterrey y Saltillo dirigida por el general Pedro Lemus, pero mientras ?ste se presenta
ba Canales tomar?a el mando. Las divisiones no tuvieron
mucho ?xito. Urrea, vencido por Romero en febrero, se uni? a Mex?a, quien se movi? hacia Tuxpan, donde logr? derrotar al general Mart?n Perfecto Cos, pero no pudo embarcarse de acuerdo con los planes. Francisco Peraza trat? de conseguir barcos para el viaje rumbo a Veracruz, pero lo ?nico que logr? fue embarcar las armas, pues el mal tiempo los oblig? a con tinuar por tierra. Parte de las armas llegaron a Tecolutla y otra fue a dar a Mobile.8 Mex?a y Urrea se adentraron hacia Puebla, donde fueron interceptados por las tropas del general Valencia, quien los derrot? el 3 de mayo en Acajete. Mex?a cay? prisionero y sin ser juzgado fue fusilado por orden de Santa Anna. Su muerte signific? el fracaso del movimiento, pues Urrea logr? huir rumbo a Tampico, pero la discordia cundi? en la plaza y ya no logr? sostenerse. Arista, con todas sus fuerzas, avanz? sin dejar de hacer esfuerzos por atraer los. Urrea sali? de Tampico, debilitando la situaci?n, lo que oblig? a Ignacio Escalada a rendirse. Arista otorg? condicio nes generosas, con una cl?usula extensiva a Urrea, que fue desconocida por el presidente interino Santa Anna,9 hecho que tendr?a consecuencias, pues los rebeldes desconfiar?an en adelante de las promesas de Arista. La atenci?n del gobierno se concentr? en el sometimiento de los federalistas; en primer lugar, por ser el segundo puerto
del pa?s, su ocupaci?n significaba una sangr?a considerable en el cobro de derechos de importaci?n y exportaci?n de plata,
ya que las conductas de Zacatecas, San Luis y Durango se
embarcaban en ese lugar. De esa manera se descuidaron otros puntos y, al quedar sin tropas, se pronunciar?a el Ayunta 8 "John M. Meldrum to the Editor", en Telegraph and Texas Register,
Houston, junio 12 de 1839.
9 Acta del Pronunciamiento, 1839.
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miento de Monterrey el 2 de marzo de 1839 para restablecer el estado de Nuevo Le?n.10 Los dos jefes de la tercera divi si?n, Pedro Lemus y Canales convergieron en Monterrey y
aunque Urrea orden? la toma de Victoria, Canales decidi? lanzarse sobre Matamoros y Lemus sobre Saltillo.11 El go bernador de Coahuila se vio obligado a abandonar la capital por falta de apoyo de Bustamante quien, seg?n sus quejas, no ten?a "con qu? moverse";12 pero Lemus tampoco tuvo fuerza para atacar y se retir? a Monclova. Canales, que pocas veces se desplazaba fuera de su terri torio natural, las villas del norte, ten?a pocas fuerzas y aunque
no dudaba como Mex?a en contratar extranjeros disponibles, que por este tiempo abundaban por haberse suprimido en
Texas el Segundo Regimiento de Voluntarios Permanen tes,13 carec?a de dinero para contratarlos, de ah? que le in teresara tanto la toma de Matamoros. Canales confi? en el
debilitamiento de la guarnici?n de Canalizo, que era el nuevo
comandante de la Divisi?n del Norte, pero ?ste logr? sos tenerse.
Mientras esto suced?a, el presidente texano L?mar deci
di? no comprometerse con los federalistas, aunque s? estimu lar un mayor intercambio comercial con puntos fronterizos.
Para ello lanz? una "Proclama" el 21 de febrero de 1839, en la que declaraba "permitido y protegido" el tr?fico, siem pre y cuando se viajara con pasaporte de la autoridad de su distrito, se presentara en un puesto militar que se establece r?a en Casa Blanca aunque mientras tanto ser?a en los de Goliad o B?xar.14 Esta decisi?n, de gran importancia, con dujo a establecer el puesto militar en Casa Blanca, ubicado 10 Parte del general Arista sobre la capitulaci?n de Tampico, en La Concordia, Ciudad Victoria, 13 de julio de 1839. 11 Pedro Lemus al gobernador de Coahuila, Francisco Garc?a Conde, Campo sobre Leona Vicario, 4 de mayo de 1839, en Gaceta del Gobierno de Zacatecas, 1353, 19 de mayo de 1839. 12 ' 'Anastasio Bustamante al ministro de Guerra, Victoria, 6 de mayo
de 1839", en Manifiesto, pp. 58-59. 13 Vigness, 1951, p. 156. 14 "Proclama, Mirabeau Bonaparte L?mar", Houston, 21 de febrero de 1839, en Manifiesto, pp. 62-63.
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del lado izquierdo del Nueces, es decir, violaba la frontera te
xana reconocida. Al percatarse Canales de tal situaci?n de
inmediato escribi? al comandante de ese lugar inform?ndole que lo consideraba "una nueva agresi?n a la Rep?blica, que yo por estar m?s cerca de U. con una fuerza armada, estoy
en obligaci?n de reclamarle y aun lanzarle de ah?".15 Lo
amenaz? asimismo con darle aviso al Comandante de la Di
visi?n del Norte, lo cual hizo.16 Desgraciadamente Canalizo consider? que era una intriga destinada a "dividir estas fuer
zas", puesto que ten?a pruebas de que Canales estaba "en
combinaci?n con aquellos aventureros".17 De todas maneras le contest? conciliadoramente que hab?a dado aviso a Bus tamante y que se alegraba de que "cuando se habla de guerra extranjera, su divisa es s?lo la defensa de la patria".18 Des pu?s de la victoria sobre Urrea y Mex?a e instalados Busta mante y Arista cerca de Tampico, Canalizo pudo salir de Ma tamoros para perseguir a Lemus y con trabajos fue ven ciendo a los federalistas de la regi?n. Pedro y Jos? Lemus se retiraron a Monclova. Don Pedro trat? de disolver la divisi?n de Canales y de ejercer la jefatura
de todas las fuerzas federalistas, una vez que era la ?nica que quedaba de las divisiones organizadas a finales de 1838.19 El coronel Antonio Zapata, cercano colaborador de Canales, con voc? un mitin de oficiales que decidi? apoyar la jefatura del general Juan Pablo Anaya.20 Anaya debe haber llegado en julio a Nuevo Le?n, pues el d?a 10 el gobernador federalista
Manuel Mar?a de Llano lo comisionaba para viajar a Esta
15 ' 'Antonio Canales al Sr. Comandante del Puesto Militar de Casa Blanca", Reynosa, 30 de abril de 1839, en Manifiesto, p. 60. 16 Antonio Canales a Canalizo, Reynosa, 30 de abril de 1839, en Ma nifiesto, 1839, p. 58. 17 Canalizo a Bustamante, Matamoros, 2 de mayo de 1839, en Mani fiesto, 1839, p. 59. 18 Canalizo a Canales, Matamoros, 2 de mayo de 1839, en Manifiesto,
1839, p. 59.
19 Antonio Canales a Juan Pablo Anaya, Villa Aldama, 3 de agosto de 1839, PJPA, carpeta 6, folder 1. 20 Declaraci?n de oficiales de la Primera Secci?n del Ej?rcito Federal, Villa Aldama, 4 de agosto de 1839. PJPA, carpeta 6, folder 1.
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dos Unidos y a Texas para conseguir ayuda en su nombre.21 En esa reuni?n se reiter? el nombramiento de jefe de la Pri mera Divis?n del Ej?rcito Federal a Canales, quien tambi?n comisionaba a Anaya "para que entable toda clase de nego ciaciones y agencie, negocie y trate, con el gobierno de Texas y con el de los Estados Unidos del Norte de Am?rica y con compa??as, asociaciones o empresarios, los recursos de hom bres, met?licos y dem?s auxilios que crea convenientes'\22 En la reuni?n parece que se nombr? tambi?n a Jes?s C?rde nas como ' 'Jefe Pol?tico del Departamento del Norte de Ta maulipas y como ?nica autoridad leg?timamente reconocida actualmente", quien tambi?n revalidaba la comisi?n de Juan Pablo Anaya para lograr la meta de "establecer en toda la Re p?blica del Andhuac, la paz y el orden federal que se desea".23
De todas maneras, las circunstancias eran adversas para los federalistas. Canalizo recobr? Monterrey a mediados de agosto y enterado del rechazo que hab?an sufrido los Lemus,
prosigui? a Monclova. Para el 21 de agosto los Lemus ha
b?an sido vencidos y Canalizo les hab?a otorgado amnist?a.24 S?lo las "villas del norte" permanec?an en rebeld?a y "por la libre voluntad de los pueblos" hab?an nombrado a Jes?s
C?rdenas " Gefe pol?tico del Departamento del norte de Tamauli
pas".25 Lo que intranquilizaba a todo el mundo era que in corporaran en sus filas a t?janos y norteamericanos y busca ran el apoyo de la nueva rep?blica. Se tem?a en el centro que al no negociar empujara a Texas a ayudarlos, aunque hasta ahora se mostraran cautelosos. Sin duda Anaya, Canales y C?rdenas tambi?n confiaron en que eso suceder?a. Nos parece claro que fue en los peri?dicos texanos en donde se informaba con cuidado de los movimientos federalistas que 21 Manuel Mar?a de Llano a Juan Pablo Anaya, Cerralvo, 10 de julio de 1839, PJPA, carpeta 6, folder 7. 22 Antonio Canales a Juan Pablo Anaya, Villa de Mier, 8 de agosto de 1839, PJPA, carpeta 6, folder 7. 23 Jes?s C?rdenas a Juan Pablo Anaya, Ciudad de Guerrero, 15 de agosto de 1839, PJPA, carpeta 6, folder 7. 24 La Brisa, Matamoros, 20 de septiembre de 1839. 25 C?rdenas a Anaya, Ciudad de Guerrero, 15 de agosto de 1839, PJPA, carpeta 6, folder 1.
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se ve?an como una bendici?n que imped?a la expedici?n
a Texas, donde se generaba la idea de un proyecto de sece si?n. Una de las primeras cartas fue la del editor del Tele graph and Texas Register y la firmaba O. de A. Sant?ngelo, li beral, mas?n, editor del Correo Atl?ntico en M?xico, dos veces
residente mexicano. Santa Anna hab?a favorecido su vuelta en 183326 s?lo para expulsarlo cuando ??us ataques lo hosti garon. Emigrado a Nueva Orleans volvi? a publicar durante
un tiempo su peri?dico, dedicado a la causa de Texas. En esa carta al editor Sant?ngelo favorec?a la idea de enviar 2 000
voluntarios a apoyar a la nueva federaci?n mexicana y, entre estados soberanos, firmar un tratado que reconociera la inde pendencia de Coahuila y Texas. En ?l se exigir?a que la federa ci?n no admitiera ning?n estado en esa nueva naci?n, a menos
que lo suscribiera. Inclu?a una carta firmada por ' 'un zacate cano federalista", fechada el 28 de julio de 1836, que afirmaba
que s?lo los frailes y comandantes estaban por el centralismo y con una peque?a ayuda de Texas ese orden terminar?a.27 Es muy posible que fuera Sant?ngelo, viejo conocido de Juan Pablo Anaya y otros federalistas mexicanos y de George Fis her, el entusiasta propagandista de la idea de una nueva re
p?blica, el que conspirara en Nueva Orleans para llevar a
cabo el proyecto. El caso es que entre los documentos que reuni? y envi? a la C?mara de Diputados el ministro de Guerra, Juan N. Almonte, figur? un an?lisis del ''Porvenir de M?xico" que citaba "la correspondencia. . . de M?xico que est? impresa en el ?ltimo n?mero del Luisianan". Empezaba afirmando que no era el centralismo ni el federalismo "lo que acaba con la existencia pol?tica en la Naci?n Mexicana: la corrupci?n. . . es la que se encargar? de realizar el proyecto". A esa corrup ci?n atribu?a el "sublevamiento y la emancipaci?n de Texas y tambi?n la que traer? la formaci?n de la nueva Rep?blica Norte
Mexicana". Los intentos de coalici?n ocurridos para resistir
26 Santa Anna a G?mez Farias, Manga de Clavo, 10 de abril de 1839,
PVGF, 44A, f. 28.
27 "O.A. de Sant?ngelo to the Editor", Nueva Orleans, 6 de marzo de 1839, en Telegraph and Texas Register, Houston 10 de abril de 1839.
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el centralismo los interpretaba como plan antiguo para de fenderse de la federaci?n "y que ser? puesto en ejecuci?n luego
q. una circunstancia favorable se ofresca a los q. se hallan a la cabeza". El decreto que licenciaba la guardia c?vica de Zacatecas era el origen de ese separatismo, como lo hab?a sido para el "pronunciamiento de Texas". Lo principal era que un M?xico "encorbado bajo el peso de una deuda inmensa", que apenas si pod?a pagar y no pod?a dejar de hacerlo ante la amenaza de una nueva invasi?n francesa, no podr?a levantar
un ej?rcito para defenderse, y siete u ocho estados podr?an separarse, "los m?s vigorosos y los m?s patri?ticos de la anti gua confederaci?n'". El suceso [sic] del proyecto depende en gran parte de la coope raci?n de Texas y el punto importante que hay que examinar aqu? es el saber si esta rep?blica consentir? en intervenir.
El comentarista insist?a en los beneficios que se derivar?an del establecimiento de una nueva rep?blica: la tranquilidad, la consolidaci?n de las instituciones, obstaculizadas por el pro blema del reconocimiento y el establecimiento de una barre ra entre Texas y M?xico. Es curioso que ?ste era uno de los argumentos brit?nicos para que M?xico reconociera Texas; tener una barrera con los Estados Unidos. Tamaulipas, Za
catecas, Durango, Sonora, Nuevo Le?n, Coahuila, Chihua
hua, Nuevo M?xico, Alta y Baja California, ofrecer?an ade m?s sus riquezas naturales y ser?an un mercado para productos
texanos. Su llamado sonaba al viejo argumento de Lorenzo
de Zavala.
una parte de la Rep?blica quiere salvarse del naufragio com?n y apelar a las doctrinas liberales e ilustradas de nuestro gobierno,
tend?mosle pues la mano. . ,28
En este ambiente que hab?a estado expuesto a cierta ma nipulaci?n de las noticias, consciente o inconscientemente, 28 "Porvenir de M?xico, adjunto a la nota de J.N. Almonte a los S.S. de la C?mara de Diputados, M?jico, 7 de diciembre de 1839", AGNM, Gobernaci?n, caja 183. Agradezco a Gerardo Palomo el haberme facilitado
copia.
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llegar?an Juan Pablo Anaya y Francisco Vidaurri. El prime
ro, seg?n Alice La Branche, explicaba que iba en busca de
apoyo para derribar a los centralistas, pero aseguraba que una vez en el poder se reconocer?a la independencia.29 De la es tancia de Vidaurri en San Antonio se asegur? que buscaba la alianza de Texas con los estados de Nuevo Le?n, Tamau lipas, Chihuahua, Nuevo M?xico, Durango y las Californias, que se "separar?an del resto de los estados mexicanos". Una noticia semejante se repiti? en septiembre en relaci?n con la misi?n de Anaya y ?ste se sinti? obligado a aclarar: no puedo permanecer indiferente cuando se divulgan especies que pueden causar males de cuant?a. De esta clase me parece
que es la relaci?n que U. public? el d?a 18, en que hablando
de la cooperaci?n y auxilio que yo solicit? del gobierno tejano contra los centralistas, dice "que yo asegur? que el partido fe deral podr?a establecer un gobierno al frente de seis ? siete de los Estados norte mexicanos", etc. No caballero, no hay tal cosa y nunca har?a tal proposici?n cuando estoy convencido que los deseos de la naci?n mexica na. . . son que se establezca la Constituci?n del a?o 1824 y que por medio de una Convenci?n se le hagan reformas.30
La aclaraci?n no sirvi? de nada pues la fragilidad del Es tado texano hac?a que el temor proyectara el deseo de una secesi?n. Los peri?dicos texanos reprodujeron un art?culo de The Louisianan, fechado en M?xico el 13 de agosto, en que se informaba que los federalistas a los que representaba Anaya
iban a realizar una Convenci?n y reconocer?an la indepen dencia. Conclu?an que hab?a que apoyarlos: The Texians might thus, at little cost and in few months raise an impassable barrier between themselves and Mexico and give 29 Alice La Branche a John Forsyth, Houston, 22 de octubre de 1839, JSP, v, f. 20: "Gral. Anaya, ojthe federal party, is ill in Houston. His ob ject is coming to Texas was to ask the cooperation of this government in his atempt to overthrow the centralists, pledging himself that should the
federal party triumph, the independence of Texas should be inmediately recognized. This goverment has not acceded." 30 Juan Pablo Anaya al Editor, en The Telegraph and Texas Register, Houston, 20 de septiembre de 1839.
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birth to a new federative republic. . . la Rep?blica Norte Me
xicana.31
No parece haber base para imaginar que los federalistas proyectaran algo m?s que un gobierno provisional, del cual s?lo reclamaban la jefatura pol?tica de la parte norte de Ta
maulipas o del estado de Nuevo Le?n.
En M?xico se reprodujo una que otra nota; por ejemplo,
en la Gaceta del Gobierno de Zacatecas de diciembre 1, se daba
noticia de que ' 'Anaya, Canales y Zapata han hecho causa com?n con aqu?llos para hacer ostensible {seg?n se dice) un plan
de escisi?n de la Rep?bica,'J pero advert?a ' 'hasta hoy pare ce dudosa la uni?n de Anaya con los texanos". El Censor de Veracruz reproduc?a la noticia de que Anaya pensaba " esta
blecer una rep?blica norte-mexicana federal'\32 Lo ?nico que causaba consternaci?n era la participaci?n de t?janos en los ej?rcitos federales, en especial despu?s de la toma de la
Villa de Guerrero, en donde el viejo insurgente Bernardo Gu ti?rrez de Lara hab?a tratado de disuadir a Canales de su error.
En la carta de Rafael de Lira a Canales para que se acogiera a la amnist?a ofrecida por el coronel Pav?n, le rogaba aban donar a los "aventureros o v?ndalos" de Texas que ni siquiera estaban apoyados por los "Propietarios colonos, que son muy pocos y no quieren ning?n trastorno".33 Canales no se con
movi? y a?n alcanz? una victoria sobre Pav?n,34 pero la
Villa de Mier decidi? desconocer a los federalistas.
Estando en relaciones amistosas los restos de los sublevados de
este Departamento, que a?n acaudilla el Lie. D. Antonio Ca nales con losforagidos de las colonias de Tejas, esta villa protesta sostener a todo trance la guerra que ellos intentan y la integri dad de su territorio.35 31 Austin City Gazette, Austin, 6 de noviembre de 1839. 32 El Censor, Veracruz, 13 de noviembre de 1839.
33 "Rafael Lira al Lie. D. Antonio Canales. Mier, 13 de octubre de 1839". Alcance al Seminario Pol?tico (Monterrey), n?m. 34, jueves 17 de octubre de 1839.
34 Malo, 1948, i, p. 176.
35 "Acta", Mier, 13 de octubre de 1839, Alcance al Semanario Pol?tico,
n?m. 34, jueves 17 de octubre de 1839.
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JOSEFINA Z. VAZQUEZ
Canalizo declar? traidores a los que introdujeran texanos, mientras en la capital, ante la presentaci?n de documentos que probaban los designios amenazadores sobre la frontera norte y la complicidad de Anaya y Canales,36 el Ministerio de Guerra decretaba los castigos que recibir?an. Hasta los fe deralistas se preocupaban por la participaci?n de los t?janos. La Ense?a que empez? a aparecer en noviembre y que defen d?a el reconocimiento de Texas, criticaba el empleo de ex tranjeros en las filas federalistas.37 En realidad, a pesar de la falta de recursos de Canalizo para seguir a Canales38 y la falta de colaboraci?n de las auto ridades locales,39 ?ste estaba pr?cticamente vencido, lo que le oblig? a escribir a Mariano Arista, nombrado Comandante de la Divisi?n del Norte, enterado de su "buena disposici?n para terminar la guerra".40 Arista le insisti? en su contes
taci?n:
La naci?n est? escandalizada de su conducta, pues ser?a discul pable que por su opini?n defendiese U. ?sta o la otra forma de gobierno; pero ?tener extrangeros para que claven el pu?al a mexicanos, sus compatriotas?41
Como no se pusiera "a disposici?n del gobierno", expul 36 "Especial de Tejas, num. 2. El Sr. Figueroa sobre q. informe el go bierno de las novedades que recientemente han ocurrido en algunas villas de norte. Va agregado a este expte. el No. 4 de la misma comunicaci?n sobre que se declaren traidores. J.N. Amonte a Exmos. Sres. Diputados. M?xico, 18 de noviembre de 1839", AGNM, Gobernaci?n, caja 183. 37 Citado por El Ancla, Matamoros, 3 de enero de 1840. 38 Valent?n Canalizo al Comandante General de Tamaulipas, Mata moros, 13 de diciembre de 1839. AHSD, XI/481.3/1522, f. 29. 39 "El gobernador de Coahuila, Ignacio Arizpe al Sr. Cmdte. Gral. de Tamaulipas y al Jefe de la Divisi?n Auxiliar, Saltillo, 16 de diciembre de 1839", AHSD, XI/481.3/1697, ff. 118-119: "no pondr? sobre las armas a los vecinos de Saltillo para defenderse de Canales y Anaya porque la orden no se apoya en disposici?n alguna legal, en orden al Supremo Gobierno, ni circunstancias extremas." 40 Antonio Canales a Mariano Arista, Monterrey, 1 de enero de 1840,
AHSD, XI/481.3/1696, f. 48.
41 Arista a Antonio Canales, Monterrey, 1 de enero de 1840, AHSD, XI/481.3/1696, ff. 49-50.
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REP?BLICA DEL RIO GRANDE
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sando a los extranjeros, lo atac? y lo venci? al d?a siguien
te.42 Como Canales hubiera amagado a Matamoros, sin
atreverse a atacar, por sus supersticiones seg?n los texanos, ?stos
fueron abandon?ndolo, desilusionados de no obtener el bot?n
esperado y al perder hombres en el acoso del ej?rcito de Arista.43 La situaci?n del reducto federalista del "oriente" era apu rada. Ni Anaya, ni Vidaurri, ni Jos? Mar?a Carvajal, quien tambi?n hab?a entrado en aquella rep?blica en busca de apoyo, lo hab?an logrado. El presidente L?mar sigui? negociando con los centralistas y atribu?a el fracaso de las misiones en M?xico
de sus agentes s?lo a la inestabilidad de la situaci?n pol?tica mexicana; as? el 21 de diciembre desautorizaba la participa ci?n texana en los ej?rcitos federalistas.44 Lo ?nico que Anaya hab?a podido lograr en Texas era en ganchar texanos cesados. F?lix Huston hab?a firmado por el grupo con. Anaya.45 Por tanto decidi? que ser?a m?s conve niente viajar v?a Nueva Orleans a Yucat?n para buscar ayuda, ya que la pen?nsula estaba separada de la obediencia del go bierno de M?xico. Pero antes de partir lanz? un plan el 14 de diciembre en el que se declaraba por el restablecimiento de la Constituci?n de 1824 y la convocatoria de una Conven ci?n para reformarla, la venta de terrenos bald?os para pagar la deuda, la autorizaci?n a extranjeros para poseer bienes ra? ces e incluso participar en el gobierno. En cambio se declara ba absolutamente contra "la idea de dividir el actual territo rio mexicano en dos rep?blicas, como ligeramente han opinado
algunos" y su peregrina argumentaci?n en contra era que ser?a dif?cil dividir la deuda contra?da por "la integridad del
territorio".46 Esta declaraci?n de Anaya es el ?nico rastro 42 Parte de Arista al Ministerio de Guerra, 2 de enero de 1840. AHSD,
XI/481.3/1696, ff. 55-57.
43 The Morning Star, Houston, 4 de diciembre de 1839; enero 11, 30 y 10 de febrero de 1840.
44 Mirabeu B. Lamar, "Message from the President of Republic of Texas to the two Houses of Congress and their Annual Session", 2 de no viembre de 1839. JSP, v, f. 21; Nance, 1963, p. 224. 45 Nance, 1963, p. 204. 46 Houston, 13 de octubre de 1839. PJPA, carpeta 6, folder 9.
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JOSEFINA Z. VAZQUEZ
que tenemos de que existi? una ''opini?n'' separatista, pues
todos los documentos mexicanos s?lo muestran un movimiento
federalista t?pico, empe?ado en establecer un gobierno pro
visional.
Canales y Antonio Zapata sostuvieron correspondencia con Arista en busca de un armisticio.47 Tal vez, como el Minis terio de Guerra advert?a a Arista, s?lo trataban de ganar tiem
po,48 porque al mismo tiempo Canales daba orden a Jes?s C?rdenas, ''el jefe pol?tico", de librar sus ?rdenes a los ayun tamientos para "una reuni?n de unos comisionados por las villas, facultadas ampliamente para crear un gobierno provi
sional". C?rdenas notific? a los alcaldes de Camargo, Rei
nosa, China, las Aldamas y Mar?n para que sus representantes
se presentaran en Guerrero.49 Al remitir una copia de la invitaci?n de C?rdenas al ayuntamiento de Guerrero, Canali
zo, consciente de la correspondencia de Arista con los rebeldes,
mencionaba su plan federalista y ped?a que no se les tratara con lenidad, no mencionaba ning?n plan de secesi?n, que de haberlo se habr?a enterado, dada su cercan?a y hubiera sido un cargo m?s grave contra Canales y compa??a.50 No resulta f?cil reconstruir lo sucedido con las contadas menciones en los partes de Arista y Canalizo, pues las de los peri?dicos mexicanos trataban de desprestigiarlos y las de los texanos de hacerles propaganda.51 47 Arista a la Secretar?a de Guerra, Salinas, 16 de enero de 1840, AHSD, XI/481.3/1542, ff. 331-333; Antonio Zapata a Arista, Ciudad Gue rrero, 11 de enero de 1840, AHSD, XI/481.3/1542, ff. 338-340; Canales a Arista, Mier, 11 de enero de 1840, AHSD, XI/481.3/1542, ff. 341-343. 48 Secretario de Guerra a Arista, M?xico, 24 de enero de 1840, AHSD, XI/481.3/1542, ff. 369-370. 49 Jes?s C?rdenas al Alcalde 2o, Ciudad Guerrero, 11 de enero de 1840, AHSD, XI/481.3/1542, f. 129. 50 Canalizo a Secretar?a de Guerra, Matamoros, 7 de febrero de 1840,
AHSD, XI/481.3/1542, ff. 263-264.
51 The Morning Star, Houston, 3 de marzo de 1840: "The federal army after making an unsuccessful attack on Monterrey retired to the towns of
Guerrero (Revilla) and Laredo on The Rio de Grande. A Convention was held at Laredo. . . which declared the independence from Mexico, organi zed a provisional government for the Republic of Rio Grande." Se hablaba que incluir?a Nuevo Le?n, Coahuila, Tamaulipas, Zacatecas, Durango y Nuevo M?xico y se ped?an voluntarios.
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REP?BLICA DEL RIO GRANDE
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A pesar de que George Fisher, consciente o inconsciente mente, tomaba la idea lanzada por Sant?ngelo de apoyar la secesi?n de los territorios vecinos,52 su carta al Morning Star nos informa sobre la Convenci?n llevada a cabo el 18 de enero.
?l dice haber recibido un folleto impreso con el plan (que ?l llama decree) de la Convenci?n, que hab?a tenido lugar en Casa Blanca ("formerly part of Tamaulipas, but now sithin the limits
of Texas"),53 del documento, fechado el 23 de enero, trans cribe cuatro art?culos: 1? La convenci?n no reconoce autoridad leg?tima sobre la Re p?blica Mexicana al presente gobierno de M?xico. 2? Hasta que un sistema de gobierno no sea determinado por una convenci?n de todos los estados de M?xico, "los habitan
tes de la frontera de la Rep?blica Mexicana no cesar?n de luchar contra el presente gobierno de M?xico. 3? Se establece un gobierno provisional de la frontera norte com puesto de un presidente y un consejo de cinco miembros pro pietarios y tres suplentes.
4? Se autoriza al gobierno provisional a organizar un ej?rcito y armada para hacer la guerra.
Otro de los art?culos, no citado a la letra, convocaba a una Convenci?n de delegados de todos los estados de la Rep?bli ca, para el 28 de mayo o antes si era posible.54 El Commercial Bulletin de Nueva Orleans (enero 30) se refer?a
a la buena opini?n que merece Canales, su Plan federalista y la Convenci?n que tendr?a lugar para reformar la Consti tuci?n de 1824. El Ancla del 17 de enero informaba, con af?n de desprestigiar a Canales al que acusaba continuamente de 52 "Geo. Fisher to the Editor", The Morning Star, Houston, 30 de marzo de 1840: "In my communication of the 29th February last, publis hed in your paper of the 3th ... I remarked the advantages to be derived to Texas ... by the establishment of the 'Republic of Rio Grande', must be self evident to every man who is acquainted with that part of the former
Mexican territory."
53 El The Morning Star del 3 de marzo, se?ala a Laredo como sede; Nance, 1963, pp. 252-253, se?ala al Rancho Oreve?a, frente a Ciudad Guerrero, que parece m?s exacto, dada la convocatoria. 54 "Geo. Fisher to the Editor", 24 de marzo de 1840, en The Morning Star, Houston, 30 de marzo de 1840.
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los mayores desmanes, del plan de formar "la metr?poli de la nueva rep?blica Norte Mejicana". La Gaceta del gobierno de Zacatecas del 27 de febrero al comentar un parte de Arista del 18, en que se informaba la reuni?n de un Congreso, en el que se hab?an nombrado diputados suplentes por Zacatecas y Jalisco, para proyectar una nueva rep?blica que incluir?a ese departamento, manifestaba: nosotros no sabemos quien es nuestro representante, ni lo cree mos, porque a pesar de que en una carta del 17 Saltillo dice que Canales hab?a formado en la misma Villa de Mier un gobierno provisional compuesto por cinco individuos bajo la presidencia de D. Jes?s C?rdenas ... lo tenemos por un cuento de aquellos que los especuladores pol?ticos son tan fecundos para inventar. En cuanto al Congreso la carta se expresa en estos t?rminos, se dice tambi?n que Canales ha excitado a los habitantes de Ta
maulipas, Nuevo Le?n y Coahuila a que nombren diputados para un Congreso que debe reunirse en Mier, el 1 de mayo.
No hay duda que los planes de Canales coincid?an con los de los federalistas radicales como G?mez Farias, con quien el inquieto tamaulipeco sosten?a correspondencia. De todas for
mas, forzado por la persecuci?n sistem?tica de la Divisi?n del general Arista, el 28 de enero Canales le solicitaba una en trevista de la cual pod?a resultar el fin de la guerra, el modo de hacerlo s?lo U. y yo podremos acordarlo. . . As? ten dr? U. toda la libertad que las leyes niegan a los generales para mezclarse en la pol?tica del pa?s. ?Ojal? que los dem?s se hubieran
manifestado tan obedientes a ellas! ?Cu?ntos males se hubieran
evitado a la Rep?blica!55
Arista consider? "cada p?rrafo. . . un insulto a un gobierno leg?timo" y le intim? que no tratar?a m?s con ?l, a menos que se pusiera "lisa y llanamente a disposici?n del Supremo
Gobierno probando que ha separado a esos colonos que lo acompa?an".56 El gobierno de Tamaulipas le inform? que 55 Antonio Canales al general Mariano Arista, Mier, 28 de enero de 1840, en El Ancla, 28 de febrero de 1840. 56 Mariano Arista a Canales, Cadereyta, 31 de enero de 1840, en El Ancla, 28 de febrero de 1840.
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REP?BLICA DEL RIO GRANDE
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hab?a fracasado todos sus intentos pac?ficos por atraer a Ca nales, por lo que se concentrar?a en su persecuci?n.57 Cana les por su parte dirigi? un manifiesto a sus tropas el 8 de fe
brero en el que las exhortaba a ''defender a toda costa el
gobierno provisional de estas provincias" .58 Seg?n parece se pu blic? un peri?dico, El Correo del R?o Bravo, del que tal vez no
aparecieron m?s que un par de n?meros, en vista del cons tante movimiento del gobierno provisional. C?rdenas parti? a Laredo e inici? el reclutamiento de texanos para el ej?rcito 4'convencional".59 Si el gobierno no termin? con los rebel
des se debi? a falta de recursos y a la rivalidad existente entre
Canalizo y Arista. Al resistirse el primero a colaborar, impi di? arrebatar Laredo a los federalistas.60 De todas maneras Isidro Reyes derrot? y tom? prisionero a Zapata, quien fue juzgado y fusilado. Canales a su vez fue vencido el 26.61 En seguida, una a una las villas del norte levantaron actas de so
metimiento al Supremo Gobierno.62 El general Ampudia orden? se averiguara "el paradero de los restos de los revo lucionarios que acaudilla D. Jes?s C?rdenas con el nombre de gobierno convencional"63 y los informes confirmaron que
Canales con unos 80 hombres hab?a llegado a B?jar. De acuerdo con las ?rdenes del Ministerio de Guerra, Arista anunci? el perd?n a los federalistas64 y la amenaza de que los extranjeros capturados con armas en territorio mexicano ser?an tratados como piratas. Se consider? completamente pacifica 57 Arista al Gobierno de Tamaulipas. Cadereyta, 5 de febrero de 1840, en Gaceta del Gobierno de Tamaulipas, 22 de febrero de 1840.
58 J. Antonio Canales a sus tropas, 8 de febrero de 1840, Gulick y
Elliott, 1925, v, pp. 403-404.
59 Nance, 1963, p. 258. 60 Arista a Secretar?a de Guerra, Ciudad Guerrero, 13 de marzo de 1840. AHSD, XI/481.3/15-41, ff. 9-10. 61 Averiguaci?n sumaria, Alejandro Faulac, Laredo, 14 de abril de 1840. AHSD, XI/481.3/1543, ff. 117-118. 62 Actas, 30 de marzo de 1840, XI/481.3/1544, ff. 136-142; Acta de la Villa Guerrero, 10 de mayo, Camargo, 13 de mayo y de la Pur?sima Con cepci?n de Mier, 17 de mayo de 1840. AHSD, XI/481.3/1545, ff. 33-38. 63 AHSD, XI/481.3/1545, ff. 117-118. 64 Secretar?a de Guerra a Arista, 11 de abril de 1840. AHSD, XI/ 481.3/1543, f. 137.
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JOSEFINA Z. VAZQUEZ
do el territorio norte y la ?nica preocupaci?n la ocasionaron los informes de Tampico acerca de una posible expedici?n
de gente de Anaya desde Nueva Orleans, que reforzar?a a los federalistas.65
La entrada de los federalistas en Texas no dej? de desper tar temores y los consabidos comentarios racistas:66 "they are too imbecile, indolent and cowardly even to make good their independence", dictados por la desilusi?n de que se es fumaran sus esperanzas, pero una mayor?a los recibi? con muestras de simpat?a e incluso les ofrecieron una cena el 11 de abril, que mereci? un brindis por el "nuevo gobierno de la frontera del norte de M?xico".67
El d?a 8 de abril Jes?s C?rdenas dirig?a desde Victoria una carta al presidente L?mar firmada simplemente, sin ostentar cargo alguno. En nombre del "gobierno de la frontera del norte de la Rep?blica Mexicana" le informaba que se halla ba en esa "villa, esperando que sea bien recibida su perma
nencia", dadas "las simpat?as q. unen a uno y otro pa?s y en la identidad de la causa q. sostienen".68 Los mexicanos no mencionaron en ning?n documento ni discurso la Rep?
blica del R?o Grande,69 pero tampoco desmintieron las noticias
y discusiones en peri?dicos texanos, de manera que dejaron que siguieran germinando las esperanzas sobre la factibili dad de la supuesta rep?blica. No puede suponerse que se tra tara de simple desconocimiento de la lengua pues por lo menos
Jos? M. Carvajal, nacido en San Antonio, se hab?a educado en los Estados Unidos. A pesar de que a fuerza de repetir la noticia la llegaban a creer, no dej? de despertar preocupa ci?n de que la Convenci?n se realizara en Casa Blanca, Ta maulipas, que ellos consideraban territorio texano, por lo que 65 Jos? Garc?a Conde a Secretar?a de Guerra, Tampico, 10 de marzo de 1840. AHSD, XI/481.3/1543, ff. 45-56. 66 The Morning Star, Houston, 1 de abril de 1840. 67 The Morning Star, Houston, 24 de abril de 1840. 68 C?rdenas a L?mar, Victoria, 8 de abril de 1840, papeles de Mira
beu Bonaparte L?mar. AELZ, n?m. 1765.
69 C?rdenas en su discurso transcrito en el Colorado Gazette and Adverti
zer, 5 de abril, 1840, se refiri? al "government of the northern of the Me
xican Republic".
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se empezaron a o?r voces que exig?an fijara sus fronteras.70 Fisher, el m?s constante publicista de la rep?blica, dirigi? a C?rdenas una carta el 25 de abril en la que le expresaba su sentimiento por la derrota y la esperanza de que no abando nara la causa, y lo instaba a declarar de inmediato la inde pendencia para asegurarse la ayuda texana.71 C?rdenas envi? a Jos? Mar?a Carvajal y Juan Molano a entrevistarse con L?mar, pero como Juan Nepomuceno Se guin insistiera en el permiso del presidente texano para coo perar en el alistamiento de texanos, Canales se le uni?.72 El 24 de abril Canales se entrevist? con L?mar y, seg?n Seguin, ?ste autoriz? el enganche de voluntarios texanos, adem?s de tratarlo con toda clase de consideraci?n, que Canales le agra decer?a al despedirse.73 Los peri?dicos texanos incluyeron cartas y art?culos que favorec?an la causa de Canales y apoyaban para que se le ayudara74 e incluso el propio Canales mereci? una buena opini?n,75 pero no se escap? a la percepci?n de otros, que la 70 Texas Sentinel, Austin, 23 de mayo de 1846.
71 "Geo. Fisher to his Excellency Jes?s C?rdenas", Houston, 25 de abril de 1840, en The Morning Star, 23 de mayo, 1840: "In my opinion nothing short of an absolute independence of the states of Rio Grande an Chihuahua wil ensure the happiness of your people. The volunteers of Texas and U.S. will not fight for the mutilate Constitution of 24. Declare your selves at once absolutely independent from Mexico and then you shall not
be in want of auxiliaries to sustain you. Our very government will look
upon your people in a different point of view, no longer as a party or fac
tion of Mex [sic] . . .but as Nation. . . New Mexico on the east side of Rio Grande is ours, as also part of Chihuahua, but that part of beyond the Rio Grande is for you. . . Let it be in the beginning the Republic of Rio Grande and should the other states of the former Mexican Confedera tion be willing to take a part in it, they may. . . incorporate themselves."
72 Segu?n, 1858, p. 20. 73 Antonio Canales al Geni. L?mar, Austin, 29 de abril de 1840. Gu
lick y Elliott, v, p. 424.
74 "From The Sentinel 23. The Republic of Rio Grande", en The Mor ning Star, Houston, 29 de mayo de 1840. 75 "Extract of a letter from Hon. C. Van Ness to a gentleman in this city, dated San Antonio, April 19, 1840", en The Texas Sentinel, Austin, 29 de abril de 1840: "Gral. Canales has been in town some days with a portion of his forces. . . He is very gentlemanly and intelligent man, ho nest and patriotic in his views and intentions and in my opinion determi
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JOSEFINA Z. V?ZQUEZ
situaci?n de la supuesta rep?blica no era clara. El art?culo "Federalist" planteaba claramente el hecho de que la meta del "gobierno del R?o Grande" parec?a ser derribar al pre sente gobierno central y reinstaurar la Constituci?n de 1824.
They have set up no independent Republic of Rio Grande and their assuming a name ofthat kind amount to nothing. If the intention
is not as above stated, they have no definite object at all.76
Necesitados de ayuda como estaban los federalistas deja ron las cosas en la vaguedad que permit?a elucubrar a gusto. L?mar se preocup? de que se vigilara la frontera para que no fueran a traspasarla las tropas de Arista, pero parece no haber prometido mucho. Aunque la carta de Jos? Mar?a Car vajal de julio 27 le hace un recuento de las tropas centralistas y federalistas en el ?rea de las villas del norte y agrega: The Gen. ordered me to inform you verbally that he would be ready by the 15th. of August. He has more force that he told you he would have. . . He only wants now some artillery with round
shot. . . Gen. Arraya [sic] writes he is comming with 1 000 in fantry from Yucat?n.77
Puede ser que L?mar hiciera tambi?n un juego doble, pero como estaba ansioso del reconocimiento brit?nico se mostr? cuidadoso. La presencia de los federalistas tambi?n sirvi? de est?mulo para "establecer la jurisdicci?n nacional hasta el R?o
Bravo" y el 24 de junio el coronel H. W. Harnes hac?a un llamado para que se alistaran voluntarios.78 La ambig?edad de Canales y C?rdenas hizo que la reacci?n en M?xico les fuera contraria. El Ministerio de Guerra orden? a Arista que
no persiguiera "a los facciosos" hacia el r?o Nueces,79 en ned that his cause succed. . . We want and need no better protection on the western line than the possession of that frontier by them." 76 "Federalist", en The Morning Star, Houston, 19 de mayo de 1840. 77 J.M.J. Carbajal to M.B. Lamar, Galveston, 27 de julio de 1840.
GuLicK y Elliott, 1925, m, p. 424.
