REVISTA del INSTITUTO de CULTURA PUERTOltRIQUEÑA ANTROPOLOGIA HISTORIA ·10
LITERATURA ARTES PLÁSTICAS TEATRO MOSICA ARQUITECTURA
número JULIO· SEPTIEMBRE, 1966
San luan de Puerto Rico
R E
v
1 S T A
DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA JUNTA DE DIRECTORES Guillermo Silva, Presidente Enrique Laguerre . Aurelío Ti6 . Teodoro Vidal Arturo Santana - Esteban Padilla . Wilfredo Braschi
Director Ejecutivo: Ricardo E. Alegria Apartado 4184 A&O IX
SAN JUAN DE PUERTO RICO
1966
Núm. 32
JULIO - SETIEMBRE
SUMARIO José Gautier Benítez por Cesáreo Rosa-Nieves
1
La montaña, génesis del cromatismo lírico en «La Charca» por Lamberto A. Cano ... ... ... ... ... ... ...
7
La inmigración canaria en Puerto Rico durante los siglos XVI y XVII por Manuel Alvarez Nazario ... ... ... ... ...
12
Instantáneas del teatro en Puerto Rico por Anita Arroyo ... ... ... ... ... ... ... ... ...
17
Soneto para la Isla Azul por Dora 1sella Russell ... ... ... ... ... ... ...
23
Estampas del siglo XVIII - Costumbres, Alimentación por Berta Cabanillas de Rodríguez .
24
Pintura y escultura mexicana del siglo Puerto Rico por Arturo Dávila ... ... ...
32
XVIII
en
Exposición «Puerto Rico: La nueva vida»
37
Carreras de San Juan y San Pedro por Manuel A. Alonso
40
José de Diego y la poesía por Concha Meléndez ... ... ... '" ... ... ... ...
43
El extraño caso de Ciro Doral - Cuento por Gustavo Agrait '" ... ... '" '" ... ... ... ...
47
Doctor José 'Celso Barbosa Alcalá: breve semblanza por Luis M. Díaz Soler... ... ... ... '" '" ... ...
52
o"
Madre mía por Elsa Josefina Tió ... ... ... ... ... ...
57
Exposición: Dos siglos de pintura puertorriqueña
58
La plaza fortificada de San Juan de Puerto Rico por Juan Manuel Zapatero ... ... ... ... ... ...
60
PUBLICACION DEL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEl\l:A Director: Ricardo E. Alegría Ilustraciones de Carlos Marichal Fotografías de
Jorge Diana
Aparece trimestralmente Suscripción anual............................................................................ $2.se Precio del ejemplar $0.7: [Application for second class maiJ priviJege pending at San Juan, P. R.l
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3343 - 1959
EN LOS TALLERES GRÁFIcos DE «EDICIONES RVMBOS"
BARCELONA - PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA
COLABORADORES
CESÁREO ROSA-NIEVES nació en Cayey. En 1944 se recibió de doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Poeta, ensayista, dramaturgo y crítico literario, ha publicado varias obras de poesía y proyectado en su producción teatral temas de la historia y el folklore puertorriqueños. Entre sus obras en prosa y en verso figuran: La poesía en Puerto Rico: estudio crítico-histórico del verso puertorriqueño (1943), La lámpara del faro (1957), Tierra y lamento (1957), Siete caminos en luna de sueños, del mismo año, e Historia panorámica de la literatura puertorriqueña (1963). También ha compilado y anotado el Aguinaldo lírico de la poesía puertorriqueña, antología en tres tomos (1957). Pertenece al claustro de la Universidad de Puerto Rico.
LAMBERTO A. CANO y MARÍN, natural de Valencia, España, es profesor de Humanidades en la Universidad de Puerto Rico. Periodista y crítico literario, ha residido durante muchos años en Hispanoamérica. Es autor de numerosos artículos aparecidos en las revistas literarias y en la prensa diaria del país. Tiene en preparación un libro sobre la poesía de Manuel Joglar Cacho.
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DORA ISELLA RUSSELL, escritora uruguaya de renombre internacional, representó a su país en el IV Congreso de Poesía Puertorriqueña. Ha publicado los libros Sonetos (1943), El canto irremediable (1946), Oleaje (1949) y Los barcos de la noche (1954). Se ha distinguido igualmente como ensayista, y en el tal <:arácter se le deben varios trabajos sobre Juana de lbarbourou, cuyas Obras completas (colección «Joya», de Agullar), ha compilado y anotado. También ha pronunciado conferencias sobre temas literarios en vario¡¡ países de Sudamérica y en Puerto Rico.
BERTA CABA ILLAS DE RODRíGUEZ naclO en Mayagüez, y realizó estudios superiores en el Colegio Radford (Virginia), en la Universidad de Chicago, donde obtuvo el grado de Maestra en Artes (1935), y en la Universidad de Columbia (1954). Durante muchos años ha sido profesora de Economía doméstica en la Universidad de Puerto Rico. Ha publicado diversos trabajos sobre la cocina puertorriqueña y el origen de los hábitos alimenticios de nuestro pueblo.
LUIS M. DfAZ SOLER es Director del Departamento de Historia y catedrático asociado de la misma disciplina en la Universidad de Puerto Rico. En 1950 recibió de la Universidad de Luisiana el título de doctor en Filosofía. Es director de la Revista Historia, publicación del capítulo puertorriqueño de la Sociedad Nacional Honoraria de Historia de Estados Unidos. Además de diversos trabajos en revistas del país y del extranjero, ha publicado la obra Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico (1493-1890) y Rosendo Matienzo Cintrón: Vida y obra (1960).
ELSA JOSEFINA TIÓ nació en Santurce el 19 de marzo de 1951. Estudia en el Colegio de las Madres del Sagrado Corazón. Publicó su primer libro de versos en una edición cerrada titulado Poesía, cuando tenia 7 años de edad. Su libro fue prologado por el profesor y poeta Eugenio Florit, de la «Barnard College». Se han publicado sus versos en el periódico de su escuela, en Indice, de Madrid, en La Milagrosa y otras revistas y periódicos.
CONCHA MELÉNDEZ, ensayista y crítica literaria. Nació en Caguas. Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de México, durante muchos años fue catedrática de literatura hispanoamericana en la Universidad de Puerto Rico, cuyo Departamento de Estudios Hispánicos dirigió. Entre sus numerosas obras figuran La novela indianista en Hispanoamérica (1933), Signos de Iberoamérica (1936), Entrada en el Perú (1941), La inquietud sosegada: estudio sobre la poética de Evaristo Ribera Chevremont (1946), Ficciones de Alfonso Reyes (1956), Figuración de Puerto Rico y otros ensayos (1958), El arte del cuento en Puerto Rico (1962), libro premiado por el Institu· to de Literatura Puertorriqueña y José de Diego en mi memoria (1966). La doctora Meléndez es profesora emeritus de la Universidad de Puerto Rico. En el año 1965 le fue otorgada la Medalla de Oro del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
GUSTAVO AGRAIT nació en San Germán, y se recibió de licenciado en Derecho en la Universidad de Puerto Rico, donde desde 1933 ocupa una cátedra de Lengua y Literatura española. Ha escrito cuentos, poemas y trabajos de investigación y crítica literaria, muchos de ellos inéditos, entre los que se destaca su monografía sobre el tema del beatus ille en los poetas españoles de los siglos XVI y XVII. Ayudante del Gobernador de Puerto Rico durante cuatro años, el licenciado Agrait dirige en la actualidad la Oficina de Información de la Administración de Fomento Económico.
JUAN MANUEL ZAPATERO, doctor en historia por la Universidad de Madrid, es autor de importantes obras de cartografía histórica y de trabajos relacionados con la figura del general José de San Martín. Su formación histórico-militar le ha llevado al campo de la especialización en fortificaciones históricas, campo al que ha aportado numerosos trabajos publicados en la Revista de Indias, la Revista de Historia Militar de España y otras publicaciones periódicas españolas y Sudamérica. En 1964 el Instituto de Cultura Puertorriqueña publicó su obra La Guerra del Caribe en el siglo XVIII, valiosa aportación al estudio de la organización militar y las actividades bélicas en el Mediterráneo americano.
MANUEL ALVAREz NAZARIO nació en Aibonito. Maestro en Artes de la Universidad de Puerto Rico, en 1954 se recibió de doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. Desde 1949 profesa una cátedra de lengua española en el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez, de cuyo Departamento de español es director. Dedicado a los estudios lingüísticos, ha publicado las obras El arcaismo vulgar en Puerto Rico (su tesis doctoral) y El elemento afronegroide en el español de Puerto Rico (1961), libro premiado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña.
ANITA ARROYO, doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana, ha profesado cátedras de Historia de la Literatura Hispanoamericana en dicha Uni· versidad y en la Nacional Autónoma de México. Tiene a su haber una larga labor en el periodismo de Cuba, donde ocupó el cargo de presidenta del Lyceum de La Habana y fue secretaria de varios patronatos culturales y cívicos. Es autora de diversas antologías de cuentos hispanoamericanos y del libro Raza y pasión de Sor Juana Inés de la Cruz.
V. DÁvll.A nació en San Juan. Hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad de Madrid, donde se especializó en historia y obtuvo, en 1960, el grado de doctor en Filosofía y Letras. Es autor de la obra La isla de Vieques en la historia (su tesis doctoral) y de otros trabajos de investigación sobre la historia religiosa y el arte en Puerto Rico, algunos de el10s publicados en números anteriores dé esta revista. Ocupa una cátedra de Historia del Arte y la dirección del Departamento de Bel1as Artes en la Universidad de Puerto Rico. ARTURO
MANUEL A. ALONSO nació en Caguas. Hizo sus estudios secundarios en el Seminario Conciliar de San Ildefonso, en San Juan, y se doctoró en Medicina en la Universidad de Barcelona. Fue uno de los jóvenes puertorriqueños que en la Ciudad Condal editaron el libro titulado Album puertorriqueño, primera obra importante de nuestra literatura. Ejerció por muchos años su profesión primero en Galicia y luego en Madrid, a la vez que colaboraba en la prensa propagando la implantación de reformas liberales en Puerto Rico. A los cincuenta años regresó a su patria, donde continuó su actividad profesional, <literaria y política. Militó en el partido Liberal Reformista y durante algún tiempo fue director del periódico El Agente. En sus últimos años desempeñó la dirección del Asilo de Beneficencia. Como escritor cultivó los estudios de costumbres, dedicándole gran atención a la vida del campesino puertorriqueño. Sus trabajos literarios se hallan recogidos en el libro titulado El Gíbara, del que se han hecho varias ediciones.
