Los costos de producción y la industrialización de méxico de carlos prieto

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CARLOS PRIETO

Los costos de producción y la industrialización de México Conlerencia sustentada en el Curso de Invierno de la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional Autónopa de México^ el día 22 de enero de 1946

2a. EDICION

MEXICO, 1949

D. F .


Hoy, como en la fecha en que se pronunció esta conferencia, siguen siendo de flagrante actualidad los temas de meditación que sobre el futuro indus-^ trial de México planteó el autor ante estudiantes y profesores de la EscuC'la Nacional de Economía, ante autoridades y hombres de negocios.

LOS COSTOS DE PRODUCCION Concretamente,

el tema de la eleva-

ción acelerada de los costos de producción, patente en este trabajo, ha sido y sigue siendo una de las grandes preocupaciones de los empresarios mexicanos. El aumento bienal de los salarios, prácticamente

obligatorio,

los

sistemas sindicales de la promoción del personal, los ascensos por antigüedad más que por capacidad, la inflexibilidad de la planta obrera, los obstáculos a la maquinación y la doctrina, todavía vigente, DE

" D E LA

CAPACIDAD

LAS EMPJRESAs"

ECONÓMICA

como razón para ele-

Y LA INDUSTRIALIZACION DE MEXICO


CARLOS PRIETO

Los costos de producción y la industrialización de México Conferencia sustentada en el Curso de Invierno de la Escuela Nacional de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México^ el día 22 de enero de 1946

2a. EDICION

MEXICO, 1949

D. F .


I N D I C E DE M A T E R I A S


]

i—JUSTIFICACIÓN

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Invitación del E^rector de la Escuela.'-Obligación de los hombres de negocios para exponer sus problemas.'--'£vocación del viejo List.—Elogio del l i e . Loyo y posición del conferenciante.

I L — L A INDUSTRIALlZAaÓN DE MÉXICO

.

.

17

Su trascendencia y alcance.—Condiciones indispensables.—El consumidor: protagonista de la economía y arbitro de la industria.— E l porqué del tema de esta conferencia.

IIL—Los COSTOS DE PRODUCaÓN

.

.

»

.

Qué es un costo industrial.—El costo como medida de buena administración y como base del precio.—Qasificaciones contables de los costos. 7

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IV. —ANÁLISIS COSTO

D E LOS PRINCIPALES

VL—FACTORES

FACTORES DEL

D E LA PRODUCCIÓN.—CAPITALIZACIÓN

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Relación entre capital y producción.—Perjuicios de una capitalización exagerada.Capitales propios y ajenos.—La política de la reinversión de utilidades.—Necesidad industrial de altas utilidades.—Crítica de la doctrina de la capacidad económica de las Empresas como medio de absorción de las utilidades por el salario.

V . — F A C T O R E S D E L COSTO

E l problema de los empleados de confianza.

B.

La grave cuestión de los ascensos.

C.

Inflexibilidad de la planta obrera.

D.

Obstáculos a la maquinización y modernización de la industria.

E.

Necesidad de adaptar la producción al mercado.—Producción y crisis.

8

.

.

Significación del salario en el costo de producción.

B.

Elogio de los altos salarios.

^?

C. »

Concepto económico del salario. E l costo-salario.

D.

L a tremenda realidad mexicana del aumento del costo-salario por la baja del rendimiento. Sus causas: el alza de los salarios como desestimulante del trabajo; exceso de personal; los perjuicios del ascenso por antigüedad; el desperdicio integral; el desaliento obrero para la capacitación; la ineficacia de los Tribunales de trabajo; las actividades políticas de los sindicatos; imposibilidad de aplicar sanciones y disciplinas.

E.

Remedios contra la ineficiencia del trabajo.

3*5

Selección del equipo industrial y de la planta de técnicos y obreros.—Elogio del sindicato fuerte y responsable. Tendencias sindicales para arrebatar atribuciones al empresario. A.

SALARIOS

A.

(CONTINUACIÓN).—TÉC-

NICA Y MANO D E OBRA

D E L COSTO. Los

Reconsideración de prácticas sindicales.—Maquinación y salarios incentivos. F.

L a tergiversación del salario por la doctrina de la capacidad económica de las empresas.

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50


G.

D.

£1 problema de la revisirá bienal de los contratos colectivos de trabajo. Alcance de la disposición legal. Adaptación de los contratos colectivos a las nuevas circunstancias.—La práctica obrera de la revisión obligatoria con aumentos de salario.—Experiencia de los últimos diez años.—Consecuencia de esta práctica; imposibilidad de planear y contratar a largo plazo en la industria.—Necesidad obvia de modificar esta situación.

H.

Un ejemplo elocuente de los resultados de la baja del rendimiento. Tres gráficas.

VIL—FACTORES DEL COSTO.—OTRAS CARGAS ECONÓMICAS A.

VIIL—Los

E l Seguro Social no es obligatorio y universal» sino un mínimo que la lucha sindical puede modificar.

IMPUESTOS

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Á. ;

Industrias nuevas e industrias ya arraigadas.—Su diferente trato fiscal.

B.

Las altas tarifas del impuesto sobre la Renta.

C.

E l castigo fiscal a la reinversión de utilidades.

IX.—CONCLUSIONES

M

71

Los salarios que no pagan trabajo incorporado en el producto. E l séptimo día.—Vacaciones pagadas* —Descansos obligatorios.—Pre.<itaciones sociales.

B.

L a institución del Seguro Social

C.

E l error de incluir los riesgos profesionales en el Seguro Social.

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11


L JUSTIFICACION

E

L señor director de esta Escuela N a cional de Economía, Lic. Gilberto Loyo, ha creído que podría ser útil a los aficionados a la Economía Política y a los alumnos del plantel conocer algunos de los problemas que confronta la industria de México, expuestos por los hombres que se ocupan y preocupan diariamente en ellos y, aunque yo mismo tenga dudas de que mis palabras pudieran estar, en esta ocasión, a la altura del prestigio de esta Escuela, y de la preparación de su alumnado, he cedido a los ruegos del señor l i cenciado Loyo, y por eso me encuentro esta noche entre ustedes, para exponer l i sa y llanamente, sin empaque retórico ni doctrinal, algunas reflexiones sobre el desarrollo de la vida industrial de México.

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Creo, por otra parte, que es obligación de los hombres de negocios decir, dondequiera que tengan ocasión de hacerlo, pero muy especialmente en el recogimiento de estas aulas, que vienen a ser como los laboratorios donde se analizan y aquilatan las doctrinas más tarde aplicables a la economía viva de México, cuál es el ambiente en que la industria debe desarrollarse y cuáles son los obstáculos opuestos a su normal y progresivo desenvolvimiento. Decía el viejo Federico List, hace un siglo justamente, que, "para que los intereses nacionales se vean estimulados por la teoría de la Economía Política, es preciso que ésta descienda desde el cuarto de trabajo de los sabios, desde la cátedra de los profesores, desde el gabinete de los altos funcionarios públicos, a los despachos de los fabricantes, de los armadores, de los capitalistas y de los banqueros". Del mismo modo, pero a la inversa, podríamos señalar nosotros cuan importante es que desde los despachos de los hombres de negocios y desde el puente de mando de la industria llegue a los estudiantes de economía y a los funcionarios públicos, responsables de los asuntos económicos, la realidad viva de H

los problemas que se suscitan diariamente en los talleres y de los motivos que llevan o pueden llevar desaliento y decepción al campo de la producción y a los inversionistas. Sólo así —conocidos en su realidad y en su esencia por quienes han de influir tan grandemente en el porvenir económico de México—-, se pueden allanar los obstáculos y crear condiciones adecuadas que estimulen y lleven a las actividades industriales los máximos recursos y las mejores capacidades* Por eso, aunque el licenciado Loyo haya desacertado al escoger al candidato para decir esta plática, merece un caluroso elogio por su actitud, que revela un amplio criterio intelectual y un deseo de que en esta escuela se digan y se oigan ideas de todos los matices y tendencias. Es de notar que el señor director nos dejó en libertad completa para escoger el asunto, y que no puso ninguna cortapisa o condición a su desarrollo. Nosotros creemos corresponder a su posición respetuosa trayendo a la atención de los oyentes uno de los temas de más interés y trascendencia en la vida de las industrias, pero no visto y tratado en abstracto n i académicamente, sino refe-

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rido a México y al momento actual, mostrando los problemas de los empresarios y sus afanes por resolverlos. Por otra parte, pondremos un especial cuidado en ser absolutamente objetivos, sin adscribirnos a escuela económica o a tendencia política alguna ni dar a nuestras afirmaciones carácter polémico ni tono forzadamente risueño o pesimista. Hablaremos de situaciones concretas de nuestra experiencia y nos fundaremos siempre eñ hechos y en cifras, todos ellos demostrables. Las coincidencias en que incurramos con determinados autores o doctrinas son ajenas a nuestra voluntad y a pesar nuestro, y los análisis o críticas de las situaciones con que la industria se enfrenta son fríamente desapasionadas y de intención estrictamente constructiva, pues sólo deseamos crear las condiciones más propicias para su viabilidad en épocas normales, una vez que pasen las circunstancias en que hemos vivido desde 1941, y que han dado a la industria un aspecto de bonanza, que es, por esencia, ocasional y transitorio. Deseo advertir, por último, aunque ello pudiera parecer ocioso, que hablo como hombre de ideas liberales, las mismas que

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proclama nuestra Constitución, al consagrar el régimen democrático y los derechos de propiedad, de libre iniciativa y de empresa lucrativa en que vivimos, y que esta conferencia es una respuesta sincera y una colaboración de buena fe a los que, profesando las misma ideas, invitan a los hombres de negocios y a los capitales privados a participar en la industrialización del país. IL L A I N D U S T R I A L I Z A C I O N MEXICO

