EN ERO, 2 01 4
N.00 2 SUICIDIO
Universidad de Guadalajara
Rectoría General
Vicerrectoría Ejecutiva
Mtro. Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla Dr. Miguel Ángel Navarro Navarro Secretaría General
Mtro. José Alfredo Peña Ramos
CUCSH
Rector
Secretaria Académica
Dr. Héctor Raúl Solís Gadea Dra. María Guadalupe Moreno González Secretario administrativo
Mtra. Karla Alejandrina Planter Pérez
Directora de la División de Estudios Históricos y Humanos
Dra. Lilia Victoria Oliver Sánchez Jefa del departamento
Dra. María Guadalupe Sánchez Robles Coordinación Editorial
Dr. Carlos Antonio Villa Guzmán HIMEN
Director
Martín García López Francisco López Ibarra María Idalia López Valerio
Consejo editorial
Arturo Grijalva Elizalde Ma. del Rocío Luelmo Vargas Sayuri Sánchez Rodríguez Arnulfo Valdez Oleta Jessica Rodríguez López Corrector de Estilo
Magnolia Martínez Cárdenas Diseño editorial/Ilustración/Portada
César Augusto Hernández Cárdenas
Fotografía de portada
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Jesús González nubenumeronuevecontact@gmail.com Modelo
Vanessa Villan godivaneveu@hotmail.com Himen, año 1, núm. 2, junio-diciembre de 2013, es una publicación semestral editada por la Universidad de Guadalajara, a través de la Editorial del CUCSH, con domicilio en Calle Juan Manuel 130, Col. Centro, CP 44100. Guadalajara, Jalisco, México. http://www.facebook.com/RevistaHimen, Director: Martín García López, correo electrónico: himenletras@gmail.com, Impresa por DIRECT PRINTING, S.A. DE C.V., Juan Manuel 897, Col. Centro, CP 44200. Guadalajara Jalisco México. Este número se terminó de imprimir en noviembre del 2013, con un tiraje de 500 ejemplares. Las opiniones expresadas en esta revista son estrictamente responsabilidad de sus autores.
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Índice Editorial 3 Del pincel como arma suici da 4 Sangre y tinta 6 Muerte en el bar 7 Instr ucciones para cometer un suicidio exitoso 8 Un día de furia 10 Sísifo en las alturas 12 Breves suicidas 15 Quién se mata aquí 18 El ahorcado 19 Fatalidad carmesí 22 Ciau, miau 23 Palabra en contexto 24 Dicen 25 Antítesis 26 Sed de cielo 28 5:45 29 Aokigahara 30 Sol, edad, pasto y banquetas 31 Jor nada 32
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N.2
Editorial
Revista HIMEN/ Año 1
/ N. 002 / Suicidio
En este número les invitamos a agarrar navajas, pastillas, pistola, una soga… recomendamos que los tengan cerca mientras leen los textos que abarcan este universo suicida. ¿Qué motivo lleva al hombre a utilizar su raciocinio para romper con el instinto de supervivencia y terminar con su vida? Lo descubriremos mientras observamos a los verdaderos suicidas; gente que tomó la decisión de saltar de un edificio, cortarse las venas, ahorcarse en las escaleras o volarse el cerebro con una semiautomática, los pensamientos que tuvieron antes del impacto, cuando la vida se corta e inicia lo otro, si es que existe lo otro. No hablamos sólo del suicidio romántico, hablamos del suicidio real, del que nace del tedio de la vida, del odio a la existencia, de las enfermedades mentales, de la felicidad masoquista de matarse, de quitarse la vida con ganas. Quien diga que el suicidio es una forma cobarde de huir, es porque jamás ha tenido la voluntad de confrontar el final inminente y aceptarlo. Decir “me voy a suicidar” y cumplirlo, tiene una determinación que nosotros los vivos no conocemos. Dando apoyo a una labor tan milenaria como el suicidio, la revista Himen les invita a quitarse la vida si la oportunidad se presenta. Sólo damos un consejo: disfruten morir, porque la muerte es irrepetible. �
Del pincel como arma suicida por Andrea Michelle Alvarado Chávez
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Era imposible esperar, tal como lo hacía su padre, que Manet dedicara su vida a tratar de entrar a la escuela de derecho o a la marina. A edad temprana, Manet se había ya interesado en la pintura y el grabado. Y así, a regañadientes de su familia, comenzó sus estudios artísticos en 1850, en el taller del pintor Thomas Couture, a partir de entonces, Manet, dedicaría su vida a la pintura. Por esos años, Manet estableció relación con artistas y literatos que lo influirían notablemente, como Edgar Degas y Charles Baudelaire. De la obra de Manet, destacan sus trazos libres, contornos diluidos y su juego entre luces y sombras, características sobresalientes del impresionismo. El hecho de ser pintor impresionista era considerado por la escuela clásica como un acto de rebeldía y Manet tuvo que soportar que sus pinturas fueran rechazadas en repetidas ocasiones debido a la temática que tocaba en ellas; provocó el escandalo general por los desnudos femeninos que plasmó. El presente análisis toma precisamente uno de esos temas controversiales que tocó con su arte: el suicidio. Al ver por primera vez el cuadro El suicidio de Manet, observo algunos elementos principales que llaman mi atención: el acto sucede en una habitación, el cuerpo del suicida está atravesado a lo ancho de la cama, leve, desvanecido, pero su mano aún sostiene firmemente el arma, que cuelga un poco de la orilla de la cama y el rojo que sobresale, convertido en una mancha en el pecho del personaje. Manet crea trazos en los que se pueden notar las manchas de las pinceladas, éstas son libres. Algo común en un artista impresionista o expresionista es el manejo de estos elementos, no sólo el que sea una escena de suicidio, lo que hace más emotivo el cuadro.
