Presencia Apostólica 47

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Presencia Apost贸lica

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Ven a vivir la alegría de servir realizando labores de evangelización y promoción social en:

n Xochitepec, Montaña Alta de Guerrero n El Ciruelo y Lo de Soto, Costa Chica de Oaxaca n Ciudad Juárez n Nuevo Laredo n Torreón n León n Morelia n Guadalajara n D.F. n Toluca n Cuauhtenco, Estado de México (próximamente) n Y en más de 60 países

Presencia Apostólica de San Judas Tadeo en la Radio

Cápsula devocional Ahora los domingos a las 8:55 a.m.

ABC radio 760 AM 2

Presencia Apostólica

Ilustración: Leticia Asprón

MISIONEROS CLARETIANOS


CONTENIDO Director

Ernesto Mejía Mejía, CMF

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Editorial

Consejo Editorial

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Vida cotidiana

Alejandro Cerón Rossainz, CMF José Juan Tapia, CMF Alejandro Quezada Hermosillo, CMF Enrique Mascorro López, CMF René Pérez Díaz, CMF Marcos Garnica Fernández, CMF Ernesto Bañuelos C. Editora

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San Judas Tadeo en la Ciudad de México Los orígenes de la devoción

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Caminando con el corazón: fuerza verdadera que nos abre a la vida

Marisol Núñez Cruz Corrección de estilo

Ernesto Bañuelos C. Colaboradores

Enrique A. Eguiarte Bendímez, OAR Jesús García Vázquez, CMF Juan Carlos Martos, CMF Enrique Marroquín Zaleta, CMF Héctor Núñez Gutiérrez, CMF Arte y Diseño

Mirta Valdés Bello

Soñar despierto o despertar soñando

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El arte de ser feliz, a pesar de…

La oración de quietud

Distribución

Liga Nacional de San Judas Tadeo

PRESENCIA APOSTÓLICA, La voz de San Judas Tadeo, es una publicación bimestral. Editor responsable: José Juan Tapia Tapia. Editada por la Liga Nacional de San Judas Tadeo, A.C. Registro No. 04-2008-041014062100-102. Número ISSN 1665-8914 Distribuida por el Templo Claretiano de San Hipólito y San Casiano, A.R., Zarco 12, Col. Guerrero, C.P. 06300, México, D.F. Publicación Claretiana. El material contenido en Presencia Apostólica puede ser reproducido parcialmente, citando la fuente y sin fines comerciales. Tel: (55) 55 18 79 50 Fax: (55) 55 21 38 89 mail: liganacional_sanjudas@claret.org Número suelto: $15.00 M.N. / $2.50 US. Suscripción anual: $150.00 M.N. / $25.00 US. (Incluye gastos de envío).

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Si porque te quiero tanto…

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La casa morada y el árbol

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Reflexiones de Pentecostés

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De la Palabra a la acción


EDITORIAL

Movidos por

el Espíritu

P

entecostés es la continuidad y la culminación de la Pascua. Tal como fue prometido por Jesús, es el momento de recibir el Espíritu Santo para que nos enseñe y nos acompañe (Jn 14,26); para que nos fortalezca y nos haga personas nuevas, pero ¿qué quiere decir esto? y ¿cómo se traduce en nuestras vidas? En los evangelios muchas veces se nos dice que Jesús fue llevado o impulsado por el Espíritu, y Pentecostés es el momento en que los apóstoles son impulsados y lanzados a realizar su misión. Evidentemente también en nuestro caso recibir al Espíritu Santo y llenarnos de él nos debe llevar a actuar de un modo diferente. El profeta Ezequiel habla de un cambio de corazón; habla de cambiar un corazón de piedra por un corazón de carne. Se refiere a un cambio profundo y esencial. Nos hace falta sensibilizarnos a la injusticia y al sufrimiento, y actuar de manera que el Espíritu pueda dar sus frutos en nosotros: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio…” (cfr. Gal 5,22-24).

MARÍA PENTECOSTÉS María Pentecostés, cuando la Iglesia aún era pobre y libre como el Viento del Espíritu. María Pentecostés, cuando el fuego del Espíritu era la ley de la Iglesia. María Pentecostés, cuando los Doce exhibían el poder del testimonio. María Pentecostés, cuando era toda la Iglesia boca del Resucitado Pedro Casaldáliga, CMF www.servicioskoinonia.org/Casaldaliga

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Vida cotidiana

DECIR TU NOMBRE, MARÍA

La paz

Decir tu nombre, María, es decir que la Pobreza compra los ojos de Dios. Decir tu nombre, María, es decir que la Promesa sabe a leche de mujer. Decir tu nombre, María, es decir que nuestra carne viste el silencio del Verbo. Decir tu nombre, María, es decir que el Reino viene caminando con la Historia. Decir tu nombre, María, es decir junto a la Cruz y en las llamas del Espíritu. Decir tu nombre, María, es decir que todo nombre puede estar lleno de Gracia. Decir tu nombre, María, es decir que toda suerte puede ser también Su Pascua. Decir tu nombre, María, es decirte toda Suya, Causa de Nuestra Alegría. Pedro Casaldáliga, CMF

perfecta

H

abía una vez un rey que ofreció premiar a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos lo intentaron. El rey observó todas las pinturas, pero sólo hubo dos que realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La primera era un lago muy tranquilo donde se reflejaban unas plácidas montañas. Sobre ellas se veía el cielo azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que reflejaba la paz perfecta. La segunda pintura también tenía montañas, pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual brotaba un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo se apreciaba el retumbar de la cascada de un espumoso torrente de agua. Todo esto no parecía para nada pacífico. Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en el rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en medio de su nido... paz perfecta. El Rey escogió la segunda pintura. Y explicó a sus súbditos el porqué: “Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro ni dolor. Paz significa que, a pesar de todas estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón.” Este es el verdadero significado de la paz. Cuando encontremos la paz en nuestro interior, tendremos equilibrio en la vida. Autor desconocido Presencia Apostólica

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Aventuras de un misionero

Soñar

despierto

o despertar soñando

Jesús García Vázquez, CMF

Y

o creo que más de alguna vez –aunque a veces le tengamos miedo a las alturas– todos hemos soñado con volar. A mí me ha sucedido muchas veces. He soñado despierto y dormido. Les recomiendo más soñar despiertos, así es más fácil realizar los sueños. Cuando dormido he soñado volar, casi nunca ha sido cierto. Una vez, medio que fue cierto por lo siguiente: logré hacer que mi cuerpo se elevara burlando las leyes de la gravedad. Parecía tener completo dominio de mis movimientos, pero cuando quise bajar a tierra, quedé colgado de la orilla de un barranco. Miraba al fondo y no se le veía fin y lo peor de 4

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todo era que ya no podía volar, por más que repetía las mismas maniobras; no lo lograba y cada vez me sentía más cansado de los brazos, hasta que ya no pude sostenerme y solté la roca de la cual pendía. Y ¡allá voy!, según yo al vacío, hasta que, ¡pácatelas!, que siento un duro trancazo que me hizo despertar. ¿Qué pasó?, que me caí de la cama y amanecí con un chipote en la cabeza. Pero los sueños que he tenido despierto, sí se me han hecho realidad: Soñé ser licenciado y ya les conté que me eché un gran pleito con una juez malvada en Putla, donde logré sacar de la cárcel a algunos presos. Soñé ser médico y, no sé si les conté, tuve que atender un parto difícil al que no

le pudieron ni la comadrona ni el brujo. Como les he dicho, mientras estuve en la montaña, no hubo allí mejor médico que yo. ¡Claro!, porque no había más. Soñé volar en avión y mis primeros vuelos fueron en una pequeña avioneta de cuatro plazas. Verán, eran las seis de la mañana de un día nublado. Tres personas esperábamos en el aeropuerto inter-montañal de Tlapa, Guerrero, ansiosos de ver bajar la tan esperada avioneta. Parecía imposible que bajara porque además las nubes amenazaban con dejar caer agua. Pero, para nuestra sorpresa, al poco rato de estar comentando las posibilidades de su llegada, escuchamos los rugidos del potente motor del pájaro de acero. Ense-


