ISSN: 1909-5163
EDICIÓN 43 AÑO 2016 - ISSN: 19 09 - 51 63
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La muerte de Caldas Capitán (RA) César Augusto Castaño Rubiano1 -
¡Pasó a la muerte, pasó a la gloria!
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uena parte de la historia colombiana nació, transcurrió y se conserva bajo las arcadas que rodean el amplio patio del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
Los rincones de ese claustro guardan las voces de las grandes figuras de la patria que recibieron en él las doctas enseñanzas o fueron mantenidos en capilla, hasta salir a derramar su sangre en el cadalso, sembrando la semilla de la libertad. De allí salió Francisco José de Caldas, astrónomo distinguido, geógrafo intrépido, insigne botánico, físico creador, patriota insuperable, grande en su vida e inmortal en su muerte. Por ello, en el bicentenario de su abrupta desaparición es necesario hacer un breve recorrido de lo que fue el final de un hombre que ofreció lo mejor de sí en favor de la ciencia y la libertad.
Francisco José de Caldas José María Espinosa Prieto, Ca. Museo Nacional de Colombia 1836.
El hombre Su nombre era de obligada mención en las tertulias santafereñas cuando se hablaba de ciencias matemáticas o físicas, pues sus estudios en esos campos le elevaron a gran altura sobre sus compatriotas; bien sabido era que poseía una gran modestia y por ello era mencionado cuando de ponderar la virtud o la consagración se trataba. Era un hombre pobre que jamás trató de hacerse rico a costa de sus conocimientos y su vocación. Por sus propios méritos llegó a adquirir conocimientos superiores a su educación y a su país en campos generalmente desatendidos. “Era católico y creyente, de las más puras costumbres. Era un filósofo en la genuina acepción de la palabra” (Urdaneta, 1882 p. 385). Su rostro revelaba que la vigilia era constante en él, dedicado por entero a abstracciones de la mente; sus manos largas y huesosas se extendían como en la actitud de quien enseña, sus pasos eran lentos pero firmes, ese era el Sabio Francisco José de Caldas.
1 Miembro de la Academia Colombiana de Historia Militar. Asesor Oficina Alto Comisionado para la Paz
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El 29 de octubre de 1816 la naturaleza se cubrió de un velo fúnebre. Aquel día fue fusilado en la Plazuela de San Francisco, hoy Parque de Santander, Francisco José de Caldas y Tenorio, de quien decía el sabio español Marcelino Menéndez y Pelayo, fue “víctima nunca bastante deplorada de la ignorante ferocidad de un soldado a quien en mala hora confió España la pacificación de sus colonias de ultramar”. Astrónomo, geógrafo, físico, matemático, explorador, botánico, escritor, periodista, ingeniero militar, prócer y mártir de la revolución de Independencia, fue Caldas la figura intelectual más alta de la Colonia, cuyo solo sacrificio hubiese bastado para justificar la independencia nacional. El principio del fin Tras la reñida pero desgraciada acción de la “Cuchilla del Tambo”, el 29 de junio de 1816, Popayán cayó en manos de Sámano, lo cual obligó a Caldas y sus amigos a refugiarse en la Hacienda “Paispamba”, ubicada a 10 leguas de esa ciudad. Pese a los esfuerzos por ocultarse, allí fueron tomados prisioneros por el patiano Simón Muñoz, quien estaba a órdenes de Morillo. Se oía decir en esa época que al transportar Muñoz los presos a Popayán, este se quedó un poco atrás con Caldas y conmovido por su situación ofreció salvarlo si se dirigía a Quito en donde había un gobierno regentado por Don Toribio Montes, español humanitario y generoso.
Cuchilla del Tambo José María Espinosa Ca. 1845
Montes hizo esfuerzos desde Quito para librar a Caldas de la saña “pacificadora” de Morillo y Enrile. En efecto, la señora Juana Sánchez, ilustre dama de Popayán, recibió de aquel jefe español una alta suma de dinero destinado a comprar la guardia. Personalmente, ella puso en conocimiento del prisionero el plan acordado; le manifestó que la guardia de la cárcel aceptaba el complot y lo urgió para que vestido con un hábito religioso saliese de la ciudad y se dirigiese a Quito acompañado de expertos guías. Pero el Sabio al no obtener igual favor para sus compañeros declinó tal oportunidad y, entonces, fue enviado preso a Santafé. De la Mesa había dirigido Caldas, el 22 de octubre, una importante carta al General de Marina Don Pascual Enrile, segundo al mando del Ejército pacificador, en la que le daba un detallado informe de los trabajos científicos y de los de la Expedición Botánica, con el fin de preservar su vida para culminar sus trabajos científicos. Lo único que obtuvo de Enrile, quien se jactaba de ser un conocedor de las matemáticas, fue el levantamiento de un acta para que constara en ella los descubrimientos e ideas que decía poseer Caldas, sellando con una lúgubre sentencia el destino que esperaba al prócer: “España no necesita sabios”. (García Zamudio, 1915). El Claustro del Rosario: Cuna de la República Una vez llegó a Santafé, donde reinaban la desolación, la zozobra y la muerte, fue conducido al edificio del Colegio del Rosario, que había sido transformado en un cuartel. El Claustro del Rosario formó la generación que a principios del siglo XIX declaró la Independencia de España. Las cátedras de Derecho Natural y Derecho de Gentes, algunas veces suprimidas por orden del gobierno español por considerarlas peligrosas, fueron las que encendieron la antorcha de la Independencia y convirtieron al Claustro en potente foco de conspiración.
