41– JULIO – 2013
Morir por lo trivial
EDITORIAL Morir por lo trivial Por Claudio García Pintos
Nuestra portada BARILOCHE (pp.2-3) TIEMPO Y PERSONA (pág.4-7) PUENTES EXISTENCIALES
LOS PUENTES EXISTENCIALES (pp.8-10)
LA PAGINA DE CAVEF (pp.11-12) LOGOTERAPIA VINCULAR
AVANZAR E INDAGAR SOBRE LAS EMOCIONES (pp.13-14) OPTIMIZACIÓN EN LIDERAZGO. Procure buscar sentidos y no solo significados (pp.15-17)
LA PAGINA DE LOGOFORO (pág.18) INFORMACIONES CLAE UCA (pp. 19-21) COMPAÑERO DE LUCHA (pp. 22-27) FRANKL COMENTADO (pp.28-29)
LA META DEL SER (1ª Parte) (pp. 30-32) SIN RECETARIO
LA JORANADA INTERIOR (pp.33-34) El olvido
(pág.35-36)
En estos días estuve pensando mucho en el tema de la vanidad. Esa especie de ―mal consejero‖ que nos lleva a cometer errores por distorsionar cuál es nuestro verdadero valor. Porque todos lo tenemos. No hay quien ―no sea valioso‖. Y el valor no dice referencia al tamaño, al color, a la belleza o a algún atributo externo, porque todo atributo externo es de ―relativa valía‖. Es decir, lo que es bello para unos, no lo es para otros, lo que es bello hoy, deja de serlo mañana. Es más, lo que se tiene hoy, puede perderse al día siguiente. No, el valor depende del ―ser‖ y no del ―estar‖. No todos los que están sentados adelante, son los más importantes, ni todos los que hablan más, son los más inteligentes, ni todos los que tiene más, son los más ricos, ni todos los más lindos, son los más bellos… Pero qué difícil se les hace a muchos, entenderlo y comprenderlo!! Recordé entonces este cuento de Marco Denevi (escritor argentino, 1022-1998), y quiero compartirlo con ustedes: El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
EDITORIAL Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso. Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón. El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso. ―Morir por lo trivial‖ podría ser entonces el lema de la vanidad. Prefiero vivir honrando quién soy, valorando quien puedo ser y aspirando humildemente a que mi aporte en la vida, sumado al aporte de otros, construya finalmente una belleza universal, sin dueño, sin nombre propio. Eso sería realmente bello!