PRESENCIA APOSTÓLICA
Revista bimestral núm. 61 SEP-OCT 2013 Donativo: $10.00•$2.00 US
La paz interior
nos conduce a la espontaneidad y al amor Una historia para meditar:
La estrella y el planeta azul
El perdón, una elección personal Presencia Apostólica
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MISIONEROS CLARETIANOS 2
Presencia Apostólica
PRESENCIA APOSTÓLICA
CONTENIDO
Director
Ernesto Mejía Mejía, CMF
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Editorial
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Vida cotidiana
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Aún no nos ha tocado
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Nuestra devoción
Consejo Editorial
Alejandro Cerón Rossainz, CMF José Juan Tapia, CMF Alejandro Quezada Hermosillo, CMF Enrique Mascorro López, CMF René Pérez Díaz, CMF Lourdu Jerome Joseph, CMF Óscar Linares Rodríguez, CMF Ernesto Bañuelos C. Editora
Marisol Núñez Cruz Arte y Diseño
Mirta Valdés Bello Colaboradores
Enrique A. Eguiarte Bendímez, OAR Jesús García Vázquez, CMF Juan Carlos Martos, CMF Enrique Marroquín Zaleta, CMF
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La paz interior nos conduce a la espontaneidad y al amor El perdón, una elección personal
Distribución
Liga Nacional de San Judas Tadeo
PRESENCIA APOSTÓLICA, La voz de San Judas Tadeo, es una publicación bimestral. Editor responsable: José Juan Tapia Tapia. Editada por la Liga Nacional de San Judas Tadeo, A.C. Registro No. 04-2008-041014062100-102. Número ISSN 1665-8914 Distribuida por el Templo Claretiano de San Hipólito y San Casiano, A.R., Zarco 12, Col. Guerrero, C.P. 06300, México, D.F. Publicación Claretiana. Impresa en Carmona Impresores S.A. de C.V. Torreón, Coahuila. www.carmonaimpresores.com.mx • ventas@ carmonaimpresores.com.mx • Tel. (871) 707 42 00 con 30 líneas, lada sin costo 01 800 228 22 76. El material contenido en Presencia Apostólica puede ser reproducido parcialmen te, citando la fuente y sin fines comerciales. ¡Te invitamos a suscribirte! mail: ligasanjudastadeo@gmail.com Tel: (55) 55 18 79 50 Fax: (55) 55 21 38 89 Número suelto: $10.00 M.N. Suscripción anual: $150.00 M.N. / $25.00 US. (Incluye gastos de envío).
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¿Qué pasa cuando perdemos una parte o función de nuestro cuerpo?
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Una gran aspiración humana: la libertad religiosa
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La estrella y el planeta azul
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El Día de los Muertos
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De la Palabra a la acción
Presencia Apostólica
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EDITORIAL
extraordinario
Tiempo de construir lo “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible, y de repente estarás haciendo lo imposible.” San Francisco de Asís
A
l tiempo que abarca este bimestre se le llama, en el calendario litúrgico, tiempo ordinario. Esta expresión nos puede sonar como que es un tiempo en que no pasa nada y en realidad es todo lo contrario. En el tiempo ordinario —en la cotidianeidad— sucede lo más importante: la vida. Es en este tiempo ordinario, en el esfuerzo y la sencillez del día a día, cuando se construye lo extraordinario. Reflexionemos en la frase de san Francisco de Asís que aparece en el epígrafe. Comenzar atendiendo las necesidades más evidentes —propias y ajenas— con responsabilidad. Después, dar un paso más, haciendo todo lo posible con generosidad, dejándonos llevar por nuestros sueños e ideales. Simplemente hacer lo mejor que podamos. Y de repente —casi sin que nos demos cuenta— estaremos haciendo lo imposible, lo extraordinario. En palabras del Evangelio. «Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás lo recibirán por añadidura.» En este número ofrecemos reflexiones y experiencias que nos hablan de cómo los recursos que nos proporciona nuestra fe pueden nutrirnos y fortalecernos para lograr alcanzar lo extraordinario que sería, por dar algunos ejemplos, la justicia, el amor, la solidaridad, la capacidad de salir adelante en la adversidad y la paz interior.
Vida cotidiana
Busco una verdad Todos andamos en busca de la verdad. Deseamos la verdad, la buscamos, la pedimos y la queremos para cada momento de nuestra vida. Si tuviera que traducir esa búsqueda, la traduciría como un deseo de ser auténticos. Deseo ante el Señor y ante todos ustedes, ser auténtico. Quisiera que existiera una correspondencia entre los gestos y las palabras, una correspondencia entre las palabras y las acciones, una correspondencia entre las promesas y los cumplimientos, una correspondencia entre lo que nosotros queremos ser y lo que tratamos de ser y nos esforzamos por ser en nuestra vida cotidiana. Deseamos la verdad, deseamos la autenticidad, deseamos que, en nuestras palabras, gestos y acciones, todo lo que decimos y hacemos, corresponda a lo que el Señor pone dentro de nosotros. Que no haya rechazo, que no exista diferencia ni distancia entre lo que sentimos y lo que vivimos. Buscamos juntos la autenticidad, la deseamos y la queremos en las relaciones de amistad, de fraternidad, en las relaciones cotidianas entre nosotros. Busco, Señor, una verdad que sea genuina y pura como el agua, que sea simple como el pan, que sea clara como la luz, que sea poderosa como la vida. Busco una verdad que sea genuina y pura como el agua: una verdad que no tenga que pedir prestada cada vez a unos y a otros, a derecha y a izquierda; una verdad para la que no tenga que referirme continuamente a modelos externos, sino que me salga de dentro; una verdad que continuamente se renueve en mí y en cada uno de nosotros, como se renueva continuamente, siempre nueva y siempre igual, el agua del manantial. Busco una verdad que sea simple como el pan: una verdad que se pueda tocar, que se pueda ver, que no nos engañe, que no sea complicada ni difícil y que, como el pan, pueda ser repartida, dividida y distribuida a otros. Una verdad que nosotros podamos mirar a la cara, tocar, meditar y acercarla a nosotros de manera sencilla. No una verdad por la que estemos obligados a pensar continuamente en qué consiste y qué significa, sino una verdad que, en sí misma, como el pan, nos comunique su sustancia, su capacidad de nutrirnos, su realidad concreta e inmediata. Busco una verdad que sea clara como la luz: una verdad capaz de renovarse siempre, nunca cansada de sí misma; una verdad que continuamente resurja de su propio cansancio, de su propia desconfianza,
de su propio acomodo perezoso; una verdad que continuamente reviva en nosotros, que sea poderosa igual que la vida es poderosa. Ésta es mi búsqueda, nuestra búsqueda, el deseo que pongo en común con ustedes porque confío en que éste sea también su deseo, nuestra búsqueda común. Pero la verdad es débil. Porque se necesita poco para oscurecerla y herirla. Es débil en nosotros, porque nuestra fragilidad la pone constantemente en duda. Es muy fácil ensuciar una fuente: basta echarle un puñado de tierra. Es muy fácil cerrar los ojos y no ver la luz. Es muy fácil, por desgracia, suprimir la vida: basta un momento de odio, un arma en la mano, basta una jeringuilla, bastan poquísimas cosas para suprimir una vida. La verdad es frágil! Frágil como el agua que discurre por la tierra y que cualquiera puede pisar. Es frágil como el pan que se tira. Es frágil como la luz que se puede no ver. Es frágil porque está en manos frágiles, en vasos de barro que somos nosotros. Es frágil porque continuamente puede ser rota, partida, pisada, olvidada, traicionada... Y nos dice Jesús de Nazareth: Yo soy el agua viva que nunca se acaba y que apaga la sed, yo soy el agua viva que brota hasta la vida eterna. Yo soy el pan de vida. El que come de él no morirá. Yo soy la luz que brilla en las tinieblas y que las tinieblas no pueden ocultar. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive en mí tendrá vida eterna. Señor, tú eres mi verdad, tú eres la verdad del hombre. Tú, Padre de Jesucristo, te has convertido en mi verdad, y en el Espíritu, cada día, te haces verdad en mí. Y tú eres el primero, Señor, en hacerme hombre y en el darme esta verdad. Si tú me faltas, si tú te alejas, yo ni siquiera soy hombre, soy como una piltrafa, como un náufrago que busca la salvación y no la encuentra, un náufrago al borde de la muerte. Señor, tu gracia, tu verdad, tu luz, me hacen hombre y son mi gracia, mi verdad y mi luz. Cardenal Carlo M Martini www.ciudadredonda.org Presencia Apostólica
