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DEPARTAMENTO DE INSTRUCCION PUBLICA DIVISION DE EDUCACION DE LA COMUNIDAD
PUERTO RICO — 1961
CREDITOS
Editor y Redactor René Marqués
Investigadores de material René Marqués Olga Menéndez de Simon
Diseño José Meléndez Contreras
Dibujantes Isabel Bernai José Manuel Figueroa Antonio Maldonado José Meléndez Contreras Carlos Osorio Carlos R. Rivera Rafael Tufiño Eduardo Vera
Impresión de portada Sixto González Ramón González
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INTRODUCCION
LA TRAMPA GRAN DE “ ¡Caí en la trampa!” , decimos malhumorados cuando nos damos cuenta de que nos encontramos, imprevistamente, en una situación desagradable, de la cual nos parece difícil salir. La frase nos viene de épocas remotas en que la caza era una de las principales actividades del hombre. El cazador no siempre mataba con armas al animal que deseaba cazar. Muy a menudo, si lo deseaba vivo, prepa raba una trampa para su víctima. La característica de la trampa del cazador es precisamente esa: coger a la víctima viva, evitando que se escape. Animal u hombre, al que cae en una trampa no le resulta fácil salir de ella. A veces nos parece que la vida también nos tiende trampas. Pero muy raras veces nos damos cuenta de que la mayoría de esas trampas nos las tendemos nosotros mis mos (no la vida, ni los otros hombres, sino nosotros mismos). En este libro vamos a hablar de varias trampas, de esas que, sin darnos cuenta, nos tendemos en perjuidio propio. Son casi todas pequeñas trampas, pero que en conjunto for man una trampa grande. A esa trampa grande vamos a llamarla, “ la trampa del consumidor” . Sólo leyendo este libro averiguaremos por qué.
¿QUE ES UN CONSUMIDOR? Un consumidor, claro está, es el que consume. Todos, pues, somos consumidores. Consumimos alimentos, ropa, muebles, cigarrillos, en fin, todo lo que utilizamos en nues tra vida diaria. En el mundo actual un consumidor es, necesariamente, un comprador. Todo, o casi todo, lo que consumimos nos vemos obligados a adquirirlo por medio de una compra. Pagamos, en otras palabras, por lo que consumimos. Esto no siempre fue así. Nuestros más viejos agricul tores recuerdan todavía la época en que una buena parte de la agricultura en Puerto Rico era, o intentaba ser, “ autosuficiente” . Es decir, en la misma finca se producía mucho de lo que la familia del agricultor consumía. No sólo frutos menores y café, sino también carne, que se salaba, para conservarla, en aquellos tiempos sin neveras. En la misma
casa se elaboraba la mantequilla y el queso. Y hasta el jabón. La madera la daban los árboles de la finca. El ollejo y la majagua amarraban entonces tan bien como hoy el cordón y la soga de maguey. El ingenio, pues, se aguzaba para apro vechar hasta el máximo los productos de la tierra. Hoy, en esta época de transición hacia una cultura in dustrial, va desapareciendo la “ autosuficiencia” en la agri cultura. Se produce, principalmente, no para consumir, sino para vender. Luego se consume lo que se puede comprar con el producto de lo vendido. Nunca, por lo tanto, ha bíamos sido tan compradores como ahora. Hemos de com prar casi todo lo que consumimos. Lo que ocurre con la agricultura aquí ha ocurrido o está ocurriendo en otros países del mundo. ¿Es bueno o ma lo esto? Como todo sistema económico, el que estamos ahora utilizando tiene sus puntos buenos y sus puntos malos. No nos interesa abordar esos puntos en este libro. Lo que nos interesa es ver cómo el nuevo sistema ha formado nuevas actitudes y hábitos en el consumidor puertorriqueño. ¿Nos conocemos a nosotros mismos como consumidores que somos? Conocerse a uno mismo no es tarea fácil. Pero siempre es saludable intentarlo. Vamos a examinar algunos aspectos de la venta, la compra y el consumo en Puerto Rico para comprender mejor nuestra condición de consumidores.
LA TRAMPA DE LA IMPREVISION El que no preve, se arriesga a depender de las más diversas circunstancias que le salen al paso. Y muy a menudo resulta perjudicado por su imprevisión. Cuando el hombre dependía casi exclusivamente de la tierra propia para sus necesidades, tenía que ser necesaria mente previsor. Sabía que no le sería fácil comer aquello que no sembraba; que no tendría a la mano leche, mantequilla y queso si no criaba vacas o cabras; que él y sus hijos no tendrían madera para uso inmediato si no cultivaba árboles madereros. El agricultor casi autosuficiente del pasado pla nificaba la agricultura de acuerdo, mayormente, al consumo de su familia, de las necesidades básicas de los suyos. No podía gastarse el lujo de la imprevisión. Hoy trabajamos en la tierra o en la industria para obtener el jornal que nos facilite la compra de casi todo lo que consumimos. Hoy tenemos, por un lado, un ingreso fijo en términos de dólares y centavos y, por el otro, un mercado enorme ofreciéndonos miles y miles de productos de consumo que nos será materialmente imposible adquirir. La cantidad enorme de productos que se ofrecen a la venta nos confunde. No podemos, o no sabemos, decir de
primera intención, cuáles de esos productos son esenciales para nuestra salud y bienestar y cuáles son superfluos o innecesarios. El resultado es que, como consumidores, no siempre usamos inteligentemente el limitado jornal o sueldo que ganamos. ¿Por qué? Porque no analizamos nuestras nece sidades. No planificamos nuestras compras de acuerdo a esas necesidades y al jornal de que disponemos. La impre visión es, pues, una trampa que el consumidor se tiende a sí mismo. ¿Cómo evitar esa trampa? Tratando de planificar nues tra economía, de mantener en equilibrio nuestro presupuesto familiar. ¿Y qué entendemos por eso? Sencillamente, no gastar más de lo que ganamos. Esto no siempre es fácil. ¿Pero es ello imposible?
LA CIGARRA Y LA HORMIGA Fábula de Esopo Sacaba la hormiga al sol, en invierno, todo el trigo que había recogido durante el verano. Una cigarra hambrienta que vio sus provisiones, se acercó y le pidió que le diese un poco de aquel trigo; a lo cual respondió la hormiga: -Amiga mía, ¿qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba? -Andaba cantando por los sotos -contestó la cigarrapor lo que no me quedó tiempo para recoger provisiones. -Pues si cantabas en verano, cuando era el tiempo de trabajar, ¡danza ahora en el invierno, holgazana!-. Y recogiendo la hormiga otra vez el trigo en su agujero, dejó muy mohina a la perezosa cigarra.
HAY UN TIEMPO PARA TODO SalomĂłn (Sabio rey bĂblico, hijo de David)
Para todas las cosas hay sazĂłn, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su tiempo. Hay un tiempo de nacer y un tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar, tiempo de llorar y tiempo de reir, tiempo de endechar y tiempo de bailar. Tiempo de esparcir las piedras y tiempo de allegar las piedras, tiempo de abrazar y tiempo de alejarse de los brazos. Hay tiempo de agenciar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de gastar. Tiempo de romper y tiempo de coser, tiempo de hablar y tiempo de callar. Tiempo de amar y tiempo de no amar, Hay un tiempo de guerra y un tiempo de paz. Todo debajo del cielo tiene su tiempo.
