La Santísima Trinidad número XXIII

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AÑO II

NÚMERO XXIII

EDICIÓN DE OCTUBRE DEL 2010

LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE LAS 4 ESQUINAS


LA PRESENTE EDICIÓN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, LA INAUGURAMOS CON UN POEMA DE "NOVELA NEGRA" SÉPTIMO LIBRO DE CINOSARGO EDICIONES Y OBRA DEL ESCRITOR JUAN PODESTÁ BARNAO. Los sospechosos de siempre Joven poeta tratando de escribir una obra maestra Novelista con los años encima queriendo ser descubierto de que le llegue la fama, que lo lean con fanatismo que suban de precio sus libros, que lo pongan en las mejores librerías y lo inviten a dictar cátedra Poeta frustrado gritando a viva voz su resentimiento: “Debo hacer algo para que me pesquen antes de los 40” En lugares ruidosos estos tipos se juntan a planificar sus violaciones Basta ir a esos locales y mirarlos cómo impunemente señalan rutas, modifican recorridos, corrigen mapas, dibujan el cuerpo de la víctima y el sitio preciso donde entrará la letra. LA SANTÍSIMA, SIEMPRE DEDICADA A LA LITERATURA NACIONAL... MILVIA ALATA TEJEDO. 28/11/10

Editado en Arica- Chile 2010 Diseño: Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata Tejedo Cinosargo © Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata 2000-2010 Contacto: carrollera@gmail.com Web: www.cinosargo.cl.kz Cinosargo by Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata Tejedo Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Chile



Oscuro Optimismo. Sobre Novela Negra de P. Barnao. P or G onz al o A br i go Existe un mito de vasta circulación (alguna vez habría que seguirle la pista y ajusticiar al infame tótem), que cree al narrador poeta fracasado. Cuando un gran poeta hace a la vez impecable prosa o, inversamente, un novelista relevante incursiona con mérito en la poesía, el mito (envidia o insana sospecha) se agota y sólo cabe rendirse, celebrar o, para los soberbios: afirmar que el tipo no es tan bueno en lo uno como en lo otro. Cierto que ni los poemas de Hemingway ni los de Joyce están a la altura de sus novelas (cimas de la literatura, ok: la comparación no es la mejor), pero digamos también que un grueso de poetas que jamás debutarán con un libro de cuentos, no roza ni los callos de la poesía de Saer o John Berger. Mito ligero. Juicio acelerado, impulsivo, como tantos salivados en las bocas de los miembros del –otra fábula monumental, aun más bravucona- mundo literario. Gran novelista igual poeta frustrado, dice la ecuación simple, pero rara vez deduce lo inverso: ningún poeta fue autor de ficción que no cristalizó. Novela Negra no es prosa aunque pareciera que pudo serlo en algún momento, o que ciertas lecturas fanáticas desembocaron, curiosa e imprevisiblemente, o tal vez fría y calculadamente pero gracias a un poderoso influjo, en poesía. J. P. Barnao publicó su primer libro en una editorial boliviana (Yerba Mala Cartonera, 2008; de prontísima segunda edición corregida Ed. Cinosargo, 2010), la cual, con todas sus precariedades inherentes, ya desde hace buen tiempo ha decidido sacar a flote a un grupo de escritores chilenos y no sólo chilenos, de entre veinte y treinta años, sin opción en las editoriales de sus países de origen: viejo cuento pero qué importa cuando la patria y su noción -a diferencia de varios poetas vistosos del centro-sur-, te tiene sin cuidado. Bien. Eso, como primer ítem de actualidad, ya está demasiado bien. La estrategia utilizada a primera vista parece simple. Víctima y victimario, patos malos y psicópatas redomados, detectives y prostitutas malogradas, personajes obligados por el género referido, movilizan la analogía con la cosa esa de escribir. Lugar relativamente común, digamos: escribir como crimen, acucioso crimen, enterrar el cuchillo como corregir un verso, cercenar cabezas como suprimir un párrafo o capítulo completo.


