Sample La mujer en el ministerio

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Copyright Claudia Rodríguez de Castellanos © 2005 Publicado por G12 Editores. eISBN 1-932285-59-8 Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra en cualquiera de sus formas, gráfica, audiovisual, electrónica, magnetofónica o digital sin la debida autorización de los editores. Cuando no se indica otra fuente, las citas bíblicas corresponden a la versión: Reina Valera, 1960 (Copyright Sociedades Bíblicas en América Latina). Edición_Claudia Wilches y Doris Perla Mora. Portada y maquetación_Julian Gamba _Daniel Durán G12 Editores - Sur América. Bogotá, Colombia. Calle 22C # 31-01. PBX (571) 269 34 20. G12 Editors - G12 - 15595 NW 15TH Avenue, Miami, FL 33169

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Int roducción Por muchos años preferí permanecer detrás del ministerio de mi esposo, pues el solo hecho de enfrentarme al público era algo que me espantaba, pensaba que la gente me compararía con él, como siempre ha sido un hombre muy carismático, yo sentía que él me llevaba mucha ventaja. Para mi era más fácil el poder fluir en cualquier otra área, más cuando tenía que enfrentarme a lo que tuviera que ver con el ministerio, por lo general siempre me estresaba. Me tomó varios años descubrir que dentro de mí había un espíritu de temor, y cuando lo identifiqué y me determiné renunciar a ese espíritu, ordenándole en el Nombre de Jesús que saliera de mí, pude experimentar que el Señor cambió esa debilidad en una gran fortaleza y por eso he podido dar pasos importantes, uno de ellos fue conquistar el área política de mi nación y esto lo logré gracias a que fui libre del temor. Al crear Dios a la primera pareja los hizo completamente diferente el uno del otro; a las mujeres nos hizo con sentimientos y emociones mucho más fuertes que la de los hombres; para nosotras son muy importantes las palabras, actitudes y el trato que recibamos de aquellos que están a nuestro alrededor. Tengo el privilegio de gozar de una hermosa familia, Dios me dio un precioso esposo y unas hijas maravillosas; siempre hemos podido


compartir momentos agradables y muy bendecidos. Cuando una mujer se siente amada viene un sentimiento de valor en sí misma, y al sentirse valorada, florece toda la belleza interna que hay en ella. Esto lo he podido ver en cada una de mis hijas; Johanna, la mayor, siempre ha sido linda, pero cuando se sintió amada su rostro adquirió un resplandor especial, se puso aún más bella y eso es lo que nos pasa a todas las mujeres cuando nos sentimos verdaderamente amadas. Algo similar sucede cuando llegamos al ministerio, lo primero que tenemos que sentir en nuestra vida, es que hemos sido aceptadas por el Señor para esta labor que El nos ha confiado y tener la certeza que no hay otra mujer en el mundo como cada una de nosotras. Por lo tanto no tiene que estar comparándose con otra persona, porque sí Dios la acepta tal como es, usted también debe aceptarse así misma. Durante muchos años solía fijarme en todo aquello que me faltaba para llegar a ser una persona de éxito, hasta que me di cuenta que sólo tenía que enfocarme en aquello que Dios me había dado y debía desarrollarme en aquello que mejor hacía. Debemos estar agradecidas por todos los recursos que Dios nos ha otorgado, por la bendición espiritual, familiar y por la provisión que a diario da a nuestra vida, y trabajar sobre ello para crecer aun más. Dios, en este tiempo está llamando a cada mujer para que alcance un desarrollo pleno en el ministerio. Si ponemos atención a las cosas especiales y únicas que hemos recibido de Su parte, estaremos listas para desarrollarlas aún más y así crecer en fortaleza. Salomón dijo: “El que es sabio tiene gran poder, y el que es entendido, aumenta su fuerza” (Proverbios 24:5 NVI). Al alcanzar ese punto de fuerza, empezaremos a ser de influencia motivadora para muchas personas, y esto es lo que hace una líder. El