DE

En efecto, y afortunadamente, en los últimos tiempos se han formado dentro de la política rectora de la vida económica del país, propósitos, ideas y ambiente que favorecen todo estímulo a la creación de nuevas industrias y al desarrollo de las actuales. Esta tendencia, no solamente ha cuajado en la conocida frase la industrialización de México, sino que ha cristalizado en positivas disposiciones legales y en concretas y atinadas resoluciones administrativas que han logrado encauzar hacia la industria cuantiosos recursos, así nacionales como extranjeros, y, lo que es muy alentador. 17


fecundas asociaciones de capital nuestro y de técnica norteamericana. Ahora bien: la intensificación del movimiento industrial habrá de acarrear al país, sin duda alguna, grandes e imponderables beneficios, tales como los de movilizar y acrecentar inmensas riquezas, muchas de ellas yacentes e inexploradas; fomentará la ocupación de un volumen mayor de mano de obra y la formación de técnicos y obreros calificados; elevará con ello, notablemente, las normas de vida de nuestra población. Asimismo, la industrialización alterará el aspecto de nuestra economía semicolonial, logrará independizarnos del extranjero respecto de muchos abastecimientos, algunos de ellos manufacturados con nuestras propias materias primas, y nos permitirá contar con determinados e imprescindibles productos, cualesquiera que sean las circunstancias internacionales. Pero no hay que olvidar que el fin final y sine qua non de toda industria, lo que constituye su ineludible e inderogable ley, es que sea capaz de poner a disposición del consumidor productos útiles, de buena calidad y a precios asequibles. Una merma en la calidad, o una elevación desproporcionada de los 18

costos, pueden dar al traste con las mejores intenciones de los empresarios y con las más atinadas disposiciones de las autoridades. Es inútil todo cuanto se haga por sostener artificialmente una industria que no cumpla con esas condiciones de producir artículos buenos y a precio razonable, pues en situaciones normales (no hablamos de las otras: de las de crisis, ni de las de bonanzas, provocadas o artificiales, porque sobre ellas no se puede fundar ni explicar nada definitivo), en condiciones normales, repito, no hay manera de que los apetitos o las posibilidades económicas de un consumidor se constriñan hasta el punto de obligarle a adquirir determinados artículos: de nada sirven, al efecto, las disposiciones más coercitivas ni el más elevado y protector arancel. Si un producto no le satisface o le resulta a precios que estén por encima de sus posibilidades, dejará de comprarlo, y las fábricas que lo produzcan estarán irremisiblemente condenadas a desaparecer. Quiero insistir y poner énfasis en este concepto, porque no sólo es el meollo de mi charla, sino el eje de toda la economía 19


política, aunque frecuentemente se olvide por sectarios tratadistas o por políticos equivocados. Una industria se establece fundamentalmente para ofrecer al consU'midot un producto que necesita y que quie^ ra y pueda comprar, y si lo logra, por añadidura, proporcionará utilidades a los i n versionistas, trabajo a los obreros e impuestos al Estado. El consumidor es el proteico, anónimo y decisivo protagonista de toda economía. Para él no valen las l u chas obreropatronales, los tribunales de Conciliación y Arbitraje, las leyes fiscales, ni los políticos. De todo ello es ciertamente un espectador, muchas veces la víctima, pero acaba por ser siempre el juez último, el arbitro definitivo, el ejecutor implacable. De ahí que los problemas de la técnica y de los costos de fabricación sean los que más preocupan a los industriales. De ahí también que haya escogido yo este tema '—el de los costos de producción— como objeto de mi plática, con la ventaja de que hablar de costos obliga a pasar revista, prácticamente, a los principales factores o elementos de la industria, pues a los costos de producción van a refluir, elevándolos, quiérase o no, cualquier error de plantea-

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miento, cualquiera torpeza en la dirección o cualquier desajuste de las condiciones normales que deban privar en ella. I I I . LOS C O S T O S D E P R O D U C C I O N ¿Y qué es el costo industrial? Lo diré con la fórmula más simple: es la suma de todo lo que tiene que pagarse por los diversos factores que entran en la producción, más los gastos necesarios hasta que el producto se venda. En la sociedad primitiva, básicamente agrícola, o en el simple artesanado, los elementos del costo de producción son claros y fácilmente identificables. Sucede prácticamente igual con el comerciante en pequeño, que puede determinar con más facilidad cuáles son sus costos de operación. E n realidad, todo lo que necesitan conocer para determinar su situación financiera son sus ingresos y sus gastos. La cosa se complica a medida que la industria progresa hasta llegar a la gran empresa moderna. Entonces la contabilidad de costos se eleva propiamente a la categoría de ciencia, y cobra una importancia capital. E n el negocio

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pequeño, trátese de industria o de comercio, los resultados se conocen al formular el balance al fin de cada ejercicio, y en muchas ocasiones es sólo entonces cuando el comisario conoce si su negocio prospera o decae. En la gran industria, en cambio, los perfeccionados sistemas de costos ponen al alcance del director periódicamente (con periodicidad que llega a ser semanal) los elementos necesarios para conocer la marcha del negocio, o simplemente el correcto o ineficiente desarrollo del trabajo en un departamento o en un taller determinados. Así, se ha llegado a un aquilatamiento tal de los factores de fabricación, que se inicia un ejercicio social con costos predeterminados —basados en la experiencia del pasado y en la fácil previsión— para llegar a conocer, semana a semana, si los costos de cada operación y de cada departamento, separadamente, suben o bajan, y cuáles son sus causas. De ahí que una buena contabilidad de costos es imprescindible como medida de buena administración, independientemente de su utilidad, más bien, de su necesidad, en lai fijación de los precios. Los auditores o los contables distinguen en el proceso que va desde la adqui-

sición de las materias primas hasta la venta del producto acabado, una serie de costos (según la etapa que en ese proceso consideren) y una minuciosísima clasificación de sus elementos. Así, consideran como gastos directos de producción las materias primas, los combustibles, la fuerza eléctrica, los salarios, las refacciones, el desperdicio y la depreciación del equipo del departamento o taller de que se trate, y denominan gastos indirectos aquellas materias primas o trabajos que no forman parte integrante del producto, pero que son indispensables para su fabricación, tales como los trabajos de los técnicos, talleres mecánicos, laboratorios de investigación, así como los gastos de almacenamiento, de venta, de administración, y los derivados del uso de los capitales, como las rentas, impuestos, seguros, intereses y amortizaciones. Por otra parte, los modernos estados de contabilidad suelen presentar separadamente el costo primo, que incluye el trabajo y el material directo; el costo de taller o de manU" factura, que se obtiene agregando al costo primo los gastos de fabricación. Estos estados son manejados por el superintendente o jefe del taller en cuestión, al cual se hace

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responsable de cualquier aumento que se observe en el costo de manufactura. E l costo de producción es el costo de fábrica más todos los otros gastos, tales como los salarios de empleados, oficinas, gerencia, etc., que pueden reputarse como gastos de administración. Para llegar al costo total se necesita agregar aquellos gastos indirectos, tales como los de publicidad, fletes, impuestos sobre ventas, comisiones, almacenes, etc., que son necesarios para llevar el producto al mercado. Por bien que se lleven los costos y por buenos que sean los sistemas para comprobarlos, un costo contable o estadístico es siempre, sin embargo ( y esto todo industrial lo sabe de sobra), eminentemente con-^ vencionaL Lo es, en primer término, porque la distribución de los muy diversos factores que influyen en la producción de todos y cada uno de los artículos manufacturados, tiene que ser, en muchas ocasiones, un poco arbitraria, aunque útil a los efectos de fijación de precios o de exigencia de responsabilidades a los jefes de departamento. Pero es convencional, sobre todo, porque el costo de un artículo en realidad no se conoce sino el día mismo en que se

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vende, pues desde que el producto sale del taller hasta que llega a las manos del consumidor, pasa un tiempo completamente imprevisible y durante el cual se incurre en una serie de gastos por almacenaje, intereses, así como mermas o deterioros, que indudablemente aumentan el costo de la mercancía. ^ Dediquemos ahora breves consideraciones a analizar alguno de los elementos 1. De este hecho, de la convencionalidad y provisionalidad de los costos contables, depende en gran parte (mucho más que de la natural repugnancia a transmitir datos confidenciales que tanto pueden influir en la competencia) la dificultad con que tropiezan los empresarios para manifestar a las oficinas gubernamentales de estadística los datos relativos a sus costos de producción. Conocemos muy bien la perplejidad de un industrial frente a un machote impreso proporcionado por las Oficinas de Estadística, en el que se le invita a poner cifras de cuya veracidad él mismo no está muy seguro, y de las que, sin embargo, tiene que responder bajo su firma. Un ejemplo aclarará el problema. Una empresa invierte diez millones de pesos y de ellos nueve millones y medio están representados por maquinaria modernísima con capacidad de producción muy superior a las necesidades del momento, así como por el valor de las instalaciones y de los edificios, ¿ t a s inversiones deben ser repuestas en quince años, y por lo tanto, deberá hacerse anualmente una amortización del siete y medio por ciento. Según esto, tendremos que esa empresa estará obligada a separar, por una parte, para remunerar al capital, por ejemplo, el 8 por ciento, o sean $712,500.00, es decir, en conjunto $1.500,000, que debe soportar la producción realizada a razón de " X " pesos por unidad. Otra empresa, más modestamente, para

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que más importancia tienen en la formación de los costos industriales, y veamos algunos de los problemas que alrededor de ellos se suscitan, advirtiendo que, para no hacer demasiado larga esta conferencia, y, a f i n de darle, además, un valor de documento vital y auténtico, nos limitaremos a consignar aquellas consideraciones suscitadas por el problema que tanto nos atañe para lograr la industrialización de nuestro país. I V . A N A L I S I S D E LOS P R I N C I P A LES F A C T O R E S D E L C O S T O . CAPITALIZACION Para nuestros fines, denominamos capitalización al monto de las inversiones totales hechas en un negocio, ya lo consideremos en su iniciación o en cualquier momento de su desarrollo.

obtener la exacta producción que el mercado requiere, compra maquinaria de menor producción, o de técnica menos complicada, o simplemente de segunda mano, por un valor de cinco millones, y deja para más adelante, cuando el mercado lo pida, adicionar o mejorar su equipo. Es indudable que esta segunda empresa nace con una ventaja sobre la otra, ventaja que durará mientras el mercado no permita a la primera la utilización plena de su capacidaJ de producción.

