PRESENCIA APOSTÓLICA
Revista bimestral núm. 84 JUL-AGO 2017 Donativo: $15.00•$2.50 US
Dar el siguiente paso
Historias para meditar 7 701000 24 1037
Responsabilidad emocional
San Judas Tadeo Semblanza del apóstol y su devoción en el Templo de San Hipólito de la Ciudad de México
Un libro que ofrece una visión de la devoción a san Judas Tadeo,
fundamentada en el conocimiento de la identidad e importancia del santo apóstol.
Desde 1892, los Misioneros Cla retianos se encuentran a cargo del Templo de San Hipólito, un recinto ubicado en el corazón de la Ciudad de México que forma parte de su patrimonio históri co y cultural, y que actualmente se distingue por la veneración al apóstol san Judas Tadeo, cuya de voción se manifiesta visiblemente por toda la ciudad.
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Semblanza del apóstol y su devoción en el Templo de San Hipólito de la Ciudad de México Misioneros Claretianos de México
TEMPLO DE SAN HIPÓLITO MISIONEROS CLARETIANOS DE MÉXICO 4/4/14 7:50:34 AM
PRESENCIA APOSTÓLICA Director
Ramón Rivera Barriga, CMF Consejo Editorial
Alejandro Cerón Rossainz, CMF Adolfo Villaseñor Rangel, CMF Oscar Rodríguez Linares, CMF Humberto Rodríguez Pérez, CMF Fernando Pinto Barrientos, CMF Enrique Mascorro López, CMF José Juan Tapia, CMF Ernesto Bañuelos C. Editora
Marisol Núñez Cruz Arte y Diseño
Raúl Méndez
CONTENIDO 2. Editorial 3. Vida cotidiana 4. Aventuras de un misionero 6. Dar el siguiente paso 8. Responsabilidad emocional 9. Los dos sacos
Colaboradores
Enrique A. Eguiarte Bendímez, OAR Jesús García Vázquez, CMF Juan Carlos Martos, CMF Enrique Marroquín Zaleta, CMF
10. La difícil situación de depender de los demás 12. El “loco”
Distribución
Liga Nacional de San Judas Tadeo PRESENCIA APOSTÓLICA, La voz de San Judas Tadeo, es una publicación bimestral. Editor responsable: José Juan Tapia Tapia. Editada por la Liga Nacional de San Judas Tadeo, A.C. Registro No. 04-2008-041014062100-102. Número ISSN 1665-8914 Distribuida por el Templo Claretiano de San Hipólito y San Casiano, A.R., Zarco 12, Col. Guerrero, C.P. 06300, México, D.F. Publicación Claretiana. Impresa en Carmona Impresores S.A. de C.V. Torreón, Coahuila. www.carmonaimpresores.com.mx • ventas@ carmonaimpresores.com.mx • Tel. (871) 707 42 00 con 30 líneas, lada sin costo 01 800 228 22 76. El material contenido en Presencia Apostólica puede ser reproducido parcialmen te, citando la fuente y sin fines comerciales. ¡Te invitamos a suscribirte! mail: ligasanjudastadeo@gmail.com Tel: (55) 55 18 79 50 Fax: (55) 55 21 38 89 Número suelto: $15.00 M.N. / $2.50 US. Suscripción anual: $150.00 M.N. / $25.00 US. (Incluye gastos de envío).
13. El sembrador
14. La estrella y el planeta azul
16. El proceso de humanización
18. Reflexión
19. Justicia social 20. De la Palabra a la acción
Presencia Apostólica
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Jesús,
Editorial
nuestro
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Maestro
n este tiempo que llamamos ordinario tenemos la oportunidad de concentrarnos en profundizar en las enseñanzas de Jesús. Jesús nos enseña a ver qué es lo importante en una situación; nos enseña a pensar, pues muchas veces nos presenta una situación, por ejemplo, a través de historias o parábolas y nos dice “¿qué piensan de esto?”; nos enseña a entender nuestro tiempo y a trabajar por el Reino de Dios; nos enseña el valor de la amistad y nos enseña a escuchar de verdad; nos enseña a amar a nuestra familia, sin dejar de comprender que nuestra familia es toda la humanidad; nos enseña a no juzgar por las apariencias y a no excluir a nadie; nos enseña a compadecer y a ayudar al necesitado y al enfermo. A través de muchos ejemplos, Jesús nos enseña el poder de la fe; nos enseña a con-
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Presencia Apostólica
servar la paz en los momentos difíciles; nos enseña a confiar en Dios y a pedirle lo que necesitamos, nos enseña a orar y a escuchar a Dios; nos enseña a agradecer y el valor del agradecimiento; nos enseña a compartir y nos enseña a perdonar. Con su propia vida, nuestro Maestro nos enseña a amar y a servir, y nos enseña cuál es el amor más grande; nos enseña a ser felices y cuál es la verdadera felicidad. Estas son solo algunas de las cosas que podemos aprender de Jesús, y todo nos lo enseña con su propio ejemplo, que es la forma más efectiva de enseñar. Si aprendemos y practicamos sus enseñanzas, seremos verdaderos cristianos, tendremos una vida plena y estaremos contribuyendo a la realización del Reino de Dios.
Vida cotidiana
Bendíceme
Señor
Señor, bendice mis manos para que sean delicadas y sepan tomar sin jamás aprisionar, que sepan dar sin calcular y tengan la fuerza de bendecir y consolar. Señor, bendice mis ojos para que sepan ver la necesidad y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra; que vean detrás de la superficie para que los demás se sientan felices por mi modo de mirarles. Señor, bendice mis oídos para que sepan oír tu voz y perciban muy claramente el grito de los afligidos; que sepan quedarse sordos al ruido inútil y a la palabrería, pero no a las voces que llaman y piden que las oigan y comprendan, aunque turben mi comodidad. Señor, bendice mi boca para que dé testimonio de Ti y no diga nada que hiera o destruya; que sólo pronuncie palabras que alivian, que nunca traicione confidencias y secretos, que consiga despertar sonrisas. Señor, bendice mi corazón para que sea templo vivo de tu Espíritu y sepa dar calor y refugio; que sea generoso en perdonar y comprender y aprenda a compartir dolor y alegría con un gran amor. Dios mío, que puedas disponer de mí con todo lo que soy, con todo lo que tengo. Sabine Naegeli
ELCORAZÓN DE LA COMPASIÓN Dios compasivo, tu generosa presencia siempre sintoniza con los que sufren. Tu oído siempre se inclina atento para escuchar el llanto de los heridos. Tu corazón amoroso se llena con las lágrimas de los que sufren. Ayúdame a poder ver que no estoy solo, que soy parte de todo, de la vida. La alegría y la tristeza de cada uno son mi alegría y mi tristeza, y las mías son suyas. Permite que yo tome fuerza de esta comunión interna. Permite que diariamente me comprometa a ser presencia compasiva para todos los que sufren en la vida. Joyce Rupp Traducción de The Heart of Compassion Presencia Apostólica
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Aventuras de un misionero
Lo que se aprende en la familia Jesús García Vázquez, CMF
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ola, mi querido lector! Quiero que tomes en cuenta que hablar de la familia no es fácil, porque hay familias de todos tipos y tamaños. Hay familias con muchos miembros, como la mía de trece, y hay familias con dos o tres miembros solamente; familias 4
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muy ricas y muy pobres; familias que van a misa los domingos y otras que ni se acuerdan de que son católicas; muchas familias con los papás separados y los hijos repartidos entre los dos; familias con papás alcohólicos e hijos drogadictos; familias que han tenido que abandonar su tierra por la violencia que nadie controla y que, en
ocasiones, los que debieran controlarla son los que la provocan; familias que confían en Dios; familias pobres que logran ser felices y familias que con mucho dinero no logran comprar la felicidad. Hay de todo. Y, por supuesto, familias con papás responsables, dedicados a formar, humana y cristianamente, a sus hijos, independientemente de que sean pobres o ricos. Una familia auténticamente cristiana, será célula de una sociedad sana. Se ha hablado mucho de la defensa de la familia. De una familia, han salido personalidades como los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, así como nuestro actual papa Francisco. No obstante, hay historias de santos que han tenido que romper relaciones con sus familias, porque estas les impedían vivir al estilo de Cristo, como fue el caso de san Francisco de Asís. Santa Teresa de Calcuta dejó a su familia para dedicarse a la atención de los pobres. De una familia nació Cristo el salvador del mundo. También de familias nacieron personajes cuya fama es de asesinos o racistas, o gobernantes corruptos que nuestro país ha tenido que padecer… La familia nos da a cada uno la oportunidad de sobrevivir, pues nos protege y alimenta desde que somos unos bebés indefensos y después nos da el apoyo para salir adelante en la vida. Y —muy importante— es nuestra principal escuela de valores. En la familia aprendemos que hay dos maneras de ganarse el dinero: Trabajando honradamente o robando. Claro que también hay personas que tienen dinero no porque se lo hayan robado ni porque hayan trabajado, sino simplemente porque lo recibieron como herencia. No todos, pero a la mayoría de los que son ricos
Aventuras de un misionero
Por último, es importante darnos cuenta de que la vida es como un espejo que nos refleja todo lo que hacemos: • La gente es amable, cuando eres amable. • La gente se pone triste, cuando tú estás triste. • Todos te quieren, cuando tú los quieres. • Todos son malos, si los odias. • Si sonríes, los demás sonríen. • Si estás amargado, encuentras caras amargadas. • Cuando eres feliz, el mundo es feliz.