mejor ejemplo de liderazgo que he tenido ha sido mi esposo. El líder es aquella persona que no sólo está constantemente motivada, sino que siempre está motivando a aquellos que están a su alrededor. Todo líder tiene la capacidad de levantar el espíritu e impulsar a las personas a alcanzar los resultados deseados. Por eso digo que mi esposo siempre ha sido un gran líder; Dios le ha dado la capacidad de motivar a hombres y mujeres a comprometerse fielmente con el Señor; siempre conté con la bendición de su apoyo y respaldo, y fue él quien más me motivó a desarrollar el ministerio. Entendí que Dios nos quiere usar de acuerdo a nuestro temperamento y personalidad y a medida que somos formados por El, será Dios quien quitará las debilidades y las irá transformando una a una en fortalezas. La motivación es esa fuerza interior que la convierte en una mujer de fe, dinámica y recursiva, pero esto sólo se puede obtener cuando se tiene una íntima comunión con el Espíritu Santo. Usted debe saber que quienes servimos a Dios no somos personas fracasadas. Es interesante ver el término “fracaso” en las vidas de grandes hombres de éxito en la historia de la humanidad. Uno de ellos fue Abraham Lincoln, a quien en una ocasión se le acercó un periodista para decirle: “¿Usted no se ha cansado de fracasar? Se lanzó como candidato a diputado y no llegó, como candidato a senador y tampoco lo logró, en las nueve elecciones que se ha presentado nunca ha ganado”. La respuesta de Lincoln a este periodista fue: “Yo no he fracasado, lo que sucede es que aún no he obtenido los resultados deseados”. Querida amiga, si hasta el momento no ha logrado conquistar sus sueños, no acepte la idea que ha fracasado. Simplemente ha luchado y aún no ha logrado sus objetivos, pero mantenga el ánimo muy alto porque la victoria está mucho más cerca de lo que se imagina. Le animo a que


tome un nuevo aliento y se lance a la conquista, pues sé que vale la pena intentarlo. No permita en usted ningún sentimiento de fracaso, sólo reciba experiencias que la lleven al éxito. Las personas de éxito son personas constantes, no le temen a nada porque confían plenamente en Dios; tienen un compromiso absoluto y permanente con el ministerio. Recuerdo que en mi primera reunión con el segundo grupo de doce de mujeres que estaba formando en la ciudad de Bogotá, había invitado a mi esposo para que nos acompañara y nos compartiera la Palabra del Señor. Estando allí, él preguntó: Queridas hermanas, en la escala de uno a cien, ¿Cuál sería su grado de compromiso con la visión? Algunas dijeron el cincuenta, otras el sesenta y otras el ochenta por ciento, pero también varias estaban comprometidas el cien por ciento con la visión, y éstas eran las que habían crecido rápidamente y se estaban multiplicando en gran manera. Las que llegaban a un setenta u ochenta por ciento, les era difícil ver la unción de multiplicación. Es importante que usted tenga un compromiso absoluto del cien por ciento con el Señor y con la visión si anhela experimentar la multiplicación en su ministerio. Porque sucede como el agua, que estando en el fuego a una temperatura de noventa y nueve grados aún no entra en ebullición, porque se requiere de un sólo grado centígrado más para que esto suceda. Tal vez usted necesita añadir un cinco por ciento en asumir esa responsabilidad, y así tener ese compromiso total con el Señor. Debe comprometerse a ser la mejor cristiana y la mejor líder del año, a conocer muy bien la visión y a desarrollarla. Que usted pueda decir: “Nadie en la iglesia va a ser tan experta como yo en el tema de la visión. Voy a estar todo el tiempo sirviendo al Señor y poniendo en práctica lo que aprendí”. Sé que este libro le ayudará a alcanzar ese compromiso pleno con Dios;


al leer estas páginas su corazón será sanado, su espíritu fortalecido, recibirá enseñanzas que la llevarán a grandes victorias y podrá alcanzar aquellos sueños que Dios ha depositado en su corazón.


Contenido Capítulo 1: ¿Hija o esclava? Reflexión 1 Capítulo 2: Determine que tendrá una familia sacerdotal Reflexión 2 Capitulo 3: Aprendiendo a escuchar la voz de Dios Reflexión 3 Capitulo 4: Lo que Dios puede hacer a través de una mujer Reflexión 4 Capitulo 5: Renovando nuestra vida a través de la Palabra Reflexión 5 Capitulo 6: Dios quiere sanar su corazón Reflexión 6 Capitulo 7: Ocupando su lugar en el ministerio Reflexión 7 Capitulo 8: Este es el tiempo de la genuina adoración Reflexión 8 Capitulo 9: Siendo guiadas por el Espíritu Santo Reflexión 9 Capitulo 10: La mujer en el propósito Divino Reflexión 10 Capitulo 11: La mujer en la visión de G12 Reflexión 11


Capitulo 12: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob Reflexión 12


Acerca del autor


Capítulo 1:

¿Hija o esclava? “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Génesis 21:10).


