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en primera persona Esperanza,

Entrevista Con Gloria Rudolf

La Fundación Ciudad del Saber ha publicado recientemente la obra Esperanza habla: Confrontando un siglo de cambio global en el Panamá rural, escrita por la antropóloga estadounidense Gloria Rudolf. Este trabajo examina un siglo de cambios socioeconómicos en Loma Bonita, una comunidad en las montañas de Coclé, a través de las experiencias de una mujer, Esperanza Ruiz, y cuatro generaciones de su familia. Con una narrativa íntima, el libro muestra cómo la gente corriente, por medio de sus decisiones y acciones, es afectada por la historia, pero también, en sentido contrario, influye en cómo ésta se desarrolla.

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La familia de Esperanza se nos presenta como víctima y como protagonista de sus propias historias. A pesar de haber nacido en la pobreza rural y con opciones limitadas, vemos en el libro cómo encuentran pequeñas oportunidades para intentar mejorar sus vidas. Algunas veces con éxito, otras veces sin él, sobreviven aprovechando su más abundante recurso: que cuentan los unos con los otros. Basado en 20 visitas a la comunidad a lo largo de 50 años, Esperanza habla es el resultado de un largo y dedicado compromiso entre una antropóloga y una comunidad, en una hermosa pieza de narrativa etnográfica.

Gloria Rudolf es investigadora asociada en el Departamento de Antropología de University of Pittsburgh, Estados Unidos. En 2000 publicó su obra La gente pobre de Panamá: víctimas, agentes y hacedores de la historia (Editorial Universitaria). Walo Araújo, miembro del equipo de la Fundación Ciudad del Saber y responsable de la edición de Esperanza habla en español, entrevistó a Gloria Rudolf para la revista Sapiens.

¿Por qué elegiste Panamá para tu investigación de doctorado en 1972?

Mi historia de amor con Panamá comenzó una década antes de que pusiera pie en Loma Bonita en 1972, o supiera nada sobre antropología. Esta es la historia:

Era 1962. Yo estaba terminando mi segundo año en la universidad, cuando un día mi novio, Jim, me llamó para darme grandes noticias. Un año antes, Jim se había graduado de la universidad y se había unido al ejército de los Estados Unidos. “Me están enviando a Panamá por dos años”, anunció.

Si había algo en aquellos días que encendía mi corazón más que los estudios universitarios, era mi ardiente deseo de ver el mundo. Y así, sin dudarlo, tomé una licencia de la universidad, me casé con Jim y nos fuimos a Panamá. Vivíamos en un apartamento de una habitación en la ciudad de Panamá y trabajábamos duro durante la semana. Pero los fines de semana arrancábamos nuestro Renault de color verde menta del año 1959 y manejábamos a todas partes a las que se podía llegar en carro en aquel entonces.

Fue durante esos paseos que me enamoré del diminuto y hermoso país de Panamá. En tan solo un día podíamos dejar la ruidosa y calurosa ciudad por la mañana, llegar a una fascinante comunidad de montaña antes del mediodía y estar en una impresionante playa junto al océano a media tarde. Pero, sobre todo, lo que cautivó mi corazón durante esas aventuras fueron las personas que conocimos en el camino: siempre amigables, curiosas y dispuestas a ayudar.

Y así, para cuando dejamos Panamá dos años después, en 1965, sabía que tenía que regresar para aprender más sobre el país y su gente. Lo único que aún no sabía era cómo lograrlo. Hasta aproximadamente un mes después.

Jim y yo estábamos manejando por un camino de tierra fuera de la Carretera Interamericana en Guatemala, en nuestro viaje de regreso a Estados Unidos desde Panamá. Al final de este camino, una joven salió de un grupo de pequeñas casas de adobe para saludarnos. Para nuestra sorpresa, ella era de Estados Unidos y había estado viviendo en esta comunidad durante casi un año. Estaba allí, explicó, para comprender las perspectivas de vida de las personas como parte de la investigación para su doctorado en antropología.

En ese momento supe cómo volvería a Panamá. Estudiaría antropología y regresaría para vivir en una comunidad y aprender de la misma gente sobre sus vidas. Siete años después, llegué a Loma Bonita para llevar a cabo un proyecto de investigación de un año de duración con ese propósito.

