Presencia Apostólica 58

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Presencia Apost贸lica

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MISIONEROS CLARETIANOS 2

Presencia Apostólica


CONTENIDO Director

Ernesto Mejía Mejía, CMF Consejo Editorial

Alejandro Cerón Rossainz, CMF José Juan Tapia, CMF Alejandro Quezada Hermosillo, CMF Enrique Mascorro López, CMF René Pérez Díaz, CMF Ernesto Bañuelos C.

Editorial

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Actitudes para re-pensar Aventuras de un misionero

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Editora

Marisol Núñez Cruz

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6 Benedicto XVI: Coherente, sabio, valiente y humilde

Arte y Diseño

Mirta Valdés Bello

7 El martirio de san Judas Tadeo

Colaboradores

Enrique A. Eguiarte Bendímez, OAR Jesús García Vázquez, CMF Juan Carlos Martos, CMF Enrique Marroquín Zaleta, CMF Distribución

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El camino a la paz interior Las emociones y la salud

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Liga Nacional de San Judas Tadeo

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14 PRESENCIA APOSTÓLICA, La voz de San Judas Tadeo, es una publicación bimestral. Editor respon­sable: José Juan Tapia Tapia. Editada por la Liga Nacional de San Judas Tadeo, A.C. Registro No. 04-2008-041014062100-102. Número ISSN 1665-8914 Distribuida por el Templo Claretiano de San Hipólito y San Ca­ siano, A.R., Zarco 12, Col. Guerrero, C.P. 06300, México, D.F. Publicación Claretiana. El material contenido en Presencia Apostólica puede ser reproducido parcialmen­te, citando la fuente y sin fines comerciales. Tel: (55) 55 18 79 50 Fax: (55) 55 21 38 89 mail: liganacional_sanjudas@claret.org Número suelto: $15.00 M.N. / $2.50 US. Suscripción anual: $150.00 M.N. / $25.00 US. (Incluye gastos de envío).

El miedo a morir El burro Lucio

1 6 ¡Escuchemos a los jóvenes!

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De la Palabra a la acción

Presencia Apostólica

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EDITORIAL

Trabajar

de adentro hacia afuera

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odemos ver la Cuaresma como un entrenamiento para fortalecer nuestro espíritu. Es un tiempo para trabajar en nuestro interior que es de donde puede venir la fuerza y los recursos necesarios para ir avanzando en nuestra propia vida, buscando el bien y la paz para nosotros mismos y para todo el mundo. Para comenzar a realizar el trabajo que se requiere, o para continuarlo, recordemos que la realidad primaria que nos mueve y determina el sentido de nuestra vida viene siempre de adentro, de nuestro interior, y por tanto, hay que trabajar de adentro hacia afuera. Con esta perspectiva somos más fuertes ante las circunstancias externas que, si bien siempre van a variar y pueden llegar a ser extremadamente difíciles, siempre serán secundarias. En este número ofrecemos artículos que nos pueden ayudar a permanecer más cerca de nuestra interioridad y a establecer –desde ahí– fuertes vínculos de hermandad con los demás. Vivamos la Pascua con esta determinación de seguir fortaleciéndonos espiritualmente y expresemos con nuestra propia vida la alegría de la Resurrección. ¡Felices pascuas de Resurrección!


Reflexión de Cuaresma

ACTITUDES PARA RE-PENSAR

U

P. Epi Diez

n teólogo suizo decía que el cristiano es un hombre en constante conversión. Esto me parece muy acertado, pues una sentencia bíblica nos dice, nada menos, que debemos ser perfectos como el Padre celestial. De manera que la conversión es tarea de todos los días. Para que ésta sea auténtica comenzará por un remordimiento –sensación de que hicimos algo mal– que pronto pasará a ser sentimiento de culpa –reconocimiento de nuestro error–, siguiendo luego un proceso, que desembocará en la experiencia que Pablo de Tarso comunica con la frase: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.” (Gál 2,20). UNA ACTITUD A COMBATIR: LA DISCULPA La disculpa parece ser que ha acompañado al hombre a lo largo de toda la Historia. En el Génesis, cuando Dios pregunta a Adán y Eva por qué le han desobedecido, ninguno dice sentirse culpable. La culpa es del otro o de las circunstancias. Cualquiera que analice la Historia caerá en la cuenta de que la dirección de la humanidad sería muy distinta si los actores no hubieran sucumbido tan frecuentemente ante la “diabólica” tentación de la disculpa, de la auto-justificación. A medida que las sociedades han creado organismos especializados para resolver necesidades, el hombre parece encontrar más pretextos para disculparse ante su conciencia y ante los demás respecto a los males sociales. Por ejemplo, qué pasa si preguntamos a cualquiera sobre dos temas, tan influyentes en la sociedad como son la educación y la economía. En el tema de la EDUCACIÓN, todos coincidimos en que ésta es imprescindible para que el ser humano pase de regir su vida por el verbo apetecer a regirla por el verbo deber; en definitiva, para pasar de una sociedad de egoístas a una de corresponsables. Sin duda, estamos también de acuerdo en que la educación exige tiempo y esfuerzo. Sin embargo, ante los fracasos evidentes en muchas de nuestras estructuras, ¿quién asume la responsabilidad de esta noble tarea? Los padres contestarán que necesitan trabajar mucho y no tienen tiempo. Los maestros dirán que los programas les vienen impuestos “desde arriba”… Y, si preguntamos a un tercer agente, el ambiente social, la TV, internet, la sociedad hedonista, pobre en valores humanos, etc… Ni siquiera nos contestarán.

En cuanto a la ECONOMÍA, nadie duda de su importancia para el desarrollo de las estructuras sociales que intentan hacer al individuo más humano y, por ende, más feliz. Casi cualquier ciudadano es capaz de enumerar a grosso modo los males y sufrimientos causados por la mala gestión de los bienes del planeta, a través de la historia. Los conflictos bélicos, e incluso las reyertas familiares, tienen en el fondo algún componente económico. La economía es un tema del que todos queremos opinar o, más bien, disculparnos de los males que acarrea la mala gestión de los bienes… En este campo la disculpa parece más justificada. De la mala gestión solemos culpar a diversos agentes: el sistema, las políticas liberales, la sociedad competitiva, una educación egocéntrica y con muy poca responsabilidad social, etc. También los textos literarios nos muestran las sutiles argucias del ser humano para distanciarse de la culpa (disculparse), para no asumir responsabilidad en sus acciones. Citemos dos ejemplos. El primero es la respuesta a la pregunta sobre la muerte del Comendador en Fuenteovejuna de Lope de Vega: “¿Quién mató al Comendador? –Fuenteovejuna, señor. –Y ¿Quién es Fuenteovejuna? –Todos a una.” El segundo ejemplo es “La indagación” de Peter Weiss, una pieza teatral sobre el proceso de Auschwitz. La mayoría de los procesados dicen no sentirse responsables de las torturas y asesinatos realizados. La responsabilidad de sus horrendos crímenes la hacen recaer en los dirigentes, en la educación recibida, en la propaganda, etc. Podríamos concluir diciendo que la actitud de la disculpa, tan anticristiana, ha sido uno de los lastres que más ha retardado la edificación del Reino de Dios en la Historia. LA ACTITUD A ASUMIR: ESCUCHAR A JESÚS Estoy convencido de que a nosotros los cristianos, y a la mayoría de nuestros contemporáneos, nos vendría bien detenernos a escuchar, sin tapones en los oídos, al gran profeta de Galilea que sigue interpelando al mundo desde hace dos mil años. Pero, ¡atención!, hablo de escuchar, no de oír. Hemos oído innumerables veces las lecturas, que finalizamos aclamando como Palabra del Señor, pero la mayoría hemos escuchado poco a Jesús, a diferencia de quienes le escucharon bien, como Zaqueo o como María de Magdala. Presencia Apostólica

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Aventuras de un misionero

Misionero

y cazador Jesús García Vázquez, CMF

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stá próxima la fiesta de san Miguel y mis lectores están invitados a la montaña, al pueblo que, a mucha honra, lleva su nombre. ¿Vamos? La Sierra alta de Guerrero está formada por un batallón de montañas, unas más altas que otras pero todas muy altas. Sólo recuerdo el nombre de la más alta de todas donde ya les platiqué que me perdí. Es el Cerro del Gachupín, llamado así porque se dice que allí tuvo lugar una batalla entre españoles e insurgentes. Aún están ahí unas piedras donde se supone que fueron derrotados los españoles. Tlacoapa (pueblo entre ríos) La cabecera de lo que fue nuestra gran misión se mece, cuando hay movimientos telúricos, entre los brazos de dos colosales montañas, unidas por un río que canta melodiosamente noche y día, y ruge de coraje cuando recibe tormentas que lo ponen inquieto, cuando los riscos que se desprenden del cerro y ruedan sobre él despiertan a cuanto ser viviente duerme en sus aposentos. Al frente, donde los cerros se hacen a un lado para dejar ver el horizonte, se mira, como un 4