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Son varios y muy interesantes los aspectos que cabe destacar en este capítulo. Uno de ellos es el de la adecuada relación entre el capital que haya de invertirse en una empresa y la producción calculada. U n error cometido en este aspecto por los promotores'se reflejará inmediatamente en una elevación de los costos, y puede poner a una industria en desventajosas condiciones frente a la competencia. E n efecto, la capitalización produce no uno, sino dos i m portantísimos cargos al costo de producción de las mercancías; el primero, derivado del mero servicio de intereses y dividendos al capital invertido, y el segundo por la necesidad de cargar a la fabricación las cuotas por desgaste o reposición del equipo mecánico, instalaciones y construcciones, y que suele denominarse cuota de amortización y depreciación. Otro aspecto interesante, dentro de la capitalización de un negocio, es el del origen de los capitales invertidos, esto es, la proporción entre el capital propio, representado por acciones, y el capital ajeno obtenido en préstamo, representado por bonos u obligaciones. En cualquier caso, será preciso proveer y atender a la remuneración

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del capital pues de lo contrario se acarrea el descrédito del negocio y el alejamiento de los capitales; pero la situación será tanto más delicada cuanto mayor sea la proporción del capital ajeno, pues entonces no sólo es necesario atender al servicio de i n tereses, sino también al de las amortizaciones anuales de los bonos u obligaciones, circunstancia que repercute, asimismo, en el costo de fabricación y en la fijación de precios. Se advierte bien a las claras la ventaja de aquella empresa que nazca y se desarrolle con el máximo de capital propio y el mínimo de pasivo exigible. Frescos están en la memoria de todos los espectadores, casos ocurridos durante la crisis 1929-32, en que importantísimos negocios industriales, en Estados Unidos y otros países, muy sobrecargados de obligaciones, emitidas con toda facilidad durante la bonanza anterior, cayeron en poder de los acreedores, en su mayoría de los bancos, lo cual produjo apresuradas liquidaciones que acarrearon graves perjuicios, e introdujo en la dirección y política de las industrias equivocados criterios financieros que tuvieron gran- ^

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des repercusiones en la marcha futura de esas empresas. De esto se derivan varias enseñanzas. Es una de ellas, la necesidad de obrar con extremaba prudencia al crear o al ampliar í negocios, apelando al crédito, relativamente fácil en la actual coyuntura mexicana; y otra —^que elevamos a la categoría de axioma—, la de que el medio más aconsejable, más sólido y más fecundo para el crecimiento y desarrollo de un negocio industrial, es el de la reinversión de sus utilidades en el propio negocio, mediante la creación paulatina, constante y más amplia posible, de reservas de capital. Esta polftica de separar anualmente una buena parte de las utilidades para incorporarlas al negocio en forma de nuevo equipo y facilidades adicionales con recursos propios y sin los peligros de un pasivo exigible, no puede sino contar con una general aceptación, tanto porque ello implica la práctica del ahorro (origen único de la formación de capitales) y la autolimitación de repartos y dividendos, cuanto porque se traduce en grandes y generales beneficios, como son los de un aumento verdadero y sólido de

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la riqueza nacional y un mayor y más seguro empleo de la mano de obra. Pero para llegar a estos plausibles resultados es preciso que se reconozca también, como axioma, la necesidad que tiene la industria —la industria en general y cada industria en particular— de obtener amplias utilidades, las más altas que lícitamente puedan derivarse de una hábil d i rección, de una alta técnica y de una opima y máxima producción. Y esto es verdad para cualquier país, por grande que sea su adelanto industrial, cuanto más para el nuestro, que tiene su industria en pañales y que desea traer capitales y entusiasmos hacia estas actividades. Los Estados U n i dos deben su portentoso engrandecimiento industrial a que han vivido bajo el principio del respeto a la libre iniciativa y de las máximas ganancias como motor de su economía, y han afirmado el criterio según el cual la industria necesita contar con altas utilidades para su desarrollo. Enhebremos ahora, con relación a este tema, la siguiente serie de preguntas: (1)

¿No es un lugar común, así en la ciencia económica como en la vida

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(2)

(3)

(4)

corriente, que los capitales son factores indispensables en la producción? ¿Cómo encauzar los capitales hacia la industria sino atrayéndolos por el fecundo incentivo de obtener los máximos rendimientos? ¿Existe, acaso, otro modo de crear capitales que no sea mediante el ahorro, o, en otros términos, con la separación, para fines de producción, de una parte de los ingresos? ¿No está reconocido, desde Ricardo, que la demanda de trabajo crece en la misma proporción en que crece el capital?

Si las contestaciones a estas preguntas son obvias y si —repetimos— la reinversión de utilidades tiene como consecuencia inmediata asegurar y aumentar el empleo de mano de obra, ¿cómo explicarse una opinión muy común en México adversa a esta práctica de la reinversión de utilidades (que supone, sine qua non, utilidades amplias), por parte de los sindicatos, y, lo que es más extraño, por parte del mismo Poder Público, que proclama y realmente desea, por-

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que lo demuestra con otros actos, un mayor desarrollo de la industria nacional?^ H a y inclusive algo más que una opinión adversa: una verdadera doctrina en ese sentido, que se traduce en una práctica continua, sistemática y agresiva, que tiene como meta la disminución de las utilidades i n dustriales mediante el alza de los salarios hasta el solo límite, según se proclama, de evitar su ruina. Esta doctrina, de tan letales consecuencias, pero que ha tenido una gran aceptación entre políticos y aficionados a la economía, suele denominarse la doctrina de la capacidad económica de las empresas. Indícase con ella lo siguiente: lo. 2o.

Una verdad escueta que cuando una empresa tiene utilidades, ipso [acto tiene capacidad económica. Una verdad a medias: que cuando una empresa tiene capacidad económica, puede aumentar los salarios de los obreros; y

2. Hablo, naturalmente, de los que. de buena fe, dentro de una economía liberal, pretenden encauzar los capitales hacia el campo de la industria, no de los que son partidarios de una dictadura econtoica y de una socialización de los medios de producción, porque éstos obran lógicamente al procurar minar la base de las empresas establecidas.

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3o.

U n error craso y gravísimo: que en ese caso debe, obligatoriamente, hacer aumentos en los tabuladores de salarios hasta el límite de esas utilidades.

Por el camino de esta teoría —que tergiversa, eníre otras cosas, y fundamentalmente, el concepto de salario, según explicaremos en capítulo aparte— se llegará a la absorción de toda utilidad en las empresas por la vía del salario; al desaliento de las inversiones que pueden afluir al campo de la producción; a la disminución o estrangulamiento del empleo u ocupación de la mano de obra; al aumento progresivo de los costos y, por consiguiente, de los precios de las mercancías; y, en último término, a la desindustrialización de México, que es precisamente lo contrario de lo que se postula. Esta doctrina, corrosiva, destructora del incipiente espíritu industrial, tan necesario de estímulo, olvida o quiere olvidar que no hay otro incentivo para el inversionista que la obtención de utilidades; que éstas nunca pueden ser exorbitantes, por-

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que automáticamente las limitan (en un régimen de economía democrática, se entiende) la competencia interior y exterior y la posibilidad económica del consumidor que, como ya hemos dicho al principio de esta plática, es el soberano en el reino de la economía; que los riesgos asumidos por el industrial son enormes e imprevistos; que la estimación anual de las utilidades es siempre relativa y convencional, porque se desentiende de que la vida de la industria se mide por ciclos o períodos y de que por altas que sean las utilidades de un balance pueden no llegar a reponer pérdidas de balances anteriores, y quizá no compensar los déficits de ejercicios futuros. Por último, esta doctrina olvida que al Poder Público le sobran recursos para poder poner topes a las utilidades excesivas, por medio de los impuestos progresivos y de prudentes retoques al Arancel. ^

V . FACTORES DEL COSTO (continuación) TECNICA Y M A N O DE

OBRA

3. Para poner un ejemplo de bulto, fijémonos en la minería. ¿Quién acudiría con sus capitales a un negocio tan aleatorio como éste, sin más aliciente que una bonanza, si supiera que, aparte los años malos, tuviese que pasar a los obreros, en forma de elevación de salarios, las utilidades que en un año dado excedieran de las limitadas a la prudente remuneración del capital?

