¿Puerto Rico Estado Federado? Razones Sinrazón (1960)

Page 1

-r.

'^- i-«.-

-S--* '-i

t

^ .^.

*1-"O'-t'-!^

Isabel Gutie'rrez del Arroyo*

•'::--<?:^v. JT-'. ';"-

■■ -t.

¿PUERTO RICO

^.5;.

• • V -j V,

< "■■■■*..

;.. V' -; •

ESTADO FEDERADO? '■%

t -«'é <•.4. <■ '.■■ < -•:

-V

Razones de una Sinrazón

- •••

-'-•»■ -f

r

"

•X Vi

t -t,

- •

T-tL

•t't --t-t- •■-.

í •» tr -íu'--r,

V"*".- X "—

V

~

«í

-.

•-, '

"

- ■---{. -<-.•.--r,

,

t - < ■=

-t 'f.

■'•

• >

• • ■

-■ -

••.' ■.

.

"v-f'-:

-X, f -V

■ • -.

._•:

-• ' £- -JJ- -■ -., V •-. •>.

íT :v- * -í.-^ í. -Ui.- -;

-v.

^ -n? -"ti- ',

"v

'V

-T£--X

■'í; -C -V5

í' -t

-i:

t -í^

*- -*,* V. í «V- T *- ■•0 -

-

-

o % ' V^- ' / '•.:;¡ /^Xíí^/'lJ'aj'

,.í^.

\ -V- «

^ y c ^ v,-^V t: r, ' ' V

-r^--

'd.

".■ - •:■-« —r- - .,4. -i

•,; -

•p-

--:. ," -'

--2. -C:--nfC."

¿■-'St,-'-'

.

.

.

rr-VTL-'T>:-tfv;*'*v.y-;y<s^. 'tí-V-a.

X

CR

^

V'..

i «í

329.972

• .. -"

G985p

í

«i

-í,«.-^ f f. -í ♦.Vlfi., <. -^

-V

•sj» ^ -!■

'

-'«K.'-'V.

''si. '

•* %

>

' Í-S. -5. 4. -X. «

^

Sañy Jii£in7'de Ptrettó

y;; yy

r^'i.

■>;

•V ■^'•»6

J- ^■■■< \i"y

'

-. ••'■•••-• .- .- ■: .-

'•

■,'. .' .-.. v. -1, 'if-, „

♦ ..

^

^

<- ^•-- ¿

X y. \--->. i-'f,-

i-' -.. -r-d V. .Í,

^

' .•

ií.^ i', f^-v. .-'í!>'^.,-. -:. -r, t- .;. ■

X ' •-: •.• V --W •.

••' »-»A> •.

.

• «' ■

, *• ^


'^/oi

|CR ' 329.972 !G985i ¿1, _

ar-rnyn 3

,

TSñbel

^;Puerto Rico estado federado? BORROWEn-S ÑAME

t9s 32W2.

i.06

GAYIORO F


¿PUERTO RICO ESTADO FEDERADO? n eá de una. ^íntajón Por ISABEL GUTIERREZ DEL ARROYO

&A<.Áu'

San Juan de Puerto Rico - 1960


G-'lSSp Primera edición: Enero de 1960.

DERECHOS RESERVADOS

Impreso en España - Priníed in Spain Imprenta Suñol

,.

Líbrete ría, 22 -

«

"6 AGO 2002 Barcelona

SISTEMA DE BIBLIOTECAS

OCT 1 i 1995

^

U.P.R.-RIO PIEDRAS ADQUISICIONES


LA ESTADIDAD: Razones de una Sinrazón

T [3 concesión de la estadldad a Alaska y a Hawaíi ha renovado en nuestro medio la discusión sobre la conveniencia o no conve

niencia del estado federado como solución a nuestro problema

político. En dicha discusión el tema económico ha absorbido pre dominantemente la atención: Que nuestros ingresos acrecerían a

la larga con tantos millones más, o que tal vez disminuirían; que las contribuciones federales dentro del estado federado absorbe

rían parte sustancial de nuestros ingresos; que los donativos fede rales compensarían o no aquellas erogaciones... El hecho acusa una condenable estimativa de valores : la superposición de los eco nómicos a los de índole espiritual y moral.