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Aquí la jugada es algo más compleja. Tiene aguante particular. Barnao avanza en ese paralelo como enmascarado del escritor (de poemas o relatos) que profita de observarse en cada “situación literaria” para armar la coartada imperfecta y volcarse a un personal autosabotaje de la experiencia. ¿Qué aparece ahí? Un bruto. Tal cual. Un bruto que protagoniza la infausta producción de literatura en cualquier formato. Un bruto que puede ser el poeta ignorante o el asesino ilustrado. Comparten una cualidad: ambos son dueños de la facultad de ver en perspectiva la propia escena de la fechoría. Y en la mixtura de esa mirada relativamente distante caben: novelas leídas, manuscritos frustrados, personajes investigados para la ficción, los utensilios de la imaginación, crónica roja, monólogos de desalmados célebres, aspiraciones y paranoias del escritor estereotipo, sentimientos caricaturizados que, en su montaje anárquico, a ratos hace parecer que estamos devorando un cómic con una estética harto sórdida, onda Piglia de La ciudad ausente o Ellroy de L.A. Confidential: audaz, certero, rápido, y, por encima de todo, muy entretenido. ¿Qué más? Crimen. Crimen y más crimen pero, por gracia, sin afán aleccionador. La propuesta de Barnao dista de ser un aporte para el cúmulo sociológico (ni mucho menos para el desarrollo forense) de la situación política actual, como no pocas de las intentonas metafóricas que han circulado por ahí, esas que regularmente se empecinan por hacer hablar, como antropólogos-autores (en el mejor de los casos, en el peor: como consejeros municipales), a la marginalidad excluida, a los sin voz, esa diferencia que quiere siempre decirnos algo según ellos, y a la que deberíamos imperiosamente prestar atención para ampliar el horizonte de nuestra vida diaria y de nuestra malograda convivencia. Mejoradores de la humanidad. De la chilenidad. Chao. Novela Negra respeta, insisto, las pautas del género referido, las reglas propias de la novela negra. El crimen es algo importante (es decir, funciona como una relación estructural y un hampa de significados que tiene su sede bien delimitada) y ya está. Pulsión asesina, huinchas amarillas, homicidas y verdugos varios –guatón Romo versión Spoon River incluido-, la escenografía para la carnicería o la escritura, exitosa o fallida, de versos. Ésa la acción. A ratos retorcida. A ratos también cómica. Como una más de esas novelas. Recordemos brevemente al viejo Wallace Stevens, el ilustre emperador de los helados: ¿hay una imaginación que resiste la presión de alguna molestosa realidad en estos poemas?


En la medida en que se distancian de cierta onda reinante, el reino compartido entre poetas ligados a la academia-erudita y poetas ligados a la academia-maldita (pero casi todos alguna vez universitarios, elite transversal) se opone a esa tendencia que, para no pocos, últimamente se ha vuelto sonsonete o fórmula un poquitín farragosa o altamente previsible, ya en su versión barrocadesmedida, ya en su versión neolatina-minimalista-objetivista. Por contraparte, Novela Negra flaquea como imaginación en la medida en que hace metaliteratura, y el dispositivo se vuelve predecible o sin esa certeza quirúrgica que la misma percusión de un revólver puede asestar a un ser vivo. A veces la bala es pasada. La pólvora en varios de los poemas podría ciertamente estar más seca. La buena poesía no falla con el ser vivo (ojo: vivo) que se enfrenta a ella. La poesía a secas es tan letal como vital. Buen libro debut. Hay cosas no tan pulidas, remodelables, si se quiere. Pero lo importante: búsqueda, genuina; la sensación efectiva de que hay una experiencia ahí tras la bambalina del papel, que se interroga, que está hueviada, desfasada, incómoda. Y como tal: aun desprolija. Hay una prueba de sonido, una afinación en riesgo. No importa. No importa en lo absoluto, todo lo contrario, a menos que tú, remoto lector, te solaces en el mundo académico (erudito o marginal) por siempre jamás, o con buenos monitos menores, auspiciosos pupilos e imitadores (comienza a estar lleno) de la gran poesía anglo de la 1ª y 2ª mitad del siglo pasado (que a varios voló, y en buena hora, la cabeza, sin duda a Barnao también, véase la paráfrasis al “Cántico del sole” o los epitafios onda Lee Master). Entonces te advierto que esto no es para ti. Lo vas a mirar por debajo del hombro. Demás. Pero échale una mirada si tienes tiempo. Aunque sé que no tienes tiempo. Ya, está bien. Cien, no: media docena de disculpas. Como si no fuera suficiente tanto vertedero presente en rededor. Novela Negra me puso un rato así. Gracias Yerba Mala. Vale Cinosargo (¿no se llamaba así el perro del cínico Antístenes, o era el nombre de su aula filosófica?). Mi oscuro optimismo. Bienvenido. Fin. Suficiente.