78 The Morning Star, Houston, 24 de junio de 1840. 79 Secretar?a de Guerra a Arista, 6 de mayo de 1840. AHSD, XI/ 481.3/1543, ff. 13-16.
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parte por la incapacidad de enfrentar a los texanos y en parte
por el temor de que viniera un ataque de Anaya y Rivaud desde Nueva Orleans, seg?n rumores recibidos por los co merciantes, que serv?an de esp?as a los dos lados. De todas maneras se trat? de averiguar el paradero de los federalistas tom?ndosele declaraci?n a toda persona procedente de terri torio texano. La pregunta obligada era "si sabe si es traidor Antonio Canales", a la que algunos contestaron saber que
hab?a jurado la independencia de Texas80 y se supo que
hab?a sido visto en B?jar,
con una escolta march? a la capital de Tejas y que la dem?s
fuerza se dirigi? para el punto de la Bah?a, en el rancho de don Carlos de la Garza, a donde se halla el gobierno Federal. . . oy?
decir. . . que le vino una libranza del Sr. Anaya de Nueva
Orleans de 100 000 pesos que se entregar?n en la ciudad de Gal veston.81
S?lo uno inform? que en algunas conversaciones hab?a o?do
que los del "gobierno del norte. . . ya no quer?an Federa ci?n, sino el separar del gobierno de M?xico y agregarlo a Texas, desde la Sierra Madre hasta el Saltillo".82 Los esp?as y '"tories",
o leales texanos, tambi?n informaban los pasos de Canales83 y as? se supo que en San Patricio, con ayuda de particulares, reclutaron unos 200 texanos con ayuda de Seguin.84 Las correr?as de Canales se iniciaron en julio. Arista reci bi? informes de su desembarco el d?a 1 en el Nueces. Ese mes 80 Declaraci?n de Manuel Farias, Ciudad Guerrero, 10 de mayo de 1840. AHSD, XI/481.3/1545, f. 25. 81 Declaraci?n de Jos? Flores Montes en la ciudad de B?jar, Laredo, 6 de mayo de 1840. AHSD, XI/481.3/1544, ff. 173-175. 82 Declaraci?n del soldado Marcos Botellos, Saltillo, 15 de mayo de 1840. AHSD, XI/481.3/1544, ff. 180-183. 83 William G. Wook, Mart G.S.A., Gro. J. Howard Comandancy at B?jar, San Antonio Bexar [sic] 28 de mayo de 1840. AHSD, XI/481.3/1551, f. 75; Francisco Calvillo al Cap. Pedro Rodr?guez, Rancho de Santa Cruz,
28 de mayo de 1840. AHSD, XI/481.3/1551, f. 76. 84 "Declaraci?n tomada al negro Eduardo Ros para averiguar el esta
do que guarda la Ciudad de B?xar", 15 de mayo de 1840. AHSD,
XI/481.3/1544, ff. 235-236.
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se hizo c?lebre en la historia del federalismo por el movimiento
que tuvo lugar en la capital de la rep?blica dirigido por Jos? Urrea y Valent?n G?mez Farias, quienes de inmediato nom braron a Canales Comandante General de Tamaulipas y orde naron a Arista entregarle las tropas.85 Es seguro que Canales no recibi? el flamante nombramiento, pues estaba preparando su regreso a las villas del norte y preocupado por la comuni
caci?n del coronel Harness que anunciaba que
la pretensi?n de los federalistas al pa?s entre las Nueces y el R?o
Grande ha herido los sentimientos del Presidente e igualmente ha excitado la indignaci?n del pueblo. Habiendo sido estableci da la l?nea por el primer Congreso de Tejas, el Presidente. . . ha ordenado. . . una gran fuerza. . . yo ir? a Laredo por el R?o Grande hasta la boca y presentar? el estandarte tejano sobre la ribera oriental.86
Canales, al igual que algunos otros federalistas radicales, hab?an aceptado a Texas como estado independiente, pero restringido a sus l?mites tradicionales, y al recibir la adver tencia de que s?lo si reconoc?a la l?nea "como est? definida, entonces el gobierno texano dar? a U. todos los auxilios que est?n en su poder", reaccion? como lo hab?a hecho cuando se plante? el establecimiento de un puesto aduanal en Casa
Blanca y contest?:
Nosotros, Sr. Coronel no hemos tomado las armas para ceder, ni entregar nuestro territorio a personas extra?as, nuestro objeto
no ha sido otro que proporcionar un gobierno franco, ilustrado y filantr?pico. . . Jam?s he de permitir bajo ning?n pretes to y que la bandera de Tejas se enarbole fuera de los antiguos l?mites de la antigua provincia de Tejas. . . Sepa U. pues Sr. Corl. que si no retrocede del objetivo que me dice, que le lleva 85 Jos? Urrea a M. Arista, 15 de julio de 1840. AHSD, XI/481.3/1556, f. 82; Valent?n G?mez Farias a A. Canales, 15 de julio de 1840. AHSD,
XI/481.3/1556, f. 84.
86 Corl. D.H.W. Harness a A. Canales, B?jar, 26 de julio de 1840, en
Gaceta del gobierno de Tamaulipas, 28 de noviembre de 1840 y Telegraph and
Texas Register, 31 de agosto de 1842.
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al Laredo, tendr? que aucsiliarme de las tropas centrales. Este es el ?nico caso en que puedo dejar de ser federalista, porque el territorio y el honor nacional es sobre todo.87
Joseph M. Nance cree que esta carta nunca se envi? y que s?lo la escribi? Canales como parte de su plan de someterse a los centralistas. Curiosamente advierte que en esta carta no se menciona la Rep?blica del R?o Grande, olvidando que en ning?n documento se hab?a hecho.88 Es posible que no la haya recibido Harness, pues muri? en agosto 16; las cartas se conocieron despu?s de que los federalistas se rindieron. A nosotros nos parece l?gico que Canales se convenciera del peligro que hab?a aparejado su aventura federalista, lo que sumado a su impotencia contra el gobierno centralista al no llegar los refuerzos que esperaba de Anaya, procedentes de Yucat?n, lo fueron decidiendo a rendirse. Canales volvi? a San Patricio, tal vez a ponderar la situa ci?n texana que debe haberle parecido agravarse al enterarse, como Arista, de la presencia de la escuadra texana en la Ba rra del R?o Grande.89 Isidro Reyes lo busc? en Guerrero y Casa Blanca sin hallarlo, pues no repas? el R?o Bravo sino hasta el 21 de octubre. Mientras tanto Juan Molano y Samuel W. Jordan se aden traron decididos hacia Ciudad Victoria. A su paso, Molano declaraba restaurado "el orden constitucional federal",90 se apropiaba de las rentas del tabaco, papel sellado, diezmos y "cualesquiera otros que tengan" y segu?a adelante. Se pre sentaron as? por sorpresa el 29 de septiembre ante Ciudad Victoria y la tomaron. Molano organiz? un gobierno federa lista, tom? las rentas y el 6 de octubre se retir?. Seg?n pare ce, los texanos le hab?an exigido el saqueo y s?lo los pudo contentar prometi?ndoles el que pod?a ser m?s jugoso: Salti 87 Canales a D.H.W. Harness, Lipantitlan, 4 de agosto de 1840, en Ga
ceta del Gobierno de Tamaulipas, 28 de noviembre de 1840.
88 Nance, 1863, pp. 324-325. 89 Arista a Secretar?a de Guerra, Cuartel General en Arroyo Colora do, 30 de agosto de 1840. AHSD, XI/481.3/1548, f. 49. 90 "Juan Nepomuceno Molano al Sr. Prefecto de esta Ciudad", Li nares, 20 de septiembre de 1840. AHSD, XI/481.3/1548, f. 26.
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lio. Molano cobr? entonces conciencia tambi?n de lo irres ponsable que, en efecto, era el traer extra?os a suelo mexicano
y decidi? rendirse. Cuando Arista lo invit? a hacerlo, infor
m?ndole que Canales estaba pr?cticamente vencido, Mola
no puso como condiciones el olvido de los agravios de los dos a?os de levantamiento, que las fuerzas fueran admitidas en la defensa de la frontera, pago y carta de seguridad a todos.91
Arista le advirti? que ya antes se hab?an roto las pl?ticas por la insolencia de Canales y que hab?an hecho suficiente da?o al pa?s, al impedir que se realizara la expedici?n a Texas y obstaculizar la persecuci?n de los indios de guerra.92 La ren dici?n tuvo lugar frente a Saltillo, en una forma en que los texanos se sintieron traicionados; Jordan acus? a Molano de traici?n y ?l explic? que dados los problemas generados en Ciudad Victoria, cuando los texanos se enteraron que iba a tener una conferencia con los centralistas, "los extranjeros, sin m?s espera, rompieron fuego a los mexicanos con quie nes ven?an, lo que oblig? al Sr. Gral. Montoya a echarse sobre ellos".93 De cualquier manera, el d?a 28 en Saltillo se firma ron las "Condiciones" bajo las cuales se somet?an. Su primera declaraci?n era "somos mexicanos decididos amantes de nues
tra Patria y que jam?s hemos imaginado rebelarnos contra ella, ni menos reconocer la independencia de Texas".94 Arista de inmediato dio orden para que se incluyera a Ca nales. En la pl?tica preliminar afirm? "que no hay tal acta de independencia como ha cre?do el Gral. Arista".95 El 16 91 Arista a Molano, Victoria, 11 de octubre de 1840. AHSD, XI/481.3 /1550, f. 95 y Molano a Arista, Palmillas, 12 de octubre de 1840. AHSD,
XI/481.3/1550, f. 96. 92 AHSD, XI/481.3/1550, f. 99. 93 "J.N. Molano a los Editores", en El Ancla, Matamoros, 15 de marzo de 1841; Nance, 1963, p. 350, supone que Arista compr? a Mola
no con 100 000 pesos. Dada la pobreza del erario y lo elevado de esa can tidad resulta una imputaci?n absurda. 94 ''Condiciones bajo las cuales se someten a la obediencia del Supre mo Gobierno de la Naci?n, los mexicanos que forman la reuni?n al mando de J.N. Molano, Saltillo, 28 de octubre de 1840." AHSD, XI/481.3/1550, ff. 106-107. 95 Rafael Uribe a Isidro Reyes, Rancho de los Garc?as, 29 de octubre
de 1840. AHSD, XI/481.3/1550, f. 117.
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REP?BLICA DEL RIO GRANDE
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de noviembre se firm? el Convenio en C amargo. En ?l se afir
maba que
expuesta la frontera a la venganza de los extranjeros que la ame nazan, los federalistas de estos departamentos, sacrifican ante el gobierno supremo de su patria sus anteriores pretensiones para
sostener la dignidad y decoro de la Naci?n.
Adem?s de un olvido total, se garantizaron vida y propie dades; el gobierno asum?a las deudas contra?das por el que se llam? Gobierno provisional y el pago de los extranjeros, que adem?s pod?an regresar sin ser hostilizados, o bien en el caso de los europeos, se les buscar?a acomodo entre los mexica nos. Adem?s se prometi? la organizaci?n de un regimiento para la protecci?n de las villas del norte.96 El presidente lo aprob? el 25 de noviembre y el Ministerio de Guerra sugiri?
la conveniencia de que Canales viajara a la capital a infor mar sobre Texas, lo que ?ste har?a por escrito. En su infor me subray? la debilidad de Texas y su pobreza financiera y el que muchos texanos desearan ' 'volver a la obediencia de M?xico", idea que habr?a de causar la nefasta esperanza que conducir?a a no reconocer la independencia de Texas. Acon sejaba reorganizar las compa??as presid?ales y crear una
armada.97 C?rdenas y Canales se empe?aron en dejar claro que ha
b?an sido s?lo federalistas y no amigos de los texanos, aun que no fuera del todo exacto, si nos atenemos a la ret?rica utilizada. Canales adjunt? a Arista "unos documentos" que lo pondr?an "al tanto de que hemos sido, somos y seremos respecto a los t?janos",98 que seguramente estuvo constitui da por su correspondencia con el coronel Harness. Arista re 96 "Convenio bajo el cual han acordado el Corl. Cayetano Montero, Tte. Corl. J.M. Carrasco y Cap. Francisco Schiaffino por el Gral. Isidro Reyes y Corl. J.N. Marg?in, Comisario Manuel de la Villa y Rafael Quin tero por Antonio Canales. Orilla derecha del R?o Bravo, Camargo, 6 de noviembre de 1840." AHSD, XI/481.3/1522, ff. 149-151. 97 "Informe de A. Canales sobre el estado actual de Texas." Monte rrey, 29 de noviembre de 1840. AHSD, XI/481.3/1698, ff. 53-57. 98 J. C?rdenas al Gral. M. Arista, Los Olmitos, 2 de noviembre de 1840, en Gaceta del gobierno de Tamaulipas, 28 de noviembre de 1840.
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cibi? encantado las muestras de adhesi?n de los federalistas porque significaban "la paz en la frontera, la reivindicaci?n de U. y de todos los mexicanos que le siguen y el principio o base de la campa?a de Tejas para recobrar el honor nacio
nal ofendido".99 Casi no se volvi? a hablar de la Rep?blica del R?o Gran de100 hasta despu?s de las batallas de Palo Alto y Resaca de Palma; ocupada Matamoros, los norteamericanos empe zaron a publicar el semanario biling?e Rep?blica del R?o Gran
de, dedicado a mostrar
la opresi?n y corrupci?n de nuestro gobierno y la oportunidad que se ha presentado por el avance de las tropas americanas de mejorar nuestra condici?n, no s?lo pol?tica, sino socialmente.101
El semanario hac?a una propaganda abierta de valores e instituciones norteamericanas. El propio Canales escribir?a al entonces presidente, Paredes y Arrillaga, sobre los hechos de las fronteras: la actuaci?n infortunada de Mej?a, el avan ce de los 17 000 norteamericanos y la necesidad de recursos para que sus escuadrones pudieran seguir hostilizando al ene migo. El "reservado" final dejaba traslucir las ofertas de los invasores y Canales volv?a a hacer uso de su vieja t?ctica y
le anunciaba:
Si no tiene U. de pronto fuerzas disponibles para contener esta irrupci?n, perm?tame q. yo adopte el medio q. me parezca mien
tras U. lo arregla todo. . . A m? nada se me atora con tal que 99 M. Arista a A. Canales, Cadereyta, 6 de noviembre de 1840, en Ga ceta del gobierno de Tamaulipas, 12 de diciembre de 1840. 100 El agente brit?nico en Texas le escribi? al conde Aberdeen que "A scheme seems in project by Arista to form a Republic of Rio Grande by
joining the contiguous province to Mexico, to Texas." Es posible que la colaboraci?n del grupo Canales, Molano, C?rdenas con el general Arista en la defensa de la frontera haya despertado las esperanzas en Texas de que Arista estuviera de acuerdo con el viejo sue?o de una Rep?blica de los estados cuya defensa ?l organizaba. Elliott a Aberdeen, Houston, 6 de marzo de 1845. Aberdeen Papers. British Library, Londres, vol. lxxxviii,
f. 28.
101 Rep?blica del Rio Grande, i:2, Matamoros, 6 de junio de 1846.
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REP?BLICA DEL RIO GRANDE
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mi Patria gane. De este principio puede U. partir seguro de que conozco el riesgo que corre la raza mejicana, si se deja vencer por la Angloamericana. . . Es preciso defendernos a todo trance y mientras la fuerza no pueda que valga la astucia. Los enemi gos prometen respetar nuestro territorio, si reclam?ndonos indepen
dientes nos constituimos bajo una forma de gob. an?loga a la de los EEUU. ?Por q. pues no lo hacemos para que no avancen? Entre tanto U. equiparar? y reunir? fuerzas numerosas. . ,102
La invasi?n no pudo ser detenida y el desenlace que mu chos tem?an vio a la rep?blica encogerse con el Tratado de Guadalupe. No obstante, los expansionistas norteamericanos no quedaron satisfechos y se multiplicaron los proyectos de filibusterismo y de patrocinio de secesi?n. As? apareci? una nueva versi?n del viejo proyecto de la Rep?blica del R?o Gran de. Al tiempo de la reinstalaci?n de los poderes en la capital, Francisco de Arrangoiz informaba desde Nueva Orleans: le prevengo que por aqu? se dice con alg?n fundamento que han llegado comisionados de Tampico para llevar a ejecuci?n el plan, tiempo hace concebido de establecer la Rep?blica de Sierra Madre, comprendiendo el estado de Tamaulipas y otros. . . ha queda do todo convenido, que tienen ya enganchados mil americanos y sus correspondientes oficiales de los venidos y licenciados de M?jico, que el jefe principal de todo ser?a el Gral. Shields, muy querido en aquellos estados, y que los principales del pa?s y ha cendados ricos est?n conformes.103
Para el mes de septiembre aparecieron notas en la prensa "delatando los planes liberticidas de una facci?n que con im prudente descaro trabaja en Nueva Orleans para formalizar la atrevida empresa de invadir nuestro territorio y formar en
?l una nueva Rep?blica que titulan Sierra Madre".104 Seg?n 102 Antonio Canales al Gral, presidente Dn. Mariano Paredes y Arri llaga, Campo del Az?car, 28 de junio de 1848. AMPA, carpeta 47, f. 210. 103 Francisco de Arrangoiz a Mariano Riva Palacio, Nueva Orleans,
30 de junio de 1848. PMRP, Carpeta 162, f. 2799. 104 "Jos? Cayetano Montoya, Gral, de Brigada, Comandante Gene ral del Estado Libre y Soberano de Tamaulipas", Ciudad Victoria, sep tiembre de 1848, hoja volante.
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don Luis de la Rosa "en la realizaci?n de este proyecto tra bajan muchos americanos que han quedado en Tamaulipas o que han venido del norte, despu?s de hecha la paz".105 M?s tarde juzgaba que "la elevaci?n del Gral. Taylor ser? muy favorable a los intereses de M?jico y que frustrar? los
proyectos de los que intentaban formar la Rep?blica de la Sie rra Madre",106 los resultados negativos tal vez le acrediten como buen observador del escenario norteamericano.
La permanencia del intento desde el exterior convirti? al proyecto en una buena arma pol?tica. Luis del Refugio Gar c?a delatar?a a Francisco Vital Fern?ndez, el gobernador y pol?tico tamaulipeco, como autor al tiempo que acusaba a Ca nales de intento semejante.107 Otras acusaciones se?alaron a Jes?s C?rdenas, gobernador de Tamaulipas en 1849, en con nivencia con Jos? Mar?a Carvajal y algunos texanos. Y como C?rdenas y Canales se identificaron, a partir de su rendici?n en 1841 con Arista, no dej? de tocarle a ?ste tambi?n la acu saci?n. Lo cierto es que la nueva frontera provoc? una ines tabilidad en esa zona que patrocinar?a nuevas se?ales de des contento, como el Plan de la Loba, pronunciado por el viejo federalista Jos? Mar?a Carvajal en septiembre de 1851. Carva jal, adem?s de aludir a viejos argumentos federalistas, utiliz? texanos en sus ej?rcitos, por lo que a su movimiento eminen temente arancelario que pretend?a la liberaci?n de la frontera,
se le relacion? tambi?n con la fundaci?n de la ya legendaria rep?blica.108 No ser?a sino hasta entrada la d?cada de 1850 cuando el tema adquiriera su tal vez verdadera dimensi?n, relacion?ndosele con los proyectos filibusteros.109 105 Luis de la Rosa a J.M. Luis Mora, M?xico, 12 de septiembre de 1848. AJMLM, carpeta 128, f. 76. 106 Luis de la Rosa a J.M. Luis Mora, Washington, 30 de noviembre de 1848. AJMLM, carpeta 128, ff. 119-120. 107 Luis del Refugio Garc?a, ''Apuntes sobre D. Franco Vital Fernz, y otros traidores que persisten en el execrable proyecto de la Rep?blica de
Sierra Gorda, R?o Bravo, etc., cuyo t?rmino fuera anecsacion a los E.E.U.U. siguiendo el ejemplo de Tejas, etc.", M?jico, 26 de abril de 1849. PVGF, carpeta 56, f. 3118. 108 Zorrilla, 1980, pp. 529-542. 109 Casimiro G?mez Farias a su padre, Matamoros, 13-15 de julio de 1853. PVGF, carpeta 57, f. 3590.
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A nosotros no nos queda duda de que la idea de la Rep?
blica del R?o Grande naciera entre los texanos y sus partida rios como un mecanismo de defensa para la endeble rep?bli ca. El deseo se proyect? sobre el movimiento federalista que no intentaba otra cosa que fundar un gobierno "provisional", como lo hac?an todos los de su tipo. Juan Pablo Anaya corri gi? el malentendido, sin que ello detuviera la propaganda te
xana que Canales dej? correr, necesitado como estaba de
apoyo y con la mentalidad de "mientras la fuerza no pueda, que valga la astucia", expl?cita en su carta a Paredes en 1846. Interrumpida la historia de la supuesta rep?blica en noviem bre de 1840, al rendirse los federalistas, cobrar?a nueva vida al contacto con el expansionismo avasallador de la invasi?n norteamericana a M?xico, el cual al ver frustradas sus ambi ciones de extenderse hasta la Sierra Madre, remodelar?a la vieja idea en la Rep?blica de la Sierra Madre la de la Sierra Gorda, donde existi? un levantamiento ind?gena que pod?a utilizarse. Es muy posible que entonces, como ahora, hubie ra mexicanos imprudentes que simpatizaran con la idea, pero el secesionismo no lleg? a tomar forma y dentro del pa?s se convirti? en arma de desprestigio partidista. De haber existi do algo m?s tangible, no cabe duda que lo hubieran aprove chado los filibusteros de las d?cadas de los cincuenta.
SIGLAS Y REFERENCIAS AELZ Archivo Estatal Lorenzo de Zavala, Austin. AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico, D.F. AHSD Archivo Hist?rico de la Secretar?a de la Defensa Na cional, M?xico, D.F. AJMLM Archivo Jos? Mar?a Luis Mora, Benson Latin Ameri can Collection, Austin, Texas.
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Manifiesto 1839 Manifiesto que el ciudadano Anastasio Bustamante dirige a sus compatriotas como general en Jefe del Ej?rcito de operaciones sobre
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Rodr?guez Puebla, Juan 1838 "Tres d?as en el Ministerio". M?xico, I. Cumplido, 17 de diciembre, hoja volante.
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LA POL?TICA DEL FEDERALISMO EN NUEVO M?XICO (1821-1836) Mart?n Gonz?lez de la Vara UNAM 1, Las estructuras pol?ticas
El 26 de diciembre de 1921 lleg? a Santa Fe de Nuevo M?xico
la noticia de la entrada de las fuerzas trigarantes a la ca pital del entonces Imperio Mexicano. En aquella lejana pro vincia, la consumaci?n de la independencia fue celebrada con grandes muestras de alegr?a y una serie de festejos como ba les, misas solemnes, discursos, etc., que se prolongaron por m?s de una semana. Escrib?a entonces el gobernador Facun
do Melgares:
No tiene lugar la pluma para significar el crecido placer y gran de patriotismo que se desarroll? en Santa Fe en esta ocasi?n, pues tanto los o?dos del tierno parvulito, como los del tr?mulo anciano, solamente se empleaban en escuchar los discursos con los que se alababan a nuestro Libertador y a su campa?a.1
Pese al entusiasmo demostrado entonces, los nuevos me xicanos se hab?an caracterizado por su regalismo. Durante la gesta independentista, la provincia no fue tierra f?rtil para
ning?n levantamiento ni se dio en ella acci?n b?lica alguna, s?lo se tiene una noticia incierta sobre una conspiraci?n fra guada por vecinos de la villa de Albuquerque a principios de 1814. Al parecer Antonio Armijo y Dionisio Vald?s organi zaron a un peque?o grupo de ciudadanos para que apoyaran a otros movimientos insurgentes que sobreviv?an en el norte 1 Gaceta Imperial, 23 de marzo de 1822, pp. 82-83. V?anse las explica ciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
HMex, xxxvi:l, 1986 81
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MARTIN GONZALEZ DE LA VARA
del virreinato, pero el gobernador de la provincia, Alberto M?ynez, logr? aprehenderlos antes de que pudieran estable cer concretamente sus planes de acci?n.2 Despu?s de la promulgaci?n del Plan de Iguala, de su adop ci?n casi un?nime en todo el virreinato, y ante la inminencia de la separaci?n pol?tica de Espa?a, la provincia comenz? a establecer ciertas relaciones con las tropas de Iturbide. Ir?ni camente, fue a uno de los funcionarios m?s apegados a la causa
realista a quien le toc? vivir y sancionar el cambio de pode res, del espa?ol al mexicano. En los primeros a?os del siglo, Facundo Melgares se hab?a distinguido por su celo militar al aprehender a un buen n?mero de contrabandistas y explo radores que atosigaban Nuevo M?xico, entre ellos al propio Zebuion Pike. En 1820 obtuvo la gubernatura de la provin cia, en la que se mantuvo leal a la Corona hasta septiembre de 1821, cuando ya era previsible el colapso del virreinato
decidi?, presionado por el comandante general de las Pro vincias Internas de Occidente, adherirse al Plan de Iguala. Casi todas las alcald?as de la provincia juraron la indepen dencia entre el 8 y el 16 de septiembre siguiendo sus instruc ciones.3 El 30 de noviembre recibi? Melgares la noticia de la consumaci?n de la independencia, pero a?n pudo mante nerla oculta por m?s de tres semanas. Finalmente, y a su pesar,
la dio a conocer a los santafesinos en una ?poca en que las festividades oficiales se pod?an unir con facilidad a las cele braciones religiosas de fin de a?o.
La separaci?n del Imperio espa?ol pon?a en condiciones
especialmente favorables al ?nico sector de la sociedad nuevo mexicana que ostentaba cierto grado de concientizaci?n pol?tica
e indudable poder econ?mico: los hacendados, comerciantes y empleados p?blicos de las villas de Santa Fe y Albuquerque. La cercana posibilidad de que Nuevo M?xico adquiriera cierta autonom?a en el manejo de sus asuntos internos le asegura r?a a esta ?lite regional una condici?n de supremac?a sobre la provincia, de la que no hab?an podido gozar cabalmente en los tiempos de la colonia debido a su relegaci?n de los pues 2 Davis, 1982, p. 83. 3 Weber, 1973, pp. 35-42; AHDN, 481.3/204, f. 43.
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tos administrativos de mayor importancia. Una vez desvanecido el ambiente festivo, el gobernador Melgares, a quien se ratific? en el cargo, comenz? a tomar las primeras medidas pol?ticas del nuevo r?gimen. En el trans
curso de enero de 1822 convoc?, sin autorizaci?n alguna de las nuevas autoridades nacionales, a 40 electores para que pro cedieran de inmediato al nombramiento de los siete miem bros de que constar?a la diputaci?n provincial, que a su vez elegir?a a un diputado ante el Congreso nacional.4 El gober nador se basaba en la legislaci?n que las Cortes espa?olas de 1812 y 1820 hab?an expedido, y que se consideraba todav?a en vigor, y no ve?a ninguna contradicci?n en iniciar las acti vidades de dicha asamblea ya concluido el dominio espa?ol. Apenas se hab?a integrado y comenzado a sesionar, cuan do la diputaci?n busc? su reconocimiento oficial enviando una carta al Congreso Constituyente, misma que fue recibida el 4 de marzo. Por el momento, el ministro universal Jos? Ma nuel de Herrera contest? de conformidad, mientras que el Congreso aguard? la llegada a su seno del diputado nuevo mexicano Francisco P?rez Serrano y Aguirre para felicitar a toda la provincia por la diligencia con que hab?a procedido para elegir a sus representantes.5 De todas formas, se consi der? todav?a provisional la admisi?n de P?rez Serrano en el recinto parlamentario, puesto que la situaci?n legal de Nuevo M?xico a?n no se hab?a regularizado, pero se esperaba que as? ser?a con la promulgaci?n de una constituci?n. Este ' Vicio
de origen" de la diputaci?n nuevomexicana obstaculiz? su
trabajo dentro de la provincia e incluso hasta en 1827 se puso en duda su legitimidad. En los primeros meses de vida independiente de nuestro pa?s, el incipiente grupo de pol?ticos de la provincia se inte res? por establecer y mantener ciertos v?nculos permanentes
con sus colegas capitalinos y de las dem?s provincias y, por principio, tomaron como propia la causa del partido iturbi
dista. De esta forma, en diciembre de 1822 se celebr? en Santa
Fe la coronaci?n de Iturbide como emperador de M?xico con 4 Weber, 1982, pp. 19-20. 5 AGNM/G, caja 54, exp. 8.
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mayor pompa que la misma independencia y, al enterarse de la sublevaci?n republicana de Santa Anna y de la firma del Plan de Casamata, la diputaci?n provincial envi?, presiona da por el gobernador Jos? Antonio Vizcarra, un voto de con fianza a Agust?n I cinco d?as despu?s de que ?ste ya hab?a
abdicado. Dos meses despu?s, los nuevomexicanos recibie
ron la noticia del triunfo de los republicanos, y fue tambi?n
Vizcarra quien mand? la adhesi?n de la provincia al nuevo gobierno nacional.6 La enorme distancia que hab?a entre la
ciudad de M?xico y la provincia de Nuevo M?xico, se conver tir?a, desde entonces, en uno de los m?s grandes obst?culos para el entendimiento de los gobiernos nacional y provincial. Asimismo, la posterior inestabilidad que vivi? el pa?s, sobre todo a partir de 1829, ya no permiti? que se reforzaran las tenues relaciones que se hab?an logrado establecer entre los pol?ticos locales y los capitalinos. Con la reinstalaci?n del Congreso Constituyente a princi pios de 1823 comenz? un largo e important?simo debate para establecer el estatus legal de las diversas regiones del pa?s. Los
diputados nuevomexicanos esperaban que se les admitiese
como representantes de un estado para conseguir la autono m?a pol?tica que les permitiera la consolidaci?n de la ?lite de la cual formaban parte; sin embargo, la mayor parte de los diputados federales consideraban a Nuevo M?xico como una provincia incapaz de gobernarse a s? misma, aun en sus asun tos internos, por su despoblaci?n, falta de recursos e inexpe riencia pol?tica. El Acta Constitutiva de los Estados Unidos
Mexicanos de principios de 1824 contemplaba a Nuevo M? xico como una parte del gigantesco Estado Interno del Norte
junto con Chihuahua y Durango.7 Este acuerdo fue poste
riormente rechazado por las tres provincias, sobre todo por las dos ?ltimas, entre las que hubo fuertes fricciones por el derecho a erigirse como la capital estatal. El segundo diputa do nuevomexicano, Jos? Rafael Alarid, sigui? trabajando por su parte para conseguir la designaci?n de estado para su pro vincia. El Congreso a mediados del a?o comenz? a desmem 6 Weber, 1982, pp. 19-20. 7 Bancroft, 1888, p. 310.
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brar a las partes del Estado Interno del Norte, y el 6 de julio expidi? un decreto concluyente: Nuevo M?xico ser?a admiti do en la reciente federaci?n como territorio.8 Finalmente, la Constituci?n federal de 1824 ratific? el decreto anterior y fij? los l?mites norte?o y sure?o de Nuevo M?xico en los r?os Ar
kansas y Bravo hasta la altura de la villa de El Paso, dejando indeterminadas las fronteras oriental y occidental. Estos movimientos legales significaban en la pr?ctica para los nuevomexicanos que se les respetar?a el derecho de elegir una diputaci?n territorial tal cual lo hab?an hecho, pero ten dr?an que aceptar la designaci?n de un gobernador ?tambi?n llamado jefe pol?tico? y ?sta la har?a el presidente de la Re p?blica y el Congreso sancionar?a. Resultaba, pues, de gran importancia deslindar los poderes y responsabilidades entre la asamblea y la jefatura pol?tica, pensando que la primera instituci?n era una garant?a de la autonom?a en el manejo de los asuntos internos que los nuevomexicanos buscaban. El gobierno nacional ni entonces ni despu?s expidi?, como se propuso, una legislaci?n especial para los territorios, de jando el campo abierto para un seguro conflicto. Se esperaba que la diputaci?n local ser?a el l?gico contra peso de los amplios poderes que los gobernadores ostentaban desde la ?poca colonial, as? como la ?nica forma de protec ci?n de los intereses del territorio frente a los de la naci?n.
Seg?n el decreto de creaci?n de las diputaciones provincia les, expedido por las Cortes el 23 de junio de 1813, estas asam bleas ten?an poderes sobre la recaudaci?n fiscal y su gasto den
tro de su jurisdicci?n, la construcci?n de obras p?blicas, el incremento de la econom?a regional, la apertura de escuelas
y la administraci?n del vicepatronato regio sobre el clero local.
En todo esto la diputaci?n territorial de Nuevo M?xico se
sent?a heredera de la legislaci?n hispana, aunque no se hab?a formado dentro de los cortos periodos constitucionales que le correspond?an. Por otra parte, en todos estos aspectos, la costumbre y las leyes mexicanas dejaban la decisi?n ?ltima
al gobernador.9
8 Dubl?n y Lozano, 1876-1904, i, pp. 709-710. 9 Weber, 1975, p. 307.
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De hecho, la diputaci?n territorial fue controlada por al rededor de 20 familias pudientes que monopolizaron todos los cargos de representantes, pero no lleg? a ser un organismo
con poder significativo dentro de la administraci?n territo rial, comenzando entonces a funcionar como un mero ap?n dice consultivo de los jefes pol?ticos, quienes en su mayor parte eran nativos de Nuevo M?xico y miembros del cerrado grupo
de pol?ticos locales al que pertenec?an los diputados. Duran te el tiempo de la Rep?blica federal, esta asamblea no goz? de todos los poderes que pretend?a y, sobre todo, no tuvo ac ceso directo a la administraci?n del presupuesto. De esta forma, ni siquiera contaba con alguna clase de ayuda econ? mica para los diputados; los que resultaban elegidos ten?an que costearse su viaje y estancia en Santa Fe, y quien obte n?a el nombramiento de diputado federal frecuentemente se ve?a obligado a contratar pr?stamos para viajar a la ciudad de M?xico para incorporarse al Congreso. En 1826 la legis latura territorial propuso al jefe pol?tico, y luego al Congre so, establecer para su propio mantenimiento una contribu ci?n especial sobre la propiedad, que fluctuara entre 1 y 4 pesos anuales, pero este gravamen no fue autorizado y los di putados siguieron sufriendo estrecheces econ?micas.10 Estan do tan vigilada por el gobernador, y como los ayuntamientos y alcald?as se ocupaban de algunas de sus pretendidas fun ciones ?la supervisi?n de las escuelas y la adjudicaci?n de mercedes de tierras?, la diputaci?n se limit? a la supervi si?n y apoyo de la educaci?n p?blica en la capital del territo rio y a la mera ratificaci?n de mercedes a comunidades y par
ticulares.
En 1831 el padre Jos? Antonio Mart?nez, miembro de la
asamblea en repetidas ocasiones, present? una queja a la
misma diputaci?n, que despu?s fue suscrita por todos los di putados y turnada al Congreso Nacional. Esta Representaci?n alegaba justamente que la diputaci?n territorial carec?a de los poderes necesarios para arreglar los problemas de la entidad y que la falta de una frontera clara entre sus responsabilida des y las de gobernadores, alcaldes y ayuntamientos condu 10 AGNM/G, caja 54, exp. 9, ff. 2-4.
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c?a a duplicar las funciones, de manera que la asamblea bien pod?a desaparecer sin que se alterara la vida p?blica de Nuevo M?xico.11 Otro testimonio contempor?neo, el del licenciado
Antonio Barreiro, asesor judicial del territorio, afirmaba tambi?n que el poder de la diputaci?n "era nulo e insigni ficante".12 En contra de lo que podr?a esperarse, los intereses de los jefes pol?ticos que se asignaron al territorio rara vez respon
d?an a los del gobierno nacional, ya que la mayor?a eran
nuevomexicanos y estaban comprometidos con diversos gru pos de la entidad. Por lo general un diputado federal ten?a amplias posibilidades de darse a conocer en el mundillo pol? tico de la capital nacional y frecuentemente regresaba a su tierra con el nombramiento de jefe pol?tico. El licenciado Ba rreiro notaba que esta facultad del ejecutivo era ciertamente muy funesta y perjudicial, pues abre la puerta al aspirantismo, para que hombres tal vez sin m?rito, y s?lo por
el empe?o e influjo puedan colocarse.13
En realidad, este sistema de elecci?n directa pod?a moti var la corrupci?n, pero como de hecho la mayor?a de los go bernadores eran nuevomexicanos y el presupuesto del terri torio muy exiguo, no hab?a manera de que un funcionario pudiera enriquecerse notablemente. Dos factores que deses tabilizaban la funci?n de los jefes pol?ticos eran el alejamien to de la capital del pa?s y el continuo atraso de sus sueldos, un problema que se volvi? un vicio cr?nico de la administraci?n
federal. No era nada raro que se desconocieran por completo los hechos pol?ticos que se suced?an en la ciudad de M?xico o que incluso los propios gobernadores tuvieran problemas para cobrar los 4 000 pesos anuales de sueldo que les corres
pond?an. En el a?o de 1827, por ejemplo, la falta de pago caus? la renuncia de Antonio Narbona y el abandono tem
poral de la jefatura pol?tica por parte de Manuel Armijo, quien 11 Weber, 1975, pp. 310-315. 12 Barreiro, 1832, p. 28. 13 Barreiro, 1832, p. 28.
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se retir? a Albuquerque para evitar, seg?n dec?a "la deca
dencia de mis cortos intereses".14 Se podr?a pensar que este problema invitaba a los funcionarios for?neos, que no ten?an medios de vida en el territorio, a cobrarse su sueldo directa mente del presupuesto, pero en realidad se dieron pocos casos comprobados de corrupci?n por parte de los gobernadores, y ?stos se refieren a funcionarios nativos. Los poderes de los jefes pol?ticos abarcaban pr?cticamente todos los ramos de la administraci?n p?blica, qued?ndoles vedado ?nicamente el militar, aunque era tambi?n com?n que se unieran ilegalmente en una sola persona los cargos de jefe pol?tico y comandante principal, como en los propios casos de Narbona y Armijo. La supervisi?n de la marcha de la ad
ministraci?n territorial y la comunicaci?n constante con el go
bierno federal eran pr?cticamente las ?nicas obligaciones del gobernador; sin embargo, con frecuencia las labores admi nistrativas y pol?ticas dentro de Nuevo M?xico se llevaban a cabo con indiferencia frente a los problemas de la pol?tica nacional y a las disposiciones legislativas expedidas en la ciu dad de M?xico. De esta manera, el territorio no particip? en las elecciones presidenciales de 1824 y 1829, y simplemente se adhiri? a planes rebeldes como los de Jalapa o Cuernava ca cuando era evidente el triunfo de los movimientos que los sustentaban.15
Sin duda alguna el punto m?s delicado y vigilado de la ad ministraci?n territorial era el de hacendario. A finales del siglo
XVIII y principios del XIX las ?nicas entradas efectivas de la Corona espa?ola se reduc?an a la existencia irregular de va rios estancos y al impuesto de la media annata que s?lo pa gaba el gobernador de la provincia. El gobierno mexicano, en los primeros a?os de su vida independiente, comenz? a recortar sus ingresos aboliendo algunos monopolios, arrog?n dose s?lo los de la p?lvora, el papel sellado y la sal. De ellos ?nicamente el primero funcion? con cierta eficacia, pues la distribuci?n del papel sellado era muy deficiente y rara vez era surtido con regularidad a Nuevo M?xico, y las salinas es 14 AGNM/G, 2a. secci?n, 827-830 (1), (1), (51). 15 AHDN, 481.3/683, ff. 82-88v.; Bancroft, 1888, p. 314.
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taban tan a la mano de quien quisiera explotarlas que se re putaban como de propiedad comunal. Adem?s, el r?gimen mexicano hered? de la administraci?n espa?ola una pol?tica especialmente proteccionista hacia este territorio. Un decre to del 21 de julio de 1823 reiteraba a la entonces todav?a pro vincia el privilegio de la suspensi?n por siete a?os del pago de la alcabala a sus productos que se comercializaran en el inte rior del pa?s, para aumentar su competitividad y estimular la formaci?n de un mercado nacional.16 Posteriormente, otros decretos de 1830, 1838 y 184517 renovaron esta misma exenci?n fiscal, de forma que los nuevomexicanos en princi pio no se tuvieron que preocupar por el pago de este impuesto.