Aventuras de un misionero guida comencé a sentir que mi corazón latía más aprisa que de costumbre, de puritita emoción. Una vez que aterrizó el avión y se quedó quieto, aunque sin dejar de mover las hélices, escuchamos gritar al capitán: —Padre, hay lugar para tres personas. Sin demora corrimos a abordar el avión y, aunque era para sólo cuatro, nos subimos seis; y aunque el equipaje era de máximo diez kilos por persona, cada quien llevábamos como 25 kilos. —Capitán Murillo, ¡es demasiado peso! –Le dije, un poco espantado, al piloto. —No se preocupe, padre, le he echado más y el avioncito no se queja, sólo le puja un poco más. Pero, no tenga miedo y ¡súbase! Y, para qué es más que la verdad, el corazón me latía aún más fuerte, pero yo creo que ahora sí ya era de puritito miedo. Ya me daban ganas de quedarme y esperar hasta el otro día, con el peligro de que se repitiera la misma historia. Bueno, una vez acomodados los que teníamos asiento, porque dos iban tirados en el piso, entre los equipajes, el capitán se dispuso a despegar. Obvio, a mí me tocó de copiloto. Nos fuimos hasta el principio de la pista de terracería para agarrar vuelo y el primer susto que nos llevamos fue que veíamos como los árboles que estaban al final de la pista se acercaban rápidamente y la avioneta no se levantaba, porque el control que debía hacer que se elevara no daba más. Por un milagro de Dios, ya casi llegando a los árboles nos elevamos acariciando sus copas con el tren de aterrizaje. Las ramas de los árboles se agitaron fuertemente. Entonces no sé que fue más fuerte, si el susto de que nos íbamos a estrellar o el gusto de que por fin nos ele-

vamos. En cuanto pudo, el piloto puso el avión en contra del viento con lo que pudimos elevarnos más rápidamente. —Mire, padre, ¡qué hermosa aurora! –me dijo el capitán. Los bellísimos colores de la aurora parecían juguetear contentos, dándole la bienvenida al astro rey que se presentaba majestuoso. Mientras tanto, la avionetita se daba vuelo patinando sobre las nubes, como lo hace un esquiador sobre la nieve. Luego, con la

En breves segundos el motor comenzó a rugir de nuevo y ahora con más potencia ya que teníamos que salir de la oscuridad de las nubes. El silencio del piloto fue sepulcral: sólo le alcancé a escuchar como en un susurro: ¡Gracias a Dios! ¡Volvimos a nacer! Todo eso pasó en cuestión de un eterno medio minuto. Y no paró allí, ya para aterrizar en la pista de la misión, teníamos que adentrarnos en la cañada y dar un giro de casi 180 grados para per-

Les recomiendo más soñar despiertos, así es más fácil realizar los sueños. suavidad de un salto, fuimos dejando abajo las nubes, mientras nos elevamos casi un kilómetro por encima de ellas. Era una sensación tan hermosa que yo ya no sabía si soñaba despierto o despertaba soñando. El piloto, emocionado de haber alcanzado tal altura con su poderoso aparato, le movía los controles, pero a mí la avioneta ya me parecía sin control alguno, tanto así que de pronto el motor del pajarraco que portaba casi media tonelada de peso, se dejó de escuchar, dejando la hélice, formada por dos largas paletas, sin movimiento. Gracias a Dios, a pesar del peso, la avioneta no se desplomó, siguió volando pero perdiendo altura vertiginosamente. El terror se apoderó de todos, pero la angustia que sentíamos en el estómago, por el descenso tan rápido, lo único que nos permitió hacer, en lugar de gritar, fue apretar los dientes. Pronto volvimos a estar sobre las nubes y nos incrustamos en ellas. Yo, lo único que atiné a decir fue: ¡Ave María purísima! ¡Dios mío, sálvanos!

filarnos al campo. En el giro la avioneta tenía que ladearse casi los 90 grados. En eso, que nos sorprende una bolsa de aire que nos tambaleó a todos. Ahí sí dejamos escapar el grito de terror que traíamos atorado. El colapso provocó que la puerta, del lado donde yo iba, se abriera. —¡Por favor, padre, con una mano agárrese de donde pueda y con la otra mantenga cerrada la puerta, mientras aterrizamos! –Me gritó el capitán desesperadamente, mientras luchaba por controlar y perfilar la avioneta hacia el aeropuerto inter-montañal. Ya no teníamos otra opción más que aterrizar o aterrizar. Mientras que yo luchaba por mantener cerrada la puerta, miraba al frente, entre satisfactoria y traviesamente, como diciendo: “¡Allá vamos, sálvese el que pueda!” La avioneta tocaba tierra entre pollitos y gallinas que corrían despavoridos hacia los lados. Una vez que la avioneta se sacudió la carga, emprendió de nuevo el vuelo, feliz de sentirse libre y dispuesta a buscar nuevas aventuras. Parecía que nos decía: “¡Hasta la próxima mis queridos pasajeros!” Presencia Apostólica

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Nuestra devoción

San Judas Tadeo en la Ciudad de México. Los orígenes de la devoción Grupo de Investigación Social Habitus1

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uchos se habrán preguntado sobre los orígenes de la devoción al patrono de las causas difíciles y desesperadas. Se habrán preguntado también ¿cuál fue el camino que recorrió san Judas para llegar a México? Y quizá les parezca extraño que el apóstol sea venerado en un templo que lleva por nombre el de san Hipólito. El presente artículo busca responder a estas cuestiones desde una perspectiva sociológica, en la que destaca la participación de la comunidad de feligreses en el impulso y edificación del fervor religioso por el santo de las causas difíciles, complementando así la historia que nos brindan los novenarios y las publicaciones sobre san Judas Tadeo.

En la ciudad industrial del “sueño americano”

En 1922, la comunidad de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos mundialmente como Misioneros Claretianos, arribaron a la ciudad de Chicago con el propósito de hacerse cargo del funcionamiento del templo católico dedicado a Nuestra Señora de Guadalupe. Una de las figuras emblemáticas de los primeros años de la congregación claretiana en los Estados Unidos fue el padre James Tort, de origen catalán, quien, según las memorias históricas, se encargó de promover con entusiasmo y dedicación el catolicismo en la comunidad latina incluyendo en sus actividades la devoción por san Judas Tadeo. Según cuentan las investigaciones históricas, el padre Tort aprendió la devoción hacia san Judas Tadeo de un minero chileno con el que dialogó durante una de sus misiones en Arizona. El devoto le obsequió al Padre Tort una imagen de un santo milagroso muy venerado en la ciudad de Santiago de Chile, principalmente por la gente pobre y los grupos marginados de la sociedad. Esa imagen era la de san Judas Tadeo. Entonces, el padre Tort abrazó aquella devo6

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ción que había llegado a Chile en el año de 1870, cobrando efervescencia en ese país treinta años después, hacia 1910. Así, el padre Tort se convirtió en el apóstol de san Judas Tadeo en Norteamérica, al instaurar su devoción en un pequeño recinto de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en Chicago, durante la pascua –en la primavera de 1929–. Para el 28 de octubre del mismo año, durante la primera novena a san Judas Tadeo, el fervor de la gente desbordaría este pequeño recinto, obligando a la administración a trasladar la imagen de san Judas al atrio principal, compartiendo así la devoción de los fieles con la Virgen de Guadalupe. Como una coincidencia histórica, este fenómeno religioso surgiría justo un día antes de que se desplomara la bolsa de Wall Street, lo que históricamente se conoce como “La Gran Depresión”, el 29 de octubre de 1929. (Ávila Romero, José Luis; Robles Cárdenas, Grizel; Maldonado Macedo, Vanessa y Serna Luna Erick). El presente ensayo, es uno de los frutos de la investigación: “Una juventud religiosa. Jóvenes vulnerables y san Judas Tadeo”, proyecto ganador del concurso Creación Joven 2009, auspiciado por el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyTDF), la Secretaria de Desarrollo Social (SEDESOL) y el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE). 1


Nuestra devoción Entre las consecuencias del desplome económico destacan los problemas de salud y desempleo que aquejaban de manera más aguda a las familias de los inmigrantes hispanos, entre los que se encontraba un numeroso grupo de mexicanos que se habían trasladado a Chicago con la esperanza de encontrar el “sueño americano”. Consideramos que estos problemas dieron origen al primer desbordamiento de fervor religioso por san Judas Tadeo en Chicago, ya que los fieles encontraron en el santo apóstol un factor de unificación de la comunidad y un emblema de esperanza.

