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LOS TIEMPOS DE LA CIUDAD
Guillermo Castro H.* Imagen extraída de la portada de la revista Life, enero 1964
el tronco ha de
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Y calle el pedante vencido;
En 2023 la Ciudad del Saber llegó al año 25 de su creación. Ese es su tiempo cronológico, que seguirá acumulándose. Pero ese no es su tiempo histórico, cuyo sentido trasciende la sucesión de los días y los años, pues se refiere a la formación y las transformaciones de las circunstancias que determinan la trascendencia de la acción humana. A eso se refiere el hecho, por ejemplo, de que la Ciudad conmemore cada año, sembrando de banderas su prado frontal, lo ocurrido el 2 de mayo de 1958, cuando un grupo de jóvenes panameños sorprendió a las autoridades estadounidenses que administraban el Canal de Panamá al sembrar la enseña nacional en varios lugares simbólicos de la antigua Zona del Canal. Aquella Operación Soberanía, como fue llamada esa manifestación de patriotismo, inauguró una nueva etapa en las relaciones entre Panamá y los Estados Unidos, en la cual la propia sociedad panameña se convirtió en un protagonista de primer orden.
La primera fase de esta etapa culminó, como sabemos, en enero de 1964, cuando una amplia movilización social dejó en evidencia que la república y la Zona del Canal habían llegado al límite de sus posibilidades de coexistencia. Eso hizo indispensable para ambas partes la negociación de un tratado nuevo, que abolió el de 1903, restauró la soberanía de nuestra República de Panamá sobre todo su territorio, y puso fin así a las causas de conflicto entre ambos países.
*Panamá, 1950. Doctor en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995. Colaborador de la Fundación Ciudad del Saber desde 2000, y hoy asesor de su Presidente Ejecutivo.
1 “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de 1 1 Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 18.
Tal fue lo más visible de aquellos hechos. Sin embargo, la plenitud de su significado solo emerge cuando los ubicamos en un contexto más amplio. Aquella siembra de banderas, en efecto, contribuyó a incorporar a Panamá al proceso de transición desde la organización colonial del sistema mundial –establecida entre 1650 y 1850- hacia la que conocemos, integrada por una comunidad mundial de estados nacionales.
Ese proceso de transición fue inaugurado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional, realizada en San Francisco de abril a junio de 1945, en la que tuvo una destacada participación el panameño Ricardo J. Alfaro. Para ese entonces existían 51 Estados nacionales –y Panamá era uno de ellos. A partir de allí, con la incorporación de los estados que se formaron a partir de la desintegración de aquel sistema colonial, esa comunidad mundial tiene hoy 193 integrantes.
En ese marco, y en lo que nos toca, tuvo especial importancia la nacionalización del Canal de Suez por el gobierno de la República Árabe de Egipto, el 26 de julio de 1956. Esto generó un conflicto entre el Reino Unido y Egipto, que vino a ser resuelto con la mediación de las Naciones Unidas, apoyada por los Estados Unidos, a principios de 1957, demostrando así la capacidad del sistema internacional para resolver mediante negociaciones los conflictos heredados del período colonial.
Tal fue el entorno en que cabe situar el punto de partida del camino que conduce a la ceremonia que realizamos hoy. La formación de la semilla que floreció en la convocatoria a la creación de la Ciudad del Saber a mediados de la década de 1990, en efecto, puede remontarse a 1956. En ese año, al tomar posesión de su cargo como presidente de la República tras un período particularmente convulso en la vida nacional que se extendió de 1941 a 1955-2, Ernesto de la Guardia señaló en su discurso que Panamá había llegado “al extremo de un modo y una manera de vivir que resultan inadecuados para satisfacer las más apremiantes exigencias del país”, y agregó enseguida que: una ilusión sostenida por los panameños durante cuatro siglos, en virtud de la cual la función del tránsito interoceánico aparecía como factor predominante, si no exclusivo, de nuestra existencia colectiva... se ha derrumbado al choque con la realidad [y] la idea predominante entre nosotros hasta recientes años de que las faenas relacionadas con el cruce por el istmo subvendrían eternamente a nuestras necesidades, ha perdido vigencia.3
2 El período incluyó dos golpes de Estado, la elaboración de una nueva Constitución en 1946, el asesinato del presidente José Antonio Remón Cantera y la designación de 13 presidentes o encargados del poder presidencial.
