Revista hotel 9

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2015

Junio

Revista Hotel

Jab贸n Chiquito Elevador Habitaci贸n zombi Servicio al cuarto


EDITORIAL...........................................................3 UNA MUJER LLUEVE..............................................4 LARGO FIN DE SEMANA..........................................4 NICOLASA.........................................................10 HABITACIÓN 1709.............................................15 PAULO COELHO APESTA.......................................19 PÁGINA LEGAL....................................................21

Libro de registro Rubén Callejas. Rosarino de treinta y nueve años, al que le gusta escribir, leer, beber, comer, dormir, tener sexo y en los ratos libres dormir otro poquito. Uso lentes, soy bastante feo y poco atlético; por eso escribo, es la única manera de poder ligar algo. Publico periódicamente en un blog de poesía llamado “Les dije que me llevaran al médico”. Publiqué también en varios números de la revista Literar. Tengo algunas menciones de honor y cosas así, pero lo que importa es si el poema les gustó o no, lo demás son “chiches para el punto”, como decía un ayudante de cátedra de Anatomía I hace ya unos cuantos años, sin más preámbulos, chau.

Norberto Flores. Jalisco, 1976. Narrador radicado en Reynosa desde 1981. Sus cuentos han sido publicados en La Prensa de Reynosa. Actualmente mantiene un diario-blog en el que publica ficción y opinión: http://tehuani.blogspot.com/. (@Tehuani). Luis Enrique Aguilar Ramos. Nace en la ciudad de México el último día de octubre de 1987. Disfruta beber solo en las cantinas del centro de la ciudad. Ama el cine y las mujeres por igual. Transcurre sus días en el infierno de la oficina esperando llegar a beber en la tranquilidad de su soledad. Mauricio Armando Rebollo. Futuro comunicólogo. Orgullosamente universitario, egresado del Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Naucalpan. Dizque MC y compositor.


Editorial Comienza Junio, mes dedicado en el calendario romano a la gran Diosa Hera, la diosa con más pantalones de cualquier religión ever. Por esto, revista hotel quiere hacer un paréntesis para hablar de los movimientos feministas de nuestra época. Especialmente, sobre los grupos que han decidido que el aborto es el punto más importante de la agenda, en términos de igualdad de derechos. Vivimos en un mundo en que el 80% de las victimas del aborto son del género femenino. Lo que es más: al nacer, millones de niñas son asesinadas en China. El hecho en si deja tremendas secuelas psicológicas sobre las mujeres a las que se les práctica, superando en intensidad, a juzgar por la duración promedio de los tratamientos, a los sufridos por violaciones.* En la naturaleza, solo algunos insectos practican el filicidio, y solo en condiciones excepcionales. Hace apenas pocas décadas, el aborto era parte de las exigencias de los individuos más machistas de la sociedad. ¿Cómo entonces llegamos al punto en que las mujeres exigen el aborto como un derecho inalienable? No lo sabemos, queridos lectores, pero por lo pronto, los invitamos a pasar a este Hotel. Eso si: con condón. * International Journal of Psychology and Psychological Therapy 2013 Leer más sobre el tema: https://es.wikipedia.org/wiki/Warren_Farrell


Una mujer llueve Rubén Callejas Esa mujer no para de llover llueve los días pares y los impares, a la mañana a veces en trémulas noches es hiriente aguacero llueve camino a casa, en tu alma y en los cementerios nació llena de lluvia amamantada de lluvia y miel esa mujer te llueve te desabriga de melancolía esa mujer es tanto la piedad soñándose vida en la semilla como la risa socarrona del que ve correr, se mete debajo de los paraguas y llueve no es mala, pero llueve nació para llover lava las culpas, los techos del invierno y las veredas se desnuda en agua para cubrir el sol y te hace el amor cayendo suavemente en tu cuerpo esa mujer es tempestad sombría espasmo y trueno en la madrugada esa mujer pese a todo me cuentan que rendida en un beso, ayer dejó salir el sol.

Largo fin de semana Luis Enrique Aguilar Ramos


Cristian boleó sus zapatos desde una noche antes. Los apartó junto con un pantalón de vestir y una camisa. No llevó corbata porque por más que su padre le enseñó, jamás aprendió a hacer el nudo. Tomó su mochila, vestido con el uniforme del equipo. Salió de casa. Para todos era normal que llegara temprano. Después de que respondió “me sirve para estudiar al rival”, dejaron de preguntar. Ni siquiera el entrenador llegaba tan temprano. De sus compañeros, ni hablar. Era la única razón por la cual lo respetaban en el equipo. En el pizarrón de la tienda de la calle escribieron el horario del partido. “Pony vs Gatos Bravos viernes 20:00 horas”. El partido era importante porque los Gatos Bravos son de la colonia de enfrente. A lo largo de la semana, en la secundaria, se habló del encuentro. Tania se encargó de calentar los ánimos diciendo que al equipo ganador, su papá les pondría más chelas en sus mesas durante su fiesta de quince años. En la colonia todos quieren a Tania porque su padre es dueño de una bodega en la Merced. Para nadie era extraño la cantidad de dinero manejado por la familia. Las camionetas hablaban por sí mismas. El señor tenía la firme convicción de que si su hija estudiaba en una escuela pública valoraría el dinero. Cristian no se perdería la fiesta. Pocas veces cerraban la calle. Estaba emocionado por el partido, la fiesta y porque Sara le dijo que ese día sólo bailaría con él. Se gustaban desde primero de secundaria. Ya se habían fajado, de hecho, ella fue la primera a quien le checó el aceite, como se decía en la escuela. Tania y Sara se caen bastante mal. A ambas les gusta Cristian, aunque Tania lo trata mal para disimular. Sin embargo, ardía en celos cada que lo veía besarse con Sara. Alguna vez fueron amigas, nunca se confesaron el gusto mutuo. Sara ni siquiera imaginaba que a Tania pudiera gustarle su novio, de hecho, antes de que dejaran de llevase tan bien, le confesó que Cristian le había metido los dedos, a la hora de la salida, cuando estaban bajo las escaleras de metal. A partir de ese día, la amistad se terminó, seguían hablándose, pero


