Un paseo literario por Oviedo: su pasado y presente a través de algunas novelas
Foto de: Chema Méndez
“Oviedo a través de los siglos se fue transformando completamente y quedan escasas memorias de sus primeros años. La primitiva y vieja ciudad, agrupada al lado de la ermita de San Vicente y de la iglesia de San Salvador, difícilmente se recompone con los diplomas antiguos y con el auxilio de la tradición; y lo que hoy queda, constituyendo la capital de Asturias, es una población de diferentes épocas, construida sin plan fijo”. El libro de Oviedo: guía de la ciudad y su concejo. Fermín Canella (1887)
“Mientras caminaba hacia el café Mercurio, Floro se exaltaba: ¡qué maravillosa resultaba la ciudad!; ¡la universidad, la catedral, la Corrada del Obispo, la plaza del Ayuntamiento, el Fontán!: ¡calles estrechas y antiguas, plazas de piedras nobles y apacibles, casas de abolengo y edificios prudentes, con un bar en cada esquina para repostar en caso de necesidad!” Jugadores de billar. José Avello (2001)
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Oviedo y algunos de sus otros nombres “Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana del coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica”. La Regenta. Leopoldo Alas “Clarín” (1884-1885)
“A las diez de la noche eran, en toda ocasión, contadísimas las personas que transitaban por las calles de la noble ciudad de Lancia. En las entrañas mismas del invierno, como ahora, y soplando un viento del noroeste recio y empapado de lluvia, con dificultad se tropezaba alma viviente. No quiere esto decir que todos se hubiesen entregado al sueño. Lancia, como capital de provincia, aunque no de las más importantes, es población donde ya en 185… se había aprendido a trasnochar”. El maestrante. Armando Palacio Valdés (1893)
“Tigre Juan tenía muy pocos y muy buenos amigos. Uno de éstos era Nachín de Nacha, el de las monteras, viejo ladino y muy terne. Venía a la plaza, desde el Campillín, aldea en los aledaños de Pilares, jueves y domingos, días de mercado”. Tigre Juan. Ramón Pérez de Ayala (1926)
“De este modo, la ciudad de Fontán presenta un nomenclátor callejero plagado de nombres desconocidos fuera de la provincia, mientras que las glorias nacionales que tuvieron la mala fortuna de nacer o vivir en Fontán sin pertenecer a las familias dominantes, permanecen ignoradas o condenadas a designar con su nombre una lejana calle de dos portales en un suburbio cualquiera, o a adornar con un busto pequeñito un rincón escondido del parque de San Lorenzo” Un jardín y silencio. Sara Suárez Solís (1985)
“Aquel septiembre hacía calor en Carbayo. Las mañanas amanecían desganadas y plomizas y todo el día el cielo resplandecía blanquecino, en una lucha entre las nubes y el sol, que se asomaba por la tarde, queriendo recuperar el tiempo perdido”. La edad de oro. Carmen Ruiz-Tilve (1995)
“Verbo Paulatino se encontró en la calle con una lluvia fina e impertinente, amarga y violeta, pulverizada al igual que una pena sin lágrimas. Podría tratarse, quien sabe, de la premonición de una lluvia poética tan sorprendente como los espejismos que por costumbre agrisaban el paisaje decimonónico de la zona vieja de Ciudad Ajada, con la trasera de la catedral gótica engullida, a la altura cercana de los tejados próximos, por el manto de agua que más que del cielo perecía proceder de las entrañas de los espíritus mudos que, a lo largo de los siglos, habían deambulado por aquellas mismas esquinas”. Apabullante silencio extranjero. Fernando Fonseca (2014)
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Índice
Oviedo y algunos de sus otros nombres
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Convento de San Vicente
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Catedral
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Parque San Francisco
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Ciudad antigua: calles Cimadevilla, Rúa y su palacio gótico
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La Universidad
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Fontán y la Casa de Comedias
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Los Palacios: Velarde, Miranda-Valdecarzana-Heredra
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Uría
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Calatrava
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Foto de: Chema Méndez
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El núcleo primitivo de Oviedo nació en la colina Ovetao, entre los ríos Nora y Nalón, en una encrucijada de caminos. Fue fundada en el año 761 (a expensas de los resultados de los estudios que se hagan a partir de los restos romanos aparecidos en las obras de ampliación del Museo de Bellas Artes) por el abad Fromestano y su sobrino el presbítero Máximo que edificaron un monasterio dedicado a San Vicente en torno al cual fueron agrupándose las casas. Aprovechándose de esto, el rey Fruela I erigió muy próximo una ermita dedicada al Salvador y otras dependencias.