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Aventuras de un misionero
Aún no
nos ha tocado Jesús García Vázquez, CMF
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omo los abuelos suelen ser unos acumuladores de sabiduría, un buen día que la encontré de buenas, le pregunté a mi abuelita: —Abuela Pachita, ¿por qué las personas se mueren? —¡No me ande diciendo abuela, soy su madre!– me contestó con cierto enfado. Ahí me di cuenta que no le gustaba que le dijéramos abuelita y mucho menos abuela, y eso que la encontré de buenas. ¡Como si tuviera cuarenta años!, si la pobrecita ya estaba más para allá que para acá. Más rápido que inmediatamente, cambié la forma de preguntar: —Mamita Pachita…– y es que tampoco le gustaba que le dijéramos mamá Pancha. 4
Presencia Apostólica
Tenía su modo de ser la abuela, como todos los ancianitos, y había que dejarla ser. Los ancianos merecen que de vez en cuando les demos por su lado. Muy pronto estaremos en su lugar, y hay que tratarlos como a nosotros nos gustaría que nos traten, cuando lleguemos allí. Bueno, decía que le pregunté: —¿Por qué las personas mueren? —Mire, mi hijo– me contestó, mirándome con ojitos de ternura y complacientes, como quien habla por la experiencia y no con filosofías elevadas e infladas que te dejan peor que como estabas– las personas se mueren, o porque ya les toca o porque se ponen en el tocadero. —¿Y qué quiere decir que ya les toca?– le pregunté con ansias de ir al fondo del asunto, en relación con esa palabra. Y ella, segura de lo que contestaba, me respondió:
—Significa que Dios ha determinado llevárselos el día que se mueren. —¡Ah!– exclamé aún con ciertas dudas, pero como dándole a entender que sí había entendido para que no se sintiera mal. Pero, como a una madre nunca se le puede engañar, me dijo: —Usted no entiende ahora, pero lo entenderá más tarde. Además, yo quería saber qué quería decir con eso de que se ponen en el tocadero. —Y, ¿qué quiere decir que se ponen en el tocadero?– le pregunté, ansioso de ampliar mi tierna sabiduría con diez años de edad apenas, aprovechando que ya habíamos entrado en confianza. Y me contestó: —Usted no lo vaya a hacer. Se ponen en el tocadero los fanfarrones a los que les gusta buscar pleitos,
Aventuras de un misionero los que beben mucho alcohol y se destruyen el hígado, los que comen más de lo que necesitan, los que no piensan que cuando destruyen a una persona se destruyen a sí mismos, los que abandonan a sus padres cuando son ancianos y los que tientan a Dios haciendo actos de peligro de muerte. Así que, si usted quiere vivir muchos años, evite todo eso. Pensé que también me diría: “los que fuman mucho, porque se destruyen los pulmones”. Y es que mi abuela echaba humo por la boca y por la nariz, y a veces me parecía ver que hasta por las orejas también. Encendía un cigarrillo tras otro, de puros faritos, que en aquel tiempo eran los más baratos y los más ecológicos. A veces me pedía que yo le encendiera el cigarro y aprovechaba para “darme las tres”. Bueno, algunas cosas las he evitado, y otras, no –como les contaré–. Ya les he contado que me gusta volar como las aves, sin más motor que las alas y el viento, y en una ocasión estuve a punto de matarme. La vez que aterricé en el chilar no fue tan peligroso como en esa ocasión que ahora les contaré. Desde las tres de la tarde, comenzando a generar adrenalina, me dispuse a preparar el ala del parapente. Era como mi cuarta práctica de vuelo solo, acariciando los vientos de Santa Rosa, pueblo a cinco kilómetros de Orizaba, Veracruz, que cuando chocan con sus bellísimas montañas, forman corrientes ascendentes de vientos, proporcionándonos las circunstancias favorables para el vuelo libre. Como a las cinco de la tarde, comenzó a soplar un viento suave que hacía cantar a los árboles y a los pájaros del monte que entrelazaban sus últimas notas, como si tocaran el piano, formando hermosas melodías. Todo esto sentía y escuchaba, al irse acercando el mo-
mento de abandonar el suelo y de quedar a merced del viento, mientras mi gigante ala, ansiosa, ya quería levantarse para pegar el vuelo. ¡Gracias a Dios!, cuando llegó el momento, tuve un despegue fenomenal. Ahora que les cuento, aún siento el vértigo y la emoción de sentir las caricias cálidas de las delicadas nubecillas que sonrientes ayudan a subir y subir. El tiempo no se siente pasar estando arriba meciéndose en el ala. Vuelta y vuelta, cuando menos lo pensé, ya estaba a casi mil metros de altura. En eso escucho a mi instructor por el radio: —Padre, es el momento de practicar el vuelo del halcón, ¿está listo? —Tan listo como un cerillo apagado, antes de ser encendido– le contesté con mucho nerviosismo, ya que aún no aprendía bien el uso de las cuerdas con las que se maneja el ala. (El vuelo del halcón consiste en encoger un poco las alas para tomar velocidad, se pueden alcanzar hasta cien kilómetros por hora.) Las siguientes indicaciones fueron: —Tome tales cuerdas –ya ni recuerdo cuáles eran– y va a echar el cuerpo hacia atrás dándoles el jalón con todas sus fuerzas, —¡Claro que sí!– le contesté, pero muy nervioso porque no estaba seguro de hacer lo que me estaba indicando. —¡Hágalo ahora! Entonces me entró tal nerviosismo que cogí las cuerdas que son para colapsar el ala, pero cuando ya está uno en tierra firme, no en pleno vuelo. Me echo para atrás dando el jalón y, allá voy como de rayo pero no para adelante como debía ser, sino derechito al suelo, a una velocidad que me pareció de más de doscientos kilómetros por hora. Solo recuerdo que dije: —¡Ay Diosito Santo! ¡Pero del suelo no paso!
Se me cruzaron muchos pensamientos, ¿sería mi último vuelo? ¿Estoy preparado para morir? Hasta pensé en la abuela que me dijo que unos se mueren porque se ponen en el tocadero. ¿O ya me toca o me puse en el tocadero? Cuando faltaban como trescientos metros para llegar al suelo, escuché que me dijo el instructor: —¡Suelte las cuerdas! Gracias a Dios, no perdí el conocimiento con el vértigo de la velocidad. Solté las cuerdas y, ¡oh milagro! El ala volvió a abrirse para continuar el vuelo. ¡Volví a nacer! Pero en qué aprietos puse a Diosito, ya que aún no me quería con Él. Volví a tomar altura, mientras las montañas me quitaban el susto meciéndome y acariciándome con los brazos de sus vientos como bálsamos de suave fragancia. Y ¡aquí estoy con ustedes! Las preguntas que me hice entonces, ahora se las paso para que las contesten: ¿No me tocaba?, ¿me puse en el tocadero?, ¿será verdad que cuando no te toca, aunque te pongas?, ¿será verdad que cuando ya te toca, aunque te quites?, ¿Dios puede hacer que no te toque, cuando ya te toca? ¿o que te toque cuando aún no te toca? O ¿cada instante de nuestra vida es una oportunidad que Dios nos da para conocerlo más, amarlo, servirlo, alabarlo y, cuando Él quiera, llevarnos al cielo? De lo que sí estoy seguro, es de que Dios nos ama muchísimo y de que lo que hace es para bien de todos nosotros. Creo que Dios me dejó aquí todavía para contarles esta historia y otras más, para gloria suya, Aún no nos ha tocado pero, ¡algún día nos tocará! Hay que ponernos listos y hay que estar preparados porque “no sabemos ni el día ni la hora”. ¡Hasta la próxima! Presencia Apostólica
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Nuestra devoción
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Próxima aparición de libro sobre san Judas Tadeo
stimados lectores, nos da mucho gusto anunciarles la próxima aparición de un libro dedicado a conocer más profundamente al apóstol san Judas Tadeo. Como recordarán, mediante la revista Presencia Apostólica, los claretianos llevamos diez años de trabajo editorial en el Templo de San Hipólito, con la finalidad de contribuir a la comprensión del sentido profundo y la historia de la devoción a san Judas Tadeo. El título del libro es: San Judas Tadeo. Historia de un apóstol y de una devoción. Estará disponible para los devotos y para el público en general, hacia el mes de octubre del año en curso. El libro comienza con una revisión de las fuentes que nos proporcionan datos importantes sobre la vida y la obra de san Judas Tadeo,
El sermón de la montaña. Carl Heinrich Bloch (1834–1890).