la hipocresía rondaba sus pláticas. Sara no entendía por qué y aunque le extrañó, encontró el refugio indicado en los brazo de su galán. Cristian jugaba de defensa central, pero era banca. El entrenador sólo lo había metido en los últimos cinco minutos del primer partido de temporada, cuando ganaban 4— 0. Durante diez fechas, su madre le repetía que dejara de gastar dinero en el arbitraje. No le importaba. Jugaba por orgullo a su padre. Él también era banca, quizá por eso nunca lo llevó a un partido. Tampoco tuvo el valor suficiente para destrozar la ilusión de su hijo. Le inventaba historias donde él era el héroe del partido. Cuando éste murió manejando el camión de la empresa, Cristian tomó su uniforme del equipo y tacos de futbol. Como usaba cartones de espinilleras, creyó exagerado guardarlos. Gutiérrez, delantero de los Gatos Bravos y ex novio de Sara, iba en el tercero C. No dejaba de insistirle con que regresaran. Cristian lo odiaba y le pidió a su carnalito el Chanclas que lo lastimara, ya que él lo marcaría. Tras el calentamiento, el Profe, como le decían al entrenador, contó catorce jugadores. No le preocupaba, sus muchachos habían aprendido a jugar con dos cambios. Les entregó sus gafetes, revisó que sus tacos estuvieran limpios y les dio el último impulso para entrar a la cancha. Era la semifinal, a una vuelta, lo que estaba en juego. La fiesta comenzaba a las nueve. Cristian cargó pantalón, camisa de vestir y zapatos negros. Estaba recién bañado y se peinó con gel. Antes de salir de casa, frente al espejo y después de peinarse, se percibió guapo. No sería necesario regresar a casa tras el juego. Sabía que no jugaría. Para evitar distracciones, como regla general en el equipo, se acordó que durante el partido todos los celulares deberían permanecer dentro de las mochilas. Antes de comenzar, Cristian revisó por última vez el aparato para comprobar si Sara le había escrito. Se percató de la poca pila que le quedaba. Decidió apagarlo. El juego se presentó trabado en media cancha desde el inicio. Barridas, hachazos y rodillazos en los muslos hicieron que el primer tiempo terminara empatado a cero. En el entretiempo, Cristian le recordó su petición al Chanclas y aprovechó la distracción de sus compañeros con las indicaciones del Profe para prender el celular y escribir un mensaje a Sara “te kiero, morra”. Al terminar, lo apagó. Los jugadores regresaron a la cancha y jugaron tras el pitazo del silbante. En veinte minutos, el Profe gastó sus acostumbrados dos cambios. El ansia carcomía a Cristian. Se arriesgó y prendió el celular. Sara respondió el mensaje “no lleguez tarde. Me boi a vañar”. El marcador no se movía.


Pelotazo, el Chanclas corriendo pegado a Gutiérrez, eran sólo ellos dos antes del portero. Se jaloneaban. Iban a máxima velocidad. El portero se adelantó. Gutiérrez controló el balón, el Chanclas perdía terreno. Poco antes del área grande el portero se barrió. Gutiérrez tiró un codazo al Chanclas abriéndole el labio. Los escasos segundos de distracción fueron suficientes para perder de vista la jugada y recibir de lleno los tacos de su compañero en la rodilla, quien se aventó al bulto tratando de tirar a los dos y detener la jugada. Por la inercia, el balón salió rebotado entrando en la portería. El silbatazo del árbitro indicó la ventaja, por un gol, de los Gatos Bravos. Fue una jugada costosa para el Pony. Aparte del gol, el Chanclas se lesionó y pedía su cambio a gritos. Cristian tendría que suplirlo. — ¡Cristian, para adentro! Al escuchar al Profe, quiso escribirle a Sara para decirle que entraría a jugar, pero al oír los gritos desesperados del Profe, no tuvo tiempo. No apagó el celular, sólo lo aventó sobre la mochila. Entró, quería vengarse del Chanclas y terminar de una vez con las insistencias de Gutiérrez hacia con Sara. La porra contraria, formada por tres señores, gritó: “sale uno pendejo y entra otro más pendejo”. Cristian pensó que tenían algo contra él porque a nadie más le habían gritado eso. Desencanchado, dejó pasar dos balones para Gutiérrez siendo el portero quien detuvo sus disparos y mentándole la madre a su defensa central antes de despejar. El gol del empate entró al minuto ochenta. El menos contento era Cristian. Los diez minutos restantes el Pony dominaba. Se jugaba en la cancha de los Gatos bravos. Cristian y Gutiérrez quedaban solos a media cancha. — Me voy a coger a Sara. — ¡Cállate, pendejo! — Chingo mi madre si no la embarazo hoy. — Te voy a romper la madre si veo que te acercas a ella. — ¿Te dijo que fui el primero en meterle los dedos? — Pinche Gutiérrez pendejo, no digas mamadas. Los Gatos Bravos recuperaron el balón. Armaban la jugada de contragolpe. Pasaron el esférico a Gutiérrez. Antes de recibirlo, sintió el cuerpo de Cristian sobre él dejándose caer y gritando de dolor. La jugada no se detuvo. Cristian despejó. — ¡Párate, pinche puto!