Otro de los más importantes factores que afectan' la formación de los costos i n dustriales es el del equipo y la técnica empleados en la empresa, y consecuentemente el de la selección de los técnicos y de los obreros, así en su número como en sus condiciones de pericia y preparación. Incluimos dentro del término técnicos, no sólo a los expertos que tienen la directa o subalterna dirección de los talleres o de las plantas, sino también, del gerente para abajo, a todos aquellos de cuya habilidad, dotes de mando, organización o administración, depende, a juicio del dueño o del d i rector del negocio, la buena marcha de la empresa. De ello se deriva que es y debe ser privativa facultad del empresario —responsable de su gestión ante los inversionistas— la de decidir la planta de obreros que haya de necesitar y las condiciones que deben llenar los calificados y los técnicos, de la misma manera que debe resolver libé-

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rrimamente el monto del capital invertido, el equipo que haya de utilizarse y la producción que se trate de obtener. Parecería obvia la imprescindibilidad de la facultad del empresario para escoger a sus obreros y a sus técnicos e innecesario insistir en ello, y, sin embargo, al ejercicio de esta facultad se opone una decidida acción obrera, derivada de varios arraigados principios sindicales de muy serias consecuencias para el futuro de la industria, y que en seguida analizaremos. Pero antes de hacerlo, y para evitar torcidas interpretaciones, queremos proclamar sin ambajes nuestro criterio sobre la necesidad en que se encuentra la industria moderna de tratar sus asuntos obreros con sindicatos fuertes y, por ende, serios y responsables. Pasó la época en que los patronos preferían que sus obreros no estuviesen agremiados o que lo estuviesen dentro de sindicatos de fábrica. H o y día el patrono mexicano, respetuoso como el que más de los derechos obreros derivados de las leyes y de los contratos colectivos, comprende las grandes ventajas de tratar con sindicatos bien organizados, de amplia y sóhda base, y dirigidos por hombres inteli"

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gentes, honestos y responsables, que i n terpreten los derechos y los intereses de los obreros, planteen en su nombre las reclamaciones que sean procedentes, suscriban los contratos colectivos, y sean prenda y garantía de su más exacto cumplimiento. Saben los patronos mexicanos que sólo tratando con sindicatos fuertes y conscientes, pueden conseguir que los convenios se cumplan, que el trabajo se desarrolle en un ambiente de tranquilidad, y que no cundan en las empresas la indisciplina y la irresponsabihdad, que son los cánceres de toda industria. Durante varios lustros venimos tratando con los sindicatos y con sus dirigentes, y pueden éstos decir si no fueron siempre nuestras normas las del máximo respeto a las organizaciones y a sus adalides. Para nosotros, el sindicato, representante genuino de ese imprescindible factor de la producción que es el obrero, es una entidad tan respetable como lo son los banqueros, los abastecedores de materias primas, los grandes realizadores y demás elementos indispensables a la producción. Todos ellos tratan, discuten y pactan con el i n dustrial, y, una vez definidos sus respecti-


vos intereses y derechos, colaboran íntima y respetuosamente entre sí. ¿Por qué no sucede lo mismo con el sindicato, y por qué éste y el patrono se miran y tratan como si fueran enemigos, como si tuvieran intereses contrapuestos, cuando, en realidad, son complementarios y su colaboración es absolutamente indispensable? Analizando el caso con serenidad y partiendo del supuesto —mucho más generalizado de lo que pudiera creerse— del franco respeto, por parte del patrono, a la ley y a los contratos colectivos, y de su leal y recta interpretación, llegamos a la conclusión de que esa actitud de oposición, que parece irreductible, se plantea sólo cuando el sindicato, rebasando su indiscutible e indiscutido papel de representante, director y defensor de los obreros, pretende disputar y arrebatar al empresario algunas de las atribuciones que a éste pertenecen y que le son inherentes e imprescindibles.

A. E L P R O B L E M A D E L O S E M P L E A D O S DE

CONFIANZA

Examinemos y comentemos este problema en cuanto tiene relación con el tema de los costos de producción que estamos desarrollando.

T a l es el caso, por ejemplo, de la tendencia sindfcal, que tiene caracteres de doctrina, de sustituir al patrono en el nombramiento de los técnicos, de los administradores y de los obreros más calificados. Contra esta tendencia el empresario se defiende, no realmente para que su personal más responsable no figure en las listas de los sindicatos, sino porque el hecho de i n gresar en ellas supone ya la facultad del sindicato de disponer de sus plazas para la promoción de personal, para su sustitución, para fijar el número de las mismas y para impedir que se reduzcan en un momento dado. En este caso, el empresario deja de manejar un aspecto esencial del negocio, y las consecuencias inevitables son las de un rebajamiento de la técnica y de la calidad de la producción y un encarecimiento de los costos, todo lo cual puede llevar a la ruina el negocio del que el empresario es único responsable. N o extrañará que esta pugna de los sindicatos por ga-

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nar para sí todos los puestos de confianza, desde el gerente para abajo, y de la negativa de los empresarios a concederlo, sea uno de los motivos más frecuentes de conflictos en la industria. B. L A G R A V E C U E S T I O N D E L O S ASCENSOS

Otro de los casos en que el sindicato se enfrenta con la empresa para disputarle alguno de sus esenciales atributos, es el de la cuestión de los ascensos del personal a puestos superiores. N o puede darse el caso de que un industrial pretenda hacer, a sabiendas, una selección a la inversa de los obreros que haya de ocupar en el trabajo de máquinas, en aparatos o servicios que requieran una cierta preparación o unas dotes de conocimientos, de inteligencia, de organización, y hasta de discreción. H a y que suponer que en el acierto de, esas designaciones pondrá el máximo cuidado, puesto que en ello le va el mejor y mayor rendimiento de las máquinas y de los obreros. Por ello debe ser indis- ¡

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entibie su facultad de señalar, dentro de los hombres de su fábrica, quiénes son los que tienen capacidad para ocupar los puestos de mayor responsabilidad, a condición, naturalmente, de que las plazas del sindicato s i g ^ siendo ocupadas por personal del mismo, y de dar preferencia en igualdad de circunstancias a la antigüedad. Sin embargo, el sindicato estableció un escalafón y un sistema de ascensos que relega la competencia y las capacidades a segundo término, con primacía de la anti güedad. De esa manera, no sólo llegan a manejar máquinas o a tener puestos de responsabilidad máxima hombres sin capacidad, sino que — y ello es más importante desde un punto de vista general— se están malogrando grandes posibilidades y apagando todos los estímulos de una capacitación obrera. Con esta política el trabajador llega a la triste conclusión de que, por mucho que estudie y sepa, no llegará a puestos superiores y de mejor remuneración, sino cuando le corresponda por riguroso y ciego turno de antigüedad. Podemos afirmar que es éste uno de los más graves problemas con que se enfrenta la industria ac-

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tualmente, y cuyas consecuencias se acentúan día a día. * De aquí se deduce que esta política sindical, bajo el aspecto de protección al obrero, constituye la dilapidación más grave de los mejores valores humanos de la nación. Para disminuir los males de esta tendencia sindical, los industriales han ideado toda clase de fórmulas que garanticen los derechos sindicales sin mengua de los del empresario, que aspira a tener al mejor hombre en el lugar más distinguido. Por ejemplo, la de otorgar becas y facilitar prácticas a miembros del sindicato que amplíen los conocimientos de los obreros, a condición de poder utilizarlos allí donde aconseje su preparación; pero n i aun así se ha podido acabar con la insostenible tesis del ascenso por antigüedad, defendido i n -

explicablemente por las mayorías en los sindicatos. Proclamamos la necesidad absoluta de que el empresario tenga indiscutida la l i bertad de colocar en el mejor lugar al obrero más apto, y apelamos a la conciencia y al sentido de responsabihdad de los dirigentes obreros para que se rectifique una política que tantos daños está causando a la industria en la hora actual, y otros más grandes acarrearía a su desarrollo futuro, aparte de lo que perjudica al mejoramiento de los obreros. C.

INFLEXIBILIDAD D E L A PLANTA OBRERA

4. Citemos este revelador y lamentable caso. E n una empresa en la que regularmente había hasta un centenar de obreros que, mofa ptoprio. asistían a cursos nocturnos en escuelas industriales o que seguían cursos por correspondencia, todos ellos, absolutamente todos, dejaron sus estudios desde el momento mismo en que se introdujo en el contrato colectivo la cláusula de los ascensos por antigüedad.

O t r o de los principios sindicales que se enfrentan y oponen a la libertad de dirección y administración del industrial, es el que nosotros denominamos, quizá con poca exactitud, de la rigidez o congelación de la planta obrera, y que se traduce en la imposibilidad del empresario para separar un obrero o amortizar una planta cuando se juzgue que ya no son necesarios para su negocio. N o nos referimos, entiéndase bien, a la facultad discrecional y muchas veces

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La técnica industrial ha progresado tanto en los últimos años que no es posible quedar al margen de ella sólo por conservar rutinas, por respeto a ciertos principios o por temor a determinadas consecuencias. Es inútil que pongamos ejemplos y que i n sistamos en la urgencia de realizar esta maquinación. Los industriales están prestos con sus iniciativas y con sus planes; los fi--^ nancieros con sus recursos y el Gobierno con sus estímulos. A ello se opone únicamente la dificultad que tienen los patronos para realizar los reajustes de personal necesarios, y que son, naturalmente, la condición sine qua non para hacer costeables las inversiones de nuevos capitales. Y esta dificultad nace de la aplicación del principio de la intangibilidad de la planta obrera, abroquelado ahora con el argumento del problema nacional de la desoocupación, que puede presentarse, A ello se responde que la maquinación no se hace ni en todas las industrias a la vez, n i siquiera en todas las fábricas de la misma rama, sino paulatinamente; que el progreso de la industria va siempre acompañado de nuevas posibilidades de mano de obra adicional; que los industriales proponen fórmulas comprensi-

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vas y amplias para disminuir al mínimo las consecuencias de la modernización, fórmulas que van desde la amortización de las plazas sobrantes, a medida que vayan vacando, hasta las indemnizaciones amplias y generosas. Sólo una comprensión de esta necesidad nacional y un manifiesto deseo de ayudar a la real industrialización del país, por parte de los directores obreros, pueden hacer viable la realización de estos planes i n aplazables. E.