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El clima de la pintura es mayormente frío en cuanto a la paleta de colores. La pared, la cama y el piso tienen tonos grisáceos, azules y algunos verdes. En el fondo apreciamos, en contraste, tonos cálidos, tonos rosas que se complementan con las manchas rojas de la cama y la camisa blanca de hombre, en la cual la mancha de sangre resalta. No conocemos al personaje del cuadro, sin embargo Manet nos hace espectadores directos del acto, introduciéndonos en la habitación, somos parte del suceso, el suicida no está solo, nosotros lo acompañamos en su muerte. En la pared se encuentra colgado un cuadro con la imagen de una persona, no se distingue con claridad si se trata de una foto o pintura del suicida o de alguien más. Acerca del cuadro que cuelga en la pared, algunos críticos de arte señalan hacía la posibilidad de que quien aparece en el es Jesucristo. Esta idea atrapa mi atención y despierta mi inquietud, así como debió hacerlo con la sociedad de su tiempo. El hecho de mezclar en un discurso el tema del suicidio y el cristianismo es bastante controversial y Manet realiza una contraposición entre ambos temas. El suicidio al frente del cuadro, magno, impactante, firme. Para el cristianismo un acto imperdonable, un pecado que condena al infierno, para otros el acto más libre y personal de todos los actos posibles. Cristo al fondo del cuadro, difuso, relegado a un segundo papel, reducido a un cuadro dentro del cuadro, encerrado en un marco y convertido, al igual que nosotros, en un espectador más. Manet, uno de los mayores representantes del impresionismo, nos deja una pintura magnífica, una de las mayores obras artísticas acerca del suicidio, quizá una de las primeras que acuden a la mente de aquel que piensa en este tema. Herman Hesse, en El Lobo Estepario, hace una distinción entre dos tipos de suicidas, aquellos que llevan a cabo su cometido y acaban con su vida y otro tipo de suicidas que jamás realizan el acto del suicidio, pero que lo piensan constantemente, sujetos que saben que el suicidio es siempre una opción posible y que, pese a resultar contradictorio, adquieren de esta misma idea un impulso vital que los empuja adelante, pues siempre se puede sufrir un poco más, antes de decidir terminar con la vida. Manet fue un suicida, no importa que sus biógrafos digan que murió postrado, enfermo. Manet se suicidó, y nos entregó en su cuadro una inmortalización del acto suicida, un devenir de la muerte. ¡Salve Manet, eterno suicida! �
Andrea Michelle Alvarado Chavéz Nace en Obregón, Sonora, criada y malcriada la mayor parte de su vida en Juaritos y ahora residente en Guanatos; es una artista distinguida por su gran pasión por el arte impresionista, refleja en cada pintura su sensibilidad, se refugia en una mezcla de paletas de colores y se deja llevar sin importar parámetros o barreras a seguir, es una rebelde del arte.
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Sangre y tinta por Gema Adame
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Es un lugar obscuro, los clientes así lo prefieren... ¿Celebrando? Aún no lo entiendo. Al fondo los amigos con el brindis, por la entrada las hermosas parejas tratando de expresar lo que sienten en palabras, sonrisas, caricias... ¡Casi patético! En el brillo de la barra se reflejan los tarros medio vacíos de los seres abandonados. Recargados en sus codos, algunos viendo alrededor y otros cazadores solitarios ignorados por las bargirls. Dentro de la barra, queriendo huir; todo mojado y cada vez más incómodo, sin saber cómo seguir ignorando a ésos perdedores y ebrios despreciados. ¡Comanda! Por fin.... una pequeña distracción y fingir interés en el trabajo. Hasta la esquina un ebrio grita: -¡Disculpe señorita! Ése tarro es para mí. El transcurso hasta allá me pareció eterno. Mi mente suplicaba que no me preguntara nada fuera del trabajo. Pero ahí va, justo a tiempo lo que temía... -¿Cuál es tu nombre? -Rebeca...- respondí. - El mío es Gonzalo, qué gusto. A mí ni siquiera me importaba, pero tuve que ser amable. Continuó hablando pero no podía escucharlo, yo solo sonreía y asentía. Hasta que me hizo una pregunta y salí huyendo de la conversación... volvían las náuseas. Me apretaban los cuerpos en el pasillo próximo al baño, uno con otro, sudor con sudor, sudor propio. Por fin... llegué al baño: ¡OCUPADO! En la espera a mi turno había tenido que controlar ésa sensación de abundante saliva antes del vómito. Después de casi ya tres minutos de espera llega mi turno y entro desesperada a arrodillarme en la taza, casi vomito mis intestinos. Lavé mi rostro, me observé al espejo y traté de verme interiormente, tratando de encontrar belleza al menos en el reflejo. Era un espejo grande, extremadamente limpio; así nadie podría evitar aumentar el odio o el amor a su propia existencia. Vaya castigo. La frustración que me invadía al verme tan ajena ante mi propio reflejo me gritaba con la voz de muerte. Golpeé el espejo con puño cerrado, manchando el suelo con mi sangre, de sangre con adrenalina y odio inyectado. El reflejo de mi mirada había quedado encerrado en el espejo, hecho trizas como el odio que siempre me tuve. � Gema Adame El hechizo que causa una buena narración ligado con todos los sentimientos que a diario somos víctimas; sin dudar, la necesidad de poder transmitir de la manera más profunda el sentir de la vida.
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Muerte en el bar por Pacman Moderno
Entras a un bar y un hombre te grita desde la barra. Te dice que te estaba esperando. Así que te disculpas sin saber por qué. Caminas entre teporochos y prostitutas. Te sientas frente a la barra. Quieres beber, pero el cantinero no está. Con los ojos clavados en el vaso de cristal, el hombre te dice: “tengo un chingo esperándote”. Nada contestas. Te sonríes al espejo y ves al cantinero. Te pregunta qué vas a querer. Le respondes que una cerveza. La abre frente a tus ojos y te la entrega, fría como el último infierno. Comienzas un trago largo, mientras el escándalo de los borrachos fluye como la cerveza por tu garganta. Bebes hasta vaciar la botella. Con los ojos, buscas al cantinero. Llamas su atención. Pero antes de que se acerque, levantas la botella vacía. Lo entiende y te destapa otra chela, tan helada como la primera. “Gracias por venir” dice el hombre triste y te dedica una mirada de resignación ante los puntos finales. Te callas lo que piensas. Espera a que termines tu cerveza y dice que “no” con el dedo cuando vas a pedir otra. Deja el dinero de la cuenta al lado de los cacahuates manoseados. “Es por aquí”, dice antes de ponerse de pie. Sonríes y te levantas. Lo sigues hasta la parte trasera del bar: a un cuarto con cajas y botellas. Ya viene preparado. Cierra la puerta y se sube a la silla. Un foco proyecta su sucia luz sobre el suelo. El hombre triste te hace una seña para que te acerques. Nunca te gustó ese método, pero al final todos funcionan. Se pone la cuerda alrededor del cuello, sobre los hombros. Con la mirada te señala la silla que luego pateas, para que se quede colgando del techo como un foco fundido en medio de la habitación. � Pacman Moderno Es un archivo clonado que cambia como software dañino y vive en el folder de downloads. Toma pastillas para perseguir a sus fantasmas y encerrarlos en medio del laberinto, mientras escucha música repetitiva. Afirma que las combinaciones de los botones del control son infinitas. Y–según Pilgrim- se iba a llamar Puckman, pero sus creadores temieron a la letra F.