siendo, desde luego, la más importante de ellas el Nuevo Testamento. También se revisan fuentes antiguas –como la obra de los Padres de la Iglesia– y tradiciones de las antiguas comunidades fundadas por los apóstoles mismos, todo lo cual revela aspectos importantes de la misión de san Judas, así como su herencia espiritual, que se extiende hasta nuestros días, manteniéndose viva gracias a la devoción de todos ustedes. Es digno de destacarse que en este libro el devoto podrá apreciar varias de las más hermosas pinturas que durante más de cuatrocientos años realizaron los grandes maestros de la pintura, quienes con la finalidad de ilustrar los evangelios realizaron un esfuerzo que nunca antes y nunca después se ha vuelto a realizar de manera tan exhaustiva. Estas pinturas son parte del acervo cultural de la cristiandad y es de gran importancia conocerlas. Es notable que en todas estas pinturas aparece san Judas Tadeo y/o sus familiares, quienes fueron parte de alguno de los dos grupos más allegados a Jesús y a la Virgen María: los doce apóstoles y los 72 discípulos. 4María de Cleofás con sus cuatro hijos. Familia de san Judas Tadeo. Pedro de Campaña. Sevilla, España. 6
Presencia Apostólica
Nuestra devoción Asimismo, en este libro revisamos el sentido más profundo del culto que en la Iglesia se dedica a los santos y se trata el tema del sentido genuino de las imágenes religiosas, en el contexto de la religiosidad popular, todo ello con la finalidad de erradicar actitudes incorrectas de fanatismo y de descubrir que se trata de formas valiosas de encontrarse con Jesucristo. En este libro el lector podrá conocer la historia reciente de la devoción a san Judas Tadeo, desde su manifestación en la ciudad de Chicago, donde floreció gracias a los migrantes mexicanos y a los misioneros claretianos, y luego su llegada a la Ciudad de México. El devoto podrá revisar la advocación y la iconografía de san Judas Tadeo, como estandarte de anhelos y luchas de los creyentes. De particular interés es la descripción de la fiesta de san Judas Tadeo en el Templo de San Hipólito de la Ciudad de México. En ésta se podrán apreciar las tradiciones de los devotos y muy especialmente se podrán admirar una serie de fotografías de gran calidad que documentan esta fiesta. Sobre este tema, en este libro, podremos disfrutar del testimonio de dos misioneros visitantes, quienes, provenientes de otras regiones del mundo, nos entregan su impresión de esta manifestación de profundo valor religioso comunitario. La Virgen y el niño con los santos Simón y Judas. Federico Barocci, 1567.4 San Judas Tadeo es el joven a la izquierda.
¡Por fin! Un libro que ofrece una visión completa de la devoción a san Judas Tadeo, fundamentada en el conocimiento de la identidad e importancia del
santo apóstol. ¡Espéralo! Historia de un apóstol y de una devoción
TEMPLO DE SAN HIPÓLITO MISIONEROS CLARETIANOS DE MÉXICO Presencia Apostólica
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Crecimiento personal
La paz interior nos conduce a la espontaneidad y al amor
H
e venido desarrollando, durante cuatro números de esta revista, el tema de la paz interior. Con este artículo concluyo el tema, pero la paz interior es un objetivo de trabajo para toda la vida. Indudablemente alcanzarla no es fácil, pero quien se empeña experimenta un cambio profundo que se ve traducido en una vida más espontánea y generosa, en la que el amor sale al encuentro. Antes de continuar, hay que recordar que sólo podremos alcanzar la paz rompiendo con ciertos hábitos nocivos, como el de buscar aquellas cosas enajenantes que el mundo nos ofrece. Sólo rompiendo con nuestro gran controlador, el egocentrismo, es como podremos llegar a estar bien con el mundo, con nosotros mismos y con Dios. Con este objetivo abordemos ahora los tres últimos puntos a trabajar: la tendencia a obrar y pensar espontáneamente sin el miedo del pasado; la receptividad al amor de los demás y la capacidad de compartirlo y; finalmente, permitir y reconocer los frutos del trabajo en el camino a la paz interior. OBRAR Y PENSAR CON ESPONTANEIDAD, EN LUGAR DE PERMITIR QUE EL MIEDO CAUSADO POR EXPERIENCIAS PASADAS NOS CONTROLE Cuando los hombres comunes y corrientes nacemos tenemos una gran espontaneidad que permanece en nosotros durante la niñez, cuando nuestra alma aún no ha perdido el contacto con lo original. Sin embargo, cuando crecemos con falta de amor o cuando nos 8
Presencia Apostólica
Dinko Alfredo Trujillo Gutiérrez
dejamos enajenar por las superficialidades del mundo, el presente se nos va alejando. Las cargas del pasado y las preocupaciones por el futuro nos desconectan del presente. Hay que recalcar que el pasado es el mayor peso que nos detiene. Sobre todo mientras no hayamos dedicado el tiempo necesario para revisarlo, resolverlo y soltarlo. Mientras no hagamos esas tareas, el pasado estará muy presente y vivo, quitándonos ni más ni menos que la vida misma, que siempre es en el aquí y ahora. Además, al parecer mostramos una tendencia a estar más ligados a las experiencias pasadas negativas que a las positivas. Entre más nos atrapan esas experiencias, más nos alejan de la vida misma, de los demás y, aunque parezca increíble, de nosotros mismos. Podemos decir que quien vive en el pasado está muerto en el presente. Si entendemos que la paz sólo se da en el presente, podremos comprender que quien vive en un tiempo distinto no puede estar en paz. La angustia por lo que vendrá o el miedo por lo que sucedió son los frutos amargos de permanecer perdidos en el pasado o en el ansia o temor del futuro. Aquello que sin estar presente en la experiencia real, sí lo está en nuestra mente, nos causa zozobra, y convierte al miedo en nuestro compañero cotidiano. La paz interior nos lleva a la espontaneidad, a pensar, actuar y sentir más en el presente, a estar más vivos, permitiendo que la vida fluya, lo que nos permite ser más auténticamente creativos. El miedo de lo irreal se va cuando alcanzamos la paz interna, y quien
la experimenta se vuelve una persona generosa. RECEPTIVIDAD AL AMOR DE LOS DEMÁS Y CAPACIDAD DE COMPARTIRLO La paz interior implica una actitud de receptividad y es fuente de lo más pleno y anhelado en el ser humano. La mejor agua de esta fuente es precisamente el amor. En la paz y en el amor se crece, pero se requiere de esfuerzo y de ir madurando. Se requiere vivir un proceso de desarrollo en el cual la paz interior y el amor son reflejos uno del otro, y ambos, a su vez, son espejos del alma. Nuestro anhelo más profundo es crecer en estas dimensiones, en relación con nosotros mismos y en relación con los demás. El ser humano nace destinado a dejar que el amor se genere y se asiente en su corazón. Pero cuando eso no se logra, el ser humano enferma, emocional, espiritual y hasta físicamente. Un ser humano con el corazón vacío pierde su humanidad. Cuando alguien se estanca en la queja de que lo que le ha faltado en la vida es amor –aunque esto pudiera haber sido cierto en el pasado durante la infancia– es cuando menos posibilidades tiene de conseguirlo en el presente, pues está partiendo de que el amor proviene de afuera. El problema es que la búsqueda se plantea como externa y no en donde el amor realmente se encuentra: adentro de cada uno. Sólo desde este sitio el amor se puede irradiar hacia el mundo. Buscarlo y encontrarlo dentro de nosotros mismos nos permitirá encontrarlo en los demás. Cuando estamos enajenados
Crecimiento personal
Cuando uno cambia internamente, el mundo externo cambia también. por lo externo la paz simplemente desaparece y el amor se abarata, al punto de que las personas nos volvemos objetos los unos de los otros. No importa de qué campos se trate –sea la pareja, los hijos, los amigos o el trabajo– cuando nuestras relaciones son enajenantes y superficiales, la desconfianza hacia la humanidad crece. Como bien dice Fromm, cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre, pues a mayor humanismo, mayor capacidad de amar, esto es, mayor capacidad de relacionarnos auténticamente y de descubrir cuándo el amor sale a nuestro encuentro. Si bien vemos que un bebé, en su pequeñez, no está capacitado para dar amor, también vemos cómo, cuando éste lo recibe mientras crece, entonces, alrededor de los siete años, empezará también a darlo. Si esto no sucede es porque el niño sufrió dificultades para ser amado, lo que le impidió madurar, llevándolo a perder la paz y la generosidad. El saber amar es el resultado de un proceso, durante el cual se aprende a amar a partir de haber sido amado. Cuando un adulto que ha perdido la facultad de amar desea
recuperarla, necesita apertura. En lugar de simplemente desear ser amado, se requiere que empiece por descubrir su facultad de amar. Tiene que descubrir primero la capacidad de encontrar amor dentro de sí mismo para luego ser capaz de intercambiar amor. PERMITIR Y RECONOCER LOS FRUTOS DEL TRABAJO EN EL CAMINO A LA PAZ INTERIOR El estado de la paz interior es tan anhelado y valioso que quien lo experimenta lo considera ganancia suficiente. La paz interior genera tantas riquezas que bien vale el arduo trabajo que cuesta alcanzarla. La paz interior nos permite renunciar al juicio contra los demás y contra nosotros mismos, ya que deja de tener importancia estar malinterpretando lo que hacen los demás, especialmente lo que juzgamos malo o envidiable. Desde la vivencia del presente y con la paz interior que ello genera, se pueden soltar las preocupaciones, especialmente las que sólo existen en nuestra cabeza. Se llega a saber que los problemas de la vida tienen solución. La confianza en la vida pasa a ser permanente. Cambia la escala de valores que tene-
mos. El giro que da nuestra forma de percibir da como ganancia gratificaciones y gozos más profundos y permanentes, lo que permite una mayor conexión con los demás y con la naturaleza misma. Cuando uno cambia internamente, el mundo externo cambia también, pues nuestra realidad interior genera realidades nuevas y diferentes afuera. La conciencia de la consonancia entre lo interno y lo externo produce el gozo de la conexión con todo, lo que permite que el corazón se expanda y se goce y acepte lo que está ocurriendo. Ni la cabeza ni la vista nos permiten ver y entender lo profundo y verdadero, sino que es una capacidad de “ver con el corazón” la que lo hace. En esta disposición la tendencia será a dejar que sucedan las cosas, en lugar de querer siempre tener el control. Así, la confianza se vuelve la rectora de la vida. La receptividad al amor de los demás y el poder compartirlo se da de manera natural. Todo este deambular, enfrentar y enfrentarnos a nosotros mismos, saber sembrar y llevar procesos de crecimiento, finalmente hacen que lo germinado dé frutos. Sin embargo, no es únicamente consecuencia del esfuerzo individual y personal, la auténtica paz espiritual se da por sí misma, pues viene y se genera también de la humildad, de la enorme humildad de saber que la paz espiritual finalmente es un don que nos es otorgado. Lo más que aprendemos a hacer es a darle cabida. La inmensidad se asoma en el alma sólo cuando somos humildes, por lo que al alma no le queda más que agradecer y aceptar el estado de gracia. El autor es licenciado en psicología y filosofía con maestrías en terapia familiar y de pareja. Terapeuta, catedrático universitario y conferencista. Presencia Apostólica
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Desarrollo humano
El perdón,
una elección personal Gylda Valadez Lazcano
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Perdonar es poner a un prisionero en libertad y descubrir que el prisionero eras tú.
