Sentimientos José María, el niño que se convirtió en héroe
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Colecci贸n Lectores Ni帽os y J贸venes | Literatura infantil
Sentimientos José María, el niño que se convirtió en héroe
Julieta López Olalde Ilustraciones: Jacqueline Velázquez
Eruviel Ávila Villegas Gobernador Constitucional Raymundo E. Martínez Carbajal Secretario de Educación Consejo Editorial: José Sergio Manzur Quiroga, Erasto Martínez Rojas, Raymundo E. Martínez Carbajal, Raúl Vargas Herrera Comité Técnico:
Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Marco Aurelio Chávez Maya
Secretario Técnico: Ismael Ordóñez Mancilla
Sentimientos © Primera edición. Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México. 2015 DR © Gobierno del Estado de México Palacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente núm. 300, colonia Centro, C.P. 50000, Toluca de Lerdo, Estado de México. © Julieta López Olalde, por texto © Jacqueline Velázquez, por ilustraciones ISBN: 978-607-9062-48-4 Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal www.edomex.gob.mx/consejoeditorial Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal CE: xxx/xx/xx/15 Impreso en México Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.
Valladolid, 1775
En Valladolid, el sol brillaba, los pájaros cantaban, las flores se abrían al calor de la primavera y José María estaba… furioso. Mientras caminaba de regreso a casa iba pateando todas las piedritas que encontraba a su paso.
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“¡Uy, qué humor!”, le dijo su hermano Nicolás. “¿Qué te pasa? Hasta parece que traes una nube negra encima de la cabeza”. José María ni le contestó. Sus compañeros de la escuela se habían pasado la mañana burlándose de él: de su piel morena, de sus rizos negros, de que era muy alto o muy bajo, muy gordo o muy flaco… ¡molestando!
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Mamá los esperaba en la cocina. No tuvo que preguntar, porque las mamás son un poco adivinas. Les sirvió la sopa y le dio un trocito de queso a José María. “Es tu favorito y es muy bueno para el enojo”. El niño no contestó nada, pero mientras masticaba el queso fresco y jugoso se fue sintiendo mejor.
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“Yo sé lo que te pasa: estás enojado porque te molestan en la escuela”, le dijo cariñosamente. “A veces es necesario un poco de enojo porque ése es un sentimiento y es bueno sentir. ¿Sabes cuál es el remedio para los malos sentimientos? Fácil: pensar en los buenos. ¿Cómo te sientes cuando tu abuelo te saluda cada mañana?, ¿cuando tu amigo Teo te regala una naranja de su huerta?, ¿o cuando lees esos poemas que tanto te gustan?”, le preguntó. “Feliz”, respondió José María mientras una sonrisa asomaba por la orillita de su boca terca.
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Desde ese día José María comenzó a pensar en sus sentimientos y todas las noches, antes de dormirse, hacía una lista de todo aquello que había sentido. Casi siempre era una lista feliz: ayudar a papá en la carpintería, comer natillas los domingos, platicar con el abuelo, jugar escondidillas con su hermano mayor: ¡felicidad pura!
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Sin embargo, una noche de otoño la situación comenzó a ser diferente. Desde hacía días sus padres discutían todo el tiempo: hablaban de unas deudas que no podían pagar, de unos líos que él no entendía.
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Papá ensilló dos caballos al amanecer. “Hijo, tu hermano y yo nos vamos a San Luis”, le dijo sin mirarlo a los ojos. “No sé cuándo volveremos. Cuida mucho a tu mamá”. José María quería preguntar por qué no lo llevaba a él también, pero una nube de lágrimas no lo dejó decir nada. Aquella noche en su lista sólo había una palabra: enojo. ¡Qué injusto era su padre! ¿Por qué lo abandonaba así?
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Durante los siguientes meses, la lista de José María se fue llenando de nubarrones. Mamá lloraba en silencio cuando creía que nadie la veía; el abuelo trabajaba sin descanso, angustiado porque el dinero no era suficiente. Ya nadie molestaba a José María en la escuela: la nube negra lo acompañaba día tras día y sus compañeros preferían dejarlo solo, silencioso y cabizbajo. Su amigo Teo lo hacía reír de vez en cuando mientras compartía con él una naranja y le contaba historias chistosas que se inventaba.
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La primavera volvió, pero las nubes negras de José María no se dispersaron con el tibio sol. El abuelo murió una noche de abril. Mamá dijo que su corazón no había podido soportar más, que las penas y los sufrimientos lo habían ido rompiendo poco a poco. Tristeza, tristeza, tristeza: la lista de José María era igual cada noche.