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Instrucciones para cometer un suicidio exitoso por Luis Carlos Cornejo Rojas
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¿Qué es lo que he hecho? Repaso mi instructivo, instructivo para cometer un suicidio exitoso. Primero que nada, elige el suicidio como la única, la última verdadera solución que queda cuando ya agotaste todos los demás recursos y todas las esperanzas e ilusiones murieron. Sé alguien increíblemente optimista. Optimista en el sentido de que todo saldrá bien, de que hay algo mejor al final del túnel. Convéncete de que el infierno, la reencarnación, la nada, el campo Eliseo o lo que sea será mejor que la mierda con la que te encuentras al abrir los ojos. Elegir morir, no es elegir morir, es elegir otra cosa que esta vida. Morir es simplemente algo incidental. Más nos vale elegir morir por alguna razón que valga la pena, no por pendejadas… pero esto, estimado suicida, siempre será algo relativo que sólo nos concierne a nosotros. Y te diré un secreto… todos somos suicidas. Todos tenemos razones válidas y pendejadas por las cuales quitarnos la vida. Se debe de ser muy realista. Bien podría ser más efectivo meterme una bala en la cabeza, pero no tengo ni bala ni con qué dispararla. Si tienes vértigo, no elijas tirarte de un puente o un edificio. Si temes el dolor, no elijas veneno. Si no quieres que tarde, no elijas ahorcarte. Si no quieres fallar, no tomes pastillas. Sé realista y elije según tus posibilidades. Toma nota: si en verdad quieres morir, no te la pases diciéndolo ni escuchando música triste y poniendo fotos y frases melancólicas en Facebook… es estúpido y patético, además de que avergüenzas a aquellos que practicamos esta noble pero quizá penosa actividad. Si en verdad quieres dejar esta vida, hazlo, no lo digas… sólo hazlo.
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Como consejo, escucha la música de tu elección para acompañar esa transición. Esos instantes parecerán una eternidad y muchas cosas entrarán con y sin tu permiso y las pensarás. Te acosarán. Si no quieres enfrentarlas… te sugiero que pongas antes una hermosa canción. Triste, alegre, cursi, de odio, lo que sea…. da igual si te trae recuerdos o no. Te recomiendo que te concentres en cantarla en tu mente o tararearla en susurros. Te diré que no trates de pensar. Es opcional pero creo que justo dejar alguna carta, grabación o algo que explique el suceso. Pareciera mentira, querido suicida, pero cuando dejamos este mundo… nunca falta la infeliz alma que nos llora. Nunca falta alguien que quisiera saber por qué lo hicimos o qué hicieron mal. Si les tienes el menor respeto, el menor aprecio, deja una nota o algo… Si no quieres, no lo hagas, de todas formas ya no estaremos para cuando estén desconsolados. Trata de no dejar asqueroso el lugar donde falleces, nadie quiere limpiar sesos regados por la habitación o quitar el aroma a carne quemada. Pero si es lo único o lo mejor que encontraste… mínimo deja algún dinero para que paguen a buenos profesionales que limpien el desastre físico… y quizá, tan sólo quizá, el desastre emocional que dejamos. Por último, concéntrate en un estímulo final: un aroma, una imagen, cierto sonido… Trata de irte en paz, con un rostro sereno o con una sonrisa. Hagas lo que hagas, no temas, será muy sencillo ponerse nervioso, ya sabes. Más si es tu primera vez. Y ese miedo a volver a fracasar en caso de ser ya la segunda, tercera, cuarta vez... Quizá más. Todo estará bien si seguiste éste humilde y sincero instructivo. No temas, la vida, la muerte, todo está muy sobrevalorado. Nos enseñan a tomárnoslo muy enserio. No te preocupes, todo esto... Y todo esto pasará. Realmente no vale nada, la vida no vale nada, la muerte no vale nada. Nada es nada. Nada. Nada... �
Luis Carlos Cornejo Rojas Nació en 1993 en Monterrey, México. Actualmente cursa su séptimo tetramestre de la Licenciatura en Psicología en la Universidad del Valle de México. Ha escrito artículos, reportajes y crónicas para las revistas Yo UVM y Access Live.
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Un día de furia por Miguel Ángel Santos G “Guíanos por el camino correcto, el camino de los que has favorecido” Oración musulmana.
10 Trataste de sacar la idea de tu cabeza durante toda la noche. Tienes que reconocer que no fue fácil: cada ocasión en que te detuviste a imaginar las distintas posibilidades, algo dentro de ti sonaba como el eco de una duda; no obstante, tras mirar el siete con treinta y cinco en números rojos en el despertador con los acordes de Wish you were here de fondo, decidiste levantarte de una vez. De pronto te invadió el miedo bajo el agua de la regadera, esas ganas de no pertenecer, y de nuevo la duda se magnificaba en su eco de cinco letras dispersas. Lloraste. No supiste de bien a bien si ese llanto era de resignación o de alegría por el fin de la espera. Preparaste tu ropa con sumo cuidado; sacaste los zapatos lustrosos, el cinturón de hebilla delgada, tomaste la corbata lila rayada y la pasaste por el cuello impecable y blanco de tu camisa. Te apoyaste en el lavabo para mirarte en el espejo una última vez antes de partir. No quedaba en ti ningún rescoldo de llanto cuando saliste al fresco de la mañana con tu maleta y un libro bastante gastado entre tus manos.