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ave que quiere posarse en las puntas del árbol más alto, San Miguel, un pequeño pueblo dispuesto a celebrar su fiesta con mucha devoción. Un pueblito lleno de amor a Dios, a la Virgen de Guadalupe y, por supuesto, a su gran patrón, san Miguel. Ellos ven cómo le hacen, porque es una verdadera hazaña llevar en caravana, sobre las espaldas, horas y horas a pie, durante casi dos días de camino, entre varios hombres y mujeres, lo necesario para la fiesta: los fuegos artificiales, toritos, cohetes y castillo. Nunca faltan las danzas y la banda de música, comida para todo el pueblo y los invitados, tanto en la víspera, como el mero día. Con gran alegría recibo por parte de mi superior la orden de ir a celebrar la fiesta. Cuatro días antes de la fiesta, muy temprano por la mañana, cuando aún se escuchaba la competencia del kikirikí de los gallos, ya estaban en casa dos fiscales, enviados por la autoridad, para acompañar al misionero. Al clarear el alba, la Coqueta, (la mula que siempre me acompañaba), estaba siendo ensillada para ponerle encima lo necesario

para la fiesta: ornamentos y demás utensilios para la santa misa, un botiquín con medicamentos básicos, que siempre llevaba conmigo, y un litro de miel, pues, desde que llegué a Tlacoapa, dejé a un lado el azúcar que tanto daño hace, especialmente la refinada; desde entonces, la miel es uno de mis alimentos favoritos. Mientras los fiscales arreaban mi mula, yo corría como gamo por el camino, entre los árboles, bebiendo el aroma de los montes y comiendo tacos de aire puro, emanado del bosque. De postre, de vez en cuando, me detenía a deleitarme con los gorjeos de los jilgueros y cenzontles que parecía que sabían a dónde iba y querían acompañarme. Sentía que Dios me cantaba en sus trinos. Al llegar a la ribera del río Toto, donde se tiene que pasar de una montaña a otra por un puente colgante hecho de cuerdas y palos que se mueve tanto, que no queda otra que descargar buenas dosis de adrenalina, sentí tanta hambre que me sentía capaz de comerme un conejo entero. Y, vean qué grande es Dios con sus hijos, al otro lado del río, ha-


Aventuras de un misionero bía unos guayabos que, satisfechos con la oportunidad de cumplir con su misión, me ofrecían gratis sus dulces frutos que parecían decirme: “¡Cómenos!” Entonces me acuerdo que traía miel, pero había que esperar a los fiscales con la mula, así que me dije: “Mientras llegan, bajo las guayabas.” Y, como los guayabos estaban muy altos, me di a la tarea de practicar mi puntería y, ¡a tumbar guayabas! En esas estaba cuando llegan los fiscales. “Muchachos, vamos a almorzar guayabas con miel. Saquen el frasco.” les grité con ansias de que se apuraran. “¡Que bueno padrecito! Porque nosotros ni tortilla con chile traemos y ya tenemos mucha hambre.” Me contestaron con ganas de empezar luego. ¡Qué banquetazo nos ofreció el Señor! Esa mañana, fácil nos comimos unas tres docenas de guayabas entre los tres, bueno, entre los cuatro, porque hasta a la mula le tocaron. Con la energía que agarré de aquel potaje, casi subí volando a San Miguel. Y ahí fue donde comimos unos ricos frijolitos con gorgojos… El delegado nos esperaba a almorzar. Yo sentí náuseas, pero tuve que comerlos sin decir nada. Por esa razón, decidimos ir a buscar carnita de venado. Uno de los principales del pueblo era un gran cazador. Por cierto, su nombre era Miguel. “Padre, ¿quiere ir de cacería esta tarde?” Me preguntó con ánimo alegre. “¡Con todo gusto, Miguel!” Le respondí a la de ya. Le dije que desde niño me ha gustado la cacería y le conté como, una vez que no teníamos qué comer, le prometí a mi mamá traer carne para comer al día siguiente, que era domingo. Salí al campo con una escopeta de municiones que mi padre

me enseñó a usar y volví con varias güilotas (palomas silvestres más o menos del tamaño de las codornices) que nos dimos el lujo de banquetear en la comida y la cena, ¡gracias a Dios! y a mi buena puntería. El señor Miguel preparó un rifle calibre 22. “Usted va a cazar al venado, padre, al parecer sabe disparar y tiene muy buena puntería.” Me dijo, seguro de que para mí sería un placer cazar mi primer venado. “¡Con todo gusto!” Le respondí ansioso de ir a buscar al animal. Salimos del pueblito y como a medio kilómetro, debajo de un árbol me dijo: “Mire, padre, aquí van las pisadas, falta como media hora para que pase por aquí el venado, como ya se está metiendo el sol, va a beber agua y se regresa a su guarida. Para que no nos vea ni nos ventee, subamos al árbol.” Cuando estábamos arriba, me mostró cómo acomodarme para poder apuntarle al animalito. “Apúntele a la cabeza, es la única forma de que no se nos escape”. Me dijo muy enfáticamente. Yo estaba admirado de tanto conocimiento de don Miguel como cazador. Sólo hubo un imprevisto. El venado llegó puntual, lo malo fue que nos llegó por la retaguardia, no por el frente, como esperábamos. “¡Nunca me hagas eso!” Le dije desesperado y en secreto al venadito. No debíamos hacer ruido y yo no podía apuntar para atrás por miedo a caerme. Así que el venado llegó tranquilamente y, como si sospechara algo, levantó un poco su cabeza adornada con bellísimos cuernos. Era una hermosa estampa. Con mucha parsimonia miró a un lado y a otro, como si se burlara de nosotros y nos dijera: “Esto no se lo esperaban, ¿verdad?”, y siguió su camino muy tranquilo y majestuoso. Y yo, nervioso, frustrado y eno-

jado por no poderle disparar, no acababa de entender la inteligencia del venado que nos cambió la jugada. Lo malo para él, fue que no tomó en cuenta que don Miguel era más astuto. Cuando desapareció el venado, don Miguel me dijo: “Deme el rifle padrecito y ahí bájese como pueda, ahorita regreso”. Como a los diez minutos, escuché un disparo; en otros cinco, ya estaba don Miguel por mí para ir a recoger el animalito ya muerto. Yo apenas estaba raspándome la panza en el tronco del árbol, para poder bajar, cuando vi al venado, bien quieto. Como dijo don Miguel, el tiro fue en la mera frente así que, no tuvo tiempo de correr el pobre animal. En esos días comimos carnita preparada de distintas maneras, gracias a Dios y a la buena puntería de don Miguel. ¡Gracias, Señor, por acompañarnos en estas aventuras! Los que quieran ser misioneros, deben tomar en cuenta que: deben ser buenos cazadores y con muy buena puntería para tumbar vicios como la envidia, el egoísmo, la mentira, la avaricia, la codicia, la pereza, ansias de poder y tantas otras formas de destruir al prójimo. ¡QUÉ PADRE ES SER MISIONERO! ¡Hasta la próxima!

La escena de caza que se presenta en este relato se da en una comunidad que vive en armonía con el medio ambiente. Este tipo de comunidades completan su alimentación cultivando la tierra, recolectando y cazando. Recordemos que ellos no tienen rastros como los que tenemos en las grandes ciudades.

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Actualidad

Benedicto XVI: Coherente, sabio, valiente y humilde

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Ernesto Bañuelos C.

o voy a inventar ni a imaginar. Sólo voy a escribir lo que el mismo Joseph Ratzinger, siendo cardenal, expresó en otras circunstancias y que lo consignó por escrito un periodista. También voy a reflexionar en lo que somos los seres humanos.

En noviembre de 1992

Cuenta el periodista Peter Seewald: “Mi primera impresión era que tenía ante mí a una persona muy sensible y amigable: alguien a quien le gusta comunicarse, que sabe escuchar pacientemente… Ni traducía la autoridad de su importante cargo en presencia física, ni dominaba a la persona con la que conversaba… No tenía la sensación que este príncipe de la Iglesia, supuestamente ávido de poder, se sintiera feliz y cómodo en este ambiente… Más tarde me di cuenta de que habíamos encontrado al Cardenal en una situación personal muy difícil. No se quejaba, pero los ataques de varios años iban haciendo mella en él. Nunca había querido el cargo; ahora, el bávaro sensible al servicio de la Iglesia llevaba más de diez años enfrentándose contra los incesantes ataques de tropas enemigas. Esa lucha le había robado fuerzas… Al final de nuestra conversación reconoció que se sentía cansado y agotado, que estaba viejo y consumido. En realidad se trataba de una sensación: el guardián máximo de la fe católica reconocía sin tapujo alguno que no quería seguir: Ya estoy mayor; al límite –dijo el Cardenal–l. Físicamente me siento cada vez menos en condiciones de continuar, y me siento extenuado.”

Abril de 2005

“Esa historia de mi primer encuentro con el Cardenal Ratzinger había sucedido bastante tiempo atrás: más de doce años después vuelvo a estar sentado sobre la fría piedra de la columnata de San Pedro… No menos impresión me causó saber que era esa misma persona, que se mostró tan cansada en nuestro primer encuentro, la que se disponía a dirigir como poderoso moderador el organismo del que todo el mundo esperaba las nuevas palabras redentoras.”

Cómo lo han percibido

Ya desde antes de ser el Papa Benedicto XVI, siendo solamente catedrático, “acostumbraba a dar clases en aulas llenas a rebosar, hasta con 1,000 estudiantes; y como Arzobispo de Munich eran miles y miles de personas escuchándole… en cuanto comienza a predicar, 6

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los que le escuchan se sienten como en un estado hipnótico, como si de sus palabras fluyera un aroma que cautiva los corazones… Cuando dice: “Dios es más fuerte; quien cree, no tiembla”, no causa una impresión cómica –teniendo en cuenta la delgadez del que lo dice– sino impresión fidedigna y grande.” “Esta es la mirada de Ratzinger: Nada estudiado, sino más bien natural. Una postura que ya se puede observar en las fotos de niño. Distancia y cercanía, concentración y nostalgia, todo lo contradictorio se encuentra en esa mirada.”

