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CUENTO DE LA SEMANA JUSTICIA E
+ /7 OSIDO á puñaladas!....
El crímen fué horrible, repugnante, sensacional; hastá la misma prensa, al dar cuenta de tam espeluznante suceso, clamó al cielo pidierdo justicia, y justicia se hizo.
La vista causa, sin ser ruidosa, fué bastante accidentada. Conocidos los detalles del crimen, hubo en el Jurado diversas opiniones, pues mientras abogaban unos por la absolución del -acusado, otros, en cambio, decían que semejante atrocidad no debía quedar impune y pedían para el asesino la pena de muerte; pero el defensor, hábil y concienzudo, haciendo resaltar circunstancias atenuantes, logró dejar aquélla reducida á dieciocho años de presidio.
¡Dieciocho años! ¡La vida de un hombre! Víctimade la fatalidad, el condenado iba á sufrir los rigores de la justicia, tal vez demasiado severa esta vez, si se tiene en cuenta la confesión espontánea del acusado, de donde se desprendía algo de esos dramas pasionales que están muy por encima de lo vulgar; pero la opinión pública, impresionada é impresionable, quedó satisfecha con el veredicto del Jurado; sin reparar siquiera en que la honra de un hombre vale más de veintisiete puñaladas.
H
En aquellos pestíferos claustros del presidio había el pobre visto transcurrir los años, que se sucedían con paso de tortuga, sufriéndolo todo, desde el asqueroso contacto del criminal empedernido. hasta el servilismo obligado del matón de oficio que cobra el barato, porque le cuesta caro al que no paga, Tenía ya los cabellos blancos cuando vinieron á decirle una mañana que estaba cumplido.
¡Cumplido! Demasiado lo sabía; un penado euenta los años, los días, las horas y los minutes que le faltan para cumplir su condena. El mo ignoraba, pues, que aquel día misme debía quedar en libertad; ¿pero después de dieciocho años de estar muriendo á la sombra, p>dría acaso vivir cuando saliera?
Hi
En el vestíbulo adonde llegan todavía las acres emanaciones de una atmósfera viciada, un joven espera sentado en el banco de madera mugrienta y pegajosa. :
A poco, la puerta de hierro se abre, y de la cárcel sale un hombre con el rostro afeita. do, encorvado, pálido. No puede negar lo lo que es: es un licenciado de presidio.
El joven y el viejo se abrazan llorando, fuerte, muy fuerte, como si en el abrazo aquel hubiera querido concentrar toda la efusión, todo el cariño que les había robado una separación tan larga y tan cruel, y luego, en el recodo del camino, piérdese la silueta de los dos, que caminan lentamente contándose sus penas.
La madre ha muerto; la esposa ultrajada está allí, en el-pequeño cementerio: una cruz tosca y miserable marca el sitio donde sus huesos han fertilizado la tierra....
Dieciocho años de expiación no fueron suciente pena para su delito. Era preciso que ctro golpe funesto viniese á entorpecer el goce momentáneo de una libertad apetecida.
Pero la justicia del cielo es implacable como la justicia de la tierra; cruel á veces.
Iv
Noche agitada, de pesadilla horrible. El pobre licenciado de .presidio fué presa del delirio.
Amaneció.
No para todos, que en el cerebro del infeliz aquel quedaba la moche eterna, llena de sombras y de bosquejos siniestros.
Cnando su hijo fué á verle ¡pobre!
La campana decía ¿oyes? Es preciso que me vaya; no me detengas, no, porque si falto á lista el castigo será grande; yo no quiero que me castiguen. Déjame. ¡Si solo me faltan tres meses!.... Después tu madre vendrá y seremos felices. Bésame, eso sí, bésame, pero deja que me vaya. ¿Está lejos el presidio?
No, infeliz: el presidio está cerca, muy cerca; lo que está lejos, muy lejos, es la justicia, la verdadera justicia.