El camino del santo a un país desesperado

Los orígenes americanos –primero en Chile y luego en EU– del fervor por san Judas Tadeo son importantes para comprender cómo llegó a la Ciudad de México y por qué se instauró su devoción en San Hipólito. El sendero que trajo a san Judas Tadeo a nuestro país fue el traslado que de su imagen hicieron los Misioneros Claretianos, en el año de 1955, de los Estados Unidos a la Ciudad de México. Cabe señalar que los Misioneros Claretianos han sido, desde finales del siglo XIX, los responsables del templo de San Hipólito y San Casiano, un templo que según las crónicas históricas fue un estandarte de los conquistadores, motivo por el cual fue perdiendo vigencia e interés por parte de los devotos, quienes necesitaban una motivación más cercana a sus necesidades. Los feligreses encontraron esta motivación en la devoción por san Judas Tadeo que era muy popular en las comunidades de Illinois en los Estados Unidos. Los inmigrantes mexicanos que se encontraban en suelo estadounidense fueron determinantes en el arraigo de la devoción por san Judas Tadeo en México, pues debe recordarse que el culto por este apóstol se originó en una comunidad llena de inmigrantes

hispanos que, al regresar a sus hogares, trasladarían con ellos las creencias religiosas que habían aprendido en el periodo en que fueron a trabajar a los Estados Unidos. Este fue el caso de muchos mexicanos que regresaban a la Ciudad de México para reincorporase a sus lugares de origen. Los hechos relatados se conjugaron para que dentro del templo de San Hipólito y San Casiano se recibiera a san Judas Tadeo, primero colocando su imagen casi a la entrada, posteriormente en una pequeña capilla a mitad del templo (actualmente la capilla de Los Santos Mexicanos), donde permaneció hasta que, en el año de 1982, la devoción de los feligreses vino en gran aumento, obligando así a que la imagen se colocara en el altar mayor, flanqueado por las imágenes de san Hipólito y san Casiano y justo debajo de la imagen de la Virgen del Inmaculado Corazón de María. Este lugar privilegiado en el altar mayor es conservado hasta la fecha. Desde nuestra óptica creemos conveniente destacar que, como en Chicago, la devoción por san Judas Tadeo se incrementaría notablemente en la Ciudad de México en un momento de crisis económico-social. Con base en lo anterior, se puede decir que el fervor creciente por san Judas puede entenderse como un fenómeno profundo de fe religiosa que, ante condiciones históricas, económicas y sociales adversas, identifica a los feligreses con el santo de los casos difíciles y desesperados. Contacto, dudas o sugerencias: grupohabitus@gmail.com Presencia Apostólica

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Crecimiento personal

Caminando con el corazón:

fuerza verdadera que nos abre a la vida Dinko Alfredo Trujillo Gutiérrez

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l mundo en el que vivimos a veces parece convulsionar. En ocasiones parecen acrecentarse los desastres naturales, la violencia y la deshumanización, al grado de que a veces parecería el fin del mundo. Así lo vivimos en el México actual, donde cada día las noticias televisivas o los medios impresos nos muestran –parecería que en competencia– las escenas más cruentas. Nos presentan cotidianamente muertes que ocurren de la manera más sádica y desgarradora, por lo que a nuestros niños les está tocando crecer en una realidad muy distinta a la que generaciones anteriores vivimos, en la que nuestras preocupaciones como niños y adolescentes se centraban casi exclusivamente en los problemas escolares. Hoy todos parecemos invitados a preocuparnos –más que a ocuparnos– por el porvenir, amenazado continuamente por enfermedades en forma de pandemias y por la inseguridad, así como por todo lo relacionado con el narcotráfico y la guerra de cárteles. Todo esto y más es el pan de cada día. Así parecería que la ola de caos y desesperación 8

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se vuelve también interna: guerras, levantamientos sociales con masacres, megatemblores, tsunamis y descontrol nuclear (como ocurrió recientemente en Japón). De hecho no necesitamos vivir nada de esto directamente para sentir la inseguridad de un mundo que se siente cada vez más inestable y tendiente a la destrucción. Entre el miedo y el odio Cargados, social e individualmente, con estas situaciones, las tendencias parecen irse a dos opuestos: por un lado a un miedo paralizante o, por el otro lado, a un odio vengativo. Las pláticas se cargan en estas direcciones y el contagio es colectivo. De hecho esto se le transmite a los niños, invitando a su corazón a estar como el de los adultos: cerrado y a la defensiva, esperando atacar o temiendo paranoicamente ser destruido. Por lo que los corazones se endurecen y su manera de caminar por la vida se debilita. Paradójicamente, en tal terror u odio el hombre se queda en la periferia, a la expectativa de lo que ocurre en el día a día y en el afuera, perdiéndose la oportunidad de profundizar en su interioridad. Entonces, los “demonios internos” hacen su

aparición. Algunas personas optan por aislarse, lo cual, aunque pretende ser una forma de protección, no proporciona ni la paz que se busca ni el encuentro enriquecedor y verdadero con uno mismo. En este medio se torna realidad aquello de que el hombre se vuelva el lobo del mismo hombre. ¿Qué pasa con el amor y la libertad? En el proceso que describo pasan a ser descalificados dos anhelos profundos: el amor y la libertad. Al primero se le empieza a connotar de ingenuidad e inutilidad en este mundo, mientras que la libertad queda como un ideal lejano de la propia existencia, pues las personas quedan presas de sus temores y/o enojos. Las brújulas del amor y la libertad pasan a estar fuera de circulación y el ser humano pierde su alma y su vida, convirtiéndose en presa del caos posmoderno. Se olvida de que el amor es un poder activo en el hombre, pues es lo que lo capacita para luchar contra el caos que aniquila y separa. Sin amor vivimos separados los unos de los otros y, peor aún, separados de nosotros mismos. Lo más esencial de lo que somos que-


Crecimiento personal da obnubilado. Sin amor se generan almas perdidas en un mundo sin esperanza. Sin el amor la vida pierde todo su sentido profundo y verdadero, pues éste da un autentico sentido al hombre mismo. De hecho, al ser un poder activo le da al hombre autenticidad, responsabilidad, motivación y, sobre todo, libertad. Contundentemente hay que descubrir que el que auténticamente ama es auténticamente libre. Podríamos decir que la actividad más elevada del hombre es amar, y en ésta no está preso ni por él mismo. Pues el amor auténtico y profundo sólo puede venir de la libertad e independencia interior. De hecho el hombre es libre en el afecto libre y no en la pasión, ya que en ésta es impulsado sin su verdadera decisión. Además, el amor no se encierra, sino que invita siempre a abrirse, a dar, a saber que la bondad no es cuestión de cuento infantil; por el contrario requiere de madurez para actuar con la sabiduría que viene de lo profundo del alma, del mismo sitio que alimenta al amor y a la libertad. Abrirse al amor es abrirse a la vida La realidad es que el hombre actual está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la propia naturaleza. Ha dejado así de darse cuenta de que es imposible arrancar de lo profundo del corazón el anhelo de libertad y amor. Es importante recordar que el amor es hijo de la libertad, como ya se ha venido señalando; sin embargo, la única manera de entender esto es desde el corazón, en lo más interno de nosotros mismos. El amor nunca está en la periferia, ya que es profundo y penetra. Por lo que nunca es “dulzón” y simplista, pues nos confronta y enfrenta con verdades. Nos enseña a abrirnos y a confiar con madurez.

Da eje y motor para caminar, desde lo más interno, para no quedarnos únicamente atrapados por las pasiones en este mundo cambiante que pierde centro, al olvidarse de lo esencial. El miedo y el odio son la antítesis del amor y la libertad. Los primeros nos hacen permanecer pasivos y hacen que el corazón se cierre y se encierre. El problema central es que el corazón –tomándolo como representación de la afectividad y la voluntad– se esconda de la vida misma, gestándose, desde esta posición y de forma inconsciente, una dinámica destructiva y aniquiladora de la vida. El núcleo de todo amor es el amor a la vida misma. Cerrarse al amor es cerrarse a la vida y quedar atrapado en tendencias destructivas, las pasiones y la desesperanza; en pocas palabras, en la pérdida de libertad. De hecho, la capacidad humana de amar se alimenta de la atracción por lo vivo. Sólo en la vida tenemos libertad, pues ésta se da en la búsqueda de lo que es nuestra propia naturaleza. De manera que quien entra en dinámicas destructivas, aunque parezca estar únicamente en contra de los demás, está siempre en contra de sí mismo. Pues nuestra capacidad de amar, propia de la naturaleza humana, puede ocultarse por experiencias de desamor, viéndose la persona atrapada por emociones destructivas que le provocaron los demás, pero que quedaron dentro de ella, convirtiéndose en una prisión. A más daño externo, más daño interno y profundo. Incluso un ambiente religioso no es en sí mismo garantía de amor y libertad, se requiere de la persona auténtica conciencia y amor a la verdad. Por otro lado, el puro amor a uno mismo, curiosamente tampoco nos libera, pues quien

