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LIBROS PARA el PUEBLO Nร M.I2
JUVENTUD ESTE LIBRO PERTENECE A:
Nombr» d» la familia
DIVISIÓN DE EDUCACIÓN DE LA COMUNIDAD DEPARTAMENTO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA SEGUNDA EDICIÓN -
1967
NOTAS SOBRE VOCABULARIO Al final del libro, y bajo el nombre de “ vocabulario” , hay una lista de palabras con sus significados. Esas palabras nuevas, o de poco uso en nuestra conversación diaria, aparecen en alguna parte del libro. Pueden estar en un cuento, un artículo o una poesía. Quizás sería conveniente que echáramos una ojeada al vocabulario antes de leer el libro. Y luego, cuando leamos el libro y encontremos una de esas palabras nuevas, podemos volver a consultar el vocabulario para estar seguros de su significado. Esto puede ser divertido como un juego, pero es, ade más, instructivo para todos. Vamos a probarlo.
¿QUE ES JUVENTUD? “ Juventud, divino tesoro; ¡ya te vas para no volver!” Así cantó el poeta Rubén Darío. Pero la juventud sólo se va de nosotros en la medida que nosotros permitamos que se vaya. Esta es una lección de la vida que muchos adultos no aprendieron n u n ca/L a juventud está en el espíritu. La juventud no se pierde cuando las arrugas surcan el rostro o las canas blanquean el cabello, si el espíritu se conserva joven. La fuente de la juventud no está en Florida, a donde fue a buscarla nuestro ilusionado Ponce de León. La fuente de la juventud está en nosotros, en lo profundo de nuestro ser. No es con ungüentos mágicos o con aguas milagrosas que vamos a mantenernos jóvenes. El secreto es mantener la juventud eterna en nuestro espíritu. El secreto es pasar de la madurez y entrar en la vejez con la misma fe, el mismo entusiasmo, la misma esperanza y el mismo sentido de humor que gozamos en los años jóvenes. Lo exterior no importa. Las arrugas y las canas no importan. Lo que importa es el corazón. Lo que importa es el espíritu. Aquellos que permiten que el espíritu se agrie y el corazón se torne amargo serán viejos antes de tiempo. Los que mantienen la llama del entusiasmo viva en sus espíritus, los que mantienen en sus corazones la fe en Dios y en los demás hombres, serán jóvenes siempre. Por eso vemos jóvenes que son viejos. Y vemos viejos que son jóvenes. La diferencia no está en su exterior ni en su físico. La diferencia profunda está en sus espíritus, en sus corazones. Aprendamos nosotros, los jóvenes de hoy, esta verdad que muchos de nuestros padres ignoraron.
Pero seamos
tolerantes con nuestros mayores Los que no han sabido mantener la juventud en sus espíritus olvidan fácilmente. Olvidan, incluso, que ellos mismos fueron jóvenes. Por eso en ocasiones hay conflicto entre nosotros y nuestros mayores. Porque a veces nos exigen cosas que no se exigieron ellos mismos cuando eran jóvenes.
O porque nos exigen cosas
que tenían razón de ser en otra época, pero que no la tienen en la nuestra. No perdamos la paciencia cuando surjan estos con flictos.
Mantengamos siempre el respeto que le debemos
a nuestros mayores y tratemos poco a poco de atraerlos hacia el mundo de nuestra juventud. Ellos necesitan de ese mundo tanto como nosotros. Ellos necesitan de nuestra juventud. Y nosotros, los jóvenes, debemos ser generosos compartiendo las ventajas de esta edad privilegiada. Este libro, que será leído con gran interés por los ma yores, está sin embargo dedicado a nosotros, los jóvenes. En él veremos reflejados varios de nuestros problemas. En contraremos algunas de nuestras aspiraciones. Hallaremos un eco a nuestra sed juvenil. En sus páginas vamos a toparnos con el amor en sus poemas; con goce callado en sus cuentos; con sabiduría en los pensamientos de hombres famosos; con belleza en los dibujos que ilustran el texto. No es un libro pesadote que nos dice: “ Haz esto” o “ Haz aquello.”
Es principalmente un libro para gozarlo.
Pero también es un libro que puede sembrar una beneficiosa inquietud en nuestro espíritu; que puede hacer surgir varias preguntas en nuestra mente. Preguntas que no contesta el libro. Preguntas que sólo nosotros mismos podremos con testar.
Preguntas como: ¿Qué es esta edad que llamamos
juventud?
¿Qué vamos a hacer con esta juventud de que
hoy gozamos? ¿Qué relación hay entre esta juventud nuestra y la edad de nuestros padres y abuelos? ¿Qué seremos noso tros cuando dejemos de ser jóvenes? Si preguntas así surgieran en nuestra mente al ter minar de leer el libro, y si dentro de nosotros mismos pudié ramos dar contestación a esas preguntas, el libro dedicado a nosotros los jóvenes cumpliría una doble m isión: ser entre tenido y ser útil. Los que prepararon el libro con alegría y con entusiasmo, así lo esperan.
EL AMOR L
amor
es quizás la expresión más carac
terística de la juventud.
Cuando el
hombre y la mujer despiertan al amor, despiertan también a la vida. Y es que el amor es como el motor del espíritu. Es la fuerza inicial que empuja a las cosas grandes de la vida. El amor que siente el hombre por la mujer o la mujer por el hombre se irá convirtiendo luego en amor a la patria, amor a los ideales, amor a la humanidad toda. Pero para ser la fuerza justa y creadora que Dios quiso poner en nosotros, el amor ha de ser cultivado con esmero. Si dejamos que el amor se descarríe puede convertirse en fuerza destructora. El amor que conduce a la pasión ciega y al crimen, no es ya amor. El amor como fuerza creadora que ayuda al hombre en su vida ha de ser puro y honrado. Por amor el hombre y la mujer pueden llegar a realizar cosas grandes y hermosas.* Pero a veces el hombre o la mujer llegan a hacer cosas despreciables a nombre del amor.
El
amor está en el corazón de todo ser humano. Toca a nosotros, a cada uno de nosotros, saber encauzar esa fuerza espiritual para el bien o para el mal. La verdadera importancia del amor no la percibimos durante los primeros años de nuestra juventud.
Entonces
sólo es una fiesta de sentimientos. Es un gozar de eso mara villoso que acabamos de descubrir. Es un no pensar en el futuro. Es un no medir las consecuencias de nuestros actos. Es en estos años primeros de nuestra juventud cuando
se decide la actitud que en el futuro vamos a tener sobre el amor. ¡Si pudiéramos los jóvenes tener sabiduría sufi ciente para apreciar desde el principio la importancia del amor! ¿Tendremos nosotros el valor de exigirnos esa sa biduría? Dejemos la pregunta sin respuesta por ahora. Veamos primero algunas cosas bellas que ha inspirado el amor. Leamos rimas de un gran poeta español, un cuento de un escritor puertorriqueño y pensamientos de un filósofo y de otro poeta oriental. Dicen que los poetas pueden sentir el amor mejor que nadie. ¿Pero no será que todos somos poetas cuando amamos?
RIMAS DE BECQUER Gustavo Adolfo Bécquer — poeta español. Nació en Sevilla en el 1836 y murió en Ma drid en el 1870. Se le considera uno de los más destacados poe tas románticos.
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RIMA 15 Inspirándose en la siguiente rima de Bécquer, ( la rima nú mero 15), don Angel Mislán compuso una de las más bellas danzas puertorriqueñas, “ Tú y Y o” . Mislán nació en San Se bastián en el año 1861 y murió en el 1912. Al cantar la danza puertorriqueña “ Tú y Y o” muy pocos de nosotros recordamos que su bella letra es una rima de amor del gran poeta español Gustavo Adolfo Bécquer. He aquí la letra de la canción que tan a menudo escuchamos. Cendal flotante de leve bruma, rizada cinta de blanca espuma, rumor sonoro de arpa de oro, beso del aura, onda de luz: eso eres tú. -v
Tú, sombra aérea, que cuantas veces voy a tocarte te desvaneces como la llama, como el sonido, como la niebla, como el gemido del lago azul.
En mar sin playas, onda sonante; en el vacío, cometa errante; largo lamento del ronco viento, ansia perpetua de algo m ejor: eso soy yo. ¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía los ojos vuelvo de noche y día; yo, que incansable corro, y demente, tras una sombra, tras la hija ardiente de una ilusión!
RIMA 38 Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime, m ujer: cuando el amor se olvida, ¿Sabes tú adonde va?
RIMA 4 No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira. Podrá no haber poetas, pero siempre jhabrá poesía! Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas; mientras el sol las desgarradas nubes de fuego y oro vista; mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías; mientras haya en el mundo primavera ¡habrá poesía! Mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida, y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista.; mientras la humanidad siempre avanzando no sepa a do camina; mientras haya un misterio para el hombre ¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma sin que los labios rían; mientras se llore sin que el llanto acuda a nublar la pupila; mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan; mientras haya esperanzas y recuerdos ¡habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira; mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa ¡habrá poesía!
JUAN FELIZ (Cuento) por Domingo Silás Ortiz Alcanzó Juan a ver una amapola en el pastizal y, dejando a la novilla beber en la poza, voló a cogerla. Era de las dobles, rizada. Cortó el tallo a todo lar gor con su cuchillo encabado con raíz de mangó y volvió con su flor donde la Berrenda. — Berrenda, la flor es para ti. Se la debiera llevar a Geñita, pero tú te vas a ver lo más curra con ella. P e ro .. . espera. Yo te regalo la flor y tú me regalas el canuto. Lo quiero para un pito. Colocó la amapola en la collera del animal y en un dos por tres hizo una flauta del canuto. Camino de la casa fue soplando aires agudos que azoraban a uno que otro gorrión en los matojos. Y acercán dose con sigilo a un nido, habló: — Estos vuelan ahorita. Ya están emplumando. Antes de que se vayan voy a traer a Geñita para que los vea. La novilla iba mordisqueando el gramalote. De pronto alzó el rabo v pegó carrera. Juan la siguió.
— iConque esas tenemos! Ma ñana te voy a llevar a la granja. Don Fulge tiene un toro de raza. ¡Pero mira qué descuidada eres! Botaste la amapola. Y sin ador no. . . no te van a querer. En el portón del cercado los perros le salieron al encuentro.