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Supiste entonces que era inevitable: de la duda misma sacaste entereza, miraste tus manos grandes y nerviosas, cerraste luego los ojos y repasaste los cinco pilares, aquellas palabras eternas e increadas. Murmuraste las últimas azoras apenas moviendo los labios. Extendiste de súbito tu mano derecha hacia el río de la calle después de volver del trance. Subiste a un taxi. Sentado en medio de la terminal ruidosa, esperaste que anunciaran el vuelo. Tu mirada al frente, la pierna izquierda cruzada, las manos descansando en tu regazo, sobre el libro. Volteabas de cuando en cuando tus ojos negros al reloj de grandes dígitos que semejaba a aquel sobre la mesa al lado de tu cama. La voz se escuchó como a través de un filtro metálico, indicando el abordaje de los pasajeros con destino a una ciudad que para otros no sería definitiva. Te levantaste, apretaste fuerte el libro contra tu costado, como protegiéndolo, te agachaste levemente para levantar el maletín y te dirigiste tranquilo, pleno hacia las puertas de cristal automáticas que conducían al túnel alfombrado. Te sentiste invadido de una enorme paz una vez que estuviste sentado en tu asiento. A tu derecha, una mujer madura de cabello castaño claro y lentes; a tu izquierda, un hombre grueso y sudoroso que tenía el pánico tatuado en su mirada. Pensaste que sería su primera vez en un avión, consideraste la idea de charlar con él un poco y tranquilizarlo, pero caíste en cuenta de que intentarlo sería una broma cruel. En cambio, la mujer permanecía en silencio recostada sobre el cabezal escuchando música con los ojos cerrados, podías ver los cables delgados de color blanco perdiéndose en su cabello. Por tu parte, abriste el libro en las primeras páginas, lo acariciaste amoroso, pasaste las manos sobre él buscando el sentido entres sus líneas. El “esfuerzo”, el Yihad, el sacrificio, que ya te era ineludible. Pusiste a un lado el libro sagrado y, a un tiempo, tu vida en manos del profeta: antes de accionar el mecanismo del explosivo, recitaste en voz alta, ante la mirada atónita del hombre gordo sentado a tu lado, las palabras que te conducirían a tu nueva vida: la bismala que se repite una y otra vez al inicio de las azoras en el texto de Alá, “En el nombre de Dios, el Compasivo y Misericordioso”. � Miguel Ángel Santos G. Mi nombre es Miguel Ángel Santos, tengo 26 años, nací en un pueblo de los Altos de Jalisco llamado San Julián; radico en Guadalajara desde el 2005, soy Químico Farmacobiólogo por la UDG, actualmente me desempeño como farmacéutico comunitario y estudio la Lic. en Letras Hispánicas en la misma casa de estudios. Algunos relatos me han sido publicados en el periódico El Occidental y en el número 0 de la revista literaria La cigarra, así como en una revista electrónica argentina llamada Motor de ideas.
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Sísifo en las alturas por Iván Pérez
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Las reflexiones acerca del suicidio siempre, o casi siempre, suelen ser hipotéticas. Incluso cuando la soga pasa por el cuello o el tostador está a punto de ocupar la bañera es imposible deshacerte del tan mencionado “¿Qué pasaría si lo hago?”. Normalmente piensas en la familia, en los amigos, en la chica(o) de los sueños libidinosos, en la mascota, en la situación económica de los niños en África, etc. La mayoría de las veces terminas por convencerte de que alguien te echará de menos. Dado que los hombres son mortales y es imposible analizar el acto de suicidio después de hacerlo —aunque el esoterismo diga lo contrario—, no te queda sino la suposición de que la muerte te privará de lo que está por escribirse. El porvenir te interesa mucho más que el presente; sobre todo si el presente está, meramente, jodido. En carne propia tu vida se reduce a un montón de opiniones subjetivas. Raras veces eres capaz de aislar los problemas, sin considerar aspectos emocionales y preferenciales, y tomar un punto de vista objetivo. En cambio, cuando analizas la situación de tus pares, procuras dar opiniones basadas en la estadística y en la psicología de más alto nivel. Bueno, afirmar que siempre haces lo dicho sería creer en la perfección. Mejor sería suponer que si la persona en cuestión no te ha hecho rabiar en demasía, te tomarás el lujo de ser objetivo. ¿Qué pasaría entonces si, por azares del destino, presenciaras un intento de suicidio? Como la diversidad impera en el género humano y las maneras de suicidarse son múltiples, pongamos una situación imaginable y real a la vez. Es un miércoles o jueves por la tarde, el mes de noviembre está por terminarse y dará paso a la víspera de Navidad; quizás por esto la ciudad de Culiacán ha decidido dar un respiro a sus habitantes y aparentar una tranquilidad que les extraña. Te diriges a la casa de tu amigo más cercano para pasar el rato; con este calor no te dan ganas de nada, mucho menos de aburrirte en casa. El tráfico te parece extrañamente fluido y decides tomar el boulevard Zapata a pesar de que siempre se producen embotellamientos en él. Con una sonrisa dibujada en tu rostro te olvidas del tedio de vivir y piensas que no van tan mal las cosas. Nunca has tenido un pensamiento tan optimista como ése y lo celebras como si México ganara la copa mundial de futbol. Sin embargo, la realidad se ve tentada, ante tu ingenuidad, a restregarte que todo aquello es una simple ilusión.
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Cuando menos piensas, te ves frenando el auto porque adelante algo está deteniendo el tráfico. Maldices a la humanidad entera y quieres bajar del auto para ver qué sucede. Al final decides esperar pues no puedes dejar el auto a la deriva. Después el tráfico se moviliza; han desviado a los conductores a calles aledañas. La mesura cede a la curiosidad y, tras estacionar tu coche, te diriges al epicentro del incidente. Pronto la situación se presenta ante tus ojos: un hombre se encuentra montado en un espectacular de una cervecería, a unos 20 o 30 metros del suelo. Salvo que sea el encargado de la limpieza, todo apunta a que quiere quitarse la vida. Esto último lo confirman los rescatistas y agentes de policía que llegan al lugar. Al igual que tú, algunos curiosos se han incorporado para presenciar el acto. Quizás, piensas, hay más personas que en un partido de temporada regular de los Dorados, equipo de futbol local. Repruebas tu pensamiento irónico al ver el rostro de pánico de algunas mujeres y luego subes la mirada para observar que los paramédicos, por medio de largas escaleras, ya han subido a ayudar al individuo. Éste retrocede al borde de la estructura al notar la presencia de los elementos de seguridad. Las mujeres gritan de horror; los hombres, al estilo de las barras bravas, exigen al individuo que se tire. No falta el morboso que por medio de su teléfono celular invita a sus amigos para que acudan al lugar como si se tratara del cierre de campaña de algún político. Ya ciertos vendedores ambulantes se incorporan al séquito para ofrecer golosinas o cigarros a precio considerable. El circo Rolex anunció su última función desde hace tres meses y nunca ha tenido una concurrencia como ésta. Confundido por el peculiar comportamiento de los que presumen ser ciudadanos comprometidos, te mantienes perplejo y con la vista en alto. Las siguientes dos horas podrías resumirlas en esto: una mujer, podría ser una psicóloga, sube a intentar convencer al suicida de que no se quite la vida. Ciento veinte minutos para pensar en las razones que tiene este hombre para suicidarse. Quién no va a querer matarse en una ciudad como ésta donde, de buenas a primeras, sin deberla ni temerla, unas cuantas balas te arruinan, por no decir liquidan, la existencia. Arriba la situación sigue igual de tensa; abajo parece una fiesta y algunos ya hasta compraron su cerveza en el expendio que sirve como base del espectacular y miran la función cómodamente. Pero, de repente, te percatas de que los rescatistas ya han agarrado al muchacho y lo bajan sobre una camilla. Ahora la función ha terminado y te vas a casa con el sonido de las ambulancias resonando en tus oídos. Sin quererlo, has pasado toda la tarde en ese embrollo y olvidado que tenías una cita con tu amigo. Cuando lo llamas para disculparte y le cuentas todo lo ocurrido, suelta una risotada y te dice “Ah, cómo hay gente pendeja”. No compartes su lógica simplona, pero estás muy cansado para discutir. A la hora de dormir comienzas a reflexionar acerca del intento de suicidio; inexplicablemente quieres saberlo todo. No te explicas por qué te llama tanto la atención la desgracia ajena, quizás es parte del montón de cosas que se suponen en el carácter humano. Sin embargo, tendrás que esperar a leer los diarios de mañana para informarte acerca de lo que ya viviste.