pretende amarse a sí mismo y se aleja de los demás está muy lejos del amor propio y verdadero. Hay que saber que el egoísmo proviene muchas veces de desamores vividos que llevaron a la persona a aislarse y construir una enorme defensa. Por eso no es raro encontrar personas solas, con amargura manifiesta en sus rostros y con una gran armadura en su personalidad. El amor nos fortalece La libertad nos libera en primer lugar de nosotros mismos, lo cual nos abre siempre a los demás, a la vida misma y al amor. Y si recordamos que Dios es amor, la verdadera espiritualidad es el encuentro con el amor que nos abre a la vida. Contrario a la creencia popular de que el amor nos hace débiles o vulnerables, éste más bien nos activa y fortalece, nos permite ir por la vida de manera libre y firme, y no implica una postura romántica e ingenua. El amor nos empuja, al venir de la propia vida, a la actividad creadora y generadora precisamente de más vida y de mayor realización. Permite, aun cuando el medio ambiente invite a la destrucción y la desesperanza, construir valiente, firmemente y con confianza madura. Quien pasa por la vida ocultándose de ésta y guardando los propios talentos, aunque crea que no hace daño a nadie, desperdicia el don principal que se le ha dado: vivir. No suavicemos nuestro paso por la vida, sino nuestro corazón para así caminar de forma más firme, creativa y contagiando al prójimo de dejarnos mover por la vida y de hacer que ésta sea el motor de nuestro andar, y no frenándonos continuamente por el miedo a vivir. El autor es licenciado en psicología y filosofía con maestrías en terapia familiar y de pareja. Terapeuta, catedrático universitario y conferencista. datrujillo@hotmail.com Presencia Apostólica

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Desarrollo humano

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El arte de

ser feliz,

a pesar de… Gylda Valadez Lazcano

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odos los seres humanos tenemos una orientación primaria hacia el placer y la felicidad. Sin embargo, en lo cotidiano, ser feliz se convierte en una tarea difícil. La pregunta que surge es: ¿es posible ser feliz? Por supuesto que existe un sinfín de respuestas. Hemos escuchado decir “Dios nos da la vida, la forma como la vivamos es el regalo que devolvemos a Dios”, suena bien, pero interiorizar este concepto es un trabajo personal e interior. Entonces resulta que la búsqueda de la felicidad es una carrera inevitable, sólo que como seres humanos muchas veces hacemos cosas que parecen ir directamente en el sentido opuesto de la felicidad, como dañar nuestra salud mediante el consumo de drogas, agredir a una persona querida, atentar contra la ecología del planeta, no respetar la vida o aislarse de los demás para sumirse en la tristeza. El camino hacia la felicidad parece ser progresivo e infinito, en el sentido de que nunca se puede decir, mientras lo recorremos, que hemos llegado a la meta. Quizá la felicidad se encuentra en el mismo recorrido hacia aquello que perseguimos y por estar enfocados en llegar, nos perdemos la oportunidad de disfrutar del camino y de la experiencia del aprendizaje en movimiento. En otras palabras, la felicidad se encuentra en el ahora. ¿Qué es la felicidad? Sería necesario que cada uno revisáramos: ¿qué es la felicidad?, ¿es un bien material?, ¿es una relación?, ¿es pertenecer a un núcleo?, ¿es tener dinero? Y de las respuestas que demos a estas preguntas, podemos partir para alcanzar y ampliar nuestra visión sobre lo que implica ser feliz.

Creo que la felicidad muchas veces se nos da en momentos que llenan de magia nuestra vida. No obstante, también considero que nadie puede ser continua y permanentemente feliz, sin que esto implique un trabajo, ya que la felicidad no es algo que sólo viene de fuera, sino una tarea interior; eso sí, continua y permanente. No es el tener todo lo que queremos en la vida lo que nos hace felices –aunque es difícil que alguien pueda tenerlo todo–, sino que es la apreciación y aceptación de que lo que tenemos la que nos hace felices. Estar convencidos de que hay un plan para cada uno de nosotros nos lleva a aligerar la carga, a soltar expectativas, pero sobre todo a aceptar que hay experiencias que necesitamos vivir para aprender, crecer y trascender. Una vida sin estos ingredientes no tiene sentido. Entonces resulta que la felicidad es una actitud; un sí a la vida con todo lo que ella involucra. Explicación bioquímica Por otra parte, hoy sabemos que nuestro cuerpo produce de manera natural sustancias responsables de aumentar la alegría y de eliminar el dolor, estas sustancias reciben el nombre de endorfinas. Las endorfinas son neurotransmisores con una acción similar a la del opio que se producen principalmente en el sistema nervioso central, en la hipófisis y el hipotálamo. Estas sustancias, llamadas también “hormona de la alegría” actúan como una droga en su habilidad para mitigar el dolor y producir bienestar. Si bien son muchos los factores psicológicos que influyen en nuestro estado de ánimo, es útil saber que las endorfinas tienen un papel determinante en la manera como nos sentimos a diario y cumplen una función muy importante en el equilibrio entre la


Desarrollo humano depresión y la vitalidad. La endorfina es una sustancia bioquímica que en este caso actúa como analgésico y euforizante natural. Es considerada la “droga de la felicidad”, teniendo en cuenta además, que se trata de una sustancia química natural producida y elaborada por nuestro cuerpo que no causa ningún efecto secundario y produce excelentes resultados. Si enfrentamos las situaciones con una actitud positiva, lograremos aumentar la producción de esta hormona y así podremos vivir situaciones agradables, aprovechar las oportunidades que se nos cruzan en esta vida, acercarnos a nuestros sueños y evitar de esta manera el sufrimiento y la falta de placer. Muchas veces nos hemos encontrado disfrutando de una sensación de alegría, y ganas de vivir, sin encontrar una razón determinada. Aun cuando hayamos tenido un día complicado, de repente, nos sentimos inmersos en una sensación que no se puede describir, pero que nos hace sentir muy bien. Esta euforia y bienestar que experimentamos y que parecen salir de la nada, nacen en realidad del cerebro. Cuando la endorfina comienza a producirse en dosis extras se reduce el dolor físico y aumenta el amor por la vida. A medida que en nuestro cuerpo circula más cantidad de endorfina que la habitual, las cosas insignificantes que vemos todos los días pasan a causarnos una enorme alegría. Lo que podemos hacer Anteriormente mencioné que es útil saber cómo funciona y se produce la endorfina; la razón de esta afirmación es que existen formas para activar la producción de esta sustancia. El método es sencillo. Debemos potenciar las situaciones que nos resultan agradables, aumentando así nuestro estado de

ánimo y como consecuencia se estimulará la producción de esta hormona. Uno de los primeros pasos es disfrutar de las pequeñas cosas que nos suceden a diario, por ejemplo disfrutar nuestra comida, poniendo especial atención al color, el aroma, la textura y el sabor de los alimentos. Hacer esto produce una experiencia sensorial que dispara la producción de endorfinas. La música, los ejercicios físicos al aire libre, la risa, el llanto, la respiración, la meditación, un pasatiempo, cultivar las amistades y el recuerdo de sucesos felices, todo esto aumenta la producción de esta sustancia.

ción tranquila y luminosa, donde no haya distracciones ni ruidos molestos. Podemos escuchar una música suave y relajante, o simplemente escuchar el silencio y los sonidos de la naturaleza como el viento, el correr del agua, etc. A continuación comenzamos a relajarnos, eliminando la tensión muscular y haciendo que nuestra respiración sea más lenta, mientras nos concentramos ya sea en la música o en el silencio. En el momento en que nos sintamos plenamente relajados, imaginemos una pequeña esfera en el medio de la frente, donde se encuentra la hipófisis, trataremos

“La felicidad es un sí a la vida con todo lo que ella involucra.” Cada vez hay más evidencia científica de que nuestras emociones afectan a nuestro sistema inmune y en general a nuestra salud y uno de los factores que afectan a nuestra salud y definitivamente está bajo nuestro control es nuestro nivel de optimismo. De acuerdo con lo anterior, nuestra forma de vivir tiene que estar basada en el optimismo, que es la llave principal para producir la hormona de la felicidad. Para tener una vida feliz también es necesario rodearse de fuentes de alegría, como la familia, los amigos y los hijos, ya que de todas esas personas recibimos alegría, compañía y energía para poder enfrentar los problemas cotidianos. Un ejercicio También la visualización mental nos lleva a aumentar el nivel de endorfinas. A continuación explico un ejercicio sencillo que toma unos cuantos minutos: En primer lugar debemos buscar una habita-

de imaginarla de color rojo y que de ella salen numerosa rayos de luces azules, que brotan rápidamente y se van esparciendo por todo el cuerpo, dirigiéndola primero a las manos y luego a los pies, orientándola también a alguna zona dolorida, y estaremos utilizando el poder de nuestra mente para sentirnos plenos. En conclusión, sentirnos bien o sentirnos mal, ambas opciones implican una inversión de energía. Que cada persona se haga responsable de su bien-estar, ya con conciencia de todos los beneficios que una actitud positiva produce como resonancia en nuestro cuerpo físico, emocional, mental y energético. Busquemos pues sentirnos bien, a pesar de los momentos adversos que la vida nos presente y tengamos en mente que éstos siempre nos dejan crecimiento. La autora es psicoterapeuta. Centro.ometeotl@gmail.com Presencia Apostólica

