La Llorona De
San Miguel Lizardo Porres V.
La Llorona De
San Miguel Lizardo Porres V.
Los gritos de la Llorona se los tragaba la obscuridad y se perdían en la noche, camino al puente que unía los terrenos de las fincas San Miguel y las Mercedes. Eran exclamaciones de madre perdida que principiaban en el tanque y lavadero comunal, construido frente a las casas de las familias Reyes, Palomo, Hernández, y otros vecinos, al final de la población, camino hacia la montaña. Eran gritos que paraban los pelos hasta de los perros callejeros que aullaban en las noches de claridad.
Dicen los comuneros y mozos colonos del lugar, que cuando se construyó el tanque municipal, para recibir el último ramal de agua que llegaba entubada desde el río detrás de la iglesia, los albañiles maldijeron el esfuerzo de transportar tanta agua y desperdiciarla en el riego de tantos güisquilares, en el verano sediento de finales del gobierno presidido por el demente presidente Lázaro Chacón. El pueblo en esa época no tenía drenajes, y la abundante agua que rebalsaba del tanque se vertía en una cuneta que la llevaba camino abajo, hacia el sur, hasta el puente de la finca Las Mercedes. Era más agua la que se iba al río, que la utilizada para los beneficios de la población, pasaba frente a la casa de Lichita López, Julio Estrada, Gabriel y Leonardo Hernández; se detenía durante días frente al campo de fútbol, que años más tarde el Ingeniero Juan José Arroyave Valdez, dueño de la finca San Miguel, donó a la municipalidad como beneficio de la lotificación de la Colonia Santa Sofía. Esa agua, ya maloliente y putrefacta, se deslizaba hacia abajo, a morir en el río, contaminarlo y volverla enfermiza.
No pasó mucho tiempo sin que la Llorona apareciera. Se decía que no era para buscar a su hijo ahogado, sino que para bañarse y cuidar que el agua no siguiera desperdiciándose al ser utilizada para regar hortalizas y güisquilares. Llegaba al tanque casi a media noche, se bañaba, a la vez que con canto agudo, alguna vecina que la oía se ponía a rezar, no conciliaba el sueño o adelantaba sus oficios del día siguiente.
Narró doña Mila Sotoj que, una noche de marzo, junto a su vecina Berta Hernández, decidieron lavar ropa en el tanque, sin importar las habladurías que de la Llorona se decían. Extrañeza les causó que el agua del tanque se agitaba, como si manos gigantes hubieran tomado abundante agua, ya que de las orillas rebalsaba en abundante desperdicio. Las vecinas sintieron fuertes exhalaciones en la cara como si alguien, en lugar de azuzar un fuego casero, les soplara con fuerza en la cabeza que hasta el pelo les alborotaba.
_ Ave María Purísima, dijo una de ellas. Ay, Dios mío, esa es seña que la muerte anda cerca de este lugar. Vámonos para la casa. Apenas habían dado pasos gigantes, cuando escucharon que los gritos desgajaban el silencio de la
2
obscuridad. Se perdían en el camino hacia el puente de Las Mercedes, donde es más profunda la penumbra y se pierde el color y el rumor. El incidente pronto dio giro hacia una realidad en boca del vecindario. Pronto se reunió el Señor Intendente Municipal, algunos finqueros adyacentes y hasta del párroco Víctor Urbizu, enviado por la curia, a petición del Obispo Piñol y Batres, quien frecuentaba a sus parientes, los Batres, terratenientes de la comarca y donde, según el obispo, se comían ricos manjares dominicales. Ave María Purísima, dijo una de ellas. Ay, Dios mío,
Hubo abundantes opiniones entre autoridades y vecinos, todas al principio encontradas, pero el temor, las creencias, el mito, la ignorancia y las débiles fuerzas espirituales, terminaron por darle fe y credibilidad a lo que los testigos oyeron, vieron y sintieron con la presencia de la Llorona. Ya no hubo paz en el alma de los vecinos. Las noches eran eternas y nadie deambulaba por las calles, por el temor de oír y ver al enigmático personaje.
esa es seña que la muerte anda cerca de este lugar. Vámonos para la casa.
El cura Víctor Urbizu, dada su fuerza espiritual y la fe de su pertenencia a la orden Franciscana, nacida de su procedencia española donde han existido innumerables mitos de espantos, desaparecidos y leyendas durante muchos siglos, sugirió que los feligreses se entregaran con más pasión
3
a las enseñanzas de Jesucristo. Argumentaba que los gobiernos liberales habían apoyado a otras tendencias religiosas de falsos profetas, que en Guatemala terminara la libertad religiosa y abundaran otras interpretaciones bíblicas, en detrimento de la fortaleza católica.
Recalcaba el prelado que a eso se debían las extrañas creencias de los vecinos, en seres representantes de lo desconocido y de la incertidumbre, y que solo la fe en Dios daría fortaleza para desoír y no creer en imaginaciones, que eran resultado de la vida pecaminosa de quienes pensaban en esas imaginaciones. Sugirió a la vez, que las hermandades católicas fueran más unidas y sus miembros se acercaran con constancia y misticismo a la Iglesia y a las palabras del evangelio; que el vecindario fuera firme en sus convicciones católicas y a la unión del alma con Dios por el amor.