Nuestro problema político es esencialmente un problema mo ral ; atañe a nuestra conducta como hombres y como pueblo. De acuerdo con que hay factores económicos envueltos que precisa considerar, pero, en modo alguno debe permitirse que razones mo

rales imprescriptibles se supediten a controvertibles valores econó micos o a razones circunstanciales, ya sean económicas o de otra índole. Y si para la sólución a este problema esencialmente moral se propone ja Estadidád que envuelve nada menos que la decisión de si vamos, o no, a seguir siendo puertorriqueños, con mayor

razón debe plantearse este asunto desde el ángulo moral. Esquivar en tan trascendental materia las razones morales, relegar a un se

cundario lugar consideraciones espirituales primarias, implica la dis-


torsión de la verdadera imagen del problema y el escamoteo de su esencial significación.

A ese sector de nuestros compatriotas, proponedores del ideal de Estadidad, dedicamos estas reflexiones. Nos mueve a ello nues

tra profunda convicción en el ¡dea! de independencia nacional y el amor y lealtad que debemos a nuestra patria, de la cual son parte integrante tan apreciables compatriotas.

Si a un puertorriqueño de bien se le propusiese renegar de sus padres, de su familia y de su estirpe para gozar de las preeminen cias sociales, de las preeminencias económicas y de la seguridad

que de ese modo le brindara una familia poderosa, ese puertorri queño de bien, ofendido en su personal decoro, en su dignidad

de hombre, rechazaría de plano la indigna proposición. Sin em bargo, un sector estimable de nuestra población, hombres de buena voluntad, no cabe duda, quienes no titubearían personalmente en repudiar la anterior proposición, la consideran buena cuando se hace en el plano nacional, al extremo de proponérsela hoy a todos los puertorriqueños, a la gran familia puertorriqueña. La inconsis tencia es evidente. Porque si la proposición es repudiable en el orden individual, también lo es en el orden nacional.

La proposición de Estadidad como solución a nuestro problema político supone para nosotros, los puertorriqueños, renegar de nues tra progenie, abjurar de nuestra cultura y de nuestro pasado, re nunciar a nuestra historia y traicionar a todos los puertorriqueños que en el curso de los siglos y generación tras generación, han laborado por dar a este pueblo personalidad nacional y por hacer de esta tierra una patria. La Estadidad es nuestro suicidio histórico. La Estadidad es nuestro suicidio nacional.

Para que se percaten nuestros lectores de cuán cierto es lo an

terior, transcribimos el siguiente fragmento de un artículo que


apareció en la revista Ufe, de 20 de marzo pasado, y que reprodujo en su columna «En Torno a Fortaleza», de 14 de abril, el señor Elíseo Combas Guerra. Dice así:

«No hay duda de que la gente joven de Hawai! está lista para la estadídad. Definitivamente ellos se consideran americanos pri mero y luego hawayanos. »La americanización de la juventud está impulsada por un sis

tema de instrucción pública de primera clase. Se usa el Inglés como idioma para la enseñanza de todas las asignaturas y sólo en re motas regiones el Idioma es causa de problemas en el salón de clases. La instrucción pública está suplementada por alrededor de cien magníficas escuelas parroquiales y privadas. Todas las escue

las han puesto énfasis especial en el ejercicio de la ciudadanía, y el promedio de hawayanos que acude a las urnas electorales es mayor que el del Continente.» (Subrayados nuestros.) El fragmento es muy elocuente; huelgan casi los comentarios.

Estar listos para la Estadídad significa ser americanos primero y

luego hawayanos. En el caso nuestro, ser primero americanos y lue go puertorriqueños. La Estadídad exige la anulación de nuestra personalidad nacional como paso previo a la adopción de un nuevo ser nacional, el norteamericano. Condición insoslayable es también, como lo revela el fragmento transcrito, la suplantación de nuestra

lengua materna, el español, por una lengua extranjera, el inglés. Indudablemente que la consideración de esto último determinó que el texto inglés ocupara lugar predominante en los boletos de la encuesta que celebra actualmente el Partido Estadista. Ante la insólita y antinatural disposición de un número apreciable de nuestros compatriotas de aceptar tal proposición, no se

puede menos que preguntar: ¿Por qué esa voluntad de anulación nacional? ¿Por qué este querer renegar de nuestra cultura hispanica? ¿Por qué esa voluntad de suicidio histórico, de suicidio na cional? ¿Por qué ese afán de no ser puertorriqueños? Las causas de esta antinatural voluntad de no ser, son muchas y diversas. La raíz de algunas de ellas secularmente remotas.