l perdón es más que un regalo que nos hacemos a nosotros mismos. Perdonar es una de las cosas que nos tenemos que dar para estar bien como personas y no es una cuestión sobre los méritos de la persona contra quien sentimos resentimiento, sino que es parte fundamental de nuestra higiene mental. La enseñanza de Jesús de perdonar “setenta veces siete” nos dice que el perdón no debe ser para nosotros algo excepcional, sino un hábito. Cómo nos daña la falta de perdón Probablemente no tenemos en mente el daño que nos provoca la furia contra alguien más. Cuando estamos furiosos con otro, por lo general no somos conscientes del alud de sentimientos negativos que el resentimiento nos provoca. Hay que entender que, al permanecer resentidos, estamos dando albergue en nuestro interior a una gran montaña de energía negativa. La mantenemos en nuestra cabeza y en nuestro ánimo, y cuando la proyectamos hacia todo lo que nos rodea, afectamos a los demás pero, principalmente, a nosotros mismos. Con el resentimiento, mantenemos un apego tóxico a la situación o persona que nos ha generado el sufrimiento, y eso hace que nos liguemos psicológicamente a 10
Presencia Apostólica
ella. Por eso perdonar es una acción liberadora que repercute en un beneficio directo sobre nosotros mismos. Perdonar no es olvidar y no sirve olvidar sin perdonar El perdón no requiere olvidar ni negar las ofensas, sino reconocerlas; saber bien lo que sucedió para poder comprenderlo y liberarse de ello. Si el resentimiento se encuentra fuertemente reprimido en el inconsciente, provocando trastornos como depresión, obsesiones y compulsiones, es recomendable buscar la ayuda de un especialista. Cuando se trata de pasar direc tamente al olvido, sin resolver la cuestión, lo que se hace es reprimir y ocultar sentimientos, con todos los daños que esto conlleva. Perdonar nos libera y nos sana Las emociones dolorosas desaparecen cuando rompemos el vínculo con la ofensa recibida, liberándonos del papel de víctima que se adueña de nosotros cuando mantenemos el rencor, alimentándolo con la idea falsa de que constituye un castigo para la otra persona. Cuando elegimos mantener el resentimiento, lo que creemos un castigo para otro, es en realidad un castigo que dirigimos contra nosotros mismos, pues el resentimiento, con su negatividad, nos intoxica y debilita. No se trata de cuestionar si quien nos dañó merece o no nues-
tro perdón. Simplemente debemos tomar conciencia de que esa actitud negativa y ese estado mental y emocional, son nocivos para nuestro equilibrio y bienestar. Anteponer nuestra felicidad a cualquier frustración, molestia o enfado es una sabia elección. Decidir perdonar es preferir nuestra salud y bienestar emocional por encima de cualquier otro interés como podría ser vengarnos o salvaguardar nuestro orgullo. Elegir perdonar nos ayuda a retomar el control y el poder de nuestra vida, en lugar de cedérselo a una situación o a un individuo ajeno a nosotros mismos. Hazte responsable de tu propia paz El perdón no es un acto exclusivo para “iluminados”, es simplemente la acción más eficiente que nos podemos regalar para conseguir una vida armónica sin delegar en terceros nuestra propia capacidad de ser felices. Perdonar a quienes nos han herido o causado dolor conseguirá que rompamos nuestros lazos con ellos y los apartará de nuestro camino, si vencemos la insana actitud de guardar rencor. Por otra parte, mantener el resentimiento es una falta de acepta ción del hecho de que el ser humano es imperfecto. Es ignorar que hay que empezar, incluso, por las propias imperfecciones. Perdonar requiere, en el fondo, asumir nuestra imperfecta humanidad. La importancia de perdonarse a sí mismo El perdón tiene tres líneas: perdonar a otro, pedir perdón a otro y perdonarse a sí mismo. De las tres, el auto-perdón es la más difícil de concebir y de lograr. De concebir, porque difícilmente nos damos cuenta de que nos culpamos innecesariamente y de que es necesario perdonarnos a nosotros mismos.
Desarrollo humano
Elegir perdonar nos ayuda a retomar el control y el poder de nuestra vida, en lugar de cedérselo a una situación o a un individuo ajeno a nosotros mismos.
Perdonarse a sí mismo requiere una gran flexibilidad y nos hace más tolerantes con los demás. Los daños que provoca el resentimiento En el aspecto de la salud, investigaciones actuales demuestran que la falta de perdón aumenta la presión sanguínea, baja las defensas del organismo, fomenta la depresión, causa mucho estrés y en ciertas personas genera sobrepeso. También se ha planteado la posibilidad de que algunos tipos de
cáncer pudieran tener como punto de partida aflicciones no perdonadas. Cada vez que experimentamos sentimientos de culpa por no perdonarnos a nosotros mismos, se produce una pérdida de energía, fuerza, ánimo, etc. Los beneficios personales del perdón l No siempre somos conscientes del rencor, la ira y la decepción que llevamos dentro. Cuando es así, consumimos energía reprimiendo estos sentimientos,
a la vez que consumimos más energía con la culpa que nos producen. Al perdonar se libera todo esa energía. Por lo tanto, perdonar aumenta nuestro nivel de energía que queda disponible para vivir el día a día. l Las personas que tienen más facilidad para perdonar recuperan el equilibrio con mayor rapidez que los individuos que acostumbran guardar rencor. l Mejoramos nuestras relaciones cuando dejamos de condenar a otros o de condenarnos a nosotros mismos. l Al perdonar crecemos espiritualmente, ya que comprendemos que cada relación nos deja aprendizajes y lecciones de vida. El perdón tiene también beneficios colectivos El perdón tiene una gran relevancia en la vida pública, ya sea al interior de cada sociedad o comunidad, como entre las naciones. Los siguientes son importantes beneficios colectivos del perdón: l Sanar las viejas heridas causadas por conflictos entre razas y grupos religiosos l Respetar la diversidad en cualquier ámbito l Promover la paz personal y colectiva Elegir perdonar es un acto personal y consciente que nos llevará a vivir una vida plena y responsable. Nos lleva a salir de ese mundo de resentimientos en el que nos enconchamos, y nos permite navegar en otros mares para ampliar nuestra visión cerrada e insípida, pues, finalmente, lo que da colorido a nuestras vidas es la diversidad que hay en el universo, nuestro universo. La autora es psicoterapeuta corporal y terapeuta sistémica de pareja y familia. coordinacion.centroometeotl@gmail.com Presencia Apostólica
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Tanatología
“Sólo es imposible si lo crees.” El sombrerero loco de Alicia en el país de las maravillas
C ¿Qué pasa cuando perdemos una parte o función de nuestro cuerpo? Ana Laura Rosas Bucio
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Presencia Apostólica
uando nací, una de las primeras cosas que hizo mi madre fue revisarme… ¡Sí! literalmente ¡revisarme! ¿Qué significa esto? Revisó mi cuerpo, para ver si tenía dos manitas, con sus cinco dedos cada una, igual que mis pies; revisó mi cara, verificando que “todo estuviera en su lugar”, ella contaba. A mí, cuando me lo contaba, me parecía una graciosa historia. Pero cuando nació mi hija hice lo mismo, y no por indicaciones de mi madre, ni por seguir ninguna tradición, sino porque me interesaba saber si todo el cuerpo de mi hija estaba formado y útil para lo que le esperaba en la vida. En ese momento comprendí a mi madre, pues el cuerpo es nuestro instrumento con el cual podemos relacionarnos con el mundo y con los demás. Además de que gracias a tenerlo somos una persona y tenemos vida. Por lo general no apreciamos el cuerpo que tenemos La mayoría de nosotros nacemos con cuerpos similares: dos manos, dos pies, una nariz, dos ojos, dos oídos, etc..., y gracias a este cuerpo caminamos, abrazamos, observamos, escuchamos y más. Y siempre consideramos que este cuerpo completo va a acompañarnos a lo largo de nuestra vida. Pero luego empezamos a querer que sea más bonito, más delgado, menos grande, más estético, según estándares de belleza bastante irreales y fuera de toda posibilidad para la mayoría de los seres humanos. Es entonces cuando empezamos a pelear con nuestro cuerpo: “debería ser más pequeño; los ojos deberían haber sido de otro color, con un ta-
Tanatología maño más grande”... y llegamos a pensar que algo está mal en nosotros. De ahí en adelante pasamos la vida queriendo cambiarlo, deseando que partes de él no sean como son. Circunstancias en que podemos perder una parte o función de nuestro cuerpo Pero, ¿qué pasa cuando por un accidente o una enfermedad perde mos una parte de nuestro cuerpo, de aquel que hemos criticado o rechazado tanto? ¿Qué pasa cuando perdemos un brazo, un dedo, un pie o tal vez hasta una pierna completa o las dos piernas o cuando, como consecuencia de un accidente, perdemos alguno de nuestros sentidos? En mi trabajo como tanatóloga he conocido gente en estas circunstancias, personas que a consecuencia de un accidente o de una enfermedad perdieron una parte de su cuerpo. A veces sucedió repentinamente y a veces de forma gradual. Una vez conocí a una mujer que después de haber sido atacada en su casa, como consecuencia de una brutal golpiza, perdió la visión de su ojo derecho, junto con la audición del mismo lado. También hace tiempo conocí a un joven que en un accidente de trabajo perdió su brazo completo cuando éste se atoro con la máquina con la que trabajaba. Hace poco, en un curso, conocí a una mujer joven muy preocupada porque le acababan de detectar glaucoma y como consecuencia de esa enfermedad iba a perder la vista gradualmente. Su mayor preocupación era su hijo con discapacidad, ya que ella era el principal sostén del pequeño. Y también está la historia de un padre de tres hijos, quien regresando de trabajar, mientras conducía su auto, fue impactado por el de un par de chicos alcoholizados, perdiendo la capacidad de mover ambas piernas.