AHORRO DIRECTO Y AHORRO INDIRECTO Ahorro Directo Corrientemente llamamos “ ahorro” al dinero (centavos, vellones, pesetas o dólares) que tenemos y no gastamos. Este es, claro está, el medio más común de ahorro directo. Si tengo uno cincuenta para comprarme la corbata aquella de flores azules que vi en una vitrina, y luego decido que es una tontería comprarme dicha corbata, que en verdad no necesito, me ahorro el uno cincuenta que no gasté en la corbata. Otro medio de ahorro directo es comprando un producto más barato que otro de la misma clase, aunque dispongamos del dinero para comprar aquel que es más caro. Si compro una lata de leche en polvo cinco centavos menos que otra lata de leche en polvo del mismo tamaño (aunque de distinta marca), me ahorro cinco centavos en cada lata. Y otro medio de ahorro directo es comprando de una vez más cantidad de un mismo producto. ¿Por qué? Porque casi siempre baja el precio a medida que aumenta la cantidad del producto en venta. Supongamos que dos latas peque ñas de un producto alimenticio cuestan a diez centavos cada una, haciendo un total de veinte centavos. Ese mismo producto viene en latas más grandes, conteniendo igual can tidad que las dos latas pequeñas, pero al precio de dieciocho centavos. Está claro que si compro la lata grande en vez de las dos pequeñas, me estoy ahorrando dos centavos en la compra. Finalmente, el medio más fácil -pero que a mucha gente le parece tan difícil -de ahorro directo, es comprando al contado en vez de a plazos. Sobre esto hablaremos en detalle en otra sección de este libro.
Ahorro Indirecto Ahorramos dinero indirectamente cuando realizamos no sotros mismos servicios o tareas por los cuales tendríamos que pagar si se las encomendáramos a otras personas. El
traje que se cose en la casa en vez de encargárselo a la cos turera, el mueble que se hace en la casa en vez de pedirle al carpintero que lo haga, constituyen ahorros indirectos. Esto es, constituyen ahorros si en realidad sabemos hacerlo, y si hemos sabido comprar inteligentemente el material para realizarlo. Los productos que cosechamos para nuestro consumo son también ahorro indirecto. Si en vez de frutas enlatadas consumimos las frutas de nuestro pedazo de tierra, si culti vamos frutos menores que no tendremos que comprar, si criamos vacas o cabras para la leche de la familia, si el café para consumo lo producimos en nuestra finquita, si el palo de achiote provee para nuestra cocina, si las gallinas que criamos nos dan los huevos necesarios, si una buena parte de la carne que consumimos nos la proporciona nuestros conejos y cerdos, estaremos haciendo ahorros substanciales en nuestro presupuesto. No todo esto, quizás, lo pueda proveer nuestro pedacito de tierra. Pero mientras más podamos obtener de la tierra disponible, por poca que ésta sea, más lograremos ahorrar para un sano equilibrio de nuestro presupuesto.
Un proceso lento, pero seguro Algunos impacientes podrán decir: “ ¿Para qué ahorrar hoy dos centavos y mañana cinco? Esa centavería no va a hacerme rico.” El que esto dice se olvida de que hay cien centavos en un dólar y de que sería imposible disponer de un dólar si no se dispone de cien centavos. La “ centavería” es la que de modo lento, pero seguro, va haciendo los dólares. Los italianos acostumbran decir: “ Roma no se hizo en un día” . Tampoco nadie se hace realmente rico en un día. Pero ni siquiera se trata de hacerse rico. Lo que se trata es de saber utilizar el dinero lo más inteligentemente posible, de no padecer de embrollas y deudas, de vivir en paz con los demás y con nosotros mismos, de prever en el presente para evitar angustias en el futuro. Lento será el proceso del ahorro, pero no hay otro más seguro para mantener en equilibrio nuestro presupuesto familiar. Y para contribuir a mantener en equilibrio nuestra paz espiritual.
DON A ROSA (cuento de Nueva York) por René Marqués
Dos meses después de haber llegado a Nueva York, Juan tuvo la suerte de encontrar trabajo en una cafetería, cerca de la Calle 96. Ni qué decir que, inmediatamente, envió pasajes a Puerto Rico para su familia. Su madre, Olga, su mujer y el nene, llegaron ocho días después. Simpaticé mucho con la madre de Juan. Era diminuta y delgada, pero no daba impresión alguna de ser frágil. Todo lo contrario. Había algo decididamente fuerte en aquella mujercita, aún en aquellos momentos en que la veía sentada y silenciosa, los ojos semicerrados, orando para sí, con el rosario apretado entre sus manos pequeñas de venas gruesas y fuertes como cuerdas de majagua. No había que engañarse, sin embargo. La madre de Juan era religiosa, pero nada tenía de mística. Trabajaba sin tregua y jamás se quejaba de cosa alguna. 1 “
No era posible decir si le gustaba o no esta nueva vida. Sencillamente no mencionaba el tema en su parca conver sación. Pero me imagino que la cosa debía ser dura para ella. En primer lugar, no hablaba una palabra de inglés. Y , además, su apartamiento, no lejos de la tienda de mi tío Toño, estaba en el séptimo piso de un edificio viejo y des vencijado. Pero Doña Rosa tenía, sencillamente, que bajar ella misma los siete pisos para hacer la compra diaria. -Puedo siempre sacar las cosas más baratas -le decía a su yerna. Acostumbrada a regatear en Puerto Rico, iba a todos los colmados y bodegas de la calle 116 y regateaba tanto como fuese necesario para obtener lo que quería al precio que creía más justo y razonable. A veces andaba cuadras y más cuadras en la Avenida Lexington para conseguir plátanos uno o dos centavos más baratos que en la Calle 116. Recuerdo un día en que hablaba yo con Juan frente al edificio donde ellos vivían, cuando vi venir a Doña Rosa con su bolso de compras lleno de viandas. Se acercó a nosotros y, sacando unas batatas, me dijo a boca de jarro. -Y a sabía yo que tu tío Toño era un gran pillo. Mira, conseguí estas batatas en la Calle 100 tres centavos más baratas, por libra, que en el colmado de tu tío. ¡Díselo!