NECESIDAD D E ADAPTAR L A PRODUCCION A L MERCADO. PRODUCCION Y CRISIS \

Es atributo esencial de todo empresario —o más bien un deber ineludible suyo— sincronizar la producción de su industria con la demanda del mercado, y precisamente la capacidad y el valer como tal de un empresario se miden por las dotes o habilidades que tenga para interpretar y prever las crisis o, simplemente, las contracciones de las ventas, y para defenderse contra sus consecuencias, reduciendo la producción y adecuándola a las situaciones 47


nuevas. Obrar de otro modo sería la mayor de las insensateces, pues se expondría gravemente el porvenir de la empresa. Ahora bien: no hay modo de reducir la producción de una factoría sin reducir también, siquiera sea temporalmente, el número de obreros, y aquí nos encontramos de nuevo con el principio de la inflexibilidad o rigidez de la planta obrera, que impide el empleo de esa medida de salvamento, tanto más eficaz cuanto más oportunamente se aplique. Todos los industriales, sin embargo, sabemos de la imposibilidad material de obtener de los tribunales del trabajo una resolución favorable y oportuna de reducción de labores, ' y también sabemos de las dificultades para negociar con un sindicato un convenio que permita esa reducción, pues en todos los casos es preciso presentar probanzas y evi5. De acuerdo con la ley. el patrono puede conseguir la inmediata reducción del trabajo, bien sea con reajuste de horas o de hombres, siempre que garantice ampliamente los perjuicios que pudieran derivarse para los obreros, si las medidas tomadas resultaren injustificadas a juicio de las Juntas. Sin embargo, no hay noticia de que en los últimos lustros los patronos hayan obtenido autorización de las Juntas para tomar preventivamente esas salvadoras medidas.

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dencias sobre la necesidad de reducción de labores, y estas probanzas y estas evidencias sólo se consiguen cuando los resultados económicos que justamente se trata de evitar han sobrevenido ya con su cauda de adversas consecuencias: reducción de ventas, formación de agobiadores stocks de mercancías, agotamiento de fondos, de crédito, etc. Son tan elementales estas verdades para los estudiantes de Economía que me escuchan, que es inútil ilustrarlos con los ejemplos de casos cotidianos, ni que les refresque la memoria relatándoles el calvario de la industria textil para conseguir, a raíz de la crisis de 1929, agudizada aquí en 1932, un reajuste de personal que sólo le fué concedido cuando las fábricas de O r i zaba, con existencias de más de cien millones de metros de crudos y acabados, solicitaban su liquidación judicial. Para cerrar este capítulo, diremos que estamos convencidos de que vale la pena, en esta hora crucial de México, en esta coyuntura única de su economía, que los sindicatos y sus directores responsables pongan a revisión algunos de estos principios que hemos venido analizando, cuya persis49


teiíte aplicación puede causar grandes males al desarrollo de nuestra incipiente i n dustrialización.

Es evidente que el salario constituye uno de los principales renglones del costo de producción, tanto más importante cuanto más fino y acabado sea el artículo de que se trate. En la industria del fierro, por ejemplo, comienza el salario por significar una muy pequeña parte del costo en la fabricación del hierro de primera fusión, que en su mayor parte se forma con el valor de las materias primas, fundentes, combustibles, conservación y amortización, y termina por absorber más del 80 por ciento del costo, en los tornillos, y más del 95 por ciento en la fabricación de herramientas. Sin embargo, los movimientos genera-

les de salario influyen decisivamente en los costos, incluso de los productos más toscos, porque, en realidad, el valor de las materias primas, refacciones, equipo y reparaciones, están, a su vez, influidos decisivamente por? el precio del trabajo. De ahí la importancia que para la i n dustria —es decir, para la viabilidad de la industria—, tiene cualquier movimiento de alza en los salarios, pues, por particular y y excepcional que sea ese aumento, llega a ser siempre y fatalmente —merced a los vasos comunicantes de la economía— un aumento general. Tomando otra vez un ejemplo de la i n dustria siderúrgica, vemos que en una elevación generalizada de salarios, el costo del lingote de hierro que, como dijimos, es el que incluye menos mano de obra directa, queda afectado de modo importantísimo por las repercusiones de los aumentos de precio que, a su vez, sufran, por elevaciones semejantes, los minerales, los fundentes, el carbón, el cock, y, más allá todavía, los explosivos, los combustibles, las herramientas y los fletes, necesarios para realizar aquellas explotaciones mineras. Imagínese, pues, cuál vendrá a ser la progresiva

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V L FACTORES DEL (continuación)

COSTO

LOS SALARIOS A.

SIGNIFICACION D E L SALARIO E N E L COSTO D E L A PRODUCCION


y piramidal repercusión de ese aumento de salarios cuando se llega a la fabricación de un aparato quirúrgico, por ejemplo, hecho con aceros especiales e inoxidables. Las mayores y más ingratas batallas libradas por los industriales —enfrentándose contra la fuerza de los sindicatos, contra la presión de los políticos, muchas veces contra una opinión pública fácilmente influida por elementos sentimentales muy exphcables— la mayor parte, repetimos, de las batallas libradas por los empresarios contra las elevaciones de salarios, se basan mucho más que en un sentimiento egoísta o en una falta de comprensión de las situaciones de los económicamente débiles, en consideraciones muy serias sobre las repercusiones de esas alzas en los costos, sobre sus efectos en los precios y, en f i n de cuentas, sobre las consecuencias decisivas y a veces fatales en las ventas y en los mercados. Rebasar en ocasiones unos decimales en una cifra de precios puede significar para una empresa su definitiva eliminación o desplazamiento por la competencia interior o exterior. N o basta, lo hemos dicho ya varias veces, que contra la competencia exterior y en auxilio de la industria nacional se

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tomen por las autoridades plausibles medidas de aumento en los aranceles, incluso y heroicamente de restricción o prohibición de las importaciones, pues ese protagonista de la economía, tan olvidado en las luchas políticosociales, que es el consumidor, será el que llegue,a decir la última palabra con sólo dejar de comprar, por inasequibles, los artículos que rebasen su capacidad económica. B.

ELOGIO D E LOS ALTOS

SALARIOS

Diremos,' antes de pasar adelante, que no estamos con esto defendiendo la indefendible, muerta y enterrada teoría de los salarios bajos, de los de mera subsistencia o del nivel mínimo de vida. Los patronos mexicanos postulamos, al contrario, la teoría de los altos salarios, de los que permitan al obrero una vida digna, con acceso Dará él y su familia a las ventajas de la, labitación, de la vida sana e higiénica y de los placeres honestos —según la terminología de nuestra Constitución—, porque sabemos que sólo así se puede poner en el trabajo el gusto y el empeño, sin los cua-

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les ningún esfuerzo humano es fecundo, y porque, además, creemos que el obrero es no sólo un trabajador, sino también un consumidor, y que un alto standard o nivel de vida para toda la población es el más propicio para el progreso de la industria. Por eso partimos del supuesto, en abono de nuestra teoría del alto salario, de que si una industria es sólo viable y posible sobre la base de salarios de mera subsistencia, no vale la pena mantenerla y conservarla, como tampoco, viceversa, si por los altos costos alcanzados y por los elevados aranceles que necesite, vive una vida forzada y artificial que desnaturalice la función social de toda industria. C C O N C E P T O ECONOMICO D E L SALARIO EL COSTO-SALARIO

Pero el salario es, y únicamente puede ser —cualquiera que sea la posición políticosocial y económica en que uno se coloque— una contrapartida, la contrapartida del rendimiento producido por el asalariado. (Otra cosa será subsidio, renta, pensión, pero no salario). Y esa contrapartida será tanto más elevada cuanto mayor y me-

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jor sea la productividad del que la reciba. Esta ecuación rendimiento-asalario, la que los industriales denominan costo-salario, puede subir o bajar, bien porque suba el nivel del salario por hombre, o porque baje el rendimiento del obrero. Lo primero es cano, es tonificante, aumenta la riqueza nacional, alienta la producción; lo seaundo —la baja del rendimiento— empobrece, desalienta, reduce la capacidad adquisitiva de la sociedad y, en último término, acaba por limitar la demanda de mano de obra. La ventaja inmediata, aparente, que obtenga el grupo de trabajadores que disminuya el rendimiento —ha dicho alguien— se compra, entonces, con el empeoramiento del mercado del trabajo y de la renta de los trabajadores. En cambio, un alza de salarios no implicará un costo mayor si al mismo tiempo hay un aumento equivalente de la eficiencia del trabajador. D.