José Gautier Benítez Por CESÁREO ROSA-NIEVES
SE
HA VENIDO
CREYENDO
TRADICIONALMENTE,
QUE
José Gautier Benítez nació en Caguas, el día 12 de noviembre de 1851. Autores clásicos, como Cayetano Coll y Toste y Augusto Malaret, han defendido esta teoría. Sin embargo, otros literatos, también de relevantes prestigios, como Marcelino Menéndez y Pelayo y Sotera Figueroa, sostuvieron la posición de que fue en Humacao la cuna del poeta: e112 de abril de 1848. No es este el momento propicio, para revivir tan larga y vieja controversia investigativa. Los verdaderos estudiosos, con serios documentos, decidirán esta kilométrica cuestión en lo porvenir, en forma objetiva y honesta, y sin acomodaticios juegos malabares. (Véase: Bibliografía en la parte última de este trabajo, para la consulta de los textos sobre este asunto.) En lo que todos los biógrafos están de acuerdo, es en la fccha de su muerte, acaecida ésta el 24 de enero de 1880. Su cadáver fue sepultado en San Juan, Puerto Rico. El ambiente cultural de José Gautier Benítez, fue muy siglo XIX y muy antipositivista, con una fe de candores, temerosa del demonio y de la superstición tradicional. En los comicios naciona· les flotaba una áspera pugna política entre los sectores liberal reformista y los incondicionales. Así Patria, amada y paisaje se abrazan en la poesía del poeta en maridaje pasionalmente romántico. Epoca de un catolicismo sentimental, rico de penas y añoranzas. Esa perenne enfermedad del boricua (la nostalgia), a que tan frecuentemente alude Gautier Benítez en sus escritos, cunde en todas las almas de esta antilla. El Angelus, la campana sagrada de la Iglesia, las fiestas patronales, el Corpus Christi, las trullas de Reyes y las carreras a cabaUo, bordaban la programática de aquel dul· ce-alegre horario lánguido y aldeanamente colonial. La poesía iba surgiendo tenue, como los verdes
que buscan la luz; voluptuosa, amablemente angustiada y sensualmente femenina como el paisaje de nuestra naturaleza: sin estruendos, sin rudezas, sin espectáculos estrambóticos. Era el resultado de los efluvios poemáticos de Heine y Musset, trasplantados a esta tierra tropical en sabor criollo. Así surgieron Una Pregunta, Ausencia y Regreso, estrofas 'Para mujeres apenadas, criaturas ingenuas con una esperanza de amor bajo la luna enigmática. Lo otro: jazmineros en flor, serenatas melancólicas, una danza de Morel Campos o un vals de saudades azules. El literato es hijo de Rodulfo Gautier y Castro (1797-1856), y de Alejandrina Benítez de Arce (1819· 1879). Hace sus estudios elementales en el pueblo de Caguas. Viven para entonces en la finca Borinquen, situada a la salida de la carretera CaguasCayey. De 1865 a 1868, José Gautier Benítez termina la carrera militar, en la categoría de Alférez, y lo hallamos en la isla para 1869. Aunque de 1869 al 1870, radica temporalmente en España, en la matrícula del Batallón de Valladolid, y como estudiante de milicias avanzadas, la verdad es que de 1871 a 1872, lo volvemos a encontrar actuando como Escribiente en la Diputación Provincial de Puerto Rico. Es en este período de ardidas luchas políticas, que se da a la tarea de colaborar en El Progreso (1871-1874), con el seudónimo tie Gustavo, y por el 1879, publica en La Revista Puertorriquelía y otras publicaciones del país.1 1. E~tas dos public:lciones de 1:1 época fueron de gran proml· nenci:l literaria en los cfrculos Intelectuales de aquellas generaciones cs~tieas. El Progruo, periÓdico polltIco. literario y de noticias vio la luz en San Juan, P. R. (Salía miércoles, viernes y domingos). Fue ~u propIetario real y fundador, José lull4n Acosta; luego Félix P:ldial y también José R. Abad. Figuraron entre sus redactores !' colaboradores: Pablo Morales, Julián A. Blanco, M. Fern4ndez Juncos, 105é Gautier Benita, etc. Salló el 2 de septiembre, 187D y dC$llPllI'"éCC el 4 de fltbrero de 1874. lA Rcvi5ra Pucrtorriqueña. tuvo
1
Circunstancias enojosas de incompatibilidad de caracteres, entibiaron la gran pasión erótica del soldado-poeta con Carmen o 'Neill, y para el año de 1874 (5 de enero), se casa con su prima Cecilia Benítez Nerón Longré, nacida esta distinguida dama en la isla de Vieques: (allí se casan.) De este matrimonio nacerán sus hijas: Pepiña y María. En su estadía en Puerto Rico (del 1871 en adelante), el poeta alterna la literatura con las tareas de secretarías y las tertulias. José Gautier Benítez, como hemos consignado varias veces en otros ensayos, no fue separatista ni autonomista. Perteneció al Partido Uberal Reformista, que 10 nombra en el 1873, delegado a la asamblea del grupo, celebrada en ese año en San Juan. Quería, pues, más libertades, dentro de la unión permanente con España. El 11 de octubre de rB79 muere Alejandrina Benítez: su padre había fallecido antes, más o menos por el 185ó.l Ya para el año de 1879, el poeta se retirará a su hogar gravemente enfermo, herido por el bacilo de Koch, y es entonces que escribe los poemas de más hondura angustiosa: La Barca, Insomnio, Apariencias, Renacimiento, y su gran elegía de cisne: Canto a Puerto Rico, laureada ésta en el certamen literario del domingo 29 de junio de ese mismo año de 1879, en el Ateneo Puertorriqueño, de San Juan. En sus últimas creaciones líricas, José Gautier Benítez está fuertemente influido por los aires del parnasianismo incipiente que entra a la isla, al través de las traducciones de Manuel de Elzaburu: sobre todo, traducciones directas de Teófilo Gau· tier, corifeo de ese movimiento literario en Pans.
*** José Gautier Benítez 'llevó en su carne hormonas de inmortalidad, sangre celeste de atormentados. su scdc cn San Juan. P. Ro De Iitcratura y cicncias. Fueron sus fundadores Manuel Blzaburu y Jos~ Gautler Benltcz. Sall6 el 15 de enero. 1878. Desaparece el 15 de octubre de 1878. Lo publicado cn C50S números forma un volumen de 414 páginas de buena lectura. 2. De un atinado artículo del Gran Historiador de la Gran Logia Soberana de Puerto Rico, el escritor mas6n: Juan Palacío Mellas, recogcmOJ la slgulcnte infonnaclón complementaria a In vida de Jos~ Gautier Den1tcz. BI pocln puertorriquefto, para el año 1870, mientras residla en Bspnfta y apcnllS cumplidos 105 20 años de ednd, se inlcla en la Orden MasónIca en el Gran Oriente Nacional de Bspnfta. siguiendo así el ejemplo de otros ilustres pntriolas e Intelectuales puerlorrlquellos. que se llam:lron Francisco Mariano Quiftones, Baldorioly de Castro, Jos~ Jullán Acosln, Euge· nio Marfa de Hostos, y Julio L. Vlzcarrondo. A su regreso II Puer· to Rico, José Gautier Benílcz (en el ai'lo 1871), se une a varios her· mnnos y en el 1873 funda la Respetable Logia Fraternidad. núm.:ro 7. en San Jwm, de la cual es electo Secretario. Y esas pnradojas que hay en estos grandes hombres nos llevu a informar, que desde el 29 de octubre de 1869, se le habla concedido al poctll, por el Honorable Rector de la UnIversidad Central de Madrid (D. L. M.), el hábito de la Orden MlIIlnr de Santiago: todo este acontecimiento se planeaba para ser investido el poctn bajo palla serenlslmo de la Iglesia Católica, Apost611cn y Romana, ron su sede en Espnfta. (Para alguna de esta información damos las gracins a los slgulen· tes amigos: Juan L. Matos Clntron, Hlpóllto Marcano, Víctor M. Gil del Rublo y Wifn:do Clntron Cardona).
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Como todo buen poeta, rimaba su dolor para lograr angustias. Fue el bardo más representativo del movimiento romántico en Puerto Rico: sentimentalmente lírico. La poesía romántica puertorriqueña es en parte, una réplica de la de Europa, tanto en su aspecto formal como en sus esencias más puras. Los auto· res que más afinidades contiguas tienen con las liras del país, en la época de Gautier Benítez, son: Byron, Hugo, Musset, José Zorrilla, Gustavo Adolfo Bécquer. Los tres temas de más destaque aquí en la isla, nos resultan: la patria, la mujer como asunto de amor y el motivo religioso. Después son visibles, lo oriental, la muerte, y la sensación de la natura· leza en forma de lienzos subjetivos. Hay que aclarar, que la modalidad del Romanticismo en la isla, aportó a este movimiento en el área estética, la emoción del paisaje de raíz nativista, el jibarismo poético, el tema del negro, que va a ser preponderante en el Modernismo Rubendariano, y el anhe· lo del sentido de libertad política, que había espigado vigorosamente en los ideales laborantistas y reformistas de la isla. Una pasión efusiva habita en el verso de esta clase de poesía novecentista, emoción estilizada en selectas palabras de color, luz y música melancólica. Por eso, en el caso particular de José Gautier Benítez, este lírida tiende más hacia los filamentos íntimos, que a la expresión retórica de llamativas lentejuelas vibrantes. Es poeta, pues, de tono menor, en este respecto, más de la parte de Gustavo Adolfo Bécquer que de los trallazos rimbomban· tes de Espronceda y Zorrilla. Gautier Ben1tez es poeta de síntesis, con una marcada tendencia a los atisbos de alma adentro: introspección espiritual. Son crónicas entrañales de carácter sentimental, en donde el poeta ve al mundo al través de su propio temperamento triste. De ahí su posición ególatra, su edenismo isleño al ver nuestros cromos con cristal de aumento, y su sentido de libertad personal y telúrico. Es un poeta de contrastes, de contradicciones, y por eso la mujer será siempre en él, o ángel neoplatonizado, o demonio que enferma el corazón del bardo. Las combinaciones métricas preferidas por Gautier Benítez, son: el romance (Hermosa Cacica), la redondilla (Ten Animo), la rima becqueriana de concepción irregular y breve (Los Hospitales), el poliestrofismo (Puerto Rico: 1879), la décima (Una Pregunta), los serventesios (Dios), y la quintilla (A Puerto Rico: Regreso). Su verso es transparente, dramático, cantarino y hondo, y sin muchos obstáculos sintácticos: más vecino de Gustavo Adolfo Bécquer, que de Luis de Góngora y Argote. El soneto apenas si se asoma en su creación, sin embargo, cuando ejecuta esa forma petrarquista lo
hace con maestría. Véase éste como ejemplo, Misantropía:
Quiero en la vida adelantanne solo, aunque me hiera la irrisión mundana; aunque, tal vez, al despertar mañana llore los goces que a mi orgullo inmolo. Quiero llegar de mi existencia al polo sin esos lazos de la vida humana, porque la ingrata sociedad profana lo más sublime COI'l su torpe dolo. Quien tenga el alma sin valor y fría, ese, en buen hora, su favor implore; pues, ya sea triste la existencia mía, o bien la dicha mi existir colore, ¡no quiero nadie que a mi lado ría, no quiero nadie que a mi lado llore! Cinco poesías dedica José Gautier Benítez a cantar a su tierra, y todas tienen distintas direcciones artísticas de intención y matiz. Estos poemas son: A Puerto Rico: Ausencia (1870), A Puerto Rico: Regreso (1870) A Puerto Rico, por la concesión de los derechos consignados en el Título 1 de la Consti· tución de 1869 (1873), Al General Don Rafael Primo de Rivera, sostén de la libertad en Puerto Rico (1873), y su más fuerte canción descriptiva y poll. tica: Canto a Puerto Rico (1879). Historia, polltica y paisaje, son los tres ingredientes de casi todos estos poemas, especialmente los que constituyen su excelente Canto a Puerto Rico, de 1879. 3 Recalcamos otra vez, que el tema político en José Gautier Benítez no pasó de la ideología liberal-reformista. Así lo hace constar el poeta en una parte de su poesía de 1879, a que hemos aludido:
Eres el pueblo que su voz levanta si la justicia y la razón se abona, que las exequias del pasado canta y el himno santo del progreso entona. Tú no serds la nave prepotente que armada en guerra, al huracán retando, conquista el puerto, impávida y valiente las ondas y los hombres dominando. Pero serás la plácida barquilla que al impulso de brisa perfumada llegue al remanso de la blanca orilla; tal es, patria, tu sino, 3. Como una observación de carácter subjetivo, queremos consignar, que en cuanto n los poemas A Puerto Rico: Ausencia y A Puerto Rico: Regr~o (1870), nos da la sensación de que el poeta pensó más en la imagen de San Juan, que en la de Borinquén como visión tolal, mientras que en el Canto Q Puerto Rico (1879), el autor reDexionó más sobre In Isla globalmente. que en San Juan, en forma aislada.
libertad conquistar, ciencia y ventura, sin dejar en las zarzas del camino ni un jirón de tu blanca vestidura. Empero, si me engaño si me reserva mi destino impío llorar tu ruina y contemplar tu daño; si /te de escucizar tus ecos, devolvenne entre lágrimas y- horrores el ronco acento de los bronces huecos; si fuera mi laúd el destinado para cantar tu pena y tu agonía, ¡ah, que le mire pronto destrozado en mis trémulas manos patria mía! y antes que el mal en tu recinto nazca y contemplarlo con espanto pueda, ¡que disponga el Señor cuando le plazca de este resto de vida que me queda! Mas si Jehová le concedió al poeta, al cantar a su patria y su destino, la doble vista del veraz profeta; si ha de unirse mi nombre con tu historia para ser el cantor de tu alegría, para ser el heraldo de tu gloria, Dios me dé, al contemplarte de venturas y triunfos coronada, una vida sin fin para adorarte y una lira inspirada, inmortal y feliz para cantarte. (De: Gautier Benítez, José -PoeslasLibrería y Editorial Campos, San Juan, P. R., 1929; págs. 201-202.) El sentimiento de la naturaleza en el poeta puertorriqueño que estudiamos, orquesta distintas variaciones expresivas. En sus dos poemas: A Puerto Rico: Ausencia (1870), y A Puerto Rico: Regreso (1870), el paisaje cobra un aire genérico, en donde el autor mezcla patria y amada en un amable maridaje de erotismo y tierra: Tú das vida que inspira mi a ella la quiero y a ti te quiero
a la doncella frenesí, por ti por ella.