¿Cómo elegiste Loma Bonita? ¿Por qué esa comunidad en particular?

Después de años de estudiar antropología en aulas estadounidenses, finalmente llegué a Ciudad de Panamá a finales de 1971 para comenzar mi investigación. Me sentía preparada. Tenía en mi posesión cartas de permiso del gobierno panameño, una pequeña subvención inicial de mi universidad y un conjunto de preguntas generales de investigación plasmadas en papel.

Estaba lista. Excepto por un detalle bastante enorme: ¿Dónde? ¿Dónde llevaría a cabo mi trabajo? Mirando hacia atrás, dos consideraciones importantes finalmente me llevaron a Loma Bonita.

Quería estudiar cómo estos proyectos afectaban las relaciones en la comunidad entre familias más pobres y prósperas (clase social) y entre mujeres y hombres (género).

Mis

propias preguntas de investigación dictaban que debía vivir en una comunidad rural pobre que fuera receptora, por primera vez en su historia, de programas gubernamentales destinados a aliviar la pobreza rural.

También entraron en juego consideraciones personales. Por ejemplo, mi sitio de investigación debía estar ubicado no muy lejos de Penonomé, porque conocía a una familia que vivía en las afueras de esa ciudad y que siempre me recibiría con calidez y me ayudaría. Después de todo, era tanto una antropóloga determinada como una mujer joven que se sentía muy sola y bastante asustada. Otros factores personales también estaban en mi mente. ¿Sería tolerable el clima y la comida? ¿Me sentiría segura?

Pasé aproximadamente un mes después de mi llegada a ciudad de Panamá leyendo y hablando con todas las personas que conocí en las universidades y oficinas gubernamentales para saber dónde se estaban iniciando los programas de reforma del gobierno de Torrijos en la región de Penonomé. Luego vino la tarea más complicada de encontrar funcionarios (o cualquier otra persona) dispuestos a dejarme acompañarlos en sus visitas allí. Mi tiempo y dinero se agotaban, sin encontrar aún un lugar que cumpliera mis criterios, cuando alguien sugirió un lugar llamado Loma Bonita en las tierras altas alrededor de El Copé, donde el gobierno estaba iniciando una cooperativa de café. Fui allí y quedé inmediatamente cautivada, una visita que describo en mi libro Esperanza habla El resto es historia.

Loma Bonita es la comunidad donde vive Esperanza Ruiz, una mujer cuya vida da estructura al relato del libro y a quien describes como una aguda observadora, intérprete de la saga de su comunidad y magnífica narradora. Cuéntanos un poco cómo fue el proceso que te llevó a hacer de Esperanza el personaje principal de esta historia. ¿Lo tuviste claro desde el principio o fue una idea que surgió durante el proceso de edición de tus notas de campo?

Sí, desde el principio supe que Esperanza y su familia estarían entre los personajes principales en el relato sobre la historia de Loma Bonita, pero inicialmente no los veía como los únicos protagonistas principales.

Para explicarlo, permítanme retroceder un poco en el tiempo. A principios de 2016, me enteré de que la Editorial de la Universidad de Toronto estaba buscando propuestas de libros sobre “etnografías que fueran cortas y cautivadoras”. Esto encajaba perfectamente con el tipo de libro que había deseado escribir durante muchos años.

A lo largo de mis cinco décadas y casi 20 visitas de investigación a Loma Bonita, había publicado varios artículos y un libro sobre la historia de esta comunidad y el papel que desempeñan las personas comunes en la configuración del cambio histórico. Pero nada de lo que había escrito había capturado a las personas reales que llegué a conocer, disfrutar y respetar en Loma Bonita, sus alegrías y tristezas, su humor e ira, su desesperación y esperanza.

Sentía una necesidad urgente de hacer que cobraran vida para que los lectores pudieran empatizar, al igual que yo, con sus luchas diarias contra la desigualdad y la pobreza, y sus sueños de un futuro mejor. La empatía revela nuestra humanidad compartida y puede ayudar a los lectores a comprender las conexiones entre sus propias vidas y las de los demás, abriendo un camino para actuar en beneficio de estos.