Gutiérrez no se levantaba. Su entrenador se vio forzado a cambiarlo. Al verlo salir, Cristian vio la mano derecha de su enemigo pintándole huevos mientras sonreía. Todos escucharon el silbatazo final. Los tiempos extras eran inminentes. La mayoría de los jugadores que iniciaron el partido se tiraron en la tierra para recibir masajes y beber agua. Cristian corrió al celular para escribirle a Sara que llegaría tarde, pero el Profe le gritó para que asistiera a sus compañeros. Dio inicio el primer tiempo extra. Constantemente Cristian volteaba a la banca contraria. No veía a Gutiérrez por ningún lugar. Pasaban los minutos. El sudor escurría por su frente. Se ensuciaba a cada barrida. Jugaba el partido de su vida pero pensaba en Sara. Lo esperaba en la fiesta. Llegaría tarde. Gutiérrez seguro ya estaba bañado. No podía perder más tiempo. Se hizo el cambio de portería, sin descanso, al terminar el primer tiempo extra. El segundo tiempo tuvo la misma tónica de todo el partido. Hacia el final del tiempo, los Gatos Bravos harían un tiro de esquina. Era su último chance antes de los penales. Se cobró. Serie de rebotes. Gritos. Amontonamiento en el área. Cristian veía el curso del balón entre los cuerpos. Estaba pegado al primer poste. El balón llegó a él. Si despejaba, los penales eran inminentes. Disparó. El balón fue detenido por la red dentro de la portería. Marcó autogol. Sus compañeros lo odiaron. Querían matarlo. ¿Por qué había tomado esa decisión? El árbitro pitó. Los jugadores del Pony tomaron el balón y se acomodaron rápidamente en sus posiciones. El tiempo no les alcanzó. Un minuto después del festejo de los Gatos Bravos, finalizó el encuentro. Cristian salió disparado. Sujetó su mochila. No prestó atención a los insultos del Profe y sus compañeros. Corrió directo a la regadera de su casa. Le urgía tanto llegar a casa de Tania, que olvidó cargar la pila del celular. Su madre intentó hablarle, pero no la oía. Al peinarse frente al espejo, pensó que ya no se veía tan galán como antes del encuentro. Salió corriendo. No escuchó a su mamá cuando le gritó que Sara le había llamado a casa. En la fiesta, Tania lo recibió. — ¡Cristian! Qué bueno que viniste. Te guardé un lugar cerca de mi mesa. — Ah, hola Tania. Oye, ¿has visto a Sara? — ¿Qué le ves a esa naca? Creo que andaba con Gutiérrez. Cristian se encendió al escuchar esto. Los Gatos Bravos celebraban gracias a él. Música y risas. Baile, pláticas y arrimones sobre la pista. Sara no estaba por ningún lugar. El Chanclas, cojeando, le dio un golpe cuando estuvo cerca de él, “eres un pinche pendejo” le dijo. “Perdóname, pero tenía que ver a Sara”, contestó antes de verlo partir. Sus


compañeros le respondieron “chinga tu madre, ya no eres del equipo” cuando les pidió chance de sentarse en su mesa. Gutiérrez se burlaba de él. Le dijo que Sara ya se la había chupado. — Se fue llorando, cabrón. Le lastimé la garganta. — Chinga tu madre, pendejo. — Neta, wey, no pensé que le cupiera toda. Al escuchar esto, le tiró un golpe a Gutiérrez quien lo recibió de lleno sobre el pómulo izquierdo. Defendiéndose a la inmediatez se trenzaron. Las parejas que bailaban hicieron un círculo dejándolos al centro. El reguetón seguía sonando. Los golpes continuaban. Ninguno cedía terreno. Los ánimos contagiaron a todos. El Pony quería venganza y se aventó sobre los Gatos Bravos. La campal se formó. Botellas y platos volaban. Algunos adultos trataban de calmar a los muchachos. Los profes de ambos equipos, aunque en un principio bebían en la misma mesa, también se agarraron a madrazos. Viejitas y niños se pegaron a la pared. El calor del alcohol inspiró a que los hermanos, primos, tíos y padre de Tania repartieran putazos al por mayor. La mayoría iban dirigidos a los mariguanos que se habían colado sin invitación al festejo. Cristian, tirado boca arriba sobre el suelo, no pudo más que recibir la tunda de puñetazos que le conectó sólidamente Gutiérrez. Empezó a sangrar. Para su fortuna, el Chanclas se compadeció de él y le quitó de encima, con un fuerte empujón, a Gutiérrez. ——¡Pélate, pendejo!— le dijo a Cristian. En franco escape de la fiesta, Tania alcanzó a jalarlo. —¿Por qué hiciste esto? Fue por la pendeja de Sara, ¿verdad? Ni siquiera vino a la fiesta. Un par de desconocidos iban sobre Cristian, éste soltó su brazo de la mano inquisidora de Tania y echó a correr. Cuatro o cinco calles más adelante, dejó de escuchar pasos tras de sí, sin embargo se detuvo hasta llegar a su casa. Las luces ya estaban apagadas. Mamá dormía. Entró directo a su cuarto. La camisa blanca teñida de rojo. Conectó el celular a la corriente de luz para poder prenderlo. Ahí leyó: “Mis papás no me dieron chance de ir. Me chingaron x reprovar español. Yo también te kiero. El lunes nos vesamos”. Cristian aventó el celular. “Puta madre”, gritó. Se recostó sobre su cama. Berreando, pensó en tirar a la basura los tacos de su padre, no se merecía usarlos ni un partido más.