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Al día siguiente, durante el desayuno, buscas con ansia la susodicha noticia. Ahí está: “Bajan a joven que intentaba suicidarse en Culiacán”. Te intriga lo que mencionan de su identidad: puede ser un policía encubierto proveniente de Tijuana o un simple limpiaparabrisas. También señalan que pedía la ayuda del Ejército Mexicano porque decía estar amenazado de muerte por un grupo armado. Qué extraño suena eso; ¡desde cuándo los grupos armados avisan que van a matar a alguien! La nota termina con el traslado del individuo a un hospital para su pronta recuperación. Todo lo demás ya lo sabías. Esperabas, sin duda, obtener más información. Entonces comienzas a suponer distintas cosas. En primer lugar, piensas que el hombre debió tener un gran problema: había recibido una mala noticia, perdido a algún familiar cercano o, como se supone, estaba amenazado de muerte. Nadie se mata porque sí; todos tienen una razón cuestionable pero válida. Ahora bien, si el suicidio es un acto válido o no, no te interesa. Te conformas con su posible ejecución. Lo que todavía no comprendes es por qué decidió hacerlo desde aquel espectacular, a esa hora de la tarde y en una avenida tan transitada. Hay formas más sutiles de matarse. Salvo que quisiera cometer un suicidio político contra la industria de la cerveza, la desesperación debió orillarle a no planear su muerte. Hastiado de divagaciones te propones leer aquel libro de Camus en busca de respuestas. Lees y lees poniendo atención en los apuntes que has hecho anteriormente. No encuentras nada, excepto más divagaciones de las que ya tenías. Derrotado, decides continuar con tu vida. Han pasado dos días desde el intento de suicidio y, de nuevo, buscas en la prensa más con morbo que interés. De nuevo: “Joven que intentó suicidarse padece trastorno psicótico”. Algunas incógnitas quedan despejadas; el individuo se llama Francisco Javier Hernández y, en efecto, proviene de Tijuana pero no es policía. Nuestro “presunto” suicida no resultó ser más que un joven que divagaba al igual que nosotros. Las “tachas”, de nuevo, le habían jugado una mala pasada; alucinaba estar amenazado de muerte y había subido a la estructura para esconderse. Al final, terminas riéndote como tonto y no crees lo que lees. Quizás, desde el principio, debiste tomártelo con humor como lo hizo tu amigo cuando le relataste los pormenores del suceso; de su reacción te asalta esta ironía: “¡A quién se le ocurre suicidarse cuando existen las prostitutas y se es homónimo de un ídolo como el Chicharito!”. � Iván Pérez Septiembre de 1993. Culiacán, Sinaloa. Estudiante de la Licenciatura en Letras Hispáni cas de la Universidad de Guadalajara.
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El ahorcado por Gustavo Arenas Los nombres fueron modificados para no molestar a los familiares.
Lalo se mató y se mató con ganas, sólo tuvo que levantar los pies y esperar que la gravedad hiciera lo suyo. El mecate que se amarró en el cuello lo sostuvo y lo dejó colgando, pero no colgando como un péndulo que se mueve de lado a lado, colgando recto, como un cable de tensión que sostiene un cuerpo fijo, tieso, sin vida. No eran más de las siete de la noche de un viernes de noviembre cuando lo encontré flotando sobre mi cama, con la cabeza echada para atrás, la boca abierta y desnudo de la cintura para arriba. Recuerdo que sus pies apenas tocaban el colchón con las uñas, pocos milímetros lo separaban de la vida. Recuerdo también a mi gato ronroneando a su lado, hecho un ovillo entre las sábanas. Lalo se había mudado con Joel, y yo con Joel tenía ya viviendo dos años. Éramos compañeros de casa y compartíamos la cocina, la sala y el baño en una pequeña vecindad, pero por 1,200 pesos al mes no esperábamos más. Nuestros cuartos eran contiguos y de paredes delgadas, por lo que escuché varias veces a Joel y Lalo pelear en las noches. Nunca pensé que esas peleas terminarían con un ahorcado. No hacía caso de sus discusiones, me
colocaba unos audífonos enormes y prendía el iPod hasta que me ganaba el sueño y ellos seguían peleando. Lalo inició, como es natural en los noviazgos, quedándose a dormir en la casa y habitándola de poco a poco. Se quedaba una vez a la semana, luego tres; cuando me di cuenta él ya vivía en el cuarto de Joel. Yo no sabía nada de Lalo, eso fue lo que les dije a los paramédicos, a los policías y a los forenses, en ese orden, cuando me entrevistaron. “No tiene más de un mes que se mudó acá, vive en el cuarto de al lado con mi roomie, Joel es el que sabe todo de él, yo no. Joel ahorita está trabajando en una tienda de ropa, llega hasta la noche, muy noche. No, no sé dónde vivía antes Lalo; no, no sé dónde trabajaba; no, no sé su nombre completo. Yo no tenía nada que ver con él. No, no sé por qué se ahorcó en mi cuarto. ¡No, no era mi amante!”. No sabía nada de Lalo, lo había dejado entrar a la casa sin conocer su bipolaridad y farmacodependencia –de las que me enteré días después–. Para mí, era un muchacho normal de 29 años, delgado y simpático, que jugaba con mi gato usando uno de los cordones de su zapato. Se acostaba en el sillón y se ponía al gato en el pecho; le hablaba muy cerca del hocico.
