César CASTELLANOS © 2003 - Publicado por G12 editores sas ©Todos los derechos reservados eISBN 1-932285-08-3 Prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra incluida la carátula y demás elementos, en cualquiera de sus formas, grá ca, audiovisual, electrónica, magnetofónica o digital sin la debida autorización de los editores Cuando no se indica otra fuente, las citas bíblicas corresponden a la versión: Reina Valera, 1960
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Edición: Doris Perla Mora /Portada Maquetación: Julián Gamba, Daniel Durán
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Dedicatoria
Con mucho amor para la mujer más bella, más ungida y mejor madre.
Que cada una de las palabras expresadas en este libro queden grabadas en lo más profundo de tu corazón, pues el verdadero amor no puede venir de un sólo lado, sino que ha de haber reciprocidad para que cumpla su propósito.
Y lo que ha hecho bello nuestro amor es que ambos hemos trabajado en su crecimiento.
Aunque quisiera tener la elocuencia de los grandes eruditos para hilvanar con exquisita oratoria cada una de las palabras, y expresarte de mil formas lo que siento por ti, tan sólo puedo apelar a la sinceridad de mi corazón, pues creo que ésta no sólo es la mejor forma de comunicarse, sino la más elocuente.
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Introducción
“La sabiduría edi có su casa, y labró sus siete columnas” (Proverbios 9:1).
Al cumplir veinticinco años de matrimonio nos sentamos a considerar cuáles fueron los años más difíciles, nos dimos cuenta que desde el primer momento hubo mucha empatía entre nosotros, y que aprendimos a dialogar sin tener necesidad de levantar la voz También establecimos como norma tomar las decisiones de mutuo acuerdo. Además, descubrimos cuándo debería ceder uno de los dos, y lo pusimos en práctica. Dios nos guió en cuanto a la educación de nuestros hijos, pero sobre todo en lo más importante: cómo mantener siempre viva la llama del amor
Haber vivido veinticinco felices años de matrimonio nos da autoridad para compartir aquellas verdades que se han convertido en el fundamento de nuestro matrimonio. Deseamos que nuestra experiencia sea de bendición e inspiración para su vida y su familia
El matrimonio no es una idea del hombre, sino una idea divina. Dios creó al hombre con capacidad para amar y ser amado, y por tal motivo es muy normal sentir atracción hacia el sexo opuesto: el
hombre hacia la mujer, la mujer hacia el hombre. Dios le dio a Adán una ayuda idónea, una compañera que fuese su apoyo y soporte, e hizo que ambos formaran un verdadero equipo
A Dios le plació que el matrimonio fuera la extensión de su propia naturaleza:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
La plenitud de dicha, de paz, de abundancia y grandeza de Dios fue extendida a la raza humana a través de la primera pareja.
Si ésta hubiese acatado los principios preestablecidos por Dios no habría pasado por tantas di cultades como el dolor, la enfermedad, la miseria, las tristezas y desengaños
Dios le había preparado cuidadosamente un lugar a esta pareja para morar con su descendencia. El Señor se encargó de tener en cuenta hasta el más mínimo detalle para que ellos fuesen eternamente felices Sólo hubo un detalle en que Dios no quiso intervenir: la voluntad que le había entregado al ser humano.
Esto vendría a ser la herencia que les con aba para que la administrasen como mejor les pareciera.
Podemos a rmar que el principio fundamental de la felicidad conyugal quedó sujeto a la obediencia de la pareja a la Palabra de Dios Aunque la pareja no sea experta en temas que tratan con la relación conyugal, las nanzas matrimoniales, la educación de los hijos, etc., por el simple hecho de obedecer lo que Dios dice, recibirán su guía para tener el mejor hogar del mundo, pues el
principio de la sabiduría es el temor a Dios.
Es importante comprender la intención de Dios de redimir matrimonios y familias y restaurarlos a su plan original. Esto es esencial para que nuestro entendimiento se pueda ajustar al propósito divino, en cuanto a cómo vivir e cazmente dentro de las relaciones que Dios les ha ordenado a las familias.
Nosotros ligamos la identidad de un esposo, esposa e hijos a su apellido familiar. Pero la verdad es que esto sólo los identi ca super cialmente La identidad familiar tiene una raíz más profunda “Familia” es una palabra que está arraigada en Dios. Él le dijo a Abraham: “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3b). Podríamos preguntarnos porqué Dios escogió a Abraham para –a través de él- otorgarles bendición a todas las familias de la tierra Quizá la respuesta se deba al nombre de éste, pues por aquel entonces era el único llamado “padre”. Y el carácter de un padre es lo más cercano que hay al corazón de Dios Quien sea un buen padre también será un buen esposo, un proveedor, un protector, un orientador y un amigo de sus hijos.
Dicho con otras palabras: una buena relación de pareja le trae honra al hombre, digni ca a la mujer y les otorga seguridad a los hijos.
Mi oración es que cada una de las páginas de este libro se convierta en una fuente no sólo de información, sino también de inspiración para su vida, y que usted entienda, recobrando la con anza en Dios, que aún está a su alcance disfrutar de un buen matrimonio. También es importante que entienda que, aunque el
mensaje va dirigido concretamente a mi esposa, es a la vez una voz de aliento, orientación y consuelo de Dios para su vida.
Animo a las mujeres a que confíen en Dios, pues a pesar de las adversidades el Señor es experto en hacer milagros, y lo más interesante es que Él quiere usarlas para que ocurran.
