Historia mexicana 145 volumen 37 número 1

HISTORIA MEXICANA

VOL. XXXVII_JULIO-SEPTIEMBRE, 1987_N?M

145

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Vi?eta de la portada Dibujo caligr?fico novohispano que muestra un caballero armado. Se reproduce de Vi?etas y grabados ornamentales del siglo XVIII. M?xico, Archivo General de la Naci?n,

1980 (Serie de Informaci?n Gr?fica) p. 49.

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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Director: Alfonso Mart?nez Rosales

Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara E. Lida, Andr?s Lira, Francisco Xavier Noguez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez.

Secretario de Redacci?n: Carlos M acias

VOL. XXXVII JULIO-SEPTIEMBRE, 1987 NUM. 1 SUMARIO Art?culos

Mois?s Gonz?lez Navarro: El maderismoy la revoluc agraria 5 Eva Alexandra Uchmany: El mestizaje en el siglo xvi vohispano 29 Alicia del C. Contreras S?nchez: El palo de tinte, m tivo de un conflicto entre dos naciones, 1670-1802 49

Diana Juanic?: Partidos, facciones pol?ticas y elecciones

Tlaxcala en 1924 75

Testimonio Lewis Hanke: ?C?mo deben conmemorarse los quinientos del descubrimiento de Am?rica? 101

Rese?a Conflicto y coexistencia. Las relaciones diplom?ticas

M?xico-Estados Unidos, 1821-1848 (sobre Carlos

Bosch Garc?a, Documentos de la relaci?n de M?xico con

Estados Unidos, Por Ana Flashner) 115

Examen de libros Sobre H.R. Harvey y A.J. Prem (eds.): Explorations in

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Etknohistory, Indians of Central Mexico in the Sixteenth Cen

tury (Jes?s Monjar?s-Ruiz) 123 Sobre Victoria Reifler Bricker (ed.): Etknohistory. Sim plement of the Handbook of Middle American Indians (Fran

cisco Xavier Noguez) 129

Sobre Antonio G?mez Robledo: Vallar?a internacionalista

(H?ctor Gonz?lez Uribe) 136

Sobre Mark Wasserman: Capitalists, Caciques and Revo lution. The native elite and foreign enterprise in Chihuahua,

Mexico, 1854-1911 (Gustavo Vega C?novas) 138

Sobre Soledad Garc?a Morales: La rebeli?n delahuertis

ta en Veracruz (1923) (David Skerritt) 141

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos

a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana es una publicaci?n trimestral de El Golegio de M?xico. Sus cripci?n anual: en M?xico, 16 500 pesos; en Estados Unidos y Canad?, 25 U.S. Dis. ;

Centro y Sudam?rica, 18 U.S. Dis.; en otros pa?ses, 34 U.S. Dis.

?El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F.

ISSN 0185-0172 Imp] eso y hecho en M?xico Printed in Mexico

por

Programas Educativos, S.A. de C.V., Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n, formaci?n y negativos: Redacta, S.A.

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EL MADERISMO Y LA REVOLUCI?N AGRARIA* Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico

AUNQUE EN SU CAMPA?A pol?tica Madero propugn? en va rias ocasiones el fraccionamiento de la propiedad de la tie rra, convencido de que sobre esa base se asentar?a m?s s?li

damente la democracia ?en Campeche y Yucat?n pudo

apreciar la servidumbre de los peones?, segu?a pensando que el pueblo no quer?a pan sino ?nicamente libertad, porque la libertad servir?a "para conquistar el pan".1 Cuando al fin se vio obligado a lanzarse a la lucha armada, en el Plan de San Luis denunci? que al amparo de la ley de bald?os numerosos peque?os propietarios, ind?genas en su mayor?a, hab?an si do despojados abusivamente de sus terrenos. Ofreci? resti tuirlos y pagarles una indemnizaci?n por los perjuicios sufri dos. En el caso de que esos terrenos hubieran pasado a terceras

personas, antes de la promulgaci?n del Plan de San Luis, los antiguos propietarios ser?an indemnizados por aquellos en cu yo beneficio se verific? el despojo.2 Algunos consideran que el Plan de San Luis propugn? muy tibias medidas de reforma agraria por los intereses de la fa milia Madero; sin embargo, si se compara con el programa del Partido Liberal, significa un avance. El primero ofrec?a * Ponencia presentada en el "Coloquio internacional M?xico al filo del siglo xxi. La Revoluci?n hoy", Ciudad Universitaria, M?xico D.F., 4 de noviembre de 1985.

1 Valad?s, 1960, p. 276; Taracena, 1960, p. 86. V?anse las siglas y bibliograf?a al final de este art?culo.

2 Gonz?lez Ram?rez, 1954, p. 38.

HMex., xxxvii: 1, 1987 5 This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:09:33 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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la restituci?n y el segundo s?lo el aprovechamiento de la rras incultas.3 Probablemente el mayor m?rito agrario Plan de San Luis fue abrir la compuerta de las aspiracio populares y proporcionar una bandera vaga pero sufici para la lucha por la tierra; aunque, a la postre, Madero h

sido desbordado por esas mismas aspiraciones campesinas cu

compuerta abri?.

De cualquier manera, la moderada alusi?n del Plan de Luis a la reforma agraria bast? para que de todas parte

pa?s espont?neamente se levantaran grupos campesinos en m

vimientos desordenados, con frecuencia dominados por instintivo af?n de venganza, con caracter?sticas de un querie, especie de continuaci?n de las guerras de castas d

glo XIX.4

Al triunfo de la Revoluci?n, sus enemigos resumieron en una f?rmula sarc?stica las ilusiones populares:

poco trabajo, mucho dinero, pulque barato ?Viva Madero!5 Cuando el Plan de San Luis proclam? la restituci?n de las tierras a los peque?os propietarios que injustamente hab?an sido despojados de ellas, muchos interpretaron esas palabras seg?n conven?a a sus intereses, aunque desde junio de 1911 Madero explic? que se har?a "conforme a la ley y a su debi do tiempo".6 En efecto, Madero se expres? con mucha cla ridad en su manifiesto del 24 de junio de 1911, a su entrada a la ciudad de M?xico, cuando pidi? al pueblo "sufrido y tra

bajador" que lo considerara su "mejor amigo". Pero le ad

virti? que, si pol?ticamente hab?a visto elevarse su nivel de la miserable condici?n de paria a la augusta del ciudadano, no deb?a esperar que econ?mica y socialmente su situaci?n mejorara bruscamente, porque eso no pod?a alcanzarse por medio de leyes, sino por el "esfuerzo constante y laborioso 3 Vera Esta?ol, 1957, p 726; Gonz?lez Ram?rez, 1954, p. xxix.

4 Gonz?lez Navarro, 1964, p. 283.

5 Vera Esta?ol, 1957, p 226.

6 Imp, 21 de junio de 1911.

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de todos sus elementos sociales". Su felicidad la alcanzar?a por el dominio de sus pasiones, su prosperidad y riqueza me diante el ahorro. A los capitalistas les ofreci? protecci?n siem

pre que la justicia estuviera de su lado, y a los gobernantes pidi? disminuyeran o anularan los impuestos a los parvifun distas y peque?os comerciantes.7 Al celebrarse en septiem bre de 1911 la convenci?n del Partido Constitucional Progre sista, Madero habl? de fomentar la peque?a propiedad, sin que esto significara atacar la grande pues, por el contrario, se propon?a asegurar el "principio de propiedad".8 Luis Ca brera denunci? la contradicci?n en esa asamblea.

Apenas instalado Madero en la presidencia, Bernardo Re yes se rebel? el 16 de noviembre con el Plan de la Soledad, en el que ped?a revisar las enajenaciones de los bald?os de an temano pose?dos, para restituir los que fuera debido.9 Ven cido Reyes, una de las primeras preocupaciones de Madero fue reformar la Caja de Pr?stamos para obras de irrigaci?n y fomento a la agricultura, que durante la presidencia provi sioned de Francisco Le?n de la Barra procur? facilitar el frac

cionamiento de algunas de las propiedades que ten?a hipote cadas a su favor, con el fin de que el peque?o agricultor se convirtiera en propietario y para la repatriaci?n de mexica

nos a Coahuila.10

El 30 de noviembre de 1911, la Secretar?a de Fomento pre sent? una iniciativa de ley en la que reconoc?a que hasta en tonces la caja no hab?a logrado resolver las eventualidades de la agricultura, ni favorecer la subdivisi?n de las grandes pro piedades, por las restricciones que se le impusieron en la in

versi?n de las sumas prestadas, exigiendo garant?a por

intereses y el dep?sito de la cantidad destinada a mejoras. A lo anterior se agregaban los gastos y forzosas dilaciones de una instituci?n establecida en la capital, todo lo cual hab?a impedido prestar r?pidamente, en f?ciles condiciones de pa go y a bajo tipo de inter?s. No era posible prestar una fuerte 7 Fabela, 1965, pp. 423, 424.

8 Fabela, 1965, p. 134; Imp, 1 de septiembre de 1911.

9 Gonz?lez Ram?rez, 1954, pp. 65, 66.

10 Memoria Hacienda, 1949, p. 531.

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suma para obras de riego cuando la garant?a deb?a cons en la ejecuci?n de esas obras, con frecuencia de car?cter torio, m?xime cuando a esas dificultades se a?ad?an la sez de brazos, la falta de personal competente, las malas

de comunicaci?n, etc. Por todas esas razones, el prob

agrario s?lo podr?a resolverse hasta que al cr?dito agr?co uniera el esfuerzo directo del gobierno, el que si en gen no era un buen empresario, deb?a intervenir, sin embar

para ayudar a la iniciativa privada cuando ?sta era "i tente para poner en ejecuci?n medidas de inter?s p?bli

Para pacificar urg?a que el gobierno fraccionara las gran propiedades, lo que s?lo podr?a lograrse con la irrigaci?n las tierras destinadas a fraccionarse, enajen?ndolas en f? condiciones de pago a los mexicanos que quisieran repatr se, a los aparceros y a los arrendatarios que por sus h?b de trabajo y de ahorro fueran dignos de ser elevados a la dici?n de terratenientes, y a los labradores inmigrantes resados en colonizar el pa?s. Con tal fin se facultaba al p ejecutivo federal para contratar con la caja empr?stitos nados a la adquisici?n de terrenos de propiedad particu con el objeto de que fueran irrigados y vendidos a largo zo y moderado inter?s no mayor de 5% anual, para fav

cer la subdivisi?n de la propiedad. El monto total d

cantidad garantizada por la naci?n no exceder?a de 200 llones de pesos, incluyendo en esta suma los 50 millones teriormente emitidos por la caja.11 Ricardo Garc?a Granados se opuso a esta iniciativa que la acci?n del gobierno sustitu?a la iniciativa individ y abr?a la puerta a malsanas especulaciones, sin que hu posibilidad de vigilar los actos del ejecutivo, de tal modo el gobierno podr?a comprar haciendas a sus favoritos; y bre todo, porque la misi?n del gobierno no era fungir c

intermediario entre compradores y vendedores. La caja se f

m? con la idea de que cuatro bancos (Nacional, de Lon y M?xico, de Comercio e Industria y Central Mexicano

cribieran la cuarta parte de su capital, pero como el p?b no acudi? al llamado de esas instituciones, 9 de los 10 m 11 Diario diputados, 1 de diciembre de 1911, pp. 9-15.

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nes estaban a?n en poder de ellas. Adem?s, los requisitos conceder los pr?stamos eran m?ltiples y onerosos, de tal

do que al final de cuentas el agricultor deb?a pagar un inter

tan alto como el bancario, sin obtener ning?n beneficio fael L. Hern?ndez inst? a los diputados a que aprobaran iniciativa de ley que permitir?a a un cuarto de mill?n de xicanos radicados en Estados Unidos regresar a M?xico, como lo hab?an manifestado en una convenci?n celebrad

julio de ese a?o en San Antonio, cuando expusieron su de de regresar a M?xico si el gobierno les proporcionaba tie irrigadas.12 Bulnes lament? que la Caja de Pr?stamos excluyera a los extranjeros, disposici?n que, por el contrario, satisfac?a ple namente a Ricardo Garc?a Granados, porque si mexicanos iban a pagar la deuda de esta obra, tambi?n mexicanos de b?an recibir sus beneficios. Seg?n Bulnes, de acuerdo con uno de sus argumentos favoritos, era inaudito que en un pa?s de 200 millones de hect?reas y s?lo 15 millones de habitantes, las tierras s?lo debieran repartirse entre mexicanos, m?xime que se trataba de vender esas tierras, no de regalarlas.13 Aprobada esta iniciativa por la C?mara de Diputados, con gran premura se aprob? tambi?n en la de Senadores, pese a que algunos se?alaron sus defectos, convencidos de que ayu dar?a a resolver el problema agrario y quitar?a el pretexto a

quienes ensangrentaban el pa?s al son de que no se les ha

b?an cumplido las promesas ofrecidas.14 El 18 de diciembre de 1911 la ley fue promulgada, y a partir de entonces la caja recibi? muchas peticiones de pr?stamos, pero gran n?mero de ellas fueron rechazadas por no ofrecer las garant?as nece sarias. Entre las aceptadas, seis sumaban 13 479 000 pesos, una de ?stas se destinaba a la desecaci?n y fraccionamiento de aproximadamente 20 000 hect?reas del vaso del lago de

Texcoco.15

Despu?s de rechazar que el gobierno pudiera resolver el 12 Diario diputados, 9 de diciembre de 1911, pp. 15-27.

13 Diario diputados, 11 de diciembre de 1911, pp. 11-19.

14 Diario senadores, 13 de diciembre de 1911, pp. 622-630.

15 Hern?ndez, 1912, pp. 20, 21.

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problema agrario bajo la presi?n de movimientos an?rqui cos, clara alusi?n al zapatismo, Madero prometi? en marzo de 1912 que la Caja de Pr?stamos adquirir?a grandes propie dades para repartirlas entre los peque?os propietarios con fa

cilidades de pago.16 En octubre de ese a?o la mayor?a de la diputaci?n vera cruzana, de filiaci?n "cient?fica", interpel? al secretario de Fomento para que informara sobre el funcionamiento de la Caja de Pr?stamos, pues corr?a el rumor de que solamente hab?a verificado dos o tres grandes operaciones, sin seguir nin

guna norma, y hab?a aumentado la tasa de inter?s de 6 a 6.75%.17 Al d?a siguiente, el ministro de Fomento inform?

que se hab?an recibido 71 solicitudes de pr?stamo por 17 mi llones de pesos; una de ellas, de la Compa??a Agr?cola y Ga nadera del R?o de San Diego, pertenec?a a su suegro Lorenzo Gonz?lez Trevi?o, quien hab?a convertido des?rticos terre nos coahuilenses en un pr?spero negocio agr?cola que bene

ficiaba a 307 familias mexicanas repatriadas de Texas, a quienes se les repartieron 4 200 hect?reas de labor para el cul tivo del algod?n, tarea en la que eran peritos. El ministro ex

plic? que lo principal de ese negocio se realiz? durante el gobierno de Porfirio D?az y que cuando el propietario pro

puso al gobierno de Madero que ?ste colonizara estas tierras,

?l se opuso arguyendo que el gobierno es un p?simo em presario.

Por otra parte, a partir del 18 de diciembre de 1911 ^ la caja fue asediada por su antigua clientela que deseaba se con virtieran sus contratos a las nuevas bases, m?s amplias y li berales, petici?n justificada pero de imposible realizaci?n, por lo que se opt? por una soluci?n intermedia, la antigua clien tela paulatinamente convertir?a sus cr?ditos a las nuevas ba ses, relev?ndolos inmediatamente de la garant?a bancaria. Una

multitud de nuevos solicitantes pidi? pr?stamos, pero casi en

90% se trataba de negocios mal estudiados y peor pre sentados.18

16 Taracena, 1960, p. 238.

17 Diario diputados, 9 de octubre de 1912, pp. 1-3.

18 Diario diputados, 12 de octubre de 1912, pp. 7-22.

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Rafael Hern?ndez hab?a informado a la prensa nacional de este negocio de Gonz?lez Trevi?o, desde los primeros d?as de 1912. La compa??a por ?l encabezada celebr? durante el gobierno de Porfirio D?az un contrato por el cual el gobierno le prest? un mill?n de pesos, comprometi?ndose a conseguir le 2 400 000 m?s de la Caja de Pr?stamos, con una garant?a de 7 400 000, con la obligaci?n de irrigar 35 000 hect?reas y de otorgar al gobierno una opci?n de compra de esas pro piedades. Como la Compa??a Agr?cola y Ganadera del R?o de San Diego, presidida por Gonz?lez Trevi?o, no pudiera acometer la colonizaci?n de esas tierras (se necesitaban cuando menos 5 000 hombres), pidi? al gobierno se ejerciera la op ci?n que le conced?a el contrato, lo que no se realiz? por las dificultades de la Revoluci?n. Continuaron las negociaciones con De la Barra, pero Hern?ndez se rehus? a intervenir; en su lugar lo hicieron Manuel Calero y Manuel Bonilla y los subsecretarios de Hacienda y de Fomento. El gobierno pas? ese asunto a la Comisi?n Agraria, con el objeto de r?pida mente repartir tierras irrigadas, sobre todo en Baja Califor

nia, "y por razones que a nadie se escapan, en Morelos,

Jalisco, Puebla y Guerrero".19 De nueva cuenta insisti? la mayor?a de la diputaci?n vera cruzana para que se nombrara una comisi?n que investigara las actividades de la Caja de Pr?stamos, a la que se acus? de enriquecer a un reducido grupo de favoritos, entre ellos a I?igo

Noriega con su compa??a La Saute?a. En estos asuntos se

mezclaron negocios personales de los Braniff sobre la venta

y fraccionamiento de las haciendas de Tepetitl?n y

Chapingo.20

Tom?s Braniff y la mayor?a de la diputaci?n veracruzana pidieron el 28 de noviembre de 1912 que se declarara insti tuci?n de Estado la Caja de Pr?stamos. Esta iniciativa al pa recer fue obra de Toribio Esquivel Obreg?n, apoderado de Arturo Braniff; como lo probar?a su comparaci?n con la ley del propio Esquivel Obreg?n, en su car?cter de ministro de Huerta, cuando comentar?a que chocaban dos tipos de inte 19 Imp, 7 de enero de 1912.

20 Diario diputados, 16 de octubre de 1912, pp. 11-19.

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reses que deb?an estar unidos, los de los latifundistas que de seaban fraccionar y no pod?an, y los del pueblo, que deseaba adquirir una propiedad que nadie le proporcionaba. En esta iniciativa se consideraba que el gobierno adquirir?a las series b y c de la Caja de Pr?stamos. Se autorizar?a a ?sta a prestar, sin obligaci?n de invertir cantidad alguna en mejoras, cuan do el pr?stamo tuviera por objeto pagar cr?ditos hipotecarios con el prop?sito de fraccionar tierras, en un n?mero de lotes no menor de 10 y sin que ninguno fuera mayor que la mitad de todo el predio. Proporcionar fondos para que el gobierno comprara grandes propiedades para ser fraccionadas en pe que?as, entendiendo por ?stas las que no excedieran de 150 hect?reas de labor y 600 de pastos o montes.21 Por otra parte, el secretario de Hacienda, Ernesto Made ro, present? una iniciativa de ley el 11 de octubre de ese ^?o para que se facultara al ejecutivo a adquirir las acciones que emitiera la Caja de Pr?stamos al aumentar su capital en 10 millones de pesos.22 El 30 de noviembre de ese a?o la comi si?n dictaminadora aprob? esa iniciativa, entre otras razo nes porque los pueblos agricultores eran m?s ricos que los industriales.23 Poco despu?s Rafael Hern?ndez, ex secreta rio de Fomento y a la saz?n ministro de Gobernaci?n, decla

r? que la Caja no ayudaba al peque?o propietario.24 El 28 de diciembre de 1912 se recibi? en la C?mara de Se nadores esta iniciativa. Como pasara m?s de un mes y no se dictaminara sobre ella, Fernando Iglesias Calder?n pregun t? porqu? no se hab?a dictaminado; Obreg?n respondi? que

en esa iniciativa no se explicaba de d?nde deb?an tomarse los 10 millones de pesos.25 Calero opin? que si se autorizaba la compra de la totalidad de las acciones de la Caja de Pr?sta mos, de una manera subrepticia se autorizaba al gobierno a

21 Diario diputados, 28 de noviembre de 1912, pp. 1-6.

22 Diario diputados, 11 de octubre de 1912, p. 4.

23 Diario diputados, 30 de noviembre de 1912, pp. 3, 4; A.G. Canalizo, Jos? I. Reynoso, Ignacio Borrego, M. Vicencio y Salvador D?az Mir?n formaban la comisi?n dictaminadora.

24 Imp, 5 de diciembre de 1912.

25 Diario senadores, 28 de diciembre de 1912, p. 2; 1 de febrero de 1913,

pp. 11, 12.

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hacerse cargo de ella.26 Otro senador record? que exist?a un proyecto para convertir la Caja en una instituci?n de Esta do, resultado al que pr?cticamente se llegar?a con esa com pra; por tanto, conven?a estudiar juntas las dos iniciativas.27 El cuartelazo suspendi? esta discusi?n el 21 de febrero; se rea

nud? el 29 de mayo, y la iniciativa se aprob? al d?a si

guiente.28 Volviendo al punto de partida del gobierno de Madero, puede recordarse que entre los diversos proyectos de refor ma agraria se cuenta el de Lauro Viadas, tendiente a frac cionar los latifundios para constituir la peque?a propiedad, lo que acarrear?a la disminuci?n del precio de los productos agr?colas por el aumento del rendimiento y de la superficie cultivada de las tierras.29 Casi todos parec?an coincidir en la conveniencia de fraccionar las grandes propiedades: Fernan do Iglesias Calder?n por razones de justicia; El Impartial pa ra aumentar la riqueza, pero sobre todo para crear una nueva clase social que luchara por el orden y la paz; unos capitalis tas espa?oles para fraccionar las 200 000 hect?reas de La Sau te?a en peque?os lotes, idea que ya hab?an expuesto Fernando Pimentel Fagoaga e I?igo Noriega desde fines de 1910.30 Por otra parte, la circular del 8 de enero de 1912 otorg? a los ayuntamientos personalidad jur?dica para promover el deslinde y fraccionamiento de los ejidos.31 El gobierno pro visional de Le?n de la Barra hab?a creado desde septiembre del a?o anterior la Comisi?n Nacional Agraria, formada por ingenieros, abogados y hombres de negocios, con miras a es tudiar la formaci?n de la peque?a propiedad.32 El 7 de fe brero de 1912 la comisi?n propuso que el gobierno adquiriera terrenos para fraccionarlos, cedi?ndolos, a t?tulo oneroso, a

26 Diario senadores, 3 de febrero de 1913, p. 16.

27 Diario senadores, 6 de febrero de 1913, p. 20.

28 Diario senadores, 21 de febrero de 1913, pp. 5, 6; 30 de mayo de 1913.

29 Imp, 25 de noviembre de 1911.

30 Pa?s, 4 de diciembre de 1911; Imp, 13 de diciembre de 1911; 24 de diciembre de 1910; 20 de diciembre de 1911.

31 DO, 1 de abril de 1912, p. 408.

32 Imp, 15 de septiembre de 1911.

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quienes dispusieran de un peque?o capital. Se acus? enton ces al gobierno de especular con esos terrenos.33 Pino Su?rez se propuso en 1911 llevar una "sana inmi graci?n" a Yucat?n, para con ella resolver el problema de la libertad de trabajo, pues el trabajo forzado subsist?a en la

agricultura de exportaci?n, pese a los optimistas informes ofi

ciales en contrario.34 Con frecuencia figuraban espa?oles en tre los enganchadores para los ingenios veracruzanos, donde

menores de edad trabajaban jornadas largu?simas, a?n en

fermos, y sujetos a violencias f?sicas.35 A mediados de 1912 ocurrieron varias huelgas en las monter?as de Chiapas, en las que se dijo imperaba una verdadera esclavitud.36 Los defen sores de esas compa??as recurrieron al f?cil expediente de acu sar de revolucionarios a los huelguistas.37 Algunos juzgaban la subdivisi?n de la propiedad territorial especialmente dif? cil en Chiapas, porque muchas de las compa??as deslindado ras no hab?an cumplido con sus contratos, y al verificar los deslindes hab?an despojado de sus tierras a los peque?os pro pietarios, especialmente a los ind?genas, incapacitados para defenderse, entre otras cosas, por su ignorancia del espa?ol.38 En el corto lapso de un medio a?o (de fines de noviembre de 1911 a mediados de 1912), la prensa peri?dica capitalina registr? unas 20 huelgas campesinas. La mayor?a de ellas tu vo por causa la infructuosa petici?n de aumento de salario y la rebaja de la raci?n de ma?z, etc?tera. Salvo Zacatecas, todas ocurrieron en el centro del pa?s, casi la mitad en Gua

najuato.39

Quejas campesinas por el pago de salarios en otras ocasio nes derivaron en ataques a las haciendas, especialmente a las tiendas de raya que las simbolizaban, como ocurri? de 1911 33 Maga?a, 1952, p. 329.

34 Pa?s, 29 de enero de 1912.

35 Imp, 25 de noviembre de 1912.

36 Taracena, 1960, p. 296.

37 Taracena, 1960, p. 297.

38 Imp, 21 de febrero de 1912.

39 Imp, 29 de noviembre; 25, 29 de diciembre de 1911; 13, 14, 20 y 23 de enero de 1912; Pais, 28 de diciembre de 1911; 11, 13, 25, 26, 31 de enero, 7 de febrero, 15 de abril de 1912.

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MADERISMO Y REVOLUCI?N AGRARIA

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a 1913 en varias haciendas del estado de M?xico.40 Septiem bre de 1911 fue un mes pr?digo en sublevaciones agrarias; una muy cercana a la ciudad de Quer?taro alarm? mucho a las autoridades locales.41 En diciembre de ese a?o, los in d?genas de una comunidad de la regi?n de Puebla se repar tieron la hacienda colindante.42 En representaci?n de 18 000 ind?genas se levantaron va rios maderistas en Cuencam?, Durango, en diciembre de 1911, exigiendo el cumplimiento del mensaje agrario del Plan de San Luis.43 Al principiar el a?o siguiente se repartieron 100 fanegas de tierras de labor de varios ranchos y haciendas

duranguenses.44 En noviembre de ese a?o de 1912 continu? la repartici?n de las haciendas duranguenses, entre ellas una de Laurenciano L?pez Negrete.45 Otros jefes rebeldes de ese estado recog?an las cosechas y los ganados y los repart?an en tre aparceros y peones, bajo el lema de "lo de los ricos ser? de hoy en adelante de los pobres".46 Los hacendados de Valpara?so y Fresnillo, Zacatecas, ofre cieron a sus trabajadores que si no participaban en la Revo luci?n los recompensar?an con la mitad de las cosechas que se levantaran.47 En varios lugares de Oaxaca se levantaron los peones exi giendo el prometido reparto de tierra, al son de que hab?a llegado "el d?a del reparto de la propiedad" y "mueran las haciendas". Madero, a petici?n de los diputados locales, or den? el env?o de rurales para aplastar esa sublevaci?n.48 El impartial lament? que el gobierno no concediera la debida importancia a un asunto tan grave como esas sublevaciones oaxaque?as; 200 rurales eran pocos para dominar la situa 40 41 42 43

Imp, 28 de diciembre de 1911; 15 de mayo de 1913.

Diario diputados, 21 de septiembre de 1911, p. 23.

Imp, 26 de diciembre de 1911.

Imp, 10 de diciembre de 1911.

45 46 47 48

Imp, 12 de noviembre de 1912.

Imp, 17, 28 de noviembre de 1912.

Pa?s, 14 de enero de 1912.

Imp, 30 de octubre, 10 de noviembre de 1911; 27 de enero, 19 de

"Imp, 21 de abril de 1912.

mayo de 1912.

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ci?n.49 Las autoridades locales atribuyeron el levantamiento juchiteco al prurito de destruir las fincas r?sticas; el partido democr?tico oaxaque?o atribuy? el levantamiento de los dis tritos de Cuixtlahuaca y Xilacayoapa al mal trato que reci b?an los peones.50 Varios sublevados decidieron no pagar el impuesto de capitaci?n y apoyar el plan de Pascual Orozco, del 3 de marzo de 1912, en la medida en que ?ste favoreciera a la clase humilde.51 Los rebeldes de la Mixteca se declara ron defensores de la soberan?a de Oaxaca, mientras otros m?s decretaron en Villa de Etla que castigar?an con pena de muer

te a quien no vistiera calz?n blanco, camisa y huaraches. El Imparcial public? alarmado que los rebeldes serranos, en rea lidad, promov?an una verdadera guerra de castas; la cues ti?n de tierras era s?lo un f?til pretexto.52 El a?o de 1912 termin? en Oaxaca con luchas entre los pueblos, de acuerdo con su secular tradici?n.53 Al a?o siguiente, de nuevo se le vantaron los serranos de Ixtl?n; casi un millar fueron remiti dos al ej?rcito.54 Mientras tanto en el norte, Braulio Hern?ndez, ex secre tario del gobernador chihuahuense Abraham Gonz?lez, bajo el lema de "Tierra y Justicia", decret?, el 2 de febrero de 1912, la expropiaci?n del territorio nacional por causa de uti lidad p?blica, exceptu?ndose la superficie ocupada por las fin cas urbanas, los cascos de las haciendas, f?bricas y ranchos y los terrenos de las v?as f?rreas. El gobierno ser?a para siem

pre due?o exclusivo de las tierras, las que se podr?an cultivar personalmente y con la ayuda familiar. La posesi?n de los arrendatarios ser?a hereditaria; ?nicamente por causa de aban dono, el gobierno podr?a rentar las tierras a otra persona.55 La rebeli?n de Hern?ndez no comprometi? seriamente al r?gimen maderista, lo que s? ocurri? con la encabezada por 49 50 51 52

Imp, 20 de mayo de 1912.

Pa?s, 20 de mayo de 1912.

Pa?s, 31 de mayo de 1912.

Imp, 16, 19, 25 de agosto, 23, 26, 27 de septiembre; 21 de noviem

bre de 1912.

53 Pa?s, 26 de noviembre de 1912.

54 Pa?s, 25 de enero de 1913.

55 Gonz?lez Ram?rez, 1954, pp. 93, 332.

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MADERISMO Y REVOLUCI?N AGRARIA

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Pascual Orozco hijo, tambi?n en Chihuahua. Abraham Gon z?lez hab?a iniciado en Chihuahua las primeras medidas de reforma agraria, lo que ocasion? la natural alarma de los ha cendados de ese estado, quienes, al parecer, aprovecharon re sentimientos personales de Orozco para lanzarlo a luchar contra Madero.56 Orozco fue acusado de ser un testaferro de la plutocracia chihuahuense, quien le obsequi? 1 200 000 pe sos, bajo la apariencia de un empr?stito.57 Sin embargo, en el pacto de la Empacadora, del 25 de mar zo de 1912, resaltan dos cosas: de un lado los ataques m?s feroces, injustos algunas veces, contra Madero, a quien se acu

s? de haber hecho la Revoluci?n con dinero y apoyo nortea mericanos y en beneficio de esos intereses. Por el otro, un detallado cat?logo de reformas sociales, m?s expl?citas que las del Plan de San Luis, y emparentadas con los de Tacubaya y Ayala: r?pida sustituci?n de los empleados extranjeros por mexicanos, y en caso de igualdad de aptitudes igualdad de salarios; supresi?n de las tiendas de raya; pago de los jorna les en dinero efectivo; jornada de trabajo de 10 horas m?xi mas para los asalariados y 12 para los destajistas; prohibici?n del trabajo en las f?bricas a los menores de 10 a?os, los de esta edad a 16 trabajar?an un m?ximo de seis horas diarias; aumento de los jornales, "armonizando los intereses del ca pital y del trabajo"; higiene en las f?bricas, etc. En cuanto al problema agrario, reconocimiento de la propiedad a los po seedores pac?ficos por m?s de 20 a?os; revalidaci?n de los t? tulos legales; reivindicaci?n de los terrenos arrebatados por despojo; repartici?n de las tierras bald?as y nacionales; ex propiaci?n, previo aval?o, de las tierras incultas, etc?tera.58 En la convenci?n del Partido Liberal celebrada en abril de 1912, se aprob? que las compa??as extranjeras se sujetaran a las leyes del pa?s y que los templos fueran administrados ?nicamente por sacerdotes mexicanos por nacimiento. Eduar do Fuentes propuso crear la peque?a propiedad y un tribu

nal de equidad para que, perentoria e inapelablemente, 56 Taracena, 1960, pp. 227, 239; Cumberland, 1952, p. 195.

57 Memoria Gobernaci?n, 1916, p. 207.

58 Gonz?lez Ram?rez, 1954, pp. 96, 106.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

resolviera la restituci?n de las tierras. Esto urg?a porque al gunas autoridades locales no respetaban las ?rdenes de la Se cretar?a de Fomento sobre restituci?n de tierras a los pueblos,

pretextando la defensa de su soberan?a y sobre todo porque

la revoluci?n agraria de Pascual Orozco demostraba la ur

gencia de cumplir con los ofrecimientos del Plan de San Luis.

Antonio D?az Soto y Gama apoy? la revoluci?n de Orozco por su bandera agraria (seg?n Fernando Iglesias Calder?n, Orozco pag? a la "extrema izquierda" del Partido Liberal); Antonio I. Villarreal, en cambio, la atac? por ser obra de la ambici?n de Creel y de Terrazas y del despecho de su testa

ferro Orozco.59 Los partidarios de r?pidas reformas agrarias acusaron a Madero de haberse olvidado del cumplimiento del Plan de San Luis, en cuanto se hab?a encumbrado.60 Desde luego subsist?a la estructura social porfirista, en varios esta dos reforzada por las autoridades, como las poblanas que en febrero de 1912 consideraron a los sirvientes pr?fugos como reos de estafa; el gobernador de Tabasco, en igual fecha, re* cord? que la Comisi?n de Arbitraje Agr?cola ten?a por obje

to mediar entre braceros y patrones, sobre la base de conservar

la disciplina del peonaje "y evitar los abusos de que algunas veces ha sido v?ctima".61 En otros estados, como en San Luis Potos?, en cambio, las autoridades procuraron influir para aumentar los salarios agr?

colas y mejorar el trato a los trabajadores. Alberto Fuentes aument? los impuestos a los hacendados en Aguascalientes, por los baj?simos salarios que pagaban (19 centavos diarios en art?culos de la tienda de raya), afirmaci?n que, natural mente, fue desmentida por los hacendados de ese estado, por que ser?a imposible vivir con una cantidad tan irrisoria.62 En suma, poco se hab?a avanzado, como unos hacendados po 59 Imp, 2 de abril de 1912; Pa?s, 2, 3, 5-8 de abril de 1912; Diario sena dores, 25 de octubre de 1912, p. 14.

60 Imp, 2 de agosto de 1912; Pa?s, 6 de febrero; 26, 29 de enero de

1912.

61 Imp, 2 de agosto de 1912; Pa?s, 4 de febrero de 1912; Valenzuela,

1911, p. 17.

62 Cepeda, 1912, p. 18; Imp, 16 de junio de 1912; Pa?s, 30 de junio de

1912.

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MADERISMO Y REVOLUCI?N AGRARIA

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blanos dijeron a sus peones: "ustedes se han aflojado las co yundas, pero el yugo todav?a lo tienen".63 Para reforzar ese yugo se constituy? en los primeros d?as de marzo de 1912 una Liga de Defensa Social, para luchar por la paz y "la libertad dentro del orden". En ella figura ban prominentes porfiristas, buen n?mero de ellos hacenda dos, o partidarios de moderadas reformas sociales: Genaro G. Garc?a, Luis Garc?a Pimentel, Indalecio S?nchez Gavito, Gabriel Fern?ndez Sommellera, Alberto y Ricardo Garc?a Granados, Jorge Vera Esta?ol, Toribio Esquivel Obreg?n, Aquiles Elorduy, Rafael Zubar?n Capmany y otros.64 Mientras tanto, la Secretar?a de Fomento pidi? datos so bre los terrenos pose?dos ilegalmente, para repartirlos.65 Pe ro a los pueblos preocupaba m?s, y as? lo comunicaban a Madero, el deslinde de las tierras que les hab?an quitado las haciendas.66 En su informe del 1 de abril de 1912, Madero recapitul? su obra agraria: reorganizaci?n de la Caja de Pr?s tamos, fraccionamiento y reparto de los ejidos,67 rectificaci?n

de terrenos nacionales, dictamen de la Comisi?n Nacional Agraria del 7 de febrero de 1912 sobre uso de aguas y coloni zaci?n; como fruto de esas labores confiaba en un pronto aumento de las peque?as propiedades. De ese modo cumpl?a las promesas del Plan de San Luis, "explotadas como armas pol?ticas por agitadores sin conciencia", pero que s?lo pod?an cumplirse "despu?s de una serie de estudios y de operacio nes que el gobierno que presido no ha podido consumar pre cisamente porque los impacientes y los que aspiran a acogerse a las promesas, impiden con actos violentos, su realizaci?n".

Entre los impacientes figuraba, en primer lugar, el "amorfo socialismo agrario" de Morelos, propio de las "rudas inteli gencias" de esos campesinos, que en la pr?ctica tomaba la 63 Imp, 27 de enero de 1912.

64 Imp, 9 de marzo de 1912.

65 Imp, 11 de abril de 1912.

66 Pa?s, 13 de abril de 1912.

67 Del 1 de julio del911al31de diciembre de 1912, se fraccionaron

19 900 hect?reas, en beneficio de 1 370 personas, Memoria Fomento, 1913, pp. 376-386; Memoria Fomento, 1914, p. 460.