Con ese espíritu, mi propuesta inicial a la Editorial de la Universidad de Toronto describía un libro corto que seduciría a los lectores al relatar la historia de la comunidad de una manera conmovedora, a través de las historias de vida de tres familias. Esperanza y su familia serían una de estas tres familias. Tenía un nivel incomparable de comodidad y conexión con varias generaciones de esa familia, especialmente porque había comido dos comidas al día en su hogar desde que comencé mi trabajo de campo en 1972.

Sin embargo, después de que comencé a escribir no tardé mucho tiempo en darme cuenta de la imposibilidad de capturar las vidas de tres familias completas en un libro corto. Tenía que elegir una, y no había competencia, debía ser la de Esperanza. No solo había aprendido mucho sobre las vidas de tantos miembros de su familia, sino que desde el principio había tenido una relación especial con Esperanza misma. Era una maestra y narradora nata que me había enseñado no solo sobre lo que había sucedido en su vida, sino también sobre cómo pensaba y sentía acerca de las cosas. Sería un privilegio poder compartir su voz con los lectores.

El haber tenido la oportunidad de trabajar contigo en la edición en español hizo muy evidente para mí tu preocupación por producir una obra que fuera tan rigurosa desde el punto de vista científico, como accesible para el público general. En tu cautivante relato, se van entrelazando escenas que resultarán muy visuales y cercanas para quienes lo lean. El texto va introduciendo aquí y allá, en los momentos en los que mejor conviene, información sobre cuestiones socioculturales e históricas que dan una perspectiva más amplia sobre lo que está pasando en Panamá y el mundo. De esta manera, se pueden ver más claramente conexiones entre lo local, lo nacional y lo global en cada momento.

Por todas estas características, pienso que Esperanza habla puede ser considerada también una pieza de divulgación científica. Me gustaría que comentaras sobre cómo ves el papel de quienes producen ciencia (en tu caso, las ciencias sociales) en la divulgación del conocimiento.

En mi opinión, los científicos sociales deberían compartir los resultados de sus investigaciones tan ampliamente como les sea posible y hacerlo de tal forma que pueda beneficiar a los sujetos de estudio. Sin embargo, poner en acción estos objetivos aparentemente claros es, en realidad, enormemente complejo. En la práctica, las posibilidades de compartir los resultados de cualquier investigación a menudo están moldeadas por las condiciones específicas del sitio de trabajo de campo, su contexto político, y las opiniones y circunstancias personales y políticas del científico social.

En mi caso, siempre me he comprometido plenamente a “devolver” mi trabajo a las personas de Loma Bonita y Panamá, pero a menudo he tenido que conformarme con lo que ha sido posible en lugar de lo ideal.

Aquí, un ejemplo. Durante la época de los gobiernos militares de Panamá en las décadas de 1970 y 1980, realicé cinco viajes de investigación a Panamá, cada uno con el permiso correspondiente del Instituto Nacional de Cultura. Sin embargo, sentí que los funcionarios militares me recibían con cautela y sospecha. Por ello, decidí que mi mejor estrategia para continuar mi trabajo era hacerme lo más invisible posible para el personal militar, llegando rápidamente a Loma Bonita, que estaba lejos, y quedándome allí el mayor tiempo posible. Estaría en Loma Bonita pocos días después de mi llegada y regresaría a ciudad de Panamá solo por unos días al final para participar en una presentación pública de mi investigación, que a menudo se publicaba posteriormente en una revista panameña. Como pueden imaginar, esto limitó enormemente mi capacidad para compartir mi estudio con audiencias fuera de la comunidad.

También en Loma Bonita mis esfuerzos por compartir lo que había aprendido fueron limitados por las condiciones particulares de mi trabajo de campo. Llegaba con docenas de copias de un artículo que había publicado y traducido al español para los miembros de la comunidad, pero en la práctica la entrega era un desafío. Durante una o dos semanas tenía que subir y bajar por las empinadas y resbaladizas pendientes para llegar a cada hogar, entregar una copia a la familia y explicar los puntos principales (algo que era muy importante), ya que en ese momento la mayoría de los adultos tenían poca educación o experiencia en lectura.