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k Fe y vida

LA ORACIÓN DE QUIETUD

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abemos que existen formas de oración vocal y mental, todas ellas muy sabrosas, pero ahora abordaremos otra manera de hacer oración que no necesita siquiera de palabras. Parece difícil, pues estamos demasiado habituados al verbalismo y creemos que no podemos pasárnosla sin palabrerías. Pero las palabras, si bien nos ayudan a concentrarnos, en ocasiones nos limitan, pues reducen nuestra relación con Dios a sola nuestra mente y el racionalismo a veces estorba la comunicación. Esto bien lo saben los enamorados, que

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Presencia Apostólica

Enrique Marroquín, CMF

aprecian los silencios o las palabras aparentemente estúpidas, pues no tienen como fin decir nada, sino llenar la presencia. Si utilizamos palabras es sólo para nosotros mismos, no para Dios. La oración llamada “de quietud” está al alcance de todos. No es algo reservado a unos cuantos místicos privilegiados. Vale la pena intentarlo. Un paso previo es prepararnos para ella. San Juan de la Cruz utiliza la metáfora de una amante que “en una noche oscura”, sale sigilosa, sin ser notada “estando ya la casa sosegada”. Hay que disponerse para orar, “sosegando

la casa”, o sea, calmar la fantasía, esa “loca de la casa”, en expresión de Santa Teresa. Para esto ayudan las técnicas orientales: una respiración rítmica y pausada, la posición correcta con la espalda recta, la relajación de todo el cuerpo, y sobre todo, no dar cabida a pensamientos ni preocupaciones, ni siquiera –incluso- para hablarle a Dios acerca de ellas (Él ya las conoce antes de que las formulemos y mejor que nosotros mismos). Ahora ya estamos atentos a su presencia. Tal vez estemos frente al Santísimo Sacramento o hayamos aca-


Teléfono abierto

Si porque te quiero tanto… Ernesto Bañuelos C.

bado de comulgar, y sintamos esa presencia cálida y amorosa. Tal vez estemos en una montaña, en una playa, en un jardín o ante el cielo estrellado y nos sintamos sobrecogidos ante la naturaleza, evocando la totalidad de todo lo existente. Se trata de estar simplemente ante su divina presencia, sin decir nada. Dios trasciende todo lo creado. Es su Creador. Ante el misterio de la existencia, sentimos como contraposición, esa experiencia de criatura, de nuestra pequeñez, de nuestra imperfección. Es el llamado “temor de Dios”, que no es tenerle miedo, sino sentirnos sobrecogidos ante su grandeza. Luego viene lo increíble: experimentar que Él me ama: a mí que he sido ingrato a su amor. Escucho esa misma voz que el Padre dirigió a su Hijo y que ahora la dirige a mí: “Eres mi hijo amado, mi predilecto.” Pues Dios nos ama a cada uno de nosotros con un amor de predilecto, ya que cada uno de nosotros somos necesarios para esa obra de arte, esa sinfonía maravillosa que es su creación. Si alguno falta, aquella ya no sería lo que es. Se trata ahora de mantener esta experiencia lo más posible: la de sentirnos amados por Él, de manera especial. Podemos entrenarnos a ratitos en esa experiencia y poco a poco, llevar esta “presencia de Dios” a nuestras actividades cotidianas.

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s probable que más de un lector (ahora ya de la tercera edad) haya militado en las filas de la A.C.J.M. (la juventud de la Acción Católica Mexicana). Aún viven militantes de la época en que la mística acejotaemera trataba de forjarse en trilogías (tres palabritas “mágicas” que despertaban el ánimo de nosotros “los muchachos”) y también en campañas que movilizaban a los más. Una de esas campañas fue La lucha por vivir en gracia. Esto significó para muchos de nosotros un esfuerzo gozoso para incrementar nuestra amistad con el Señor Jesús. Él nos animaba a la “conquista de almas”, “a la conquista del ambiente”. Nos impulsaba a ser mejores amigos en la escuela, a aprovechar los estudios para prepararnos y ser los líderes de nuestra futura sociedad. Por fortuna, muchos de esos “muchachos” han destacado en el aula universitaria, en la política, en el sindicalismo, en la clerecía. ¿De dónde sacaron toda esa fuerza que les permitió ser perseverantes en el apostolado dentro de los ambientes más diversificados? Hubo una trilogía que decía: Una Virgen, un Sagrario y una Cruz. Aquí está la respuesta a la pregunta.

Hablemos del Sagrario. Mi primera comunión la hice a los 14 años, aproximadamente. La religiosa que nos preparó nos decía que aprovecháramos el momento de recibir la Eucaristía para platicar con Jesús, para darle gracias, para solicitarle favores, para contarle nuestros gustos, deseos, problemas, angustias. Con qué gozo vuelvo mi pensamiento hacia aquella mañana de un 19 de marzo en que por vez primera recibí a mi Señor Jesús. Y que rumbo a mi primera clase de la mañana en la secundaria le iba platicando todo lo que había pensado decirle después de recibirlo, y aquí me tienen, después de tantos años, platicándoles mis experiencias. Cuando deseamos que alguien nos recuerde solemos dejarle una fotografía con una dedicatoria bien pensada; pero más, ya no podemos. Pues bien, Jesús también deseaba que lo recordáramos y nos quiso dejar un “recuerdito”. ¡Vaya! ¡Qué recuerdo!, pero Él sí podía: se quedó él mismo en persona en la Eucaristía. Por esta razón puede escucharnos y responder a nuestras inquietudes y comunicarnos vida en abundancia, y hacernos más amigos suyos e infundirnos su Espíritu Santo y acercarnos al Padre. Esta es la razón que encuentro con palabras sencillas para que nuestra espiritualidad de laicos se alimente de la Eucaristía. Recibir a Jesús en la Eucaristía, intimar con Él hasta hacernos verdaderos amigos, y que cuantas veces sea posible nos acerquemos al Sagrario para platicar con quien parece decirnos: “Si porque te quiero tanto, quieres que te quiera más; te quiero más que a mi vida, ¿qué quieres? ¿Quieres más? ebanuelosc@gmail.com Presencia Apostólica

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Historia para meditar

La casa

morada

y el árbol Enrique A. Eguiarte, OAR

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entada en un banco del parque, en aquella mañana de invierno, pensó que siempre la habían obligado a pintar su vida de morado e imaginó su vida como una casa. Cada uno de los momentos de su existencia se podían ver reflejados en esa casa, en donde día a día se habían ido añadiendo ladrillos, acontecimientos y experiencias. Se dijo: “Siempre me han obligado a pintar mi vida de morado.” Entonces recordó su infancia y una serie de acontecimientos muy oscuros vinieron a su memoria. Se veía a sí misma, como niña, con el uniforme a cuadros que usaba en la escuela primaria, pintando su casa de morado. Y lo mismo sucedió cuando recordó los acontecimientos de su adolescencia 14

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y de su juventud. De nuevo estaba ella allí, ahora con los vaqueros de color azul claro que tanto le gustaban, obligada por diversos personajes, a pintar su vida de morado. Con esos pensamientos, aquella mañana gris del invierno le pareció todavía más triste y espesa. Movida por todo aquello que recordaba y viendo su v i d a c o m o u n a c a s a pintad a siempre de morado contra su voluntad, le vinieron a la cabeza los más oscuros pensamientos, y se deseó incluso la muerte. Se dijo: “Para qué seguir viviendo si todo lo que hago no hace más que aumentar el color morado de mi casa.” Y cuando los negros pensamient o s q u e l a r odeaban estaban ya a punto de convencerla de que tomara la peor de las decisiones, y que de alguna manera se procurara la muerte, para así ser un personaje más de la nota roja de la prensa del día siguiente, sucedió algo inesperado. Un tímido rayo de sol, de gualda suave y dulce, iluminó el árbol que estaba enfrente de ella. Se trataba de un gran árbol que tenía una enorme hendidura en uno de sus costados. A pesar de esta terrible “herida”, el árbol se veía fuerte y vigoroso, aunque por ser invierno sus ramas marrón oscuro se encontraran sin hojas y su aspecto pareciera más bien sombrío. Mientras contemplaba cómo la luz del sol se posaba sobre la gran hendidura del árbol y su mente se alejaba de la casa de color morado que le habían obligado a pintar, un anciano con un amable bigote blanco y una voz baja y paternal, se sentó a su lado sin que ella se percatara. De pronto el hombre le comenzó a decir:


Historia para meditar —La terrible hendidura se la hizo uno de los antiguos jardineros del parque, a quien este árbol no le gustaba. Nadie sabe por qué. Generalmente en lo profundo de los sentimientos más deleznables del ser humano no hay una explicación racional, sino algo instintivo. Quien se deja llevar únicamente por los instintos se aleja de lo que ennoblece al ser humano y se asemeja a las fieras. Así un día, sin que hubiera motivo para ello, este mal jardinero salió armado con una terrible hacha con la intención de cortar el árbol. Pero apenas le había dado los primeros golpes, sus compañeros lo detuvieron, pues no había ninguna razón para cortarlo. Cuando el jefe de este mal jardinero se enteró, le prohibió decididamente que se acercara al árbol y que le hiciera daño, pues su deber era cuidar de los árboles y no destruirlos, aumentar su belleza y vitalidad y no atentar contra ellas. El hombre guardó silencio unos instantes, con la mirada puesta en el árbol, como se hace cuando se recuerda desde el corazón algún acontecimiento. Ella, después de su sorpresa inicial, pues no se había percatado de la presencia del hombre, lo había estado escuchando, primero con curiosidad y después también con agrado. El hombre siguió diciendo: —Y claro, muchos jardineros sólo podían ver la terrible hendidura que los hachazos habían dejado sobre el árbol, pero otros jardineros, como yo, podíamos ver lo que el árbol estaba experimentando y viviendo en aquel momento. Y se quedó en silencio, mirando fijamente la honda hendidura del árbol, y después se dirigió con un poco de temor a la mujer: —¿Disculpe, le puedo hacer dos preguntas? La mujer, a quien ya para este momento le parecía conocer a este hombre desde hacía mucho tiempo y que le podía tener confianza, le respondió afirmativamente. El anciano jardinero le preguntó: —¿Cree usted que los árboles pueden tener sentimientos? Y en segundo lugar, en el caso de que los árboles puedan tener sentimientos, ¿puede algún ser humano percatarse de ellos? —Bien, pues, dijo ella con timidez, creo que sí, creo que deben tener sentimientos, pero no estoy del todo segura. El anciano le dijo: —Bien, pues yo creo que los árboles sí tienen sentimientos y que algunas personas que trabajamos muy cerca de ellos, como nosotros los jardineros, podemos percatarnos de esos sentimientos. Le contaré que este árbol, después de recibir la herida cau-

sada por los terribles hachazos del jardinero que no lo quería, se sintió muy mal. Mal, en primer lugar porque se sintió rechazado, no querido. Se trata de uno de los sentimientos más amargos que cualquier criatura viva puede experimentar: el rechazo. Pero también por otra parte el árbol guardaba un enorme rencor y odio, primero hacia el jardinero cruel, pero después, como suele suceder con los rencores que se enconan en el interior del corazón, se había extendido violentamente hacia todos los seres que lo rodeaban. Durante varios años el árbol dejó que estos sentimientos fueran dominando su vida y lo manifestaba mostrando violentamente su herida, abierta justo en el centro de su tronco. —¿Cómo violentamente?, ¿a qué se refiere usted cuando dice que el árbol mostraba violentamente su herida a todos? –preguntó de pronto la mujer. El anciano jardinero del bigote blanco le contestó: —Me refiero a que el árbol mostraba su hendidura, su “herida”, exagerando sus contornos y procurando que la savia sanadora no cumpliera su función balsámica, sino buscando por todos los medios que su herida se manifestara viva y, de ser posible, que fuera creciendo día tras día. El anciano jardinero siguió diciendo: —Algunos visitantes del parque, al pasar junto al árbol, sentían repugnancia al ver la terrible marca; otros, la gran mayoría, sentían compasión al ver una “herida” tan terrible. Esa era su manera de vengarse del mal que había recibido del jardinero que no lo quería, y erróneamente pensaba que de esta manera podía resarcirse del daño que le había infligido. Pero lo que el árbol no sabía eran dos cosas. Y algunas personas, como el árbol, parecen olvidarlo también. En primer lugar, que el mal jardinero que lo había herido, disfrutaba mucho al ver que la herida del árbol iba creciendo día tras día; y por otro lado no sabía lo que bien sabía el mal jardinero: que entre más se empeñara el árbol en que creciera su herida, más daño se hacía a sí mismo y más adelantaba el momento de su muerte. Y de este modo la herida creció hasta un grado que era ya un verdadero peligro para la vida del árbol, pues amenazaba su proceso vital. Y el final del árbol hubiera sido muy triste, si no hubiera sido porque un día, una niña que iba todos los días al parque a pasear, al ver la terrible herida, cómo ésta crecía cada día más y cómo el árbol se iba secando paulatinamente, sintió compasión y decidió hacer lo mismo que sus padres hacían con ella cuando tenía alguna herida: ponerle una bandita adhesiva. Presencia Apostólica

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Historia para meditar La tirita adhesiva realmente no ayudaba en nada a que la herida sanara, pero manifestaba con gran claridad el interés y el cariño que la niña sentía por el árbol. Muchas veces en estas cuestiones afectivas, lo que los demás puedan hacer por nosotros no puede ayudarnos en mucho, desde una perspectiva explicable, pero en realidad es grande su efecto en la sanación de los procesos interiores del corazón, al darnos algunas de las mejores medicinas y bálsamos: la comprensión sincera, el apoyo, el amor y la aceptación incondicional. El árbol, por su parte, al principio no se dio cuenta de este gesto y cuando se percató de él, no le dio mayor importancia. Pero al día siguiente la niña hizo algo inusitado: al ver que su bandita adhesiva no había ayudado mucho al árbol, se acercó a él y lo abrazó, susurrándole palabras cariñosas que salían directamente de su corazón infantil. El árbol, que estaba demasiado ocupado en el seguirse enconando en su rencor, de pronto despertó como de un sueño y se estremeció violentamente hasta lo más profundo de sus raíces. Experimentó algo que nunca había sentido, un calor de vida, una energía, una fuerza transformadora, un fuego suavemente devorador que de pronto le hizo comprender todo y el grave error que estaba cometiendo. Y con la fuerza de ese primer abrazo, la cicatriz del árbol comenzó a sanar. La niña, al percatarse de que su nuevo método curativo había tenido éxito, procuró ir todos los días al parque a abrazar cariñosamente al árbol, dándose cuenta de que éste iba sanando día con día, y cómo la herida iba cicatrizando. El árbol por su parte con la energía imparable que recibía de cada abrazo que la niña le daba, iba adquiriendo mayor vigor, hasta que la herida finalmente se cerró y cicatrizó completamente. Ciertamente la herida permaneció en el tronco del árbol como un testimonio del daño recibido, pero ya no era una herida repugnante y lastimosa, sino una herida que se había convertido en un estigma, en una huella gloriosa que manifestaba la inusitada fuerza del amor, que es capaz de cambiarle el signo incluso a las situaciones más negativas, oscuras y difíciles de la vida. Los abrazos continuaron puntualmente todos los días y el árbol, a pesar de la terrible cicatriz en su tronco, era uno de los más bellos del parque, pues procuraba convertir en verdor, hermosura y esplendor la gran cantidad de amor que recibía, y fue cuando comprendió que sólo el amor puede dar vida a cualquier ser, y hacer que esta vida sea plena. Cuando falta el amor, nada tiene senti16