Juan, Juan Pérez, había per dido su apellido desde chiquito. Los vecinos le habían puesto otro que le acomodaba m ejor: Feliz. Juan Feliz le llamaban los compañeros de clases cuando llegaba silbando a la escuela. “ Juan Feliz,”
murmuraba el
tendero cuando le oía cantar por el repecho con la comprita al hombro. “ Juan Feliz” le apo daban todos, viejos y jóvenes, y Juan Feliz se quedó. Geñita y Juan se habían criado juntos. Las casas de sus padres quedaban próximas, separadas por el camino vecinal, pero tan cerca que cuando le echaban maíz a las gallinas en el batey se veía la trulla de aves de uno a otro patio respon diendo al pí-pí-pí-pí-pí de las dueñas de casa. Así también sucedía con los hijos de ambos hogares que se confundían como hermanos a la hora del almuerzo o de la comida, o en los ano checeres oyendo los cuentos que hacían los mayores. Geñita tenía ahora quince años. Juan estaba pegando
a los diecisiete. De la docena de hijos de ambas familias eran ellos los que mejor se llevaban. Iban al pozo juntos y Juan ayudaba a la muchacha a echarse el pesado latón. Cuando salían a buscar leña, Juan se ocu paba de hacerle a Geñita un buen paquete de los trozos más secos y livianos. Mien tras fueron a la escuela, hasta el sexto grado que daban en el campo, él la protegía y la pasaba de mano por la resbalosa calzada de la quebrada. Este proceder de Juan le había ganado el cariño de Genita. Ella le pagaba sus bondades reser vándole de los más lindos guineos que, en los “ balseros” de hojarasca, ella escon día a madurar, o regalándole su más linda sonrisa. Pero de ahí no pasaba. Lo quería como a un hermano. — Geñita, mañana, después que venga de llevar la Berrenda a la granja, te voy a enseñar unos gorrioncitos emplumando. — ¡Ay, sí, sí! ¿Dónde están, Juan Feliz? — En los guayabos de abajo. En los mato jos. — Pues cuando pases me llamas. Yo voy a hacer los oficios temprano para que mamá me deje ir. ¡Qué dulces son los anones y qué agrias son las guayabas; qué dulces los corazones, y las grosellas, qué agrias!
— Mamá, ahí viene Juan Feliz. Me voy. — Pero, ¿dónde tú lo ves, muchacha? — No lo veo, pero lo oigo, mamá. Esa es la voz de él. Escúchalo. ¡Qué buenas son las arepas que prepara siña Pancha. Se parecen mucho a ella en tener la cara ancha! — Sí, es ese sinservil. Se conoce que no tiene nada en qué pensar. Mira, Geñita, mucho cuidao. — No se apure que yo me sé cuidar. Y se tiró al camino. Juan venía echando por delante a su novilla.
Venía
contento. Berrenda tendría su berrendita dentro de nueve meses, si todo salía como él esperaba. v — Aquí estoy esperándote. — Vente, vamos. Parece que va a llover. Hay barrunto puesto. Y ambos caminaron cuesta abajo hasta el portón del cercado. Cuando llegaron al nido, los gorriones habían volado. — ¡Qué pena! ¡No logré verlos! — No te apures, yo tengo otro nido en el zarzal. Ya deben estar con peluza. Son ruiseñores. — Vamos. Caminaron. Gruesas gotas de lluvia humedecieron sus
ropas y el aguacero no tardó en caer. En la intemperie, trataron de protegerse bajo un copudo mangó. El viento soplaba con fuerza y el chubasco apretó. Re lampagueaba. El agua los caló hasta los huesos. Juan quiso pro teger a Geñita con su cuerpo. El frío la hizo acercársele para sen tir su calor. Tronó y el centellazo la hizo sentir miedo. Se agarró instintivamente a Juan. Un relámpago alumbró sus caras unidas por la lluvia. — Tengo miedo, Juan Feliz. — Yo también tengo miedo. Pero no de los truenos, ni de los relámpagos. — ¿Y a qué le temes, Juan? — No sé. Pero por primera vez tengo miedo de estar solo contigo. Vámonos. — Ay, sí. Vámonos ahora, Juan. En el camino hasta la casa, Juan Feliz notó por primera vez cómo la lluvia había pegado las ropas húmedas sobre el cuerpo de Geñita y al decirle adiós, se le quedó mirando fija mente hasta que la muchacha subió los escalones de su casa.
Desde ese día Juan Feliz estuvo esquivo. Velaba que Geñita se tirara derecho abajo por el camino del pozo y en vez de acompañarla, la seguía de lejos, procurando no ser observado.
Calculaba el tiempo que ella podía tomarse en
llenar la lata y la esperaba para decirle adiós, en el recodo, entre tímido y agresivo. — ¡Adiós, Geñi! — Adiós, Juan. Pero no le salían más palabras. Se cortaba el diálogo. Geñita seguía repechando la guinda y Juan, cuesta abajo con su yugo, se preguntaba el por qué de todo aquello que le estaba sucediendo y que él no alcanzaba a explicarse.
Una tarde, mientras Geñita desde la ventana del fre gadero oía las aletas zumbadoras de una chiringa que él había echado al viento desde una loma cercana, a Juan no le cabía el corazón en el pecho. Decidió hacer algo. Amarró su chiringa a una mata y escribió unas líneas en un pedazo de papel. “ Geñita: Dime si tienes coraje conmigo. Moncha me dijo que tú le habías dicho que estábamos enojados.” Leyó el papel y lo rompió. No le sonaba bien aquella carta. Nuevamente empezó a escribir mientras el volantín hacía culebrillas en el aire. “ Geñita: Yo no sé que te pasa conmigo qu e.. . ” Tachó lo que había escrito. No. A Geñita no le pasaba nada. A él era a quien le pasaba algo. Algo que él no acer taba a comprender.
Una ligera brisa rompió el hilo de la chiringa. A Juan Feliz le hubiera gustado encampanarse con ella y dar cole tazos en el cielo. Aquella noche Juan Feliz se unió a la trulla de mucha chos que corrían tras los cucubanos. Llevaban botellas y potes de cristal en los que echaban las luciérnagas. La luz verdosa se encendía y apagaba entre las hojas e iluminaba los rostros de los chicos dándoles una rara apariencia. La gritería con fundía las voces.
— ¡Aquí sí hay muchos! ¡Mira qué grande! Pero entre todas las voces distinguió una. La voz decía: — Esté sí que es grande. ¡Este es el abuelo! Le voy a preguntar una cosa: Cucubano, cucubano, pariente del escri bano, dime si en casa me van a dejar ir al baile del acabe . . . Juan Feliz no podía confundirse. Aquella voz era la de Geñita. La oscuridad no le permitía verla, pero sabía que era ella preguntándole a un cucubano que patas arriba brincaba por zafarse.
Juan fingió la voz y contestó: — Sí, sí, te van a dejar ir. Geñita, sorprendida, se rió: — Primer Cucubano que veo que conversa. Le voy a pre guntar otra cosa: Cucubano, cucubano, pariente del escriba no, di me con quien me va a tocar bailar . . . Y contestó la voz que se ocultaba en las sombras: — ¡Con Juan Feliz! ¡Con Juan Feliz! Geñita soltó la carcajada. — No seas embustero, cucubano. Si Juan Feliz ya ni me mira. Si se olvidó de mí . . . La voz no dijo nada. — Deja probar otra vez— repitió Geñita. — Cucubano, cucubano, pariente del escribano, dime donde está el que me quiere a mí . . . La voz entrecortada de Juan improvisó: — Ni por allá, ni por allí; está pegadito de ti. Y saliendo de su escondite se acercó a Geñita, quien muy a pesar suyo, se sintió asustada. — ¡Mira qué muchos cucubanos tengo, Juan Feliz! Juan, nervioso, indeciso, tomó en una mano el pote que le ofrecía Geñita y, a la luz verdosa de aquella linternita na tural, entrevio el brillo amoroso de unos ojos y unió su otra mano a la de ella, apretándola. Ya no sentía miedo de estar a solas con Geñita y ella se sentía segura a su lado. Juan era ahora verdaderamente feliz.
PENSAMI ENTOS Confucio fue el más célebre filósofo de China, fundador de una religión de ideal elevado. Nació en el 551 y murió en el año 479 antes de Cristo. He aquí un pensamiento de Confucio: “ Amemos a los demás como a nosotros mismos; mida mos a los demás como nos medimos nosotros; estimemos sus penas y sus gozos como estimamos los nuestros. Y cuando queramos para ellos lo mismo que queremos para yiosotros y cuando temamos para ellos lo mismo que para nosotros teme mos, entonces seguiremos las leyes de la verdadera caridad” Rabindranath Tagore fue un poeta y pensador orien tal. Nació en India en 1861 y murió en el mismo país en 1941. He aquí tres pensamien tos de Tagore: “ Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas.” “ Si engarzas en oro las alas del pájaro, nunca más volará al cielo ” “ Las estrellas no temen pare cer gusanitos de luz.”