Los ingresos aduaneros, recaudados con el lucrativo co
mercio internacional que se desarroll? entre Santa Fe y algu nas ciudades de Missouri, se convirtieron pronto en el n?cleo del presupuesto territorial. Los derechos de internaci?n y con
sumo que se cobraban a los comerciantes extranjeros sufrie ron grandes variaciones, pero en promedio correspond?an a la cuarta parte del valor de las mercanc?as importadas, y se constituyeron, de hecho, en los ?nicos ingresos seguros con que contaba Nuevo M?xico. Por ello fue el ramo hacendario uno en los que el gobierno nacional puso su mayor atenci?n. En 1824 entr? en funciones una aduana terrestre en Santa
Fe, y de inmediato comenz? a cobrar los impuestos de im portaci?n aunque no estaba autorizada para hacerlo.18 Al mismo tiempo, en la misma villa se estableci? una comisar?a sustitu?a, dependiente de la comisar?a general de Chihuahua. En los primeros a?os, la principal irregularidad que existi? en la nueva aduana fue cierta complacencia con los extranjeros
para el pago cabal de sus impuestos, ya que los nuevomexi canos estaban interesados en estimular el desarrollo del co mercio internacional que entonces ya se hab?a establecido fir memente. De esta manera, apenas se quedaba en la aduana un 5% del valor total de las mercader?as importadas.19 16 17 18 19
AGNM/G, exps. 21, 26. Bork, 1944, p. 40; Sandoval, 1978, p. 124. AGNM/AHH, vol. 89, f. lOlv. Las comparaciones se realizaron con base en los datos de recauda
ci?n que aparecen en las Memorias del Ministerio de Hacienda y las cifras del
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En 1826 se acus? de corrupci?n al subcomisario y adminis trador de correos, Juan Bautista Vigil, en parte por los malos manejos que realiz? en su oficina, pero esencialmente por unir
se a los comerciantes chihuahuenses que luchaban contra sus colegas nuevomexicanos por el control del comercio de Santa Fe.20 Vigil permaneci? encarcelado dos a?os y retirado de la pol?tica local hasta 1846. Durante una d?cada ese puesto se le confi? al prestamista Agust?n Duran. Paulatinamente, seg?n se iba haciendo m?s notorio el re traso de los subsidios que el gobierno central enviaba a Nuevo M?xico, los administradores comenzaron a aplicar m?s rigu rosamente las leyes fiscales. De todas formas, una compara ci?n entre el valor de las importaciones y las recaudaciones de la comisar?a sustitu?a muestra que realmente s?lo se co braba cerca del 10% del valor del comercio internacional, es decir, menos de la mitad de lo estipulado legalmente.21 Varias eran las causas de este descuido. El n?mero de em
pleados era muy corto y el comisario sustituto, que se envia ba desde Chihuahua, no pod?a desempe?ar eficazmente todas las funciones que se le confer?an; luego, no exist?an almacenes
adecuados para el dep?sito de las mercanc?as decomisadas a los contrabandistas y ?stas se dejaban en casas particulares que no contaban con las medidas de seguridad necesarias para evitar un atraco, y de hecho se registr? cuando menos un asalto
a un almac?n improvisado.22 Seg?n Barreiro, se necesitaba contratar a varios empleados m?s que gozaran de un sueldo suficiente que los alejara de la necesidad de corromperse y ubicar a la comisar?a sustitu?a en locales adecuados. Adver t?a adem?s que estos nuevos gastos pod?an pagarse con el arriendo a particulares de las salinas del ?erri?orio, que de por
s? no produc?an ninguna u?ilidad al erario.23 volumen del comercio de Moorhead, 1958, pp. 63-64; Gregg, 1958, p.
332.
20Bork, 1944, p. 43; AGNM/G, vol. 6, exp. 63, f. 2, 1828;
AGNM/G, vol. 54, exp. 8. 21 Vid. supra, nota 19.
22 Este asalto al dep?sito aduanal lo llev? a cabo el norteamericano Ewing Young en 1827. Su juicio en ASREM, 2-11-2721. 23 Barreiro, 1832, pp. 36-38.
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Aunque ninguna de estas mejoras pudo llevarse a cabo, los gobiernos federal y territorial encontraron otros sistemas
para allegarse los recursos necesarios para su funcionamien to. En agosto de 1824 la diputaci?n local expidi? un decreto que facultaba al gobernador para que, en casos de emergen cia financiera, dispusiera del dinero reunido por el recauda dor de diezmos en calidad de pr?stamo.24 As?, el diezmero pas? a ser una pieza fundamental dentro de las actividades de la comisar?a sustituta, y era ?l quien frecuentemente pa gaba, ya sea en especie o efectivo, algunos gastos de defensa y administraci?n en el territorio. El gobierno federal tambi?n busc? v?as extraordinarias para
conseguir el dinero que le permitiera cubrir su enorme d?fi cit. Adem?s de que una parte sustancial de los ingresos adua
neros se remit?a regularmente a la ciudad de M?xico, eran cons tantes los pr?stamos forzosos que Nuevo M?xico se vio obliga
do a cubrir. Entre 1828 y 1829, por ejemplo, de la subcomi sar?a de Santa Fe salieron 28 000 pesos para gastos especiales de la Secretar?a de Guerra y Marina, m?s un donativo para la construcci?n de la fragata "Tepeyac". Y en 1832 se expi di? un decreto que estableci? una cuota de dos reales como alcabala para los carneros que se comercializaran fuera del territorio, contradiciendo otro dado s?lo dos a?os antes.25 Aunque estas medidas lograron los ingresos que el gobierno central consigui? de Nuevo M?xico, este territorio nunca re sult? autofinanciable debido a los altos gastos militares que se deb?an cubrir por la secretar?a del ramo. Durante el tiempo de la Rep?blica federal las recaudacio nes de la aduana santafesina fueron creciendo paulatinamente hasta que, a mediados de la d?cada de los treinta, oscilaban regularmente entre los 25 000 y 35 000 pesos. Estas entradas se dedicaban a diferentes ramos; por ejemplo, los ingresos del a?o fiscal 1831-1832 ascendieron a 35 706 pesos, pero sus egre
sos llegaron al orden de los 32 392 pesos, entre gastos de ad ministraci?n, un complemento del subsidio para gastos mili 24 Tyler, 1970, p. 83. 25 Tyler, 1970, pp. 91-92; Dubl?n y Lozano, 1876-1904, il, pp. 147 148 y 453-454.
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?ares y un "situado" que se enviaba al gobierno federal, que importaba m?s de la mi?ad de es?os egresos.26 Pese a los cons?an?es rumores sobre el mal manejo de los fondos p?blicos, fue has?a 1835 que se dio un nuevo caso de corrupci?n. En ese a?o, se acus? ?an?o al gobernador Fran cisco Sarracino como al subcomisario Agus??n Duran de fraude
a la Hacienda P?blica, e incluso fueron arres?ados y juzga dos por malversaci?n de fondos y por cobrar ilegalmen?e una mul?a de 1 000 pesos a dos sacerdo?es espa?oles afec?ados por la ley de expulsi?n de 1829, aunque poco ?iempo despu?s fue ron dejados en libertad.27 La ins?auraci?n del centralismo a finales de 1834 ?rajo im por?an?es reformas fiscales que buscaban aumen?ar la recau daci?n de la Hacienda P?blica y que afec?aron fuer?emen?e la adminis?raci?n del ramo en Nuevo M?xico. Apenas el 11 de diciembre de 1835, animado el Excmo. Sr. Presiden?e [Sania Anna] de los m?s vivos deseos de evi?ar el con?rabando que se hace en el es?ado de Chi huahua . . . pues es nolorio que por esas partes se es??n haciendo cuan?iosas in?roducciones de efec?os sin pagar derecho de nin guna clase de los es?ablecidos, causando posi?ivo perjuicio, no s?lo a la Hacienda P?blica, sino al comercio de buena fe,
se mandaron es?ablecer dos nuevas aduanas en Taos y en San Miguel del Vado. Pos?eriormen?e, un decre?o del 25 de abril
de 1836 desau?oriz? a la aduana de Sania Fe, cuyas funcio nes ?e?ricamen?e ser?an absorbidas por los dos nuevos es?a blecimien?os,28 pero en la pr?c?ica ?s?os se abrieron has?a mediados de 1838, por lo que ?oda la adminis?raci?n adua nera qued? confinada en la capi?al. El rengl?n de la adminis?raci?n judicial era uno de los m?s descuidados del ?erri?orio. En un principio iodo Nuevo M? xico depend?a, para los casos criminales y civiles de segunda
26 Desafortunadamente s?lo se encuentran en el Archivo Hist?rico de Hacienda los cuadernos de cargo y data de la subcomisar?a de Santa Fe para los a?os de 1830 a 1832. AGNM/AHH, exp. 1167, vol. 2, f. 2. 27 AGNM//, vol. 130, ff. 346-355. 28 AGNM/AHH, vol. 89, ff. 90-98.
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instancia, del juzgado de circuito de Parral, Chihuahua, y no se pod?a encontrar ning?n abogado para que se llevaran regularmente los juicios. En 1826, cumpli?ndose el decreto correspondiente del 20 de mayo de ese mismo a?o, se esta bleci? un juzgado de letras, tambi?n en Santa Fe, y se le asign?
un juez con un sueldo anual de 2 000 pesos.29 Aun as?, era muy dif?cil que los procesos se desarrollaran de manera ade
cuada, ya que, adem?s de que por varios a?os no se cont? con ning?n escribano,30 la mayor?a de los nuevomexicanos habitaban en zonas muy alejadas de la capital del territorio y acostumbraban mejor dirigirse a los jueces de paz que hab?a en casi todas las poblaciones, siendo las ?nicas autoridades judiciales efectivas, pero in?tiles en los casos de delitos graves.
Otra dificultad era la necesidad de viajar a Parral o a la ciudad de M?xico cuando se procuraban acuerdos de segun da o tercera instancia. Para resolver, cuando menos en los primeros casos, la gran traba que significaba la distancia, el ministro de Justicia y Negocios Eclesi?sticos, Juan Jos? Es pinosa, public? el 29 de agosto de 1829 una convocatoria para asesores judiciales de los territorios de Nuevo M?xico y la Alta
California. Estos funcionarios, que gozar?an de un alto suel do, 3 000 pesos anuales, juzgar?an todos los casos de delitos graves o que requirieran una segunda instancia dentro de esas
jurisdicciones.31 El primer asesor judicial de Nuevo M?xico fue el abogado
coahuilense Jos? Mar?a Eleuterio de la Garza, pero nunca
pudo ejercer sus funciones porque su delicado estado de salud le impidi? viajar m?s all? de la ciudad de Chihuahua. El se gundo nombramiento recay? sobre Antonio Barreiro, quien gan? el concurso a Mariano Guerra y comenz? su trabajo a finales de 1830. Barreiro tuvo un destacado desempe?o en el cargo y hasta fue elegido diputado al V Congreso Nacio nal (1833-1834) por Nuevo M?xico, pero el nombramiento no le fue reconocido.32 De todas formas, abandon? su pues 29 Bancroft, 1888, p. 312; MSJNE, 1826: cuadros.
30MSJNE, 1829, p. 11.
31 AGNM//, exp. 104, f. 269; ACEHMC, secci?n 1-2, carpeta 23,
exp. 1908.
32 AGNM//, exp. 104, ff. 212-375.
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?o a finales de 1834, dejando encargada la oficina al juez Ram?n Nafero, que muri? asesinado en la revuel?a federa lista de 1837. Aunque el ?rabajo del asesor fue en lo general sa?isfac?o rio, siguieron sufri?ndose graves problemas en la procuraci?n
de justicia; por ejemplo, el juzgado padec?a de a?rasos con?i nuos que llegaron a acumular has?a cu airo a?os, y la ?nica c?rcel que se pod?a u?ilizar era la del presidio de Sania Fe, donde, seg?n Barreiro, no hab?a m?s que unas piezas inmundas con esla denominaci?n en la ca pi?al [donde] los presos son premiados en lugar de recibir casli go cuando se encierran en ellas, porque en alegres ?riscas y con versaciones pasan muy diver?idos el ?iempo; y loman su prisi?n con el mayor descanso, pues de noche se escapan a los bailes y de d?a a los entretenimientos.33
Como remedio a estas nuevas irregularidades, el diputado federal Manuel de Jes?s Rada propon?a, apenas en 1829, la creaci?n de un tribunal de circuito o de judicatura en Santa Fe, y dejar a las autoridades municipales los delitos meno res, quienes parec?an ser las ?nicas que los pod?an juzgar ade
cuadamente.
Ante el desconcierto en que hund?a la administraci?n te rritorial, algunos organismos de gobierno local y munici pal, sancionados por un uso secular, extraoficialmen?e asum?an
algunas de sus funciones. Desde 1821 un decreto de las Cor ?es hab?a dejado en funciones a los ayun?amien?os de las cua tro villas de Nuevo M?xico, las comunidades de indios pueblo y oir?s poblaciones de importancia. Es?as insli?uciones, como inform? el padre Mart?nez en su Representaci?n de 1831, se en
cargaron del manlenimienlo de las obras p?blicas en sus co
munidades y de la vigilancia de las escuelas, sin u?ilizar casi ning?n auxilio del gobierno nuevomexicano. De es?a manera, las poblaciones produc?an sus propios alimen
tos y se defend?an de los alaques de los b?rbaros; es decir, la mayor parte del poco m?s de un cen?enar de asen?amien?os 33 Barreiro, 1832, pp. 38-39.
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que exist?an en el territorio no necesitaban representantes fis
cales ni militares, salvo en los casos que existiera una milicia c?vica. Los poblados de cierta importancia s?lo pod?an man tener medios ayuntamientos o a uno o dos alcaldes, casi siem pre encargados de la vigilancia y mantenimiento de las obras p?blicas, y en algunos casos hac?an las veces de jueces de paz. De esta forma, el gobierno territorial era impotente para ejer
cer un dominio real sobre toda su jurisdicci?n. Entre 1824 y 1830 el n?mero de alcald?as se increment? hasta llegar a once. San Miguel del Vado, J?mez, Cochiti,
Sand?a, San Juan, Abiqui?, Albuquerque, Isleta, Tom?, Bel?n, Sabinal, Socorro y Laguna fueron las sedes perma nentes de los alcaldes, cuyas funciones se relacionaban de ma nera importante con la cesi?n de mercedes de tierras, el con trol pol?tico de la poblaci?n y la vigilancia de las escuelas p?blicas,34 de manera que tambi?n ten?an constantes proble
mas jurisdiccionales con las instancias municipal y territorial.
Los remedios que se propusieron por parte de los propios nuevomexicanos para mejorar su situaci?n pol?tica y admi
nistrativa, en general resultaron inaplicables dada la constante
penuria que padec?an los erarios nacional y territorial y por la falta de comunicaci?n entre ambas instancias. Desde me
diados de la d?cada 1820-1830 los pol?ticos de la ciudad de M?xico hab?an recibido algunas advertencias significativas del descontento de los fronterizos por la ineficacia administrati va del gobierno federal, y circularon rumores en la capital del pa?s de que varios estados y territorios se pod?an desmem brar si no recib?an ayuda oportuna. En 1829, en el proyecto que el diputado Rada present? al Congreso se propon?an las siguientes reformas: la hechura de una legislaci?n especial para los territorios, la remisi?n constante y r?pida de los acuerdos a los funcionarios locales y el fortalecimiento de los poderes del gobierno territorial para que pudieran ejercer soberan?a cierta sobre las autoridades municipales.35
Dos a?os m?s tarde, varios alcaldes presentaron a la di
putaci?n territorial un proyecto para proclamar a Nuevo M? 34 Barreiro, 1832, cuadro fuera de paginaci?n. 35 Rada, 1976, pp. 1-9.
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xico como el es?ado de Hidalgo, pero la propia asamblea, as? como el gobernador, lo ve?aron.36
2. La reorganizaci?n del sistema presidial Para finales de 1821, cuando el gobernador Melgares juraba leal?ad al gobierno mexicano, su m?xima preocupaci?n, com partida plenamen?e por los nuevomexicanos, era la defensa de la provincia fren?e a la ofensiva que u?es y navajos hab?an desa?ado en el noroes?e del ?erri?orio. El 13 de oc?ubre hab?a iniciado una campa?a puni?iva en con?ra de es?as dos ?ribus por el rompimien?o de un acuerdo de paz pac?ado s?lo ?res a?os an?es. Ahora, pod?a abrigar la esperanza de que el go bierno nacional pusiera mayor a?enci?n y diera cierta ayuda a la provincia que, por su posici?n geogr?fica y su econom?a ganadera, es?aba m?s expues?a que cualquier o?ra a las de predaciones de los b?rbaros. Sin embargo, duran?e los primeros a?os de vida indepen dien?e, el gobierno cen?ral no pudo dedicarse al arreglo de su sis?ema defensivo fron?erizo y se limit? a ratificar el siste
ma espa?ol de organizaci?n presidial. En 1823 las autorida
des militares del Imperio Mexicano aceptaron ya oficialmen te la antigua divisi?n entre las antiguas Provincias Internas de Oriente y Occidente, comprendi?ndose a Nuevo M?xico en estas ?ltimas, junio con Durango, Sinaloa, Sonora y Chi huahua, en cuya capi?al se es?ableci? la sede del comandan?e. Para cada provincia se man?uvo una comandancia principal o de las armas.37 El ?nico cambio propuesto den?ro de es?a es?ruc?ura fue la creaci?n, por medio del decreto correspon diere del 3 de agos?o de 1822, de casi 40 compa??as de caba ller?a e infan?er?a que compondr?an la milicia c?vica local. Seg?n el Reglamento dado a conocer, en cada comunidad de importancia se reclu? aria, con excepci?n de eclesi?s?icos, jor naleros y o?ros, a los hombres sanos de 18 a 50 a?os para que hicieran servicio de guardia.38 De hecho, es?a milicia c?vica 36 Weber, 1982, p. 50.
37 MSGM, 1823, pp. 24-25.
38 Dubl?n y Lozano, 1876-1904, I, pp. 619-626.
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exist?a en Nuevo M?xico desde el siglo XVII, cuando los
colonos, aislados de todo posible auxilio militar, se organiza ban para defender sus hogares de las constantes invasiones de los indios b?rbaros o acud?an en ayuda de los soldados pro fesionales en caso de realizarse una campa?a; pero nunca lleg? a organizarse formalmente, ni aun despu?s de esta regla
mentaci?n.
Mientras el pa?s experimentaba un cambio hacia el repu blicanismo que auguraba grandes reformas administrativas, en Nuevo M?xico las relaciones entre el gobierno provincial y los navajos llegaron a un punto tal que el nuevo goberna dor y comandante principal, Jos? Antonio Vizcarra, se vio obligado a realizar una campa?a punitiva de grandes propor ciones contra esa naci?n ind?gena. En ella se logr? movilizar a 1 500 hombres que s?lo lograron forzar una batalla frente a 74 navajos. El resultado fue una derrota de los b?rbaros y la recuperaci?n de 801 cabras, 83 vacas y 23 caballos pro ducto de varios asaltos, adem?s de la captura de 30 ind?ge nas ?vendidos luego como ' 'piezas de guerra"? y de haber dejado a 33 enemigos en el campo de batalla, e incluso les sacaron un endeble tratado de paz.39 En los dos primeros a?os de administraci?n constitucio nal de Nuevo M?xico, los comanches amenazaron la fronte ra oriental del territorio, pero no fueron ataques efectivos. Debido a la escasez de recursos materiales y humanos la mi licia no pudo participar en la ofensiva que se realiz? contra esa tribu entre 1825 y 1826. Hasta el 21 de marzo de 1826 se dict? la primera ley que reformaba toda la organizaci?n presidial en la frontera norte?a. Gracias a ella, y a otra com plementaria del 20 de diciembre del mismo a?o, se creaban tres comandancias generales en el norte de M?xico, la segunda
de las cuales abarcaba a Nuevo M?xico y a Chihuahua, que dando l?gicamente la sede del comandante en la capital de este ?ltimo estado. Para el territorio se manten?a un coman dante principal y otro inspector. Se mandaban instalar dos nuevos presidios con una fuerza de un centenar de elementos,
conserv?ndose intacto el de Santa Fe, donde qued? tambi?n 39 Simmons, 1980, p. 131; AHDN, 481.3/271, ff. 3-23v.
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MARTIN GONZ?LEZ DE LA VARA
es?ablecida la sede del comandan?e principal, calculando un costo anual de 87 882 pesos para iodo el nuevo sis?ema. Al mismo ?iempo se mandaron crear dos compa??as permanen?es de milicianos con una fuerza similar, como las que ya exis ??an en Albuquerque y Sania Fe.40 El funcionamien?o in?er no de iodos estoSj cuerpos|Jl?an?o de milicianos como de pro fesionales, estad?a regido por ?l viejo Reglamento de 1772, de
manera que las viejas f?rmulas, vicios y has?a vesluario per manecieron sin sufrir modificaciones de importancia.41 Las ??midas ven?ajas que se esperaban conseguir con la reor
ganizaci?n comenzaron a erosionarse por la fal?a de pagos ?an pronto como se puso en marcha el nuevo sis?ema, pese a los visibles esfuerzos de las au?oridades mili?ares y hacen darlas de la ciudad de M?xico para que los suminislros no se alrasaran. Jos? Manuel de Elizalde, minis?ro de Hacien da del gabine?e de Guadalupe Victoria, expidi? un bando el 18 de mayo de 1827 en el que se preve?a que el dinero desu ?ado para el pago de las ?ropas presid?ales se deber?a enviar con seis meses de an?icipaci?n para evi?ar dichos alrasos.42 Sin embargo, los av?os necesarios para la creaci?n de las dos nuevas compa??as no llegaron sino has?a 1837, de manera que s?lo se pudo ubicar a dos deslacamen?os provisionales compuestos por dos o ?res decenas de soldados en Taos y San
Miguel del Vado.43
Aunque en la pr?c?ica en el ?erri?orio nuevomexicano s?lo funcionaba un presidio, los recursos llegados del cen?ro del pa?s no alcanzaban a cubrir los gastos de defensa. En 1827, por ejemplo, la comisar?a sus?i?u?a de Sania Fe se vio obliga da a preslarle al comandante principal el 70 % de su efectivo para que mantuviera a la guarnici?n de esta villa durante los meses que tardar?a en llegar su soldada regular; pero tiempo despu?s la situaci?n se repiti? y la caja terri?orial ?uvo que ceder oir?s ?res cuartas parles de sus fondos con el mismo pro
p?sito. Para balancear el presupuesto despu?s de eslas exac 40 MSGM, 1828, pp. 4-5; Agex, 1851, p. 117 y Ordenanza de 1842, i,
pp. 289-291.
41 V?ase Velazquez, 1982, pp. 91-12Z* 42 ACEHMC, secci?n 1-2, carpeta 22, exp. 1693. 43 Tyler, 1970, p. 178.
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ciones, se pidi? a la comandancia de Chihuahua unos 10 000 pesos como parte del pago anual que hac?a a Nuevo M?xico, pero ?sta s?lo pudo girar 8 000 pesos.44 El a?o de 1828 result? especialmente funesto para el pre sidio y puso de manifiesto su gran vulnerabilidad. En los pri meros seis meses del a?o los apaches robaron toda su caba llada, que consist?a en unos 300 animales, aunque la tercera parte de la compa??a se dedicaba exclusivamente a su cuidado; al notificarse la p?rdida a la comandancia general se mandaron
otros 200 caballos, pero de ellos 29 murieron en el camino. El destacamento de San Miguel del Vado apenas contaba para ese tiempo con 30 presid?ales, de los cuales ocho estaban in capacitados y la mitad de los elementos ?tiles tambi?n se ocupaban s?lo de proteger a sus animales. As?, el total de la tropa llegaba apenas a un centenar de hombres.45 Ese mismo a?o se recibi? la visita del comandante inspec tor Juan Jos? de Arocha, quien buscaba la forma de que las tropas nuevomexicanas ayudaran a sofocar los des?rdenes pro
vocados por los colonos de Texas. Inform? al entonces secre tario de Guerra y Marina, Manuel G?mez Pedraza, que en las condiciones en que se encontraba la tropa no pod?a con tenerse ni siquiera a los indios b?rbaros, m?xime que estaban siendo armados y empujados hacia el oeste por los colonos norteamericanos.46
Al paso del tiempo, la escasez de pagos aument? al parejo con la inestabilidad de los gobierno centrales, hasta el grado en que la vida militar del territorio lleg? a peligrar. Los b?r baros atacaban con gran facilidad las poblaciones m?s expues tas, e incluso llegaron a amagar Santa Fe y Albuquerque, ya seguros de que el decadente estado del presidio les aseguraba una completa impunidad. Para conseguirse algunos recursos, los oficiales habilitados del presidio santafesino frecuentemente urg?an a la comisar?a sustituta para que les cubriera sus pagos
atrasados, o en ocasiones llegaban a tratar los pr?stamos con el propio diezmero. Como el dinero segu?a escaseando algunos 44 Tyler, 1970, pp. 102-105. 45 Weber, 1982, pp. 111-112. 46 ASREM, leg. 1076 (4), f. 42.
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MART?N GONZ?LEZ DE LA VARA
soldados se dedicaban a otros oficios, alent?ndose cierta deser
ci?n. Sus habitaciones se improvisaron junto a la muralla de Santa Fe, que para 1830 se hallaba semiderruida; a veces la guarnici?n de esa villa y buena parte de los soldados retirados
tuvieron que acudir a la caridad p?blica para mantenerse.47 El gobierno federal no ignoraba la gravedad de la situa ci?n de muchos presidios, y peri?dicamente hac?a algunos es fuerzos para arreglar la administraci?n militar e impedir el desmoronamiento de todo el sistema presidiad. Uno de los medios m?s usuales era la contrataci?n de cr?ditos. Por ejem plo, el 30 de noviembre de 1837, ya en los tiempos de la Re
p?blica centralista, despu?s de palparse el peligro de que
una revuelta como la texana se repitiera en otros departamen tos alejados de la capital, el ministro de Hacienda Jos? Mar?a Esteva autoriz? al Congreso para que obtuviera un pr?stamo por 4 000 000 de pesos para el pago de los haberes atrasados a las tropas presid?ales del norte y sur del pa?s "abonando al contratista el 56%, o menos si fuere posible".48 La impotencia de los presidios hizo que buena parte de la responsabilidad de la defensa recayera en las compa??as de milicianos. Varias milicias activas sobrevivieron a los ca?ti
cos a?os de la Rep?blica federalista debido a su incuestiona ble utilidad. La compa??a de caballer?a acantonada en Albu querque sigui? siendo el modelo de todas ellas, aun cuando estaba formada por indios pueblo. En las dem?s regiones los milicianos carecieron casi siempre de armas y equipo adecua dos y de una organizaci?n realmente militar, de tal manera que frente a un ataque ind?gena de grandes proporciones re sultaban totalmente in?tiles. En 1833 se revisaron las defensas
de una compa??a de milicianos c?vicos de un distrito norte?o y se encontr? que de las 467 cabezas de familia visitadas s?lo 149 pose?an armas de fuego, y el resto confiaba su defensa en su habilidad con la lanza, el arco y flecha.49 De todas for mas, estos cuerpos se convirtieron en la ?nica v?a de ascenso para los militares nuevomexicanos. Dentro de la tropa presi 47 Weber, 1982, p. 114. 48 ACEHMC, secci?n 1-2, carpeta 22, exp. 1791. 49 Weber, 1982, p. 114.
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dial el futuro es?aba muy limi?ado, pues para los principales puestos el comandante general designaba a personas de su confianza, mien?ras que en las milicias locales los na?ivos del ?erri?orio pod?an ocupar puestos de oficiales, y ocasionalmen?e
pod?an inlen?ar hacer carrera en el ej?rcito profesional. Es?e mismo desorden en la adminis?raci?n mili?ar impidi?
que se pudieran realizar campa?as puni?ivas de considera
ci?n con?ra los salvajes. Duranle los a?os del federalismo s?lo
en 1826 se pudo organizar una peque?a campa?a de hos?i gamienlo sobre los apaches, como parte de una ofensiva na cional con?ra esa Irib?, sin que se ob?uvieran resul?ados de gran significaci?n. Al mismo ?iempo que la si?uaci?n mili?ar se iba deterio rando varios nuevomexicanos y algunos forasleros presen?a ron proyec?os para reanimar el deca?do sis?ema presidial del ?erri?orio. En 1829, Juan Esleban Pino, miembro entonces de la dipu?aci?n ?erri?orial, es?imaba que una vez en funcio nes los ?res presidios creados por los decretos de 1826 ser?a necesario formar una columna volanle compues?a por unos 1 000 hombres que eslar?an acan?onados en las riberas del Arkansas, previniendo desde sus dominios nuevas invasio nes de los b?rbaros.50 El licenciado Barreiro opinaba que la creaci?n de una comandancia general separada para Nuevo M?xico, la cons?rucci?n de un nuevo presidio en Valverde, la erecci?n de un colegio mili?ar en Sania Fe, sos?enido por cuotas que pagar?an los propios cade?es, y la organizaci?n de una gran milicia c?vica territorial, que contara con 8 000 o 9 000 hombres, ser?an medidas suficientes para alcanzar la tranquilidad in?erior y la invulnerabilidad de la frontera, y que parte de los nuevos gastos se pod?a costear vendiendo la ruinosa muralla de Sania Fe.51 Un plan menos ambicioso, y tan realisla que se pudo llevar a cabo a?os m?s tarde, fue presen?ado por el gobernador Santiago Abreu en 1831. En ?l simplemente se propon?a que se desman?elara la antedicha muralla santafesina y con la ven?a de su material se pagaran tan s?lo los haberes atrasados a las ?ropas, adem?s de que se 50 Tyler, 1970, pp. 36-37. 51 Barreiro, 1832, pp. 30-36.
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MART?N GONZ?LEZ DE LA VARA
desocupaba un espacio necesario para la construcci?n de nue vos edificios.52
Ser?a necesario que Texas obtuviera su independencia y que en Nuevo M?xico se desatara una sangrienta rebeli?n en 1837 para que las autoridades militares de la capital del pa?s fijaran su atenci?n en la frontera norte y llevaran a cabo
realmente el programa de reorganizaci?n que se hab?a pro
puesto.
3. El ejercicio del patronato nacional Al lograrse el cambio de la soberan?a espa?ola a la mexica na, el gobierno nacional sostuvo la tesis de que el regio pa tronato que la Iglesia hispana hab?a concedido al rey se le trans
fer?a de manera autom?tica. Con ello, el gobierno federal se obligaba a dar apoyo econ?mico y pol?tico a esa instituci?n a cambio de que ?sta reconociera la tutela del Estado. El nu trido debate que sigui? a la formulaci?n de este razonamien to ocup? muchos a?os, pero en ese tiempo el Estado mexica no procedi? como si la cuesti?n se hubiera finiquitado a su favor. En el caso de Nuevo M?xico, donde se heredaba la tradi ci?n de una larga lucha entre seculares y regulares, el gobierno
tom? partido por los primeros porque cre?a que le asegura ban una mayor lealtad que las ?rdenes religiosas. Un decre to del 21 de julio de 1823 dec?a a la letra: El Supremo poder Ejecutivo cuidar? del oportuno cumplimiento del decreto de las Cortes de Espa?a, sobre la erecci?n de un obis pado en la provincia del Nuevo M?xico, excitando al reverendo obispo de Durango para que en el ?nterin, ponga un vicario en Santa Fe . . . autorizando el desempe?o de sus funciones.53
Este fue uno de los problemas que m?s preocup? al gobierno
federal, pues sab?a de las dificultades para la administraci?n 52 AGNM/G, vol. 120, exp. 7, 1831, f. 15v. 53 AGNM/G, vol. 21, exp. 26.
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de ciertos sacramentos, la expedici?n de licencias especiales y la vigilancia efectiva del clero local en los casos en que la feligres?a se encontraba muy alejada de la sede episcopal. A principios de 1824 el ministro de Juslicia y Negocios Ecle si?s?icos, Pablo de la Llave, se pronunci? sobre la creaci?n de nuevos obispados en diversas regiones del pa?s, ano?ando
que:
los puntos que m?s requieren de este auxilio son, el Nuevo M? xico, Tejas y Californias. En el primero . . . formando una isla en la parte de nuestro continente, y ?eniendo por lo mismo que enlazarse unos parientes con o?ros, se ha verificado a veces quedar los pre?endien?es arruinados con los gas?os de viaje y las dispensas malrimoniales.
Se hab?a pedido un vicario para El Paso y Sania Fe ... y
el gobierno ?nterin no pueda proporcionar a aquellos dignos me xicanos mayores recursos, no levantar? la mano de este asunto hasta no conseguirlo.54
Asimismo, el gobierno se comprometi? a cubrir los s?no dos misionales que tradicionalmen?e enviaba la Corona espa ?ola a los sacerdoles de la provincia, que para entonces as cend?an a unos 23, que a raz?n de 350 pesos anuales a cada uno para su man?enimien?o reportar?a al Eslado un egreso anual de unos 7 590 pesos en 1828, y para 1830 es?e subsidio aumenl? has?a 8 800 pesos.55 Mienlras ?an?o, el seminario mayor de Durango ?en?a cada vez m?s egresados por lo cual no pod?an colocarse en las li mi?adas parroquias del obispado, de forma que vieron en los humildes cura?os de Nuevo M?xico un lugar propicio para abalir es?e desempleo y porque la provincia acusaba una alar man?e fal?a de sacerdoles. A principios del siglo XIX, los se culares s?lo ocupaban las cualro parroquias correspondien tes a las villas de espa?oles de la provincia, pero apenas en 1822 lograron arrebatarle a los franciscanos, cuyo n?mero iba
en franco descenso, la parroquia de Tom?.56 54 MSJNE, 1825, p. 8. 55 Bancroft, 1888, p. 341. 56 Weber, 1982, p. 46.
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MARTIN GONZALEZ DE LA VARA
Los nuevomexicanos no escaparon al af?n secularizador del momento; en 1824 el padre Jos? Antonio Mart?nez, re ci?n llegado del seminario duranguense, pidi? a la diputaci?n territorial que se secularizara la parroquia de Taos y se le co locara a ?l en esa plaza; como respuesta, la asamblea secula riz? San Miguel del Vado, San Juan de los Caballeros, Abi qui?, Bel?n y por supuesto Taos, aunque algunas de estas poblaciones eran comunidades de indios pueblo, encargadas tradicionalmente a los regulares, y s?lo hab?a cinco sacerdo tes del ramo secular en todo el territorio que no pod?an cubrir
todos estos curatos. En Bel?n, donde s? se pudo colocar a un diocesano, los ind?genas no tardaron en protestar violenta mente, puesto que mantener al presb?tero Vicente Ch?vez les sal?a dos veces m?s costoso que a cualquier franciscano.57 En 1826 lleg? a Nuevo M?xico como vicario general Agus t?n Fern?ndez de San Vicente, quien intent? expulsar a los franciscanos que se ocupaban de las misiones de San Ger? nimo de Taos y San Lorenzo de Picuries, con el pretexto de que las ten?an mal atendidas. Estas medidas le causaron al vicario la animadversi?n del custodio de los regulares fray Se basti?n Alvarez, el cual por todos los medios a su alcance logr?
que sus hermanos de orden permanecieran en las misiones.58 Al retirarse a Durango, Fern?ndez de San Vicente le encarg? a su sucesor, el padre nuevomexicano Juan Felipe Ortiz, que continuara su obra secularizadora, pero a ?ste le falt? la ener g?a necesaria como para enfrentarse a los franciscanos y dis putarles el control del territorio. Al obispado de Durango la grey nuevomexicana le resul taba especialmente gravosa. Ante la imposibilidad de que los diezmos eclesi?sticos fueran cobrados por un funcionario de la propia di?cesis, se rentaban a particulares del territorio a
un precio que importaba s?lo la mitad de las recaudacio
nes.59 El cargo de diezmero, que tan importante fuera para la administraci?n local, fue ejercido durante un tiempo por 57 Weber, 1982, p. 57. 58 Cort?zar, 1984, pp. 40-42.
59 Tyler, 1970, p. 83. Se calculaba a principios del siglo xix que
Nuevo M?xico produc?a diezmos anuales que oscilaban entre los 10 000 y los 12 000 pesos. Pino, 1849, pp. 19-20.
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el tambi?n gobernador Bartolom? Baca. De es?a forma, los ingresos del obispo eran insuficien?es para enviar ayuda eco n?mica a los seculares, quienes quedaban a?enidos a los re cursos que pudieran conseguir en sus comunidades. La lejan?a del ?erri?orio y la pobreza de los cura?os hac?an que en Nuevo M?xico, que an?a?o se carac?erizaba por ser ?ierra de misiones, la deserci?n sacerdolal fuera considera ble. Duran?e su visi?a, Fern?ndez de San Vicenle encon?r? que en iodo el ?erri?orio s?lo oficiaban en forma regular nueve franciscanos y cinco seculares, un nivel de ocupaci?n desusada
men?e bajo.60 Para el a?o siguien?e, el gobernador Narbona informaba que hab?a 17 cura?os efec?ivamen?e ocupados. Tiempo despu?s, la expulsi?n de los espa?oles decre?ada por el gobierno en 1827 y 1829 fue pues?a en pr?c?ica en Nuevo M?xico con el resul?ado del des?ierro de cinco franciscanos, dejando a s?lo dos de ellos residir en la provincia por su avan
zada edad.61
El problema del alraso en los pagos se sufri? ?ambi?n por parte de los sacerdo?es regulares, con el l?gico resul?ado del abandono de las plazas m?s modes?as y el alza exorbi?an?e de los aranceles que se cobraban por la adminis?raci?n de los sacramen?os. En 1829 se lleg? al puni? m?s bajo de ocupa ci?n sacerdo?al en Nuevo M?xico; ese mismo a?o en el Con greso Nacional el dipu?ado Rada propon?a que se enviasen, como medida de urgencia, a unos 15 sacerdo?es mien?ras se abr?a un seminario menor que ya se ?en?a proyec?ado en Sania
Fe. Por ese mismo liempo, y con el objeto de preparar a fu
?iros sacerdo?es, el padre Mart?nez abri? en Taos una escueli?a
en la que, adem?s de es?udiarse las primeras le?ras, se pon?a a los alumnos en disponibilidad de enlrar al seminario menor de Durango, y, despu?s de oblener las ?rdenes sacerdolales, se esperaba que regresaran a oficiar en su ?ierra na?al. A pesar de las inlenciones del padre Mar??nez, no se logr? el objelivo aposl?lico que se hab?a propues?o. Por o?ra parte, duran?e su visi?a, el vicario Fern?ndez de San Vicenle ?ra?? de abrir o?ra escueli?a similar en Sania Fe, y tal vez hasta un colegio 60Perrigo, 1971, p. 147. 61 Vid. supra, nota 27.
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MARTIN GONZALEZ DE LA VARA
de estudios menores. No pudo concretar ninguno de sus pro yectos, encargando su realizaci?n al padre Ortiz, quien no
pudo llevar a cabo esta empresa.
En los primeros a?os de la d?cada 1830-1840 la labor evan g?lica de regulares y seculares decay? por igual. Los parro quianos, que de por s? no eran muy cumplidos en el pago de sus diezmos por desconfiar del recaudador, vinieron a ser apo
yados en su morosidad por el decreto liberal de G?mez Fa rias sobre la no coerci?n civil en el pago de los diezmos de 1833. Aun despu?s de que se revoc? esta legislaci?n, muchos nuevomexicanos se negaban a pagar sus obvenciones con el pretexto de que s?lo enriquec?an a los "diezmeros". Esta ac titud empuj? a los sacerdotes a aumentar todav?a m?s sus co bros por los servicios religiosos que prestaban, y a su vez gran
parte de su feligres?a se vio obligada a alejarse de los sacra mentos, incluso de los m?s elementales como el bautismo, el matrimonio o los servicios funerarios. El padre Mart?nez daba en este caso la raz?n a los fieles, siendo de hecho el ?nico sa cerdote que protest? contra los abusos de sus colegas. Para 1830, Barreiro hac?a notar que s?lo cinco sacerdotes ten?an asegurada la residencia en sus respectivas parroquias, mientras que el resto de los religiosos eran interinos que es peraban su cambio a otra provincia. En un sentido misional, Nuevo M?xico era un buen campo para el desarrollo de las actividades religiosas, pues la humildad de los fieles y la po breza de algunos curatos acercaban a los sacerdotes al ideal evang?lico, tal como afirmaba un observador contempor?neo: es verdad que en ellos [los curatos modestos] podr?an [los sacer dotes] contraer m?ritos muy recomendables y conformes a las obligaciones de su ministerio, pero lo cierto es que todos huyen
de ellos.62
Efectivamente, algunos padres consideraban como un cas
tigo permanecer en tierras nuevomexicanas, y en algunos casos
espec?ficos, como el del p?rroco Jos? Mar?a Medina, ?sa era la realidad. En este caso el ministro de Justicia y Negocios 62 Barreiro, 1832, p. 39.
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FEDERALISMO EN NUEVO MEXICO
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Eclesi?sticos, Andr?s Quintana Roo, lo hab?a mandado al des tierro por la conducta escandalosa que observ? en su parro
quia de la ciudad de Guanajuato.63
En un intento de mejorar el estado de la iglesia en Nuevo M?xico, y cumpliendo con sus obligaciones pastorales, en 1833 el obispo Jos? An?onio Zubir?a y Escalante visi?? a su grey
m?s abandonada, despu?s de casi 70 a?os que no se recib?a a ning?n prelado en dicho territorio. All? encontr? muchas parroquias abandonadas, y mal atendidas la mayor?a de las ocupadas, de manera que inten?? res?iluir a varios seculares en las plazas vacan?es. Para hacerlo, luvo que dejar de lado un decrelo de 1829 que obligaba a la presenlaci?n de cuando menos cinco candida?os por cada parroquia en concurso. Pos teriormente, el ministro Quintana Roo permiti? que siete sa cerdotes ocuparan ocho curatos sin seguir estos requerimien tos.64 Casi al concluir su visita pastoral, Zubir?a recomend? al vicario Ortiz que se construyera en cada poblaci?n de im portancia una escuela anexa a la parroquia y se moderara el cobro de los aranceles. De toda la visita, tal vez el ?nico sa cerdote en el que Zubir?a encontr? las virtudes necesarias para ejercer su ministerio fue el padre Mart?nez, de Taos, ya que,
seg?n su propio tes?imonio:
. . . este cura incansable en su Ministerio, es uno de los m?s cumplidos en toda la l?nea, y ha sido, como suele decirse, el ?dolo
de sus feligreses, sabi?ndose granjear con sus buenos portes y continuos trabajos la estimaci?n de todos ellos.65
Tan pronto como se termin? la visita, el celo religioso de los sacerdotes se volvi? a adormecer, el n?mero de francisca
nos conlinu? bajando y los seculares escasamente pod?an cubrir su ausencia. Al mismo tiempo, algunas misiones se de rrumbaron por falta de mantenimiento y muchos fieles se fue ron uniendo a ciertas hermandades y cofrad?as religiosas for
madas por colonos que no alcanzaban a ser a?endidos por los 63 AGNM/G, vol. 56 (4), 1833. 64 AGNM/G, vol. 56 (4), f. 12. 65 AGNM//, vol. 138, f. 161.
