~UE!NTO .
CPR PR 863.08 P977 e
CUATRO CUENTOS DE MUJERES
DEPARTAMENTO DE. INSTRUCCION PUBLICA , DIVISIONDE EDUCACIONDE LA COMUNIDAD
,
PUERTORICO-1959
---
ESTE EJEMPLAR DE CUATRO CUENTOS DE MUJERES ES PROPIEDAD DE
NOMBRE
DE LA FAMILIA
CUATRO CUEN'ros DE MUJERES ES OTHO LlBHO DE LA SEHU; LIHROS PAHA EL PUEBLO QUE PUBLICA LA DIVISION DE EDUCACION DE LA COMUNIDAD DEL DEPAHTAMENTO DE INSTHUCCION PUBLICA. LEA LO USTED Y DESยก';LO A LEEH A SU ยก"AMILIA. PHESTESELO A SU VECINO SI EL NO LO TIENE. PAHA SlI Hยก';NEยก"ICIO y EL DE LOS SUYOS. ACUDA SU;MPHE CON SU FAMII.IA A LOS CIRCUWS DE U.;cTURA QUE SE CELEBHAN EN SU HARIUO.
!
INDICE
INDICE Pรกgina Cuatro mujeres en trance de angustia . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..
5
Notas sobre el cuento La rifa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..
9
~ rifa
11
Notas sobre el cuento El rebelde.. . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . .. 23 El rebelde
25
Notas sobre el cuento El "milagrito" de San Antonio. . . . . . .. 35 El "milagrito" de San Antonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 37 Notas sobre el cuento Chela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 47 Chela
49
ws autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 61
I
CUATRO MUJERES EN TRANCE DE ANGUSTIA
J
La buena acogida que tuvo entre' ustedes el libro Cinco cuentos de miedo nos ha llevado a preparar el que llega hoya sus manos bajo el título de Cuatro cuentos de mujeres. El cuento es siempre una forma literaria interesante y amena de conocer mejor al mundo y a los seres humanos frente a sus grandes y pequeños problemas. Por otro lado, habrán notado ustedes que últimamente algunos de nuestros productos abordan de un modo más específico y detallado el valor de la mujer en la familia y en la sociedad en que vive. Leyeron ustedes el libro La mujer y sus derechos. Vieron las películas Modesta y ¿Qué opina la mujer? En todos estos productos se destaca, de un modo u otro, la importancia social y política de la mujer.
.."
En Cuatro cuentos de mujeres no nos interesa tanto destacar lo que ya se ha hecho claro en libros y películas anteriores. Es decir, en este libro no vamos a insistir en lo ya discutido: la importancia social y política de la mujer puertorriqueña. Vamos, en cambio, a abordar a la mujer como ser humano, como individuo. Vamas a ver a la mujer, no en su responsabilidad social y política para con la comunidad y la sociedad en que vive, sino en su intimidad. Vamos a sorprenderla en su responsabilidad personal para consigo misma; en la responsabilidad para con su propia e íntima vida como individuo. Todo ser humano, sea hombre o mujer, se enfrenta diariamente a grandes y pequeños problemas que debe resolver. Algunos son problemas que afectan a toda la familia, y la familia, en con5
l
junto, debe resolverlos. Otras veces se trata de problemas que afectan a la comunidad, y la comunidad, en conjunto, debe resolverlos. En ocasiones, son problemas de toda esa sociedad que llamamos nación, y los representantes de esa sociedad, en conjunto, deben resolv~los. Pero a menudo hay problemas o conflictos que no es posible, ni probable, ni deseable, que sean resueltos por toda la familia, toda la comunidad o la sociedad en conjunto. Son conflictos personales e íntimos que atañen mayormente al individuo. En casos así el individuo, sea hombre o mujer, se encuentra ante el dilema de que nadie puede decidir por él, excepto él mismo. A veces, el individuo, en ese trance angustioso, busca la ayuda o la orientación de otro individuo. Ese otro individuo puede ser un sacerdote, un ministro, un trabajador social, un amigo o un anciano con experiencia y sabiduría. Pero no siempre es esto posible. La vida, en ocasione..<;;, nos enfrenta a problemas imprevistos, a situaciones en que, por una razón u otra, no es factible acudir al consejo de los que creemos capacitados para orientarnos. y entonces nos encontramos solos, a solas con el problema, ante la exigencia de una solución. Y, dentro de nuestras propias luces y limitaciones, hemos de escoger, de decidir, de dar una solución al conflicto. No podemos ser cobardes y evadir el problema. Para bien o para mal tenemos que solucionarlo. La vida no espera. Y la solución es inaplazable. Al elegir, elegimos nuestra felicidad o nuestra desgracia. Es nuestra responsabilidad. Nuestra propia y personal responsabilidad. Una responsabilidad que nadie puede asumir en nuestro nombre. Ante una situación semejante se encuentran los individuos (en este caso, mujeres) de los cuatro cuentos que vamos a leer. La protagonista o personaje principal de cada cuento se encara 6
a un problema o dilema y debe resolverlo por sí misma. Cada mujer protagonista es un ser distinto con su propio y personal mundo interior. Cada problema que encaran los cuatro personajes es diferente. Pero en los cuatro casos la vida ha situado a estas cuatro mujeres (como nos sitúa a menudo a todos) en el trance angustioso e inescapable de decidir y actuar. Cada autor nos hace conocer al personaje principal y sus circunstancias, nos presenta el conflicto y la solución dada a éste por la protagonista. Pero los autores no juzgan a sus personajes. No nos dicen si la decisiÓn tomada por cada protagonista es buena o mala, si esa decisión conducirá la felicidad o a la desgracia. Si nos creemos con derecho a juzgar al prójimo, somos nosotros los que tendremos la responsabilidad de enjuiciar los actos de los personajes. Los autores no aspiran a tanto. Ellos aspiran sólo a despertar en nosotros un mayor interés en conocer al ser humano y un mayor sentido de tolerancia, de comprensión y de entendimiento hacia la persona del prójimo, sea esa persona hombre o mujer. La muchacha enamorada de La rifa, la madre acongojada de El rebelde, la viejecita devota de El "milagrito" de San Antonio y la joven lisiada de Chela, son seres muy humanos que bien podían ser parientas nuestras o vecinas. Antes de que juzguemos sus personas y sus actos, haríamos bien, quizás, en recordar aquella sentencia bíblica que reza: El que se crea libre de pecado, que tire la primera piedra.
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EL CUENTO LA RIFA María Guevara es la protagonista de La rifa. En un lenguaje sencillo y familiar, embellecido a menudo por una genuina emoción poética, el autor nos presenta el conflicto de la chica enamorada, ciega ante la verdadera personalidad de su hombre. El tema, corriente y vulgar, adquiere originalidad y finura en las manos del autor, Juan Martínez Capó. El interés dramático de la historia se desarrolla y mantiene situando al lector en el mismo punto de vista de María. Es decir, haciéndole desconocer la verdad sobre José hasta el momento de la revelación final. La medalla, y la sortija ganada en la rifa, son los instrumentos que precipitan la acción y descubren toda la intensidad del drama. El desenlace o solución al conflicto llega brevemente, en el último párrafo, cuando la protagonista, herida en su corazón, "vacía como la gaveta sin su alhaja," elige valerosamente el único camino que juzga digno de seguir.
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UN
RECORDARA
MARrA
GUEVARA
aquellas fiestas patl'Onales en que conociÓ a su José. Había bajado al pueblo (traje blanco, pelo rizo y zarcillos largos) a subirse en la "estrella" y !'Ondar las picas. Y a pasar una tarde de juerga sana entre mavíes y piraguas. .v risas de isla adentro. Lo vío por primera vez cuando chocaron al bajarse de la "machina," al acertar a desmontarse ambo" de sus caballitos por el mismo lado. Ella dijo "ay, bendito" ~'Pl. "qul' bruto so~r.":v solta!'On una larga risotada tras lo cual bajal'On juntos a la plaza. El. como quien no quiere la cosa. la siguiÓ hasta el atrio de la iglesia.