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forma de un "vandalismo siniestro".68 En realidad, el go bierno federal hab?a reconocido desde mediados de febrero de 1913 que los levantamientos obedec?an a que a?n no se hab?an repartido las tierras, pero ofreci? utilizar los 14 mi llones de hect?reas de tierras nacionales para dotar de ejidos a los pueblos.69 C. Guati Rojo critic? el plan de la Comisi?n Nacional Agra ria de comprar terrenos para irrigarlos y fraccionarlos en fa

vor de los labradores que dispusieran de un peque?o capital, porque de ese modo el provecho s?lo ser?a para el gobierno y los bancos que participaran en esa operaci?n, y los pobres continuar?an en su misma esclavitud.70 A principios de abril

de 1912, la Secretar?a de Fomento nombr? una Comisi?n Agraria Ejecutiva, formada por Roberto Gayol, Manuel Ma rroqu? y Rivera y Jos? L. Coss?o, para que pusiera en pr?cti ca las conclusiones de la Comisi?n Nacional Agraria.71 El 15 de abril de ese a?o la Comisi?n Ejecutiva opin? que la compra de terrenos era una soluci?n limitada, muy costo sa y favorable a la especulaci?n, pues apenas se habl? de que el gobierno pensaba comprar algunas tierras, codiciosos ha cendados pretendieron vend?rselas al triple de su valor. Los terrenos nacionales no eran inmediatamente aprovechables, en primer lugar, porque no estaban bien deslindados y por que se necesitaba un previo y cuidadoso estudio de ellos. En suma, propon?an agregar al programa de la Comisi?n Na cional Agraria la reconstrucci?n de los ejidos de los pueblos, excluyendo aquellos que por su importancia pol?tica o eco n?mica ya no los necesitaran. Esta deb?a hacerse bajo forma comunal e inalienable, para corregir los excesos de la desa mortizaci?n; as? se evitar?a un costoso movimiento migrato rio, perjudicial por el desequilibrio de la poblaci?n y, sobre todo, porque la gran masa de los solicitantes de tierras care c?a de aptitudes para ser propietarios y cumplir compromi sos personales, pero s?

68 DO, 15 de abril de 1912, pp. 408, 409.

69 Imp, 14 de febrero de 1912.

70 Pa?s, 15 de febrero de 1912.

71 DO, 15 de abril de 1912, p. 589.

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MADERISMO Y REVOLUCI?N AGRARIA

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cumplir? con los que contraiga colectivamente, y la explotaci?n de los terrenos comunales se har? en una forma tal, que s?lo disfruten de ellos los que sean trabajadores, los que cultiven y utilicen debidamente las parcelas que les correspondan.72

Por lo pronto, propon?an que se formara una comisi?n de letrados competentes y honorables que estudiaran los casos en que procediera la restituci?n, indemnizando a los posee dores. Seg?n la Comisi?n Agraria Ejecutiva no deb?an com

prarse tierras porque exist?an m?s de 10 millones de hect?reas

de nacionales, pero como no estaban bien deslindadas, debe r?an resolverse primero las cuestiones que tuvieran los pue blos con las haciendas colindantes. Esta comisi?n tambi?n propuso organizar el home stead, "o sea el hogar garantizado contra todo ataque legal o ilegal", para proteger a la familia de la negligencia, impericia o ignorancia del padre, conce diendo a la casa, tierras, ganados e instrumentos, hasta cier to l?mite, el car?cter de inembargables. Tambi?n propugnaron

la irrigaci?n, sobre todo en la altiplanicie central.73 Fueron tantos y tan disparatados los ofrecimientos que se hicieron al gobierno para venderle tierras destinadas al frac cionamiento (entre ellas 200 000 que el general Mucio P. Mar t?nez, ex gobernador de Puebla, pose?a en Puebla y Guerrero),

que la Secretar?a de Fomento avis? al p?blico que no acepta r?a gestiones de intermediarios, deseosos de obtener ganan cias exorbitantes.74 Seg?n Jorge Vera Esta?ol deber?an fraccionarse los lati fundios incultos, por medio de una pol?tica fiscal adecuada, dej?ndose a sus due?os dos porciones iguales a las que culti varan. Los adquirientes deber?an pagar de 10 a 20% al con

tado, el resto en 50 a?os, con garant?a hipotecaria. En el

fraccionamiento deber?an preferirse a los peque?os capitalis tas que pudieran adquirir de 50 a 100 hect?reas; los jefes de familia de los pueblos recibir?an de 10 a 20 hect?reas por ca beza. Asimismo, deber?an ofrecerse tierras para quienes de 72 Gonz?lez de Cossfo, 1957, pp. 336-339.

73 Gonz?lez de Coss?o, 1957, pp. 351, 376.

74 Imp, 29 de mayo de 1912; DO, 29 de mayo de 1912, p. 423.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

searan repatriarse y para los inmigrantes extranjeros.75

La Secretar?a de Fomento, a mediados de 1912, expuso

su criterio de que el territorio nacional deber?a distribuirse entre el "mayor n?mero de individuos como unidades pro ductoras". El problema agrario, considerado bajo el punto de vista de los elementos naturales, consist?a en lograr su m?

ximo aprovechamiento.

Con tal fin se propugn? el aprovechamiento de las aguas subterr?neas; se subvencionar?an las exploraciones de los pe

que?os propietarios, quienes, de tener ?xito, reintegrar?an esas

sumas en un plazo prudente y con moderados intereses. Los medianos propietarios, en cambio, ceder?an al gobierno la mi tad de las aguas y de las tierras, vendi?ndolas a "un precio razonable". Esta pol?tica ten?a por objeto estabilizar al pa?s, "porque nada desarrolla el esp?ritu conservador como la po sesi?n de la tierra". El gobierno se propon?a no cambiar de golpe "costumbres a?ejas ni defectos ?tnicos", sino "dar mar gen a una selecci?n natural de los hombres trabajadores y de

orden".76

A la vista de este criterio racista y darwinista, no es extra ?o que Madero considerara que la principal necesidad del pa?s era conquistar su libertad, que ante ella palidec?an las dem?s ne

cesidades, desde luego la agraria, bandera de algunos "ma los" y "descarriados" mexicanos que practicaban la rapi?a y el robo al grito de tierras. Su gobierno, en cambio, por me dio de la Caja de Pr?stamos ayudaba a algunas grandes em presas imponi?ndoles la obligaci?n de vender sus terrenos a plazos c?modos a los peque?os propietarios.77 El Imparcial aprovech? esta ocasi?n para atacar a Madero, porque hab?a ofrecido el reparto de tierras en sus discursos electorales. Madero contrarreplic? que s?lo hab?a prometido la creaci?n de la peque?a propiedad; hasta esa fecha lo ?nico que no hab?a cumplido era restituir las tierras de que los pue blos hab?an sido arbitrariamente despojados.78 En noviem 75 76 77 78

Imp, 7 de junio de 1912; Pa?s, 4, 6 de junio de 1912.

Hern?ndez, 1912, pp. 22-24.

Imp, 25 de junio de 1912.

Imp, 26, 28 de junio de 1912.

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bre de ese mismo a?o, atribuy? la riqueza de Francia a la subdivisi?n de la propiedad agraria y lament? que el despil farro de los bald?os durante el porfiriato hubiera impedido

aprovechar esas tierras para resolver satisfactoriamente el pro

blema agrario, "el que m?s hondamente interesa a las clases populares".79 De este modo reconoc?a la raz?n de la lucha de los "malos" y "descarriados" mexicanos, pues los prole tarizados campesinos no se interesaban en la no reelecci?n y el sufragio efectivo, sino en "la no miseria y la comida efec tiva, lo m?s barata y abundante' ', como lo hab?a dicho el pro

pio Bulnes desde diciembre de 1911.80 Por otra parte, la Secretar?a de Fomento inform?, a me

diados de 1912, el monto y localizaci?n de las tierras na cionales.

Cuadro 1

Las tierras nacionales, 1912 (Hect?reas)

Pac?fico norte 8 450 000

Baja California Sur 1 500 000

Sinaloa 5 350 000

Nayarit 1 600 000 Norte m Chihuahua Coahuila

Durango

Zacatecas*

San Luis Potos?

4 634 370 3 103 000 219 000 1 164 854 55 040 92 476

Golfo de M?xico

Campeche Quintana Roo

Veracruz

Tabasco Yucat?n

Pac?fico sur

Chiapas

Guerrero Oaxaca* *

5 387 303 1 344 000 3 820 000

9 682

118 580

95 041

2 597 400 97 400 1 100 000 1 400 000

Total 21 069 073

Fuente: Imp, 13 de junio de 1912.

* Sierra de la Parida, comprende tierras de Jalisco y Nayarit. ** Se refiere exclusivamente al istmo de Tehuantepec.

79 Taracena, 1960, p. 327.

80 Gonz?lez Navarro, 1964, p. 283.

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MOIS?S GONZ?LEZ NAVARRO

La mayor?a de las tierras nacionales estaba situada, por orden decreciente, en el Pac?fico Norte, el Golfo de M?xico, el Norte y el Pac?fico Sur, o sea alejadas de las v?as de comu

nicaci?n.

Del 1 de julio de 1911 al31 de diciembre de 1912 se adju

dicaron 167 517 hect?reas de terrenos nacionales, con un valor

de 188 658 pesos, a 34 personas, la gran mayor?a durante el gobierno provisional de De la Barra.81 Por concepto de bal d?os, en 1912 se adjudicaron 74 279 hect?reas, con un valor de 20 361 pesos, a 17 personas, en su casi totalidad durante el primer semestre de ese a?o.82 En cambio, s?lo se otorga ron poco m?s de 912 hect?reas a 45 labradores pobres, del

1 de julio del911al31de diciembre de 1912, y pr?ctica mente nada durante el gobierno provisional.83 Le?n de la Barra continu? la pol?tica porfirista (despilfarro de las tierras

nacionales e insignificante atenci?n a los labradores pobres);

Madero, en cambio, prefiri? a los labradores pobres sobre el reparto de las tierras nacionales.

La cifra de aproximadamente 21 millones de hect?reas de tierras nacionales de junio de 1912 es mucho mayor que la consignada en el decreto del 24 de febrero de ese mismo a?o, porque se recuperaron para la naci?n gran n?mero de tie rras que se hab?an otorgado en ruinosas concesiones para el erario, declar?ndolas caducas por incumplimiento de las es tipulaciones por los concesionarios. Madero tambi?n infor

m? el 16 de septiembre de 1912 de las actividades de la

Comisi?n Agraria Ejecutiva, entre ellas estudiar las causas del malestar morelense; con tal fin se remitieron cuestiona rios a los hacendados de ese estado y se envi? un ingeniero para que investigara la forma en que los pueblos hab?an per dido sus tierras y aguas. Esa comisi?n estudiaba tambi?n la manera de fraccionar y colonizar la gran propiedad, para for mar la peque?a. A fin de asegurar la buena colonizaci?n de los r?os Yaqui y Mayo se impidi? la especulaci?n de esas tie rras con el prop?sito de que s?lo dispusieran de ellas los jefes 81 Memoria Fomento, 1913, pp. 374, 383; Memoria Fomento, 1914, p. 454.

82 Memoria Fomento, 1913, p. 381; Memoria Fomento, 1914, pp. 452, 453.

83 Memoria Fomento, 1913, p. 378; Memoria Fomento, 1914, pp. 456, 457.

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MADERISMO Y REVOLUCI?N AGRARIA

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de familia que personalmente las cultivaran.84

La Secretar?a de Fomento explic? poco despu?s que va

rias personas hab?an solicitado tierras para colonizarlas, en realidad para especular con enormes extensiones a precios su mamente bajos, como hab?a ocurrido en los r?os Yaqui y Ma yo, donde las tierras se vend?an de 7.50 a 15 pesos la hect?rea,

seg?n si el solicitante fuese considerado o no como labrador

pobre; pero como su valor superaba con exceso al cobrado por el gobierno, muchas personas las revend?an. Para reme diar ese abuso se limit? la enajenaci?n de esas tierras a las

personas que se comprometieran a explotarlas perso

nalmente.85

SIGLAS Y BIBLIOGRAF?A DO Diario Oficial del gobierno de M?xico.

Imp

Pa?s

El Imparcial, peri?dico.

El Pa?s, peri?dico.

Cepeda, Rafael

1912

Informe le?do por el ciudadano gobernador del Estado, doctor...,

en la apertura del xxix periodo de sesiones del xxiv congreso constitucional la noche del 15 de septiembre de 1912, y contes taci?n dada al mismo informe por el ciudadano presidente del

congreso licenciado Ricardo Mu?oz, San Luis Potos?, Tipo

graf?a de la Escuela Industrial Militar.

Cumberland, Charles Curtis 1952 Mexican Revolution. Genesis under Madero, Austin, Univer

sity of Texas Press.

Diario diputados 1911-1912 Diario de los debates de la c?mara de diputados, Mexico.

Diario senadores 1911-1913 Diario de los debates de la c?mara de senadores, M?xico.

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Memoria Gobernaci?n 1916 Memoria de la Secretar?a de Gobernaci?n correspondiente al pe

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MADERISMO Y REVOLUCI?N AGRARIA 27 riodo revolucionario comprendido entre el 19 de febrero de 1913

y el 30 de noviembre de 1916 formada por el licenciado Jes?s Acu?a, secretario de estado encargado del despacho de goberna ci?n, para presentar al soberano congreso constituyente, M?xi

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EL MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO Eva Alexandra Uchmany

UNAM

En su estudio cl?sico sobre el mestizaje en la Am?rica es pa?ola, Magnus M?rner subraya1 que la conquista del Nue vo Mundo fue desde muchos puntos de vista una conquista

de mujeres. En verdad, el sexo femenino figuraba entre los botines m?s codiciados por los espa?oles solteros que llega ron a las Indias. Los casados dejaron a sus esposas en Espa ?a. Adem?s la mayor?a de ellos eran muy j?venes; sus edade fluctuaban entre los 17 y 30 a?os.

Las mancebas tomadas despu?s de cada batalla a los so

juzgados, o robadas m?s tarde a sus padres y maridos, fue ron usadas como nabor?as2 en el servicio dom?stico, que los conquistadores planearon desde un principio al estilo de gran des se?ores. Las mozas serv?an tambi?n como concubinas, pues algunos conquistadores viv?an rodeados de un aut?nti co har?n.3 De aqu? que las m?s preciadas eran las j?venes y bien parecidas. Al respecto narra el soldado cronista Berna D?az del Castillo que, despu?s de varias batallas con los me

1 M?rner, 1967. V?anse las siglas y bibliograf?a al final de este ar t?culo.

2 Nabor?a: voz originaria de las Antillas. Designa al indio o india re partido para prestar servicio dom?stico obligatorio. V?ase Fern?ndez de

Oviedo, 1950, p. 142.

3 Entre los m?ltiples procesos seguidos por la primitiva inquisici?n no vohispana contra espa?oles por "amancebamiento", el m?s ilustrativo fue seguido "Contra Bernaldo del Castillo, por vivir amancebado con muchas esclavas suyas", M?xico, 1538, AGNM, Inquisici?n, vol. 36, exp. 5.

HMex., xxxvii: 1, 1987 29 This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:09:39 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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EVA ALEXANDRA UCHMANY

xicas cada conquistador acumul? un buen n?mero de ' 'pie zas* ' y c?mo Hernando Cort?s por medio de un ardid les cambi? las j?venes por las viejas y feas.4 Pero la mujer no fue solamente el primer ser conquistado en estas partes sino el gran intermediario entre ambas cultu ras. Antes de iniciar Hernando Cort?s el desmembramiento del Imperio Mexica le fueron obsequiadas en Potonchan, Ta basco, 20 mujeres en se?al de paz que celebr? con los se?o res del lugar. Entre ?stas se hallaba la esclava Malinalli, la cual debido a su condici?n servil hubiera podido ser ven dida para el sacrificio; Malinalli era biling?e ya que hablaba maya y n?huatl y devel? a los espa?oles los secretos pol?ti cos del An?huac. Ella, que despu?s de bautizada se llamaba do?a Marina, era la gran int?rprete de Cort?s y, a sabiendas que los espa?oles eran humanos como ella, comenzaba cada

frase con las palabras "...estos dioses dicen...".5 Do?a Ma

rina, que en muy poco tiempo aprendi? bien el espa?ol,6 era

sin duda la primera india aculturada en la Nueva Espa?a.

El se?or de Cempoala le hab?a entregado a Cort?s ocho damas principales con su servidumbre, encabezadas por su propia sobrina,7 a quien deseaba desposar con el conquista dor para sellar la alianza que, pensaba, hab?a pactado con los espa?oles. Semejante regalo de seis se?oras les fue ofrecido tam

bi?n en la se?or?a de Tlaxcala, el enemigo ac?rrimo del Imperio Mexica.

Antes de repartir las mozas entre sus capitanes y soldados,

Cort?s las mand? bautizar en un acto solemne al que asis tieron los ind?genas de la comarca. De toda esta serie de j?

venes la ?nica que se cas? leg?timamente con un espa?ol fue do?a Marina. Desde un principio Cort?s la entreg? a Alonso

Hern?ndez Puerto Carrero, quien era primo del conde de Medell?n. Pero muy pocos d?as despu?s descubri? sus cuali dades y se la troc? por do?a Francisca, hija de uno de los prin 4 D?az del Castillo, 1969, t. i. pp. 427, 428.

5 Cort?s, 1963, "Segunda Carta de Relaci?n,,l p. 60.

6 C?dice Florentino, M?xico, AGN, edic. facs?mil, vol. ni, libro xn, f.

18r.

7 D?az del Castillo, 1969, t. i. p. 162.

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MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO

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cipales de Cempoala llamado Cueso. Era ella en opini?n de Bernai D?az "...muy hermosa para ser india...".8 Como es sabido, Cort?s tuvo un hijo con do?a Marina, Mart?n, el cual se educ? en Espa?a y le fue concedido el h?bito de Santiago.

Pero a do?a Marina, Cort?s la cas? en 1524 con Juan de Ja ramillo, uno de sus soldados. Seg?n Bernai D?az, do?a Mari na estaba muy feliz con su nuevo marido.9

Tambi?n otros conquistadores se desposaron con damas

ind?genas. La m?s famosa de ?stas es sin duda Isabel de Mo tecuhzoma, hija del gran tlatoani mexica, cuyos dos esposos anteriores eran su t?o Cuitl?huac y Cuauhtemoc. Cort?s la quiso ' 'demasiado' ' y tuvo con ella una o dos hijas y despu?s la cas? con Pedro Gallego con quien procre? un hijo. Final mente, tres veces viuda y una vez amante, cas? con Juan Ca no, quien gracias a ella y por la intervenci?n de los franciscanos

fue ennoblecido.10 Seg?n algunos su ?ltimo esposo fue Juan de Andrada11 y de acuerdo con otros su hermana Leonor ca

s? con aqu?l.12 Tambi?n do?a Ana, hermana de Ixtlilx?

chitl, se?or de Tezcoco, contrajo matrimonio con Juan de Cu?llar, a quien Bemal D?az recordaba como buen jinete.13 Sin embargo, los matrimonios entre conquistadores e in d?genas no abundaban sino m?s bien los concubinatos. Pues aunque junto con las aguas lustrales los espa?oles otorgaron a las doncellas el t?tulo de "do?a", buscaban poder y honores en Espa?a. As? lo hizo Pedro de Alvarado quien, aunque con virti? a do?a Luisa ?hija del viejo Maxixcatzin de Tlaxcala? en la compa?era de su vida, se despos? sucesivamente con las hermanas Francisca y Beatriz de la Cueva, sobrinas del duque de Alburquerque. Gracias a esta uni?n Alvarado con sigui? los t?tulos de adelantado y gobernador de Guatemala y los h?bitos de la orden de Alc?ntara, honor del que goza 8 D?az del Castillo, 1969, t. i, p. 163.

9 D?az del Castillo, 1969, t. i, pp. 123, 124; t. il, p. 191.

10 " Relaci?n de la genealog?a de los Se?ores que han se?oreado esta

tierra de la Nueva Espa?a...", en Garc?a Icazbalceta, 1942, pp. 240, 276-278.

11 Garc?a Icazbalceta, 1942, "Introducci?n", pp. xxxvi-xxxviii.

12 V?zquez de Espinosa, 1944, p. 104.

13 D?az del Castillo, 1969, t il, pp. 337, 338.

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ban los varones De la Cueva.14 A?n m?s, a su hija mestiza Leonor la cas? con el primo de sus esposas, Francisco de la Cueva.15

Pol?tica de mestizaje Desde un principio la Corona de Espa?a recomend? a los con quistadores y pobladores concertar matrimonios con los na tivos tanto para legalizar las uniones libres como porque se crey? que el conquistador, oficial real, mercader o aventure ro, tomando estado se podr?an transformar en pobladores y la consorte en buena cristiana. Fue ?ste el esp?ritu de la ins trucci?n otorgada a fray Nicol?s de Ovando, gobernador de La Espa?ola entre los a?os de 1502 a 1509, al respecto de ma trimonios interraciales.16 Semejante cl?usula se repite en las "Leyes de Burgos'' expedidas por Fernando el Cat?lico el d?a 27 de diciembre de 1512.17 La recomendaci?n fue desaten dida por la mayor?a de los espa?oles, que usaban a su antojo a las ind?genas solteras y casadas. Respecto de los abusos cometidos con las ?ltimas, el cat?lico monarca indic? la pru dencia y la discreci?n. Eso es, castigar a los espa?oles en se

creto para evitar resentimientos y celos de los maridos

ofendidos.18 Por cierto, mucha gente sencilla de origen popular, caren te de prejuicios estamentales, se despos? en las islas con mu jeres ind?genas. La lista de casados que presenta Serrano y Sanz es bastante larga e incluye varios nombres de personas que despu?s participaron en la conquista de M?xico.19 Sin embargo, la mayor?a de los espa?oles no se despos? con las abor?genes, que a los ojos del cronista Gonzalo Fern?ndez de Oviedo eran libertinas y perversas.20 Y, al transcurrir el 14 D?az del Castillo, 1969, t i, p. 255; t. n, pp. 396, 397.

15 D?az del Castillo, 1969, t h, pp. 434, 435.

16 Simpson, 1966, p. 9.

17 Simpson, 1966, pp. 17, 35.

18 Simpson, 1966, p. 17, nota 2, p. 177.

19 Serrano y Sanz, 1917, pp. 384, 385.

20 Fern?ndez de Oviedo en Gerbi, 1978, pp. 413, 414.

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MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO 33

tiempo, debido a las contradicciones entre los intereses de los

diferentes sectores en la Colonia y am?n de las discusiones en torno a la limpieza de sangre que se llevaban a cabo en aquel entonces en Espa?a, la Corona adopt? finalmente la pol?tica de segregaci?n de las dos razas.

Por su parte los espa?oles estaban acostumbrados a la se gregaci?n racial, porque en cada ciudad hispana el barrio cris tiano, la morer?a y la aljama estaban rigurosamente separados

el uno del otro. Despu?s de la expulsi?n de los jud?os en 1492 y de los moros de Granada hacia el a?o de 1500, aquellos que decidieron bautizarse con el deseo de verse integrados en la sociedad de los cristianos viejos se decepcionaron profunda mente. Pues s?lo los cristianos nuevos que proven?an de la clase alta, que eran relativamente pocos, fueron bien recibi dos y asimilados por la nobleza espa?ola. En la medida que la conversi?n se volvi? masiva y los ne?fitos eran de clases medias y populares, la emergente burgues?a espa?ola, celosa de sus prerrogativas, hizo desembocar la segregaci?n moti vada anta?o por motivos religiosos en una abierta discrimi naci?n racial. ?sta se hizo patente por medio de la introducci?n

de los estatutos de la limpieza de sangre, que transformaron a los cristianos nuevos en ciudadanos de segunda clase y les

cerraron las puertas a todos los puestos p?blicos y de ho

nor.21 Los primeros en implantar los estatutos de limpieza y eliminar la competencia en sus organismos fueron las ?rde nes mendicantes y otras instituciones religiosas.

Mestizaje y segregaci?n El significado de ambas palabras se contradice y aparente mente donde existe segregaci?n el mestizaje es nulo. Pero en los vastos territorios de Am?rica donde en el siglo XVI se die

ron cita tres razas, lo imposible se volvi? realidad. Pues los espa?oles, mezcla de pueblos y razas en s?, no ten?an prejui cios raciales sino sociales y econ?micos. La discusi?n sobre los estatutos de limpieza de sangre ?y su implantaci?n? hi 21 Tratamos este t?pico m?s ampliamente en Uchmany, 1985, vol. vin.

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cieron que las clases populares, que con certeza pod?an cla mar que en sus venas no circulaba sangre jud?a ni mora, a pesar de su condici?n inferior en la estratificaci?n social, se sintieran cristianos "limpios' ' y casi hidalgos. Por supuesto, los atrevidos de entre ellos cruzaron el oc?ano Atl?ntico con la determinaci?n de mejorar no tan s?lo su posici?n econ? mica sino social. Muchos, aunque se embarcaron con el nom bre de Caldero, seg?n lo era su oficio, desembarcaron como Calder?n y los Cordob?n como De C?rdoba anteponi?ndose en ocasiones un "don".22 Todos estos presuntos "hijosdal go" deseaban aprovecharse de la sociedad nativa, quienes co mo plebeyos deb?an servirlos y mantenerlos.23 Adem?s desde los a?os treinta en adelante las se?oras y princesas ind?genas eran un mito y las abor?genes, degradadas y pobres, perdie ron el atractivo de esposas aunque de alguna manera conti nuaron siendo concubinas. Todos estos peque?os artesanos

que en la Nueva Espa?a se dedicaron a buscar oro o al pe

que?o comercio, ten?an servidumbre ind?gena de sexo feme

nino, que usaban para todo, como lo hac?a Bernaldo del Castillo, el cual fue procesado en el a?o de 1538 por vivir amancebado con muchas indias esclavas suyas.24 A su vez aquellos se?ores, por dejar a su esposa en Espa?a o por espe rar un honorable partido con una castellana, no reconoc?an a los hijos de aquellas uniones. De aqu? que la segunda gene raci?n de mestizos no tan s?lo tuvo origen popular, sino que naci? al margen de la ley y, adem?s, fue rechazada por sus

padres.

Por lo general las madres los llevaron a sus pueblos, donde en ocasiones fueron asimilados y en otras marginados o, se g?n las palabras del virrey Antonio de Mendoza, "andaban perdidos".25 Adem?s las comunidades ind?genas viv?an en aquel entonces las peores crisis de su vida a consecuencia de 22 Martin, 1957, p. 7.

23 V?ase al respecto "Carta" del contador Rodrigo de Albornoz al em perador Carlos V, 15 de diciembre de 1525, Tenochtitl?n, en Garc?a Icaz

balceta, 1971, i, pp. 508-510.

24 V?ase nota 3.

25 "Relaci?n de Antonio de Mendoza a Luis de Velasco al t?rmino de

su gobierno, entre 1550-155r', en Los virreyes, 1976, vol. i, pp. 40, 41.

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MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO

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la conquista, como lo eran los pesados trabajos, tributos, pestes

y el ataque a su religi?n y valores culturales. Y, en la medida que el n?mero de mestizos acrecentaba, su integraci?n a las comunidades ind?genas se hizo m?s dif?cil. Finalmente, por descender los mestizos de padres espa?oles, se negaban a car gar con las pesadas obligaciones de los sojuzgados y prefe

r?an trasladarse a las ciudades donde en muchos casos

engrosaban las filas de los vagabundos que pululaban en la

Nueva Espa?a desde los a?os veinte.26

Por su parte los frailes evangelizadores, que desearon edi ficar en el Nuevo Mundo una iglesia de acuerdo con las nor mas del cristianismo primitivo, idealizaron desde un principio al ind?gena, el cual les pareci? el hombre perfecto para vivir una bienaventuranza cristiana. Para conducir a los ne?fitos hacia la perfecci?n, los religiosos consideraban que era nece sario apartarlos de los vicios de los cristianos viejos.27 Por es ta raz?n luchaban para que no se admitieran vagabundos de ?ndole alguna en los pueblos y congregaciones ind?genas y, a la vez, desataron una lucha contra los mestizos. Pues por un lado su presencia les estorbaba en la evangelizaci?n y, por el otro, eran por lo general biling?es, lo que autom?ticamen te los transformaba en int?rpretes entre el mundo ind?gena y el exterior, o sea la viciada sociedad de los espa?oles. Los frailes en lugar de difundir entre sus reba?os la lengua espa

?ola, seg?n lo ordenaba con insistencia la Corona,28 en su af?n de alejarlos de malas influencias, ense?aban el n?huatl a las etnias que lo desconoc?an. Y, al levantar la barrera del idioma permanecieron ellos como ?nicos intermediarios en tre el ind?gena y las autoridades civiles y eclesi?sticas. Inclu so los ni?os mestizos deber?an ser recogidos de los pueblos y trasladados a la ciudad, puestos en colegios para aprender oficios mec?nicos; y se procuraba que las ni?as salieran ca sadas de los recogimientos.29 Y, finalmente, por su origen ileg?timo, que en los siglos 26 Martin, 1957.

27 Mendieta, 1945, t. m, pp. 164, 165.

28 M?rner, 1967, m, pp. 435, 436.

29 Los virreyes, 1976, vol. i, pp. 40, 41.

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EVA ALEXANDRA UCHMANY

XVI y XVII implicaba una maldad cong?nita, la sociedad los margin? y les ved? el acceso tanto a cargos eclesi?sticos co

mo civiles.

El destino de las madres de los mestizos, que, por lo gene ral, embarazadas buscaban refugio en sus pueblos o, como lo se?ala M?rner, iban a parir a alg?n despoblado,30 sin du da tampoco era envidiable. No obstante, las fuentes insisten en que a lo largo de los siglos XVI y XVII las ind?genas pre fer?an a los espa?oles que a los hombres de su raza. ?Por qu??

La mujer en la sociedad ind?gena

a la hora de la conquista

Durante el ?ltimo siglo antes de la llegada de los espa?oles, en las sociedades guerreras de los pueblos nahuas y otros, el campo femenino se divid?a en mujeres casadas, concubinas y damas p?blicas. Al respecto de las ?ltimas el padre Motoli n?a considera que "es el menor mal por evitar el mayor" pues existe en cada rep?blica que vive con polic?a.31 Y aunque los religiosos mostraron aires de tolerancia hacia la prostituci?n,

se escandalizaron ante la poligamia practicada por los ind? genas y tambi?n su indumentaria. Pues uno de los primeros

pasos dados para ponerlos "en polic?a", como lo expresan las cr?nicas del siglo XVI, era vestirlos "honestamente". Eso es, exigirles que usaran en lugar del maxtli o braguero unos zarag?elles; las mujeres fueron obligadas a cubrirse los pe chos. Acto seguido se les exhortaba a recibir las aguas bau tismales y de inmediato se procedi? a casar in facie ecclesiae a

los amancebados. Motolin?a narra las dificultades que tuvie ron los primeros frailes para "...desarraigar a estos natura les la multitud de las mujeres... porque se hac?a muy dura la cosa en dejar la antigua costumbre carnal...".32 En efecto, no era nada f?cil escoger una de las "muchas mujeres", seg?n lo explica el padre Sahag?n. Pues hab?a que 30 M?rner, 1967, p. 25.

31 Benavente, 1971, p. 320.

32 Benavente, 1971, p. 189.

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actuar de acuerdo con las leyes can?nicas y ' 'examinar el pa rentesco y saber cu?l fue la primera y d?rsela...9 '. Y los ind? genas ment?an ".. .y hac?an embustes para casarse con aquella que ellos ten?an m?s afecci?n".33 Pero a pesar del enorme esfuerzo de los frailes para sacar su reba?o del pecado en el que viv?an los resultados no eran

siempre halagadores. Pues solamente unos pocos a?os des

pu?s de convertirlos y casarlos se dieron cuenta que los ind? genas segu?an practicando tanto la idolatr?a como la poligamia.

Lo indican decenas de procesos que la primitiva inquisici?n episcopal prosigui? contra los transgresores, todos indios prin

cipales y por lo tanto adoctrinados con esmero. Algunos de ellos incluso educados en los colegios de los conventos, como don Carlos Ometochtzin, hijo de Nezahualpilli, protegido de Cort?s y heredero del cacicazgo de Tezcoco. Fue acusado por sus familiares de id?latra y amancebado. Sus sobrinas y t?as testificaron en contra suya. Fray Juan de Zum?rraga lo rela j? al brazo secular en 1539 por rebelde y ap?stata.34 Mart?n Xoch?mitl, natural y vecino de Coyoac?n, fue tam bi?n adoctrinado con mucho esmero. Antes y despu?s de bau tizado manten?a relaciones sexuales con sus cuatro hermanas,

y con una se?ora de Xochimilco. Con una de aquellas se ca s? por la iglesia alegando que no le preguntaron el parentes

co.35 El caso de Tlacat?catl de Tlacopan era a?n m?s

escandaloso. Antes de la conquista era sacerdote y sacrific? varios hombres en honor de sus dioses. Se bautiz? en 1530 y en seguida se cas? con su propia hija, con la cual procre? dos hijos y adem?s ten?a otras mujeres.36 Otro ind?gena de Coyoac?n, Francisco, se hab?a casado por la iglesia en el lapso de siete a?os con dos mujeres; con am 33 Sahag?n, 1956, m, p. 162.

34 "Proceso criminal contra don Carlos, indio principal de Tezcoco, por id?latra y amancebado, M?xico, 1539", AGNM, Inquisici?n, vol. 2,

exp. 2.

35 "Proceso contra Mart?n Xoch?mitl, indio, por amancebado, M?xi co, 1539", AGNM, Inquisici?n, vol. 36, exp. 6.

36 "Proceso contra Tecatetl y Tan?xtetl, indios que bautizados se lla maron Antonio y Alonso, vecinos de Tlacopan, por id?latras, M?xico, 1536", AGNM, Inquisici?n, vol. 37, exp. 1.

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bas procre? hijos. Cuando se iba a desposar con la segunda despidi? a la primera e incluso se ofreci? a buscarle marido.

A su vez la segunda mujer, temiendo a los frailes, no quer?a contraer matrimonio por la iglesia. Francisco la tranquiliz? dici?ndole que los padres no se dar?an cuenta pues ''.. .andan como los venados que van por ah? y no saben...". Adem?s embaraz? a una tercera mujer que la acusaci?n se?ala como su propia hija. La segunda esposa, de nombre Mar?a, fue su compa?era antes de la evangelizaci?n, pero los frailes los se pararon y desposaron a cada uno con diferente c?nyuge. Des pu?s que Mar?a enviud?, Francisco se junt? una vez m?s con ella.37 De aqu? que la conquista afect? la vida entera del ind?ge na e incluso sus sentimientos m?s ?ntimos fueron encauzados hacia nuevos rumbos. Por lo tanto su ?nica defensa era el disimulo. Los religiosos lo sab?an y el obispo Zum?rraga afir m? al respecto que los ind?genas se casaban ?nicamente "para encubrir adulterios".38 Por esta misma raz?n no era dif?cil descubrir ni a aquellos que decididamente deseaban llevar una doble vida. Uno de ellos era sin duda don Francisco de Yan huitl?n, que se cas? in facie ecclesiae con una esclava y simult?

neamente se despos? con Yainxi, su mujer principal, seg?n sus antiguos ritos. Adem?s, como todos, ten?a tambi?n otras

mujeres.39

La conquista y el ataque a los valores de la cultura ind?ge na trajeron consigo, dentro del sistema de la poligamia, la disoluci?n de los marcos morales. O sea los tab?es relativos a la propiedad, al intercambio, y los consagrados por la cos tumbre se dejaron de respetar. Al proclamar que la antigua religi?n y costumbre eran de origen diab?lico, los frailes de

37 "Proceso contra Francisco, indio de Coyoac?n, por casado dos ve ces, M?xico, 1538", AGNM, Inquisici?n, vol. 23, exp. 1.

38 "Carta de los Ilustr?simos Se?ores Obispos de M?xico, Oaxaca y Guatemala sobre la ida al Concilio General, y piden sobre distintos pun tos..., M?xico, 30 de noviembre de 1537", en Garc?a Icazbalceta, 1947,

vol. m, p. 103.

39 "Proceso contra don Domingo, don Francisco y donju?n, gober nadores del pueblo de Yanhuitl?n, por id?latras, Oaxaca, 1544", AGNM, Inquisici?n, vol. 37, exp. 5.

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sataron las antiguas prohibiciones antes de estar en capaci dad de implantar nuevas. Nos lo puede ilustrar el caso de don

Ant?n Nauhyotl, se?or del pueblo de Totolapa. ?ste com

part?a una fulana Cecilia con su hermano Pedro, alguacil del lugar. La misma mujer hab?a sido anteriormente la amada de su padre; los tres la hab?an obligado a abortar en diferen tes ocasiones. Adem?s don Ant?n viv?a amancebado con su t?a Ana con la cual procre? una hija.40 Las confusas relaciones sexuales de los ind?genas hicieron exclamar ? fray Andr?s de Olmos, despu?s de descubrir que

el cacique de Matlatlan, actual estado de Hidalgo, a quien ?l hab?a casado, ten?a adem?s de su esposa 17 concubinas,

que ''.. .no ha de entrar mujer en su casa que no la prueben, suegras y parientas...".41 Reprendidos, algunos ind?genas alegaban que tambi?n los espa?oles practicaban la monoga mia tan s?lo en apariencia. No obstante el brillo sensual de los nativos, la poligamia ind?gena ten?a profundas ra?ces eco

n?micas.