Puntos claves del fenómeno descrito son la falta tota! de apre cio por nuestro ser nacional y lo que cabría interpretar como ausencia de amor por la patria puertorriqueña. Ambos sentimien tos son consecuencia de un sistema de deformación ya secular a

que ha sido sometido nuestro pueblo. Veamos.

El amor a la patria es un sentimiento natural y espontáneo, tan

natural y espontáneo como el amor de los hijos a sus padres. El amor a la patria es a modo de fuerza cohesiva que mantiene uni dos a ios hijos de determinado país. Pero el amor a la patria, al igual que el amor de los hijos a sus padres, es susceptible de ser anulado, de ser asfixiado. Del mismo modo que hay que inculcar a los hijos amor y respeto a sus padres, es decir, que hay que cul tivar y abonar el sentimiento natural de amor a los padres, también el sentimiento de amor a la patria precisa cultivo. Si sistemática

mente se le predica a un hijo que sus padres son indignos de su

amor y de su respeto, si sistemáticamente se le predica que sus padres no merecen su aprecio, ese hijo acabará por despreciar a sus padres y negarles su amor. El sentimiento de amor patrio es susceptible también de similar anulación. De este proceso de asfixia del sentimiento natural de amor patrio han sido presa ios hijos de esta tierra, los niños y los hombres de nuestra Isla, primero bajo España y a partir de 1898 bajo Estados Unidos.

El proceso de deformación afectiva va todavía más lejos. Si además de inculcar al hijo desprecio y desamor a los padres, trata de imponérsele otro sujeto como digno del amor y respeto debido a aquéllos, si se desvía la corriente natural de respeto y amor a sus progenitores hacia otras personas que se presentan como legí timamente dignas de aquellos sentimientos, el niño acabará no sólo

por no amar a sus padres, sino por hacer a otras personas deposi tarlas del amor y respeto debido a aquéllos. El caso descrito no es


un ejemplo excepcional; la experiencia cotidiana nos da muestra de ello con alguna frecuencia..

La desviación de los sentimientos naturales que ocurre en el

plano familiar puede también ocurrir en el nacional y de hecho ha ocurrido así en Puerto Rico. Sistemáticamente se ha venido predi cando en nuestra Isla, y por mucho más de un siglo, esta desvia ción del sentimiento natural de amor patrio. Bajo el régimen espa

ñol se predicaba el amor y la lealtad a España ante todo; bajo el régimen norteamericano, la lealtad y el amor a Estados Unidos. Nunca, pues, se ha cultivado el amor a nuestra patria. Puerto Rico. Los niños de Puerto Rico han estado siempre huérfanos de esta

debida orientación patriótica. A los niños de Puerto Rico se les ha mutilado ese aspecto legítimo de su vida afectiva. A ios niños de Puerto Rico se les ha suplantado el objeto legítimo de su amor

patrio. Puerto Rico, por ótro que no era aquel al cual naturalmente correspondía. Hasta el 98 se hizo a España objeto de ese amor; a partir del 98, a Estados Unidos.

Ser subdito leal de la Corona de España era lo que se exigía, hasta el 98, de cada hijo de esta tierra. Las escuelas, el gobierno,

el clero y otras instituciones coadyuvaban en el empeño común de hacer de cada puertorriqueño un súbdito leal de la Corona de España. La lealtad del puertorriqueño se exaltaba en todos los do cumentos oficiales a pesar de que se reconocía la existencia de «algunas voces subversivas». Esta exaltación de la lealtad puerto rriqueña se exageró aún más después de perder España la parte continental de su imperio en la segunda y tercera décadas del siglo XIX.