Lo decía sin coraje, casi contenta, como si agradeciera que las pillerías de mi tío Toño le diesen la oportunidad de demostrar que ella era más lista que él. Esto se reflejaba en la sonrisa maliciosa que animaba momentáneamente su rostro serio, y digno. Siempre pensé que practicaba el ahorro en beneficio de su hijo Juan. Pero ahora empezaba a darme cuenta de que en este mundo ajeno al cual su hijo la había traído, su sen tido de economía se había convertido en algo más: un arma, el único medio de que disponía, para luchar contra lo extraño y hostil de aquel ambiente. Tuve la intuición también de que esta arma del ahorro tenía un fin muy definido, una meta que ella estaba segura de alcanzar. La sonrisa aquella en el rostro serio y digno de Doña Rosa significaba mucho más que una satisfacción pasajera. Era una señal de triunfo, el triunfo de no haber perdido aún su personal batalla contra la ciudad monstruosa y aplastante. Había otros aspectos más ruidosos y espectaculares de esta batalla personal de Doña Rosa. Su enérgica pelea contra las cucarachas neoyorquinas, por ejemplo. Para ella, el “ Flit” no era suficiente. Tenía que usar también agua hirviendo, y “ Clorox” y hasta gas en ocasiones. Y además, no puedo olvidar su peculiar técnica de cazar cucarachas chancleta en mano, en extenuantes carreras por todo el apartamiento. Puedo asegurar que las cucarachas no tenían una vida placentera en casa de Juan. Y puedo jurar que los sábados eran días especialmente fatales para ellas, siendo como era el sábado el día culminante de la campaña semanal de limpieza de la pulcra viejecita. -E s inútil, Doña Rosa -solía decir Olga. -Este edificio es un basurero. Mientras más cucarachas usted mate, más cucarachas vendrán del vecindario. -Está bien. Déjalas venir -respondía la enérgica an ciana-. Mientras más vengan, más morirán a mis manos. Y así era en efecto. Doña Rosa se las arreglaba para mantener siempre limpio y en orden aquel horrible aparta miento donde Juan la había metido. Nunca se daba por vencida en su tremenda y callada lucha contra la suciedad
del arrabal. Sólo en una ocasión la oí decir algo en relación al ambiente deprimente en que ahora vivía. -Puede que esta gente tenga algo que enseñarnos sobre maquinarias y dinero. Pero nadie aquí va a enseñarme a mí a ser limpia. Quise tirarle de la lengua a ver si comentaba algo más sobre Nueva York y sus habitantes. -E so es verdad -d ije -. Imagínese que esta gente no se baña todos los días. ¡Y eso que tienen ducha, y agua corriente en abundancia! Pero Doña Rosa no me siguió la cuerda. Como si no me hubiese oido, continuó desarrollando su propio pensa miento. -S oy jíbara y pobre, pero limpia. La limpieza es algo que corre por mis venas. La heredé de mis padres, y de mis abuelos y de los padres de mis abuelos. -Luego añadió brevemente-. Odio todo lo que sea sucio. Odio la porquería. Uno no podía menos que sentir hondo respeto y afecto por aquella viejecita tan aparentemente frágil y, sin em bargo, tan llena toda de dignidad y fortaleza. Juan la amaba entrañablemente. Por eso, sin duda, resultó paira él poco menos que una catástrofe lo que ella le dijo, siete años después de su llegada a Nueva York. Apenas si pudo creer el hijo lo que la anciana decía. -Y o me voy para Puerto Rico, m ’hijo. Volver a Puerto Rico era también la ilusión constante de Juan. Pero, como ocurre con toda ilusión, lo bueno de la suya era que jamás sería destruida por la realidad. Dine ro, una buena casa -n o en el campo, sino en San Juan- un auto de último modelo, todas estas cosas eran las que forma ban su ilusión. Las mismas cosas que jamás podría realizar. -¡N o podemos irnos, mamá! ¡Nosotros no podemos irnos todavía! -N o dije nosotros, hijito. Dije yo. Yo soy la que me voy para Puerto Rico. Entonces nos enteramos de los planes secretos de Doña Rosa. Después de siete años de penosos y tenaces ahorros, había comprado de un pariente lejano -una casita en las
montañas de Utuado, cerca del lugar donde nació. Aquel pariente le iba a ceder, además, un pedacito extra de tierra donde ella podría cultivar sus propias viandas. Por otro lado, ya tenía asegurado el lavado de ropa de dos o tres familias de hacendados vecinos. Y haría el lavado, no en casa de estos señores, sino en su propia casa. Viviría así independiente y feliz, ahora que Juan estaba encaminado en Nueva York y que su misión de madre -en muchos sentidoshabía concluido. Porque la felicidad para ella no se medía en términos de estufas eléctricas o de aparatos de televisión. La verdadera felicidad no podría jamás alcanzar a Doña Rosa lejos de la tierra donde Dios tuvo a bien hacerla nacer. Todos estos arreglos los había hecho la anciana por correo, tan en secreto que ni Juan, ni su yerna Olga se ha bían enterado hasta el instante mismo en que anunció su partida. Y así, con la pequeña sonrisa iluminando su rostro serio y digno, abandonó a Nueva York. Me sentí triste, pero feliz también cuando vi a Doña Rosa subir la escalera de metal que conducía al avión. Se detuvo un instante, se volvió y nos dijo adiós con la mano. La puerta se cerró tras de ella y los motores rugieron sorda mente. El enorme “ Clipper” se elevó al fin llevando en su seno a la viejecita ahorradora de sonrisa pequeñita, que había convertido su sueño de siete años en hermosa realidad.
LA TRAMPA DE LA VANIDAD “ Vanidad de vanidades. Y todo es vanidad” . Eso dijo Salomón, llamado en la Biblia el “ Ecclesiastés” o Predicador, sabio rey de los antiguos judíos. Bien lo supo él, a quien Dios castigó precisamente por su vanidad y soberbia. Y aunque quizás no todo sea vanidad en el mundo actual, hay siempre en nosotros una peligrosa tendencia a ser culpables de ese pecado. ¿Cómo es que afecta la vani dad al consumidor puertorriqueño? “ ¡Ay, mami, yo quiero un traje de brillo como el que tiene Luisita!” Eso dice la nena de la familia. Y aunque la nena no necesite un traje nuevo en esos momentos - y mucho menos de brillo- la familia, por vanidad, para que la niña “ no sea menos” que Luisita, le compra el dichoso traje.
“ Yo he de tener una corbata más bonita que la que tiene Pedro” , piensa el mozalbete de la familia, aquel que empieza a “ pintar la varilla” ante las chicas del barrio. Y aunque tenga suficientes corbatas para las pocas ocasiones en que usa esa prenda, se compra, por vanidad, otra corbata más cara, más llamativa y, probablemente, de peor gusto que la de Pedro.
“ ¡Ay, bendito, Juan, yo quisiera que tuviéramos un radio nuevo como el que le han comprado a la comadre Felisa!” Eso le dice la mujer al marido. Y aunque el radio chiquito y viejo de la casa está dando buen servicio, la fami lia, por vanidad, por “ no ser menos” que la comadre Felisa, adquiere un radio reluciente y costoso.
“ Aquí traigo esta televisión, Sinforosa. Es mejor que la de tu cuñado Julio. Para que los vecinos no digan . . Eso le dice el marido a la mujer. Y aunque Sinforosa piensa que hay otras necesidades mayores en la familia que bien se podrían remediar con lo que ha de pagarse por el televisor, no le queda otro remedio que buscarle sitio al nuevo aparato en la sala. Un aparato costoso que no es necesidad básica de la familia, que ha sido adquirido por vanidad, para “ no ser menos” que el cuñado Julio, para “ que los vecinos no digan” .
“ Vanidad de vanidades. Todo es vanidad.” Eso dijo Salomón cuando, viejo y lleno de sabiduría, escribió el libro bíblico del Ecclesiastés. Pero en Puerto Rico hemos tenido también nuestros Salomones. Una de nuestras plenas tí picas aborda el mismo tema. ¿O es que ya no recordamos aquella de . . . ¡Tanta vanidad, tanta hipocresía, si tu cuerpo después de muerto pertenece a la tumba fría! Aparte de su sentido filosófico, la vanidad humana es uno de los factores que quizás más contribuye a que el con sumidor caiga en la trampa de las embrollas, de los gastos innecesarios, del desbalance en el presupuesto familiar y, muy a menudo, del desastre económico.
VANIDAD DE VANIDADES Julio Arboleda {neogranadino)
¡Infeliz del que busca en la apariencia la dicha, y en la efímera alabanza; y muda de opinión con la mudanza de la versátil, pública conciencia! El presente es su sola providencia; cede al soplo del viento que le lanza al bien sin fe y al mal sin esperanza: que en error con el mundo está su ciencia. ¡Y feliz el varón independiente que, libre de mudanza servidumbre, aspira entre dolor y pesadumbre a la eterna verdad, no a la presente, conociendo que el mundo y sus verdades son sólo vanidad de vanidades!