En efecto, Motolin?a nos informa que algunas esposas y concubinas ten?an padres importantes que favorec?an al ma rido, el cual, adem?s, se beneficiaba de la fuerza de trabajo de su har?n. Porque "...ten?an con ellas muchas granjerias y quien tej?a y hac?a mucha ropa y eran muy servidos, por

que las mujeres principales llevaban consigo otras cria

das".42 E incluso varios ind?genas despu?s de casados por la iglesia se negaban a despedir las otras mujeres alegando que ".. .lo hacen porque no tienen otra renta sino lo que las mu jeres les ganan con su labor para se mantener y en satisfac ci?n de sus trabajos les pagan con sus mismos cuerpos y que no pueden dejar esta ley en la que fueron criados".43 40 "Resumen del proceso contra Pedro, indio, cacique del pueblo de Totolapa y contra don Ant?n, indio alguacil del mismo, por id?latras y amancebados, M?xico, 1540", AGNM, Inquisici?n, vol. 212, exp. 7.

41 "Proceso seguido por fray Andr?s de Olmos en contra del cacique de Matlatlan, por id?latra y amancebado, M?xico, 1539", AGNM, In quisici?n, vol. 40, exp. 8.

42 Benavente, 1971, p. 189.

43 "Instrucci?n dada por donju?n de Zum?rraga, obispo de M?xico a fray Juan de Oseguera y a fray Crist?bal de Almaz?n, como procurado

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EVA ALEXANDRA UCHMANY

Por su parte los ind?genas defend?an su modo de vida y escond?an a sus hijas. Desde un principio los frailes pensa ban que se las negaban por el temor de que no las tendr?an enclaustradas y vigiladas con tanto rigor como lo sol?an ha cer las matronas en los colegios o retiros anexos a los tem plos. Pero el tenaz obispo decidido a evangelizar a las ni?as orden? sacarlas "por la fuerza" de sus casas y las intern? en una casa dedicada para ellas, donde adem?s de la doctrina cristiana se les ense?aron diversos quehaceres dom?sticos y las prepar? para ser buenas madres. Pero las j?venes se que daron "a vestir santos" porque ning?n ind?gena las quer?a desposar. Aun m?s, incluso los egresados del Colegio de San tiago de Tlaltelolco "rehusaban casar con las doctrinadas en las casas de ni?as, diciendo que se criaban ociosas y a los ma ridos los ten?an en poco, ni los quer?an servir seg?n la cos tumbre suya que ellas mantienen a ellos, por haber sido criadas

y doctrinadas de mujer de Castilla...".44 Fue ?ste el fin del colegio de las ni?as. Sin duda es m?s f?cil aceptar te?rica mente el dogma de una religi?n que abandonar costumbres ancestrales y, m?s a?n, cuando ?stas formaban a lo largo de los siglos la base de la econom?a dom?stica.

Pero Zum?rraga ?o se dio por vencido y segu?a insistien do en que era necesario tomar las hijas a los se?ores y tam bi?n a los macehuales porque estos ?ltimos ...en menos edad las presentan y dan por ordinario tributo a los caciques y principales, y como finetas se las presentan las mismas madres, y ellos las encierran y ponen donde no vean sol ni luna, no las dejando jam?s salir ni hablar con nadie... hasta

que viejas las despiden; y esto tengo averiguado y por confisi?n de algunos caciques... y de otros he hallado ser casi general el

maleficio...45

res al Concilio Universal", sin fecha, aunque sin duda el escrito es de los a?os cuarenta del siglo xvi, en Garc?a Icazbalceta, 1947, iv, p. 239.

44 "Carta de don fray Juan de Zum?rraga al pr?ncipe don Felipe, M? xico, 2 de junio, 1544", en Garc?a Icazbalceta, 1947, iv, pp. 177 y 178.

45 Garc?a Icazbalceta, 1947, iv, p. 242.

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MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO 41

Las averiguaciones del primer obispo de M?xico son ilus trativas al respecto de las condiciones de la mujer en la socie dad prehisp?nica. A su vez las j?venes dedicadas para el estrato se?orial deber?an llegar v?rgenes al matrimonio, al har?n del

cacique y el adulterio era castigado con la muerte. Entre los macehuales las uniones libres eran frecuentes e incluso diso lubles con relativa facilidad.46 Adem?s las j?venes eran edu cadas con esmero para llegar a formar una parte ?til de la poliginia de su hombre. Antes de entregar una moza en ma trimonio, entre otras cosas le dec?an: "...?sta es la costum bre que dejaron los viejos y viejas; trabajad, hija y haced vuestro oficio mujeril sola, ninguno os ha de ayudar...".47 Gonzalo Fern?ndez de Oviedo observ? que las mujeres tra bajaban mucho m?s tambi?n en La Espa?ola y en Cuba. Pues mientras que ellos andaban en fiestas ellas realizaban los tra bajos agr?colas.48 Adem?s el cronista nos informa que las in d?genas de aquellas partes se conten?an con sus maridos pero se entregaban a los espa?oles.49 Tambi?n las abor?genes de Mesoam?rica fueron atra?das por los europeos.

Las causas de preferir a los extranjeros a los hombres de su raza, aunque no fueron sin duda una manifestaci?n total sino parcial notable, son sin duda m?ltiples. Pues desde un principio los espa?oles eran considerados dioses,50 t?pico al que se auna la curiosidad y atracci?n por lo novedoso y, fi nalmente, el deseo de evadirse de su propio destino junt?n dose con los vencedores. De aqu? que las ind?genas por tener un trato m?s ?ntimo con la cultura espa?ola eran los prime ros seres aculturados en la Nueva Espa?a. A?n m?s, antes de usarlas como nabor?as o concubinas las mozas eran bau

tizadas.

46 47 48 49 50

Benavente, 1971, pp. 322-333.

Sahag?n, 1956, ii, p. 156.

Oviedo en Gerbi, 1978, p. 411.

Oviedo en Gerbi, 1978, pp. 413 y 414.

Uchmany, 1972.

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EVA ALEXANDRA UCHMANY

El mestizaje con negros Pero las ind?genas no estaban atra?das solamente por los hom bres blancos sino tambi?n por los negros. Estos acompa?a ron a los espa?oles en calidad de esclavos dom?sticos e incluso como hombres libres en la empresa de la conquista. Por lo tanto, desde un principio, ellos tambi?n eran considerados

dioses y llamados "los divinos sucios".51 Se sobreentiende

que desde un principio los africanos compet?an con los espa ?oles por los favores de las ind?genas. No obstante Carlos V

deseaba evitar cualquier mezcla racial y en el a?o de 1524

dispuso que cada barco que importaba ?bano deb?a traer una tercera parte de hembras.52 Y en 1527 el emperador insist?a que "habiendo de casarse los negros sea en matrimonio con negras".53 Pues la Iglesia permit?a los esponsales de esclavos y dispuso que deb?an cohabitar una vez por semana y, preci samente, el s?bado por la noche.54 No obstante las negras eran insuficientes y, atra?das u obli gadas a cohabitar con sus amos blancos, no pod?an satisfacer las necesidades de sus hermanos de raza. Y los esclavos no se apresuraban a casar sino que prefer?an amancebarse, pre cisamente con ind?genas, cuyo vientre era libre. Los due?os de los esclavos trataban de evitar estos ayuntamientos que riendo casar a los negros con esclavas para quedarse con los hijos. Esta tendencia fue muy fuerte, en particular en el cam

po, en las haciendas azucareras,55 donde los esclavos sufrie ron las peores condiciones de vida. Los frutos de aquellas uniones se refugiaban con sus madres y en ocasiones no tan s?lo fueron integrados a la comunidad ind?gena sino que ocu paron posiciones importantes en ella. Esto atestiguan varios procesos contra negros, mulatos, zambos, morenos, id?latras que en el siglo XVI participaron en ceremonias religiosas con ind?genas y, en los siglos XVII y XVIII las encabezaron como 51 52 53 54

Sahag?n, 1956, t.

Aguirre Beltr?n, Aguirre Beltr?n, Aguirre Beltr?n,

iv, p.

1972, 1972, 1972,

55 Carroll, 1979, p. 123.

92. p. 30. p. 256. p. 255.

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MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO

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sacerdotes de los dioses.56 En ocasiones las formas religiosas tra?das y recordadas de ?frica se fundieron en uno con el ri tual mesoamericano y cristiano dando nacimiento a un sin cretismo religioso vivo aun a nivel de religi?n popular.

Las mezclas afroamericanas que no se asimilaron a las co munidades ind?genas, o de manera alguna deseaban partici par en sus cargas tributarias, vinieron a engrosar las filas de las castas urbanas, en cuya escala ocuparon el lugar m?s ba jo. En efecto, en la medida que el mestizaje de indios con es

pa?oles declinaba, aumentaban las uniones con negros. El

virrey don Mart?n Enr?quez de Almanza deseaba poner coto a esta situaci?n porque tem?a que los mulatos y zambos po dr?an conspirar en uni?n de los ind?genas. Por esta raz?n el virrey, despu?s de consultar con personas eclesi?sticas, pro puso a Felipe II que por ser "...las indias gente flaca y muy perdida por los negros... mandase que todos los hijos que in dias y mulatas tuviesen de negros, fuesen esclavos... porque los negros por s?lo dejar los hijos libres pretenden casarse con

las indias...".57 La Corona no aprob? esta medida tan dr?s tica y por lo tanto el virrey, movido por "...la mucha suma que hay de gente menuda, mestizos, mulatos y negros libres y el crecimiento grande en que van..." deseaba estorbar las ventajas de estos matrimonios y dio "...orden para que los mulatos pagasen tributo a Su Magestad y que ninguno deja

se servir amo...".58 Los matrimonios de los negros, debido a su condici?n de

esclavos o libertos marginados, eran por lo general inestables.

A su vez las condiciones de vida de este grupo eran suma

mente variadas y difer?an entre la ciudad, el campo y el cen tro minero, y a?n entre uno y otro due?o. La situaci?n de la mujer era a?n m?s diversa porque fluctuaba entre la pesa da labor de cortar ca?a o trabajar en la molienda en las ha ciendas azucareras59 que muchas sufrieron y, entre las que 56 Uchmany, 1967, vi, pp. 252-267; 1976, il, pp. 341-351.

57 Aguirre Beltr?n, 1972, pp. 256, 257.

58 "Advertimientos de Mart?n Enr?quez al conde de la Coru?a, su su

cesor, Mexico, 25 de septiembre, 1580", en Los virreyes espa?oles, 1976, i,

p. 210.

59 Naveda Gh?vez-Hita, 1979, p. 179.

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EVA ALEXANDRA UCHMANY

serv?an de amantes a sus due?os, que en ocasiones les rega laron la preciada libertad. Fue ?ste el caso de Diego de Oca ?a, escribano p?blico y jud?o penitenciado en el primer auto de fe que se celebr? en la ciudad de M?xico en 1528. En su testamento, escrito hacia el a?o de 1533, libera a su esclava e incluso hereda a los hijos de ella sin estar seguro que aqu? llos son suyos porque la negra tuvo tambi?n otro amante.60 Sin duda no era el ?nico que ten?a cari?o a su esclava. Otros se desposaban para legalizar a sus hijos. En efecto, en 1587

Juana Gonz?lez denunci? a su marido Luis Ponce por ha

berse casado tambi?n con una mulata y tener con ella tres hijos.61 En los autos de fe celebrados en los a?os cuarenta en la ciudad de M?xico sali? la familia Rodr?guez del Bosque, fun dada por Isabel, esclava negra de Guinea y Francisco Rodr? guez, portugu?s domiciliado en Sevilla. El fruto de esta uni?n era Esperanza, esclava de Catalina Enr?quez, piadosa crip tojud?a de la Nueva Espa?a, la cual despu?s de convertirla a la ley de Moys?s la cas? con un alem?n, Juan Bautista del Bosque, escultor y ensamblador, muerto en Guadalajara, Nue va Galicia. Las tres hijas de Esperanza, Juana, Mar?a e Isa bel fueron integradas a la peque?a comunidad criptojud?a en la ciudad de M?xico. La mayor, Juana, se despos? con Blas L?pez, portugu?s de origen hebreo.62 Los archivos inquisitoriales registran decenas de casos de amancebados de las diferentes castas entre s? y con blancos.

Pues aunque los espa?oles no ten?an prejuicios sexuales ni hacia las ind?genas ni las negras, raras veces se casaban con ellas. La forma de amancebamiento o de libre uni?n fue la

m?s com?n, aunque cuando alg?n cura les amenaz? con el 60 *'Testamento de Diego de Oca?a, Sevilla, Espa?a, sin a?o",

AGNM, Inquisici?n, vol. 77, exp. 37, ff. 254-256.

61 "Denuncia de Juana Gonz?lez contra su marido Luis Ponce por ha berse casado tambi?n con una mulata, M?xico, 1587", AGNM, Inquisi ci?n, vol. 1.

62 "Proceso y causa criminal contra Esperanza Rodr?guez, mulata de 60 a?os, por judaizante, M?xico, 1642", AGNM, Inquisici?n, vol. 408,

exp. 2, y vol. 392, exp. 2.

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MESTIZAJE EN EL SIGLO XVI NOVOHISPANO

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Santo Oficio unos lo abandonaban todo y hu?an y los otros se casaban. Fue ?ste el caso de 20 espa?oles obligados, entre los a?os de 1690 a 1695, "so pena de excomuni?n mayor", a tomar estado. Las mujeres en cuesti?n eran 18 mulatas, de las cuales 14 eran libres y cuatro esclavas; una negra y otra india.63 Estas mezclas, que destruyeron el equilibrio entre la rep? blica de los espa?oles y la de los indios, que emerg?an en los albores del r?gimen colonial, desempe?aron un papel primor

dial en la lucha por la Independencia de M?xico. La mujer

ten?a un lugar muy importante en el mestizaje no s?lo como un ser pasivo sino como factor activo en el proceso de cam bio que se gest? a lo largo de los tres siglos de la vida colo nial. Pues en la primera oportunidad que tuvo se rebel? contra el sistema opresor de la poligamia y poliginia y buscaba aliarse

con los espa?oles. Rechazada por la minor?a dominante bus caba refugiarse con los negros. Por no pesar sobre ella la es clavitud, los hijos de estas uniones eran libres y en ocasiones lograron manumitir a sus padres. A su vez, por ser hijos de negro, lo que los hizo mulatos o zambos, no reca?an sobre ellos los pesados tributos ni el trabajo forzado de los reparti mientos que estaban obligados a prestar los indios. De aqu? que aquellas uniones, ocasionales o estables, no eran solamente el fruto de pasiones amorosas sino tambi?n de c?lculos e in tenciones de mejorar el status jur?dico de los hijos, como lo percibi? el perspicaz virrey don Mart?n Enr?quez y Alman za. A su vez el control de natalidad basado en pesados tribu tos que impuso a los mulatos tampoco dio resultado. Las castas se segu?an multiplicando y a base de diferentes subterfugios pasaban el d?a y evitaban las cargas y discriminaciones que el r?gimen basado en desigualdad jur?dica les impuso. Final mente, la desigualdad jur?dica era por un lado el motor del mestizaje y por el otro un factor importante en la lucha por

la Independencia que lo derroc?.

63 Aguirre Beltran, 1972, p. 247.

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46 EVA ALEXANDRA UCHMANY

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EL PALO DE TINTE, MOTIVO DE

UN CONFLICTO ENTRE DOS NACIONES, 1670-1802*

Alicia del C. Contreras S?nchez Universidad Aut?noma de Yucat?n

El PALO DE TINTE, com?nmente conocido en Campeche, Yu cat?n y Tabasco con los nombres de palo negro, palo ek\ palo tinto y palo de Campeche, y en otros lugares de Am?rica co mo palo sangu?neo, de Nicaragua, del Brasil o de las Indias, es cient?ficamente denominado Haematoxylum Campechianum,

y pertenece a la familia de las leguminosas.1

El palo de tinte es un ?rbol espinoso que llega a medir hasta 15 metros de altura; su tronco es nudoso y retorcido, con un di?metro que oscila entre los 45 y 60 cent?metros; su corteza es ?spera, de color moreno-gris?ceo; sus ramas son algo apla nadas y hendidas; sus hojas compuestas y de fol?culos anchos y algo cuneadas, de 1 a 3 cm de largo; y flores de olor desa

gradable.2

Su riqueza industrial radica en el alto contenido de hema toxilina, de gran utilidad para la industria textil. Del palo de

tinte se obten?a la sustancia para te?ir lana en negro o en azul;

seda y algod?n en negro. Tambi?n se le atribuyen otros co lores como el amarillo rojizo, el amarillo vivo, el violeta, el rojo oscuro y el morado.3 * Agradezco al doctor Silvio Zavala sus est?mulos para dar a conocer este trabajo, y a Sergio Quezada por el tiempo que dedic? a su revisi?n y por sus valiosas sugerencias.

1 Mart?nez, 1959, p. 455, Enciclopedia, 1979, x, p. 1254. V?anse las siglas y bibliograf?a al final de este art?culo.

2 Mart?nez, 1959, p. 455.

3 Enciclopedia, 1979, x, p. 1255; Mart?nez, 1959, p. 456; West, 1985,

p. 260.

HMex., xxxvii: 1, 1987 49 This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:09:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el auge alcan zado por la revoluci?n industrial, espec?ficamente en la in dustria textil de Inglaterra, Francia y otros pa?ses europeos provoc? un incremento en la demanda de materias primas, especialmente de las tint?reas. Oaxaca con la grana, Guate mala con el a?il, y Tabasco y la pen?nsula de Yucat?n con grandes reservas de palo de tinte constituyeron verdaderos enclaves novohispanos, y como tales fueron incorporados para

abastecer de tintes al viejo continente. Su papel de ?reas pro veedoras de los colorantes para el mercado mundial qued? sellado. Un estudio reciente ha demostrado que la Nueva Es pa?a era la ruta obligada hacia la metr?poli, no s?lo de los metales preciosos sino tambi?n de las tint?reas.4 Desde la segunda mitad del siglo XVI, las costas de la pe n?nsula de Yucat?n fueron asediadas por piratas y filibuste ros franceses, ingleses, portugueses y holandeses. Lo extenso de sus litorales, su escasa poblaci?n y la poca o nula defensa con que cont? hasta el siglo XVIII fueron los factores que se conjugaron para que, desde tiempos tempranos, la presencia de aqu?llos fuera constante.5 Sus irrupciones ten?an como ?nico fin el vandalismo y el saqueo; como, por ejemplo, en 1561 los franceses asaltaron y quemaron la villa y puerto de

San Francisco de Campeche.6

Durante la segunda mitad del siglo XVI y todo el XVII fue ron tantos los acosamientos de los piratas que hubo necesi dad de abandonar muchos puertos yucatecos, y empezar a amurallar Campeche, el principal puerto de la provincia, co mo una medida para resistir sus embates. De hecho, San Fran

cisco fue el ?nico asentamiento yucateco que cont? con

fortificaciones, totalmente concluidas a fines del XVII, para detener sus incursiones.7

Tambi?n durante estos largos a?os, la Laguna de T?rmi nos y las costas de Tabasco sufrieron el asedio de ingleses, franceses, etc. Mientras el resultado en ?stas fue el aban 4 5 6 7

Garc?a Baquero, 1976, i, p. 274.

Calder?n Quijano, 1944, p. 40.

Pina Chan, 1977, p. 49.

Rubio Man?, 1953, p. 621; Pina Chan, 1977, pp. 49, 78.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 51

dono de los pueblos cercanos a las playas, la Laguna, sin pre sencia espa?ola, era frecuentada por los piratas con el fin de guarecerse y protegerse de los temporales.8 Los primeros piratas que recalaron a la Laguna no cono

c?an la utilidad del palo de tinte. Dampier se?ala que des

pu?s de que los ingleses tomaron Jamaica en 1655, y empezaron a cruzar a la bah?a de Campeche, los barcos que

encontraron cargados de la tint?rea fueron abandonados o que

mados, pues no sab?an de su valor y s?lo se apoderaron de las partes met?licas de la embarcaci?n. ?l dice que en una ocasi?n el capit?n James apres? un navio cargado de palo y

lo llev? a Inglaterra donde lo vendi? a un buen precio.

A su regreso a Jamaica, los ingleses fueron a la bah?a con el fin de ubicar el lugar donde crec?a, comenzando as? su ex plotaci?n y comercio.9 La explotaci?n y comercio del palo de tinte efectuado por los ingleses y otros extranjeros en las costas de la pen?nsula yucateca debi? iniciarse a principios de la segunda mitad del siglo XVII, pues hacia 1663 la corona espa?ola ya ten?a noti cias sobre el comercio ''.. .que los naturales del norte (hab?an)

establecido en las Indias...".10 La primera ?rea de la pen?nsula donde los ingleses se

establecieron para el corte del palo fue en Cabo Catoche. Pos teriormente pasaron a explotar la del r?o Champot?n, y cuando

los espa?oles empezaron a obstaculizarles su entrada a esta zona, se trasladaron a talar los tintales de la Laguna de T?r minos y sus alrededores, regi?n que ya conoc?an por sus an teriores incursiones pir?ticas.11 8 Bol?var A., 1983, p. 60.

9 Dampier, 1906, il, p. 149, Bol?var A., 1983, pp. 45, 60, 61.

10 Calder?n Quijano, 1944, pp. 439, 440. Memorias sobre las incur siones de los ingleses al corte de palo en la provincia de Yucat?n, por la costa de Campeche en la Laguna de T?rminos; y por la de Honduras en el r?o Walis y del derecho de la corte de Espa?a para desalojarlos, con otras noticias importantes sobre los establecimientos ingleses en la costa de Hon

duras, y en la Luisiana, por don Lorenzo Hermoso de Mendoza (1758); AGI, Audiencia de M?xico, leg. 1007. Carta de don Garcilaso de la Vega y Francisco de la Parra-Veitia, jueces y oficiales de la Casa de la Contra taci?n al rey (23 de octubre de 1663).

11 Dampier, 1906, ii, pp. 149, 150; Calder?n Quijano, 1944, p. 406.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

Hacia 1658 algunos ingleses ya se hab?an establecido a lo largo de la costa de la Laguna, y ah? cortaban y sacaban el palo de tinte desde los bosques ubicados tierra adentro. Una d?cada despu?s ya se encontraban en Suma Junta, lugar in mediato a la Laguna, y en las Islas Triste (Tris o de T?rmi nos) y de los Bueyes, ?rea bien situada para el corte del palo pues contaba con un fondeadero, y donde fijaron su pri mer puerto de comercio. Para esas fechas, tambi?n se asen taron en un punto cercano a Cabo Catoche.12 En el ?ltimo cuarto del siglo XVII, muchos de los piratas y corsarios, que anteriormente se hab?an dedicado a causar desmanes y a interrumpir el comercio americano, ya se ha b?an convertido en cortadores de palo de tinte de la Laguna de T?rminos. A ra?z del Tratado Comercial entre Espa?a e Inglaterra de 1667 y del Tratado de Madrid o de Am?rica de 1670, la presencia extranjera fue haci?ndose m?s nume rosa en la regi?n. Hacia 1675 se encontraban establecidas 250 personas, la mayor?a ingleses13 que se dedicaban febrilmen

te a la tala del palo, y a enviarlo a Jamaica y Nueva In

glaterra.14 A partir del tratado de 1670, los ingleses se empezaron a considerar con todos los derechos sobre la Isla de Tris (T?r minos). Apoyaban su posesi?n en que la cl?usula s?ptima se

?alaba

...se ha convenido que el seren?simo Rey de la Gran Breta?a y sus herederos y sucesores gozar?n, tendr?n y poseer?n todas las tierras, provincias, yslas, colonias y dominios situados en las

Yndias occidentales o en cualquiera otra parte de las Americas, que el dicho Rey de la Gran Breta?a y sus subditos tienen y po

Representaci?n de la Junta de Comercio hecha al rey Jorge I asegurando y probando el derecho de los ingleses a la corta del palo de tinte en la ba h?a de Campeche (25 de septiembre de 1717). Calder?n Quijano, 1944, p. 440, Memoria sobre las incursiones de los ingleses, (1758); Bol?var A.,

1983, p. 61.

12 Gerhard, 1979, p. 50; Calder?n Quijano, 1944, p. 406.

13 Dampier, 1906, ii, p. 122.

14 Calder?n Quijano, 1944, p. 406.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 53 seen al presente y de suerte que ni por raz?n de esto, ni de cual quier otro pretexto se pueda ni deba pretender jam?s alguna otra

cosa ni de moverse de aqu? en adelante controversia alguna.15

Desde un principio, el comercio del palo de tinte efectua do por los ingleses en la regi?n de la Laguna estuvo apoyado por sus propias autoridades. En 1671 Thomas Linch, gober nador de Jamaica, se?alaba a los se?ores del Consejo Brit? nico sus razones para favorecer el tr?fico. El les dec?a que durante varios a?os hab?an llevado a cabo este tr?fico en lu gares despoblados, cuya posesi?n estaba concedida por el Tra

tado de Am?rica; que los espa?oles no hab?an efectuado

ninguna queja; que esta actividad favorecer?a la reducci?n de los corsarios y, finalmente se?alaba, que este comercio em plear?a a 100 velas, lo cual redituar?a en beneficio de su ma jestad brit?nica.16 Estos razonamientos debieron ser convincentes, pues en enero de 1673 la Junta de Comercio Inglesa permiti? a Linch continuar apoyando a los cortadores de palo de tinte estable cidos en la Laguna, con lo que de hecho los ingleses ya te

n?an esta regi?n como su centro de explotaci?n de la tint?rea.17 Al mismo tiempo, y ante la presi?n de la indus tria textil, los ingleses intentaron formalizar con Espa?a di

cha ocupaci?n. As?, un a?o despu?s, en 1674, mediante su embajador Guillermo Godolphin, solicitaron a la corona es

pa?ola licencia para explotar el palo de tinte de esa zona; con los argumentos de que no era necesario para los espa?oles, que ten?an uno de mejor calidad en los alrededores de Cam peche, y que era un g?nero ?til para las f?bricas de Inglate rra, sin el cual no pod?an mantenerlas.18 15 Calder?n Quijano, 1944, p. 409.

16 Calder?n Quijano, 1944, pp. 406, 407.

17 Calder?n Quijano, 1944, p. 407.

18 Calder?n Quijano, 1944, p. 418. Dictamen de don Joseph de Ro jas y Contreras, del Consejo de Indias, sobre reparar por alg?n medio los inconvenientes que resultan del modo con que se extrae del r?o Walis y otros sitios de la costa de Honduras el palo de tinte por los ingleses, e im pedirles este continuo comercio clandestino, y pirater?as, que han hecho hasta el a?o de 1757 que se cuentan 88.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS S?NCHEZ

Ante una situaci?n de hecho, desde 1672 las autoridade espa?olas ya hab?an comenzado a hostilizar a los cortado ingleses establecidos en la Laguna. El 22 de junio de ese la corona declar? piratas a todos aquellos que invadieran comerciaran sin licencia en los puertos de las Indias;19 y den? decomisar las embarcaciones cargadas de palo, pues consideraba como efecto de il?cito comercio para los ing

ses;20 hasta que, finalmente, decidi? expulsarlos por la v?a d

las armas.

En 1680 se les desaloj?, pero dos meses despu?s volvieron, y nuevamente se establecieron para continuar con el corte y explotaci?n del palo.21 Posteriormente don Mart?n de Urz?a y Arizmendi, gobernador de Yucat?n (1699-1703), despach? en ocho ocasiones a las tropas para hostigar a los ingleses en la Laguna. Sin embargo, sus resultados no fueron exitosos, pues ?stos se encontraban prevenidos y fortificados, lo que hizo imposible su expulsi?n.22 En los primeros meses de 1704, don Alvaro de Rivaguda, gobernador de la provincia (1703-1706), envi? una nueva ex pedici?n a la isla de T?rminos. Aunque la incursi?n fue un ?xito, pues los espa?oles ocuparon todas las posesiones y apre saron a 100 ingleses y 9 negros, al abandonar la fuerza expe dicionaria la Laguna qued? desprotegida y nuevamente los ingleses retornaron a establecerse.23 Como estas expediciones, los espa?oles organizaron varias; pero los ingleses lograron repelerlas y mantenerse gracias a los refuerzos que les llegaban de Jamaica; hasta que finalmente en 1716 se logra expulsarlos definitivamente y establecer una guarnici?n militar, con el fin de garantizar la presencia his pana en la isla de T?rminos. Aunque los ingleses pretendie ron un a?o despu?s restablecerse en la regi?n, fueron derro

tados y con este intento concluy? su presencia en dicha ?rea.24 19 Calder?n Quijano, 1944, p. 408.

20 Calder?n Quijano, 1944, pp. 415, 446.

21 Calder?n Quijano, 1944, p. 410.

22 Molina Sol?s, 1913, m, p. 10.

23 Molina Sol?s, 1913, in, pp. 57-61; Pina Chan, 1977, p. 84.

24 Gerhard, 1979, p. 50.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 55

Paralelamente a su establecimiento en la regi?n de la La guna, entre 1662 y 1670 los ingleses tambi?n se hab?an dedi cado al corte de palo en la costa oriental de la pen?nsula, en una ?rea que se ubicaba en las riveras del r?o Walis, y que a la postre se convertir?a en Belice.25 Desde un principio, ex plotaron la tint?rea; aunque su actividad, aparentemente, no

tuvo la preponderancia que adquiri? en la Laguna. A ra?z de su expulsi?n de ?sta y de cabo Catoche (1721), los corta dores ingleses comenzaron a emigrar y a establecerse en Wa lis, Cayo Cocina y Zacat?n, y su presencia comenz? a ser significativa en esta regi?n.26 Escudados en el Tratado de Am?rica, y en que hab?an si do expulsados de la Laguna, los ingleses comenzaron ahora a considerar la regi?n de Walis como su posesi?n. Sin em bargo, los espa?oles no cejaron en su intenci?n de sacarlos de esta nueva ocupaci?n, y organizaron desde Campeche al gunas expediciones. ?stas llegaban, destru?an sus cabanas y rancher?as; pero los cortadores en vez de resistir, se retira ban a Jamaica o a alguna isla cercana, y una vez que los sol dados abandonaban el ?rea volv?an a asentarse.27 Todav?a hacia 1725, los ingleses a?n no hab?an podido te ner una poblaci?n estable en el Walis y su regi?n. M?s bien, su estancia era en funci?n de cortar la cantidad necesaria del

palo, para lo cual se arranchaban, cargar sus barcos y retor nar a Jamaica, Nueva Inglaterra o directamente a Londres.

En ese a?o, el virrey marqu?s de Casa Fuerte se?alaba al rey que la presencia de los ingleses en el r?o Walis, Cocina y Za cat?n "...era de tiempo inmemorial; pero sin que hallan he cho ?stos una poblaci?n formal, y su n?mero ha sido m?s o menos seg?n las coyunturas y el empe?o que han hecho en recoger mayores porciones de palo de tinte...,\28 Para mediados del siglo XVIII, los ingleses ya hab?an lo grado establecer rancher?as permanentes en Walis, Cayo Co cina, Zacat?n y el Tri?ngulo del Sur. Las ten?an habilitadas 25 Calder?n Quijano, 1944, p. 48, 49.

26 Calder?n Quijano, 1944, p. 104, notas 56 y 57.

27 Calder?n Quijano, 1944, pp. 442, 447.

28 Calder?n Quijano, 1944, p. 105, nota 61.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

con negros, y se encontraban establecidas tierra adentro, a 30 o 40 leguas, para protegerse de los espa?oles que con pa tente de corso vigilaban la zona.29 Tambi?n se dedicaron a cortar palo de tinte mediante in cursiones furtivas, como las que efectuaban en r?o Hondo.

En estos casos no establec?an rancher?as, s?lo llegaban a ta lar la cantidad necesaria para cargar sus embarcaciones, y con la misma retornaban a sus colonias. Hacia 1751, donju?n de Villa Juana, comandante de los guardacostas de Yucat?n,

dec?a que

...los ingleses vienen de poco tiempo a esta parte a dicho para je, no tienen rancher?as en el ni traen m?s gente que la precisa de mar y rara vez negros si lo permiten las embarcaciones a este

fin; luego que cargan los que se dirigen a la Nueva Inglaterra suelen hacer provisi?n de tortugas en la Isla de Mujeres que es ta sobre Cabo Catoche y siguen su derrotero a desembarcar co mo y cuando les conviene.30

De hecho, a mediados del siglo XVIII la presencia inglesa en la regi?n del r?o Walis, ya hab?a arrojado magn?ficos re sultados a su industria textilera. Seg?n c?lculos espa?oles, qui z? un tanto exagerados pero que demuestran la envergadura de lo que no explotaron los espa?oles en esta regi?n, para esos a?os se extra?an anualmente con destino a Inglaterra 300 000 quintales de la tint?rea.31

29 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 206-208. Descripci?n y noti

cia del r?o Balis, r?o Nuevo, Isla de Cozumel, la de Mujeres, Conttoy y Blanquitta, del cabo Catoche, Vigia del Cuyo y otros, bajo de Sisal, Puer to de Campeche y Laguna de T?rminos, de Seis Bocas, Puerto Escondido y Tris, con raz?n puntualizada de los parajes donde se corta por los ingle ses y espa?oles el palo de Campeche y Brazielette (20 de septiembre de 1751); BNM, MS. 1962, ff. 59-60. Proyecto para establecer el m?todo, pr?ctica de cortar palo de tinte en la provincia de Yucat?n o Campeche (s.f.).

30 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 207.

31 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 875-877. Noticias pertenecien

tes a la negociaci?n y giro del palo de Campeche realizado por don Joa ch?n Fernando Prieto, quien fue nombrado comisionado principal para el reconocimiento de la pen?nsula de Yucat?n (28 de marzo de 1757).

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 57

Al mismo tiempo, a mediados del siglo XVIII existieron otras v?as para que el palo de tinte fluyera con destino a la industria textil inglesa. Una era el comercio ilegal que efec tuaban los espa?oles con los ingleses a lo largo de la pen?nsu la yucateca, actividad que prolifer? en la costa norte y oriental,

donde pr?cticamente no exist?a un control debido a lo dif?cil de la navegaci?n, y a la falta de vig?as en las zonas donde se efectuaba el contrabando.32

La otra v?a era por medio de las embarcaciones espa?olas que llegaban a Campeche con registro procedentes de Cara cas, Cartagena, Trinidad, Portobelo, Cuba y otros puertos, para posteriormente retornar, tambi?n con registro, carga das de palo de tinte; y ya en altamar trasladaban la tint?rea a barcos ingleses, franceses y holandeses.33 Para, esas fechas,

se calculaba en unos 50 000 quintales la cantidad de palo que

sal?a anualmente por esta ruta con destino a los puertos europeos.34

Para remediar esta situaci?n, en 1751 el virrey de Revilla gigedo prohibi? a los oficiales reales de Campeche expedir registros de palo de tinte a los barcos con destino a puertos americanos espa?oles. Al mismo tiempo, les orden? que s?lo autorizaran el transporte de la tint?rea en navios que retor naran directamente a Espa?a y Canarias; o en su defecto otor gar permisos a las embarcaciones con destino a Veracruz y La Habana, como ?nicas rutas para llevar el palo a la metr? poli, con la salvedad de que ten?an que pagar tres reales por quintal y seis meses para remitir la certificaci?n de los oficia

les del puerto donde se hubiese verificado la descarga de

la tint?rea.35

Paralelamente a las anteriores medidas, la corona dispu 32 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 903, 906; AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f?. 207v, 208.

33 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 211. Descripci?n y noticia del

r?o Balis... (20 de septiembre de 1751); AGI, Audiencia de M?xico, leg.

3099, f. 179, 180. Carta del conde de Revillagigedo dirigida al goberna dor de Yucat?n y oficiales reales de Campeche (22 de abril de 1751); BNM,

MS. 1962, ff. 50, 51.

34 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 875-877.

35 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 179, 180.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS S?NCHEZ

so, por real orden de abril de 1751, que se efectuaran varias reuniones generales de comercio con el objeto de encontrar soluci?n a la explotaci?n del palo de tinte que realizaban los extranjeros a todo lo largo de la costa de la pen?nsula yucate ca. Su idea era saber si los comerciantes gaditanos pod?an su fragar los gastos para expulsar a los ingleses de Walis, hacerse

cargo del comercio del palo que se explotaba en Yucat?n, para de esta manera tratar de romper el monopolio de la tala y tr?fico de la tint?rea.36

Con este fin, el 20 de mayo de 1751, en la Casa de Con

trataci?n de C?diz, se reunieron los miembros de la Univer

sidad de Cargadores de Indias. En la junta se encontraban Mathias Landaburu, Nicol?s Mace, Pedro Manuel Alvarez, Jacinto Palomo, Francisco Fanales, Juan Joseph Redonda, Francisco de la Guardia, Juan de Goyeneche, Pablo de Wint y Joseph, destacados comerciantes gaditanos, especializados en el comercio de la grana y del a?il. En esta reuni?n se ha br?a de elegir una comisi?n integrada por "...los de mayor inteligencia y pr?ctica../' para que propusieran a la corona lo m?s conveniente para efectuar la explotaci?n y comercia

lizaci?n del palo de tinte de la zona de Champot?n y Walis.37 Una vez expuestos los puntos necesarios para el an?lisis de la situaci?n, y hecho un balance de todos los gastos que conllevar?a la expulsi?n de los ingleses, los comerciantes de cidieron que no era conveniente, ni aun posible, que el co mercio gaditano se pudiese hacer cargo del resguardo del corte

del palo de tinte y de su negociaci?n.38 Los comerciantes gaditanos expusieron varias razones pa ra fundamentar su oposici?n para emprender tan vasta em presa. Una era que no contaban con fondos suficientes para desalojar a los ingleses establecidos en el r?o Walis. Otra era 36 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 192. Informe de la Junta Ge neral de Comercio promovida por la Universidad de Cargadores a Indias por real orden del rey de 26 de abril de 1751, para resolver el problema del palo de tinte (20 de mayo de 1751).

37 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 184.