Mi reflexión

Cuando nos enteramos de la noticia de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado, qué duda cabe que a todos nos impactó. Pero, ¿qué pensar de los motivos? Una lectura atenta al texto de su renuncia y sabedores de su manera de pensar al respecto es evidente que debió pensarlo bastante delante de Dios y vio con claridad que el bien del Pueblo de Dios, la Iglesia, tiene necesidad de alguien con mayor vigor físico para impulsar las decisiones que lo necesiten, de alguien sabio como él para discernir y allí, cerca del Señor, encontró el valor para tomar la decisión y la suficiente humildad para aceptar el golpeteo no sólo de quienes no quieren el advenimiento del Reino, sino incluso de las críticas de entre nosotros. ebanuelosc@gmail.com


Nuestra devoción

El martirio de san Judas Tadeo Relato de la beata Anna Catalina Emmerick

Anna Catalina Emmerick1 relata así el martirio y muerte de san Judas Tadeo y san Simón: “Los apóstoles salieron de allí y fueron a otra ciudad y se hospedaron en la casa de un cristiano. He visto levantarse un tumulto en la ciudad, y los dos apóstoles, juntamente con el cristiano, fueron conducidos a un templo donde había varios ídolos montados sobre ruedas. Se había reunido una muchedumbre tumultuosa, dentro y fuera del templo. Recuerdo haber visto que los ídolos se desplomaron destruidos y que del templo caían escombros. A consecuencia de esto fueron los apóstoles maltratados por el pueblo, que con toda clase de armas y con la ayuda de los sacerdotes idólatras, hirieron a los santos apóstoles, hasta dejarlos muertos. He visto como al apóstol Tadeo le partieron la cabeza en dos partes, por en medio de la cara, con el hacha que tenía un hombre en el cinto. Apareció una claridad y visión celestial sobre el santo mártir. Los cuerpos de ambos apóstoles descansaron en la iglesia de San Pedro en Roma”.

Los restos de los santos Judas Tadeo y Simón el zelote

“Al conocer la noticia de la muerte de estos apóstoles, el rey Acab de Babilonia habría invadido el lugar con sus soldados, recogido los cuerpos de Judas Tadeo y Simón el cananeo y llevado los mismos a la ciudad de Babilonia. Cuando los mahometanos invadieron Babilonia, los restos habrían sido sacados secretamente y llevados a Roma. En el año 800, el papa León III le presentó a Carlomagno un conjunto de restos óseos, declarando que eran las reliquias de ambos santos. Carlomagno habría conducido una parte donada de esas reliquias a Francia. Hoy, parte de las reliquias

se veneran en una cripta de la Basílica de San Pedro y otra parte en la Basílica de San Saturnino de Tolosa, en Toulouse (Francia).” (Revista Cristiandad.org, op. Cit.)

La tradición

Además de retomar los relatos anteriores, la tradición asocia el martirio de san Judas Tadeo con otros instrumentos, como son: la maza, la espada y la alabarda –un arma con una asta y una punta de lanza–; de ahí que en las diversas imágenes el apóstol aparezca representado con dichos instrumentos. En: Revista Cristiandad.org se dispone del texto de Brentano, Clemens. Overgerg, Bernardo E. y Wesener, Guillermo. Visiones y revelaciones de la venerable Ana Catalina Emmerick. Tomo XIII. Ed. Surgite!

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Muerte de san Judas Tadeo y san Simón, retomado de Abdías

“Según el relato, después de predicar y obrar milagros, convirtieron al cristianismo al rey Acab de Babilonia. Luego, su tránsito por Persia habría sido más tortuoso y difícil. En su peregrinaje junto con Simón el Cananeo, recorrieron todo el territorio predicando, convirtiendo y bautizando a sus habitantes. Al entrar a la ciudad de Suamir, habrían sido sorprendidos por los sacerdotes paganos del lugar y, al negarse a adorar a 4Martirio de San Judas Tadeo. Pocetti (hacia 1585). Museo del Prado. sus dioses, sentenciados a muerte.” (Coloreado para fines didácticos.) Presencia Apostólica

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Crecimiento personal

El camino

a la paz interior Dinko Alfredo Trujillo Gutiérrez

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n diversas tradiciones, religiosas, místicas, filosóficas y hasta psicológicas, se habla de la paz interior. Muchas veces se habla de ella a través de metáforas, imágenes y relatos, pero estos recursos no pueden transmitir la totalidad de la experiencia a la que hacen alusión, pues ¿cómo transmitir a qué sabe una manzana a quien nunca la ha comido? La paz interior puede resultar un estado lejano e incomprensible para quien está inmerso en una sociedad en la que lo más valioso son la tecnología, las novedades, lo exte8

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rior y lo que puede lucirse. ¿Cómo acercar al hombre a su interioridad cuando ha aprendido a vivir con miedo, desconectado y enajenado de lo que realmente es? Estamos lejos de visualizarnos como un ave que vuela en el horizonte plácidamente o de identificarnos con esas imágenes serenas del hombre profundo que se ha encontrado consigo mismo, con la vida y, a fin de cuentas, con Dios. ¿Entonces qué es la paz interior y qué se necesita para alcanzarla? ¿Será que el estado al que hacemos referencia es tan anhelado como mal entendido?

Comencemos afirmando que lograr la paz interior requiere llegar a lo más central y esencial de lo que cada uno somos y que lo más importante es comenzar a buscarla. En este artículo comenzaré con tres puntos que nos pueden ayudar en este objetivo: disfrutar cada momento, dejar de juzgar a los otros y a uno mismo, y perder el interés en interpretar a los demás. Encontrar la paz interior implica estar en paz con nosotros mismos y es lo que finalmente nos permite estar conectados o hermanados con los demás. DISFRUTAR CADA MOMENTO Uno de los aprendizajes más negativos que solemos tener es el de estar continuamente en el pasado, generalmente con malos sabores y sentimientos negativos, como la culpa, el resentimiento, el arrepentimiento y la amargura; o en el futuro, con su gran potencial para generar temores e inseguridades basados en puras suposiciones de lo que no está y que, en ausencia de verdades experienciales, genera las mayores angustias. Lo que no se ve, pero se fantasea, se termina volviendo un monstruo al revestirse de los peores temores. También, por otro lado, el pasado que ya no se vive, sino que está únicamente en nuestros recuerdos e historias, se mantiene vigente al cargarse de emociones que, además de deformarlo, nos mantienen unidos a él, obstaculizando así la experiencia del presente. El enorme problema es que no aprendemos a vivir el momento presente, pues hemos aprendido a estar continuamente en el atrás o el adelante, pero no en el aquí y ahora. Es así como nos enajenamos y nos alejamos del momento que vivimos y de nosotros mismos. Vivir el momento presente –lo único real–, sin agregarle fantasías ni racionalizaciones, nos lleva naturalmente al disfrute. Por supuesto


Crecimiento personal que también existen los malos momentos, pero el dolor también está de paso. Lo que hace que permanezca en forma de sufrimiento es muchas veces la carga emocional y las fantasías que depositamos sobre él. Muchas veces no sufrimos por algo que el presente significa, sino, por el contrario, por algo que está ausente: el pasado o el futuro. Entonces, lograr estar en el aquí y ahora nos puede llevar al disfrute más auténtico; gratuito en cierto sentido, pero que requiere un alto grado de conciencia. Estar en el presente es estar conectado con todo el movimiento y la creatividad que la misma VIDA implica. Así, la verdadera paz interior sólo se logra viviendo en el presente; buscarla en el futuro o recordarla es no tenerla. De manera que la paz no significa lo quieto, inmovible y lejano, sino algo que se logra en el presente, con todo lo cambiante y problemático que pueda ser. La paz fluye con la vida, aunque no haya quietud y en medio de las dificultades. La paz implica estar bien con lo que está: aceptar lo que es. Cuando la paz se ausenta se vuelve anhelo y cuando la recuperamos descubrimos que puede fluir constantemente y que está más cerca de lo que creemos; está en nosotros mismos cuando somos capaces de estar aquí y ahora. DEJAR DE JUZGAR A OTROS Y A UNO MISMO Una de las características del ser humano es la razón y el juicio es uno de los elementos de ésta. Sin embargo, cuando en una persona predomina la acción de juzgar, esta pierde humanidad, ya que el juicio se convierte en el principal cuchillo que nos separará de los otros y hasta de nosotros mismos. Entre más se juzga menos se entiende, pues para alcanzar la comprensión no necesitamos únicamente pensar, se requiere sen-

tir, intuir y tener empatía; saber ponernos en el lugar del otro. A veces ese otro somos nosotros mismos y entre más severos somos en nuestros juicios, menos integrados y menos en paz estamos. Cuando nos enjuiciamos nos dividimos, una parte de nosotros enjuicia a la otra, es como una forma de alejarnos de nosotros mismos. Pero, además, generalmente detrás del enjuiciamiento está la soberbia de alguien que se siente tan libre de culpa que puede arrojar piedras sobre el otro. Las guerras se hacen generalmente a partir de un juicio prejuicioso: yo o nosotros estamos bien y el otro está mal y hay que emprender acciones que van desde corregirlo con nuestra verdad –reprimirlo– hasta, en nombre de dicha “verdad”, matar al que piensa distinto a nosotros, siente o vive de alguna manera que no entendemos. De hecho entre más severo es el juicio, más participa un componente emocional: la ira. Es una ira que busca destruir al objeto que se opone a nuestra perspectiva. El que juzga no toma en cuenta al corazón, sino únicamente a la seca y árida razón, lo cual puede llevar a una ceguera y, en ocasiones, en nombre de la justicia se hacen muchas injusticias; por lo que el juicio, en nuestra relación con los demás y con nosotros mismos tiene un componente destructivo. Quien opera desde fuera del corazón no alcanza la paz, pues ésta sólo puede emanar de lo profundo del corazón. Y cuando hablo del corazón no me estoy refiriendo ni al órgano que nos permite estar vivos biológicamente ni a los sentimientos que son cambiantes y pueden ser superficiales. Me refiero al alma, a lo profundo y esencial que nos conecta y unifica. Sólo de ahí puede provenir la paz interior. Si se logra superar el juicio, viene la hermandad, el encuentro y el perdón au-