Podría enumerar muchas más historias y, sin importar cómo haya sucedido cada una, todas tienen en común que las personas perdieron una parte de su cuerpo o perdieron alguna capacidad o habilidad. Otra cosa en común que tienen estas personas es que antes del accidente o enfermedad, en su mayoría no tenían mucha conciencia de lo útil que era el sentido, habilidad o parte del cuerpo que perdieron. Es hasta el momento en que sucede, cuando las personas tomamos conciencia de lo que estamos realmente perdiendo. Algo parecido sucede cuando perdemos a una persona, ya sea por muerte o por separación: por ahí dicen que uno no se da cuenta de lo que tiene, hasta que lo pierde. Tenemos que aprender a vivir sin lo que perdimos Cuando perdemos a seres queridos, o cuando perdemos una parte o función de nuestro cuerpo, tenemos que aprender a vivir sin lo perdido. Cuando perdemos a personas, hay que aprender a vivir con el vacío que dejan. Algunas personas tienen que aprender una habilidad para trabajar por un ingreso, si dependían de la persona que perdieron. Cuando perdemos alguna parte o función de nuestro cuerpo, también se genera un vacío con el que hay que aprender a vivir y, en este caso, siempre implica aprender nuevas habilidades para sobrevivir. Como uno ha caminado siempre para llegar a algún lado, el poder caminar no es valorado. Pero si ahora uno tiene que trasladarse en silla de ruedas para llegar a don-
de se requiere, esto representa un gran reto. Como siempre hemos utilizado nuestros ojos para ver, ya no les damos importancia, pero luego de un accidente o enfermedad que nos lleven a perder la vista, entonces nos encontramos ante una gran pérdida. El riesgo de perderse Hemos dicho en artículos anteriores que a los seres humanos no nos gusta perder, ni personas, ni cosas, ni circunstancias. Pero, ¿qué nos pasa cuando perdemos una parte de nuestro cuerpo? Caemos en el error de perdemos a nosotros mismos. Ya no sabemos cómo funcionar en nuestro medio. Si la vida antes era complicada por otros motivos, ahora es aún más complicada, porque tenemos que aprender cosas demasiado básicas, como aprender a desplazarnos o a manipular objetos de manera diferente, ya sea utilizando otras partes o funciones de nuestro cuerpo o por medio de aparatos. En nuestra propia casa, tenemos que aprender a movernos de manera diferente. Es un volver a empezar, como cuando éramos niños, con la dificultad que implica que ahora “ya no estamos completos”. En este punto, descubrimos que aunque nuestros ojos no nos gustaban por su color o su tamaño, en realidad nos eran extraordinariamente útiles. Que aunque nuestras piernas estaban muy flacas o muy gorditas, ahora que ya no están, eran las mejores. Repentinamente, nos encontra mos ante una pérdida doble; una es la pérdida por la parte faltante de nuestro cuerpo (nuestros ojos,
Perder una parte o función de nuestro cuerpo siempre implica adquirir nuevas habilidades. Presencia Apostólica
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Tanatología oídos, mano, etc.), y otra es la pérdida que se siente al darnos cuenta de que nunca nos pusimos a valorar nuestro cuerpo así como era; al darnos cuenta de que pasamos nuestra vida sin darle valor a lo perfectos que éramos. Cuando nació mi hija, yo le di gracias a Dios porque su cuerpo era perfecto, seguramente mi madre hizo lo mismo y en el caso tuyo, querido lector, probablemente pasó igual. ¿Cuándo dejamos de ver la perfección? Cuando dejamos de mirar a nuestro cuerpo con consideración. Personas que nos enseñan a no rendirnos He conocido a personas que después de una experiencia como esa, se rinden, pues creen que ya perdieron todo, se sienten perdidos de sí mismos y se deprimen, algunas llegando al extremo de dejarse morir. Otras, aunque no llegan a ese extremo, ahora se consideran “minusválidos”, “discapacitados” que no sirven para nada, que son una carga para los demás. Pero también he tenido la oportunidad de conocer a otras personas que, a pesar de estar en las mismas circunstancias, se han convertido en ejemplos de vida, porque deciden reencontrarse consigo mismas, porque dan valor a su cuerpo, a su vida y a su experiencia, y se arriesgan a vivir y a aprender nuevas habilidades. Y lo que ha sido para mí lo más importante es que las personas con esta actitud nos enseñan que nunca debemos rendirnos, y que mientras estemos vivos, ¡siempre se puede! Si bien es cierto que la vida no es sencilla en esas circunstancias, eso es lo que los convierte en seres humanos valientes. Nada nos garantiza, a ninguno de nosotros, que siempre estaremos sanos o “completos”, por lo que estas historias pueden enseñarnos que nunca debemos rendirnos en ninguna circunstancia. 14
Presencia Apostólica
Nada puede limitarnos más que nosotros mismos. Cuidemos y valoremos nuestro cuerpo y nuestras relaciones con los demás, pero, si por alguna razón sufrimos una pérdida, tengamos claro que mientras estemos vivos podemos volver a empezar, las veces que sean necesarias. ¿Cuántas?... las que sean necesarias. Siempre podemos volver a empezar, porque el ser humano tiene tantas capacidades guardadas, desconocidas para sí mismo, que muchas veces es hasta que estamos en momentos de dificultad cuando desplegamos todo nuestro potencial. Siempre podemos aprender cosas nuevas Nada es más falso que pensar que por el hecho de que seamos mayo res no podemos aprender cosas nuevas. Siempre podemos aprender. Siempre podemos dar lo mejor de nosotros mismos. Siempre podemos valorarnos, querernos, reconocernos como seres humanos valiosos, útiles, hermosos. No importa la forma, color o tamaño de nuestro cuerpo, siempre es perfecto, ¡porque es nuestro!, ¡porque está vivo!, ¡porque puede lograr mucho! Circunstancias donde podemos perder algo puede haber muchas, como el perder una parte del cuerpo, el perder un sueño, el perder una relación o la muerte de un ser querido, pero ello no forzosamente tiene que implicar que nos perdamos a nosotros mismos. Es natural una reacción inicial de duelo en la que se sufra un gran desconcierto, pero no quiere decir que así nos vamos a quedar. Tal vez sólo sea cuestión de preguntar, de preguntarnos a nosotros mismos: ¿y aho-
ra en la nueva circunstancia en la que estoy, qué es lo que quiero? Es cuestión de estar convencidos de que en estas circunstancias es donde podemos redefinir muchas cosas de nosotros mismos y sacar nuestro potencial. Al principio no será fácil, pero en esas circunstancias realmente tenemos la oportunidad de ser lo que no hemos sido, de dar de nosotros lo que no hemos dado. Ojala no esperemos hasta estar en la situación de sufrir alguna pérdida para intentar hacerlo. En cualquier momento podemos sacar el potencial, aprender nuevas habilidades. He tenido alumnas que creían que ya no estaban en edad de aprender y han terminado carreras universitarias o aprendido habilidades que les permitieron conseguir un nuevo trabajo o nuevas oportunidades en su vida. Nada puede limitarnos más que nosotros mismos. De quien pierde una parte de su cuerpo, se dice que tiene una “discapacidad”, de quien nace con “deficiencias”, también. Incluso hay seres humanos que estando sanos y “completos” también tenemos “discapacidades emocionales” que nos hacen creer que no podemos en la vida. En realidad, todos tenemos capacidades diferentes, que nos hacen especiales, únicos. Tal vez lo que necesitamos es tomar la decisión de valorarnos, querernos, respetarnos, cuidarnos y sacar toda la energía positiva que tenemos para beneficio de nuestra vida y de los demás. La autora es psicóloga clínica, experta en intervención en crisis, tanatóloga, logoterapeuta y conferencista. Directora académica del Instituto de Formación y Atención en Psicología IFAPS. lrosasb@hotmail.com
Memorias del Concilio
Una gran aspiración humana: la libertad religiosa Ernesto Bañuelos C.