38 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 192.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 59

que tampoco ten?an capital para adquirir embarcaciones ex tranjeras que transportaran el palo de tinte a Europa; pues, en ese momento, no contaban con los navios adecuados para efectuar el tr?fico.39

Ante la negativa de los comerciantes gaditanos, a fines de 1751 la corona orden? al gobernador de Yucat?n que com prara todo el palo de tinte que en ese momento estuviese cor tado en la zona de Campeche con el fin de que se enviase a Espa?a, y de no existir en cantidades suficientes organiza ra los cortes. Y opt? por abandonar su primera intenci?n de expulsar a los ingleses.40 La idea que ten?a la corona de organizar la compra de la tint?rea que se cortaba en Campeche o, en su defecto, con trolar su explotaci?n por medio de sus propias rancher?as era convertirse en la intermediaria entre las ?reas de explotaci?n y los mercados europeos, a trav?s de sus propios puertos. Al mismo tiempo, pretend?a erradicar o, al menos, limitar el con trabando que los ingleses efectuaban con los vecinos de las costas yucatecas, con Guatemala y Honduras, por medio de los indios zambos y mosquitos, garantizando a estas regio nes un abasto continuo de mercader?as espa?olas.41 Para la realizaci?n del proyecto, la corona comision? a don Juan de Isla a fin de que, en nombre de la real hacienda, en viara desde Santander las embarcaciones necesarias cargadas de g?neros y frutos espa?oles que abastecieran las provincias de Tabasco, Campeche, Honduras y Guatemala, y retorna ran cargadas con la tint?rea que estuviese apilada en Cam peche y fuese propiedad de su majestad. Para el inicio de la empresa le otorgaron a donju?n 300 000 pesos de la real ha cienda.42 Simult?neamente, el 28 de diciembre de 1751, por real orden se mand? al marqu?s de Yscar, gobernador de Yu

39 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 192.

40 AGI, Audiencia de Mexico, leg. 3099, f. 236-244. Real orden enviada al gobernador de Yucat?n sobre compra y env?o de palo de tinte (28 de diciembre de 1751).

41 BNM, MS, 1962, f. 54v.

42 BNM, MS, 1962, f. 87v,88; AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f.

436v,437. Informe de Juli?n de Arriaga (16 de abril de 1754).

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ALICIA DEL C. CONTRERAS S?NCHEZ

cat?n, realizara las diligencias necesarias para la compra o corte, y apilamiento del palo de tinte.43 En 1752 el marqu?s de Yscar, en respuesta a la anterior orden, envi? a su majestad un dictamen donde ?l y los oficia les reales de Campeche emit?an varias de sus opiniones para el mejor funcionamiento de la empresa. Ellos consideraban poco rentable establecer las rancher?as para el corte del palo, y le propon?an, por ser m?s adecuado, comprarlo directamente

a los particulares dedicados a esta actividad.44 Las causas por las que estimaron poco conveniente dedi carse a la explotaci?n y corte del palo de tinte eran de dos tipos. Uno era de car?cter econ?mico. Ellos consideraban muy costoso que la real hacienda contratara a una gran cantidad de individuos que se dedicaran a la organizaci?n de las ran cher?as, cuidasen de la tala, de los operarios, se encargasen de la distribuci?n de los v?veres, herramientas y jornales, ya que sus salarios redundar?an en el precio del palo. Tambi?n dec?an que exist?a poca seguridad de poder contar con mano de obra suficiente, pues los indios, mulatos, mestizos y ne gros que se empleaban como hacheros, abandonaban el tra bajo para huir a los montes. El otro problema era de orden pr?ctico. Se aproximaba el tiempo de lluvias, lo cual iba a dificultar no s?lo el corte sino tambi?n la conducci?n del pa lo a las playas.45 De hecho la organizaci?n de los cortes por cuenta de la real hacienda se ve?a obstaculizada por la existencia de ranche r?as en manos de particulares, vecinos de la villa de Campe che, que hab?an comprado tierras realengas y cuyos t?ntales eran los m?s productivos; en tanto que el palo que la corona 43 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 236; BNM, MS. 1962, f. 87v; AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 437.

44 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 287. Carta del gobernador de Yucat?n sobre compra y corte de palo de tinte enviada a don Juli?n de Arriaga (12 de junio de 1752); AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 293.

Carta del teniente de rey y los oficiales reales de Campeche en que dan su dictamen sobre lo m?s conveniente para la empresa de la real hacienda al gobernador de Yucat?n, marqu?s de Yscar (17 de abril de 1752).

45 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 287, 288; AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 293v, 294.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 61

ten?a en sus tierras era poco significativo y no justificaba la inversi?n del corte. El teniente de rey y los oficiales reales de Campeche, en una carta dirigida al gobernador de la pro vincia, le dec?an al respecto "...las tierras realengas... pro ducen poco palo y no merecen la pena del gasto que pudiera motivar el establecimiento de rancher?as...".46

Sobre la base de este inconveniente, as? como el precio ba jo al que com?nmente se vend?a el palo de tinte entre los cor tadores campechanos, las autoridades yucatecas propusieron a la corona llevar a cabo la compra en lugar del establecimiento de las rancher?as. Aparentemente, estas opiniones de las auto ridades reales de la provincia fueron escuchadas, y a fines de octubre de 1753 ya se encontraban apilados en el sitio de Ler ma 67 742 quintales de palo de tinte comprados por la real hacienda, m?s 326 confiscados en la capitan?a de guerra de la jurisdicci?n de Dzidzant?n y 6 000 que se estaban recibien do de don Domingo de Antezana. De toda esta cantidad, pa

ra dicho a?o s?lo se hab?an podido transportar 25 000 a

Santander.47 Para estas fechas, la real hacienda ya comenzaba a enfren tarse a la grave dificultad de c?mo hacer llegar el palo de tin

te a la metr?poli; problema que con anterioridad hab?an

advertido los grandes comerciantes gaditanos. As?, ante esta situaci?n, en ese mismo mes y a?o (octubre de 1753) los ofi ciales reales de la real hacienda de Campeche, en una carta al virrey, propon?an varios procedimientos para transportar el palo comprado. Uno era que los maestres de los barcos, en lugar de utilizar piedras como lastre, cuyo costo montaba de 7 a 8 pesos la tonelada, emplearan los troncos de la tint? rea, cuyo flete del puerto de Campeche a Veracruz era de 5 a 5 1/2 reales el quintal, y de este ?ltimo a C?diz era de 2 1/2 a 4.48

Ellos tambi?n suger?an que el palo se enviase a La Haba na en las embarcaciones de la Armada de Barlovento, du 46 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 293, 294v.

47 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 478. Carta de Pedro de Urrio

la dirigida al virrey de la Nueva Espa?a (19 de octubre de 1753).

48 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 478v, 479v.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

rante el tiempo que estaba de invernada (y que causaban gastos de soldados y bastimentos como si estuviesen navegando), por ser dicho puerto escala necesaria de los navios que regresa ban de Am?rica a Espa?a. Y, finalmente, un tercer procedi miento era que la tint?rea comprada en Tabasco y la Laguna se enviara, sin pasar por Campeche, directamente desde sus

embarcaderos a Veracruz o La Habana, pues el flete se re duc?a 3 reales por quintal.49 A fines de 1754, el problema de transportar el palo ya se

hab?a agravado, pues se encontraban apilados en Lerma

190 828 quintales. Adem?s, un buen porcentaje se encontraba a la intemperie. Don Melchor de Navarrete, gobernador de la provincia, le escrib?a al virrey que exist?a ' *.. .el grave que

branto de las mermas y aver?as que... le ocasionan las llu vias, sereno, soles y la inmensidad de sabandijas que se abrigan

en ellas..."; por lo que le solicitaba instrucciones respecto si deb?a proseguir con la compra del palo o suspenderla y, al mismo tiempo, dispusiese lo m?s adecuado para transportarlo

a Espa?a.50

Ya en septiembre de 1754, la corona hab?a ordenado sus pender la compra del palo, y mandado a los oficiales reales de Campeche que siempre que hubiese oportunidad lo remi tiesen a Veracruz. Al mismo tiempo dispuso que los oficiales reales de este puerto enviaran la tint?rea en los navios de re gistro que regresaran a Espa?a.51 As? pues, la falta de los medios de transporte adecuados y oportunos para la conducci?n del palo de tinte a la metr? poli se convirti? en el principal obst?culo que entorpeci? la idea de la corona de convertirse en la gran intermediaria en tre las zonas de explotaci?n y el mercado europeo textil.

Despu?s de 1754, el problema de c?mo transportar a Es pa?a el palo de tinte almacenado en el puerto de Campeche 49 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 479v, 480.

50 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 538-540. Carta de Melchor

de Navarrete al virrey de la Nueva Espa?a (22 de diciembre de 1754).

51 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 487-488v. Carta de Joseph de Abar?a dirigida al gobernador y oficiales reales de Yucat?n (2 de septiem

bre de 1754).

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 63

se intent? resolver desde la metr?poli. Varias proposiciones se plantearon. Una era que los comerciantes gaditanos en viasen navios con registros cargados de g?neros y frutos es pa?oles para abastecer los mercados de Tabasco, Campeche, Honduras y Guatemala, y efectuasen el tornaviaje cargados del palo de tinte propiedad de la corona. Otra era que la real hacienda contratara embarcaciones (urcas) extranjeras o ca talanas para su transporte. La tercera consist?a en que un par

ticular, bajo contrato, se hiciese cargo de la conducci?n y, finalmente, una cuarta posibilidad era enviar el palo de tinte en los registros que de Campeche salieran para Veracruz y La Habana para que de estos puertos se remitiera a C?diz.52 Con respecto a la primera proposici?n s?lo realizaron un viaje, despachadas desde Santander por donju?n de Isla, cua tro fragatas que transportaban 25 000 quintales de palo.53 Se vio la posibilidad de alquilar embarcaciones por parte de la real hacienda y se consider? poco rentable, pues cada quintal de palo puesto en el puerto gaditano alcanzaba un precio muy elevado. Don Joseph de Abar?a, encargado por la corona pa ra solucionar el transporte del palo de tinte a Espa?a, dec?a: He tratado varias noticias en raz?n de tratar del fletamento de urcas para este transporte de parte de la real hacienda y seg?n ellas y los c?mputos m?s ajustados que se han hecho... llegara cada quintal con todos los gastos incluso el valor principal, los reales derechos y seguros puestos en los almacenes de C?diz de *27 a 28 reales de plata...54

Al mismo tiempo, para lograr la total transportaci?n del palo de tinte que se encontraba apilado en Lerma se reque r?an, seg?n estimaciones, de por lo menos tres a?os, un m? nimo de 16 urcas de 500 toneladas extranjeras y que cruzara 52 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 488; AGI, Audiencia de M?xi co, leg. 3099, ff. 673-675. Carta de Joseph de Abar?a dirigida a Juli?n de Arriaga (29 de julio de 1755), AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff.

697-700v. Carta de Joseph de Abar?a a Juli?n de Arriaga (9 de septiembre

de 1755).

53 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 439.

54 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 697-700v.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

el Atl?ntico una cada mes. La utilidad, de acuerdo con los c?lculos, ser?a en cada viaje de 160 000 pesos; y para que n se la embolsaran los extranjeros se intent? hacer un conve nio con los catalanes, consistente en facilitarles alg?n peque ?o rancho compuesto de caldos. Sin embargo, no se tom ninguna decisi?n al respecto, por lo que la proposici?n de al quilar navios tampoco lleg? a efectuarse.55 Don Pedro Capitanachi fue el ?nico particular que se in teres? en comprar todo el palo de tinte de buena calidad qu se encontraba apilado en Lerma para transportarlo a C?diz; siempre y cuando la corona aceptase sus condiciones. ?stas eran que la real hacienda sufragara el costo del transporte del

lugar donde se encontraba apilado el palo al embarcadero; que ?l se compromet?a a llevar la tint?rea durante el tran curso de tres o cuatro a?os si los barcos s?lo llevaran el lastre,

los v?veres y los repuestos necesarios para el viaje de ida y vuelta, y efectuar?a el tornaviaje cargado s?lo de palo; que ?l pagar?a el quintal a 8 reales de plata de 16 cuartos, m?s los derechos de proyecto, almirantazgo y aduana hasta des pu?s de tres meses del arribo de la embarcaci?n a C?diz; que si se perd?a alg?n navio ?l pagar?a exclusivamente los 8 rea les por quintal del palo comprado; que se le permitiese utili zar barcos con bandera neutral y, finalmente, que una vez que el cargamento estuviese en la bah?a de C?diz ?l pudiese venderlo libremente, con s?lo pagar los impuestos a fin de evitar los costos de carga y descarga.56 A don Joseph de Abar?a le parec?an atractivas las condi ciones de don Pedro Capitanachi, aunque ve?a como ?nic inconveniente "irremediable" el que se tuvieran que emplear embarcaciones extranjeras.57 No se conoce la respuesta de l corona; pero las evidencias sugieren que fue negativa, pues el palo de tinte que a partir de 1755 principia a aparecer e los registros de Veracruz y La Habana era propiedad de la real hacienda. As? pues, a pesar de todos los inconvenientes que tra?a esta proposici?n, a la larga, se convirti? en la v?

55 AGI, Audiencia de Mexico, leg. 3099, ff. 697-700v.

56 AGI, Audiencia de Mexico, leg. 3099, ff. 675-677.

57 AGI, Audiencia de Mexico, leg. 3099, f. 677.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 65

m?s adecuada para los intereses de la corona, y hasta 1772 fue la forma en como se envi? a C?diz el palo apilado en

Campeche.58

Es importante destacar que durante estos a?os todas las propuestas y contrapropuestas de los comerciantes gaditanos y de la corona, que se generaron en torno a la explotaci?n y comercializaci?n del palo de tinte, estuvieron m?s en fun ci?n de eliminar la presencia inglesa en las costas de Yucat?n que discutir la existencia de un mercado europeo de la tint? rea abastecido por los ingleses, que ?stos pod?an mantener precios m?s bajos que los ofrecidos por los espa?oles, y que Inglaterra contaba con una marina mercante m?s eficiente para llevar a cabo este comercio. Las opiniones de Abar?a, el comisionado de la corona, eran n?tidas cuando se refer?a a la falta de competitividad de la marina mercante hispana. ?l dec?a que la de Espa?a era costosa ".. .por el distinto mo

do en que navegan ?respecto a la inglesa?, ya en aumento de tripulaci?n, ya de sueldos y ya de raciones...".59 A pesar del fracaso de su empresa, la corona no cej? en sus intentos por monopolizar el comercio del palo de tinte, incluso cuando las condiciones continuaban siendo desfavo rables. En 1756-1757, cuando los comerciantes gaditanos se reunieron para buscar soluci?n al problema del tr?fico ilegal de la tint?rea reconoc?an que los tiempos no eran propicios.

Ellos dec?an ' '.. .ni en el d?a de oy estamos en estado de hacer

comercio activo del palo de tinte, para vend?rselo en nues tros puertos a los extranjeros...".60 Al mismo tiempo, la corona tampoco pod?a evitar que los ingleses continuaran con la extracci?n del palo en el Walis.

Carec?a de los medios para arrojarlos de esta regi?n y para fortificar las bocas del r?o. Las expediciones que se organiza ban para expulsarlos eran muy costosas e infructuosas y los resultados nulos; pues al poco tiempo de haberlos desalojado retornaban a establecerse para continuar con el corte.61 58 Contreras S?nchez, 1987, cap. il.

59 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, ff. 677, 678; Calder?n Quija

no, 1944, p. 423.

60 Calder?n Quijano, 1944, p. 419.

61 Calder?n Quijano, 1944, p. 419.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

Ante la imposibilidad de expulsar a los ingleses y ante la incapacidad que ve?an los comerciantes gaditanos para solu cionar el problema del tr?fico ilegal del palo, sugirieron a la corona, como una medida para aminorar las p?rdidas que sig nificaba este comercio, la posibilidad de conceder a los ingle ses licencias provisionales por 4 o 6 a?os; en las que se les permitir?a llevar un n?mero conveniente de navios a sacar el palo de tinte para abastecer su industria textil, previo pa go de lo que se considerase adecuado por cada quintal de pa

lo. De esta manera, pensaban los comerciantes, Espa?a

quedar?a como ?nica y absoluta due?a de aquellos sitios, y pod?a cancelar sus permisos en el momento en que se encon trase en condiciones de realizar directamente sus ventas, ya fuera desde sus puertos de Europa o desde otros parajes.62

La expedici?n de las licencias, se?alaban los comercian

tes, ser?a un derecho exclusivo de la corona, y ser?an entre gadas a los capitanes de los navios ingleses por un periodo l?mite de dos meses para realizar los cortes y embarques. Ven

cido el plazo se ten?a que abandonar el paraje, junto con su gente de trabajo; sin quedar ning?n marinero, cortador u otra

persona, so pena de ser castigado por las leyes espa?olas.63 Para hacer efectivas estas disposiciones, los comerciantes suger?an que dos embarcaciones espa?olas del puerto m?s cer cano se dedicaran a vigilar los sitios se?alados para los cor tes; cobrar a los cortadores ingleses los derechos; registrar y reconocer la legitimidad de los pasaportes; prohibir que los navios ingleses se detuvieran a contrabandear y, finalmente, evitar que ?stos arribaran a puerto, cala, o en otra parte sino s?lo en una de las bocas del r?o Walis, previamente estableci da en las licencias. Al mismo tiempo, los poseedores de ?stas pod?an ser visitados por los espa?oles con patente de corso, as? como por cualquier otro navio espa?ol; cuando fuesen en contrados dentro del Seno Mexicano se les revisar?a para pre venir efectuasen comercio il?cito de otros g?neros.64 En 1757 don Joseph de Rojas y Contreras, consejero de 62 Calder?n Quijano, 1944, pp. 419, 420.

63 Calder?n Quijano, 1944, p. 420.

64 Calder?n Quijano, 1944, p. 420.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 67

la Junta de Comercio de Espa?a, quien en un principio ha b?a estado de acuerdo en conceder las licencias a los ingleses para ir a la pen?nsula de Yucat?n a buscar palo de tinte, des pu?s de analizar los pros y los contras que podr?a significar para Espa?a, se opuso a que fuesen concedidas. Su argumento era que el resultado de otorgar los permisos ser?a un aumen to del contrabando, y que los mares del Seno Mexicano que

dar?an inundados de embarcaciones inglesas con que se

incrementar?a el comercio ilegal.65 Adem?s del proyecto de conceder licencia a los ingleses, entre 1756 y 1757 varios fueron presentados. Unos se enca minaban a que la explotaci?n y comercializaci?n del palo de tinte se efectuara mediante empresas particulares; en tanto que otros propon?an fuera a trav?s de la real hacienda. Los resultados siempre fueron negativos.66 El factor que influy? en la falta de decisi?n sobre qu? ha cer con el palo de tinte de la costa yucateca era que los parti culares se resist?an a emprender su comercio, pues ten?an que

enfrentarse a un mercado textil europeo abastecido por los ingleses, y a precios mucho m?s accesibles de los que los al tos costos del transporte espa?ol les permit?a ofrecer. Esta si

tuaci?n determin? que los pocos comerciantes gaditanos que se interesaron en el negocio exigieron condiciones a la coro na que no pod?a conceder.67 Indudablemente, las espectati vas de obtener una ganancia, que adem?s de ser escasa ten?a mucho riesgo, no fueron precisamente incentivos para que los comerciantes de C?diz se aventuraran en la empresa du rante el tercer cuarto del siglo XVIII. As?, ante esta situaci?n,

la explotaci?n y comercializaci?n intensas del palo de tinte continuaban retras?ndose.

No pasaron muchos a?os, despu?s de la discusi?n de tan tos proyectos sobre qu? hacer con el palo de tinte y los ingle

ses de Walis, cuando la fuerza de las armas se le impuso a la corona espa?ola. En 1763, con el Tratado de Paz de Par?s, se vio obligada a conceder a Inglaterra el libre derecho de ex 65 Calder?n Quijano, 1944, p. 437.

66 Calder?n Quijano, 1944, p. 424, 425.

67 Calder?n Quijano, 1944, p. 424.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

plotar el palo de tinte de la regi?n del r?o Walis y sus alrede

dores, a cambio de recuperar las estrat?gicas islas de La

Habana y Manila. As? pues, la presencia inglesa quedaba en la pen?nsula de Yucat?n formalmente aceptada por Espa?a, y el corte y la explotaci?n de la tint?rea legalmente en manos

de los ingleses.68 Una vez firmado el Tratado, el establecimiento ingl?s en la regi?n del Walis comenz? a crecer r?pidamente. En 1764 don Felipe Ram?rez de Estenoz, gobernador de Yucat?n, in formaba a don Juli?n de Arriaga, el ministro de Indias, del crecido n?mero de colonos que hab?an arribado desde abril de 1763. ?l dec?a, seg?n informes del comandante de Baca lar, que ya ten?an 32 cuadrillas de gente integradas cuando menos con 300 hombres, entre blancos y negros; 86 barracas grandes y peque?as; 27 balandras, goletas y algunos peque ?os barcos; y m?s de mil pilas de palos de tinte entre mayo res y menores.69 Un a?o despu?s, la presencia inglesa en la regi?n ya hab?a adquirido proporciones inusitadas. Los informes del coman dante de Bacalar de 1765 se?alaban que los ingleses ya te n?an en el r?o Walis y en la Bah?a de Cayo Cocina 81 fragatas,

40 bergantinas, 20 balandras, 50 goletas y bongos con una capacidad que iba desde las 10 hasta las 36 toneladas cada una de las embarcaciones.70 La presencia inglesa, la magnitud del tr?fico que sosten?an y la vecindad con los espa?oles radicados en Yucat?n dio mar gen a que el comercio ilegal se intensificara. Para 1765, Va lera y Corres, visitadores comisionados de Jos? de G?lvez, sab?an que el contrabando, a trav?s del establecimiento in gl?s, era tal que los intereses fiscales de la corona estaban sien

do afectados. Ellos dec?an "...es que... no se piensa que el 68 AGI, Audiencia de M?xico, leg. 3099, f. 1135. Real c?dula dirigida al gobernador de Yucat?n (26 de febrero de 1763); Florescano y Gil, 1976, p. 214. Discurso sobre la constituci?n de las provincias de Yucat?n y Cam

peche (1766); Rubio Man?, 1953, p. 638.

69 Calder?n Quijano, 1944, p. 199, nota 28. Carta de Felipe Ram? rez de Estenoz a Juli?n de Arriaga (12 de marzo de 1764).

70 Florescano y Gil, 1976, p. 214.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 69

no tener los derechos y rentas del rey el producto que pudie ra (no) pende de las cuentas y razones ni del manejo de cau

dales, sino puramente del contrabando de toda la pro vincia".71

As? pues, lo previsto por Rojas y Contreras, unos a?os an tes, acerca del auge de contrabando, como una consecuencia inmediata al otorgamiento de las licencias a los ingleses para su establecimiento en el Walis, era un hecho. Posteriormen te en 1770, el oficial de marina, Thomas Southwell confir maba las anteriores predicciones. El se?alaba que las costas de Yucat?n y Honduras eran el foco m?s importante del con trabando, pues los ingleses con el pretexto de buscar palo de tinte llevaban sus g?neros y los vend?an a los habitantes del lugar.72 A principios del ?ltimo tercio del siglo XVIII el contrabando

hab?a alcanzado tal auge que se pod?an contar hasta 80 em barcaciones inglesas comerciando il?citamente en la costa de Yucat?n; sin contar las de otras naciones y las espa?olas que se dedicaban a este trato. De esta manera Londres y Amster dam se convirtieron en los dep?sitos de los productos de la Am?rica espa?ola, entre ellos el palo de tinte. Para esos a?os exist?an, al menos, dos rutas de este tr?fico ilegal. Ambas par

t?an de alg?n punto cercano a las costas yucatecas con desti no a Europa, s?lo que una hac?a escala en alg?n puerto del norte de Am?rica, y la otra en Jamaica.73 En este contexto, de tr?fico ilegal, se ubican las medidas que la corona adopt? para favorecer el comercio con sus co lonias y limitar el contrabando. Una fue conceder a Yucat?n 71 Flore5cano y Gil, 1976, p. 195.

72 Calder?n Quijano, 1944, p. 453. Medio f?cil y practicable para ad quirir el total comercio y lucro del palo de tinte en las costas de Yucat?n, fundar una copiosa pesca en aquellas sondas; y alcanzar ambos ramos con aniquilaci?n del trato il?cito sin que sobrevenga gasto alguno al rey, ni va sallo; sin que se pida privilegio alguno exclusivo para la ejecuci?n de la obra, y sobre todo sin dar lugar, ni motivo visiblemente a los ingleses para quejarse de infracci?n, antes bien extirpando los objetos de querellas con aquella naci?n en asunto del propio palo; la pesca y comercio il?cito; y su dem?s trato en aquellas costas. Propuesto por don Thom?s Southwell

(1770).

73 Calder?n Quijano, 1944, p. 455.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

en 1770 la gracia del libre comercio y reducir a la mitad los impuestos de salida que gravaban al palo de tinte, y la otra de 1774 de liberar a la tint?rea de todas las cargas fiscales.74 Sin embargo, los resultados de estas disposiciones no arro jaron lo esperado por la corona. El contrabando que se efec tuaba en las costas yucatecas continu?, aparentemente, con mayor intensidad. Hacia 1776 un escritor an?nimo se?alaba que ''.. .a la Bah?a y Puerto de Balis, que por dicho corte (de

palo de tinte) gozan los ingleses van todos los a?os de 300 a 400 embarcaciones con mercadur?as y v?veres, que inter nan en la provincia de Campeche...,\75 Dicho autor se?alaba que para acabar con el contrabando ingl?s en las costas yucatecas s?lo exist?an dos posibles solu ciones. Una era desalojar a los ingleses del continente del reino

de M?xico, cuesti?n que ve?a imposible sin una ruptura con la corte brit?nica; y la segunda, la m?s viable, era la apertu ra de varios puertos espa?oles al comercio con sus colonias y la reducci?n de los impuestos,76 soluci?n que, como se se ?al? anteriormente, no hab?a logrado tener ?xito para evitar el tr?fico ilegal de los comerciantes yucatecos.

La realidad era que hasta principios de la octava d?cada del siglo XVIII, los espa?oles no controlaban el comercio del palo de tinte de la pen?nsula yucateca; los ingleses eran los encargados de abastecer el mercado textil de Europa; y los particulares y comerciantes campechanos que remit?an palo de tinte a la metr?poli no hab?an logrado mantener ni mu cho menos incrementar el volumen de sus exportaciones en

esa ?poca.77

Pocos a?os transcurrieron desde que el autor an?nimo es cribiera sus posibles soluciones para combatir el contraban do, cuando Espa?a, con el objeto de recuperar Walis y otras posesiones (Gibraltar, Menorca) que estaban en manos in

glesas, decide participar con Francia en la guerra de 74 P?rez-Mallaina Bueno, 1978, p. 42.

75 Florescano y Castillo, 1976, i, pp. 39, 40. Idea general del comer

cio de las Indias reino de la Nueva Espa?a (1776).

76 Florescano y Castillo, 1976, i, pp. 39, 40.

77 Contreras S?nchez, 1987, cap. n.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 71

1779-1782. En el Tratado de Alianza firmado por ambas na ciones exist?a una cl?usula, previa a la guerra, donde los

espa?oles se compromet?an a otorgar permiso a los franceses de explotar el palo de tinte de Walis, si se lograba la total ex pulsi?n de los ingleses de la pen?nsula yucateca.78 Ante la inminencia de la guerra, hacia 1779 la corona or den? a don Roberto Rivas Betancourt, gobernador de Yuca

t?n, desalojar a los ingleses y destruir todos sus

establecimientos que ten?an sobre la costa oriental de la pe n?nsula, as? como los de la bah?a de Honduras.79 Con estas instrucciones se organiz? una expedici?n de 800 hombres que logr? desalojarlos de las riberas del r?o Hondo, de Cayo Co cina, donde hizo prisioneros a sus habitantes y, finalmen te, expuls? a los colonos que se encontraban establecidos en el curso del r?o Nuevo, donde se destruyeron 40 rancher?as.80

Con estos resultados de la expedici?n, se crey? que los co lonos cortadores ya hab?an sido expulsados; pero la derrota de Espa?a dio un nuevo giro a los acontecimientos. Una vez terminada la guerra, en 1783, con el Tratado de Versalles, los ingleses vuelven a ser due?os y se?ores del establecimien to, pero ahora con mayores concesiones que las obtenidas en el Tratado de 1763.81 Con el Tratado de Versalles, Inglaterra consegu?a el pri mer reconocimiento formal a los bosques del Walis, adem?s obten?a el derecho de que sus subditos pescaran para su sub sistencia en las costas e islas adyacentes al establecimiento; tambi?n pod?an construir casas y almacenes.

La prerrogativa m?s importante fue que obtuvieron de Es pa?a la ampliaci?n del territorio a explotar y se fij? que ?ste comprender?a el ?rea ubicada entre el r?o Walis o Bellise y

el Hondo.82

Los l?mites territoriales se?alados en los tratados no eran

respetados por los ingleses. Siempre propugnaron por inva 78 Calder?n Quijano, 1944, p. 250.

79 Calder?n Quijano, 1944, p. 243, nota 7.

80 Pina Chan, 1977, p. 97.

81 Calder?n Quijano, 1944, pp. 235, 236, 262.

82 Calder?n Quijano, 1944, pp. 235, 236.

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ALICIA DEL C. CONTRERAS SANCHEZ

dir otras ?reas ricas en t?ntales, donde efectuaban talas fur tivas. Es por ello que en febrero de 1783 don Jos? de G?lvez se?alaba la necesidad de que el Tratado especificara que los ingleses ten?an que evacuar a sus cortadores de r?o Tinto de todos los parajes de las costas, islas y cabos de Honduras donde

efectuaban cortes clandestinos.83

Los ?mpetus expansionistas de los cortadores de palo de tinte ingleses no pudieron ser controlados por las autorida des espa?olas, ya que no se conformaron con el ?rea conce dida; los cortes furtivos en otros parajes de la costa yucateca y Honduras continuaron. El desplazamiento de los cortado res hacia otras regiones ajenas a la concedida estuvo condi cionada por varias causas. Una de ellas debi? haber sido el ocupar parajes clave para continuar el contrabando; como eran

los establecimientos que ten?an en las costas de Honduras y Guatemala. Otra, quiz? la principal, fue el agotamiento de los t?ntales ubicados dentro del establecimiento, provocado por la tala inmoderada de los bosques.

De hecho, el problema provocado por el corte masivo de los t?ntales estaba ya latente en 1783; pues los plenipotencia rios brit?nicos se resist?an a aceptar el ?rea concedida por Es pa?a, y exig?an una superficie mucho mayor con el argumento

de que el territorio que ocupaban ya estaba agotado por la tala que hab?an efectuado durante tantos a?os.84 En el siglo XVIII, el ?ltimo intento de la corona por desa lojar a los ingleses de la regi?n oriental de la pen?nsula yuca teca fue la expedici?n de 3 000 hombres organizada y dirigida

por don Arturo O'Neill en 1798, cuando fung?a como gober nador de Yucat?n. Sin embargo, la empresa fue un rotundo fracaso; hasta que, finalmente en 1802, con el Tratado de Amiens, Espa?a se ve obligada a ratificar a los ingleses el de recho de continuar la explotaci?n de sus riquezas forestales y marinas.85 El periodo de entreguerras (1804-1821) hizo que las auto

ridades espa?olas fueran abandonando poco a poco la vigi 83 Calder?n Quijano, 1944, pp. 254, 255.

84 Calder?n Quijano, 1944, p. 233.

85 Ancona, 1978, il, pp. 505-510.

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PALO DE TINTE, MOTIVO DE CONFLICTO, 1670-1802 73

lancia de este establecimiento. Estaban m?s preocupadas por resolver los problemas inmediatos que la situaci?n b?lica les

impon?a ?Francia primero y despu?s la Independencia?; por lo que el usufructo de estas tierras yucatecas qued? en poder de los ingleses hasta convertirse en colonia brit?nica.

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PARTIDOS, FACCIONES POL?TICAS Y ELECCIONES: TLAXCALA EN 1924* Diana Juanic?

M?xico, D.F.

Introducci?n El objetivo de este trabajo es dar una explicaci?n a la apa

rente paradoja que se observa entre los partidos pol?ticos na cionales y los locales del estado de Tlaxcala a fines de 1924.

En efecto, mientras que el Partido Laborista Mexicano y el Partido Nacional Agrarista comparten el liderazgo partidis ta del pa?s comienza la gesti?n presidencial de Plutarco Elias Calles, en diciembre de ese a?o, pero en Tlaxcala el partido fuerte es el Liberal Constitucionalista, partido muerto a nivel

nacional desde 1922.

Una pregunta ineludible salta a la vista: ?por qu? tiene to dav?a tanta fuerza el Partido Liberal Constitucionalista Tlax calteca a fines de 1924? Las razones de tal contradicci?n las podemos encontrar en dos grandes ejes explicativos: el inter * Una primera versi?n de este texto fue presentada como ponencia en el II Simposio Internacional de Investigaciones Socio-Hist?ricas sobre Tlax cala, celebrado en la ciudad de Tlaxcala entre el 15 y el 17 de octubre de 1986. Deseo expresar mi agradecimiento a la Universidad Aut?noma de Tlaxcala y al Instituto Tlaxcalteca de la Cultura por el apoyo que durante 1986 me brindaron para la realizaci?n de este trabajo. Asimismo a la doc tora Romana Falc?n, al doctor Raymond Bu ve y a la doctora Soledad Loae za, por sus ?tiles comentarios y valiosas sugerencias.

Durante la elaboraci?n de este trabajo usufructu? una beca del Conse jo Nacional de Ciencia y Tecnolog?a, instituci?n a la cual agradezco su

apoyo.

HMex., xxxvn: 1, 1987

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DIANA JUANIC?

no o local, y el de orden nacional. As?, abordaremos el tema comenzando por estudiar la situaci?n pol?tica de la federa ci?n, pasando luego al mismo ejercicio pero en el plano re

gional. Ambos an?lisis nos conducir?n al estudio de las facciones pol?ticas en pugna, y nos har?n ver la ?ntima rela ci?n que los partidos del periodo guardan con ellas. En tal sentido centraremos nuestra atenci?n en las ?lites y minor?as

dirigentes revolucionarias, particularmente en las vencedo ras, no as? en protagonistas de menor ?xito o en la gran masa

de poblaci?n del pa?s.

Por ?ltimo nos detendremos en un proceso electoral al que concurren casi la totalidad de las determinantes del fen?me

no: las elecciones para gobernador efectuadas en Tlaxcala tam bi?n en diciembre de 1924. Porque si bien es claro que las contiendas pol?ticas no se resolv?an en las urnas, la coyuntu ra electoral tlaxcalteca es de gran auxilio para la compren si?n de la "paradoja" planteada. Es un bar?metro en el cual se manifiesta la correlaci?n de fuerzas al interior de la enti dad as? como la actitud del centro en relaci?n con ellas. No es novedoso afirmar que las cuestiones electorales han resul

tado ser una especie de "punta de lanza" en lo que a estu dios regionales se refiere.

La SITUACI?N POL?TICA DEL PA?S HACIA 1924. LOS PARTIDOS POL?TICOS DE CAR?CTER NACIONAL

El dif?cil trance que la sucesi?n presidencial significaba, tan to por el resquebrajamiento de la ?lite dirigente como por la generalizaci?n de la inestabilidad del pa?s, en 1924 se diri mi? otra vez fuera de las urnas y previamente al fallo de los votos. La elecci?n presidencial de ese a?o ratific? el sentido que estas jornadas c?vicas ven?an teniendo en el M?xico re volucionario: su car?cter perif?rico respecto a los conflictos pol?ticos reales, los cuales se resolv?an por otras v?as, siem pre antes de que los votos emitieran veredicto alguno. La na turaleza legitimadora que las elecciones le daban al sistema

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TLAXCALA EN 1924

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se originaba m?s en el voto en s? mismo que en los resultados

espec?ficos de la contienda.1 Es por lo anterior que para comprender la situaci?n pol?ti ca existente en diciembre de 1924 debemos retroceder hasta la rebeli?n delahuertista de 1923, momento en el cual se iban a efectuar las verdaderas batallas por el poder. El conflicto de 1923, originado por la conclusi?n del mandato presiden cial del general Obreg?n, recuerda la crisis de 1920. Era nue vamente la sucesi?n de la primera magistratura lo que pon?a en evidencia la precariedad del poder p?blico establecido, la heterogeneidad del grupo dirigente y de las bases sociales im plicadas, y la a?n muy importante injerencia del ej?rcito en la vida pol?tica nacional. La rebeli?n delahuertista que esta ll? en diciembre de 1923 vino a confirmar que el M?xico ema nado de la revoluci?n era todav?a un rompecabezas por armar,

en el cual las piezas modificaban constantemente su tama?o y condici?n, lo que supon?a que los ajustes estuvieran a la orden del d?a. Asimismo, la confirmaci?n fue en el sentido de que la consistencia del aparato p?blico y del grupo hege m?nico que lo dominaba era a?n endeble. En un mundo po l?tico poblado de disparidades deseosas de conquistar mayores cuotas de poder y representatividad, para la ?lite dirigente el reto consist?a en l?grar la prolongaci?n de su mandato en el marco de un Estado posrevolucionario. Cabe se?alar que si bien esta crisis de hegemon?a se da en el seno del llamado Gj-upo Sonora, fuerzas sociales ajenas al bloque en el poder se ven tambi?n involucradas. Dentro y fuera de la burocra cia pol?tica exist?a oposici?n frente a la coalici?n Obreg?n C alies-Partido Laborista Mexicano-Confederaci?n Regional

Obrera Mexicana.2

La superaci?n de esta crisis y la asunci?n al cargo m?ximo del hombre propuesto y avalado por Obreg?n, el general Ca lles, fue el resultado de un proceso de redefinici?n de alian

zas y compromisos. Si bien este reacomodo de fuerzas se

estructur? de una manera m?s visible en el grupo de mando 1 Al respecto, Meyer, 1982; Jos? Valenzuela, 1983; Loaeza, 1985.

