1 minute read
La llegada del espíritu santo
Después de que Jesús subiera al cielo, sus seguidores regresaron a Jerusalén. Allí subieron a la habitación donde se alojaban.
Los discípulos se reunían regularmente para orar. Las mujeres se unieron a ellos, así como la madre de Jesús, María, y sus hermanos. Al cabo de un tiempo había unas 120 personas que acudían regularmente a la sala para orar.
Pedro dijo:
—Escojamos a un discípulo que ocupe el lugar de Judas, el que traicionó a Jesús. Pidieron a Dios que les mostrara cómo elegir, y entonces eligieron a un hombre llamado Matías para que fuera el nuevo duodécimo discípulo. Había seguido a Jesús desde el principio y siempre había estado con ellos.
Jesús había sido crucificado el primer día de la fiesta de Pascua. Cincuenta días después, era la fiesta de Pentecostés. Ese día, los judíos ofrecían al Señor el primer grano de la nueva temporada. Judíos de todos los países acudían a la fiesta, y había mucha gente en Jerusalén.
Aquel día de Pentecostés, los seguidores de Jesús estaban en la sala donde solían reunirse, orando juntos y esperando al Espíritu Santo.
De repente, oyeron un ruido, como si soplara un fuerte viento. El estruendo llenó toda la casa donde se hallaban sentados. Vieron algo que parecía fuego en forma de lenguas. Las llamas se separaron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos se llenaron del Espíritu Santo. Empezaron a hablar en lenguas que no conocían. El Espíritu les dio la capacidad de hacerlo.
Pronto se congregó una multitud ante la casa donde estaban los creyentes. Se preguntaban qué ocurría allí. De pronto, oyeron a los hombres que estaban reunidos en la casa hablándoles en sus propias lenguas. Estaban asombrados. Se preguntaban:
—¿No son todos galileos? Y, sin embargo, entendemos todo lo que dicen. ¿Cómo pueden hablar en nuestras lenguas? ¿Qué está pasando?
Pero algunos de los presentes se echaron a reír. —Han bebido demasiado vino —decían.
Entonces Pedro se levantó y se dirigió a la multitud. Les explicó que Dios les había enviado su Espíritu. Por eso ya no tenían miedo. Sabían que el Espíritu Santo estaba con ellos, ayudándoles y mostrándoles qué hacer y qué decir. ¡Fue un día maravilloso!
Hechos 2