Sobre Turbosilabas por Antonio Arroyo Silva

A Benjamín, esa inocencia que ilumina No sé por qué los libros de poesía son a veces tan especiales. Quizás lo sean aquéllos que nacieron de una palpitación, o que a lo largo de los años su existencia ha alcanzado un alto nivel de energía. Hay palabras que nacen muertas porque, de pretenciosas, agotan su decir; en cambio, otras, que recién nacidas apenas son un soplo, con los años adquieren la fuerza de un huracán. El caso es que, cuando tenemos la fortuna de leer uno de estos libros, sentimos un impulso de emoción inmenso y, al intentar abordarlo desde un punto de vista mínimamente crítico, podemos caer en la tentación de la exaltación deformante. No es exactamente lo que me ocurrió con esta antología que recopila los poemas del poeta chileno Leo Lobos, desde 1986 a 2003, bajo el título Turbosílabas. Poesía Reunida. Muchos viajes que median en el autor desde una fecha a la otra (Francia, Estados Unidos, Brasil, México….) le han dado ese talante universalista de ciudadano del mundo, aparte del que heredó de sus antecesores de la poesía chilena. Un poeta que trasciende no sólo las fronteras físicas, sino las del mismo idioma, y hace que se sumerja en la traducción de poetas brasileños con la misma soltura y mimo que si escribiera sus propios textos. En este sentido, Leo Lobos no es el típico traduttore tradittore sino alguien que capta la respiración de otro poeta y la conduce a su lengua. Un traductor conciente y defensor de un lenguaje universal de la poesía y, además, poeta. Otra frontera que cruza es la de la palabra misma, la electricidad que produce la palabra al ser articulada. De ahí la otra cara de su obra: la poesía visual. Un número infinito de sugerencias nos trae a la mente esta faceta del autor; pero ahora ocupémonos de Turbosílabas. Inventar paraísos e infiernos a través de la palabra es narrar, es llevar la mente humana más allá de donde el pensamiento pueda alcanzar. Sin embargo, de la necesidad de narrar la vida de una persona surge la magia de la poesía. No se trata, pues, de fijar géneros literarios ni de dilucidar la adscripción de esta obra. Es cierto el tono narrativo que comenta la autora del prólogo del libro, como ciertos son el profundo lirismo que va más allá de la metafísica de manual al uso. Se trata de la vida, donde (es un hecho) está y debe estar todo el referente de la poesía, que nada dice al que no se deje llevar por la inocencia primigenia. En este punto, la intención del autor es inversa al del simple narrador: no la gran mentira expansiva de la ficción narrativa sino la verdad desnuda de todo saber ulterior al hecho de la vida misma. Aunque esta verdad sea contradictoria.