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MART?N GONZ?LEZ DE LA VARA
sacerdotes y que se dedicaban a realizar, con ciertas defor maciones, los ritos que prescribe la liturgia cat?lica.66 La sensaci?n de impotencia para resolver sus propios pro blemas, unida a la falta de una cooperaci?n efectiva del go bierno nacional, dio lugar a que se formara, y posteriormen te se manifestara, un pesimismo que se enraiz? en gran parte
de los nuevomexicanos. En 1834, en un editorial del ef?mero peri?dico El Crep?sculo de la Libertad, cierto autor an?nimo se preguntaba sobre el futuro del territorio si continuaba el aban
dono gubernamental, previendo que una de sus posibles con secuencias ser?a "la p?rdida de Nuevo M?xico y su desmem
braci?n del territorio mexicano", e insinuaba que si ?ste pasaba a manos de los Estados Unidos
... su industria, sus ideas de libertad e independencia, y las estrellas del capitolio del norte resplandecer?an sin duda m?s en el Nuevo M?xico cuanto las tinieblas son m?s densas por el es
tado deplorable en que lo tiene la pol?tica del gabinete me xicano.67
Para finales de 1834, cuando se preve?a un vuelco del go bierno santanista hacia el centralismo, los nuevomexicanos no ocultaron sus simpat?as hacia esta orientaci?n pol?tica. Pri
meramente se adhirieron al Plan de Cuernavaca, y cuando se les pidi? un representante para el Congreso Constituyente de 1835-1836, la diputaci?n territorial le dio poderes suficientes
a su diputado federal para
promover, apoyar y sancionar cuantas reformas y alteraciones se quieran hacer en la Constituci?n general, pudiendo cambiar se, si necesario fuere, la forma de gobierno en cualquiera otra de las conocidas en el mundo; pues le confiere esta junta todos los poderes necesarios al efecto, sin que por la omisi?n de algu na circunstancia se crea que se le estorba o restringe su delibe raci?n o voto en lo particular.68 66 Simmons, 1977, p. 120. 67 Weber, 1975, pp. 309-310. 68 Bustamante, 1835, p. 11.
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FEDERALISMO EN NUEVO M?XICO 109
En ese mismo documenlo, los diputados de Nuevo M?xi co expon?an sus razones para deplorar el r?gimen federalis ta. Seg?n ellos, esa administraci?n se hab?a mostrado inefi
caz para defender adecuadamente la frontera con?ra los indios
b?rbaros, no pudo evitar que sus riquezas minerales salieran del pa?s en las manos de los comerciantes extranjeros y no impidi? el contrabando, problemas por los cuales toda la re p?blica hab?a pagado un precio muy alto.69 A mediados de 1835 arrib? a Santa Fe Albino P?rez para hacerse cargo de la jefatura pol?tica, siendo el primer gober nador forastero que se asignaba a Nuevo M?xico despu?s de casi diez a?os. Desde su llegada, y sobre todo a partir de la promulgaci?n de la Constituci?n centralista de 1836, P?rez actu? siguiendo las instrucciones del gobierno central elevando o creando impuestos, y puso en marcha algunos sistemas para el control pol?tico de las alcald?as, los ayuntamientos y la junta departamental. Estos cambios afectaron tan?o los intereses de los nuevomexicanos que, en agosto de 1837, varios vecinos del norte del departamento iniciaron una cruenta rebeli?n que por m?s de seis meses dej? a Nuevo M?xico sin autoridades legales, y de la cual surgir?a como hombre fuerte Manuel
Armijo.
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FEDERALISMO EN NUEVO M?XICO
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PEDRO GARC?A CONDE: EL TRAZADO DE L?MITES
CON ESTADOS UNIDOS DESDE EL PUNTO DE VISTA MEXICANO (1848-1853) Joseph Richard Werne Southeast Missouri State University
Despu?s que se firm? el tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), que concluy? la guerra de Estados Unidos con M?xico, deb?a trazarse la nueva frontera, tarea de cuya magnitud no esta ban conscientes ambas naciones. Para se?alar el l?mite se to mar?an en cuenta los r?os Gila y Bravo, el l?mite sur de Nuevo
M?xico, que los unir?a, y la l?nea recta que dividir?a las Cali fornias. Pocos problemas hab?a con los r?os y California, pero
el trazo del l?mite sur en Nuevo M?xico provoc? conflictos para cuya soluci?n fue necesario un nuevo tratado. Se conoce bien la interpretaci?n estadounidense presenta da en la Comisi?n Conjunta para el trazo del l?mite, no as? la opini?n en la parte mexicana; por esta raz?n prevalecie ron las conclusiones del equipo estadounidense.1 Presento en este trabajo el punto de vista del gobierno mexicano y de Pedro Garc?a Conde, su representante en la comisi?n de l?mites, con base en los documentos abiertos hace poco al p?blico por el Archivo de la Secretar?a de Relaciones Exteriores.
Parte del problema era que los l?mites de los estados mexi canos del norte nunca se hab?a medido. Se desconoce la Ion
1 RiPPY, 1931, pp. 106-25; Goetzmann, 1959, pp. 153-208; Goetz mann, 1958, pp. 164-90; Faulk, 1962, pp. 201-26; Lesley, 1930, pp. 1 15. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
HMex, XXXVlrl, 1986 113
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JOSEPH RICHARD WERNE
gitud y latitud exacta de los puntos naturales o fijados por el hombre. Estados Unidos reclam? todo Nuevo M?xico, pero los gestores de M?xico no estaban dispuesto a ceder parte al
guna de Chihuahua, sobre todo El Paso del Norte.2 Para
asegurar la posesi?n del lugar, el art?culo quinto del tratado establec?a que el l?mite entre los dos pa?ses deb?a seguir el r?o
Bravo desde su desembocadura ". . . hasta el l?mite sur de Nuevo M?xico; desde ah? hacia el oeste a lo largo de la l?nea sur de Nuevo M?xico, que corre al norte del pueblo llamado Paso, hasta su final en el oeste; desde ah? hacia el norte, a lo largo del l?mite oeste de Nuevo M?xico, hasta que cruce con el primer afluente del r?o Gila. . ."3 Para apoyar sus in tenciones, los que proyectaban el tratado adjuntaron al mismo
un "Mapa de los Estados Unidos Mexicanos", publicado por J. Disturnell en 1847.4 En vez de aclarar la disputa sobre el l?mite sur de Nuevo M?xico, la menci?n de Paso del Norte y el mapa anejo a?a dieron confusi?n, porque ?ste ten?a dos errores: Paso del Norte
se situaba 30 minutos de latitud al norte de donde se halla ba en realidad, y el R?o Bravo 2 grados de longitud este de su ubicaci?n real.5 ?Escoger?an los gestores designados por cada naci?n el l?mite en la latitud sur que se?alaba el mapa de Disturnell, o empezar?an en Paso del Norte seg?n su lo calizaci?n real? Podr?an perderse o ganarse con la diferencia alrededor de 6 000 millas de territorio, pero como se quer?a conservar Paso del Norte para M?xico, el tratado era a pro p?sito ambiguo; la soluci?n se dej? en manos de la comisi?n conjunta. El congreso mexicano lo reconoci? as? en las deli beraciones sobre los nombramientos para la comisi?n mexi cana, y advirti? que los representantes tendr?an atribuciones de car?cter diplom?tico.6 Por lo menos uno de los represen 2 Hoy d?a Ciudad Ju?rez. 3 Malloy, 1910, i, pp. 1109-1111.
4 DlSTURNELL, 1847. 5 MBC, "Official Journal", pp. 6-8; Bartlett's Report, 1854-1855, p. 2.
6 Mariano Otero, ministro de Relaciones Exteriores, a la C?mara de Diputados (23 de septiembre de 1848); Minutas, Sala de Comisiones de la C?mara de Diputados (14 de octubre de 1848); Minutas, Comisiones de Relaciones y Hacienda (18 de octubre de 1848); Minutas, Sala de Co
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TRAZADO DE LIMITES CON E.U.
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tantes estadounidenses crey? tener esas mismas facultades.7 William Hemsley Emory, mayor del regimiento de inge nieros top?grafos (como subteniente durante la guerra reco noci? el territorio por donde atravesar?a el l?mite) fue el pri mero que advirti? el problema del l?mite sur de Nuevo M?xico.
Con las dimensiones adquiridas Estados Unidos necesitar?a un ferrocarril de costa a costa para unir todo su territorio. Emory opinaba que la ruta m?s adecuada correspond?a al pa ralelo 32 y al valle del Gila hasta California; cre?a que "el representante de Estados Unidos podr?a forzar el tratado Gua
dalupe Hidalgo. . ." con el objeto de conseguir una buena
ruta para el ferrocarril del Pac?fico.8 Seg?n el tratado, la co misi?n conjunta comenzar?a, en la costa del Pac?fico, a medir el l?mite hacia el este sobre la l?nea de California y ascende r?a por el r?o Gila hacia el l?mite oeste de Nuevo M?xico. Pero
Emory ten?a argumentos s?lidos en contrario: Si se traza la l?nea hacia el este en busca de un afluente del Gila
(la primera intersecci?n del l?mite de Nuevo M?xico), seg?n las condiciones del tratado, inevitablemente el l?mite caer? muy al norte del paralelo de las minas de cobre, porque todas las co rrientes al sur de ese paralelo tienen sus fuentes en la Sierra Madre y en su curso hacia el Gila desaparecen en la arena antes de alcanzarlo, excepto en casos, muy espor?dicos, de condicio nes clim?ticas especiales. Sus cauces son casi invisibles y pue den escapar al ojo del mejor explorador. Pero si comenzamos desde Paso del Norte en direcci?n norte y oeste se llega a las fuentes mismas de los riachuelos; y aunque desaparezcan leguas antes de llegar al Gila, son, de todas maneras, afluentes de r?o, con lo que se cumplen las condiciones del tratado. Podemos considerar otro aspecto. Es notoria la inexactitud misiones del Senado (25 de octubre de 1848); Comisiones de Relaciones y Segunda de Hacienda al Senado (30 de octubre de 1848); Minutas, Sala de Comisiones del Senado (30 de octubre de 1848); Otero a los secretarios del Soberano Congreso (3 de noviembre de 1848), en ASRE/Exp. 22. 7 Emory a Ewing (2 de abril de 1850), en Emory's Report, 1857-1859, i, parte i, pp. 20-21; Emory a Volney Howard (18 de diciembre de 1851),
en WHE, exp. 3.
8 Emory a Ewing (2 de abril de 1850), en Emory's Report, 1857-1859, i, parte i, p. 51.
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JOSEPH RICHARD WERNE
del mapa que forma parte del tratado. Quienes conocen los es tados fronterizos de M?xico saben tambi?n que nunca hubo me dici?n topogr?fica de sus l?mites y por lo tanto se desconocen. ?ste es el caso del l?mite entre Nuevo M?xico y Chihuahua. Ante las circunstancias, los gestores deben negociar, y tomar el paralelo 32 hasta llegar, a San Pedro, o incluso uno m?s al sur. A base de opiniones expertas y de mis observaciones, con sidero que de esa manera obtendr?amos una ruta adecuada para el ferrocarril ?en mi opini?n la ?nica posible de costa a costa en nuestro territorio.9
John James Albert, coronel de los ingenieros top?grafos cre?a como Emory, que comenzar el trazado desde la desem bocadura del Gila * '. . .terminar?a en fracaso, y quiz? en de sastre. . ."; Albert opinaba que la l?nea desde Paso del Norte hacia el Gila era m?s importante que el l?mite del r?o.10 Emory
ten?a la esperanza de extender el l?mite hacia el sur cuanto fuera posible. Sus deseos se cumplieron: el trazado, que co menz? por el Pac?fico en julio de 1849, pronto cambi? a Paso
del Norte.
Trazar la l?nea desde el puerto de San Diego, sobre el Pa
c?fico, hasta la confluencia de los r?os Gila y Colorado no caus? problemas insuperables, salvo los precios altos a causa del des
cubrimiento de oro en California. Si se continuaba el trazo
hacia el este se tendr?a que aprovisionar (desde trabajo hasta harina) ambas comisiones a precios muy elevados. La comi si?n conjunta decidi?, pues, abandonar la tarea y comenzar otra vez por Paso del Norte el primer lunes de noviembre de 1850. Desde ese punto la comisi?n pod?a trabajar en dos di recciones y evitar los altos costos de trabajo y transporte que
provocaba la fiebre del oro. La decisi?n caus? agitaci?n en la capital mexicana porque el cambio significaba beneficio para
Estados Unidos.11
9 Emory's Report, 1857-1859, i, parte i, pp. 20-21.
10 Emory, 1851, p. 4; Abert a Ewing (10 de abril de 1850), en U.S. Mexican Boundary, 1850, parte i, p. 18. 11 Garc?a Conde al ministro de Relaciones (24 de febrero de 1850); Jos? Mar?a Lacunza a Garc?a Conde (13 de junio de 1850), en ASRE/Exp. 22, ff. 139-147, 164.
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TRAZADO DE L?MITES CON EU.
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El general Pedro Garc?a Conde, miembro de la comisi?n mexicana, conoc?a las exploraciones que Emory hab?a hecho durante la guerra, y se daba cuenta de que, en procura de una ruta adecuada para su ferrocarril, Estados Unidos trata r?a de conseguir esa ventaja.12 Garc?a Conde, ingeniero mi litar, hab?a vivido buena parte de su carrera en el norte, hab?a
hecho en 1834 un mapa de Chihuahua, y, sin duda, conoc?a mejor que nadie la topograf?a del territorio.13 Se dio cuen ta, al igual que Emory, que tal como se presentaba en el tra tado, la frontera sur de Nuevo M?xico pod?a interpretarse en beneficio tanto de Estados Unidos como de M?xico. Ad vert?a tambi?n la dificultad que significaba trazar el l?mite con base en el mapa de Disturnell, y convers? sobre el asunto con el ministro de Relaciones Exteriores, Luis G. Cuevas.14 Con las indicaciones que recibi?, el ministro advirti? que Dis turnell hab?a trazado el l?mite sur de Nuevo M?xico a 32?30' latitud norte, y como el mapa se inclu?a en el tratado, ?se era el l?mite. En consecuencia, la frontera quedar?a bastante m?s
arriba del Paso del Norte de lo que parec?a estar en el mapa de Disturnell, porque en ?ste el pueblo se ubicaba en el para lelo 32?, aunque en realidad estaba debajo de esa latitud. Esto,
sin embargo, no ten?a importancia, dec?a Cuevas, porque jam?s podr?a aceptar la ubicaci?n en esa latitud. Sobre Paso del Norte el tratado s?lo dec?a que el pueblo quedar?a en M?
xico, no que estar?a a la distancia de la frontera sur de Nuevo
M?xico que se?alaba el mapa de Disturnell. El ministro in sist?a en que la distancia ser?a mayor. Cuevas opinaba que el gestor estadounidense afirmar?a que la distancia era la misma que marcaba el mapa, y admitirlo, en su opini?n, sig nificar?a alterar el tratado; la l?nea estaba en 32?30', estuvie ra cerca o lejos el Paso del Norte. Con cualquier otra forma de ver el problema M?xico perder?a m?s territorio, y ?sa era,
12 Peri?dico Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos (28
de abril de 1849); Emory, 1848, p. 62.
13 Almada, 1927, p. 281; Carre?o, 1914, pp. 160-162; Almada,
1952, p. 298; Garc?a Conde, 1842. 14 Garc?a Conde al ministro de Relaciones (25 de enero de 1849), en ASRE/Exp. 22, ff. 71-78.
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cre?a Cuevas, la intenci?n de Estados Unidos. Como prueba mencion? un nuevo mapa hecho por J. H. Colson de Nueva York, que colocaba el l?mite debajo del paralelo 32.15 Al reflexionar sobre sus instrucciones, Garc?a Conde sin ti? que hab?a dificultad en los 32?30' como l?mite entre Chi huahua y Nuevo M?xico. En el mapa la l?nea ondulaba un poco, y no pod?a medirse de esa manera. Tomando la media de las ondulaciones, encontr? que 32?22' era m?s exacto, pero pon?a la l?nea 8' m?s al sur.16 En memor?ndum dirigido al ministro de Relaciones Exteriores, se?alaba Garc?a Conde que la l?nea ondulante del mapa de Disturnell no pod?a trazarse, y que, por lo tanto, la comisi?n conjunta tendr?a que deter minar su latitud. El paralelo tendr?a que considerarse abso luto o en relaci?n con Paso del Norte. Disturnell trazaba el paralelo una legua al norte del pueblo, pero la latitud del punto
estaba equivocada. Garc?a Conde advirti? que la l?nea pod?a considerarse s?lo una legua arriba de Paso del Norte, y que Estados Unidos reclamar?a justamente eso. Si tal era el caso, deb?a fijarse la ubicaci?n del pueblo,17 razones por las que Garc?a Conde pidi? nuevas instrucciones.18 Despu?s de analizar el problema, el nuevo ministro de Re laciones Exteriores, Jos? Mar?a Lacunza, orden? a Garc?a Conde concentrarse en la latitud m?s exacta que proporcio naba el mapa sin aludir a pueblos de ning?n tipo. Si el re presentante de Estados Unidos no estaba de acuerdo, deb?a se?alar la latitud y dejar que la comisi?n estadounidense tra zara su l?nea. Bajo ninguna circunstancia el representante me xicano deb?a aceptar un l?mite s?lo una legua al norte de Paso
del Norte.19
15 Luis Cuevas a Garc?a Conde (2 de marzo de 1849), ASRE/Exp. 22, ff. 339-340. 16 Garc?a Conde al ministro de Relaciones (16 de mayo de 1849), ASRE/Exp. 22, ff. 304-305. 17 "Puntos sobre los cuales pide instrucciones el que firma para poder determinar el l?mite de Nuevo M?xico con arreglo de la Carta de Distur nell", Garc?a Conde (15 de junio de 1850), ASRE/Exp. 22, f. 58. 18 Garc?a Conde al ministro de Relaciones (19 de junio de 1850), ASRE/Exp. 22, ff. 168-170. 19 ''Instrucciones que se dan al S. Gral. D. Pedro G. Conde Comisa
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Pedro Garc?a Conde ?con sus nuevas instrucciones? lleg? a Paso del Norte el 1 de diciembre de 1850; dos d?as despu?s se reuni? la comisi?n conjunta. Representaban a M?xico Gar c?a Conde y el agrimensor Jos? Salazar Ilarrequi; a Estados Unidos John Rusell Bartlett y el agrimensor Andrew Belcher Gray, que no estaba presente a causa de una prolongada en fermedad. Al comenzar la reuni?n, Garc?a Conde pregunt? si podr?an empezar las discusiones sin el agrimensor estadounidense, que era, por las normas del tratado, miembro de la comisi?n con
junta. Bartlett contest? que no hab?a necesidad de esperar, puesto que ciertos puntos deb?an arreglarse entre los repre sentantes, antes de que comenzaran las tareas de medici?n. De todas maneras, pod?a nombrar un sustituto de Gray si era necesario, en virtud de los poderes que se le hab?an conferi do. Garc?a Conde acept? la propuesta, y, por el momento, qued? resuelto el problema.20 Bartlett coment? que no pre ve?a dificultades con el l?mite, porque estaba claramente de finido en el tratado. Garc?a Conde opinaba que la primera tarea deb?a ser fijar
el punto inicial donde el R?o Bravo toca el l?mite sur de Nuevo
M?xico. Bartlett consinti?, pero dijo que la comisi?n conjunta deb?a establecer tambi?n el punto occidental de la l?nea. Garc?a
Conde coment? que hab?a calculado el punto inicial sobre el R?o Bravo a 32?22' latitud norte, pero Bartlett opin? que los astr?nomos deber?an fijar el punto seg?n el mapa del trata do. Garc?a Conde se?al? entonces los errores del mapa. Paso del Norte estaba a 31?45' latitud norte, no a 32? 15' como en el mapa. Adem?s, Disturnell marc? el R?o Bravo a dos grados de longitud este respecto a su ubicaci?n real.21 Para comprobarlo, Garc?a Conde mostr? el mapa de Chihuahua que hab?a hecho 15 a?os antes. Bartlett opin? que deb?an ate nerse al mapa del tratado a pesar de sus errores, y que ?ste rio de la demarcaci?n de l?mites conforme al tratado entre M?xico y los Estados Unidos, para el l?mite de Nuevo M?xico en respuesta a sus pre guntas hechas en 15 de junio de 1850", ASRE/Exp. 22, ff. 56-57. 20 MBC, ''Officiai Journal", pp. 1-3; Bartlett's Report, 1854-1855, p. 2. 21 MBC, "Official Journal", pp. 6-8.
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dec?a que la frontera se extend?a a lo largo del l?mite sur de Nuevo M?xico que corre al norte de El Paso. Garc?a Conde se?ado que quienes negociaron el tratado mencionaron ese punto norte para asegurar la posesi?n del asentamiento, y que
la menci?n nada ten?a que ver con la distancia al norte del mismo. En su opini?n, latitud y longitud deb?an marcar pun tos, que no fueran Paso del Norte, sin referencia a lugares fijos. No satisfac?a a Bartlett la propuesta de trazar el l?mite al norte de El Paso, en vez de justamente arriba como se?a laba el mapa; en su opini?n, quienes prepararon el tratado tomaron el pueblo como moj?n, algo que la comisi?n con junta no pod?a ignorar. Garc?a Conde se?al? en su mapa por d?nde deber?a correr el l?mite. A esto Bartlett replic? que en
tonces ser?a m?s corta que el l?mite sur de Nuevo M?xico, pero Garc?a Conde opinaba que ser?a m?s larga.22 Despu?s de numerosas discusiones, Garc?a Conde afirm? que no ten?a objeciones respecto al largo de la frontera sur de Nuevo M?xico, siempre que la comisi?n acordara 32?22' de latitud norte como punto de partida para el l?mite sobre el R?o Bravo. Pero Bartlett insist?a en que el l?mite deb?a si tuarse inmediatamente arriba de Paso del Norte, aunque es taba dispuesto a ceder en ese aspecto.23 Garc?a Conde pro puso entonces fijar el punto inicial a 32?22' latitud norte y correr el l?mite tres grados al oeste, propuesta que Bartlett acept?. En ese acuerdo se ignoraba la localizaci?n equivoca da de Paso del Norte y del R?o Bravo en el mapa de Distur nell, y tambi?n la ubicaci?n real del pueblo y el l?mite oeste
de Nuevo M?xico.24 Conseguido ese acuerdo, el 9 de enero de 1851, la comi si?n conjunta orden? a Salazar Ilarrequi y al subteniente Amiel
Weeks Whipple (nombrado agrimensor interino por Bartlett) se?alar la posici?n exacta del paralelo 32?22 '. La tarea se ter min? en abril; el 24 de ese mes se reuni? la comisi?n conjun ta para comprobar sus investigaciones.25 22 MBC, "Official Journal", pp. 8-10. 23 MBC, "Official Journal", pp. 12-14, 16-20. 24 Bartlett's Report, 1854-1855, pp. 3-4; MBC, "Official Journal", pp.
34-37.
25 Bartlett's Report, 1854-1855, pp. 41, 46, 63-67; Whipple a Bartlett (29
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Pedro Garc?a Conde hab?a conseguido una gran victoria. El representante de Estados Unidos estuvo de acuerdo con la interpretaci?n mexicana del l?mite seg?n el tratado. Garc?a
Conde inform? al ministro de Relaciones Exteriores:
La cuesti?n m?s vital y de mayor inter?s, en la determinaci?n de la l?nea divisoria entre nuestra Rep?blica y la de los Estados Unidos, est? resuelta favorablemente a los intereses de la Na ci?n. No es ya la l?nea divisoria la que traz? Disturnell, a la go tera de Paso del Norte, dejando esta poblaci?n sin la Presa del R?o, con cuyas aguas fertiliza sus ejidos, y sin los bosques que producen la le?a y maderas m?s precisas para los usos comunes de la vida: es el paralelo de los 32?22' de latitud, que dista de esta poblaci?n cerca de treinta y siete millas geogr?ficas al norte,
en l?nea recta, comprendiendo la Presa, Bosque y la poblaci?n de la Mesilla que hoy tiene m?s de dos mil habitantes, y mil cien leguas cuadradas, en la extensi?n de todo el l?mite austral
de Nuevo M?xico. . ,26
La ?nica preocupaci?n de Garc?a Conde era el top?grafo interino, Whipple. Aunque Bartlett afirmaba que se le hab?a conferido poder para nombrarlo, Garc?a Conde expres? a su gobierno el temor de que ese nombramiento no se apegaba estrictamente a la letra del tratado. El general hab?a organi zado la comisi?n mexicana con estricto apego al tratado de paz.27 No cab?an dudas de la rectitud del trabajo de los me
xicanos en la comisi?n conjunta.
La comisi?n empez? a medir a partir de los 32?22' latitud norte en direcci?n oeste. Apenas hab?an avanzado un grado de longitud cuando Whipple tuvo que suspender el trabajo, porque el general James Duncan Graham, del cuerpo de in genieros top?grafos del ej?rcito estadounidense, le orden? pre de marzo de 1851), en MBC, "Correspondence", iv; Bartlett a Whipple (18 de abril de 1851), en Correspondence, 1851-1852, pp. 310, 313-314; Whip
ple a Bartlett (12 de diciembre de 1850), en AWW, caja 2, exp. 15. 26 Garc?a Conde al ministro de Relaciones (24 de diciembre de 1850), en ASRE/Exp. 24, f. 37.
27 Garc?a Conde a Mariano Y??ez (11 de marzo de 1851), Garc?a
Conde al ministro de Relaciones (22 de marzo de 1851), en ASRE/Exp. 22, ff. 226-233.
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sentarse en Frontera, estaci?n cient?fica cerca de Paso del Norte.28 La interrupci?n del trabajo alter? a Bartlett y en fureci? a Garc?a Conde.29 Poco despu?s, otro top?grafo, Andrew B. Gray, lleg? a Paso
del Norte. Hab?an pasado ya ocho meses desde que la comi si?n conjunta comenz? sus reuniones. Despu?s de revisar los documentos oficiales de la comisi?n, poco encontr? Gray que mereciera su aprobaci?n. Se neg? a aceptar el nombramien to de Whipple como top?grafo interino, y objet? el compro miso de localizar el punto inicial para medir la frontera sur a 32?22', porque no se ajustaba a lo prescripto en el tratado, y porque la l?nea quedaba as? muy lejos de Paso del Norte. Gray consideraba una desgracia que Whipple hubiera firmado el documento como top?grafo oficial. Si la firma era legal, Estados Unidos hab?a entregado una gran porci?n de terri torio que pertenec?a a Nuevo M?xico.30 Puesto que los que redactaron el tratado no mencionaron latitud o longitud, y puesto que los meridianos y paralelos que situaban Nuevo M?xico y Chihuahua en el mapa del tra tado eran incorrectos, Gray opinaba que la verdadera lati tud del l?mite deb?a contarse desde la verdadera latitud de Paso
del Norte, punto fijo que mencionaba el tratado. La posici?n real del pueblo medida seg?n observaciones astron?micas era 31?45' latitud norte. Como el l?mite de Nuevo M?xico esta ba casi a siete grados de latitud norte del pueblo en el mapa de Disturnell, Gray a?adi? siete grados de latitud a la locali zaci?n real y declar? que el l?mite sur de Nuevo M?xico se hallaba a 31?52'.31 Bartlett y Garc?a Conde vieron el error 28 Bartlett a Whipple (15 de diciembre de 1850), en Correspondence, 1851-1852, p. 32; Graham a Stuart (10 de mayo de 1851), Graham a Bar tlett (26 de junio de 1851), Graham a Whipple (26 de junio de 1851), en Graham's Report, 1852, pp. 14-15, 116-118, 129-130, 138. 29 Whipple a Salazar Ilarrequi (3 de julio de 1851), en AWW, caja 2, exp. 16; Garc?a Conde a Bartlett (7 de julio de 1851), Bartlett a Garcia Conde (11 de julio de 1851), en ASRE/Exp. 24, ff. 33-34. 30 Bartlett, 1854, i, 340; Gray's Report, 1855, p. 4; Gray a Bartlett (24 de julio de 1851), en MBC, "Correspondence", v; Gray a Stuart (3 de agosto de 1851), en Correspondence, 1851-1852, p. 298. 31 Gray a Bartlett (25 de julio de 1851), en Bartlett's Report, 1854-1855,
p. 27.
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del mapa de Disturnell en la localizaci?n de Paso del Norte; Gray lo ve?a desde la posici?n 32? de latitud norte. No cre?a Bartlett que Paso del Norte deb?a determinar el l?mite s?lo porque se mencionaba en el tratado, e insisti? en que si el pueblo no se hubiera mencionado no habr?a dispu ta.32 Al apegarse al mapa de Disturnell, dec?a Bartlett, Es tados Unidos hab?a ganado casi 1 000 millas cuadradas de territorio, las minas de cobre de Santa Rita, el r?o Mimbres y las Monta?as Mogoll?n.33 Gray, sin embargo, se enquis t? en su posici?n. Ante las circunstancias, Bartlett inform? a Garc?a Conde que no era conveniente seguir trabajando con esas bases.34 Suspendi? oficialmente la medici?n de la parte estadounidense, y solicit? a Garc?a Conde hacer lo mismo. El representante mexicano se neg?, y declar? que ten?a in tenci?n de continuar la medici?n.35 Discurr?a que se?alado el punto inicial sobre el R?o Bravo no pod?a aceptar otro, por que si Bartlett ten?a autoridad para nombrar a Whipple, como
afirmaba, no pod?a haber cambios.36 As? pues, la fracci?n mexicana de la comisi?n conjunta si gui? la medici?n en el paralelo 32?22' hasta su punto final en el oeste, sin evitar sacrificios para concluir el trabajo. Cuan
do termin? el l?mite sur de Nuevo M?xico el 1 de octubre de 1851, Garc?a Conde comenz? el l?mite oeste en direcci?n al Gila.37 Al hacerlo, el general obedec?a instrucciones de su
gobierno.
La comisi?n conjunta hab?a llegado a punto muerto. Gar c?a Conde se aferraba inexorable al paralelo 32?22', pero Bar tlett, impedido por la negativa de Gray a firmar los documen
32 Bartlett, 1853; Gray a Bartlett (31 de julio de 1851), en Bartlett's Report, 1854-1855, p. 6. 33 Bartlett's Report, pp. 8-11.
34 Bartlett a Garc?a Conde (29 de julio de 1851), en ASRE/Exp. 24,
f. 35.
35 Graham's Report, 1852, pp. 22-23; Garc?a Conde a Bartlett (15, 19
de agosto de 1851), en MBC, ''Correspondence", v.
36 Garc?a Conde a Bartlett (3 de agosto de 1851), en ASRE/Exp. 24,
f. 36.
37 Francisco Jim?nez al ministro de Relaciones (24 de enero de 1853),
en ASRE/Exp. 24, ff. 73-75.
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tos sobre el punto inicial, no pod?a seguir con la medici?n del l?mite. Aunque la comisi?n conjunta acord? trabajar en la parte fluvial del l?mite, la disputa sobre el l?mite sur de Nuevo M?xico se resolver?a s?lo con la negociaci?n del tra tado de La Mesilla con lo que se obtendr?a un l?mite por com
pleto diferente. La causa de la disputa era la vaga descripci?n del l?mite
de Nuevo M?xico en el tratado Guadalupe Hidalgo. Su am
big?edad permit?a entender el l?mite como lo se?alaba el mapa de Disturnell en 32?22', o tomar como punto El Paso del Norte en el mismo mapa y medir la distancia desde ese punto, como
estaba en el terreno, hacia el l?mite sur de Nuevo M?xico, que colocar?a la frontera 37 millas al sur. Esa ambig?edad fue causa tambi?n de que los representantes de la comisi?n comenzaran la medici?n desde el Pac?fico hacia el este. Cuan do se elevaron los salarios y el costo de transporte y los cons tantes atrasos de la parte estadounidense cambiaron la medi ci?n de California a Paso del Norte, se frustr? el prop?sito original de quienes elaboraron el tratado. Y no es de extra ?ar. Fue una violaci?n al tratado Guadalupe Hidalgo lo que oblig? a la comisi?n conjunta a comenzar la medici?n del l? mite en el Pac?fico y seguir sin interrupci?n hasta el Golfo de M?xico. Este comienzo llevar?a a la comisi?n conjunta al Gila hasta tocar el l?mite oeste de Nuevo M?xico se?alado en el mapa de Disturnell, y desde ah? a la frontera sur de ese estado, que seg?n el mismo mapa estaba en el paralelo 32?22' latitud norte. El Paso del Norte no habr?a sido entonces punto de discusi?n porque ?sta no hubiera tenido lugar. Pero al fijar
como punto inicial el R?o Bravo, cre? conflicto con la ubica ci?n real de Paso del Norte, lo que permiti? alterar el prop? sito original de las negociaciones del tratado. Pero ?cu?l era la intenci?n de los que redactaron el trata do? Los historiadores conocen, desde hace tiempo, la opini?n del Nicholas Trist, enviado de Estados Unidos para negociar la paz con M?xico. Seg?n Trist, no hab?a necesidad de disputa fronteriza alguna. El l?mite sur de Nuevo M?xico sobre el r?o
Bravo estaba en el paralelo 32?22'30,\ La frase parent?tica en el texto del tratado ?"que correr? al norte del pueblo Ha
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mado Paso"? era s?lo una manera de conservar el pueblo en territorio mexicano.38
Los historiadores desconoc?an el punto de vista del gobierno
de M?xico. En su correspodencia con el ministro de Relacio nes Exteriores, los representantes en la comisi?n (Bernardo Couto, Miguel Atrist?in y Luis Genaro) mencionan que el l?mite corre al norte de El Paso ". . .seg?n se ve en el pre citado mapa" de Disturnell.39 Los representantes estaban preocupados por los vagos l?mites del estado de Chihuahua, y como se desconoc?an la latitud y longitud exacta de Paso del Norte, no se atrev?an a citar el paralelo a riesgo de ubicar
el pueblo fuera de los l?mites del pa?s. En ninguna parte los
representantes mexicanos de la comisi?n definieron la distancia al norte de El Paso, pero s? reconocieron como l?mite la l?nea trazada por Disturnell,40 expuesta tambi?n claramente en las
instrucciones de Garc?a Conde. Los mexicanos y estadouni
dense responsables del tratado estuvieron de acuerdo en tomar
como l?mite sur de Nuevo M?xico los 32?22' de latitud norte
seg?n lo ubicaba el mapa de Disturnell. Garc?a Conde lleg? a la misma conclusi?n. Bartlett estuvo tambi?n de acuerdo, con la salvedad de que el l?mite corriera tres grados de longi tud hacia el oeste. Se cumplieron los m?s grandes temores del gobierno mexicano. Estados Unidos adopt? y se aferr? a la interpretaci?n de Gray sobre el art?culo quinto del trata do Guadalupe Hidalgo; la disputa subsecuente dio a ese pa?s suficientes pretextos diplom?ticos para demandar un nuevo
tratado: el de La Mesilla.
38 Trist a Evening Post (Nueva York), carta en dos partes, xxxn (1848)
mise, y xxxiv (20 de junio de 1849-23 de febrero de 1853), en NPT; Goetzmann, 1959, pp. 189-191. 39 Couto, Atrist?in y Genaro a Luis de la Rosa (16 de enero de 1848),
en ASRE/Exp. 21, f. 23.
40 Couto, Atrist?in y Genaro al ministro de Relaciones (25 de enero
de 1848), en ASRE/Exp. 21, f. 41.
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TRAZADO DE LIMITES CON E.U.
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MAYORDOMOS, MONJAS Y FONDOS CONVENTUALES Anne Staples El Colegio de M?xico
Al lograrse la independencia de M?xico, criollos y mestizos fueron admitidos en empleos que anteriormente les eran ve dados. Se desat? una "empleoman?a",1 Por usar un t?rmi no entonces en boga, y una reacci?n violenta en contra de los
espa?oles que continuaban en en los puestos codiciados por mexicanos. Por otro lado, nuevas oportunidades vocacionales se presentaban al ampliarse profesiones, oficios y la burocra cia gubernamental. Sin embargo, ninguna de estas nuevas posibilidades ten?a el prestigio de los antiguos cargos coloniales,
y pocos hombres se sent?an tan privilegiados como los esco gidos para ser mayordomos de conventos de monjas. El t? tulo estaba rodeado de un aura de intachable respetabilidad, solidez econ?mica y gran piedad, muy del gusto de una so ciedad que intentaba dejar de ser colonial. La exclaustraci?n definitiva de las monjas en 1863 puso t?rmino a esta forma de ganarse la vida que, dicho sea con honradez, muchas veces
significaba m?s bien un desembolso que una ganancia. El
cargo ha vuelto a aparecer en nuestros d?as, ya que algunas comunidades religiosas emplean mayordomos para el mane jo de sus asuntos financieros. Para ser mayordomo de un convento de religiosas era ne cesario tener 25 a?os de edad, la aprobaci?n del obispo o del cabildo eclesi?stico y abonar una fianza de 4 000 pesos.2 AI 1 Mora, 1965, i:90. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.
2 AGNM.BN, leg. 667. "Escrituras de fianza del Sr. Tejeda". Fecha da, sin firma, 16 de junio de 1832. Era com?n que dos fiadores pusieran
HMex, xxxviil, 1986 131
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ANNE STAPLES
gunos conventos ten?an la costumbre de escoger en sus reu niones de cap?tulo al candidato que m?s les agradaba; man daban su nombre, m?s el de un sustituto ordinario (es decir al obispo o arzobispo, seg?n la categor?a de la di?cesis), en el entendimiento que ?ste respetar?a su selecci?n, cosa que no siempre sucedi?. Una vez notificado el candidato aceptado por el obispo, se abonaba la fianza y en seguida un notario eclesi?stico pa saba al convento y le?a un auto legal en la reja del coro bajo para informar a la abadesa del nombramiento. El mayordo mo saliente, su representante o su albacea, proced?a a hacer el acta de entrega, que a veces duraba varios d?as. Se iba de casa en casa para que los inquilinos de las propiedades del convento conocieran al nuevo mayordomo y se pusieran de acuerdo con ?l acerca del monto y la forma de cobrar la renta,
y la cantidad de renta atrasada en caso de que hubiera. Este recorrido se hac?a con asistencia de un notario, quien levan taba el acta correspondiente. Al mismo tiempo el nuevo ma yordomo era informado por su antecesor de qui?nes deb?an r?ditos al convento, cu?ndo se hab?an hecho las escrituras de los pr?stamos, a cu?nto ascend?a el principal, qu? propieda des o cu?les fiadores respaldaban los pr?stamos, c?mo se pa gaban los r?ditos y si hab?a que litigar o recaudar r?ditos
atrasados.3
partes iguales para cubrir la fianza, como se hizo en el caso de Jos? Igna cio de Anzorena y Foncerrada, nombrado mayordomo y administrador de la Antigua Ense?anza en 1836. Para dar mayor solemnidad a sus bue nas intenciones, el nuevo mayordomo se oblig? en el documento notarial, hecho con los fiadores y el convento, a administrar con honradez sus bie nes. AGNCM, notario Jos? Ildefonso Verdiguel, 12 de agosto de 1836. 3 AGNM.BN, leg. 927, "A?o de 1825. Expediente formado sobre la entrega quej?se Pe?alosa a nombre de Juan Francisco Farras hace a Agus t?n de la Pe?a y Santiago al mayordomo nuevamente nombrado de las fin cas y capitales pertenecientes al sagrado convento de se?oras religiosas de la Encarnaci?n". Hubo tambi?n mayordomos encargados de los fondos de iglesias, cofrad?as, hospitales y de fiestas patronales. Por ejemplo, el obispo de Puebla, Francisco Fabi?n y Fuero, ten?a a su servicio en 1781 a Fernando Redondo Portillo, quien fung?a como mayordomo, tesorero y administrador de las rentas episcopales. AGNM, Templos y conventos, vol.
9, exp. 5, ff. 130-132.
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MAYORDOMOS, MONJAS
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Las tres tareas principales del mayordomo eran cobrar la renta de las casas pertenecientes a la comunidad, los r?ditos de los pr?stamos y pagar algunas cuentas. El mayordomo no recib?a el principal de estos pr?stamos; el deudor lo devolv?a directamente a la abadesa en casi todos los casos, de modo que el convento no tuviera que pagar al mayordomo ninguna comisi?n sobre estas cantidades. Del dinero recaudado se pa gaban cuentas de arquitectos, carpinteros, alba?iles, mate riales de construcci?n e impuestos o contribuciones al fisco,4 de modo que una parte del dinero no llegaba a manos de la abadesa o contadora y no aparec?a en los libros de cuentas del convento. Lo que el mayordomo le entregaba era el saldo de lo que quedaba despu?s de efectuar los pagos; si esta can tidad no era suficiente para sostener a la comunidad, el ma yordomo cubr?a el d?ficit con sus propios fondos. En las cuen
tas de la abadesa se anotaban las sumas entregadas al pagar dotes, pr?stamos y dep?sitos especiales m?s el producto de la venta de art?culos elaborados por las monjas, de manera que tanto las cuentas del mayordomo como las de la abadesa raras veces coincid?an.5
Al mayordomo se le pagaba de manera que mantuviera
inter?s en cobrar las rentas: el 5% de la cantidad total recau dada era su sueldo.6 A veces recib?a sobresueldo por cobros dif?ciles o especiales; algunos conventos le proporcionaban una casa libre de renta como morada, otros le daban una suma extra para pagar a su cobrador, ya que los mayordomos se serv?an de alguien para hacer el trabajo desagradable de visi tar casas o ir a cobrar de cuarto en cuarto en las vecindades.