RECREACI ÓN ecreacion
no es sólo, como muchos creen,
el recreo que tienen los niños en la es cuela. Recreación es todo aquel espar cimiento que necesitan chicos y gran des. Recreación no es, pues, un lujo. Recreación es necesidad, necesidad en todas las edades. Quizás nuestra madre no lo sabe, pero cuando ella se detiene en el pozo a charlar con la vecina está proporcionándose recreación. Quizás el viejo nuestro no lo sabe, pero cuando se sienta en el batey para jugar domi nó con los amigos, se está proporcionando recreación. Quizás el abuelo no lo sabe, pero cuando se pone a hacer chistes de su época está llenando para sí mismo la necesidad que tiene de recreación. Todo ser humano tiende a buscar alguna clase de desahogo para entretenerse en sus ratos libres. Unos bai lan, otros leen, otros cantan, otros juegan, otros charlan, pe ro todos están recreándose. Y para todos ellos esto es tan im portante como el infantil recreo para los niños en la escuela. ¿Por qué? Porque la vida humana no puede ser sólo tra bajo. Porque la mente y el espíritu no pueden soportar la tremenda carga de estar siempre concentrados en una sola cosa. La mente y el espíritu necesitan descanso. Y ese des canso sólo se logra variando la tarea diaria, compartiendo el tiempo en diversas actividades. Hay que darle a la mente y al espíritu tanto descanso como le damos al cuerpo. Es lástima que algunos de nuestros mayores no entien dan esto. Es lástima porque, al no entenderlo, tratan de im
pedir que nosotros los jóvenes tengamos la recreación que es necesaria para nuestra salud espiritual. Es lástima también porque ellos, aunque crean lo contrario, necesitan de esa dis tracción y de ese esparcimiento tanto como nosotros. Es lástima, por otro lado, que algunos de nosotros, los jóvenes, no sepamos distinguir entre recreación sana y lim pia, y diversiones dañinas al cuerpo y al espíritu. Es lástima porque así no sólo estamos empleando mal nuestro tiempo libre sino que, además, nos estamos haciendo daño a nos otros mismos. Si viejos y jóvenes, hombres y mujeres, entendiéramos bien esta necesidad que es la recreación para todos, podría mos unirnos y hacer algo de provecho en el barrio. ¿Qué po dríamos hacer? ¿Un centro de recreo? ¿Un centro comu nal? ¿Un teatro? ¿Un comité de recreación? ¿Una cancha para deportes? Eso depende de lo que todos decidamos hacer. Porque es un problema tanto de los jóvenes como de los ma yores. Es un problema que no va a resolverse de la noche a la mañana. Es un problema que necesita estudio y medita ción. Pero mientras estudiamos el problema, mientras maduramos un proyecto de recreación para nuestro barrio, vea mos algunas actividades divertidas en las cuales pueden par ticipar sanamente viejos y jóvenes, hombres y mujeres. He aquí varios juegos y concursos para diversión de todos. Encontraremos juegos al aire libre, juegos para el in terior, juegos de “ magia,” juegos, en fin, en los cuales pue de participar desde el más pequeñín de los barrigones hasta el más venerable de los abuelos del barrio. Todo es cuestión de gusto, de humor y de buena voluntad.
J UEGOS AL AIRE LIBRE EL JALÓN Este juego es para aquellos que no tengan miedo de “ perder” un brazo. Dos contrincantes se sientan en el piso, frente a frente y tocándose las plantas de los pies. Sentados en esta posición agarran con ambas manos un palo de tres pies de largo, po co más o menos. Cuando se les da la señal de “ ya,” cada uno trata de levantar del piso al otro, o quitarle el palo, halando con un movimiento lento y recto hacia sí. -El que logre levantar al otro del piso o hacerle soltar el palo, gana.
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REMOLCADOR Para este juego se necesita una soga sin fin con sus cabos atados por un nudo y bastante larga, de modo que cuando se extienda en círculo, teni
ga un diámetro de unos cinco pies. Cuatro hombres agarran la soga con una mano en dis
tintos sitios y halan hasta form ar un cuadrado.
A cuatro
pies más allá de donde cada jugador pueda alcanzar, se co loca una piedra o cualquier otro objeto. Cuando se da la se ñal cada jugador hala la soga con una mano, tratando de aga rrar la piedra con la otra. El jugador que la recoja primero, gana.
CARRERA ENYUNTADA Este juego puede jugarse con dos o más equipos. Es una variación sumamente divertida de las carreras corrientes. Cada equipo se compone de cuatro jugadores. Los equi pos se alinean tras el punto de partida. Todos los jugadores están cogidos de la mano. A una señal, los equipos corren ha cia una meta marcada.
El equipo que no mantenga las ma
nos unidas, pierde aunque llegue primero. La carrera pue de ser a 50 ó 100 yardas. El equipo que llegue primero con todas las manos aún cogidas, gana. Otras variaciones del mismo juego: a) En vez de darse las manos, los jugadores pueden tomarse del brazo. b) Pueden usar una vara de 6 a 8 pies de largo. Los jugadores de cada equipo sostienen la vara con am bas manos frente al pecho y corren así enyuntados.
JUEGOS PARA EL INTERIOR (Estos juegos pueden jugarse en el interior de una ca sa, de un rancho o de un centro de recreo. Nada impide, por otro lado, que se jueguen en el batey o debajo de un árbol si no hay amenaza de lluvia. Todos son entretenimientos para viejos y jóvenes.)
SONRISITA Como el nombre indica, este juego es de risas y más risas. A aquellos que les guste reír, ¡esta es su oportunidad! Se divide el grupo en dos equipos, que se alinean mirán dose a unos 10 pies de distancia. Un equipo se llama cara y otro cruz. El líder arroja una moneda al aire y llama en voz alta el lado que ha salido: cara o cruz. Si llama cara, el equipo con ese nombre ríe, mientras los del equipo cruz se mantie nen serios. Desde luego, las “ caras” tratan de hacer reír a las “ cruces.” Los que se rían tienen que irse al otro grupo. Se sigue tirando la moneda hasta que uno de los grupos desa parece. El grupo ganador es el que ha hecho que los miembros del otro grupo se sumen al suyo.
EL CUENTO INCOMPLETO Este juego viene de perillas para los “ cuentistas.” Para este pasatiempo se escogen varios concursantes. El líder del juego pide a uno de ellos que comience un
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cuento y hable por un minuto, entonces pide al próximo que siga el cuento desde donde el otro le dejó. Así se sigue la his toria, cada uno diciendo lo que piensa. Recuerden que cada uno puede usar su imaginación para continuar el cuento co mo crea debe ser. El último debe darle fin apropiado a la his toria. ¡ Imagínense qué cuento formidable será ése con tantos cuentistas colaborando!
ASIENTOS MUSICALES Los jugadores están de pie junto a sillas, bancos o ca jones. Hay un asiento menos que el número de personas. Cuando comienza la música, que puede ser con un ins» trumento o cantada por los demás, todos se levantan y mar chan alrededor de los asientos. Cuando la música para, to dos tratan de sentarse. El que se queda sin asiento se elimi na. Así continúa el juego, quitando una silla cada vez, para que uno tenga que quadarse de pie. El último en sentarse
JUEGOS DE MAGI A (Si alguien quiere echárselas de “ mago” aquí hay dos juegos que le dan buena oportunidad de lucirse. Esto es, ¡siempre que sepa hacerlos bien y que los demás no conozcan el secreto!)
CENIZAS MÁGICAS El líder de juego o el “ mago” toma un pedacito de papel por cada persona presente y les pide que digan el nombre de una persona famosa. El líder escribe cada nombre en un pedacito, lo dobla y lo echa en una bolsa, o sombrero, o cat
ja. Se revuelven y uno de los presentes coge uno y lo deja doblado. El líder to ma los restantes y los quema. Estudia las cenizas, medita por un rato y final mente dice el nombre escrito en el peda cito de papel que sostiene la persona. Es ta, abre el papel ¡y efectivamente, el “ mago” ha adivinado! SECRETO: El mago escribe el primer nombre que le dictan en todos los papeles. Desde luego que no impor ta qué papel cojan, él sabrá siempre, puesto que en los papeles sólo hay un nombre: el primero. Simple, ¿no?
ADIVINA ADIVINADOR En esta suerte, el líder del juego o el “ mago” se ha
puesto de acuerdo con otro, a quien envía fuera del salón. El “ mago” dice al grupo que él y su amigo pueden “ hablar” de mente a mente. Pide a alguien que diga un número del 1 al 10 y anuncia que el otro adivinará el número poniéndole las manos en las sienes solamente. Se llama al otro, viene y pone las manos en las sienes del líder. ¡Se miran fijamente y al fin el hombre dice el número! SECRETO: El líder del juego o “ mago” aprieta y suelta la quijada. Esto da un movimiento en las sienes que puede sentirse pero no se ve. Las veces que el mago apriete las quijadas es el número dicho. ¡Qué fácil!
CONCURSOS (H e aquí dos juegos de concursos. El primero es para aquellos que tienen, o creen tener, habi lidad de cantantes. El segundo es para los que pretenden ser actores.)
CANTA CANTADOR Se colocan dos personas, de espaldas uno al otro. El lí der de juegos da una señal y ambos jugadores se ponen de frente y empiezan a cantar cualquier canción que deseen. Al final de un tiempo corto (puede ser 30 segundos) se les da otra señal y se callan. El líder pide a la gente que aplauda a los dos; el mayor aplauso indica el ganador. El ganador puede ser retado por otro.
LOS IMITADORES Este juego es formidable para los que deseen probar sus habilidades como actores. Es casi co mo si estuviéramos haciendo teatro en el barrio. Veamos. Se escogen seis u ocho personas y se colocan de frente a una pared, de espaldas a la gente. Se toman tres personas que servirán de jurado. El del juego dice una situación que ellos deben imitar. Por ejemplo puede decir: “ Ustedes son viejas miedosas y ven un muerto. Voltéense y posen.” Los jugadores se vuelven y cada uno trata de asumir la pose apropiada imitando con muecas y gestos lo que se les ha su gerido. Los jugadores mantendrán la pose hasta que el jura do seleccione la mejor. El ganador se sienta en un lugar reservado y se trae otro grupo más. Cuando no haya nadie más para competir, entonces los ganadores compiten unos con otros por el cam peonato final. Algunas poses buenas para el juego de “Los Imitadores” 1.— Una mujer tímida ve un ratón.
2. — Un jugador de béisbol discutiendo con el árbitro. 3. — Una novia mirando amorosamente al novio. 4. — Un hombre que se da en la espinilla. 5. — Una vieja gruñona que ve a dos novios besarse. 6. — Un viejo sin dientes comiendo mofongo. 7. — Un orador terminando un discurso político. 8. — Un nene chiquito llorando. 9. — Un gato que se encrespa porque ve a un perro.
¡QUIEN ENTIENDE A LA GENTE! (Cuento) Por J. L. Vivas Maldonado Por más vueltas que José Luis le daba al asunto, no lo graba aún entender. Por momentos le parecía tener la con testación, pero luego la rechazaba. ¿Por qué demonios prime ro le dieron permiso para ir al baile y de pronto, de la noche a la mañana, le dicen que no? Terminó de cortar la leña y co menzó a cargarla hacia el rancho. Había llovido esa mañana y de la tierra salía ese olor tan rico a vegetación mojada, de tierra fértil que se brinda a la fecundación. Por entre las ramas de los palos se colaba el sol, medio paliducho aún, y formaba rompecabezas de luz y sombras en el suelo. José silbaba suavemente mien tras se dirigía al establo. Era un muchacho de unos quince años. Tenía los ojos grandes y salto nes y muy negros. La frente era ancha y sus orejas chatas y largas. Su tez es taba llena de pecas y lunares. Vestía pantalones
azules y camisa blanca.