-So~' dp Roble AnilM, Vine con una gente del banio a pasar la tarde en las fipstas. Nos "amos dpspups dell'Osario de las sit'll'. 11
-Mañana es el último día. Es la fiesta grande. Hay retreta y después baile en la plaza. ¿Por qué no viene? -Teníamos -¿Nos -Si
pensado venir.
vemos entonces?
usté quiere . . .
-Ay,
¿y cómo se llama?
-María. -Yo
soy ,José, igual que el Pat.rón. Mañana es mi santo.
y al otro día, vent.uroso en el pausado calendario de María Cupvara, se encontraron nuevament.e en el atrio. Y allí le t.rajo (,1 su primer-su Único-regalito: una medalla de la Virgen. Al reverso tenia grahado un nomhre: María. -Tiene -Bueno.
mi nombrc pucsto-dijo
ella, gratamente sorprendida.
. . . si . . . la compr{' así-contestÚ
~~('sto y la palabra.
Pel'O María. ya ('namorada,
él, vacilant.es el no entendiÚ en-
10'1('('S aqll('l nagranl(~ lilubpo. Era María Cu('vara
mujpr de un solo hombre. y al encontrar
a su ,JOS("supo c('rtpranwnlp quP ('ra a (,1a quien qupría. Ella era Sil prinu'r amor. Ip confpsaha (',1.Y no lardÚ pn acceder, tras hreves días dI' Iloviazgo, a los I'll('gos d(' ,J()S(',.I)psPU('S se casarían. ('.1. ~. pila dlllc('nu'nip
1)I'('ndada. dpjÚ una nodw
loma v hajc', al IHlPhlo. con su amantp. qll(' d('('ía María. . .
dijo
la casita en la
su mochila y su medalla
l In aflO Il('vahan juntos. d('sde I¿\ noche ('n qm' su homhre la hurlÚ dp la casita patprnal. más arriha (\pl monÍ<'. dp donde s(' divisaha
I~
Pl puehlo ('chado como una hendiciÚn sohre la vega. Y
11lll1l'a supo María de alTepcnt imiento, en su ,Jos('.
porque
creía cíegament.e
Todo el día, dd amanecer hasta que se acerca ha la noche, María Cuevam lavaba y tendía incansablement.e a la vera de su casa. en d pat io comunal del caserío, a la entrada del pueblo. Lavaba y planchaba, y cm su faena su gozo. Porque tenía a ,JOS('qlle le endulzaba las noches, cuando terminado el trajín del día. se vestía de limpio y se sentaba en el escalÚn de madera a oido cantllnear y echar adivinanzas. Y luego, al acostarse, le hal'Ía olvidar el añil v el almidón, con su voz al oído sllsulTándole amores. l )et'ían en el pueblo que María lo mantenía, y era verdad. A los pocos días de vivir con él. cayÓ en la ~uent.a de que era Jo~é parrandero, de mucho gallo y mucho topo y de ningún trabajo. Pel'O le era fiel, él le del'Ía, y ella, creyendo ciegamente, no le importaba lo que el pueblo dijera y trabajaba afanosa para ambos. A los pocos días de venirse del c[tmpo, empezÓ a coger lavado. y lavando e~taba desde entonces, segura de su felicidad y de su 1-1
hombre. Y aunque éste no le hahlÚ ~Tajam:is de casamiento. pila sudaba para llevarle sus pequei'ios vicios. segura dp su amor. ','
','
Entraha María Guevara a las casas de SllSdipntes, y l'on su g-racia y su humilirlarl era la rlelicia de las mujPl'ps. Les contaha cosas del caserío, y ellas, sahedoras de su pasiÚn. insistían en quP les hablara de Jos¿, y ella les decía su felicidad. En una de estas casas, en el cent ro del puehlo. llegÓ pl día en que las mujeres hiciel'On una rifa pal'a la cofradía. Era una sortija de aldea, más hrillo que sustancia. pero María tan pronto la viÓ, ya no la soilÚ sino en manos dp su ,)os{'. ComprÓ dipz
nÚmeros, tal era su afÚn de llevarse la prenda. Y fue la ganadora. CargÓ su precioso hotín a casa y lo guardÓ en la esquina más oscura del tocador, hasta que viniera el día del santo del marido, que coincidía con las fiestas patronales que ya se acercahan nuevamente, tan llenas de recuerdos de noviazgo y de huída. Mient ras lavaha, se (igUl'aha a ,Jos{' saltar el enOI'l11e "hrillante" hasta
de alegría al ver
que ella le daría con pequeñas
engat1ifas,
pon{'rsplo de sope!('m en el dedo, regalo iilComparahle.
Y
pensaha en la joya juhilosa. dormida pn lo más recÓndito de la gaveta. Y segÚn soñaha con la alegría de ,Jos{~,sentía placer en lU'garsp ella misma la vista dp la pn'IHla, como si quisiera quP gozaran
juntos
la sorpl'Psa.
Fue así que llpgaron las (ipstas. quP este año sprían sonadas, porque se inauguraha a la vez la I1lwva alcaldía. y d puehlo estaha alphrestado como nunca. ,Josi.. aprovechando
pl amhi('ntp
dI' hulla. sp div('rt ía dI' lo
lindo jugando ('n las picas. t rastpando pl amhi('nt('. mipnt ras María sof1aha y lavaha. Así hl(, alargando
la hora dI' ll(~gada a la <'Hsa. noche a nodw.
poco a poco. P('ro plla no 1(' n'liía. pOl'quP alllHIl\(' tarde. sipml>l'e llegaha y 1(' elHlulí',aha sus horas. l lila noch:' llpgÓ dp madl'llgada y armÓ llIl ('sc:índalo con sus amigos dI' parranda
fn'ntp a la casa.
pPI'O María callÓ. plll'ql\(' ('ra m:ís grand(' su amor quP su solpdad. Temprano
('n la mal-lana pmlHlflÓ la plancha.
Ya ,Josi.. domin-
guel'O, hahía saltado dpl ;í"hol. EntrÓ ,Julia. la nl\('\'a vpcina.~' tras dar unas vu('ltas --I';s(, homhn'
por la ~alita. la dijo d(' IHI('11:ISa prinwras. no anda pn nada IHI('IlO. María
('star ('tu'pdao con una nHIJ(~r.
Vi'l:tlo. I)pl)('
'---
-Esas son cosas mías, Julia. Nunca le he velado y no pienso hacerlo ahora. José será bachatero, pero lo que es pegármela, no me la pega. -Buena boba eres. No quería decírtelo porque me imaginaba que lo sabías, pero ya que estás tan ciega, te lo digo: .en el barrio donde yo vivía está la que era mujer de José antes. de conocerte. Se llamaba María, igual que tú, y la dejó el año pasao, ep las fiestas patronales, precisamente. Así, que anda lista. -Te he dicho que ese es asunto mío-gritó María, encolerizada como nunca se había sentido-o Y si sigues con t.us cuentos, te voy a prohibir que vengas aquí. -Está bien, mujer de Dios, no es para tanto! Después de todo, sólo quiero ayudarte. Eso saca una por metía. Está bien, me voy. Pero la ida de Julia no calmó a María Guevara. Pensaba en unas fiestas patronales como éstas. Pensaba en una medalla que decía María. María, la otra, a quien había dejado por ella en unas fiestas como éstas. Unas fiestas en las que le había dicho que ella era su primer querer . . . Salió al ventorrillo y se tomó un coco de agua. Se sofocaba, pero no era cosa de sosegarse, pues la espina ya estaba allí y era un hincar que ya no se aliviaba. y a la noche, cuando llegó José, sintió con desagrado, por vez primera, el olor a "caña" en la boca de su hombre. Ya no estaba atenta a sus palabras, sino que buscaba más allá de ellas, hacia una duda grande que le roía la entraña, y al abandonarse en sus brazos (¿no era ésta una leve fl:ialdad que no era nueva, pero que recién se percataba de ella?) se abandonada sin gozo. 18
como quien piensa en cosas incomprensibles y atelTadoras. Así se quedó dormida. Era José un cucubanito que se le esculTía de mata en mata, y ella le perseguía, pero sin apresado, y en ese sueño terminó la noche, tras una lucecita que se apagaba. Amaneció, y era el día de San José. La noche la había dejado maltrecha y desgastada, no como noche de amores, sino como un gran año de disturbios. Buscó a José a su lado, pero éste Y8: se había ido. Se levantó y caminó por la casa como una boba, antes de acordarse de que éste era el gran día, el de la sorpresa. Este era el día que esperaba, cuando su ,José saltaría de alegría (así lo había pensado tantas tardes en el l¿tvadero), cuando ella, entre risas, le entregaría el "hrillanl(''' COI1maliciosas engaíiifas. 19
í I
.Pero
ya no había risas en su mente. Ahora sólo pensaba,
fatigada: -Se
la daré cuando venga a almorzar.
y era de nuevo en su corazón la espina.