Días atrás, nos encontrábamos con mi esposo ministrando en una conferencia de pastores en Estados Unidos. Compartíamos ciertos principios con un matrimonio, y al preguntarles cómo se sentían dentro del ministerio, la respuesta que nos dieron nos sorprendió, especialmente porque esta pareja se destacaba dentro de la iglesia, disfrutaba de una estrecha relación con los pastores principales y siempre habían tenido libertad para desenvolverse en lo suyo, además de ser muy admirados por las personas que trabajaban con ellos. Mientras todos los que estaban a su alrededor los veían como tremendos líderes, ellos no se sentían así. Lo que nos manifestaron fue que no se percibían así mismos como hijos sino como esclavos, por la gran responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. Gracias a que fueron sinceros con nosotros, pudimos aclararles algunos conceptos que les ayudaron a abrir los ojos y a comprender el gran honor que Dios les había dado al designarlos para el ministerio. Sé que Dios desea traer esa misma revelación a su vida, para que experimente la plena convicción que usted es una hija y no una esclava.


El privilegio de ser hijas La conversación con aquella pareja nos brindó la oportunidad de explicarle la gran diferencia que existe entre un hijo y un esclavo. El hijo se siente en el mismo nivel de condiciones que sus padres, y puede desarrollarse con gran libertad y ampliar su esfera de conquista; mientras que el esclavo está convencido que no pertenece a ese lugar y de que está trabajando para aumentar los bienes materiales de otros. Alguien que se sienta esclavo jamás trabajará con plena libertad; su corazón será voluble y cambiará de parecer en cualquier momento. Aquel día también participamos a esta pareja del testimonio de nuestra hija mayor Johanna, quien en ese entonces nos reemplazaba en Bogotá juntamente con su esposo. Mi hija nos contaba que desde las cinco de la mañana estaba en pie para iniciar las actividades del ministerio, volviendo generalmente a las once de la noche a su casa para descansar. Ella me decía: “Mami, aquí en Bogotá no tenemos prácticamente nada de tiempo libre, porque el trabajo requiere mucho esfuerzo”; pero en ningún momento expresó sentirse esclava. Una muestra de que somos hijos se refleja en el grado de responsabilidad que Dios nos ha confiado. Otra diferencia entre una hija y una esclava es que la hija trabaja con alegría, mientras que la esclava no, porque siente que lo que hace no es para su propio beneficio sino para el de otros. Jesús dijo: “Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre” (Juan 8:35). Con esto, el Señor Jesús da a entender que todo aquel que no se siente hijo, en el momento menos pensado abandonará la casa. Por lo general, son muchas las personas que nos


visitan y algunos de ellos, al hablar con nosotros, manifiestan su deseo de ser parte activa de este ministerio. Pero la primera pregunta que mi esposo les hace es: “¿Cuál es su visión?”. De acuerdo a la respuesta que ellos dan, podemos discernir fácilmente si tienen corazón de hijos o están tratando de impulsar sus propios ministerios.

Acepte el espíritu de adopción Mientras estábamos hablando con esta pareja, mi esposo les mencionó la importancia de aceptarse a sí mismos como hijos adoptivos de Dios, lo cual los colocaba a la par de un hijo legítimo. Les recalcó la necesidad de entender que los pastores principales los estaban tratando y amando como hijos, y no como esclavos. Esto podía observarse claramente por las tareas ministeriales que se les habían encomendado, las cuales nunca podrían confiársele a un esclavo. Pablo escribió: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). El apóstol Pablo asocia el espíritu de esclavitud con el espíritu de temor, y el espíritu del hijo con el espíritu de poder. Mientras el esclavo vive temeroso que en cualquier momento lo muevan de su lugar, el hijo se siente seguro, confiado en el poder de Dios, clama y confiesa sus metas de conquista, sabiendo que el Padre le respalda en todo lo que emprende. Cuando una persona es adoptada, adquiere los mismos derechos que el legítimo. El hijo adoptivo es partícipe de la misma herencia, de la misma familia, del mismo trato y de los mismos privilegios que los hijos legítimos. ¿Cómo era nuestra vida al llegar al Señor? Creo que la mayoría se acerca