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Las semanas pasaban y los días eran cada vez más difíciles. “Mamá, yo ya no quiero sentir”, le dijo José María una tarde, mientras se veía la punta de sus viejos zapatos. “¡No digas eso, hijo!”, respondió su madre, abrazándolo.
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“Cada noche hago mi lista de sentimientos y no hay nada más que enojo, desesperación, tristeza: ¡sólo malos sentimientos! Y aunque intento pensar en los buenos cada vez los recuerdo menos”, exclamó con los ojos llenos de nubes que se volvían gotitas de desesperación. Mamá se quedó en silencio un momento y después lo tomó de las manos. “Vamos a buscar los dos juntos esos sentimientos buenos y verás que todo lo curan. Nadie puede vivir sin ellos y menos un niño con un corazón tan grande como el tuyo”.
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Estuvieron casi toda la noche recordando los buenos tiempos. Se rieron hasta que se quedaron dormidos. Así, abrazado de su mamá, José María sentía que la tormenta había pasado y en su pecho brillaba un sol tibio y sonriente.
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A la mañana siguiente, José María tenía ya una gran idea. “Mamá, llévame a la hacienda del tío Felipe. Ahí podré trabajar con él. Te ayudaré a mantener la casa y además aprenderé todos los días cosas nuevas”, le dijo sonriente. Su mamá no estaba muy convencida de su idea. “¿No lo ves?”, le explicó. “Así tendremos un sentimiento nuevo: esperanza”.
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Pocos días después, José María se quedó con su tío. Mientras agitaba la mano para despedirse de su mamá, algo nuevo empezó a crecer en su interior. Respiró el aire del campo, vio el verde de los sembradíos, miró jugar a los corderos y sonrió. ¡Ya estaba sintiendo otra vez! Mamá tenía razón: nadie con un corazón puede dejar de sentir. Silbando una cancioncita se fue a comenzar su trabajo. “Tío Felipe”, dijo, “ahora sí estoy listo para empezar de nuevo”.
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Muchos años después, cuando todos lo reconocían como el Generalísimo de la Independencia, José María escribía bajo la luz de un candelabro sus ideas sobre la nueva patria que construían entonces los mexicanos. Proponía la igualdad, la justicia, el respeto, el amor fraternal. ¿Qué título le pondría a su discurso?
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Lo sabía muy bien. Ahora sabía lo bueno que era sentir con el corazón pleno. Miró por la ventana. El cielo estaba claro, miles de estrellas cintilaban, un búho cantaba en la noche. Antes de apagar la luz, Morelos mojó la pluma y escribió aquellas palabras que habían guiado su lucha: “Sentimientos de la Nación”.
Fin
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José María, que había sido arriero y luego cura, vio con tristeza la miseria y las injusticias que pesaban sobre el pueblo. Por eso se unió a su antiguo maestro Miguel Hidalgo en la lucha por la Independencia. Se transformó en poco tiempo en uno de los líderes del movimiento. Lo nombraron “Generalísimo”. Uno de los legados más importantes que nos dejó fue Sentimientos de la Nación. En ese escrito, tejió en palabras los sentimientos del pueblo que hasta entonces no tenía voz: los indígenas, los mestizos, las castas, que querían ser libres, que ya estaban cansados de que España los mantuviera en una vida de pobreza y humillaciones. Esos sentimientos fueron el pilar de la Constitución, la ley máxima que rige hoy a nuestro México. Y así, Morelos se autonombró “Siervo de la Nación” y dio su vida para servir al pueblo que tanto amó.
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Sentimientos, de Julieta López Olalde, se terminó de imprimir en xxxxxx de 2015, en los talleres gráficos xxxxx xxxxxx xxxxx xx xxxxx, ubicados en xxxxx xxxxx núm. xx, xxxxx xxxxx. El tiraje consta de 15 000 ejemplares. Para su formación se utilizó la familia tipográfica Sassoon Infant, de Rosemary Sassoon, de la fundidora Monotype Corp. Concepto editorial: Francisco Magaña Herrera, Club Promocional del Libro, Cangrejo Editores. Formación y portada: Luis Alberto Islas Cruz. Cuidado de la edición: Nydia Mejía Zavala. Asesoría de contenidos: Marco Aurelio Chávez Maya. Editora responsable: Bárbara Bruchez. Editor responsable por parte del Consejo: Félix Suárez.