téntico al otro y a uno mismo y, a fin de cuentas, la apertura al mismo Amor, así con mayúscula. Por lo que a más paz interior menos interés en juzgar. La paz interior quita juicios, razones, distancias y emociones negativas. No quiere decir lo anterior que en muchas ocasiones no sea necesario el juicio, pero el punto central es que éste esté al servicio de nosotros y de la humanidad y no que, por el contrario, estemos al servicio de él. PERDIDA DE INTERÉS EN INTERPRETAR LAS ACCIONES DE LOS DEMÁS Los juicios que hacemos de los otros se basan en cómo interpretamos sus acciones. Muchos de los problemas que se dan entre las personas provienen no tanto de la acción de alguna persona, como de la interpretación que hacemos de ella. Ver la paja en el ojo ajeno es tan atractivo porque permite no vernos a nosotros mismos. Quién está siempre al pendiente de los demás es quien menos sabe de sí mismo y no se responsabiliza de sus acciones. Con frecuencia los juicios que hacemos sobre los demás nos impiden acceder a su verdadera riqueza interna y no nos permiten estar en paz con ellos. Permitirnos conocer quién es el otro y descubrir que somos tan iguales es lo que nos hermana. Habitar en la paz interior no es sólo quedarse pasivamente en la contemplación, pues no se trata de ser un sepulcro blanqueado. Es trabajar sobre lo que está adentro, barrer la basura emocional para acceder a lo profundo del corazón, de donde emana la paz y el amor más auténtico por los otros y por uno mismo. El autor es licenciado en psicología y filosofía con maestrías en terapia familiar y de pareja. Terapeuta, catedrático universitario y conferencista. Presencia Apostólica

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Desarrollo humano

Las emociones y la salud Gylda Valadez Lazcano

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n el número anterior de esta publicación tratamos el tema de la inteligencia emocional y enfatizamos la importancia de tomar conciencia de nuestras emociones, ya que éstas tienen gran poder sobre nuestra vida. Hablamos de desarrollar una inteligencia emocional que nos permita reconocer –no negar– nuestras emociones y promover las que son más favorables para nuestra vida. Ahora volvemos al mismo tema para reflexionar sobre la relación de las emociones con la salud. En el tema de la inteligencia emocional habíamos tomado como punto de partida a Daniel Goleman, quien fue su principal difusor. Este autor señala algo que por experiencia de vida todos sabemos, pero que conviene recordar porque a menudo actuamos como si lo ignoráramos y es que hay pruebas crecientes que demuestran que los estados emocionales de las personas pueden jugar un papel significativo en su vulnerabilidad ante la enfermedad, así como en el curso de su recuperación. 10

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La Organización Mundial de la Salud define la salud como: “Un estado de completo bienestar físico, mental y social; y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.” La definición de la OMS puede hacer que pensemos que la salud es algo muy di­fícil de alcanzar, pues ¿quién tiene completo bienestar en todos esos aspectos?, pero lo interesante es notar su perspectiva integral que toma en cuenta todos los aspectos, incluso lo social. Es importante señalar también que ante la enfermedad podemos tener una perspectiva diferente que no sea la de “la víctima”. Podemos verla como un área de oportunidad, como un camino de autoconocimiento y crecimiento, ya que cada enfermedad nos avisa de asuntos no resueltos, ciclos inconclusos, experiencias pasadas que nos conviene superar, así como de emociones no reconocidas ni expresadas. Las emociones son fundamentales para el estado de salud. Algunos estudios determinan que el sistema nervioso central y el sistema inmunológico se comunican; esto quiere decir que las emociones y

el cuerpo no están separados, sino muy interrelacionados. Nuestras emociones implican costos o beneficios sobre nuestra salud Debemos estar conscientes de que nuestras emociones tienen efectos sobre nuestra salud, ya sean costos o beneficios. Las emociones negativas como la ira, el estrés, la depresión, el pesimismo y la ansiedad tienen un alto costo y tarde o temprano “nos pasan la cuenta”. Pueden provocarnos desde un accidente, como caerse o chocar por estar enojado o deprimido, hasta los efectos en nuestro sistema cardiovascular –como la hipertensión– o en nuestro sistema digestivo –como la gastritis y las úlceras– entre otros problemas. Las creencias negativas –como “el mundo se va a acabar”, “la situación económica no va a mejo­ rar”, “los hombres son malos” etc.– producen emociones negativas que afectan la vulnerabilidad de la persona a contraer enfermedades, ya que debilitan la eficacia de las células inmunológicas, aunque esto no significa que todos aquellos que tengan estas emociones serán con seguridad más vulnerables a una enfermedad. Entre las emociones perturbadoras más estudiadas se encuentran la ira, el estrés, la depresión y la ansiedad. Estas emociones surgen como procesos adaptativos o mecanismos de defensa necesarios, ante la adversidad extrema de las circunstancias, pero en un momento dado ya no resultan funcionales y generan daños secundarios. La IRA fundamentalmente genera problemas en el sistema cardiovascular. Esta emoción varía en intensidad, yendo de la irritación leve hasta la furia intensa. La manera instintiva de expresarla es responder agresivamente, esto nos permite luchar y defendernos


Desarrollo humano cuando somos atacados o nos sentimos amenazados. Podemos expresar la ira de manera “ecológica”, ya que suprimirla tiene un riesgo personal y es que puede provocar, hipertensión o depresión, o provocar deseos de venganza, en lugar de enfrentarse directamente a la persona, también puede provocar actitudes permanentes de hostilidad y cinismo. El ESTRÉS es la respuesta del cuerpo a condiciones externas que perturban el equilibrio emocional de la persona. Esto provoca unas reacciones en el cuerpo que a corto plazo no son dañinas pero que si persisten pueden provocar, depresión, enfermedades cardíacas, etc. Un estrés moderado puede in­­ cluso mejorar la memoria y la inte­­ ligencia ya que normalmente algo que nos estresó mucho lo recordamos durante mucho tiempo. Algunos tratamientos naturales y positi­ vos se han mostrado eficaces para mejorar el estrés, como son los masajes, cuidar la alimentación, dormir y recurrir a técnicas de relajación. La DEPRESIÓN es una emoción que afecta al estado anímico, a la manera de pensar y de concebir la realidad. Afecta al ciclo normal de sueño-vigilia, provoca pérdida de apetito y también se altera la auto­ estima. La depresión no es lo mismo que un estado pasajero de tristeza. Está provocada por el resultado de la acción combinada de factores predisponentes y de factores del entorno, así como de la forma de enfrentar los problemas. La ANSIEDAD está asociada a preocupaciones excesivas. Sus síntomas más frecuentes son nerviosismo, fatiga, irritabilidad, incapacidad para relajarse, alteración del sueño. Estos síntomas provocan a su vez un deterioro en las relaciones familiares, sociales y laborales. Es un trastorno de larga duración, puede durar por ejemplo más de

Aprender a validar las emociones es una tarea personal y social. seis meses. Se puede reducir trabajando el comportamiento, con técnicas de respiración y buscando el origen de la ansiedad. Es importante aclarar que las emociones son para vivirse y no debemos someterlas a censura ni a negación. Al decir que son para vivirse me refiero a reconocerlas y expresarlas físicamente. Aprender a validar las emociones es una tarea personal y social que muchos de nosotros tenemos pendiente, ya que hemos aprendido a negar nuestras emociones. Las creencias positivas, que producen emociones positivas, son benéficas a la hora de la recuperación en caso de enfermedad. La persona que tiene una actitud positiva es más capaz de resistir en circunstancias penosas. Los beneficios que tienen las emociones favorables, como el optimismo y la esperanza son innumerables. Por ejemplo, la reacción emocional de una persona ante un problema que requiere rehabilitación física, que por supuesto implica esfuerzo y constancia, obviamente hace toda la diferencia en cuanto a la evolución que tendrá y los logros que alcanzará en los aspectos de la funcionalidad y productividad que se van a traducir en una mayor calidad de vida. El optimismo y la esperanza provocan que las personas luchen y se mantengan con mejores hábitos alimenticios, actividad física más saludable y que eviten más exitosamente las adicciones. Obviamente las emociones positivas facilitan el proceso, tanto para el enfermo, como para las personas que lo apoyan. Cada persona construye su propia realidad, de acuerdo con sus percepciones que tienen que ver

con su propia historia personal, y a partir de ahí genera algún tipo de emoción. El papel de las emociones no se limita solo a provocar o ser causante de la enfermedad, sino que también influye en su desarrollo, agravamiento y cronicidad. ¿Qué podemos hacer? Existen siete tips de un afamado médico brasileño, llamado Drauzio Varela, que son ampliamente difundidos bajo el título de “El arte de no enfermarse”. Los enumero a continuación: Hable de sus sentimientos  Tome decisiones  Busque soluciones  No viva de apariencias  Acéptese  Confíe  No viva siempre triste Son consejos útiles para conservar la salud que nos hablan de la innegable relación entre ésta y las emociones. Es interesante constatar que, por fin, la ciencia médica occidental está enfocando su atención en las emociones, las actitudes y los pensamientos. Hace falta que la medicina occidental se libere de la obsesión por el uso de medicamentos para todo y comience a incorporar otras formas de curación que no requieran siempre y únicamente de sustancias químicas. Concluyamos diciendo que actualmente ya no es justificable ignorar el impacto de nuestras emociones sobre nuestra salud y que esa es una buena razón, además de otras de las que hablamos en el artículo anterior para desarrollar nuestra inteligencia emocional y, en pocas palabras, vivir mejor. La autora es psicoterapeuta corporal y terapeuta sistémica de pareja y familia. centro.ometeotl@gmail.com Presencia Apostólica

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Tanatología

“Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender.” Marie Curie

El miedo

a morir Ana Laura Rosas Bucio

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odos sabemos que algún día vamos a morir, pero nos gusta creer que eso va a suceder cuando seamos muy mayores. Los avances de la medicina han alargado nuestra esperanza de vida, pero también algunas enfermedades, los accidentes, la violencia y nuestros modos de vida llenos de estrés nos ponen muchas veces en riesgo de morir pre­ maturamente. Sin embargo, nos cuesta trabajo vernos como simples mortales. No nos gusta pensarnos muertos, y, si bien es cierto que todos los seres humanos tenemos ese miedo, muy pocas veces nos ponemos a reflexionar porqué.