El ´Pacificador´ Morillo, en represalia, convirtió sus aulas en cárceles al producirse el intento de reconquista y el Rosario sin interrumpir su labor docente fue la antesala del patíbulo para muchos patriotas, entre otros, Policarpa Salavarrieta y Camilo Torres y Tenorio, primo del Sabio.
Antigua escalera Claustro del Rosario2
El proceso: comienzo de una agonía
“Protocolado” En la ciudad de Santafé a veintinueve de octubre de mil ochocientos diez y seis; el doctor Francisco Caldas, habiendo obtenido permiso para poder hacer algunas declaraciones correspondientes al descargo de su conciencia, se me hizo comparecer para este efecto de orden del Señor Melchor Castaños y en presencia del oficial de guardia expuso ser católico, apostólico, casado y novelado con doña María Manuela Barona, de cuyo matrimonio han tenido y procreado por sus hijos legítimos a Liborio, Ignacia, Juliana y Ana María de los cuales dos han muerto en su juventud y dos viven. Declara que cuando contrajo dicho matrimonio recibió en parte del haber de su legítima esposa una negrita esclava y otras frioleras de uso y de poco valor. Con lo que y no teniendo otras cosas de qué poder hacer declaración para descargo de su conciencia, pues aunque debe algunas cantidades no tiene con que satisfacerlas y sólo si pide perdón a los acreedores, se concluyó esta diligencia que firma con el señor oficial de guardia, por ante mí, de que doy fe. Antonio Hidalgo. Francisco Caldas. Eugenio de Elorga. (Nota marginal) De requerimiento verbal del señor don Melchor Castaños, Secretario del Excelentísimo señor General en Jefe don Pablo Morillo, he protocolado el antecedente documento en mi registro corriente del presente año y para que conste pongo la presente en Santafé a cinco de noviembre de mil ochocientos diez y seis ELÓRGA.3
Se le juzgó rápidamente en Consejo de Guerra, hizo el papel de “defensor” Braulio Molina, Oficial del Batallón del Tambo. Durante el proceso confesó todos sus trabajos en apoyo de la causa de la Independencia; puso de presente ante los vocales del Consejo cuanto importaba su vida mientras concluía los trabajos de la expedición botánica, aunque fuera sometido a la dureza del calabozo e incluso asegurado con una cadena. Un símbolo para la historia Los miembros del Consejo se conmovieron, pero no les era posible deliberar, la orden superior era Caldas camino al patíbulo tomó un carbón extinto la de proferir sentencia de muerte y así lo hicieron. de la fogata de la guardia y dejó plasmado en la vieja escalera del Claustro del Rosario el En la mañana del 29 de octubre otorgó el acto enigmático dibujo Ø interpretado como “¡Oh testamentario, que dice así: larga y negra partida!”. Diversas versiones existen sobre este hecho. ¿Inventó Caldas ese signo o lo 2 En los archivos históricos del Claustro del Rosario existe esta fotografía del primer testimonio gráfico en que se enlazan Caldas y el dibujo. La imagen fue tomada hacia 1890.
3 Notaría Primera. Protocolos de 1816. p. 157.
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conocía ya como una fórmula de muerte usada por los antiguos? La primera mención que se conoce de este hecho aparece en la “Historia de la Literatura en Nueva Granada”, de José María Vergara y Vergara, publicada en 1867, cuyo texto dice lo siguiente: “Cuentan que durante su prisión tomó un carbón extinto de una fogata de la guardia y escribió en la pared una O larga y negra, que sus compañeros de martirio leyeron de corridos, al pasar, días después, cuando recorrían el mismo camino mortal. Hasta el último momento tuvo ingenio y poesía, aun para escribir aquella lacónica, triste, resignada y misteriosa despedida a la vida y a la ciencia, que era su verdadera vida” (Vergara y Vergara, 1867, p. 451).