V?anse las siglas y bibliograf?a al final de este art?culo.

2 Este aspecto es claramente ilustrado por Leal, 1985.

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de la "familia revolucionaria", paralelamente y por su in termedio se vertebraron otros intereses sociales, de origen cam

pesino y obrero fundamentalmente. Estos actores pol?ticos acudieron al llamado del grupo gobernante en el momento ?lgido de la lucha armada contra el delahuertismo. En otras palabras, la CROM y el Partido Laborista Mexicano "salva ron" al r?gimen de la rebeli?n de 1923 con su capacidad de convocatoria para la toma de las armas. Cabe recordar que para estos a?os la CROM aglutinaba a un gran porcentaje de campesinos y peones como miembros de su contingente.3 Los primeros a?os de la presidencia de Calles vieron plas mar, entre otras cuestiones, un desarrollo acelerado de la cen tralizaci?n del sistema pol?tico, objetivo que entraba en franca

contradicci?n con los poderes regionales diseminados por el territorio nacional, la despolitizaci?n de las fuerzas armadas, y la intervenci?n del poder ejecutivo en el encarrilamiento de las demandas obreras mediante la figura Confederaci?n

Regional Obrera Mexicana-Partido Laborista Mexicano

(CROM-PLM). Las bases sociales del callismo apuntaban a las masas obreras organizadas, y en la medida en que la CROM crec?a los agraristas acentuaban su obregonismo. En t?rmi nos generales puede afirmarse que desde 1924 hasta 1928, a?o de la muerte de "El caudillo", Calles mantiene un peli groso juego entre Obreg?n, el ej?rcito y el movimiento sin dical cromista.

En estas circunstancias es importante hacer hincapi? en el conflicto Obreg?n-Calles, pues ?ste no se explica con pleni tud si lo entendemos ?nicamente como una lucha por la vic toria personal dentro de una ?lite dirigente. El Grupo Sonora,

integrado por jefes revolucionarios con destacada actuaci?n militar, ante cada resquebrajamiento buscaba pilares m?s s? lidos de apoyo, fuerza y estabilidad. La instancia de elecci?n presidencial ?momento, como dijimos, de divisi?n y fractu ra del cuerpo dominante? se traduc?a en la rectificaci?n de las alianzas, la modificaci?n de la naturaleza de los compro misos, y la atracci?n al seno del aparato del poder de nuevos actores, cuyo papel y voz se originar?an, en la medida de lo 3 Carr, 1982, pp. 142ss.

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posible, en el propio "libreto*' del que llamaba a escena. En el enfrentamiento Obreg?n-Calles se daban cita los asuntos m?s candentes del M?xico de la revoluci?n: la actuaci?n del ej?rcito frente a grupos civiles; la din?mica centro-regi?n; de

mandas agrarias y laborales; pol?tica exterior, especialmente con EU A; relaciones con el capital nacional y for?neo; pre

sencia de la Iglesia cat?lica en la vida del pa?s. Y aunque a

veces las propuestas de ambos l?deres no difer?an sustancial mente, la negociaci?n pol?tica que cada uno de ellos estaba en condiciones de entablar era distinta debido a la heteroge neidad de las fuerzas sociales implicadas.

En cuanto a los partidos pol?ticos del periodo se puede afir mar que su base fundamental era el poder personal de sus jefes. Durante estos a?os un l?der nacional era capaz de pro vocar tanto el nacimiento? como la ca?da de un partido pol?ti

co. Algunos analistas sostienen incluso que los partidos en

cuesti?n no constituyen verdaderos partidos pol?ticos en el sen

tido moderno, debido a su falta de organizaci?n y de mili tantes.4 Hacia esos a?os, a lo anterior y a la ausencia de una ideolog?a clara que los identifique se atribuye su enorme n? mero en el pa?s. Hay una infinidad de partidos pol?ticos lo cales, otros tantos estatales, algunos regionales, y apenas cinco

o seis nacionales. En el sistema pol?tico emanado de la revo luci?n las facciones hegem?nicas son casi las due?as del acon tecer partidario. El caudillismo y el caciquismo, herencia del siglo XIX, sobreviven al corte revolucionario y se imponen sobre los partidos pol?ticos, los cuales no gozan de autono

m?a ni de vida propia.

Entre los partidos pol?ticos m?s importantes a nivel nacio nal durante este lapso se encuentra el Partido Liberal Cons titucionalista (PLC), surgido a fines de 1916 bajo la sombra de Obreg?n y del general Benjam?n Hill.5 Desde el triunfo de la rebeli?n de Agua Prieta el PLC se hab?a convertido en el favorito de Obreg?n, y hab?a alcanzado el primer lugar en

4 Meyer, 1977, p. 97.

5 En relaci?n con los partidos pol?ticos de este periodo el texto pione ro es el de Fuentes D?az, 1969; en cuanto a los or?genes del Partido Li beral Constitucionalista, Hall, 1980.

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el escenario partidista del pa?s. Postulaba en su programa los principios de la insurrecci?n maderista y del movimiento cons

titucionalista. Sin embargo, no era el PLC quien le marcaba a Obreg?n el camino a seguir, sino a la inversa. A partir de la muerte de Hill el partido se debilita, y Obreg?n aprovecha esta coyuntura para darle su toque de muerte. Esto se debe a que, para el gusto de El caudillo, el PLC por su creciente peso y fortaleza ven?a tomando actitudes demasiado aut?no mas. La ruptura definitiva se produce en 1921;6 al integrar se la legislatura federal en 1922, los candidatos del PLC se pasan en bloque al Partido Nacional Cooperatista (PNC), aho ra el favorito.

El PLC hab?a reunido a los mejores talentos del campo re* volucionario.7 Entre sus adeptos pudo contar con una ma yor?a de diputados y senadores, algunos ministros de estado, numerosos altos jefes militares, funcionarios del poder judi cial y varios gobernadores, entre ellos el del estado de Tlax cala, el doctor Rafael Apango. Mas como vimos, en el orden nacional el PLC quedaba herido de muerte y en 1923, ante la proximidad de las elecciones presidenciales, se divide en cuatro grupos, en muestra clara de su debilidad.

Por su parte, el PNC pas? a tener la gracia del ejecutivo en 1922. Fundado en 1917 bajo el influjo del secretario de gobernaci?n, licenciado Manuel Aguirre Berlanga, centr? su programa en el fomento del cooperativismo como soluci?n a los problemas econ?micos. La democracia econ?mica coo perativa era su lema. Se trab? en violenta lucha electoral con el PLC al integrarse la legislatura de 1922, teniendo entonces el apoyo abierto de Obreg?n. Pero al ligar tambi?n su suerte a la encrucijada del caudillismo ?apoy? a Adolfo de la Huerta en 1923?^prontamente sobrevinieron sus ?ltimos d?as de

vida.

Adem?s del Partido Comunista Mexicano, que por su na turaleza diversa requerir?a de un examen particular, encon tramos que la mayor parte del campo partidista nacional hacia

6 El desenlace de esta ruptura puede verse en Jos? Valenzuela, 1983,

pp. 174ss.

7 Fuentes D?az, 1969, p. 205.

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fines de 1924 est? copado por el Partido Laborista Mexicano (PLM) y por el Partido Nacional Agrarista (PNA). Ambos ope ran con base en el prop?sito de representar ??acaso incor porar?? a las masas laborantes del pa?s. Act?an reconociendo la existencia de clases sociales. La educaci?n pol?tica de sus miembros ocupa un lugar relevante; y sus aparatos partida rios, tanto representativos como administrativos, poseen cierta

complejidad. Todos estos rasgos los distancian considerable mente de los partidos de corte pura y exclusivamente perso

nalista.8

El primero en aparecer es el PLM, en diciembre de 1919, como resultado del esfuerzo de Luis N. Morones y otros di rigentes de la CROM. De hecho, el PLM fue la proyecci?n po

l?tica de esa central y, en efecto, fue el ?nico partido que cont?

con una decisiva vinculaci?n obrera. Su t?ctica es la colabo

raci?n negociada con el gobierno, mientras que la CROM se sirve de su intermediaci?n sin incurrir en compromisos pol? ticos formales. El PLM en la crisis de 1923 es el ?nico parti do que en bloque respalda a un candidato, al general Calles; raz?n por la cual se ver? muy fortalecido con el triunfo de ?ste. Los a?os 1924 y 1925 son de crecimiento y expansi?n para la CROM y el PLM, y el acercamiento de este ?ltimo a Calles es proporcional a su alejamiento de Obreg?n.

El PNA nace en junio de 1920, cuando D?az Soto y Gama rompe con la CROM y se aboca a su fundaci?n, organizando clubes agraristas en numerosos pueblos de los estados de Mo relos, Guerrero, Puebla, Tlaxcala, M?xico y otros m?s. El fin vital del PNA es la consumaci?n de la reforma agraria. Es el primer partido pol?tico que hace planteamientos sistem?ti cos sobre temas agrarios. Sus relaciones con Obreg?n mejo ran en la medida en que ?ste impulsa los repartos agrarios.

Al asumir Calles la presidencia, en diciembre de 1924, co menzaron los problemas para el PNA mostrando, de nueva cuenta, tanto el peso otorgado por la burocracia pol?tica a las alianzas con sectores populares como la operatividad de los caudillos en la vida nacional.

8 Leal, 1983.

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El 1 de diciembre de 1924 el general Calles era declarado titular del ejecutivo por el Congreso de la Uni?n. Sus pilares sociales de m?s firme sustento iban a estar constituidos por la f?rmula CROM-PLM. La situaci?n pol?tica en el estado de Tlaxcala hacia 1924 y sus antecedentes. Los partidos pol?ticos tlaxcaltecas El estado m?s peque?o de la Rep?blica, Tlaxcala, cuenta con una superficie de 4 027 km2 y colinda con los estados de

Puebla, Hidalgo y M?xico. Seg?n el Censo General de Ha bitantes de noviembre de 1921, pose?a en ese a?o 178 570 habitantes.9 Las ciudades con mayor poblaci?n eran enton ces Calpulalpam, Santa Ana Chiautempan, Huamantla, Tlax co y Zacatelco.

Para comprender la situaci?n pol?tica tlaxcalteca de 1924

tambi?n debemos retroceder en el tiempo, en este caso hasta el movimiento revolucionario armado de la regi?n. En la en tidad hab?an actuado Zapatistas, constitucionalistas y arenis tas, ?stos bajo el mando de Domingo Arenas, caudillo de la zona Tlaxcala-Puebla. Arenas es asesinado en 1917, tras ha ber acaudillado un movimiento agrarista y popular aliado a veces con los constitucionalistas, otras con los zapatistas, pe ro siempre con una actitud independiente y un prop?sito ?nunca bien definido? de reforma agraria.10 La muerte de Arenas aceler? el proceso de eliminaci?n del movimiento. El presidente Carranza aprovech? para desarticularlo en cuan to fuera posible y transferir tropas arenistas a otras partes de

la rep?blica. Algunos pueblos restaron apoyo al arenismo des pu?s de la muerte de Domingo, pues se vieron obligados a sujetarse a la legislaci?n carrancista so pena de no regulari zar la posesi?n de sus tierras habidas con anterioridad si re curr?an a m?todos ilegales.11 Bajo la jefatura de su hermano 9 Departamento de la Estad?stica Nacional, 1927.

10 Acerca del movimiento arenista puede consultarse a Garciadiego, 1979-1980.

11 Buve, 1985, pp. 22-23; Garciadiego, 1979-1980, p. 51.

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Cirilo el movimiento armado persisti? hasta 1919, pero ya con car?cter de rebeli?n. El carrancismo venc?a en Tlaxcala.

Con la asunci?n en 1918 del general M?ximo Rojas como gobernador, puede afirmarse que el constitucionalismo triunfa

en el estado. Rojas, de origen campesino y con una larga tra yectoria militar revolucionaria en la regi?n, llegar?a a ser el l?der m?ximo del constitucionalismo local. Su l?nea era la m?s

moderada del espectro pol?tico daxcalteca, sobre todo si se piensa en la candente problem?tica agraria existente en la zo na, y es precisamente por ello que Carranza lo apoya. No obstante, el constitucionalismo de Tlaxcala puede ser consi derado como "progresista" o sui generis en relaci?n con sus hom?logos de otras regiones del pa?s, sin duda por la influencia

del movimiento radical de Aquiles Serd?n dado en Puebla entre 1909 y 1910. El maderismo daxcalteca se hab?a distin guido por su orientaci?n laboral y campesina; pero entre los altos funcionarios del gobierno de Rojas no se encontraba nin

g?n l?der obrero, ni tampoco en el congreso local ni en la di

recci?n de su partido, el liberal constitucionalista

daxcalteca.12 Sus principales figuras hab?an tenido la opor tunidad de pasar antes por la experiencia gubernativa, como Antonio Hidalgo (1911-1913) y el propio Rojas durante un breve lapso (sept.-nov. de 1914). El comit? directivo de su partido le organiza a Rojas la campa?a electoral para la gu bernatura en 1918, cargo que desempe?a hasta 1920.13 Sin embargo, el prestigio popular que el general hab?a adquirido como caudillo pol?tico-militar sufri? una disminuci?n consi derable durante los a?os en que se desempe?? en el ejecutivo local. Ello en gran parte se debi? a las dificultades que tuvo para ejecutar repartos agrarios, dada la reiterada negativa de

Carranza en ese sentido.

Es justamente de estas filas rojistas de donde surge la fac ci?n pol?tica que lograr? dominar el estado entre 1920 y 1932

aproximadamente. Grupo netamente civil, sus cabezas m?s 12 El desarrollo de este planteamiento puede verse en Buve, 1981-1983.

13 Las primeras elecciones que se llevaron a cabo en Tlaxcala despu?s de la revoluci?n armada fueron municipales, emprendidas a partir de ju

lio de 1916. Cu?llar Abaroa, 1975, t. n, pp. 80ss.

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DIANA JUANIC?

prominentes ?Rafael Apango e Ignacio Mendoza? no te

n?an carrera militar revolucionaria. Hab?an sido militantes maderistas en 1911, pero ninguno de los dos hab?a actuado militarmente, ni en la guerrilla contra Huerta ni en las cam pa?as contra Arenas. Sus primeros pelda?os en la pol?tica ha b?an tenido lugar en presidencias municipales entre 1914 y 1915, y como miembros de la Comisi?n Local Agraria du

rante este ?ltimo a?o.14 Mendoza fue el responsable del

triunfo electoral de Rojas en 1917-1918, y lleg? a tener una posici?n prominente como candidato a diputado local. Tan to sus amigos como los del doctor Apango ?director del hos pital del estado y futuro gobernador? ascendieron entonces en el escalaf?n rojista.15 El general Rojas se declara a favor de Obreg?n cuando la rebeli?n de Agua Prieta, y esta adhe si?n implic? largas ausencias de la gubernatura para servir en el ej?rcito activo. Es entonces que funge como goberna dor suplente Ignacio Mendoza, quien finalmente se impone sobre la otra facci?n constitucionalista-rojista, la de Antonio Hidalgo, y sobre la debilitada oposici?n arenista. El grupo ahora hegem?nico propone a Rafael Apango como goberna dor para el cuatrienio 1921-1925. El general Rojas muere en combate luchando por Obreg?n a principios de 1924, cuan do la rebeli?n delahuertista.16

Mas, ?c?mo fue que un grupo con tan escaso compromiso y participaci?n revolucionarios logr? copar las riendas del po der p?blico en Tlaxcala? ?Cu?les fueron las fuentes legitima doras de su dominio? Con base en el limitado conocimiento que se tiene por ahora del periodo entendemos que hacia 1920 se da en Tlaxcala una suerte de ''vac?o de poder' '. Vac?o an tes que nada militar, poblado apenas por las ?ltimas guerri llas arenistas y por los "disidentes" de la facci?n de Antonio Hidalgo, h?bilmente desplazados de la plataforma pol?tica y luego perseguidos. El general Rojas, ausente durante largos

periodos, aparentemente apoyaba al gobernador Apango cuando sus tropas estaban en Tlaxcala, punto a indagar m?s 14 Buve, 1985, p. 30 y 1985a, pp. 289, 290; Meade de ?ngulo, s/f.

15 Buve, 1985, p. 30.

16 Cu?llar Bernal, 1968, p. 262.

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TLAXCALA EN 1924

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para conocer mejor la fuerza militar de la ?lite gubernativa

vencedora.17 Cabe se?alar que desconocemos el papel que

las tropas federales pudieron haber desempe?ado en la regi?n

en 1920.

Un aspecto crucial para el establecimiento en el poder del

grupo Mendoza-Apango es la coyuntura nacional dada en

1920. El hecho de que el Grupo Sonora reci?n accediera al poder se traduc?a en una inicial fragilidad de la nueva estruc tura nacional. Vistas las cosas desde la provincia, el momen

to resultaba sumamente propicio para el asentamiento de cualquier feudo pol?tico local.18 Del movimiento agrarista en particular se puede decir que al comenzar la d?cada de 1920 ha desaparecido desde el pun to de vista militar. Los principales jefes arenistas estaban ya muertos, incluso Cirilo Arenas, quien fuera aprehendido y fusilado en Puebla en 1919, suceso tras el cual se rindieron

las pocas partidas armadas arenistas que quedaban.19 Du

rante la gubernatura de Rafael Apango, entre 1921 y 1924, el v?nculo entre la Comisi?n Nacional Agraria y el goberna dor se vuelve muy tenso. Apango se queja ante el presidente

Obreg?n del delegado que esta comisi?n tiene en Tlaxcala en 1921. Por su parte la comisi?n acusa al gobernador de an tiagrarista en 1923, y pueblos de la zona sur del estado lo se ?alan como favorecedor de los hacendados.20 En agosto de 1924 representantes del pueblo de Adangatepec protestan por

que soldados de Apango han hecho c?teos y aprehensiones entre sus compa?eros agraristas. Para esta fecha el gobierno daxcalteca ya hab?a logrado establecer fuertes lazos con la Co misi?n Local Agraria: el presidente de dicha comisi?n, San tiago Meneses, es el candidato a senador por el gobiernista Partido Liberal Constitucionalista Tlaxcalteca.21 Esto es, el poder "pelecista" dominaba la Comisi?n Local Agraria ha 17 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-31 y 408-T-33, 1923.

18 Un caso ilustrativo es el de San Luis Potos?. Falc?n, 1984.

19 Garciadiego, 1979-1980, p. 54; Buve, 1985, p. 27.

20 El L?tigo, 11 de febrero de 1923; AGNM/FPO-C, exp. 818-X-8, 1921 y 1923.

21 AGNM/FPO-C, exp. 818-A-114, 12 de agosto de 1924; Lucha Social,

7 de junio de 1924.

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cia 1924. Es evidente que la pol?tica apanguista no coincid?a con los intereses agraristas; la debilidad de ?stos hac?a que no pudieran enfrentarse con fuerza al gobierno, sino m?s que por medio de dilatados y engorrosos expedientes jur?dico

legales.

Al interrogarnos acerca de las bases sobre las que el na

ciente r?gimen daxcalteca se estructur? debemos abordar el tema de los hacendados locales. Ratificando lo antes se?ala

do en torno al acercamiento de la pol?tica apanguista a los intereses de los propietarios, es oportuno citar las palabras del secretario general de gobierno, quien en 1922 afirmaba que "...los agraristas furibundos, quienes no tienen en cuenta que, siendo Tlaxcala una poblaci?n netamente agr?cola, se r?a imprudente segar la ?nica fuente de ingresos que tiene el Ejecutivo...".22 Los hacendados conformaron una parte ?tal vez importante? de la legitimidad con la que el nuevo sistema pol?tico cont?. En torno a las dotaciones de ejidos para

los pueblos resueltas por el gobernador Apango, un peri?dico oposicionista afirmaba, a mediados de 1924, que "...con es tas irrisorias dotaciones el Gobierno del Estado .. .quiere que

dar bien con los terratenientes...,\23 No obstante, es de

recalcar que los propietarios daxcaltecas no figuran personal mente en los cuadros dirigentes del gobierno.24 Asimismo, otro de los pilares sobre el cual presumiblemente se bas? la mencionada facci?n fue el clero. Las acusaciones en tal sen tido indican que existe connivencia entre los latifundistas, el clero y el gobierno local.25 Por otra parte, es necesario hacer hincapi? en la habilidad con que el grupo Mendoza-Apango supo manejar la cosa p? blica. El desplazamiento m?s o menos pac?fico de los contrin cantes, aunque ?stos fueran d?biles, supon?a un profundo conocimiento de la negociaci?n como regla de juego. Las ha 22 Secretario General de Gobierno Lie. Zainos y Lumbreras, citado en

Buve, 1985, p. 31.

23 Lucha Social, 7 de junio de 1924.

24 AGET, Secretar?a General de Gobierno, secci?n de Hacienda, exp. "Lis ta de las principales tincas r?sticas, f?bricas y tinacales que se explotan

en el Estado...", 1925.

25 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33, enero de 1925.

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zanas militares o la fuerza carism?tica portadora de s?mbolos y demandas no eran ya elementos indispensables como fuen te del poder p?blico en Tlaxcala. Es a partir del aparato de gobierno que la ?lite pol?tica vencedora fortalece y acrecien ta su dominio, por medio del control de instituciones ?como ayuntamientos, Comisi?n Local Agraria, etc.?, aproxim?n

dose as? al perfil de los caudillos denominados "moder nos".26 En este sentido interesa subrayar que este feudo

pol?tico tlaxcalteca no se estructur? sobre bases populares, igual

fue el caso en otras zonas de la rep?blica. Para 1924 la orga nizaci?n de masas obreras o campesinas como factor de con trol pol?tico no se da en Tlaxcala; este aspecto tomar? cuerpo despu?s, a partir de 1926, cuando Ignacio Mendoza funge como gobernador.27 Por ahora el aparato burocr?tico es la carta m?s efectiva del poder mendocista. Desde antes de 1924 una de sus t?cti cas m?s socorridas es aquella que se refiere a los m?todos in

timidatorios usados durante los procesos electorales. Las

irregularidades y anomal?as al respecto abundan. Quejas de pueblos y de legisladores hablan de atropellos, de persecu ciones y balaceras.28 Este recurso, mismo que podremos ob servar m?s de cerca al analizar las elecciones de diciembre de 1924, no era en lo absoluto novedoso; pero su eficiente manejo por parte del gobierno se tradujo en un soporte m?s

del r?gimen local.

En cuanto a los partidos pol?ticos tlaxcaltecas hay que re calcar el car?cter que la facci?n en el poder le imprimi? al suyo, el Partido Liberal Constitucionalista Tlaxcalteca

26 Seg?n la fuente de su poder los caudillos son divididos en "tradi cionales" y "modernos". La fuerza militar, la carism?tica y la tradicional heredada es la principal fuente de poder de los primeros; el clientelismo burocr?tico ?sindical o partidario? producto del dominio del aparato es tatal, la fuente de los segundos. Al respecto puede verse Fowler Salami ni, 1985, pp. 212, 213; tambi?n Ankerson, 1985, pp. 180, 181.

27 Tenemos actualmente en desarrollo el estudio de ?ste y otros aspec tos de la pol?tica daxcalteca entre los a?os de 1925 y 1932. Un art?culo reciente sobre el tema es el de Ram?rez Ranca?o, 1986; los ?ltimos a?os del mendocismo han sido estudiados en la zona de Huamantla por Buve,

1980.

28 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-31 y 408-T-33, 1923.

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(PLCT), d?ndole un, tinte de corte "institucional" donde el

partido "oficial" era el fiscalizador de todo el acontecer

pol?tico-electoral. El PLCT, que hab?a sido fundado por los rojistas en 1917 con el fin de promover al general Rojas co mo candidato a gobernador, es aquel que domina la entidad.

Controlado por el grupo Mendoza-Apango su naturaleza per sonalista se torna evidente, al punto de que gobierno y parti do son una unidad autocontenida, brazos de un mismo cuerpo.

Sus opositores lo declaran en 1924: el gobierno de Tlaxcala se ha convertido en partido pol?tico, dicen. Y el presidente Calles, temeroso de un poder en expansi?n, finca sus espe ranzas en que ello no ocurra.29 Para esta fecha constatamos que los partidos daxcaltecas reflejan las vicisitudes de los gru pos pol?ticos en acci?n, esto es, tambi?n en Tlaxcala la fac ci?n se impone sobre el partido pol?tico. En particular, el PLCT es obra y gracia del grupo mendocista. El presidente de la junta directiva es Carlos Fern?ndez de Lara; el candi dato a gobernador para el cuatrienio 1925-1928 es Ignacio

Mendoza.

Otro partido que se hace o?r en 1924 es el Partido Labo rista del Estado de Tlaxcala (PLET). Su fundaci?n data del 6 de abril de 1924, cuando en Santa Ana Chiautempan re

presentantes de clubes y pueblos celebran una convenci?n con ese prop?sito.30 Sus miembros m?s reconocidos hab?an per tenecido al PLCT, por ejemplo Modesto Gonz?lez Galindo,

Octavio Hidalgo y Ezequiel Gracia. El nuevo partido aprue ba la publicaci?n de un peri?dico que llevar?a por nombre Lucha Social) la asamblea adopta adem?s el programa pol?tico y de gobierno, los estatutos, distintivo y lema del Partido La borista Mexicano, incluyendo como candidato a la presiden cia a Plutarco Elias Cad?es. No obstante, el PLET representa en Tlaxcala el papel de partido opositor, cuando a nivel na cional el laborismo es el brazo electoral de Calles. Esto se ex

plica por la l?gica de la pol?tica callista, la cual no se deten?a en supuestos principios partidarios sino en las necesidades de 29 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33, diciembre de 1924. La denuncia

proviene del Partido Laborista del Estado de Tlaxcala.

30 Lucha Social, 12 de abril de 1924.

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la praxis gubernativa. El presidente prefiri? apoyar al grupo

Mendoza-Apango ya afianzado en el poder que arriesgarse a un futuro incierto con los d?biles seguidores del laborismo local. El secretario general del PLET en 1924 es el diputado

Aurelio Eliosa; el candidato a gobernador para 1925-1928, Octavio Hidalgo, hermano del antes mencionado Antonio.

Aunque en teor?a este partido representa intereses obreros,

es por dem?s significativo que en la documentaci?n vista hasta el momento no se observa que las protestas de aqu?llos se rea

lizaran por este conducto. El PLET no integraba a las masas trabajadoras del estado, y tal parece que tampoco las repre

sentaba.

El Partido Agrarista Tlaxcalteca (PAT) tiene una actuaci?n menor, es notorio en los meses previos y posteriores a la elec ci?n de 1924. Su constituci?n data del 14 de junio de 1924, cuando varios ciudadanos, en nombre de las masas campesi

nas de la entidad, declaran su inauguraci?n. Por unanimi

dad se adhieren al PNA, y ratifican la candidatura de Calles

a la presidencia.31 Los nexos del PAT con los problemas

agrarios de la regi?n no se observan tanto en su car?cter de partido como por sus representantes: el secretario general,

Macedonio Herrera, y el secretario interior, Miguel Casti llo, son reconocidos agraristas de la zona. Es de se?alar que

algunos agraristas no se expresan por conducto del PAT sino

de manera independiente.

El Partido Laborista del Estado de Tlaxcala y el Partido Agrarista Tlaxcalteca unidos al Partido Liberal Tlaxcalteca ?fundado por los seguidores de Domingo Arenas tras la muerte de ?ste? y al Partido Renovador Tlaxcalteca ?del que no tenemos datos?, estos dos ?ltimos de menor trascen

dencia en el escenario de los partidos de 1924, forman la Alian

za de Partidos Revolucionarios el 2 de octubre de ese mismo a?o. La alianza se creaba con la finalidad de formar una l? nea com?n en las elecciones de ayuntamientos, de goberna dor y de diputados a la c?mara local, procurando encontrar fuerza en la uni?n frente a los liberales-constitucionalistas.

Asimismo, resuelve formar un Comit? Directivo Electoral, 31 El Combate, 21 de junio de 1924.

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el cual se encargar?a de dirigir y vigilar los trabajos relativos

a las distintas campa?as electorales.32 Es de notarse que los propietarios de la zona no son miem

bros de las comisiones directivas de los partidos referidos. Los

nombres que m?s se reiteran pertenecen a las clases medias ilustradas.

LAS ELECCIONES LOCALES EN EL MARCO DE LAS NACIONALES:

DICIEMBRE DE 1924

El proceso electoral motivado por el cambio de gobernador en Tlaxcala ilustra con claridad la coyuntura pol?tica que vi ve la entidad, las fuerzas en pugna y su desempe?o. Muy par ticularmente se evidencia la actitud del centro en relaci?n con

lo sucedido en esta provincia. Esto es, algunas de las causas de la paradoja que pretend?amos desentra?ar.

Para la comprensi?n del fen?meno es imprescindible con siderar a las fuerzas armadas presentes en la regi?n. Las tro

pas destacadas en la zona con car?cter oficial en 1924 se divid?an en dos categor?as. Unas, las llamadas regionales

?gendarmer?a del estado?, depend?an del ejecutivo locad, y actuaban bajo la orden directa del gobernador. Desconoce mos el n?mero exacto y la composici?n de estas fuerzas; pe

ro todo parece indicar que eran muy pocos hombres

?cuarenta y dos dice el gobernador Mendoza en enero de

1925.33 Las otras, las federales, para esa fecha estaban con centradas en la 35a. Jefatura de Operaciones Militares, y eran

subordinadas a la Secretar?a de Guerra y Marina. La 35a.

jefatura, cuyo radio de acci?n comprend?a la totalidad del es tado, ten?a su base en Huamantla, y por decisi?n del presi dente Obreg?n desde mediados de 1924 estaba bajo el mando

del general Genovevo de la O. Destacado l?der zapatista y s?mbolo de demandas agrarias, el general De la O ten?a el respaldo de Obreg?n, y en Tlaxcala no iba a simpatizar con 32 Lucha Social, 22 de octubre de 1924.

33 AGNM/FPO-C, exp. 403-T-33, 16 de enero de 1925.

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la causa mendocista heredera del constitucionalismo local. Su

presencia en la zona suscit? el benepl?cito de algunos ?los grupos opositores reunidos en torno al PLET y al PAT, y los agraristas en general?, y el malestar de otros, los goberna dores Apango y luego Mendoza y, por consiguiente, el PLCT. De hecho, y como lo veremos m?s adelante, la tensi?n entre el ejecutivo local y De la O es constante hasta principios de 1925. Empero, la vida pol?tica daxcalteca no modific? por ello

su rumbo en lo esencial, pues el papel que De la O vino a desempe?ar fue el de elemento nivelador de las fuerzas en

pugna, un factor de equilibrio m?s que de nueva definici?n.

A estos dos cuerpos armados de naturaleza "legal", los re gionales y los federales, cabe agregar peque?os grupos de hom

bres fieles al gobernador ?acaso armados por ?l?, hecho que es denunciado reiteradamente por la oposici?n durante el a?o de 1924 como causa de presi?n y amedrentamiento.34 Nue vamente desconocemos la composici?n de estos grupos, pero todo sugiere que su peso dentro del sistema pol?tico local era menor, con un car?cter meramente auxiliar en el aspecto ar mado, particularmente efectivo a la hora de las elecciones.

De acuerdo con la Ley Org?nica Electoral en vigencia,

Tlaxcala se divid?a en 15 distritos electorales de 12 000 habi tantes cada uno.35 Las elecciones estuvieron viciadas y exis tieron m?ltiples anomal?as. Las protestas al respecto abundan y su origen es variado: provienen de diputados, de funciona rios municipales, de la Jefatura de Operaciones Militares, de agraristas, de obreros y de los partidos pol?ticos de oposici?n,

el PLET y el PAT. El objeto de las mismas se reitera: irregu laridades de la campa?a electoral, violaciones a la ley electo ral, imposici?n " descarada" del gobierno local en favor de Ignacio Mendoza, presencia innecesaria de las fuerzas regio

34 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33 y AGNM/FGO, caja 92, exp. 4.

35 Guando hubiere fracci?n que excediera los 8 000 habitantes se for mar?a un distrito nuevo. Los 15 distritos electorales en los que la entidad quedaba dividida ten?an por cabecera las municipalidades siguientes: Tlax cala, Ixtacuixtla, Chiautempan, Tlaxco, Teda, Apizaco, Xaltocan, Hua mantla, Terrenate, Ixtenco, Zacatelco, Nativitas, Xicot?ncatl, Calpulalpam y Espa?ita. Ley Org?nica Electoral, 1924.

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nales en los municipios, detenci?n arbitraria de ciudadanos y pol?ticos.36 De todos los rincones del estado se oyen las voces incon

formes: de los municipios de Tlaxcala, Huamantla, Espa?i ta, Santa Ana Chiautempan, El Carmen Tequixquitl?n, Teolocholco, Zacatelco, Xicot?ncad, Nativitas, Calpulalpam, Apetatid?n, Zidaltepec, Panotla, Lardiz?bal y Apizaco. La "imposici?n apanguista", como dio en llamarse, apel? a di ferentes formas de intimidaci?n y violencia en favor del can

didato oficial Ignacio Mendoza. Se ech? mano de viejos y tradicionales recursos del fraude electoral: nombramiento por

parte del ejecutivo de autoridades municipales provisionales, o sea con personal de absoluta lealtad al gobernador, con la excusa de irregularidades electorales; nulificaci?n de votos y

de casillas electorales por argumentos varios; amedrentamiento

y amenazas ?incluso de muerte? a los opositores reconoci

dos; prisi?n de agraristas; presencia de las fuerzas regionales y de hombres gobiernistas armados en las mesas de votaci?n.

Los m?todos utilizados estaban ya ampliamente probados; era nueva la facci?n que los echaba a funcionar. Su habilidad pa rec?a estar en proporci?n inversa a la debilidad de los oposi tores, ya fueran los partidos pol?ticos, los agraristas, las

autoridades municipales constitucionales ?esto es, electas regularmente? o ciertos ciudadanos vecinos de los pueblos.

Dentro de este cuadro es de subrayar la importancia que tu

vieron para el sistema los ayuntamientos provisionales, cuyo n?mero se elev? a 20 o m?s en un total de 36 municipios, seg?n diputados del PLET.37 Los partidos pol?ticos en particular acusan m?s directamente

al Partido Liberal Constitucionalista Tlaxcalteca. Otra vez se denuncia la presi?n manifiesta que el gobernador Apango ejerce en pro del candidato de su partido. El PLET repudia los medios violentos de esa "labor imposicionista" ante el pre sidente de la rep?blica, as? como las calumnias y amenazas que dice han recibido sus candidatos. Elevan a aqu?l una lis 36 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33, 408-T-19 y 428-T-46; tambi?n AGNM/FGO, caja 92, exp. 4.

37 AGNM/FPO-C, exp. 428-T-46 y 408-T-33.

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ta de hechos delictuosos de los que responsabilizan a gente del gobernador y solicitan que una comisi?n especial investi gue ciertos asesinatos cometidos. Tambi?n piden el desarme de la gendarmer?a local.38 Pero tal vez la denuncia m?s in teresante hecha por el PLET, a la cual ya nos referimos, es aquella en la que indica que el gobierno local se ha "conver tido en partido pol?tico".39 En efecto, el sue?o acariciado por tantas facciones revolucionarias de un partido pol?tico "propio" que afianzara y legitimara el poder detentado iba convirti?ndose en realidad en Tlaxcala.

El Partido Agrarista Tlaxcalteca acusa al PLCT de ser alia do de los latifundistas. Por conducto de la Alianza de Parti dos Revolucionarios denuncia tambi?n la burla electoral, la brutal opresi?n y las persecuciones. En enero de 1925 solici ta la libertad de su secretario interior, el agrarista Miguel

Castillo.40

Por su parte, el general De la O afirma que una multitud de quejas existe en su cuartel general, por las cuales muchos

vecinos piden garant?as contra los actos "salvajes" que co meten los incondicionales del gobierno. De hecho, en varias oportunidades los quejosos solicitan el env?o de un destaca mento federal para asegurar la tranquilidad p?blica. Asimis mo, la mayor?a de las protestas que llegan a la presidencia de la rep?blica son remitidas tanto al ejecutivo local como a la 35a. jefatura, por lo que el general De la O tiene conoci miento del acontecer pol?tico de la entidad e investiga o in terviene en los casos que as? ordene la Secretar?a de Guerra y Marina. Por ejemplo, ante quejas de vecinos en contra de las autoridades municipales provisionales, Genovevo eleva a ?stas una circular pidiendo informes al respecto.41 Mas co mo era de esperar De la O ten?a preferencias personales en Tlaxcala, las cuales aparentemente favorec?an a agraristas la 38 AGNM/FPO-C, exp. 428-T-46, 2 de julio de 1924.

39 Vid, nota 28.

40 Lucha Social, 19 de abril de 1924; AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33 y

428-T-19.

41 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33 y 428-T-19; y AGNM/FGO, caja 92,

exp. 4.

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boristas. Lo que es claro es su posici?n contraria a la facci?n pelecista. La Secretar?a de Guerra y Marina le llama la aten ci?n a efecto de que evite inmiscuirse en asuntos pol?ticos.42 Sin embargo, eran tiempos de cambio a nivel presidencial.

El respaldo que De la O ten?a en el presidente Obreg?n lle gaba a su fin junto con el periodo del mandato de ?ste, y ello iba a efectuar el equilibrio de fuerzas en Tlaxcala.

A pesar de la infinidad de protestas y denuncias el 15 de enero de 1925 el doctor Apango deja la gubernatura en ma nos de Ignacio Mendoza. El ejecutivo federal reconoce al nue

vo gobernador, y desde un primer momento demuestra

intenciones negociadoras, pues las circunstancias en las que Mendoza hab?a accedido al poder requer?an de un entendi miento del presidente con las fuerzas locales en descontento.

Es de advertir que esta negociaci?n ser?a de distinta ?ndole a la efectuada en el escenario nacional, como veremos.

