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Mas allá de las aulas: de la academia a la realidad

Más allá de las aulas: de la academia a la realidad

Laura Vanessa Conde Parraa, Glenda Ermita Rojas Salazarb, Fabricio Alexander Sánchez Oroscoc, Christian Enrique Martínez Tamayod

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aLoja-Ecuador, laura_conde@hotmail.es, bEspíndola-Ecuador, glenda95rojas@gmail.com, cLoja-Ecuador, fabrisan12375@gmail.com , dLoja-Ecuador, cemartinez7@utpl.edu.ec.

Resumen

Una narración a cuatro voces de un equipo de estudiantes de Arquitectura encontrados con la realidad en la mitad de Sudamérica. Abandonadas las aulas con todas sus idealizaciones, descubren que no todo es el programa, la técnica o el contexto que asumes como válido, la maqueta depurada, o el render hiperrealista al cual el proyecto imita. Que también hay un capital humano que invita a la convivencia, que invita a descubrir los problemas evidentes que por silenciosos o silenciados (aun siendo mayoría) son vistos como oportunidades de ofrecer asistencialismo retórico. Una experiencia académica que termina siendo una experiencia de vida.

Palabras clave: Academia, Chiquitanía, comunidad, vinculación.

Abstract

A four-voice narration by a team of architecture students found with the reality in the middle of South America. Left behind the classrooms with all their idealizations, they discover that everything is not about the program, the technique or the context as you assume to be valid, not even the refined model, or the hyper-realistic render that the project imitates. That there is also a human capital that invites to coexistence, that invites to discover the evident problems that are silent or silenced (even though they are the majority), are seen as opportunities to offer rhetorical assistance. An academic experience that ends up being a life experience.

Key words: academy, Chiquitania, community, vinculation.

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1. Introducción

Un viaje implica indiscutiblemente experimentar; un arquitecto, se encamina incluso inconscientemente, hacia la experimentación del espacio y sus habitantes. Quizá es incorrecto centrar la atención en “el arquitecto”. Como seres sociales consumados, están en nuestra naturaleza las dudas y preguntas con cada paso que damos rodeados por nuestros semejantes en aquel pequeño pedazo de tierra que ocupamos. Basta ser curioso, y de ello, todos tenemos un poco.

La universidad otorgó a un grupo de cuatro jóvenes estudiantes de arquitectura, la oportunidad de formar parte de un proyecto de notable connotación social. El destino, seis pueblos pertenecientes a la provincia de Velasco en el departamento de Santa Cruz, Bolivia. Estos pueblos, de origen misional conforman una gran región en el corazón de América del Sur; la grandiosa Chiquitanía, donde durante un mes, trabajaríamos en colaboración con las comunidades nativas para el mejoramiento de sus viviendas.

Intentando entender un poco de lo que viviríamos durante el mes destinado a nuestra estancia allá, descubrimos un poco de la teoría en torno a estas comunidades, antes de conocerlas personalmente. Pueblos aborígenes arraigados a esa tierra, entre la Chiquitanía boliviana y el Matto Grosso brasileño, con sus costumbres, su lengua, actualmente un poco olvidada y una interesante fusión de culturas que mezcla caciques aborígenes con líderes religiosos católicos. Sus ocupaciones varían entre agricultura y ganadería atacadas por la sequía, caza y recolección de productos silvestres. En este punto el lector empezará a preguntarse (a la par de nosotros) si quizá nos estamos desviando del tema referente a la arquitectura que es cuanto nos incumbe. La respuesta es un no rotundo, pues la arquitectura no se deslinda (o por lo menos no debería hacerlo) del contexto natural y social. Las viviendas de estas comunidades, aún elaboradas con técnicas y materiales tradicionales, se adaptan a todo este conjunto.

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Sin embargo, solo después de este viaje, empezaríamos a comprender realmente, a ir más allá de los datos generales que nos puede brindar una página de internet con solo hacer un clic. A pesar de ello, seguramente llegamos solo al inicio.

