181989829 bosquejo de nuestra revolucion definitivo

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BOSQUEJO DE NUESTRA REVOLUCION Desde el 25 de Mayo de 1810 hasta la apertura Del Congreso Nacional, el 25 de Marzo de 1816 Es consejo de un sabio, que la historia de las revoluciones debe escribirse, ni tan distante de ellas, que se haya perdido la memoria de los hechos, ni tan cerca, que le falte la libertad al escritor. En este último caso todos los que la leen constantemente la citan ante su tribunal para ver si aprueba o condena su conducta, y forman su juicio por los sentimientos que los afectan. La historia entonces viene a ser en la opinión pública en caos de incertidumbres, a pesar de haber sido escrita por los anales más verídicos. He tenido presentes estos justos motivos para sólo dar un bosquejo de nuestra revolución, absteniéndome de entrar en hechos, que podían tergiversarlos las pasiones. Una serie no interrumpida de derrotas había ya desconcertado todos los planes de defensa levantados por España contra la Francia. Forzado el paso de Sierra Morena, llegaron los ejercicios enemigos a extender sus conquistas hasta la Isla de León. Fue en esta casi desesperada crisis, cuando el espantadizo Cisneros, más por alejar los peligros que amenazaban su autoridad, que por dar reglas para el caso de una pérdida definitiva, dirigió su célebre proclama a los pueblos. Mártir de las sospechas a que estaba entregado, como si desdeñase el artificio, procuraba en ella labrarse un mérito, haciendo pasar por franqueza noble la manifestación de que la España agonizaba en brazos de su imbecilidad. Afectaba después una gran confianza en aquellos mismos que más temía. Por ultimo, descendía a proponer un plan de representación nacional, tan lejos, como estrechado a sus intereses. Este era el lance en que lo aguardaba el discreto pueblo de Buenos Aires. Ya había pasado el tiempo en la América sin objeto de comparación, había creído que toda edad presente daba lecciones a la venidera. La revolución de Norte América, y la reciente de la Francia, habían resucitado entre nosotros los derechos naturales del hombre. La misma Regencia, aunque violentado sus sentimientos, acababa de decirnos: “que nos veíamos elevados a la dignidad de hombres libres, y que no éramos ya los hombre de antes, encorvados bajo un yugo, tanto más duro, cuanto más distante del centro del poder; mirados con indiferencia, vejados por la codicio, y envilecidos por la ignorancia”. En fin, en la reconquista de Buenos Aires y en el rechazo de los ingleses, habíamos ensayado nuestras fuerzas, y convencidos que podíamos arrojar los andadores de la infancia, creímos era ya tiempo de escaparnos de una madre decrépita y tirana. Tanto más obraba en nuestro juicio la fuerza de estas razones, cuanto era muy probable que el poder colosal de Napoleón afirmase en España la nueva existencia política que le había dado.


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