A partir del 98 se trata de hacer de cada puertorriqueño un norteamericano, determinación que se refuerza al convertirse los

puertorriqueños, por virtud de una ley del Congreso de Estados Unidos, en ciudadanos americanos. Esto ocurre en 1917, apenas transcurridos diecinueve años de la dominación norteamericana y

a pesar de las muestras evidentes de aspiración a la independencia nacional de un sector dominante de nuestra población. Desde el


año 1917 se exige de cada puertorriqueño ser ciudadano bona fíde de ios Estados Unidos de Norteamérica.

De modo, pues, que en nuestra isla, tanto bajo el régimen espanol como bajo el norteamericano, ni el gobierno, ni la escuela,

ni los medios de difusión y propaganda han tratado de hacer puer torriqueños de los hijos de esta tierra. El clima de opinión, deter minado asimismo por el poder dominante, ha sido desfavorable aJ desarrollo del sentimiento puertorriqueño. Hasta el 98, el proceso de indoctrfnación para lograr una des

viación del objeto del amor patrio no tuvo el carácter desgarrador que cobra a partir del 98. Criaturas de España al fin, herederos de

su cultura, de su religión, de su lengua* de sus tradiciones y sus valores, éramos prolongación de ella. Nuestra personalidad na cional, nuestro ademán puertorriqueño, retoño del tronco comúnde la cultura hispánica, no sufría con ello menoscabo.

^ Al ocurrir en 1898 el cambio de soberanía el proceso cobra des

garrador carácter. Ya no somos prolongación de la Metrópoli; somos algo distinto de la Metrópoli. Nuestra personalidad nacional, nuestra tradición hispánica va a ser un obstáculo a los anhelos de asi

milación de la Metrópoli estadounidense. El nacionalismo norte-

,

americano de tipo asimilista pone al afecto en acción un plan inten-

!

sivo de americanización. Nuestro pueblo tiene que sufrir en todo lo que va de este siglo, el fenómeno agobiador, asfixiante y des-

(' i

naturalizador de la superposición de una cultura con valores dis-

^

tintos a los nuestros.

No vanios a detenernos a explicar, por ser de todos sabido, lo que a través de las escuelas, tanto públicas como privadas, se ha logrado en el empeño deteriorante de los rasgos esenciales de nuestra personalidad nacional. Costumbres, tradiciones, lengua, va

lores, la cultura toda, parece zozobrar ante el empuje de este siste mático plan americanizante. Nuestro pueblo, en su indefensión se convierte en facil presa del avance de este agresivo nacionalismo metropolitano. Sin embargo, la reacción puertorriqueña adversa se manifiesta de varias maneras. 8


Caso ejemplar fue el clamor unánime por la defensa de nues tra lengua. En 1926 una comisión de especialistas de la Univer sidad de Columbia rinde un adverso informe contra la enseñanza, en inglés. No obstante, el error pedagógico subsistió con el consi

guiente deterioro de nuestra lengua materna. Había aún que es perar hasta 1949, medio siglo cumplido de la dominación norte

americana, para que se reconociese a la niñez puertorriqueña lo que era su inviolable derecho a aprender en el vernáculo.

Esta determinación asimilista del nacionalismo americano pro voca a fines de la tercera década de este siglo, la emergencia dra mática del nacionalismo puertorriqueño, un movimiento netamente

defensivo; defensivo de nuestro derecho a ser puertorriqueños y defensivo, además, de nuestro derecho a la soberanía nacional,

condición indispensable para cumplir con el insoslayable deber pa triótico y moral de conservar y enriquecer el patrimonio nacio nal (1 ).

En la historia del dominio norteamericano en Puerto Rico, cree mos que ningún otro aspecto ha alca.nzado los contornos dramá

ticos, por momentos trágicos, de esta pugna entre los dos nacio

nalismos: el nacionalismo agresivo de la Metrópoli y el naciona lismo defensivo de nuestra Isla. La abrumadora desproporción, qntre ambas fuerzas precipitó a la más débil por el camino de la desesperación. Vidas inmoladas^ cárceles, destierros. Muchos dig nos compatriotas nuestros sufren aún en las cárceles de Puerto Rico.