“ Si papá me da permiso, que es siempre el más fuerte, ¿por qué ahora la vieja viene con eso de que no puedo ir? ¡Y después que ya le había dicho a los muchachos que me esperasen! Eso es lo que pasa con estos viejos anticuados . . . nunca quieren dejar a la juven tud divertirse.”
Puso el haz de leña en una esquina del establo y se sen tó sobre un mazo de yerbas. Del bolsillo posterior sacó un pa quete enliado en un pañuelo y lo abrió. Una cuchillita de se guridad para mondar chinas, treinta y cinco centavos, un aro con un corazón que decía: “ Te amo” y un papel doblado en mil dobleces. Contó los treinta y cinco centavos cuidadosa mente. “ Tengo que guardar más — pensó— necesito por lo menos, un peso para el bailecito. El problema es conseguir permiso. Porque cuando la vieja se empantalona, ¡ay bendito! El día que amanece con el moño parado no hay quien se le pegue.” Se sonrió y dijo en voz alta: “ Todavía me acuerdo del último escobazo que me atracó. Pero también hay que re cordar que yo soy un hombre . . . con no via y todo . . . Al pensar en hom bre,
se
levantó
la
manga y flexionó el brazo.
Tocó luego el
mollero duro y sintió una
gran
satisfac
ción. “ Y que eso no viene
con
la cami
sa,” dijo. — C hegüi.. . ¡ Chegü iiiiiiiiii!— La voz le sacó de sus pensamientos. Era doña Herminia, su madre, quien lo llamaba. “ ¿Para qué me querrá ahora? Seguro que es para otro mandado. Y siempre con el Chegüi. Como si fue ra un nene. ¡Bonito voy a estar si los muchachos oyen ese nombre!”
De mala gana se incorporó y comenzó a caminar lenta mente hacia la casa. Por el camino se detuvo vanas veces. “ Que espere. Que para trabajar hay tiempo.” La voz de la madre se dejó oír de nuevo autoritaria y José Luis gritó: — Y a voy — y añadió en voz baja— ¿para qué tanta prisa? — Porque eso no lo iba a decir en voz alta. ¡Qué va! Cuando llegó a la casa vio a doña Herminia asomada al balcón. Tenía el pelo recogido en un moño abultado sobre la nuca. — ¡Muchacho! . . . ¿me tengo que desgalillar para que vengas? José Luis no repuso y corrió hasta llegar a ella. “ Al toro hay que cogerlo por los cuernos,” pensó. D ijo: — Ya terminé de coger leña. ¿Quiere que le haga algo más? Sí . . . vete a la tienda de don Firme y cómprame una libra de manteca, dos de arroz y media de almidón. “ Eso lo sabía yo . . . qué bueno es tener quien vaya a hacer mandados,” pensó, pero dijo: — Voy volando vieja . . . Oye, este . . . Doña Herminia lo miró, dándose cuenta de que algo esperaba de ella y preguntó: — ¿Qué es? — Pues que . . . Acaba muchacho . . . que tengo que lavar . . -. José Luis no respondía, dibujando figuras imaginarias en el piso con el pie. Doña Herminia sonrió, pero adoptando un gesto de enfado, dijo: — Bueno, si no vas a hablar pues me voy, que tengo que hacer . . .
Y entró por la puertá dejando a José Luis recostado en la misma posición contra los balaústres del balcón. “ No me dejó ni hablar. ¿Ves? — pensaba consigo mis mo— Uno no tiene la oportunidad de hablar ni de discutir. Lo mandan a callar.” Y dando una patada se dirigió a la tien da mientras en su pensamiento se veía a sí mismo un hombre ya de 25 años, haciendo lo que le venía en ganas, sin que na die se atreviese a intervenir. — José Luis, ¿qué haces? — preguntó un muchacho rubio y de ojos verdes que se acercó a la tienda. — Vine a comprarle a la vieja unas cosas. — ¿Q ué.. . vas al baile? — Pues seguro que s í ... no me lo pierdo por nada del mundo. José Luis pensó en la negativa de su madre y que lo más seguro era que no fuera, pero añadió: — Los viejos no me dicen nunca que no para estas co sas . . . yo digo que voy, más nada. El muchachón rubio lo miró y d ijo : — Ah, en casa no son así. Tengo que suplicar más que nada para que me dejen ir a un sitio. José Luis sintió la inmensa alegría de saber a otro com pañero en su “ terrible” desgracia y continuó: — Es que tú eres muy zángano . . . deja . . . pues vete . . .
Si la vieja no te
El otro lo miró incrédulo y preguntó: — Oye, ¿tú has visto al viejo mío? ¿Tú sabes que da más duro que un burro? ¡Deja eso! José Luis creyó necesario hacerse todavía más impor tante y repuso: — Pues a mí no . . . Si no me gusta algo . . . no lo ha go . . . y no hay quien me obligue. — Oye — dijo el otro súbitamente— vámonos para la charca de la Valentina . . . — No, tengo . . . tengo que llevarle esas cosas a la vieja. — Que espere. ¿Tú no dices que la tienes acostumbra da? Ese era un callejón sin salida para José Luis. ¿Y aho ra, qué hacer? — No, si no es por eso . . . pero tengo que ver a María . . . para lo del baile . . . ¿sabes? ¡Esa era la salida! Porque el otro no podía saber que en su casa lo trataban igual. ¡No señor! — Bueno . . . pues nos vemos . ... — Sí . . .
y si no nos vemos mejor— repuso José Luis
riéndose. Tomó el paquete y comenzó el regreso hacia su casa. “ Así es que hay que hablar . . . para que respeten. Por que si uno se los deja montar encima . . .” “ Este condenado gallo no quiere salirme,” monologaba José Luis frente al espejo mientras formaba una y otra vez la onda del pelo. Vestía ropa limpia y el olor de la brillanti na que pusiera abundantemente en el pelo, era fuerte, muy fuerte. Se miró de nuevo y, satisfecho al fin, salió de la casa. En el patio estaba Doña Herminia tendiendo unas piezas de
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ropa que, atadas al cordel, se encabritaban con el fuerte viento. — V ie ja .. . ¿voy a casa de María? Doña Herminia miró la camisa limpia de José Luis, el cabello reluciente y grasoso hasta el cuello y preguntó: — ¿Y a vas a apestillarte? “ A y bendito. Ya empieza con un sermón . . .” pensó el muchacho. Vete . . . pero recuerda que tu padre llega pronto . . . Así que no te estés mucho. — A já . . .
Bendición.
— Dios te favorezca, hijo mío— repuso doña Herminia mirando a José caminar rápido. “ ¡Qué muchacho! Pensar que ayer no era más que un gritoncito en culeros. ¡Cómo se va el tiem po! Y es un buen muchacho . . . Bueno de verdad . . . Seguro que lo del baile lo tiene atravesado . . . pero cuando le demos la sorpresa se le pasa el entorunamiento . . Y doña Herminia continuó tendiendo la ropa mientras tarareaba alegre una canción.. . Cuando José Luis llegó a casa de María encontró a Ra fael, el muchacho aquel coloradote que estaba enamoriscado de ella. Además de tener 18 años, tenía un desarrollo muscu lar del demontre. Miró a José Luis como quien ve llegar a un estorbo. José Luis sintió cómo las orejas se le ponían colora das y el calentón malo le subía a la cabeza. — Hola, José Luis— saludó María alegre. José Luis no repuso y miró a Rafael. La muchacha se adelantó y le invitó: — Entra.
Rafael se volvió a él y dijo con tono irónico: — ¿Entonces, no te dejan ir al baile? — ¿Quién dijo eso?— preguntó José Luis amoscado. María intervino: — Bueno . . . Doña Herminia dijo que tú no ibas y . . . — Y o la invité a ir al bailecito— terminó Rafael re calcando las palabras. José Luis se levantó violentamente. Sentía la rabia co rriéndole por las venas y doblándole las manos en los puños apretados. — Eso de llevar a María ni te lo pienses . . . — ¿Sí?— preguntó Rafael poniéndose de pie — ¿y quién me lo va a impedir? — Este machito que está aquí. — Vámonos para abajo . . . José Luis midió la estatura del otro.
Vio sus puños
grandes, pero no sintió miedo. ¡ Eso no se podía quedar a s í! La muchacha tomó a Rafael de un brazo y suplicó: — Rafael, deja eso. José Luis miró la mano de su novia sobre el brazo de
Rafael y vio rojo. Sintió unas ganas terribles de atracarle un puño y saltó sobre él. En la confusión, María cayó sobre una silla y Rafael y José Luis cayeron al balcón, dando golpes a diestra y sinies tra. José Luis no sabía dónde daba; estaba repartiendo gol pes en todas direcciones. Un puñetazo del otro contra las cos tillas le hizo ver estrellas; otro contra la cabeza lo aturdió y otro contra el pecho lo dejó sin respiración. ¡Para qué se ha bría metido en esto! Ahora no había remedio. Y daba golpes en el aire. Contra los balaústres, contra sí mismo . . . en to dos lados, menos en la cara del odiado Rafael. En ese instante don Ramón, el padre de María, separó a Rafael quitándolo de encima de José Luis. Por unos momentos éste quedó en el suelo, tratando de llevar aire a sus pulmones. Al fin se levantó y mirando a Rafael dijo: — Esto lo terminamos en otro s itio .. . ¿sabes? — Cuando quieras y como quieras. Sin atreverse a mirar a don Ramón, José Luis se des pidió del grupo con un “ hasta luego” y comenzó a alejarse. Trataba de andar lo más recto posible aunque le dolía cuanta coyuntura tenía en el cuerpo. María lo llamó y corrió hacia él. — Recuerda que si tú no vas al baile, yo no voy con na die más— dijo sonriendo dulcemente. José Luis sintió de nuevo la hombría renacer aún por entre los chichones y las magulladuras: — La novia mía va a los bailes conmigo. Por eso le atra qué a ese hipopótamo. Para que aprenda. Y continuó caminando, creyendo en las palabras que había dicho . . .