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l Concilio Vaticano II, a 50 años de haberse celebrado, ha dejado una huella profunda en propios y extraños que es necesario que volvamos una y otra vez a reflexionar acerca de sus enseñanzas. Precisamente un documento que forma parte de una serie de Declaraciones es el que deseamos comentar esta vez: Declaración sobre la libertad religiosa, de la cual, dice un comentarista: “La más grande argumentación sobre la libertad religiosa que se haya tenido en la historia brotó felizmente en la Iglesia. El debate fue pleno, libre y vigoroso.” Dirigido al mundo entero
En efecto, esta Declaración se dirige “a todos los hombres de buena voluntad”, pero el Concilio no les habla para que expresen su juicio o parecer, sino que la Iglesia, a la que se le encomendó propagar el Evangelio, les habla a los hombres de tal manera que los compromete. La Declaración principia su exposición haciendo referencia al derecho de la persona y de las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa; muy pronto afirma que esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción… de manera que a nadie se obligue a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público… (y que este derecho) se funda en la dignidad misma de la persona humana. Dios respeta la dignidad del hombre
A la luz de la Revelación, expresa la conducta de Cristo y de los Apóstoles, pues incluso ante Dios, los hombres están obligados en con-
ciencia, pero no están físicamente obligados a seguirle, porque Dios respeta la dignidad del hombre. Cristo invitó, persuadió, pero jamás coaccionó. Él habló de dejar que la cizaña crezca entre el trigo, reconoció el poder civil pero advirtió que hay que respetar los derechos superiores de Dios: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (He 5,29). Aunque en la historia se puedan hallar conductas menos conformes con el espíritu evangélico, la Iglesia siempre ha afirmado que nadie puede ser obligado con la fuerza a abrazar la fe. Una consecuencia lógica es que la Iglesia está obligada a predicar el Evangelio; los cristianos estamos obligados a escucharla y a seguirla, y también a consagrarnos a difundir la Verdad. Hemos de predicar a Cristo y también los derechos de la persona humana y ésta debe adherirse a la fe, pero libremente. Aspiración del hombre
La libertad religiosa es una aspiración del hombre, de siempre, pero sobre todo de hoy. De tal manera esto es cierto, que está contenida en la constitución política de la mayoría de los países del mundo y se manifiesta como indispensable en documentos internacionales, aunque no faltan regímenes en que esta libertad se ve oprimida. Tratándose de libertad en México, la libertad religiosa es la conquista que mejor podemos celebrar. ebanuelosc@gmail.com Presencia Apostólica
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Historia para meditar
Ilustración: Leticia Asprón
La estrella y el planeta azul Enrique A. Eguiarte, OAR
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o se distinguía en nada de las demás estrellas. Si de pronto en una noche oscura alguna persona dirigía la mirada hacia el cielo, ahí estaba ella, pero no llamaba la atención. Parecía una estrella más, pero en realidad no lo era. Era una estrella a la que, a diferencia de las otras, le encantaba ver el pequeño y lejano planeta azul. Y este planeta azul, como pueden suponer, no era otro que la Tierra: así se ve desde la lejanía en el espacio. Es un planeta azul que nunca se puede ver completo, sino sólo una parte, iluminada por la radiante luz del sol. 16
Presencia Apostólica
Soñando con el planeta azul Y de este modo la estrella pasaba muchas horas contemplando el planeta azul y comparándolo con otros planetas y estrellas, y había llegado a la conclusión de que no podía haber otro más hermoso en toda la galaxia. Y mientras lo contemplaba, la estrella soñaba en lo que podía encontrarse en ese planeta azul. Y así, imaginaba que podía viajar hasta él y encontrarse con unos mares infinitos y frescos, de los que brotaba una paz azul que invitaba a la contemplación y al descanso. Soñaba que en ese planeta azul había fuentes y arroyos cantarinos que lo llenaban todo con
Historia para meditar su vivo color añil. Imaginaba que había cascadas, ríos y lagos que irradiaban vida y frescura. Y entre más lo contemplaba, la estrella soñaba que en ese lugar todo era perfecto, y que su color brillante era fruto de la misma armonía que reinaba en él. La estrella comparte su sueño con un asteroide que le cuenta su experiencia Y así día tras día crecía su deseo de poder viajar al planeta azul. Y mientras seguía contemplándolo, pasó a su lado un asteroide, que en otro tiempo había sido una estrella fugaz, y que, al verla tan extasiada, le dijo: —Es verdaderamente bello el planeta azul. Yo, cuando era estrella fugaz, pasé cerca de él en varias ocasiones y no puedo dejar de admirar su brillo. No puedo decirte lo que hay en él, pero siempre me llamó la atención la belleza que irradiaba su azul. Créeme, no hay en esta galaxia otro planeta más bello. Entonces la estrella le dijo: —¿Pero cómo puedo hacer para llegar a él? El asteroide guardó silencio un momento y después le respondió. —Mira, eres una estrella joven y por eso tienes sueños. Yo también fui joven y hoy, a pesar de que ya no lo soy, conservo los sueños y la ilusión, pues cuando una estrella pierde la capacidad de soñar, de imaginar y de crear, entonces se convierte en una estrella muerta, que ya no brilla. Desaparece el resplandor de los sueños, y así la estrella muerta simplemente se deja arrastrar por la fuerza de la inercia, no da luz, ni hace nada por nadie, ni tampoco es feliz. Yo, como asteroide, conservo parte del impulso y del fuego de mi juventud que me llevó a convertirme en una estrella fugaz, y sigo recorriendo nuestra galaxia. Posiblemente ya no con la velocidad y el esplendor de luz que de joven me acompañó, llamando la atención de los astrónomos. Ahora lo hago discretamente, como un simple asteroide, pero sigo siendo fiel a mis sueños y a mi misión. Mira, yo también tuve un momento en el que tuve que tomar una decisión: seguir siendo una estrella más en el cielo y brillar mientras tuviera energía, siempre en el mismo lugar, o bien usar toda mi energía para convertirme en una estrella fugaz y recorrer la galaxia de un lado a otro, sabiendo que después de esa decisión, no podría ya volver atrás. Tú también, amiga estrella, debes tomar tu decisión. Ver si estás dispuesta a gastar toda tu energía para alcanzar el planeta azul, o si prefieres seguir contemplándolo desde la distancia y seguir brillando
en en el mismo lugar durante mucho tiempo, y tal vez nunca ser feliz... La estrella se quedó pensativa ante las palabras del asteroide que había sido estrella fugaz. Después de un momento de silencio, el asteroide le dijo: —Me tengo que ir, pero te quería decir dos cosas: Nunca te precipites al tomar una decisión y, de manera particular, cuando es una decisión que va a cambiar radicalmente tu vida, sé siempre muy prudente. Y en segundo lugar, es posible que tus sueños no se ajusten a la realidad. Tal vez en ese planeta azul no hay nada de lo que has imaginado. Pero a pesar de ello, no olvides que en cualquier circunstancia, con creatividad y amor podrás ser siempre feliz. Y sin más, el asteroide siguió su camino. Una decisión difícil La estrella que soñaba con el planeta azul recordó que tenía en sí misma una gran energía, y que si la usaba, podría desplazarse por la galaxia y llegar hasta él. No obstante, no estaba muy segura de que le quedara energía para regresar al lugar donde se encontraba. Más bien creía que no, que una vez gastada la energía, convirtiéndose en una supernova, no le quedaría más energía para regresar. Tendría que quedarse para siempre en el planeta azul. Durante un tiempo lo estuvo meditando, siguiendo el consejo del asteroide, y finalmente decidió que iría en pos de sus sueños. Se daba cuenta de que muchas estrellas soñaban cosas, pero que les faltaba el valor de tomar una decisión. Veía que muchas se dejaban arrastrar por la inercia universal y se conformaban con la suerte que les había tocado, habían renunciado a sus sueños y en el fondo no eran felices. La luz que proyectaban era rutinaria y triste, no tenía ya el esplendor de las estrellas que soñaban cosas grandes y que se preparaban para conseguirlas. En realidad estas estrellas son las que embellecen el universo y lo hacen mágico. Las otras sólo ocupan un lugar. Nuestra estrella decidió que iría a buscar su sueño, y que para eso usaría toda la energía que tenía. Por fin en la tierra… Los observatorios más importantes en la tierra dieron la noticia: aquella noche se había visto una imponente supernova en el espacio. Una estrella había explotado, liberando una gran cantidad de energía. Algunos señalaban que era muy posible que algunos meteoritos de esa estrella hubieran podido alcanzar la tierra, pues la explosión había sido muy fuerte. Después de la explosión, la estrella vio con alegría, cómo iba recorriendo a gran velocidad la gaPresencia Apostólica