• La gente se enoja, cuando tú te enojas. • Las personas son agradecidas, si tú agradeces. No te compliques la vida: • Si extrañas, llama; si quieres ver a alguien, invítalo; si quieres que te comprendan, explica de nuevo y sé paciente; si tienes dudas, pregunta; si no te gusta algo, deséchalo y si te gusta algo, cuídalo, si tienes metas, cúmplelas. • Estar vivo no es lo mismo que vivir. Aprovecha y vive tu vida de la mejor manera. ¡Mucho ánimo y hasta la próxima!
Sumérgete en la lectura
de Presencia
Apostólica y profundiza en tu
fe.
Ilustración: Leticia Asprón
por herencia, les sobra dinero y les falta calidad humana. Y es comprensible, su modo de vivir ha sido sin esfuerzo. ¡Pobrecitos!, porque cuando se les acaba el dinero sufren mucho. Como el hijo pródigo que se gastó su fortuna en una vida disoluta y cuando tuvo que trabajar, sufrió mucho. No robes, porque los ladrones nunca tienen en paz su corazón. A los ojos de Dios, vale mucho más ser pobre honrado que rico ladrón y corrupto. La honradez y la honestidad son la llave para abrir las puertas del cielo, mientras que la corrupción es la llave del infierno. Les comparto algo de lo que aprendí en mi familia. Los factores que destruyen al ser humano y a un país son: • La política sin principios, como la que desgraciadamente tenemos muchas veces en nuestro país. • El placer sin compromiso, por el que hay tantos niños sin padre. • La riqueza sin trabajo. Gente que no sabe lo que cuesta ganarse la vida trabajando con honradez. • La sabiduría sin ponerla al servicio de los demás con sencillez y humildad. • Los negocios sin ética, hechos por gente que se siente dueña de todo y que vende hasta lo que es del pueblo (esto lo están haciendo muchos gobernantes de nuestro país). • La ciencia sin humanidad. A veces entre más se sabe, más se destruye al ser humano. Por ejemplo, cuando la ciencia se usa para la industria armamentista o los abortos, formas de matar a quien a alguien no le conviene que viva. • Y la oración sin caridad, la de aquellos que se golpean el pecho en los templos, pero no tienen caridad con los pobres.
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Filosofía de vida
Dar el siguiente paso Lourdes García Avendaño
La conducta realizada es una parte insignificante de la conducta posible. El hombre, a cada momento, está lleno de posibilidades irrealizadas. L.S. Vygotsky
¿T
e has puesto a reflexionar en lo importante que es poder caminar?, ¿cuántos pasos das cada día? y ¿a dónde te llevan tus pasos? Estos son cuestionamientos que casi nunca nos hacemos y, peor aún, quizá ni siquiera nos detengamos a pensar en la maravilla que cada una de nuestras capacidades representa, ni agradezcamos a 6
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Dios ese gran privilegio que nos ha dado y conservado.
A veces no valoramos nuestras capacidades
Caminamos porque podemos, caminamos y caminamos todo el día y todos los días, y damos por hecho que siempre lo vamos a poder hacer. Para poder caminar se echan a andar un sin número de funciones de muchos tipos y de diferentes grados de complejidad en nuestro organismo, para que nosotros logremos, sin pensarlo siquiera, caminar a voluntad. Si tuviéramos que pensarlo y elaborarlo, si no fuera un acto automático, probablemente dudaríamos en empezar a caminar y pensaríamos dos veces a dónde nos queremos dirigir. La marcha es dinámica, supone en sí misma desplazamiento, gracias a ella podemos ir, a voluntad, como decíamos antes, de un lu-
gar a otro con facilidad. Podemos hasta caminar distancias largas, para llegar a destinos lejanos o complicados, simplemente tomando la ruta más adecuada y los descansos que sean necesarios o que el cuerpo nos pida. Estudiar los componentes de la marcha es una tarea compleja, que requiere de muchos conocimientos, de muchas horas de observación del caminante a estudiar; requiere perseverancia y experiencia para poder dar un diagnóstico certero de la problemática que esté aquejando a quien tenga una dificultad para caminar.
¿Y nuestra capacidad para ser mejores personas?
Toda esta analogía pretende provocar nuestra reflexión sobre otro tipo de caminar, pero que igualmente requiere voluntad para lograrlo. Ese “caminar”, ese “andar”,
Filosofía de vida
es nuestro desarrollo personal, nuestro crecimiento como seres humanos, que es uno de los principales propósitos de nuestra vida. Vivir, aprender de la experiencia que nos da el paso de los años, etc., es andar el camino de la vida. Vivir nos habla de “caminar” en la vida con un rumbo que es la realización de su sentido. Pero al igual que la marcha mecánica que conocemos, de la que hablamos al principio de este artículo, la que realizamos automáticamente y que, a pesar de molestias, nos permite desplazarnos, a donde nos plazca… así debemos vivir el “caminar” de nuestra existencia.
Persistiendo, a pesar de todo
La vida nos presenta un sinfín de situaciones, alegrías, dificultades, penas, sufrimientos, gozos, triunfos, fracasos, etc. Esto podemos relacionarlo con los diferentes tipos de caminos que recorremos o que hemos recorrido. Empinados, empedrados, con curvas, con baches, rectos, sinuosos, pavimentados, etc. Estos nos cansan, a veces, nos desmotivan o hacen más lento nuestro caminar, sin embargo, persistimos en nuestro desplazamiento, motivados por algo o por alguien y, a pesar de toda dificultad, cubrimos la distancia, hasta llegar a donde nos propusimos. Pues hagamos lo mismo con el “camino de la vida” y su recorrido… no sabemos cómo será, a veces, podrá ser fácil, recto y plano, y no representarnos mayor dificultad o cansancio, otras veces puede ser una pendiente que parezca interminable o imposible de subir y que nos agote desde el primer paso. Otras más, puede ser tan curveado que nos parezca arriesgado transitarlo o peor aún, nos paralice y nos mantenga estáticos por tiempo indefinido, establecidos en nuestra “zona de confort”,
con tal de no esforzarnos o de ni siquiera tratar de lograrlo.
¿Vivir o sobrevivir?
Quedarse varados por no “batallar”, por no querer esforzarse, por mantener nuestra comodidad y no buscar problemas o simplemente por no querer avanzar, es solo sobrevivir. En cambio, vivir la vida plenamente supone atreverse a descubrir qué clase de camino nos tocará recorrer. Cuando el camino sea empinado, pues prepararnos para poder superar la cuesta, de no poder lograrse al primer intento, debemos volver a intentar, las veces que sea necesario, hasta lograr subirla, aunque eso nos tome mucho tiempo. La vida no es como una carrera de velocidad, sino más bien como un maratón que implica preparación para terminarlo; puede implicar también apoyo de expertos para orientarnos a realizarlo de la mejor manera y persistencia en el entrenamiento. Hay que comenzar por pequeñas distancias, a paso constante, e ir aumentando nuestra capacidad y resistencia. La vida, como los maratones, supone cualidades y resistencia para realizarse. No se puede iniciar y terminar un maratón, sentado cómodamente en el sillón de la sala de nuestra casa, hay que ir al lugar de la ruta designada, hay que llegar preparados, hay que estar dispuestos a soportar dolores de pies, inclemencias del tiempo y hasta posible desmotivación. Pero no olvidemos que para lograr llegar a completar un maratón, debemos primero haber aprendido a caminar… Así también pasa en el camino de la vida… para recorrerlo y terminarlo, debemos empezar con pequeños pasos, a ritmo personal, a veces más rápido, otras más lentamente; unas veces solos, otras
veces acompañados o motivados por alguien que quiera recorrerlo con nosotros y que nos apoye para seguir adelante, cuando nos detengamos momentáneamente o por periodos largos, o cuando perdamos el rumbo. Cuando lo terminamos, nos sentimos realizados, felices de nuestro triunfo, ese triunfo es la transformación que experimentamos al convertirnos en mejores personas. Caminar es saludable, los médicos lo recomiendan como un recurso para ofrecerle a nuestro cuerpo un equilibrio que nos de salud. Además de que la vida sedentaria y la pasividad solo nos traen deterioro y enfermedad.