Sentía la cara adolorida e hinchada. Un largo fin de semana de explicaciones a mamá estaba por llegar.

Nicolasa Norberto Flores Al principio, Nicolasa atribuyó a la diabetes, la presión alta, y a la adicción a la mariguana la visión de la nube que bajaba a su pequeño jardín. La silla mecedora soportaba el peso de su cuerpo obeso cuando la neblina oscura la envolvió. No sintió miedo. Recordó las mañanas en la sierra de Zacatecas, cuando la niebla inundaba todo, se metía en las casas, en los sueños, en la vida de los lugareños... y luego se iba. Así tenía que ser esta vez: la nublazón se iría, mientras el vaivén de la silla la arrullaba. Pero el aire empañado, húmedo, no se apartó del jardín: volvía la atmósfera densa y llena de humedad, de pequeñas gotas frías como el rocío. Nico, como la llamaban sus vecinos, no sintió miedo. Lamentó no traer los lentes puestos para levantarse y meterse a la casa. Sin embargo, se puso en pie y caminó. No recordaba que el pasillo hacia la puerta de entrada fuera tan largo, ni que estuviera atiborrado de plantas. Más allá, dentro de la bruma, escuchó los sonidos de criaturas desconocidas, extrañas. En Zacatecas las lechuzas abundaban y se apoderaban de las noches con su canto que enervaba las entrañas. Pero estos sonidos enterraban agujas en la piel y sacudían los adentros. Nico avanzó con los brazos estirados hacia el frente, las ramas la azotaban en la cara, en las piernas, y la lengua húmeda de la noche la embarraba. El silencio estaba detrás de los gritos que le erizaban la piel, la puerta de la casa no se atisbaba en lo absoluto. Avanzaba por instinto, porque la lógica le decía que en algún lugar, en medio de la atmósfera borrosa, estaba el mundo real, el que la sacaría de ahí. Noventa kilos y un tramo incierto, inundado de la voz de la naturaleza, como si fueran lobos en medio de la noche, la separaban de la realidad. Nico, los brazos extendidos, en el cogote una nada de miedo, un vacío a punto de estrenar y una voz que no era la suya ni la de nadie conocido... la voz...


El cuerpo de Niní, como le decían sus familiares, fue encontrado en su cama. Había muerto en paz, sin sufrimientos. Eso decían quienes veían su cuerpo inerte. Sólo ella sabía que morir, era un espanto. Una bruma que baja sin avisar.

Mauricio Armando Rebollo ¡Ahhh! Qué mejor expresión, que una de alivio tras tan largo viaje. El nombre de la ciudad es impronunciable, como la sensación de tomar tanto transporte. De mi casa tomé un taxi hacia el aeropuerto; luego, obvio, el avión. Al llegar a la ciudad, un tren; para que al final un tipo carruaje me dirija hasta la puerta de este bello pero misterioso hotel. Recuerdo la última, mas no lejana, vez que utilicé una habitación así. Fue cercano a lo caótico. No quiero entrar en detalles, porque si estoy aquí es justamente para empezar a olvidar lo sucedido. Espero que no se repita. En la recepción hay poco personal. A decir verdad, en todo el edificio. La guapa mujer que proporciona las llaves, estaba a punto de quedarse dormida, pero al haber llegado le espanté el sueño. Noté algo extraño: había, junto con la mía, tres habitaciones ocupadas en todo el inmueble. El ascensor estaba en reparación, así que tomé el camino de las escaleras. Ya en el décimo séptimo piso, donde se encontraba mi cuarto, decidí acercarme a la ventana, desde donde la vista es magnífica: una ciudad empedrada, cercana a lo lúgubre, en términos generales. En fin, con el cansancio acumulado, mi único objetivo era llegar a dormir. Y sí, ya estoy aquí, a punto de quedar completamente perdido de sueño. … Diez de la mañana, hora local. En mis rumbos, serían las dos de la madrugada. He descansado como no lo hacía desde hace casi un mes. Día dos, y a la luz del sol, el rostro de la recepcionista se ve cada vez mejor. Obvio, es más joven que yo. Calculo que debe tener