A los hombres les motivo a que se inspiren, venzan el temor o la indiferencia, y se atrevan a elogiar a sus esposas con frases cortas.
Primera Verdad:
Nuestro matrimonio es una bendición
“El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Proverbios 18:22)
Preciosa Emma Claudia: el mayor desafío que enfrenta cualquier persona es construir su propio hogar Para lograrlo, antes tiene que analizar si realmente podrá llevar a cabo esta labor El matrimonio sólo se puede construir entre dos personas; y se requiere que ambas pongan todo de su parte para cumplir el propósito divino de levantar una generación para Dios.
Le doy gracias a Dios por cada una de las columnas que son el soporte de nuestro matrimonio. Una de las más importantes es haber comprendido que, aunque los dos somos tan distintos, a Dios le agradó unirnos en su tiempo, para que fuésemos el uno para el otro Y gracias a Él ambos decidimos voluntariamente someter nuestro hogar a la plena dirección divina.
Debido a eso, hemos visto su protección y cuidado en cada instante de nuestras vidas, y juntos hemos palpado esa atmósfera de gloria que siempre se respira en nuestro hogar.
Nosotros somos testigos de que la bendición de Dios es integral. Durante todo el tiempo de nuestro matrimonio hemos crecido espiritualmente, y nos hemos dado cuenta que de nada sirve tener bienes materiales si uno de los dos cónyuges no se desarrolla espiritualmente Ningún bien material podrá llenar el vacío de una frustración conyugal.
Claudia, le doy gracias a Dios por tu vida, pues siempre has sabido cuál es tu lugar como esposa, la esposa de un pastor.
Dentro de ti había un volcán ardiente, lleno del deseo de entrar en erupción para Dios, con deseos de usar todos tus talentos y habilidades, combinándolos con la unción de Dios, para expandir las verdades del evangelio. Pero por prudencia pensaste que la mejor forma de lograrlo era reprimir todo ese fuego y limitarte a tu papel de esposa.
A pesar de esto tú sabías que mi mayor anhelo era verte involucrada en el ministerio para que ambos habláramos siempre el mismo lenguaje. Tú eras consciente de que yo nunca traté de limitarte en tu desarrollo ministerial.
Entonces, ¿quién fue? ¿El sistema? ¿La tradición? ¿Las circunstancias? Detrás de todo había una fuerza espiritual adversa, que se opone a que la mujer se desarrolle como líder. Por eso yo perseveré en oración, pidiéndole a Dios que despertara tu espíritu para el ministerio. El Señor respondió mis oraciones, y ahora me gozo observando el desarrollo de tu vida ministerial Emma Claudia, sin importarte el precio has vertido tu vida para engrandecer la obra de Dios. En muy corto tiempo has logrado tener a miles de mujeres entrenándose para la obra del Señor. Nada menos que trece mil células de mujeres. Esto es simplemente el resultado de tu compromiso con el Señor Llevabas mucho tiempo formándote, pero hemos tenido que esperar cinco años para ver estallar en bendición tu ministerio.
Quien te conoce ha visto en ti a una mujer osada y valiente, pero frágil y tierna al mismo tiempo, tan delicada como una or
Bendición conyugal
Emma Claudia, amada mía, después del Señor tú eres mi mayor bendición. Le has traído tanta alegría y dicha a mi alma que cuando estoy a tu lado es como si el tiempo se detuviera y entráramos en un estado eterno. Dios te ha dado tanta dulzura, que todas tus palabras están cargadas de una fe dinámica, y adornadas de gloriosa esperanza. Todas tus actitudes motivan a la conquista, y tus caricias son tan refrescantes que uno se olvida de que hay problemas en este mundo Eres la mujer más maravillosa y más sencilla a la vez. Todos los que te conocen te lo dicen, pero a ti te parece que exageran. La verdad es que se quedan cortos, porque no te conocen lo su ciente. Pero como yo vivo contigo puedo decirte que eres la mujer perfecta. Ni un solo día de los que hemos compartido le has traído tristeza a mi vida, sino que encarnas lo que Dios pensó que debería ser la esposa ideal. Eres muy bella, pues Dios pensó hasta en el más mínimo detalle el día que te creó. Y yo me siento el hombre más afortunado de la tierra, porque Dios me dio una mujer doblemente bella, pues tu belleza interna te hace muy diferente a cualquier otra mujer Ninguna mujer, por hermosa que parezca, te podrá igualar jamás.
Nuestro encuentro
Antes de conocerte pensaba mucho en cómo sería la compañera que Dios tenía para mí. Eran tantas las ideas que me pasaban por la mente que me resultaba imposible imaginarme, a la que sería la mujer ideal.
Entonces me di por vencido, y le dije al Señor:
“Dios, tú ves tanto el futuro como el presente, y de antemano designaste a la mujer que va a ser mi compañera. Te ruego que en tu misericordia la traigas lo antes posible, porque si yo elijo, me equivocaré, por eso, por favor, dámela pronto”.
Y cuando te vi por primera vez mi corazón se puso a palpitar tan rápido que parecía que se me iba a salir No sabía si era una tentación o si estaba frente a mi mayor bendición. Entonces hice lo único que podía hacer: refugiarme en la oración. Rápidamente busqué un cuarto para orar, y cuando le estaba presentando esta inquietud a Dios, sentí que todo el cuarto se iluminó, y escuché casi audiblemente la voz de Dios, diciéndome:
“Hijo mío, ella será tu esposa ”
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