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y le acariciaba todo el lomo, desde el cuello hasta la cola, que él levantaba de gusto. A veces preparaba la comida y cuando Joel llegaba del trabajo y yo de la universidad, comíamos los tres en la mesa del centro. Lalo hacía preguntas sobre mi día y yo las respondía. Era muy básico todo, la comunicación se basaba en buenos días, buenas tardes, buenas noches. Me metía al cuarto con el gato a leer y Joel y Lalo se quedaban juntos. Quitaron el cuerpo de Lalo sin ningún respeto. Los paramédicos, que fueron los primeros en llegar, me pidieron que los guiara a la habitación donde estaba el ahorcado. Fuimos lo más despacio posible, pues les había dicho que ya estaba muerto cuando llegué. Los esperé afuera del cuarto y escuché como decían “camarada, este ya está bien frío, nomás dimos vuelta a lo pendejo” y se fueron, enseguida entraron los policías. Ellos me entrevistaron, iniciaron una serie de intrigas a partir de suposiciones en donde Joel y yo éramos amantes, luego dijeron lo mismo de Lalo, y que éramos una de esas parejas que comparten al mismo hombre, que yo había provocado un suicidio por culpa de ese triángulo amoroso. “Carnal, dinos de una vez, se mató en tu cuarto porque se cogían, mira, acá no diremos nada, mejor sé honesto, porque si llega el tal Joel y nos cuenta algo distinto, el que tiene pedos eres tú, ahí te encargo”. Yo vivía con Joel porque nadie más quería vivir con él. Lalo no existía en el pasado y Joel era un gay destapado de Jalisco que iba a cuanto antro podía,
usaba la mejor ropa que encontraba y llegaba cada vez con distinto amante a la casa. No tenía compañeros por las críticas que recibía, pero para mí no había problemas, podía ser tan gay como quisiera mientras me dejará en paz en mi cuarto. Lalo no sabía eso, por eso se ahorcó ahí, al lado de mi gato. Joel antes me había contado cuando lo conoció: “hay un muchacho terco del trabajo que me sigue a todos lados, es bien celoso, no sé qué hacer con él, no somos nada”. Después se hicieron novios. Yo de la bipolaridad y problemas mentales de Lalo me enteré cuando la familia pasó a ver a Joel a la casa unos tres días después, antes de eso, para mí eran nada más una pareja de gays celosos. Sí escuché alguna vez a Lalo gritar y romper cosas en el cuarto, pero como los niños que se bloquean ante las peleas de sus padres, yo seguía leyendo. Se llevaron el cuerpo de Lalo cuando cortaron el mecate con uno de los cuchillos de la cocina. Me pidieron que lo volviera a identificar. Lo vi esa vez, ahora en mi cama, acostado como un Cristo que no iba a resucitar y dije “sí, él es Lalo”. Lo agarraron con la sábana de mi cama y lo sacaron arrastrando por la sala, bajaron las escaleras cargándolo como una momia, un príncipe de Egipto sin pirámide. Mientras bajaba por esos escalones, ahora cubierto de la cara y sin poder ver su expresión, recordé su cuerpo de péndulo cuando entré a la casa. Esa mañana había salido temprano para ir a recoger unos libros a la universidad y me había
quedado viendo películas en el Expiatorio hasta tarde. Entre una y otra película pensé en regresar a la casa pero siempre me detuve, como si supiera que no debía volver, que debía darle tiempo para ahorcarse. Lalo en la casa bebiendo, combinando su medicamento con vodka y jugo de mango, gritando y rompiendo cosas, diciendo que Joel tenía la culpa, que por qué salía con otros, que él lo amaba y que le cagaba que lo pudiera dejar por un problema que él no podía controlar, o no quería controlar. Esto lo sé, porque después me lo contó mi gato, el único testigo que estuvo escondido debajo de la cama, en una esquina, mientras Lalo enloquecía. De la entrada de la casa a mi cuarto hay un pasillo, eso quiere decir que al abrir la puerta uno puede ver mi habitación directamente. Mi cuarto no tiene puerta, por lo que se puede ver el interior sin problema. Yo creo que por eso se ahorcó ahí, porque esperaba que lo primero que viera Joel al llegar, fuera a él colgando de mi techo.
Le arruiné su momento, su dicha de suicidarse y dejar traumado a Joel con esa imagen tan quieta y perturbadora. Le arruiné el suicidio. Lo dejé morir, claro, pero no es sólo morir, sino saber morir, y le arruiné eso. De todo esto el gato es el único testigo real, el único que lo acompañó mientras dejaba de respirar y lo arrullaba en su muerte con un suave maullido y un ronroneo. Cuando todo terminó y se llevaron el cuerpo, sólo nos quedó esperar a Joel para darle la noticia. Me senté en la cama, al lado del gato que apenas dormía, le pregunté qué pasó y él me contó todo esto. �
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Breves suicidas Determinación suicida
o, puso un lazo en su cuello y lo ajustó
En el espejo contempló su triste realidad. Decidid su garganta. Ciñó su corbata y salió a trabajar. Ricardo Audiffred
rickaudiffred@hotmail.com
Libertad
café tomó el último sorbo de a: vid su de as nd rie las tomar Cansado, decidió por fin despidió de sí mismo.
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Mónica Guevara
y se
ail.com honestidad_brutal_@hotm
1/4 de gota
Tuve sueños, como toda perso na
dormida. Pero desperté y no había manera de llevarlos cabo. Escuché que tan solo era un reflejo del deseo de alguie n por morir.