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LA TRAMPA DE LAS "GANGAS” O "BARATILLOS” A la s “ gangas” o “ baratillos” se les bautiza con los nom bres más llamativos y exagerados. Unas veces son “ ventas atómicas” , otras son “ al barrer” , otras de “ precios mache teados” , a otras les llaman “ la venta del año” o la “ del siglo” . Pero todas se reducen a una sencilla alegación: que por unos días habrá en ese establecimiento rebaja de precio en algunos artículos. ¿Es cierta esta alegación? Unas veces lo es, otras no. La única forma de averiguar si se han rebajado los precios en un baratillo es por medio de la comparación. Si deseamos comprar un artículo en baratillo, examine mos bien el artículo y anotemos su precio. Luego debemos ir a dos o tres establecimientos donde no haya baratillo. Veamos en éstos el mismo artículo y cuál es su precio regular. Muchas veces esta sabia comparación nos llevará a un des cubrimiento sorprendente: el artículo está más barato en una tienda sin “ baratillo” que en aquella donde anuncian la venta “ super-atómica” . Ello nos demuestra que com parar los precios en distintos establecimientos es la mejor protección contra la trampa de los baratillos. Otra trampa que nos tienden los “ baratillos” o “ gangas” es la de tentarnos a comprar artículos que no necesitamos. Las estadísticas demuestran que las mujeres son más débiles a este respecto que los hombres. Pero la tentación está ahí, latente para todos. Si vemos un artículo a un precio que nos parece muy bajo, tendemos a creer que somos muy listos aprovechando la ocasión de comprarlo, aunque no lo ne cesitemos. El resultado es que gastamos dinero en algo que en esos momentos no nos estaba haciendo falta. Y nuestro presupuesto de compra sufre un imprevisto desbalance. El mejor medio de combatir la tentación de comprar
cosas innecesarias es hacer una lista de los artĂculos que en verdad necesitamos. Y , luego, atenernos a esa lista con decisiĂłn y firmeza.
EL A N ZU ELO (Cuento) por Emilio Díaz Valcárcel
Ana oyó hablar del gran baratillo que se estaba llevándo a cabo en la tienda “ La Gloria” . Se había enterado tam bién por el periódico y la radio. Los carros de pasajeros que llegaban hasta el barrio llevaban pegados al cristal posterior un letrerito que leía: “ Tienda La Gloria ofrece a su distinguida clientela una venta sin paralelo en la his toria comercial del país; toda nuestra mercancía ha sido rebajada de precio; no se pierda esta ganga.” Era la tienda nueva que hacía poco habían inaugurado en el pueblo. Ana pensó que comprando en esa tienda que anuncia ban tanto podía economizar algún dinero. Además, le pre ocupaba no lucir nunca tan bien vestida como Mercedes. ¿Por qué sería? Eran amigas, pero siempre la otra se quedaba con la admiración de los muchachos. Ana sabía que no era menos atractiva que Mercedes. Pero como su amiga tenía aquel arte para vestir bien . . . Así que Ana decidió ir a la tienda “ La Gloria” a com prarse un par de trajes. También unos zapatos. Y alguna enagua can-can. A ver si esta vez acertaba. Para algo había hecho sus ahorritos. La tienda, cuando llegó Ana, bullía de gente. Tuvo que luchar para poder entrar. Un maniquí lucía un traje amarillo que enseguida le llenó el ojo. Su precio era de cuatro noventa y nueve. “ Tan sólo cuatro dólares” , pensó Ana, convencida de que aquello sí era una ganga. Dio un billete de cinco dólares y le entregaron un centavo de vuelta. Ella tenía ya el hermoso traje hecho un paquetito bajo el brazo. “ He hecho una buena compra” , se dijo. Le llamó la atención un par de zapatos amarillos. Ana pensó que ahí estaban los zapatos que combinarían con su traje. Y sólo costaban tres dólares con noventa y nueve centavos. “ Son maravillosos -pensó- y sólo por tres pesos” . Pagó tres pesos y el cobrador le dijo:
-N oventa y nueve centavos más, señorita. Ella se puso a pensar. Sacó cuentas en silencio y luego extendió un billete de a dólar. El cobrador le devolvió un centavo. Ana siguió deambulando por la tienda. Aquella venta era maravillosa. Tenía que conseguir una cartera que hi ciera juego con su traje y sus zapatos. No tardó mucho en encontrarla. La tomó y fue a la caja registradora a pagarla. Valía nada más que dos noventa y nueve. Esta vez Ana extendió tres billetes de a peso al cobrador. Y éste le devolvió un centavo. -H a hecho usted una magnífica compra le dijo el hombre.
-Sí -contestó ella-. Y por sólo dos noventa y nueve. Además, aparte del baratillo, ¡era tan amable el per sonal que la atendía! Cualquiera hubiera dicho que aquellos dependientes eran capaces hasta de regalar la tienda entera si uno así lo pedía. Había una musiquita suave, adormece dora, que llegaba como del cielo. Y un friíto reconfortante, y un agradable olor a tela nueva . . . Aquella era una tienda de a verdad. Mercedes nunca habría pisado unas lozetas como aquellas, ni habría respirado aquel aire de progreso. Las dependientas uniformadas la salían al paso, todo son-
risas. La mareaban con tantos ofrecimientos, con tanta bondad. ¡Si casi le metían los productos por los ojos! Esta era la primera vez que asistía a esta tienda, la primera vez que aprovechaba un baratillo, pero no sería la última vez. Allí no tenía ni que pensar. Los empleados pensaban por ella. La misma dependienta que le vendió el traje le sugi rió lo de la cartera. Y después la llevó al departamento de sombrillas. Allí le enseño una amarilla: la combinación per fecta. Ana, confusa y feliz, se retrajo. Ella tenía una som brilla. No necesitaba más ninguna. Pero la dependienta, que hablaba muy bien, la convenció de las ventajas de esta nueva sombrilla, de su color que armonizaba perfectamente bien con los artículos recién adquiridos. Y Ana hizo la nueva adquisición. Valía sólo cuatro dólares. Cuatro no venta y nueve. Extendió un billete de cinco dólares al co brador. Y éste le devolvió un centavo. La gente se atropellaba frente a los mostradores. A esa hora había personas que no se habían decidido a comprar nada y miraban los precios con cierta desconfianza. Ana se reía de ellos. No sabían lo que era una ganga. Y siguió extasiándose con tan variada cantidad de productos. Se de tuvo frente al departamento de ropa interior. Una enagua can-can le hizo abrir los ojos de admiración. Sus colores,
rojo, azul y verde, era rematados en la parte inferior por un repulgo amarillo. Se fijó en el precio. Valía nada más que seis dólares. Sí. Seis noventa y nueve. Le dio al co brador un billete de cinco dólares y dos de a uno. Y el cobrador le devolvió un centavo. ¡Ajá! Se sentía feliz. Ha bía hecho una magnífica compra. Mercedes se caería de espaldas cuando viera sus adquisiciones. Se moriría de en vidia. Y pensando en esto, y en la sensación que causaría ante todos su talento de compradora, abordó el carro que la llevaría al barrio. Al bajarse del carro y buscar en su cartera para pagar el pasaje, advirtió que sólo le quedaban nueve centavos. El pasaje valía diez. Se excusó con el chofer, y le entregó la cent avería. Antes de irse, el chofer le dijo: -M e debe un centavo, Anita. Cargó con los paquetes hasta casa de Mercedes, quien le salió al encuentro a mitad de camino. -¿Que te pasa que vienes amarilla?-le preguntó la amiga. -Chica, cállate. ¡He pasado una vergüenza! Cuando le fui a pagar al chofer, tenía sólo nueve chavos. Ya en casa de la amiga, Ana desplegó orgullosa sus artículos sobre la mesa. -Son muy bonitos -d ijo Mercedes-. ¿Cuánto te costó el traje? -Cuatro noventa y nueve. -¿Cinco? -Cuatro noventa y nueve. -E s lo mismo -d ijo Mercedes-. Es verdad que chavo a chavo se puede hacer una fortuna, y un chavo tiene su valor, pero fíjate: pagaste cinco pesos como quien dice. -Pero es un buen traje. Y los zapatos combinan . . . Mercedes examinó los zapatos: -Son iguales que los que compré en la tienda El Ahorro. -Pero los tuyos son verdes ¿no? -E l color es lo de menos, lo que importa es la calidad. ¿Cuánto te costaron? -Tres noventa y nueve. -¿Cuatro? Te dieron gato por liebre. Los míos me costaron tres en El Ahorro.