El mismo poeta, desde el principio, nos hace una declaración de intenciones enfocada siempre hacia y por la vida. Testimonio de un trabajo –dice—que a ratos me parece puede llamarse poesía, ideas líquidas como la sangre, barcos que silenciosamente se estrellan contra la nada, delirios, augurios, amor, cartas que se escapan de la mano, botellas arrojadas al mar durante años, humo y alcohol, voces, libros, sueños, vigilias, partidos y caballos negros de ajedrez, películas, profecías, viajes, dinero, soledad, fotos y óleos, dibujos, sol y tormentas, amistad, música, palabras, signos, enigmas regresando del olvido. No la vida a partir de la escritura anterior, sino escribir con el cuerpo este que cargamos. De esta manera, despersonalizando el hecho literario, dejándolo desnudo a la intemperie del vivir, llega la palabra inaugural a la poesía de Leo Lobos. Palabra que regresa del olvido; pero llega acompañada de todos esos objetos y acciones que bordean el existir y forman parte de su aura. Palabras que con el roce de los objetos recuperan su música y fluyen como ríos de energía vital y dada su vocación líquida no renuncian a su expansión hacia el mar próximo, que no separa sino une, porque nos trasciende. No vivir vidas de ficción y derrochar energías ocultándose en el texto sino expandir la vida propia para buscar ese Uno que somos. Una idea orientalista que no parte de los conocimientos previos sino que forma el tejido de la respiración del autor: sin bien saberlo, haciéndolo bien. Asimilación, diría yo, rechazo de la batuta de la tradición literaria, ésa que se construye a base de recortes celulares para encontrar la razón del vacío. Si que hay una tradición que Leo Lobos recoge en su escritura, tanto de sus lecturas de Jorge Teillier, Enrique Lihn, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas…como del entusiasmo que estos autores le transmitieron en vida, el hálito de sus poéticas, ese extrañamiento y alejamiento crítico de la literatura oficialista para ahondar en un coloquialismo que les confirió mayor vitalidad a la expresión. También hay que matizar la importancia que nuestro autor le ha dado a los grandes novelistas de ciencia ficción. Ya los escritores norteamericanos de la beat generation vieron en este género, no ya una literatura de evasión y entretenimiento, sino una búsqueda de utopías posibles o imposibles. Nova Express de William Burroughs es un ejemplo. Deleuze buscando la pulsión del rizoma en la expresión. Pero, además, tenemos la presencia de Frank Herbert e Isaac Asimov. La ciencia-ficción, en principio considerada un género narrativo menor por la Academia, cobra en la poesía de Leo Lobos entidad de utopía como las de Platón, Tomás Moro o Erasmo de Rotterdam. El poeta ve en ellos no la evasión romántica hacia mundos imaginarios y fantásticos, sino la presencia de unos visionarios que ven a la humanidad expandida por el universo buscando la inocencia de la cuna primera o paseando entre las dunas de su propia desolación proyectada hacia un futuro lejano, donde, a pesar de todos los obstáculos, el ser humano encontrará una salida en su propia energía vital. De esta manera, Leo Lobos no pestañea a la hora de citar a estos autores junto a los poetas chilenos, citas, por cierto, desmadejadas de toda intención academicista o postmoderna. No en el sentido que le dieron los llamados novísimos españoles de los años 80. Es su manera de que estos personajes participen en el poema-vórtice posterior.


No personajes, como dice el prólogo, sino integrantes de una conversación intemporal que se extiende a los lectores. Voces corales estratégicamente situadas en el tejido epidérmico del poema. Visionario, pues, el propio poeta. De esta manera apunta al hombre de la ciudad, como un ser contradictorio (como humano que es) que unas veces se ve como un pequeño dios y otras la criatura más ínfima de la creación en toda su finitud y desasosiego, que ni siquiera se para a pensar en su infinitud Cuando pase nada, y el cielo se estrelle sobre nuestras cabezas, y entremos a empujones al cementerio, como vacas muertas al vividero. He aquí la urbe donde el ser humano se transforma en homúnculo, que se diluye entre la multitud y se despersonaliza, donde más que la muerte realmente le aterra la vida. Es la primera muerte de la que habla el poeta, la inanición de la conciencia del uno cuyo destino es integrarse en una totalidad también unitaria. Sin embargo, No habrá en el paraíso otra muerte. No la habrá, desde luego, porque el ser pierde de esta manera su entidad, está perdido del decir, porque Cuántas veces después de morir has sentido ganas de vivir, y probar qué se siente. Es lo que el poeta llama la muerte grande. Nótese la agilidad que producen los encabalgamientos que no sólo se dan en estos ejemplos sino a lo largo de todo el poemario. Una utilización que va más allá de lo retórico y nos sitúa en el plano de lo visual. De esta manera, por ejemplo, el cielo cae sobre nuestras cabezas o hay una disociación entre el paraíso y su concreción, pues entre él y paraíso aparece un abismamiento visual, como si se cortara el cordón umbilical entre el hombre y su deseo de trascender. Textualidad que aspira y llega a los niveles del caligrama. Es un mirarleer, como dice Leo Lobos, es la voz que se toca. No es extraño que el poeta irrumpa en el territorio de lo visual, pues, en este sentido, esta otra faceta viene a ser no la otra cara de la misma moneda, sino dos aspectos que se intercomunican y complementan.