por este artista en 1880 y que hoy está en el Museo Nacional. En la obra se representa a Caldas en el momento de trazar en la pared del primer descanso de la escalera claustral la inmortal despedida, que el señor Restrepo tradujo como: “Oh larga partida en la que me voy a ver”. El autor de la carta para ese momento no desechaba la posibilidad de que Caldas la hubiera inventado. Restrepo apuntó además en su misiva, que en las Oeuvres de Francois Rabelais, se anota que en la antigua Atenas, los jueces del Areópago (tribunal superior) sorteando en el juicio de los criminales prisioneros usaban ciertas notas, según la variedad de las sentencias. Por Ø significaban condena a muerte; por T absolución; por A ampliación; esto se daba cuando el juicio no era lo suficientemente claro. El signo Ø equivale a la letra griega “theta”, de tánatos, ´muerte´. Parece ser lo más acertado que Caldas, conocedor de los clásicos griegos, recordó en aquellos momentos ese signo areopagita para despedirse del mundo. Rumbo al cadalso Los españoles se hicieron célebres por el imponente montaje con que revestían sus escenas de terror, desde el auto de fe de la inquisición, hasta una ejecución. Ocho hombres de su soldadesca, blandiendo relucientes espadas, se abrían paso ahuyentando a la multitud que por todas partes se aglomeraba para reconocer a los ajusticiados, quienes eran presentados como traidores a su Majestad Fernando VII.
Caldas marcha al suplicio Alberto Urdaneta Ca. 1880 Museo Nacional
El 25 de octubre de 1886, don Antonio José Restrepo, influyente escritor, jurisconsulto, historiador y economista colombiano, publicó una carta en La Nación, número 115, dirigida al General Alberto Urdaneta, director del Papel Periódico Ilustrado, haciendo algunos apuntes sobre el pictograma con motivo del cuadro que fue pintado
Caldas fue acompañado por la hermandad de la Veracruz, cuya comitiva era presidida de un crucifijo (el histórico Cristo de los mártires, cuya imagen reposa en la Iglesia de esa orden en Bogotá) sostenido a regular altura, dos faroles de singular construcción a los lados alumbraban con dudosa luz la imagen, la voz de la piedad la anunciaba el sombrío tañido de una campana. El fusilamiento se llevó a cabo por el “Batallón del Tambo” al mando del Coronel Manuel Villavicencio. El mártir fue ajusticiado por la espalda, así como también su amigo Francisco Antonio Ulloa, quien fue su adjunto en la maestranza de Rionegro, más que su Secretario de Guerra en el Gobierno de Juan del Corral, el poeta José Miguel Montalvo, Miguel Buch, Gobernador del Chocó y José León Armero, Gobernador de Mariquita.
Testigo de excepción Refiere Eduardo Posada en su libro “Narraciones”, el siguiente relato protagonizado por el Teniente Coronel Cruz Ojeda, quien estuvo presente en la ejecución y que a su vez fue narrado este suceso por el doctor Ricardo Becerra en el Papel Periódico Ilustrado del 2 de agosto de 1882. “El 14 de febrero de 1870, inhumábamos en el cementerio de los hijos de Dios de Caracas, los restos mortales del General Carlos Soublette. Entre los amigos del viejo veterano que asistían a tal ceremonia, figuraba el Teniente Coronel Cruz Ojeda quien había acompañado a su Jefe durante su penosa enfermedad. Ya a punto de depositar el cadáver en la fosa, el piso estaba húmedo y la caja mortuoria era muy pesada, Ojeda resbaló y cayó bajo el féretro. Al levantarse dijo algo, tal vez herido por el recuerdo: “Lo mismo que el difunto Caldas”. Esas palabras causaron honda impresión en el Señor Becerra, quien posteriormente buscó al Coronel para indagarle el porqué de ese comentario. La explicación fue la siguiente: Ojeda quien fue del número de los soldados venezolanos que con Bolívar hicieron su entrada en Bogotá al servicio del congreso de la Unión, desde entonces participó de nuestras faenas militares. Los españoles lo tomaron prisionero en Cachirí de donde vino a Bogotá en calidad de forzado. Ocupándolo de preferencia en conducir a la fosa los cadáveres de los patriotas fusilados. En consecuencia presenció el fusilamiento de Caldas y Ulloa, y fue testigo del horror con que murió el primero, y de la arrogancia que en el patíbulo desplegó el último. Caldas murió a la primera descarga, cuyos ocho tiros le entraron por la espalda y le abrieron una inmensa tronera en el pecho. El taco de uno de ellos incendió el vestido de Caldas, y Ojeda apagó el fuego con agua que tomó de la pila vecina. Los cadáveres fueron colocados en sendas parihuelas; el de Caldas quedó como a horcajadas y lo taparon con un paño de frisa de los que aún se estila usar en nuestro pueblo; al conducir el cadáver de Caldas a la Iglesia