Miedo al cambio

El temor a la muerte tiene que ver con el temor al cambio. La muerte es el máximo cambio que vamos a vivir. Muchos seres humanos desean que nada cambie, ni el florero de la mesita ni el color de las paredes. A veces no aceptamos ni los cambios que implica nuestro desarrollo natural: crecer, madurar, soltar. Y a veces incluso las cosas que nos hacen 12

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daño tampoco queremos que cambien. Entonces, ¿cómo podríamos aceptar el cambio más radical?, un cambio que implica dejar el mundo, nuestra gente y nuestras cosas. El miedo a la muerte, como todos los demás miedos, puede llegar a limitar nuestra vida, puede hacer que la dejemos de vivir plenamente.

Miedo a la soledad

Junto con el miedo a la muerte vamos a encontrarnos con el miedo a la soledad. Nuestra fe en Dios nos ha enseñado que allá donde Él está no estaremos solos. Sin embargo, a pesar de eso, seguimos teniendo miedo a que no sea verdad. Morir implica soledad. Nos cuesta aceptar la posibilidad de irnos y dejar a los demás y todo lo que tenemos. Nos asusta quedarnos solos. Pero también el abandono y el aislamiento son formas de muerte social. Cuando estamos solos, cuando nadie se acuerda de nosotros, nos sentimos como muertos en vida. Nos asusta la posibilidad de estar solos al morir, así como de que nuestros seres queridos, nos olviden.

Miedo al dolor El proceso de morir también despierta otros temores. A veces el asunto al que nos resistimos es que la muerte vaya suceder después de una enfermedad o una agonía dolorosas o tememos que el mismo momento de morir vaya a ser doloroso. El miedo a morir puede limitar nuestra vida, puede llevarnos a no hacer muchas cosas por el “qué tal si me pasa algo”, y si bien es cierto que podemos tener un accidente en un avión, o en un auto, o caminando en la calle, en realidad nada nos garantiza que dejar de hacer estas cosas va a evitar que algún día vayamos a morir. De todas maneras si nos cuidamos en exceso o nos descuidamos, el hecho es que todos, tarde o temprano, vamos a morir. Claro está que cuidar nuestra salud, hacer ejercicio, alimentarnos bien, puede asegurarnos una vida de mejor calidad, incluso más larga, pero ninguna de estas cosas va a evitar que suceda la muerte. Tener miedo de ir al doctor por pensar que a lo mejor nos dicen que estamos muy enfermos o tener miedo de morir en un quirófano, cuando necesitamos ser operados, lo único que consigue es que las enfermedades avancen a un grado en el que ya no se puede hacer nada. La muerte es la única certeza que tenemos. Todo lo demás es incierto. Y es precisamente ante nuestra única certeza donde más tememos... De ahí la importancia de prepararnos, de reconocer nuestros temores y de buscar la manera de que estos no entorpezcan nuestra vida, mientras la tenemos. El duelo por nuestra propia muerte es un duelo anticipado y radical. Se trata de una pérdida que aún no ha tenido lugar, donde el objeto a perder es la propia vida, dejar de ser, dejar de existir, es lo que está en juego. Nuestra propia identidad y la propia persona son puestas a prueba.


Tanatología ¿Qué podemos hacer? Prepararnos para nuestra propia muerte nunca va a ser un proceso sencillo, pero no debemos olvidar que lo más difícil es vivir la vida, enfrentarnos a todas las situaciones que nos toca vivir. Aunque si recordamos ese proceso veremos que no siempre ha sido difícil y es más, me atrevería a afirmar que la mayor parte del tiempo ha sido sencillo y divertido, pero de verdad vivir es lo más difícil, porque involucra cambios, retos, luchas, enfrentamientos, dificultades, y si estamos leyendo esto es porque, a pesar de todo, hemos podido hacerlo. Aquí estamos, vivos, tal vez sanos, algunos otros enfermos o en situaciones en donde la muerte está más cercana. Pero aún con todo eso, seguimos vivos. Lo mejor que podemos hacer, no importa el tiempo que nos quede, es realizar actividades que nos gusten y que nos den ilusión, porque así podemos llegar al final, sintiendo y sabiendo que nuestra vida ha sido plena y ha valido la pena. Andar por el mundo con miedo a morir es como vivir a medias, es llevar una vida a la mitad, ni gozosa ni dolorosa. Me gusta pensar que la vida es como la muestra el trazo de un electrocardiograma: un subir y bajar. Vivir implica a veces estar arriba, gozando, otras veces es estar abajo, resolviendo o enfrentando. Pero de arriba a abajo hay puntos intermedios que nos permiten tomar aire y poder continuar. No sirve de nada dejar de hacer cosas por temor a morir, porque la muerte llega cuando tiene que llegar, ni antes ni después. Hay un cuento que dice que un hombre se encuentra a la muerte en la cuidad y huye de ella, corriendo hasta llegar al desierto, hasta llegar a una cueva donde decide esconderse para que no lo encuentre, pensando que si no vuelve a salir no se encontrará nunca más a la muerte. Cuando llega

la noche de ese mismo día en que huyó, se le presenta la muerte y le dice: “Me sorprendió verte esta mañana en la cuidad, pues yo sabía que ibas a morir en una cueva en el desierto.” Hay cosas que podemos hacer para hacer menos difícil el proceso de la muerte. Empezar a hacer planes mientras todavía tenemos salud: pensar qué queremos hacer con nuestra vida. La planificación es la mejor manera de llegar al final. Las cosas son más sencillas si tenemos un plan. Hasta hacer una fiesta requiere de un plan, no importa que tan improvisada sea. Dejar que los demás sepan qué es lo que desearíamos al final de la vida: nuestros últimos deseos, dónde queremos morir, qué queremos que suceda en nuestro final, etc. Esto da a los demás la posibilidad de complacernos, de prepararse, y a nosotros también nos permite prepararnos mejor. Hablar con nuestras personas importantes del cariño que tenemos hacia ellos, así como de aquellas cosas que entorpecen las relaciones y no nos dejan vivir en paz. Empezar a vivir nuestras relaciones con los demás con más autenticidad. Si alguien no está de acuerdo, decirle que no importa, que respe­ tamos su decisión, pero que respete la nuestra. El respeto entre los humanos facilita nuestra vida y también nuestra muerte. Si se tratara de una enfermedad terminal, enterarnos del diagnóstico es un impacto muy fuerte pero nos permite: a) Elegir un tratamiento. b) Tomar el control de la fase final de nuestra vida. c) No dejarle todas las decisiones al médico o a la familia ya que ellos tomarían el control de nuestro final. d) Hay que comprender lo más

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posible la enfermedad y su pronóstico. e) Arreglar nuestros asuntos pendientes. Estrategias para morir en paz: Inculcar buenos recuerdos: eso asegura que no nos olviden, ni en vida ni después de nuestra muerte. Mantener el control al final: nosotros somos los únicos que sabemos lo que necesitamos y nadie tiene que decidir por nosotros. Evitar el sufrimiento: el dolor a veces no lo podemos evitar, pero el sufrimiento es opcional. Sufrir no es una necesidad humana. Sufrir a veces implica tomar la decisión de atormentarnos de más con nuestros dolores. Despedirse de los seres queridos: irse nunca será un proceso sencillo. Pero la despedida nos da siempre la posibilidad de cerrar un ciclo, en este caso el ciclo de nuestra vida. Pero recordemos siempre que al cerrar algo se nos crea la oportunidad de abrir otro ciclo más. Asumir nuestra soledad: nacemos solos, la vida es un proceso que empezó así, y moriremos solos. Nadie puede morir la muerte de alguien más. La soledad es intrínseca al ser humano. Pero aunque somos seres solitarios, también pode­mos llenar esa soledad con grandes y amadas personas que aunque dejen de estar, su presencia, su amor, las experiencias vividas, se quedaran a acompañarnos siempre en nuestro corazón. Y no hay que olvidar que en realidad no estamos tan solos, estamos con Dios y con nosotros mismos. Y que allá, a donde vamos al morir, también están los nuestros... los que se adelantaron en el camino.