a Dios en un estado bastante lamentable, como si no tuviese padre ni madre; desamparados, desnutridos y desnudos espiritualmente. Al ver tanta suciedad y fealdad en nosotros, el Señor podría pensar: “Pero si yo ya tengo un pueblo, tengo a mi querido Israel, y con él estoy más que satisfecho”. El podría mirarnos y tratarnos como a extraños, pero no es ese su proceder. Aunque nosotros no teníamos esperanza de redención, sin embargo El extendió su misericordia y nos amó por pura gracia. Y nosotros, al igual que un bebé desnutrido, alzamos a El nuestros brazos, moviéndolo a misericordia. A pesar de que no éramos su pueblo, nos hizo pueblo Suyo. Y aunque no éramos sus hijos, nos adoptó como tales. Le plació darnos los mismos derechos y privilegios que concedió al pueblo de Israel.

Sentirnos hijas nos da seguridad y confianza Veamos el caso de Agar y Sara. Agar nunca se sintió como una hija. Aunque Sara había depositado toda su confianza en ella, aquella no la supo valorar y permitió que su manera de pensar cambiara. Sara siempre se comportó como una verdadera madre, y cada palabra que salía de los labios de Agar era para ella como el clamor de una hija, no como la queja de una esclava. Sara se apoyaba tanto en Agar, la apreciaba tanto, que la escogió para que a través de ella, su esposo Abraham, consiguiera heredero. Pero cuando Agar se descubrió embarazada, su corazón se desvió y nunca más volvió a ser la misma. Abraham Lincoln lo hubiese dicho del siguiente modo: “Si quieres conocer el corazón de alguien dale algo de poder”. Cuando Agar supo que iba a tener un hijo, pretendió ponerse al nivel de Sara, cambiando su actitud para con ella. Luego, se llenó de miedo al pensar que podría perder a su hijo y por causa de su


comportamiento, perdió todos los privilegios que Dios había preparado para ella y su descendencia dentro del hogar de Abraham y Sara, a tal punto que el Señor tuvo que decirle a Abraham: “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Génesis 21:10). Mientras Agar se convirtió en una mujer especuladora y temerosa, Sara siempre se condujo como una persona segura de sí misma, tanto que le confió su joven sierva a su esposo para que tuviera intimidad con ella. Esa es una de las principales características de una hija de Dios, la confianza y la seguridad en ella misma.


El peligro de la culpabilidad Comúnmente, dentro del ministerio, la persona que se siente culpable se comporta como esclava y no como hija, admitiendo pensamientos erróneos hacia sus líderes. Satanás utiliza la culpabilidad para condenar a esa persona, o para acusar a aquellos que tienen autoridad sobre ella. Mientras que Sara creía en Agar, ella desconfiaba totalmente de Sara. Le sucedió exactamente lo que a Ananías y Zafira, quienes prometieron una ofrenda a Dios, y cuando el dinero estuvo en sus manos, resolvieron quedarse con una parte y dar la ofrenda incompleta. Agar había prometido a Sara que le entregaría su hijo, había aceptado que éste sería contado como fruto suyo. Pero permitió que Satanás llenara su mente de argumentos y cambió de parecer en el transcurso de su embarazo. De igual forma sucede con algunos que deciden trabajar bajo la cobertura de un ministerio y, cuando ven algo de fruto, cambian de parecer. Creen que el ministerio es de ellos, empiezan a mirar con otros ojos a aquellos que se hallan en autoridad sobre ellos, permiten pensamientos impropios del pasado y los usan como mecanismos de protección, levantando murallas para que los demás ni siquiera detecten la verdad detrás de la apariencia. La culpabilidad es una vocecita que suele parecer inofensiva, pero que una vez aceptada en la mente, causa grandes estragos en la persona. Esa voz interna también funciona como alarma, alertándonos de que hay un argumento negativo que surge por causa de algún evento del pasado. Una persona no puede experimentar bendición plena si no ha pasado por el arrepentimiento. Muchas personas desean los beneficios de Dios


pero sin haber arreglado las cuentas del pasado con El. Piensan que Dios tiene la obligación de darles y proveerles todo lo que ellos necesitan, pero se les olvida que es nuestro deber experimentar un genuino arrepentimiento para poder mover la mano de Dios y recibir de El la bendición completa.