Solo haz la siguiente cosa correcta
Caminemos el camino de nuestra vida. Atrevámonos a dar el siguiente paso que la vida nos pide. Verlo así nos ayudará a no sentirnos abrumados, pues tomamos los retos uno a uno, conscientes de que un paso lleva a otro. Atrevámonos a descubrir qué clase de caminos nos tiene preparados la vida, aceptemos el reto de caminarlos. Si requerimos apoyo, busquémoslo, aceptemos el acompañamiento de quien nos vea flaquear, detenernos o sencillamente de quien ya ha recorrido más camino que nosotros y nos ofrece su experiencia al andar. La actividad nos dará salud; la pasividad, en cambio, puede llevarnos a enfermar, puede complicar nuestro camino y hacerlo casi imposible de transitar. No te quedes paralizado en la vida, decídete a dar el siguiente paso, a hacer la siguiente cosa correcta para ti. Avanza y ¡disfruta el camino! La autora es licenciada en Terapia Física y Logoterapeuta. luluwatty1@yahoo.com Presencia Apostólica
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Desarrollo humano
Responsabilizarnos de nuestras emociones nos libera Gylda Valadez Lazcano
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rimero tenemos que definir la palabra responsabilidad. Es un valor que está en la conciencia de cada uno de nosotros, que nos permite reflexionar y valorar las consecuencias de nuestros actos y tomar decisiones con esa orientación. La responsabilidad abarca todos los ámbitos de nuestra vida. Tomar responsabilidad sobre nuestros sentimientos y emociones, y sobre nuestra percepción del mundo, nos da el poder de determinar nuestro estado de ánimo, al tiempo que le quitamos ese poder a circunstancias externas.
Cómo nos sentimos depende de cada uno
A veces nos sentimos muy afectados por la actitud de alguna persona o por una determinada situación, y tendemos a culpar 8
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Y así como a veces intentamos responsabilizar a “lo de afuera” de nuestras emociones, en ocasiones tratamos de responsabilizarnos de que alguien a nuestro alrededor no se sienta bien e intentamos hacer algo al respecto, cuando eso que intentamos hacer en realidad le corresponde a otro hacerlo. Tener claro que cada uno es responsable de sus emociones puede liberarnos de una gran carga. Responsabilizarnos emocionalmente es dejar de buscar culpables para nuestros estados de ánimo o sentimientos. Aquí no se trata de buscar culpables. ¿Cuántas veces hemos expresado: “tú me haces feliz” o “tú me haces enojar”?, sin asumir que depende de nosotros cómo nos sentimos. Mejor buscar las causas en nuestra historia personal, porque es ahí donde encontraremos las explicaciones acerca de cómo nos sentimos y cómo reaccionamos. El auto análisis nos hace madurar y crecer.
La verdadera armonía
de nuestros sentimientos a esas situaciones o personas, cuando en realidad cómo nos sentimos y nuestra percepción del mundo tiene que ver con nosotros y con nuestra historia personal.
¿Por qué buscamos culpables?
Hay un dicho que dice “lo que te choca te checa”. Esto hace referencia a la costumbre que muchas veces tenemos de responsabilizar a otros de nuestros estados emocionales, en lugar de revisar qué nos pasa a nosotros ante una persona o situación. Aquí es importante el concepto psicológico de “proyección”. Los otros son nuestros espejos y a veces lo que no nos gusta en ellos es lo nuestro que vemos reflejado en ellos. Es decir que lo que muchas veces no nos gusta es lo que está adentro de nosotros y decimos o pensamos que es lo de afuera.
Ahora, hay que aclarar que esto no quiere decir que no podamos expresar a otros nuestros sentimientos respecto a ellos o que no podamos decirles de qué manera nos afectan sus acciones o actitudes. No es posible estar en verdadera armonía con los demás, si no se dice lo que tiene que ser dicho. Se trata de apreciar y expresar con justicia lo que percibimos en la interacción con los otros. Asumir la responsabilidad de nuestras emociones nos libera, porque dejamos de ser esclavos de personas y situaciones ajenas. Cada uno de nosotros es responsable de su vida y de lo que haga con ese regalo que Dios le dio. La autora es psicoterapeuta corporal y terapeuta sistémica de pareja y familia. coordinacion.centroometeotl@gmail.com
Historia para meditar
Los dos sacos
H
me permiten avanzar con rapidez, pero por alguna razón, no puedo desprenderme de ellos. Al preguntarle al tercer hombre sobre sus sacos, él contestó: —El saco que llevo al frente está lleno de maravillosos pensamientos acerca de la gente, los actos bondadosos que han realizado y todo cuanto de bueno he tenido en mi vida. Es un saco muy grande y está lleno, pero no pesa mucho. Su peso es como las velas de un
Autor desconocido
Ilustración: Leticia Asprón
ay una antigua leyenda acerca de tres hombres, cada uno de los cuales cargaba dos sacos, sujetos a su cuello, uno al frente y el otro a sus espaldas. Cuando al primero de ellos le preguntaron qué había en sus dos sacos, él dijo: —Todo lo bueno que me han dado mis amigos se halla en el saco de atrás. Como está fuera de mi vista, al poco tiempo lo olvido. El saco de enfrente contiene todas las cosas desagradables que me han acontecido. En mi andar, me detengo con frecuencia, saco esas cosas y las examino desde todos los ángulos posibles. Me concentro en ellas y las estudio, y dirijo todos mis sentimientos y pensamientos hacia ellas. En consecuencia, como el primer hombre siempre se estaba deteniendo para reflexionar sobre las cosas desafortunadas que le habían sucedido en el pasado, lo que lograba avanzar era muy poco. Cuando al segundo hombre le preguntaron qué era lo que llevaba en sus dos sacos, el respondió: —En el saco de enfrente están todas las buenas acciones que he hecho. Las llevo delante de mí y continuamente las saco y las exhibo para que todo mundo las vea. El saco que llevo atrás, contiene todos mis errores. Los llevo consigo a dondequiera que voy. Es mucho lo que pesan y no
barco que, lejos de ser una carga, le ayudan a avanzar. Por otra parte, el saco que llevo a mis espaldas está vacío, pues le he hecho un gran orificio en el fondo. En ese saco puse todo lo malo que escuché sobre los demás, así como todo lo malo que a veces pienso acerca de mí mismo. Esas cosas se fueron saliendo por el agujero y se perdieron para siempre, de modo que ya no hay peso que me haga más penoso el trayecto. ¿Cuál de los tres hombres te parece que es más feliz?