Aquel discurso presentó al país un panorama que no deja de recordar algunos elementos de nuestra realidad de hoy: elevado desempleo, inflación, extremas desigualdades en el desarrollo regional y social, y retraso en la diversificación de la actividad productiva. Ante ese panorama, el presidente de la Guardia planteó tres propuestas que hoy vuelven a ser innovadoras: la necesidad de una política orientada a la ampliación del mercado interno como medio para atender a las necesidades sociales del país; la reforma del modelo de desarrollo sustentado en los ingresos generados por la vía interoceánica, y la necesidad de sustentar esa reforma con la planificación que demandaba el desarrollo integral de nuestra sociedad. Ese planteamiento renueva hoy su presencia como un problema pendiente de solución, si bien lo hace en una circunstancia distinta. En verdad, a lo largo de los 67 años transcurridos desde entonces, Panamá ha conocido cambios que permiten encarar la tarea de transformar el modelo de desarrollo vigente en el país desde el siglo XVI.
El más importante de esos cambios fue, sin duda, la recuperación del territorio de la Zona del Canal, y el paso de la administración del Canal de Panamá de manos del estado norteamericano a las del estado panameño. Fue en el marco de ese proceso que la semilla de la Ciudad del Saber encontró el suelo donde crecer en esta antigua base militar. Desde aquí, despliega hoy toda la riqueza del follaje en que anidan dos centenares de entidades empresariales, científicas, académicas y de cooperación internacional que contribuyen al desarrollo de las capacidades de innovación que Panamá demanda, y desde el cual se ofrecen relevantes servicios culturales y de formación a todo el país.
Vistas así las cosas, no es de extrañar que uno de los fundadores de la Ciudad del Saber, Fernando Eleta Almarán, fuera a los 37 años Ministro de Hacienda y Tesoro en el gobierno de Ernesto de la Guardia y de Relaciones Exteriores en el de Marcos Robles, entre 1964 y 1968. De aquella misma generación provino el otro fundador, Gabriel Lewis Galindo, quien contribuyó como diplomático en la negociación del Tratado Torrijos-Carter y colaboró como Ministro de Relaciones Exteriores entre 1994 y 1996, en el gobierno del Presidente Ernesto Pérez Balladares.
Fernando Eleta Almarán y Gabriel Lewis Galindo ofrecieron así a la Ciudad del Saber un vínculo viviente entre la semilla de origen y los frutos del árbol nacido de esa semilla. La concibieron como un medio para brindar servicios al mundo, unir culturas y contribuir al resurgimiento de una América Latina próspera y democrática, mediante el fomento de la capacidad de los panameños para crecer con el mundo, y ayudarlo a crecer.
Hoy, el proceso del que forma parte ese vínculo gana en importancia día con día, recordándonos que para nuestra república el ejercicio de la plena soberanía conlleva tanto derechos como deberes. Así, la creación de la Ciudad veinticinco años atrás, fue un acto de ejercicio de esos derechos para el cumplimiento de esos deberes, cuando el país iniciaba el camino que lo llevaría a encarar el desafío de pasar desde el Pro Mundi Beneficio de nuestros orígenes hacia el Pro Domo Beneficio de nuestro destino.
La Ciudad del Saber constituye ya un medio, entre otros tantos que esa tarea demanda, para contribuir a poner el conocimiento al servicio del desarrollo sostenible de una sociedad próspera, equitativa y democrática. Y esto se ha logrado a partir de una singular dificultad: la de que nadie sabía entonces qué cosa era una Ciudad del Saber, ni cómo construirla. Tanto más, cuanto que aquel propósito debía ser encarado en una circunstancia inédita en nuestra historia.