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do; y cuando el corazón se queda vacío, como no puede permanecer sin un huésped en su interior, en lugar de amar, comenzará a odiar y el odio, el resentimiento, el rencor y el deseo de venganza no conducen sino a la muerte –social, psicológica, física, espiritual o todas juntas– como le estaba pasando al árbol. En ese momento el anciano guardó silencio y sólo le señaló a la mujer a quien le habían obligado siempre a pintar su casa de morado, un personaje que esa mañana gris se acercaba al árbol. Era una mujer más bien madura y muy hermosa. Su largo pelo de un sedoso azabache acentuaba la blancura de su rostro y lo cerúleo de sus ojos. En silencio y sin importarle quienes la estaban mirando, como cumpliendo con un ritual sagrado, a la manera de las sacerdotisas de los antiguos cultos, o como un druida en algún bosque sagrado, se acercó al árbol que tenía la “herida” y cariñosamente lo abrazó. Y así permaneció unos instantes. Posteriormente, sin decir nada, se acercó a la mujer a quien habían obligado siempre a pintar su casa de morado y se quedó de pie delante de ella sonriéndole y mirándola cariñosamente a los ojos. Lentamente la mujer a quien habían obligado siempre a pintar la casa de su vida de morado, se levantó del banco y antes de que pudiera extender sus brazos, ya la abrazaba la mujer que siempre abrazaba al árbol. Y ella pudo sentir en su interior cómo un torrente fresco de vida destruía todas las páginas de color morado y su casa de pronto adquiría nuevas tonalidades de vida y de alegría. Antes de separarse, la mujer le susurró suave y dulcemente al oído: —Pinta la casa de tu vida del color que tú quieras, del color de la alegría y del amor. No dejes que nadie decida el color que ella debe tener… Y cuando la mujer bajo los brazos y abrió los ojos, no había nadie. Ni el anciano jardinero del bigote blanco, ni la mujer de los abrazos. Sólo el árbol que le mostraba su hendidura sanada. Ella también había sanado. Con cariño se acercó al árbol y lo abrazó. Ella también había sido como ese árbol y no había sabido el daño que se había estado haciendo a sí misma durante muchos años, pues cuando odias, a quien primero y más daño haces es a ti mismo. Ahora procuraría amar más, poner más amor en su vida, para cosechar amor y olvidar los rencores. Abrazaría los acontecimientos de su historia y a su vez se dejaría abrazar por Dios. Pintaría su casa del color de la alegría y del amor…


El Espíritu

Reflexiones de Pentecostés

acontece en comunidad

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entecostés es un día de fiesta; un día de júbilo porque el Señor está con nosotros, bajo la presencia del Espíritu de Dios. Los cristianos hemos tomado la fiesta de Pentecostés de la cultura Israelita. Era celebrada cincuenta días después de la Pascua. Es una fiesta a la que también se le llamaba “Fiesta de las cosechas” y es una acción de gracias a Dios. La narración de san Lucas del acontecimiento de Pentecostés que comienza “Estando reunidos…” (cfr. Jn 20,19-23) deja claro que el Espíritu “acontece” en comunidad, no en soledad. Invade por completo a la comunidad y la pone en movimiento para que responda a Ilustración: Cerezo Barredo • www.servicioskoinonia.org

¡Ven Espíritu Santo! Ven, Espíritu Santo, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven dulce huésped del hombre; descanso de nuestro esfuerzo; tregua en el duro trabajo; brisa en las horas de fuego. Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en el duelo.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro. Mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía; sana el corazón enfermo. Lava las manchas; infunde calor de vida en el hielo. Doma el espíritu indómito; guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito. Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén Himno al Espíritu Santo

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Reflexiones de Pentecostés

las necesidades del mundo. La fuerza del Espíritu incita a la misión. El espíritu es dinámico y, a pesar de la pluralidad de pensamientos, congrega reúne y conforta. El Espíritu debe impulsarnos a trabajar por un mundo con estructuras distintas, con posibilidades de vida dignas para todos los hijos e hijas de Dios. Pero el Espíritu no obliga; necesita de la disponibilidad de cada uno de nosotros. Basado en la reflexión del día de Pentecostés del Diario Bíblico, CICLA, 2011. ¿Estamos, también nosotros, encerrados? El Espíritu Santo es quien impulsa y guía a la misión. Pentecostés es el lanzamiento a la misión de los Apóstoles. En la narración de Juan los discípulos están encerrados. El miedo los aísla (cfr. Jn 20,19-23), pero el poder del Espíritu los fortalece y guía para realizar su misión. En Pentecostés reconocemos la actitud amorosa de Dios hacia nosotros, que nos regala su presencia en nuestras vidas, nos hace partícipes de la misión de su Hijo y nos renueva mediante el perdón. Hoy la fuerza del Espíritu impulsa a las personas a “salir al encuentro” como dice el documento de Aparecida. No podemos quedarnos encerrados. Basado en la reflexión del día de Pentecostés del Diario Bíblico, CICLA, 2010 Fuerza transformadora El evangelio de san Juan nos presenta dos escenas contrastantes. Primero los discípulos encerrados en una casa al anochecer, llenos de miedo. Luego la presencia de Jesús que les comunica la paz y les muestra sus heridas como signo de su presencia real. Se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad y el encierro de la 18

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Cuidemos nuestro mundo en todos los aspectos. “casa interior” se transforman con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformadora del Espíritu. Jesús les ha asegurado que no los dejará solos; que el Espíritu Santo les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Lo cumple comunicándoles el Espíritu que todo lo crea y hace nuevo. Sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas

de la creación restaurada por su entrega amorosa. La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción social nos llenan hoy de miedo, desaliento y desesperanza. Pero él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento, para que comprendamos que no nos ha abandonado. Está aquí presente. Basado en la reflexión del día de Pentecostés del Diario Bíblico, CICLA, 2007.


De la Palabra a la acción

La

Palabra mayo-junio

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2º Domingo de Pascua Jn 20,19-31 Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.” Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.” Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.” Luego le dijo a Tomás: “Aquí

están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree.” Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto.” (…)* El evangelio nos narra lo sucedido en la reunión de la primera comunidad cristiana en dos domingos consecutivos. El primero de ellos, el día de la resurrección, los discípulos reciben lo que más deseaban y lo que más necesitaban: la presencia de Jesús en medio de ellos, después de haber llorado su muerte, así como la paz de Jesús y su Espíritu. Necesitaban la paz porque habían sido dominados por el miedo y necesitaban el Espíritu para cumplir con la misión de ser los enviados de Jesús. El segundo acontecimiento que se narra implica una bienaventuranza para los millones de discípulos que no conocieron a Jesús cuando estuvo en el mundo ni estuvieron en aquella primera reunión a puertas cerradas. “Dichosos los que creen sin haber visto” implica que se puede conocer y seguir a Jesús, tener su paz y recibir su Espíritu sin haber estado allí.

¿Cuáles son tus miedos para dar testimonio del Evangelio en tu vida diaria? Presencia Apostólica

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De la Palabra a la acción

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Ilustraciónes: Cerezo Barredo • www.servicioskoinonia.org

Mayo

3er domingo de Pascua Lc 24,13-35 El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?” Uno de ellos… le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” El les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. (…) Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo.” (…) Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él. Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer.” Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!” (…) *

En el evangelio de hoy vemos a los dos discípulos caminando sin esperanza por el camino que los alejaba de Jerusalén. La ausencia de Jesús en la vida del discípulo misionero lo oscurece todo. En una situación de incertidumbre como aquella, sólo Él, por pura gracia, te puede comunicar paz y alegría. A los discípulos les faltaba Jesús y lo encontraron ahí mismo en el camino. El suceso del camino de Emaús nos enseña dónde encontrar a Jesús: en la Palabra de Dios y en la Eucaristía. Notemos que aun antes de reconocer a Jesús, su presencia los llenaba de gozo y la Palabra de Dios los confortaba: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba…!”

¿Crees que la Palabra de Dios y la Eucaristía promueven en ti un encuentro de fe y vida?

* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo en la cita bíblica. 20

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De la Palabra a la acción

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4° domingo de Pascua Jn 10,1-10 (…) Jesús dijo a los fariseos: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido; pero el que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas. A ése le abre el que cuida la puerta, y las ovejas reconocen su voz; él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz.” (…) Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Por eso añadió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes que yo, son ladrones y bandidos; pero mis ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” Como pastor, Jesús aprecia y conoce a cada una de sus ovejas; él quiere que tengan vida y que la tengan en abundancia y para esto él mismo es la puerta: la puerta al Reino de Dios, donde hay vida en abundancia. Ser la puerta es ofrecer en sí mismo la salvación y la respuesta a todos los anhelos y esperanzas. Jesús no es un pastor de “borregos” sin capacidad de pensar y que siguen a alguien de forma mecánica. Jesús es el buen pastor que conoce, ama y respeta a cada una de las ovejas de su rebaño; las conoce personalmente y espera que estas ovejas le sigan de manera consciente y libre. Los falsos pastores solo se aprovechan de las ovejas y esto lo vemos claramente en nuestros ambientes políticos, laborales, económicos… que nos hacen ofertas tentadoras pero que no dan vida, que nos llevan al final al fracaso y que no llenan ni dan plenitud al corazón humano.