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Tanatología
lo más que se pueda, los valores de autonomía e independencia, aún en circunstancias de dependencia. La palabra autonomía viene del griego y significa gobernarse por la propia ley. Su significado se relaciona con la facultad del poder que es esa capacidad y energía que nos lleva a movernos, a buscar, a encontrar, a lograr, y que requiere del ejercicio de la voluntad y de la plenitud de nuestras otras facultades. La autonomía nos permite decidir, hacer, pensar y lograr por nosotros mismos. Es importante considerar que, aún enfermos o en la vejez, debemos luchar por conservar lo más posible nuestra autonomía e independencia. El valor de la autonomía La capacidad para decidir sobre nosotros mismos debemos preservarla al máximo. Las personas siempre debemos decidir los aspectos más importantes de nuestra vida y de nuestra muerte. Aún cuando tengamos dependencias físicas, porque nuestro cuerpo no pueda moverse o no tenga la fuerza para poder hacer o lograr algo, si nuestra mente nos lo permite, debemos tomar nuestras propias decisiones. Y hasta el día en que nuestra mente no esté funcionando, podemos haber dejado indicaciones sobre cómo queremos que se lleven a cabo las cosas relacionadas con nuestra persona, y los demás tienen la obligación de aceptar y respetar. A veces no podemos evitar volvernos dependientes en algunos aspectos, pero podemos conservar nuestra autonomía. Envejecer es una ley natural, pero cómo se realice ese proceso depende de muchos factores. En una sociedad como la nuestra, la juventud es un atributo que hay que conservar a toda costa, pareciera que el tiempo es un adversario a vencer, pero en nuestro cuerpo se refleja su paso sin que podamos hacer mucho para evitarlo. Y si a eso le agregamos que en las sociedades modernas somos biológicamente viejos más tarde y socialmente viejos muy temprano, es decir, que la esperanza de vida se ha incrementado, y ahora los adultos mayores viven más tiempo que en épocas pasadas y entonces envejecer se pospone, pero al mismo tiempo una persona no encuentra trabajo siendo aún muy
La dificil situación de depender de los demás Ana Laura Rosas Bucio
El respeto a la autonomía y a la dignidad de cada uno es un imperativo ético y no un favor que podemos o no concedernos unos a otros. Paulo Freire
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l nacer dependemos de los demás para satisfacer nuestras necesidades humanas más básicas; si nos dejan solos, no podríamos sobrevivir. Pero posteriormente vamos aprendiendo a ser autónomos, a valernos por nosotros mismos y a satisfacer nuestras necesidades, así como a apoyar a otros para que satisfagan las propias. Sin embargo, esa independencia y autonomía que conseguimos en la juventud y adultez muchas veces la vamos perdiendo por el proceso de envejecimiento, por enfermedad o por ambas causas. Y esta es, probablemente, una de las pérdidas más difíciles de afrontar como parte de nuestro proceso de vida. Por eso dedicamos este espacio a reflexionar sobre la dependencia y las dificultades que conlleva, así como en la importancia de conservar, 10
Presencia Apostólica
Tanatología
joven, ya que para los ámbitos laborales ya se es muy mayor por ejemplo si se tienen cuarenta y cinco años. Y entonces, tenemos personas viejas para algunas cosas y jóvenes para otras. Muchas veces no sabemos si somos viejos o no… La vejez es vista y vivida con angustia, con impotencia, porque no podemos evitarla. Cuando, con el paso del tiempo, una persona se vuelve extremadamente dependiente, llega a perder el poder de decisión sobre su vida, sobre la calidad de la misma e incluso sobre su muerte. Ese estado de dependencia provoca mucha angustia, porque pareciera que se deja de ser humano para ser un objeto, totalmente dependiente de los demás. Cuando, por necesidad, se está en una situación de dependencia, es importante entender que depender no implica someterse ni obedecer, que es una necesidad que surge cuando una de las partes no puede valerse por sí misma; es la creación de una unión entre dos o más formando vínculos de solidaridad, de apoyo, donde uno apoya las necesidades del otro y viceversa. Todos dependemos de algún modo Dependemos siempre, desde pequeños, y aún en la vida “independiente” también tenemos algunos grados de dependencia. La independencia absoluta no existe. El dependiente es el que tiene una carencia, el proveedor es quien responde a esa carencia. En la dependencia hay alguien que solicita y alguien que da. Y entonces, visto así, siempre somos dependientes, ya que continuamente necesitamos de los demás. Siempre podemos corresponder La vida humana es un tejido de dependencias. Necesitamos compartir los afectos, el cariño y las emociones, y continuamente nos ayudamos unos a otros, solamente que hay momentos en la vida en que uno ayuda más a otro, pero eso no significa que los otros no nos puedan retribuir de maneras que también nos ayudan a cubrir nuestras necesidades. Una actitud, una sonrisa, una palabra o una mirada pueden ser valiosas retribuciones. Por ejemplo, yo ayudé a mi madre, dependiente, por edad y enfermedad, al final de su vida, a cubrir sus necesidades físicas y emocionales, pero ella también me regresó muchas cosas: me enseñó tanto, me hizo más madura, más sensible, más consciente de tantas cosas, que ahora sé que yo también dependí mucho de ella y que, si no hubiera sido por ella, yo no sabría hoy muchas de las cosas que sé.
Hay dos tipos de autonomía, una funcional y otra en la toma de decisiones. Al envejecer perdemos poco a poco nuestra autonomía funcional. El cuerpo, como parte del proceso de envejecimiento, va dejando de funcionar, pero la autonomía en la toma de decisiones no se pierde, ni perdiendo las funciones cognitivas más elementales. Porque todos tenemos derechos humanos que deben ser respetados, y en su momento tal vez hablamos de nuestros deseos… Aún en el caso de que ya no podamos tomar decisiones, los demás nos conocen y pueden respetar esa autonomía que algún día tuvimos. Entendamos que no nos toca “hacernos cargo” de los viejos, nos toca acompañarlos en su proceso de envejecer, apoyándolos en sus necesidades y múltiples dependencias, sin robarles su autonomía. Asistir a alguien no significa robarle su autonomía en la toma de decisiones. Depender de alguien no significa someterse a los deseos del otro. Por eso nos cuesta tanto trabajo depender de los demás, porque parece que tenemos que someternos y que el simple hecho de que nos apoyen les da derecho de decidir por nosotros. Esto no es correcto, aunque parezca un acto amoroso. El apoyo a un adulto mayor no nos da poder sobre su vida; no es una relación de dominio. No tenemos derecho a decirle lo que debe o tiene que hacer, solo porque creemos que es lo correcto. Amar a un ser querido implica el respeto a su autonomía y el acompañamiento a sus dependencias, ese el reto. Podemos dar nuestra opinión, pero no robarle nunca su capacidad de decisión. Es una dinámica como la del ciego que ayuda al tuerto. Los cuidadores no sabemos cómo acompañarlos y ellos también están apenas viviendo las cosas propias de su etapa y sus necesidades pueden ir cambiando cada día. Además, no olvidemos que tarde o temprano estaremos en su situación. Entonces siempre la persona que depende, debe conservar su autonomía, su poder de decisión sobre sí mismo, ya que depender es de por sí muy difícil y lo es más cuando, con el afán de “ayudar”, les robamos su poder de decisión. Respetemos la autonomía de las personas mayores y apoyémoslas y acompañemos en la difícil tarea de envejecer con dignidad. La autora es psicóloga clínica, experta en intervención en crisis, tanatóloga, logoterapeuta y conferencista. Directora General del Centro de Capacitación Profesional Industrial y Personal S.C. CECAPIP. lrosasb@hotmail.com Presencia Apostólica
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Ilustración: Leticia Asprón
Historia para meditar
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EL “LOCO”
n un pueblo rodeado de cerros habitaba un “loco”. La gente le llamaba así porque hacía cosas disparatadas, cosas raras, cosas diferentes a lo que hacía la mayoría de las personas, al menos en ese pueblo. La gente, al verlo pasar, se reía y se burlaba de él, humildemente vestido, sin posesiones, sin una casa que se dijera de su propiedad, sin una esposa ni unos hijos; “un desdichado” —pensaba la gente—, alguien que no beneficia a la sociedad, “un inútil” —comentaban otros—. El viejo ocupaba su vida sembrando árboles en todas partes donde pudiera. Sembraba semillas, de las cuales nunca vería ni las flores ni el fruto, y nadie le pagaba por ello y nadie se lo agradecía; nadie lo alentaba. Por el contrario, era objeto de las burlas de los demás. Y así pasaba su vida, poniendo semillas, plantando arbolitos, a pesar de las burlas… Y he aquí que ese hombre era un gran espíritu de luz que, poniendo la muestra de cómo se deben ha12
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cer las cosas, sembraba siempre, aún sin esperar ver o saborear el fruto de su trabajo. Sucedió que un día cabalgaba por esos rumbos el Sultán de aquellos lugares. Rodeado de su escolta, observaba lo que verdaderamente sucedía en su reino, para no solo escucharlo por boca de sus ministros. Al pasar por aquel lugar y al encontrarse al “loco”, le preguntó: —¿Qué haces, buen hombre? Y el viejo le respondió: —Sembrando señor, sembrando. Nuevamente inquirió el Sultán: —Pero, ¿cómo es que siembras? Estás viejo y cansado, y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces? A lo que el viejo contesto: —Señor, otros sembraron y he comido. Es tiempo de que yo siembre para que otros coman. El Sultán quedó admirado de la sabiduría de aquel hombre y nuevamente le preguntó: —¿Pero, aún sabiendo que no verás los frutos, continúas sembrando?