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Historia para meditar laxia, dejando atrás muchas estrellas y asteroides. Algunas estrellas, que algún día tuvieron un sueño pero que nunca lucharon por él, la miraban con desprecio, como diciendo: “ahí va otra necia en pos de algún sueño loco”. Otras más jóvenes la miraban con envidia o admiración por su decisión. La mediocridad es una especie de sopor existencial que aletarga el corazón y que hunde a la persona en un pantano de pereza melancólica, en donde se enlodan las alas de los sueños, impidiéndoles volar. Pero nuestra estrella no se había dejado vencer por la mediocridad, sino que había puesto toda su energía para conseguir sus sueños. Y así, en su largo viaje a la tierra, su energía se fue gastando, y la velocidad fue paulatinamente disminuyendo. En un último esfuerzo, antes de que se agotara lo que le quedaba de energía, pudo entrar en la atmósfera de la tierra y ahí, al contacto con la misma, volvió a brillar momentáneamente, para después quedar quemada y consumida, y caer velozmente como un aerolito. El impacto fue duro y seco. Cuando por fin la estrella pudo tomar conciencia de lo que había pasado, se vio rodeada de arena, y no de los mares y ríos que había soñado. Se encontraba clavada en medio de un enorme desierto. Un sueño roto Fue entonces cuando se pudo contemplar a sí misma, y se vio oscura y quemada por la explosión y por el roce con la atmósfera de la tierra. Lo había gastado todo, su energía, su luz, su belleza, y no había conseguido lo que siempre había soñado. Su sueño no correspondía con la realidad. Es verdad que se encontraba en el planeta azul, pero en el lugar en el que había caído, no había mares, ni ríos de armonía azul, sino un árido desierto de arenas silbantes y huidizas… En aquel momento, viendo sus sueños rotos, el corazón de la estrella se llenó de tristeza y comenzó a llorar, contemplando desde lejos a sus compañeras, que seguían brillando hermosas en el cielo, mientras ella estaba aquí, oscura, sucia y apagada en medio del planeta de sus sueños, donde no había encontrado sino las secas arenas de un desierto. En ese momento de profunda tristeza, un oscuro pensamiento atravesó su alma, pues deseó quedarse muerta ahí en medio de ese árido desierto, como un aerolito quemado. Nunca hay que perder la esperanza Pero antes de que dejara salir de ella lo último que le quedaba de energía vital y quedarse para siempre sin 18
Presencia Apostólica
vida, pensó que aunque un sueño pudiera morir, otro podría nacer, que nunca hay que perder la esperanza. Se dijo a sí misma: —No importa lo que haya pasado, nunca hay que dejarse vencer, nunca hay que perder la esperanza. Y así, esa noche, cansada de tanto llorar, se quedó dormida. Cuando comenzaba a salir el sol, la estrella se despertó y pudo ver que por la humedad de sus lágrimas, habían comenzado a brotar sobre su cuerpo unas tímidas plantas. En primer lugar, la estrella se llenó de espanto y quiso librarse de ellas. No obstante se dio cuenta de que su sueño empezaba a ser útil a otros seres que comenzaban a vivir gracias a ella. En esos momentos recordó lo que el asteroide le había dicho, que en cualquier circunstancia le ayudaría siempre la creatividad y el amor. Por ello, con amor, decidió compartir lo último que le quedaba con esas plantas, por lo que las siguió regando con sus lágrimas, convencida de que del dolor siempre puede nacer algo mejor.
El oasis de la estrella Pasados unos días, le sorprendió de pronto verse rodeada de agua. Por un momento creyó tener una alucinación, hasta que verdaderamente pudo comprobar que era agua lo que la rodeaba. Se dio cuenta de que por el fuerte impacto de su caída, su cuerpo había traspasado las capas superficiales de la tierra, haciendo brotar un manantial en el suelo del desierto. Los primeros días había sido una corriente tímida que ella no había percibido, pero ahora era ya un torrente considerable de agua pura y azul. Muy pronto se vio rodeada de agua, como ella siempre lo había soñado, agua fresca y cristalina que irradiaba una paz azul. A su alrededor crecieron palmeras datileras y arbustos, y las caravanas se detenían en ese nuevo oasis, llamado “Al Ain Najmah” (que quiere decir “el oasis de la estrella”), a beber y a refrescarse en medio del calor sofocante del desierto. Fue entonces que la estrella comprendió su misión: lo había arriesgado todo para poder alcanzar sus sueños, y ahora era realmente feliz, pues no sólo había cumplido sus deseos, sino que también había hecho felices a los demás. No se había desalentado por creer que sus sueños habían muerto y no había perdido la esperanza, por eso ahora podría mirar de nuevo hacia el cielo y ver a sus hermanas, las estrellas, y sentirse feliz, porque había sido una estrella que había tenido un sueño y lo había hecho realidad, con esfuerzo, creatividad y amor.
Fe y vida
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EL Día de los Muertos
l Día de los Muertos es una celebración mexicana que honra a los difuntos el 2 de noviembre. La celebración comienza desde el día primero y la fiesta coincide con las celebraciones católicas de Todos los Santos y Día de los fieles Difuntos. En 2003 el Día de los Muertos fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. En el documento de declaratoria se destaca que en esta fiesta: “Ese encuentro entre las personas que la celebran y sus antepasados desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad.” La muerte en el mexicano Como seres humanos vivimos inmersos en una cultura, que es la que nos construye como humanos, y no debe extrañarnos que morir sea también así: “enculturados”. Según estudios sobre “el mexicano” el supuesto desprecio que sentimos por la muerte y el cinismo con el que de ella nos carcajeamos, podría provenir de la época revolucionaria, cuando se fomentaba entre los pobres la disposición de morir o matar, pero existen diferentes influencias que han ido configurando nuestra manera de encarar la muerte. La tradición mesoamericana Para las antiguas culturas que poblaron este territorio, los difuntos podían ir a diversos paraísos, no tanto dependiendo de su conducta ética, sino del género de muerte que hubieran tenido. Para las culturas prehispánicas, la muerte era algo natural que no espantaba; lo que más aterrorizaba era justamente la vida, sujeta a
Enrique Marroquín, CMF
las veleidades de Tezcatlipoca, dios del destino. Hacia fines de octubre celebraban la fiesta de los Xocolohuetzi (que quiere decir antepasados) que dio origen a la costumbre de poner el altar de ofrendas para esperar a los antepasados. Nuestro Día de Muertos Tomemos a Oaxaca como ejemplo. La fiesta se centra en el altar de muertos, donde se coloca la ofrenda, recordando a los muertos con lo que parece más vital: los alimentos. Este día, el mexicano simbólicamente se come a sus muertos en forma de panes, adornados con huesos o caras, y en forma de calaveras de azúcar. Los niños reciben juguetes de muertos. El día de muertos no es un día triste, pues se reúne toda la familia, incluyendo a los antepasados, con quienes “se convive”. Sólo después del día 2 de noviembre, “cuando los difuntos ya se han marchado”, salen las “comparsas”, es decir, el baile de disfraces. Llama la atención que a pesar de la contaminación con tradiciones extranjeras ‒como el Halloween‒ nunca faltan los disfrazados de sacerdote, muerte, diablo, rico o prostituta, vestigios de las medie-
vales “Danzas Macabras” con cuyos personajes se hacen representaciones cómicas en las casas. Y continuando la tradición de sátira político social el taller gráfico de Guadalupe Posadas difundió sus “calaveras” que representan a diferentes personajes populares. Sentido cristiano de la muerte La fiesta de los Fieles Difuntos aprovecha antiguas tradiciones culturales. Esto no es extraño, pues todas las fiestas religiosas siempre las han aprovechado. Lo importante es no quedarnos en el folklore y centrarnos en su sentido. Para los cristianos, el cuerpo es una casa que se arruina, pero nuestro verdadero hogar está en el Cielo. Ahí estaremos en compañía de Cristo, los santos y nuestros seres queridos que nos han precedido. Algo esperanzador y relevante es que, para nosotros, los difuntos siguen siendo parte de nuestra comunidad. Orar por ellos es un acto de solidaridad acorde con la “comunión de los santos” que quiere decir la unión de vivos y muertos. Desde esta perspectiva, el dolor de su partida se convierte en esperanza de la resurrección. Presencia Apostólica
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De la Palabra a la acción
La
Palabra septiembre-octubre
Septiembre
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Domingo • Lc 14,1.7-14 Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: «Déjale el lugar a éste», y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: «Amigo, acércate a la cabecera.» Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.” Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará cuando resuciten los justos.” Seguramente para la mercadotecnia de nuestro tiempo y para nuestras sociedades competitivas, las enseñanzas de Jesús no suenan tan atractivas –por decir lo menos–. ¿No buscar los primeros puestos? ¿Dejar incluso que otro esté por encima o delante de nosotros? ¿Hacer un banquete para invitar a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos? Jesús nos enseña a ocupar nuestro verdadero lugar. En otras palabras a ser humildes y a amar a nuestro prójimo, en vez de querer ser más que él. ¿Por qué será que nos cuesta tanto trabajo entender y asumir estas enseñanzas de Jesús? 20
Presencia Apostólica
Septiembre Domingo Lc 14,25-33
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(…) Caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: «Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar.» (…) Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.”* Qué mal se ha entendido lo de la renuncia que exige Jesús a sus discípulos. La renuncia, como la entiende Jesús, no es literal desprecio de las cosas ni desamor familiar. Él mismo disfrutó la calidez de un hogar en Nazaret, tuvo grandes amistades y amó las cosas creadas. Pero nada ni nadie le impidió “ocuparse de las cosas de su Padre”. El verbo renunciar, que se ha traducido a veces como rechazar e incluso como odiar, habría que entenderlo como relativizar, porque, todo lo creado, ante el absoluto de Dios, es relativo y pasajero. ¿Un ejemplo de renuncia? Santo Tomás Moro, hombre rico e inteligente, que escogió “Obedecer a Dios antes que a los hombres”. Relativizó el valor de sus bienes ante el máximo valor de la fe en Jesucristo.