2. Desarrollo

2.1. Aventura al país sin playas

A pesar de que la historia había iniciado ya desde hace algún tiempo, la aventura en concreto empezó ahí, cuando embarcados en una buseta a las seis de la mañana de un día cualquiera supimos que no había vuelta atrás. El sentimiento que prevalecía era la ilusión de atravesar esa frontera imaginaria de lo conocido; en este caso, la frontera de nuestro país. El viaje duró tres largos días antes de llevarnos a nuestro destino. Cansado sí, casi se le podría decir tortuoso, sin por ello renunciar a la poesía implicada en el traslado al país sin playas.

Mientras más nos acercábamos, empezábamos a sentirnos más extranjeros. En estas circunstancias el ser ecuatorianos había dejado de ser un hecho obvio. Esa nueva tierra guardaba al mismo tiempo pequeñas y enormes diferencias con lo conocido, que íbamos descubriendo en el camino con la única convicción de lo que veían nuestros ojos. Sea como fuere, se convirtió en nuestro hogar durante el siguiente mes.

Entre buses, aviones y autos, llegamos a ese sitio perdido entre hectáreas de suelo seco, planicies color marrón y negro por el fuego que las consumía. La grandiosa llanura de la Chiquitanía, a la que ni los incendios podían arrebatarle su encanto. A nuestros ojos era la inmensidad, algo parecido a un desierto en el que, sin embargo, se observaban preciosos árboles floridos: tajibos se llamaban, como lo descubrimos después por la gente del lugar. Era la vida intentando prevalecer a través del polvo y las cenizas. Y eso mismo se aplicaba a las maravillosas comunidades a las que habíamos llegado ofreciendo un poco de esperanza. Con esa bella metáfora nos recibió aquella tierra.

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2.2. Treinta días en el corazón de Sudamérica

Después de aquel atractivo y largo trayecto llegamos a nuestro destino último, la estancia de San Miguelito. Habíamos llegado finalmente a nuestro nuevo hogar durante el próximo mes, un sitio realmente acogedor, espacios dignos de su tradición encerrados dentro de una naturaleza que, con variados y constantes sonidos te recordaba que estaba siempre presente. A la llegada conocimos a Milos, el sacerdote que atendía a las comunidades y administraba la estancia, mucho más grande de lo que pudimos recorrer. Conocimos también a Miguel Ángel, el hermano religioso que colaboraba en la administración del lugar y a la señora Rosita, una chiquitana encargada de los quehaceres domésticos de la hacienda. La primera semana hicimos un recorrido por las comunidades para palpar las necesidades de los beneficiarios del proyecto de vivienda del que formábamos parte. Al llegar se sentía ese “espíritu de pueblo”, similar a las zonas rurales de nuestro país, que no nos son ajenas por ser parte de nuestros propios orígenes. Las viviendas vernáculas, la gentileza de la gente, familias grandes y los animales domésticos vagando por las vías, forman parte de ese contexto, para nosotros familiar y distinto a la vez.

En las primeras reuniones, los pobladores nos observaban con atención, con una mezcla de recelo y curiosidad. La mayoría eran tímidos al hablar, sin embargo, les unían las mismas interrogantes. Querían saber más de los forasteros que habían llegado a su tierra.

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Y nosotros, con mochilas repletas de papeles que no eran más que ilusiones convertidas en planos, realizados para demostrarnos nuestra propia ignorancia. ¿Nuestra tarea? Hacer realidad esos precarios dibujos esperando naturalmente de un milagro. O peor aún, esperar que esos planos se hagan realidad solos, entregándoselos a una comunidad que en muchos de los casos no sabía ni leer ni escribir. Esas miradas esperanzadas se convirtieron en una enorme responsabilidad que pesaba sobre nuestros hombros.

Y así en recorridos interminables a 40°C, buscábamos la manera de hacer realidad las expectativas de la gente que habían sido sembradas en ellos algún tiempo atrás.