—Sí— contestó el viejo. —Por ello te regalaré unas monedas de oro, por la gran lección que me has dado— dijo el Sultán. Entonces el Sultán llamó a uno de sus guardias para que trajera una pequeña bolsa con monedas de oro y las entregó al sembrador. El sembrador respondió: —Ves, señor, cómo ya mi semilla ha dado fruto. Aún no la acababa de sembrar y ya me está dando frutos. Y, aún más, si alguna persona se volviera loca como yo y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos, esa sería la más maravillosa de todas las cosechas que yo hubiera obtenido, porque siempre esperamos algo a cambio de lo que hacemos, porque siempre queremos que se nos devuelva algo igual a lo que hacemos... Eso, desde luego, solo cuando consideramos que hacemos el bien, porque lo malo que hacemos queremos que se olvide. El Sultán lo miró asombrado y le dijo: —¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti! Ojalá hubiera más como tú en este mundo. Con unos cuantos “locos” que hubiera, el mundo sería otro; más nuestros ojos tapados con unos velos propios de la humanidad, nos impiden ver la grandeza de seres como tú. Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros, aunque sé que los emplearás bien, tal vez mejor que yo. ¡Qué Dios te bendiga!. Y terminado esto, partió el Sultán junto con su séquito, y el "loco" siguió sembrando y no se supo de su fin; no se supo si terminó muerto y olvidado por ahí en algún cerro, pero él había cumplido su labor, realizó la misión, la misión de un loco. Autor desconocido
Foto: Fragmento de "El sembrador" de Vincent van Gogh
Historia para meditar
El sembrador De aquel rincón bañado por los fulgores del sol que nuestro cielo triunfante llena; de la florida tierra donde entre flores se deslizó mi infancia dulce y serena; envuelto en los recuerdos de mi pasado, borroso cual lo lejos del horizonte, guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado, del sembrador más raro que hubo en el monte. Aún no sé si era sabio, loco o prudente aquel hombre que humilde traje vestía; sólo sé que al mirarle toda la gente con profundo respeto se descubría. Y es que acaso su gesto severo y noble a todos asombraba por lo arrogante: ¡Hasta los leñadores mirando al roble sienten las majestades de lo gigante! Una tarde de otoño subí a la sierra y al sembrador, sembrando, miré risueño. ¡Desde que existen hombres sobre la tierra, nunca se ha trabajado con tanto empeño! Quise saber, curioso, lo que el demente sembraba en la montaña sola y bravía; el infeliz oyóme benignamente y me dijo con honda melancolía: —Siembro robles y pinos y sicomoros; quiero llenar de frondas esta ladera, quiero que otros disfruten de los tesoros que darán estas plantas cuando yo muera. —¿Por qué tantos afanes en la jornada sin buscar recompensa? dije. Y el loco murmuró, con las manos sobre la azada: —Acaso tú imagines que me equivoco; acaso, por ser niño, te asombre mucho el soberano impulso que mi alma enciende; por los que no trabajan, trabajo y lucho,
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende! Hoy es el egoísmo torpe maestro a quien rendimos culto de varios modos: si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro. ¡Nunca al cielo pedimos pan para todos! En la propia miseria los ojos fijos, buscamos las riquezas que nos convienen y todo lo arrostramos por nuestros hijos. ¿Es que los demás padres hijos no tienen?... Vivimos siendo hermanos solo en el nombre y, en las guerras brutales con sed de robo, hay siempre un fratricida dentro del hombre, y el hombre para el hombre siempre es un lobo. Por eso cuando al mundo, triste contemplo, yo me afano y me impongo ruda tarea y sé que vale mucho mi pobre ejemplo, aunque pobre y humilde parezca y sea. ¡Hay que luchar por todos los que no luchan! ¡Hay que pedir por todos los que no imploran! ¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan! ¡Hay que llorar por todos los que no lloran! Hay que ser cual abejas que en la colmena fabrican para todos dulces panales. Hay que ser como el agua que va serena brindando al mundo entero frescos raudales. Hay que imitar al viento, que siembra flores lo mismo en la montaña que en la llanura. Y hay que vivir la vida sembrando amores, con la vista y el alma siempre en la altura. Dijo el loco, y con noble melancolía por las breñas del monte siguió trepando, y al perderse en las sombras, aún repetía: ¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!... Marcos Rafael Blanco Belmonte Presencia Apostólica
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Historia para meditar
La estrella y el planeta azul Enrique A. Eguiarte OAR
Soñando con el planeta azul
La estrella soñaba en que podía viajar a ese planeta azul y encontrarse con unos mares infinitos y frescos, de los que brotaba una paz que invitaba a la contemplación y al descanso. Soñaba que en ese planeta había fuentes y arroyos que lo llenaban todo con su vivo color añil. Pensaba que en ese lugar todo era perfecto, y que su color brillante era fruto de la misma armonía que reinaba en él.
La estrella comparte su sueño con un asteroide que le cuenta su experiencia
Un día, mientras la estrella contemplaba a la Tierra, pasó a su lado un asteroide que, al verla tan extasiada, le dijo: —Es verdaderamente bello el planeta azul. Siempre me llamó la atención. Créeme, no hay en esta galaxia otro planeta más bello. Entonces la estrella le dijo: —¿Pero, cómo puedo hacer para llegar a él? El asteroide guardó silencio un momento y después le respondió. —Mira, eres una estrella joven y por eso tienes sueños. Yo también fui joven y hoy conservo los sueños y la ilusión, pues cuando una estrella pierde la capacidad de soñar se convierte en una es14
Presencia Apostólica
Ilustración: Leticia Asprón
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lla parecía una estrella más, pero en realidad no lo era. Era una estrella a la que le encantaba ver el pequeño y lejano planeta azul. Y este planeta azul, como pueden suponer, no era otro que la Tierra: así se ve desde la lejanía en el espacio.
trella muerta... Cuando uno se deja arrastrar por la fuerza de la inercia, no da luz, ni hace nada por nadie, ni tampoco es feliz. Yo, como asteroide, conservo parte del impulso y del fuego de mi juventud, que me llevó a convertirme en una estrella fugaz, y sigo recorriendo nuestra galaxia. No me importa que sea discretamente, como un simple asteroide, pero sigo siendo fiel a mis sueños y a mi misión. Mira, yo también tuve un momento en el que tuve que tomar una decisión: seguir siendo una estrella más en el cielo y brillar, mientras tuviera energía, siempre en el mismo lugar, o bien usar toda mi energía para convertirme en una estrella fugaz y recorrer la galaxia de un lado a otro, sabiendo que después de esa decisión, no podría ya volver atrás. Tú también, amiga estrella, debes tomar tu decisión. Ver si estás dispuesta a gastar toda tu energía para alcanzar el planeta azul, o si prefieres seguir contemplándolo desde la distancia y seguir brillando en el mismo lugar durante mucho tiempo, y tal vez nunca ser feliz...
La estrella se quedó pensativa. Después de un momento de silencio, el asteroide, antes de continuar su camino, le dijo: —Me tengo que ir, pero te digo dos cosas: Nunca te precipites al tomar una decisión que va a cambiar radicalmente tu vida. Pero ya que no hay garantías para que una decisión sea la correcta, la decisión correcta es la que es auténticamente tuya. Y, en segundo lugar, es posible que tus sueños no se ajusten a la realidad, pero no olvides que, en cualquier circunstancia, con creatividad y amor podrás ser siempre feliz.
Una decisión difícil
La estrella recordó que tenía en sí misma una gran energía y que si la usaba, podría desplazarse por la galaxia y llegar hasta el planeta azul. No obstante, parecía que una vez gastada su energía, no podría regresar. Tendría que quedarse para siempre allá. Durante un tiempo lo estuvo meditando y finalmente decidió que iría en pos de sus sueños. Se daba cuenta de que muchas estrellas soñaban cosas, pero que les faltaba el valor para tomar una decisión. Veía que quienes habían renun-
Historia para meditar
ciado a sus sueños no eran felices. La luz que proyectaban era rutinaria y triste. Pensaba que el resplandor de las estrellas que soñaban cosas grandes y que se preparaban para conseguirlas es el que embellece el universo y lo hace mágico...