(1) La carga peyorativa que se ha sumado al vocablo nacionalismo

por razón de acontecimientos y movimientos políticos mundiales de

i „ I .

reciente ocurrencia histórica, ha hecho que se olvide el prístino senti' do del vocablo que no es otro que el amor a lo nacional, un sentí' miento de indiscutible legitimidad. Ciertamente es repudiable un nacionalismo que, apartándose de dicho prístino sentido, se vincula a sentimientos de superioridad nacional menospreciativos de los va' lores nacionales de otros pueblos. Esta actitud da a veces origen a

un falso mesianismo de carácter expansivo, encaminado a suplantar otras culturas nacionales.


y del Continente. El forceieo ha sido intenso y dramáticamente do loroso por lo que en ello va envuelto, nuestro legítimo derecho a ser. Doloroso también, por la desmesurada desigualdad de las fuerzas en conflicto.

La propanganda americanizante ha contado siempre con múl tiples medios de difusión desde los más obvios hasta los más su tiles. Característico de esta propaganda ha sido la prédica cons

tante, tenaz, de exaltación de todos los valores norteamericanos; la ponderación de la excelsitud de sus virtudes, de su poderío, de su riqueza, de su grandeza, mientras en el mejor de los casos se guarda silencio sobre nuestras virtudes; cuando no, se contraponen a la grandeza, al poderío, a la riqueza, a la excelsitud de las vir tudes norteamericanas, nuestra pobreza, nuestra pequeñez, nues tra incapacidad para ser independientes; en fin, nuestra nadería absoluta. De este modo se ha abonado y fortalecido nuestro ya

secular complejo de inferioridad nacional. No es extraño, pues, que ante esta propaganda insistente y ofuscante haya entre nuestros compatriotas quienes sostengan con el mayor fervor que no existen virtudes superiores a las norte americanas, ni más gloriosa historia que la de Estados Unidos, ni mejor sistema educativo, ni mejores universidades, ni superiores

garantías cívicas y sociales, ni mayor orden, ni más eficaces méto dos de sanidad, ní mayor sabiduría técnica y científica, ni más

grandes sabios, n¡ más mortíferas armas, ni mayor número de ellas, ni más efectivos satélites, ni mayor riqueza y poderío, ni mejor

sistema de organización política que el de Estados Unidos. Debe aclararse en este momento y de una vez por todas que no se puede ni se debe negar las virtudes, ni los bienes positivos de la nación norteamericana, ni las páginas gloriosas de su historia. Justo es admirar sus gestas y las virtudes que la distinguen, así

como repudiar sus defectos y las páginas negativas de su historia.

/\nte las virtudes y valores del pueblo norteamericano, como ante los de cualquier otro pueblo del mundo, debemos inclinarnos. Qui siera Dios en su munificencia dar a nuestro pueblo la gracia para 10


asimilar las virtudes cívicas de los norteamericanos; sería el me¡or antídoto contra nuestro inveterado complejo colonial. Quisiera Dios

derramar su divina gracia sobre este pueblo para resistir las eostumbes negativas del pueblo norteamericano y para extirpar, tam

bién, nuestros reconocidos defectos. Porque es deber patriótico y moral insoslayable el conservar el patrimonio nacional, lo bueno y positivo que en él haya, como es también deber patriótico y mo ral insoslayable, el enriquecerlo y acrecentarlo, de modo que sin

perder nuestra identidad nacional, absorbamos las virtudes excel sas de otros pueblos. Porque los pueblos, como los individuos, son

perfectibles^ y si ponemos la voluntad en crecer espiritualmente y proveemos ios medios, hemos de alcanzarlo con la ayuda de Dios. Y ¡al fin I en esto tenemos la ventaja los pueblos pequeños, porque es precisamente en las comunidades pequeñas donde hay más po sibilidad de que mejor florezcan las virtudes humanas y, entre éstas. Jas cívicas.