Pagaba el mayordomo o el convento, seg?n los casos, a un 4 AGNMiiW, leg. 181. "En la ciudad de M?xico a 7 de septiembre de 1831 el I.V. Sr. Dean y Cabildo gobernador del Arzobispado. . . ha biendo visto el escrito que. . . el Dr. Arechederreta le present? acompa ??ndole las cuentas respectivas correspondientes a 1830. . .". 5 AGNMiiW, leg. 300, num. 16. "Glosa verificada por la contadur?a general de la curia eclesi?stica. . . cuentas del mayordomo de la Pur?sima
Concepci?n para 1821."
6 AGNM:?V, leg. 239. "Libro de recibos de Regina Coeli". Carta al
vicario firmada por Mar?a Josefa del Ni?o Jes?s, 1832. Este dato se puede confirmar en las cuentas internas de cualquier convento.
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ANNE STAPLES
escribiente que copiara las cuentas que deb?an entregar a la abadesa y a la contadur?a de la curia eclesi?stica. Este traba jo era fastidioso, puesto que cada cuenta mensual constaba de muchas p?ginas manuscritas que llevaban el nombre de la propiedad, su localizaci?n, y los nombres de los inquilinos
de cada casa, cuarto, accesoria, ba?o, mes?n, entresolar,
tienda.o corral. En estas listas interminables, se anotaba la cantidad pagada por cada inquilino, que se sumaba al final de cada hoja y de nuevo al final del informe.7 A menos que pusiera un activo inter?s en aumentar las ren tas mediante reparaciones a los inmuebles, que permit?an ele var el alquiler, o personal insistencia en el pago oportuno de los inquilinos, el mayordomo se limitaba a exigir cumplimiento
a sus ayudantes y a cobrar su sueldo, que en el caso de los
conventos con ingresos considerables era elevado; por supuesto,
los que m?s ganaban eran los mayordomos de los conventos ricos. El de la Pur?sima Concepci?n recaudaba en promedio entre 60 000 y 70 000 pesos anuales, que le dejaban una co misi?n de 3 000 a 3 500 pesos. Estos envidiables honorarios contrastaban con los 2 000 que ganaba el gobernador de un estado, o los 1 500 que percib?a el rector de un colegio o ins tituto. Los ingresos de Regina Coeli sumaban aproximada mente la mitad de los de la Pur?sima, pero aun as? su mayor domo, como el de la mayor?a de los conventos, viv?a dentro del privilegiado 10% de la poblaci?n cuyos ingresos supera
ban los 300 pesos anuales.
Al estudiar la vida y actividades individuales de este grupo de personajes, encontramos muchas relaciones de negocios o de parentesco entre ellos. Buscar informaci?n acerca de cada
uno, a modo de peque?as biograf?as, ayuda a comprender el papel que desempe?an dentro de la Iglesia y en los asuntos financieros de la nueva rep?blica. A continuaci?n veremos algunos de estos ejemplos, con el prop?sito de ubicar a los 7 AHSSA, "Glosa formada por el contador general. . . a las cuentas del mayordomo para 12 de julio de 1823, hasta 11 de julio de 1824"; "Cuen
ta general y relaci?n jurada que yo, Andr?s de Mendivil y Amirola, In tendente honorario de provincia doy como administrador de los propios y rentas del convento de Jes?s Mar?a al Sr. Dr. Juan Bautista de Areche
derreta, ..."
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MAYORDOMOS, MONJAS
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mayordomos dentro del ?mbito en el cual actuaron. Por su puesto, una parte sobresaliente de ?ste se relacionaba con la vida conventual. La preocupaci?n del mayordomo por el bie nestar del convento y la felicidad de sus moradores se mani festaba de diversas formas. Algunas actuaban como patro nos o benefactores. Cuando eran hombres ricos y el convento sufr?a escasez o no dispon?a de recursos, el mayordomo los supl?a con sus propios caudales. Las deudas de los conventos para con su mayordomo llegaban a veces a ser cuantiosas, pero nunca se cobraban intereses por esas deudas, e incluso sucedi? que no fueron pagadas, pues el mayordomo perdo naba en su testamento el dinero que le deb?an; por ejemplo, el padre de Manuel Samaniego, antes de morir cancel? una deuda de 9 394 pesos, contra?da durante el tiempo que fue s?ndico de las Pobres Capuchinas de Quer?taro. Su hijo con tinu? la tradici?n de servir a este claustro, que seg?n parece ven?a desde el abuelo, e hizo lo posible por sanear las finanzas
de aquella orden mon?stica, pero al fin se dio por vencido y alegando pobre salud e incapacidad para cubrir las deudas como lo hab?a hecho su padre, pidi? ser relevado del puesto.8 Mucho m?s cuantioso era el dinero adeudado a Manuel Garc?a Herrero, mayordomo de las Pobres Capuchinas de M?xico, al cabo de 20 a?os; la comunidad le deb?a la enorme canti dad de 42 435 pesos cuando muri? en 1811, misma que per don? en las instrucciones dejadas a su albacea Ignacio Arn
paneda, quien le sucedi? en el puesto.9 Lo mismo hizo
Fernando Herrera, mayordomo de la Ense?anza Antigua; al dejar el puesto en 1800, perdon? una deuda de 5 749 pesos que se acumul? durante 10 a?os.10 8 AGNM: BN, leg. 200, num. 20. Carta al vicario firmada Manuel Sa maniego, 16 de octubre 1827. Lavr?n menciona que las capuchinas de Que r?taro viv?an pr?cticamente de la caridad de su mayordomo. Lavr?n,
1971, p. 71.
9 AGNM:?iV, leg. 1071, exp. 3, num. 181. Testimonio hecho el 16 de noviembre de 1813; cuentas del mayordomo de San Felipe de Jes?s y Po bres Capuchinas de M?xico desde 5 de septiembre de 1791 hasta 15 de febrero de 1811, y desde 16 de febrero de 1811 hasta 16 de agosto de 1813. 10 AGNM.BN, leg. 668, n?ms. 194 y 195. Testimonio hecho el 11 de marzo de 1802; cuentas del mayordomo desde 1 de marzo de 1790 hasta junio de 1800, de Nuestra Se?ora del Pilar y Ense?anza Antigua.
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ANNE STAPLES
Evidentemente hab?a hombres de posici?n econ?mica de sahogada que desempe?aban el cargo de mayordomo, puesto que consideraban como obra p?a, de gran distinci?n y cate gor?a social. Era un t?tulo m?s que pod?an a?adir a su apellido.
Otros hombres, sin embargo, buscaban el puesto para tener una manera de sostenerse. El mayordomo de la Pur?sima Con cepci?n, Cosme Dami?n Flores Alatorre, carec?a de recursos seg?n la petici?n que hizo al arzobispo cuando solicit? un cargo
en el primer convento donde hubiese una vacante:
Desde 1812 se halla en M?xico viviendo con familia en casa de su hermano, con motivo de que por los p?blicos movimientos
de aquel tiempo perdi? la mayor parte de sus bienes que pose?a en Aguascalientes donde seg?n el antiguo sistema era regidor perpetuo.11
Flores Alatorre pertenec?a a una familia influyente; el di rector del Juzgado de Capellan?as era Pedro Flores Alatorre; el gobernador del arzobispado y vicario general de monjas (antes de Juan Bautista Arechederreta) era F?lix Flores Ala torre, y Juan Jos? Flores Alatorre, unos a?os despu?s, ser?a importante magistrado. Este tipo de recomendaciones, sin embargo, en nada ayu daba a las finanzas de las comunidades religiosas, como de muestran las consecuencias de atender las necesidades eco 11 AGNM,Templos y conventos, s.n. "Entrega de mayordom?a de la Pu r?sima Concepci?n por Antonio Rodr?guez al Sr. Cosme Dami?n Flores Alatorre, Regidor de la ciudad de M?xico a?o de 1822." Evidentemente mejor? su situaci?n econ?mica al poco tiempo. En 1829 hizo dos testa mentos ante notario y particip? en el arreglo de dos fianzas, una como fiador de su hijo Francisco Alatorre, quien necesitaba 6 000 pesos para garantizar el desempe?o del puesto de administrador de diezmos en Aguas calientes y en la compraventa de una casa. AGNCM, notario Manuel Pin z?n, 21 de mayo de 1829. En 1822, Cosme Dami?n vot? con los dem?s miembros del ayuntamiento constitucional de la ciudad de M?xico, as? que ocup? el mismo puesto aqu? y en Aguascalientes. La "escritura de obliga ci?n y fianza que otorgaron don Cosme Dami?n Flores Alatorre y sus fia dores a favor del Convento de la Concepci?n" se encuentra en AGNM, Templos y conventos, vol. 155, exp. 4, ff. 7-10; el documento de entrega, tam
bi?n en 1822, se encuentra en AGNM, Templos y conventos, vol. 155, exp.
43. ff. 554-606.
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MAYORDOMOS, MONJAS
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n?micas y sociales del solicitante, m?s que a sus habilidades (caso que se repet?a mucho, por ejemplo, con los maestros de primeras letras, contratados m?s por compasi?n que por sus conocimientos). Todos los a?o los mayordomos ten?an que entregar a las oficinas del arzobispado las cuentas de arren damientos y censos, las cuales eran minuciosamente exami nadas por el contador de la curia eclesi?stica, el promotor fiscal
y el vicario. En 1833, se glosaron las cuentas del a?o ante rior. Normalmente, la aprobaci?n era casi autom?tica, pero ese a?o los tres oficiales de la contadur?a rechazaron las cuen tas presentadas por Cosme Dami?n Flores Alatorre. En 1831, la Pur?sima Concepci?n hab?a recibido 84 055 pesos por con cepto de rentas y r?ditos; para el a?o siguiente bajaron a 64 806 pesos, causando una merma de 19 249 pesos en los ingresos del convento. Seg?n el promotor, el problema se deb?a
a las revueltas populares y la incapacidad f?sica, aunque no moral, del mayordomo.
Si ha provenido esta diferencia de rentas de las dificultades insuperables que ha presentado la dificultad de los tiempos de toda clase de cobros; nada hay que reprender a quien cuya con ducta ha sido hasta ahora irreprensible. Aun en medio de sus penosas y notorias enfermedades. . .
El remedio era ayudar al mayordomo y el vicario general de monjas, Arechederreta, recomend?: Que siendo p?blico el impedimento f?sico del mayordomo, por la privaci?n de la vista, tan necesaria para esta clase de ad ministraci?n. . . hemos cre?do necesario que allanadas las difi cultades que se proponen, en las siguientes cuentas, ser? bien que las religiosas nos propongan un sujeto de su confianza que
en clase de acompa?ado lo auxilie en el desempe?o de la ma yordom?a.
Es necesario aclarar que los inquilinos no buscaban al ma yordomo para pagarle sino, al contrario, ?l o sus subalternos ten?an que buscarlos para cobrarles la renta, salvo contadas excepciones. Aunque no era dif?cil el trabajo del mayordo mo, s? ten?a que insistir a sus cobradores para que visitaran This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:58:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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ANNE STAPLES
a todos los inquilinos cuantas veces fuera necesario. Sin poder revisar bien las cuentas, Cosme Dami?n Flores Alatorre ca?a en confusiones y parece que su hermano, Juan Jos?, quien firmaba las cuentas, no puso el empe?o necesario. Se pag? una deuda de 150 pesos dos veces al contador Gonz?lez, error que tuvo que cubrir el mayordomo. El hecho de que Flores Alatorre no fuera despedido u obligado a jubilarse habla de la influencia que gozaba su familia. Al fin, en 1836, fue sus tituido legalmente por Jorge Madrigal, quien continu? en el cargo hasta la exclaustraci?n.12 El mayordomo, llamado a veces s?ndico o procurador, en los a?os inmediatos despu?s de la independencia ten?a que enfrentarse con el problema de los cobros dif?ciles. Una de las caracter?sticas m?s notables de este periodo era el estan camiento de la vida econ?mica acompa?ado por la falta de cr?ditos y de circulante. Los conventos de monjas, junto con el Juzgado de Capellan?as,13 los grandes comerciantes y los agiotistas pr?cticamente eran los banqueros de la ?poca. Los capitales, no siempre invertidos con acierto, de todos modos apoyaban la agricultura y la miner?a. Como han demostrado varios estudios,14 la consolidaci?n de los vales reales en 1804, los pr?stamos forzosos, las contribuciones voluntarias a la corona
para combatir a Napole?n y m?s tarde a las fuerzas insur gentes, hab?an descapitalizado a muchas organizaciones ecle si?sticas. Los conventos de monjas, a m?s de verse afectados por esta sangr?a de capital, vieron disminuidas sus rentas, tanto urbanas como rurales. ?stas disminuyeron o desapare cieron al ser destruidas o abandonadas las haciendas a las cuales se hab?an hecho fuertes pr?stamos; aqu?llas porque no hab?a dinero para reparar las casas y viviendas que alquila ban los conventos, o porque los inquilinos, bur?cratas y mi 12 AGNM:&/V, leg. 300. Algunos datos biogr?ficos de Juan Jos? Flo res Alatorre aparecen en Diccionario, 1976, i:781, otros en Arnold, 1980, pp. 98-99; "Cuenta y relaci?n jurada por el mayordomo. . . de la Pur?si ma Concepci?n, enero y diciembre 1832". 13 Costeloe, 1967. 14 Flores Caballero, 1969, 1969a; Hamnett, 1969; Sugawara, 1967, todos citados por Lavr?n, 1971, que explica c?mo afect? la consolidaci?n a varias comunidades de monjas, Lavr?n, 1973.
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MAYORDOMOS, MONJAS
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litares en muchos casos, no recib?an con puntualidad sus sueldos y no pagaban la renta.15 Es una historia m?s com plicada desde luego, pero conviene tener en mente el cuadro que enfrentaba el mayordomo durante estos a?os. Su respon sabilidad era grande, pues de ?l depend?a el bienestar ma terial de la comunidad y a veces su existencia, ya que la falta de fondos podr?a llevar al cierre de la comunidad. El ser mayordomo no exclu?a las posibilidades de desem pe?ar otros cargos, siempre que tuviera subalternos eficaces. Algunos mayordomos ocupaban puestos relacionados con la contabilidad dentro del gobierno virreinal y despu?s del in dependiente. Varios ejemplos bastar?n para hacer un perfil profesional del grupo. Se busc? alg?n antecedente entre los 94 mayordomos que aparecen en el ap?ndice. De ellos, va rios resultaron con ligas burocr?ticas y experiencia contable,
lo que indica que los conventos buscaban profesionales capa citados para llevar sus cuentas. De mayor inter?s son los que desempe?aban cargos relacionados con el Real Tribunal de Cuentas o el Ministerio de Hacienda. Joaqu?n G?mez,16 por ejemplo, mayordomo del importante convento de Balvanera
de 1823 a 1827, hab?a sido oficial del Real Tribunal desde 1792. Continu? toda su carrera dentro de esta dependencia 15 El pago oportuno de la renta en las fincas urbanas se hizo m?s dif?
cil a medida que avanzaba la d?cada. En uno de sus art?culos Asunci?n Lavr?n recoge el dato de que el gobierno civil, al no poder pagar a tiempo los sueldos de militares y bur?cratas les exim?a de pagar puntualmente la renta. Los conventos de monjas, cuya manutenci?n proven?a en su gran
mayor?a de los alquileres, enfrentaron las consecuencias de la falta de pago.
Lavr?n tambi?n menciona que en esos a?os durante los cuales los conven tos ve?an mermadas sus rentas, pagadas con atraso o no pagadas, no tu vieron fondos para reparar sus propiedades, con el resultado de que val?an menos y bajaban sus rentas, o a veces quedaban sin inquilino. Lavr?n, 1971, pp. 67, 72. Estas bajas en las rentas afectaron tambi?n el ingreso de los mayordomos, cuyos sueldos eran el 5% de lo recolectado. 16 AGNM:BN, leg. 308 "Cuentas presentadas por Joaqu?n G?mez, como mayordomo del convento de se?oras religiosas de Nuestra Se?ora de Balvanera correspondietes al a?o de J825". Arnold, 1980, p. 114. En 1829 todav?a era econ?micamente activo al participar en unas cuatro com praventas, hipotecas y otorgamiento de fianza. AGNCM, notario Jos? L?pez Guazo, 18 de septiembre de 1829; notario Jos? Vicente Maciel, 12 de marzo de 1829; notario Nicol?s de Vega, de 19 de enero de 1829.
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ANNE STAPLES
hasta por lo menos 1822, as? que cuando asumi? la mayor dom?a de Balvanera en 1823 ten?a como m?nimo 31 a?os de experiencia en el manejo de cuentas. Probablemente acept? el cargo al jubilarse. Oper? con cantidades importantes, ya que los ingresos de Balvanera durante estos a?os alcanzaban unos 30 000 pesos anuales. Los gastos, sin embargo, eran ma yores; durante los cinco a?os que Joaqu?n G?mez vel? por el bienestar de esta comunidad, aport? m?s de 5 000 pesos para cubrir el d?ficit, es decir, el convento oper? con n?meros
rojos durante toda su mayordom?a. Una carrera paralela dentro de la burocracia fue la de An tonio Garc?a, mayordomo de Santa Clara de M?xico. Em pez? el mismo a?o que Joaqu?n G?mez, en 1792, pero como oficial de la Oficina General de Temporalidades, que admi nistraba los bienes de los jesu?tas, despu?s ascendi? a encar gado de la contadur?a de la misma dependencia; bajo un t? tulo u otro, llev? las cuentas de aquellos bienes desde 1792 hasta 1820. Tuvo, entonces, por lo menos 15 a?os de expe
riencia en manejar cuentas antes de encargarse de las de Santa
Clara en 1807.17
Manuel Mar?a Canseco, mayordomo del una vez rico con vento de Santa Catalina de Sena, el ?nico convento dominico de mujeres y uno de los pocos de esa ?poca que sobrevive hasta
nuestros d?as, empez? su carrera como oficial de la Direcci?n
General de Reales Rentas de Alcabalas y Pulques. Ya en el
periodo independiente pas? a la Secretar?a de Hacienda, lleg? a ser contador mayor durante 1831 y 1832 y secretario por seis meses en 1841, y por cuatro meses en 1855. Como en el caso de los anteriores, parece que Canseco al jubilarse, acep t? o solicit? el puesto de mayordomo, pues en 1845 existe cons
tancia de su relaci?n con Santa Catalina, y ya ten?a 24 a?os de trabajar como contador para el gobierno. Tampoco per maneci? ajeno a la pol?tica; fue diputado suplente al Congreso Extraordinario de 1846. Este mismo a?o particip? en una co misi?n de hacienda del Congreso que busc? la manera de con seguir fondos para la guerra contra Estados Unidos. Como contador mayor que era, formul? el presupuesto del Minis 17 Arnold, 1980, p. 107.
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terio de Relaciones Interiores en 1849 y litig? por sus pro pios intereses como acreedor de la compa??a que adminis traba el camino a Veracruz, indicio de que aparte de ser bur?crata participaba en negocios particulares.18 Pedro Mart?nez Corcuera, mayordomo de San Juan de la Penitencia entre 1807 y 1811, fue otro bur?crata con expe riencia en manejar n?meros; sabemos que fue oficial mayor de la Direcci?n General de la Real Renta del Tabaco en 1817, aunque es muy probable que con anterioridad haya desem pe?ado otras labores relacionadas con la contabilidad.19 El dinero del convento de la Nueva Ense?anza estuvo du rante largo tiempo en manos de Jos? Mar?a Canch?la, desde 1818 hasta 1839. A partir de 1817 Canch?la era recaudador de la Loter?a; al a?o siguiente aparece como recaudador de la Administraci?n General del Arbitrios.20
Durante m?s de un cuarto de siglo el intendente honora rio, Andr?s de Mendivil y Amirola sirvi? al convento de Jes?s
Mar?a. Catorce a?os antes de asumir el puesto era contador del Correo, empleo que dej? en 1821 para trabajar en las oficinas del Monte P?o. Su larga carrera siempre estuvo rela cionada con la contadur?a.21 Otro hombre de edad, Manuel Bausa, fue mayordomo de
Regina Coeli poco antes de su exclaustraci?n. Desde 1825
hab?a sido oficial del Departamento de Cuenta y Raz?n de la Secretar?a de Hacienda.22 Un compa?ero suyo del mismo Departamento era Jorge Madrigal, el contador que sirvi? a la Pur?sima Concepci?n durante m?s de 20 a?os. Hab?a em pezado desde 1822 como oficial de Correos, pas? despu?s a la Secretar?a de Hacienda.23 Ha de haber tenido una edad 18 Arnold, 1980, p. 53; V?ase Moreno, 1975, n?ms. 2774, 4159, 4901, 5509, 5545, 5563, 5787, ap?ndices. En 1847 Manuel Canseco parti cip? en la compraventa de dos casas y en el otorgamiento de un pr?stamo hipotecario, AGNCM, notario Ram?n de la Cueva, 1 de mayo de 1847
y 30 de octubre de 1847; notario Manuel Orihuela, 5 de noviembre de 1847.
19 Arnold, 1980, p. 167. 20 AGNMiBN, legs. 245, 307, 702; Arnold, 1980, p. 52. 21 Arnold, 1980, p. 175. 22 Arnold, 1980, p. 34. 23 Arnold, 1980, p. 158.
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comparable a la de Manuel Bausa. Ambos manejaban y cui daban los intereses de los dos conventos m?s importantes y
ricos de la ciudad de M?xico.
Otro contingente de mayordomos era profesional. Uno de los m?s importantes debe haber sido Juan Jos? Flores Alato rre, mayordomo de hecho, si no oficialmente, de la Pur?sima Concepci?n entre 1832 y 1836. Juan Jos?, nacido en Aguas calientes, estudi? filosof?a en Guadalajara y derecho en M? xico; hab?a sido juez de la Acordada, diputado a las Cortes
espa?olas por Zacatecas, presidente de la Academia de Ju risprudencia, abogado de los pobres de la Real Audiencia, asesor de la Casa de Moneda, oidor honorario de la Real Audiencia de Guadalajara y juez del Juzgado de Letras del Distrito Federal. Termin? su distinguida carrera como mi nistro de la Suprema Corte de Justicia.24 Se sabe que otros mayordomos, como Te?filo Mar?n, de la Antigua Ense?anza, eran abogados. Mar?n, nacido en Pue bla, lleg? a ser ministro de Fomento bajo Miram?n en 1860
y ministro de Gobernaci?n de Maximiliano. Despu?s de caer el Segundo Imperio fue desterrado a La Habana donde muri? de fiebre amarilla.25
Otro destacado bur?crata fue Jos? Mar?a Ortiz Monaste rio, quien desempe?o peri?dicamente el cargo de oficial mayor
de la Secretar?a de Relaciones Interiores y Exteriores, desde 1822 hasta 1851. Por lo menos durante 16 a?os, de 1840 a 1856, fue mayordomo de la Nueva Ense?anza, y al mismo
tiempo, de 1845 a 1848, de Santa Teresa la Antigua.26 En 1856, el mayordomo de Jes?s Mar?a era Jos? Ram?n Malo, que desde 1832 hab?a sido vista aduanal y comisario general de M?xico del Ministerio de Hacienda. Si no era con tador, por lo menos estaba familiarizado con los procedimien
tos de contadur?a. Al tomar la mayordom?a de Jes?s Mar?a
ten?a 57 a?os de edad. Naci? en la ciudad de Valladolid y
fue sobrino de Agust?n de Iturbide, a quien sirvi? como se cretario en 1823; lo acompa?? al exilio y en su fatal regreso. 24 Ver nota 11, supra.
^Diccionario, 1976, i:1257.
26 Arnold, 1980, 200; v?ase Moreno, 1975, pp. 876-890.
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Bajo la protecci?n de Anastasio Bustamante empez? a ocu par cargos en el Ministerio de Hacienda y en las c?maras de diputados y senadores; en ?stas, de 1837 a 1851 ?con inte rrupciones? represent? a Michoac?n, al Distrito Federal y
al estado de M?xico. En pol?tica se opuso a G?mez Farias
y fue centralista, pero antimon?rquico, pues combati? el golpe
de Paredes y Arrillaga en 1845. Durante sus a?os de servicio en el Congreso form? parte de varias comisiones encargadas del presupuesto o de allegar fondos para proseguir la guerra de Texas.27 Dej? uno de los pocos testimonios personales de las primeras d?cadas de independencia en su Diario de sucesos notables (1832-1853), que es b?sicamente de tipo pol?tico y
militar.
La participaci?n de los mayordomos en la pol?tica nacio
nal fue sobresaliente si tomamos en cuenta el n?mero de ellos
que fueron miembros del poder legislativo. De esta muestra, dos fueron gobernadores de un estado o departamento, hecho extra?o si se tiene presente que todos los conventos aqu? con siderados, salvo los de Quer?taro, se encontraban en la ciudad
de M?xico. Uno de estos mandatarios era el abogado vera
cruzano Antonio Mar?a Salonio; perteneci? al Congreso Cons titucional de su estado desde 1832, cuando ayud? a elaborar
el c?dico penal estatal. De 1846 a 1851 represent? a Vera cruz en el Congreso Nacional. En 1847 firm? por su estado
el Acta Constitutiva y trat? de arreglar, junto con Jos? Ram?n Pacheco, un armisticio con el general Winfield Scott. Fue elec
to en agosto de 1848 para sustituir al senador Juan B. Ceva
Ilos. Como presidente del Senado del Congreso Nacional, firm? un decreto sobre compra de armas en 1849 y desde 1851 sirvi?
como gobernador de Veracruz, aunque al mismo tiempo fue diputado propietario y senador. Preocupado por los asuntos financieros, en 1852 se encarg?, junto con otros legisladores, del arreglo de la deuda interior.28 Toda esta experiencia y 27 Arnold, 1980, p. 159; Diccionario, 1976, i:1243; v?ase Moreno, 1975, pp. 911-915, noms. 3570, 3574, 3575, 3576, 3662, 3663, 3773, 3876,
4686, 4704.
28 V?ase Moreno, 1975, n?ms. 5523, 6169, 6091, 6178; Bazant, 1977,
p. 155.
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sus buenas relaciones pol?ticas seguramente tuvieron que ver con su elecci?n como mayordomo de Santa Teresa la Antigua,
donde desempe?? el cargo por lo menos desde 1845 a 1858. Otro gobernador fue el queretano Juan Manuel Fern?n dez de J?uregui, mayordomo de San Lorenzo. Sirvi? en pues tos p?blicos m?s o menos desde los a?os cuarenta. En 1848, como miembro de la legislatura de Quer?taro, protest? con tra el monopolio del tabaco y al a?o siguiente, ya como go bernador, aprob? el restablecimiento de la Compa??a de Jes?s.
En 1850 fue diputado propietario por Quer?taro en el Con greso Nacional y en 1853 miembro del Consejo de Estado. La situaci?n de la hacienda p?blica le preocup? al grado de firmar, junto con otros gobernadores, un escrito sobre este tema.29 Muchos otros mayordomos ten?an una larga experiencia legislativa. Sim?n de la Garza, de Nuevo Le?n, fue elegido senador por su estado desde 18?5 hasta 1843, cuando como miembro de la Junta Nacional Legislativa, firm? las Bases Org?nicas de la Naci?n Mexicana.30 Vicente Pozo, tan des preciado, como se ver? m?s adelante, por las monjas de San Lorenzo, tambi?n tuvo una activa carrera pol?tica. En 1843
fue edil del ayuntamiento de la ciudad de M?xico; como
diputado en el Congreso, se opuso al movimiento mon?rqui co de Paredes y Arrillaga en diciembre de 1845. En la misma legislatura fue miembro de la Comisi?n de Hacienda, donde debati? asuntos relativos a la Casa de Moneda de Guanajua to. Favoreci? los intereses de Antonio Garay para abrir una v?a de comunicaci?n por el Istmo de Tehuantepec y promo vi? la importaci?n de algod?n, hilazas y tejidos extranjeros ante la escasa producci?n nacional. Unos tres a?os despu?s desempe?? la presidencia del ayuntamiento de la ciudad de M?xico y en 1859 fue senador y miembro de la Comisi?n de Puntos Constitucionales de esa C?mara.31 29 V?ase Moreno, 1975, n?ms. 5437, 5652, 5653, 5654, 6091, 6092,
6094, 6101.
30 V?ase Moreno, 1975, n?ms. 2576, 2849, 4363. 31 AGNM:ZW, leg. 648: cartas y contestaciones entre Ignacio Cure ?o, notario de la curia eclesi?stica; Vicente Pozo, mayordomo del conven to de Santa Teresa la Nueva; L?zaro de la Garza, el promotor fiscal de
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Al revisar someramente las opiniones y actuaciones pol?ti cas de los mayordomos, ninguno revela tendencias liberales o federalistas, lo cual era de esperarse. Antonio de Icaza, ma yordomo de Santa Br?gida de 1845 a 1856, s? apoyaba el sis tema representativo, por lo menos despu?s del fracaso de Itur
bide, cuando la oposici?n mon?rquica perdi? terreno, pero de ninguna manera aprobaba los esfuerzos de G?mez Farias ni los intentos reformistas de la legislatura del estado de M?xico,
orquestados por el radical Lorenzo de Zavala. Como muchos de los mayordomos activos en la escena nacional durante los a?os de Santa Anna, opt? por el centralismo. Rechaz? el im puesto sobre los magueyes, contibuci?n que seg?n ?l y la aris tocracia "pulquera", tan importante en esos a?os, arruinar?a la econom?a nacional. Icaza figur? como senador en el pri mero, segundo y tercer Congreso Constitucional Centralista de junio de 1837 a septiembre de 1841, y como miembro de la Junta de Notables o Junta Nacional Legislativa firm? las Bases Org?nicas en 1843, aunque se opuso a tomar fondos del Banco de Amortizaci?n para costear la guerra de Texas. Comprendi? que hab?a que conseguir dinero de alguna parte y en 1846, como miembro de la Comisi?n de Hacienda del Congreso Extraordinario, acept? que se consiguiera el apoyo financiero necesario, pero siempre y cuando no se tocaran los bienes pertenecientes a ninguna persona o corporaci?n; con esto ?ltimo se refer?a espec?ficamente a los de la Iglesia y sobre todo de los conventos de monjas, cuyos caudales y propiedades, en el caso de Santa Br?gida, estaban bajo su cui dado. Durante una semana Icaza fue secretario de Hacien da,32 lo cual hace suponer que tambi?n ten?a cierta experien cia en cuestiones financieras.
Un personaje pintoresco fue el cura propietario de la pa rroquia de la Santa Veracruz de la ciudad de M?xico: el doctor
Jos? Mar?a Aguirre, mayordomo de Santa Br?gida, antecesor de Antonio de Icaza en el cargo. Se involucr? en un pleito p?blico con Jos? Mar?a Tornel, ?ntimo amigo de Santa Anna. la curia; y el vicario de monjas. V?ase Moreno, 1975, n?ms. 4435, 4665,
4680, 4700, 5392, 5745. 32 V?ase Moreno, 1975, n?ms. 1305, 2334, 3213, 4053, 4363, 4901.
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El doctor Aguirre tambi?n era santanista, como lo prueba su firma en las Bases Org?nicas de 1843, y su oposici?n a la in tentona de Paredes y Arrillaga en 1845. Se preocup? por los aranceles, por organizar la justicia en el Distrito Federal, por la venta de bienes eclesi?sticos que se tuvo que realizar para reunir los 15 millones de pesos requeridos por el gobierno para
financiar la defensa en 1847. Se negaba, aun ante esta emer
gencia nacional, a aceptar que una vez entregada una pro piedad a la Iglesia, es decir, a manos muertas, el Estado pu diera tener alg?n tipo de injerencia en su destino. Ninguna autoridad, seg?n ?l, pod?a privar a la Iglesia de sus bienes ni obligarla a venderlos, pues era soberana, no sujeta a nin guna potestad civil, mucho menos a la Rep?blica Mexicana. Esta actitud, tan t?pica de todo el siglo XIX, la manifestaba violentamente el cura de la Santa Veracruz. Durante algu nos meses en 1851 y 1852 fue ministro de Justicia de Santa
Anna.33
Evidentemente, los mayordomos formaban un peque?o
grupo, una ?lite, dentro de la burocracia gubernamental. Es forzoso llegar a la conclusi?n de que se conoc?an, ten?an ex periencias administrativas comunes, compart?an estrategias de inversiones, estaban familiarizados con la situaci?n finan ciera de las comunidades que cuidaban y del gobierno. Los conventos se prestaban dinero mutuamente y las relaciones de sangre, parentesco y clase entre sus representantes finan cieros sin duda promov?an estos tratos. Como un grupo de banqueros con m?todos y metas en com?n, controlaban un porcentaje importante del cr?dito disponible. No es dif?cil ima
ginar que estas fuentes de cr?dito se usaban en provecho
propio.
El mundo de los hombres cultos, piadosos y ricos era pe que?o sobre todo en una ciudad del tama?o de la de M?xi co, con sus 250 000 habitantes. Sin conocer la historia deta llada de cada uno de los mayordomos, la informaci?n acopiada
indica que en su mayor?a eran hombres de edad, o bur?cra tas, contadores o abogados. Sus intereses fueron variados y
muchas veces desempe?aban m?s de un empleo al mismo 33 V?ase Moreno, 1975, n?ms. 4363, 4704, 5259; ver sus ap?ndices.
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tiempo. Eran mayordomos y a la vez diputados o senadores o trabajaban en el gobierno. Algunos segu?an profesiones cien
t?ficas, como Manuel Ruiz de Tejada, profesor de matem? ticas y de f?sica en el Colegio de Miner?a entre 1810 y 1863.
Ocup? el puesto de ensayador de la Casa de Moneda, uno de los pocos trabajos t?cnicos que requer?a el gobierno en aquel
entonces. Como matem?tico sus conocimientos eran ?tiles a
la Comisi?n de Hacienda del Congreso, del cual form? parte en 1822. Se preocupaba por los impuestos prediales y la renta del tabaco, y m?s adelante, como miembro del Ayuntamiento
de la ciudad de M?xico en 1849, por los fondos muni
cipales.34 Hubo tambi?n un pintor, Jos? Mar?a Medina, cuyos cua
dros de los interiores de los conventos eran especialmente no tables.35 Un mayordomo fue juez y parte: Juan Francisco Farras era simult?neamente contador de la curia y como tal se encargaba de verificar la honradez de los dem?s mayordo mos. A sus cuentas se les dispensaba la revisi?n que se hac?a a las otras.36 Varios mayordomos vigilaban los intereses de m?s de un convento y durante muchos a?os; por ejemplo,
Vicente Pozo manej? los negocios de Regina Coeli y Santa Teresa la Nueva de 1837 a 1845 ;37 de 1825 a 1845 Manuel Yanguas P?rez hizo lo mismo para Santa In?s y San Jos? de Gracia;38 de 1837 a 1856 Jorge Madrigal velaba por los in tereses de la Pur?sima Concepci?n y Santa Clara de M?xi 34 V?ase Moreno, 1975, n?ms. 485, 506, 6514, 5617; Arnold, 1980, p. 246; Diccionario, 1976, n:1819.
^Diccionario, 1976, i:1299. 36 AGNM.BN, leg. 1073, n?m. 13: "Glosa efectuada por el contador
central de la curia. . . cuentas de la priora de la Pur?sima Concepci?n para
1822. . .".
37 AGNM, Templos y conventos, vol. 42: "Libro de las posesiones de casas pertenecientes al sagrado convento de Regina Coeli que presenta su mayordomo administrador Vicente Pozo. . ."; AGNM:ZW, leg. 648; cartas y contestaciones. . ., ver nota 31. 38 AGNM:ZW, leg. 735: "Raz?n de lo que estaban debiendo los in quilinos. . . al sagrado convento de religiosas de Santa In?s. . ." 1822; leg. 1111, exp. 17: "Expediente formado sobre la entrega quej?se Pe?a losa ha hecho a nombre de los albaceas. . . al nuevo nombrado Manuel
Yanguas P?rez, . . .1825" (San Jos? de Gracia).
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co;39 Jos? Mar?a Ortiz Monasterio trabaj? para la Ense?an za Nueva 15 a?os y para Santa Teresa la Antigua por lo menos tres; Juan Francisco Farras cuid? los intereses de las monjas de la Ense?anza Antigua, de la Encarnaci?n durante tres a?os, y de San Jos? de Gracia durante 35.40 Es el ?nico caso para esos a?os de un mayordomo que haya trabajado en tres con ventos en periodos que coincid?an parcialmente. Otra de las mayordom?as m?s largas durante este tiempo fue la de Rafael
D?az; desempe?? el puesto en Balvanera de 1827 a 1856,41 e incluso m?s tarde. Era en realidad un puesto vitalicio. El
mayordomo pod?a ser suspendido por el obispo, pero lo hac?a ?nicamente en caso de enfermedad, solicitud del propio ma yordomo o de la comunidad que serv?a, o por malos manejos. Muchos mayordomos sirivieron a sus comunidades durante 30 a?os o m?s, como se ve por las fechas documentadas en el ap?ndice. Cuando menos en dos casos, la mayordom?a pas? de padre a hijo: Andr?s de Mendivil y Amirola dej? el pues to a su hijo Andr?s de Mendivil y Esteban en Jes?s Mar?a.42
En Regina Coeli, Gervasio del Corral y S?enz lo dej? a su hijo Jos? Vicente del Corral.43 Manuel Pasalagua dej? la
mayordom?a a su yerno, Lorenzo Carrera, en San Ger?nimo y en San Lorenzo.44 Muchos ejemplos hay tambi?n de casos en que el mayordomo, por estar enfermo o de viaje, delega ba la funci?n de firmar las cuentas en hermanos, hermanas,
sobrinos, o hasta la esposa.45 Cuando Dami?n Cosme Flo res Alatorre se enferm? en 1832, su hermano Juan Jos? firm? las cuentas durante a?os sin haber sido nombrado oficialmen
te.46 Otra irregularidad era la costumbre de dispensar a los mayordomos viejos de la obligaci?n de conseguir nuevos fia 39 AGNM:iW, leg. 859: "Administraci?n de las rentas del sagrado convento de la Pur?sima Concepci?n. . .", enero 1837. 40 AGNM.BN, leg. 307, 667, 927, n?ms. 112, 1065, 10, 462, 17. 41 AGNM.BN, leg. 181, 248. 42 AGNM.BN, leg. 1261, exp. 3, n?m. 1; leg. 181. 43 AGNM.BN, leg. 773.
44 AGNM.BN, leg. 181.
45 Por ejemplo, en 1837 Martina Sess? firmaba las cuentas del conven to de San Bernardo como hermana y albacea del mayordomo Alejandro de Sess?. AGNM, Templos y conventos, vol. 160, exp. 1, ff. 1-14. 46 AGNM.BN, leg. 300, leg. 1443, exp. 49.
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dores, aunque era obvio que los originales hab?an muerto o tal vez hab?an sufrido menoscabo en sus negocios y ya no po d?an cubrir cualquier desfalco en el plazo legal de dos meses. El nombramiento del mayordomo era causa de muchos plei tos, por ser un puesto codiciado. Los interesados maniobraban discretamente para obtenerlo y las monjas a veces se enca prichaban con la idea de favorecer a un hombre en particu lar, neg?ndose a cualquier otro designado por el ordinario. El caso m?s sonado tuvo lugar en el convento de San Loren zo, al fallecer en 1831 el mayordomo Manuel Pasalagua. La abadesa avis? el deceso al vicario por medio de una carta, en la cual propuso, en t?rminos bastante claros, el nombre de Lorenzo Carrera como sucesor: "pues yo quiero y la co munidad me estimula a que la manifieste a vuestro se?or?o
que no queremos otro". Parece que Carrera era espa?ol; la abadesa record? al vicario que ser espa?ol le imped?a conse
guir un empleo en el gobierno, sobre todo despu?s de las ex pulsiones de 1828-1833, pero que los mayordomos no ten?an ninguna obligaci?n de ser mexicanos.47 Esto fue el comienzo de un pleito demostrativo de que las dulces palabras de obediencia, con las cuales las monjas nor malmente se dirig?an a sus superiores, a veces carec?an de base.
Las monjas se sent?an lo suficientemente independientes y fuertes como para imponer su voluntad, aun si eso implica ba el contratar a un abogado para representar ante el arzo bispo sus derechos can?nicos, seg?n los interpretaban ellas. Para juzgar mejor el temperamento de las religiosas en el M?xico independiente, interesa seguir el desarrollo de este pleito. Cuando las monjas de San Lorenzo se enteraron de que no solamente Lorenzo Carrera hab?a sido categ?ricamente rechazado como candidato al puesto, sino que adem?s el hom bre que iba a ser designado no ten?a la edad suficiente y como
consecuencia se nombrar?a temporalmente a su hermano, es cribieron airadamente al cabildo: El ?ntimo convencimiento de su paternal amor hace incre?ble
la especie de haber VSI desechado por segunda vez unas s?pli 47 AGNM.BN, leg. 181, exp. 3.