LA TREMENDA REALIDAD MEXICANA D E L AUMENTO

D E L COSTO-SALARIO

POR L A

BAJA D E L R E N D I M I E N T O

Ahora bien: estamos obligados a declarar —si es que hacemos honor a la invita-

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ción de esta Escuela para ocupar esta cátedra y decir en ella nuestras experiencias y nuestros problemas ^— que la realidad mexicana en el campo de la industria actualmente se caracteriza por una producción gradual y tremendamente encarecida, originada, al mismo tiempo, por una notable disminución del rendimiento por hombre, y por un aumento incesante de los salarios. Es decir, los dos términos de la ecuación —precio del trabajo y productividad— se han ido abriendo, especialmente en los últimos cinco años, hasta un punto tal que el costo-salario, el costo de la unidad producida, llega a alturas verdaderamente i n quietantes. Por lo que hemos dicho antes acerca de nuestra simpatía por los altos sa- j larios, se advertirá que a los industriales! mexicanos no les duelen los aumentos que se vieron obligados a hacer en los salarios durante esta época de nuestra economía, tan afectada por la guerra mundial en la que tomamos parte. N o . Com^prendemos que el desajuste en los precios de todos los artículos, especialmente de los que forman la canasta del trabajador, justificaron aumentos importantes en los salarios. Lo que nos ha alarmado, lo que sigue preocupán-

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donos muy hondamente, es que, coincidiendo con los aumentos de salarios, la eficiencia en el trabajo, la productividad por hombre-hora, no sólo no se ha conservado en los términos anteriores, que podríamos llamar acostumbrados, sino que se ha reducido de modo alarmante. N o es que atribuyamos esa: notable disminución del rendimiento sólo y precisamente al alza de los salarios. Esta puede influir ciertamente en desestimular la persistencia en el trabajo elevando la proporción de los faltistas, con sus graves consecuencias; pero sería demasiado simplista dar a este hecho la categoría de causa decisiva. Nosotros damos mucha mayor importancia a otras causas verdaderamente trascendentales para el f u turo de la industria y para el éxito del movimiento de industriahzación que figura en todas las banderas políticas y en todos los programas sociales» Estas razones (en enumeración sólo enunciativa, pero no exhaustiva) son las siguientes, que nos vemos obligados a decir en orden, aunque incurramos en repeticiones de conceptos dichos anteriormente l a . — L a primera es la imposibilidad o dificultad, casi insuperable para el patrono. 57


de suprimir, mover y utilizar a los obreros de acuerdo con los necesidades del trabajo, pero especialmente cuando amplía o mejora su equipo. Esto provoca un problema de personal excedente, de salarios que no responden a trabajo incorporado en la producción, con consecuencias obvias en el costosalario por unidad y, en su reverso, producción-hombre-hora, sin contar el desaliento que acarrea en el ánimo de los i n dustriales para la modernización de sus empresas. 2a.'—La segunda razón proviene de la práctica de la ocupación de puestos de responsabilidad, que requieren obreros cali-í ficados, mediante el ascenso por antigüedad, según un escalafón celosamente vigilado por los sindicatos, en lugar de cubrirse libremente por el empresario dentro de ciertas normas que tengan como preocupación principal la capacidad y preparación del obrero, dejando en segundo lugar y para igualdad de circunstancias, la antigüedad en el trabajo. Pero hay más. E l escalafón no sólo se aplica en los casos de vacantes definitivas. N o . Juega y se aplica todos los días, en cuanto se presenta la falta temporal de algún obrero. E n estos casos.

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que ocurren siempre, aunque el patrono juzgue innecesario cubrir esas faltas, el Sindicato le impone un movimiento general de hombres, de abajo arriba, con lo que se consigue que ningún trabajador esté delante de la máquina que conoce y maneja con facilidad, sinb ante la máquina del compañero que faltó, 6 del que pasó a cubrir la falta de otro, etc. Y a hemos dicho en otro lugar que es éste el más grave problema que confronta nuestra industria, ya que de él se derivan un rebajamiento de la técnica y de la calidad, un desperdicio, en la industria, con caracteres de integral (puesto que abarca el desperdicio de energías, el de capacidades, el de máquinas y herramientas, \ el de tiempo y el de materiales) y un consiguiente encarecimiento del costo-salario y de la producción-hombre. 3a.—Derivado de lo anterior e implícito en lo dicho, tenemos, como otra causa de reducción de la eficiencia, el desaliento de los obreros más aptos, más inteligentes y de más noble ambición para todo esfuerzo que los capacite y perfeccione en su o f i cio, mediante el estudio, la observación y la práctica, ante la imposibilidad de alcanzar los puestos de más responsabilidad y

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de mejor remuneración a que sus conocimientos y habilidad les hacen acreedores. Y he aquí que, cuando el transcurso del tiempo haga posible la utilización de las capacidades y de la pericia, será quizá la época en que por la edad ya habrá necesidad de otorgar al obrero los beneficios del retiro y de la jubilación. Una situación semejante es difícil encontrarla en países de economía liberal, pero es imposible concebirla en regímenes de dictadura económica. 4a.—Por último —para no alargar demasiado esta enumeración— otra causa del descenso del rendimiento obrero que estamos analizando, es la dificultad de aplicar sanciones y disciplinas a los obreros que incurran en ellas. Todos conocemos la i m punidad en que quedan diariamente los paros obreros, las faltas individuales y hasta los daños ocasionados por malicia, por omisión o por ignorancia, aunque todo ello está nominalmente castigado en la ley y en los contratos colectivos, y tiene repercusiones formidables en el desperdicio y, por ende, en los costos industriales. ¿A qué se debe esta situación? Lisa y llanamente a que los órganos llamados por ley a entender de estas cuestiones, y a i m -

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partir justicia —la justicia pronta y eficaz, imprescindible en el campo social— pasan por una grave crisis de autoridad. Por una parte, las Juntas de Conciliación y A r b i traje (de formación tripartita, pero reducidas a sólo!un representante del Gobierno por la anulación recíproca de los patronales y obreros) no concilian nada y arbitran muy poco, especialmente en asuntos colectivos y de real importancia, influidas por r u tinas, leguleyismos y criterios políticos oportunistas. Por la otra, la Secretaría del Trabajo, a donde refluyen por gravedad todas estas cuestiones, como ógrano que es del Poder Ejecutivo, pero no del Judicial, carece de competencia jurisdiccional en los conflictos, de independencia política para enjuiciarlos y, sobre todo, de fuerza para hacer cumplir sus decisiones. De ahí el triste espectáculo de las repetidas condenaciones de los paros obreros (declamadas por la Secretaría del T r a bajo como contrarias a la ley, a la economía nacional y al bien de los propios obreros, que son siempre desoídas cuando no escarnecidas) que siempre quedan sin san-

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Para evitar las desastrosas consecuencias de esta alarmante reducción de la eficiencia obrera, que puede ser el más grande obstáculo a nuestra industrialización, necesitan los empresarios contar con la comprensiva, decidida y sincera colaboración de los hombres responsables que rigen las grandes centrales obreras, para que se reconsideren a fondo esas prácticas sindicales que hemos venido analizando. Por su parte, los industriales, para poder sostener los actuales salarios de sus tabuladores, ofrecen colaborar en aquello que está a su

alcance: con la realización de nuevas i n versiones, modernizando y automatizando el equipo para facilitar e incrementar la productividad obrera, y mediante el establecimiento de salarios incentivos, que aumenten la producción por hombre y hora. Para ambas cosas es preciso, también, contar con la ayuda inteligente y eficaz de los d i rectores de sindicatos, que hagan factibles los necesarios reajustes de personal, y lleven a los obreros al convencimiento de los beneficios de los salarios incentivos. Estos sistemas han sido muy elaborados y puestos en práctica con gran éxito en los Estados Unidos, durante la guerra, para levantar la producción, y en México ya se están ensayando con buenos resultados. En realidad, los incentivos tienden, más que a i n tensificar el trabajo hasta un punto de desgaste, a evitar el desperdicio de tiempo, a estimular el mayor cuidado y obtener el mejor provecho de las máquinas, y a coordinar el trabajo de los distintos departamentos —incluso de los departamentos auxiliares— interesándolos en los resultados de la producción total.

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ción adecuada, ni siquiera la elemental del descuento en los salarios por el trabajo no realizado. En estas condiciones, es natural y hasta humano que la disciplina en el trabajo se relaje, y que el rendimiento obrero disminuya con las naturales consecuencias del ascenso del costo-salario.

E.

REMEDIOS CONTRA LA INEFICIENCIA D E L TRABAJO


F.

L A T E R G I V E R S A O O N D E L SALARIO POR L A DOCTRINA D E LA CAPACIDAD ECONOMICA D E L A S EMPRESAS

Otra causa de las elevaciones de salarios sin la contrapartida de la productividad y que, por lo tanto, van directamente a incrementar el costo-salario, es la aplicación de la ya analizada teoría de la capacidad económica de las empresas. Aludimos en otro lugar a las consecuencias funestas que esta teoría tiene, por la absorción de las utilidades mediante aumentos de salarios, en la formación de los capitales, en el progreso de las industrias y en el ánimo de los inversionistas, alejándolos del siempre arriesgado campo de la producción. Ahora podemos percatarnos de que en su reverso —visto desde el lado obrero— esa doctrina acarrea motivos de desasosiego y de promoción de demandas de aumento de salarios, que no tienen como justificación ni el desajuste del costo de la vida ni el aumento de la productividad del trabajador, sino razones ajenas a su trabajo y, además, y por añadidura, i n estables y pasajeras, pues ninguna empre-

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sa tiene garantizadas sus ganancias y, en cambio, todas tienen sobre sí la responsabilidad del pago puntual de sus tabuladores. Por otra parte, los aumentos de salarios a un grupo aislado de obreros, sin otra causa que l^s ocasionales utihdades de la empresa en ^jue trabajen, producen situaciones de injustas comparaciones frente a otros grupos de obreros de la misma localidad y aun de la misma rama que trabajen en empresas colocadas en condiciones diferentes, e incluso coadyuva a crear una baja positiva en el salario real de sus compañeros menos afortunados. ^ 6. Carlos Marx y la escuela socialista condenan como inmoral el régimen del asalariado en cuanto trata al trabajador como una mercancía, y determina el salario, fundamentalmente, según la oferta de trabajadores en el mercado de trabajo, y no según su capacidad y según la calidad de trabajo producido. Exige el socialismo que en la fijación del salario se tomen en consideración motivos éticos y objetivos y que nunca se rija por la oferta obrera. E n México, con la Revolución hecha Gobierno, con la Constitución de 1917, con la legislación del Trabajo reglamentaria del artículo 123, con la jurisprudencia de los Tribunales y con el desarrollo de un fuerte sindicalismo, se ha desterrado por completo el concepto del trabajo como mercancía, poniendo en su lugar en la contratación y en la fijación de los salarios motivos y consideraciones de índole moral y humana. Pero justamente la doctrina de la capacidad económica de las empresas como justificante de la elevación de los salarios, es la consagración de otro sistema que, a su vez, desnaturaliza el concepto del sala-

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G.