Al oponer a la exaltación de las excelencias norteamericanas lo puertorriqueño negativo, el parangón resulta ridículo. Porque el acento se carga —repetimos— en el poder, en la riqueza y en la grandeza de Estados Unidos frente a nuestra pequeñez, nuestra pobreza y nuestra impotencia. No es difícil presumir que ante esta deformación de nuestra realidad algunos com patriotas se hayan preguntado: ¿qué sentido tiene ser puerto rriqueño? El contraste adverso resulta de una inaceptable jerarquización de valores en la que los materiales han ocupado la primacía. Resulta también de la falsa deducción de que ciertos bienes morales, los civiles con preferencia, derivan de deter

minadas ventajas y circunstancias materiales. El poder, la ri

queza, la grandeza se presentan como base única de garantías civiles, de seguridad económica, social y política. Además del desventajoso parangón en que se nos coloca, aparecemos frente al civismo innegable de Estados Unidos como maculados de

ingénita incapacidad cívica. Como si Dios hubiese dado a de terminado pueblo la exclusiva de las virtudes cívicas excelsas 11


y la capacidad única para organizar gobiernos estables y garantizadores de la paz y del orden. Como si las virtudes civiles fue ran intransferibles. Como si no pudiésemos nosotros asimilar las^ virtudes cívicas de otros pueblos. Como si los ya muchos años de

autonomía administrativa no nos hubiesen provisto de una expe riencia política capitalizable en nuestra vida de pueblo indepen diente.

Conviene en este momento hacer hincapié en lo anterior, porque esa experiencia cívica y política nos coloca en posición

distinta y de mayor ventaja que la de nuestros hermanos hispa noamericanos cuando realizaron ellos, hace ya siglo y medio, su emancipación. Es ineludible traer esto a colación, porque preci samente la peripecia histórica de los pueblos hispanoamericanos, con sus anarquías revolucionarias y crueles dictaduras, ha sido

el coco con que se ha querido siempre, desde tiempos de España, ahogar nuestros legítimos anhelos libertarios. No hay más que hojear «La Gaceta» de! siglo pasado para percatarse de ello. Se acuñó casi un molde expresivo: frente a la anarquía y destrucción

de Hispanoamérica^ la siempre fiel Puerto Rico goza de las bien andanzas de la paz y el orden... ¡Como si no hubiese envueltos en esos trágicos accidentes, superiores valores morales!

|Qué sentido tienen la paz y el orden cuando no provienen de una situación de justicia y de derecho) Interesante resulta

también observar cómo, dentro del clima monárquico en que se vivía entonces, la determinación de desprestigio abarcaba también

la idea republicana. Hasta la lengua lo recogía y no es extraño oír aún hoy entre nuestros mayores, cuando quieren describir una

situación de desorden, la frase siguiente: «Esto es una repú blica».

En este siglo también se ha puesto el acento sobre ese aspec

to doloroso de la historia nacional de los pueblos hispanoame ricanos. Cuesta sumo trabajo a veces hacer entender a un hom

bre del pueblo en Puerto Rico que en alguna nación de Hispano12


América se puede gozar de garantías de paz y de orden. Paz y orden. Insistimos, que no dimanan de un estado de fuerza sino

de una situación de ¡ustlcia y de derecho. Nunca en nuestra Isla

se ha puesto énfasis —repetimos— en que nuestra experiencia política en lo que va de este siglo nos sitúa en posición distinta

a la de los pueblos hispanoamericanos a principios del siglo pa sado. Pasaron dichos pueblos de un régimen trisecular de invul

nerable absolutismo monárquico, donde ninguna experiencia ad quirieron en las prácticas de gobierno" propio, a un régimen democrático republicano totalmente divorciado de su tradición y de su experiencia política. En buena medida este hecho explica las dolorosas experiencias de las repúblicas hispanoamericanas. En ello, entran, sin embargo, en ¡uego otras circunstancias socia

les, étnicas y geográficas que por suerte tampoco están presentes en nuestro caso. Nuestra situación —insistimos— es distinta.