Ella es la perla brillante en tus entralias formada, tú la concha nacarada que guarda la perla amante. Es paloma que en la loma lanza su arrullo sentido, y tú, patria, eres el nido donde duerme la paloma. (De Gautier Benítez, José -PoesíasLibrería y Editorial Campos, San Juan, P. R., 1929, págs. 100-101.) 3
Sin embargo, en el Canto a Puerto Rico (1879), el poeta boriqueño tiene profundos señalamientos de paisaje ubicativo, con sutiles observaciones sicológicas basadas en aquella tesis de Montesquieu, referente a la influencia del medio ambiente natural en el temperamento del hombre. Es una pintura de tipo narcisista, pero en donde se sitúan las enumeraciones de la naturaleza tropical, de tan meridiana manera, que no hay duda, que después de leer el poema, uno sabe que está en Puerto Rico. Este logro de José Gautier Benítez, representa una aportación a la forma descriptiva de nuestra poesía, manera que no habíamos visto, ni en 1a poemática de Santiago Vidarte, ni en la de María Bibiana Benítez. Solamente podríamos citar como un pálido antecedente de esta ubicación paisajista de Gautier Benítez, el canto del español Juan Rodríguez Calderón: A la Hermosa y Feliz Isla de San Juan de Puerto Rico (1832). En el área épica, el autor que más se presta para asociarse con Gau· tier Benítez en este particular de lo descriptivo, es José Gualberto Padilla con su poesía en fragmentos: Canto a Puerto Rico (1879-1880), pero las zonas de trabajo son muy distintas y los objetivos literarios de los poemas son diferentes: uno es lírico, el otro es géstico. Una muestra de lo que aseguramos sobre Gautier se nota en el siguiente pasaje del poema que comentamos de 1879:
Tienes la caña en la feraz sabana, lago de miel que con la brisa ondea, mientras la espuma en la gentil guajana como blanco plumón se balancea. y la palma que mece en el ambiente encerrada en el dnfora colgante, la linfa pura de su aérea fuente; y de sus montes en la ancha falda donde el cedro y la péndola dominan, luce el cafeto la gentil guirnalda del combo ramo que a la tierra inclinan las bayas de carmín y de esmeralda. Tú tienes, sí, tus noches voluptuosas que amor feliz al corazón auguran, y en el vergel de lirios y de rosas, manal1tiales de plata que munnuran. Tórtolas que se quejan en los montes, remedando suspiros lastimeros; palomas y turpiales y sinsontes que anidan en floridos limoneros. Todo es en ti voluptuoso y leve, dulce, apacible, halagador y tierno, y tu mundo moral su encanto debe al dulce influjo de tu mundo externo. (Opus. Cit. 4
págs. 198-199.)
Los poemas que mejor representan los demás asuntos tratados por Gautier Benítez, son los siguientes: Una Pregunta, que es una queja de amor, en décimas, a la manera zorrillesca; Dios, en donde el poeta deSaNolla la tesis, de que el Señor está sólo en la vida activa, y no en la vida pasiva de la meditación de los conventos. El motivo de oriente, lo representa el cantor puertorriqueño en Zoraida y Oriental: sus vivos recuerdos de la tradición toledana; y el vaticinio de la muerte, lo pinta en La Barca, poesía en tres tonos: amor, gloria y oro. El asunto indianista-taíno, lo engarza el bardo en su romance A Una Cacica, el tema sepulcral :n La Lágrima del Muerto, el carpe diem, en su poema Mi Flor de un Dia, y el criticismo social, eco tal vez de Larra, aparece en los cuadros que el literato publicaba en El Progreso (1871-1874>, bajo el seudónimo de Gustavo. Como se ha desprendido de estos apuntes, el poeta que más rinfluyó en el poeta que tratamos ha sido Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Fue una afinidad de contenido y forma, aunque el poeta puertorriqueño abarcó en su órbita lírica temas terruñistas, y esto )0 separa diametralmente del cantor español. Tanto el motivo jibaresco como ]a poesía filosófica y el verso negro (reflejos de la problemática de la esclavitud), están dispersos en su obra, a manera de pinceladas nativas, entre los demás temas cumbres de estirpe europea. Para estas similitudes, a que hemos aludido anteriormente, acercamientos de simpatías estéticas entre ambos portaliras, bastaría citar dos coincidencias, entre otras, en donde se notará sin gran esfuerzo la fuerte admiración pasional que el poeta isleño conservaba hacia el bardo andaluz de las rimas eternas. Dice así Bécquer:
Es cuestión de palabras, y uo obstante ni tú ni yo jamás, después de lo pasado, convendremos en quién la culpa está. Mientras en la siguiente estrofa ha bordado Gautier Benítez su pensamiento poético de la manera que exponemos:
Me dijiste «Hasta el cielo)), y al oírlo me sentí estremecer, después de lo que has hec1zo, ese es el medio de uo volverte a ver. En un fragmento de una de las rimas de Bécquer, melodiza el poeta con original estro:
Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas; mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista; mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías; mientras haya en el mundo primavera, llabrd poesía. En tanto, en obro poema redactado por Gautier Benítez, oímos la siguiente disposición métrica:
Mientras pueda a los cielos levantarse tranquila mi mirada; mientras me dé su aroma delicado la flor de la esperanza; mientras tenga de amor gratos ensue,ios, ilusiones doradas; mientras que tenga vida y sentimiento, tengo que amarla."
* '" '" La lengua de José Gautier Benítez, aunque de timbre claro, ensortija en su sintaxis poética, recursos estéticos de originalísima expresión. Así surgirán en sus poemas, el símil: Puerto Rico, como una blanca gaviota dormida entre las espumas; la metáfora: Perla que el mar de erltre su conclta arranca (reemplazando a Borinquen); la personificación: El mar te guarda, te encierra en un círculo 4. Para reFerencias sobre este asunto. consúltcsc: Collado Mar. tcll, A. - Jos~ Gautier Ben/tez. el Gustavo Adolfo B¿cquer de la L/rica PucrtorriqucRa - en: Gautler Benita, José - Poes/as - San Juan. P. R., 1929; págs. 23 11 34.
anchuroso (el agua como manos celosas que poseen cuidadosamente a la Isla); la enumeración: Sol y luna, mar y viento, nubes y noclte, ayudad· me; y el retruécano: ¿Si estard pensando en mí, como estoy pensando en ella? En una ocasión, en su poema Canto a Puerto Rico, de 1879, el poeta sustituye el cañaveral del trópico, por esta imagen metafórica: Lago de miel que con la brisa ondea. Especulando con figuraciones abstractas, la fantasía del autor, elabora un lenguaje de parentescos emocionales, procedimiento éste, que le da a la poemática una distinción novedosa.
* '" * José Gautier Benítez simboliza a nuestras le· tras, el Romanticismo isleño de repercusiones beco querianas, dentro de su hito histórico, más o menos de 1860 a 1880. Ya en los últimos años, se va notando en los versos del poeta, una señaladísima preocupación por la perfección marmórea de la arquitectura del verso. Esta nueva tonalidad, lo alía tímidamente con los poetas parnasianos: tal es el caso de sus poemas: La Barca, y A la Excma. Sra. Doña Juana Chocano de Baldrich, en donde se recoge aquella hennosa estrofa suya:
Rudo es mi canto que brotó espontáneo puro como la brisa en las sabanas, yo no soy el cantor de los salones, yo soy el trovador de las t1lotltaJias.
PEQUElilA BIBLIOGRAFIA Arny, Francisco J. - José Galltier Bel1ítez - En: Predicar en Desierto - San Juan, P. R, 1907, pági· na 236. Angelis, Pedro de - Partida de Bautismo de José Gautier Beníte<. - en: Pro Patria, San Juan, P. R, 1903; pág. 11. Archivo Histórico Nacional - Expediente promo· vida por don Rodulfo Gautier y de Castro, Intendente Honorario de Provincia y Contador Jubilado, en solio citud de licencia para contraer matrimonio con doña Alejandrina Benítez de Arce. (Sección de Ultramar Puerto Rico - Año 1851, Leg. 4.526). Del Archivo Par· ticular de Rosa-Nieves. Resuelto elIde septiembre, 1851, por S. M., Madrid, España. Astol, Eugenio - Hombres del pasado - José Gau· tier Benítez - En: El Libro de Puerto Rico, San Juan. P. R, 1923; ·págs. 1008 a 1010. Babín, María Teresa - Nuestro Gautier - En la revista literaria: Ateneo PlIertorriquelio - Vol. II, Núm. 4, año 1936; págs. 248 a 254. Balseiro, José A. - Gautier Benítez y el Espíritu de su Epoca. En: El Vigía, Madrid, Editorial -Mundo La· tino., 1925, Vol. 1; págs. 143 a 204. (Conferencia dictada en la Universidad de Puerto Rico, el 8 de febrero del año 1924).
Balseiro, José A. - Nuevas Notas Sobre Gautier Benítez - En: Hispania, California, Núm. 6, Vol. XIII, Diciembre, 1930; págs. 485 a 496. (Hay una separata.) Bonham Deily, Myron - José Gautier Benítez Tesis Doctoral presentada por la autora, en la Facul· tad Graduada de la Universidad de Comell, Ithaca, New York, 1931. (Inédita). Bonafoux, Luis - José Gautier Bel1íte<. - En: Ul· tramarinos, Madrid, 1882; pág. 114. Carreras, Carlos N. - Prólogo, a la cuarta edición de las Poesías, de José Gautier Benítez, 1924; páginas 1 a VII. Cintrón Cardona. Wifredo - Pro-Veritas - En: El Imparcial - Sábados Literarios, Sábado, 13 de julio de 1963; págs. S. 16 y 17. CoIl y Toste. Cayetano - PlIertorriquelios Ilustres: El Poeta Gautier Benítez - En: Boletín Histórico de Puerto Rico - Tomo VI, 1919; págs. 158 a 161. (Véase también para el estudio del nacimiento del poeta: Boletín Histórico de Puerto Rico - marzo y abril, Año IV, Núm. 2, San Juan, P. R, 1917; págs. 126 a 128.) Sostiene la tesis, sobre el nacimiento del poeta en Caguas. Collado Martell. Alfredo - José Gautier Benítez, el Gustavo Adolfo Bécquer de la Lírica Puertorrique;ia En: Gautier Benítez, José - Poesías - Librería y Edi·
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torial Campos, San Juan, P. R., 1955; págs. 37 a 49. Se empezó a incluir, a manera de una segunda introduc· ción, después del prólogo de Elzaburu, desde la edición de Librería y Editorial Campos, San Juan, P. R., 1929. Curet Cuevas, Miriam - La Poesía de José Gautier Benítez - Monografía inédita, Departamento de Estu· dios Hispánicos, Universidad de P. R., Río Piedras, P. R., 1950. (Copia mecanografiada.) Elzaburu, Manuel - José Gautier Benítez - En: Gautier Benítez, José - Poesías - Librería y Editorial Campos, San Juan, P. R., 1955; págs 21 al 36. Este pequeño ensayo de Elzaburu, sirvió de prólogo a la primera edición de las poesías de Gautier Benítez, tirada de 1880, San Juan, P. R., Después se ha seguido incluyendo, hasta la edición que citamos arriba, del año 1955. Femández Juncos, Manuel - José Gautier Benítez - En: Antología Puertorriqueña - New York, Hinds, Hyden and Eldredge, 1907; págs. 164 a 166. (Contiene biografía y el poema: Puerto Rico de 1879.) Se han hecho varias ediciones de esta antología, entre otras: 1907; 1913; 1923; 1932, etc. (Sostiene la tesis sobre el nacimiento del poeta en Caguas.) Figueroa, Sotero - José Gautier Bel1ítez - En: Ensayo Biográfico, de los que más han contribuido al progreso de Puerto Rico. Establecimiento Tipográfico El Vapor, Ponce, P. R., 1888; págs. 253 a 262. (Sostiene la tesis del nacimiento del poeta en Humacao.) Gautier BenItez, José - Poesías - Prólogo de Manuel Elzaburu; Imp. de González y Cía., San Juan, P. R., 1880. (Contiene una corona literaria en hO::lor a José Gautier Benftez.) Se han hecho después varias ediciones, entre otras, en los años de: 1892, 1906, 1924, 1929, 1955, 1965. Girón de Segura, Socorro - Epístolas de José Gautier Benitez - Madrid, 1956. Girón de Segura, Socorro - José Gautier Benítez, Obra Completa, Palma de Mallorca, España, 1960. (Recopilación y notas de la autora.) Girón de Segura, Socorro - José Gautier Benítez Vida y Epoca - Obra inédita - Palma de Mallorca, España, 1961. (La obra contiene una biografía del autor, además de varios poemas inéditos, y documentos en torno a la vida del poeta. Sostiene la tesis sobre el nacimiento del poeta en Caguas.) González, José Emilio - Visión de Gautier - En: Gautier Benítez, José - Poesias - Librería y Editorial Campos, San Juan, P. R., 1955; págs. 7 a 16. Esta composición de José Emilio González, aparece por primera vez, en la edición de 1955, que citamos arriba. Figura además en el texto, un pequeño poema: Elegía, firma· do josemilio gonzález, 28 de mayo, 1955. Malaret, Augusto - José Gautier Benítez - En: Medallas de Oro - San Juan, P. R., 1928; pág. 105, en adelante, Hay otra edición de este tomo, de 1952, Editorial Orión, México, D. F, (cuarta edición). El ensayo aparece fechado, en enero de 1911, y ocupa las pági· nas: 145 a 188. (Sostiene la tesis del nacimiento del poeta en Caguas.)