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5° domingo de Pascua Jn 14,1-12 (…) Jesús dijo a sus discípulos: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy.” Entonces Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.” (…)* Cuando nos encontremos en nuestra vida en un punto en el que no sabemos por dónde ir, recordemos que Jesús es el camino. Sí, él es el camino y, a la vez, el primero en recorrerlo, enseñándonos a caminar haciendo el bien y confiando en nuestro Padre, Dios. El camino hacia Dios pasa por Jesús. Creer en Jesús, como discípulos misioneros, significa adecuar nuestra existencia y criterios a los de Jesús, en su forma de vivir, de actuar, de relacionarse con los demás y con la creación; es comprometerse en la construcción del Reino de Dios “como piedras vivas”, aquí y ahora, sin desánimos ni pesimismos. El camino que nos propone Jesús no es fácil, pero nos conduce a la verdadera felicidad. Si caminas por donde Jesús te indica: en la verdad, la justicia, la reconciliación-paz y el amor, los temores desaparecerán y estarás construyendo un mundo más solidario que responda al plan original de Dios y preparando una morada en la casa de su Padre que es nuestro Padre.

¿Crees firmemente en la resurrección de los muertos? Presencia Apostólica

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De la Palabra a la acción

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6° domingo de Pascua Jn 14,15-21 (…) Jesús dijo a sus discípulos: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes. No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán. En aquel día entenderán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes.” (…)* Hoy se nos presentan dos realidades que con frecuencia parecen oponerse: el amor y cumplir unos preceptos. La oposición es sólo aparente pues quien

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La Ascensión del Señor Mt 28,16-20 (…) Los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Hoy celebramos que Jesucristo, después de resucitar, asciende al cielo y se sienta a la derecha del Padre. Sin embargo, los discípulos no se quedan solos, no quedan huérfanos, serán bautizados con el Espíritu Santo que les dará fuerza para predi22

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ama está siempre dispuesto a complacer a la persona amada y más si es algo bueno para los dos. Dios establece con nosotros una relación de amor, Él toma la iniciativa. Dios nos ama de una forma única y personal. Quiere quedarse con nosotros, aún mejor, en nosotros. Jesús no nos quiere dejar solos, por eso pide al Padre, que nos envíe “otro Defensor” que interceda por nosotros como ya lo hace el mismo Jesús. Esta correspondencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con el cristiano y con la comunidad eclesial es una relación que afecta a todos nuestros criterios y valores, pues nos ofrece una forma nueva de conocer, amar y vivir. Imaginemos cómo seremos transformados si dejamos que Jesús habite en nosotros con el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad.

¿Te animas a poner toda tu confianza en este gran don de Dios que te regala la Paz: el Espíritu Santo, fuerza de su amor?

car la Buena Noticia del Reino, hasta los confines del mundo. Jesús nos encarga llevar adelante la misión que él mismo tenía y que consiste en anunciar el reino de Dios, trabajando porque todos reconozcan a Dios como Padre, aceptándonos como sus hijos y por lo tanto, hermanos entre nosotros. Otro mundo es posible, donde cada ser humano sea respetado por lo que es y no por lo que tiene; donde toda mujer y todo hombre consideren a su prójimo personas con dignidad y por lo tanto las traten como ellos quisieran ser tratados. Con este encargo Jesús nos muestra su amor y su confianza y nos promete estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. La tarea de la evangelización no ha concluido, queda mucho trabajo por hacer.

¿Es para ti consuelo, esperanza y compromiso saber que Jesús estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo?


De la Palabra a la acción

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Domingo de Pentecostés Jn 20,19-23 Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.” Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo.” A los que les perdonen los pecados les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección de Jesucristo, manifiesta el cumplimiento de la promesa de Jesús de no dejarnos nunca solos. La situación de un grupo temeroso, encerrado y con miedo cambia sustancialmente. La venida del Espíritu Santo convertirá el miedo en paz, en alegría, en generosidad en el perdón, en osadía en la predicación, en la utilización de un lenguaje comprensible para todos. Pentecostés es un grito de esperanza, de unidad, de sana audacia. El Espíritu reparte sus dones –como lo hace hoypara el bien común. No seamos sordos a la voz del Señor que nos llama a poner nuestros dones a trabajar, abandonando miedos que ya no tienen sentido. Anunciemos el Evangelio de Jesús que es “buena noticia” para la humanidad. Su mensaje, su manera de entender las relaciones humanas y la relación con Dios es lo mejor que le puede pasar al mundo. No estamos solos en esta tarea. Todos estamos llamados a participar de este festival del Espíritu. ¿De qué te aprovecha vivir encerrado y lleno de temores, perdiéndote tantas oportunidades de paz, de reconciliación y de esperanza?

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La Santísima Trinidad Jn 3,16-18 “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.” “Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”: así define la Iglesia la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Verdad que sólo descubrimos por revelación de Jesús. La Trinidad se nos presenta este domingo como un Dios misericordioso y compasivo; un Dios del amor y de la paz; un Dios que tanto nos ha amado que ha entregado a su Hijo único por nuestra salvación. Dios, uno y trino, se define por ser Amor, amor activo, amor sin límites, amor entrañable, amor incondicional… L a Tr i n i d a d e s esencialmente amor y además, un amor donde está presente la diversidad: tres personas distintas en la naturaleza de un solo Dios. Esta realidad nos invita y compromete a experimentar en la medida de nuestras posibilidades que se puede vivir la unidad profunda en la Iglesia y la sociedad, sin confundir nunca la unidad con la uniformidad. De hecho, nuestras diferencias han de enriquecernos, no ser motivo de conflictos. Esta unidad, como la vive Dios uno y trino, respeta siempre al otro, a la otra, y sólo puede nacer del amor.

¿Qué me dice a mí, persona del siglo XXI, esta verdad tan compleja pero indispensable de entender y vivir? Presencia Apostólica

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De la Palabra a la acción

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El Cuerpo y la Sangre de Cristo Jn 6,51-58 (…) Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida.” Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

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Domingo Mt 10,37-42

(…) Jesús dijo a sus apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa.” Retomamos nuestro caminar en el tiempo ordinario y hoy Jesús nos recuerda la importancia de elegir la exigencia de la cruz que no trae consigo paz sino

Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre.” La festividad de este día nos habla de alimento, pan y bebida. Asimismo, nos habla de cómo la Palabra de Dios y la Eucaristía nos ofrecen saciar “el hambre y la sed de sentido” que anida en el corazón humano. La liturgia nos invita en este día a una triple acción: a llenarnos de la Palabra de Dios, fuente de sentido para la vida, a participar de la Eucaristía con la conciencia que es manantial inagotable de eternidad y, la tercera, es una consecuencia práctica, a construir la unidad, bajo el fundamento de las dos realidades anteriores. Por otra parte, se dice que “somos lo que comemos y bebemos”. Quien se alimenta de comida chatarra, no sólo material sino psicológica y espiritual, acaba perdiendo su dignidad.

¿De qué te alimentas tú?

guerra; una guerra interna que cuando se vence, asumiendo nuestra cruz de cada día, da, como recompensa, la paz del Señor. Jesús se explica a sí mismo y nos habla del sentido de su vida. Jesús no buscó ni esperó a que le viniese alguna cruz, sin embargo su compromiso con la humanidad y con su Padre le trajeron como consecuencia la cruz. Dios espera de nosotros, discípulos misioneros de Jesús, que hagamos lo mismo que su Hijo: que no nos guardemos la vida para nosotros solos, porque así la perderíamos. Espera que hagamos de nuestra vida, lo que fue la vida de su Hijo, un pan partido y compartido. Así la vida, lejos de perderse, se multiplica. Que entendamos que dándonos generosamente a los demás y compartiendo lo que somos y lo que tenemos, es como aprendemos a amar de verdad y a valorar la riqueza de nuestras vidas.

¿Qué piensas de esta frase: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”?

Comentarios elaborados por Alejandro Cerón Rossainz, CMF y Marisol Núñez Cruz.

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Si deseas ofrecer parte de tu tiempo a la acción solidaria y gratuita en los campos: pastoral, educativo, cultural, salud y cuidado del medio ambiente, contáctanos. Voluntariado de la Liga Nacional de San Judas Tadeo Templo de San Hipólito, México, D.F. Tel. 55187950

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TEMPLO DE SAN ANTONIO TEMPLO DE SAN HIPÓLITO MARIA CLARET Zarco 12, Col Guerrero, Cuauhtémoc 939, México, D.F. Col Narvarte, 55-10-47-96 y 55-21-38-89 México, D.F. Presencia Apostólica 25 55-43-27-66 y 56-69-15-59


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