vislumbrar. (Del lat. vix, apenas, y lumināre, alumbrar). 1. tr. Ver un objeto tenue o confusamente por la distancia o falta de luz. 2. tr. Conocer imperfectamente o conjeturar por leves indicios algo inmaterial. El castellano no deja de sorprenderme. Las dos acepciones de esta palabra son muy curiosas. Si trasladamos estos conceptos a los seres humanos nos llevaríamos alguna sorpresa. Así, no por falta de luz, pero si por la distancia una persona, y con el paso del tiempo, se nos difumina, se nos diluye en nuestro recuerdo. Distancia que pudiera ser física, dolorosa, sin posible retorno pero con el paso del tiempo el recuerdo ya ni siquiera es tenue, sencillamente es algo que de repente nos asalta, nos encoge, nos aprieta, pero son breves momentos, los cuales pasan delicadamente y con educación sobre nosotros. Encogemos el aliento, cerramos los labios, apretamos los dientes, inspiramos y seguimos con nuestra vida. Mientras tengamos esos momentos tan intensos la distancia no es tal, sencillamente no existe en nosotros, pasa las barreras del tiempo. Nos convertimos en un todo, la distancia, el recuerdo y nosotros mismos. Tal vez esa sea una de las gracias de la vida, de que estamos vivos, en nosotros y con nuestros recuerdos a cuestas. Quizá a mayor edad, mas carga, mas recuerdos tenues. ¿Mas sabios? O quizás mas conformistas. Lo cierto es que con el paso del tiempo nos erosionamos, nos hacemos mas duros, para después volvernos mas egoístas y a la vez mas vulnerables y débiles. Si quisiéramos concentrar nuestra vida en recuerdos se nos helaría el corazón. No son tantos. Y si hiciéramos este ejercicio, tal vez, los recuerdos mas tontos, mas sencillos serían los que nos aflorarían en nuestro pensamiento. Los olores, dicen que no se olvidan. Los olores de la infancia nos persiguen de por vida, por ejemplo: el incienso,la cera de las velas de las procesiones, el polvo de las sacristías, al alo al cruzarte con una monja, el olor de la tiza, el olor y sabor del pegamento, el olor a tierra mojada, el olor de tu madre, el olor de tu abuela, el olor de tu padre, el olor de la casa de tu infancia, el olor de la leche caliente...todo queda en nosotros para siempre. Pero volviendo al tema de los objetos tenues o confusos y haciendo ese ejercicio de memoria ¿cuántos recuerdos nos quedan? Y ¿en qué medida los valoramos? Creo que podríamos vislumbrar lo absurdo del ser humano, y a la vez su esplendor ante la conformación de sus recuerdos, tanto por lo extraño del contenido como por la forma en que nos acechan. Dicen que somos materia, pero sólo materia o ¿algo más? Queramos o no, somos algo mas. Somos el resultado de nuestros recuerdos tenues y difusos, que con el paso del tiempo, y en la distancia de los años, cambiamos o llegamos a conocer o conjeturar por leves indicios sobre lo inmaterial.