O pensando que quizás ella las creyese.
José Luis llegó a su casa con un gran torbellino en su men te. Tenía un ojo negro, la ca misa rota y sucia y no iba al baile. ¿Qué dirían sus padres* al verlo? Sumido en la más grande confusión, buscaba una solución a su problema. ¡Que era inmenso! No había duda. “ A veces los hombres tienen que llegar a grandes decisio nes,” pensaba. De pronto vio luz en sus tinieblas . . . ¡Fu garse! ¡Sí! ¡Esa era la solu ción! Iría bien lejos, adonde pudiera hacer lo que le viniera en gana. Y se vio a sí mismo trabajando como caminero . . . como carpintero . . . muerto de hambre . . . luego rico . . . ¡Los sacrificios que hay que hacer! Subió a la casa y penetró en su cuarto con el mayor si gilo. No encendería la luz siquiera. Oyó a sus padres hablan do en la cocina. ¡Qué de castigos y bofetadas si supiesen lo que había pasado! Rápidamente juntó ropa y zapatos y los colocó en un lío. En esos instantes sintió detrás de él unos pasos y al volverse vio a sus padres entrando a la habitación. ¡Muchacho! ¿Qué haces aquí en la oscuridad?— pre guntó doña Herminia encendiendo la luz. — Nada . . . estaba . . . ¡Muchacho! ¡Cómo tienes la ropa!— exclamó su ma dre avanzando hacia él — ¡Y ese ojo!
El padre, que traía ambas manos tras la espalda, se aproximó y preguntó: — ¿Qué fue eso? — Nada . . .
me caí por un barranco y me di en el ojo
con un espeque— mintió José Luis pidiendo interiormente que no viesen el lío de ropa. Don Vale sonrió comprensivo y dijo: — Tienes que tener más cuidado con esos “ espeques,” ¿ah? Pero toma— terminó, enseñando un paquete que tenía escondido. José Luis miró el paquete sin comprender. El espera ba un bofetón y en cambio . . . Ante la sonrisa de sus padres tomó el paquete y lo abrió. Era una cam isa; una camisa nue va y bonita, igual a la que él tanto deseaba tener. — Ahí la tienes. ¿Te acuerdas?— preguntó doña Her minia. — ¿Pero? — La camisa que pediste el mes pasado. — Por la que te emberrinchaste cuando yo te dije que no tenía plata para comprártela— intercaló el padre. José Luis los miró asombrado. Recordaba la cuestión de la camisa. ¡Seguro que sí! El creyó que era que ellos no querían comprársela. — Pero si no voy al baile. — Vas al baile, José Luis. Te dijimos que no para que la sorpresa fuese más grande . . .
¿Te gusta?
José Luis no contestó. Se le apretaba un nudo en la gar ganta que le impedía respirar. Igual que el puño que le ha bía dado Rafael.
Miró a sus padres, a la camisa, al lío de ropa y repuso: — Y o no sabía que . . . Y no pudo proseguir. La emoción era muy grande pa ra hablar. Don Vale y doña Herminia salieron de la habita ción. José Luis pensaba en todos los malos ratos pasados úl timamente. Pensaba en la injusticia de sus padres al enga ñarlo con lo del permiso. ¿Por qué los viejos tenían que hacer esas cosas? No era justo, ¡caramba! Bueno, iría al baile. Pero a pesar de su alegría le quedaba un saborcito amargo en el alma. Y acariciándose distraídamente el ojo negro e hincha do repetía: ¡Quién entiende a la gente! ¡Quién entiende a la gente!
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ANE CDOTA LUIS MUÑOZ RIVERA Siendo muy joven aún, don Luis Muñoz Rivera escri bía poemas, cosa que no era del agrado de su padre. Decidi do a ganarse la admiración del padre para sus poemas, los publica entonces bajo seudónimo, es decir, con nombre fingi do. Su poema Varsovia gustó mucho a su padre, Muñoz Be rrios. Llamándole, le enseñó el periódico y le d ijo : — Ahí tienes una poesía bien escrita. ¡Eso es ser poe ta! Si tú escribieras así, yo te aconsejaría que siguieras es cribiendo versos. .
— ¿ Te gusta ese poema?— preguntó Muñoz Rivera son riéndose. — ¡Cómo no, si es m agnífico! 44
— Pues bien, papá, te voy a decir quién es ese poeta— y sacando un papel del bolsillo interior, le dijo mostrándoselo: — Aquí tienes la firm a del autor— y ante el asombro del señor Muñoz, añadió: — Sí, papá. La poesía es mía. Desde entonces su padre no se opuso más a que Muñoz Rivera escribiese poemas.
ADIVINANZA En el cielo no lo hubo. En el mundo no se halló. Dios con ser Dios no lo tuvo y un hombre a Dios se lo dió. El agua del bautismo. \
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SABI DURI A sed
de saber es otra de las caracterís
ticas de esta edad que llamamos juven tud. La vida se abre ante nosotros como una gran pregunta: “ ¿Por qué?” Que remos saber el porqué de las cosas. Que remos saber y saber. Y buscamos las contestaciones a nuestras preguntas en la experiencia de los mayores, en la sabiduría de la religión, en la instrucción de la escuela, en la revelación de los libros. Y a ello vamos añadiendo la contes tación que poco a poco nos da nuestra propia experiencia. No es fácil ser joven hoy día. El mundo pequeño de nuestro barrio es un mundo vivo que aspira a mejorar y a progresar. El mundo más grande de la Isla está luchando también por su mejoría material y espiritual.
Y el otro
mundo, el mundo de las naciones más allá de los mares que nos rodean, tiene ante sí el terrible dilema de escoger entre la guerra y la paz. No es fácil ser joven hoy día. Las res ponsabilidades son grandes para la juventud. Y por ello, más que en otras épocas, los jóvenes tenemos que buscar apoyo en la sabiduría para enfrentarnos a la tarea que nos corresponde. Las responsabilidades que tenemos para con nosotros y para con los demás no deben, sin embargo, hacernos pesi mistas. Todo lo contrario. Hay mucho por hacer. Y podemos hacerlo bien si lo hacemos con fe y con alegría. ¿Para qué hacerlo así? Para dar a nuestro barrio, a nuestra patria y al mundo lo que nos corresponde como parte que somos de la humanidad.
Por otra parte, como individuos, nos encontramos en un mundo de mucha competencia. En Puerto Rico somos mu chos y de esos muchos la mayoría se prepara bien. No pode mos, pues, quedarnos atrás. No podemos ser de los pocos que por vagancia o por terquedad le damos la espalda a la instruc ción. No podemos ser de los que creen que hoy día se puede llegar lejos sin la ayuda de la escuela y del estudio. Tenemos que mantener viva en nosotros la sed de saber. De tal modo que no nos conformemos con lo que aprendamos en la escuela. De tal modo que además de los estudios escolares podamos buscar y encontrar sabiduría en los libros. Leer, leer mucho es una de las responsabilidades más importantes de nosotros los jóvenes. Cada vez que por medio de la lectura nos acerquemos al pensamiento de los grandes hombres, hombres grandes de Puerto Rico y del resto del mundo, estaremos enriqueciendo nuestra sabiduría. Veamos ahora algunas cosas que hombres grandes de nuestra historia o de la historia del mundo sintieron y dijeron. Veamos también algo que dijo Uno que además de Hijo del Hombre, fue Dios. Sus palabras eternas tienen siempre sabor a cosa fresca, nueva, reveladora.
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ANE C DOTAS DE HOMBRES GRANDES Una anécdota es una narración breve de algún suceso particular, casi siempre relacionada con personajes históricos. Veamos algunas de ellas.
ANÉCDOTA DE HOSTOS Eugenio María de Hostos es uno de los hombres más grandes que ha dado América.
Nació en
Mayagüez, en el año 1839. Fue un famoso m a e stro , e s cr ito r , pensador, sociólogo y político. Eugenio María de Hostos iba una vez de Colón hacia Callao, en Panamá. No tenía mucho dinero y deci dió comprar un pa saje de tercera. Estos pasajes eran para ir sobre cubierta, bajo el sol y la lluvia y ro deado de bueyes, caballos y terneras. Al pedir el pasaje al encargado, preguntóle éste: — ¿Para usted, señor? ¿En tercera? — Para mí— repuso Hostos con la mayor tranquilidad.
— Pero mire, señor, que sobre cubierta no van los caba lleros. .. — ¿Van los hombres?— preguntó de Hostos mirando fijamente al encargado. — Bueno sí, van cholos, negros, mulatos y sirvientes— repuso el otro con desdén. — Pues deme el pasaje de tercera, porque yo ¡soy hombre antes que caballero!
ANÉCDOTA DE JOSÉ PABLO MORALES José Pablo Morales nació en Toa Alta. Fue el primer gran líder obrero puertorrique ño del siglo pasado. Vivió su juventud en el campo y era hijo de personas ricas. Aún así, sin tió
desde pequeño un gran
amor por los esclavos y los jor naleros, ayudándoles a través de toda su vida. Allá para el 1846, los padres de José Pablo Morales lo envia ron al pueblo a comprarse ropa apropiada. Salió de madrugada acompañado por un fiel esclavo. Al día siguiente estaba de regreso. — Ya está el niño de vuelta, doña Ana— gritó uno de la hacienda. El coche se detuvo frente al largo balcón de la casona. Saltó José Pablo del coche con un gran bulto y lo arrimó a
la escalera donde sus padres, doña Ana y don Ramón, lo esperaban para darle un beso. — Vente, vamos a ver qué has comprado. Si sales a tu padre no debes tener mal gusto. A él siempre le ha gustado la ropa buena— dijo la madre. — Ya verá s.. . Ya verán ustedes lo que he com prado... Sobre la mesa grande del comedor, a la luz de un quin qué abrió el gran paquete. En voz alta, fue anunciando cere moniosamente: El Quijote, de Cervantes; la historia de España; Historia Natural, del padre Mariano; Vidas de hombres célebres, de Quintana. Los padres se contemplaban en muda admiración. En vez de comprar ropa, José Pablo había comprado libros para saciar aquellas ganas inmensas de leer y aprender que habrían de llevarle a ser uno de los más distinguidos periodistas de su época y el primer gran líder obrero puertorriqueño.