Convento de San Vicente “Todas las ciudades tienen un corazón. El de la Vieja Ciudad estaba inflamado de lluvia y de oraciones. Fueron los religiosos quienes la fundaron y la lluvia quien la bautizaba cada invierno. Solía decirse que en la Vieja Ciudad no se veía el sol porque lo tapaban las iglesias y los conventos con sus muros gruesos. Luego la ciudad fue creciendo ajena a las cruces y sin embargo tampoco llegaba demasiada luz a sus calles. “Aun así éste sigue siendo el rincón más oscuro de la ciudad” pensó Ulises delante del monasterio de las Pelayas”. Los libros luciérnaga. Leticia Sánchez Ruiz (2009)
Máximo, en unión de Fromestano, fueron los fundadores de un Oveto al elegir este lugar concreto de su convento sobre el altozano. Y alrededor de aquel inicio urbano, que por sí nacía pobre y recoleto, fue surgiendo el hoy tataranieto Oviedo, medieval y cortesano. Y los más de mil años ya pasados fueron bordando los artesonados de sus techos, con signos de centurias. Monasterio prior que luce Oviedo que es, de la Fe, su espíritu y su credo, y otro tesoro más que guarda Asturias. A la sombra del Carbayón (Guía Poética de Oviedo) Florina Alías (1995)
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Fue Alfonso II quien estableció la corte de la monarquía asturiana en Oviedo dando un gran impulso a la ciudad. Construye una basílica dedicada al Salvador y los doce apóstoles cerca de su palacio en torno al año 802 a la que en el 808 dona la Cruz de los Ángeles, hoy símbolo de la ciudad. Se sabe que fue él también quien mandó construir al norte un templo dedicado a Santa María con un panteón para reyes y en la parte sur una capilla con cripta, la capilla de San Miguel. La Iglesia será el principal órgano rector de la vida local, más, cuando tiene lugar la apertura del Arca Santa en el año 1075 por orden del rey Alfonso VI.
Catedral
“La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo dieciséis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba el cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones” La Regenta. Leopoldo Alas Clarín (1884-1885)
“Majestuoso es el aspecto de la basílica consagrada al Salvador. El rey Alfonso, sobre los escombros y las cenizas de la primitiva iglesia levantada por su padre, el austero y áspero rey Fruela, le encargó al arquitecto Tioda la construcción de la nueva basílica. La pequeña iglesia anterior había sido destruida en una de las incursiones de los sarracenos (...) Alfonso quería que el nuevo edificio sirviera como símbolo del poder efectivo de la Iglesia (...) quiso hacer de Oviedo la ciudad grande, predestinada a la corte, imagen viva de la vieja Toledo, y para ello hacía falta (...) sobre todo, una basílica, catedral consagrada al mismísimo Cristo, Salvador (...). La capilla de San Miguel para recoger y velar el Arca Santa (...) La torre de la basílica de Oviedo surge austera y altiva sobre la humareda de rocío que levanta el viento, como un salmo de piedra. Las múltiples pinturas que decoran frentes y rincones, desde las claves hasta los techos, se manifiestan súbitamente como una hemorragia multicolor. Brillan los pilares de mármol. Se reaniman las expresiones tristes de los trece altares”. Los clamores de la tierra. Fulgencio Argüelles (1996)
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Cuenta la leyenda que fue San Francisco de Asís allá por el año 1212 quien tras venerar las santas reliquias de El Salvador, se sentó a descansar en un bosque a las afueras de la ciudad y fascinado por su belleza y serenidad decidió construir en él un convento junto a su discípulo Fray Pedro Compadre. El primer documento que hace referencia a este bosque es una escritura de 1243 por la que un canónigo de San Pedro de Teverga realiza la donación de una fuente y un prado a la Orden de Frailes Menores de Oviedo. En 1534 los representantes de la ciudad y el Cabildo catedralicio acuerdan la conversión de todos estos terrenos en un único espacio de uso público.