En los viajes de investigación posteriores, diferentes contextos políticos y de campo me han permitido explorar otras formas de compartir mi trabajo, aunque siempre limitado por las restricciones de tiempo de mis visitas a Panamá. En ciudad de Panamá he impartido clases universitarias, escrito editoriales en periódicos sobre Loma Bonita y presentado mi trabajo a varias audiencias, ocasionalmente a través de programas de radio o televisión. En Loma Bonita he llevado a estudiantes universitarios a la comunidad para que aprendan directamente de los residentes, organizado varias reuniones comunitarias para discutir algún aspecto de mi estudio y distribuir copias escritas, y apoyado algunos proyectos externos que han llevado recursos y/o experiencias educativas a la gente de Loma Bonita.

¿Han cambiado estos esfuerzos de mi parte las condiciones subyacentes de desigualdad y pobreza impuestas por el capitalismo global y las políticas gubernamentales en los miembros de la comunidad? Es poco probable. ¿Han beneficiado a las personas de Loma Bonita o Panamá de alguna manera? Me gusta pensar que sí, aunque ese es un tema complejo para otra conversación.

En la introducción del libro explicas cómo el método de investigación que has venido empleando (la observación participante a largo plazo) requiere el establecimiento de relaciones de mutuo respeto y confianza con las personas de la comunidad (“...no hay nada que importe más... y no hay nada que pueda ser más difícil”). También requiere una implicación personal en tareas y momentos de la vida cotidiana de la gente. Esta frase me resultó impactante: “El trabajo de campo (al igual que la vida) es tanto un asunto del corazón como de la mente”. Me gustaría que desarrollaras un poco más esta idea para quienes realizan o quieran realizar trabajo de campo con comunidades.

Me gustaría responder a esta pregunta con una historia. Cuando llegué por primera vez a Loma Bonita en 1972, era una comunidad donde la gente recogía agua de los arroyos, alumbraba con lámparas de queroseno y subía descalza montañas empinadas. Yo era una chica urbana de los Estados Unidos, proveniente de una familia de clase trabajadora, que siempre había tenido agua y luz al alcance de la mano y nunca había subido una montaña en su vida.

Una pesadilla de incomodidad nos separaba en ambas direcciones; nuestros mundos eran completamente desconocidos entre sí, sin forma de saber cómo nos sentíamos o pensábamos el uno sobre el otro.

Entonces, un día, aproximadamente seis semanas después de mi llegada, una persona de la comunidad llamada Esperanza Ruiz me invitó a acompañarla a ella y a su familia en un viaje de dos días a la montaña donde tenían una pequeña finca de café. Por supuesto, quería ir, pero admití mi miedo a hacerlo a pie. “Lleva contigo el caballo que acabas de comprar al señor Ricardo”, sugirió Esperanza, prometiendo que me ayudarían con el animal.

Al día siguiente partimos, pasamos una noche en casa de un familiar y al siguiente día temprano nos preparamos para dirigirnos a la finca de café. Todos me ayudaron a subir con confianza al sillín de mi caballo. Diez minutos después, sin previo aviso, el caballo giró la cabeza y me mordió la pierna izquierda, atravesando mis gruesos pantalones. La sangre brotaba, al igual que mi rabia. Como una loca, salté del sillín y, gritando obscenidades en inglés, tomé una rama para golpear al animal. En ese momento, Esperanza corrió hacia mí, me hizo sentar en una roca cercana para examinar mi herida y me declaró viva. A través de las lágrimas, levanté la vista y vi que ella, al igual que todos, estaba riendo. Fue entonces cuando me di cuenta de lo ridícula que debía lucir. Empecé a reír también. “Ya no quiero saber nada de caballos”, anuncié.

Al atardecer de ese día, regresamos a Loma Bonita. De alguna manera, la noticia del incidente con el caballo había llegado antes que nosotros. A medida que pasábamos por cada casa, la gente salía corriendo para saludarnos y contar nuevamente los cómicos (para ellos) eventos de cómo la mordida del caballo me había hecho llorar y enfurecer tanto que había intentado atacarlo, mientras maldecía en inglés.

Este evento resultó ser un punto de partida en mis relaciones con muchos miembros de la comunidad. Todavía era una extraña, pero mis lágrimas, miedos y enfados eran sentimientos reconocibles para todos. Podían empatizar conmigo, podían ver y sentir algo que teníamos en común. Y yo también podía hacerlo con ellos.