BUscandoalgo que hacer, porque ese día de fiestano lavaría, . abrió la gaveta. Sacaría la prenda y la envolvería. Era mejor dársela envuelta. Que él la abriera y la viera. Porqué y no habría placer en ponérsela ella misma en los dedos. Porque ya en la sorpresa que soñara, se clavaba, punzante, el aguijón amargo. ¡
Abrió la gaveta y buscó en el rincón. Y no encontró nada. Palpó y rebuscó, y le entró una furia que nunCa sintiera. Y tiró gavetas al piso, y camisas, y blusas, y fue gaveta a gaveta persiguiendo la piedra, pero allí era el vacío.
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Se cansó como si hubiera caminado del campo al pueblo y del pueblo al campo. Se sentó en la silla, se levantó y buscó de nuevo. .Y ahora la espina, convertida en puñal, hurgaba sin cesar en lo más hondo de su querer y le retorcía las entretelas del alma. La Julia estaba en el patio cuando salió María Guevara, y debió ver algo horrendo en su cara porque sólo le dijo: -Mujer, al diablo!
¿pa dónde vas tan temprano? ¡Parece que has visto
Pero María no oía. Caminó hasta la plaza y buscaba y buscaba. Cuatro vueltas dió a las picas y él no aparecía. Salió de la plaza y ~ntró a la iglesia. Un antiguo sentido de reverencia le hizo sentarse un momento. Pero le fue imposible rezar. El enorme pico le escarbaba el corazón y no podía estarse quieta. Salió por la puerta lateral al atrio, donde aquella segunda noche, en aq~ellas otras fiestas patronales, él le entregó la medalla que decía María. y allí lo vió. Estaba con la mano recostada en la pared del templo, el brazo alargado, de frente a una mujer que reía prisionera entre él y la iglesia. La mujer se llevaba la mano coquetamente al pelo, y allí, como una risa enorme, estaba la piedra de la rifa, echando a los cuatro vientos su vergüenza. Ella
miró y se puso blanco. Ella, roída y desentrañada, sólo
esperó un leve segundo, un milenio tremendo que se le fue alargando mientras emprendía carrera por el atrio, cruzaba la plaza, llegaba a la casa, sin mirar atrás, sin querer saber si él la seguía. . . ..
y no sabría jamás si él iba a seguirla, porque con su mochila
a cuestas iba repechando ahora la subida del monte, camino del barrio de sus ¡>adres, desde donde se veía el pueblo como unos 21
maicitos tirados en la vega. Sin José y sin espina. Porque ya no le quedaba dentro ni una palabra dulce. Y estaba vacía, vacía como la gaveta sin SUalhaja, como la gaveta donde sólo reposaba ahora una medalla qtte decía María. . .
22
.,..
EL CUENTO EL REBELDE A pesar del título, el protagonista de esta historia es una mujer. El pernonaje que en el cuento sólo lleva el nombre de "el rebelde," es la causa de la acción y el conflicto. Pero no es exactamente el protagonista. La figura principal resulta ser, sin duda, la esposa. El cuento es breve, pero condensa en su brevedad una intensa acción dramática. No obstante, la acción aquí es interna. Apenas hay diálogo. Los personajes casi no expreAAn sus emociones en palabras habladas. Apenas hay movimiento. A1l4, a lo lejos pa~ un entierro. Acá, ante nosotros, tenemos dos seres casi inmóviles: la esposa y la hija. La acción, el verdadero drama, está en el corazón de esas dos mujeres. Especialmente en la esposa. El dilema o conflicto no es reciente para la protagonista. Empezó con su matrimonio. Pero ahora, al pasar frente a ambas el enti~rro del rebelde, tiene ella que tomar una decisión: revclarle a su hija (o guardar para sí) el secreto de la identidad del padre. El desenlace o solución llega con la misma mesura y sobriedad con que se ha desarrollado todo el relato.
-
-ยก _'/1 -
j
,'1',
A NIÑAPASOtoda la mañana en espera del acontecimiento. Equilibrándose sobre el cajón que servía de silla permaneció apoyada en el borde roñoso del ventanucho mirando la hebra polvorienta del camino hasta su remate más lejano en las crestas del cerrote. Con aquellos grandes ojos azules habria querido traspasar la loma y descubrir lo que no alcanzaba a ver desde su incómoda altura.
En el estrecho colgadizo, más viejo y destartalado que el resto de la casa, Valentina simulaba afanarse en los quehaceres usuales. De vez en cuando se arrimaba al pasillo y, deteniéndose a medio ocultar junto al virote ..de la puerta, espiaba a su hija silenciosamente. Por momentos le.entraban deseos de arrancarla de la ventana donde la niña permanecía aferrada. Pero, al sentirse insegura de lo que debía hacer, dejaba colgar los brazos 25
.mpot(,l1t('s
y S(' tomaha
al ('oll-':adizo ('011 un oscuro
d(' d('rrota.
Los ojos sil1 hrillo,
hundidos
('n la ancha
sent.imiento cuenca
('amada, p('rm:IIH'('ial1 (ijos por largo mto en algÚn ohjeto ('11I'ollt raha las hll('llas d(,1 a 11:-;('11 1<'. !\'1:ís d(' ul1a "('/. S(' sorpn'IHlil', los lahios
m:ulllíl1alllH'I1I('
a sí misma
('11 UI1 rumiar
aldada,
inll'l'minahle
1'(.II(,ld('s. Nos ¡"/'/l/OS d,' /0 ,'s/o. /l/ÚS Il'jos /odal'ía, /10('(1 '/11/' lo "ti/'nl/',
dcsdonde
moviendo de pal~hras
dondl'
no halle
l1i /1/,' !I/'rsiga mÚs Sil som/lra....
('a~'Ú d(' IHU"'O ('11 la ("Il('l1la de lo que eslaha alHldÚ ('011 m:ís hrío la f:u'l1a a I1wdio acahar.
Afu('m, (,1('¡('lo ('m loda I1l1asola claridad ('xdamm'iÚI1 d(' la l1iila ll('gÚ hasla
haciendo
cegante
y re-
cuando la
la cocina como un canto
de
mal aguero. -¡Ya
\,íelwl1. Val('l1lina! ¡Mire, ya vienen!
La mujl'r sil1l iÚ la ('onml)('il'l!1 del grito, pero antes de acudir Imll" d(' s('n'l1ar .,1 s('mhl:1I11('; escurriÚ despacio nosas soht'(, la art('sa
las manos jaho-
dl'l ft'('gado y caminÓ hacia el cuarto,
:H'I't'('Úsigilosa hasla la \'('l1tana y apoyÚ las manos húmedas los eslrl'('hos
para hahlarle
Sahría
26
~' huhíese querido tener fuerzas
~' ('ontÚrse\o t.odo de una vez en aquel
lo io (f1/(' /w 1l'11Ío l/IU' fajil1('(1r sola /)(1 1I('I'ar la I,ida
/}()r ('111/)(1d(' (;:, se deda. lamhihl
sobre
homhros dI' su hija.