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Matos Bemier, Félix - José Gautier Benitez - En: Pedazos de Rocas - Ponce, P. R., 1894; pág. 183 en adelante. Matos Paoli, Francisco - José Gautier Benítez: Poe· ta del Amor - En la revista: Puerto Rico IlustradoAño 41. Núm. 2085, del 1 de abril de 1950; págs. 21, 23, 25, 28, 31. Termina en el Núm. 2086, a 8 de abril de 1950; págs·, 14, 15, 30 Y 49. (Véase además, fragmentos de un ensayo, premiado por el Ateneo Puertorriqueño, por el año de 1949.) Medina, Zenón - José Gautier Benltez. - En: Pino celadas - San Juan, P. R., 1895; pág. 40 en adelante. (Véase además: Cuarto Centenario de la Colonización Cristiana de Puerto Rico, San Juan, P, R., 1908; pági· na 168). Menéndez y Pelayo, Marcelino - Historia de la Poesía Hispano-Americana - Tomo 1, Madrid, 1911; pág. 347. (Este ensayo sobre la poesía puertorriqueña fue escrito, según confiesa el mismo autor, el año de 1893.) Sostiene la tesis del nacimiento del poeta en Humacao. Paladn Mejás, Juan - José Gautier Benltez.. Poeta y Masón - en: Anuario de la Respetable Logia Americana, Núm. 77, Año X, 1961, San Juan, P. R., pági· nas 60 y 63. Pedreira, Antonio S. - lnsularismo - San Juan, P. R., 1942; págs. 63 y 64. Rivera de Alvarez, Josefina - Diccionario de Literatura Puertorriqueña - Ediciones de La Torre, Uni· versidad de Puerto Rico. Río Piedras, P. R., 1955; páginas 296 a 298, Rosa·Nieves, Cesáreo - La Poesía en Puerto Rico - (Primera edición, 1943; Segunda edición, 1958). Edi· torial Campos, San Juan, P. R., Segunda edición corregida y aumentada, 1958; (para las páginas en donde se habla de Gautier Benítez, véase: 1ndice Onomástico). Rosa-Nieves, Cesáreo - La Lámpara del Faro Ensayos - Tomo 1; Editorial Club de la Prensa, San Juan, P. R., 1957; (se recoge la composición: Nuevos Aprocl1es en Torno a José Rodulfo Gautier Benltez), págs. 146 a 150. Sostiene la tesis sobre el nacimiento del pocta en Humacao. Este ensayo se dio a la luz por primera vez en: Anales. Pro·Humacao - Núm. S, 1954; págs. 67 a 71. Rosa·Nieves, Cesáreo - Aguinaldo Lírico de la Poe· sía Puertorriqueña - Tomo 1, Libreria Campos, San Juan, P. R., 1957; págs. 239 a 258. (Aparece una biografía, y los poemas: Puerto Rico 1879; Una Pregunta; La Barca,' Romance (poema indianista), Dios. Siaca Rivera, Manuel - José Gautier Benitez - en la revista: Asomante - Año 1, Núm. 4, Octubre, Di· ciembre, 1945; págs. 79 a 92. Soto Ramos, Julio - Mis Puntos de Vista: José Gautier Benltez, Vida y Epoca - Artículos de crítica y análisis. en: El Mundo, lunes 24 de septiembre, 1962 (Página Literaria); y sábado 29 de septiembr~, 1962 \Página Literaria.) Velada Literaria Cll Honor de José Gautier Benitez (11 de abril, de 1880.) Imp. de J. Ramón González, San Germán, P. R., 1880; 16 págs.
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La lllontaña, génesis del cromatismo lírico en "La Charca"* Por
PRIMERA MANIFESTACIÓN IMPORTANTE DEL NOVELAR
puertorriqueño, La charca, al añejarse, hace cada día más sólida su posición como obra de arte. Adelantándose a Garduña y El negocio, inicia el ciclo que cerrará años después Redentores, bajo el título tan abarcador de Crónica de un mundo entermo, verdadero documento histórico ligado para siempre a -la vida de la colonia como un palpitante diario del devenir isleño. Sin embargo, La charca se diferencia de las otras novelas, como pieza acabada, perfecta, en la cual Zeno Gandía plasma un vívido cuadro de costumbres sin que el regionalismo envuelto desviI'ltúe la factura naturalista de la obra. De ambiente local, se afinca en la fisonomía y en la idiosincra· sia puertorriqueñas; lo que en ella ocurre sólo pudo pasar en la geografía y en el espíritu de la moníaña boricua, con una problemática estrechamente ceñida al elemento jíbaro. A tono con los tiempos, pero todavía con un pie en las postrimerías del romanticismo, Zeno Gandía -médico, político y periodista-, bogará decidido en las aguas del movimiento naturalista, auscultando el pulso del país. Entremezcladas vivencias de sus años de infancia en la patricia hacienda are· cibeña, con un fondo de montañas dedicadas al cul· tivo del cafeto, inspirarán al escritor. Diferenciada la isla por las distintas características que imponen el llano y la montaña, aun dentro de sus exiguas dimensiones físicas, ofrece una fisonomía dispar que, respectivamente, se iden· * Debido a limitaciones de espacio. este l1':lbajo ha sido reducido a la tereera p¡¡rte de su
e~lensiún
original.
LAMBERTO
A.
CANO
tifica con el cultivo de la caña y del cafeto. En La c1zarca, Manuel Zeno Gandía nos presenta la epopeya de la montaña; mañana será Gardwla, con olor a guarapo y melaza. Mundo colorista, ya en la umbría del monte o en los oros del cañaveral, palabra cromática, al fin, que evoca ante el lector el conjuro del trópico. Prosa estremecida y descriptiva, que alcanza la más alta y lírica expresión en la realidad circun· dante. ¿Dónde está el origen de ese rutilante alar· de de matices, pictóricamente parejo al alarde impresionista de un Van Gogh, de un Gauguin... ? Un somero análisis del vocabulario empleado por Zeno Gandía nos acerca a la posible explicación: vocabulario panteísta, montuno, identificado con cada particularidad de la naturaleza. Gemación relumbrante de palabras consustanciales al .trópica, de un luminoso efecto lírico que se ·basa en la representación realista del medio ambiente. Tesis que se prueba destacando las evidencias canse· guidas tras una lectura cuidadosa de La Cl1arca, l aislando la palabra colorista de Zeno en su fuerza cromática y vinculándola con la visión refulgente de su ,tierra nativa. Esto nos conducirá no sólo a la selección de toda voz semánticamente portadora de color, sino, también, de aque]]os vocablos que encierren una sugerencia de color uncida a la representación mental del elemento evocado; y, además, de aQ.uellas cuyos múltiples matices estén originados en las infinitas gradaciones de la naturaleza. l. El número de página, que ¡¡compaña II c:ada una de llls citas, eorresponde 11 la elhclón de La e/larca ~ubhclldll en 1955 por el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Umversidad de Puerto Rico.
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PALABRAS SEMANTICAMENTE PORTADORAS DE COLOR Todas aquellas que, ya sea en función de sustantivo, adjetivo, verbo o adverbio, aportan la idea de los diferentes colores traclicionales. Amarillo: Utilizada seis veces como adjetivo, una de ellas bajo la forma derivada amarillentos. En general, calificando objetos del diario trajinar campesino: lino, estera, cuero... amarillos. Y tamo bién con un sentido más abstracto.
...mostrábanse desteñidos, de terroso color, in· vadidos por amarilla palidez que apagaba la vi· veza de sus semblantes. (p. 208) Gualda: Como variante de amarillo.
... el apagado gris de las lejanías y el tibio gual.
En total, hasta quince menciones directas al color verde. Verde de los taUos, de la superficie, de las hojas... Mariposas verdes. Verde, igualmente, el I"ostro descompuesto de Marcelo (p. 94), con fuel'1te carga emocional en el contexto de la frase. Pardo: El más modesto de los colores, matiz ceniciento que no busca en su mestizaje deslwn· brar, sino, describir. Sólo dos veces.
... brochazo negruzco dado sobre el fondo pardo del cielo... (p. 44) Azul: Palabra finisecular por excelencia, diñcil de mantener dentro de su pura acepción colorista después del uso y el abuso que el modernismo y las licencias simbolistas hicieron de ella. Once ve· ces, incluyendo las fonnas verbales azulear, azu· leaba...
da de los contornos. (p. 14)
Rojo: Once veces. Como color de trópico, de galas pueblerinas... E imposible soslayar la meno ción: como color de trageclia, también.
Junto al reguero estelar, la inmensa bóveda azuleaba muy Suave... (p. 151)
Las muchachas engalanábanse con vestidos de regencia o de lino amarillo o rojo, y cintas de colores vivos... (p. 97)
La flácida piel del semblante (de Marta) comenzó a azulear... (p. 225)
Su traje negro casi rojo de vejez contrastaba con su semblante pálido. (p. 79)
Gris: Gris, matiz intennedio entre blanco y neo gro, más que color definido y con personalidad propia. Color discreto, romántico, decadente...; con un valor sinonimal de -plateado, ceniciento, opaco, cinéreo, bruma... Zeno 10 emplea siete veces, en ocasiones, como un diluyente de contrastes demasiado fuertes.
El torrente parecía sangriento como si habiendl recibido una estocada la cordillera se desangra ra por aquel cauce... una muerte de rojo sem blante... (p. 132) Bermeja: Una sola mención.
Los cafetos inclinábanse bajo el peso de la de· hiscencia, y la madurez bermeja de los frutos lucía al sol... (p. 194) Blanco: Blanco, blanquecinos... Hasta ocho ve· ces. El color de la luz solar no descompuesta en los colores del espectro, usada como palabra. des· criptiva del atuendo jíba-ro: chaqueta, camisa blan· ca; préstamo semántico que se extiende a los rostros ...
... una tropa de pálidos pasó ante los ojos de médico... montón de blanquecinos... (p. 207). Verde: Verde, verdosa, verdor, verdeando... No sólo como adjetivo, sino también como adjetivo sustantivado y como verbo. Color de selva y de montaña. El eterno color de Puerto Rico.
... las hojas se agrupaban como muchedumbre de mariposas verdes... (p. 105) 8
... pensó en Ciro, la única pincelada azul en sus amarguras. (p. 143)
El cielo... estaba lechoso, turbio, lleno de nubes extravagantes como inmensos bloques grises... (p. 120)
Negro: Del .latín niger, nigri; ausencia de color, obscuridad... vacío. Pero color de noche y de raza. Incluyendo los derivados, suman treinta menciones.
Era una noche tétrica: el cielo, negro; la tierra, negra; el vacío, negro también. (p. 135)
Era un chozo de fugitiva luz iluminando con viveza la negrura del monte... (p. 216) La palabra está también utilizada como apelativo cariñoso, de hondo carácter popular en la Amé· rica española.
Prieto: Incluida en el grupo de palabras semánticamente portadoras de color -por su acepción de obscuro, negro, tan arraigada y extendida en los países hispanoamericanos.