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cas y desatendido una elecci?n. . . no nos queda ya ninguno de los recursos filiales. . . habiendo empleado todos los que es tuvieron a nuestro alcance nos vemos en la sensible pero forzo sa obligaci?n de sostener los derechos de esta comunidad por las otras v?as que nos franquean las leyes.48
Las religiosas cre?an tener el derecho, seg?n la regla de su orden, de nombrar al mayordomo que mejor les placiera. Esta prerrogativa era usurpada por el cabildo catedralicio, el cual ?nicamente ?seg?n las religiosas? podr?a confirmar el nom bramiento. Sin embargo, de hecho el cabildo o el arzobispo nombraban a los mayordomos para los conventos de su juris dicci?n. Lo interesante de la queja monjil arriba citada, es la abierta amenaza de recurrir a las leyes del pa?s o sea las autoridades civiles, y no sujetarse a las disposiciones eclesi?s ticas a las cuales deb?an obediencia.
Las monjas de San Lorenzo informaron al cabildo que ha b?an nombrado a Francisco Manuel S?nchez de Tagle como su abogado y que le hab?an otorgado una carta poder para
tratar el asunto en los tribunales civiles. Este intento por sos tener sus fueros, aun en contra del propio arzobispo, o su re
presentante, no cambiaba el mito de la obediencia. Seg?n ex
pres? la abadesa al cabildo, ". . . no por eso se disminuye un ?pice la veneraci?n y respeto que le debemos a VSI". El deber sin duda exist?a, pero esta actitud insubordinada nu blaba la sinceridad con que se cumpl?a. El cabildo decret? formalmente el nombramiento de Luis Mar?a Pozo para remplazar a Manuel Pasalagua y al mismo tiempo mand? informar a la priora de su elecci?n. El asunto deb?a haber terminado all?. Sin embargo, una semana des pu?s el cap?tulo del convento se dirigi? de nuevo al cabildo. La notoria bondad y justificaci?n de VSI no pod?a llevar a mal la s?plica y queja respetuosa de unas hijas que no creen haber
dado motivo para el desaire que han sufrido y saben por noti cias seguras. Ellas, su Illmo., pudieron haber seguido el ejem
48 AGNM.BN, leg. 185, exp. 65. Carta al cabildo firmada por Mar?a Loreto de los Cinco Se?ores, priora y otras cinco monjas, 22 de octubre
de 1831.
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p?o de alguna otra comunidad y hubieran sido tanto m?s discul pables cuanto se ve?an apoyadas por el respetable acuerdo de una de las c?maras del Congreso General de la Uni?n que de clar? ser la elecci?n de mayordomos de los conventos religiosos exclusiva de la prelada con su definitorio. Nosotros, lejos de eso e invariablemente en nuestros sentimientos de respeto y obe diencia para con VSI, nos ce?imos a proponerle sujetos, supli c?ndole se dignase aprobarlos. . .49
Este s?bito inter?s en las leyes del pa?s, cuando les benefi ciaba, traicionaba el sentimiento prevaleciente en la Iglesia en estos a?os. Luchaba para que el Estado no ejerciera el pa tronato, es decir, que la Iglesia tuviera plena libertad para designar sus propias jerarqu?as sin interferencia del Estado. Sin embargo, se ve por este incidente que cuando las leyes favorec?an a la Iglesia o a alguna de sus corporaciones, eran aceptadas y utilizadas. Las monjas de San Lorenzo hac?an constante referencia a otras comunidades que no se sometie ron a las decisiones del cabildo en cuanto al nombramiento de sus mayordomos. Seg?n los testimonios encontrados hasta la fecha, esto no es enteramente cierto. Otros conventos pro testaban al Congreso por la manera de nombrar a los ma yordomos, pero ninguno, hasta donde se sabe, insisti? con tanto af?n.
En el caso de esta comunidad, Lorenzo Carrera parece
haber desempe?ado la mayordom?a como apoderado durante los ?ltimos meses de vida de Manuel Pasalagua. Las monjas tuvieron la ocasi?n de conocerle y encari?arse con ?l. Hablaron
de ?l en los t?rminos m?s halagadores. El sujeto que elejimos ha desempe?ado ya largo tiempo el des tino con tal eficacia y tan perfectamente que nuestras rentas han
duplicado durante su administraci?n, nuestras fincas han sido todas redificadas, nuestras necesidades han sido cubiertas y hemos adquirido la instrucci?n en nuestros asuntos que jam?s hab?amos tenido antes. . .
Los documentos no prueban este aserto, puesto que los in gresos durante esos a?os muestran un d?ficit. Hubiera sido 49 AGNM.BN, leg. 181.
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fuera de lo com?n que el convento pudiera reponerse econ?
micamente en una ?poca tan inestable como ?sta. M?s que por eficiencia en la administraci?n del convento, parece que las monjas, no sabemos espec?ficamente por qu?, quisieron conservar la amistad que ten?an con Lorenzo Carrera y pro porcionar medios de subsistencia a su familia.
Nos hicieron creer obligadas a recompensar servicios efecti vos. . . a Lorenzo Carrera y a su difunto hermano (era m?s bien a su cu?ado) proporcionando adem?s ese alivio a la atendible familia del difunto.50
En comparaci?n, Vicente Pozo, el joven originalmente de signado para mayordomo por el cabildo, mereci? estas ob servaciones de las monjas: Que se compare la petici?n de Carrera, que ha administrado y sigue administrando nuestros bienes con notorias ventajas, con el nombramiento de un menor, que ni lo suyo ha podido adminis trar bien y cuya imbecilidad e inexperiencia ha tenido que cuidar
la ley con un curador, que intervenga en sus operaciones. . .51
Este lenguaje apasionado, pues se refiere a una persona se leccionada y aprobada por la m?s alta jerarqu?a eclesi?stica, no concuerda realmente con la imagen de alguien que, seis a?os despu?s, fue nombrado guardi?n de los cuantiosos bienes de los conventos de Regina Coeli y de Santa Teresa la Nueva. En todo este pleito, se vislumbra una crisis de autoridad. En una de sus contestaciones al cabildo, la priora, con el apoyo
de su cap?tulo, le record?: 50 AGNMiZW, leg. 181. Este personaje parece haber sido bastante con flictivo. Tuvo intereses en las empresas que manejaban el camino a Vera cruz y el camino a Acapulco. La de Acapulco estuvo involucrada en un juicio contra Carrera, en 1846, por la forma como manejaba los fondos de Aver?a. Posteriormente la corte le absolvi?. Tambi?n entr? en pleito sobre las minas de Fresnillo, Zacatecas donde fue acusado en t?rminos in sultantes, seg?n Carrera, de maniobrar para quedarse con ellas. Suple mento y editorial de los n?ms. 13 y 14 del peri?dico Anteojo, 1835. V?ase
Moreno, 1975, n?ms. 3286, 3347, 4372, 4804.
51 AGNM.BN, leg. 181. Carta al cabildo firmada por la priora, mon jas y el licenciado Jos? Mar?n, 16 de enero de 1832.
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Vuestro se?or?o ilustr?simo sabe que no hay autoridad abso
luta sino la de Dios. . . Pues si aunque vuestro se?or?o ilustr?simo
es superior de las religiosas de San Lorenzo, no les dio su fondo
dotal, ni es due?o de ?l. . .
Siguen unas insinuaciones acerca de la capacidad del arzo bispo (o el cabildo en sede vacante) para seleccionar mayor
domos adecuados:
Hemos experimentado, que los anteriores mayordomos al ?l timo, nombrados motu propio por los se?ores arzobispos, han disipado o cuando menos no han cuidado de los adelantos o de los menoscabos (de nuestros bienes). . ,52
Varios reclamos hubo en contra de Carrera. Durante una ?poca manej?, tambi?n para su cu?ado Manuel Pasalagua, los bienes del convento de San Jer?nimo. Pedro Verdugo, quien desempe?? el puesto despu?s de la muerte de ?ste,
mand? un informe confidencial al vicario en el cual acusa muy
claramente a Carrera de malos manejos. Durante la tradi cional entrega de bienes en presencia de un notario, Pedro Verdugo tuvo ocasi?n de comprobar "la poca inteligencia de Carrera en la administraci?n de estos intereses. Me entre g?", prosigue Verdugo, . . .poqu?simos materiales parala obra de las casas y he teni do que comprarlos caros por raz?n del tiempo para tapar las manchas goteras que abandon? por haber llevado casi toda la cuadrilla de alba?iles (a la obra de su casa).53
Acus? a Carrera de fraude por la cantidad de 1 699 pesos que deb?a a las monjas de San Jer?nimo, proveniente de arren damientos y r?ditos. Concuerda el notario con Pedro Verdugo, 52 AGNMiBN, leg. 181. 53 AGNM:2W, leg. 181. Las quejas por malos manejos de los mayor domos ten?an una larga historia. Villaroel, al describir las enfermedades que atacaban a la sociedad a finales de la colonia, apunt? en su secci?n dedicada a los conventos de monjas c?mo sufr?an el menoscabo de bienes ''porque las que poseen se disipan entre las manos de los que las manejan,
o se les da un curso vicioso y arriesgado". Villaroel, 1979, p. 65.
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quien escribi? a Arechederreta: "soy de opini?n que Lorenzo Carrera se ha malversado en los intereses del convento de San
Jer?nimo".
Lorenzo Carrera era adem?s tutor de una monja que pro fes? en el convento de San Lorenzo y de quien no pag? la dote, siendo ?l el encargado de los bienes de esta comuni dad.54 Otra falta grave era su retraso para entregar las cuen tas anuales a la contadur?a de la curia eclesi?stica. Al termi
nar el a?o fiscal, se daba un plazo m?ximo de dos meses para entregar las cuentas, plazo que Carrera no respet?, ya que varias veces el vicario tuvo que mandarle in?tilmente reca dos en?rgicos. No era la primera vez que se presentaba el pro blema; Benito Bros y Montoto, quien sirivi? en San Lorenzo desde 1801 hasta su muerte en 1826, tampoco entreg? sus cuentas a tiempo, de tal manera que era necesario promover un juicio contra Ignacio Su?rez, fiador del difunto mayordo
mo.55 Las mismas monjas no siempre llevaban bien sus
cuentas, por enfermedad o por otras causas. En San Lorenzo cuando se enferm? y muri? la contadora, la nueva no pudo rehacer las cuentas atrasadas por no encontrar los documen tos necesarios en el archivo de la comunidad. Esta desorga
nizaci?n indica un descuido en los negocios econ?micos,
dentro y fuera del claustro. Las cuentas de administraci?n de los censos y bienes ra? ces exig?an, para su elaboraci?n, tener presentes las cuentas anteriores. Si faltaba la contabilidad de un a?o no era posi ble elaborar las de los a?os posteriores. El nuevo mayordo
mo de San Lorenzo, Jos? Mercado, experiment? esta difi
cultad. Desesperado por no poder entregar debidamente sus cuentas acus? a Carrera de rebeld?a y suplic? al vicario ". . .se sirva mandar recoger el expediente con el auxilio de la auto ridad seglar, para demandarle el dinero que falta' '. Sin em bargo, parece que el vicario no ten?a el derecho legal de He
54 AGNM.BN, leg. 181. Carta al cabildo firmada por el vicario de monjas Juan Bautista Arechederreta, medio hermano de Lucas Alam?n. Es uno de los pocos documentos sobrevivientes escritos personalmente por Arechederreta en su letra casi ilegible, fechado el 21 de julio de 1832.
55 AGNM.BN, leg. 200.
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var el asunto a los tribunales. Por otro lado, Carrera result? ser un personaje conflictivo tambi?n en su vida empresarial. Tuvo que publicar, en 1835, una Exposici?n que dirige al p?bli co contestando a los hechos calumniosos con que se le injuri?, ya que
seg?n algunas personas, su deseo de extinguir la milicia de Zacatecas era con el fin de apoderarse de las minas de Fres nillo. El historiador Carlos Mar?a de Bustamante aleg? que
Antonio L?pez de Santa Anna, despu?s de su triunfo en
Aguascalientes, vendi? barato a Carrera el mineral de Fres nillo que no le pertenec?a. Su experiencia en compraventa de inmuebles urbanos data por lo menos de 1829 cuando apare cen documentos notariales amparando operaciones comerciales
de este tipo y juicios en su contra por deudas.56 San Lorenzo no era el ?nico convento con este tipo de pro blemas. Varios casos se presentaron durante los primeros a?os
del M?xico independiente. En el convento de la Encarnaci?n, las monjas tuvieron una reuni?n en cap?tulo, seg?n sus cos tumbres, en 1827 al saber la noticia de la muerte de su ma yordomo Agust?n de la Pe?a y Santiago. Eligieron para rem
plazarlo a Manuel Ruiz de Tejeda, o en su lugar a Joaqu?n Rosas. Con una carta le avisaron al cabildo la determinaci?n tomada. Grande fue el enojo de las monjas cuando se entera ron de que ninguno de sus dos candidatos hab?a sido acepta do y que el cabildo hab?a nombrado al coronel Antonio Me dina para el cargo. Este hombre renunci? o muri? a los pocos meses, de tal manera que el conflicto volvi? a presentarse. Para evitar que el cabildo impusiera de nuevo su voluntad sobre las monjas, en contra de la tradici?n y su regla, man daron una solicitud de protecci?n al congreso nacional. Estos tr?mites fueron realizados por el capell?n, abogado, cura de la iglesia de la Santa Veracruz en M?xico, y mayordomo de San Lorenzo en 1826, el inquieto doctor Jos? Mar?a Agui rre. Al parecer, ten?a dos d?cadas de estar peleando con sus colegas del cabildo eclesi?stico. Se discut?a amargamente, y
56 AGNM.BN, leg. 412, fechado el 11 de agosto de 1836. AGNCM, notario Francisco Calapiz y Aguilar, 18 de abril de 1829; 4 de septiembre;
Olavarr?a y Ferrari, 1956, p. 356.
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seg?n el tono de las contestaciones, Aguirre y el cabildo se odiaban cordialmente.57 Las monjas redactaron sus quejas, que fueron examina das por la Comisi?n de Asuntos Eclesi?sticos de la C?mara de Diputados en sesi?n secreta el 17 de abril de 1828. Los diputados Isidro Rafael Gondra y Jos? Pacheco apoyaron un proyecto que permitiera a los conventos de monjas ubicados dentro del Distrito Federal (pero no a todos los del arzobis pado, que se extend?a hasta Quer?taro) escoger sus propios mayordomos, sujet?ndose ?nicamente al derecho de veto del cabildo.58 El cabildo no podr?a vetar m?s de dos veces al can didato y ?nicamente si exist?a un impedimento legal. La Co misi?n Eclesi?stica del Senado, cuyos miembros eran Valen t?n G?mez Farias, Jos? Sixto Verduzco y Juan Nepomuceno Acosta, aprobaron el proyecto, con la cl?usula adicional de que ning?n fraile de las ?rdenes regulares podr?a desempe ?ar el cargo de mayordomo. Al votar el proyecto en sesi?n plenaria del congreso, 40 miembros lo aprobaron y tres vo taron en contra. El proyecto limitaba el poder del arzobispa do y del cabildo sobre los conventos y representaba una ins tromisi?n del Estado en los asuntos internos de la Iglesia. Uno
de los disidentes, Juan Cayetano Portugal, era miembro del cabildo de Michoac?n y m?s tarde obispo de la misma di?ce sis. En 1832 se public? la resoluci?n legislativa: Las preladas de los conventos del Distrito Federal, con acuer do de sus definitorios o madres de consejo, clavarias o consulto 57 Ver nota 33, supra. 58 Historia parlamentaria, 1984, p. 360. En esta fecha tuvo su primera lectura el dictamen de la Comisi?n Eclesi?stica, pero no volvi? a discutir
se en ese a?o ni el siguiente. Esta medida fue aprobada posteriormente por los liberales, quienes obviamente procuraron debilitar la cadena de mando dentro de la iglesia. Gondra apoy? a Lorenzo de Zavala, acusado por sus enemigos pol?ticos en 1830 de desfalcar la hacienda p?blica. (V?ase Moreno, 1975, num. 2585.) Ese mismo a?o Gondra fue sentenciado a dos a?os de reclusi?n por conspirar contra el gobierno de Anastasio Bustamante (V?ase Moreno, 1975, n?m, 2660.) Como diputado represent? al Distri to Federal. El licenciado Jos? R. Pacheco, de Jalisco, form? parte del pri mer plantel de profesores del Instituto de Ciencias y Artes de Jalisco, un
establecimiento radical para su tiempo. (V?ase Moreno, 1975, n?m. 3068.) Para un estudio de estos institutos, ver Staples, 1984.
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MAYORDOMOS, MONJAS
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ras elegir?an los administradores de las rentas y respectivamen te confirmar?n el metropolitano o los prelados regulares siempre que para negar la confirmaci?n no tuviera causa legal, la que deber?n manifestar dentro de 10 d?as ?tiles a las mismas reli
giosas para que en la propia forma que se prescribe en esta ley, procedan a hacer nuevo nombramiento de otra persona que me rezca su confianza y no preste motivo para que se deseche su
elecci?n.59
Este decreto se remiti? directamente a cada uno de los con
ventos de monjas del Distrito Federal, tanto los sujetos al ar zobispo como a las provincias de dominicos y franciscanos. El cabildo, furioso por este procedimiento, escribi? al oficial mayor Joaqu?n de Iturbide, para protestar la entrega del de creto sin la debida revisi?n y aprobaci?n eclesi?stica. Protes taron tambi?n el no haber tenido oportunidad los miembros de? cabildo de expresar su opini?n acerca del proyecto antes de que fuera proclamado ley.60 Sin embargo, el proyecto se hab?a anunciado desde 1827, de manera que el cabildo pudo haber intervenido a tiempo. En el ?ltimo esfuerzo para hacer sentir el peso de su ya menguada influencia, el cabildo mand? sus propias instruc ciones a las monjas para reglamentar el decreto gubernamen tal. Fij? un plazo de tres d?as a partir de la muerte del ma yordomo para la reuni?n de la prelada con su consejo, estando presentes por lo menos seis monjas. ?stas ten?an que votar en secreto por el candidato de su elecci?n; monjas emparen tadas dentro del cuarto grado con el interesado perd?an el de
recho de votar.61 Parece que con estos dos decretos, uno del gobierno y el otro del cabildo, terminaron las fricciones entre 59 AGNM.BN, leg. 181: Decreto del 22 de mayo de 1832, "Las pre ladas de los conventos de religiosas. . . " firmada por Joaqu?n de Iturbide,
oficial mayor de la Secretar?a de Justicia y Negocios Eclesi?sticos. Desa fortunadamente, este documento no est? incluido en Dubl?n y Lozano, 1871-1904, vol. 2. 60 AGNM.BN, leg. 181, Carta del cabildo a Joaqu?n de Iturbide, 26
de mayo de 1832.
61 AGNM:ZW, leg. 181, "Nos, el dean y cabildo de esta santa iglesia metropolitana, gobernador del arzobispado. . .", fechado el 22 de mayo
de 1832.
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convento y cabildo, pero no resolvieron definitivamente el pro
blema de los mayordomos ineficaces, negligentes o irrespon
sables.
Tan importantes eran las relaciones informales entre monjas
y mayordomos como las ya descritas entre ellos y las autori dades c?vicas y eclesi?sticas. Hab?a mayordomos con un in ter?s muy personal en las comunidades que serv?an. El caso de Manuel Yanguas P?rez es ilustrativo. Era mayordomo del paup?rrimo convento de Santa In?s. Su hija tom? votos all? en 1826,62 as? que sus sentimientos para el convento y sus monjas eran paternales, aparte de los profesionales que re quer?a el puesto. La hija de Cosme Dami?n Flores Alatorre tom? el h?bito, bajo el nombre de Juana del Sant?simo Sa cramento, en el convento que ?l serv?a, la Pur?sima Concep
ci?n;63 Manuel Samaniego, s?ndico de las Pobres Capuchi nas de Quer?taro, ten?a tres hijas dentro de este claustro. Probablemente eran casos ?nicos. Si los mayordomos no ten?an hijas en el convento, era fre cuente que tuvieran parientes cercanos; tal es el caso del ma yordomo Juan Francisco Farras. Al escribir a las monjas de San Jos? de Gracia, al que atendi? durante m?s de 35 a?os, continuamente hac?a referencia a una de las profesas que sin duda era pariente suya. Se expresaba en sus cartas en los t?r minos m?s barrocos, muy distintos del tono m?s reservado empleado normalmente en esta clase de correspondencia. Lo que no era inusitado era el intercambio de peque?os regalos, costumbre muy difundida no solamente entre mayordomos y monjas, sino entre ?stas y todas las personas que las aten d?an de una manera u otra: confesores, capellanes, patrones, predicadores, m?dicos, etc. Refiri?ndose entonces a esta cos tumbre de mandar regalos, Juan Francisco Farras escribi?: Mi m?s amable se?ora y compa?erita de todo mi respeto: Re cib? ayer el primoroso obsequio con que usted se sirvi? favore 62 AGNM:ZW, leg. 761: "Diligencias practicadas por do?a Mar?a
Concepci?n Yanguas para su ingreso en el convento de Santa In?s, a?o
de 1826"; AGNM.BN, leg. 181.
63 AGNM.BN, leg. 859. "N?mina de las se?oras religiosas de este con vento de la Pur?sima Concepci?n. . . a?o de 1837.".
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MAYORDOMOS, MONJAS
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cerme de la miel rosada, y de que le tributo las m?s expresivas gracias, lo mismo que a la compa?erita que fino saludo.
Menos reservas se encuentran en esta carta: Mi m?s amable compa?erita y se?ora que singularmente es timo: no es explicable el gusto que ayer tuve al haber logrado la satisfacci?n de haber saludado a usted y visto la tan aliviadi ta, cuyas ventajas deseo vayan en aumento hasta su total resta blecimiento para lo cual suplico a usted se sirva cuid?rseme muy
mucho, para lo que ruego a nuestra apreciable compa?erita, em plee toda la fuerza de su eficacia a fin de conseguir el que ente ramente destierre usted [su enfermedad].
Las expresiones de cortes?a y afecto llegaron al colmo en este ejemplo: Cu?ndo vine ayer a ?sta muy de mi compa?erita me hall? con el primoroso obsequio del pozillo y el platito con los bisco chos con que su generosa bondad se ha servido favorecerme y de que rindo a usted las m?s atentas gracias, repiti?ndole mi s? plica para que dispense el miserable bocadito que mi afecto le remiti?, que apreciar? haya merecido el ?ltimo rinc?n de su mesa, y la aprobaci?n de su delicado gusto, con lo que quedar? con la mayor satisfacci?n el que saluda a las se?oras y compa?e rita, y apetece complacer a usted como su m?s afmo, compa?eri
to y atento servidor q.s.p.l.b. [que sus pies le besa].
Los regalos segu?an intercambi?ndose y eran de lo m?s
diverso:
Habi?ndolo yo tenido muy bueno con la prodigalidad de sus favores entre los cuales ha venido un pulque tan subido de punto
que en parte me ha trastornado la cabeza.
Com?n era tambi?n la costumbre de enviar alimentos al convento para que compartiera una monja la comida de una persona ajena al claustro, aunque ?sta fuera un hombre. Por ser ocasi?n especial, Juan Francisco Farras mand? esta nota
a la monja MMRMCMyDMRDST (cuyas iniciales no se han podido descifrar, pero que no era "la compa?erita" especial This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:58:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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a quien siempre mandaba saludos). Como no eran de vida com?n, cada monja com?a aparte en su propia celda, equi pada con su cocina particular. Como hoy tomo yo posesi?n de la Definici?n he resuelto me hagan un poquito de arroz con otros dos platitos de que debe usted ser participanta, y por lo mismo espero que no se siente usted a la mesa hasta que no llegue a su poder para que guste
de ello.
Este mayordomo, aparte de servir a tres conventos y ser contador de la curia eclesi?stica, era terrateniente, como lo prueba la procedencia de otro regalo que mand? a la misma religiosa. Ayer me vinieron unas frioleras de mi hacienda que s?lo por eso tienen algo de apreciables y no por lo que ellas en s? son, por lo que espero tenga usted la bondad de dispensar la bagate la que le mand?, que no vale la molestia que le o? en el reparti miento que le supliqu? de otro igual r?stico obsequio para las se?oras preladas y compa?erita a las que fino saludo b.l.p. [beso los pies] y rogando a usted me disculpe por la tosquedad del ob
sequio.64
Seg?n las reglas de la comunidad, un regalo de este tipo a una religiosa ten?a que ser entregado a la abadesa, quien dispondr?a de ?l seg?n su mejor parecer, pr?ctica que no siem pre se segu?a; por lo que hubo cierto relajamiento en esta regla.
Cuando mucho se mandaba otro regalo igual para las prela das, quienes tampoco lo distribu?an entre la comunidad. La suerte de los conventos depend?a tanto de la riqueza que pose?an como de la administraci?n y cuidado que se les daba. En los ejemplos citados se ven casos como el de Ma nuel Garc?a Herrero, quien pr?cticamente mantuvo a las co munidades con sus propios fondos mientras que otro, como Lorenzo Carrera, se convirti? en la manzana de la discordia y manej? los fondos conventuales de una manera sospecho sa. El bienestar econ?mico de los conventos, y consecuente 64 AGNMr?V, legs. 293, 294, 296, 297, 308.
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mente su capacidad para hacer pr?stamos en tiempos de es caso cr?dito, no pudo m?s que sentir este desigual compor tamiento de sus mayordomos. Por eso, desempe?aron un papel importante dentro de la vida econ?mica del reci?n in dependizado pa?s. Su posici?n como grupo profesional era des tacada. Eran los antecesores de nuestros banqueros y econo mistas; muchos pertenec?an a los altos niveles de la burocracia donde ejercieron la influencia necesaria para salvaguardar los intereses de sus encomendadas. Los mayordomos ocuparon unos puestos envidiados por su estatus social y religioso, aun que en algunos casos no significaban ingresos para el mayor domo sino una carga al tener que solventar los gastos de las comunidades religiosas de su propio bolsillo. El ser mayor domo era una de las supervivencias de la ?poca colonial, que junto con los mismos conventos de monjas, para la d?cada de los sesenta, ser?an destruidas por unas leyes que los juzga ban perjudiciales al bien de la sociedad. Desaparecieron ma yordomos, monjas y los fondos conventuales y con ellos un largo cap?tulo en la historia de M?xico, que hab?a sido tor mentoso, testigo de enormes sacrificios y grandes esperanzas,
s?mbolo de una ?poca que no pudo compaginarse con la crea ci?n de una sociedad laica y de un estado moderno.
AP?NDICE Algunos mayordomos de los conventos de religiosas del arzobispado
(Ca. 1800-1856)
Esta lista est? incompleta por falta de datos. Los a?os anota dos despu?s de cada nombre indican las fechas l?mites docu mentadas de su mayordom?a; probablemente fueron m?s am plios en algunos casos. La Pur?sima Concepci?n
Antonio Rodr?guez Diez, 1787-1822 Cosme Dami?n Flores Alatorre, 1822-1836 Jorge Madrigal, 1836-1859
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Regina Coeli Gervasio Corral y Sa?nz, 1800-1823 Jos? Vicente del Corral, 1823-1837 Vicente Pozo, 1837-1845-1849
Manuel Bausa, 1856
Jes?s Mar?a Andr?s Mendivil y Amirola, 1801-1827 Andr?s Mendivil y Esteban, 1827-1833 Jos? Mar?a Caray, 1839-1850
Carlos A. Medina, 1850 Jos? Ram?n Malo, 1856
Encarnaci?n
Manuel Gonz?lez, 1750t1753
Francisco Huarte y Lizardi, 1762 Joseph de Leyza, 1762-1763 Bernardo Ruiz de Conejares, 1795 Jos? Fern?ndez de Llar, 1795-octubre 1822 Juan Francisco Farras, 1822-1825 Agust?n de la Pe?a y Santiago, 1825-1827 Antonio Medina, 1827 Jos? Pe?alosa, 1827-1831
Manuel Ruiz de Tejada, 1832-1856
Balvanera Tom?s Ram?n de Ibarrola, 1797-1816 Domingo Mart?nez, 1816 Joaqu?n G?mez, 1823-1827 Rafael D?az, 1827-1856 Santa In?s Juan Phelipe Fagoaga y V?rtiz, 1795-1800 Francisco Enriques, 1800-1802 Joaqu?n G?mez, 1819-1821 Manuel Yanguas P?rez, 1822-1845 Rafael Barberi, 1856 San Jos? de Gracia
Juan Blanco de la Sota, 1795 (su apoderado era Tom?s
Hern?ndez)
Juan Francisco Farras, 1795-1825 This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:58:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
MAYORDOMOS, MONJAS
Manuel Yanguas P?rez, 1825-1845 Jos? Mar?a Medina, 1856 San Bernardo
Joseph L?pez, 1800-1811 Francisco Rodr?guez Trespalacios, 1814 Alexandro de Sess?, 1821-1836 Alexandro Alvarez de Puitian, 1842-1845 San Jer?nimo
Miguel Vel?zquez de Le?n, 1823 Manuel Pasalagua, 1829-1835 Lorenzo Carrera, 1831 Pedro Verdugo, 1845-1853
San Lorenzo Benito Bros y Montoto, 1801-1826 Jos? Antonio de Aguirre, 1826
Manuel Pasalagua, 1827-1831 Lorenzo Carrera, 1831
Jos? Mar?a Mercado, 1833-1845 Juan Manuel Fern?ndez de J?uregui, 1856
Santa Teresa la Antigua
Josef de Casta??n, 1798-1808 Cayetano Revilla, 1808-1810 Josef Mar?a P?rez Soriano, 1814-1815 Fracisco de la Tasa, 1820
Manuel Seda?o, 1824-1842
Jos? Mar?a Ortiz Monasterio, 1845-1848 Antonio Mar?a Salonio, 1854-1858
Santa Teresa la Nueva
Onofre Rodr?guez, 1800-1802 Manuel Felipe de Yparrea, 1802-1815 Jos? Ca?amares, 1823-1826 Ram?n Arrieta, 1829-1836 Vicente Pozo, 1837-1845 Santa Br?gida
Joseph L?pez, 1795-1811
Madrigal Alcal?, 1812 Sim?n D?az de la Colina, 1815-1822 This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:58:13 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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Jos? Mar?a Aguirre, 1822-1833
Juan de Yeasa, 1836
Antonio de Icaza, 1845-1856 Ense?anza Antigua
Fernando Herrera, 1790-1800 Alonso Ram?n Blanco, 1800-1806 Jos? Ignacio Villavicencio, 1813 Sim?n de la Cuadra, 1813
Gabriel Esp?n, 1813-1816 (su apoderado era Josef Mar?a
P?rez Soriano)
Juan Francisco Farras, 1820 Jos? Sim?n de la Garza, 1828-1834 Te?filo Mar?n, 1856 Ense?anza Nueva Jos? Mar?a Canch?la, 1818-1839 Jos? Mar?a Ortiz Monasterio, 1840-1856 San Felipe de Jes?s y Pobres Capuchinas de M?xico
Manuel Garc?a Herreros, 1791-1811 Ignacio Ampaneda, 1811-1813
Capuchinas de Guadalupe
No hab?a
Capuchinas de Quer?taro
Manuel Samaniego, 1827-1828
Jos? Mar?a Diez Atavina, 1836-1838
Santa Teresa y Carmelitas Descalzas de Quer?taro
Vicente Gonz?lez Calder?n, 1845
Santa Catalina de Sena
Vicente Herras, octubre 1818-1820 Francisco Parras, agosto 1820-enero 1823 Juan Arsimisgaray, 1823-1827 Manuel Bonilla, junio 1827-1840 (su apoderado era Agust?n Rebollar)
Manuel Canseco, 1845
Santa Clara de M?xico
Antonio Garc?a, 1807-1811
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MAYORDOMOS, MONJAS
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Pedro Garc?a Jove, 1823 Jorge Madrigal, 1837-1856 San Juan de la Penitencia
Pedro Mart?nez Corcuera, 1807-1811 Jos? Mar?a Mercado y Pe?alosa, 1845
Santa Isabel Jos? Domingo G?mez, 1807-1811 Francisco Escalante, 1856
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MAYORDOMOS, MONJAS
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por Aurora Arn?iz Amigo. M?xico, M.A. Porr?a, xxii, 518 pp. (Colecci?n Tlahuicole, 2.)
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EL ACUEDUCTO DE IXTAPAN DE LA SAL, UNA OBRA HIDR?ULICA CAMPESINA DEL SIGLO XIX Jan Bazant
El Colegio de M?xico
Ixtapan de la Sal, pueblo situado cerca de Tenancingo en el sur del estado de M?xico, es hoy d?a un balneario conocido por sus manantiales de agua termal salada. Esta ?nica fuen te de riqueza ?sus tierras de cultivo son bien pobres? se aprovechaba antiguamente para fabricar la sal con la cual se abastec?an las minas de Zacualpan y tal vez tambi?n las de
Sultepec.
Seg?n A Guide to the Historical Geography of New Spain, de Peter
Gerhard, Ixtapan se mencion? junto con Tonatico, pueblo vecino tambi?n rico en manantiales de agua salada, en un informe arzobispal de 1569. A mediados del siglo XVIII, el Theatro Americano de Villa-Se?or y S?nchez cont? que el pue blo ind?gena de Ixtapa ten?a 107 familias. Un siglo despu?s,
el Diccionario universal de historia y geograf?a indic? s?lo la pobla
ci?n de todo el municipio. (Por desgracia, hay una discre pancia: el tomo 4, de 1854, se?al? 4 412 individuos, mien tras el tomo 5, tambi?n de 1854, se?al? 5 039 personas.) En el Ap?ndice al mismo Diccionario se habl? de Ixtapan con cier
to detalle: los vecinos se ba?aban en "las aguas salobres'' de las que "se elabora sal de mediana calidad". No hab?a cami nos a causa de las barrancas que rodeaban al pueblo, haci?n dolo dif?cilmente accesible. Por ?ltimo, el Diccionario geogr?fi co, hist?rico y biogr?fico de Antonio Garc?a Cubas (1889) refiri?
que el pueblo de Ixtapan ten?a 1 658 habitantes, aproxima
HMex, xxxvi: 1, 1986
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JAN BAZANT
damente 300 familias. Se hablaba all? tanto el espa?ol como
el n?huatl.
Si bien la naturaleza dot? a Ixtapan de agua salada no le dio agua dulce. Pero la fabricaci?n de la sal tuvo que ser bas
tante costeable pues el pueblo plane? (quiz?s con la ayuda de un minero) la construcci?n de un acueducto de unos 20 km de largo, desviando el agua en la altura de 2 200 m de la Barranca Honda perteneciente a la hacienda de Agua Amar ga, en las faldas del Nevado de Toluca, para bajarla por gra vedad zigzagueando por los cerros de Ixtapan, a la altura de 1 900 metros. La obra se inici? en 1808, se interrumpi? en la guerra de Independencia, se reanud? en 1828 y se termi n? probablemente en 1877, a?o del que data el documento m?s antiguo del Archivo Municipal de Ixtapan (el archivo se quem? en 1916o 1917 pero este documento se salv?), el cual se transcribe a continuaci?n. Reunido en cabildo estraordinario el H. Ayuntamiento que tengo el honor presidir con solo el de discutir el reglamento del hagua
que de barranca honda y puentesillas se introdujo ? este pueblo acord? el sigiente.
Reglamento Art. lo. El hagua de barranca honda y puentesillas asi como el acue ducto por donde ?sta se condujo ? la poblaci?n en sola propie
dad del pueblo de Ixtapan.
Art. 2o. Tiene derecho ? el hagua para regadio todos terrenos y sitios que fueron cuotizados para pagar las libranzas giradas por el C. Juli?n G?mez Sindico del H. ayuntamiento de este Pue blo ? favor de los C.C. Lie. Jos? Ma. D?az Leal Juan Rajel y Pedro M?ndez e indeminisacion hecha a los vecinos de Hospi tal y C. Gregorio Molina. Art. 3o. De ?sta hagua se tomar? la vastante para solo el avasto publico y de la restante se har?n dos partes exactamente igual una que servir? para regar la mitad de los terrenos y sitios mar
cados arriba hacia el Oriente y la otra mitad de la misma ma nera hacia el Poniente. Art. 4o. Para la limpia anual del acueducto y dem?s trabajos que sean necesarios para su concervaci?n dar? cada C. de los aveci
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EL ACUEDUCTO DE IXTAPAN DE LA SAL
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nados en esta poblaci?n dos peones o seis reales en efectivo por solo una vez cada a?o ? mas cada propietario de terrenos de re
gad?o que hacen uso de esta hagua dar? un peon ? raz?n de
almud de sembradura de ma?z hasta la conclusi?n de la limpia. Art. 5o. El Sindico de H. ayuntamiento debe cer el encargado de trabajos del apantle sirvi?ndose de subalternos de los C.C. Ausi liares para Organizar las tandas de trabajadores quien no pon dra recibir peones in?tiles para el trabajo. Art. 6o. El hagua para el riego se distribuir? por tandas llevando estas el orden contiguo de los terrenos comenzando por el mas inmediato a la caja repartidora y haci sucesivamente hasta su concluci?n para cuyo reparto y vigilaci?n nombrara el H. Ayun tamiento cuatro C.C. por cada lado quienes estar?n ? lo que les ordene el Regidor del ramo. Art. 7o. Todo individuo ? quien al tocarle la tanda de hagua no haga uso de ella no se le volver? a dar hasta no volber su turno.
Art. 8o. Nadie podr? tomar el agua por ca?o sino que toque su tanda y previa licencia del comicionado encargado pues al que
contraviniere se pondr? ? desposici?n de la Autoridad que corres
ponda aplicarle la pena respectiva. Art. 9. De la caja repartidor en adelante para todos aquellos luga res que se tenga que conducir el hagua por ca?os o sanjas que dando obligados todos los propietarios ? colindantes hacer la lim
pia en particular. Art. 10o. Todo individuo que no satisfaga de alg?n modo el traba jo que le corresponda, al hacer la limpia anual conforme este reglamento no se le permitir? hacer uso del hagua para regadio.
Art. lio. Todos los a?os comenzaran los trabajos de la limpia del acueducto la primera semana de Octubre. Art. 12o. Ninguna Autoridad ? corporaci?n podr? infrinjir este re glamento en el todo ni en alguno de sus art?culos sin concenti miento de la mayor?a de los vesinos interesados y en caso de que
la pr?ctica aconseje reforma. Art. 13o. Este reglamento comenzar? a rejir tan luego como sea autorizada por la mayoria de los interesados por la superioridad.
Ixtapan, Diciembre 5 de 1877. Firman el presidente municipal y los miembros del cabildo.
Algunas palabras de explicaci?n. En el art?culo 2o. se ve que los habitantes ?por supuesto no todos, s?lo los propie This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:58:18 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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JAN BAZANT
tarios? tuvieron bastante dinero para pagar por el agua al Lie. Jos? Ma. D?az Leal, tal vez el due?o de la hacienda de Agua Amarga. El art?culo 4o. revela que los vecinos ten?an
peones ?quienes probablemente hab?an hecho una gran parte de la construcci?n del acueducto? y terrenos de riego, que rodeaban al pueblo y cuya extensi?n total ascend?a a 55 hec
t?reas ?1/2 km2? como dice un papel anexo al Reglamen to. Esta superficie no es grande. Al dividirse entre las 300 familias resulta el promedio de algo menos de 3 000 m2, o
sea precisamente un almud de sembradura de ma?z, del que habla el mismo art?culo. Pero es obvio que los peones no te n?an tierras de riego de modo que los propietarios ten?an m?s
que un almud cada uno.
La limpia anual era importante porque el acueducto no es taba cubierto. Era una simple excavaci?n en la tierra como suelen ser los peque?os canales de riego, los "apantles" men cionados en el art?culo 5o. Para terminar, el Archivo del Ayuntamiento de Ixtapan ser?a muy interesante para un estudioso de la ?poca contem por?nea. A partir de 1917 est? completo y tiene una gu?a me canografiada en 1979.
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PORFIRIATO Y REVOLUCI?N: UN LIBRO DIFERENTE*
A la manera de los ilustrados espa?oles del siglo XVIII, Ra fael Segovia ha difundido entre alumnos y amigos el conoci miento de varios libros en otras latitudes. Entre ellos podr?a
mencionarse Pensar la Revoluci?n Francesa, de Fran?ois Furet,**
y m?s recientemente el del escritor Guerra. La referencia a los dos libros es obligada. Fran?ois Cheva lier, en el prefacio a la obra de Guerra, se?ala que los dos autores, as? como otros muchos historiadores j?venes, han in novado la historiograf?a ya que la aproximaci?n puramente econ?mica les ha parecido insuficiente y por lo mismo se han interesado por la historia de las mentalidades y de las ideolo g?as, as? como por la pol?tica y la religi?n, como factores aut?
nomos en la historia. "Esta historia del hombre entero, con tin?a Chevalier, tiende a repensar y despu?s a conceptualizar lo concreto ' ', es decir a extraer ideas generales que permitan el an?lisis de situaciones comparables y la creaci?n de modelos.
Furet analiza la Revoluci?n francesa desde una nueva pers pectiva: un fen?meno como la revoluci?n no puede ser redu
cido a un simple esquema de tipo causal; del hecho que la
revoluci?n tenga causas no se deduce que su historia est? com
pletamente contenida en esas causas. Y a?ade:
El debate sobre las causas de la Revoluci?n no cubre por en tero el problema del fen?meno revolucionario, ampliamente in dependiente de la situaci?n precedente y que desarrolla sus pro
pias consecuencias. Lo que caracteriza a la revoluci?n como
acontecimiento es una modalidad de la acci?n hist?rica; se trata de una din?mica que podr?a llamarse pol?tica, ideol?gica o cul tural, para decir que su m?ltiple poder de movilizaci?n de los * Fran?ois-Xavier Guerra: Le Mexique, de l'Ancien R?gime ? la R?volu tion. Par?s, ?ditions L'Harmattan, 1985, 2 vols. ** Ediciones Petrel, Madrid, 1980.