de la Veracruz, y ya en el vestíbulo de esta, Ojeda, que estaba enfermo de disentería y además muy conmovido, flaqueó y cayó en tierra, arrastrando consigo el cadáver y manchándose con la sangre que de este salía en abundancia. Según el veterano, los dos cadáveres fueron sepultados hacia la parte baja de la nave, al doblar de la puerta principal. Detalle profundamente conmovedor y curioso: después del estampido de la descarga homicida, oyeron distintamente un largo alarido del ilustre sabio” (Posada, 1906. p. 445). Pacificación: Semilla de libertad
Pablo Morillo Ca. 1815 Pedro José Figueroa Museo Nacional
En un impreso oficial del Gobierno de Morillo llamado “Pacificador”, que tiene por título “Relación de las principales cabezas de la rebelión de este Nuevo Reino de Granada, que después
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Ingenieros Militares de formados unos procesos han sufrido por sus delitos la pena capital en la forma que expresa”, se leen estas breves cláusulas: “En 29 de octubre - Doctor Francisco CALDAS: Ingeniero General del Ejército rebelde y General de Brigada. Fue pasado por las armas y confiscados sus bienes” (Pombo, 1886, p 141). Posteriormente, envió un informe a Fernando VII en el que comunicó lo siguiente: “Había pasado por las armas a todos aquellos doctores y letrados que son siempre las provocaciones de las revoluciones” (Sic). Así murió noble y gloriosamente, el más sabio, patriota y quizá el mejor hombre que jamás tuvo Suramérica. Tal como lo expresó un pensador: “Caldas era el Franklin Granadino, se asemejaba a este notable hombre de ciencia en muchos aspectos; sólo que Caldas fue mucho más ilustre, pues no sólo arriesgó su vida por la patria sino que murió por ella en el patíbulo”. Pasaron los años de la Gran Colombia y los primeros de la Nueva Granada. Y nuestra República siguió velando sobre los restos mortales de los sacrificados, aunque no lograra identificarlos. Esto explica con suma elocuencia la emoción experimentada por Don Ricardo Becerra, cuando oyó de labios del Coronel Ojeda el relato sobre la muerte de Caldas. Y aunque esto ocurrió en 1870, aún faltaban muchos años para que el testimonio de aquel ilustre soldado prestara su debido servicio. El 5 de octubre de 1904, al realizar algunos trabajos en el antiguo templo de la Veracruz, la Academia de Historia se hizo presente para obtener el mayor cuidado en la remoción del suelo. El día 10 fueron descubiertos los restos mortales de Caldas y los de aquellos que padecieron en octubre de 1816 la pena de muerte. Los del notable payanés, cuidadosamente identificados por los miembros de la Academia, reposan hoy en el Panteón de los Próceres de su ciudad natal. La heredad del prócer El legado de Francisco José de Caldas se refleja no sólo en innumerables descubrimientos y aportes a la ciencia, sino también, en una particular comprensión sobre el ser militar. Basta leer el discurso pronunciado ante los alumnos del “Curso Militar del Cuerpo de Ingenieros de la República de Antioquia”, para comprender
un mensaje que será de gran provecho en todo tiempo y circunstancia. Recordar a Caldas por lo que fueron sus acciones en favor de la ciencia y la Independencia, tiene no solo un propósito ejemplarizante, pues no es ese el único sentido ni el objeto de su historia. Se trata más bien de entender que su vida, del mismo modo que los esfuerzos y las luchas de tantos soldados comprometidos con la libertad y la vida republicana a través de los tiempos, forman parte de un proceso histórico ininterrumpido del cual es necesario ser protagonista. Cada Oficial, Suboficial y Soldado que porta las torres de Castilla, tiene una responsabilidad histórica de la cual no es posible desentenderse. Por tanto será un deber de las presentes y futuras generaciones proteger, fortalecer, enriquecer y garantizar esa libertad obtenida con enormes sacrificios y a costa de tantas vidas.
Referencias Bibliográficas García, N. (1915). Nuevos apuntes sobre Caldas. Revista Cultura. No. 8, Bogotá. Pombo de, L. (1886). Revista de la Instrucción Pública de Colombia. Memoria histórica sobre la vida de F.J. de Caldas. Bogotá: Imprenta de La Luz. Posada, E. (1906). Narraciones: Capítulos para una historia de Bogotá. Bogotá: Imprenta de La Luz. Urdaneta, A. (1882). Papel Periódico Ilustrado. Número 24 Año I. Bogotá. Vergara y Vergara, J. M. (1867). Historia de la Literatura en la Nueva Granada. Parte Primera. Desde la conquista hasta la independencia (1538-1820). Bogotá: Echevarría Hermanos.