Vall'nl ina I's('u('h(,la pregunta sufi('il'ntes momenlo:
se
(fll('(laría
('nl('/Tao
No m(' I'o/l'('ríd sil l1omhn'
a pn'glllllar
más y Izoy
('11 ('sla ('W;([ . . ,
Pero no encont rÚ palahras: dilatal'OJ1 desmesuradament(' cuatl'O homhres puesto mostrars('
-¡Fue
y SIlS ojos s'
al disl inguir en la loma dislanlc'
le
<¡ti(. ('Hrgahan la caja de mllPrlo. Sp hahia pn. fuerlp, indifen'nlp:
se le fueron emholTonal1do -¡,Usté
alzÚ los p:írpndos
ppro sin qll('.n'do. las figuras
m;ís y.m;ís ('11(,;"Ia parp;"I('o.
no lo conocía, ValPlll ina? un
desconsiderao
d(~ prim('ra!--corIÚ
s('cal1H'n..
la
madre. La nií1a, sin emhargo, no enl(')HliÚ la n'sJ)ll('sla: a nwdi(ta <¡lJ(' avanzaban los cuat ro homl))'(~s s('nl in (')"('('('1'Sil curiosidad. No 1(' lIamÚ la atenciÚJ1, como 01ras v('ces, pl ruido de' los gandllles S(~COS estremecidos
por la brisa cali('nl(' d('1 llH'diodía: ni 1(' m()lestÚ el
vaho de sol y polvo <¡up ascpndía ventana. Cuando m<Í.s claridad,
d(' la I i('ITa tostada.
la nilla advil'l iÚ <¡II(, los homhn's cOITiÚ apl'esllradallH'llt(.
hasta
SI' disl inguian
la
('0.\
a la JHU'rla y bajÚ la al!
27
l'
escalera de tachuelo en un santiamén. Fue a ponerse frente a las mayas y allí esperó hasta que pasaron la caja vacía para el hombre que había muerto la noche anterior en el Lucero. En los.ranchos de la hondonada, las vecinas murmuraron: -Cada muerto tiene su hoyo, pero éste en poco no encuentra quien le eche un puñao de tierra. -y
pensar que por defendel esa tierra se dejó moril.
La niña observó atenta el paso de féretro vacío hasta que le vió perderse tras la maraña de árboles entre los dobleces del cerro. La novedad del acontecimiento atrajo al camino la muchacheria del barrio y, al dispersarse, cada uno echó su comentario: -A la tardecita bajan esa caja con el difunto adentro. -A mi abuela la fueron a buscal pa que le cantara un rosario, pero en casa no la dejaron dil. -No
tenían ni una sábana pa amortajarlo.
-Vivía solo en el Lucero, por donde ,mi pai tiene una tala sembrá. --,..No'~ i~~antó cárcel...'
en el .hospital cuando lo sacaron de la
Arriba, en la casa, Yalentinaabrió el viejo baúl arrinconado junto a la cama. El aire se impregnó, hasta saturar el cuarto, de un olor viejo y.húmedo qu.eemanaba de aquellos objetos carcomidos. Libros y papeles, recortes de periódicos desmigajados por el tiempo, aparecían ordenados ~on gran cuidado. Fue considerando la idea de quemarlos sin qJ.lela niña lo notara, peroal'revolverlos dió con un viejo retrato donde aparécía ella junto al marido joven. 28
Dos largas crenchas negras encerraban su cara redonda y alegre. La tez mosca bada se esparcía tirante sobre los duros pómulos. Mientras lo contemplaba, llevó su mano hasta el rostro, palpándose las facciones ahora huesudas y marchitas. Sintió pasos en la escalera y dejÚ caer la pesada tapa del baÚl. La nií1a en traha most rando en el pequeño rostro pecoso la curiosidad no del todo sat isfecha: se apechó a la ~entana nuevamente y comenzÚ a hahlar sin fijarse en lo que la robeaba. -A la tardecita lo hajan pal puehlo. Dicen que se murÍo ahogao con sangre. ¡,CÚmo se llamaría? S/'l/a/11aha sint iÚ ('ntOlll't's dominar p('luo
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la nilla alcan/,/') a \'('1', por
t
-¡Allá cammo.
viene!-gritó,
y bajó corriendo de nuevo hacia el
Valen tina sintió que las brisas frías y silbantes que sopla han del cerro te la despojaban de su fuerza; que su cuerpo era como un mazo de yerba seca, sin savia ni color en aquel largo camino de puertas cerradas, desprecios y murmuraciones de hanio. Y pensÚ nuevamente en huir con su hija: 80 lo diré>de una ('e2 o no.<;tendremos que ir, más lejos todavia, por donde no haya pasao el nombre de él ni ande su muerte rondiándonos en la boca e la Rente. Cambió la vista y se enfrentó a la imagen del Perpetuo Socorro. Una larga mirada se cruzó entre ambas y sus dedos comenzaron a rodal' por las camándulas delroRario en un rezo apagado y monótono. La flama endeble de las velas cambíaban las sombras intermitentemente. Los cuatro hombres aparecieron en el recodo próximo a la casa, cargando el ordinario ataúd de ralo color violeta. La tarde se apresuraba sobre el campo mientras la niña veía acercarse el tránsito fúnebre y solitario. Cuando estuvieron frente 31
a la casa, la niña cruzó el zanjón que la separaba del camino y siguió a los cuatro hombres vereda arriba. Le llamaba la atención la bandera desflecada flotando sobre la tapa de la caja a cada soplo de brisa. Arriba en la casa, Valen tina permanecía sentada frente a la imagen iluminada por las velas. En el silencio de las esquinas oscuras, el rezo descendía lento, derretido. Pero la voz del hombre no se acallaba en su conciencia. Ni se borraba su figura enérgica que ya no podía repetirse. Y sus palabras martillándole las sienes . . . -Así no se puede vivir, Valentina, hay que tener ideales y sacrificarse por la patria. -¡Pamplinas, marío! -¡Hay
pa mí no hay más patria que mi hija y mi
que tener verguenza en la cara, no somos animales!
- Ya estoy cansá de tanta promesa. Decídete di una vez. O dejas la manía esa de bandera y de patria o te vas de to esto y me dejas tranquila. Pero si te vas, morirás pa nosotras. Te aseguro que día ha de llegar en que tu hija te pasará por ellao y no sabrá que eres su padre. . . Escoge, de hoy pa siempre. . . y aquel largo silencio antes de la despedida: -De
hoy:,?
siempre, Valen tina . . .
Después . . . la soledad vacía, la pobreza, el asedio en cada barrio con las noticias del hombre. . . El rebelde. El subversivo, diez años de cárcel, ¡diez años!, el regreso, enfermo y derrotado sin querer verla, buscando un rindm donde morir, sin hablar una palahra. sin aire en los pUlmOIH\S. . . :n
Tendió la vista a la imagen a la vez que separaba el rostro desencajado de entre las manos estrujadas y filosas. Luego ~e irguió lentamente y al alzar la vista hacia la ventana, alcanzó a ver el final de su historia en los cuatro hombres: el ataÚd y la estrella destlecada remontando el último trazo visible del cerrote. Apoyada en el borde roñoso de la ventana observaba a su hija cuando en la loma distante se detuvo para iniciar el regreso. La vió mirar hacia la casa y echar otra mirada al solitario cortejo que se perdía por los recuestos empinados. La voz del hombre ya se había acallado en su conciencia . . . pero sus propias palabras le llegaban ahora en el brizote que soplaba del cerro: -Día llegará en que tu propia hija pasará por tu lao y no sabrá que eres su padre. Miró las pequeñas llamas y sintió su ardor en los ojos, en su boca. No se lo diré nunca. Nunca, pensó. Y no se atrevió a mirar la imagen . . . de la Virgen.