Parque San Francisco
“Este bosque de robles corpulentos, añosos, algunos de los cuales pertenecían a la selva primitiva donde se fundó el monasterio que dio origen a Lancia, servía de sitio de recreo y esparcimiento a la población, hasta cuyas primeras casas llegaba”. El Maestrante. Armando Palacio Valdés (1893)
“Don Benito y don Cosme pasean su jubilación por el centro del Bombé de doce a una. Luego, se sientan un rato, si el tiempo lo permite, en uno de los canapés que bordean el paseo central. Esos bancos son, o les parecen, los de siempre, los que soportaron el peso de sus libros de estudiantes, de sus sucesivas novias y, ahora, de sus huesos doloridos y reumáticos. Estuvieron pintados de marrón, de verde, de rojo. (…) Nunca se sientan cerca de la Fuentona, frente al barquillero de mirada huraña” (…) “Cruza el campo en diagonal: por las mañanas, raspando las nueve, a paso ligero, para sus clases de Literatura; por la tarde, más despacio, y no todos los días, a claustros, evaluaciones, seminarios, visitas de padres…. En el camino de ida al trabajo, no se demora mirando el Campo más que en ojeadas al bies. Pero, al regreso, disfruta con los ocres de los árboles en otoño o con su desnudez invernal. Los tilos se mustian pronto aunque conservan siempre algunas hojitas tenaces, retorcidas y resecas, testigos del pasado esplendor; en cambio, los castaños más jóvenes balancean sus grandes hojas verdiamarillas casi hasta febrero, y las dejan caer suavemente cuando Mercedes regresa a casa por las tardes, bien embozada en su abrigo mientras el fugitivo sol cesa de caminar ardiendo en oro dulce”. Retablo de paseantes. Sara Suárez Solís (1998)
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En el siglo XIII Catedral, fortificaciones y mercado, eran los elementos públicos más importantes de la ciudad. La construcción de la muralla se inició en el año 1261. El recinto intramuros formaba una figura circular al adaptarse a la colina abarcando tres barrios: La Villa, entre la Catedral y San Vicente; Cimadevilla, con un carácter mercantil y vinculado a las peregrinaciones; y Socastiello, núcleo en torno a la antigua fortaleza. Fuera, los arrabales abiertos al campo, siendo los más tempranos los de la Puerta Nueva o La Magdalena en la carretera de Castilla. Otros serían: Fontán, Rosal, Campo, Santa Clara, Foncalada y la Vega.
Ciudad antigua: calles Cimadevilla, Rúa y su palacio gótico “Algo quedaba, sin embargo, en Cimadevilla, sosteniéndola a flote: la Casa Masaveu y la Compañía, el mejor comercio de Oviedo y el Principado y uno de los mejores de España. No lo llamaban “Galerías Masaveu” ni “Grandes Almacenes Masaveu”, sino sencillamente “Casa Masaveu”. Pero respondía al tipo de los modernos almacenes internacionales en los que podían encontrarse las cosas más heterogéneas (…) Los escaparates de Masaveu iluminaban Cimadevilla y trataban de sostener en ella la vida, que se le iba arrebatada por la moderna y estandarizada calle de Uría (…) Desde entonces Cimadevilla comenzó a sumirse en el dulce sopor de las calles viejas, que añoran el fru-fru de las enaguas almidonadas y el señoril empaque de las crinolinas. Cimadevilla es en la actualidad una calle del Oviedo antiguo, demasiado alta, demasiado vieja, demasiado aburrida”. Nosotros, los Rivero. Dolores Medio (1953)
“El palacio de los condes de Onís merece especial mención en esta historia. Es un edificio antiquísimo, el más antiguo de la ciudad en unión de algunos restos de la primitiva basílica que aún quedaba en pie. No se había salvado otra cosa del horroroso incendio que en el siglo XIV había destruido la población. Su aspecto más era de fortaleza que de mansión. Pocas y estrechas ventanas cortadas por columnas de piedra, distribuidas caprichosamente por la fachada; una pared lisa de piedra, ennegrecida por los años; algunos agujeros cuadrados cerca del techo a guisa de aspilleras; una gran puerta de medio punto reforzada con grandes clavos de acero”. El Maestrante. Armando Palacio Valdés (1893)