Por fin en la tierra…
Los observatorios más importantes en la Tierra dieron la noticia: aquella noche se había visto una imponente supernova en el espacio. Una estrella había explotado, liberando una gran cantidad de energía. Señalaban que era muy posible que algunos meteoritos hubieran podido alcanzar la tierra. Después de la explosión, la estrella vio con alegría, cómo iba recorriendo a gran velocidad la galaxia. Algunas estrellas, que algún día tuvieron un sueño pero que nunca lucharon por él, la miraban con desprecio, como diciendo: “ahí va otra necia en pos de algún sueño loco”. Otras más jóvenes la miraban con envidia o admiración. La mediocridad es una especie de sopor existencial que aletarga el corazón y que hunde a la persona en un pantano de pereza melancólica, en donde se enlodan las alas de los sueños, impidiéndoles volar. Pero nuestra estrella no se había dejado vencer por ella. Y así, en su largo viaje, su energía se fue gastando, y su velocidad fue paulatinamente disminuyendo. En un último esfuerzo, pudo entrar en la atmósfera de la tierra y ahí, al contacto con la misma, volvió a brillar momentáneamente, para después caer velozmente como un aerolito y quedar quemada y consumida… El impacto fue duro y seco. Cuando por fin la estrella pudo tomar conciencia
de lo que había pasado, se vio rodeada de arena, y no de los mares y ríos que había soñado. Se encontraba clavada en medio de un enorme desierto.
Un sueño roto
Fue entonces cuando se pudo contemplar a sí misma oscura y quemada por la explosión. Lo había gastado todo, y ahora su sueño no correspondía con la realidad. Es verdad que se encontraba en el planeta azul, pero en el lugar en el que había caído no había mares, ni ríos de armonía azul, sino un árido desierto de arenas silbantes y huidizas… En aquel momento el corazón de la estrella se llenó de tristeza y comenzó a llorar, contemplando desde lejos a sus compañeras, que seguían brillando hermosas en el cielo… En ese momento de profunda tristeza, un oscuro pensamiento atravesó su alma y deseó quedarse muerta ahí en medio de ese árido desierto, como un aerolito quemado.
Nunca hay que perder la esperanza
Pero antes de que dejara salir de ella lo último que le quedaba de su energía vital, pensó que aunque un sueño pudiera morir, otro podría nacer, que nunca hay que dejarse vencer ni perder la esperanza. Y, cansada de llorar, se quedó dormida. Cuando comenzaba a salir el sol, la estrella se despertó y pudo ver que por la humedad de sus lágrimas, habían comenzado a brotar sobre su cuerpo unas tímidas plantas. En primer lugar, la estrella se llenó de espanto y quiso librarse de ellas. No obstante, se dio cuenta de que otros seres comenzaban a vivir gracias a ella. En esos momentos recordó lo que el asteroide le había dicho, que en cual-
quier circunstancia le ayudaría siempre la creatividad y el amor. Por ello, con amor, decidió compartir lo último que le quedaba con esas plantas, por lo que las siguió regando con sus lágrimas, convencida de que del dolor siempre puede nacer algo mejor.
El oasis de la estrella
Pasados unos días, le sorprendió verse rodeada de agua. Por un momento creyó alucinar, hasta que pudo comprobar que verdaderamente era agua lo que la rodeaba. Se dio cuenta de que por el impacto de su caída, su cuerpo había traspasado las capas de la tierra, haciendo brotar un manantial en el suelo del desierto. Los primeros días había sido una corriente tímida e imperceptible, pero ahora era un torrente considerable de agua pura. Estaba rodeada de agua, como siempre lo había soñado; agua fresca y cristalina que irradiaba una paz azul. A su alrededor crecieron palmeras datileras y arbustos, y las caravanas se detenían a beber y a refrescarse en medio del calor sofocante del desierto en ese nuevo oasis, llamado “Al Ain Najmah” (que quiere decir “el oasis de la estrella”). Fue entonces que la estrella comprendió su misión: lo había arriesgado todo para poder alcanzar sus sueños, y ahora era realmente feliz, pues no solo había cumplido sus deseos, sino que también había hecho felices a los demás. No se había desalentado por creer que sus sueños habían muerto y no había perdido la esperanza, por eso ahora podría mirar de nuevo hacia el cielo y ver a sus hermanas, las estrellas, y sentirse feliz, porque había sido una estrella que había tenido un sueño y lo había hecho realidad, con esfuerzo, creatividad y amor. Presencia Apostólica
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Fe y vida
El proceso de humanización
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P. Epi Diez
s frecuente escuchar la frase: “El hombre no nace, se hace.” Nos gusta, la repetimos… pero, lamentablemente muchos no calamos en la profundidad que encierra. Antes de desarrollar el tema de este artículo, hago la aclaración, quizá innecesaria, de que la palabra hombre hace alusión a todo ser humano, mujer o varón. Hacer del ser humano un “hombre”, esto sí que es importante. El pensador francés Montaigne escribía en el siglo XVI: «Nada hay tan bello y legítimo como construir al hombre.» Algo parecido expresaba –desde la fe cristiana- en el siglo II san 16
Presencia Apostólica
Ireneo de Lyon con la célebre frase: «La gloria de Dios consiste en que el hombre tenga vida.» Los animales ya traen programado su futuro en sus instintos. El hombre, en cambio, tiene que ir haciendo su programa, si es que quiere llegar a ser hombre, a vivir con calidad humana. La humanización es la asignatura que cada miembro de la especie humana debemos cursar con el máximo empeño, desde que entramos en la historia por la puerta del nacimiento, hasta que salimos de ella por la puerta de la muerte. Es una asignatura que no admite vacaciones ni jubilación. Si la sociedad es el reflejo de la calidad humana, por desgracia hoy no creo que debamos sentirnos orgullo-
Fe y vida
sos… de los 6300 millones que habitamos este planeta, ¿cuántos están empeñados en dar calidad a la vida, luchando por una convivencia más justa y fraternal?
CÓMO LLEGAR A SER PLENAMENTE HOMBRES
En primer lugar, queriendo llegar… Escuchamos con frecuencia a padres y educadores decir que quieren que sus hijos y alumnos lleguen a ser unos triunfadores en las distintas profesiones, lo cual es legítimo y digno de alabanza. Sin embargo, es poco frecuente escucharlos decir que quieren que lleguen a ser “hombres”. La filosofía se afana por definir al hombre como un ser libre con tres dimensiones fundamentales que le llevan a relacionarse con el mundo de lo divino, con el mundo de lo humano y con toda la creación. El hombre se va humanizando –dirá el filósofo- en la medida en que estas relaciones vayan siendo más correctas. Guiado por el uso correcto de la razón se va alejando del mundo animal, hasta llegar a decir con naturalidad «Ya no actúo como me apetece, actúo como debo.» El uso correcto de la razón, sin embargo, no alcanza a responder convincentemente las preguntas más profundas que se formula el ser humano. Vive angustiado ante las injusticias que contempla a su alrededor e impotente para hacerlas desaparecer totalmente; se pregunta si no habrá otro mundo donde reine la justicia. Busca ansiosamente la felicidad y no la alcanza; porque la felicidad, para ser auténtica, exige no tener fin. Entonces se pregunta si la muerte será su final, en cuyo caso su vida es un absurdo, o si la muerte será la puerta de acceso a la felicidad plena. En todo ser humano, en algún momento de su proceso de humanización, surgen preguntas profundas como éstas, para las que no encuentra respuesta que le satisfaga, por mucho que razone. Es entonces, cuando el hombre, en el uso de su libertad, puede optar por arreglárselas para vivir sin respuesta o por volver el rostro hacia el cielo buscando respuesta. La mayoría de los humanos, a lo largo de la historia, como lo hiciera el Job bíblico, reconociendo su limitación, han reconocido la existencia de Alguien superior a quien se han dirigido buscando respuesta a los enigmas de la vida y la muerte. Todas las religiones han intentado de alguna manera responder a estos enigmas del hombre. Los cristianos confesamos con alegría y agradecimiento que hemos encontrado todas las respues-
tas en Jesucristo en quien habita plenamente la divinidad y que se hace hombre para enseñar al hombre el camino de la plena humanización. Un camino que iniciamos en nuestro paso por la historia, asentando nuestra vida en la “roca firme” del Evangelio, «don formidable que nos fecunda, nos humaniza, nos libera, nos responsabiliza con las mejores causas y nos identifica con los mejor de nosotros mismos» (Julio Lois). Un camino que finalizará cuando el Dios que nos fecundó con su amor para entrar en la historia, nos reciba al entrar en la eternidad y culmine con creces nuestro proceso de humanización, no porque lo hayamos merecido, sino porque Él es amor.