veinticuatro. Con sinceridad, lo que más me ha gustado de ella son sus ojos grises. Bueno, también su cabellera castaña y su piel blanca. ¿Algún día me animaré a pedirle su nombre o su teléfono? ¡Quién sabe! Por lo pronto iré a hacer un recorrido por el centro de la ciudad. Decidí caminar hacia el centro y justo aquí vengo. Llevo como diez minutos, y los recuerdos no dejan de atormentarme. Al parecer por aquí las mujeres son bellas por defecto, incluso las mujeres de treinta y cinco o cuarenta (más grandes que yo). ¡Hmmmm! Se me acaba de ocurrir que puedo ir a comer y luego a perderme a un garito o un bar de por aquí. … —Hola, ¿cómo te llamas? — ¿Acaso importa? — ¿Te molesta si te digo Katherine? —No, y a ti, ¿te molesta si te digo Ian? —En lo mínimo. ¿Qué tomas? — ¿Te parece si algo de la botella verde que está ahí? —Ahora te lo traigo. Parecería que siempre tendré un gusto por las mujeres con ciertas características físicas. ¿Qué tiene Katherine? Es rubia, ojos verdes, una sílfide. —Ten. Oye, ¿qué te parece si vamos a un lugar más cómodo? — ¿Como cuál? —Un lugar como mi recámara. ¿Qué dices? Esa sonrisa traviesa me ha dado el sí, y es que con alcohol encima, cualquiera se anima. Cambiaremos el antro por mi cama. … —Entra sin hacer ruido, por favor— Por lo vacío que se encuentra el hotel, es fácil detectar quien entra y quien sale, y no quería que se enterara la recepcionista sexy. —Por ahí, rápido y calladita.


Es difícil que alguien en estado etílico se controle, pero lo logramos. Hemos logrado subir por el elevador, cosa que no se había podido ayer. Da igual. Llegamos al “mirador”. ¡Shit! Se ha ido la luz. ¡Coño! ¿Pero qué pasa?, joder. Bueno, Katherine me ha abrazado. Supongo que por miedo. De menos alguien viene a arreglarlo, porque parece que es sólo en el piso 17. ¡Fuck! Las luces parecen intermitentes y mi cita se ha vuelto a correr. — ¡Hey! No te vayas, está cerca mi habitación. Espera. Por fortuna, tal vez involuntariamente, tiene confianza en mí. ¡Ahhh! Qué mejor expresión, que una de alivio tras unos momentos tétricos en el pasillo. Hemos entrado. En la maleta traigo siempre, —nunca salgo sin ellos—, unos amigos: profilácticos (por cualquier cosa), una libreta y un bolígrafo, lentes de sol, tarjetas de crédito y una navaja. —Espera, deja voy por algo para protegernos, ¿te parece? —No, ven, hagámoslo así. Yo estoy sana. —No quiero arriesgarme. ¡No de nuevo! Empieza esa extraña sensación, esa sensación de hace un mes, en mi última visita a un hotel. Ese frío en todo el cuerpo, el cosquilleo en el estómago y las enormes ganas de asesinar a una mujer. ¿Lo suelto o no lo suelto? ¡Carajo! ¡Decide rápido! ¡Rápido, los condones y la navaja! Escóndelos bien. Mi lucha interna es exhaustiva, no puedo con ella. Al final ha ganado mi alter ego y sucumbo ante mi necesidad de sangre. Sin duda es una sorpresa encontrarla en topless en el minibar de la habitación. Sólo aumentan mis ganas. La tomo por la cintura, llevo mi mano derecha a la bolsa trasera de mi pantalón, saco el filo de la navaja. Tenerla de frente ha servido para acelerar la muerte. La encajo en la boca del estómago, ahora. No quiero deformar sus bellos pechos. La navaja debe quedar perfectamente limpia, pero antes, un navajazo más. Listo, calculo que morirá en diez minutos; mientras eso sucede, iré a lavarme las manos. …


Se ve tan bella, dormidita, tranquila. Así me gustan más. ¿Qué tal unas toallas húmedas para limpiar la sangre? Mmmm… así está mejor. No, espera, la ropa estorba. Ahora sí, necesito los condones. No debes dejar rastro de lo que has hecho. ¡Hmmm! Jamás había imaginado que tendría sus piernas en mis hombros y mi lengua en su vagina. Ya, a lo que vine. La penetro como nunca lo había hecho con alguien más. Sus senos se mueven al compás de la desesperación por la abstinencia de un mes. Y sólo va media hora. En estos segundos se me ha ocurrido una genial idea: ¿por qué no hacer un trío e invitamos a mi sexy recepcionista? Sólo debo ponerme bata y calzoncillos. ¿Qué excusa inventaré para que acceda a subir a mi habitación? … —Hola, señorita… —Russell —Russell. Necesito de su ayuda, creo que nadie más puede hacerlo —Dígame en qué puedo ayudarle —Hay un problema con mi llave y unos papeles —Sí, tráigalos —Ese es otro problema, no puedo traerlos porque los he extraviado. ¿Puede ayudarme a localizarlos? —Habitación 1709, ¿verdad? —Así es. … Sí, es tan excitante lo fácil que fue, primero saber, por lo menos, su apellido y luego, convencerla de subir. Aseguro la puerta para evitar que escape. Corro por mi fiel compañera de atrocidades. Escucho un ahhh desgarrador; parece que se ha dado cuenta de lo que pasó hace minutos. —Pero señor Michaels, ¡¿qué es lo que ha hecho?! —Mmmm… la llave sólo era un invento. Era obvio que no nos acompañarías. Ven, quítate la ropa y siéntate aquí.