... el plátano tiene una humedad que, puesta en contacto con las ropas, deja una mancha prieta. (p. 185)
Rosa: Tonalidad encarnada poco subida y considerada por el uso como un color de fisonomía propia. Zeno Gandía Jo aplica bajo las variantes rosado, sonrosado... La pomposa celajería que flotaba en el cielo cambiaba de colores según su situación... Hacia poniente en donde aún fulguraba el sideral coloso, mostrábase rosada, encendida, con incrustaciones de brumas de oro y contornos de nácar. (p. 245)
PALABRAS EN FUNCION DE SUGERENCIA DE COLOR Este grupo engloba aquellas palabras portadoras de una sugerencia de color inmanente al objeto que nos imaginamos. La representación mental de un árbol nos 'lleva a atribuirde una pigmentación verde. E igualmente identificamos sangre con rojo, sol con amarillo, mar con azul, noche con negro... Sugiriendo verde: En primer luga'r y reiteradamente utilizadas -según indica la cifra encerrada en el paréntesis que les sigue-, las voces nacidas de la fisonomía tropical de la isla: campos (18),
campiñas (2), campestre (1), llano (7), llanura (8), v~lle (6), vallecillo (1), vega (2), prados (4), predio (2), pasto (1); sembrado (1), siembra (1), plantaciones (5), plantío (5), cañaverales (1), cultivo (S), /tuertos (1), cosecha (9), vendimia (3), verdura (3); floresta (1), frutales (1), platanal (4), cafetales (3); bosque (33), bosquecillo (4), colina (2), cerro (15), cima (4), sierra (4), serrania (1), montes (59), morttaña (38), montuoso (2), cordillera (13), selva (14), selvático (2), cimontano (2), ultramontano (1); arbolillo (4), árboles (47), arboleda (2), arbolado (1), arbolada (1) -Icuánta precisión la de Zeno Gandía al distinguir entre estas tres formas: arboleda, arbolado, arbolada... !-, arbusto (9), arborescencia
(1), arborescente (2); higuera (3), laurel (1), tamarindo (1), agave (1), cedro (1), ausubo (1), maguey (1), palma (13), cafeto (14), «cafeitos» (1), ceiba (3); hojas (17), hojillas (1), hojambre (3), hojarasca (1), follaje (3), frondas (3), brotes (1), ramillas (4), ramas (17), ramaje (8), racimos (1), sarmiento (1), tallo (4); helecho (1), Itierba (7), hierbecilla (1), hierbajos (1), deshierbo (2), musgo (1), ortigas (2), campánula (1), espiguillas (1), verdolaga (2), fumaria (1), maleza (5), maraña (4), matorrales (1), enredaderas (2), bejucos (2), zarzas (1), emajagua (1); verdurillas (1), agrícola (1), plantas (11), vegetal (1), floralia (1), flora (1), forrajes (2), vegetación (4), agricultura (1), florestal (3); paisaje
(13), panorama (5), primavera (1), trópico (6), turaleza (16) ...
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En total, más de un centenar de palabras diferentes, con una reiteración que supera en mucho al medio millar. Una muralla de verdor permeando el ambiente, haciendo de La e/larca una versión menos lírica y pastoril, más real y sincera, que la novela romántica del francés Bemardine de Saint-Pierre: Pablo y Virginia, ,la cua:l, con la exótica descripción de la naturn1eza tropical aportó -incipientemente, pero de forma meritoriael tema antillano a la novela americana europea: •.. el bosque mostrábase inmóvil... las plantas absorvían los alientos del medio ambiente para impulsar la labor magnífica de la dinámica vegetal. Y asf, entregado a sus fuerzas el bosque vivía henchido de misterios... (p. 89 J
... la maraña de los bosques, en donde la vegetación se apretaba vigorizada por incomparable feracidad, forjaba lienzos de adusto verdor tendidos sobre las vertientes y ,las cimas... (p. 100) Gama infinita de verdes recogida en la evocación de la montaña, mancha plástica que encontrará rasgos y perfiles en ·los accidentes y parti. cularidades del monte. Si da serie anterior de vocablos suponía el color, cabe ahora reparar en aq,uellos otros términos que suponen la afnea. Vocablos de enérgico contorno, dando límites a la indolencia del ambiente criollo: abismo, abras,
abrupta, accidentado, afluente, agreste, arroyuelo, bajura, barranca, barrancos, borde, bóveda, calzada, caminUlo, camino, canjilón, carretera, cascadas, caserio, cauce, caudal, charca, charco, cielo, concavidades, contamos, corriente, creciente, cripta, cuenca, cuesta, cumbre, declive, despeñadero, escabroso, escarpa, escarpado, estribaciones, fondo, forma, golfos, hondanadas, horizontes, laderas, laguna, lecho, lejanías, linde, linderos, lontananza, margen, orilla, pantano, pedregoso, pedrezuela, preduscos, peñas, peiíascosa, peñasco, perfiles, piedras, precipicio, quebrada, recodos, remanso, remate, remolinos, repecho, ribera, ribereño, rio, risco, senderos, senda, silueta, sima, surco, torrentes, trasmonte, troncos, turbión, vereda, vertiente, zanja... Sugiriendo amarillo: Tenemos bananos (11), plátarlOs (7), mimosa (1), cllina -en su acepción americana de naranja dulce, corteza amarillenta- (1),
miel (1), rnaíz (2); paja (6), pajuncia (3); oro (20), monedas (2), centenes (1), onzas (3), cobre (2), tesoro (11); dorado (1), dorar (2); rubio (2); sol (33), solar (3); carias (2), velas (3), vel(llas (2), cera (1), sebo (4); pergamino, pus... Palabras vistas exclusi· vamente bajo su aspecto cromático, y nunca simbólico, caso en el que, por ejemplo, amarillo y oro 9
soportarían cargas emocionales incluso antagónicas como envidia y generosidad. ... el sol promediaba el día irradiando el hálito de sus volcanes. Los átomos del aire se encen· dían en las vibraciones del calor, y alientos de vida envolvían las montañas, alimentando las plantas y dorando los paisajes. Los hilos de luz tejíanse a los hilos de calor y penetraban en el seno de los bosques; era la espléndida cabellera del astro rubio sobre la espalda del planeta... Era el trópico, el ardiente trópico... (p. 78) Cuando Virgilio Guzzi, hablando sobre la plntu· ra impresionista, escribió: uel pintor se convierte en un hombre que, a hora temprana, o en pleno mediodía, o al ponerse el sol, sale a ~a calle o al campo...lO, un hombre que uva a descubrir de qué azul o verde está hecha la aurora bajo ~a escaI.cha, con qué luz brilla el cielo y el río que lo refleja entre los lozanos árboles, con qué pardos, azules, amarillados o rojoslO pintará...; «cómo entre las nu· bes rojas y celestes del crepúsculo se desvanecen :las piedras... cómo se mueve ~a hierba en el prado bajo las nubes blancas... cómo enciende el sol sus luces, parpadea y brilla lO, podía haberse referido igualmente a Zeno Gandía. Pues es indudable la importancia que para éste ha tenido la naturaleza, de cuya luminosidad tambén el Impresionismo se nu1rió. El Marcelo de La charca al que deslumbra «la polvareda de átomos de oro que bajaba del sol... lO, parece estar ilustrando la definición que José María Valverde hace del movimiento impre. sionista al calificarlo como «la desintegración de das manchas cromáticas en una forma libre que es reintegrada luego por la retina, con el esfumado de la distancia lO. Resulta evidente la correspondencia entre Ja prosa paisajista de Zeno y la técnica pictórica de su época. Sugiriendo azul: Conseguimos un grupo de palabras cromáticamente mucho más débil quizás debido a su frecuente uso como imagenes simbolistas y al sentido de dimensión, de infinito, que se les ha dado... Mar (17), marino, marina (4), océano (3), horizonte (4), cielo (25) ... No en vano La charca se desarrolla lejos del mar. Sugiriendo gris: Humo (4), humosa (1), humareda (2); brumas (3), brumosa (1); cenicienta (1), cinéreo (1); pomo (2), cinc (1); plata (4), platear... También luna (15) y plenilunio (3), que un blanco sucio -y su tradicional identificación con plata-, empuja hacia el gris... Y novilunio (2), con un sen· tido de auminosidad opaca, grisácea: Ni una nube náufraga en aquel océano de fulgores; ni un celaje interceptando los rizos del pie. niltmio... (p. 99) 10
... la noche de luna desplegaba la veste... (p. 100) ... los rayos... los rayos de Juz se quebraban (en el rostro senil de Marta)... plateando la barba y la nariz puntiaguda... (p. 103) Sobre un lampo brumoso de nubes bajas entre· lució el novilunio, apareciendo el astro como un segmento oriental empenachando el turbante del crepúsculo. (p. 146) Discurría la noche como fantasma que pasara envuelto en túnica cenicienta. (p. 99) Como adjetivo, la palabra argentina (con raíz semántica en la voz latina argentina, plateada), posee también hondo impacto de gris: ... la noche discurría serena. ¡Qué cielo, qué esplendor, qué fluidez argentina en golfos infinitos!... (p. 99)
Sugiriendo rojo: Primero un grupo de palabras inspiradas al escritor por el médico: cauterio (1), venas (2), arterias (2), linfa (3), glóbulos (2), rubor (2), corazón (24), sangre (27), sangrar (2), desangrar (l), sangriento (5), ensangrentado (3), hematina (1); herida (12), herir (11), malherida (1), lacería (3), «cortartelO (1) ... En segundo lugar, términos originados en el fuego: ascua (3), recoldo (1), brasas (1), candela (1), ardor (8), ardiente (4), fuego (4), hoguera (1), llama (4), incendio (2), lumbre (2), combustión (1), tea (1), c11ispa (1), chispeo (1), chisporrotear (3), quemar (4), quemadura (1), quemantes (1) ... Por último, palabras nacidas de la geografía montañesa de Puerto Rico, de su economía cafetalera: cerezal (17), cerezos (5), cerezas (5), granos (10), granería (2). Sugiriendo blanco: Espumas (2), espumoso (1), nubes (13), nimbo (1); alba (1), albura (1), albores (2), leche (3), lechoso (1); canas (1), encanecer (3); nácar (1); lino (1), lienzos (3)... Muchas de éstas, palabras controversiales. Las cumbres de la finca de Galante desaparecían bajo un nimbo de nubes; un cortinaje color de lec1re que descendía hasta las selvas... (p. 125)
Sugiriendo negro: Un grupo mínimo, con mucho apoyo en el símbolo: carbonizar (1), crespones (1), noche (128), anochecer (5), nocturno, noctur· na (7), tenebroso (1), tétrica (1). Específicamente, noche no siempre tiene un valor cromático, por· que involucra también expresiones adverbiales de tiempo, fórmulas sociales de saludo...; pero muchas de esas ciento veintiocho menciones están re· cogiendo la noción de un mundo en sombras, lóbrego, tenebroso, que implfcitamente expresa la idea de negror, de obscuridad, de ausencia de luz... ... la noc1te agitaba afuera los invisibles brazos del vacío... (p. 144)
Las mismas consideraciones penniten incluir en este apartado, como expresiones más diluidas del negro: obscurecer (2) -y oscurecer (1)-, obscu· ridad (4) -y oscuridad (3)-, obscuras (5) -y os·
curas (7)-, «escuro» (2)... ; penumbra (3); sombras (35), sombrío (3), sombrear (4)... Resulta cu· rioso observar como Zeno Gandía no se atiene a un criterio rígido respecto a las palabras obscuro, obscuridad, etc., que emplea también bajo la foro ma liberalizada de oscuro y sus derivados, elimi· nándoles la bilabial. Sugiriendo una gama parduzca: Tenemos otra vez ténninos derivados de otro de los elementos de la naturaleza: Ja tierra (60), terrenal (1), terre-
nos (26), terrenillo (1), terroso (1), terrones (2), terrena (l); arcilla (1), fango (1), fangosa (1), bao rro (1), barroso (1)..-., abundando en la significación panteísta ya apuntada. Se recogen también las voces mancha (25), manchado, mancltada (8), y lamparones (1).