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Reflexión
Busco una verdad Todos andamos en busca de la verdad. Deseamos la verdad, la buscamos, la pedimos y la queremos para cada momento de nuestra vida. Si tuviera que traducir esa búsqueda, la traduciría como un deseo de ser auténticos. Deseo ante el Señor y ante todos ustedes, ser auténtico. Quisiera que existiera una correspondencia entre los gestos y las palabras, una correspondencia entre las palabras y las acciones, una correspondencia entre las promesas y los cumplimientos, una correspondencia entre lo que nosotros queremos ser y lo que tratamos de ser y nos esforzamos por ser en nuestra vida cotidiana. Deseamos la verdad, deseamos la autenticidad, deseamos que, en nuestras palabras, gestos y acciones, todo lo que decimos y hacemos, corresponda a lo que el Señor pone dentro de nosotros. Que no haya rechazo, que no exista diferencia ni distancia entre lo que sentimos y lo que vivimos. Buscamos juntos la autenticidad, la deseamos y la queremos en las relaciones de amistad, de fraternidad, en las relaciones cotidianas entre nosotros. Busco, Señor, una verdad que sea genuina y pura como el agua, que sea simple como el pan, que sea clara como la luz, que sea poderosa como la vida. Busco una verdad que sea genuina y pura como el agua: una verdad que no tenga que pedir prestada cada vez a unos y a otros, a derecha y a izquierda; una verdad para la que no tenga que referirme continuamente a modelos externos, sino que me salga de dentro; una verdad que continuamente se renueve en mí y en cada uno de nosotros como se renueva continuamente, siempre nueva y siempre igual, el agua del manantial. Busco una verdad que sea simple como el pan: una verdad que se pueda tocar, que se pueda ver, que no nos engañe, que no sea complicada ni difícil y que, como el pan, pueda ser repartida, dividida y distribuida a otros. Una verdad que nosotros podamos mirar a la cara, tocar, meditar y acercarla a nosotros de manera sencilla. No una verdad por la que estemos obligados a pensar continuamente en qué consiste y qué significa, sino una verdad que, en sí misma, como el pan, nos comunique su sustancia, su capacidad de nutrirnos, su realidad concreta e inmediata. Busco una verdad que sea clara como la luz: una verdad capaz de renovarse siempre, nunca cansada de sí misma; una verdad que continuamente resurja de su propio cansancio, de su propia desconfianza, de su propio acomodo
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perezoso; una verdad que continuamente reviva en nosotros, que sea poderosa igual que la vida es poderosa. Esta es mi búsqueda, nuestra búsqueda, el deseo que pongo en común con ustedes porque confío en que este sea también su deseo, nuestra búsqueda común. Pero la verdad es débil. Porque se necesita poco para oscurecerla y herirla. Es débil en nosotros, porque nuestra fragilidad la pone constantemente en duda. Es muy fácil ensuciar una fuente: basta echarle un puñado de tierra. Es muy fácil cerrar los ojos y no ver la luz. Es muy fácil, por desgracia, suprimir la vida: basta un momento de odio, un arma en la mano, basta una jeringuilla, bastan poquísimas cosas para suprimir una vida. ¡La verdad es frágil! Frágil como el agua que discurre por la tierra y que cualquiera puede pisar. Es frágil como el pan que se tira. Es frágil como la luz que se puede no ver. Es frágil porque está en manos frágiles, en vasos de barro que somos nosotros. Es frágil porque continuamente puede ser rota, partida, pisada, olvidada, traicionada... Y nos dice Jesús de Nazareth: Yo soy el agua viva que nunca se acaba y que apaga la sed, yo soy el agua viva que brota hasta la vida eterna. Yo soy el pan de vida. El que come de él no morirá. Yo soy la luz que brilla en las tinieblas y que las tinieblas no pueden ocultar. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive en mí tendrá vida eterna. Señor, tú eres mi verdad, tú eres la verdad del hombre. Tú, Padre de Jesucristo, te has convertido en mi verdad, y en el Espíritu, cada día, te haces verdad en mí. Y tú eres el primero, Señor, en hacerme hombre y en el darme esta verdad. Si tú me faltas, si tú te alejas, yo ni siquiera soy hombre, soy como una piltrafa, como un náufrago que busca la salvación y no la encuentra, un náufrago al borde de la muerte. Señor, tu gracia, tu verdad, tu luz, me hacen hombre y son mi gracia, mi verdad y mi luz
Cardenal Carlo M Martini www.ciudadredonda.org
Fe y vida
Justicia social Ernesto Bañuelos C.
¿Q
ué entendemos por “justicia social?” No se trata, obviamente, de la justicia legal, o sea, del “conjunto de reglas que norma las relaciones entre particulares o entre instituciones, autorizando y prohibiendo acciones específicas, para posibilitar la convivencia”. Cada época y cada cultura tiene su sentido específico acerca de lo bueno y de lo malo, lo cual queda codificado en disposiciones escritas y designa a ciertas personas que lo vigilen con imparcialidad. Sabemos, sin embargo, que no siempre coincide este marco legal con la justicia ética (justicia conmutativa), que es una de las virtudes cardinales, ya que el aparato legal de cualquier sociedad, puede ser manipulado por legistas y favorece a determinados grupos. La justicia social, en cambio, busca el equilibrio entre partes desiguales, a favor de los más débiles o más desprotegidos. Generalmente se basa en los derechos humanos, especialmente los derechos económicos y sociales. De modo que la justicia conmutativa regula las relaciones entre iguales; mientras la justicia distributiva (justicia social) lo hace entre desiguales. Una característica de nuestro tiempo –y particularmente de México– es la desigualdad económica. Dios nos hizo a todos los seres humanos iguales en dignidad, creados a su imagen y semejanza. Entregó la Tierra a la humanidad en su conjunto, para
que, custodiándola, pudiéramos obtener de ella los recursos necesarios para la supervivencia. Debidamente repartidos estos recursos, el Planeta tendría capacidad suficiente para satisfacer las necesidades básicas de todos sus habitantes. Con la tecnología, se produce ahora tanta riqueza como nunca antes en la historia. Sin embargo, como nunca antes, dicha riqueza ha estado tan mal distribuida: • La mitad de la población mundial sigue viviendo debajo de los umbrales de pobreza. La cuarta parte, en situación vulnerable. • En 1992, el Banco Mundial dividió a todos los países del mundo en cinco grupos de igual cantidad de países, según su riqueza. El primer grupo tenía una riqueza 150 veces mayor que la del último grupo. • El primer grupo concentraba el 86% de la riqueza mundial. Los otros cuatro grupos juntos (80% de la humanidad) tenían el otro 14% sobrante. Pero el último grupo disponía apenas del 1.5% de la riqueza mundial. • Los tres hombres más ricos del mundo poseen en conjunto una riqueza equivalente a la de 42 países. • El movimiento “Ocupa Wall Street” asegura que 400 estadounidenses tienen una riqueza equivalente a la de la mitad de los pobladores de dicho país. • En México, según información del Banco Mundial, una décima parte de los mexicanos concentra 41.4% de la riqueza generada anualmente en el país. • En México, el 0.18% de la población (204,472 personas) poseen inversiones por un monto similar a 42% de la riqueza que produce México en un año. Según la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, este grupo
concentró activos en el mercado bursátil mexicano por 6 billones 26 mil 954 millones de pesos. • Al mismo tiempo, un 52% de los mexicanos viven debajo de los umbrales de pobreza, y cerca de veinte millones, en pobreza extrema. Obviamente, esta brecha económica no se debe, ni a la pobreza de la tierra que les tocó a los países pobres (algunos de ellos son ricos en recursos), ni a mayor capacidad intelectual o laboral de su población. Se debe a causas estructurales: mecanismos económicos impuestos por el poder de dominación (respaldado por armas mortíferas) que posibilitan que la riqueza producida en conjunto se vaya concentrando en menos manos. Es, por tanto, urgente construir nuevos modelos alternos que permitan un mundo con menor injusticia. La fe cristiana tiene como imperativo el colaborar a construir un mundo de fraternidad, en la justicia, la paz y la verdad (Jesús llamó a este proyecto “el Reino de Dios”). Sin embargo, en no pocas ocasiones los cristianos hemos permitido que la religión legitime situaciones de injusticia.
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Año de la misericordia Reseña
La
Palabra julio-agosto
Julio
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Domingo
Mt 10,37-42 (…) Jesús dijo a sus apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa.” En esta ocasión la enseñanza de Jesús para nosotros es acerca de una virtud básica: la hospitalidad que es una virtud que nos permite recibir y atender a quien lo necesita. Ser “hospitalario” se refiere a recibir bien, a atender bien… pero la hospitalidad cristiana va todavía más allá que la simple hospitalidad, porque Jesús nos habla específicamente de la atención a los “pequeños”, haciendo referencia a aquellos más necesitados, más 20
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excluidos y rechazados. De manera que, como cristianos, tendríamos que considerar a los más necesitados como nuestros huéspedes de honor, y entre más necesitados estén, más debemos esmerarnos en su atención. ¿Reconozco, cuando me encuentro con ellos, a los “pequeños”, cuya atención me encomienda Jesús?