El respeto mutuo y la confianza comienzan ahí, entendiendo y sintiendo nuestra humanidad compartida. Mente y corazón en sincronía. Y no hay forma más poderosa de lograr que esto suceda que experimentando juntos los altibajos de la vida. Esta es la magia que ofrece el método de observación participante a largo plazo.

¿Qué puede enseñarnos la historia de Esperanza Ruiz y de Loma Bonita sobre cómo abordar los programas que se diseñan y llevan a cabo con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de las comunidades rurales? De forma más general, ¿cómo se puede desde la antropología y las ciencias sociales contribuir en ello?

Imagina este escenario. Trabajas en una organización sin fines de lucro en Panamá que ha decidido iniciar un proyecto para mejorar la vida de las personas en una comunidad rural pobre llamada Vista Linda. Se te pide que vayas allí, te presentes y lleves a cabo una reunión con los residentes para conocer sus ideas sobre lo que más les podría ayudar. Luego, se te pide que los asistas en llevarlo a cabo. Afortunadamente, acabas de leer el libro Esperanza habla, un estudio antropológico sobre la vida en otra comunidad rural pobre de Panamá, y te ha brindado nuevas ideas sobre qué esperar, a qué prestar atención, qué hacer y qué no hacer. Escribes algunas ideas claves para utilizarlas como guías.

• Es probable que Vista Linda sea un lugar con una historia larga y compleja, y residentes que no solo se conocen bien entre sí, sino que también pueden tener lazos de parentesco y vecindad multigeneracionales.

Recordatorio: Desde el principio, trata de aprender sobre estas relaciones y, especialmente, sobre las experiencias pasadas de trabajar juntos en proyectos similares. Esto te ayudará a comprender quién está, o no está, participando en el proyecto, e igualmente importante, por qué.

• Aunque las familias en Vista Linda sean consideradas por gente de afuera como “pobres”, en realidad puedo esperar encontrar divisiones entre ellas basadas en desigualdades económicas y/o diferencias importantes en creencias políticas o religiosas.

Recordatorio: No existe “LA comunidad”. Para lograr la participación en el proyecto de personas con diversas circunstancias y puntos de vista, trata primero de conocer las desigualdades existentes, divisiones, alianzas y animosidades entre las familias.

• Es probable que las mujeres y los hombres en Vista Linda sean agricultores ocupados y trabajadores asalariados que a menudo se desplazan a zonas rurales y urbanas en busca de trabajo remunerado, tan necesario. Esto significa que algunos miembros de la comunidad vivirán permanentemente en otros lugares, y otros estarán yendo y volviendo. La vida familiar ya no es exclusivamente rural o urbana, sino que se vive dentro de un espacio rural-urbano único a través del cual los miembros de la familia, los recursos, el apoyo y el amor se mueven en ambas direcciones.

Recordatorio: Considera el impacto de la migración en cada paso del proyecto, ya que afectará la participación en el proyecto, su estabilidad y duración, especialmente en cuanto al liderazgo y las comunicaciones.

• Ten en cuenta la idea de que las personas de Vista Linda son víctimas de condiciones estructurales impuestas por la economía política capitalista de Panamá, pero también son agentes activos que luchan diariamente para superar esas barreras.

Recordatorio: Cada paso del proyecto debe comenzar con, y construir acciones en torno al respeto y la apreciación por el conocimiento y la experiencia de los miembros de la comunidad.

En Esperanza habla Gloria Rudolf nos explica que “cuando vemos el cambio de abajo hacia arriba, poniendo en primer plano la vida y la humanidad de las personas como Esperanza y su familia, se hace claro que personas comunes pueden influir en la manera en que se desarrolla la historia”.

Desde las páginas de su obra, Rudolf nos invita a ejercer una ciudadanía universal, que define como un compromiso por involucrarse activamente en la reestructuración del mundo en favor de una mayor igualdad de oportunidades y de beneficios para todas las personas.

¿Cómo adquirir el libro?

Puedes comprarlo en El Hombre de La Mancha y en las oficinas de la Fundación Ciudad del Saber (calle Luis Bonilla, edificio 104 de Ciudad del Saber. Tel. 306-3700).

Accede aquí al libro digital - Primer capítulo:

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