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La autora es psicóloga clínica, experta en intervención en crisis, tanatóloga, logoterapeuta y conferencista. Directora académica del Instituto de Formación y Atención en Psicología IFAPS. lrosasb@hotmail.com Presencia Apostólica

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Historia para meditar

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o se distinguía de otros burros por ninguna característica exterior. Era más bien pequeño, de color gris oscuro y, como a todos los burros, le gustaba rebuznar con fuerza al salir el sol o para quejarse del trabajo que tenía que realizar. No obstante, en alguna ocasión que su amo lo había usado para acudir a la lejana capilla en donde se celebraba la misa todos los domingos, mientras esperaba en la puerta había alcanzado a escuchar que la misma Biblia hablaba de una burra que había logrado hablar, y de este modo había librado a su amo de una muerte segura (Nm 22,20-35). Después de haber escuchado esa lectura, el burro se sintió animado a hacer un esfuerzo y entablar conversación con su amo. De hecho siempre había soñado con poder hablar, pues eran muchas las ideas que se le ocurrían y deseaba compartirlas con alguien, ya que siempre que hay luz en el interior, lo primero que se quiere hacer es compartirla con aquellos que nos rodean. De este modo un día cuando su amo lo llevaba de camino hacia un poblado lejano, hizo su primer esfuerzo, pero fue en vano, pues mientras in-

tentaba pronunciar una palabra, lo único que salió fue un sonoro y ronco rebuzno que resonó en todo aquel valle y que su amo había castigado con un buen golpe sobre sus costillas, mientras le decía: —Lucio, que te quejas de todo, no ves que ahora vamos de camino y que no llevas ninguna otra carga sino mi propia persona. Anda, sigue caminando, que para eso te he dado hoy tu cebada, ya te pareces a mis hijos a los que cuido y alimento, y no hacen más que rebuznar y quejarse, como tú... Y en vista de que el camino era largo y que el amo del burro llevaba mucho tiempo solo, se animó a seguir hablando y le siguió diciendo al burro: —Mira Lucio, yo sí que tengo problemas. ¿Has visto cuántas deudas tenemos en la familia? Por ellas en un momento determinado llegué a pensar en venderte para poder liquidar alguna, pero también he pensado que sin tu ayuda la siembra va a ser más difícil y estos caminos se me van a hacer más largos si los tengo que hacer yo solo a pie. Y suspiró profundamente el campesino mientras seguía diciendo: —Realmente son muchos los problemas que tengo. ¿Has visto cómo me he peleado con mi esposa? Ya viste que el otro día nos dijimos de todo, y yo con el acaloramiento de la discusión le dije cosas que en realidad no sentía, pero que salieron de mis labios movido por el enojo. Y, ¿has visto los problemas que tengo con mis hijos? Yo intento inculcarles los mejores valores, pero veo que los muchachos son rebeldes y que no siempre van por un buen camino y yo quisiera que fueran hombres y mujeres de bien. Por todo ello puedes ver, Lucio, que soy muy desgraciado y que he tenido siempre muy mala suerte. A todo esto el burro le quería decir a su amo que es verdad que tenía problemas, pero que su esposa no era cómo él pensaba, pues era una buena mujer, y sus hijos no eran unos muchachos viciosos y depravados, sino que hacían lo que podían por buscar lo mejor para ellos y para toda la familia. Por eso hizo un segundo esfuerzo arriesgándose a que en lugar de palabras volviera a salir un ronco rebuzno y así, de pronto de su hocico de burro salieron las primeras palabras: —Amo, no es verdad que seas tan desdichado y que tengas tan mala suerte. El amo del burro, como lo hubiéramos hecho cualquiera de nosotros, se quedó estupefacto. Y se detuvo para mirar quién era el que hablaba, pues pensaba que cerca de él estaba alguna persona. Al no ver a nadie pensó que había

El burro Lucio (Una fábula de Apuleyo)

Ilustración: Leticia Asprón

Enrique A. Eguiarte, OAR

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Historia para meditar tenido una alucinación. Volvió a retomar el camino y de pronto el burro volvió a hablar: —Sí amo, yo creo que no eres tan desdichado como tú lo crees. El dueño del burro, al escuchar de nuevo estas palabras, se volvió a detener. Y una vez más miró a su alrededor. Ahora sí había escuchado con claridad las palabras y estaba seguro de que no era ninguna alucinación. Miró a un lado y a otro y no podía descubrir a nadie. Mientras miraba alrededor, el burro siguió hablando: —Amo, no te asustes, pues soy yo, tu viejo burro, quien te habla. En esta ocasión, el amo sintió como retumbaban las palabras del burro debajo de sus piernas y se convenció de que quién hablaba era el mismo burro. Lleno de temor, se bajó de un salto del burro y se puso delante de él, esgrimiendo con las dos manos el palo que llevaba con la clara intención de golpearlo, mientras le decía: —Tú no eres un burro, sino un demonio, pues los burros no hablan. El burro, viendo a su amo en esa actitud, le dijo, intentando modular su ronca voz: —No, amo, no soy un demonio, soy tu burro, el de todos los días. —Y entonces, ¿por qué hablas? Los burros no hablan, sino sólo rebuznan y cuando hablan deben tener un demonio dentro. —No, amo, escúchame, yo no soy ningún demonio, sino que soy tu burro de todos los días, el viejo Lucio que te ha acompañado en muchos de tus caminos, y que, escuchando las conversaciones con tus vecinos, he aprendido a hablar. Mientras no me veías, he estado haciendo prácticas en el corral, hasta que he aprendido a modular un poco la voz. —No, señor demonio, usted no me va a engañar. Los burros no hablan; así que lo voy a apalear hasta que deje de hablar y salga de mi burro Lucio. —Pero, mi amo, no soy ningún demonio. Yo quería decirte que eres un hombre muy afortunado, que tu mujer te ama más de lo que tú te imaginas, que tus hijos no son unos gandules, sino que son buenos muchachos que a su manera se esfuerzan por trabajar y hacer mejor la vida de toda la familia. —Calla, demonio, calla que no me vas a convencer con tus palabras. Yo soy un hombre desgraciado y me rodean muchas cosas malas y desdichadas. —No, amo eso no. Eres un hombre afortunado y tan afortunado que tienes un burro muy distinto a los demás, pues puedo hablar. ¿Sabes el dinero que podrías tener si me llevas a las ferias y cobras por verme y oírme hablar? Te convertirías en el hombre más rico no solo del pueblo, sino en uno de los hombres más

ricos del mundo. Yo soy tu mina de oro con la que Dios te ha bendecido. —Calla, demonio, que eres un demonio. Como te dije, te voy a dar de palos hasta que salgas de mi burrito y dejes de hablar. Así que tú eliges: o sales de mi burro o te muelo a palos. Todavía el burro intentó una vez más convencer al campesino: —Pero amo, ¿no ves lo afortunado que eres? ¿No has escuchado el pasaje de la Biblia en donde se dice que una burra habló y salvó a su dueño de una muerte segura? —Ahora sí que estoy convencido que eres un demonio, pues conoces hasta la Biblia y todo. Esta es la última vez que te lo digo, demonio inmundo, sal de mi burrito o te rompo las costillas a palos hasta que salgas. Y de pronto sin decir más, el hombre se abalanzó sobre el pobre burro, golpeándolo con el palo a diestra y siniestra. El burro se dio cuenta de que no debía seguir hablando si quería salvar la vida, pues el amo lo estaba golpeando con una terrible furia, como si verdaderamente tuviera un demonio dentro. Su salvación era volver a rebuznar. Por ello, en medio de una lluvia de palos, el burro hizo salir de su golpeado vientre un profundo y sonoro rebuzno. Al oírlo, su amo dejó de golpearlo y dijo en voz alta: —Finalmente ha salido el demonio y mi burrito ha vuelto a ser el mismo, y yo sigo siendo un desdichado. El hombre volvió a montarse en su burro y, tomando las riendas, le dio orden de seguir caminando. El burro, aunque llevaba las costillas molidas, supo que debía caminar, mientras en su interior pensaba que hay personas que son más burras y necias que los mismos burros, que no son capaces de dialogar con nadie ni de aceptar cambiar su propio punto de vista. Pensó también que hay seres humanos que son extraños, pues encuentran un morboso placer en compadecerse a sí mismos y en creer que son víctima de todo y de todos. Pensó también que hay seres humanos que viven tan encerrados en sus propios pensamientos que no ven pasar a la fortuna a su lado y la dejan irse sin asirse a ella, por seguir aferrados a sus propias ideas. Pensó que su amo podría haberse convertido en un hombre sumamente rico, pero que había dejado pasar la ocasión por estar siempre pensando en sus propias cosas. Y así, el dueño del burro llegó al lugar adonde iba tan pobre como había salido, y el burro se decidió a nunca volver a hablar, o por lo menos a no hacerlo con ese dueño. No obstante, el burro no era tan burro como para no saber que en alguna ocasión podría escaparse y cambiar de amo, aunque no descartaba, y por eso no era tan burro, que el nuevo amo pudiera ser tan burro como el primero. Presencia Apostólica

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k Fe y vida MISIÓN JUVENIL 2013

¡ESCUCHEMOS A LOS JÓVENES!