PALABRAS QUE SUPONEN GAMACION MULTIPLE DE COLOR Esta tercera y última unidad comprende ma· yormente los vocablos que encierran multiplicidad o gradaciones de matiz basadas en la naturaleza y sus fenómenos: luz, luceros (43), lucecUlas (2),
semiluz (1), trasluz (1), lucir (1), relucir (1), en· trelucir (1); luminoso (6), iluminar, iluminados (6), esplendor (1), esplendores (4), resplandores (1), resplandecer (1), fulgor, fulgores (13), fulgurar (2); brillo (1), brillantez (1), brillante (5), brillar (4), abrillantar (2); lampo (5), rayos (21), relámpagos (3), relampaguear (3); reguero estelar (1), reflejos (4), reflejar (1); encender (6), encendidos (2), deslumbrados (2); irradiar (4), irradiación (2), resol (1), rielar (1); claro, clara, claros (10), claridad (14), clarear (1), esclarecer (1) ... Luminosa realidad pueI'ltorriqueña recogida por el iris intuitivo y exaoto de Manuel Zeno Gandía, atento siempre a captar la isla tanto en la percep-
ción física y material de sus rutilantes matices como en la psicológica -intima y compleja-, de su conglomerado humano: el hombre nativo y su sociedad, pieza inocente en el juego de intereses foráneos. Comunidad de almas en espera..., fermen· to embrionario en busca de una solución-, en busca del reconocimiento de lo que ya es un hecho: su constitución como pueblo de rasgos definidos y propios. y para finalizar, un párrafo representativo de la pictórica habilidad del escritor como paisajista de la policromía tropical de Puerto Rico: Desde aquel sitio se divisaba un mundo de ver· dura. Por detrás un lampo ex.tenso de selva viro gen rematando en una cima abrupta; por delante al otro lado del río, una montaña de tonos grises, aplanándose poco a poco en dirección al mar, deprimiéndose lentamente de derech'il a izquierda y determinando la formación de vallecillos y hondonadas de feraz aspecto. Los colores bullían como chispas de luz, confundiéndose en tintas intermedias, interrumpiéndose con ale· gres contrastes. Diríase que con aquel reguero de colores eran los campos la inmensa paleta en donde había de humedecer sus pinceles el su· premo artista. Un azul inimitable descendía del cielo como regalo nupcial, y un verde suave parpadeaba en las campiñas como ofrenda esclava. De esos dos matices resultaba el apagado gris de las lejanías y la tibia gualda de los con· tornos. Los árboles, en eterna gemación asten· taban vestiduras rosadas y galas rojas, y así mostrábanse los paisajes, como proyectados al mundo de los sueños po~ la mano de la prima. vera. (p. 14) Aunque no hay duda de que para la estética actual, el párrafo adolece de pinceladas relamidas, ello no demerita la fuerza descriptiva de su autor. Un cuadro de Renoir nos produce el mismo efecto. Era la época, determinando el gusto. La palabra y la fonna supeditadas a la estética de fines de siglo. Eclosión de colores en movimiento, que hace todavía más plástico el paisaje palpitante de La c1tarca, en cromático y multicolor mosaico.
Barnard College, Columbia University
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La inmigración canaria en Puerto Rico durante los siglos XVI y xvn* Por MANUEL ALVAREZ NAZARIO
pOR SU LOCALIZACIÓN EN EL CAMINO DEL DESCUBRImiento y de las comunicaciones entre España y América, el archipiélago de las Canarias agrega desde temprano su esfuerzo a la gesta colonizadora del nuevo hemisferio. Una vez queda establecida y asimilada con caracteres definitivos en aquellas islas la conquista castellana (iniciada en los primeros años del siglo xv, bajo el reinado de Enri· que III, con la toma de Lanzarote, Fuerteventura, Hierro y Gomera, ya para el último tercio de dicha centuria, bajo los Reyes Católicos, se consuma la adquisición del archipiélago con el vencimiento de Gran Canaria (1483), La Palma (1493) y Tenerife (1496), se inicia el fluir, con rumbo al oeste de los innumerables insufares canarios que aspiran a recoger, en el ambiente más fértil de nuestras orillas, el fruto multiplicado del diario esfuerzo.! En este desplazamiento hacia occidente, las olas inmigratorias de isleños detienen frecuentemente su trán· sito en las costas hispánicas del Caribe y en particular en las de las Antillas, este otro coro de islas en la puerta y avanzada del imperio español de Indias. A)
Los INMIGRANTES ISLEÑOS DEL XVI
Para la época histórica cuando inician los espa·oles la conquista y población de las Antillas la • Fonno parte el presente trllbajo de un estudio comparlldo en· tre el español de Canarlas y el de Puerto Rico. 1. En lo flota colombina del sc:gundo vioje (1493) ya vienen ~on el Almirante Descubridor gentes de Conarlas: Infonna Pérez VIda! que figurllbn un islel'lo entre lo cuarenta hombres que por órdenes de Colón desembnrcan en Slbuquelra (Gundalupe) con Intenclones de :xplorar In Isla. trayendo luego consigo n bordo lns diez mujeres y tres muchachos [quienes resultaron ser originarios del Borlquénl que hnsta 011I h:lblan Uevado como prisioneros los e.urlbes. (v. J. Pérez Vidal, .Aportaclón de Canarias a In poblnclón de América. Su Influencia en la lengun y en la poesla tradlclonal-. Anuario de E.tudios Atldnticos, 1955, núm. 1, p. 96.)
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aportación de las gentes de Canarias a tales hechos épicos es muy poca o prácticamente ninguna, neceo sitado como estaba aquel archipiélago por entonces de brazos que contribuyeran a colonizar las últimas islas que había sometido Castilla a su dominio entre los años de 1483 a 1496.z Gran parte de los pasajeros que se embarcan en Canarias para Amé· rica durante estos tiempos, y con más amplitud, a todo 10 largo de la primera mitad del siglo XVI, según hace notar Pérez Vidal, no debió de estar constituida por naturales de las islas, sino por aventureros, por lo general andaluces de la costa atlántica y extremeños, quienes tras haber intervenido en la conquista de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, al ver que estas tierras eran tan pobres, deciden marchar al Nuevo Mundo, desde donde lle· gaban noticias de riquezas abundantes y fáciles.3 Sin embargo, debido a la circunstancia de ser los puertos del archipiélago puntos obligados de escala de las flotas que se dirigían al nuevo hemisferio, no era raro que siempre se agregase allí a las expediciones algún isleño anhelante de aventuras. Así puede explicarse la presencia en Puerto Rico, para 1511 (según la destaca Juan de Castellanos, en el canto IV de la Elegía VI de sus Elegías de varones ilustres 2. Los estudios estadIstlcos de Boyd·Bowman sobre la inmigra. ción española en el Nuevo Mundo entre 1493 y 1519 ponen de mani· fiesto que para dicho penodo los andaluces constituyen la tnnyorla -un 37% del 10taI- dentro del nútnero de pobladores que pasa a las Antillas. Las Canarias, juntamente con Gallcia, Navarra, Aragón. Cataluñn. Valencia, Baleares, Murcia y el recién conquistado reino de Granadn (Granada. Málaga y Almena) contribuyen poco o nada en cuanto a colonizadores parll In reglón dcl Caribe. La cl;¡slficaclón de las procedencias por provincias de unos 5,481 colonos que vienen n las Antillas durante cl periodo citado revela a este Invcstigador que sólo 8 eran originarios de Canarios: 2 llegan en <::Ida uno de los años de 1508. 1514 Y 1516; 1 en 1511 y 1513, Y cntre éstos ninguno ap;¡rcce señalado con destino n Puerto Rico. (V. P. Boyd·Bowman. .The Regional Origins of the Ellrliest Spanlsh Colonists of Amerlca••
Publications
01
the
Modcrn
lAn&uage
1956 LXXXI. no. 5, pp. 1IS5-11S6, 1167.) 3. V. J. Pérez Vidal, op. cit.• p. 164.
Association 01 America,
de Indias), del canario Luis Perdomo o de Perdo· quien forma parte del centenar de españoles que realiza la sujeción militar del Boriquén, bajo las órdenes de Juan Ponce de León, habiendo participado antes, además, en hechos épicos por las costas del golfo de Paria, acaso en compañía de Colón, cuando éste desembarca allí en 1498, o en fecha posterior, siguiendo a Pedro Alonso Niño: 010,
Allegó por aJlí Luis de Perdomo, soldado diestro, suelto y animoso, hombre para la guerra de gran tomo, y en lances semejantes venturoso, natural de las islas de Canaria y de los antiquísimos de Paria...• A mediados de 1513, autorizado por Real Cédula expedida en Valladolid, un tal Jaime Con~er o Can~e~ sale de la Gomera para Puerto Rico con ganado, esclavos y otras cosas que poseía en aquella isla.5 Cinco años después, en memorial que eleva al Rey, Fray Bernardino de Manzanedo, uno de los tres frailes jerónimos a quienes el cardenal Cisne· ros, en 1516, encomendara el gobierno de Indias, con sede en Santo Domingo, declara que «el fundamento para poblar [las Antillas] es que vayan muchos labradores y trabajadores» y que «convendría pregonar libertad para ir a sentar allá a todos los de España, Portugal y Canarias; ...que vayan a poblar las gentes demasiadas que hay en estos rei00S».6 No será, empero, hasta dos lustros más taro de, 1528, cuando se permitirá, con carácter más general la salida de gentes del archipiélago canario para ir a residir y poblar en las Indias, embarcando rumbo a las Antillas los primeros contingentes de familias, según datos que aporta Morales Pa· drón.7 Ya por entonces, venida a menos la explotación aurífera, se fomentaba en l~s islas del mar Caribe la industria del azúcar (la caña suerosa habíase llevado a La Española, precisamente desde Cana· rias, en el segundo viaje de Colón). Desde Puerto Rico, donde ya para 1533 -informa Brau- funcionaban un trapiche hidráulico y dos movidos por Colballos, que permitían la exportación de azúcar pa· ra el mercado de Sevilla, sale el alcalde ordinario 4. V. -Elegla de Don Juan de Castellanos a la muerte de JUlln Fonce de León dondc se cuenta la conquista del Borinquén, con otras muchas particularidades- (Con anotaciones crltico-hislóricas por ColI y Toste), Bolerfn Histdrico de Puerto Rico, 1915, 11, p. 351. Asimismo menciona Castellanos, en el canto 11 dc 111 Elegfa a la muerte ele Don Diego Coldn, n un oJoan Canario negro-, soldlldo que ganó renombre en La Espaftola para los primeros tiempos de la coloniznclón de América. 5. V. F. Moralcs PlIdrón, .Colonos c:lOarios en Indias>, Anuario de Estudios Amer/ca"os, 1951, VIII, p. 440; El comercio canario-ame. ricano (Siglos XVI. XVIl y XVIII), SeViUII, 1955, p. 173. 6. BibUoteca Histdrica de . Puerto Rico. Tomo 1: Puerto Rico ell los manuscritos de Don Juan Bautista Muño%. Estudio critico por Vicente Murga Sanz, Rfo Piedras. P. R., 1!l6O, p. 186. 7. F. Morales Padrón, -Colonos canarios cn Indills-, p. 404.
Juan de Castellanos, con destino a España a los fines de recabar la protección oficial para el conveniente desarrollo de la industria sacarina. De regreso en la Isla para 1536, nombrado tesorero, trae consigo autorización para trasladar al país c.incuenta labradores españoles con sus familias, probablemente procedentes de Canarias -colige Navarro Tomás--, donde estarian acostumbrados al cultivo de la caña y a la manufactura del azúcar.' Unas tres décadas más tarde la política económica del gobierno central sigue siendo favorable al desarrollo de la ,producción azucarera en Puerto Rico al amparo de la mayor experiencia que en dicho ramo industrial se posee en el archipiélago: por Real Cédula, fechada en Madrid el 23 de abril de 1569, y dirigida a las autoridades de Gran Canaria, se dispone que pa· sen con Manuel de Il1anes a nuestra isla dos oficiales maestros de azúcar, dos carpinteros, dos herreros y dos caldereros, con obligación de permanecer en Puerto Rico seis años sin salir,9 Una instrucción que hace el Cabildo de San Juan, a fines de 1550, «acerca de las necesidades de la tierra y de 10 que debe proveerse», entregada a Alonso Pérez Martel, vecino y regidor de la ciudad, para que éste la presente a Su Majestad, revela que para esa época el comercio de Puerto Rico con la metrópoli está tan deteriorado que ya no vienen al puerto de San Juan navíos de clase alguna, pero que, no obstante, la Isla continúa manteniendo algunas comunicaciones con el archipiélago canario. La corporación municipal suplica al monarca usea servido dar licencia para que puedan venir cualquier navíos, así de España, como de las islas Canarias, porque de allí nos suelen proveer, y, si por ellos no hubiese sido lo habríamos pasado peor»,1° Por otra parte, el problema de faIta de población blanca en número suficiente para llevar adelante el desenvolvimiento colonial que vienen sufriendo las Antillas hispánicas, durante el XVI, desde el momento mis· mo cuando se hizo efectiva la conquista, obliga a 8. S. Brau, Historia de Puerto Rico, Nueva York, 1904, p. 76; T. NlIvarro, El español en Puerto Rico; colltribueldn a la geograffa I/ngülstica ',ispanoamericana. Río Piedras, P. R., 1948, p. 195. De otro lado, el propio Castellaoos, junto al gobernador Francisco Manuel de Landa y 111 regidor Ballllsar de Castro, en aquel mismo 850 de 1536. se queja a 1lI Emperntriz Isabel, mujer de Carlos V, en el scntido de que el contador de la Isla, Antonio Sedeño, ha presentado ante los ofidales reales en Puerto Rico una ddula quc le 1111 licencia para traer de Cnnarios doscientos hombres y con ellos caballos pllra hllcer guerra a los caribes de Trinidad y partir III descubrimiento de la provincia' dc Metll, en la Tierra Flnne; que ya tiene alll cincuenta aballos y ciento veinte hombres, y se propo· ne marchar desde III Isla con el remanente; que 11 tlIIes propósitos sc encuentra reclutnndo gente dc todlls partes, .y aun de los estll' blc:cidos en ésta lIéVlllos sin licencia, causando grave perjuicio por. que hllY mucha falta desd~ la furia dcl Perú y ahorn hllbrá más con estas empresas, de que no viene sino perjuicio a la población dc esta islll" (V. V. Murg;¡ SlInz, op. cit., pp. 301·302). 9. F. Morales Padrón, -Colonos canarios en Indias_, p. 400; J. Pércz Vidal, loc. elt. 10 Mons. V. MUllla. Historia Documental de Puerto Rico. Vol 1: El Concejo o Cabildo de la Ciudad de San lmm (1517·1550). Tomo Primero, Rfo Piedras, P. R., 1956, p. 327.