HMex, xxxvi:l, 1986
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CARLOS ARRI?LA
hombres y de acci?n sobre las cosas pasa por un reforzamiento
del sentido (p. 36).
Por otra parte, en el mismo libro, Furet estudia las ideas de Tocqueville y de Cochin sobre la revoluci?n. Del primero rescata la idea de que no existe una ruptura tan radical, como se supone, entre el Antiguo R?gimen y las sociedades posre volucionarias: "La Revoluci?n ampl?a, consolida, lleva a un
punto de perfecci?n el estado administrativo y la sociedad igua
litaria (no en la realidad sino como valor) cuyo desarrollo es el producto caracter?stico de la antigua monarqu?a" (p. 36). De Cochin toma la ruptura revolucionaria ya que este autor analiza la ruptura de la trama pol?tica, la ausencia de poder, el reinado sustitutivo de la palabra democr?tica, la domina ci?n de las soci?t?s de pens?e (logias, clubes, etc.) en nombre
del "pueblo": "Se trata de pensar el jacobinismo en vez de revivirlo" (p. 43). En esta forma, estudiando la continuidad y la ruptura, Furet considera que: Si la Revoluci?n es invenci?n, desequilibrio, si pone en mo vimiento tantas fuerzas in?ditas que llegan a transformar los me
canismos tradicionales es porque se instala en un espacio vac?o
o mejor dicho porque prolif?ra en la esfera hasta ayer prohibida
del poder, que ha sido bruscamente invadida. En este di?logo entre las sociedades y sus estados que constituye una de las tra mas profundas de la historia, la Revoluci?n hace que todo se incline contra el Estado y se ponga del lado de la sociedad. La Revoluci?n moviliza la sociedad y desarma al Estado (p. 38, las cursi
vas son nuestras).
Estas ideas orientan el trabajo de Guerra que proporciona una reinterpretaci?n profunda, s?lidamente apoyada, del por firiato y del origen de la Revoluci?n. El autor reconoce que su trabajo fue posible gracias a la obra de Cos?o Villegas, as?
como la de Womack, Luis Gonz?lez y otras muchas de ca r?cter regional o especializado. Guerra, al igual que Furet, concede prioridad a la aproximaci?n pol?tica y gracias a ello logr? una magn?fica interpretaci?n que abarca en forma ar ticulada y no yuxtapuesta todos los aspectos de la vida social,
econ?mica, cultural y pol?tica del porfiriato. El trabajo de Guerra se divide en tres grandes partes: Fie
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PORFIRIATO Y REVOLUCI?N
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ci?n y realidad de un sistema pol?tico; Los trastocamientos de la paz (1876-1911), y Ra?ces y razones del desplome. La primera parte consta de cuatro cap?tulos, la segunda de tres y la ?ltima de cuatro, que dan un total de 700 p?ginas, se guidas de otras 200 de anexos en los que se describe la meto
dolog?a y se incluye la bibliograf?a, el corpus biogr?fico, etc.
Estos escasos, pero impresionantes datos, no deben desani mar a ning?n lector, pues el libro se deja leer con facilidad ya que narra en forma clara, viva e incluso apasionante, las peripecias del Estado mexicano en el siglo XIX y los esfuer zos de una minor?a ilustrada que se propuso construir una nueva sociedad y sobre todo implantar una manera moder na de pensar y concebir lo social, en franca contradicci?n con
los modos tradicionales de vida, profundamente arraigados en los h?bitos y tradiciones coloniales. /. Ficci?n y realidad de un sistema pol?tico
Los cuatro cap?tulos de esta primera parte son: a) el marco de referencia: la Constituci?n de 1857; b) los actores pol?ti cos del porfiriato; c) lazos y solidaridades, y d) pueblo mo derno y sociedad tradicional. En el primero de los cap?tulos, Guerra aborda el an?lisis del significado de la Constituci?n que se convirti? "en el s?mbolo nacional por excelencia", despu?s de la lucha con tra Maximiliano y la intervenci?n francesa. Uno de los as pectos destacados es el relativo a la concepci?n moderna de la Constituci?n ya que el actor social es siempre el individuo y la colectividad territorial donde reside, sea municipio o es tado de la Federaci?n (p. 31). De 127 art?culos, a?ade el autor,
29 conciernen a los derechos del hombre, 25 al poder legisla tivo, 13 al poder judicial y solamente 15 al poder ejecutivo. Este reparto desigual proporciona una idea de las preocupa ciones del Constituyente que imbuido del pensamiento libe ral, y por tanto moderno, suprimi? todas las trabas para la igualdad individual como los t?tulos de nobleza, los tribuna les especiales (salvo los militares) y los restos de la estructura jur?dica de Ancien R?gime que consagraba la diversidad de sta tus y privilegios como garant?a de la libertad. No s?lo la Igle
sia, sino tambi?n otros cuerpos del antiguo r?gimen, como las corporaciones, las fundaciones de asistencia y sobre todo
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CARLOS ARRI?LA
las comunidades pueblerinas, se encontraron en la mira del art?culo 27 que les neg? capacidad jur?dica de adquirir o ad ministrar bienes. Estos actores colectivos no encajaban con el modelo de sociedad ideal del pensamiento liberal, fundado sobre individuos legalmente iguales y te?ricamente homog? neos. Sin embargo, los actores colectivos constitu?an "la forma
social predominante en la inmensa mayor?a del pa?s, a?n en
la ?poca porfirista" (p. 31).
Con respecto al sufragio universal y al voto, Guerra tam bi?n se?ala la distancia existente entre el texto constitucional y la realidad. El general D?az, indica, respet? siempre las fe chas previstas para la celebraci?n de las elecciones y aparen temente, al menos en las grandes ciudades, las formas indi
cadas para el desarrollo del proceso, todo lo cual tuvo su
influencia en la educaci?n c?vica del pueblo. Aunque Guerra no duda que las elecciones estuvieron manipuladas ?al igual que antes y despu?s de don Porfirio? tambi?n reconoce la existencia de un pluralismo electoral resultado de las rivali dades entre facciones locales y de las dificultades, en muchos casos para el gobierno central o los gobernadores, para im poner candidatos. La selecci?n de candidatos fue, sobre todo al principio del r?gimen, resultado de un conocimiento muy preciso de las situaciones locales y de los grupos o personajes que era necesario promover o alejar del juego pol?tico. Esta flexibilidad se fue perdiendo al final del r?gimen y la amplia
ci?n y perfeccionamiento de la pr?ctica electoral "ficticia" abri? la puerta a su propia cr?tica, tanto por los que pon?an en duda el sufragio universal te?rico, como por aquellos que ped?an verdaderas elecciones (p. 36). En lo que se refiere al federalismo, el autor se?ala que no fue como dec?an los conservadores "una imitaci?n sin fun damento de los Estados Unidos" (p. 38), sino que sus or?ge nes llegan hasta el siglo XVI, por lo menos, ya que las dife rencias en los asentamientos precolombinos predeterminaron parcialmente la implantaci?n espa?ola. Posteriormente, tanto la Corona como la Iglesia, organizaron el espacio f?sico y al final de la Colonia las intendencias, creadas en 1786, se su perpusieron a las divisiones antiguas, con lo cual confirieron a los espacios administrativos una fuerte personalidad propia,
ligada en ocasiones a cuestiones espec?ficas como las demo gr?ficas o econ?micas. Adem?s de las circunstancias geogr?ficas e hist?ricas, Gue
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PORFIRIATO Y REVOLUCI?N
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rra destaca un aspecto jur?dico: la tradici?n "pactista" espa ?ola que pas? a Am?rica, profundamente arraigada en la men talidad de los conquistadores. Seg?n esta teor?a, "El rey ejerce su autoridad por delegaci?n de Dios, pero es el representan te de la comunidad ?su se?or natural ? y el servidor de una ley que s?lo la comunidad puede modificar." Esta teor?a, apar te de su lejano origen rom?nico, respondi? tambi?n a la forma en que se construy? el poder mon?rquico: por yuxtaposici?n de comunidades diferentes y de reinos que conservaban su personalidad jur?dica y sus privilegios. Los conquistadores vie ron en los territorios adquiridos en Am?rica nuevas comuni
dades que se a?ad?an a la Corona. Con la invasi?n francesa en Espa?a y el vac?o de poder
que se cre?, resurgieron las ideas tradicionales sobre los de rechos de los reinos y de las comunidades menores que se vieron reforzadas con las ideas modernas sobre la soberan?a popular. La Constituci?n de C?diz proporcion? "a esas rea lidades administrativas, pol?ticas y mentales que eran las pro
vincias una base institucional nueva" (p. 40). En esta forma, contin?a el autor, los estados, herederos de las provincias,
precedieron y dominaron a un poder central sumamente d?bil en
la ?poca. Debilidad explicable por las consecuencias econ?
micas y demogr?ficas de la guerra de independencia y del apa rato administrativo central. Ni la Constituci?n de 1857 ni el triunfo liberal resolvieron el problema de la articulaci?n entre los poderes locales y el gobierno central. Este problema, al igual que otros muchos, los aborda el autor en el tiempo y en el espacio con lo cual evita caer en generalizaciones inexactas. Don Porfirio enfrent? el problema paulatinamente: en su primera presidencia se li mit? a ser primus inter pares y logr? establecer un equilibrio entre la cohesi?n pol?tica del conjunto del pa?s y la autono m?a de los estados. Posteriormente intervino cuando el equi librio pol?tico dentro de un estado se hab?a roto o cuando era necesario elegir a un nuevo gobernador. Finalmente, la mo dernizaci?n del pa?s permiti? ir creando un espacio de poder ?nico que cambi? la relaci?n de fuerzas existentes entre los estados y la Federaci?n. Los cambios a la Constituci?n de 1857 fueron por consiguiente progresivos. Algo semejante podr?a decirse de las relaciones del Ejecutivo con los otros poderes; el Ejecutivo fue progresivamente convirti?ndose en el actor esencial de la vida pol?tica mexicana: "La Constituci?n apa
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CARLOS ARRI?LA
rece como la pieza clave, la referencia de un sistema de pen samiento que precede e intenta modelar una realidad social
m?s antigua. La Constituci?n es tambi?n la m?scara de un sistema de poderes que adopt? formalmente su marco, sien do otra la realidad, as? como la postura de los actores, ya que la conquista de los poderes simb?licos que la Constituci?n de fine es el ?ltimo fin de la lucha pol?tica" (p. 52). Una vez montado (o desmontado) el escenario hace falta conocer a personajes y actores. En el segundo cap?tulo, Gue rra presenta a caudillos y militares, diputados y senadores, gobernadores y ministros que formaron la pir?mide del poder,
controlada por un hombre nacido en 1830. Al analizar las fe chas de nacimiento en su corpus biogr?fico, Guerra constata que la inmensa mayor?a naci? entre 1830 y 1875, aunque a partir de 1860 empieza a disminuir el n?mero de actores que form? parte de la clase pol?tica. El autor se?ala a grandes ras gos las caracter?sticas de las tres generaciones m?s importan tes que sirvieron a D?az: la primera lleg? a su mayor?a de edad en uno de los periodos m?s dif?ciles de la historia de M?
xico (entre 1846 y 1867), pues les toc? la invasi?n norteame ricana, las guerras de Reforma y finalmente la invasi?n fran
cesa. Las personalidades m?s vigorosas del porfiriato per tenecen a esta generaci?n, uno de cuyos ?ltimos representantes
fue el general Bernardo Reyes. La segunda generaci?n lleg? a la mayor?a de edad despu?s de la victoria de la Rep?blica, en un periodo de intensa vida pol?tica cuando la ?lite liberal, aunque dividida, intentaba reconstruir el pa?s. Cuando D?az llega al poder, esta generaci?n, a la que pertenecen Ram?n Corral, Limantour, Rabasa, Jos? L?pez Portillo y Rojas, Ve nustiano Carranza, etc., se suma al nuevo gobierno y le pro porciona sus cuadros civiles. A esta generaci?n pertenecie
ron tanto los Cient?ficos como otros pol?ticos que participar?n en la Revoluci?n. La tercera generaci?n naci? en un pa?s pr?s pero y estable para ellos; el periodo de conflictos pertenec?a al pasado; el orden y el progreso parec?an ser el estado nor mal del pa?s. Algunas de las personalidades, cuyas biograf?as pol?ticas se describen, son Diego Redo, Francisco de Olagu? bel, Querido Moheno, Jorge Vera Esta?ol, etc?tera. Con respecto al lugar de nacimiento, Guerra constata la sobre representaci?n (en relaci?n con el peso demogr?fico) de los estados del norte y la subrepresentaci?n del M?xico "denso" del centro norte y del centro sur del pa?s.
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El autor tambi?n proporciona otros datos sobre el nivel de
estudios del personal pol?tico (muy alto en los ministros, menor
en los gobernadores y bajo entre los militares) y los caminos pol?ticos de las carreras de gobernadores y militares, diputa dos y senadores, jefes pol?ticos e intelectuales, etc. Toda esta exposici?n est? ilustrada con ejemplos de los hombres m?s conocidos del periodo y clasificados seg?n el tipo de relaci?n que manten?an con el presidente y otros grupos sociales. En el cap?tulo tercero, el autor estudia la forma en que se relacionaban los actores del juego pol?tico y se?ala que en mu chos an?lisis anteriores hay una referencia inconsciente a las democracias europeas y a la imagen de un pueblo formado por individuos iguales, independientes, libremente asociados en la b?squeda de un fin com?n (p. 113). Ahora bien, la rea lidad era otra ya que las relaciones pol?ticas se encontraban organizadas en grupos estables de hombres actuando como actores colectivos, por lo cual Guerra procede a estudiar la realidad como era y no como debiera ser. Por consiguiente estudia dos formas de relaci?n: a) las tradicionales y b) las modernas que surgieron a lo largo del siglo XIX. En lo que se refiere a los lazos tradicionales, el autor ana liza aquellos que se basaban en el parentesco, la hacienda (que integraba una comunidad humana con lazos interpersonales extremadamente densos y fuertes), y especialmente la comu nidad pueblerina con sus autoridades tradicionales, sus tie rras comunales y sus particularismos "que constitu?an la c?
lula base de la Nueva Espa?a" (p. 126), ya que tanto las
instituciones ind?genas como las espa?olas reconoc?an al grupo
como la base de la sociedad y en este sentido formaban un mundo "holista" dentro de una sociedad m?s grande, el reino,
tambi?n 'bolista".
Adem?s de las anteriores solidaridades, que Guerra califi ca "de hecho", el autor estudia otras, tambi?n tradiciona les, que surgieron de la amistad durante las guerras o que
se formaron como clientelas. A menudo estas lealtades se ar ticulaban a partir de lazos aut?nticos. A un nivel superior, todas estas lealtades se articulaban con otras semejantes: por ejemplo, entre un pueblo y un hacen dado, o entre hacendados o pueblos. Estos actores colectivos a su vez se relacionaban con las autoridades del Estado mo derno mediante compromisos o pactos, frecuentemente fr? giles: los funcionarios del Estado se absten?an de intervenir
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en la esfera de los actores colectivos, siempre y cuando la ac ci?n de ?stos se mantuviera dentro de ciertos l?mites, que va riaban seg?n las ?pocas y regiones. Esta articulaci?n se faci lit? por el hecho de que a menudo los representantes del Estado eran a la vez las autoridades de las unidades colectivas. Subiendo a?n m?s en la pir?mide del poder, Guerra en cuentra relaciones de tipo clientelista regidas por las reglas
de "la amistad pol?tica ?til", aunque reconoce que este fe n?meno se encuentra extendido a otros pa?ses y ?pocas. Fi nalmente en la cumbre de la pir?mide predominaba el tipo de relaciones fundado en las lealtades personales y la fideli dad, surgidas primeramente de los lazos militares adquiridos durante las guerras y posteriormente por la permanencia de D?az en el poder, con lo cual adquirieron un cierto car?cter de vasallaje semejante a los existentes en Francia en el siglo XVII. Guerra se?ala que, a reserva de un estudio m?s pro fundo de estas lealtades, una primera explicaci?n de su exis tencia puede encontrarse en la fuerte presencia de las socia bilidades tradicionales que favorec?an un c?digo de relaciones cuyo modelo era la familia extensiva. Para concluir el p?rrafo, Guerra se?ala que estos lazos tra dicionales subsistieron hasta finales del siglo XIX, a pesar de los varios intentos por destruirlos, comenzando por las refor
mas borb?nicas del siglo XVIII que determinaron el env?o de funcionarios profesionales, extranjeros, sin lazos con las pro vincias y que buscaban racionalizar las leyes y pr?cticas admi nistrativas. Parad?jicamente, a?ade el autor, el movimiento de Independencia que recurri? a un lenguaje pol?tico moder no (la soberan?a nacional y la voluntad del pueblo) produjo la parcial destrucci?n de la renovada administraci?n colonial
que condujo a "una privatizaci?n" del poder.
En una segunda parte de este cap?tulo se analizan los lu gares donde fueron surgiendo a lo largo del siglo XIX otras solidaridades de tipo moderno, tales como las logias, los par tidos pol?ticos, los sindicatos, etc. Como antecedente hist?ri co de estos "nuevos lugares" de sociabilizaci?n, Guerra men ciona les soci?t?s de pens?e que constituyeron la c?lula de base
para la elaboraci?n y trasmisi?n del pensamiento y esp?ritu
del siglo de las luces y posteriormente del modelo pol?tico crea
do por la Revoluci?n francesa (p. 142). Estas sociedades, en M?xico las logias, constituyeron "la matriz de un tipo de so ciedad pol?tica radicalmente diferente, con otras formas de
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organizaci?n, de acci?n y de representaci?n y sobre todo con
valores nuevos" (p. 143). Al hablar de sociedades, tambi?n hay que mencionar las de reclutamiento, el cual se hizo, y aqu? radica una de las novedades, individualmente, con inde
pendencia del status, condici?n, inter?s u oficio, solamente en
funci?n de su adherencia al grupo "ilustrado", ya que estos
grupos estaban formados m?s por las ?lites culturales que eco
n?micas. "Esta noci?n del individuo, como el ?nico actor po sible de una vida social verdaderamente humana constituy?
una novedad radical en una sociedad que no conoc?a hasta ese momento m?s actores colectivos" (p. 144). Con la Revo luci?n francesa y la difusa influencia de Rousseau, el consenso un?nime existente en les soci?t?s de pens?e se transform? en "la voluntad del pueblo' ' y a partir de la independencia en la ?nica
fuente de legitimidad, ya que se hab?a cortado con la fuente tradicional: el rey. Esta nueva concepci?n de la vida social basada en el indi viduo y en los lazos que libremente ha aceptado para vivir en comunidad, proporcion? una coherencia profunda a la ac ci?n de las minor?as liberales contra los lazos antiguos que congregaban los hombres en unidades colectivas y que les im ped?an su desarrollo individual. De ah? que todos los reg?me nes liberales hayan comenzado por suprimir los privilegios y status particulares, hayan continuado con la destrucci?n de las bases materiales de todos los actores colectivos y hayan luchado finalmente contra el sistema de valores implantados en la sociedad y garantizados por la Iglesia. Con el triunfo total de los liberales (que parad?jicamente fue posible gra cias a la utilizaci?n de lazos tradicionales) las ideas y princi pios que animaban a ?stas se convirtieron en los del r?gimen,
pero al mismo tiempo la pol?tica abandon? las logias para de sarrollarse dentro del Estado. Sin embargo, las logias no des aparecieron, pero se convirtieron en un canal de trasmisi?n de la pol?tica de los liberales, desde el Estado hacia la socie
dad (p. 154).
El ?ltimo cap?tulo de esta primera parte, titulado "Pueblo moderno y sociedad tradicional", est? consagrado a exami nar los objetivos reales del porfiriato, sus reglas de juego no escritas, el funcionamiento del sistema y las condiciones que lo hicieron posible. A t?tulo de introducci?n, el autor se?ala que estamos acostumbrados a considerar el porfiriato como un Ancien R?gime-, sin embargo, la ?lite pol?tica mexicana de
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fin del siglo XIX se encontraba profundamente convencida que constitu?a una ?lite revolucionaria que se hab?a propues to transformar profundamente a una sociedad arcaica. Para esta ?lite, las guerras y sublevaciones de "religi?n y fueros", las resistencias de la Iglesia y las comunidades pueblerinas al cambio, eran la mejor prueba de que ?ste no fue algo es pont?neo, sino que se debi? a la acci?n de una minor?a ilus trada que triunf? con la Constituci?n de 1857 y confirm? su poder en la guerra contra el Imperio. Esta minor?a ten?a su proyecto hist?rico: hacer de una sociedad tradicional un pueblo
moderno. Esa transformaci?n iniciada por Ju?rez y los libe rales continu?, a menudo con los mismos nombres, bajo el gobierno de D?az. La diferencia , seg?n el autor, se encuen tra en que D?az acept? "la ficci?n democr?tica", o sea la su puesta existencia de un pueblo liberal, fuente de la legitimi dad, y no negaba que su gobierno constitu?a una especie de patronato o de tutela sobre un pueblo tradicional y heterog? neo. Sin embargo, ni la acci?n de una minor?a sobre la so ciedad, ni la transferencia de la soberan?a popular a un solo hombre, bastan para caracterizar el porfiriato, ya que si no puede ser calificado de democr?tico, tampoco puede afirmarse
que D?az se mantuvo ?nicamente por la coerci?n militar
(p. 164).
Siguiendo el m?todo utilizado en cap?tulos anteriores, Gue rra analiza primero el problema jur?dico, en este caso el de la legitimidad, para estudiar a continuaci?n la relaci?n entre gobernantes y gobernados, o sea la real, destacando en esta parte el papel representado por los caciques. Asimismo, re lata las vicisitudes de la ?lite liberal para triunfar y una vez que alcanz? el poder, los compromisos que hizo con los acto res colectivos tradicionales para lograr la paz y el orden: la reconciliaci?n con la Iglesia y la tregua con las comunidades pueblerinas. Ante la imposibilidad de mencionar y exponer todas sus tesis, se han escogido las siguientes: el problema de la legitimidad; el papel del cacique, y el funcionamiento del sistema. Guerra estima que el problema esencial en M?xico y Am? rica Latina fue el de la legitimidad, entendida ?sta como el fundamento del poder y de su aceptaci?n por la sociedad. La existencia misma de M?xico aparec?a en los inicios del siglo XIX como una ruptura de la legitimidad, ya que se hab?a se parado del conjunto de comunidades que formaban la Coro
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na de Espa?a. El problema no consist?a, como lo pensaban los dos grandes partidos hist?ricos, en definirse frente a lo es
pa?ol, ya fuera como fidelidad al pasado, como lo plantea ban los conservadores, o como un peso muerto, de retraso y oscurantismo, como estimaban los liberales. Si algo tiene el liberalismo mexicano, a?ade el autor, es ser "extraordi nariamente espa?ol" y cita a Pierre Chaunu: la Espa?a del siglo de las luces es revolucionaria frente a una Am?rica pro fundamente tradicional. La verdadera influencia del libera lismo ?contin?a Guerra? no se trasmiti? a trav?s de libros escritos en ingl?s o franc?s, sino en las disposiciones legales de los ilustrados espa?oles y en los textos constitucionales de los liberales de C?diz, donde los diputados mexicanos descu brieron el voto individual, la asamblea ?nica, los inicios de la desamortizaci?n, el derecho absoluto a la propiedad indi vidual, la proclamaci?n de la libertad de opini?n y de pren sa, etc.; fue la Constituci?n liberal de C?diz la que restruc tur?, seg?n un modelo liberal, la vida p?blica. El imperio ef?mero de Agust?n de Iturbide no fue solamente
un capricho, sino "la b?squeda vana de una legitimidad tra dicional imposible, ya que ?c?mo se pod?a justificar una le gitimidad mon?rquica cuando el rey no era 'el se?or natu ral' de la comunidad?" El intento posterior de Maximiliano tampoco pod?a prosperar por falta de legitimidad hist?rica.
Este camino ?el de la legitimidad mon?rquica? se encon
traba cerrado por la independencia. La Nueva Espa?a no ten?a otra fuente posible de legitimidad que la se?alada por las Cortes
de C?diz: la soberan?a del pueblo, ideolog?a que no tuvo nin guna competencia te?rica. El drama consisti? en que no hab?a pueblo ni naci?n, lo cual s?lo favoreci? que la ideolog?a go zara, en relaci?n con la realidad, de una libertad mucho mayor
que en Europa.
La paradoja reside en que un pa?s profundamente tradi
cional se dio, gracias al triunfo de los liberales y a la ausencia
de un contrapeso como la monarqu?a en Espa?a, un r?gimen
pol?tico en contradicci?n con los principios de la sociedad: "in
dividualista cuando la sociedad estaba formada por actores colectivos; democr?tica cuando el voto era ficticio; atea o ag
n?stica cuando la sociedad era profundamente cat?lica" (pp. 166 ss).
Esta es una de las tesis principales de todo el libro, como lo se?ala Fran?ois Chevalier en la presentaci?n del mismo:
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el problema de las relaciones entre dos mundos totalmente diferentes y ajenos el uno al otro. El Estado moderno que en frenta a comunidades ind?genas y campesinas a?n coheren tes; a haciendas y enclaves se?oriales; a clanes familiares y clientelas, y finalmente a una enorme cantidad de cuerpos fuertemente jerarquizados, peque?os y grandes, y uno gigante:
la Iglesia. Frente a esto la Rep?blica ilustrada tiene que re
currir a una ficci?n para gobernar: ' 'la ficci?n democr?tica' '.
Desde esta perspectiva resalta la importancia del cacique y del papel que desempe?a: es el puente entre la sociedad tra dicional y el Estado moderno. Es, a la vez, una autoridad en la sociedad tradicional y un engranaje del mecanismo del Es tado. El poder del cacique es un poder ilegal, disfrazado, pero inevitable. Un poder en cierta manera protector ya que para poder actuar debe ser el representante de la sociedad tradi cional frente al Estado moderno y al mismo tiempo el mode rador de las exigencias del Estado a la sociedad tradicional
(p. 182).
El r?gimen de D?az funcion? gracias al consenso que ob tuvo entre las ?lites y por el establecimiento de un sistema limitado de represi?n para eliminar los restos de anarqu?a. Pero lo m?s importante fue la pol?tica de compromisos se guida frente a la sociedad, principalmente frente a la Iglesia y las comunidades pueblerinas, aunque no suprimi? los prin cipios liberales de la Reforma consagrados por la Constitu ci?n de 1857. Posteriormente, acostumbrado a decenios de paz, el r?gimen de D?az cay? por haber olvidado la fuerza de los actores sociales y roto los compromisos sobre los que se hab?a fundado el consenso (p. 198). A partir de 1890 la paz se dio como un hecho y los Cient?ficos pusieron el acento en la modernizaci?n, lo cual signific? una modificaci?n de las reglas de juego del sistema. Las m?s afectadas fueron las comunidades pueblerinas que vieron crecer las haciendas a su expensas, como se ver? en los siguientes cap?tulos. //. Los trastocamientos de la paz (1876-1911)
Los tres cap?tulos que componen la segunda parte son: a) El contraste en el destino de las comunidades pueblerinas; b) Un pa?s en transici?n, y c) Las mutaciones culturales. Con la llegada al poder de los Cient?ficos se constituy? un
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c?rculo restringido de verdaderos tecn?cratas que excluy? pau latinamente a los pol?ticos de la otra corriente liberal, califi
cados de jacobinos. Los principales cambios que introduje
ron aqu?llos fueron en el campo de las libertades municipales y en el agrario (p. 256). Los primeros, realizados a partir de 1889, afectaron m?s a los estados del norte del pa?s, habita dos por una poblaci?n pionera y mucho m?s libre que la del
M?xico "denso". De ah? las numerosas revueltas que tuvie ron lugar como la de Tomochic en el estado de Chihuahua. A partir de 1890 las leyes de desnacionalizaci?n tambi?n comenzaron a ser aplicadas. En 1892, una nueva ley confir m? la propiedad de los poseedores de los bienes que hab?an
sido de la Iglesia, y en 1894 se promulg? otra sobre la ocupa ci?n y alineaci?n de los terrenos bald?os. Esta ?ltima, ade m?s de beneficiar a las compa??as deslindadoras, ten?a otro aspecto m?s importante: "qjustar la realidada la ley, suprimiendo
las incertidumbres sobre la propiedad de la tierra y transfi riendo as? la mayor parte del territorio nacional al dominio
privado" (p. 259, las cursivas son nuestras).
Sin embargo, despu?s de analizar las cifras sobre el creci miento de la poblaci?n en el periodo, as? como el n?mero de agrupaciones de menos de 5 000 habitantes, Guerra conclu ye que la imagen de M?xico en el porfiriato como un pa?s rural, inm?vil, con pueblos que sufren despojos constantes por parte de los grandes propietarios, no es totalmente exac ta. Seg?n el autor, las cifras muestran un proceso de trans formaciones m?ltiples, con la creaci?n y desaparici?n de po blados, que ten?an una variedad enorme de status. El M?xico "denso" se desborda hacia las zonas menos pobladas: al norte, zona de minas y ganader?a, pero tambi?n hacia las nuevas regiones agr?colas del noroeste del pa?s y las del Golfo de M?
xico. As? como desaparecen pueblos y rancher?as por el cre cimiento de la gran propiedad, tambi?n hay haciendas que desaparecen para dar lugar a ranchos individuales, a pobla dos sin status y tambi?n a algunos pueblos. El ferrocarril, la explotaci?n de nuevas minas y el desa rrollo de la industria tambi?n contribuyeron a crear nuevas localidades. Con estos datos el autor quiere destacar un as
pecto que tiende a ser soslayado: con las reformas legales men cionadas y el crecimiento econ?mico se produjo una gran mo
vilidad de la poblaci?n y de los poblados, en especial en la ?ltima d?cada del porfiriato (pp. 263 ss).
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Todos estos cambios produjeron m?ltiples tensiones naci das de los desequilibrios econ?micos y sociales que no fueron percibidos por los porfiristas, que solamente ve?an en el cre cimiento demogr?fico y la modernizaci?n econ?mica un pro
greso (p. 271).
Al llegar la gran crisis del porfiriato todas estas tensiones afloraron con sus reivindicaciones espec?ficas: las comunida
des pueblerinas luchar?n por sus tierras y derechos perdidos;
las poblaciones flotantes y las comunidades sin status mani festar?n su descontento, al igual que las ?lites locales (espe cialmente en el norte) que ve?an desaparecer su autonom?a
y crecer el control y privilegios del Estado central. . . (p. 273).
La expansi?n del sistema ferroviario y la construcci?n de puertos permiti?, junto con el aumento de la demanda inter nacional de materias primas y las nuevas inversiones extran jeras, una gran expansi?n econ?mica a partir de 1890; con ella el pa?s se fue integrando al mercado internacional. Sin embargo, la producci?n agr?cola para el consumo interno creci?
en menor proporci?n. En v?speras de la crisis econ?mica de 1907, M?xico apare
ce como un pa?s en plena transformaci?n econ?mica con acen
tuados contrastes y desequilibrios entre sectores y regiones debidos a un crecimiento acelerado (p. 306). Por ello la crisis internacional tuvo profundas repercusiones en el sector mo derno de la econom?a que fue acompa?ado de varios a?os de malas cosechas en el de por s? atrasado sector tradicional. El ?ltimo cap?tulo de esta segunda parte est? consagrado a las transformaciones culturales que tuvieron lugar. Ante todo
el autor destaca que tanto Porfirio D?az como los hombres que tomaron el poder con ?l, eran liberales "hist?ricos" sur gidos de las guerras de Reforma e intervenci?n. Solamente hasta 1892 los positivistas comienzan a llegar al poder con Limantour a la cabeza. Los Cient?ficos, que siempre fueron una minor?a, se constituyeron en los eternos rivales de los li berales, representados en el ?ltimo periodo por el general
Reyes. ?stos no les perdonaban que socavaran la legitimi dad del gobierno al poner al descubierto "la ficci?n demo cr?tica" sobre la que se apoyaban el r?gimen y la ideolog?a liberal (p. 352). Mientras que los liberales ped?an la reelec ci?n y la presentaban como un sacrificio del general D?az, los positivistas la mostraban como un sacrificio necesario de la democracia, y propugnaban por un r?gimen "adaptado a
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la situaci?n social real del pa?s: no el del caudillo moderniza dor sino el de una democracia liberal restringida, en la cual participar?an los individuos pertenecientes a la cultura demo cr?tica moderna", o sea una oligarqu?a democr?tica (p. 356). Separados por las ideas con respecto al poder, ambos gru pos coincid?an en algunos puntos, entre otros, en la idea de que la transformaci?n de la sociedad pasaba por el desarrollo
de la educaci?n. Cuando hablan de educaci?n no lo hacen
como desarrollo de conocimiento y alfabetizaci?n, sino como medio para crear al hombre nuevo que se acerque al arqueti po del hombre liberal. De aqu? nacen, seg?n Guerra, mu chas ambig?edades con respecto a las estad?sticas escolares, principalmente en lo que se refiere a la ense?anza primaria, ya que muchas veces s?lo se inclu?an "las escuelas moder nas" y se dejaban de lado otras como las sostenidas por las comunidades pueblerinas (antes de la desamortizaci?n de sus bienes) o las de las haciendas, ya que las de la Iglesia s? eran
contabilizadas (p. 365).
En este cap?tulo Guerra analiza tanto las estad?sticas como la evoluci?n de la ense?anza y el gran cambio que se oper? en la ?ltima d?cada del siglo al nacionalizarse las escuelas pri marias de los municipios y crearse la Direcci?n General de Instrucci?n Primaria para uniformar la ense?anza en todos los establecimientos. Cita el caso de la restructuraci?n de la ense?anza de la historia, y menciona los textos de Guillermo Prieto que se propon?a: "dar a conocer a la juventud mexi cana los principios liberales para hacerla ante todo mexica na, patriota, liberal, republicana y definitivamente entusias ta del pueblo y de la Reforma" (p. 391). El autor tambi?n se?ala que a pesar de que los autores de los libros de historia en los ?ltimos a?os del porfiriato trata ron de equilibrar sus juicios sobre el pasado y criticaron los excesos de la historia apolog?tica, no escaparon a la interpre taci?n que fundaba la legitimidad del r?gimen pol?tico en la simbolog?a liberal, pero la l?gica de esta visi?n los condujo a glorificar las insurrecciones en que un personaje asum?a el car?cter de "pueblo", "desde Hidalgo hasta D?az" (p. 392). Con esto qued? abierta la puerta para que una nueva ge neraci?n liberal reactivara en su provecho el principio de la soberan?a del pueblo y el derecho de insurrecci?n contra la tiran?a y que un d?a asimilara el porfiriato al antiguo r?gi men. La lucha contra el porfiriato convert?a a la Revoluci?n
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en una nueva etapa en el progreso de la historia (p. 392). En este contexto cultural, a?ade el autor, se publicar? el libro de Madero y su ?xito se explica, en gran parte, por sus referencias al "pueblo" y a la "democracia ideal". El libro tambi?n puso de manifiesto la existencia de un abismo entre la ense?anza de un modelo y la realidad de un r?gimen cada vez m?s olig?rquico, cerrado y excluyente. En este sentido, "la educaci?n liberal que el r?gimen porfirista hab?a difun
dido socav? a largo plazo los fundamentos mismos del poder' '
(p. 403).
III. Raices y razones de un desplome*
Los cuatro cap?tulos de la ?ltima parte son: a) El despertar del liberalismo; b) La querella de las ?lites; c) La moviliza ci?n de la sociedad, y d) La revoluci?n maderista. En el primer cap?tulo, la atenci?n del autor se concentra en el estudio de la naturaleza y significado de los clubes libe rales, a partir del surgimiento del "Club Ponciano Arriaga", en San Luis Potos?, en el a?o de 1900. Para Guerra los clu bes se inscriben en la tradici?n de las logias como lugares de sociabilidad pol?tica moderna, donde surgen las nuevas ideas e ideolog?as, tal y como lo estudi? Agust?n Cochin. Estos clubes
surgen en un contexto de liberalismo ortodoxo, molesto por el crecimiento de la Iglesia y el ascenso de nuevas ?lites, gra cias a la extensi?n de la educaci?n y del acelerado desarrollo
econ?mico (p. 12). En el "Club Ponciano Arriaga", el motor esencial de su
acci?n no fue en un principio la cr?tica social, sino la cr?tica al abismo existente entre los principios liberales y la realidad del r?gimen, con lo cual se puso en marcha el mecanismo de
impugnaci?n de la legitimidad del gobierno. Al igual que todos lo grupos revolucionarios que act?an en una sociedad
pasiva, frente a ?lites que apoyan en su mayor?a al gobierno,
el club de San Luis y los Flores Mag?n se radicalizaron, pa sando del liberalismo inicial hacia el radicalismo social para desembocar en el anarquismo. Citando a Cos?o Villegas, Guerra se pregunta c?mo pu
ii.
* Los n?meros de las p?ginas citadas en esta parte corresponden al tomo
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dieron los clubes sobrevivir durante tres a?os. La respuesta cree encontrarla en la divisi?n de las ?lites ya que entre 1900 y 1904 tuvo lugar el primer enfrentamiento abierto entre re vistas y Cient?ficos. Estos ?ltimos se beneficiaron con la exis tencia de los clubes, ya que ten?an en com?n el rechazo al militarismo y a la posibilidad de un porfirismo sin Don Porfi rio, encarnado por el general Reyes. "No es de sorprenderse que en este contexto los ataques nominales contra los Cient? ficos sean raros en las publicaciones de los radicales, al igual que m?s tarde en La sucesi?n presidencial y que por el contrario
abunden los ataques a Reyes. Tampoco es extra?o que los fundadores de los clubes liberales de Nuevo Le?n surjan de
los clanes opuestos a Reyes, as? como los ataques que sufri? ?ste con motivo de la creaci?n de la segunda reserva militar, cuando fue ministro de la Guerra, y cuando reprimi? a los
oponentes en Monterrey en 1903" (p. 29). Una vez que Reyes dimiti? del Ministerio de la Guerra,
lo cual fue un triunfo de los Cient?ficos, D?az, fiel a sus prin cipios de mantener el equilibrio entre los grupos y facciones,
elimin? a los oponentes m?s radicales de Reyes, o sea los clu
bes liberales.
Guerra estima que a pesar de que los clubes fracasaron po l?ticamente, su papel pedag?gico fue enorme ya que logra ron por primera vez crear una red pol?tica nacional unifica da y potencialmente abierta a adh?rentes que no pertenec?an a las ?lites pol?ticas tradicionales. Tambi?n lograron con sus publicaciones crear una franja de opini?n pol?tica activa que no aceptaba "la ficci?n democr?tica" del r?gimen (p. 31). A lo largo de este primer cap?tulo tambi?n se estudia el exilio
y evoluci?n de los l?deres magonistas, que fueron los prime ros, en v?speras de la Revoluci?n, en volver al mecanismo t?pico del siglo XIX, de transferir "la voluntad del pueblo" a una minor?a revolucionaria que pretende imponer a la ma yor?a de la sociedad un proyecto social en nombre de "la vo luntad del pueblo". Las alternativas siempre fueron (y son):
"implantar un r?gimen de minor?as ?liberal o revolucio nario? sin democracia representativa para poder aplicar los principios; o bien instaurar una democracia con representa ci?n real lo que hac?a imposible el reino de los principios que sostiene la minor?a radical" (p. 48).
Sin embargo, para los actores de la crisis final del porfiria to, los a?os anteriores a 1908 y a la entrevista D?az-Creelman
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CARLOS ARRI?LA
no fueron importantes y los clubes liberales s?lo constitu?an un vago recuerdo. Esto se debe, seg?n el autor, a que estos actores s?lo consideraron importante el problema de la suce si?n de D?az. ?ste ten?a dos alternativas: nombrar a un suce sor al que le transmitir?a en la medida de lo posible, su auto ridad sobre las cadenas de fidelidades, o bien fijar las reglas y l?mites del juego para que los pretendientes compitieran: "Es decir un porfirismo sin D?az o una democratizaci?n del r?gimen" (p. 72). Ambas soluciones exig?an la presencia de D?az y su paulatina desaparici?n del escenario. Despu?s de 1908 cuando pareci? que el "soberano real" permit?a a los pre tendientes que apelaran al "soberano te?rico", el pueblo, el marco de la pol?tica porfirista estall? y "la sociedad movili zada por clientelas rivales entr? en escena" (p.73). Reyistas y Cient?ficos es el t?tulo del cap?tulo II, que es uno
de los m?s apasionantes, ya que describe la lucha entre estos
dos grupos por la sucesi?n de don Porfirio. Es una lucha entre dos personas, el general Reyes y Limantour, y entre dos con cepciones de la pol?tica y de su quehacer: en m?s de un senti
do es el conflicto eterno entre tecn?cratas y pol?ticos.