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ada etapa de la vida tiene sus encantos y sus demonios. La ju­ ventud es una edad maravillosa. Tiene a su favor: vigor, belleza, enamoramien­ to propio, gozo de vivir, sentido de libertad, espíritu de aventura, pa­ sión por los ideales, rebeldía con­ tra convencionalismos formales y contra la hipocresía, etc. La juven­ tud, más que una edad, es “una estética de la vida cotidiana”. Por eso, dejar de ser joven es objeto de añoranza e ilusión, de ahí que el consumismo privilegie la juven­ tud como recurso publicitario. La adolescencia es también una etapa de transición y, por tanto, es difícil y con conflictos internos. Jesús mismo la vivió así. Cuando a los 12 años se quedó en la clase de catecismo del templo, mientras sus papás cumplían con las cos­ tumbres rituales de los peregrinos. Interesado por la enseñanza que un escriba impartía a los niños, Jesús se sorprendía de que las interpre­ taciones que este hacía acerca del esperado Mesías fuesen tan dife­ rentes de la que su madre le hacía. Primero, preguntaba y cuestio­ naba tímidamente. Ese escriba ha­ bría llamado entonces a otros más sabios, y el adolescente pensó que era importante quedarse a la dis­ cusión, en tanto que sus padres se integraban a la caravana a la hora convenida: los hombres por delan­ te, entonando himnos religiosos, luego los jóvenes con los came­ llos. Atrás venían las mujeres con la comida y los enseres, y los niños, correteando de uno a otro grupo. Cuando al anochecer montaron las tiendas, José y María notaron la 16

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Enrique Marroquín, CMF

ausencia del hijo y tan pronto ama­ neció, regresaron en su búsqueda, encontrándolo finalmente en la clase. Entonces eran los escribas mismos quienes preguntaban al niño. Esto complació a María; pero al menos podría haberles avisado, y para colmo, Jesús les responde en una forma típica de un adoles­ cente: “¡Para qué me buscaban!” San Lucas añade una frase reve­ ladora para relacionarnos con los jóvenes. Esta frase nos habla de escuchar: “María conservaba estas cosas en su corazón.”1 La Iglesia ahora está muy pre­ ocupada por el alejamiento de los jóvenes de las iglesias. No sólo se lamenta por la falta de vocaciones sacerdotales, que de esto se deriva, sino porque ya ahora, una Iglesia sin jóvenes es una Iglesia envejecida y decadente. La Iglesia reconoce que más bien es ella la que se ha alejado de los jóvenes, por lo que la Arqui­ diócesis organiza la “Misión Juvenil 2013”, aconsejando una pastoral juvenil que comience por escuchar a los jóvenes. Pese a que las situa­ ciones históricas condicionan cada edad que las personas viven, ha ha­ bido pocos estudios de la juventud en el ámbito latinoamericano, donde los jóvenes entre 10 y 19 años, re­ presentan un tercio de la población (es decir, unos 150 millones).2 Habría que comenzar elabo­ rando una tipología, ya que care­ cemos del ella. Es importante, por ejemplo, distinguir cómo se vive esta etapa en el ambiente rural (dónde prácticamente no existe la etapa de juventud), de cómo se vive en el ambiente urbano; lo mis­ mo, las diferencias relacionadas con los estratos sociales a los que

se pertenece. En otras latitudes distinguen estos tipos de jóvenes: a) El “libre disfrutador”, hedonis­ ta, amante de las fiestas y de los excesos. b) El “antiinstitucional”, proclive al vandalismo y a los desórdenes callejeros. c) El “institucional ilustrado”, es­ tudioso, que se prepara para el éxito en la vida. d) “El “altruista comprometido”, minoritario, preocupado por la transformación de la sociedad, por la ecología, la justicia, la paz, la democracia y la libertad (no necesariamente por vía de la política partidista). e) El “retraído social”, apático, ho­ gareño, de poca vida social.3 En México, según el censo del 2000, el 33,6% muchachos y muchachas entre los 12 y 29 años (14 millones) no asistía a la escue­ la. El 64.7% había trabajado algu­ na vez: de chicos no se les dificul­ ta tanto conseguir algún trabajillo, pero conforme van creciendo, el desempleo aumenta. Actualmen­ te hay 8 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan 4 . Hay que prestar especial atención a los jó­ venes de los sectores populares, que son la mayoría. En cuanto a la conducta sexual, el 50% de los jó­ venes del subcontinente tuvieron su primera relación antes de los 20 años, un número considerable quedó infectado por el VIH/SIDA, y el 38% de las adolescentes ya se habrán embarazado.5 Lc 2, 41-51 Plan de Acción Regional sobre Salud de Adolescentes, San Salvador, mayo 1997. 3 Fundación Santa María, España, 1999. 4 Encuesta Nacional de la Juventud 2000, INEGI, 30 de noviembre 2000. 5 Organización Panamericana de la Salud (La Jornada, 10 de julio de 2005, núm. 7404). 1 2


Fe y vida

La falta de oportunidades y de futuro los inclinará hacia la delin­ cuencia, siendo presa fácil del cri­ men organizado. A pesar de (o “debido a”) la estrategia de comba­ te al narcotráfico, quienes proba­ ron drogas ilícitas, pasaron de 3.5 millones de mexicanos en el 2002 (jóvenes en su mayoría), a 5 millo­ nes en el 2008 y a 6 millones en el 2009, y los adictos a ellas pasaron en ese mismo período, de 203,000 a 361,300 en 2008.6 La violencia juvenil es uno de los mayores pro­ blemas de salud pública en el con­ tinente americano. En la Ciudad de México, en 1997 se contabilizaron 1,500 pandillas. Y en sólo el primer semestre de 2009 fueron consig­ nados 2,787 menores infractores, 41% más que en 2007.7 Pero los jóvenes no son sólo agresores, sino también víctimas: el 80% de los homicidios de Ciudad Juárez en los últimos años, son jóvenes me­ nores de 39 años.8 Son frecuentes las actitudes condenatorias a estas genera­ ciones, pero es necesario com­ prenderlas y saber que el proble­ ma no se resuelve aumentando el número de cárceles (los jóvenes que caen en éstas son coopta­ dos por los cárteles de la droga y salen convertidos en sicarios). La falta de posibilidades y el bom­ bardeo constante de la publicidad

consumista, que les enseña que no son nadie si no tienen el último modelo del celular, de los zapatos tenis o de la música… los empuja a delinquir. Con todo esto, mu­ chos jóvenes viven al borde de la crisis de ansiedad, la depresión y las adicciones. Con miedo a la violencia y a embarazos no de­ seados, sin instituciones que se ocupen de ellos, con escasa oferta educativa, conflictos familiares y restricciones económicas; final­ mente, con la situación doméstica en crisis (familias desintegradas, la salida de la mujer a trabajar y la pequeñez de las viviendas),9 ha­ cen que se queden solos y que busquen la compañía de otros jóvenes solitarios, como ellos, que les proporcionan, al menos, com­ pañía, aunque sea al precio del sometimiento al líder de la pandilla. En otros grupos sociales, sus pa­ dres no quisieron ser autoritarios (como lo fueron los padres de és­ tos) y pasan al otro extremo: son consecuentes, les dan todo y los vuelven arrogantes, impositivos, chantajistas, individualistas, hedo­ nistas y materialistas. Escuchar a los jóvenes no es fácil, entre otras cosas, por el pro­ blema lingüístico que afrontan. Las generaciones actuales manifiestan una marcada pérdida de vocabula­ rio. En una investigación realizada

en Italia, se constataba que si en 1976 un joven utilizaba unos 1,400 vocablos, en el año 2,000 éstos se habían reducido a 600. De ahí la angustia, pues con pocas pala­ bras resulta más difícil pensar. 10 Esto se manifiesta, por ejemplo, en los graffitti que los “chavos ban­ da” pintan en los muros.11 Algunos de estos son realmente artísticos; pero se puede notar que no con­ tienen palabras legibles, sino sig­ nos de acotamiento territorial, de identidad de las pandillas o de ex­ presión de graffittero, una manera de decir: “Aquí estoy, existo, tengo derechos.” También son mane­ ras de afirmar lo mismo: el cabello a rape con cresta o pintado de co­ lores, el “piercing”, los tatuajes o el rock agresivo. Con estos sím­ bolos, los “modernos primitivos”12 se deslindan de los convenciona­ lismos de los adultos, pretendien­ do diferenciarse de ellos y “ser ellos mismos”; pero terminando por clonar la apariencia de sus coetá­ neos, lo que no es sino otro tipo de convencionalismo. Intentan ex­ presar horror, no tanto para provo­ car agresivamente, sino más bien para ocultar su miedo, pareciendo peligrosos. Sustituyen su falta de vocabulario con imágenes, como puede constatarse, en otros estra­ tos, por los facebooks juveniles, en los que el discurso verbal es míni­ mo, compensado por la profusión de imágenes. Aparentemente los jóvenes de hoy no tienen nada qué decir; pero en realidad nos están gritando su palabra, demandando ser escuchados. Encuesta Nacional de Adicciones 2008, de la Secretaría de Salud Federal. Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (Notimex, 12 de julio 2009). 8 Revista Proceso 7 febrero 2010. 9 Periódico La Jornada, 29 de enero de 2013, p. 2: Guillermina Mejía, directora de la Clínica Adolescentes. 10 Ugo Galimberti, citado por Communitá Via Gaggio 2000. 11 Los bandos son los decretos fronterizos para protege el mercado del territorio nacional, acotado con banderas. Los contrabandistas burlan esos bandos; pero las bandas de bandidos les despojan de sus mercancías. 12 Ya existían estas prácticas en sociedades primitivas, incluso desde hace 60,000 años. 6 7

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Misión social

La misión social de Manantial San Judas Tadeo Judith Sánchez

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anantial San Judas Tadeo, empresa 100% mexicana, ubicada en Santa Cruz Cuauhtenco, Estado de México, tiene sus comienzos en noviembre de 2010. La planta purificadora fue fundada por los Misioneros Claretianos y tiene el objetivo de apoyar causas sociales y ayudar a la población en situaciones de desventaja. Manantial San Judas Tadeo es una empresa dedicada al proceso y distribución de agua purificada, de la más alta calidad. Nuestro manantial proviene de los mantos acuíferos del volcán Xinantecatl, mejor conocido como Nevado de Toluca, esto significa que el agua que ofrecemos es la más pura, ligera y deliciosa del mercado. Como sabemos, tomar agua beneficia el funcionamiento de nuestro organismo, lo que se traduce en mejor salud y mejor aspecto, pero también, tomar Agua San Judas Tadeo es apoyar a sectores necesitados de nuestra sociedad, ya que nuestra empresa tiene una misión social. La misión social de Manantial San Judas Tadeo es posible gracias a la mediación de asociaciones civiles, cuyo objetivo es apoyar a causas sociales en beneficio del pueblo mexicano, proporcionando fondos para:  Personas con discapacidad auditiva (Escuela para sordos)  Niños en situación de calle  Migrantes en Cd. Juárez  Indígenas de la montaña alta de Guerrero  Atención médica a personas de bajos recursos Por eso, cada que compras un producto estas ayudando a alguien más. Agua San Judas Tadeo ¡Como caída del cielo!