-¿Tres? ¿Entonces me engañaron? ¡Pero si es un baratillo! -A veces son baratillos, Ana. A veces lo que le tiran a uno es un anzuelo. Uno ve que el precio es cuatro no venta y nueve y no piensa que son casi cinco, sino que se ciega y cree que son sólo cuatro. Ahí es que uno pica el anzuelo. La propaganda muchas veces es un anzuelo. -Pero es una buena tienda, Mercedes; y tienen hasta música. Mercedes se echó a reir. Tom ó a su amiga por el bra zo y le dijo: -¿ A qué tu fuiste: a comprar o a oir música? A lo mejor te cobraron la música y el aire acondicionado. Vamos, Ana, tenemos que aprovechar hasta el más mínimo centavo. Y tú no lo aprovechaste: lo que a ti te costó cuatro pesos, a mi me costó tres.
Mercedes se descalzó un zapato y se lo enseñó a la amiga: -Fíjate, de la misma marca que el tuyo. Uno tiene que caminar de tienda en tienda para averiguar donde compra más barato, dónde es más conveniente para uno. Y no sólo los zapatos. En el asunto de la ropa también. No hace mucho tenía yo la manía de ir a trabajar con trajes de nilón. ¡Eso es una bobería! Los trajes me salían más caros y se rompían más ligero. Ahora uso trajes de algodón, son más baratos, más frescos, y duran más. Y además son muy bonitos. Claro que a veces uso algún traje de nilón para ir a alguna fiesta o algo . . . Ana sentía un poco de vergüenza. Había sido una ne cia. Por querer lucir mejor que su amiga, la habían estafado. Y ahora era su amiga la que le daba consejos. -Compré una sombrilla -d ijo tímidamente. -¿Pero tú no tenías una? -preguntó Mercedes asombrada. Ana dijo que sí con la cabeza. Mercedes movió la ca beza negativamente, un poco condolida de la ignorancia de su amiga -Una sombrilla dura una eternidad si una la cuida bien -dijo Mercedes en voz baja, temiendo ser majadera-. Hace tres años que tengo una. Ana empezó a empaquetar sus artículos. Un intenso sen-
timiento de vergüenza no le permitía mirar a la otra a la cara. -Gasté todo el dinero -sollozó-. No tengo ni para ir el lunes al trabajo. A Mercedes le dolieron aquellas lágrimas. Extrajo de su cartera un dólar y se lo echó en el descote a su amiga. Ana se negó a aceptarlo al principio, pero ante la sincera insistencia de la otra tuvo que aceptar el préstamo. Ahora se sentía culpable: había sido una impulsiva. -E so le pasa a cualquiera -le dijo Mercedes-. Una vez gasté el jornal de una semana en cosas que me hubieran sali do más baratas si yo hubiera sabido . . . Pero los golpes en señan, Ana. Ana se despidió de su amiga y se dirigió a su casa. “ Los golpes enseñan” , meditó. Y a lo largo de todo el camino, mientras la brisa campestre ululaba en sus oídos y refrescaba sus ojos -que habían llorado su ignorancia- hizo la resolución de no ser más el comprador alelado que muerde el anzuelo de una publicidad exagerada. Y dudó ya que el vestir bien dependiera de gastar más en sus compras. Ana había empezado a aprender el difícil arte del comprador.
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VZ#d£p4p<L-/4 LA NOTA DE LA COMPRA Siempre que sea posible, es preferible hacer la compra de los alimentos semanal o quincenalmente. Los centavos se nos escurren más fácilmente en las compritas diarias que en una compra de conjunto cada cierto número de días. Además, ya dijimos antes que comprando más cantidad de algunos productos éstos nos salen más baratos. Planifiquemos nuestra compra. El mejor medio de ha cerlo es anotando lo que necesitamos y la cantidad que queremos de cada producto. Así podremos calcular aproxi madamente cuánto nos costará la compra. Y sabiendo ésto, no gastaremos más de lo necesario. Si pagamos al contado, que siempre es más conveniente, verifiquemos en la misma tienda la cuenta que nos presen
tan. Veamos si cada artículo tiene el precio justo y si la suma total está correcta. Aún las máquinas de sumar co meten errores (bien porque estén defectuosas o bien porque el que las maneja ha cometido un error). Y las equivoca ciones en las sumas, vengan de la máquina o del dependiente, muy a menudo perjudican nuestro bolsillo. Si “ cogemos fiado” en la tienda, examinemos con igual cuidado la cuenta semanal, quincenal o mensual que nos presenta el tendero. Los descuidos y equivocaciones suelen ser más frecuentes en las cuentas “ al fiado” que en las cuentas al contado. Al llegar la compra a la casa es oportuno examinar de nuevo la “ nota” a ver si ha sido incluido todo lo que de seábamos. La costumbre de hacer “ notas” de lo que necesitamos antes de salir de la casa es conveniente también en otras compras que no sean de alimentos. La “ nota” es nuestro guía, y un buen recordatorio de que no debemos salimos del presupuesto disponible.
LA TRAMPA DEL ANUNCIO El anuncio, en principio, llena una razonable misión social en el mundo actual. El anuncio lleva a un gran número de personas información sobre un producto para lograr mayor número de compradores. Mientras más com pradores consiga el fabricante, más ventas tendrá el pro ducto. Y mientras más ventas tenga un producto, más barato podrá venderse. Este es el principio de la produción en masa, que requiere, claro está, la venta en masa. Las ganancias se calculan a base de grandes volúmenes de venta. Y el anuncio es el medio de lograr el aumento en el volumen de venta. Vemos, pues, que el anuncio tiene su función social y económica. Sin embargo, en la aguda competencia comercial de hoy el anuncio puede convertirse en una trampa desleal para el consumidor. Con los medios de radio, televisión y cine el anuncio ha llegado a ser, en muchos casos, casi abusivo por su exagera ción, por lo desproporcionado de sus alegaciones, por su machacona insistencia, por su falta de respeto a la inteli gencia del consumidor. Ya vimos en la película “ Juan sin seso” , un poco en broma y un poco en serio, cómo el anuncio y la propaganda moderna en general, pueden confundir, desorientar y hasta embrutecer al ciudadano promedio. Si una mujer nace bizca, un cirujano experto puede operarle el ojo torcido y quitarle la bizquera. Pero si una mujer nace fea, no hay jabón en el mundo que la pueda hacer bonita. El anunciante de un jabón que alegue que éste embellece a la mujer, le está faltando el respeto a la más elemental inteligencia del consumidor. Este es sólo un pequeño ejemplo de los muchos casos en que el anuncio y la propaganda abusan de su fin social, tendiéndoles una trampa al ciudadano incauto. Un anuncio honrado debe dar, sencillamente, informa ción breve y clara de las verdaderas cualidades y de las
funciones limitadas del producto o artículo en cuestión. No debe ni siquiera insinuar que el producto servirá para algo que en realidad no sirve. No debe encubrir con frases empalagosas y palabrería vana las limitaciones del producto. Honradez, sobriedad, brevedad y claridad son algunas de las características de un buen anuncio. ¿Cómo protegernos contra la trampa que nos tiende el anuncio? Siendo tan incrédulos como Santo Tomás: “ Ver para creer” . Es decir, en esta actividad económica de la compra y la venta, no debemos ser emocionales, no debemos dejarnos arrastrar por las emociones superficiales que el anuncio trata de despertar en nosotros. Debemos ser fríos y serenos. Debemos asumir la actitud severa del científico: “ No me lo cuente, pruébemelo.” Y como el anunciante no va a probar nada, debemos nosotros probarlo. ¿Cómo? Experimentando, comparando, buscando información verí dica en buenas fuentes, estudiando, razonando y utilizando, sobre todo, el sentido común. No hay anuncio desleal que pueda resistir la prueba de nuestro buen sentido común.