- ¿Qué requiere su casa con más urgencia? ¿Qué materiales tiene disponibles para iniciar los trabajos? ¿Cuenta con mano de obra? Le recordamos que le ayudaremos a obtener una parte del material que no sea fácil para usted conseguir.

Pero ¿Cuál era la realidad de las preciosas casas que cargábamos dibujadas en las manos? La realidad era que, en ninguno de los casos se adaptaban a las posibilidades o aspiraciones de la gente. Nuestro profundo desconocimiento nos había llevado a propuestas no viables con espacios muy grandes o pequeños y con materiales difíciles de conseguir, ya sea por la distancia, el costo o la escasez.

Solo entonces, entendimos que nuestras ideas para “satisfacer sus necesidades” no estaban a su alcance por la precaria situación económica sumada a la escasez de material, los incendios, la inclemente sequía entre otros innumerables problemas que la gente afrontaba. Por ello las obras se iniciaron con los pocos materiales que se pudo conseguir.

Aparte de todo aquello, existían importantes diferencias en el lenguaje que no habían sido comprendidas ni tomadas en cuenta. Eso se había

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venido consolidando como una barrera que impidió en muchos de los casos la fase de preparación que incluía el proyecto y que no rindió sus frutos por no haber incluido el factor social que jamás debe ser separado del hecho arquitectónico. La piola y la pita es solo un ejemplo de todo aquello que aprendimos. Las “traducciones” se convirtieron en parte de nuestra tarea diaria, comprender las diferencias nos permitió eliminar barreras y gozar de esa diversidad.

Inició entonces un proceso desconocido por nosotros hasta el momento. Entendimos el verdadero sentido de la “vinculación con la comunidad” que no se aprende en las aulas. Un proceso de trabajo conjunto en el que si el propietario nos decía “puedo hacer adobe”, nuestro reto era construir una vivienda de adobe con óptimas condiciones.

Nos bajamos de la nube en la que frecuentemente nos encontramos quieres nos relacionamos con la arquitectura. Nos convertimos en simples mediadores entre los conocimientos heredados de los chiquitanos y los nuestros. Entendimos la necesidad de fusionar conocimientos. La herencia y lo contemporáneo. Adaptar esas viviendas a nuevas necesidades sin por ello renunciar a la identidad.

En este punto, encontramos una encrucijada. La solución no era un techo original de paja, como nuestras mentes enamoradas de la construcción vernácula pensaban; los techos de paja atraían demasiadas plagas y

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eran fácilmente víctimas del fuego, tanto colocadas como techo como en las planicies que se incendiaban. Y tampoco lo era un techo de zinc, al que los pobladores veían esperanzados como una salvación, sin darse cuenta de que sería un desastre térmico que afectaría a su salud sin contar la importantísima pérdida de historia e identidad.

El techo es quizá solo una muestra de que lo importante es hallar el equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo. Entre el técnico y el habitante. Fue ese el punto de inflexión que nos hizo comprender que el aprendizaje es mutuo, que para convivir hay que entender que nadie está por encima del otro. Entender la humildad de la que muchas veces, carece el arquitecto.

2.3. Un adobe chiquitano

Al poner los pies sobre la tierra, el trabajo prevalecía, era la satisfacción del final de cada día. Inmersos como estábamos en esa que parecía una realidad paralela y en medio de esa grandiosa región, pequeñas grandes historias cotidianas iban develándose:

Son las 7 de la mañana y nos preparamos para en breve salir a nuestro sitio de trabajo (la comunidad de San Javierito) en un recorrido de unos 25 minutos en vehículo. Es lunes y estamos iniciando nuestra cuarta y última semana de trabajo. Hasta ayer fueron las fiestas de la comunidad y posiblemente la mayoría de sus lugareños deben estar (como Dios manda) con una fuerte resaca, pues a decir verdad, se toman las celebraciones religiosas muy en serio. Basta con decir que duran tres días seguidos, pero ya estábamos sobre aviso.