ANÉCDOTA DE BETANCES Ramón Emeterio Betances nació en Cabo Rojo en el 1827. Se distinguió por sus luchas por la libertad de los esclavos y por la liber tad de Puerto Rico de la tiranía colonial de España. Allá para el año del 1863, el gober nador español de la isla, Félix María de Messina, hizo comparecer en palacio a Ramón Emeterio Betances para obligarle a que cesase en su campaña contra el gobierno. Frente a frente se hallaron los dos hombres, el uno pode roso por su autoridad, el otro grande por su vida ejemplar. — Tenemos poco tiempo y deseamos no gastar el suyo tampoco. Conocemos sus opiniones y las respetamos perso nalmente. Pero no podemos permitir que esto continúe— dijo el gobernador. — Si su Excelencia fuese un poco más explícito, enten dería lo que quiere decir. — Sus actividades son muy notorias, las explicaciones huelgan. No ha contestado a nuestra petición de cesar esas actividades antiespañolas. — Mientras haya esclavos en Puerto Rico yo trataré de ayudarlos en lo que pueda— dijo Betances con voz firme. — ¿Y respecto a su campaña contra la madre patria? — Su Excelencia, alguien dijo una vez que nadie escoge al nacer eL papel que va a representar. Lo único que debemos hacer es representarlo bien. Y o soy puertorriqueño. — ¿Y ser puertorriqueño significa ir contra la madre patria?
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— Significa amar la patria propia sobre todas las cosas, después de Dios. Messina enrojeció al oír a Betances. Mirándole fija mente, exclamó con voz alterada: — Pues bien, doctor Betances, de continuar usted en sus actividades yo me veré obligado a ahorcarle de una de las almenas del Morro. Betances se levantó del asiento lentamente. Miró frente a frente a Messina. Luego, con voz pausada, pero enérgica, repuso: — Pues tenga bien entendido, general Messina, que la noche de ese día yo dormiré más tranquilo que Vuestra Exce lencia. — Y haciendo una profunda cortesía salió de la habi tación, mientras Messina, furibundo, quedaba de pie tras el inmenso escritorio de caoba.
ANÉCDOTA DE SUCRE Antonio José de Sucre fue un general famoso y lugarteniente del gran Simón Bolívar. Nació en Vene zuela en el 1793..Libertó a Bolivia del dominio español y fue su primer presidente hasta el 1829.
Paseábase una vez el general Antonio José de Sucre por las calles de La Paz, capital de Bolivia, cuando se le acercó un chiquillo de unos doce o trece años de edad, con un ciga rrillo apagado en los labios. — ¿Me da candela?— preguntó el chiquillo con la mayor naturalidad.
Sucre observó al jovenzuelo por unos instantes y luego repuso: — Desde luego. Toma— y colocó el cigarrillo que fumaba entre sus labios. El chiquillo, que no llegaba al nivel de la boca
del
libertador,
exclam ó: — ¡ Pero es que no la alcanzo! — Pues tendrás en tonces que esperar a crecer para alcanzar la, ¿no te parece? Y el patriota sud americano
prosiguió
tranquilamente su in terrumpido paseo.
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FABULA Esta fábula fue escrita por Esopo, escritor griego que vivió 500 años antes de Jesucristo.
Tenía un anciano labrador dos hijos. Habiendo caído gravemente enfermo y sintiéndose morir, los llamó a su cabe cera y les habló a sí: — Hijos míos, yo me muero, pero antes quiero deciros que toda la fortuna que os puedo dejar, y que os repartiréis en dos mitades, es la granja y las tierras. Deseo que las sigáis cultivando pues en ellas, a uno o dos pies de profundidad, hay un tesoro. Creyeron los hijos que su padre hablaba de algún dinero enterrado en las heredades, y así, después de su muerte, pu siéronse solícitos a cavar sus tierras palmo a palmo. Exte nuados de fatiga, no hallaron al fin tesoro alguno. Pero la tierra perfectamente desterronada y removida, les dio una abundante cosecha que fue la justa recompensa de su trabajo.
El trabajo constante es fuente de riqueza.
BI ENAVENTURANZAS Sermón de la Montaña: La filosofía de la religión cristiana está contenida en estas palabras que Jesús pronunció en una montaña ante el pueblo judío.
“ Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
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Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, por que ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución injusta, porque de ellos es el reino de los cielos.”
PENSAMIENTOS DE CONFUCIO, FILÓSOFO CHINO “ Es de almas grandes vengarse de las injurias con beneficios.” “ Nunca hagas apuestas. Si sabes que has de ganar, eres un picaro; y si no lo sabes, eres un tonto.” “ Ver lo justo y no obrar de acuerdo con la justicia es una cobardía.” “ No rectificar un error cometido es cometer otro error.”
¡ERES UN HOMBRE! Rudyard Kipling — fue un escritor y poeta inglés nacido en Bombay, India, en el 1865. Murió en el 1946. He aquí su definición de lo que es un hombre: Si te conservas sereno, aún cuando los demás no lo estén; si crees en ti mismo, aun cuando los otros de ti duden; si esperas sin desesperar; si no te ha contaminado la mentira que te rodea; si siempre odiado, en ti no cabe el odio;
si aún puedes soñar, pero no te haces esclavo de tus sueños; si aún puedes pensar, pero no es el pen samiento tu único fin ; si ante el triunfo y el desastre perma neces impasible;. si no toleras que los bribones, para en gañar a los tontos, interpreten torcida mente la verdad; si con tu voluntad, tu única riqueza, que te dice ¡prosigue!, puedes esforzar a tu corazón debilitado y a tu cabeza exhausta a persistir en el esfuerzo; si de ti todos pueden esperar ayuda, pero eres libre de pres tarla sólo á quien quieras; si puedes llenar cada minuto inexorable con sesenta segundos de labor; entonces, tuya es la tierra, y lo que es más, ¡eres un hombre!
PENSAMIENTO DE EUGENIO MARÍA DE HOSTOS “ La patria nos impone deberes como nos da derechosf y si no sabemos cumplir con los deberes, ¿con qué motivo nos quejamos de no poder gozar de los derechos?”
¿SABEMOS CÓMO SOMOS? Antonio S. Pedreira fue un famoso escritor, ensayista, crítico y maestro puertorriqueño. Nació en San Juan en 1899 y murió en el 1939. Su obra más conocida es el libro Insularismo, en el cual hace un análisis franco de nuestra perso nalidad de pueblo.
Quizás Pedreira pudo equivocarse juz
gando algunas cosas nuestras. Pero todos hemos de agrade-
cerle que escribiera la verdad monda y lironda, todas las ve ces que creyó haber descubierto una verdad. Porque Pedreira fue enemigo de la hipocresía. Llamó al pan, pan y al vino, vino. Por eso criticó tanto la tendencia de nosotros los puer torriqueños a “ dorar la píldo ra.” Refiriéndose a este defec to nuestro dice en su libro: “ Hemos aprendido a perfec ción a ‘dorar la píldora.’ La vagancia se disfraza de ‘indo lencia’ o de ‘desempleo’ ; el cri men, de ‘homicidio.’ Las pala bras estafador y ladrón van perdiendo su uso. Cuando una persona dispone del dinero que no le pertenece se habla de ‘irregularidades,’ de ‘malversación o distracción de fondos.’ j Cayó en desgracia!— decimos todos, compungidos. A l borra cho profesional le llamamos ‘buen tercio,’ y a la mujer que fuma, que bebe y que corre la calificamos como ‘moderna.’ Para cada truhanería tenemos un paliativo porque lo que importa es ‘cubrir las form as.’ Y en el mismo sentido que ‘doramos la píldora,’ doramos nuestra vida.” Vemos por la muestra anterior cómo Pedreira, orien tador de juventudes, deseaba que fuésemos francos y sinceros con nosotros mismos. “ Dorar la píldora” podrá parecer cor tés o caritativo, pero es una form a de engaño que a la postre nos hará más daño que bien.
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LIBROS
Francisco Alvarez nació en Manatí en el 1847. Se educó a sí mismo leyendo y estudiando solo. Fue poeta y pe riodista. Murió en el 1881. De él es este fragmento de poema. ¡Dadme libros, dadme libros que templen mis hondas penas, y esta sed que siente el alma de arte, luz, verdad y ciencia!
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EL TRABAJ O rabajar
por el pan nuestro de cada día
es algo que aprendimos desde pequeños. Lo aprendimos por el ejemplo de los demás. O lo aprendimos por la expe riencia de las pequeñas ayudas que fu i mos prestando a nuestros mayores. Nos otros los jóvenes trabajamos por el pan nuestro de cada día. Nadie nos tiene que decir que el trabajo es una necesidad. Porque lo sabemos. Lo sabemos bien. Lo que a veces no sabemos, o a veces olvidamos, es la actitud con que debemos enfrentarnos a esa noble necesidad que es.el trabajo. Para ser feliz en el trabajo es preciso que sintamos dos cosas. Una es la alegría y optimismo al em prender la tarea. Y ello sólo se logra si comprendemos nues tro trabajo, si nos gusta y nos satisface. La otra es el or gullo de lo que hacemos. Y ello se logra haciendo bien hecho lo que hagamos. Fijémonos bien, no es sólo hacerlo, sino hacerlo lo mejor, lo más sabiamente que podamos y sepamos. ¡Alegría y orgullo en lo que hacemos! He ahí los sentimien tos que son esenciales si deseamos que el trabajo sea fuente de felicidad y no una carga tremenda en nuestras vidas. En esta edad nuestra, en nuestra juventud, es el tiem po adecuado para decidir lo que nuestra actitud hacia el trabajo será para nosotros. ¿Aprender un oficio a la carrera para ganar dinero? ¿O aprender un oficio concienzudamen te, sabiamente, para además de ganar dinero tener la sa tisfacción de que nos guste, de que podamos gozar realizán dolo, de que sintamos el orgullo del oficio que escogimos?