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“Tras la apaciguada etapa de tregua, a últimos de septiembre, tío Alejandro se instaló en Oviedo en una fonda que entonces regentaba una antigua ama de llaves de los Condes de R. (...) Desde las primeras clases a las que asistió, se hizo a la idea de que los estudiantes en las aulas desempeñaban el mismo papel que los feligreses en las iglesias durante los sermones. Eran un mero pretexto para que aquellos señores dijesen en voz alta sus pensamientos acerca de lo divino y de lo humano. A eso se reducía su función. (...) Su asignatura preferida era el Derecho Romano (...) Había algo, empero, mucho más atractivo aún que los romanos: la vida nocturna de aquella pequeña ciudad de provincias que no hacía mucho tiempo había inspirado una de las mejores novelas de nuestro idioma, aunque no estaba Alejandro para devaneos literarios, si bien los que tuvo lo fueron, sin proponérselo ni imaginárselo. Oviedo, de día, era una ciudad triste y lluviosa, en la que había que madrugar para asistir a las clases. Se alegraba un poco la ciudad a última hora de la mañana. (...) A media tarde, las cosas se ponían mejor. En el Palacio de los condes de R donde había vivido provisionalmente con su familia años atrás, se reunía con el condesito y su primo. Se fumaban puros, se tomaban copas, se hablaba de mujeres y se criticaba a los profesores. Lo mejor de todo eran los planes que se urdían para la noche”. Un tren a Cuba. Luis Arias Argüelles-Meres (2006)
Foto de: Chema Méndez
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A partir del siglo XVI el ocaso de las peregrinaciones jacobeas debió afectar al decaimiento de la ciudad a lo que hay que sumar el tremendo incendio de 1521 que destruyó gran parte de la ciudad. La casa de Rúa 15, es el edificio civil más antiguo de la ciudad, el único que sobrevivió al incendio. En 1608 comienza la Universidad, fundada por el Inquisidor Valdés Salas, a impartir sus clases, lo que dio una nueva vida cultural a la ciudad.
La Universidad “La luz del otoño, en el patio porticado, repartía el sol como en una plaza de toros y a mediodía la mitad del cuadrilátero estaba en sombras y todos se apiñaban en el ángulo del sol, alrededor de las columnas, aprovechando el tiempo entre clase y clase para estirar las piernas y el corazón. Se empezaban a hacer corrillos, incluso a la sombra, y algunos atravesaban la pedrera transversalmente para saludar a conocidos de otros cursos. Todo resultaba desmesurado para los nuevos y a pesar de que el edificio no era excesivamente grande ni solemne, el contraste con las aulas del instituto, tan luminosas y a la vez tan frías, subrayaba el cambio. Lupina no solía salir al patio entre clase y clase y quedaba en el banco, el mismo que acotó el primer día, pasando apuntes, consultando en el diccionario los últimos matices de la traducción o adelantando lecturas. Pronto, mientras sonaban las campanas del reloj de la torre del observatorio, en la primera semana, se le acercó un chico, que por su aire no era de primero, preguntándole, con el salvoconducto de su sonrisa luminosa, si podía acompañarla un momento a la salida. Emparejados salieron a la calle, rebasando las cadenas (…) Buscaron un sitio para verse, los martes, a partir de las cinco, y algo tan sencillo no resultó fácil. En la biblioteca no podía ser, porque había que sentarse en mesas individuales y no se podía hablar, protegido el silencio por el ir y venir de un conserje de bata azul y botones dorados que parecía tener el oído más fino de todo Carbayo y volvía la cabeza como ave de presa, al menor rumor. Los cafetones cercanos a la Universidad tampoco eran propios de aquellas horas, pues o bien estaban ocupados por profesores sesteantes que amoldaban sus cuerpos muelles a la gutapercha sin color de los asientos o se llenaban de bulliciosos tertulianos, que al tiempo que mordían el puro lanzaban sobre el mármol veteado de los veladores el hueso ruidoso de las fichas de dominó”. Las dos caras de Jano. Carmen Ruiz-Tilve (2005)