Mientras nuestros amigos convalecen, hoy nuestro esfuerzo se centrará en la casa de Bárbara, una joven madre recién enviudada que ha solicitado nuestra ayuda para construir una nueva casa (casi nada). Ella, sus dos hermanos menores y nosotros, seremos la mano de obra en los siguientes días.

Son las 8 am y nos encontramos con Bárbara y sus hermanos. Nuestra labor del día será la fundición de una cimentación que ya se había trazado

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y excavado. Contamos con un equipo de trabajo poco numeroso, pero bien distribuido; un encargado de compactado y nivelado, otro más para el transporte y vertido de la mezcla, una pareja de mezclado, y a la cabeza la propia Bárbara que se desempeña como líder al tiempo que trae agua, carga cemento, levanta piedras, y se turna en el nivelado del cimiento. La motivación principal es ir levantando de a poco su vivienda, pequeñita y sin pretensiones de nada, con los adobes que con el tiempo había elaborado y almacenado.

Como Bárbara, muchas familias anónimas de Bolivia viven con promesas de vivienda social, para la que aportan con una contraparte de material que está a su alcance como piedras (que recolectan de la cantera natural de la comunidad), madera (extraída de los bosques colindantes con un permiso especial para evitar la deforestación excesiva), o en el caso de ella, de adobes (elaborados según sus propios conocimientos).

El gobierno da su contraparte de mano de obra y algunos materiales, pero, comprobando las sospechas (como en muchos escenarios de la región) estos ofrecimientos son interesantemente válidos solo en épocas electorales. Por otra parte, las viviendas sociales que vemos en San Javierito son muy dignas y acogedoras en comparación con las que se ofrece en nuestro país en las mismas circunstancias. Bárbara era uno de esos casos que estaban a la espera de una respuesta del gobierno. Pero mientras tanto había decidido que con la colaboración de todos podría emprender la construcción de su vivienda.

La jornada de hoy es buena e incluso una sorpresiva brisa de lluvia logra refrescarnos por unos minutos, hecho particular, si consideramos que desde nuestra llegada no hemos escuchado más que oraciones para que llueva. Lamentablemente pudimos ver con nuestros propios ojos casos de incendios facilitados por los techos de paja o palma que comúnmente se usan en estas comunidades, y ayudar a cargar restos humeantes de lo que alguna vez fue una casa como la que sueña Bárbara.

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Finalmente es escaso lo que se puede resolver en un corto mes. Tuvimos que conformarnos con trabajar más horas de las que entran en un día y más días de los que caben en una semana. Solo a través del trabajo y la convivencia podemos entender a Bárbara y su familia, acercándonos mínimamente a sus verdaderas formas de vivir. Así podemos ser “Glenda”, “Laura” “Christian” y “Fabricio” y no ilustres desconocidos bajo el título de arquitectos. Ahora podemos pedir prestada la bicicleta de “Eugenio” el hermano de Bárbara y recorrer los puntos de trabajo de la comunidad por la ligera pendiente que no demanda frenos.

Ahora podemos llegar a casa de su tía a disfrutar de unos minutos de sombra con un vaso de chicha de cortesía, unas cuantas libras de tamarindo para chupar directo del árbol de su jardín, carne proveniente de su caza o las delicias de la señora Rosita y volver al final del día disfrutando de la brisa en el balde de la camioneta, con la seguridad de que, al día siguiente, a primera hora, ellos estarán en primera línea con una pala, una carretilla, ilusión, y la expectativa del primer adobe chiquitano en su sitio.

2.4. Lecciones más allá de la universidad

La complejidad del proceso en el que nos encontramos inmersos nos llevó a innumerables reflexiones en torno a los diversos modos de habitar y su

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relación con la dinámica social inherente al quehacer arquitectónico. El arquitecto se cree capaz de “entender el espacio” sin haberlo vivido. Y esto referido al análisis del contexto que suele estar implícito en todo proyecto urbano arquitectónico. Entender el espacio o contexto, va más allá de unas cuantas fotografías.