Al d?a siguiente de la transmisi?n del mando, el 16 de enero,

Luis N. Morones, secretario de Industria, Comercio y Tra bajo y l?der de la CROM y del Partido Laborista Mexicano, es comisionado por el presidente Calles a Tlaxcala. Su mi si?n: llegar a un acuerdo con los inconformes. La lista de los que se hacen presentes es extensa: "grupos de campesinos y obreros de varias f?bricas... hasta llegar a unos quinientos hombres... " que son representantes de los pueblos de Texo loc, Zacatelco, San Jos? Atoyatenco, Xochitecatida, San Pa blo del Monte, Tenancingo y otros m?s; el secretario general del Partido Laborista del Estado de Tlaxcala y el de la Alian za de Partidos Revolucionarios; representantes de la CROM; el general Isabel Guerrero ?ex combatiente arenista? y el general Manuel Fern?ndez de Lara, ambos partidarios del

candidato del PLET, Octavio Hidalgo; y grupos armados

?seguramente rebeldes partidarios de Octavio Hidalgo. Por las cl?usulas de un acta los inconformes se comprometieron .. .a no ejercitar ninguna acci?n violenta en contra del Gobierno

Local o sus representantes, ni a dar ning?n motivo que obligue

42 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33 y AGNM/FGO, caja 93, exp. 6.

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al Ejecutivo Federal a intervenir... y que, en cumplimiento de la disposici?n que el Presidente se ha servido dictar, har?n en trega de las armas que tienen en su poder con la mejor voluntad y esperanza que tambi?n sean entregadas al Jefe Militar... las armas que poseen los miembros de los grupos del Gobierno

Local.43

Adem?s solicitaban el amparo del poder federal para lu char democr?ticamente en las siguientes elecciones de dipu tados locales a efectuarse en febrero de 1925. Los legisladores del PLET explicaban que hab?an hecho todo lo posible den tro de la ley para conseguir el respeto por el voto p?blico,

pero que al no lograrlo

habr?amos aconsejado y seguido en persona el recurso de las ar mas si el Presidente de la Rep?blica no hubiera reconocido co

mo gobernador a Mendoza; pero habi?ndole otorgado ben?volamente su reconocimiento la cuesti?n dej? de ser local torn?ndose en federal... y en este terreno no es posible hacer ya nada... el Centro tiene elementos de sobra para imponerse.44

En realidad el ejecutivo nacional se basaba en el acontecer tlaxcalteca, donde el control mendocista era hegem?nico. Y aprovechaba, claro est?, para mermarle fuerzas a este gru po: el presidente C edles ordena el desarme de la gendarmer?a del estado, lo que motiva protestas del gobernador Mendo za.45 El centro se impon?a como arbitro del conflicto en

Tlaxcala, sacando las ventajas que el mismo pudiera con cederle.

La l?gica callista buscaba un equilibrio de poder en la en tidad. Equilibrio que, como es obvio, pod?a implicar el en torpecimiento del desempe?o de unos y el apoyo para otros, aunque estos "adversarios'' y estos ''aliados" no fueran los mismos en el plano local que en el nacional. Esto es: si bien

el Partido Laborista Mexicano ?brazo pol?tico de la

CROM? es parte de la estructura del poder de Calles en lo 43 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33, 16 de enero de 1925.

44 Excelsior, 16 de enero de 1925.

45 AGNM/FPO-C, exp. 408-T-33.

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nacional, en un estado peque?o como Tlaxcala el presidente prefiere apuntalar al grupo mendocista ya establecido y no a los d?biles personeros del laborismo local. De tal suerte, la facci?n Mendoza-Apango ve ratificado su dominio en el es tado. Pasar?an todav?a algunos a?os para que los pelecistas, convertidos entonces en miembros del Partido Socialista de Tlaxcala ?sucesor directo del PLCT?, tuvieran dificultades con el ejecutivo nacional. Vistas las cosas desde el centro, por ahora era m?s inteligente negociar con una facci?n de tras cendencia menor y controlable, la cual daba muestras de ase gurar el mantenimiento del orden p?blico en la regi?n.

Un comentario final En 1922 el Partido Liberal Constitucionalista, sujeto a los ava tares caudillistas, entraba en una profunda agon?a d? la que no se recuperar?a jam?s. No obstante, en Tlaxcala los acon tecimientos partidistas tomar?an otro rumbo, aunque igual mente ligado a las facciones en el poder. El PLCT tendr?a all? plena vida hasta 1926, a?o en que lo heredar?a el Partido So cialista de Tlaxcala, fundado por la mano hegem?nica del gru

po mendocista. Esta aparente paradoja se explica, en lo

fundamental, por la conjunci?n de dos ?pticas, la local y la

nacional.

En cuanto a la primera, el desarrollo del movimiento re volucionario armado en el estado hab?a tenido como vence dores a los rojistas-constitucionalistas, de cuyas filas hab?a surgido el grupo civil de Mendoza que con gran ingenio su po copar hacia 1920 el poder constitucionalista del que hab?a sido parte integrante. Si bien el conocimiento de los prime ros a?os de vida de esta ?lite es bastante limitado, cabe afir

mar que su dominio se bas? en una particular habilidad pol?tica para heredar al rojismo, as? como en la inexistencia de contrincantes armados de importancia y de opositores de

peso en general. Es claro que el eficaz manejo del aparato

de gobierno ?el cual era el centro del control burocr?tico ad ministrativo, partidista y electoral? fue un factor esencial, por medio del cual se controlaban la mayor?a de los munici

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TLAXCALA EN 1924

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pios, la Comisi?n Local Agraria, el congreso local y segura mente la totalidad de los cargos p?blicos. Tambi?n sabemos que los hacendados de la zona dieron un t?cito apoyo al sis

tema ?tal vez expl?cito en alg?n momento? como, even tualmente, tambi?n lo hizo el clero local. Un pu?ado de

hombres armados, en particular la gendarmer?a del estado, fue suficiente para establecer el orden que quer?a imponerse.

Para toda la d?cada de 1920 queda a?n por estudiar el pa pel desempe?ado por la CROM local y por los obreros dax caltecas, principalmente trabajadores textiles; pero es evidente

que en 1924 no hay ning?n tipo de organizaci?n obrera con trolada por el ejecutivo local. En s?ntesis observamos a un per

sonal p?blico "moderno", cuyo patrimonio pol?tico lo

construyen a partir del dominio del aparato estatal, desde el cual ventajosamente negocian con las dem?s fuerzas en pug na. No hay organizaciones de masas; no hay coaliciones con milicias populares: en cierta manera es un modelo pol?tico

"marginado" del com?n denominador nacional imperante en esos a?os. Un grupo dirigente que hizo suyo, us? como

herramienta pol?tica y oficializ? a un partido pol?tico, el Libe

ral Constitucionalista Tlaxcalteca.

El segundo nudo explicativo deviene a trav?s del entrete jido de la historia del pa?s como totalidad. En 1920, por lo oportuna que resulta ser la coyuntura nacional para el esta blecimiento de la facci?n daxcalteca; esto es, acceder al po

der al tiempo que el Grupo Sonora hac?a lo mismo en el centro,

o sea, cuando la estructura federal era todav?a muy fr?gil.

Despu?s, a fines de 1924, por medio de dos elementos cru ciales para el presidente Calles: unidad revolucionaria y ne gociaci?n. Seg?n el primero, a nivel de provincia la l?gica callista consist?a en establecer alianzas con miras a consoli dar la "familia revolucionaria" y en especial a su propia fac ci?n; y, dentro de este mismo patr?n, no crearse enemigos, sobre todo si ?stos gozaban de cierto poder?o. Pero bajo este presupuesto los considerados amigos y enemigos con los que se negociaba bien pod?an cambiar seg?n el tiempo y el espa cio. El caso de Tlaxcala parece confirmar esta afirmaci?n.

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98 DIANA JUANIC?

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TESTIMONIO

?C?MO DEBEN CONMEMORARSE

LOS QUINIENTOS A?OS DEL

DESCUBRIMIENTO DE AM?RICA?

Presento mis ideas en forma de entrevista. Con frecuencia mi mu

jer y yo nos indignamos cuando leemos en numerosos peri?dicos, encuestas sobre elecciones, marihuana, disminuci?n de tensiones pol?ticas, etc., porque ning?n entrevistador toma jam?s en cuenta nuestra opini?n sobre materia alguna. Dem?s est? decir que tene mos poca confianza en las conclusiones a las que se llega sin nues tra participaci?n. Para evitar ese sesgo en las conclusiones que se obtengan sobre 1992, decid? hacer las preguntas y darles respuesta

yo mismo.

Pregunta: ?Deber?amos conmemorar 1492?

Respuesta: No hay alternativa. Las conmemoraciones y el cari?o que se les tiene est?n de tal manera arraigados en lo que Richard M. Morse llamar?a la forma casu?stica tomista ib?rica de ver la vi da, que nos ser?a imposible evitar esos concilios rituales. Los indi genistas atribuir?an quiz? el extendid?simo afecto por los congresos

hist?ricos en (y sobre) Am?rica Latina a lo que los antrop?logos clasificar?an como "complejo de fiesta'' o "s?ndrome del mercado de celebraci?n'' al sur del r?o Bravo. Tambi?n podr?amos explicar el fen?meno a base de la inclinaci?n que los especialistas en Am? rica Latina tienen por los viajes ?cualesquiera que sean su nacio nalidad o filosof?a de la historia?, siempre y cuando alguien les pague el pasaje. Si los especialistas en Am?rica Latina tuvieran el nervio y el dinero necesarios, pasar?an buena parte de su tiempo celebrando alg?n acontecimiento hist?rico. Bartolom? de las Ca sas, por ejemplo ?a quien mis lectores esperan que mencione?, recibi? mucha atenci?n en 1966 al conmemorarse los cuatrocien-* tos a?os de su muerte, y en 1974 recibi? m?s atenci?n a?n cuando HMex., xxxvii: 1, 1987

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TESTIMONIO

se celebraron los quinientos a?os de su nacimiento. Hace tiempo se descubri? en Sevilla un documento que se?ala 1484 como a?o de nacimiento, no 1474 como se hab?a dicho, y por eso los especia listas se animaron unos a otros para otra conmemoraci?n en 1984.

P: ?Por qu? est? tan seguro de que habr? grandes celebraciones

en 1992?

R: Los espa?oles empezaron a hacer planes ya, hecho notable en s?. Por lo menos se han organizado dos reuniones nacionales ?algo as? como precongresos? para aclarar pol?ticas y preparar programas concretos. Compare esto con lo que ocurri? en 1892; entonces hubo en Madrid unas cuantas conferencias deshilvana das, porque nadie se preocupaba mucho por el Nuevo Mundo. En

nuestros d?as, Madrid, Sevilla y Valladolid cuentan con centros muy

activos de investigaci?n y ense?anza sobre Am?rica Latina, y con historiadores que trabajan de manera individual. Los espa?oles han desarrollado lo que podr?amos denominar infraestructura acad? mica y est?n listos para despegar, para usar la terminolog?a econ? mica en el desarrollo hist?rico. Tengo entendido que, de hecho, algunos historiadores espa?oles preferir?an celebrar solos 1992, como

si fuera cosa de Espa?a.

P: ?Qu? hay de malo en ello?

R: Nada, desde la perspectiva de un espa?ol. Pero no hay pro blema importante en la historia de Espa?a en Am?rica desde 1492 hasta hoy, en el que alguna investigaci?n b?sica no haya sido rea lizada por alguien que no sea espa?ol. Sobre Col?n, por ejemplo, ser?a dif?cil no tomar en cuenta los trabajos de ese venerable almi rante de Boston, Samuel Eliot Morison. Y tampoco en la arqueo log?a prehisp?nica ni la antropolog?a ind?gena, porque su dominio corresponde tambi?n en buena medida a quienes no son espa?o les. Nadie ha dedicado m?s atenci?n constante a la cuesti?n del mes

tizaje que el sueco Magnus M?rner.

P: ?Por qu? no se encarga de la celebraci?n el Congreso Inter nacional de Americanistas?

R: Esa es una posibilidad, aunque nadie que haya estado en ese circo de tres pistas puede entusiasmarse con la perspectiva. El Con greso se re?ne con demasiada frecuencia ?cada dos a?os? y sus

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programas son muy extensos y miscel?neos. Sin duda es dif?cil, qui

z? imposible, tener reuniones bien organizadas bajo ese sistema, a pesar de que en los cien a?os que tiene de vida se presentaron en ?l excelentes monograf?as. El Congreso debe ser una de las aso ciaciones internacionales m?s antiguas; pero sus sesiones han cre cido tanto que han adquirido las caracter?sticas de un supermercado, bajo cuya gigantesca cubierta hay para todos, algo similar a las reu niones anuales de la Asociaci?n Hist?rica Americana. El Congre so de 1976, que tuvo lugar en Par?s, para celebrar sus primeros cien a?os, fue enorme. Tal vez es ya tan grande y pesado que con el tiempo se inmovilizar?, como monstruo prehist?rico. Siempre que asisto al Congreso Internacional de Americanistas, no puedo menos que advertir el contraste con el agradable Coloquio Inter

nacional de Estudios Lusobrasile?os. Sospecho, adem?s, que al

gunos historiadores piensan que su papel en el Congreso no ha sido importante; se sienten agobiados por las verdaderas tribus de an trop?logos que regularmente concurren.

Lo mismo se puede decir de la Asociaci?n Internacional de His panistas, aunque el problema ah? es que los literatos predominan, a pesar de que a veces se esfuerzan por atraer a un historiador a manera de s?mbolo. En la aih, el tema por excelencia es Espa?a; en el Congreso, Am?rica; la mayor parte de los historiadores opi nan que tanto Espa?a como Am?rica deben ser objeto de investi gaci?n si se quiere conseguir una historia coherente.

Otro peligro son esos perpetuos entusiastas que est?n en cons tante movimiento para probar que alguien lleg? a Am?rica antes que Col?n. ?Sabe usted que Timothy Severin y cuatro intr?pidos exploradores quieren hacer el viaje que se supone hizo San Bren dan, nueve siglos antes que Col?n, a trav?s de Islandia y Groen landia? Un aspecto original del viaje es que remar?n esas 4 000 millas en un barco de 36 pies que tiene forma de pl?tano, fabrica do con madera y piel; lo construyeron en Crosshaven con material que surtieron firmas brit?nicas con la ayuda de la British Leather Manufacturer's Association, que hace publicidad para el proyecto anunciando: "la piel lo transporta all?".

P: Es dif?cil complacerlo. ?Qu? me dice del Congreso Interna cional de Ciencias Hist?ricas?

R: La ventaja es que sus reuniones est?n bastante separadas: se hacen cada cinco a?os. Pero es una instituci?n muy concentra da en Europa, a pesar de que su Congreso de 1975 tuvo por sede This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:10:00 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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San Francisco, lo que permiti? la asistencia de muchos especialis tas de Jap?n, M?xico y Estados Unidos. En congresos anteriores se hab?a notado mucho la ausencia de los latinoamericanos, pero no es sorprendente, ya que el programa pocas veces se elabora pa ra cubrir sus intereses. La Rep?blica Popular China no envi? re

presentantes a San Francisco, algo que fue de lamentar.

Posteriormente ha habido indicios de un renovado inter?s por la historia en China e incluso se ha establecido una sociedad para el estudio de la historia de Am?rica Latina que ha publicado su pri mer bolet?n en chino.

P: ?Tiene algo concreto que proponer?

R: Algo, aunque no muy concreto. Espero que las conversacio nes sobre cooperaci?n internacional de la conferencia sobre histo ria de Am?rica Latina que organiz? la aha den resultados. Estaban all? algunos de los mejores historiadores de Latinoam?rica as? co

mo de Europa, Jap?n y Estados Unidos.

Es absolutamente necesario que la historia de Am?rica Latina se estudie desde varios ?ngulos, y que lo hagan diferentes historia dores ?por supuesto, lo mismo debe decirse de toda la historia.

La Comisi?n de Historia del Instituto Panamericano de Geograf?a e Historia prest? servicios ?tiles en el pasado, sobre todo cuando Silvio Zavala estuvo al frente, pero se trata de una organizaci?n regional del Nuevo Mundo. La Asociaci?n de Historia del Caribe y la nueva de Historiadores Latinoamericanos1 tienen tambi?n funciones Concretas, porque es deseable que surjan grupos regio nales de diverso tipo.

Los especialistas europeos en Am?rica Latina trabajan con en tusiasmo; fue sumamente importante el Coloquio sobre Migraci?n a Am?rica Latina que tuvo lugar en Colonia en 1975. Se presenta ron monograf?as valiosas sobre este tema olvidado durante mucho tiempo, y la perspectiva era adecuada. Los europeos estudian un tema que les interesa: las consecuencias que esa migraci?n tiene en Europa. Eso es m?s comprensible y justificable que el hecho de que historiadores no latinoamericanos intenten definir cu?les son "las aspiraciones de las generaciones latinoamericanas actuales" y estudien luego problemas que son "importantes para los conflic

1 V?ase el informe de esta reuni?n en Resumen-Encuentro, 1974. V?a se la bibliograf?a al final de este art?culo.

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TESTIMONIO

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tos de hoy".2 Siempre hubo, y hay, en Estados Unidos, y quiz? tambi?n en Europa, lo que podr?a llamarse altruismo agresivo, pe ligro latente del que los historiadores deber?an cuidarse en benefi

cio de su trabajo.

La diversidad de asociaciones es un medio para alentar el estu dio amplio de la historia, siempre que esos grupos no se formen con historiadores que piensen y sientan lo mismo.

P: Perdone la rudeza, pero, ?no es su actitud ingenua, si tene mos en cuenta la historia del Congreso Internacional de Ciencias Hist?ricas y la pol?tica mundial de hoy?

R: No me sorprende su reacci?n, y, en efecto, quiz? soy inge nuo. Pero, ?imagina usted algo mejor?

P: Perd?n, quien pregunta soy yo. Si a partir de las conversa ciones de San Francisco se organizara una Comisi?n Internacional sobre Historia de Am?rica Latina, ?qu? har?a, exactamente?

R: Me da gusto que pregunte eso. Un trabajo que publiqu? ha ce poco, "American historians in the world today: Reponsabilities and opportunities", trata ese tema de manera general.3 Perm?ta me aplicar las sugerencias que all? expongo para la historia de Am? rica Latina, en lo que se refiere a fuentes, ense?anza de la historia e intercambio entre historiadores.

P: No sea demasiado prolijo.

2 Las frases proceden del brillante, aunque no del todo convincente ar t?culo de M?rner, 1973, pp. 84-86. Por ejemplo, M?rner tiene una idea vaga de la historia de la mujer en Am?rica Latina, sobre todo cuando tra tan el tema especialistas estadounidenses; lo considera tema noble pero de poca importancia para Am?rica Latina. Pero un informe de Naciones Uni das {The New York Times, 7 de septiembre de 1975) dice que "las mujeres que no leen ni escriben constituyen las dos terceras partes de los 800 millo nes de analfabetas en el mundo. La mayor?a son de pa?ses subdesarrolla

dos de Asia, ?frica y Am?rica Latina. Aqu? y en otros lugares, las

costumbres sociales separan a las mujeres de la educaci?n". ?Acaso no es importante el estudio del papel de la mujer y los cambios que en ?l se producen, especialmente para los que, como M?rner, se interesan por el subdesarrollo?, o ?los historiadores que no son latinoamericanos deben ren dirse ante la tradici?n machista simplemente porque los historiadores latino americanos no tienen inter?s en la historia de la mujer?

3 Hanke, 1975, pp. 1-20.

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TESTIMONIO

R: Quien se interese en detalles puede consultar el discurso que le? en la aha; as? pues, s?lo expondr? aqu? ideas generales sobre lo que puede hacer una Comisi?n Internacional sobre Historia de

Am?rica Latina.

Fuentes Las fuentes hist?ricas b?sicas est?n muy desperdigadas, a menudo mal organizadas, y a veces es dif?cil utilizarlas por las restricciones que sobre ellas pesan. Adem?s, y como dijo el historiador polaco Tadeuz Lepkowsky en su ponencia de San Francisco en 1975, es necesario atender m?s materiales que no sean europeos, como fuen tes no escritas o las que est?n en lenguas no europeas. Dijo en su conclusi?n que estas fuentes m?s amplias har?an posible, de mane ra sustancial, una historia m?s profunda que puede convertirse en lo que llam? una "fuerza pol?tica progresista".4 La ?ltima frase ilustra otro problema que puede tratarse inter nacionalmente: el l?xico. ?Qu? quiere decir, en t?rminos precisos, progresista? Si los historiadores de Pek?n se interesan alguna vez por la historia de Am?rica Latina, ?qu? significado dar?an a la pala bra? M?s de un ce?o se alterar?a tambi?n en Peor?a (Illinois) y quiz? en Popay?n (Colombia) al o?r el t?rmino. Si las pl?ticas interna cionales, tuvieran alg?n sentido para los historiadores, deber?an lle

gar a un acuerdo sobre palabras como "burgu?s", "marxista", "conservador", y otra verborrea ideol?gica. M.S. Alperovich, des tacado especialista sovi?tico en historia de Am?rica Latina, dice que

es urgente intercambiar opiniones sobre problemas hist?ricos fun damentales. Si se hiciera ese intercambio, tal vez descubrir?amos que no es posible llegar a un acuerdo sobre el l?xico. En ese caso, quiz? deber?amos desterrar t?rminos empleados por los historia dores profesionales como progresista, pero ser?a m?s pr?ctico pedir

a quien emplee ?stos que los defina exactamente cuando los use por primera vez.

Si no hay acuerdo posible sobre l?xico, los historiadores tendr?n el mismo problema que Alicia en su conversaci?n con Humpty Dumpty, que en el texto de A trav?s del espejo de Lewis Carroll se lee como sigue:

? Cuando uso una palabra ?dijo Humpty Dumpty en to

no algo socarr?n? significa exactamente lo que quiero que signifique, nada m?s ni nada menos.

4 Lepkowsky, 1975, p. 224.

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? Pero el problema ?dijo Alicia? es si puedes hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes.

Quiz? soy muy sensible sobre este asunto, porque alguna vez se me clasific? entre los representantes de la "historiograf?a bur guesa reaccionaria", que no merec?a otro nombre que el de "apo logista del colonialismo espa?ol".5 Es imprescindible que en todos los pa?ses haya acceso a las fuen tes, si queremos que las pl?ticas internacionales no se empantanen en la interminable defensa de opiniones que no convencer?an a na die. Mi proyecto favorito, a prop?sito de fuentes, es la coopera ci?n internacional para grabar en micropel?cula gran cantidad de manuscritos esenciales, sobre todo en Espa?a, y preparar buenos cat?logos que sirvan de gu?a. Los historiadores de cualquier parte del mundo podr?an elaborar sus ideas sobre el significado verdade ro de progresista (o conceptos de otro tipo) con base en una docu mentaci?n m?s completa de la que ahora tienen.

Ense?ar historia El tema es extremadamente delicado. No me sorprender?a encon trar historiadores tan lentos para analizar de qu? manera se ense ?a historia en sus pa?ses, como son lentas las naciones para llegar a un acuerdo sobre armas nucleares y la inspecci?n in situ de las mismas. En ninguno de los catorce congresos internacionales so bre historia que hubo hasta ahora se ha prestado mucha atenci?n a Ja ense?anza de la historia. Salvo en los programas iniciales de la Unesco, y en los de la Comisi?n de Historia para los Pueblos

Americanos.

Ser?a conveniente, quiz?, comenzar investigaciones sobre la en se?anza de la historia en las que cada pa?s tome su responsabili dad. Por ejemplo, podr?a pedirse a la Conferencia M?xico-Estados Unidos de historiadores ?que cuenta ya con casi treinta a?os de 5 Bartley, 1970, p. 60. V?ase tambi?n Alperovich, 1970, pp. 63-70.

Ejemplo actual del uso de palabras como *'democr?tico", "socialista", y otros t?rminos cargados de contenido pol?tico, puede verse en Am?rica La

tina, n?m. 1, en la serie publicada en 1975 por el Instituto de Am?rica Latina de la Academia de Ciencias de la URSS. M?rner est? tambi?n en favor del uso m?s cuidadoso y menos estrecho de palabras como * 'libera

lismo", M?rner, 1973, p. 88.

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existencia y cinco excelentes reuniones? que tome a su cargo la tarea en ambos pa?ses, aunque me gustar?a que participara en ella un grupo internacional, y no quedara limitada solamente a histo riadores de las dos naciones.

Intercambio de historiadores

Tal vez, m?s que cualquier otro investigador, el historiador nece sita moverse en el mundo con tanta libertad como sea posible, pa ra disminuir sus prejuicios. El historiador ayuda a crear im?genes de los hombres, por las que ?stos viven y mueren. ?C?mo quere mos que vean con perspectiva adecuada su historia, si no conocen la de otros pa?ses?

P: Volvamos a 1992. ?Cree usted que los planes para el aniver sario estar?an mejor en manos de la Comisi?n Internacional que

mencion??

R: ?Por qu? no? Pero que florezcan tambi?n cien flores.* Espa ?a podr?a hacer lo que guste, y lo mismo otros pa?ses. La materia es amplia, y nunca se abarcar? completamente.

Ahora bien, para que el mundo llegue a entender en toda su profundidad qu? sucedi? a Europa, Am?rica y otras partes del mun

do con la apertura del Nuevo Mundo, se necesita una Comisi?n Internacional que intuya las dimensiones y complejidad del tema y le haga justicia.

P: Una ?ltima duda: esta entrevista, ?tiene alg?n valor para nuestra discusi?n?

R: Empezaba a dudar que lo preguntara. Mi prop?sito original era hacer algo sobre "La importancia teol?gica del descubrimien to de Am?rica", t?pico seguro y adecuado, porque a todos gusta el tintineo s?lido de "teolog?a", aunque sepan poco del asunto; su sorpresa ser?a may?scula si supieran cu?ntas teolog?as se han crea

do en a?os y en muchas tierras. ?Vaya! trat? el mismo tema en 1975,

en ese animado coloquio sobre "Primeras im?genes de Am?rica" * Frase atribuida a Mao Tse-tung, que en una palabra significa "tole

rancia" (N. del T.).

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TESTIMONIO

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que patrocin? el Centro de Estudios Medievales y del Renacimiento de la Universidad de California en Los Angeles.

Luego pens? analizar una disputa antigua y violenta: de qu? ma nera la realidad? de la vida en Am?rica bajo el dominio espa?ol se relaciona con los centenares de leyes extraordinarias y humanita rias de la madre patria, en especial aquellas pensadas para prote

ger a los ind?genas. Otros temas hist?ricos han ocultado esa

c?nflictiva materia en estos a?os, pero el problema sigue siendo un tormento para los historiadores, especialmente para los hispano

hablantes.

Me parece, tambi?n, que algunos historiadores piensan que el tema est? pasado de moda. Por lo dem?s, para tratar adecuada mente esa disputa, se necesitar?an muchas p?ginas, m?ltiples no tas al pie, algo poco adecuado para este ensayo. Y lo lamento porque

no puedo usar un dicho parecido a ?ste: "obed?zcase pero no se cumpla", frase famosa que nadie ha de citar sin aludir, al mismo tiempo, a un ejemplo concreto y documentado de su uso real en Am?rica. Si se siguiera este consejo a la letra, ser?a suficiente para economizar mucho papel y tinta. Encontrar? engastada en muchas historias la conseja de c?mo los virreyes y otros funcionarios de Am?

rica, jurando solemnemente obedecer la orden del rey, repet?an la conocida frase y proced?an luego como les plac?a. Los que no quie ren a Espa?a ?y en los siglos muchos se le han enfrentado por razones pol?ticas y religiosas? usan la frase sin comprender que el prop?sito de "obedezco, pero no cumplo" era un recurso, una manera de conseguir cierta flexibilidad en la ley dictada por una autoridad central lejana, para toda la variedad de casos que conte n?a su gigantesco imperio. Ver? que quienes citan esa frase, sin entender, a veces, sus antecedentes hist?ricos, la usan para probar que muchas disposiciones de las leyes de Indias se "obedec?an" hi p?critamente y nunca se pon?an en pr?ctica. Creo que los gober

nantes usaban la frase de manera tan espor?dica, que los que

quieran citarla tendr?n que investigar mucho para topar con un documento que la contenga.

Ahora que estoy dictando la ley, perm?tame a?adir una. Los ju ristas se entusiasman tanto con los meandros de la ley, que termi

nan por admirar el sistema que la elabora sin dedicar tiempo

suficiente a c?mo se la ejecuta. As? pues, mi segunda advertencia es insistir en que todos esos "juristas" se conviertan en verdaderos estudiosos de las leyes, y analicen las circunstancias que prescri bieron la ley y los resultados de su ejecuci?n o de su no ejecuci?n.

El conjunto de leyes m?s importante promulgado durante el impe

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TESTIMONIO

rio, las Ordenanzas del virrey Francisco de Toledo, no se han es tudiado con ese rigor. Ejemplo claro de la pobreza y aridez del mezquino estudio de la cuesti?n jur?dica es la secci?n "Los dere chos del hombre' ' en el congreso internacional de San Francisco;6 excepci?n digna es el trabajo de Magnus M?rner, "La corona es pa?ola y los for?neos en los pueblos indios de Am?rica' ' (Estocol

mo, 1970).

Sol?a decir el historiador ingl?s Edward S. Freeman, que la his toria era pol?tica de tiempos pasados. En nuestros d?as, en ocasio nes parece que la historia de Am?rica Latina de todas las ?pocas se considera pol?tica actual, y como tal se la escribe. Si mis dos ad vertencias se tienen en cuenta, el cambio de ideas internacional se r? algo diferente, sobre todo si hay m?s acceso a las fuentes.

No debemos olvidar que una cadena de papel manten?a la soli

dez del imperio. Por suerte para los historiadores, los espa?oles eran

excelentes bur?cratas que ped?an copias por triplicado y hasta por cuadruplicado. As? pues, toneladas de manuscritos de enorme va riedad esperan al estudioso del imperio espa?ol en Am?rica. Pero

quiz? piense usted que divago.

P: En realidad, s?; concrete algo, si puede.

R: Concluir? pues, con una cita de Charles Boxer: "El estudio so holand?s J.C. Van Leur observ? atinadamente que los europeos dedicados a la historia colonial se inclinan a ver las relaciones de sus antepasados con los asi?ticos desde el puente de un navio de la East India, desde las almenas de una fortaleza o desde el balc?n

de un puesto comercial."7 Aunque los especialistas en Am?rica Latina no delatemos tanto

esa inclinaci?n (quiz? manifiesto aqu? los prejuicios de mi tribu), ?acaso podemos decir que la cita no sirva tambi?n para nosotros?

Espa?oles y portugueses desarrollaron en Am?rica una sociedad sobre la cual las costumbres, ideas y t?cnicas europeas ejercieron una influencia que cambi? la vida de los que aqu? viv?an, que al guien calific? como el "cambio cultural m?s grande de todos los tiempos' ' .8 El ?rea gigantesca del imperio ?desde California hasta 6 V?anse las dos secciones sobre el pensamiento espa?ol del siglo xvi, en Mousnier, 1975, pp. 20-33; apenas figura all? Las Casas, y Sep?lve da no es mencionado en absoluto.

7 Boxer, 1951, pp. vm-ix.

8 Schott, 1960, p. 21.

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TESTIMONIO

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Patagonia? inevitablemente ten?a el sello del ser espa?ol y de sus instituciones, en ese siglo xvi durante el cual su poder se extend?a a gran parte de Europa. Los cambios ocurridos en los d?as del vi rreinato ejercen a?n su influencia en muchos lugares de Am?rica.

Por esa raz?n, algunos historiadores insisten en la continuidad del colonialismo en los siglos xix y xx.

A pesar de todo, nunca se ha escrito la historia adecuada de los enormes cambios culturales, econ?micos y pol?ticos que siguieron a los viajes de Col?n. Por ejemplo, el punto de vista ind?gena so bre esos cambios no se ha estudiado bien, a pesar del encomiable esfuerzo de Miguel Le?n Portilla, John V. Murra, Nathan Wach tel y otros. A?n hoy, pocos historiadores (y de eso tambi?n soy cul

pable) se preocupan por aprender aimar?, n?huatl o quechua para aprovechar las escasas fuentes que se conservan en esas lenguas.

Tambi?n la influencia del mundo nuevo sobre el viejo est? en pa ?ales, y nos queda mucho por saber sobre la historia de los escla vos negros en Am?rica hisp?nica.

Hoy, m?s que nunca, se cultiva el estudio de la historia de Es pa?a en Am?rica en muchos pa?ses, desde Jap?n hasta la Uni?n Sovi?tica, desde Canad? hasta Argentina. Latin American Research Review y Handbook of Latin American Studies son destacados ejemplos

del refinado y amplio inter?s que hay por el tema. Pero no hay or ganizaci?n que d? seguridad para que las cuestiones fundamenta les no padezcan por sesgos nacionalistas, pol?ticos o te?ricos. Deber?a llamarnos a la cordura la manera en que algunos historiadores ex presan su particular indignaci?n ante las realidades pasadas y pre sentes de Am?rica Latina. Debe encontrarse un medio para mejorar la cantidad y calidad de las fuentes, y para analizar opiniones ses

gadas en el sector m?s sensible ?la ense?anza de la historia? y alentar al movimiento internacional de historiadores de modo que reciban beneficio del contacto vivo con otras culturas.

?Hay mejor forma de acercarse a esos objetivos de la historia de Am?rica Latina que por medio de una Comisi?n Internacional con bases amplias? Comisiones como ?sas presentaron en San Fran cisco programas para historiadores sobre numerosos temas: biblio

graf?a, Bizancio, historia eclesi?stica y militar comparada,

demograf?a, historia econ?mica, Revoluci?n francesa, historia ma r?tima, numism?tica, prensa, Segunda Guerra Mundial, estudios eslavos, legislatura estatal, universidades. Hay, sin duda, lugar para

una Comisi?n Internacional de Historia de Am?rica Latina am plia, que se dedique al estudio de "uno de los m?s grandiosos mo

vimientos en la historia de la civilizaci?n..., la expansi?n de

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TESTIMONIO

Europa".9 La organizaci?n de comisi?n semejante y el desarrollo de un esprit de corps profesional entre historiadores de muchos pa?

ses no ser? tarea f?cil; s? ser?a excelente manera de conmemorar la historia de los resultados de esos decisivos viajes que pusieron en estrecho contacto a millones de seres humanos, encuentro que cambi? para siempre la direcci?n de los acontecimientos, y cuyas consecuencias nos enfrentan con problemas de tanto inter?s, com plicaci?n y dificultad.

Lewis Hanke

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9 Haring, 1963, p. 1.

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TESTIMONIO 113

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RESENA

CONFLICTO Y COEXISTENCIA

LAS RELACIONES DIPLOM?TICAS M?XICO-ESTADOS UNIDOS, 1821-1848* Tema de controversia ser? siempre el que se aboca a la revisi?n de las relaciones diplom?ticas entre M?xico y Estados Unidos de Norteam?rica, porque se trata de dos idiosincrasias distintas, dos conceptos diferentes de civilizaci?n, dos culturas aparte y dos for mas de entender la vida que, oponi?ndose, tienen que coexistir a lo largo de 3 000 km de frontera, a pesar de los roces y conflictos

que propician esas mismas distinciones y divergencias.

En el decir de Alexis de Tocqueville, Estados Unidos hab?a lle gado al estado de la democracia sin tener que sufrir una revoluci?n democr?tica y hab?an nacido libres sin haber tenido que luchar pri

mero por la libertad. En contraste, el mundo latino, despu?s de tres largos y penosos siglos de dominaci?n y vasallaje, luchan y al canzan la libertad sin haber estado preparados para ello "y se de claran constitucionalmente democr?ticos sin entender ni siquiera el sentido aproximado del t?rmino".

Estados Unidos en 1821 ha consolidado su independencia y con el esp?ritu inflamado por un "llamado divino" que se transforma r?, andando el tiempo, en el Destino Manifiesto, pugnar? por un auge

econ?mico y grandeza pol?tica que los impuisa a la expansi?n, pri mero hacia el pac?fico, luego a una continentalidad y despu?s a un imperialismo global; y disfrazar?n con una capa de espiritualidad civilizadora los ego?smos m?ltiples que justifican sus acciones, co mo la expansi?n territorial y sanciones econ?micas, bloqueos y aun las intervenciones militares.

Este continentalismo se deriva de una corriente de pensamiento

* Sobre Carlos Bosch Garc?a, Documentos de la relaci?n de M?xico con Es

tados Unidos, M?xico, UNAM, 1983-1985, 4 vols.

HMex., xxxvn: 1, 1987

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RESENA

idealista que emana del car?cter propio de la colonizaci?n anglosa jona; colonizaci?n que se desarrolla con la esperanza de tener el favor divino para alcanzar sus aspiraciones nacionales, y con una creencia arraigada de autoabnegaci?n como civilizadores del res to del continente sumergido en la ignorancia y el oscurantismo de la tiran?a colonial y la intolerancia de la Iglesia cat?lica. Sin em bargo, y he aqu? la curiosa paradoja, Estados Unidos, que preten

de abogar por la tolerancia religiosa, actuar? hacia los pa?ses

recientemente independizados de Espa?a en Am?rica Latina co mo una sociedad poco tolerante, y en la frontera esta fe puritana y el empuje de lo que se conoce como The Frontier Policy se traduci r? en conflictos, persecuciones, linchamientos, asesinatos y/o la ob

tenci?n sin escr?pulos de la justicia por la propia mano, actitudes producidas adem?s por un individualismo arrogante, afianzado en

la pujanza econ?mica.