Julio
9
Domingo
Mt 11,25-30 (…) Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera.” El Evangelio nos presenta a Jesús orando, alabando a Dios porque siendo Señor del cielo y de la tierra ha decidido preferir
De la Palabra a la acción
a los humildes, a los “pequeños”, poniéndolos por encima de los “sabios y entendidos”, expresión que hace referencia a las élites religiosas, a quienes creían saberlo todo. Los sencillos en el Evangelio son los que están dispuestos a creer en Jesús y en su mensaje; los que están dispuestos a tratar a los demás como hermanos, sin aferrarse a sus privilegios ni acomplejarse por sus defectos o debilidades; los dispuestos a compartir con generosidad y alegría del mismo modo que Jesús lo ha hecho; los que han puesto su confianza en Dios y no en sus privilegios o riquezas. Jesús llama a todos los que viven agobiados para que sean libres y nos dice que su “yugo” es suave y su “carga”, ligera, pero esto solo lo comprenderemos una vez que hayamos abierto nuestro corazón a sus enseñanzas, una vez que hayamos probado vivir a la manera de Jesús.
Si Dios prefiere a los humildes, ¿por qué con frecuencia nosotros los despreciamos?
Julio
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Domingo
Mt 13,1-23 Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: “Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los
espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga.” (…) Escuchen, pues, ustedes, lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto. En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno, otros el sesenta; y otros, el treinta.”* La parábola que nos presenta el Evangelio habla del trabajo del sembrador, trabajo arduo, cuyos resultados no se ven de inmediato. Hay que sembrar generosamente y con confianza, porque ningún trabajo hecho por el Reino de Dios es inútil. El Evangelio hoy nos invita a ser productivos; a ser “buena tierra” en la que la semilla de la Palabra germine y dé mucho fruto. Recordemos siempre, llenos de esperanza, que la semilla proviene de Dios y por lo tanto es buena y tiene un gran poder; por lo que siempre encontrará la forma de crecer. ¿Confiamos en el potencial de esas semillas que la Palabra de Dios siembra en nuestros corazones?
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Domingo
Mt13, 24-43 (…) Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que Presencia Apostólica
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De la Palabra a la acción
sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: «¿Señor, qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?» El amo les respondió: «De seguro lo hizo un enemigo mío.» Ellos le dijeron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» Pero él les contestó: «No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero.»” Luego les propuso esta otra parábola: El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas.” Les dijo también otra parábola: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar.” (…) * Una parábola es una narración simbólica de la que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral. Jesús utiliza ese recurso para comunicarnos mejor los secretos del Reino de los cielos. A partir de la recomendación de Jesús de no apresurarse a arrancar la, cizaña, podemos hacer varias reflexiones. Podemos decir que también en nosotros, en nuestros hijos, en nuestros proyectos, etc., el trigo y la cizaña crecen juntos y, por lo tanto, debemos ser sumamente cuidadosos con nuestras acciones para no arrancar o dañar el trigo, con el pretexto de combatir la cizaña. Continuamente 22
Presencia Apostólica
necesitamos purificar las cosas, pero siempre hay que tener cuidado de preservar lo esencial. Esta parábola nos invita a ser pacientes con nuestros propios defectos y con los de los demás y a no perder de vista que siempre podemos elegir entre ser plantas que con sus frutos hagan el bien o ser plantas que ocupan la tierra inútilmente sin servir a nadie… Por último, reflexionemos también en el ejemplo de la semilla de mostaza. Nunca hay que despreciar a las semillas —personas— aparentemente pequeñas, porque estas pueden sorprendernos transformándose en el árbol más grande y fructífero.
¿Utilizo en mi vida las enseñanzas de las parábolas de Jesús?
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Mt 13,44-52 (…) Jesús dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra. También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. “¿Han entendido todo esto?” Ellos le contestaron: “Sí.” Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas.”
De la Palabra a la acción
Los evangelios de estos domingos del llamado “tiempo ordinario” nos ayudan a entender mejor el Reino de los cielos. Después de contar y explicar las parábolas, Jesús solía preguntar a sus discípulos si habían entendido. Ahora nosotros nos podemos hacer la misma pregunta, ¿entendemos a Jesús?, ¿se podría decir que estamos hablando de lo mismo?, ¿queremos lo mismo que él? Las parábolas de hoy nos dejan claro que para el cristiano el mayor tesoro es el Reino de Dios y que en él hay sitio para todos los hombres y mujeres. Hacer realidad ese Reino es la razón por la que cada uno de nosotros estamos en esta tierra. ¿Valoro las enseñanzas que contienen las parábolas de Jesús como un verdadero tesoro?
Agosto
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Transfiguración del Señor Mt 17,1-9 (…) Jesús tomó consigo a Pedro a Santiago y a Juan, el hermano de este, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo.” Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman.” Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.” En la Transfiguración, Pedro nos representa muy bien a cada uno de nosotros… seguramente, de estar ahí, tendríamos la misma sorpresa y el mismo entusiasmo. La gloria de Jesús no se nos revela para satisfacer nuestras expectativas, sino para que comprendamos la trascendencia de su misión. Por eso la revelación es acompañada de la voz del Padre que nos dice: “¡Escúchenlo!”
Hay momentos en nuestra vida en que Dios se nos revela, en que alcanzamos a percibir su gloria y esto nos hace querer ser mejores personas y ver las cosas de manera diferente. A veces el rostro de Dios se nos muestra a través de algún acontecimiento y nos da la fuerza que necesitamos para salir adelante. ¿Vivimos escuchando a Jesús?
Agosto Domingo
13
Mt 14,22-33 (…) Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí. Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo.” Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua.” Jesús le contestó: “Ven.” Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.” Esta lectura del Evangelio nos recuerda que solo una fe firme puede mantenernos “de pie” en medio de las dificultades de la vida. Cuántas veces lo que tenemos que hacer es comparable —por ser aparentemente imposible— con caminar sobre el agua en medio de una tormenta. Si confiamos en Dios, podemos lograr lo que parece imposible, si entramos en pánico y nos llenamos de dudas y desconfianza, solo nos hundimos. No obstante, cuando nos falte el ánimo y la confianza —en palabras de san Agustín: cuando nuestro corazón vacile— es el momento de decirle a Cristo: “sálvame, Señor” y él nos tenderá su mano. Presencia Apostólica
23
Por último, notemos que al principio esta lectura nos dice que Jesús venía del monte, a donde se había retirado a solas para hacer oración. De ahí su confianza y fortaleza. ¿Cuáles son las “tormentas” que hacen titubear a mi fe?
Agosto Domingo
20
Mt 15,21-28 (…) Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.” Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaban y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros.” Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel.” Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos.” Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas.” Y en aquel mismo instante quedó curada su hija. Una mujer extranjera se acerca a Jesús, llamándolo “hijo de David” y pidiéndole que cure a su hija. El texto enfatiza que el hecho de que la mujer no sea judía es un obstáculo para obtener la ayuda de Jesús. No obstante, el desenlace nos demuestra que no somos salvados por quiénes somos ni por nuestro origen, sino por nuestra fe en Jesús. La fe de la mujer cananea vence todos los obstáculos y Jesús lo reconoce diciéndole: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” Queda claro que el pueblo de Dios es toda la humanidad y que Él incluye a quienes nosotros hemos dejado fuera. ¿Es nuestra fe capaz de vencer cualquier obstáculo? 24
Presencia Apostólica
Agosto Domingo
27
Mt 16,13-20 (…) Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o alguno de los profetas.” Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo.” Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.” Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. En este evangelio Jesús hace a sus discípulos una pregunta fundamental a la que nosotros también debemos contestar: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” La pregunta es muy directa y nos invita a ser auténticos al definir nuestra postura con respecto a Jesús. Ante la pregunta de Jesús, Pedro responde con la confesión de fe que ya conocemos: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”, y no responde con algo que ha aprendido, sino con lo que la gracia de Dios le revela. La fe en Jesús le confiere al apóstol una misión relacionada con su nuevo nombre, que significa piedra, y esa misión es ser el fundamento sólido sobre el que se edificará la comunidad de fe. ¿Qué le respondo yo a Jesús?
* Cuando no se reproduce el texto de la lectura (por razones de espacio), se invita a leerlo en la cita bíblica.