El general Reyes, nacido en Jalisco, aunque su familia
seg?n el autor era originaria de Guatemala, se parec?a al ge neral D?az por su origen social, provinciano, as? como por su carrera militar y pol?tica. Ambos difer?an profundamente
de Limantour, nacido y educado en la capital, en un medio refinado, conocedor profundo de la actividad econ?mica in ternacional, Limantour es un tecn?crata, avant la lettre, que desconoce, le molesta y rechaza, la politique politicienne (la "gri
lla"), que exige lucha y compromiso (p. 77). Reyes en cam bio conoci? muy bien al pa?s y supo mantener el equilibrio
pol?tico y el orden en las provincias del norte, adem?s de haber sido un gran administrador, en todos los sentidos, del estado
de Nuevo Le?n. A los dos, tirios y troyanos, les reconoc?an una gran integridad personal. "Dualidad cultural, de or?genes, de formaci?n y de carre ra: las condiciones estaban dadas para que aparecieran en el seno de la ?lite pol?tica dos grupos rivales aunque con una estructura interna diferente" (p. 79). Mientras que los Cien t?ficos ocupaban los puestos de los ministerios y del entorno presidencial, los reyistas eran m?s numerosos en los estados, donde estaban construyendo una cadena nacional de fideli dades y clientelas.
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PORFIRIATO Y REVOLUCI?N
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Guerra, citando como fuente a Limantour, considera como muy probable la disposici?n de D?az de retirarse de la pol?ti ca con motivo de las elecciones de 1900, dejando una f?rmu la que incluyera a Reyes y a Limantour. Su intento de acer carse a los dos hombres fracasa y en las siguientes elecciones
(1904) no se decide a prescindir ?o quiz? no puede? ni de los tecn?cratas, de quienes depend?a la imagen y el cr?dito internacional, ni de los pol?ticos y sus clientelas, de quienes
depend?a el control del pa?s. Ante el impasse la reelecci?n apa
rece como el mal menor, pero la edad avanzada del general D?az comienza a ser motivo de preocupaci?n. En 1903 D?az acept? la creaci?n de la vicepresidencia y la ampliaci?n del periodo presidencial de cuatro a seis a?os. Para las eleccio nes del a?o siguiente (1904) escogi? como candidato para la vicepresidencia a Ram?n Corral, pero con su desconfianza habitual lo tuvo al margen de las decisiones importantes y toler? los ataques que le dirigi? la prensa, con lo cual (D?az) se cerr? la posibilidad de una sucesi?n sin enfrentamientos en el marco del sistema. La designaci?n de Corral fue un triunfo de los Cient?ficos,
ya que el vicepresidente se encontraba cerca de este grupo, sin pertenecer totalmente a ?l. Esta victoria que aument? el poder de ?stos, fue p?rrica ya que prepar? el movimiento re
vista y por otra parte hizo que fueran vistos como los respon
sables de todos los males del r?gimen. La influencia crecien
te de Limantour se conjug? con "la aristocratizaci?n del C?sar" para cambiar las reglas del juego que aseguraban la estabilidad del sistema. Las consecuencias, seg?n Guerra, fue ron graves ya que al haber dado la victoria a una facci?n sobre
otra desapareci? la legendaria sensibilidad de D?az para co nocer y mantener las relaciones de fuerzas, especialmente a nivel local: "Por todos lados se relajaron los lazos rec?procos que un?an al presidente con los notables locales quienes con sideraron se hab?a roto el contrato t?cito existente." Todo el sistema pol?tico estaba construido sobre la fideli dad de los notables locales, salidos en su mayor parte de las clases medias del campo y de las ciudades de provincia. Ellos
ten?an reservados los puestos pol?ticos de los estados y los car gos administrativos locales y regionales. Con el triunfo de los Cient?ficos, los notables a nivel nacional, y los surgidos de gru
pos privilegiados en los estados comenzaron a ocupar pues tos que antes les estaban vedados. Se fue conformando as?,
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CARLOS ARRI?LA
en los ?ltimos a?os del porfiriato, un sistema que privilegia ba la competencia administrativa pura, los diplomas y las re laciones de familia, en el cual dif?cilmente pod?an competir los hijos de las clases medias que vieron limitadas las posibi lidades de ascenso social. "La modernizaci?n y su exigencia de racionalizaci?n (pedida por los Cient?ficos) te?ricamente satisfechas, comenzaron a volverse contra el buen funciona miento del sistema" al dejar de lado a aquellos servidores p? blicos surgidos de las clases medias provincianas, las ?nicas capaces de hacer que las masas desfavorecidas aceptaran el orden social y pol?tico existente. Se ha hablado mucho de esclerosis y envejecimiento de la clase pol?tica porfirista en el ?ltimo decenio, pero seg?n el autor esto es cierto para los puestos honor?ficos, aunque lo es en menor medida para los puestos clave, como los de go bernadores. El descontento local de los ?ltimos a?os no fue motivado por los viejos gobernadores porfiristas, sino por los m?s j?venes que estaban poco preparados para llevar a cabo la pol?tica de compromisos exigida por el puesto (p. 89). En este marco de divisi?n de las ?lites tiene lugar la entre vista D?az-Creelman en diciembre de 1907, cuyo contenido e interpretaciones por los actores pol?ticos de la ?poca son ana
lizados por Guerra al igual que las reacciones que provoc?. A lo largo del tercer cap?tulo se analiza "la movilizaci?n de la sociedad" con el movimiento reyista, que termin? con la salida del general a Europa. El autor concluye que la ?lite pol?tica observ? las reglas del juego vigentes: la agitaci?n no s?lo estaba permitida, era la regla, pero una vez que se cono c?a la decisi?n de D?az (en esta ocasi?n Corral para la vice presidencia) la agitaci?n deb?a terminar. Y a?ade, en esta oca si?n hubo algunos actores que no aceptaron las reglas del juego: Madero y muchas ?lites regionales, excluidas, junto con "el nuevo pueblo" movilizado por el reyismo, exigieron la observancia de las reglas te?ricas de la Constituci?n, y el antirreeleccionismo surgi? como una nueva y m?s poderosa ola pol?tica. El ?ltimo cap?tulo se aboca al estudio de la revoluci?n ma derista. Seg?n el autor, los actores pol?ticos se encontraban tranquilos, a pesar de la inquietud difusa que se sent?a en el pa?s y de algunas revueltas campesinas. La crisis econ?mica se ve?a como las anteriores, como algo coyuntural. Tanto los actores como los observadores de la vida pol?tica, a?ade, no
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PORFIRIATO Y REVOLUCI?N
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pod?an ver los acontecimientos de otra manera ya que "cri sis y descontento social no necesariamente desembocan en una
revoluci?n: simplemente pueden crear revueltas". Con esta afirmaci?n el autor quiere destacar, m?s que la crisis econ? mica, la importancia que tuvo en la revoluci?n maderista la difusi?n de la cultura moderna, as? como la movilizaci?n so cial que provoc? la querella de las ?lites y el impasse de la su
cesi?n (p. 215).
Siguiendo la l?nea de investigaci?n se?alada, Guerra estu dia la naturaleza y los objetivos del movimiento maderista y se?ala que mientras el magonismo hizo un llamado a la in surrecci?n con base en un programa social, Madero lo plan tea en t?rminos pol?ticos: "Cuando Madero declara ileg?ti mo el poder de D?az, pareci? a muchos mexicanos como una tiran?a y no como lo hab?an visto hasta entonces, como un r?
gimen patriarcal", con lo cual legitim? la insurrecci?n, y a?ade: "Los revolucionarios cre?an estar luchando contra un r?gimen tir?nico y opresor, pero ya no encontraron m?s que el vac?o: un vac?o que permiti? la entrada progresiva en es cena de todos los actores sociales, con sus demandas y ambi ciones, con su lenguaje y su sistema de referencias propio, por lo cual las palabras justicia y libertad ten?an sentidos di ferentes para los varios grupos" (p. 216). A su juicio, la revoluci?n tambi?n fue posible gracias a la implantaci?n nacional del maderismo, que pudo recoger las tensiones sociales surgidas de la crisis (o m?s bien de las crisis)
y las canaliz? hacia un rechazo del personal pol?tico y del r? gimen porfirista. Los conjurados, contin?a, no eran nombres del pueblo sin contactos con el poder, sino que constitu?an "engranajes" de los grandes clanes pol?ticos del Estado, con un alto nivel educativo, que legitimaban su acci?n en nom bre de los derechos del pueblo. Esta ?lite actu? contra un go
bierno en plena desintegraci?n en el que Limantour y su grupo
hab?an impedido que los porfiristas "cl?sicos", los m?s nu merosos y los ?nicos capaces de controlar la situaci?n, llega ran al poder. Cuando se llam? al general Reyes para que re gresara de Europa, era demasiado tarde y el r?gimen de D?az,
sin personal pol?tico capaz, abandonado por Estados Unidos y por las ?lites econ?micas cay? por su propio peso. La Revoluci?n fue posible, concluye Guerra, gracias a la conjunci?n de estos tres elementos: un descontento social grave, un lenguaje pol?tico unificador y un vac?o de poder
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CARLOS ARRI?LA
(p. 319). Y a?ade, la Revoluci?n lograr? crear una nueva "fic ci?n" democr?tica, gracias a un compromiso con la Iglesia
y los pueblos, formar? cadenas y lazos de solidaridad, as? como clientelas, y unificar? a la ?lite pol?tica, o sea los mismos pro cedimientos a que recurri? D?az en los albores de su r?gimen.
Pero la Revoluci?n introdujo una novedad: estableci? reglas para la sucesi?n presidencial y en esta forma resolvi? "el pro blema de la pol?tica contempor?nea: la articulaci?n de socie dades tradicionales y del Estado moderno".
Carlos Arri?la El Colegio de M?xico
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EXAMEN DE LIBROS Sobre Woodrow Borah (coordinador), El gobierno provincial de la
Nueva Espa?a, 1570-1786, M?xico, UNAM, 1985, 249 pp.
Resultado de un seminario realizado de septiembre de 1981 a junio de 1982, bajo la coordinaci?n de Woodrow Borah, Virginia
Guedea, Rosa Camelo, Mar?a del Refugio Gonz?lez, Teresa Lo
zano, Carmen Yuste, Mar?a Teresa Huerta y Rodolfo Pastor, abor dan diversos aspectos sobre el gobierno provincial en Nueva Espa ?a entre 1570 y 1786. El libro est? estructurado en 13 cap?tulos en los que se recogen los antecedentes ind?genas y castellanos del sistema; el desarrollo de las provincias coloniales; los aspectos eco n?micos que entra?aba la consecuci?n del puesto de alcalde mayor, corregidor o gobernador; el papel de los auxiliares del gobernador provincial; el estudio de las funciones civiles o de la "buena poli c?a" que deb?a desarrollar el gobernador en su jurisdicci?n; el es quema seguido por la administraci?n real y su articulaci?n con los niveles superiores del sistema de gobierno. Se aborda tambi?n el estudio de sectores concretos de la administraci?n colonial como el de la justicia impartida por gobernadores, alcaldes mayores o corregidores desde su marco "distrital"; el papel desempe?ado por las autoridades locales como agentes del fisco; la organizaci?n mi litar del sistema administrativo; la relaci?n que existi? entre el cura
y el alcalde mayor; el sistema de gobierno que caracteriz? al Mar quesado del Valle y, finalmente, el repartimiento de mercanc?as y su relaci?n con los alcaldes mayores novohispanos desde sus or? genes hasta la crisis de 1810. Desde una perspectiva de conjunto, el libro puede dividirse en tres partes de desigual factura: la primera que esboza el marco nor
mativo y general que rigi? el sistema del gobierno provincial de Nueva Espa?a, realizado por Woodrow Borah; la segunda, que trata problemas espec?ficos de la administraci?n colonial, abordados por Yuste, Camelo, Guedea, Von Wobeser, Gonz?lez, Lozano y Huer HMex, xxxvi:l, 1986
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EXAMEN DE LIBROS
ta. La tercera parte, en cambio, intenta presentar la din?mica y el funcionamiento real que caracteriz? al sistema del repartimien to de mercanc?as, recobrando Rodolfo Pastor su perspectiva eco n?mica y ubic?ndolo perfectamente en la compleja red de relacio nes que caracteriz? el sistema colonial. Tal vez el desequilibrio que se observa en el libro nace de una experiencia tambi?n desigual de cada uno de los autores en rela ci?n con los problemas tratados, pues es claro que Borah exhibe una muestra de los materiales y las reflexiones reunidos a trav?s de sus largas investigaciones y que han sido sistematizados "en oca si?n de la elaboraci?n de este libro", como advierten varias de las autoras. En cambio, en el caso de Camelo, Yuste, Von Wobeser, Guedea, Huerta, Lozano y Gonz?lez, parece representar "una pri mera aproximaci?n de conjunto" sobre el tema, lo cual se revela en un tratamiento poco exhaustivo de las fuentes documentales y en el peso del marco jur?dico de an?lisis, que proporciona una vi si?n "algo te?rica y, se puede decir, ideal" del objeto de estudio, si extrapolamos la afirmaci?n que hace Borah para sus propios ca p?tulos (p. 74). Finalmente, el art?culo de Pastor muestra la regla que debe seguirse en el tratamiento y reconstrucci?n de un proble ma hist?rico determinado, en este caso, sobrepasando los l?mites institucionales y pol?ticos que si bien son importantes, no dan cuenta
del verdadero alcance que tuvo un determinado sector del mundo colonial. Sin duda, es necesario reconocer que Pastor ha podido realizar este esfuerzo de s?ntesis por una larga actividad de investi
gaci?n en torno al problema, que se remonta a su tesis doctoral. Lo anterior no implica, sin embargo, que este desequilibrio se
vuelva contra los m?ritos de un esfuerzo colectivo por buscar el prin
cipio de la madeja, o como dice el propio Borah, un "manual que diera entrada al tema", sobre un problema que, seg?n ?l, "casi se ha olvidado" y que para toda Hispanoam?rica est? por explorar (pp. 7-9). De todas maneras, queda latente un problema de m?to do para enfrentar uno de los aspectos m?s importantes de la vida colonial, dada la complejidad y extensi?n de las actividades que desplegaron las autoridades coloniales.
Manuel Mi?o Grijalva El Colegio Mexiquense
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EXAMEN DE LIBROS
Gabriel Agraz Garc?a de Alba, Biobibliograf?a de los escritores de Ja
lisco, M?xico, UNAM, 1980, 2 vols, i, 622 pp., il, 247 pp.; Biobi
bliograf?a general de don Jos? Mar?a Vigil, M?xico, UNAM, 1981, 286
pp., fotos, facs?miles, ap?ndices, ?ndices.
La Biobibliograf?a de los escritores de Jalisco se inscribe dentro de los
programas trazados por el Instituto de Investigaciones Bibliogr?fi cas de la UNAM, orientados a realizar un balance sobre la produc ci?n intelectual mexicana. Como se afirma en su advertencia, "se trata, en suma, de conocer y mostrar lo m?s detalladamente posi ble, la geograf?a universal de la Rep?blica en una amplia perspec tiva; esto es, desde que se origina hasta el presente d?a". El tomo i consta de 328 biobibliograf?as y el tomo n de 143, que corresponden ?nicamente a las dos primeras letras del alfabeto, de un total de 2 500 escritores ubicados por el autor. El plan de la obra
explica que se han reunido en ella a los escritores nacidos en lo que es actualmente el estado de Jalisco, incluy?ndose a los nacidos en Nayarit, que form? parte de Jalisco al momento de su creaci?n en 1824. Se consideraron como jaliscienses tambi?n aquellos escrito res que, sin haber nacido en el estado, su producci?n se realiz? en ?l. Dentro de esta amplia gama, se incluyen tanto a escritores profe
sionales como a aquellos que no lo fueron, ordenados alfab?tica mente con su respectiva biograf?a, bibliograf?a y referencias a sus obras. Toda esta recopilaci?n est? precedida por una extensa lista de abreviaturas o siglas de las obras o publicaciones peri?dicas con el fin de facilitar su consulta. La Biobibliograf?a general de don Jos? Mar?a Vigil, en cambio, est?
compuesta por una cronolog?a de su vida, por la recopilaci?n mi nuciosa de su bibliograf?a, de referencias a su obra, as? como de un extenso ap?ndice documental que re?ne correspondencia, dis cursos y semblanzas. Graz Garc?a de Alba en la introducci?n em prende un conciso an?lisis sobre las diversas actividades desplega das por Vigil en su larga y fecunda vida, en torno de la literatura,
la pol?tica, el periodismo, la pedagog?a, la filosof?a y la historia, entre las principales. Su labor en la direcci?n de la Biblioteca Na cional de M?xico, tampoco es descuidada por el autor. ?sta, y la obra anterior, son fruto de una detenida investigaci?n realizada en numerosas bibliotecas y archivos del pa?s.
Manuel Mi?o Grijalva El Colegio Mexiquense This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:58:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
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EXAMEN DE LIBROS
Jan Bazant, Antonio Haro y Tamariz y sus aventuras pol?ticas (1811
1869), M?xico, El Colegio de M?xico, 1985 (Centro de Estu dios Hist?ricos), 200 pp.
Si usted se dispone a leer este libro, compare antes la colorida miniatura que engalana la portada con la fotograf?a en tonos sepia que se encuentra frente a la p?gina 97. Separan ambos retratos de Haro algo m?s de 30 a?os; le?do el libro, se advierte que ilustran bien el origen y destino del personaje, y, por lo mismo, el conteni
do del libro.
Bazant recoge dos descripciones de Haro (ambas de la misma mano), muy parecidas en su texto, que presentan a un hombre me nudo y fino, cuyo car?cter desdice la aparente fragilidad exterior,
porque este joven "ceremonioso y pulcro. . . daba rienda suelta a sus pasiones pol?ticas, era valiente hasta la temeridad, tenaz hasta
lograr sus fines, implacable en sus odios . . . buen amigo como el que m?s, hombre que sobresale de luego a luego en el bando en
que se fija" (p. 26).
Pasemos por alto que Guillermo Prieto, autor de la descripci?n, era amigo de Haro, y que en su encomio todos los calificativos re sulten virtudes. Dejemos de lado tambi?n lo de su tenacidad y sus odios (los cuales, por lo que se lee, se aparejaban a las circunstan cias), que, en efecto, supo despertar y conservar sinceros lazos de amistad (como lo prueba su larga y fecunda relaci?n con Antonio Riva Palacio), y qued?monos con su temeridad y sus pasiones po l?ticas (pasiones, no ideales, ideas o aspiraciones). M?s o menos por ese rumbo, el de sus pasiones y su temeridad (que dictaron, creo, el t?tulo del libro) fluct?an las entradas y salidas de Haro en la pol?tica mexicana entre 1844 y 1866. Al principio, en 1844, e incluso 10 y aun 15 a?os despu?s, ?qu? quer?a este poblano rico y de buen ver? Bazant busca la respuesta, y al buscar expone ante el lector (que no necesita ser experto en historia para seguir el texto sin tropiezos) 20 a?os del inquieto tra yecto pol?tico de Haro y del pa?s. Sobre la historia que recoge de fuentes conocidas y que le sirve de entramado, Bazant ubica, o mejor, literalmente entreteje la his toria que extrae de la escasa correspondencia de Haro (con perso najes de la ?poca, con su familia) y de documentos que guardan archivos nacionales, extranjeros y particulares. En ese armonioso ?y dif?cil? ir y venir de la historia de todos a la historia de uno, Bazant descubre para el lector al Haro diputa
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EXAMEN DE LIBROS
do, senador, tres veces ministro de Hacienda, al santanista fiel, al liberal, al conservador, al defensor de la rep?blica y tambi?n l?der militar (con un estilo muy civil), al ilusorio aspirante a la presiden cia, al sublevado, al envejecido monarquista de ?ltima hora, que en el tr?nsito entre uno y otro estado fragu? cinco exitosas huidas
y conoci? m?s de una vez, con no pocas amarguras, el exilio. Rom?ntico, dice Bazant, porque, ?qu? otra raz?n pudo alimentar la extrema fidelidad y admiraci?n de Haro hacia Santa Anna, y qu? otra raz?n pudo volver a Haro contra el general, desle?da, por fin, ante sus ojos la figura del h?roe? Pero Bazant dice tambi?n in tuitivo, vol?til, contradictorio, adjetivos que poco sirven para cali ficar al buen pol?tico. De confirmar que no era buen pol?tico se en
cargaron los contempor?neos de Haro, para quienes era (dicho con
moderaci?n) un aficionado.
?Y por qu?, entonces, la pol?tica? Podemos suponer (a eso invi tan los frecuentes y l?cidos supuestos de Bazant), que el car?cter vehemente de Haro lo impulsaba a la acci?n, y que para actuar ?en su medio y circunstancia? la pol?tica era escenario natural, menos seguro pero m?s inquietante que la administraci?n del pa trimonio personal o familiar, a la que le destinaban su origen, an tecedentes y ejercicio. El lector tendr? en sus manos la historia de una vida novelesca, que en la relectura se disfruta m?s e instruye mejor, como suele suceder con los buenos libros.
Martha Elena Venier El Colegio de M?xico
James C. Carey, The Mexican Revolution in Yucatan, 1915-1918, Boulder and London, Westview Press, 1984, 251 pp.
Este libro penetra la Revoluci?n Mexicana a trav?s de la vida de dos grandes estadistas: Salvador Alvarado (1915-1918) y Felipe Carrillo Puerto (1922-1924), revolucionarios de distinta filiaci?n pol?tica ?Alvarado, general constitucionalista, Carrillo Puerto, zapatista? cuyos respectivos programas pol?ticos est?n doblemen te unidos por los cambios que ambos produjeron en el sistema so cioecon?mico de Yucat?n y por la firme y apasionada entrega que compartieron por la justicia revolucionaria.
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EXAMEN DE LIBROS
Las dos personalidades marcan la obra del historiador Carey, quien reconoce que su ensayo recorre perfiles biogr?ficos al consi
derar los programas pol?ticos que suscribieron ambos jefes en favor
de las clases menos favorecidas del campo y la ciudad, y a las que otros autores han denominado "populista" y "popular" respecti vamente.
Impl?citamente, el autor reconoce que sus metas se relacionan con la historia pol?tica y sobre este plano est?n bien logradas. Su interpretaci?n de los hechos que configuran el poder que tuvo Al varado sobre el r?gimen de la hacienda ?que desarticul?? y sobre la circulaci?n del henequ?n en el mercado internacional, as? como su interpretaci?n de los hechos que conforman el movimiento so cial por la tierra, que Carrillo Puerto encabez? ?con dotaciones de tierra ejidal, r?cord para el pa?s entero?, son buenas y coinci den grosso modo con las interpretaciones de Paoli y Montalvo (1977)
y de G. Joseph (1982).
El autor presenta tales realidades injertadas en la autoridad y los intereses del gobierno federal, por una parte, y, por otra, en los intereses econ?micos y la diplomacia norteamericana. Su me todolog?a, que hace resaltar el antimperialismo, aquilat? con justi cia todo ese sistema de lealtades/sumisiones, intereses y agresiones abiertas que converg?an en el henequ?n, precisamente a principios de siglo cuando el agave yucateco alcanz? los elevados precios que se desprend?an del monopolio de su producci?n. Las interpretaciones de Carey son importantes tambi?n por el ordenamiento ponderado de sus fuentes documentales e impresas, entre las que destaca el n?mero de escritores yucatecos consulta dos. Tal ordenamiento supone el conocimiento de los fantasmas de la historia moderna de Yucat?n, a quienes Carey exorciza en su ensayo y reconoce mal?fica influencia sobre el desarrollo de la investigaci?n y la ense?anza en Yucat?n. Es precisamente por la necesidad que tenemos los yucatecos de exorcizar de nuestro pasado a los fantasmas, que debemos de la mentar a?n m?s las limitaciones del trabajo de Carey que se?ala remos a continuaci?n. El autor reconoce que su obra no abarca la econom?a. Sin em bargo, no s?lo en ese campo nos dej? insatisfechos. Carey nos es catim? tambi?n la historia social. Los pueblos que a?n en la zona henequenera resistieron a la expansi?n de la hacienda, y cuyas lu chas se expresaban en la repartici?n de la tierra y las mujeres (la voracidad de la hacienda por ambas se explica por las necesidades econ?micas y demogr?ficas de su r?gimen esclavista). Las clases
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EXAMEN DE LIBROS
y los mercados urbanos. Los hacendados henequeneros cuyos in tereses y actitudes mentales inclu?an, adem?s de los correspondientes
a los "reyes del henequ?n", los de la clase de peque?os y media nos propietarios. Nos referimos aqu? a las fuerzas sociales permea bles a la Revoluci?n, entre otras cuestiones hist?ricas. En efecto, el ensayo pol?tico es insuficiente. Se inscribe en la "his toria del acontecimiento ' ' superada en la historiograf?a de Am?ri
ca Latina en los a?os sesenta. La "historia estructural" o "total" ?que abri? las puertas a la demograf?a, la econom?a y la etnogra f?a y que en Francia tiene carta de ciudadan?a desde hace 40 a?os? convirti? lo pol?tico en un epifen?meno. Su metodolog?a esencial mente cuantitativa organiza el estudio de estructuras, de perma nencias y larga duraci?n. En conclusi?n, si lo prometido es deuda, James Carey no nos debe nada. Cumpli? con sus interpretaciones de la historia pol?tica de una ?poca y con los hechos, detalles, y hasta accidentes, que aport? para la biograf?a de Felipe Carrillo Puerto principalmente. En cuanto a la historia debemos decir que Yucat?n espera en los archivos a sus historiadores de la totalidad, quienes har?n la teor?a del siglo XX. Por lo menos al psicoanalista que la libere de los fantasmas que se resisten a morir definitivamente. Piedad P?niche Rivero Universidad de Yucat?n
Sergio Ortega (editor), De la santidad a la perversi?n, o de por qu? no se cumpl?a la ley de Dios en la sociedad novohispana, M?xico, Enlace
Grijalbo, 1985, 290 pp.
Esta nueva publicaci?n del Seminario de Historia de las Men talidades, dirigido por el doctor Sergio Ortega, ofrece 11 ensayos, relacionados entre s? por el tema y la orientaci?n general, que en conjunto presentan un interesante mosaico de escenas de la vida novohispana, peculiares en unos casos y extravagantes en otros, pero siempre expresivas y caracter?sticas. En ocasiones anteriores, el mismo grupo de autores ?con esca sas variantes? ha ofrecido estudios similares y exposiciones de ca r?cter te?rico y metodolog?gico; por lo tanto hoy ya se conoce la ?ndole de sus trabajos, que pierden en originalidad tanto como
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ganan en profundidad de interpretaci?n, amplitud de temas y soli dez de conclusiones. Las directrices del trabajo, impuestas por el sistema del Seminario, marcan ciertas limitaciones que en ocasio nes reducen el marco de la investigaci?n pero en todo momento aseguran el rigor en la interpretaci?n y la coherencia en la exposi ci?n. El empleo de series documentales y no documentos aislados, la homogeneidad de las fuentes y la elaboraci?n de ?ndices cuanti tativos, siempre que la informaci?n lo permite, son normas gene rales, patentes en algunos trabajos y sustentadoras de todos ellos en una u otra forma. Como anteriormente advirti? el doctor Orte ga: "la historia de las mentalidades se nos presenta como una dis ciplina en v?as de formaci?n, con sugerentes perspectivas y consi derables limitaciones".1 Pero esta ?ltima publicaci?n, incorporada a la serie de las anteriores, permite afirmar que tales limitaciones han sido superadas en gran parte y que el trabajo de equipo ha dado excelentes resultados, al mismo tiempo que nos hace esperar obras de mayor alcance y extensi?n de cada uno de los autores.2 Sin detenerme a analizar la totalidad de los art?culos reunidos, mencionar? algunos de los aspectos que han atra?do mi inter?s en varios de ellos. El estudio de la "Teolog?a novohispana sobre el matrimonio y comportamientos sexuales, 1519-1570", de Sergio Ortega, re?ne un s?lido conocimiento teol?gico con un inteligente manejo de fuentes privilegiadas. El agustino Alonso de la Vera cruz, el franciscano Juan de Focher y el dominico Bartolom? de Ledesma, cuyos textos se comentan, fueron te?logos eminentes, cuya influencia no se limit? al ?mbito de las universidades o los noviciados, sino que a trav?s de sus compa?eros de orden alcanz? a la poblaci?n ind?gena y espa?ola. Las normas morales no eran disquisiciones te?ricas sobre las que apoyar disputas escol?sticas, sino reglas de comportamiento de aplicaci?n inmediata. Por eso su exposici?n contribuye a ampliar nuestro conocimiento de la men 1 Sergio Ortega, "Introducci?n a la Historia de las Mentalidades. As pectos metodol?gicos", en Estudios de Historia Novohispana, vol. vin, M? xico, UNAM, 1985, pp. 127-138. 2 El mismo equipo de historiadores ha participado en todas o en algu nas de las publicaciones del Seminario: Introducci?n a la historia de las menta
lidades, M?xico, INAH, 1979 (Cuaderno de trabajo, n?m. 24); Seis ensayos
sobre el discurso colonial relativo a la comunidad dom?stica, M?xico, inah, 1980
(Cuaderno de trabajo, n?m. 35); Familia y sexualidad en Nueva Espa?a, M? xico, Fondo de Cultura Econ?mica, 1982, (sep/80, n?m. 41); La memoria y el olvido. Segundo simposio de historia de las mentalidades, M?xico, inah-sep
Cultura, 1985.
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talidad novohispana. La comparaci?n de la doctrina de los tres auto
res escogidos muestra de forma evidente la intenci?n de lograr la "imposici?n cultural y el establecimiento de un sistema de control eclesi?stico sobre los ind?genas" (pp. 45-46), pero el proyecto, de masiado ambicioso, tropez? con la realidad y de ah? que se produ jera la inevitable contradicci?n entre santidad y perversi?n, obe diencia al modelo intocable de perfecci?n o desviaciones alentadas por la fuerza de la tradici?n prehisp?nica y por las circunstancias
de la vida cotidiana.
Solange Alberro expone el caso por dem?s interesante de la falsa beata del siglo XVII, Teresa de Jes?s. Los expedientes inquisito riales proporcionan el argumento novelesco, que la autora maneja con sobriedad, no exenta de agudeza y gracia. Hay en su interpre taci?n un amplio conocimiento de la vida novohispana, de los me canismos de la justicia inquisitorial, de los antagonismos entre gru pos sociales y de la fuerza de las creencias populares, a la vez que una inspirada comprensi?n de los fen?menos psicol?gicos que fun cionaron como motores de una actividad religiosa lindante con la picaresca, que pudo beneficiar temporalmente a Teresa de Jes?s por su destreza en la manipulaci?n del modelo de santidad com?n
mente respetado.
"Las cenizas del deseo. Homosexuales novohispanos en el siglo XVII" es el t?tulo de trabajo presentado por Serge Gruzinski, quien anteriormente ha publicado estudios sobre caracterizaci?n de los comportamientos desviantes y aproximaciones a conflictos cultu rales en grupos ind?genas. En esta ocasi?n ha seleccionado una serie
de testimonios relativos al proceso celebrado en 1658 contra un grupo de homosexuales, que caus? cierta conmoci?n en la socie dad novohispana. Finalmente 14 hombres perecieron en la hoguera,
uno, menor de 15 a?os, fue condenado a trabajo forzado en las
minas, nueve casos m?s se sometieron a informaci?n judicial y otros
99 sospechosos fueron buscados por las autoridades (pp. 259-260). La homosexualidad, sodom?a o pecado nefando, como entonces se llamaba, se consideraba crimen de lesa majestad, igual que la herej?a; su castigo incumb?a a la Real Sala del Crimen, dependiente de la Audiencia, y la documentaci?n relativa a este caso se encuen tra en el Archivo General de Indias de Sevilla. Los testimonios de la investigaci?n judicial, sorprendentemente expl?citos en las des cripciones, las cartas del virrey y del alcalde del crimen y el memo
rial que comprend?a las declaraciones, muestran por parte de los jueces y autoridades una actitud de desconcierto entre la repulsi?n y la estupefacci?n, a la vez que cierta impotencia atemorizada. La
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condena se refiere al comportamiento individual, pero lo que cau saba mayor consternaci?n era la existencia de un grupo unido por tales lazos pecaminosos y la posibilidad de que se hubiera mante nido en secreto durante muchos a?os. Las alarmadas observacio nes de los informantes se refieren a la culpable complicidad de mu chas personas, el "contagio" y la extensi?n de la epidemia. El an?lisis de los documentos permite al autor subrayar la com plejidad de actitudes frente a los que llamaban "someticos" y la identificaci?n de al menos tres componentes: "un rechazo religio so, un miedo pol?tico y social y un desprecio por la persona misma" (p. 265). Como era previsible, el "pecado nefando" ten?a un ca r?cter democr?tico, que se aprecia en los cuadros elaborados seg?n el origen ?tnico, geogr?fico y ocupacional de los acusados, entre los que hay un n?mero virtualmente igual de indios, espa?oles y mestizos, y junto a ellos grupos menores de negros, mulatos y mo riscos. Las dos grandes ciudades del virreinato, M?xico y Puebla, dieron el mayor porcentaje de inculpados. Y entre los oficios men cionados se incluyen siete estudiantes espa?oles. Los recursos des plegados para fomentar los encuentros, los fr?giles lazos de socia bilidad establecidos dentro de la "comunidad" y las actitudes de resignaci?n, arrepentimiento o rebeld?a, permiten a Gruzinski trazar un cuadro vivo y dram?tico del ambiente en que se desarrollaba la vida de estos marginados. Jos? Abel Ramos Soriano vuelve al tema de las lecturas sobre familia y sexualidad prohibidas por la Inquisici?n, en el que traba ja desde hace varios a?os. Sus primeros art?culos expusieron el m? todo de trabajo, la selecci?n de fuentes y el mecanismo de aplica ci?n de an?lisis cuantitativo. Cat?logos, gr?ficas y modelos de fichas se mostraban como instrumentos materiales de la investigaci?n.3 En Familia y sexualidad en Nueva Espa?a, unas primeras notas mos traban ya las conclusiones provisionales del estudio; la redacci?n de los edictos, el origen y car?cter de las publicaciones condenadas suger?an observaciones que ven?an a confirmar lo que por otras fuentes se conoce: que los lectores de este tipo de literatura perte nec?an a las clases altas, que la novela era el g?nero favorito y que la clandestinidad en el ingreso del material de lectura a la Colonia era pr?cticamente inevitable. En su ?ltimo art?culo, Ramos Soriano incluye algunas gr?ficas, pero simplificadas, complementarias y aclaradoras del texto; pasa revista a los t?tulos (que en la mayor?a de los casos es todo lo que Seis ensayos. . ., pp. 105-168 y 185-214.
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podemos saber de los libros en cuesti?n), y concluye que los lecto res novohispanos se encontraban relativamente "al d?a" en cuan to a conocimiento de las publicaciones desviadas de la moral cris tiana, que Francia era proveedor masivo de tales obras, que en los argumentos predominaba el anhelo de felicidad terrena, y que las prohibiciones no s?lo se refer?an a problemas de moral cristiana sino a los fundamentos de la organizaci?n social. Se dir?a que con este trabajo puede dar por concluido el ciclo de las lecturas, a no ser que ampl?e en alg?n sentido el campo de su investigaci?n, ya por inclusi?n de materiales procedentes de otros ramos, ya por an?
lisis de los argumentos conocidos (o localizables) y por el estableci miento de sus posibles relaciones con la realidad novohispana. Pien so, por ejemplo, en el inter?s que puede tener el poner de manifiesto
los nexos entre la promulgaci?n de la pragm?tica de matrimonios y la prohibici?n de El s? de las ni?as, o Las cartas de amor de una monja
portuguesa con los intentos de reforma conventual.4 En el Segundo simposio de historia de las mentalidades, Jos? An tonio Robles-Cahero nos ofreci? una interesant?sima s?ntesis de sus
investigaciones sobre bailes populares. Ahora se refiere a un caso concreto: el baile de San Gonzalo, danza piadosa fomentada por los dominicos novohispanos y que dio lugar a una investigaci?n del
Santo Oficio y a su consiguiente prohibici?n. Las observaciones del autor sobre los curiosos documentos relativos al caso enrique cen nuestro conocimiento de un aspecto poco conocido de la vida novohispana en v?speras de la independencia. Fran?ois Giraud se refiere a los lazos familiares en asociaciones delictuosas de ladrones sentenciados por la justicia. Su conclusi?n es que "la familia desempe?aba, en la mayor?a de los casos, un papel protector" (p. 216). La mayor parte de los ladrones captura dos fueron hombres, pero no pocos actuaban por exigencias de su esposa, novia o amante y por necesidades familiares; en varios casos
la esposa prosegu?a en las mismas actividades cuando el marido ca?a en manos de la justicia; y muchos obraban de acuerdo con sus padres, hijos o hermanos. Predominan los robos en zonas rurales, por lo que es l?gico que sean indios casi todos los enjuiciados; y, en definitiva, la estructura familiar "considerada como una garant?a 4 El s? de las ni?as se prohibi? por edicto de 17 de febrero de 1816 y Let tres d'amour d'une religieuseportugeise, en 24 de noviembre de 1781. Tambi?n se mencionan t?tulos tan sugerentes como Justine , las Cartas de Abelardo y Elo?sa y La rep?blica de los fil?sofos, de Fontenelle. Ramos Soriano, Seis ensa
yos. . ., pp. 202-211.
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de la permanencia del orden moral, aportaba una contribuci?n de cisiva al desarrollo de pr?cticas criminales" (p. 217). Cristina Ruiz Mart?nez contin?a con el tema del "ni?o santo", que ya hab?a iniciado en La memoria y el olvido. En esta nueva publi caci?n ampl?a y sistematiza lo que ya hab?a apuntado anteriormente
y a?n parece que quedan mayores posibilidades dentro del asunto. Puesto que utiliza cr?nicas de todas las ?rdenes religiosas novohis panas, podr?a, por ejemplo, organizar sus materiales de acuerdo con su procedencia, lo que quiz? no dijese algo m?s de la mentali dad de los bi?grafos, puesto que la realidad vital de los biografia dos resulta por dem?s huidiza y encubierta. Tambi?n esperar?a mos alguna observaci?n en cuanto a las variantes producidas a lo largo de los a?os, puesto que, sin duda, no era id?ntico el prototi
po de santidad del siglo XVI al del XVIII o XIX.
Los restantes art?culos, de Ana Mar?a Atondo, Mar?a Elena Cor t?s, Dolores Enciso y Jorge Ren? Gonz?lez, vuelven a sus temas predilectos: la fornicaci?n, las irregularidades en matrimonios de negros y mulatos, los delitos de bigamia y los confesores solicitan tes, respectivamente. Casi la totalidad de sus fuentes proceden del ramo Inquisici?n del Archivo General de la Naci?n, y las conclu siones generales pueden resumirse en un patr?n com?n de confor midad con las normas establecidas; es excepcional la actitud de re beld?a o la cr?tica razonada de los patrones de comportamiento impuestos por la sociedad, el gobierno y la Iglesia. Los delitos pue den ser ignorados como tales por los culpables o reconocidos como debilidades de la carne. Como casos l?mite, condenados y conside rados aberrantes, las conductas "perversas" dan la confirmaci?n a los valores opuestos, com?nmente aceptados por la sociedad co
lonial.
Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de M?xico
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Journal of Latin
American Studies
Sponsored by the centres or institutes of Latin American Studies at the Universities of Cambridge, Essex, Glasgow, Liverpool, London and Oxford. The journal presents recent and current research on various aspects of Latin American Studies:
* anthropology it archaeology * economics it geography it history * international relations * politics + sociology Regular features include: review articles and
commentary, shorter notices and an extensive section of book reviews on works about Latin America. There is no commitment to any political viewpoint or ideology.
Volume 19, May and November, 1987 Subscriptions ?3300 ($73) for institutions; ?20.00 ($36.50) for individuals; single parts ?17.00 ($40); airmail ?8.50 extra per year
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v^Journals This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 01:59:05 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms
EL CENTRO DE ESTUDIOS HIST?RICOS DE EL COLEGIO DE M?XICO comunica la publicaci?n de GU?A DE PROTOCOLOS DEL ARCHIVO GENERAL DE NOTAR?AS DE LA CIUDAD DE M?XICO
A?o 1837
Compilada por:
Josefina Zoraida V?zquez y Pilar Gonzalbo Aizpuru La colecci?n de gu?as computarizadas del Archivo General de No tar?as de la ciudad de M?xico se inici? en colaboraci?n con THE
UNIVERSITYOFMASSACHUSETTS ATAMHERSTy se ha con
tinuado con una segunda serie, de la que ya est? disponible el a?o 1836, al que se a?ade el que ahora presentamos y que cubrir? la d?cada hasta 1846. Por primera vez podemos ofrecer la informa ci?n de a?os consecutivos, lo que facilitar? notablemente la tarea de los investigadores.
La gu?a de 1837, con 430 p?ginas y 11,267 personas mencionadas, proporciona una abundante informaci?n sobre operaciones reali zadas con bienes rurales y urbanos, minas, f?bricas, negocios, for
maci?n de compa??as y contratos de servicios.
p^.
El precio de la GU?A DE PROTOCOLOS D DE NOTAR?AS DE LA CIUDAD DE M?XICO
la Rep?blica Mexicana y 20.50 U.S. d?lares par dos deber?n dirigirse a:
CENTRO DE ESTUDIOS HIST?RICOS Camino al Ajusco 20 01000 M?xico, D.F.
Nombre_
Direcci?n_._.
S?rvase adjuntar cheque a nombre de El Colegio de M?xico, A.C., por la canti dad arriba se?alada m?s gastos de env?o: 5.50 U.S. d?lares, v?a a?rea (E.U.A., Canad?, Centroam?rica y Sudam?rica); 10.00 U.S. d?lares, v?a a?rea (otros pa?ses); 2.50 U.S. d?lares, v?a ordinaria (extranjero).
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