LA TRAMPA DE LAS VENTAS A PLAZOS ¿Qué es una venta a plazos? Regularmente es una hipoteca sobre el mismo mueble, aparato o artículo que el consumidor compra. Es decir, que desde antes de poseer el artículo, ya el comprador lo ha hipotecado. Y, como es el caso en toda hipoteca, tendrá que pagar intereses. En cada plazo que paga, está incluido el interés de la hipoteca. Por ello, lógicamente, el precio a plazos de un artículo es mucho más alto que su precio al contado. Mien tras más largos y más “ cómodos” sean los plazos, más caro nos saldrá, a la larga, el mueble o aparato que estamos comprando bajo esas condiciones. Es conveniente siempre pedir los dos precios, el de al contado y el de a plazos, para ver la diferencia entre ambos. Y la diferencia es, casi siempre, una cantidad respetable. ¿Cómo contrarrestar la trampa de las compras a plazos? Ahorrando, economizando para poder comprar el artículo al contado o, por lo menos, para poder comprarlo con un pronto pago alto y con pocos plazos también altos. (Mien tras más alto el pronto pago y más cortos y altos sean los plazos, menos intereses habrá que pagarle al comerciante y más dinero nos estaremos ahorrando.) Desconfiemos siempre, pues, de las llamadas “ facilida des de pago” y de los llamados “ plazos cómodos” . A la larga esos plazos no son nada cómodos para el presupuesto familiar. Ellos nos animan, además, a creer que nos senti remos “ cómodos” en la deuda y la embrolla, cosa que, a la postre, nos perjudicará tanto moral como materialmente.
NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE Tampoco es seda toda tela con brillo. La seda hoy día ha sido mayormente sustituida por las fibras sintéticas que resultan más baratas. De éstas el rayón y el nilón son las más conocidas. El rayón, regularmente, no es una buena compra. Se deteriora pronto y se afea rápidamente con el lavado y planchado corrientes. Dura por ello menos que el algodón. Y por ello también, a la larga, sale más caro. El algodón sigue siendo el material más conveniente y económico para camisas de hombre. Y la mejor compra. Sea en camisas formales o en camisas “ sport” , sea en blanco o en colores, debe preferirse el algodón al comprar estas prendas masculinas. No sólo tienen mejor apariencia des pués de lavadas y planchadas sino que resultan más dura bles. Igual puede decirse de trajes de mujer. El algodón será siempre superior al rayón en calidad y servicio. El nilón, por su parte, requiere cuidados especiales. Es regularmente más caro y resulta caluroso para el trópico por su falta de porosidad. En medias largas y otras prendas íntimas femeninas es que ha demostrado su conveniencia y superioridad.
Están apareciendo nuevas fibras sintéticas en el mer cado. El dacrón es una de ellas. Regularmente se usa en combinación con la lana u otras fibras naturales para la confección de trajes y pantalones de hombre. Parece reunir buenas cualidades de resistencia y durabilidad. Y resiste bien el lavado. Nuevas fibras sintéticas o artificiales aparecerán en el mercado. Tratemos siempre de averiguar las cualidades y defectos de las que vayan apareciendo. Y, sobre todo, el cuidado o trato que debemos darles. ¿Se pueden lavar? ¿Resisten el planchado? No olvidemos que muchas de estas fibras artificiales se descomponen o dañan con el calor de la plancha. Algunas pueden lavarse, pero no resisten el plan chado, o no lo necesitan. Tanto al comprar telas como prendas hechas debemos examinar cuidadosamente el material. ¿Es fuerte? ¿Está “ pasado” ? ¿Lavará bien? ¿Despinta? Si tenemos dudas preguntémosle al dependiente. Y comparemos por nuestra cuenta varios materiales en la misma tienda, y en otros establecimientos. En cuestión de telas, como en tantas co sas de la vida, “ no todo lo que brilla es oro” .
LA TRAMPA DE LOS "REGALOS” Cuando éramos muchachitos y nos enviaban a la tienda a buscar “ la compra” , acostumbrábamos pedir “ la ñapa” . El tendero nos daba un bombón, o un caramelo, o quizás un “ pilón” . La golosina que recibíamos era “ la ñapa” . Claro, que nunca nos pusimos a averiguar si el centavito que podía costar la “ ñapa” se lo había añadido el tendero a alguno de los artículos de la compra. A lo mejor sí, a lo mejor no. De todos modos es ya demasiado tarde para averiguarlo. Hoy no se da “ ñapa” . Pero últimamente se han puesto de moda los “ regalos” . Se anuncia, por ejemplo, que si compramos una nevera nos regalan una vajilla. O que si compramos un radio nos regalan una olla. O que si compra mos un televisor nos regalan una lámpara. Esto suena muy bien. Pero, ¡cuidado! Lo más probable es que el precio de la vajilla se lo hayan añadido al precio de la nevera. Y que el precio de la olla se lo hayan añadido al precio del radio. Y que el precio de la lámpara se lo hayan añadido al precio del televisor. De modo que el llamado “ regalo” no es tal porque estamos pagando por él, como si lo compráramos. Sólo que lo que pagamos está “ disfrazado” bajo el precio total del artículo grande (nevera, radio o televisor). Desconfiemos, pues, de este tipo de “ regalo” . Para no caer en la trampa lo mejor, como siempre, es la comparación. Podemos ir a varios establecimientos y preguntar por los precios de neveras, radios y televisores. Luego compara remos estos precios con aquellos del establecimiento que ofrece los “ regalos” . Si los de éste último están inflados ya sabemos a qué atenernos respecto a los “ regalos” que tan “ generosamente” nos ofrece el comerciante. Alguien podrá decir: “ A caballo regalado no se le mira el colmillo” . Pero en este caso sí que hay que buscar y mirar bien el colmillo. Porque es un colmillo que nos puede “ morder” varios dólares.