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¿Labrar la tierra porque es el medio más a la mano que tene mos de ganar el pan nuestro? ¿O labrar la tierra con toda con ciencia de lo que la tierra significa para nosotros, para la patria, para los nuestros? ¿Labrar la tierra como cosa de rutina o labrarla como acto consciente de lo que es la agri cultura? Al trazar el surco, ¿nos importa poco que éste se trace en cualquier dirección? ¿O nos «preocupa que se trace de tal modo en relación al terreno como para evitar que las lluvias nos lleven la tierra nuestra a los ríos y más tarde al mar? De la actitud que escojamos ahora en nuestra juven tud dependerá que el trabajo sea para nosotros fuente de felicidad o carga tremenda en nuestras vidas. Pero la labor que nos da el sustento no es la única labor que ha de llenar nuestra existencia. El bienestar de nuestro barrio, el progreso de nuestra comunidad, necesita de nosotros los jóvenes. Y sin embargo, nos encontramos con una situación muy rara. A los quince años, en una u otra forma, estamos en condicionas de empezar a ganarnos la vida. Aceptamos eso como un hecho. Los mayores aceptan también eso es como un hecho. Por otra parte, a los dieciocho años el ejército nos considera en edad de matar y morir en la guerra. Aceptamos eso como un hecho. Los mayores también acep tan eso como un hecho. Pero ¿qué ocurre? Que casi nunca un hombre de quin ce años que ya se gana la vida, o un hombre de dieciocho años que entra al ejército para matar o morir, participa en las actividades importantes de la comunidad. Esto es clara mente una injusticia. Una injusticia que es preciso remediar.' Ahora bien, ¿quiénes son los culpables de tan injusta situación? ¿Son los mayores que no consideran a un hombre
de quince o de dieciocho años capaz de adoptar buenas ideas y brindar labor efectiva a la comunidad? Si son los mayores los culpables, nosotros los jóvenes tendremos que hacer algo. Tendremos que orientar y convencer a los mayores sobre nuestros derechos a participar en reuniones y en decisiones del barrio. ¿Y si no fueran los mayores los culpables? ¿Si fuéramos nosotros mismos que nos encojemos de hombros ante las actividades de la comunidad porque esas son ‘cosas de viejos” ? Si fuéramos nosotros los culpables tendríamos que hacer examen de conciencia y ver cómo estamos entregando torpemente un derecho que nos pertenece. Este derecho de la juventud a participar activamente en la vida de la comunidad es de tremenda importancia para todos. Porque el progreso del barrio, el mejoramiento de nuestra comunidad, no podrá nunca realizarse plenamente sin el empuje y el entusiasmo de la juventud. Los mayores aportan su sabiduría y su sensatez. Nosotros los jóvenes aportamos nuevas ideas y un entusiasmo siempre nuevo. La acción de grupos, la acción comunal, la acción colectiva por el bienestar de la comunidad, no podrá realizarse si falta la sabiduría y la sensatez de los viejos. Pero tampoco podrá rea lizarse si faltan las ideas nuevas o el entusiasmo de los jó venes. Los jóvenes renuevan al mundo. Los viejos mantienen su justo equilibrio. Unos no deben estorbar la misión de los otros. Porque a fin de cuentas es una misión sola: la del me joramiento de unos y otros.
EL REGALON (Cuento) por Domingo Silás Ortiz Siempre conservaré aquella carta de mi padre. Sus pa labras me convirtieron en un héroe. No había cumplido aún mis diecinueve años y estaba en la línea de fuego, peleando por la patria. Era el menor de cinco hermanos. Mi padre era un hom bre bueno, honrado y recto que no daba lugar a ser desobede cido y cuya palabra era palabra de rey. Mis hermanos lo res petaron aún después de casados y sus decisiones eran acepta das por todos, sin discutir. Mamá me había mimado como a su regalón e intercedía a mi favor cuando parecía inminente el castigo. Recuerdo con nos talgia
las
nutridas
reuniones de familia en la sala del viejo ca serón cuando venían mis hermanos y sus esposas e hijos con al guna que otra perso na participar. A ve ces, interesado en la conversación, salía de la esquina en que me arrinconaba con mis sobrinitos y me atrevía a hacer algún comentario. No tarda ban en pararme en seco con:
— Psss . . . el muchacho habla cuando la gallina . . . Me ruborizo al pensar las veces que en el corral me de diqué a vigilar las gallinas esperando que hicieran lo que me concedería turno para hablar. Nunca, desde luego, se realizó el milagro. Pero yo tenía entonces dieciocho años y me dolía aquella cómica reprensión que era acompañada por la risa contenida de los mayores. Un día me decidí a defender mi derecho a participar en la tertulia familiar. Se estaba comentando en el comedor la muerte de Pedro Pérez, un tocador de cuatro, cuando se me antojó decir: — Y o sé quien lo mató. Lo estaban diciendo en la tienda. — Mira, Miguel, el entrometió no muere en su casa. Aquí no se le está pidiendo opiniones a nadie . . . Aquello me aturdió. Yo siempre quise mucho a mi padre y aquel cariño me impedía faltarle. Mi madre notó mi hondo sufrimiento y habló: — Escúchame, Tomás, yo creo que podemos oir a Mi guel. El es ya un jovencito y puede que sepa algo del caso. Las palabras de mi madre me dieron valor para expre sarme : — Mire, papá, yo creo que tengo derecho a tomar parte en las conversaciones de mi casa. Ya tengo dieciocho años y ahorita me llaman del Ejército. — Tú bien sabes, Miguel, que los muchachos se callan cuando los mayores hablan. Y eso es eso — dijo mi padre, dán dome una severa mirada. No me atreví a contradecirle. Todos permanecieron ca-
liados. Bajé la vista y girando sobre mis talones salí de la ca sa, avergonzado de mi muchachez. Le pedí a Dios que del Servicio Selectivo me llamaran pronto. El pensar que tenía que esperar a cumplir los 21 años para ser tomado en serio por mi padre y por mis vecinos, me hacía sentir el profundo fracaso de mi juventud. Adivinaba que había una grave injusticia en todo esto, pero me había resignado a esperar. Un día trajeron a la finca unas mil semillas de plátanos y yo noté que estaban enfermas. Se lo dije al viejo Manuel, y le indiqué la conveniencia de pasarlas por agua caliente. El viejo trabajador se rió y me dijo:
— ¿Qué sabes tú de agricultura, muchacho? Esa semi lla está sana. Manuel las sembró sin desinfectarlas y aunque, respon diendo a la fuerza del abono reventaron lozanas las plantitas, mis conocimientos no aumentó mucho mi reputación como la gusanera las marchitó a las pocas semanas. El triunfo de agricultor. Otro día, ordeñando las vacas, me di cuenta de que la
ubre de Pinta estaba lastimada. Suponiendo conocer la razón pedí al Agente de Extensión Agrícola unos secantes
para
hacer la prueba de la mastitis y resultó que la vaca estaba enferma. Se lo informé a papá indicándole que debíamos usar pe nicilina o aureomicina para curar el ani mal. Se burló de mi falta de experiencia y de mis dieciocho años. — Muchacho, eso se cura con un baño de hojas de higuereta y y agrumo — me dijo. Al par de meses habíamos perdido nuestra mejor vaca. La mastitis se hizo crónica y yo me apunté otro triunfo que tampoco contó mucho para mi mayoría de edad. Tendría que aguardar tres años para que se me tomara en cuenta. Papá y mis hermanos recibían a cada rato invitaciones para reuniones políticas y para actos sociales. Yo les seguía hasta la puerta del local donde me quedaba rezagado, o si me colaba en el grupo hacía esquina de obligado silencio. La pe lusa escasa de un ligero bigote que empezaba a apuntarme, no me quitaba aquel letrero que parecía llevar puesto en el pecho: Inútil por falta de edad. Y lo bonito del caso era que en las discusiones de los problemas participaban algunas personas que hablaban a tontas y locas, con poco conocimiento de los temas, pero cuyos disparates provocaban aplausos quizás por que llevaban el sello de su mayor edad. Y o estaba en la guar darraya : era un hombre, entre los muchachos, y un muchacho entre los hombres. Aquello me desesperaba y hubiese dado cualquier cosa por llegar al glorioso número 21, para tener también derecho a discutir y a participar.
No puedo olvidar la solemne ocasión en que trajeron el cadáver de un condiscípulo mío, envuelto en la gloriosa bande ra por la que murió. Yo deseaba despedir el duelo. El murió en el frente de batalla a los 19 años. Habíamos sido muy buenos compañeros. Pero no me atreví a pronunciar palabra en el entierro. Lo hizo un señor de edad. Yo, sin embargo, me puse a pensar durante la cere monia: “ Juan murió peleando por la paz del mundo. Fue un héroe. Yo también puedo serlo. Para serlo no tengo que espe
rar tres largos años. Estoy en edad de pelear y morir por la patria.” Si me hubieran dejado hablar yo habría dicho algo sencillo y sincero tal como lo sentía en mi corazón. Pero el se ñor que despidió el duelo gritó con aire de pavo hinchado: “ La preciosa ofrenda de su vida es joya que adorna el altar de la democracia. Él cumplió con su deber como todo un hé roe. La paz y el destino del mundo dependen del valeroso esfuerzo de estos jóvenes que brindan sus vidas por la causa de la humanidad.” Cuando salí por el portón del cementerio pensé que como futuro defensor de la patria la gente iba ahora a mirarme con cierto respeto. Pero nadie me hizo caso. Nadie notó que yo tenía la misma edad del héroe
w
muerto. En esos días sucedió algo muy grave en mi hogar. Papá sufrió un derrame ce rebral que lo incapacitó. Mis hermanos casados, que no podían abandonar sus ocupaciones, se reunieron en casa y deci dieron poner a Manuel, el trabajador viejo, como administrador, mientras pa pá recuperaba. Manuel era un hombre lleno de experiencia, pero yo me sentía menospreciado. Por eso hablé: — Les voy a decir una cosa. Yo creo que tengo derecho a tomar parte en esta discusión. Ustedes saben que desde que ustedes se casaron y se fueron, yo he sido el brazo derecho del viejo. Todo lo que aquí se hace, desde ordeñar las vacas, aten der los cerdos y llevar el arado, lo he estado haciendo yo. Aho ra me paso los días atendiendo la cogida de café y soy el que va y viene del pueblo. Para cualquier cosa que aquí se mueve a quien llaman es a mí. No sé por qué he de seguir teniendo obligaciones y más obligaciones sin que se reconozcan mis dere chos. Y o creo que ya está bien con haberme tenido hasta hoy como el regalón de la easq. Ya yo me siento con suficiente ca pacidad. . . Mis hermanos me miraban con curiosidad. Aquella era la rebelión del muchacho. Mamá se había acercado al grupo y me contemplaba con cierta mezcla de tristeza y de resigna ción. Yo sabía que ella se pondría de mi parte. Mi hermano mayor habló: — Miguel, yo no quisiera quitarte la razón, pero me pa rece que eres muy joven para hacerte cargo de esta casa.