La Ciudad, en efecto, nació cuando el mundo empezaba su transición desde una economía sustentada en la competencia entre mercados nacionales hacia otra organizada entre regiones que compartían flujos de valor materiales, culturales y de
Cuando la tarea de organizar la Ciudad del Saber fue emprendida, se hablaba en el mundo de ciudades del conocimiento, y de tecno parques en que convergían universidades, empresas y el Estado. Sin embargo, la realidad siempre es superior a la idea y la nuestra en aquel entonces era la de una sociedad que emergía apenas de la primera fase de un proceso de transformaciones que aún estaba en curso.
Aquí, el factor decisivo fue que nuestros fundadores –que conocían muy bien el país que venían ayudando a convertir en una nación en el pleno y más rico sentido de la palabra – no se dejaron llevar por el espíritu de la imitación aún dominante entre nosotros, y ejercieron, en cambio, el de la innovación, como lo habían hecho a lo largo de sus vidas. Eso es tanto más admirable si consideramos que en aquella primera fase de nuestro ingreso al ejercicio pleno de la soberanía, era natural que la incorporación de la Zona del Canal al país generara en primer término un proceso de ampliación del enclave de servicios globales que hoy acoge la Región Interoceánica.
Aquella tarea era de tal magnitud y complejidad que, para mentes menos avisadas, podía ser confundida como un destino necesario para el país entero, cuando era apenas un punto de partida hacia posibilidades aún mayores. Esa primera fase está culminada en lo esencial. Hoy, en efecto, en la Región Interoceánica se ha constituido una Plataforma de Servicios Globales – de la que hace parte la Ciudad del Saber, como proveedora de servicios de gestión del conocimiento – que genera cerca del 85% de la riqueza nacional y congrega a la mitad de la población del país.
En las condiciones actuales, esto ha llevado a un extremo las tensiones de nuestro modelo tradicional de desarrollo que señalara el presidente Ernesto de la Guardia en 1956. Se ha hecho evidente, en particular, que la organización territorial de nuestra economía limita nuestras capacidades para aprovechar importantes recursos naturales – como el agua, la biodiversidad y las tierras aptas para la agricultura -, diversificar nuestra economía mediante la introducción de actividades innovadoras como la producción de servicios ambientales en un mundo que encara una grave crisis ecológica y, sobre todo, la de poner en valor el talento y la disposición al trabajo de nuestra gente.
Esta situación demanda ya mejorar la integración del Canal a la economía interna del país, convirtiéndolo en un factor de competitividad para nuestros productores, a fin de garantizar la sostenibilidad de la vía interoceánica. Ha llegado, en suma, la hora de encarar el hecho de que el Canal depende del país, tanto como este depende de aquel.
Este hecho será determinante en la nueva fase del proceso de construcción de la república soberana en que ya hemos ingresado. Del cuidado que prestemos a ese vínculo entre el Canal y su país depende la posibilidad de crear las condiciones que nos permitan encarar los desafíos del siglo XXI desde las oportunidades que emergen de la crisis en curso en el sistema mundial. Allí está la clave de la prosperidad equitativa y sostenible que demanda nuestra sociedad, cuya construcción depende cada vez más de la innovación para el cambio social.
El indudable éxito logrado por la Ciudad del Saber como polo de relacionamiento entre las dimensiones empresarial, científica, educativa, cultural y social del desarrollo ha generado las condiciones indispensables para que ella pueda incidir positivamente en esta etapa nueva de nuestra formación republicana. La creación de la Ciudad inauguró un proceso en el que convergieron – y hoy lo hacen más que nunca – la construcción de un proyecto innovador sin precedentes en nuestra historia, y la acumulación de experiencias que a menudo no encajaban en los usos, las costumbres y los miedos largamente establecidos en nuestra sociedad.
En verdad, llega la hora de llevar nuestra siembra de banderas al país entero, incorporando las experiencias acumuladas por la Ciudad del Saber en su desarrollo, a las que van siendo acumuladas por otras múltiples iniciativas, grandes y pequeñas, que se mueven en la misma dirección en diferentes regiones del país. Si ayer fuimos una excepción a veces mal comprendida por el espíritu de la imitación, hoy podemos empezar a ser parte de una norma nueva: la de la innovación para el cambio social, ejercida por todos para el bien de nuestra nación entera. Tales son nuestros tiempos, y estamos sin duda a la altura de ellos.
Ciudad del Saber, Panamá, 14 de octubre de 2023