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COMPRANDO PARA NUESTRA SALUD En la compra de alimentos podemos ahorrar comprando aquellos productos que alimentan más. Sobre esto ya ha blamos en nuestro libro “ Alimentos para la familia” . Si sabemos que el chayóte contiene poco alimento, debemos comprar, en vez de chayóte, otro producto que sea más alimenticio: batata, papa o calabaza, por ejemplo. Si sabemos que el jugo de pera es el que menos alimenta, ahorraremos dinero y contribuiremos mejor a nuestra salud, comprando aquellos jugos que son más nutritivos: china, tomate o guayaba, por ejemplo. Si sabemos que la mayoría de las gaseosas o refrescos embotellados son muy poco alimenticios, ahorraremos dinero sustituyéndolos por leche o por orchatas de avena o cebada, preparadas en la misma casa. Si sabemos que las frutas en lata, importadas, alimentan menos que nuestras frutas naturales, debemos dejar de com prar las latas de frutas y emplear el dinero en frutas frescas nuestras. En cambio, si sabemos que todas las leches en polvo alimentan más o menos igual, debemos comprar aquella que se venda a un precio más reducido. En la compra de alimentos tendremos, pues, dos pre ocupaciones: el ahorro en dinero y el valor alimenticio del producto.
¿LO MIO? ¿LO TUYO? Querida, explícame, por qué tú dices “ Mi piano, mis rosas” , y: “ tus libros, tu perro . . ¿Por qué te oigo declarar a veces: “ es con mi dinero que quiero comprar esas cosas” ? ¡Lo que me pertenece, te pertenece! ¿Por qué esas palabras que nos separan: lo “ tuyo” , lo “ mío” , lo “ tuyo” ? Si tú me amaras plenamente dirías: “ los libros, el perro” y: “ nuestras rosas” .
A VECES LO BARATO SALE CARO Hay ciertos artículos por los cuales vale la pena, a veces, pagar más si ello nos garantiza un mejor y más largo servicio. Los zapatos son, quizás, el mejor ejemplo de esto. Un par de zapatos de mala calidad, aunque baratos, puede resultar a la larga caro, pues se deteriorará tan rápi damente que tendremos muy pronto que sustituirlo por otro. Claro que hay que tener conciencia del uso que se le va a dar al artículo. Unos zapatos, por buenos y caros que sean, si son “ de vestir” , es decir, de los que uno usa para salir o para “ pintar la varilla” , se destrozarían en poco tiempo utilizándolos para el trabajo diario. Al comprar zapatos debemos, pues, tener en mente el uso que vamos a darle. Los requisitos de unos zapatos “ de vestir” no son los mismos que buscamos en unos zapatos “ de trabajo” . Y un ahorro, tanto en dinero como en dolores de cabeza (y de pies) al comprar zapatos, es el de escogerlos de acuerdo al verdadero número que nuestros pies necesitan. El calzado trae casi siempre una numeración que indica el largo, y una letra que indica el ancho. Por ejemplo, 7, 8 ó 9 indican medidas distintas para el largo del pie. A, B, o C indican medidas distintas para el ancho del pie. La letra A indica el tamaño más estrecho. Luego, B es más ancho que A. Y C es más ancho que B. Si nuestros pies necesitan un 8-C no compremos un 8-B porque nos quedará estrecho. Pero tampoco compre mos un 7 -H C porque nos quedará corto. En muchas tiendas de calzado tienen un sencillo aparato para medir los pies. Cada vez que vayamos a comprar zapatos será conveniente pedir que nos tomen la medida. ¿Por qué? Porque a veces hay pequeñas variaciones de un año a otro, de acuerdo con el peso de la persona. Además, es necesario que siempre nos probemos ambos zapatos. La razón es sencilla. Nuestros dos pies no son siempre del mismo tamaño, aunque lo parezcan. El mismo
número de zapato que le va cómodo al pie derecho puede que le resulte apretado al pie izquierdo. Compremos siem pre el número que le quede mejor al pie que requiere un número mayor, sea el izquierdo o el derecho. Y no temamos molestar al dependiente con nuestras pruebas. Para eso está él ganando su dinero. Si no es buen vendedor, si no sabe atendernos bien, con irnos a otro establecimiento donde haya más cortesía y mejor atención habremos solucionado el problema. Por otro lado tampoco nos sintamos obligados a comprar mala mercancía sólo por agradecer la zalamería de un dependiente demasiado listo. Lo que importa es salir de la tienda con los zapatos que en verdad nuestros pies necesitan. Y si esto es cierto para los mayores, con más razón lo es para los niños, cuyos pies son más tiernos y sufren más la tortura de unos zapatos apretados. Muchos de nuestros pies deformes, de nuestros callos y juanetes, se deben a los zapatos estrechos o cortos que nuestros padres nos hicieron usar cuando éramos niños. De modo que al comprar zapatos es saludable pensar no sólo en el precio y la apariencia, sino también en la co modidad y en el buen servicio que puedan rendirnos.
LA CANCION DE LA ESPIGA La Hija del Caribe (puertorriqueña)
Sembrador de las mieses, cuando en el surco abierto arrojas los puñados de simiente, ¿piensas en los gorriones y en los niños hambrientos, en las chozas sin pan, y en las brumas letales del invierno? Pues yo quiero pedirte, honrado y buen labriego que, cuando en el molino muelas el trigo santo que bendice el Dios bueno, cuando la espiga encinta lo expulse de su seno, y dé harina a la Hostia y al hogar dé sosiego, no te olvides entonces de abastecer mi granero; pues cuando esté en mis arcas suave, fino y argento, los niños y los pájaros, y los pobres hambrientos tendrán pan y alegría y calor y consuelo. Sembrador, no te olvides de abastar mi granero.
LA TRAMPA DE LOS USUREROS El apuro de dinero, la necesidad imprevista de cierta cantidad en determinado momento o, sencillamente, la cos tumbre rutinaria de coger prestado, nos hace caer a menudo en la trampa de los usureros. Llamamos usurero al que presta dinero cobrando por ello un interés abusivamente alto. La ley determina que el interés más alto que debe pagarse por el servicio de prestar dinero es de 9% anual. Desgraciadamente nuestros códi gos no establecen penalidad por la violación de esa ley. Es decir, en Puerto Rico se puede practicar la usura sin que la ley nos proteja contra ella. De modo que la única defensa que tenemos es la de no caer en las manos de los usureros. El medio ideal de no vernos envueltos en la necesidad de un préstamo es el ahorro. Si podemos economizar dinero para las necesidades imprevistas, no tendremos que pagarle a nadie para que nos preste dinero.
Cuenta de Ahorros Varios de los bancos que operan en Puerto Rico pagan hasta 3% de interés por los ahorros que uno deposita en ellos. Es decir, en vez de uno pagar interés, es el banco el que le paga a uno por tener allí sus ahorros. Abrir en un banco una CUENTA DE AHORROS es fácil. Y la canti dad con que se empieza puede ser mínima. Con un dólar que tengamos ahorrado, ya podemos abrir una Cuenta de Ahorros. Claro que trataremos de conseguir aquel banco que pague el interés más alto. Hasta la fecha, como diji mos, el interés más alto que un banco paga por ahorros en Puerto Rico es de 3%.
La Cooperativa de Crédito A pesar del ahorro algunas personas se ven, tarde o temprano, obligadas a solicitar un préstamo. Para esta eventualidad lo mejor es hacernos socios de una COOPERA TIV A DE CREDITO. Y si no hay una a la mano, tratar de organizar una en nuestra comunidad.