La pulcra imagen de Russell me decía que no lo haría, y tengo que obligarla. Una mujer tan bella no puede escaparse de mí. Acto instintivo de mi parte, es estrellarle la cabeza contra la pared. ¡Qué curioso! Será innecesario utilizar la navaja, dejó de responder y respirar. Parece prudente repetir el proceso. Adiós ropa. Debo confesar que entre más frío esté el cuerpo, más me excito. Sus pezones se ven muy rosados, es entretenido jugar con ellos. Ella es la única mujer que no tiene vello púbico. Y de nuevo debo abrir un condón; esencial de un asesino deshacerse de las evidencias. Mi pene apunta hacia su vagina y con fuerza la penetro. ¡¿Qué carajo?! Sale mucha sangre, parece que era virgen. En cuanto termine, debo preparar mi partida, nadie debe saber de todo esto. Debo dejarlas desnudas, descansando en la cama de la habitación. Debo empezar a olvidar estas cosas, debo dejar de hacerlo, con ellas ya son 17. Listo, terminé. … ¡Ahhh! Qué mejor expresión, que una de alivio tras tan largo viaje. El nombre de la ciudad es Stuttgart. Recuerdo la última, mas no lejana, vez que utilicé una habitación de hotel. Fue cercano a lo caótico. No quiero entrar en detalles, porque si estoy aquí es justamente para empezar a olvidar lo sucedido. Espero que no se repita…

Habitación 1709 Mauricio Armando Rebollo ¡Ahhh! Qué mejor expresión, que una de alivio tras tan largo viaje. El nombre de la ciudad es impronunciable, como la sensación de tomar tanto transporte. De mi casa tomé un taxi hacia el aeropuerto; luego, obvio, el avión. Al llegar a la ciudad, un tren; para que al final un tipo carruaje me dirija hasta la puerta de este bello pero misterioso hotel. Recuerdo la última, mas no lejana, vez que utilicé una habitación así. Fue cercano a lo caótico. No quiero entrar en

detalles, porque si estoy aquí es justamente para empezar a olvidar lo sucedido. Espero que no se repita. En la recepción hay poco personal. A decir verdad, en todo el edificio. La guapa mujer que proporciona las llaves, estaba a punto de quedarse dormida, pero al haber llegado le espanté el sueño. Noté algo extraño: había, junto con la mía, tres habitaciones ocupadas en todo el inmueble. El ascensor estaba en reparación, así que tomé el camino de las escaleras. Ya en el décimo séptimo piso, donde se encontraba mi cuarto, decidí acercarme a la ventana, desde donde la vista es magnífica: una ciudad empedrada,


cercana a lo lúgubre, en términos generales. En fin, con el cansancio acumulado, mi único objetivo era llegar a dormir. Y sí, ya estoy aquí, a punto de quedar completamente perdido de sueño. … Diez de la mañana, hora local. En mis rumbos, serían las dos de la madrugada. He descansado como no lo hacía desde hace casi un mes. Día dos, y a la luz del sol, el rostro de la recepcionista se ve cada vez mejor. Obvio, es más joven que yo. Calculo que debe tener veinticuatro. Con sinceridad, lo que más me ha gustado de ella son sus ojos grises. Bueno, también su cabellera castaña y su piel blanca. ¿Algún día me animaré a pedirle su nombre o su teléfono? ¡Quién sabe! Por lo pronto iré a hacer un recorrido por el centro de la ciudad. Decidí caminar hacia el centro y justo aquí vengo. Llevo como diez minutos, y los recuerdos no dejan de atormentarme. Al parecer por aquí las mujeres son bellas por defecto, incluso las mujeres de treinta y cinco o cuarenta (más grandes que yo). ¡Hmmmm! Se me acaba de ocurrir que puedo ir a comer y luego a perderme a un garito o un bar de por aquí. …

— ¿Te parece si algo de la botella verde que está ahí? —Ahora te lo traigo. Parecería que siempre tendré un gusto por las mujeres con ciertas características físicas. ¿Qué tiene Katherine? Es rubia, ojos verdes, una sílfide. —Ten. Oye, ¿qué te parece si vamos a un lugar más cómodo? — ¿Como cuál? —Un lugar como mi recámara. ¿Qué dices? Esa sonrisa traviesa me ha dado el sí, y es que con alcohol encima, cualquiera se anima. Cambiaremos el antro por mi cama. … —Entra sin hacer ruido, por favor—

— ¿Te molesta si te digo Katherine?

Por lo vacío que se encuentra el hotel, es fácil detectar quien entra y quién sale, y no quería que se enterara la recepcionista sexy.

—No, y a ti, ¿te molesta si te digo Ian?

—Por ahí, rápido y calladita.

—Hola, ¿cómo te llamas? — ¿Acaso importa?

—En lo mínimo. ¿Qué tomas?


