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AMINABA hacia el cementerio. Allí le esperaba la desesperación, la «amargura infinita.» Se dirigía a la tumba del ser querido, la que fué el encanto de su vida.
Caminaba lentamente para darle rienda suelta a su imaginación. ella era. Y la recordó como A la del cuento de hadas. A la que en su vida él comparó a la más blanca paloma y a la más casta azucena. Ella fué para él, delirio, encanto, sueño de amores. Se la imaginaba caminando junto a sí en aquel momento y llegó a verla allí, en su sueño de poeta, con su blancura de armiño; y se miró en sus o?&le color indefinible. Y conversó con ella Zla llamó «Sublime encanto idealizado por Dios en la Trinidad.»
Sus cánticos- de amores, murmuraba él, eran de los que tiene el Eterno reservado a los seres que. como ella, han de ir algún,día a gozar de los placeres celestiales. Pero no; porque deser así, de no haberse despojado ella en la tierra de la humana belleza que