E L PROBLEMA D E L A REVISION BIENAL D E L O S C O N T R A T O S C O L E C T I V O S D E TRABAJO

Examinemos ahora otro problema de gran envergadura que preocupa seriamente a los industriales, como conexo al problema de los salarios y de la elevación de los costos. Nos referimos a la revisión de los contratos colectivos de trabajo, fijada en la ley y desviada en las costumbres y prácticas sindicales. Cuando la ley establece que estos contratos podrán ser revisados cada dos años, da a entender que es esa la oportunidad que se otorga a las partes contratantes para modificar las condiciones del trabajo y los tabuladores de salarios y ponerlos a tono con las nuevas situaciones que se hayan creado en el campo de la economía, en los mercados, en los precios, en los sistemas de producción, en el costo de la vida, etc. Es, pues, una disposición muy atinada que tiende a dar flexibilidad a la contratación colectiva del trabajo, adaptánrio, divorciándolo del costo de la vida, de la productividad del trabajador y de las condiciones del trabajo, fundamentos sociales y éticos del salario que lo vinculan con el interés general, puesto que de ello depende el progreso de las industrias y el aumento de la riqueza nacional.

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dola a las variaciones que impone la vida y el progreso, y buscando con ello la paz, la justicia y la estabilidad en el campo de la producción. Sin embargo, los sindicatos, en los últimos dos lu^fros, han creado la costumbre, que tratan ¿e imponer con fuerza de ley, de que cada dos años, necesariamente, so pena de conflicto grave con amenaza de huelga, debe modificarse el contrato, pero sólo a su favor y siempre con aumentos en los tabuladores y en las prestaciones de índole económica. N o conozco caso de ninguna empresa que en las seis o siete revisiones de trabajo habidas desde el año de 1934 a la fecha, no se haya visto obligada a hacer aumentos en los salarios, independientemente de los que por las leyes de emergencia les fueron impuestos. Repetiré que no se trata de desconocer la justtificación que muchos de esos aumentos tuvieron. Lo que alarma a los industriales es saber que cada dos años tienen que habérselas con un conflicto de demandas obreras desconocidas y apoyadas con movimientos más o menos virulentos, que alejarán de su fábrica la paz y la tranquilidad, con la natural y grave consecuencia 67


de impedirles hacer por anticipado programas de producción, cálculos de costos y contratos de abastecimiento de materias primas. Esa situación, asimismo, les impide aceptar pedidos para entregas futuras, planear ampliaciones de los talleres y gestionar los financiamientos necesarios, pues no están en condiciones de conocer ni sus costos ni sus precios, ni siquiera su posibilidad para cumplir las obligaciones que habrán de contraer. Es obvio que esta situación tiene que cambiar y que cuanto más pronto suceda menos daños habremos de lamentar. La consolidación y el progreso de las industrias actuales y la creación de condiciones estimulantes de nuevas inversiones, requieren que los contratos colectivos tengan una vigencia indefinida y que solamente sean objeto de modificaciones cuando aparezcan circunstancias muy especiales que lo justifiquen.

y justificante de la afirmación y comentarios hechos en el curso del mismo, daremos un ejemplo —uno tan sólo, pero bien elocuente y no excepcional— de los aumentos habidos en los salarios, en una rama de la industria mexicana, durante los últimos cuatro añofe, relacionándolos con los capitales invertidos para acciones de aumento de capacidad productora y con la producción real obtenida. Los datos corresponden a varias fábricas que nos los proporcionaron para el solo efecto de que pudiésemos obtener de ellos consecuencias de carácter general. Con esos datos hemos formado, consolidándolos, unas gráficas en donde aparecen las curvas de los tres conceptos indicados: salarios, capitales invertidos y producción resultante. De todas maneras, tenemos autorización para mostrar, en lo particular, los números que justifican esas gráficas a quien tenga en ello interés especial o curiosidad de investigador.

Para terminar este capítulo de los salarios y del rendimiento, y como ilustración

La primera gráfica muestra los aumentos habidos en los salarios durante los últimos cuatro años, pudiendo advertirse por ella que en ese corto lapso aumentaron en un 70 por ciento.

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H.

U N E J E M P L O E L O C U E N T E D E L A BAJA D E L RENDIMIENTO. T R E S

GRAFICAS


En la segunda gráfica se advierte que los capitales invertidos, para aumentar la capacidad de producción, sufrieron un aumento de 40 por ciento. La tercera gráfica muestra, en cambio, que, a pescar de todo ello, entre el año de 1942 y el de 1945 la producción en esa rama de la industria bajó un 10 por ciento. Es fácil deducir por ello a qué altura habrán subido los costos de producción y los rendimientos.

V I L FACTORES DEL COSTO. OTRAS CARGAS ECONOMICAS A.

LOS SALARIOS

Q U E N O

INCORPORADO

E N E L

PAGAN

TRABAJO

PRODUCTO

Por cuestión de orden, tratándose de una plática para estudiantes de Economía, mencionaremos, sin comentario especial, algunos renglones que, sin ser propiamente salarios (porque no pagan trabajo i n corporado en el producto), influyen directamente en los ingresos de los trabajado-

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res, tales como el pago del día de descanso o séptimo día, los días de descanso obligatorio y las vacaciones pagadas. Estos días que debe cubrir el patrono, son, según la ley, en conjunto, 62, o sea el 17 por ciento de los jornales; pero como resultado de las sucesivas conquistas sindicales, difícilmente existirá empresa de relativa importancia en cuyos contratos colectivos no se incluya en pago por salarios por días no trabajados menos de 73 días, lo cual significa el 20 por ciento de los jornales pagados. Esto quiere decir que cuando el salario se aumenta en 1 (una unidad) el costo-salario sufre un alza de 1.20. En Petróleos M e xicanos estos días son 101 días. Esto es, 101 jornales sin jornada, o sea el 28 por ciento del año.

B.

L A INSTITUCION D E L SEGURO SOCIAL

Tampoco nos detendremos a comentar los gastos de las empresas por concepto de accidentes de trabajo, enfermedades no profesionales, maternidades, escuelas, comedores, deportes, becas, etc., todo lo cual debe ser objeto de las contrataciones colectivas, reflejándose de modo importante en los costos.

A lo que sí dedicaremos unas palabras es al Seguro Social, institución puesta en práctica en México desde principios de 1944. Comenzaremos por decir que los patronos mexicanos han sido partidarios del establecimiento del Seguro Social, como se demostró desde el Congreso reunido ad hoc en 1934 por el entonces Departamento de Trabajo, y más tarde, cuando se hicieron los estudios que dieron por resultado la actual legislación. Los empresarios mexicanos conocían las experiencias obtenidas en la materia en otros países, estaban al corriente de los proyectos y recomendaciones formulados por las distintas conferencias de la Oficina Internacional del Trabajo, y eran unos convencidos de que la Institución del Seguro Social, en México, no sólo convenía, sino que era imprescindible para conseguir la paz social en el campo de la industria. Tenía la dolorosa experiencia de que por falta de una ley del Seguro Social venían incorporándose en diferen-

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tes contratos colectivos de trabajo capítulos enteros acerca de diversos riesgos sociales, tales como invalidez, vejez, jubilaciones, etc., que por ser arrancadas por la violencia en las luchas sociales, sin base alguna de cálculos actuariales, no sólo ponían en riesgo la estabilidad de las empresas, sino inclusive el futuro establecimiento del Seguro Social. Por eso los patronos dieron su apoyo y colaboraron eficazmente en el estudio de una buena ley, a la cual sólo ponían dos condiciones; que no se hiciera precipitadamente, es decir, que se reunieran primero todas las estadísticas indispensables y se hicieran los cálculos necesarios, y, segundo, que los d i ferentes riesgos asegurados se fueran aplicando paulatinamente y no todos a la vez. A l proyecto que se formuló y que más o menos constituye la ley actual, se le hicieron desde el principio y se le siguen haciendo dos reproches fundamentales, uno de ellos de técnica y otro que podríamos llamar de filosofía político-social, ambos de enorme trascendencia para el porvenir del Seguro y de grandes repercusiones en los costos de fabricación.