Am?rica Latina independiente emerge de estructuras econ?mi cas medievales impuestas por tres siglos de dominaci?n, y M?xico, al iniciar sus primeros contactos con el futuro Coloso del Norte, vive esclavo de la intriga, los levantamientos y cuartelazos, tumul tos populares, traiciones y trampas astutas y la vileza a nombre de la ambici?n pol?tica, los abusos y el desorden econ?mico. En lo so cial, las luchas internas por el poder as? como los cambios de admi

nistraciones comenzar?n a fusionar en un curioso crisol los

elementos que habr?an de integrar la "mexicanidad", la idea de naci?n y la forma de gobierno que mejor ha convenido al esp?ritu de sus habitantes: la rep?blica federal, representativa y democr?ti ca. La prensa de esta ?poca ser? aduladora hasta el exceso o inju riante, tambi?n hasta el colmo.

M?xico como pa?s parec?a no poder encontrar su destino. Un imperio que abarcaba toda el ?rea geogr?fica de Centroam?rica se desintegra y se diluye como la espuma del mar sobre la arena; des pu?s, un gobierno interino que gestiona el primer cr?dito en Lon dres para dar lugar al sistema republicano federal de corta duraci?n

porque se inician los pronunciamientos y la implantaci?n de un r? gimen republicano centralista con miras a una monarqu?a institu cionalizada. Tr?gico destino para una naci?n que debe defender sus fronteras de la expansi?n y la rapi?a de la ambici?n, cuando cambia 44 presidentes en menos de 20 a?os y por lo menos a seis secretarios de Relaciones Exteriores en el lapso de unos meses; de modo que cualesquiera que fueran las negociaciones, buenas o ad versas, flexibles o intolerantes, todo esfuerzo quedaba sin efecto por

los des?rdenes y giros imprevistos en la administraci?n, el caos en

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el sistema hacendarlo, las pugnas entre el clero y los forjadores de las instituciones laicas.

Tr?gica y fascinante en ocasiones es la vida de muchos de los hombres que procuran hacer algo para proteger a la naci?n de este expansionismo, porque eran hombres que sab?an lo que costaba y estaba costando ese M?xico tan exaltado ?tratado con tanto des precio por Santa Anna, el hombre que por una iron?a de la vida, hab?a ocupado m?s veces la silla presidencial? y que exig?a acci?n inmediata, amor, lealtad y patriotismo de sus hombres y que en la marejada ingrata lo que ped?a era paz, una identidad propia y una vida c?moda y tranquila, condiciones indispensables para el progreso en la econom?a y el desarrollo de las artes y la cultura.

Ser?n necesarias tres guerras: la de Texas, la de los "Pasteles" contra Francia (1838) y la de 1847 contra Estados Unidos, para que los mexicanos cobren conciencia de que las fluctuaciones de Santa Anna son una aberraci?n producto de la confusi?n y desor ganizaci?n nacional y la venalidad traidora del hombre que no tu vo escr?pulo alguno en se?alar al general Zachary Taylor por d?nde deb?a atacar para conseguir una victoria m?s r?pida y ventajosa.

La confrontaci?n entre ambas naciones propiciar? la consolidaci?n casi ''imperial'' de Estados Unidos. Para M?xico ser? la amputa ci?n dolorosa de su territorio en tres funestas dosis, dos de ellas con guerra y la otra por venta. Ser? desde un principio una rela ci?n desigual. Las negociaciones estar?n cargadas por la pujanza nacionalista del primero y la debilidad nacionalista del segundo, que no sabe c?mo defenderse. Ser? la justificaci?n del despojo por medio de una bandera de destino civilizador, mientras el d?bil se atrinchera en la defensa de los principios y valores universales del derecho. Ser?n pues, unas relaciones dif?ciles, conflictivas, carga das de impertinencia y astucias, de involucramiento en los asuntos internos del d?bil por parte del fuerte y su manejo ser? tan impor

tante que se sentar?n las bases para lo que constituyen las relacio nes entre ambos pa?ses hasta el d?a de hoy: el prejuicio de que el d?bil por su propia condici?n es incapaz de ver por su propio bie nestar y la obligaci?n del poderoso de proteger sus intereses de los des?rdenes y el caos que domina al vecino incapaz.

Resulta interesante se?alar que estas relaciones se realizar?n por conductos diversos. Unas a nivel diplom?tico, oficial. Otras subrep ticias, por medio de todo tipo de enviados y seudoesp?as que ve n?an a cerciorarse de cuestiones cient?ficas, comerciales y otras en calidad de agentes privados, pero siempre enviados de manera ex traoficial por las autoridades del vecino pa?s. Todas estas ambicio

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RESENA

nes, el mesianismo de expansi?n de Estados Unidos, las voces de alerta que dan los funcionarios mexicanos acerca de los proyectos del Coloso del Norte, las ambig?edades que acompa?an siempre los informes reservados, confidenciales y ultra secretos de los en viados extraordinarios y plenipotenciarios, la riqu?sima variedad de caracteres que representan en cada uno de los momentos los in tereses de ambos pa?ses, sus vacilaciones, sus recelos, sus observa

ciones agudas, sus sospechas inequ?vocas, las dudas, las

indecisiones, la confusi?n, la determinaci?n, la vileza y el enfado se permean como pasiones de los hombres que van a decidir los destinos de dos naciones obligadas a compartir una frontera geo gr?fica, de modo que un error o un acierto de un determinado per

sonaje diplom?tico se atribuir? al gobierno que representa y no a la responsabilidad del individuo.

Hay perspicacia, agudeza de ingenio, sutileza, visi?n, quime ras, habilidad, tacto, ma?a, erudici?n, corrupci?n, perfidia, des

d?n, vicio maligno, gravedad de juicio, enga?os, dolor,

engreimiento, fatuidad, presunci?n, vanidad, descaro, insolencia, jactancia, celo patri?tico, y menosprecio por prejuicio en la enor me y vasta correspondencia que llenan los cuatro gruesos tomos que constituyen la obra: Documentos de la Relaci?n de M?xico con los

Estados Unidos que ha preparado el doctor Carlos Bosch Garc?a. Y nadie mejor que ?l para presentarnos los albores y el desarrollo de estas relaciones a trav?s de esta investigaci?n acuciosa y verdade ramente monumental. Representa 40 largos a?os de trabajo. Alum no de la primera generaci?n graduada de El Colegio de M?xico, el maestro Bosch ha hurgado archivos, seleccionado materiales, los ha organizado tem?tica y cronol?gicamente para ofrecernos, no s?lo

a los mexicanos, sino tambi?n a los norteamericanos, el panorama documental de esta dolorosa controversia.

El primero de los vol?menes El Mester pol?tico de Poinsett (1983),

abarca el periodo de noviembre de 1824 a diciembre de 1829. En su introducci?n, Bosch se?ala que durante este lapso, las relacio nes de Estados Unidos con M?xico estar?n caracterizadas como la "expresi?n de una lucha por la hegemon?a en la pol?tica nacional' '.

Y de la propia correspondencia se perfila el car?cter intrigante, pe ro sutil y h?bil de Poinsett para establecer una red, a partir de las Logias Mas?nicas del rito yorkino, que ?l va a llamar "el partido amistoso hacia los Estados Unidos" (p. 198) y su involucramiento en todos los aspectos de la vida nacional. Como con suspicacia ha ce notar que una criollita, la condesa de Regla, trae de cabeza al presidente Guadalupe Victoria y se entrev? la astucia del diploma

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resena

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tico de pretender usar esas influencias para beneficio de

o cuando comenta que la presencia de Lorenzo de Za ?til a los intereses norteamericanos en M?xico que c dor en Estados Unidos, porque es el ?nico que puede "temperamento violento", dif?cil de dominar, de Gue sona escogida como candidato a la presidencia por su su r?pida toma de decisiones. La evaluaci?n de Poins vala ser? certera. Los avatares de la historia lo lleva

ci?n ?pragmatismo dir?n los texanos? al decidirse p optar por convertirse en el primer vicepresidente de

de Texas en 1836.

Tanto las apreciaciones de Poinsett, como las de su hony Butler, resultan interesantes porque a trav?s

mos conocer el car?cter, las debilidades y cualid principales protagonistas de nuestra historia pol?tica

mitad del siglo xix. As?, en el segundo tomo Butler en p la Provincia de Texas (1983), aprendemos que la mejor cerle llegar sobornos y otros douceurs a Santa Anna es p

su confesor, pero en el caso de este emisario, lo impo larse es que, a diferencia del primer enviado, Butler no

de manera directa en los asuntos nacionales e interna de una manera "sesgada, oblicua, que ser? mucho m y concluyeme" como dice Irene Zea. Es Butler el que a Estados Unidos la idea de usar la presi?n pol?tica y que se ampliar? una y otra vez contra M?xico, para hacer desistir o para obligar a actuar al vecino en con luntad, sin que este instrumento se desgaste nunca. C te, el instrumento fueron las reclamaciones por da?os a

o individuos nacionales de Estados Unidos, en la ma casos comerciantes, viajeros, due?os de navios o trip teamericanos. Estas reclamaciones sirvieron para inte

cionar muchas vejaciones e injusticias. El primer ejemplo

Andrew Jackson al invadir Florida en 1818. Siendo ya "Old Hickory" Jackson volver? a aplicarlo para soliv residentes de Texas contra el gobierno central de S 1836. Para ello se servir? de las artima?as de Butler, quien ten?a, adem?s, intereses en tierras para coloniz y a otro enviado amigo suyo, ex gobernador de Ten Houston. Este hab?a escrito a su socio neoyorkino Sam desde 1831 y 1832 que se dirig?a a Texas "para ser P

una gran naci?n" que, m?s adelante, "se anexar?a

Ser?n, pues, las reclamaciones de una deuda no pagad

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RESE?A

ti?n texana las que den al presidente Polk la justificaci?n para de clarar la guerra a M?xico en 1847.

La evoluci?n de este sistema de reclamaciones, tejido con la mis ma sutileza con que una ara?a va urdiendo su red, se puede apre ciar en los tomos in y rv, titulados El endeudamiento de M?xico (1984) y De las reclamaciones, la guerra y la paz (1985), respectivamente. El

primero revisa el periodo de abril de 1836 a noviembre de 1843, o sea el de las gestiones diplom?ticas de Powhatan Ellis y Waddy Thompson. El ?ltimo abarca del 1 de diciembre de 1843 al 22 de diciembre de 1848, o sea el final de las gestiones de Thompson, las de John Sliddell, B.E. Green, Wilson Shannon, W. Parrot has ta las presiones de Nicol?s Trist para obtener, a pesar de las ins

trucciones contrarias de su gobierno, la firma del Tratado de

Guadalupe Hidalgo, y concluir con la gesti?n de Nathan Clifford.

En algunos casos se observa c?mo las reclamaciones, o sean los pretextos, llegan a casos ?lgidos como el que se suscita cuando el embajador Crescencio Rej?n publica los documentos de su gesti?n que ponen en evidencia la manera como se ha tratado de ejercer presi?n sobre el gobierno mexicano para que se abstenga de inter

venir en el caso de la anexi?n de Texas. Para el enviado W. Pa

rrot, "Comparativamente, con facilidad, se puede resolver en un desayuno la m?s importante cuesti?n nacional."

Los cuatro vol?menes est?n debidamente prologados por el maes tro Bosch con sencillez, claridad y con planteamientos bien con cretos en cuanto a c?mo se van instrumentando las reclamaciones diplom?ticas, primero el arbitraje, despu?s y por ?ltimo las tesis legales que justificar?n las acciones b?licas hasta el tratado que cos taba a M?xico m?s de la mitad de su territorio a favor de los Esta dos Unidos del Norte. M?xico har? una defensa encarnizada del

derecho a la propiedad de Texas y Estados Unidos terminar? por imponer sus obstinados razonamientos pragm?ticos para anexarse Texas. M?xico no admitir? una situaci?n defacto refugi?ndose en argumentos legales cuando no pudo someter a los colonos insurrec tos por la fuerza de las armas.

Hipocres?a y resentimiento marcar?n el tono con que se desa rrollar? desde entonces el proceso diplom?tico entre ambos pa?ses,

al grado que un diplom?tico mexicano afirm? en una reuni?n in ternacional en los Estados Unidos que "entre m?s nos conocemos y m?s sabemos el uno del otro, menos podemos gustarnos y que rernos". La rica veta documental est? presentada en ingl?s y en espa?ol, idiomas originales usados por los protagonistas en sus co rrespondencias oficiales y ante la envergadura de la investigaci?n

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RESENA

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y la magnitud del trabajo editorial requerido para su publicaci?n, las erratas que aparecen aqu? y all? son peccata minuta. La corres pondencia resulta fascinante para el estudioso de esta ?poca, por que puede reconstruir no s?lo la problem?tica de las relaciones, sino

percatarse de la manera como los diplom?ticos analizan la ca?tica situaci?n por la que atraviesa la naci?n y marcan, sin empacho al

guno, sus predilecciones, sus simpat?as y su menosprecio y desd?n.

Temas culminantes son, a mi modo de ver, los argumentos le gales para justificar el derecho al comercio de las armas, al de los esclavos, los derechos a la soberan?a, las presiones para aplicar un primer arbitraje internacional, las ideas tan dis?mbolas de ambas naciones para comprender lo que es la justicia y lo que es la neu tralidad; lo que es la libertad y la tolerancia.

Las negociaciones entre M?xico y Estados Unidos, desde estos

primeros enfrentamientos, tendr?n como temas fundamentales los

cr?ditos, pagos, reclamaciones, presiones y amenazas, estas ?lti mas vastagos leg?timos de la discriminaci?n cultural y racial, pues

to que el problema que representan en la actualidad los

indocumentados ?la ola caf? como la llama Jack Anderson en su ?ltimo art?culo publicado en la revista Penthouse de abril de 1987? no es otra cosa que el menosprecio a lo que se cree inferior, pero de lo que no se puede prescindir por el beneficio que representa.

La cuesti?n de la esclavitud como fundamento del problema de la colonizaci?n y separaci?n de Texas ?revisado en los dos prime ros vol?menes? ha sido tratado ya en varios estudios como el de Lester Bogbee, publicado en Political Science Quarterly en 1898, insu

perable, y por Alleine Howrene en su art?culo "Causes and Ori gin of the Decree of April 6, 1830", en la revista The Southwestern

Historical Quarterly de abril de 1913. No obstante, al leer los docu mentos se puede apreciar c?mo se debate esta cuesti?n, fundamen

talmente norteamericana, que implicaba el balance de

representaci?n en el Congreso por estados. De ah? la urgencia ex pansionista y el porqu? extensiones de terreno quedaron divididas en entidades federales peque?as. La abolici?n de la esclavitud y la manumisi?n de los esclavos radicados en Estados Unidos y en Texas en particular eran, en esa ?poca, un tema de enconadas con troversias por los intereses econ?micos que est?n enjuego. Comer ciantes, cargueros que trasportan, mercados donde se remata la carne humana de color, todo es cuesti?n de dinero, y Gran Breta ?a usar? la esclavitud como instrumento de presi?n para negarse a reconocer la independencia de Texas. La esclavitud como tema de debate tambi?n se incluir? en las negociaciones de Nicol?s Trist

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RESE?A

para la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. De este modo, si la esclavitud fue la causa directa de la expansi?n de Estados Unidos hacia el oeste para obtener el equilibrio entre estados esclavistas

y abolicionistas, tambi?n con la anexi?n de todos los territorios cer

cenados de M?xico, ser? la esclavitud la que encienda la mecha

de la Guerra de Secesi?n, prevista con 40 a?os de anticipaci?n por

el embajador espa?ol Luis de On?s, en su Memoria de 1819.

Notable esfuerzo del maestro Bosch Garc?a. No obstante, la gran obra que analice y revise a conciencia este dif?cil periodo de la his toria mexicana est? a?n por escribirse. El maestro Bosch nos ha dado s?lo un peque?o sorbo del manantial que a?n queda escondi do en los archivos como el de la Secretar?a de la Defensa Nacional, los de Hacienda y Cr?dito P?blico, y los archivos locales de los es tados. Creemos que hay un enorme acervo que deber?a abrirse a la investigaci?n, quiz?s en la misma forma en que don Daniel Co s?o Villegas proyect? su trabajo sobre el M?xico del porfirismo y la revoluci?n de 1910. ?Ojal? haya quien se aboque a esa tarea!

Tema para otro estudio ser?a una aproximaci?n comparativa de las personalidades de los enviados, tanto mexicanos como estadou nidenses, tal y como se desglosa en estos documentos.

Ana Flashner

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EXAMEN DE LIBROS H.R. Harvey y A.J. Prem (eds.): Explorations in Etknohistory, In dians of Central Mexico in the Sixteenth Century, Albuquerque, Uni

versity of New Mexico Press, 1984, rx + 312 pp., bibl., mapas,

ils.

Al hablar de la etnohistoria, de acuerdo con Harvey y Prem, en realidad nos referimos a un viejo pero rebautizado campo de estu dios cuyos or?genes se remontan a los a?os del contacto entre espa ?oles e ind?genas en el ?rea de lo que poco despu?s ser?a, como resultado de la conquista de los segundos a manos de los primeros, la Nueva Espa?a. En un principio reto intelectual para los euro peos y necesidad de supervivencia cultural para los nativos. Reali dad al mismo tiempo diferente y propia que necesitaba ser explicada

en un caso y autoafirmada en el otro.

Disciplina cuya especificidad te?rica y metodol?gica a?n es mo tivo de discusi?n. Sin embargo, en la actualidad, en general se acep

ta que recurriendo a los m?todos hist?ricos y a las perspectivas te?ricas de la antropolog?a, la etnohistoria busca reconstruir dia cr?nica y sincr?nicamente a las culturas nativas y rastrear sus de sarrollos y cambios bajo el dominio espa?ol. Definici?n impl?cita a lo largo de la presentaci?n de los editores complementada con una addenda que se?ala como su objetivo al estudiar los sucesos y procesos pasados que dieron forma al mosaico de culturas que es

el M?xico actual.

Si bien en sus m?s de cuatro y medio siglos de existencia han variado las perspectivas, los ?nfasis aproximativos y los m?todos de la etnohistoria, es en los ?ltimos 20 a?os cuando (merced a las nuevas posibilidades te?ricas, t?cnicas y metodol?gicas) se han lo grado importantes avances.

Dentro del contexto anterior, los autores, desde su punto de vista,

ofrecen un ejemplo selecto de los principales rumbos seguidos por la etnohistoria sobre Mesoam?rica. Propuesta bastante ambiciosa pues en realidad lo que se presenta son varios trabajos, b?sicamente

HMex., xxxvii: 1, 1987

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EXAMEN DE LIBROS

de especialistas estadounidenses y europeos, que tomaron parte en los simposios sobre "El periodo del contacto en Mesoam?rica" y "El proyecto mexicano" del XLIII Congreso Internacional de Ame ricanistas, celebrado en Vancouver, Canad?, en 1979.

El volumen se inicia con una interesante introducci?n de Har vey y Prem en la que presentan sus puntos de vista sobre la etno historia y su desarrollo; se?alan los avances que ha tenido y sus principales impedimentos as? como las causas que los han origina do. Resaltan el hecho de c?mo, con el paso del tiempo, al ampliar se el horizonte m?s all? de las fuentes cl?sicas o tradicionales, mediante un mejor aprovechamiento de los c?dices y la incorpora ci?n de los materiales de archivo, se han enriquecido los resultados obtenidos. Sobre todo en el estudio de las particularidades y varia ciones regionales y locales frente a las generalizaciones de las fuen tes tradicionales muchas veces acr?ticamente aceptadas.

Los trabajos, presentados geogr?ficamente, cubren la cuenca de M?xico y la regi?n Puebla-Tlaxcala, ?reas de predominio pol? tico y cultural de grupos de tradici?n n?huatl. Temporalmente se ocupan de la ?poca inmediata anterior al contacto y de la colonial temprana, lo que indudablemente obedece a la cantidad, profun didad temporal y naturaleza de las fuentes con que se cuenta. Los temas tratados incluyen aspectos metodol?gicos en el manejo de las fuentes, el empleo de modelos y t?cnicas derivadas de otras dis ciplinas y problemas relacionados con la estructura sociopol?tica econ?mica de los grupos estudiados como son la tenencia de la tie rra, la estratificaci?n social, las formas de herencia, la organiza ci?n dom?stica, las alianzas matrimoniales, el empleo de la mano de obra y el avance tecnol?gico. Dichas colaboraciones reflejan los puntos de vista y las preferencias tem?ticas de sus autores y son las siguientes.

Woodrow Borah se?ala los problemas que considera m?s im

portantes a los que se enfrentan los etnohistoriadores en el manejo de las fuentes. Sus principales argumentos est?n encaminados a se ?alar la rectificaci?n que han sufrido las generalizaciones de las fuen

tes tradicionales gracias a los estudios detallados de localidades espec?ficas basadas en fuentes locales, as? como las grandes dife rencias existentes entre las fuentes ind?genas y las espa?olas, lo que

ha llevado a interpretaciones err?neas en la reconstrucci?n de las sociedades nativas. Como soluci?n propone una minuciosa revi si?n cr?tico-comparativa de las fuentes, porque considera que s?lo un examen detallado de la naturaleza e interrelaciones de los ma teriales utilizados podr? proporcionar un fundamento m?s firme

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EXAMEN DE LIBROS

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para las investigaciones futuras. Ninguna fuente, sea ind?gena o espa?ola, debe aceptarse sin una previa y cuidadosa consideraci?n de todas las circunstancias involucradas en su producci?n.

Siguiendo uno de sus principales temas de inter?s, Pedro Ca rrasco analiza los matrimonios reales en el M?xico antiguo exclu siva, aunque no exhaustivamente, los referentes a Tenochtitlan y Tezcoco, ocup?ndose s?lo del material m?s claro y accesible. De acuerdo con sus planteamientos, su estudio lo realiza en t?rminos de las relaciones de parentesco y del rango ocupado por las partes involucradas, para posteriormente relacionar los tipos resultantes con la estructura del grupo parental, la poligamia, las alianzas po l?ticas, la trasmisi?n de rango y propiedades y la sucesi?n en los cargos. Como resultado, identifica los diferentes tipos de alianzas matrimoniales entre consangu?neos practicadas por las dinast?as do minantes de Tenochtitlan y Tezcoco. En su ensayo se hace eviden te que las diferencias locales entre las "capitales" estudiadas estaban

?ntimamente relacionadas con la posici?n pol?tica ocupada por ?s

tas dentro de la "Triple Alianza".

Seg?n Harvey, siguiendo a Kirchhoff, el verdadero problema para la interpretaci?n de la estructura socioecon?mica de la socie dad prehisp?nica se encuentra, en buena medida, en realizar estu dios de caso; congruente con su planteamiento se ocupa de analizar lo relativo a Tepetlaoxtoc, localidad que gracias a la riqueza cuan titativa y cualitativa de sus fuentes goza de la predilecci?n de buen

n?mero de investigadores. Los resultados obtenidos lo llevan a afir mar que los patrones seguidos en el sistema de tenencia de la tierra eran mucho m?s amplios y flexibles que el esquema presentado, por ejemplo, por Zorita; de hecho parece ser evidente la existencia de variaciones locales y regionales. No hubo "una regla". Tal vez el estudio de este problema deber?a ser enfocado desde otro ?ngulo o habr?a que contextual izar mejor los conceptos de propiedad pri vada y propiedad comunal, sobre todo esta ?ltima.

B?rbara. J. Williams analiza los c?dices de Santa Marta Asunci?n y Ver gara, consider?ndolos como los documentos catastrales ind?ge

nas m?s extensos conocidos hasta ahora. Se ocupa principalmente de desentra?ar el tipo de informaci?n que contienen y las conven ciones de sus representaciones gl?ficas. De hecho se ten?a noticia, en los escritos de Zorita y Torquemada entre otros, de que en la Mesoam?rica prehisp?nica hab?an existido minuciosos registros catastrales, de los que son ejemplos excepcionales, aunque no ?ni cos, los mencionados, que, si bien conocidos desde hace tiempo, no hab?an sido estudiados. La principal aportaci?n de la autora es

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EXAMEN DE LIBROS

se?alar la existencia de dos tipos de registro catastral, el milcocoli

y el tlahuelmantli, relacionados tanto con lo que se puede llamar un

registro de la propiedad como con el pago de tributo correspon diente a ?sta. Rica, aunque limitada, informaci?n socioecon?mica que indudablemente arroja nuevas luces sobre la utilizaci?n y po sesi?n de la tierra, de la cual los documentos citados anotan no s? lo per?metros, forma y nombres de los parajes sino tambi?n tipos de suelo y superficies. Desde otro punto de vista es importante se ?alar que la informaci?n contenida en estos c?dices se refiere en su mayor?a a tierras ligadas a los macehuales, con indicaciones de sexo, edad y estado civil adem?s de otras que, parece ser, incluso se?alaban posici?n econ?mica y etnicidad.

Por su parte Jerome A. Offer estudia el C?dice Vergara, tom?n dolo en cuenta como una importante fuente para esclarecer la or

ganizaci?n dom?stica y familiar del calpulli "azteca". Se?ala la

importancia de los estudios de caso y de los an?lisis comparativos, y si bien opina que sus resultados son semejantes a los logrados por otros investigadores en comunidades diferentes, ello no impli ca que hubiera homogeneidad en las estructuras sociales, econ? micas y pol?ticas del M?xico antiguo sino por el contrario, como lo demuestran otros estudios, existieron variaciones locales en la composici?n de la organizaci?n interna.

Frederic Hicks centra su atenci?n en el papel desempe?ado por el trabajo rotativo en la antigua capital acolhua, Tezcoco y sus po sibles implicaciones para el desarrollo del urbanismo. A decir de los editores, este ensayo, que combina el uso de fuentes tradiciona les con el material de archivo, es un buen ejemplo de los ricos re sultados que proporcionan estas fuentes al ser sometidas a nuevas formas de aproximaci?n. Dada la dispersi?n del "reino" piensa que el trabajo rotativo fue un medio de unificaci?n, lo suficiente mente flexible para adaptarse a las diferentes situaciones econ?mi

cas, b?sicamente las relacionadas con la alimentaci?n de los

trabajadores. Sistema que, en opini?n del autor, impidi? el desa rrollo de una clara distinci?n entre lo urbano y lo rural. Trabajo interesante que refuerza estudios anteriores aunque, desde mi punto

de vista, parece implicar la conclusi?n de que el desarrollo urbano como tal s?lo se hubiera dado en Mesoam?rica de haber seguido los patrones observados en Europa y el Cercano Oriente.

Para los espa?oles fue evidente la importancia de la agricultura en el mundo prehisp?nico, sin embargo los cronistas tempranos pu

sieron poca atenci?n en el estudio de las herramientas empleadas en ella, lo que propici? que se considerara la tecnolog?a agr?cola

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EXAMEN DE LIBROS

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ind?gena como poco desarrollada y se le dejara de lado. Buscando remediar en parte lo anterior, Rojas Rabiela, mediante el an?lisis de fuentes escritas y pictogr?ficas, busca, como un primer intento,

clasificar las herramientas agr?colas seg?n el uso que se les daba y la forma en que se manejaban. Logra diferenciar cuatro tipos de implementos agr?colas considerando, a manera de hip?tesis, que cada uno de ellos correspond?a a un sistema agr?cola particular.

Importante es la afirmaci?n de la autora de lo aventurado que re

sulta calificar de "simple" una agricultura bas?ndose en la su puesta simplicidad de sus implementos. En todo caso, el an?lisis deber?a hacerse con base en su eficacia, esto es, su productividad.

Para Mesoam?rica el ?nfasis tendr?a que ponerse en el estudio del manejo de los recursos humanos y bi?ticos antes que en el de la manufactura de herramientas.

Para el estudio de la historia colonial temprana debe acudirse a otras fuentes diferentes de las oficiales de la ?poca, pues, hacien do caso exclusivamente a ?stas, se corre el peligro de obtener resul tados distorsionados. Como nos dice Hanns J. Prem, le sucedi? a Chevalier al ocuparse de la fundaci?n de Puebla y del proyecto de la administraci?n colonial de limitar la encomienda mediante la instauraci?n de la agricultura tipo europeo en el Valle de Atlix co. Intento malogrado debido a la discrepancia entre intenciones pol?ticas y realidad colonial que, en todo caso, no trajo consigo nin g?n beneficio a los ind?genas de la regi?n. Caso aislado sin mayo res consecuencias para la pol?tica colonizadora de la Corona.

Aunque el estudio de los top?nimos locales tiene una larga tra dici?n en M?xico, Ursula Dyckerhoff califica como pobres los re sultados obtenidos, lo que en gran medida, nos dice, se debe a la falta de estudios rigurosos y sistem?ticos. Como alternativa propo ne la aplicaci?n de un m?todo hist?rico-ling??stico, utilizado con buenos resultados en Europa, el cual b?sicamente ayudar?a a es clarecer la din?mica de los asentamientos regionales y rurales. Con el m?todo propuesto, del cual se?ala las ventajas, la autora se abo ca al estudio de los top?nimos de la regi?n de Huexotzingo. Eva l?a como muy satisfactorios sus resultados y expl?citamente se?ala que ?stos son v?lidos ?nicamente para el ?rea estudiada.

Los m?todos de la geograf?a hist?rica han sido poco utilizados por los etnohistoriadores a pesar de su evidente utilidad para la re construcci?n del desarrollo del paisaje cultural. Proposici?n que lleva

a Wolfgang Trautmann a analizar el desarrollo de la interacci?n ind?gena-espa?ola que transform? de manera compleja y din?mi ca el paisaje cultural de Tlaxcala, desde las perspectivas de la men

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EXAMEN DE LIBROS

cionada disciplina. Para ello propone varios modelos descriptivos de dos niveles: uno, el m?s bajo, con modelos que se ocupan del desarrollo de procesos espaciales y otro, el m?s alto, consistente en un modelo que muestra la interdependencia de los factores deter minantes de los procesos que afectaron el paisaje cultural de la re gi?n estudiada. Trautmann considera el sistema propuesto como aplicable a cualquier ?rea de la Am?rica Espa?ola aunque, de ha cerse fuera de Tlaxcala, necesariamente surgir?an variaciones oca sionadas por las condiciones ambientales de las diferentes regiones,

mismas que tendr?an que considerarse.

La utilizaci?n de fuentes locales en idiomas ind?genas ha contri buido a enriquecer nuestro conocimiento del sistema de tenencia de la tierra y formas de heredarla. Partiendo de esta premisa, S.L. Cline analiza el problema en Culhuac?n bas?ndose en El libro de testamentos de Culhuac?n al que califica como la colecci?n actual m?s

grande de testamentos en n?huatl. Aqu?, como acontece con el ar t?culo de B?rbara Williams, reviste particular importancia el que buena parte de los documentos se refieran a gente com?n. Si bien la muestra no es muy grande (60 testamentos), s? es importante por el periodo que abarca 1572-1599, el cual incluye las grandes epidemias, dr?sticas reductoras de la poblaci?n. De sus aportacio nes destaca la que considera que el sistema de tenencia de la tierra y la forma de heredarla en la ?poca prehisp?nica fueron m?s com plicados que lo se?alado en las fuentes tradicionales; de hecho, en su estudio se aprecian varios patrones. Asimismo se?ala la impor tancia de los documentos ind?genas, sin embargo, no por ello de

ben hacerse de lado los espa?oles.

De lo dicho resulta evidente, dentro de la diversidad de sendas seguidas por los etnohistoriadores, la importancia de los estudios regionales o de problemas concretos. Dejando de lado algunas opi niones extremas, se acent?a la importancia del empleo del mate rial de archivo y de los testimonios pictogr?ficos y, aunque las m?ltiples excepciones llevar?an a desconfiar de las generalizacio nes ofrecidas por las fuentes tradicionales, creo que m?s bien, sin negar la validez de las segundas, que en los estudios regionales o locales ?stas deber?an ser reconsideradas cr?ticamente a la luz de los resultados logrados por los primeros.

Muestra interesante, empero en ocasiones parece restringir a la etnohistoria a la categor?a de un indigenismo a ultranza, vindica dor de un cierto "neonegroleyendismo" siendo que, seg?n entien

do, en todo caso lo que se busca, m?s all? de un mero ejercicio intelectual, es esclarecer la problem?tica y el desarrollo de las dife

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EXAMEN DE LIBROS

rentes etapas hist?ricas estudiadas, en un intento de explicaci?n de la realidad actual mexicana.

Jes?s Monjar?s-Ruiz INAH

Victoria Reifler Bricker, editora general, Ronald Spores, con la colaboraci?n de Patricia A. Andrew, editores del volumen, Etk

nohistory. Suplement of the Handbook of Middle American Indians, Aus

tin, University of Texas Press, 1986, 232 pp., ils., planos, mapas

(Suplemento n?m. 4).

Fruto de un ambicioso proyecto que se inici? en 1956, el Handboo

of Middle American Indians es hoy en d?a una de las obras de consulta m?s ?tiles no s?lo para los antrop?logos mesoamericanistas, sino tam

bi?n para los practicantes de diversas disciplinas que van desde la historia hasta la sociolog?a.

Gracias a los esfuerzos conjuntos de las universidades de Tula

ne (Nueva Orleans, Louisiana) y Austin (Texas) fue posible da a luz 16 vol?menes que componen el n?cleo de art?culos sobre di

versos temas de antropolog?a mesoamericana, al cual se le han agre gado recientemente cuatro suplementos sobre temas de arqueolog?

(Jeremy A. Sabloff, editor), ling??stica (Munro S. Edmonson, ed tor), literaturas (Munro S. Edmonson, editor) y etnohistoria (Ro

nald Spores, editor).*

El suplemento sobre etnohistoria intenta primordialmente y de manera selectiva, llenar el vac?o de art?culos sustantivos dejado en los anteriores cuatro vol?menes (12-15). Los editores de esta serie aparecida entre 1972 y 1975, decidieron que todav?a era prematu ro escribir art?culos sobre aspectos f?cticos o interpretativos, y op

taron por concentrarse exclusivamente en una primera etapa de recolecci?n de datos bibliogr?ficos, que dieron lugar a un grup

de trabajos publicados bajo el rubro de Guide to Ethnohistorical Sour

ces. Gracias a esta decisi?n editorial contamos ahora con una de las m?s sistem?ticas y perdurables secciones de esta primera cam

pa?a editorial.

* Los cuatro suplementos han sido editados con la asistencia de Patri

cia A. Andrews.

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EXAMEN DE LIBROS

Precisamente la falta de art?culos que fueran m?s all? de los in ventarios y trabajos monogr?ficos sobre fuentes provoc? las cr?ti cas m?s severas. En una rese?a aparecida en American Anthropologist

(n?m. 80, 1978, pp. 85-100), Joyce Marcus y el mismo Spores se ?alaban algunas de las dificultades y limitaciones desprendidas del enfoque exclusivamente inventarial. Entre ellas se cuentan la falta de informaci?n sobre aspectos relacionados con la historia cultu ral, sobre metodolog?a, archivos con documentaci?n "menos for malizada", y la historia de los indios despu?s del contacto europeo.

Tambi?n mencionan los autores otras cr?ticas como el considera ble espacio que se dedic? a los problemas jurisdiccionales y la poca atenci?n que se dio al ?rea maya. Llenar algunos de estos vac?os fue precisamente la pol?tica editorial para este primer volumen su

plementario. Como subraya Victoria R. Bricker, editora gene ral de la colecci?n, se trat? de llenar ' 'el vac?o temporal que ha exis tido por largo tiempo entre la prehistoria y la etnograf?a" (p. vu).

El resultado de este enfoque diferente ha sido un grupo de once art?culos, acompa?ados de una lista de referencias bibliogr?ficas y un extenso ?ndice anal?tico, que cubren t?picos de la etnohistoria

colonial de los grupos con herencia cultural mesoamericana. Dos de ellos todav?a hacen referencia a aspectos de la cultura prehisp? nica en el ?rea maya (James A. Fox y John S. Justetson, 2. "Clas sic Maya dynastic alliance and succesion") y en el centro de M?xico

(Frederic Hicks, 3. "Prehispanic background of colonial political and economic organization in Central Mexico"). El resto de los art?culos se refieren a Guatemala (Robert M. Carmack, 4. "Eth nohistory of the Guatemalan colonial indian"), las tierras mayas meridionales (Grant D. Jones, 5. "The Southern Maya lowlands during Spanish colonial times"), los mayas establecidos en el nor te de la pen?nsula de Yucat?n (Nancy M. Farris, 6. "Indians in colonial northern Yucatan"), los grupos de Oaxaca (John K. Chan ce, 11. "Colonial ethnohistory of Oaxaca"), y los nahuas de los valles centrales (Susan M. Kellogg, 7. "Kinship and social organi zation in early colonial Tenochtitlan"; Thomas H. Charlton, 8. ' * Socioeconomic dimensions of urban-rural relations in the colo nial period Basin of Mexico"; Ross Hassig, 9. "One hundred years of servitude: Tlamemes in early New Spain", y H.R. Harvey, 10.

"Techialoyan codices: seventeenth century indian land tides in Cen

tral Mexico").

En esta rese?a s?lo haremos algunos comentarios en torno a los cinco art?culos correspondientes a los nahuas (n?ms. 3, 7, 8, 9 y 10). Importantes avances se han realizado en este campo debido

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EXAMEN DE LIBROS

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en gran medida al mejor conocimiento que tenemos del corpus do cumental existente en archivos y bibliotecas, derivado del inter?s que han puesto varias instituciones nacionales y extranjeras por pu

blicar documentos y trabajos monogr?ficos, y al mayor n?mero de herramientas ling??sticas para el estudio del n?huatl que nos per miten realizar versiones cada vez m?s cercanas al significado que originalmente se intent? comunicar.