¡El agua que ayuda!

Agua del Nevado de Toluca ¡Como caída del cielo!

www.aguasanjudastadeo.com

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Palabra marzo-abril

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3 Domingo de Cuaresma Lc 13,1-9 er

(…) Algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.” Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: «Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?» El viñador le contestó: «Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré.»” Un tema esencial en la Cuaresma es el de la conversión. Convertirse quiere decir transformarse en algo distinto de lo que se era y la autenticidad de esta transformación queda de manifiesto cuando se producen frutos que beneficien a uno mismo y a los demás. A quienes interpretan los fenómenos naturales y la muerte desafortunada de aquellos galileos como un castigo divino, Jesús les deja en claro que no hay relación entre los pecados y las calamidades que puedan ocurrir, pues su Padre no es un Dios venga-

dor, sino un Dios de misericordia, “porque es eterna su misericordia”. Aunque el pecado es causa de desequilibrios personales y sociales, éste no tiene la última palabra. El viñador de la parábola pide que se dé a la higuera una nueva oportunidad y se propone abonarla y rodearla de cuidados, en espera del fruto deseado. La Cuaresma es mucho más que una propuesta de penitencia; es un tiempo de gracia en el que Dios nos habla de lo que se espera de todos nosotros, no sólo durante cuarenta días, sino a lo largo de toda nuestra vida: frutos de conversión. Presencia Apostólica

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4o Domingo de Cuaresma Lc 15,1-3.11-32 (…) Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me toca.» Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: «¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.» Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.» Pero el padre les dijo a sus criados: «¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo.» El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: «¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que 20

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Ilustraciones: Cerezo Barredo • www.servicioskoinonia.org

despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo.» El padre repuso: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.»” El libro del Génesis nos habla de la satisfacción que produce una obra bien realizada; siete veces resuena en él la expresión “¡Y vio Dios que era bueno!” De manera semejante, las tres parábolas del capítulo 15 del evangelio según san Lucas expresan lo que es bueno y alegra el corazón de Dios: el encuentro de lo perdido y el regreso de quien se ha extraviado; ambas son analogías que nos hablan de nuestra propia conversión. “Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.” Y ni una sola palabra de reproche… En la conversión un abrazo de Dios lo purifica todo. Después viene la fiesta y la alegría que provoca la conversión sincera de quien se sabe hijo y confía en el corazón de su padre.

“Me levantaré, volveré a mi padre…”


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5o Domingo de Cuaresma Jn 8,1-11 (…) Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.” Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo. Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse, uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

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Domingo de Ramos Lc 22,14-23,56

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios.” Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.” Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.” Después de cenar hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes.”

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor.” Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.” Jesús parece estar siempre ahí donde más se le necesita. En este caso lo vemos frente a una mujer que ha pecado y cuya vida está en peligro inminente. Pero reparemos en que la mujer del relato estaba acusada de un delito que obviamente no había cometido ella sola; es el caso de todas las mujeres “lapidadas” o “apedreadas” de la historia. La mujer del relato tuvo la fortuna de encontrarse con Jesús, precisamente con quien “vino a salvar lo que estaba perdido”. Frente a Él, se recupera siempre la dignidad perdida. Jesús le habla a la mujer con especial respeto y comprensión, enseñándonos el modo como debemos comportarnos con los demás, aun cuando estén siendo acusados, y nos recuerda que no estamos en posición de juzgar a los otros: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.” (…) Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación.” Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (…)* Ni meditando fragmento por fragmento todos los relatos de la Pasión podríamos llegar a comprender la hondura del amor de Dios que se manifiesta en la muerte y resurrección de Jesús. Pero acercarnos a estos relatos nos permite ir descubriendo su sentido y adentrarnos en ese amor. La Eucaristía proviene de la celebración de aquella Pascua que nos narra el relato de la Pasión según san Lucas. Tomemos como tema para nuestra reflexión el fragmento que dice: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer…” Cuando participemos en la Eucaristía, recordemos las palabras amorosas de Jesús y respondamos desde lo más profundo de nuestro corazón, casi gritando nuestra fe: “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús.” Una buena tarea en este año de la fe sería entender, cada vez mejor, lo que celebramos en la Eucaristía. Presencia Apostólica

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Jueves Santo Jn 13,1-15

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “¿Señor, me vas a lavar tú a mí los pies? Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás.” Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.” Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso,

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Viernes Santo Jn 18,1-19,42

(…) Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo.” Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre.” Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él. (…)* Tomemos para nuestra reflexión este fragmento del relato de la Pasión según san Juan. La maternidad fue para la virgen María vocación y tarea bien comprendida. Por eso no 22

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Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.” Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos.” Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios.” Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan.” ¡Qué hermosa es la escena de un ser humano, lavando los pies, curando las heridas o atendiendo las necesidades de otro ser humano! Pues elevado al infinito es hermoso ese mismo gesto en Jesús, quien nos enseña a “amar hasta el extremo” y nos invita a hacer lo que él hace. Con su ejemplo, Jesús nos enseña que el amor se demuestra en el servicio y que no debemos buscar ser servidos, sino servir.

le causaría sorpresa la encomienda que le hace su hijo desde la cruz: “Mujer, ahí está tu hijo.” Luego le dijo al discípulo: “Ahí está tu madre” y desde aquella hora la recibió en su casa. En compañía de este discípulo y de sus mejores amigas, la virgen María compartiría el gozo del anuncio de la resurrección de Jesús. En la Iglesia nosotros tenemos a María como madre e intercesora y le pedimos con confianza: “Ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte…” La compañía de María nos llena de esperanza y hace menos triste el Viernes Santo.


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Domingo de Pascua Jn 20,1-9

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto.” Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado

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2o Domingo de Pascua Jn 20,19-31 Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.” Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La

sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no había entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los domingos de pascua son siete; siete diferentes escenarios a través de los cuales contemplamos un acontecimiento que es único: la Pascua del Señor. Todos estos escenarios tienen como fondo la frase acuñada por Pablo como expresión de nuestra fe: “Jesús ha muerto, Jesús ha resucitado.” Durante estas semanas la Palabra de Dios nos invitará continuamente a avivar la esperanza que proclamamos en el credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida perdurable.” La resurrección de Jesús nos invita a fortalecer nuestra fe y a dar testimonio de ella a los demás. paz esté con ustedes.” Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree.” Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto.” (…) Al atardecer del mismo domingo de Resurrección los discípulos se encuentran reunidos y así, en comunidad, experimentan la presencia de Jesús resucitado, quien les comunica su paz que, junto con la alegría, viene a remplazar el miedo que predominaba al principio del relato. El apóstol Tomás representa aquí nuestro propio proceso de fe: Primero “ver para creer” y, tiempo después, confesar con admiración: ¡Señor mío y Dios mío! La duda y la confesión de fe de Tomás es motivo para que Jesús pronuncie una bienaventuranza que nos alcanza a nosotros: «Dichosos los que creen sin haber visto.» En la vida necesitamos más que cosas; necesitamos la presencia de personas para no sentirnos solos. A través de la experiencia de la resurrección de Jesús, al igual que los discípulos, comenzamos a sentir que Él nos acompaña siempre con su paz y que la vida tiene sentido y, sobre todo, esperanza.

* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo en la cita bíblica. Presencia Apostólica

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3er Domingo de Pascua Jn 21,1-19 (…) Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban Juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar.” Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo.” Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada. Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No” Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados. Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor.” Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. (…) Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.” (…) Después le dijo: “Sígueme.” Las imágenes de este relato, la barca la pesca y las redes, nos remiten a la Iglesia y el apostolado. La analogía nos da mucho que pensar… Por ejemplo, si más de una vez hemos sentido frustrados nuestros esfuerzos, ¿no será porque hemos echado las redes sin escucharlo a Él, que conoce dónde y cuándo echarlas para que la pesca sea abundante? Laicos, pastores y consagrados, cometemos muchas veces el error de trabajar por nuestra cuenta. Sólo cuando se echan las redes en su nombre la pesca se vuelve abundante, entonces nosotros también exclamamos “es el Señor”, comemos con él y escuchamos su invitación: “Sígueme.”

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4o Domingo de Pascua Jn 10,27-30 (…) Jesús dijo a los judíos: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno.” Este pasaje nos da una lección profundamente maravillosa. Veamos. Nos dice Jesús, siempre en primera persona, que él es el pastor y que él conoce a cada una de sus ovejas, en particular y les da la vida eterna… para luego afirmar que Él y su Padre son una misma cosa. Es decir que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, –la Trinidad– me pastorea, me conoce, vela por mí y me ofrece la vida eterna. ¡Todo un Dios pendiente de mí! Y sólo me pide a cambio aprender a distinguir su voz –su Palabra–, en medio de tantas voces, y seguirle. Sólo Dios que es amor ofrece tanto y pide tan poco. El mejor de los tratos ¿no te parece?

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5 Domingo de Pascua Jn 13,31-33.34-35 o

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por éste amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos.” Jesús reservó para el momento de la despedida la mejor de las herencias. Nos dejó un mandamiento de amor destinado a ser el sello distintivo de los cristianos. Suena sencillo, pero este mandamiento tiene sus dificultades para nosotros… porque amar como él amo es humanamente imposible sin su asistencia. Pero Jesús lo tenía todo preparado y para ello nos dejó la fuerza de su Espíritu. Comentarios elaborados por Domingo Vázquez, CMF

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(55) 5521 3889  (55) 5536 2328  04455 4505 5810


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