O. S. K.
firetoolkit.wordpress.com
Estando a dos Tensa las muelas, crepita la quijada; el sopor lo invade, agota la mirada, ahoga el grito... El suelo lo recibe, invitándolo al silencio. Leopoldo Zaragoza Salinas/El Ele Zeta
elelezetaese@gmail.com
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Quién se mata aquí por HIMEN
En 1930 se publicaron las primeras investigaciones respecto al suicidio o intentos de suicidio; En los años de 1995 y 2006, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) volvió a publicar información. Las estadísticas más vigentes datan del 2011, en ellas se expone lo siguiente: En aquel año, cinco mil setecientos dieciocho suicidios fueron consumados; 19.2% damas, 80.8% caballeros; por cada cien mil mujeres había dos que se mataban, por cada cien mil hombres había 4, es decir, 4 hombres por cada suicidio de mujer. . “[…] de 1990 a 2011 para la población en general, la tasa se duplicó al pasar de 2.2 a 4.9 suicidios por cada cien mil habitantes.”, tal vez las personas que representan el “.2” y el “.9” fueron las que más planearon su muerte (leyendo a Ciorán.) De la población que cometió suicidio, el 43.5% tenían de quince a veintinueve años de edad. Los jóvenes se suelen matar por tristeza, alcohol o drogas (es decir, todos estamos expuestos, por lo menos a ser víctimas de la petit mort.). Por su parte, los problemas económicos y la falta de empleo son los principales factores que llevan a un adulto a tentar su muerte, mientras que a los adultos mayores se les viene a la mente dejar de existir cuando son víctimas de alguna enfermedad terminal o degenerativa. (Pensemos en Gillez Deleuze cayendo de su ventana o en Charlotte Perkings, con su último suspiro sabor cloroformo.) Campeche y Yucatán son los estados más suicidas, 9.5 y 9.3 por cada cien mil habiantes; en Guadalajara sólo 6 y en Guerrero, el estado menos suicida, 2.6. México lindo y querido, uno no se mata lejos de ti. El lugar más común para matarse, es el hogar. El principal método, tanto en hombres como en mujeres, es el ahorcamiento, o si no, ellos optan por el disparo con arma y ellas por envenenarse con gases, vapores y plaguicidas. No es tan común en nuestro país saltar por la ventana. El suicidio no es un evento esporádico, existe un “tras bambalinas” existencial, ideación, planeación e intento, a veces consumado, a veces estancado en el temblor de las manos y a veces sólo pensado un instante. Ahora ¿En qué estás pensando?� Bibliografía Geografía, I. N. (10 de septiembre de 2013). Instituto Nacional de Estadística y Geografía . Recuperado el 22 de octubre de 2013, de Instituto Nacional de Estadística y Geografía : http://www.inegi.org.mx/inegi/contenidos/espanol/prensa/ Contenidos/estadisticas/2013/suicidio0.pdf
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Fatalidad carmesí por Magnolia Ortiz
El corredor de la casa sólo vestía de las cortinas que salían y entraban por la ventana; el mismo corredor donde se jugaba a la traes en la infancia era ahora el recinto del último ritual de Cinthia. Y es que a ella morir no le importaba; trazar rutas con su veneno rojo de lunar en lunar, eso sí era un arte. Todo estaba planeado, desde el gotero hasta el color de la botella de vidrio. Desde muy chicos habían acordado un final shakespereano, sólo que sin dagas o traiciones. Ya había demasiada sanguineidad en las notas rojas de su boca. A su vez, un par de ruiseñores se colgaban del color y de la luz. Soler miraba de reojo cómo la cortina danzaba con la falda levantada al cemento blanco. Ojalá mi muerte llegue de noche, se decía al lamer la tinta de la piel de Cinthia. Ojalá se bifurquen los espacios por donde pudiera entrar y no tuviera que mirarla a los ojos —concavidad de bosques— ni volver por los pasillos. Pensó en Cinthia y el compás solitario de sus pasos, en el primer encuentro con la hondonada de su cuerpo. Ojalá llegue de noche y la vea sonriendo, sumida en un sueño, o sumidos mis dedos en la oscura boca de su piel. Nada sucedió así, no alcanzaron siquiera a mirarse. La inevitable caída de ambos cuerpos tumbó la botella de cianuro vacía, saltaron gotas de veneno y, como una galaxia, se reventó en el suelo. �
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Magnolia Ortiz Chihuahua, 1989. Melancólica irreductible. Coordinadora de los Talleres de Creación Literaria Franz Kafka en la ciudad de Chihuahua, Chih. Columnista en el blog de la Hoja de Arena desde 2013. Ha publicado en revistas como Revista Síncope, Posdata, Pirocromo, Cataficcia, Solar, Ombligo, entre otras. Actualmente hace un estudio sobre minificción y prepara su primer libro de cuentos.
HIMEN
Ciau, miau por N de Nadie
Justo ahora pienso en ella y recuerdo haberle platicado: había cosas de mí que nunca iba a poder decirle, porque me intimidaba su mirada juiciosa. Esto no era que yo estuviera enamorada de ella ni que tuviera un poder superhumano. Lo que no podía decirle era simplemente que me cortaba. Así de patético. Me llenaba de cortaditas los brazos. ¿Acaso ella podría recordar verme con tirantes? Nunca. Cuando por accidente una parte de esa piel se descubría, fingía demencia, culpaba ingenuamente a mis gatos: “ni cuenta me he dado cuándo me rasguñó”, de allí tomé la idea. Apretaba las patitas de mis gatos y con ellas me hacía cortes bastante profundos en el antebrazo. (Cuando hay algo de cierto en la historia se miente mejor; pero, cuando uno aprende a estafar a la vida, se vuelve costumbre). Justo ahora me pregunto lo que pensará cuando lea esto. Tal vez sus ojos de pistola le hagan hoyos a esta carta, antes de que pueda leerla. No hace falta valor para suicidarse, hace falta tener ganas de hacerlo, pero no quiero alguno de los típicos suicidios. Por eso llevo los últimos tres días comiendo atún. Nunca había tenido tantos gatos como esta noche. Algunos incluso no han comido desde que les di asilo. Hace rato me sumergí en una tina que estaba llena de leche. Pobres gatitos, tan hambrientos a mí alrededor, empujándose para alcanzar un pedacito de mi piel. Ya empiezan a lamerme con sus lengüita de lija, algunos ya están sobre mi estómago y han comenzado a rasguñarme quedito. Pobres gatitos, y yo que siempre les eché la culpa. �
No No.
HIMEN
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Palabra en contexto por Héctor Sanhueza Toloza
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exto ont c n es u tar bra respe a l a e La p hay qu ir, tas c e e o u d q que e ueda jos n p on o s r hay crito q n los o oria erriba ños apela ia e s e u s s c o sp lo e iende es mem bién d Los se tra oncien s man vuelo c s a a i tr istor , bra tam cia que a subc aron la pleno n a l es h la pal concie en mutil o en o a d per ruye l ueva. s y se ribien o; n t erso s e v c des a una n s n eño e errá o e erza s r c t s u y n fu o sub sueño son s c bra s los versos nes ras pala ión… poeta io o a i b s L s n a lo ginac pala ; o p s lenc l con ueños n en si ima eos de al so flores s r los camina … rod llega s son s s a a e e l u r r tos q e e dicen pa alab jardin puña ntex u o p q c n n s y la as e s so a. son ños. a h etas de sue dic alabr la luch o p p Los hablan las as en h c i que d
Dicen por Héctor Sanhueza Toloza
Dicen
que mi voz
es el delirio
que estoy loco dicen
de remate
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que mi vida
es a la muerte un par de lirios y que mi muerte una puerta dicen
al escape;
que si al día no nace
al menos un poema
¡ay! que Dios nos salve.