En una plática casi al final de nuestro viaje, escuchamos mencionar que ni las propias universidades del país (con sus cátedras de arquitectura) habían concretado proyectos de colaboración en estas comunidades, y cabe preguntarse si en Ecuador es diferente la actitud, cuando en este punto de la vida universitaria no se ha evidenciado una preocupación especial por la vivienda social digna, reflejada en la malla curricular, en la que se ignora abiertamente que es el principal problema de vulnerabilidad económica, social y física de la mayoría de los habitantes de esta parte del continente. No existe una preocupación comprometida que vaya más allá de un eventual proyecto que llene un espacio en la planificación de cada ciclo o de un concurso idealista que luego pasa como un tachón sobre el cuaderno.

La forma en la que los chiquitanos construyen está indiscutiblemente ligada a su herencia, a ese padre que le enseña a su hijo qué tierras mezclar para conseguir el adobe más resistente que hayamos visto jamás. A esos 40 grados a medio día y a la imposibilidad de trabajar a esa hora. A la escasez de agua y la crianza de animales. A los implacables mosquitos

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y los cinco o seis hijos por familia. Al transporte en carretas cargadas por burros, y a distancia de los árboles de madera madura disponibles para cortar. Aunque parecen cosas muy evidentes, son a veces ignoradas o evadidas abiertamente por los arquitectos contemporáneos y la Academia. Al fin y al cabo, si en las aulas no se adquieren los conocimientos suficientes sobre cómo construir una pequeña vivienda, esto se aprenderá a través de la experiencia, cohabitando con la comunidad y lo que realmente tiene valor. Ese aprendizaje adquirido es tu pequeño aporte hacia los demás. Es aprender de tus errores y mejorar diariamente como ser humano más que como arquitecto.

3. Introspección

Salir de la zona de confort en la que encontramos siempre tranquilidad, infunde cierto temor que al mismo tiempo despierta una curiosidad permanente. Ver algo nuevo nos agudiza los sentidos. Al encontrar diferentes espacios, personas, situaciones, cobra sentido la labor del arquitecto. Todo el elemento físico, lo tangible no sirve para nada si no está destinado a alguien, si no hay alguien que haga uso de su función. El objetivo de las cosas que creamos parece estar claramente considerado en casi todos los casos, idealizado bajo un concepto de “óptimas condiciones”. Pero esas óptimas condiciones simplemente no existen. El conocernos desde nuestra forma más sencilla y humilde reflejada en alguien más, es lo que nos ha dejado esta experiencia.

La convivencia en ese nuevo entorno daba paso a una serie de procesos y experiencias que día a día se presentaban. Y es ahí donde se comprende verdaderamente la responsabilidad que cargamos. Estudiar es una gran oportunidad, pero requiere un gran compromiso. La realidad nos pone cara a cara con personas que esperan ese aporte. Esa expectativa hacia nosotros como profesionales es un impulso, pero también hace crecer nuestras dudas y el temor de fallar. Caminar por todos esos senderos, dirigirse de una casa hacia otra, conversar con las personas que te dejan ver su modo de vida, te incluyen en su rutina, es una vivencia increíble,

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saber de esa confianza puesta sobre nuestros hombros motiva a ser mejores cada día.

El trato con las personas nos enriquece, nos ayuda a descubrir esas verdaderas necesidades, que nos hacen regresar la mirada hacia lo elemental. Ir desde lo más sencillo como enseñar a usar una herramienta hasta ver una pequeña nueva casa en proceso nos hizo recordar el por qué elegimos la Arquitectura como compañera de vida.