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Desde el siglo XVII comienza a crecer la ciudad. En 1622 Juan de Naveda construye las Casas Consistoriales de espalda a la ciudad vieja, mirando a la nueva zona de expansión, a la modernidad. A partir de ese momento comienzan las tareas para desecar la laguna existente en el Fontán. En 1660 se construyen las casa del Arco de los zapatos. En 1666 Ignacio de Cajigal proyecta y construye la Casa de Comedias, hoy Biblioteca de Asturias “Ramón Pérez de Ayala”. En 1717 nace la Real Audiencia, con lo que Oviedo se convierte además de capital histórica, eclesiástica en capital administrativa. La aristocracia comienza a construir sus palacios en la ciudad. En 1792 se inicia el proyecto de Pruneda Cañal para la construcción de una plaza porticada con 40 tiendas en los soportales y almacenes en las buhardillas.
Fontán y la Casa de Comedias “El Ayuntamiento quedaba a la vuelta de la esquina, y poco más allá se abría el famoso mercado de La Fontana. Justo enfrente de la casa de María Salesa se alzaba, se diría que protector, un modesto caserón palaciego con escudo en la fachada”. Apabullante silencio extranjero. Fernando Fonseca (2014)
“La Plaza del Mercado, en Pilares, está formada por un ruedo de casucas corcovadas, caducas, seniles. Vencidas ya de la edad, buscan una apoyatura sobre las columnas de los porches. La Plaza es como una tertulia de viejas tullidas que se apuntalan en sus muletas y muletillas y hacen el corrillo de la maledicencia. En ese corrillo de viejas chismosas se vierten todas las murmuraciones y cuentos de la ciudad. La plaza del Mercado es el archivo histórico de Pilares. La historia íntima de las familias se conoce allí al pormenor (…) Todo en redor de la Plaza del Mercado al fondo de los soportales, hay tiendecillas angostas y profundas: la mayor parte, establecimientos de tejidos catalanes; luego, abacerías, carnicerías, talabarterías, alguna cerería, comercios de paquetería al detalle. Lo más del tiempo, estas tiendecillas permanecen sumergidas en reposo y mudez, huecas negras, como nichos, vacíos aún, en un muro de cementerio, salvo jueves y domingos, días de mercado, que desde la hora prima de la mañana la Plaza comienza a borbollar con espumosa muchedumbre de puestos del aire, con toldos de lona agarbanzada, al modo de un campamento o una flota de galeones a toda vela. El puesto de Tigre Juan se distinguía de los demás por varias particularidades. No estaba situado en el hueco central de la Plaza, sino en un ángulo, entre dos columnas cuadradas de granito; mitad bajo los porches, mitad en abertal. Era un puesto permanente: todas las horas del día y todos los días del año”. Tigre Juan. Ramón Pérez de Ayala (1926)
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“El teatro de Vetusta, o sea nuestro Coliseo de la plaza del Pan, según le llamaban en elegante perífrasis el gacetillero y crítico de El Lábaro, era un antiguo corral de comedias que amenazaba ruina y daba entrada gratis a todos los vecinos de la rosa náutica. Si soplaba el Norte y nevaba, solían deslizarse algunos copos por la claraboya de la lucerna (…) Era un axioma vetustense que al teatro había que ir abrigado. Las más distinguidas señoritas, que en el Espolón y el Paseo Grande lucían todo el año vestidos de colores alegres, blancos, rojos, azules, no llevaban al coliseo de la Plaza del pan más que gris y negro y matices infinitos del castaño (…) Las decoraciones se habían ido deteriorando, y el Ayuntamiento, donde predominaban los enemigos del arte ,no pensaban en reemplazarlas”. La Regenta. Leopoldo Alas Clarín (1884-1885)