A todo esto hay que sumarle ese ritmo sincopado que nos remite al jazz. Otra vez lo urbano y la forma posible de liberación de las cadenas alienantes de las grandes ciudades. Una música que procede de los esclavos rurales negros norteamericanos que acallaban sus penas con el soul y sonreían a pesar de todos sus males. Sonrisa de jazz para que el ser humano pueda recuperar la individualidad de su conciencia que una vez estuvo apegada y en consonancia con la naturaleza. “Mirar el ojo de ese halcón y asustarse/ No del ojo, sino de su alegría”. En este díptico de El hombre de la guitarra azul de Wallace Stevens veo un resumen de lo que vengo diciendo y que Leo Lobos manifiesta de esa manera tan sugerente a lo largo de su viaje por las calles de todas las ciudades del mundo que recorre, en el poemario y en su vida. Asustarse de los sentimientos que surgen del centro de cada cual, asustarnos de mirar al espejo y ver que a pesar de todo brillamos. Miedo no de conocer sino de conocernos. Y todo porque los seres humanos observan la triangular estructuración de la vida que no dice nada a nadie descalzo de preguntas. Quizás cuando todas las palabras pierdan su sentido primero, sobrevivan los latidos eléctricos de unas sílabas cargadas de electricidad latiente de un corazón vivo que irradie energía y luz desde un lugar tan lejano como nosotros mismos. Antonio Arroyo Silva Gáldar, Islas Canarias, España Septiembre 29 de 2010 Antonio Arroyo Silva: nacido en Santa Cruz de La Palma, Canarias, España, en 1957. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna y profesor de Lengua y Literatura Española. Ha sido colaborador de revistas en papel, como Artymaña, La menstrua Alba (de Canarias), Zurgai (de Bilbao) y de revistas como la Sociedad de Escritores de Chile, Cinosargo, la Antología de Poesía Mundial de Fernando Sabido entre otras. Ha publicado los libros de poemas: Las metamorfosis (Cabildo Insular de La Palma, 1991) Esquina Paradise (El Vigía Editora, 2008) y Caballo de la luz (El Vigía Editora, 2010). En preparación tiene los siguientes poemarios: Symphonia, Marzo, Fila Cero, Poética de Esther Hughes y Casi luz. Fue 2º premio en el concurso de poesía de Granadilla (Tenerife), en 1981. Ha participado en el Festival Internacional de Poesía encuentro 3 Orillas (Tenerife 2009) y en el Homenaje de Poetas del Mundo a Miguel Hernández (junio de 2010). Actualmente es vocal de la Asociación Canaria de Escritores.


MUERTE EN NIZA DE VÍCTOR QUEZADA: EL PRELUDIO A UN FIN Por Eduardo Jeraldo Farías-Alderete

En Muerte en Niza nos encontramos de golpe con una atmósfera única. La versificación no es accesible para el lector común, para el amante de la poesía, aquel que le sigue fervorosamente le sueña, le experimenta y vive, halla en este poemario un opus sugerente, compacto , pulcro. Compuesto estructuralmente por tres corpus entrelazados por una línea “vidente” clara constante, personal. La atmósfera post medieval tiñe la mente del lector, con imágenes de gallardía, firmeza y campos de batalla, pero no los hallamos en los versos, si su sombra en el nombrar de la sangre y en la muerte del equino, fiel compañero, sin embargo, en el segundo de los corpus, nominado como el poemario, encontramos contemplación. El caballero encuentra en la mirada hacia si mismo y hacia el mundo un retrato de ausencias que cala hondo. Da la impresión de ser Garcilaso de la Vega, celebérrimo poeta muerto en Niza en 1536 y acostumbrado a las escenas combativas y combatientes, recordemos sus luchas políticas y militares. Víctor Quezada parece apelar a esa humanidad del poeta, a esa que no alcanzó a retratarse en sus poemas y nos muestra con vigor, al hombre enfrentándose al espejo de las reconvenciones a plasmar las ausencias, un recuento de las heridas del alma, siendo el último de los corpus, un delicado epílogo a una existencia llenas de avatares desequilibrantes materializándose así, inteligentemente, una reinvención de escena, no una reconstitución. El sello del poeta se encuentra en la disposición de los elementos dentro de cada verso, así encontramos velado el vértigo de una muerte próxima, la materialización última de la ausencia. En cuanto a la musicalidad, nos encontramos con un ritmo propio pero que sugiere a los autores españoles del siglo XVI que recuerda a ratos, en una opinión muy personal, a las décimas de Nostradamus. Muerte en Niza es el plasmar un instante de recogimiento en que un hombre, un poeta, un caballero en este caso. Retazos de memoria imágenes y conclusiones en el lienzo de una hoja en blanco. Obra concisa, pulcra, sugerente.


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DAD DE LAS CUATRO ESQUINAS



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