Héctor Sanhueza Toloza Oriundo de la comuna de Purén, región de la Araucanía, en el año 1984. Escribo desde los 16 años. Mi poesía es una especie de viaje, una búsqueda, donde he tratado de crear ante todo una visión de la vida y de la poesía que sea completamente personal.
Antítesis por Michelle Sánchez Bautista
El instante del mundo detenido llama a la puerta de un hogar abandonado. Olor a miedo en la penumbra, el fango intentando devorar sensaciones de peligro: advertencia de un segundo en fuga. Amenaza de atentado contra los instintos.
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En la lejanía una alarma anuncia el impacto inminente. Escombros regados, ausencia de viento. Habitaciones devastadas al interior de unos párpados que caen, que sucumben al cansancio cual lunas que se apagan. La sed extraviada fuera de nosotros. Temblor en nuestras manos. Un palpitar expuesto, a la deriva de la nostalgia enferma, exasperada ante el pasado que huye y el futuro que no se avecina en el presente.
Desilusión infinita en la mirada de aquél que contempla las posibilidades agotadas. Entonces el deseo de la negación del azar, del colapso del caos. Última decisión. Respiración acelerada, alineada al límite del borde, un salto hacia el vacío, a la caída caricias violentas en el rostro. El rugir de las olas reventando a la orilla de la arena, luego el silencio interminable… Oculta despedida en el destino forastero de un vaho en extinción.
Michelle Sánchez Bautista Voz naciente. Estudia Letras Hispánicas en UdeG ante la necesidad orgánica de mantener contacto constante con la belleza, pues se considera amante devota de la poesía en sus diferentes expresiones artísticas, aunque con acentuada predilección por la literatura.
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Sed de cielo por Arnulfo Valdez Oleta
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Dime qué buscas recorriendo miles de kilómetros como mariposa partiendo de la flor desvirgada Qué encuentras, acaso otros capullos p’al refugio de tus alas frágiles El calor que mantenga en engorda tus olvidos Te aburrieron ya las olas que tatuadas ardían en tu espalda Los balcones que reflejaban en contraluz tu desnudez Aquellos vientos que encendían en batalla tu mirada No te cansas de andar peregrinando extraños lares con voces oníricas Te das cuenta de que has hecho de tu cuerpo ya sólo el universo Trazaste con suspiros el quinto punto cardinal en el mapa A dónde irás ahora cuando las aguas te posean Recuerda que éstas nunca desechan la misma arena y que el vuelo de la paloma cesa embarrado en el pavimento arde por curiosa en su necesidad de aire por su sed de cielo.
Arnulfo Valdez Oleta Es un escritor de un municipio camaronero.
5:45 por Magnolia M. Cárdenas
Nos bebimos la cicuta que guardamos en el pico de los pájaros para que nos supiera dulce como el filo de las lágrimas preciosas que nos partieron las mejillas que nos partieron las costillas para salirnos a rondar por nuevos pastos floridos El primer ensayo fue un éxito nos bebimos la t-r-a-g-e-d-i-a un shot con salecita para llevar ¿otra vez tres tristes tigres? allí tirados sin saber qué sigue se me olvidó el guion, disculpa Nos limpiamos la boca con el dorso de la mano ojalá que nos funcione el método
11:11, deseo que seamos gatos seis intentos más (cinco y tres cuartos) la próxima vez será más fácil.
Magnolia M. Cárdenas Tiene las raíces ancladas en la eterna nostalgia de unos pies descalzos que crecieron en el pueblo. Sus poemas se basan en memorias de lo cotidiano, en sus pasos intermitentes entre la hierba y el asfalto; los días transformados en metáforas.
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Aokigahara por César Augusto
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Sobre la verde hierba rojos caudales escupen sus entrañas.
César Augusto Es fuck
Sol, edad, pasto y banquetas por O.S.K.
Y abrimos los ojos. Medio mundo estuvo buscando palabras bonitas Para acompañar las palmadas de espalda. Pero la vida es más densa contigo si no eres fluido. De nuevo los pájaros te insultan, Antes de que tus pies despierten a tu cerebro, Mientras tus vísceras se pasean en tu corazón. Hubieras querido retrasar este momento, Pero serías más viejo que de costumbre.
No pienses que nadie en este funeral ha pensado algo peor, No creas que la lluvia solo llega cuando se trata de mojar. El pasto alrededor no envejece como tú. Una lapida vacía es un sentimiento que desalojar.
Los autos, Los paraguas, La gente, La muerte. Un silencio que no se comparte. Una pregunta que los viejos no responden. Y mi juventud se escapa. Tengo fugas en mis ideales. ¿Es culpa del molde o del camino recorrido?
Gota tras gota caemos para hacernos lodo.
O.S.K. Guadalajara, Jalisco. Nacido en el 93, como parte de un grupo de personajes poco útiles para las actividades de la vida cotidiana, dedicado a observar paisajes y a construir panoramas, para aquellos que gusten del placer de compartir sus pajas mentales, utopías, tardes, sueños o flojeras.
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Jornada por Iván Pérez
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Fui patrimonio de otras almas difuntas, el heredero de un trono funesto, de un reino mezquino en donde no se llegaban a confundir los ríos ni los bosques. En mi semblante esparcieron las penas su semilla, me llenaron de gritos que se escuchaban antes, y se siguen escuchando en el segundo mismo en que levanto la mano, saludo al prójimo y le digo: Buenas tardes,
¿
ve ya no me
o?
cansad
En vano sonrío, y domino las ganas de cerrar los ojos al leve contacto de otra mirada, menos taciturna, menos colmada de vidrio roto, de escombros de cera. Porque al llegar la noche, que inunda el vacío con su imagen impávida, se me viene a la mente ese deseo gris, ya casi negro, de golpear la nariz contra el polvo, de anunciar que me he muerto de veras, por mi propia mano, sin ninguna ayuda, y correr por la acera, parar en algún sitio, levantar la misma mano, saludar al prójimo
enas irle: Bu
y dec
¿aún m
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Iván Pérez Septiembre de 1993. Culiacán, Sinaloa. Estudiante de la Licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara.
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sado?