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C. EL ERROR DE INCLUIR LOS RIESGOS PROFE^ SIGNALES EN EL SEGURO SOCIAL E l primer error consistió en incluir dentro del Seguro Social el riesgo de accidentes del trabajo y de eníermedades profesionales, siendo así que estos riesgos estaban atribuidos en la ley del Trabajo a cargo exclusivo de los empresarios, que venían atendiéndolos con la mayor eficacia y a satisfacción de los obreros. Para ello habían invertido grandes sumas en puestos de primeros auxilios, y hasta de hospitales, y tenían ya formada una organización y un cuerpo médico especializados. Siendo esto así, el seguro de estos riesgos no era ni nuevo ni un seguro social propiamente d i cho, sino, en todo caso, un seguro de responsabilidad civil de los patronos para evitar su insolvencia, seguro que podría ser tomado con cualquier compañía de seguros especializada. Hacer de este seguro un monopolio del Estado a través del Instituto era, según decían los patronos — y el augurio, por obvio, resultó acertado— encarecer necesariamente ese servicio, sin ventaja alguna para los obreros, que son, no los asegurados, pero sí los beneficiarios. En

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efecto, la experiencia de los dos años transcurridos es la de que el costo de este servicio se ha duplicado para los empresarios, puesto que el Instituto, por falta de experiencias y de estadísticas, tuvo necesidad de establecer cuotas muy elevadas que evitaran pérdidas e incluyeran, además, los gastos de la administración, naturalmente cara, del seguro. Pero lo que deseamos destacar es el hecho de que en el mejor de los casos (es decir, cuando el Instituto lograra otorgar el más eficaz servicio), éste podría ser igual, pero nunca superior al que venían dando los empresarios. Francamente no valía la pena trastornar toda la obra realizada hasta entonces por los patronos, y que el Instituto invirtiera cuantiosas sumas para que el mismo servicio tuviera un costo duplicado, a cargo de los empresarios y gravitando sobre la producción industrial

El segundo error de esta ley consiste en que la misma no se dictó con el carácter

de disposición única y universal que habría de regir toda la materia de los seguros sociales, con prohibición expresa de que los contratos colectivos de trabajo se ocuparan de estos asuntos. Antes al contrario, la ley viene a constituir un mínimo de prestaciones que los sindicatos podrán modificar, mejorándolas, mediante las luchas obreropatronales. Es decir, que, a pesar de entrar en vigor la ley, los obreros podrán seguir solicitando del patrono, con ocasión de las revisiones de contrato o en cualquiera otra, y con apoyo en movimientos de huelga, que el empresario pague las cuotas que corresponden al obrero, o que aumente los seguros, las indemnizaciones, los pagos, o cualquiera otra prestación semejante. ^ La gravedad de esta situación creada es extraordinaria. Nada menos que con ello la institución del Seguro Social quedó desnaturalizada. Sus reglas ya no son universales ni de aplicación obligatoria; cada i n dustria tendrá ya sus seguros privativos —no importa que sean impracticables o ruinosos— según la fuerza del sindicato o la debilidad de la empresa; los cálculos serenos y objetivos, que son la base de todo

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77

D.

E L SEGURO UNIVERSAL,

SOCIAL N O ES OBLIGATORIO

NI

SINO U N MINIMO Q U E LA LU-

CHA SINDICAL PUEDE

MODIFICAR


seguro, quedan substituidos por la virulencia de las luchas sociales; los obreros podrán no contribuir con el pago de sus cuotas, y el seguro dejará de ser, al par que institución de garantía que prevenga las adversidades en el trabajo, escuela de moral social y de previsión para el trabajador; seguirá siendo posible que una empresa que no haya sucumbido a las peticiones sindicales pueda hacer, con costos más bajos, la competencia a otra u otras; por último, el seguro no será garantía de paz ni pararrayos de las luchas obreropatronales que tengan como fin la discusión de estos difíciles problemas, sino prenda segura de agitación y de lucha, como lo ha demostrado la experiencia de los dos años pasados. Por todo esto, y además de todo esto, el seguro social constituye un factor de aumento gradual e imprevisible de los costos de fabricación. V I I L LOS I M P U E S T O S Dejando de lado otros elementos del costo que en los últimos años han tenido una importancia capital en la industria me-

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xicana (como son la deficiencia de los transportes, los fletes, etc.), terminaremos el examen de los principales renglones de los costos de producción dedicando algunas palabras a la significación que en ellos tengan lo§ impuestos. Es evidente que el sentido general de la política de un gobierno hacia la industrialización se manifiesta a través del sistema fiscal establecido, y que por medio de los impuestos se puede estimular o refrenar la actividad industrial y la inversión de los capitales hacia esta rama de la producción. Es indudable, por otra parte, que nuestro gobierno desea ardientemente favorecer y estimular el desarrollo y el progreso de nuestra industria, todavía incipiente, y que esta actividad necesita aún del amparo y de la protección gubernamental. Por eso deseamos hacer alguna observación acerca de ciertas anomalías que a este respecto existen en nuestro sistema impositivo.

A. INDUSTRIAS NUEVAS E INDUSTRIAS YA ARRAIGADAS. SU DIFERENTE TRATO FISCAL Por una parte, tenemos una ley que

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otorga importantes exenciones a las industrias nuevas o necesarias. Es natural que nosotros encontremos atinadas estas disposiciones, aunque, a decir verdad, las aplaudimos más por la intención política que marcan que por el beneficio positivo que reportan. Opinamos que si una industria es productiva y vital no necesita como condición sine qua non tal exención de impuestos, aunque esto constituya un estímulo, y que, en cambio, si a esa industria le faltan los fundamentos y las condiciones indispensables para su viabilidad, no podrá arraigarse ni prosperar por muchas concesiones fiscales que se le hagan. Lo que consideramos más interesante es que la política fiscal se oriente en el sentido de ayudar con tarifas no excesivas a las industrias, ya sean nuevas o antiguas. B.

LAS ALTAS TARIFAS D E L IMPUESTO SOBRE L A RENTA

que progresivamente llegan a absorber hasta el 30 por ciento de las utilidades y que ascienden al 38 por ciento, sumando el duplicado impuesto sobre dividendos. En la fase actual de incipiente industrialización, estas tarifas son notoriamente elevadas, constituyendo un positivo elemento de alza de los costos, y, además, un estímulo a la ocultación de utilidades y a la evasión de los impuestos. Una reconsideración de estas tarifas, introduciendo dentro de la Cédula I una tarifa especial más favorecedora para la industria, armonizaría esa antinomia entre la proclamada política de ayuda a las industrias nuevas y la que castiga a las que, por antiguas, merecerían todavía más consideraciones; pero, además, ello daría por resultado una mayor recaudación, sobre todo si fuese acompañada de una inspección fiscal honesta y minuciosa. C, E L C A S T I G O F I S C A L A L A R E I N V E R S I O N

Por eso nos sorprende que, al lado de la ley que otorga exenciones totales de i m puestos para las industrias de nueva creación, para las industrias ya arraigadas existan las tarifas del Impuesto sobre la Renta

Pero hay más. Si es criticable el impuesto de Cédula I I sobre dividendos, por ser irrebatiblemente una duplicación del

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D E UTILIDADES


pagado por las empresas en la Cédula L y por absorber hasta el 38 por ciento de las utilidades, lo es mucho más el hecho de que la ley grava con un impuesto de un 8 por ciento en la misma Cédula I I las ganancias que, en lugar de ser repartidas entre los accionistas, se reinvierten en la propia empresa. Vimos al principio de esta charla que no hay política industrial más sana y más digna de ser estimulada que la que funda su desarrollo en la reinversión de una parte de sus utilidades, en lugar de repartirlas todas y apelar después al crédito para sus ampliaciones. Separar una parte de las utilidades para formar con ellas fondos de reserva vale tanto como incrementar y ampliar el negocio y como abrir y asegurar fuentes de trabajo. Y si al que inicia una empresa se le declara exento de toda contribución, ¿cómo se entiende que al que moderniza y amplía sus instalaciones a expensas de los dividendos a sus accionistas se le castigue con un impuesto adicional? N o hay otra manera de salir de este contrasentido que derogando el impuesto del 8 por ciento sobre las utilidades reinvertidas, e incluso decla-

rando como deducción aceptable del de Cédula I , aquella parte de las utilidades que pase a formar o a engrosar los fondos de reserva, así los legales como los extraordinarios.

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S3

i k

CONCLUSIONES

De todo lo dicho en esta plática, y resumiendo, se deduce: I^^Que el problema más importante que la industria en México tiene que resolver es el de sus costos de fabricación. I L — Q u e nuestro país sale de un período que tanto favoreció su desarrollo industrial con costos y consiguientemente con precios desmesuradamente elevados, i m posibles de sostener en una economía de normalidad frente a la competencia exterior e incluso dentro de nuestro propio mercado, que necesariamente tendrá que reajustarse. I I I . — Q u e si deseamos no desaprovechar la coyuntura económica en que todavía se encuentra México, debemos coadyuvar todos a que se reduzcan los costos i n dustriales: los empresarios, modernizando sus equipos y estableciendo nuevas técni-


cas; los sindicatos, respetando las atribuciones esenciales de los patronos y otorgando a la industria una bien ganada tregua; los tribunales, haciendo que las leyes y los contratos se cumplan, y el Gobierno ayudando a eliminar los obstáculos con que la industria tropieza. I V . Que la fortaleza alcanzada por el sindicalismo en México, indiscutida y respetada por todos los patronos, le permiten e incluso le obligan a prescindir de ciertas prácticas que, si bien sirvieron para su desarrollo en otra época, su persistente aplicación, con sus graves consecuencias de reducción de la eficiencia y de elevación de los costos, pone en peligro la subsistencia de la vieja industria y el programa de i n dustrialización que todo el país reclama. V . —Que si se consigue eliminar las causas que han llevado a la industria mexicana a los altos costos de producción en que se encuentra, el porvenir industrial del país está asegurado, y podrá plasmarse en reahdad la visión que todos (los industriales, visionarios por naturaleza, los primeros) tenemos de un México que desarrolle sus grandes posibilidades y recursos E n suma, de un México mejor. 84

var los salarios,

son problemas que

conducen irremisiblemente a la baja del rendimiento y al aumento de los costos de producción, gro

y todo ello al peli--

de detener el incipiente

proceso

industrial de México por que no cumpla con la misión de ofrecer al consumidor ARTÍCULOS

DE CALIDAD

ZONABLES':

RA'-

al consumidor, '*EL ANÓNI^

MO Y DECISIVO

ECONOMÍA'^ Agotada

A PRECIOS

PROTAGONISTA

DE TODA

como lo define el autor. la primera edición

de esta

conferencia, hecha por la Universidad Nacional

de México,

nos parece

con-

tribuir a la resolución de este trascendental problema facilitando la cónsulta de los puntos de vista que con su planteamiento proporciona en este trabajo el Presidente de la Cía. Fundidora de Fierro

y Acero

de

Monterrey,

S. A., nuestra más importante industria de

transformación.


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