Contesté con rapidez: — Yo estoy dispuesto a demostrar lo contrario. Yo sé que sirvo para remedios. Mis hermanos se rieron de mi ocurrencia. Mamá intervino entonces: — Vamos a darle una oportunidad a Miguel. Y abrazándome, añadió: — Yo perderé a mi regalón pero la casa quizás gane un buen administrador. Ella, con su gran visión de madre, comprendía clara mente lo mucho de que era capaz la juventud de su hijo. Mis hermanos aceptaron la decisión de mi madre y yo presentí que estaba “ dando la talla.” Durante los meses en que me hice cargo de la finca, puse todo mi empeño en quedar bien, de modo que cuando mi padre volviera a tomar las riendas todo marchara a perfec ción. Aproveché para poner en práctica todos los consejos que me daban en Extensión Agrícola y en el Club 4-H para el mejoramiento de la finca y del hogar y corregí algunas fallas que había notado en las relaciones de mi padre con los demás trabajadores. Como cosa de rutina, a pesar de la larga convalecencia de mi padre, seguían llegando a la casa las invitaciones a dis tintos actos. Cuando en las reuniones políticas, o de otra clase, pasaban lista, la gente, ya acostumbrada a mi presen cia, decía: — Don Tomás no está, pero aquí está su hijo que es lo mismo. Aquello me dio oportunidad de participar en las dis cusiones y decisiones y me ayudó a crecer moralmente.
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Me sentía más seguro de mí mismo cuando los mayores me consultaban sobre algún asunto de interés. A veces se me acercaban diciendo: “ ¿Qué crees tú de esto, M iguel?,” o me traían una encomienda que cumplir con una sencilla indica ción: “ Miguel, tú eres el hombre que necesitamos.” Me enor gullecía que me dijeran “ hombre.” No me equivoco al decir que, cuando los mayores me aceptaron en su grupo, aumenté varias libras en muy pocos días, me noté más alto, y mi voz no me salía con los “ gallos” aquellos que movían a risa. ¡Era el triunfo de mi juventud! Ya la gastada broma de que “ el muchacho habla cuando la gallina. . . ” era cosa del pasado. Pero pronto me llamaron a Servicio. Recuerdo que es taba trabajando en el camión de la casa el día de las elecciones llevando la gente del barrio a votar. Yo, claro, no tenía dere cho al voto. Por eso me dio un vuelco el corazón cuando mi hermano mayor me d ijo : “ Mira, desde ayer tienes una carta en casa. Me parece que es del Servicio Selectivo.” ¡De modo que podía ser soldado! Adivinaba que me aceptarían. Me dolía dejar a mi madre, ¡tan buena!, y a mi padre enfermo, pero allí estaba la oportunidad de demostrar mi verdadero valor. Papá estaba recuperando y mamá, una mujer muy religiosa, tomaría mi partida con resignación. Y así fue como al fin salí
de mi barrio sin que la gente tomara en serio mi juventud. Pero a los dos meses de estar en el frente recibí unas líneas de mi padre. La guardo todavía, como una gallarda citación de honor, junto a las medallas que gané en combate. Aquella carta decía, a sí: “ H ijo: No sabes la falta que nos has hecho. Quiero felicitarte por tu buena labor durante mi enfermedad. Cumpliste como todo un hombre. Es una pena que no me hubiese dado cuenta antes de que ya lo eras. La culpa, quizás, fue de Mercedes que siempre te llamó ‘Regalón,’ o fue mía, tal vez, que siempre te consideré como ‘mi muchacho.’ “ Que Dios nos ayude a nosotros a estimarte como me reces, y a ti a seguirte portando como lo que siempre fuiste : todo un hombre. Te abraza, Tu padre.” Aquella carta era lo único que me hacía falta para “ dar la talla” a los ojos de todos. Por fin se reconocía la impor tancia de mi juventud. Había logrado ser mayor de edad antes de los veintiún años. Y me sentí feliz.
JUVENTUD (Fragm ento) por Eugenio Astol Eugenio Astol nació en Caguas en el 1872. Se distinguió co mo poeta, conferencista y ora dor. Murió en el 1943. He aquí cómo concibe Astol la juven tud. “ No es una época de la vida, es un estado del espíritu.
No
consiste en tener frescas meji llas, labios rojos y rodillas fle xibles; es tener firme la volun tad, despierta la imaginación, vivas las emociones; es tener lozanía en los profundos resortes de la vida. “ Nadie envejece por el solo hecho de vivir un número de años; envejece aquel que deserta de sus ideales. Los años arrugan la piel; el abandono de todo entusiasmo marchita el alma. Las cavilaciones, las dudas, la desconfianza de sí mismo, el temor y la desesperación, éstos son largos, largos años que agobian la cabeza y dan al polvo con el espíritu. “ Eres joven como tu fe, viejo como tus dudas; joven como la confianza en ti mismo, viejo como tus temores; jo ven como tu esperanza, viejo como tu desaliento. En el fon do de tu corazón hay como una estación de telégrafo. Mien tras recibas mensajes de belleza, esperanza, alegría, valor, grandeza y poder que te lleguen de la tierra, de los hombres y del infinito, serás joven. Cuando todos los hilos se hallen
por tierra y lo íntimo de tu corazón se halle cubierto por la nieve del pesimismo y el hielo del descreimiento, entonces se rás realmente viejo, ¡y tenga Dios piedad de tu alma!”
ADI VI NANZAS 1) Chiquita como una pata de gallina y guarda cien mil quintales de harina. (La llave)
2) En la calle soy negro y en la casa colorado y blanco me pongo yo después que me han calentado. (E l carbón)
VOCABULARIO En este “ vocabulario” encontraremos el significado de algunas palabras. Son palabras usadas en el libro y que pue den ser nuevas o poco corrientes para nosotros. Entenderlas y comprender su uso enriquecerá nuestros conocimientos y nuestro vocabulario.
1. aportan
que llevan o contribuyen la parte que les corresponde.
2.
aspiración
deseos de alcanzar algo.
3. aura
viento suave y tranquilo.
4. caballeroso
propio de caballero; generoso.
5. característica cualidad sobresaliente que distingue una cosa de otra.
6. cendal
tela muy delgada y transparente.
7. cholo
hijo de blanco y de india.
8. compungido
afligido, entristecido.
9.
acabado, terminado.
consumado
10. encauzar
encaminar, dirigir.
11.
Viene de engarzar, que quiere decir mon
engarzas
tar una piedra en metal. En joyería se llama engarce el metal que sostiene una piedra preciosa. El poeta hindú Rabin dranath Tagore habla de engarzar las plumas, como si fueran piedras preciosas, en una base de oro. Con ese oro pesado en sus plumas el pájaro no podría volar.
12. esmero
cuidado. 77
13.
esparcimiento desenvoltura, naturalidad, alegría.
exhausta 15. furibundo
enfurecido, lleno de ira.
16. irónico
que da a entender lo contrario de lo que se
14.
muy cansada, agotada.
está diciendo. Viene de ironía que quiere decir burla fina y disimulada.
17. lira
instrumento de cuerdas muy antiguo pa recido al arpa, pero más pequeño. La lira es el símbolo de la inspiración de los poe tas. Hoy también se le llama “ lira” a una moneda italiana. Bécquer en su rima se refiere al instrumento musical anti guo, que es símbolo de los poetas.
18.
malversación acción y efecto de malversar, es decir, de invertir ilegalmente el dinero ajeno que uno tiene a su cargo.
19. notorio
algo que es sabido de todos; algo que es de conocimiento público.
20.
paliativo
algo que alivia, mitiga o disimula. Es de cir, lo que alivia sin curar, como un gua rapo, por ejemplo.
21.
regazo
falda.
22.
solícitos
diligentes, cuidadosos.
23. 24.
sustento topamos
mantenimiento, alimento.
25. >truhanería
tropezamos, encontramos, hallamos. engaño o estafa. Se le llama truhán al que engaña o estafa.
r
INDICE ...........
2
¿QUÉ ES JUVENTUD? (artículo) ................
3
EL AMOR (artículo) .....................................
7
RIMAS DE BÉCQUER (poemas)
8
NOTAS SOBRE VOCABULARIO
JUAN FELIZ (cuento) ...................................
13
PENSAMIENTOS ............................................
21
RECREACIÓN (artículo) ..............................
23
JUEGOS AL AIRE UBRE ..............................
25
JUEGOS PARA EL INTERIOR .......................
27
JUEGOS DE "M A G IA "...................................
29
CONCURSOS
................................................
30
LOS IMITADORES .........................................
31
¡QUIÉN ENTIENDE A LA GENTE! (cuento)
33
ANÉCDOTA .....................................................
44
SABIDURÍA (artículo)
47
ANÉCDOTAS DE HOMBRES GRANDES
49
FÁBULA DE ESOPO .......................................
56
EL SERMÓN DE LA MONTAÑA ..................
57
PENSAMIENTOS ...........................................
58
¿SABEMOS CÓMO SOMOS? .....................
59
EL TRABAJO (artículo) ..............................
63
EL REGALÓN (cuento) ...............................
66
JUVENTUD
75
ADIVINANZAS
76
VOCABULARIO ....................... .....................
René Marqués
INVESTIGADOR DE MATERIAL: J. L. Vivas Maldonado
CUENTOS DE: Domingo Silás Ortíz J. L. Vivas Maldonado
DISEÑO: Carlos R. Rivera Tony Maldonado
DIBUJANTES: Isabel Bernal Luis Germán Cajigas José Manuel Figueroa Manuel Hernández Epifanio Irizarry Tony Maldonado José Meléndez Contreras Carlos R. Rivera Rafael Tufiño Eduardo Vera
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