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las autoridades centrales en España, mediado ya el siglo, a disponer la salida en masa de familias canarias para Indias, iniciándose a partir de entonces una emigración isleña, enderezada al Caribe, a todas luces cuantitativa. «Las AntnIas se iban a poblar -comenta Pérez Vidal- a costa de la despoblación de Canarias».11 Entre los posibles puntos de embarco de gentes y de comercio con el Caribe en el archipiélago parece señalar hacia el puerto de Santa Cruz de la Palma la información que recoge Morales Padrón en el sentido de constar la salida allí, en un solo año, el de 1551, de sendas naos para Puerto Rico y Santo Domingo; y otra, en 157:J, también dirigida a nuestro país.12 Ya para la séptima década del XVI la impar. tancia numérica que pudiera tener el elemento po· blacional de origen canario en Puerto Rico queda realzada, en el terreno de los méritos personales, con la honrosa distinción de que es objeto por par· te de la Corona un isleño oriundo de Tenerifc, el capitán don Francisco Bahamón o Bahamonde de Lugo, quien desempeña la gobernación de la Isla durante los años de 1564 a 1568. Desde 1571 hasta 1574, fecha de su fallecimiento, ocupará igual cargo en Cartagena de Indias. u A la cantidad de pobladores blancos que nos vienen desde Canarias durante la primera centuria de nuestra historia es preciso añadir el número de las gentes de color, negros puros y mulatos, csclavos o libres, que también arriba a nuestras playas, a lo largo del siglo, procedentes de las islas. La presencia de esta clase de personas dentro de la población del archipiélago tiene explicación histórica desde que, a mediados dcl XV, las Canarias pasaron a servirles a los españoles de punto inter· medio en el tráfico de negros que ya por entonces llevaban a cabo, en competencia con los portugueses, entre las costas de Senegambia y los puertos de Andalucía. Este hecho y la neccsidad en las islas 11. J. Pércz Vidal. op. cit., pp. 111-112; F. MOlOlles Padrón, op. cit., p. 402. Es mcnester tencr en cuenta, sin embargo, que después de consumadas las conquistas de los ricos imperios indígenas de :a Tierra Firme, con la subsiguiente fundación de los virreinatos dc la Nucva España y del Peni. el interés colonizador dc los españoles. con aquellos territorios a la vista, va apart:'lndose glOldualmente del centro de atlOlcción que en los primeros tiempos del siglo XVI ho· blon representado las Antillas y flOCo 11 poco eslas islas van quedan. do al margen de I¡¡s corrlcntes inmlgt'lltorlas que sallan de lo Penlnsul¡¡ y de sus islas rumbo al Nuevo Mundo. La colonia cstól' blecida en Pucrto Rico. adcmás, agobiada por problemas económicos, azotada por los hurac.·mcs del trópico y continuamente amenazado por corsarios elttlOlnjeros y por los caribes de las islas de Barloven· to, no sólo deja dc óltraer nuevos ,'ccinos, sino que corre el peligro de dcspoblarse por el ineontcnible dcseo dc muchos de sus habi. lantcs de marchar a México y 01 Peni. (1'. S. BlOIU, op. cit. pági· nas 73·74). 12. F. Morales Póldrón, Eí comcrcio callario·amcricallo, pági· nas 322·323, 338. 13. En su artIculo sobre el escritor Francisco Dávilól y Lugo, niclo de Bahamonde de Lugo. que publica en La Torre, 1965, XIII. núm. SO, Monsei\or Vicente Murga cita la parte dcl testamento del gobernador Bahnmonde de Lugo en la quc éste dec1aCll scr .nalulOll dc la isla de Tenerife. (p. SS).
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mismas de brazos esclavos para el trabajo en los ingenios de azúcar allí fundados en la citada ceno turia xv, al introducirse desde Madeira el cultivo de la caña suerosa, contribuirían al desarrollo de un sector poblacional de color en algunos puntos del archipiélago, dándose luego entre dichas gentes las inevitables mezclas con los guanches, de san· gre berberisca, y los blancos peninsulares e ínsulares.l~
La mención que hace Juan de Castellanos, en el canto II de su Elegía a la muerte de Don Diego Colón, del colonizador de La Española aJoan Canario negro» señala hacia la indudable presencia de un isleño de color entre los primitivos pobladores españoles de las Antillas. En Puerto Rico tenemos ya constancia del permiso para entrar al país personas ae igual raza y origen en la Real Cédula de 1513, alu· dida antes en este trabajo, que autoriza a Jaime Con~er o Can~er a pasar a la Isla, desde la Gomera, junto con sus esclavos. Los privilegios que concederá la Corona, algunos años más adelante, para traer esclavos bozales harían disminuir seguramente el número de los negros ladinos (según se llama· ba en la jerga negrera a los africanos y sus deseen· dientes que habían asimilado la lengua y cultura de portugueses o españoles) que venían al país, ya des· de España como desde Canarias, tanto más por la fama que se daba a tales negros de ser instigadores de las fugas y alzamientos de los primeros, según se declara en la orden del Emperador, fechada en 1526, prohibiendo definitivamente su importación en Indias. En épocas posteriores, sin embargo, olvidada o puesta en suspenso dicha prohibición, de· bieron de venir a Puerto Rico otros negros y muo latos (esclavos o libres) procedentes del archipiélago. Dan sustancia a esta conjetura diversas noticias históricas, por ejemplo: la que se refiere al mulato manco natural de Canarias, 'llamado Núñez Carrasco, residente en San Juan, y quien, por las sospechas que sobre él hizo recaer la presencia de otro mulato de igual origen, en las fuerzas de Dra· ke que tomaron a Santo Domingo en 1586, hubo de sufrir penitencia pública y luego destierro a Sevilla. Por otra parte, en el asiento que concede en 1595 la Corona española al portugués Pero Gomes Rey. nel para traer a Indias 4,250 negros anualmente durante nueve años, se señala a Sevilla, Lisboa y Ca· narias entre los lugares de donde podría extraerse a dichos esclavos. Más adelante aún, ya entrado el si· glo siguiente, en fecha que no se precisa durante la época del gobernador Felipe de Beaumont y Navarra (1613-1621), llegó al puerto de San Juan un 14. Los escritorcs Luis y Agustín Millares Cubas recogen todavía en cl presente siglo, como canarismos decadentes, el sustantivo pasas y el adjetivo paslIdo, dlchós en relación con el pelo ensortijado de personas de aparente descendencia negroide. (V., de los autores eit:HJOS, Cómo /rabian los CQllarios, Las Palmas, s. a. [t9321. p. Jl3).
cargamento de doscientos esclavos que venían de «las islas, Portugal y Castillall.15
B} Los
INMIGRANTES ISLEÑOS DEL XVII
Al fmalizar el siglo XVI y comenzar el siguiente, cerca ya de transcurrida una centuria de haberse iniciado la colonización de Puerto Rico, la Isla padece una aguda escasez poblacionaI. Según cálculos del historiador Coll y Toste, habría para entonces en el país un total aproximado de 3,600 habitantes, repartidos de la siguiente manera: 2,000 españoles [y criollos blancos], 600 individuos de sangre mestiza, y 1,000 negros.l6 Las Antillas, y en particular Puerto Rico, dada la pobreza ambiente que aquí prevalecía, no parecen haber sido puntos favorecidos por los inmigrantes que de España y de Canarias ,pasarían al Nuevo Mundo a lo largo del XVII. Durante las dos primeras décadas del siglo, sin embargo, Puerto Rico mantiene algunas relaciones comerciales con las Canarias (de donde salen para nuestro país, y en algunos casos con destino también a Santo Domingo, Cuba, Honduras, la Nueva España, entre 1608 y 1619, unos doce barcos, mayormente de la isla de La Palma, y en menor medida de las de Tenerife y Gran Canaria), y es de suponer que al amparo de ese intercambio el país se beneficiaría con la llegada esporádica de nuevos inmigrantes isleñosP Para 1625, año del ataque holandés a la capital de la Isla, se revela la presencia en nuestro suelo de dos distinguidos militares naturales del archipiélago y quienes se destacan en la defensa de la ciudad contra los neerlandeses, los capitanes don Andrés Botella y don Mateo Delgado, este último nacido en Gran Canaria. Un lustro más tarde la mi tea episcopal de Puerto Rico recae sobre otro hijo de las islas, natural de Tenerife, el clérigo don Juan López Agurto de la Mata, quien la ciñe de 1630 a 1633.18 Las escasas noticias que tenemos sobre el desarrollo poblacional del país durante las décadas cuarta, quinta, sexta y séptima del XVII nada informan sobre la negada a nuestras playas de nuevos colo15. S. Brau, op. cit., pp. :n, 102; D. de Torres Vargas, .Descrip. ción de la Isla y Ciudad de Puerto Rico, y de su vecindad y pobla· ciones, presidio, lIobernadores y obispos; frutos y mineralcs_, Bi. blioteca histdrica de Puerto Rico..., rccoplladll por Alejandro Tllpla y Rivera. segunda edición, 5lln Juan, P. R., 1945, p. 482; L. M. Dla>: Soler, Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico (1493-11190), Madrid. 1953, pp. 4-5, 21, 29-30, 202. 16. C. Coll y Toste, _EsJado de la oolonización espailol:l en la Isla :l fines del siglo XVI. Rectificaciones históricas-, Bo/~tlll Histórico de Pu~rto Rico, 1925. XII, p. 7J. 17. V. F. Moralcs Padrón, El comercio callario-am~ricauo, pági· nas 340-346. 18. D. de Larras:l, -Rclación de la entrada y cerco del enemigo Boudoyno Henrico, general de la Armada del príncipe de Orange en la ciudad de Puerto Rico de las IndlllS... _, Bibliot~ca llistúrica de Puerto Rico, ed. cit., pp. 431, 432; D. de Torres Vargas, op. cit., pp. 473-474.
nos ongmarios de las orillas opuestas del Atlántico. Antes, por el contrario, los datos históricos conocidos sólo revelan que Puerto Rico parece haber quedado orillado en las relaciones comerciales de España con su imperio de Indias -en mayo de 1662 el gobernador de la Isla, maestre de campo don Juan Pére.z de Guzmán, declara que hacía once años que no llegaba a San Juan un buque mercante na· cional- y, en consecuencia, la colonia se ve imposibilitada de poner en marcha su más conveniente evolución, fundamentalmente, por la falta de gentes con que impulsarla. El único censo formado en la Isla durante la centuria, un padrón de feligreses de la capital, hecho en 1673 por orden del obispo Gar· cía de Escañuelo, para probar al Rey «que lo qu~ llamaban ciudad era casi un desierto», pone al relieve que San Juan contaba con un total de 1,791 habitantes, de los cuales 820 eran blancos, 667 es· clavos y 304 pardos libres (quedando conjuntamen· te los negros y mulatos, de acuerdo con las anteriores cifras, en número superior al de los blancos).I9 Quizás guarde relación directa con la deficiencia de población que indicaba el censo antes aludido la condición que de orden oficial se impone en Canarias desde 1678 en el sentido de que para permitir el comercio con el Nuevo Mundo había que embarcar, con destino a la provincia que se señalara, cinco familias isleñas por cada cien tone· ladas que 'se exportasen de productos propios.:W Es probable que tal disposición llegara a surtir efecto en relación con Puerto Rico, pues consta que en los años de 1680 y 1686, respectivamente, salen sendas naves desde Tenerife y Gran Canaria dirigidas a San Juan.2t En el país, de otra parte, de frente al problema ya crónico que representa la raleza poblacional de aquellos tiempos, obstáculo de mucha seriedad en el desenvolvimiento general de la co· lonia, se sigue recabando de la metrópoli el envío de numerosos inmigrantes. El gobierno central, en contestación, decide estimular la emigración de canarios a Puerto Rico con la publicación de una Real Cédula, el 11 de abril de 1688, prometiendo dar tierras en sitios apropiados a los nuevos pobladores que pasen desde el archipiélago a nuestra Antilla.u No obstante, a pesar de estas ventajas que se ofrecían, todavía en 1693, cinco años después, el maris19. S. Bmu, op. cit., pp. 143-144, 155.