También ha contribuido el coco de Hispanoamérica a des

arrollar en nuestro pueblo un valor civil sumamente apreciable: el sentimiento de repulsión hacia las dictaduras, garantía preci samente, de que en nuestra vida de pueblo libre no habremos de

tolerarlas. Hemos desarrollado asimismo, y ya desde el siglo pasado, una gran fe y devoción por las formas democráticas de gobierno. ¡Admirable! ¡Obra indudable de la gracia divina poder querer aquello que sólo en forma limitada y deformada se ha cono cido ! ¿No es acaso esta devoción democrática dique contra po sibles pretensiones dictatoriales?

Podríamos prolongar aún más estas circunstancias y bienes cívicos potenciales de nuestro pueblo, dables de ser capitalizados en un régimen de independencia nacional.

Pero no, la sistemática indoctrinación ha ignorado estas vir tudes y valores activos de nuestro pueblo. Y ante la tenaz pro paganda del nacionalismo americanizante parece como si hubié semos perdido un precioso sector de nuestro pueblo, hombres de buena voluntad que por lo visto creen que para vivir la vida

digna de hombres libres en la faz de la tierra, que para merecer 13


el respeto de hombres libres con todas las seguridades de paz, de orden y de estabilidad económica y social, hay una sola vía r el no ser; el renegar de nuestra cultura hispánica; el dejar de ser puertorriqueños; el adoptar un nuevo ser nacional. Tal pare ciera como si estos hombres de buena voluntad hubieran sido

ganados por la falsa noción de nuestra ingénita incompetencia cívica.

Ciertamente que no hemos ejercido la responsabilidad plena de regirnos a nosotros mismos. Que como pueblo hemos sufrido una mutilación en nuestra vida moral. Porque del mismo modo que si a un individuo, al llegar a su edad adulta, se le sigue some tiendo al tutelaje paterno sin respeto alguno a su condición de hombre, si se le priva de ejercer la iniciativa, ese hombre per derá junto con la iniciativa la responsabilidad de sus actos. Será un hombre moraimente mutilado. Así también ocurre con los

pueblos. Faltos de iniciativa para abrirse un camino y un destino en el mundo, pierden, con la iniciativa, la responsabilidad moral de sus actos; son pueblos que han sufrido una mutilación en su vida moral. Pero la conciencia de esta realidad no debe en modo

alguno traducirse en un sentimiento de impotencia cívica o de escepticismo destructor. Todos los hombres sienten temor cuan

do un cambio en sus vidas ios pone frente a nuevas responsa bilidades. Son sentimientos de temor que es imperativo superar.. Damos, pues, fin a este intento de resumir las razones de una

sinrazón: la Estadidad. He ahí los motivos y circunstancias ante las cuales parece haber sucumbido un sector valioso de nuestra-

población. ¿Acaso ha triunfado en ellos la asimilación? ¿Habrán

sido ganados para la causa de nuestra pretendida ingénita incom petencia cívica? Nos es duro aceptarlo. Hombres de buena vo luntad, confiamos que su radical esencia puertorriqueña les salvede perpetrar nuestro suicidio histórico, nuestro suicidio nacional»

14


L


!ii w;iií'r.'''^..>.li^^-">'' .,> ' ■ ••< UPR-rIo PIedra»-S1sI«ma Biblioteca

la''/"*'

^ /■""•■irri 9''W

' /•

*"'^"V V

/ . í _• I 4

'¿í.'--f •1

f

V'ívii.^VV'*>.'.'y'

ac-

••

-t-V-í.-S

•%

^

f

^

• • •

w-í'" '¿«'w-;. * ^

n/--' \ ..rr^ .- . i/ '

■i'''».

V

y;, ' «i

V

é

J

lí^ ñí' {/ 'í-i'-* -. í*^/- ^ l í 'í/-éL ^ ''¿íxf.. ?„-.*•'V- -«5'% y.^ I ó

-'«V.

, "'^ ■

« ^

í::''í5-.>,;'':'.::k jA^n/ur;

*» lí -se- -^-'-f-

-t V í- í' j- •«•.

-

- -

^

• r*

/ ' -'•«-/♦''íi.r'»-^. ^ V' &

/

^'.í

«

...

í.

-r' • .*

X- <' *^-#. -r,- r-

-'t.- ■•^- lEr

■ '. -«t ' ^^' '••••• •'^--<1-V

«•__.t_.. f. _

.. '■


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.