Como hijas tenemos la unción profética Abraham estaba pasando por un momento muy difícil en su vida, pues Sara, su mujer, había tomado una determinación y ya no quería seguir viviendo con aquella ingrata mujer en su misma casa. Le instó a su esposo que la echara, y también a su hijo. Más Abraham pensaba que él no podía hacer eso, porque aquel jovencito era de su propia sangre. Entonces, Dios le habló: “No te parezca

grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia” (Génesis 21:12). Dios ha puesto en los labios de cada mujer una unción profética. Nuestras palabras, o dan vida, o dan muerte. Salomón dijo: “La mujer sabia

edifica su casa, mas la necia con sus manos la derriba” (Proverbios 14:1). Dios ha confiado a cada mujer el gran privilegio de edificar una descendencia para El. Por ese motivo, el Señor le dijo a Abraham: Escucha a Sara tu mujer en todo lo que ella te diga. Lo hizo por causa de su descendencia, Dios estaba protegiendo toda la descendencia de Israel a través de la palabra profética de Sara. Doy gracias a Dios por la vida de mi esposo, pues no sólo me permitió desarrollarme dentro del ministerio, sino que siempre me motivó para que


yo lo pudiera hacer. El hecho de que durante todos estos años pudiera estar involucrada en el servicio a Dios, trabajando hombro a hombro con él, me ha hecho comprender que la mujer posee en sí misma una palabra específica que determinará el futuro del ministerio. Le escuché decir a mi esposo, en una reunión que tuvo con sus discípulos en Bogotá, que no nos debe preocupar el medio que Dios utilice para hablarnos, lo importante es que lo haga. Y una vez recibida Su dirección, debemos obedecerle en todo lo que nos mande. Abraham tuvo que aprender esta gran lección; Dios le enseñó que la voz femenina es tan importante como la voz masculina.

Sólo los hijos tienen derecho de la herencia Agar, por sentirse esclava, perdió su herencia y casi la vida. Dios tuvo que intervenir soberanamente para preservarla de la muerte, a ella y a su hijo. Sara logró mantener su posición como heredera y por ello, Dios la honró extendiendo su bendición hasta mil generaciones. Cuando Pablo escribe a los romanos, les habla de su posición en Cristo, diciéndoles: “Y

si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17). En este pasaje podemos destacar que lo que nos da el derecho de participar de la herencia celestial es la manera en que nos relacionemos con Jesús. Cuando dice “si padecemos juntamente con él”, estoy convencida de que se refiere a algo mucho más allá de sufrir persecución por causa de nuestra fe, o padecer necesidades económicas, o atravesar dificultades matrimoniales. Creo que a donde el apóstol quiere remitirnos es a la experiencia de la revelación de la Cruz. Es muy importante entender que todas las riquezas que Dios reservó para cada


uno de sus hijos están escondidas en la revelación de la Cruz. Aunque por dieciocho años caminé al lado de César como “la esposa del pastor”, no fue sino hasta que Dios quebrantó mi corazón y doblegó mi voluntad que pude oír Su voz diciéndome: “Hija, lo que has vivido, sólo ha sido una simple preparación; tu ministerio ahora comienza”. Después de esto, Dios me fue conduciendo paso a paso por Su senda, hasta darme la revelación de Su sacrificio. Después de ello, mi ministerio entró en otra dimensión, comencé a ser testigo de los milagros más extraordinarios en un plazo muy breve.


Viva como una hija La herencia la obtienen aquellos que han padecido juntamente con El. Dios le hizo a usted partícipe de la misma herencia de Jesucristo. El ha planeado muchas bendiciones espirituales y materiales para su vida, y si aún no las ha obtenido es porque posiblemente le falta el elemento de la fe. El Señor quiere darle grandes cosas, pero sin fe es imposible agradar a Dios. El mismo dijo: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como

posesión tuya los confines de la tierra” (Salmos 2:8).



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