“Desde mi llegada a esta ciudad habito en la calle del Rosal en una casa muy cercana a la que en el Fontán ocupan mis señores el marqués de Vallecerrato y su mujer la duquesa del Parque. Esa casa del Fontán me la destinarán a mí tan pronto se termine el palacio que para ellos construyen, allí muy cerca, entre el manantial y la casa de comedias. El palacio será suntuoso y su fachada, a juzgar por los dibujos y a la vista de lo ya alzado, promete ser la más hermosa de la ciudad”. El mal de la rosa: páginas sobrantes de una historia. Blas de Aces (1990)
Los Palacios: Velarde, Miranda-Valdecarzana-Heredra “La calle Santa Lucía, con ser de las más céntricas, es también de las más solitarias. Está cerrada en su terminación por la base de la torre de la basílica, esbelta y elegante como pocas en España, y sólo sirve de camino ordinariamente a los canónigos que van al coro y a las devotas que salen de misa de madrugada. En esta calle, corta, recta, mal empedrada y de viejo caserío, se alzaba el palacio de Quiñones de León. Era una gran fábrica oscura de fachada churrigueresca, con balcones salientes de hierro. Tenía dos pisos y sobre el balcón central del primero un enorme escudo labrado toscamente y defendido por dos jayanes en alto relieve tan toscos como sus cuarteles. Una de las fachadas laterales caía sobre pequeño jardín húmedo, descuidado y triste” El Maestrante. Armando Palacio Valdés (1893)
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“El Casino de Vetusta ocupaba un caserón solitario, de piedra ennegrecida por los ultrajes de la humedad, en una plazuela sucia y triste cerca de San Pedro, la iglesia antiquísima vecina de la Catedral. Los socios jóvenes querían mudarse, pero el cambio de domicilio sería la muerte de la sociedad según el elemento serio y de más arraigo. No se mudó el Casino y siguió remendando como pudo sus goteras y demás achaques de abolengo. Tres generaciones habían bostezado en aquellas salas estrechas y oscuras, y esta solemnidad del aburrimiento heredado no debía trocarse por los azares de un porvenir dudoso en la parte nueva del pueblo, en la Colonia. Además, decían los viejos, si el casino deja de residir en la Encimada, adiós Casino. Era un aristócrata. Generalmente el salón de baile se enseñaba a los forasteros con orgullo; lo demás se confesaba que valía poco”. “La biblioteca consistía en un estante de nogal no grande, empotrado en la pared. Allí estaban representando la sabiduría de la sociedad el Diccionario y la Gramática de la Academia. (…) Los socios antiguos miraban la biblioteca como si estuviera pintada en la pared”. La Regenta. Leopoldo Alas Clarín (1884-1885)
Foto de: Chema Méndez
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A partir del siglo XIX Oviedo experimenta un nuevo crecimiento vinculado a la instalación de fábricas en su espacio urbano y sobre todo la llegada del ferrocarril. La ciudad se transforma de acuerdo a los nuevos intereses económicos y sociales. En 1833 Oviedo pasa a ser capital de provincia. En 1855 comienza el desmantelamiento de la vieja cerca. Para unir la vieja ciudad con la estación se construyen las calles de Uría y Fruela, lugares que se convertirán en los nuevos ejes comerciales de la ciudad y lugares de residencia de la nueva burguesía, aunque sin ningún plan de ensanche.