::.1
EL CUENTO EL "MILAGRITO" DE SAN ANTONIO El "milagrito" de San Antonio está tomado del libro de cuentos de René Marqués, Otro dja nuestro. Sobre la protagonista del cuento dice la Dra. Concha Meléndez, profesora de lit.eratura de la Universidad de Puerto Rico: "La viejecita creyent.e es una creación desarrollada con fina t.ernura y graciosa malicia. El t.ono del cuento, el sentido que sugiere. se logran en un justo equilihrio de detalles. y en ese juego de opue..-tos que es uno de los l'l'cursos del nwntista." En estc>rPlato elconflido l'S dl' canÍl'ter religioso: un caso de cOl1l'iencia. Elcontlido sUJ'ge para la anciana cuando el s¿werdote espaiiol: acostumhrano a las imÚgl'l1l's rPligiosas ne su t ielTa. I'l'chaza el santo jiharo ne palo qUl' la protagonista d('sea Iwnnecir. La vÍl'jecita resuelve el ni lema segÚn sus propIas hu'ps. El autor no dicl' qm' la soluciÓn sea COlTe('ta o ilH'OlTeda. Dice solanwnte que la vi('j('ci t a l'l'sol\'ilÍ el prohll'ma a su mono; Y q tI(' su ft. en el santo de su de\'ocilÍn la hm'(' creer qm' dent ro dp su pohl'(' pntendimiento ha OCU" nido un JH'quel1o milagro: un "milagrito" de San :\ntonio. Compartamos o no las (TPeJ1('ias de la \'Íl'jPcita. podl'lI1oS ('nh'IHI('1' su connido ('spil'itual. y pod('lI1os COIl1II1'('IHIt'rla solucilÍn que le ha dado al dil('lI1a. si considl'1';1II10S sus propias cil'nlllslancias ~. sus nHl~' humanas limitacioJ1('s.
L PADRELUIS pasea su modorra por el atrio soleado y ya desierto. La mañana ha sido de brega intensa. Le arden los pies y el sudor empapa su frente. Piensa en el sillón derriimbre alIado de la ventana, junto a su mesa de trabajo. Pero no desea recrearse demasiado en la imagen tentadora. Todavía le falta la boda. La pareja -de novios de Hato Arriba no ha llegado aún. ¡Si tan siquiera fuesen puntuales! La ceremonia será corta, , murmura para consolar su cansancio. Luego saca su libro de oraciones y se dispone a leer sin interrumpir el paseo lento y perezoso por el atrio de la peQueña iglesia colonial.
La viejecita ha subido el 'último peldaño de ladrillos que conduce al atriQ. Se detieIleun instante para tomar aliento. Ve al padre Luis y se pone presurosa 'la manteleta a guisa de mantilla. Ha venido a pie de Junquillo. Ha subido y bajado pendientes. Sus pies pobremente calzados han tropezado mil veces con las lajas
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dpl camino.
Le arnen
no piensa en la hamaca El rost ro surcado
los pies ":v'el sudor empapa de tela de saco colgando
de alTugas profundas,
la lahor frud Ífera del arado,
su frente.
Pero
de la cumhlcra.
como t iClTa que sahe de
tiene una luz míst ica que se la sale
a tOlTentes por los ojillos grise<.;y fatif~ados. Y sus lahios sonríen. -Huenas.
padres.
El Padre Luis intprrumpp su led lII'a. Vp ante 'sí la viejecita lt\('i('ndo una sonrisa t imida ('n los lahio...; n'secos. i Y los f/()/';OS dI' I/a/o Arr;ha~. se pregunta
conteniendo
a duras penas un gpsto
dp impacipncia. -lle \'('nio a \"('1'si ust{.. COI1la gracia de Dios. me hendice mI sant ito. Padn~. La \'Oz dp la vi('j('('ita ps como un canto autÚdono c!(. cosas arcaicas,
38
de lit urgias casi olvidadas.
que hahla
-Sí,
como no. Como no-ciice mecánicamente el Pacire Luis:
pero piensa: T('ndn; qu(' hwwar la ('stola. ¡(lw; fastidio! Hace ademán de alejarse camino de la saCl'istía. La viejecita saca de entre los pliegues de la manteleta la figura a bendecir. El Pacire Luis se detiene estupefacto. Al fin pregunta con mal disimulacio enojo: -¿De
dÓnde ha sacado usted ('so?
-Es el San Antonio que hizo Don Zoilo, el santero. -y las manos temblorosas acarician la imagen tosca lal~ada en roble del país. A los ojos de la viejecita de Junquillo es una imagen amorosa, piadosa, familiar, bella. A los ojos ilTitados del Padre Luis. el santo de palo es algo que sus diez alios de estadía en la Isla no han pociido aún hacerle aceptar como objeto de devociÓn. -Lo de palo.
siento mucho, abuela. No puedo bendecirdl' ese pedazo
El epíteto hiere el corazón de la viejecita. Sus manos temblorosas se cielTan sohre la imagen. Lentamente aprieta el santo contra su pech9 como si quisiera protegerlo de la incomprensiÓn de aquel cura que, ahora, de pronto, se le aparece como un ser ext.raño y hostil. -¿Por qué, Padre? Si es mi San Antonio-balbucean los labios resecos que ya no sonríen. Un gusanillo de lástima empieza a roer el corazón del Padre Luis. No ddw ('('der. piensa incÓmocÍo. y apartanno su mirada del rostro ansioso de la \'iejecita. deja escapar unas frases que suenan hrutalmente implacahl<.'s. quiz;is por el {'nfasis castellano del m'ento. -¡Qué spr cualquier
San Antonio
ni qw; ocho cuartos.
ahuela!
cosa menos la imagen dp un santo.
Eso l)lll'dl'
Luego, a guisa de consuelo, añade suavizando la voz, tratando de puertorriqueñizar el acento duro de Castilla: -Mire, en la quincalla venden unos santos de yeso como Dios manda. Y además, son baratos y bonitos. Cómprese uno y se lo bendigo con muchísimo gusto. El Padre Luis ve alejarse a la viejecita con su santo de palo apretado contra el pecho. No se sient~ muy contento consigo mismo. ¡Pero qué otra cosa podía haber hecho! Y piensa en las lindas y rubias imágenes de su España. Deja escapar un suspiro y abre de nuevo el devocionario. Ojalá vengan pronto esosnovios de Hato Arriba. murmura, y se enfrasca en la lectura mientras reanuda su paseo lento y perezoso por el atrio de la pequeña iglesia colonial. La viejecita Cl'Uza la plaza lentamente. Le arden los pies y el sudor empapa su frente. Pero no piensa en el descanso. Un mundo de contradicciones le estruja el corazón. Sus ojillos grises se abren ahora atÓnitos hajo el sol inmisericorde del medio día. y su mente hurga en el recuerdo buscando un apoyo para rechazar su desconcierto. Desde nii\a había aprendido a rezar con fervor intenso a los santos jibaros. Las imágenes de la ahuela las había heredado su madn>. Y eada vez que el tiempo empezaba a marC8.r sus huellas pn las santas y toscas figuras. su madre las llevaba al santero del halTio para que las retoease: Nuestra Sei\ora de los Angeles. La Virgpn de las Mercedes. Los Tres Santos Reyes. San Antonio de los Pohres. Y ella hahia preferido a San Antonio. San Antonio habia si~t\ <::11 ~rl1ia.su protector y su compmlero. El supo atenuar lm~momentos dolorosos. Le diÓ aliento en las l'risis. Trocó la deses..o
---
,
peración en resignación cristiml;a.A él debía los pocos momentos felices de su ya larga vida. Pero la.figura de'palo, herencia de la abuéla, se había gastado tanto por los años y los besos que, para gloria de San Antoni.o, no quedaba otro remedio que renovar
la imagen.
~
En el barrio de la viejecita ya po había santero. Y ella había emprendido un largo viaje a otro barrio lejano don~ había oído decir que aún vivla unsantero'au'te~t~co, "un santero de los de enantes" . y así llegó a casa ge pon Zoilo. y l~ hizo el encargo de su San Antonio. Cuando-Don Zoilo'le entregó la imagen, la vi~jecita había decidido venir al pueQloa bendecirla. Y ahora el señor cura decia que su Sari Antonio no era santo; que los santos de y~() eran los verdaderos. La viejeqita cruza la ~e."d~erta y se detiene en la acera para tomar aliento~ C;on,laman9 izquierda echa hacia atrás la manteleta negra. Con la derecha oprime su santito contra el pecho anhelante. La figura menuda y-temblorosa se acerca al fin,cautelosamente a la vitrina de la quinCalla.Tiene que hacer un esfuerzo para encontrar lo que sus ojos buscan. Al fin, entre rollos de ¡>apel sanitario y calderos de alüminio, descubre las imágenes de yeso. Son baratas y bor.zitas,había 'dicho el señor cura. Descubre tres -tamaños. Y allí están los precios. Los chiquititos cuestan setenticinco centavos. Los ínedianos, un peso. Y los más grandecitos~.uno cincuenta. Ella, en cambio, ledió a Don Zoilo dos pesos por su San Antonio. Sin embargo, no esta del todo convencida de haber hecho un mat'hegoeio. La ~ejecita pega su rostro sudoroso al cristal frio de la vitrina. 42
, lo.