¡Dejemos de anteponer nuestros
intereses a lo que Dios nos pide!
De la Palabra a la acción
Domingo Lc 15,1-32
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(…) Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo entonces esta parábola: ¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? (…)» Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse. (…) También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la herencia.» Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: «¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.» Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se estremeció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo.» Pero el padre les dijo a sus criados: «¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Tu hermano ha regresa-
Ilustraciones: Cerezo Barredo • www.servicioskoinonia.org
Septiembre
do, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo». El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: «Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo». El padre repuso: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado».”* Todo el capítulo 15 de Lucas es alegría por el encuentro de algo perdido: por una moneda que se había rodado no se sabe dónde; por una oveja que se extravía y es rescatada; por un hijo que, habiendo abandonado el hogar paterno, regresa a casa, después de haber “tocado fondo”, más hambriento que arrepentido. El poeta y convertido, Charles Peguy, nos participa de su asombro: ¡Dios también espera! El hijo libertino no lo sabía, pero era esperado, casi desesperadamente, por quien no lo había dejado de amar. Colmada su esperanza con el regreso del hijo, el padre rompe en júbilo y ordena un espléndido banquete. Así es nuestro Padre Dios.
Quien ama de verdad perdona con alegría. * Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo en la cita bíblica. Presencia Apostólica
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De la Palabra a la acción
Septiembre
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Domingo • Lc 16,1-13
(…) Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuanta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador.» Entonces el administrador se puso a pensar:«¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo?» No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosa. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan. Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: «¿Cuánto le debes a mi amo?» El hombre respondió: «Cien barriles de aceite.» El administrador le dijo: «Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta.» Luego preguntó al siguiente: «Y tú, ¿cuánto debes?» Éste respondió: «Cien sacos de trigo.» El administrador le dijo: «Toma tu recibo y haz otro por ochenta.» El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios, que los que pertenecen a la luz. Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias,
Septiembre Domingo Lc 16, 19-31
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(…) Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas. Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él. Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.» Pero Abraham le contestó: «Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, 22
Presencia Apostólica
gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes? No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro (…). En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.” En esta parábola Jesús no está aplaudiendo las maniobras del mal administrador, sino invitando a “los hijos de la luz” a ser más inteligentes en el uso de las riquezas. El dinero se vuelve mal habido y sucio cuando es utilizado para la injustica y las guerras, pero bien habido y limpio cuando sirve para la generosidad en favor del prójimo necesitado. Es el caso del buen samaritano del que nos habla Jesús: el samaritano tenía su guardadito y pudo desembolsar una buena cantidad de dinero, mostrándose ampliamente generoso con el hombre herido que encontró en el camino… “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.” El afán de dinero conduce a graves injusticias, cuyas víctimas son siempre los pobres. en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá.» El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos.» Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán.» Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto.»” La parábola del rico epulón, que quiere decir glotón, y el pobre Lázaro iba dirigida a los adinerados fariseos que se burlaban de Jesús. Les dijo: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y banqueteaba cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, estaba en la puerta, cubierto de llagas”. El epulón de la parábola, distraído en sus cotidianos banquetes,
De la Palabra a la acción nunca supo qué hacer con su riqueza mal habida, teniendo tan cerca la oportunidad de redimirla. A diferencia del buen samaritano, que alivió el dolor de un desconocido, el epulón no tuvo ojos para ver el sufrimiento del que yacía a las puertas mismas de su casa. Al final de nuestras vidas seremos bendecidos por las obras de misericordia: “Vengan a mí, benditos de mi Padre…” Con toda razón el nombre de Lázaro en hebreo significa: “ayudado por Dios”.
Octubre
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Domingo • Lc 17,11-19
¿Quiénes son los Lázaros de nuestro tiempo?
Octubre Domingo Lc 17,5-10
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(…) Los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe.” El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y los obedecería. ¿Quién de ustedes, si tienen un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: «Entra enseguida y ponte a comer»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú»? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque este cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: «No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer».” La fe mueve montañas –decimos– y –según parece– basta que sea tan grande como un granito de mostaza. No olvidemos, sin embargo, lo que nos dice Jesús: “El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo, y cuando crece es la más alta de las hortalizas.” La fe, por lo tanto, puede crecer: “Señor, auméntanos la fe”, le piden los apóstoles a Jesús. Esta petición expresa, a modo de jaculatoria, la necesidad que tenemos de fortalecer cada día más nuestra fe. Que María, la llena de gracia, y proclamada feliz por haber creído, nos alcance de Jesús un poco de su bienaventuranza: “¡Bienaventurados lo que creen sin haber visto!”
La confianza estable y firme de la fe nos ofrece posibilidades sin límites.
(…) Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes.” Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un Samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado.” Muchos no hemos caído en la cuenta de que, como miembros de la Iglesia, vivimos nuestra fe en perpetua acción de gracias por el sacramento de la Eucaristía. En un misal mensual podemos comprobarlo: el prefacio inicia con estas palabras: “En verdad es justo bendecirte y darte gracias, Padre Santo”, y también decimos: “Te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.” Un cristiano, pues, acude y participa en la Eucaristía dominical, no sólo porque está mandado, sino por agradecimiento a Dios, que nos salva mediante la muerte y resurrección de su Hijo.
Ser agradecidos nos hace mejores personas. Presencia Apostólica
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De la Palabra a la acción
Octubre
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Domingo Mundial de las Misiones Mc 16,15-20 (…) Se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos.” El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y
Octubre
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Domingo • Lc 18,9-14
(…) Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias.» El publicano, en cambio, se quedó muy lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: «Dios mío, apiádate de mí que soy un pecador.» Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquel no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.” 24
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proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían. En este Domingo de las Misiones vemos, a través del Evangelio, el momento en que Jesús encomienda a sus discípulos –los de entonces y los de ahora– ir “por todo el mundo” y continuar con la tarea que Él mismo comenzó. Jesús asciende al cielo, pero nosotros nos quedamos y nos quedamos con la Buena Noticia en nuestras manos, ¿qué vamos a hacer con ella? Y no olvidemos este otro punto de la lectura: los enviados de Jesús estarán siempre acompañados por signos y manifestaciones de la presencia del Espíritu de Dios.
Eran muchos los que en tiempos de Jesús estaban convencidos de ser justos, y despreciaban al resto de la población: pecadores, samaritanos y publicanos. Jesús le puso nombre a esa enfermiza actitud –la hipocresía– y se encargó de desenmascararla de diferentes modos y en distintos escenarios. En esta escena, casi cómica, Jesús nos presenta a un fariseo alardeando de justo ante Dios, y despreciando a un publicano que también había ido al templo a orar, y concluye: “El publicano volvió a su casa perdonado, el fariseo no.” Todavía hoy puede suceder que algún “fariseo” logre engañar a algunos, pero a Dios, que ve el interior del corazón, nunca.
* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo en la cita bíblica.
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