Así cada día nos encontrábamos con ellos, el trabajo en conjunto resultaba muy eficiente, compartir métodos y procesos aceleraba el desarrollo de cada caso, el apoyo entre familia y amigos, la recolección de material, las horas de trabajo que le destinaban, todo esto estaba fomentando ese compromiso, ese vínculo, que es el que al final motiva a seguir creciendo, a seguir desarrollándose.

Como profesionales, debemos estar inmersos en la comunidad mediante una comunicación más humana, para comprender el entorno y crear espacios para cubrir verdaderas demandas y necesidades. Tenemos la responsabilidad social de que nuestros proyectos beneficien tanto a los clientes como a la sociedad en general, proyectos que se entiendan en la vida real y que hagan surgir la satisfacción de los participantes. Está en nuestras manos el no permitir que la labor del arquitecto se aleje de su verdadero sentido de servicio y aporte al desarrollo de las sociedades del mundo.

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4. Conclusiones

Estas solamente son reflexiones de cuatro estudiantes de Arquitectura, una profesión en la que obtener el título significa solo el inicio del aprendizaje. Por su puesto queremos creer que no se trata simplemente de una corrección ética o un clamor por lo humano (dos conceptos que damos por sentado) para con el quehacer arquitectónico, sino de corroborar las realidades desde otras latitudes, ajenos a la persuasión de nuestro medio y desde la vulnerabilidad de nuestra mirada ante la novedad. Lo “nuevo” no es más que el abandonar las aulas cada cierto tiempo, lo que permite formarse en ciencia y conciencia, descubriendo las lecciones de los hechos que nos rodean. No siempre son hechos típicamente arquitectónicos, pero son los recursos que también construyen arquitectura y que le dan sentido a la misma. El arquitecto Solano Benitez expresa: “Necesitamos ser y eso se construye desde el dar. Es importante convocar todos los materiales, ya sean ladrillos, cemento, arena o cal, en defensa de las personas. Pero más importante es armar una estructura social fraterna”. Entonces, si nuestro compromiso está en aprender y educarnos, que la motivación no subyazca netamente en la producción material que generemos para nuestro hermoso portafolio. Esto recién empieza; podremos ser mejores profesionales, mejores arquitectos, y si lo intentamos con convicción, también mejores personas.

Hemos comprobado que es posible ser partícipes a través de la academia de la realidad social que nos incumbe como profesionales, y que el conocimiento puede salir de las aulas mientras nos formamos, así como puede enriquecerse externamente siendo participe de la formación de estructuras sociales comunitarias. Queda como reflexión grupal la importancia de que ambos actores, profesores y estudiantes de arquitectura, salgan de las aulas y se hagan cuestionamientos críticos de la realidad.

Por un lado, se deja planteada la invitación a que los actores formadores, los maestros (que no profesores, que no docentes) a hacer revisiones objetivas de las estructuras curriculares, a promover estructuras que tengan como premisa la investigación y aplicación material a través de las horas

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de clases en contraposición a posturas conservadoras (burocráticas) que coartan en muchos de los casos la capacidad del docente de promover y liberar conocimiento útil y concreto.

En cuanto a los actores principales, los estudiantes, invitamos a la búsqueda y generación de espacios desde y fuera de las aulas, espacios donde se planteen iniciativas teóricas y prácticas que busquen trascender su contingente intelectual y físico hacia las problemáticas que competen a la profesión. Hablamos de estudiantes organizados y solidarios, estudiantes gestores y críticos, estudiantes sensibles y coherentes, estudiantes curiosos e inconformes, estudiantes que viajen y trasciendan.

Al pueblo de la Chiquitanía:

“Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida.”

Juan Rulfo, Pedro Páramo.

5. Referencias

Rodríguez, F. (s.f.). Misiones Jesuitas de Chiquitos. La utopía del reino de Dios en la tierra. Master en Teoría y Práctica del Proyecto Arqui tectónico.

Moix, ll. (2014). La arquitectura inteligente genera austeridad. https:// www.mandua.com.py/la-arquitectura-inteligente-genera-auste ridad-n38

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