Allí hay un San Antonio que sólo cuesta un peso. ¿Pero cuánto durará? Es de yeso. El yeso se rompe como el vidrio o la loza. Y la pintura del y~so se descascara. Los ojillos grises descubren ya una lacra blanca en el pelo rubio del San Antonio de yeso. ¡A un santo de palo no le pasaría eso! y un San Antonio de palo ta.rnPocosería rubio, piensa la viejecita. Y mira con desconfianza los o,jos azy.les de la imagen -extranjera. ¿A quién se le ocurre pensar que San Antonio sea así, ,,1
i
43
.
como un americano? Todo el mundo sabe que San Antonio es santo de pobre. Y todo el mundo sabe que es trigueñito, como los pobres. Los ojillos grises miran con creciente desconfianza la imagen de yeso. ¿Quién va a atreverse .a rezarle a un santo tan distinto a una? De pronto, otra duda asalta el corazón de la viejecita. Y suponiendo que una se atreviera rezarle a ese San Antonio rubio, ¿entendería él español?" La viejecita saca de debajo dé la manteleta el santo de palo. Luego mira al santo de yeso. Y compara. No, no hay comparación. Don Zoilo conoce su oficio. El San Antonio jíbaro es familiar, es trigueñito, inspira confianza. El otro es demasiado blanco, demasiado extraño, inspira una incómoda cortesía, pero sincera devoción, nunca. El caso es que ella, que ha conocido a San Antonio de toda la vida, sabe muy bien que el verdadero San Antonio es el de palo. Don Zoilo lo hizo "mismamente" como el San Antonio de la abuela, que se gastó a fuerza de años de oraciones y de besos. La presencia de un extraño distrae momentáneamente la atención de la viejecita. Es el dueño de la quincalla que regresa del almuerzo. Abre el establecimiento y se acerca con aplomo profesional a la indecisa cliente. -Mucho, bueno y barato, ¿no le parece? Vamos a ver qué le vendemos--exclama frotándose las manos-. Los calderos están reducidos de precio. Y esas palanganas enlozadas son una ganga, una pura gan . . . -El honrado comerciante se interrumpe para dejar escapar un mal disimulado eructo-. Perdón-murmura acariciando su monumental estómago, en el cual se adivina una laboriosa digestión. 44
-¿Qué hago, San Antonio, qué hago?, se pregunta perpleja la viejecita dándole la espalda al vendedor agresivo. Y en ese mismo instante, casi de pronto, le viene la ~velación.
-¿Qué le pasa? ¿No va a comprar nada? ¿Ha visto estos baños de zinc? ¿Y los pilones de Santo D?mingo? ¡Si es casi una liquidación! El hombre va detrás de la viejecita. Esta, arreglándose la manteleta, SE;aleja de la tienda. El comerciante de digestión
--
--
laboriosa no puede observar la nueva luz que empieza a escaparse por los ojillos grises. -¡Todo barato, doña, aprovéchese, aprovéchese! El pregón, monótono y abusivo como un ~uncio de radio, se pierde en el bochorno del mediodía. La viejecita se aleja calle abajo con su paso menudo y tembloroso. Le arden los pies y el sudor empapa su frente, pero sus ojos no reflejan ya perplejidad ni indecisión. Con la gravedad sesuda de un Padre de la Iglesia, la viejecita acaba de resolver en su cerebro un difícil problema de catolicismo práctico. El San Antonio de la abuela estaba bendito, razona con lógica contundente. Como éste va a ocupar el lugar de aquél, la bendición de aquél le toca también a éste. Una luz intensa se escapa a torrentes de las pupilas grises. Ya puede el señor cura guardarse su bendición pa tós los santos rubios, murmura con maliciosa alegría. Y apretando el santo de palo contra el pecho fatigado, emprende el regreso a su barrio. La viejecita de Junquillo volverá a subir y a bajar jaldas en su ruta de regreso. Desandará kilómetros bajo el sol inmisericorde. Sus pies pobremente calzados darán mil tropezones en las lajas del camino. Pero la sonrisa de triunfo no podrá ya borrarse ese día de sus labios resecos. Y es que el San Antonio de la abuela ilumina siempre el entendimiento de aquéllos que le conocen tal como es él: santo de pgbre, trigueñito, tallado por manos campesinas en maderita buen) del país.
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EL CUENTO CHELA En este cuento también hay una mujer frente a .un problema que debe resolver por sí misma. Chela, la protagonista, no sólo se enfrenta a la incomprensión de los demás, sino a la duda y al complejo de inferioridad creado por su defecto físico. Todo. su valor y toda su entereza vacilan en el momento supremo en que tiene que decidir su felicidad future. El autor, con sensillez y naturalidad, nos va revelando el ambiente del barrio y el carácter de Chela. Sentimos con Chela su valor y sentimos también sus angustiosos momentos de vacilación y duda.
,
No hay en el cuento grandes sorpresas ni trucos dramáticos. El autor, Emilio Díaz Valcárcel, describe situaciones y emociones que fluyen con la lógica de la vida misma. Y cuando Chela, al final, elige su destino, el autor ni siquiera pretende decirnos que esa elección hará la felicidad de la protagonista. Nos permite solamente desear que Chela no se haya equivocado en la decisión tomada.
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ADlE LO HUBlEHA CREIDO. SÓlo cuando
Tino llegÓ a la casa y pidiÓ entrada, la gente con~iguiÓ agrupar alguna~ ~o~pecha~ y organizadas ha~ta lograr una conl'lusiÓn: -Tino
,
fue a pedilla coja 'e Moncho.
Las mujeres comentahan en las quehradas, multiplicando sus muslos varicoso~ en la corriente. paleteando la ropa y restregándola con una energía inusitada. Los viejos mordían laR umascaÚras" y desenvainahan alguna esperanza: -Será que en verdad la interesa. No hay que ser desconfiados. No hace na que sea coja. jla polwe! Los adolcscente~-Ia lascivia podría sus mentes-se en ramillete~ intcl'I'ogadorcs:
reunían
-¿ y cÓmo lo pocll'lin hacer. ah'? Chela s.:'1híaque hajo cada cumhle..a csgrimían su nomhre y que lo~ viejos parecian compn>nder y que los adole~centes sufrían 49
"'
extraños sueños y que las mujeres aumentadas se miraban involuntariamente las barrigas. Pero a Chela no le importaba. Casi desde que nació había atendido la casa de sus padres, exitosamente, luchando contra la miseria que roía desde los zocos hasta el espíritu, haciendo de la vianda y el bacalao un menÚ sabroso. Si había que hacer una chaqueta de un trapo, allí estaba Chela para ello. Porque supo sobreponerse con valentía a su desgracia. El hecho de que de niña le hubiesen amputado una pierna-desde más arriba de la rodillano le hacía menguar su integridad de hembra ante la vida. Por eso, venciendo todo posihle obstáculo, iría I'esuelta al matrimonio; cuando llegase el momento, caminaría con firmeza en sus muletas y entraría al templo con el rostro de frente al porvenir. Tino le halia dichosa porque le tenía apego y le decía cosas y, además tenía un camión que resoplaba como toro bl'avo al trepar la cuesta de allá enfrente. Ella veía el flamant.e aparato rodar frente a la casa, gimiendo un poco hajo el pe.<;ode la arena mojada, y~ le ocurría pensar que tal vez los camiones tamhién tenían sus momentos de an~ustia.
-
--
r I I
Por el camión-en cuyo parachoque "DULCE
VENENO"-fue
delantero que empezó el asunto.
se leía
Aquella tarde ella venía ahras:indose de sol; muleteaba a lo largo de la carretera y su sombra caricat.urizaba su dificultad cruelmen te.
El camión rechinó detrás suyo y ella no pudo menos que saltar hacia la cuneta, a punto de caer. Si hubiese tenido menos ¡'espeto a los varones, le hubiera aflojado un buen adjetivo al gracioso. Pero, cuando miró at.rás, vió que el hombre saltaba ya a la brea y se acercaba con las mangas enrolladas y las palmas de las manos vueltas al frente, como si suplicara.