La Cooperativa de Crédito rinde dos servicios valiosos: depositamos en ella nuestros ahorros en forma de bonos (por los cuales recibimos dividendos anuales) y, además, nos presta dinero al interés más bajo posible. Es ésta una institución democrática; somos sus socios y dueños, y su administración depende de nosotros mismos. Hay en el Gobierno especialistas que nos pueden infor mar y orientar sobre cómo organizar una buena COOPERA T IV A DE C R E D ITO . Si nos interesa podemos dirigirnos al señor Miguel López Director, Negociado de Cooperativas de Consumo y Crédito Administración de Fomento Cooperativo Santurce, Puerto Rico
LA PUERCA Luis Lloréns Torres (puertorriqueño)
Esta puerca parida, hembra de egregio rango, de la estirpe de aquellas ocho del Almirante que a las Indias vinieron en la Marigalante y en las Indias hozaron la doncellez del fango, esta puerca que ahora santamente se acuesta bajo la sed cristiana de los siete lechones que pulsan el teclado de sus sietes pezones en misererenóbica paternostral orquesta; esta doña cuadrúpeda, de la nada creada le ha pagado con creces su débito a la Esta puerca, señores, no quiso que su vida consistiese tan solo en estar bien comida y acostarse y rascarse y quedarse dormida. ¡Esta puerca es, señores, una puerca parida!
LAS SIETE VACAS GORDAS Y LAS SIETE VACAS FLACAS Sueños del Faraón de Egipto Habiendo tenido el Faraón o Rey de Egipto unos sueños muy extraños, llamó a todos los sabios de su corte para que los interpretasen. Pero ninguno de éstos pudo hacerlo. Ente rado entonces el monarca de que en prisión había un joven hebreo de nombre José, que había interpretado correctamen te los sueños de sus compañeros, lo hizo comparecer ante él. Díjole el Faraón: -H e tenido dos sueños y no hay quien acierte a explicarlos. He oído de ti, que tienes gran luz para interpre tarlos. Contestó José: -N o seré yo sino Dios quien responderá favorable mente al Faraón por mi boca. Refirió, pues, el rey lo que había visto en sueños:
-Parecíame -d ijo - que estaba a orillas del río y que subían de él siete vacas hermosísimas y en extremo gordas, las cuales en los pastos de la ribera despuntaban la yerba verde. Cuando, he aquí, que salían tras ellas otras siete vacas tan feas, flacas y macilentas como nunca las vi tales en tierras de Egipto. Las cuales, después de haber devorado y consumido a las primeras, ningún indicio dieron de hartura, sino que, al contrario, se paraban yertas con la misma fla queza y morriña de antes. El Faraón hizo una pausa esperando algún comentario de José. Pero como éste guardara silencio procedió a contar su segundo sueño: -Desperté después, pero vencido otra vez de sueño, vi en sueños también, cómo brotaban de una sola caña siete espigas de trigo, llenas y hermosísimas. Al mismo tiempo, nacían de otra caña siete espigas delgadas y requemadas del viento abrasador, las cuales se tragaron a las primeras en toda su lozanía. He referido a los sabios ambos sueños y no hay quien me los esclarezca. Inspirado por Dios, respondió José: -Los dos sueños del Rey significan una misma cosa: lo que Dios ha de hacer lo ha mostrado al Faraón. Las siete vacas gordas y las siete espigas llenas, siete años son de abundancia, y contienen una misma significación del sueño. También las siete vacas flacas y extenuadas que salieron en pos de las primeras tragándoselas, y las siete espigas delgadas y quemadas de viento abrasador, son siete años de hambre que han de venir. Los que se cumplirán en este orden: Vendrán primeramente siete años de gran fertilidad y abun dancia en toda la tierra de Egipto. A los cuales sucederán otros siete años de tanta esterilidad que hará olvidar toda la anterior abundancia, por cuanto el hambre asolará toda esta tierra. Cuando José concluyó su interpretación de ambos sue ños el Faraón le pidió consejo sobre lo que debería hacerse. José, pues, aconsejó que el pueblo trabajase, ahorrase y guardase lo más posible durante los siete años de abundancia para que tuviera con qué pasar los siete años de carestía.
Así se hizo. Entre otras medidas se construyeron gran des graneros donde se guardaron los granos y productos para la época mala. Y cuando llegaron los siete años de esterilidad y desastre, Egipto tuvo recursos para afrontar la crisis. Más aún, tuvo para vender a los países vecinos. La Biblia concluye así el ejemplar episodio: “ Y venían a Egipto todas las provincias vecinas, para comprar víveres y aliviar la pena de la carestía.”
Nuestras Vacas Flacas La lección de este suceso bíblico, ocurrido hace miles de años en Egipto, tiene validez para el hombre de todas las épocas. También para nosotros. En Puerto Rico hemos estado viviendo, en términos generales, una época de prosperidad y abundancia durante los últimos quince o veinte años. Han sido años de “ vacas gordas” . Ciertamente no tenemos un José que, por inspira ción divina, nos profetice cuándo empezarán los años de las “ vacas flacas” . Pero debemos estar preparados. Las crisis económicas surgen para el pueblo casi inesperadamente. Muchos de nosotros recordamos aquella terrible crisis de los años del treinta: la Depresión. Y muchos recordamos lo que es un temporal de verdad. No uno pequeño como Santa Clara, sino uno devastador, capaz de casi arrasar
con la economía de la Isla, como el de San Felipe. Estas cosas no ocurrieron en lugares remotos, sino aquí, en Puerto Rico. No ocurrieron hace miles, ni cientos de años, sino en este mismo siglo. El ciclón de San Felipe nos azotó en el 1928; la mayoría de nosotros estábamos ya nacidos. La Depresión empezó a “ azotarnos” poco después, en el 1931, y sus consecuencias se prolongaron hasta el 1936 ó 1937. M u chos más de nosotros habíamos nacido ya. Nunca podemos estar completamente seguros de que cosas así no vuelvan a repetirse para nosotros. No es asunto, claro, de ponernos a llorar por males que pasaron ni por males que aún no han sucedido. Pero sí es cosa de no olvidar la experiencia del pasado, y de estar siempre preparados para los “ años flacos” que el futuro pueda traernos. El ahorro, la economía, el uso inteligente de nuestro dinero, el privarnos de cosas superfluas o innece sarias, las compras conscientes y planificadas, pueden ayu darnos a enfrentarnos mejor con cualquier crisis. Tenemos que precaver hoy los males futuros. No mañana, ni pasado, sino hoy. Porque hoy, como en los tiempos bíblicos, “ un hombre precavido vale por dos” .
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INDICE Póg.
La trampa g ran d e.............................................................................. ¿Q u é es un consumidor?.................................................................... La trampa de la imprevisión........................................................... La cigarra y la hormiga (fáb ula).................................................. Hay un tiempo para todo (pasaje b íb lico)................................ Ahorro directo y ahorro indirecto.................................................. Doña Rosa (cuento de Nueva York).............................................. La trampa de la v an id ad ................................................................ Vanidad de vanidades (poem a).................................................... La trampa de las “gangas” o“baratillos” ................................... El Anzuelo (cuento)............................................................................. La nota de la com pra....................................................................... La trampa del anuncio...................................................................... La trampa de las ventas a plazos................................................. No es oro todo lo que reluce.......................................................... Las moscas y la miel (fáb ula)......................................................... La trampa de los “regalos” ............................................................. Comprando para nuestra salud...................................................... ¿Lo mío? ¿Lo tuyo? (poem a)........................................................... A veces lo barato sale c a r o ............................................................ La canción de la espiga (poema)................................................. La trampa de los usureros............................................................... La puerca (poema)............................................................................ Las siete vacas gordas y las siete vacas fla c a s.......................
1 2 4 6 7 8 11 16 19 20 22 29 31 33 34 36 37 38 39 40 42 44 47 48
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