Es difícil que alguien en estado etílico se controle, pero lo logramos. Hemos logrado subir por el elevador, cosa que no se había podido ayer. Da igual. Llegamos al “mirador”. ¡Shit! Se ha ido la luz. ¡Coño! ¿Pero qué pasa?, joder. Bueno, Katherine me ha abrazado. Supongo que por miedo. De menos alguien viene a arreglarlo, porque parece que es sólo en el piso 17. ¡Fuck! Las luces parecen intermitentes y mi cita se ha vuelto a correr. — ¡Hey! No te vayas, está cerca mi habitación. Espera. Por fortuna, tal vez involuntariamente, tiene confianza en mí. ¡Ahhh! Qué mejor expresión, que una de alivio tras unos momentos tétricos en el pasillo. Hemos entrado. En la maleta traigo siempre, —nunca salgo sin ellos—, unos amigos: profilácticos (por cualquier cosa), una libreta y un bolígrafo, lentes de sol, tarjetas de crédito y una navaja. —Espera, deja voy por algo protegernos, ¿te parece?

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—No, ven, hagámoslo así. Yo estoy sana. —No quiero arriesgarme. ¡No de nuevo! Empieza esa extraña sensación, esa sensación de hace un mes, en mi última visita a un hotel. Ese frío en todo el cuerpo, el cosquilleo en el estómago y las enormes ganas de asesinar a una mujer.

¿Lo suelto o no lo suelto? ¡Carajo! ¡Decide rápido! ¡Rápido, los condones y la navaja! Escóndelos bien. Mi lucha interna es exhaustiva, no puedo con ella. Al final ha ganado mi alter ego y sucumbo ante mi necesidad de sangre. Sin duda es una sorpresa encontrarla en topless en el minibar de la habitación. Sólo aumentan mis ganas. La tomo por la cintura, llevo mi mano derecha a la bolsa trasera de mi pantalón, saco el filo de la navaja. Tenerla de frente ha servido para acelerar la muerte. La encajo en la boca del estómago, ahora. No quiero deformar sus bellos pechos. La navaja debe quedar perfectamente limpia, pero antes, un navajazo más. Listo, calculo que morirá en diez minutos; mientras eso sucede, iré a lavarme las manos. … Se ve tan bella, dormidita, tranquila. Así me gustan más. ¿Qué tal unas toallas húmedas para limpiar la sangre? Mmmm… así está mejor. No, espera, la ropa estorba. Ahora sí, necesito los condones. No debes dejar rastro de lo que has hecho. ¡Hmmm! Jamás había imaginado que tendría sus piernas en mis hombros y mi lengua en su vagina. Ya, a lo que vine. La penetro como nunca lo había hecho con alguien más. Sus senos se mueven al compás de la desesperación por la


abstinencia de un mes. Y sólo va media hora.

—Pero señor Michaels, ¡¿qué es lo que ha hecho?!

En estos segundos se me ha ocurrido una genial idea: ¿por qué no hacer un trío e invitamos a mi sexy recepcionista? Sólo debo ponerme bata y calzoncillos. ¿Qué excusa inventaré para que acceda a subir a mi habitación?

—Mmmm… la llave sólo era un invento. Era obvio que no nos acompañarías. Ven, quítate la ropa y siéntate aquí.

… —Hola, señorita… —Russell —Russell. Necesito de su ayuda, creo que nadie más puede hacerlo —Dígame en qué puedo ayudarle —Hay un problema con mi llave y unos papeles —Sí, tráigalos —Ese es otro problema, no puedo traerlos porque los he extraviado. ¿Puede ayudarme a localizarlos? —Habitación 1709, ¿verdad? —Así es. … Sí, es tan excitante lo fácil que fue, primero saber, por lo menos, su apellido y luego, convencerla de subir. Aseguro la puerta para evitar que escape. Corro por mi fiel compañera de atrocidades. Escucho un ahhh desgarrador; parece que se ha dado cuenta de lo que pasó hace minutos.

La pulcra imagen de Russell me decía que no lo haría, y tengo que obligarla. Una mujer tan bella no puede escaparse de mí. Acto instintivo de mi parte, es estrellarle la cabeza contra la pared. ¡Qué curioso! Será innecesario utilizar la navaja, dejó de responder y respirar. Parece prudente repetir el proceso. Adiós ropa. Debo confesar que entre más frío esté el cuerpo, más me excito. Sus pezones se ven muy rosados, es entretenido jugar con ellos. Ella es la única mujer que no tiene vello púbico. Y de nuevo debo abrir un condón; esencial de un asesino deshacerse de las evidencias. Mi pene apunta hacia su vagina y con fuerza la penetro. ¡¿Qué carajo?! Sale mucha sangre, parece que era virgen. En cuanto termine, debo preparar mi partida, nadie debe saber de todo esto. Debo dejarlas desnudas, descansando en la cama de la habitación. Debo empezar a olvidar estas cosas, debo dejar de hacerlo, con ellas ya son 17. Listo, terminé. … ¡Ahhh! Qué mejor expresión, que una de alivio tras tan largo viaje. El nombre de la ciudad es Stuttgart. Recuerdo la última, mas no lejana, vez que utilicé una habitación de hotel. Fue cercano a lo


caótico. No quiero entrar en detalles, porque si estoy aquí es justamente para empezar a olvidar lo sucedido. Espero que no se repita…