- Perdone si la asusté, no fue ese mi pienso . . . Ella se reafirmó sobre sus muletas: -Si no tengo cuidau, me e.c;¡parracha. - y o quería decirle si usté quería que yo la ayudara . . . ~Gracias, no veo en qué me pueda ayudar. - y o le doy "pon" -dijo él turbándose un poco. Ella explicó entonces, extrañamente conmovida: -Se le agradece, pero estoy cerquita de casa y no quiero que la gente hable. Tino dejó vagar la mirada sobre la carretera y a través de los árboles; no muy lejos, un monte combaha su lomo erizado de guayabos, guamás y yagrumos. Sentenció: -La gente es como la hoja de yagrumo: tiene dos caras. -Sí, por delante-dijo detrás júnden a uno.
Chela-, santo dónde te pongo, por
--Bueno, móntese. 51
-No,
¡miiire
... !
Habían seguido caminando nasta separan;;é algunos metros del camión, sin siquiera advertido. Después, cuando ella lo vió alejarse, acelerando duro, adivinóque un semillero de alegrías comenzaba a brotar en la soledad de sus veintiséis años. Lo otro fue fácil: las idas al correo del pueblo, las margaritas sobre la oreja, la bondad creciente de Tino, las palabritas turbadas, el olvido del defecto físico. Una tarde ella le dijo que la gente estaba bochinchando y que aunque ella era así como era, también tenía que saber mantener su nombre en buen sitio. Que si papá Moncho lo llegaba a saber. . . ¡bendito! El sólo tenía tercer grado, pero comprendió y dijo que sí, que l~ iba a visitar, y así lo hizo. Entonces fue que las voces galopamn ruidosamente en la comunidad: -Tino -A
lo mejor ya la . . .
-Estaría
.
-Ella
pidió la coja de Moncho.
jumo. ¡Le gusta el palo! está loquita pOI"l'oger marío.
Tino sahía que las cosas andahan calient.es en la lengua del
L
barrio. Por eso, cuando algÚn curioso lo acorralaba, soltaba su invariable sentencia: -A ustedes no se les pué hacer caso, son como la hoja del yagrumo. y él mismo fijÓ la fecha de la boda. Sería un sábado. A Chela. las noches se le estiraban como caminos. Cuando ponía la cabeza en la almoharla, un hormiguero de.pensamientos
le mantenía rlespierta.
.
Lo que le rlijo Petra: -Ese de m1os.
hombre no te conviene. es mayor que tÚ un montón
Lo que AntOl_l le advirtió: -Tino
siempre ha sío un perrlirlo . . . cuirlao tÚ.
Lo que le sugirió Andrea: -Mpjol
es qm' lo dejes. lo que qui{' es pasal el macho contigo.
Lo que le contó Pam'ha: -Lp
he conocÍo como mil mujeres.
Lo que SP at rp"ió a insinuar
Fplipa:
Lo <¡up Pd ra Ip ad"irt ió psta mm1ana: -( 'uidau no tp dt'jp plant:i . . . Lo conozco como a mis manos.
Ento)H'ps la o( ra art iculó la:' palahras Ipntanu-ntp. n'gustara ('n pilas alguna sahl'Osa ('xppripncia: -PPI'O
no tan hÚ'l1 como yo.
como SI
Por momentos, Chela llegaba a pensar que era un absurdo condenar a un hombre a vivir con ella. Los muchachos nunca le habían mostrado apego, pero ella no les tenía resentimiento. De todos modos, ellos querían unirse a muchachas "normales," yeso era lo más natural del mundo. Pero era natural también que ella quisiese formar un hogar, y era natural también que soñara con tener niños hermosos que compensaran plenamente sus amarguras de siempre. Y ahí estaba Tino, dispuesto a hacerla feliz. Muchas veces había pensado romper con Tino, pero sabía que él realmente la quería y que era una cobardía' suya abandonar la empresa. La madre le había aconsejado, por la tarde: -No debieras enrearte tan pronto, mija, yo tÚ esperaría un poco más.
,
-No
desconfíe tanto, mamá, yo sé porqué lo dice.
-Es
por tu bien, eres una chiquilla y no conoces . . .
-¿ Chiquilla con veintiséis años? Soy una mujer completa. No importa que me. . . que me haya pasau lo que me pasó.
La madre tenía surcos en la frente, abiertos por el arado del tiempo. Dijo: -Tiene
mala fama, Chela. Tino tiene mala fama.
La hija protestó: -¿Mala fama? Tiene mala fama porque l~s mujeres son sobrás con él y él no les hace caso. . . Coge a Petra por ejemplo.
Está loca por él.' -No
..
creo que sea por eso. Tino bebe.
-Porque se siente solo-atajó Chela-. Porque no hace otra cosa que trabajar y trabajar y porque se siente solo. . . Deja que nos casemos. . . ¿A qué no se fijan en lo trabajador que es? -Tú
no tienes experiencia.
-He
sufrío ya bastante, déjenme ser feliz.
Esperando ansiosamente le día de la boda, Chela se debatía entre las sombras, estirando la noche hasta fundirla con la madrugada. Su cerebro repetía una de las frases de Petra obstinadamente: -¡Cuidado
que no te deje plantá!
La brisa andaba agachada entre los pastos y revolvía el polvillo de los terrones en la ladera. El crepúsculo ponía tintes rojos en la agujas de los pinos, y convertía en manzanas a los caimitos, y ruborizaba la faz del río. Chela es('u('haha d ('handeteo de dos primas en la sala; preparahan los adornos de la ('asa y hahlaban in('esantemente de que ellas t ambi{~n se habían ('asado y que los maridos les habían salido ('omo bueyes mansos al trabajo, y que el matrimonio es cosa grande si se sabe mantencr en su punto. ;,fi
Sentada en el balcón, esperando la hora propia para emperifollarse, Chela advertía con cierta ansiedad cómo las crecientes sombras enguilían los yagrumos en el monte. Dudaba. Era absurdo, pero dudaba. ¡Qué angustia! Y, sin embargo, el crepúsculo ponía tintes nuevos en sus ojos.
Al fin la noche entró de lleno, surcada de ladridos y de lejanos cantos de~allos. Media luna, arriba. La casa palpitaba de invitados. Chela, en el blacón, miraba a la carretera por donde vería aparecer el carro que traería a su promet.ido. El tropel de voces en la sala le causaba una consternación sin término. Nunca se hahía sentido centro de actividad alguna, y ahora, en esa algarabía que salía a chorros por las ventanas, había un tácito homenaje a su dicha. Por ot.ro lado, eran ya las siete y el novio no se había presentado. Las voces fueron perdiendo entusiasmo; la algarabía, con el correr del tiempo, fue languideciendo paulatinamente. Quedaron zumbando los comentarios en voz baja, los ojos interrogantes, el movimiento escéptico de las cabezas. la comprensión sin límites de los viejos. ~alpicaban como gotas las voces de los niños. Un recién nacido desgajó un ~ll-gllaaaa hasta ponerse morado, pataleando ent.re los brazos de la madre que le hamaqueaba y le decía "bay, bay, bay" aniiiando la voz. La novia creía percibir la mirada preguntona de los invitados. Los faroles de un carro iluminaron la carretera y descubrieron t.rozos de árboles y piedras y cercas desvencijadas. A Chela se le contuvo la respiración. Sonrió. Después escuchó el golpe metáJico de una puerta al cerrarse, y en seguida vió aparecer. deshaciendo sombras sobre el camino, una figura cuya vestimenta se destacaba por su blancura. Ella reconoció de inmediato el andar de su hombre. Podía advertir 57
~ los zapatos blanquísimos empujando hacia adelante el tropel de sombra. Y no pudo evitarlo: se viró hacia los invitados, quienes se habían reanimado con la llegada del automóvil: -¡Está
ahí! ¡Tino está ahí!-dijo
apretadamente.