Uría
“La gran arteria de la ciudad, era una calle joven, recién nacida. Sin personalidad. Una calle que nada tenía que ver con las viejas calles de la dormida Vetusta, tristes, oscuras y oprimidas entre los caserones blasonados y las casucas de paredes desconchadas por la humedad (…) La calle Uría era joven, ancha, alegre… Arrancaba del antiguo emplazamiento de “El Carbayón”, el árbol secular de los ovetenses, derribado en el año 1879 y llegaba a la Estación del Norte (…) Sobre la acera izquierda, iban surgiendo, como por arte de encantamiento, pequeñas construcciones, tipo chalet (…) En la acera de la derecha se levantaban casas de vecindad, de tres y ¡hasta de cuatro pisos! (…) Decididamente, la nueva y moderna rúa había arrebatado el cetro de la supremacía y la elegancia a la vieja y cansada Cimadevilla, que extendía sus tentáculos –Nueva, Rúa, Santorio, Trascorrales, Plaza de la Constitución, Sol, Magdalena, Fierros, Jesús, El Peso– sobre la parte antigua de la ciudad” Nosotros, los Rivero. Dolores Medio (1953)
“Lo supe en cuanto le vi correr hacia mí. Él, Orlando, era incapaz de entender lo que veía. Su cerebro no podía procesarlo. No estaba preparado para tan bajo nivel de civismo. Llegó jadeando y pronto, una vez recobrado el aliento, me grito: –¡Está ardiendo! ¿Por qué no hacen nada? ¿No oyen los gritos? Es algo horrible.... Nos dirigimos a un café cercano con grandes ventanales que permitían disfrutar del resplandor de las llamas. Un digno espectáculo. El cielo, nublado como casi siempre, se había convertido en el espejo de la verdad absoluta. Orlando empezó a respirar apresuradamente (...) Llegó el camarero. –¿Qué van a tomar –A mí me apetece algo fresco. –El ambiente es extremo, sofocante –¿Y a ti, Orlando? No contestó se limitó a vomitar sobre los mocasines del camarero”. Ardedemocracia. En: Charlize Theron y las democracias ardientes. Tito Montero (2013)
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“En la otra acera, qué alivio, seguían las casas del Coto, con sus cariátides de cemento, cada vez más negras”. Crisantemos para todos. Carmen Ruiz-Tilve (1994)
Foto de: Chema Méndez
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A partir de los años sesenta del sigo XX Oviedo se consolida como ciudad de servicios. La Administración, la Enseñanza y el comercio se constituyen como los pilares de la economía y crecimiento de la ciudad.
Calatrava "Necesitaba cambiar de aires. Mi jeta sonrosada por el efecto de las vitaminas comenzaba a llamar demasiado la atención en The Meadows así que he cruzado la ciudad en dirección al núcleo comercial del uptown y ahora estoy en una de las terrazas cubiertas y climatizadas de ese monstruo herrumbroso que una vez ideó un tipo apellidado calatrava –no recuerdo su nombre oficial pero todos aquí llamamos a esto "El Cangrejo" “Fuera hay luna llena y la sombra de la estructura arquitectónica más fea del mundo nos envuelve con su formas faraónicamente absurdas, la sensación es la de una inmensa estructura alienígenas plegada y oxidada de la Guerra de los Mundos de H.G. Wells, acechando, no obstante, sin descanso todo el barrio de GoodSight “ Cartas de amor después del ecocidio. Marcelo García (2015)
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“La ciudad era famosa por su hospitalidad y de su mandato de obispo databa una ordenanza que daba instrucciones precisas a posadas, hospederías y albergues: quedaba prohibido robar a los peregrinos y venderles vino aguado y comida en mal estado por buenos, so penas que iban de una pequeña multa a treinta azotes o incluso la cárcel. Sabía que la mala fama de los lugares se extendía como el aceite y que llegar a Ovetum requería una profunda devoción, por eso debía conseguir que quienes visitan la ciudad multiplicaran su voz las maravillas y bondades del lugar, para atraer cada vez más peregrinos y aumentar su prestigio universal”. Gontrodo, la hija de la Luna. Pilar Sánchez Vicente (2005)
Con motivo del Encuentro con Richard Ford, Premio Letras 2016 Princesa de Asturias, dentro de la Semana de los Premios organizada por la Fundación Princesa de Asturias, hemos invitado a los lectores y lectoras de las bibliotecas de Leoia, Ermua, San Sebastián, Iurreta, Rentería (País Vasco) a conocer el origen y desarrollo de nuestra ciudad en un paseo a través de algunas novelas en las que Oviedo casi es un protagonista más. Simplemente es una de muchas posibles propuestas literarias que se pueden hacer en la ciudad bien novelada. Selección de textos y recorrido: Chelo Veiga. Bibliotecaria-Documentalista