El art?culo de FT Hicks es un esfuerzo de reconstrucci?n del con texto socioecon?mico de los nahuas de los valles centrales antes

de la conquista, el cual se realiza a pesar del serio problema que ha representado la ausencia de fuentes de certero origen prehisp? nico. El autor inicia su trabajo haciendo referencia a uno de los problemas m?s ubicuos que ha afligido a la reconstrucci?n hist?ri ca no s?lo de los nahuas, sino tambi?n de otras culturas mesoame ricanas: la falta de cr?tica interna de las fuentes, sobre todo las procedentes del contexto ind?gena. La informaci?n que contienen se ha tomado muchas veces on face value, sin hurgar en su proce dencia e intr?nseco significado. Alonso de Zorita es el caso m?s co

nocido de un autor constantemente citado cuando se hace referencia

a la estructura del calpulli y a las funciones de los teteuctin o tetecuhtin

en el Valle de M?xico. Sin embargo hay datos que nos permiten suponer con cierta seguridad que la informaci?n recabada por Zo rita proviene de la regi?n de Cuauhtinchan, Puebla, y quiz? fue proporcionada por fray Francisco de las Navas (p. 47).

Las caracter?sticas de los estamentos noble (pilli) y del pueblo (macehuall?), as? como las de los todav?a evasivos pochtecas-artesanos,

son estudiadas y comparadas a la luz de la informaci?n no s?lo de procedencia mexica sino tambi?n del resto de las comunidades nahuas del Altiplano Central. En la terminolog?a parecen estar sub yacentes los problemas de la diversidad de usos de un mismo t?r mino, la diversidad de t?rminos referidos a un mismo uso, y la relaci?n que guardan t?rminos y usos en la realidad con la cosmo visi?n tradicional, es decir la ideolog?a que los organiza y hace que los miembros de una determinada comunidad registren un selecto grupo de palabras para indicar y definir complejidades socioeco n?micas. Debemos partir de la proposici?n de que, aunque diver sos, los t?rminos registrados en las fuentes fueron usados dentro de los l?mites que impon?a la necesidad de aclarar y no la de oscu recer un sistema.

M?s t?cnico en sus premisas, el art?culo de Susan M. Kellogg toca los problemas de los patrones de parentesco y su relaci?n con la organizaci?n de las unidades dom?sticas (household) en Tenoch

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EXAMEN DE LIBROS

titlan y Tlatelolco. La mayor?a de su informaci?n proviene de do

cumentos de archivo relacionados en particular con pleitos de

tierras, presentados ante las autoridades durante la segunda mitad del siglo xvi. Vuelve a surgir el problema de la imposibilidad de definir con exactitud lo que se liga al contexto prehisp?nico. Sin embargo, y por las razonables inferencias que se pueden poner en ejecuci?n en este tipo de material, Kellogg advierte que incluso hasta

1590 todav?a se manten?an en uso conceptos tradicionales ind?ge nas referidos a las unidades dom?sticas y al parentesco (p. 118).

El prop?sito de la autora no fue el de definir estos patrones pre contacto, sino mostrar las caracter?sticas de un statu quo existente

en la segunda mitad del siglo xvi, teniendo en consideraci?n que algunos rumbos que tomaron los sistemas de organizaci?n de las unidades dom?sticas fueron el resultado doble de la herencia nati va y del proceso hist?rico de la Conquista. Consciente de estas cir cunstancias, Kellogg plantea sugerentes ideas que requieren de una mayor exploraci?n como que el calpulli no fue la organizaci?n cen tral del parentesco entre los mexicas y que el sistema de parentesco

fue b?sicamente cognaticio (cognatic): hab?a equivalencia estructu

ral pero no igualdad de status entre hombres y mujeres. Los t?rmi nos tlacamec?yotl(literalmente "mecate humano", o sea los parientes)

y teixhuihuan (literalmente "nietos", o todos los descendientes po tenciales) los encuentra como dos unidades centrales del sistema de parentesco que se reflejan en los asentamientos de los grandes conjuntos residenciales, los patrones demogr?ficos, el matrimonio,

y las pr?cticas sobre la herencia. Los datos tienden a mostrar una situaci?n de gran fluidez cuya complejidad ya se ha comenzado a percibir en las dimensiones reales en que se dio en la etapa colonial

temprana.

El bien documentado art?culo de Ross Hassig es un ejemplo de las potencialidades de una exploraci?n orientada exclusivamente a un segmento determinado de la sociedad n?huatl. A diferencia

de otros grupos especializados como los pochtecas y los artesanos, el sistema de cargadores ind?genas se proyect? directamente hacia la ?poca colonial. Rastreando en la informaci?n documental, Has sig ha logrado reconstruir los procesos de continuidad y transfor maci?n en la actividad de este grupo desde el poscl?sico tard?o hasta

bien entrada la etapa novohispana. El autor explica que la infaus ta continuidad de esta instituci?n se debi? en gran medida a que durante largo tiempo su trabajo fue m?s efectivo y m?s barato que el ofrecido por los arrieros. Como sucedi? con otros grupos de tra bajadores ind?genas del centro de M?xico, la actividad de los ta

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EXAMEN DE LIBROS

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m?mes se desarroll? en un ambiente de grave deterioro de las condiciones generales de trabajo. Los esfuerzos de la Corona por proteger y controlar su duro y excesivo trabajo fueron neutraliza dos por las necesidades inmediatas de transporte que ten?an prin cipalmente los espa?oles en ciertas ?reas donde las bestias de tiro no pod?an ser usadas. Hassig afirma que fue m?s bien la dr?stica declinaci?n de la poblaci?n ind?gena que las leyes protectoras lo que finalmente limit? la dispersi?n y el uso m?s intensivo de estos grupos a partir de la segunda mitad del siglo xvi.

La ?til lista del contenido de una serie de documentos que se da al final del art?culo proporciona una gu?a sobre los posibles te mas a estudiar a la luz de las diversas menciones que hacen de los cargadores ind?genas.

Llama la atenci?n el particular acercamiento sint?tico que da Thomas H. Charlton a su trabajo sobre las dimensiones socioeco n?micas de las relaciones urbano-rurales en el Altiplano Central durante la ?poca colonial. El enfoque b?sico es el de un investiga dor entrenado en la arqueolog?a, y el an?lisis de la regi?n se hace desde la perspectiva de la regi?n oriental del Valle de Teotihua can, zona que el autor ha trabajado con particular intensidad (v?a se bibliograf?a). El ambicioso t?tulo de este art?culo refleja el inter?s

que ha despertado entre los arque?logos el estudio, in toto, de la ?poca colonial novohispana, con el objeto de seguir los procesos de continuidad y discontinuidad particularmente de algunos aspec tos que no fueron registrados en las m?s tradicionales fuentes es

critas. Un ejemplo concreto es el estudio de los patrones de

asentamiento en las haciendas de la regi?n citada, donde la arqueo log?a viene a confirmar que la hacienda no funcion? como una uni

dad de aculturaci?n social en vista de que no hab?a una gran

poblaci?n de trabajadores que resid?an en la misma (p. 133). Se g?n Charlton, las haciendas fueron unidades econ?micas donde la integraci?n social fue d?bil.

El autor tambi?n hace una importante aclaraci?n: s?lo preten di? en este art?culo dar un sumario de los procesos de interacci?n social durante el periodo colonial que (?fiel a su formaci?n de ar que?logo?) divide en colonial temprano (1521-1620), colonial me

dio (1621-1720), y colonial tard?o (1721-1820). Sobre esta base

cronol?gica se organizan los m?s sobresalientes datos que recoge de diversas fuentes ?secundarias la mayor?a de ellas? y que lo

llevan a concluir que las relaciones entre los centros urbanos y co munidades rurales, por lo menos en las ?reas espec?ficas estudia das, llegaron a integrarse en un sistema flexible y ?gil, donde las

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EXAMEN DE LIBROS

?lites ind?genas desempe?aron un papel importante.

Al igual que el art?culo de Hicks, que intenta ser un comple mento del previamente publicado por Pedro Carrasco en el volu men 10 del Handbook, el trabajo de Herbert H. Harvey sobre los C?dices Techialoyan vuelve, de manera monogr?fica, sobre los temas

que hab?an tratado Donald y Martha Robertson en un art?culo apa recido en el volumen 14 de esa misma colecci?n. Este trabajo es el ?nico del suplemento dedicado al problema de las fuentes, en este caso pict?ricas, de la etnohistoria mesoamericana.

Estamos frente a un n?mero considerable ?aunque a?n

indefinido? de manuscritos que forman un grupo vinculado por su estilo y muy probablemente tambi?n por su contenido y parti cular tipo de escritura. Los documentos representan un ?ltimo, sis

tem?tico, y extra?o esfuerzo por preservar ??o reusar??

pictograf?as en documentos de tradici?n nativa. El conocimiento que tenemos de ellos est? a?n lleno de grandes lagunas. Quiz? el problema m?s apremiante que enfrentamos ahora es la falta de bue

nas publicaciones facsimilares de dichos c?dices. A pesar de que el primer Techialoyan fue publicado en 1890, la mayor?a de los 47 o 49 documentos pictogr?ficos, dispersos en varios pa?ses, perma nece in?dita, esperando que investigadores con m?todos m?s sen cillos, claros y ?tiles de los que hasta ahora se han usado, nos proporcionen finalmente un corpus completo y razonablemente ac cesible para solucionar los problemas que s?lo pueden ser detecta dos con claridad mediante el an?lisis del conjunto completo.

H.R. Harvey plantea nuevas ideas para la investigaci?n que pue den ser de gran utilidad en la b?squeda del contexto de confecci?n de este grupo. Por ejemplo, el autor cree que las pictograf?as fue

ron preparadas primariamente ??exclusivamente?? para los

miembros de las comunidades ind?genas. Se planearon con gran cuidado, aunque con suficiente flexibilidad para acomodar necesi dades locales. El grupo puede ser producto de la llamada "Com posici?n de 1643", una orden real para apoyar econ?micamente a la Armada de Barlovento y que tuvo repercusiones en numero sas comunidades ind?genas del centro de M?xico. Con esta com posici?n se intentaba legalizar la propiedad de la tierra por medio de la revisi?n y fijaci?n monetaria del tributo. El prop?sito era arre

glar los t?tulos defectuosos, y a la vez emitir "nuevos" documen tos que pudieran ser entendidos por las "audiencias nativas".

Harvey tambi?n hace referencia a Tacuba, la antigua Tlacopan, cabecera del Tepanec?yotl al tiempo de la Conquista. Esta poblaci?n debi? de haber desempe?ado un papel importante en esta campa

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?a de composiciones, en vista de que un buen n?mero de pobla ciones ind?genas de donde proceden las pictograf?as se ubican en la regi?n occidental del Valle de M?xico y en el colindante Valle de Toluca. Esta propuesta podr?a tener eco en lo que se ha dicho, sin suficientes pruebas documentales, en torno al C?dice Garc?a Gra

nados, el m?s complejo y completo del grupo, cuyo original, se di ce, estaba pintado en las paredes del Tecpan de Azcapotzalco, la gran capital tepaneca hasta el momento del triunfo de la Triple

Alianza.

No hay duda de que estas y otras observaciones realizadas por au tores modernos servir?n para precisar a?n m?s nuestra b?squeda de

aquellos elementos que ameritan ser estudiados con mayor deteni miento tanto en los c?dices mismos como en los archivos con docu mentaci?n af?n.

Este primer suplemento de etnohistoria cumple con el cometido de dar a conocer materiales de car?cter sustantivo, como era el de seo del editor del volumen. Aunque no fue planeada como una uni dad aut?noma de an?lisis bibliogr?fico o inventarial, la lista de referencias citadas, incluida al final del libro, es lo suficientemente

extensa para servirnos de gu?a de recientes publicaciones. El volu men bien podr?a subtitularse: "Algunos temas selectos de la etno historia prehisp?nica y colonial mesoamericana", porque, creemos, hubiera sido para los editores una empresa a largo plazo poder reu nir un grupo m?s amplio de autores y art?culos sobre otros t?picos,

grupos ?tnicos y/o regiones culturales. Notamos, por ejemplo, la ausencia de trabajos sobre las instituciones civiles y religiosas his panas introducidas en las comunidades ind?genas, la llegada de es clavos africanos, o la historia y la cultura tarascas despu?s de la

Conquista.

Se anuncia la pr?xima publicaci?n del segundo suplemento que tendr? como tema el impacto de la independencia y la creaci?n de las nacionalidades sobre los pueblos de herencia cultural mesoameri

cana y aqu?llos que estuvieron directa o indirectamente vincula dos a ellos. Ser?a de gran utilidad que en este segundo suplemento se incluyeran secciones especiales sobre la m?s reciente literatura publicada, de la manera como se trat? en la primera parte, as? co mo el estado en que se encuentra el problema de la identidad y auto

nom?a de la etnohistoria y sus m?todos, tema que recientemente ha suscitado numerosas pol?micas a la luz de la antropolog?a y la historia "tradicional". No debemos olvidar que mucho del mate rial citado aqu? en torno a los nahuas del centro de M?xico fue pre

viamente registrado, y a veces cuidadosamente analizado, en los

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vol?menes 12 a 15 editados por Howard F. Cline.

Esperamos que los art?culos de los futuros suplementos de esta monumental obra marchen simult?neamente por el triple camino de los inventarios, los trabajos sustantivos, y aqu?llos de contenido explicativo e interpretativo de datos y metodolog?as.

Francisco Xavier Noguez El Colegio de M?xico

Antonio G?mez Robledo. Vallar?a intemacionalista, M?xico, Edito rial Porr?a, S.A., 1987, 351 pp., un retrato.

En fecha reciente ha aparecido en la Editorial Porr?a, de M?xico, que tanto ha contribuido a la cultura jur?dica de nuestro pa?s, el excelente estudio del destacado jurista, fil?sofo e internacionalista mexicano Antonio G?mez Robledo, intitulado Vallar?a internacio nalista.

De sobra conocida es, en nuestro ambiente intelectual, la perso nalidad como escritor, catedr?tico, investigador y diplom?tico de don Antonio G?mez Robledo. Sus obras han aparecido en diver sas editoriales, tanto nacionales como extranjeras, y hablan elocuen temente de sus grandes dotes intelectuales y de su enorme erudici?n

en los temas que trata. Su firma es, pues, una s?lida garant?a de trabajos de primera clase.

Ahora don Antonio, jurista jalisciense, se ocupa de algunos as pectos sobresalientes de la vida y obra de otro jalisciense ilustre, jurista tambi?n y magistrado, don Ignacio L. Vallar?a. El libro de G?mez Robledo, salido de las prensas de la casa Porr?a, nos ofre ce un breve "P?rtico", y despu?s, en siete apretados y ?giles cap? tulos, diversos temas de car?cter internacional, salvo el ?ltimo, que

se refiere a la vida de Vallar?a. Desfilan por all?, la cuesti?n del petr?leo; el fondo piadoso de las Californias; aguas internaciona les; la defensa de Belice; reconocimiento de gobiernos; la Uni?n Hispanoamericana, y otros temas de sumo inter?s que se derivan o est?n relacionados con los anteriores. Despu?s aparecen m?s de 200 p?ginas de documentos en los que se apoyan las opiniones o dict?menes del propio abogado oriundo de Jalisco.

No dejar? de sorprender a algunos lectores esta nueva faceta de la personalidad de don Ignacio L. Vallar?a: la de des?acado in?er

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nacionalista. Se le conoc?a por inteligente y probo constitucionalis ta, que nos ha dejado como muestra de su sabidur?a jur?dica sus cuatro vol?menes de "Votos", que son sentencias pronunciadas como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Naci?n. Se le apreciaba tambi?n como profundo conocedor de nuestro juicio de garant?as en su obra El juicio de amparo y el writ of habeas corpus.

Pero no era tan conocida su labor como internacionalista en los di versos asuntos que le toc? conocer.

Aqu? G?mez Robledo nos relata episodios muy significativos de la pol?tica internacional mexicana de fines del siglo xix a trav?s del juicio iluminado y certero del gran constitucionalista jalisciense. En

los dict?menes, notas y opiniones de Vallar?a, podemos conocer las grandes l?neas de la pol?tica internacional del porfiriato, como las ve?a un jurista que formaba parte de la judicatura nacional y colaboraba en el gobierno de D?az.

Era una ?poca en la que M?xico, despu?s de decenios de distur bios internos y de una serie de intervenciones extranjeras, hab?a entrado en una era de pacificaci?n y creciente prosperidad. Bajo la ?gida del general D?az, hab?a "poca pol?tica y mucha adminis traci?n". Se restablec?a la confianza, y M?xico comenzaba a ser considerado como un pa?s solvente y digno de cr?dito. Pero tam bi?n hab?a que cuidarse de las acechanzas de los poderosos. El ve cino del norte segu?a siendo un peligro latente para la independencia

nacional y hab?a que marcarle claramente sus l?mites.

El ministro Vallar?a contribuy? grandemente a obtener el equi librio internacional de M?xico. Con su claro talento jur?dico y su sentido de la justicia supo arreglar cuestiones intrincadas y volver por los fueros de la honra de nuestro pa?s y de toda Hispanoam?ri ca. Por eso su figura procer debe estar presente no s?lo en el p?rti

co de la sede de la justicia federal mexicana, sino tambi?n en el de la Secretar?a de Relaciones Exteriores.

Damos, pues, la enhorabuena a la obra de G?mez Robledo, y hacemos votos porque siga su pluma produciendo muchos escritos de tan alta calidad como el que ahora comentamos.

H?ctor Gonz?lez Uribe Universidad Iberoamericana

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Mark Wasserman, Capitalists, Caciques and Revolution. The native elite and foreign enterprise in Chihuahua, Mexico, 1854-1911. Chapel Hill,

N.C., The University of North Carolina Press, 1984, 232 pp.

El libro de Mark Wasserman es un es?udio bien documen?ado en innumerables archivos y fuentes primarias localizadas en M?xico y Estados Unidos que analiza la his?oria econ?mica y pol??ica de Chihuahua a partir de la ?poca liberal hasta el principio de la Re

voluci?n Mexicana.

Wasserman en particular examina cuidadosamente tres proce sos estrechamente interrelacionados en esa ?poca: el ascenso de la familia Terrazas al pin?culo del poder pol?tico en el estado, el de sarrollo en Chihuahua de una econom?a basada en la exportaci?n de ganado y minerales bajo el liderazgo del capital extranjero y la generaci?n de un descontento entre diferentes sectores de la socie

dad chihuahuense que los conduce a la Revoluci?n.

La tesis central del libro de Wasserman es que la inversi?n ex

tranjera en la miner?a ayud? a crear una econom?a en Chihuahua que durante algunos periodos del siglo xix elev? sustancialmente el nivel de vida de los ?rabajadores y los campesinos, permi?i? la creaci?n de una clase media y enriqueci? a un buen n?mero de miembros de la clase alta chihuahuense. Sin embargo, el capital extranjero tambi?n lig? a Chihuahua a los ciclos de la econom?a mundial y sus recesiones peri?dicas y crisis econ?micas, las cuales a final de cuentas cancelaron las ganancias acumuladas de la clase media y las clases trabajadoras y campesinas en los primeros a?os del presente siglo. La frustraci?n y la incapacidad de controlar su destino econ?mico y de obtener remedios del gobierno estatal los conducir?a a la Revoluci?n.

El libro resulta de considerable inter?s, no s?lo para iodos aque llos que se interesan en la historia de Am?rica Latina y M?xico si no en cuestiones m?s amplias, relativas a las condiciones que hacen posible el desarrollo econ?mico sostenido o que facilitan las revo luciones sociales.

Dos contribuciones importantes pueden destacarse del libro de Wasserman en torno a la tem?tica sobre el desarrollo econ?mico y las revoluciones sociales. En lo que respecta al primer punto, Was serman muestra claramente la validez de uno de los postulados prin

cipales de la teor?a de la dependencia en el caso de Chihuahua, a saber, lo negativo del impacto que resulta para las econom?as peri f?ricas su vinculaci?n a la econom?a internacional como abas?ece

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doras de productos primarios. Chihuahua es un excelente ejemplo de c?mo empresas mineras extranjeras, en particular AS ARC O, drenaron de capital y recursos a la regi?n; c?mo en gran medida el control de la econom?a regional se hallaba allende las fronteras mexicanas, en Nueva York y Europa Occidental, y finalmente c? mo la naturaleza c?clica de la econom?a internacional?el merca

do mundial para los productos de Chihuahua? result?

inherentemente destructivo. A partir de los a?os ochenta del siglo pasado, cada subsecuente d?cada vio depresiones econ?micas cada vez m?s gravosas para la sociedad chihuahuense y la de M?xico

en general.

Por otra parte, Wasserman tambi?n destaca c?mo el estudio de Chihuahua, en comparaci?n con otras regiones de M?xico, sirve para efectuar importantes revisiones a la teor?a de la dependencia.

El caso de la familia Terrazas y de otras ?lites norte?as ?particu larmente los industriales de Monterrey? indican que la teor?a de la dependencia ha minusvaluado el ethos empresarial de las ?lites nativas y exagerado su subordinaci?n al capital extranjero.

Si aceptamos que la teor?a de la dependencia asume un grado considerable de pasividad o de p?rdida de control de las ?lites na cionales, en el caso de Chihuahua el autor nos muestra que los Te rrazas, por el contrario, poco se subordinaron al capital extranjero en las empresas que acometieron. Ellos fueron casi siempre los prin

cipales inversionistas y directivos de sus negocios. La familia Te rrazas utiliz? diversas fuentes de inversi?n que incluyeron en m?ltiples ocasiones al capital extranjero (la comunidad francesa de la ciudad de M?xico, los empresarios norteamericanos de la fron tera) para financiar nuevas empresas, pero la familia mantuvo el control.

M?s a?n, los Terrazas se convirtieron en inversionistas de acti vidades industriales intensivas. Construyeron sus propias l?neas de ferrocarril, crearon la infraestructura urbana e invirtieron en in dustria pesada, miner?a y petr?leo, lo cual signific? competir con el capital extranjero. La conclusi?n que podemos sacar de lo dis cutido es que si bien los Terrazas actuaron como intermediarios dentro del modelo cl?sico, no es posible concebirlos dentro de un estereotipo parasitario. El caso de Chihuahua comparado con otras regiones de M?xico y de Am?rica Latina, nos conduce a un punto ulterior: las relaciones entre la inversi?n extranjera y las ?lites na tivas fueron m?s complejas de lo que el modelo dependentista su giere. M?s bien, la relaci?n entre los dos grupos dependi? no s?lo del tipo de ?lite regional con la que se vincul? el capital extranjero

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EXAMEN DE LIBROS

sino del ?iempo en el que se produjo la vinculaci?n y las condicio nes de la regi?n particular, en las cuales se dio el encuen?ro. En oir?s palabras, las relaciones en?re el capital extranjero y las ?lites nativas no fueron est??icas sino que evolucionaron con el ?iempo reflejando las condiciones cambiantes en la regi?n. En el caso de M?xico, no ?odas las ?li?es regionales dieron la bienvenida al capi ?al exlranjero. En Sonora, los hacendados expresaron una gran in conformidad cuando la inyecci?n de capital extranjero produjo un aumento en los salarios en el estado. La objeci?n de los hacenda dos de Coahuila no fue menor ante la concesi?n otorgada a una empresa ex?ranjera en la comarca lagunera que les priv? de agua,

elc??era.

En suma, las relaciones en?re las ?li?es na?ivas y el capital ex tranjero no deben entenderse como vinculaciones entre dos mono litos sino como arreglos a diversos niveles que variaron de acuerdo con la fortaleza relativa y las circunstancias ?le los participantes.

En M?xico el sistema fue triangular, involucrando a ?lites a nivel regional y nacional y al capital ex?ranjero.

En lo rela?ivo a la discusi?n acerca de los fac?ores que propician las revoluciones sociales, el libro de Wasserman tambi?n hace con tribuciones importantes. En particular, resulta interesante su dis

cusi?n acerca del papel de las ?li?es y el Estado en el proceso

revolucionario. Casi ?odas las leor?as de las revoluciones a?ribuyen al desmembramiento del poder coerci?ivo del Es?ado una gran im portancia en la explicaci?n de la ocurrencia de la Revoluci?n. La obra de Wasserman nos mues?ra que aunque a primera vis?a el ca so de Chihuahua parece una anomal?a, pues?o que los Terrazas eran la familia m?s poderosa de iodo M?xico, en realidad su propia om nipotencia fue el principal factor de su ca?da. El odio a los Terra

zas fue una de las m?s poderosas fuerzas que unificaron a los

oponentes, a saber: la clase media, los trabajadores y campesinos.

El caso de Chihuahua, asimismo, sugiere que los papeles de las ?lites

y del Es?ado deben examinarse a diferen?es niveles. Era posible, y lal fue el caso de Chihuahua, lener una poderosa ?lite regional pero un Es?ado nacional d?bil (la dicladura de D?az).

En segundo lugar, esle es?udio parece corroborar la lesis que sos?iene que las dislocaciones causadas por el desarrollo econ?mi co acelerado, particularmente iras un periodo largo de crecimienlo seguido de una recesi?n aguda, es el campo de cullivo m?s propi cio de una si?uaci?n revolucionaria. Es innegable que la Revolu

ci?n se inicia en la regi?n de M?xico de mayor crecimiento

econ?mico financiado en gran parte con capital extranjero. Tam

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bien estalla en las otras regiones de M?xico que pasan por una si tuaci?n similar (a excepci?n del caso de Yucat?n). Los cr?ticos de esta tesis sostienen que quienes la sustentan no pueden identificar los grupos alienados al sistema ni probar el estado mental de insa tisfacci?n de los sectores oponentes. Wasserman nos ofrece suficiente

evidencia emp?rica para identificar qui?nes fueron los revolucio narios y por qu? se rebelaron.

En conclusi?n, el libro es un estudio bien documentado que per mite avanzar nuestra comprensi?n de la historia de la Revoluci?n Mexicana y de la regi?n norte?a e interesar? a los estudiosos de las ciencias sociales.

Gustavo Vega C?novas El Colegio de M?xico

Soledad Garc?a Morales, La rebeli?n delahuertista en Veracruz (1923),

Xalapa, Universidad Veracruzana, 1986, 173 pp.

En la ?ltima d?cada, la historia de los a?os veinte en el estado de Veracruz ha sido el objeto de crecientes atenciones. A partir de la publicaci?n de las obras de Romana Falc?n y de Heather Fowler S al am in i, mucha de esa atenci?n se ha enfocado a la creaci?n de

un bloque campesino y su alianza con el "jacobino" o "radical"

gobernador Adalberto Tejeda. Esas obras fueron pioneras en la apertura de la historia regional de esta entidad, pero dejaron una notable ausencia en la historia pol?tica: la oposici?n. Por fin tene mos a la mano un libro de Soledad Garc?a Morales que marca el acontecimiento por excelencia que aglutinara varios elementos de oposici?n, tanto dentro como fuera del estado de Veracruz: la re beli?n delahuertista.

La materia escogida por la autora es sumamente compleja, y se ve especialmente en el desarrollo de los primeros seis cap?tulos del libro. En ellos, que podr?amos llamar antecedentes, la autora tiene que conjugar la muy inestable relaci?n que guardaban el go bierno del estado y el presidente Obreg?n. Aquel espacio entre cen tro y periferia fue el campo f?rtil para el desarrollo de la oposici?n

dentro del estado; dio pauta para que los grupos de latifundistas, casatenientes, comerciantes e industriales opuestos al discurso y ac ciones de Tejeda (quien pretend?a modificar las relaciones entre tra

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EXAMEN DE LIBROS

bajadores y capital), buscaran alianzas con un aparato federal, el

ej?rcito y expl?citamen?e con el general Guadalupe S?nchez

?tambi?n veracruzano y terrateniente. A la vez, este ?l?imo anhela ba la gubernatura de la en?idad y por ende nutr?a a los grupos de presi?n centrados principalmente en la ciudad y puerto de Veracruz.

En los a?os que van de 1920 a 1923, vemos en el libro el desa rrollo de la necesidad mu?ua de una alianza entre Tejeda y el cam pesinado, apenas en v?as de su formal organizaci?n. Este proceso es lo que da lugar a una escalada en la oposici?n de los capitalistas, recurri?ndose a Obreg?n y a S?nchez para que sancionaran sus artos

violen?os en con?ra de campesinos solici?antes de ?ierras, o de ira bajadores huelguis?as en las ciudades. Incluso, para 1923, parece r?a que la oposici?n lograr?a su obje?ivo ?derribar a Tejeda y su pol?tica?, e incidir en el nombramien?o de su sucesor, ya que Obre g?n se manifes?? abiertamente en con?ra del gobernador a ra?z de un zafarrancho en el palacio municipal de Puenle Nacional.

Si lo que determinaba la oposici?n se hubiera quedado conslre ?ido a lo espec?ficamente veracruzano ??qui?n ocupar?a la silla en el palacio en Xalapa??, quiz?s hubieran ca?do Tejeda y su gru po. Sin embargo, ?ste no es?uvo sin prolecci?n a nivel federal, con

lando con el apoyo del "deslapado", Plutarco Elias Calles.

Enlonces, la sucesi?n presidencial ?ambi?n len?a que figurar en los c?lculos de la oposici?n local, determinar?a su acercamienlo al grupo

que rodeaba a Prielo Laurens y que oplar?a por la candidalura de

Adolfo de la Huerta.

En el desarrollo de es?a conflicliva siluaci?n de las sucesiones federal y es?a?al, la au?ora describe un aspeclo muy in?eresan?e, mas no explo?a su relevancia. Si bien den?ro del bloque pol?tico que aglu?inaba Tejeda hubo consenso p?blico respec?o a la candi dalura de Calles, no lo hubo respec?o al futuro gobernador. Aun que la maestra Garc?a nos describe los pleitos ocurridos entre los que susten?aban la planilla Calles-Meza por un lado, y los que enar bolaban la bandera de Calles-Jara, a fin de cuentas no nos dice de qu? manera esta lucha incid?a o no en el curso de eventos por venir

?la rebeli?n. Si es que esta divisi?n en el seno del bloque tejedista no ten?a importancia para el fen?meno estudiado, tal vez hubiera sido mejor dejarla a un lado, para no intrincar demasiado la expo sici?n de esta compleja materia. Pero si por el otro lado ten?a un significado para la rebeli?n, entonces requiere de un ?ralo m?s alen?o.

A fin de cuen?as, cuando ya era palen?e la inminente rebeli?n en Veracruz, secundada por Guadalupe S?nchez, el gobierno fe

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deral recurri? a las fuerzas que hab?a criticado apenas meses an tes, las que aglutinaba Adalberto Tejeda.

Llegado a este punto en el texto, los siguientes dos y ?ltimos cap?tulos se dedican a la rebeli?n, se?alando la importancia estra t?gica del estado y en especial del puerto, ya que nuevamente Ve racruz fue declarada capital provisional del pa?s bajo el mando de las fuerzas rebeldes.

Si bien la presentaci?n minuciosa de los antecedentes de la re beli?n fue necesaria para el desarrollo de la obra, la parte que trata el punto central muestra cierta debilidad. Los grupos presentes en el auge de las tensiones contra Tejeda y la candidatura de Calles comienzan a desaparecer de la narrativa, para dejar lugar a las pe nurias del movimiento y los enfrentamientos militares. En estas p?

ginas resurgen las conclusiones de Falc?n y Fowler en cuanto a la importancia de la alianza desarrollada entre Tejeda y la ya forma da Liga de Comunidades Agrarias, bajo la direcci?n de ?rsulo Gal v?n ?una mancuerna armada que repercuti? en el desenlace de la rebeli?n y el futuro desarrollo del Estado mexicano. Adem?s, ser?a muy interesante saber qu? pas? en distintas partes del estado

de Veracruz ?en el valle de Orizaba, por ejemplo, centro indus trial y de numerosos conflictos entre empresarios, obreros y el go

bierno de Tejeda.

Mientras se reconozca la validez de aquel enfoque, creemos que no agota el significado de la rebeli?n delahuertista en Veracruz.

Ser?a sumamente interesante que el libro se reedite con un cap?tu lo final que intente poner la rebeli?n en perspectiva. Una pregunta

que podr?a hacer es la siguiente: ?si las organizaciones patronales fueron tan ac?rrimos enemigos del r?gimen de Tejeda en Veracruz,

qu? les pas? despu?s de la rebeli?n? Los nombres que aparec?an entre los hacendados o comerciantes opuestos a Tejeda a princi pios de la d?cada de 1920, no desaparecieron de las n?minas del capital, ni siquiera ha?ta hoy d?a. ?Qu? pas?? ?Ser? que los capita listas se "disciplinaron" despu?s de la derrota militar? ?O ser? que el levantamiento y su repliegue no terminaron con las contradic ciones fundamentales en el estado, y la oposici?n no desapareci??

Estas preguntas son de ?ndole particular para el caso de Vera cruz. Sin embargo, un balance de este libro tambi?n podr?a se?a lar aspectos m?s generales como por ejemplo: ?la derrota militar implicaba un paso determinante en la subordinaci?n del ej?rcito al poder civil? o ?ser? que el impacto de la rebeli?n en perspectiva se reduce a mostrar el naciente proceso de alianza entre el Estado y las clases trabajadoras o su cooptaci?n por el primero?

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EXAMEN DE LIBROS

Aunque el proceso fue paulatino, puede pensarse que la rebe li?n delahuertista fue un verdadero parteaguas, lan?o para el es?a do como para el pa?s ?con la gran excepci?n de las regiones alzadas

bajo la bandera de Cris?o Rey?, donde se mos?raba la dificul tad de realizar una sonada rebeli?n, frente a los intentos de esta

blecer un r?gimen institucionalizado (no es por casualidad que Heather Fowler califique a Tejeda como un caudillo institucional) que forzar?a la negociaci?n de conflictos. No es coincidencia por ejemplo que Veracruz fuera el escenario, bajo los auspicios de Te jeda, de intentos tripartitos ?gobierno, capital y trabajo? para hacer frente a la crisis estructural de la industria azucarera del pa?s.

Y finalmente, el libro se desarrolla sobre la relaci?n entre el es tado de Veracruz y el centro del pa?s. Sin embargo, la rebeli?n no fue un fen?meno ?nico para esta entidad; una referencia a las par ticularidades y generalidades del movimiento, con especial aten ci?n a otras regiones, contribuir?a a una nueva versi?n del libro.

No obstante esta cr?tica, hay que reconocer la validez de la obra,

que abre un espacio para discutir de nuevo esa d?cada de los vein

te como un "laboratorio" de la Revoluci?n, pero desde la pers

pectiva de los contras. La redacci?n es clara y se basa en un buen manejo de informaci?n documen?al ex?ra?da principalmente de dos fuentes muy opuesias: el archivo de Tejeda y las p?ginas de El Dic tamen, peri?dico porte?o, y vocero del grupo opositor. La autora lamenta no haber podido consultar el Archivo General de la Na ci?n, fondo Obreg?n-C alies, por no haber estado abierto al p?bli co cuando en 1980 se present? la primera versi?n mimeografiada del libro. Estamos de acuerdo con ella, que esa consulta hubiera contribuido a una mayor profundidad en el tratamiento del tema.

Pero tambi?n algunos materiales a la mano en aquel entonces ha br?an sido ?liles para la comprensi?n de los adores en la rebeli?n que a fin de cuenias son reducidos a e?ique?as como: militares, te rratenientes, agraristas, etc. Por ejemplo, una lectura del art?culo de Hans Werner Tobler sobre el car?c?er del ej?rci?o revoluciona rio habr?a ayudado en mucho para explicar el comportamiento de un Guadalupe S?nchez, en lugar de quedarnos con una conclusi?n como:

Los ascensos de Guadalupe S?nchez fueron producto, en su mayor p

de su habilidad en la eliminaci?n de personas no adicias el r?gim m?s que resultado de su participaci?n militar en el campo de bat pues en el transcurso de su carrera no lleg? a considerarse com militar distinguido, (p. 74).

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EXAMEN DE LIBROS

Quiz?s esta cita es la m?s clara en una serie de elementos del libro que muestran un deseo de hablar en t?rminos de blanco y ne gro; y si el haber sido "malo" S?nchez depend?a de no haber sido un militar distinguido, pues Tejeda tampoco lo fue. As? pues, se r?a importante reflexionar el porqu? y c?mo un movimiento de opo sici?n se finca en ese ej?rcito "parad?jico".

David Skerritt

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I IftMJf?Kltin

Escrito en voz alta Un a 'camiento a las investigaciones

y

pu ' '?caciones de El Colegio de M?xico Lunes a las 22:00 horas Mi?rcoles a las 17:00 horas

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BULLETIN OF LATIN

AMERICAN RESEARCH

The Journal of the Society for Latin American Studies Editors: PAUL CAMMACK, Department ofGovernment, University of Manchester, Manchester, Mil 9PL, UK, JULIAN LMTE, Department of

Sociology, University of Manchester, Ml 3 9PL, UK, and R0RY MILLKR, Centre for Latin American Studies, Universityof'Liverpool, Pi) Box 147, Liverpool, L69

)BX, UK

The Bulletin oflMtin American Research is l ht* journal of the Society for I .atin American Studies. It publishes original research of current interest on Latin America from all academic disciplines in the general fields of the social sciences and humanities. In addition to long articles of original research the journal publishes shorter contributions on topical matters relevant to the study of I .?lliri America, review articles, research in progress, book reviews and noies.

A selection of papers Patterns of race in Colombia, I* WADK.

Women in l^atin America: stereotypes and social science, A MacKWAN SCOTT (Ilk).

Gender relations, peasant livelihood strategies and migration: a case study from Cuzco, Peru, S A RADCLIKKK (UK).

Mejercilay mamadla : girls growing up in Lima, .I KINNKW (I Ik).

I^atin American women and the new international division of labour: a reassessment,

R PEARSON (UK).

Images of women in contemporary Chilean theatre, C M KOVLK(Uk).

Research on Latin American women: in search of our political independence,

M ZABALATA.

Central American impasse, J DLJNKKRLKY/

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to de la realidad de los pueblos indios de Revista bimestral del instituto Nacional Indi

piso.

genista que contribuye a un mejor conocimien

ind?gena

Testimonios ind?genas

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