Los más curiosos se agolparon murmurantes a la puerta. Un viejecito se allegó a Chela y le susurró, poniendo suavemente la mano sobre el hombro de ésta:
- y o lo decía. Tino no es lo que dicen. Cuando el novio subió las escaleras, los demás hombres pulularon a su alrededor, admirándole sin reservas la ropa. El era el novio y tenía que ser bien simpático y le estrechó la mano a todos -tieso dentro de su traje que se paraba solo-, y luego se dirigió tímidamente hacia Chela y le sonrió, moviendo la cabeza en señal de saludo. Después, tomando la mano de ella, entró con Chela a la sala, donde fueron recibidos con visibles gestos de aprobación: -¡Linda pareja, concho! 58
-La condená se salió con la suya. -Cá guaraguao tiene su pitirre. -Traje
lindo el de él.
,
-¿ Y el de ella, dónde me lo deja? Entonces el novio se empezó a sentir importante y se pavoneó, y preguntó, secándose el "emborujo" de sudor con su pañuelo también blanco. -¿Están esperando.
listos Doña Merce y Don Goyo? El cura nos está
Los padrinos dijeron que sí y él advirtió, manipulando nudo de la incómoda corbata:
el
-En mi carro van ustedes y los suegros. Los demás pueden ir en las pisicorres de Toño y Carmelo. Se discutió el asunto y todos estuvieron de acuerdo en que habría transportación suficiente. Y empezaron a 1:;alirde la casa atropelladamente. Por un momento-como si despertara de un sueño grato-Chela tuvo absoluta conciencia de lo que el matrimonio podría significar para una inválida. ¿Podría ella, en realidad, de..'Jenvolverse felizmente al abordar sus futuras obligaciones de esposa? Apretó los muletas contra su cuerpo hasta hacerlas crujir. Otra pregunta, surgida como para consolarle, le llenó la mente: ¿y por qué razón no? La saboreó repetidas veces, buscando en ella el gusto a la seguridad: Vamos a ver, ¿por qué razÓn no? Sin embargo, tuvo otro apretado momento de duda. Los músculos se le pusieron rígidos y casi abrió la boca para renunciar a todo. Dudaba. Una vez más dudaba. Y otra vez la pregunta: ¿Tenía derecho a ser feliz?
Como secuela, vino la afirmación: Tengo derecho a ser feliz. y la certidumbre de ese derecho le iluminó repentinamente, como luz mañanera arrojada sobre su indecisión. Bajaba ahora la escalera, ayudada por la madrina y el novio, quien no tenía ojos sino para admirarla. ¡Tengo derecho a ser feliz, tengo derecho a ser feliz! pensaba fervorosamente, como si rezara. Sintió en su brazo la mano fuerte y tibia de Tino y reconoció en su amor, una vez más, definitivamente, la clave infalible de su felicidad. Entonces Chela sintió otro despertar: el experimentado después de una pesadilla. Y se esforzó por contener los repentinos deseos' de abrazar y de gritar su alegría a voz en cuello. Miró al novio, falsamente tímida, y sonrió. Enardecidos por los comentarios de los invitados que les seguían en bulliciosa cola, los novios se dieron a destrenzar el camino que, silenciosamente, apuntaba hacia el porvenir.
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LOS AUTORES
ยก ,I 1
JUAN
MARTINEZ
CAPO
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El autor de La rifa es un joven poeta y veriodista puertorriqueño. Trabaja en la redacción de el diario El mundo. En 1954 el Instituto de Literatura le concedió uno de los premios de periodismo por su columna semanal Temario isleño. Esta columna de El mundo que, lamentablemente, ya no se publica, trataba sobre actividades literarias, artísticas y culturales de la vida puertorriqueña. Juan Martínez Capó fue por varios años presidente de la Sección de Literatura del Ateneo Puertorriqueño. Ha empezado a interesarse en el género del cuento, y La Rifa es una de sus primeras experiencias en ese campo. Sus pOE'mas han aparecido en varias revistas del pa;s. Publicará dentro de poco su libro de poemas Viaje. Esta es la primera vez que el joven poeta colabora preparados por la Unidad de Editorial de la División Comunidad.
EDWIN
en uno de los libros de Educación de la
FIGUEROA
Edwin Figueroa, autor de f,'/ rehelde, I'S un joven cuentista puertorriquelio. En 19;'3, su cuento Againaldo Negro ganÓ el primer prl'mio en el Concursc de Navidad celehrado en el Ateneo Puertorriqueño. Más tarde, el cuento premiado se puhlic{, en la revista puertorriqueña Asoman/e. Figueroa trahajÓ por varios alios en las oficinas dI' análisis dl.1 (;onSf.jo Hupprio de Enseñanza y ahora ps profesor en la Universidad de Puerto Hico. Por primpra vez aparecI' un trabajo suyo en nUI'stra !,I.ril' dI' /-ih,.w; fJara (,1 fJU('hlo. El cm'oto /~/ n'helde fuI' ('scrito psr)('cialml'ntl' para ('ste libro. Sin I'mbargo, d autor tenía ya inter(~s en abordar el tl'ma desdl' mucho antes de que se 11' solicitara colaboraciÓn para Cua/ro cuenlos" de muien.s. FUI' un hecho feliz que los planes de nupstr;-I Unidad de Editorial coincidieran con el plan
pf(.vio del autor para su cuento. 62
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RENE MARQUES
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René
Marqués,
autor
de El "milagrito"
de
I~ I San Antonio, es un dramaturgo puertorriqueño. :. En 1947 el Instituto de Literatura premió un tra. ~ bajo suyo sobre te.atro, que apareció en el peri6dico -l. El mundo. En 1949, su.cuento Rl miedo obtuvo el
.: premio único en un concurso del Ateneo Puerto-
: rriqueño
y en 1956 dos de sus cuentos
fueron
~ premiados en el concurso de cuentos del Festival {...'" I ..l. de Navidad. .; :::i su drama En 1950 estrenó en el Teatro Universitario .:, o:;;::. El sol y los MacDonald. La carreta, su
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I
-. drama sobre emigrantes boricuas, se estrenó en Nueva York en 1953. Luego se produjo aquí en el Teatro Experimental del Ateneo, en el Teatro Tapia de San Juan y en el Teatro Alcázar de Caguas. A fines de 1954, La carreta volvió a producirse en la ciudad de Nueva York y en 1957 en Madrid. En octubre de 1956 estrenó en el Teatro Tapia de San Juan su drama en inglés Palm Sunday (Domingo de Ramos). Marqués fue fundador y director del Teatro Experimental del Ateneo hasta 1954. Ha publicado un libro de cuentos: Otra día nuestro. Y tiene en preparación, para publicación próxima, su novela. Lq Víspera del Hombre. Desde 1950 trabaja en la División de Educación actualmente el cargo de Editor en dicha agencia.
de la Comunidad.
Ocupa
EMILIO DIAZ VALCARCEL El autor de Chela es el más joven de los cuatro escritores que colaboran en este libro. Después de haber cursado estudíos en la Escuela Superior de la Universidad, ingresó en el ejército en 1951. Estuvo en Corea, donde fue corresponsal de guerra de la revista Presente. La vida brutal del frente de batalla hirió hondamente su sensibilidad, dándole temas que luego había de llevar a varias de sus creaciones literarias. Ha publicado cuentos en las revistas puertorriqueñas: Alma Latina y Asomante. Ingresó en la Universidad de Puerto Rico en 1954, como estudiante regular. A mediados de 1955 empezó a trabajar c:>mo escritor en la Unidad de Editorial de la División de Educación de la Comunidad, pero ha s<.>guido cursando estudios universi~arios por las noches. En ]955, su cuento La mala noche obtuvo un premio en el concurso literario auspiciado por la Universidad,
Puerto Rico Ilustrado,
Chela es la primera labor de Díaz Valcárcel como miembro de la Unidad de Editol'ÍaI. Aparte de su labar en la División, prepara un libro de cuentos sobre temas de guerra, llevando a ellos su experiencias en Corea.
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Editor René Marqués Diseñador Gráfico Tufiño
1lustradores o Dibujantes Rafael Tufiño José Meléndez Contreras Antonio Maldonado Carlos Rivera Portada Isabel Bernal 1mpresión
Sixto González Ramón González Impreso en los Talleres de la División de Educación de la Comunidad
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