Al poco tiempo después de los consejos del Cura Párroco y del crecimiento de las hermandades, las lavanderas fueron perdiendo el miedo al tanque San Miguel y, en grupos numerosos, con claridad del día, retomaron sus habituales oficios del aseo de las vestimentas y otras piezas del hogar. Una vez principiaba la caída del Sol y la penumbra abarcaba más espacios de la tarde, el grupo de vecinas se retiraba y recogía, cada quien en su humilde vivienda, rezaban el Santo Rosario previo a dormirse.
Los meses transcurrieron y el olvido se llevó la idea de la Llorona. Doña Mila Sotoj y su vecina Berta Hernández, las primeras señoras que la oyeron,
4
fallecieron de extraña enfermedad y con ellas iba desapareciendo la creencia del espanto. Años después, el tanque fue abandonado porque la escasez de agua potable era realidad, no creencia, no solo en el Barrio San Miguel sino que en toda la población. Los alrededores se llenaron de vecindario llegado de otras regiones, fueron construidas granjas avícolas, fábricas de derivados de la leche y muchas instalaciones más. A todos se les proveyó abundante agua potable, porque algunos alcaldes irresponsables e inescrupulosos vendieron cientos de pajas de agua, más que la nacida en la vertiente del Chichicaste, la única fuente que abastecía a los miles de vecinos de San José Pinula. Hubo más escasez. El agua ya no llegó al final de la población y el tanque murió de sed.
El tanque del Barrio San Miguel fue abandonado por las amas de casa que no tenían agua ni en sus hogares. El paso del calendario y el menosprecio de las autoridades municipales posteriores, terminaron de destruirlo. Se agrietaron sus lavaderos, se descascaró la superficie y hasta quiso servir de vivienda de inescrupuloso vecino que deseaba adueñarse del terreno que lo circulaba. También él envejeció.
La Llorona no tuvo adónde ir, el agua del tanque era lo que la motivaba a visitar el pueblo. Al no haber agua, entró en enojo y principio la danza de su venganza.
La historia pedestre de los vecinos no puede olvidar que en el puente hubo varios siniestros: allí se embarrancó el picop de Mateo Santos, vecino de la finca La Soledad y murieron los tres ocupantes; cayó al río Felipe Joge, mozo de don Rafaelón Melgar, quien además del grado de ebriedad, se ahogó. Se accidentó en moto Julián Sical y murió del golpe, un Día de Candelaria, después de almorzar y cenar tamales en la casa de José Rafael, de los Rafaeles, lindantes de la finca El Pino y conocidos vecinos de la aldea las Anonas. Hacia la década de los sesenta se mató el joven Dolores Estrada, llamado “Lolo carro”, muy conocido por sus vecinos del Barrio San Miguel. Asimismo, un domingo, en ese puente donde la leyenda dice que duerme la Llorona, perdió la vida Antolín Monterroso, quien después de haberse embriagado en la cantina de Tía Adela, casi enfrente del tanque San Miguel, decidió tomar camino para ver a la novia. Hoy, no se sabe si Antolín confundió a la Llorona al creer que abrazaba a su novia y esta lo ahogó en sus sentimientos de amor, locura, pasión y...agua.
El Reverendo Víctor Urbizu, quien con sus rezos y consejos calmó la
5
incertidumbre en el pasado, ya no era párroco de la población. La Orden de los Franciscanos lo nombró a servir en Antigua Guatemala, donde falleció. Cumplió su deseo de quedarse para siempre en la ciudad donde el insigne Pedro de Betancourt, también Franciscano, es considerado el ejemplo de la santificación de Guatemala.
La historia y la leyenda se enmarañan con las creencias. Muchas décadas han transcurrido desde el aparecimiento de la Llorona en el tanque San Miguel. El lugar no cambia, la historia hace su camino, las personas no son las mismas, pero quedan los apellidos y descendientes de los testigos. Hoy, el agua del tanque y lavadero San Miguel ha brotado de nuevas fuentes y las creencias se han perdido. En este 13 Baktun, el nuevo alcalde lo ha remodelado y llenado de vida, casi un siglo después que el agua potable llegó al pueblo.
El Sol brilla de nuevo en San José Pinula: el tanque y lavadero luce alegre. Es día de invierno, pero pronto obscurecerá. No habrá sorpresas porque la leyenda ya la conocemos y el puente de Las Mercedes todavía está allí. El agua...
La Llorona ya no se acercó al tanque San Miguel, se quedó debajo del puente Las Mercedes donde se baña con el agua que nace de las entrañas del Cerro Ladino y duerme con el recuerdo de las almas de quienes fallecieron allí.
San José Pinula, Abril 2014
6
7
La Llorona De
San Miguel Lizardo Porres V.