Paulo Coelho Apesta ¿Paulo Coelho APESTA? Horrible. He trabajado varios años en la Condesa, un barrio hipster de la ciudad de México. Ahí, Paulo Coelho es tema tabú: tienes que decir que apestas sin importar que, si no quieres ser un apestado social. Es decir, tienes que decir que apesta sin haber leído uno solo de sus libros, norma social que seguí por años. Si, lo confieso ¿ya?, seguro ustedes les dicen “putos” a todos sus amigos, excepto a los gays, porque está mal, es el mismo nivel de doble moral. Pero hace pocos meses, una amiga me pidió que leyera sus libros, alegando que era de lo más inmaduro decir que era malo sin haberlo leído nunca, y que me perdía de su sabiduría. Así que decidí leer un par de libros de Coelho: El alquimista y Once minutos, en ese orden. El alquimista es un libro mediocre, cuando mucho. Parece que su mensaje es que si no eres feliz, es porque no le has echado suficientes ganas a la vida, sin especificar qué pueda


significar eso, o bien, no has comprado suficientes libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez Paulo Coelho. Esto mismo se puede decir de la gran mayoría de los libros de superación, por lo que no es muy trascendente. Pero en donde hiede de verdad es en Once minutos. Resumen Una chica brasileña, Maria, después de sufrir una desilusión amorosa, decide aprovechar el ofrecimiento de un europeo para perseguir una carrera como bailarina en Ginebra. Después de varios meses ahí, decide abandonar el strip-tease para seguir una carrera como modelo. Ante tal situación, el hombre que la llevó con engaños a un país donde no conoce la lengua, la mantuvo aislada por meses y le prohibió establecer relaciones… la indemniza (de veras). Le otorga como finiquito cinco mil francos, dinero con el que sobrevivirá varios meses hasta que, agotado ese dinero, en medio de la desesperación, acepta tener sexo con un extraño por mil francos, lo cual iniciará su carrera como prostituta, ahora de la mano de un padrote todavía más jovial que el primero. Después de conocer miles de hombres, se enamora del primero que paga por sus servicios sin ejercerlos (un pintor que la usa como modelo nudista) para, casi al mismo tiempo, encapricharse sexualmente con un cliente que también la contrata una vez sin ejercer su sexualidad, y en las siguientes le impone un juego de tortura-sumisión, que la hace dudar de sus sentimientos por el primero. Finalmente, Maria regresará a su país, abandonando a ambos, sólo para ser interceptada en París por el primero y que caminen hacia el sol en un final Televisa. ¿Por qué Paulo Coelho APESTA? Porque en su mente: 1.-Los padrotes indemnizan a las prostitutas si ellas deciden dejar de trabajar con ellos. Y si deciden abandonar el trabajo cuando son más productivas, les dan su bendición. 2.-Una pelea de prostitutas es un suceso honorable, en el que una mujer termina la pelea después de dejar una marca superficial de un centímetro “que le recordará por siempre que no debe meterse en mis cosas”. 3.-El noventa por ciento de las prostitutas terminan casándose con clientes de clase acomodada. 4.- Lo peor de todo: es lo más común que una mujer sólo logre un orgasmo con la masturbación, o con el hombre que ama, contribuyendo a que miles de mujeres soporten parejas horribles, porque resultan ser buenos amantes.


Todo esto del librito este de Once minutos. 5.-Los sueños deben perseguirse por años, sin flexibilidad, con auténtica monomanía, sin importar que en el camino nos demos cuenta que hay mejores opciones para la felicidad. De El alquimista. La “doble lectura de Paulo Coelho” Al poco tiempo volví a hablar con mi amiga y le expuse lo tóxico que es leer este libro de Paulo Coelho, de entrada. Los puntos uno y dos facilitan a las asquerosas redes de esclavización sexual engañar y esclavizar a mujeres inocentes. Alegó, como me alegarían varios fans del brasileño después, que Coelho tiene una doble lectura: un cumulo de sabiduría ancestral que sólo puede ser interpretada por los lectores más inteligentes No lo creo, de verdad; sin embargo, quiero hacerles notar algo: los lectores promedio de Coelho no son los más inteligentes Sus libros se han traducido a varios idiomas, se han reimpreso hasta el cansancio, se venden por cientos cada día solamente en las librerías de mi ciudad. Si suponemos que algunos de esos libros llegan, de hecho, a ser leídos, tenemos que aceptar que, cuando menos un buen número de ellos, no fue leídos por personas por encima de la media. Ser lector no hace a nadie inteligente, ¡leer buenos libros lo hace ! Recientemente, Coelho ha declarado que él es “el líder moral que necesita este siglo sin valores”. Después de leer este par de libros, les quiero dar un mal consejo: en este caso, hagan caso del prejuicio hipster, y hablen mal de los libros de Coelho, aun si nunca han tocado uno. Yo sé, los prejuicios están mal. Pero ayudaran a tener un mundo mejor. Christian Pastor Cruz Molina

Página legal Hotel ¿qué cabe en cinco letras? Dirección General Christian Pastor Cruz y Tonatihu Torres Edición y corrección de estilo


Tonatihu Torres Media manager y relaciones pĂşblicas Christian Pastor Cruz


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