20. J. Pércz VidaJ, op. cit•• p. 117. Por considerarse que III susO" dicha obligación resultaba muy gravosll, cn Canarias se llcudlrá al Rey, en 1696, sollcltllndo que sc les exima de la misma, haciendo oonstlll", cntre otras razones, el número de pcrsonas que ya salido potra Indias, el CWlI incluye IlI.S veinte familias tinerfeñas que pll5an en 1695 a Puerto Rico con don JUDn Franco dc Medlnll. 21. F. Morales Padrón, loe. cit. :22. J. M. Zamora y Coronado, Registro de Legislación Ultrama. riua y Ordeuautll Gelleral de ~1J03 para /utelldentes y Empleados de l1acjcnda ell bldias, La Hllbotna. 1893, p. 257.
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cal de campo don Gaspar de Arredondo, gobernador de la Isla, sigue solicitando que se mande al país gente blanca de Canarias o de cualquiera otra parte. Como aparente respuesta a esta petición ilegan a Puerto Rico, en agosto de 1695, junto con el suee· 'sor de Arredondo, el sargento mayor don Juan Fernández Franco de Medina, veinte familias proceden· tes de Tenerife, que suman en total unas cien pero sanas, y a las cuales se les establece por el Hato de Sabana Llana, en terrenos de lo que vendría a ser,
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para los primeros tiempos del de Río Piedras.2J
XVIII,
el municipio
23. S. Brau, op. cit., p. 156. Este grupo de famiUllS canarias que lIeg:l a Puerto RIco en 1695 evldentcmente Conna parte de la notable corriente migratoria de islellos que a fines del siglo XVI( se dirige a las Antillas, Florida, Campeche y Venezuela, entre otros lugares de Indill5, (V. J. P~n2 Vidal, op. cit., p. 166). Aclara, sin embargo, Juanll GI1 Bennejo que Franco de Medina. en vez de Il1S vcintc fa· mllias de II cinco miembros cada una que hiciera compromiso de traer II Puerto RIco, s610 introdujo catorce, completando el numero restante con hombres solleros y con sus propios criados. <Y. 1. Gil Benncjo•• La primera fundación de Humacao", Revista del ¡'utituto da Cultura Puertorriqueña, 1964, VII, núm. 22, p. 37).
Instantánea del teatro en Puerto Rico P9r
N0
PODEMOS
HACER
UN
RECORRIDO
COMPLETO -A
través de la producción teatral de todos los países hispanoamericanos. Sería trazar la historia actual del teatro. Pero la circunstancia de encona tramos en Puerto 'Rico nos pennite asomarnos hoy a las preocupaciones y afanes de los que buscan en este género el vehículo de e~presión de sus ideas y sentimientos. Como que en casi todos los países de nuestro continente se da en la actualidad parecido fenómeno -- búsqueda de la propia expresión en el arte .dramático -, presentar siquiera un esquema del caso de Puerto Rico, puede resultar representativo. I
Profecía.
Francisco Arriví, dramaturgo, director teatral y 'poeta, y Director del Programa de Teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña, quien há estudiado profundamente este sector, traza en varios trabajos la trayectoria del teatro en Puerto Rico. A él te· nemas forzosamente que referirnos. En una conferencia dictada en la Universidad de Puerto Rico, Arriví comienza por referirse a la profecía de Emilio S. Belaval cuando en 1939 en su manifiesto Lo que podría ser un teatro puertorri· queño, decía: «tendremos que unirnos para crear un teatro puertorriqueño, un gran teatro nuestro, doncJe todo nos pertenezca: el tema, el actor, los motivos decorativos, las ideas, la estética. Existe en cada pueblo una insobornable teatralidad que tiene que ser recreada por sus propios artistas». I Fue, en efecto, una profecía: los artistas de esta Isla se \han unido en un esfuerzo común y hoy pueden presentar al mundo, con íntimo orgullo, un teatro universal y puertorriqueño que, si no resumen de todas las perfecciones - porque ello no es humanamente alcanzable -, por lo menos muestre,
s..
Areyto. ro que podrla ser un teatro puertorriqueño, Edltoria! B.A.P., San Juan, Puerto RicO. l. Belaval, Emilio
ANITA ARROYO
plasmadas en obras dramáticas de calidad estética, la vida y la cultura puertorriqueñas. Antecedentes se podrían citar, pero son ejemplos aislados que no vienen al caso - en cuanto a nuestra finalidad específica: el despertar de una conciencia nacional y, por vía, una mundividencia universal - y por ello pasamos directamente a los
Il Logros. La sociedad dramática Areyto «concreta una voluntad nacional de teatro» 2 y es punto de partida - como lo fue en Cuba el Patronato del Teatrode agrupaciones afines como la Sociedad General de Actores, Tinglado Puertorriqueño, la Compañía Dramdliéa Estudiantil, Teatro Nuestro y el Teatro Experimental del Ateneo, amén de algunas re· presentaciones del Teatro Universitario. Todos estos esfuerzos concurren al mismo fin y son prueba irrefutable del crecimiento de esa voluntad de manifestación creadora que es característica de un pueblo al madurar su conciencia social, su ideal de quehacer colectivo. Y señala justamente Arrivi: «El joven Instituto de Cultura Puertorriqueña - de tan fecunda como breve existencia, añadimos nosotros - le concede pleno reconocimiento al aprobar y publicar un detallado plan de su junta asesora de teatro en el cual se estipula la inapelable neceo sidad de fomentarlaD. 3 Desde que el Instituto~se trazó esa norma para fomentar el desarrollo encauza· do del teatro nacional, se han llevado a cabo Seis Festivales de ·Teatro Puertorriqueño - que así 10s llama el Instituto - con éxito creciente. Se presentan y editan las obras en preciosos libros y se trata de fomentar por todos los medios disponibles el gusto y la afición del público por la escena y de brindar a cada uno de los numerosos elementos 2. Arl"ivl, Francisco, lA GenerDCiún de los Treinta: e~ Tealro, Instituto de Cultur:l PuertlJl'l'iqucña, SOlO Juan de Puerto Rico, 1960. 3. Arrivl, Fr.mcisco, op. cit.
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que intervienen en la creación, montaje y presentación de las obras dramáticas, las mejores oportunidades, plausible tarea por la que hay que felicitar al Instituto de Cultura Puertorriqueña que, como otras instituciones análogas en América, por ejemplo, en México, la Argentina y otros países -, tan importante y trascendental misión cumplen. Así va cobrando cuerpo, cada vez más vigoroso «la conciencia parteada por Belaval y bautizada por Areyto»,4 en el caso que seguimos. Los esfuerzos aislados de autores como Lloréns Torres - El Grito de Lares- y de Carlos N. Carreras y José Ramírez Santibáñez - Juan Ponee de León -, «ambos inspirados en dos momentos históricos de permanente significación»,5 se convierten en obra común al ~f1orar
II/ El sentimiento de puertorriqueñidad. Este se ha ido formando, naturalmente, a lo largo de un lento proceso de siglos, paralelo al ad· venimiento o toma de conciencia de la Patria como «nación». En las do~ obras acabadas de mencionar - la primera de 1914 - «late un sentimiento de puertorriqueñidad» 6 y en la segunda cuaja «una mística del paisaje borincano».' Ambos ingredientes nacionales - sentimiento nacional y mística paisajística, que será una constante de la literatura de este país - se completan a poco con «el triunfo final de la hispanidad sobre las contingencias políticas» 8 y «son tras el velo de la ubicación histórica una protesta contra la desviación cultural que ha sufrido Puerto Rico desde el año 1898».9 Es - utilizando el título de un libro del propio Arriví - una entrada por las raíces. 10 Tomando conciencia histórica de nuestro pasado, del cual depende nuestro presente, los .puertorriqueños - en lucha silenciosa y heroica - responden todos a un esfuerzo por «afincar raíces ante vientos huracanados».1I Para seguir todos estos esfuerzos recomendamos al lector la tesis Apuntes para la Historia Crítica del Teatro Contemporáneo, de Wilfredo Braschi,12 ya que nosotros no podemos detenernos en detalles. Tras la hispanidad triunfante que cierra el ciclo que hemos llamado de la afirmación o de «la constante», se produce la generación del Modernismo 4. Arrivl. Fl1Inclsc:o, op. c:it. S. Arrivl. Fl1Inclsc:o, op. cit. 6. Arrivl. Fl1Incisco, op. cit. 7. Arrivl. Fl1IDc:isco, op. cit. 8. Arrivi. Fl1Inc:isc:o, op. cit. 9. Arrivl, Fl1Inclsc:o. op. cit. 10. Arrivi, Franc:isco, Entrada por las Ralees, Editorial Tinglado Puertorriqueño, San Juan de Puerto Ric:o, 1964. 11. Arrivi, Francisco, La Generación de los Treinta: el Teatro. Institulo de CuItUl'll Puertorriquefla. San Juan de Puerto Rico, 1964. 12. Braschi, Wilfredo, Apuntes para la Historia Critica del Teatro Contcmpordneo. copia en poder del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Ric:o.
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criollista con su persistencia en el símbolo nacional de la cjibaridad.~ que no es en el .fondo sino el _¡alto al proceso de norteamericanizaci6nl. u y la vigorosa afirmaci6n nacional. Tres signo~ caracterizan esta toma de concietrcia, precedida por una definida actitud: la escisión, la agonía y el drama. . La primera es «la trágica escisión entre historia y necesidad socia!», 14 «la inestable conjun~ión del sueño n!1cional con la reflexión socioeconómica.,15 fuerza motriz - acierta Arriví - de la literatura más valiosa de esta época dramática que, como el resto de Hispanoamérica - y quizás más agónicamente que país otro alguno - en el plano de 10 cultural muy especialmente, vive Puerto Rico. La agonía es precisamente el signo definidor. Del griego «agón», esta palabra significa lucha a muerte, o pugna entre la vida y la rpuerte, combate extremo y angustioso entre dos polos o posiciones antitéticas en íntimo conflicto. Puerto Rico vive su agonía, mejor, la sufre: es un pueblo profunda y fundamentalmente de raf,z y sensibilidad hispánicas; un pueblo. en última instancia, latino; pero cuyos destinos políticos lo vinculan estrechamente a otro país de distinta cultura: ¿Hasta dónde puede asimilarse un sistema de gobierno, un mecanismo económico, una invasión masiva de productos y artículos foráneos, una natural incorporaci6n de modas, modos y costumbres extrañas sin el consiguiente influjo cultural sobre los destinos de un pueblo? Nada va separado ni aislado y es difícil, si no imposible, tomar lo uno y rechazar lo otro. Este es parte del drama de Puerto Rico que hay que considerar en sus múltiples facetas. Varias 'de ellas las. analiza con bisturí afilado y penetrante René Marqués en su ensayo El puertorriqueño dócil" 6
IV Problemas y temas: Análisis. Tratando de concretar algunos de estos problemas a los más visibles y persistentes que le dan tónica al teatro .puertorriqueño, señalaremos los tres de que nos da cuenta el resumen de Arriví: la agonía del jíbaro, su muerte, la incorporaci6n o subsistencia; la confusi6n del político inculto; la frustración del emigrante; y el resentimiento y complejo de inferioridad que reflejan muchos puertorriqueños. Ligadas a uno o a varios de estos conflictos, las obras dramáticas de autores como Emilio S. Belaval, Manuel Méndez Ballester, Arocho del 13. Arrivi. Francisco, La Generación de los Treinta: el Teatro, Instituto de Cultul'll Puertorriquefla, San Juan de Puerto Rico. 1964. 14. Arrivl, Franc:lsc:o, op. cit. IS. Arrivi. Fl1Incisco, op. cit. 16. Marqu~5, René, El puertorriqueño dócil, Rcvlsla de Clcnc:hu Sociales, Vol. IlI, Núm. 1 y 2, marzo y Junio de 1963. Unlversl· dad de Puerto Rico.
.. Toro, Sierra Berdecía, Luis Rechani' ~grait, Enrique A. taguerre, René Marqués, Francisco Aniví y. de otros, nos dan fe de la madurez del teatro puertorriqueño que, al enfocar temas y problemas nacionales, arriba, como es lógico que sea, a la expresión de lo universal, a la
V Síntesis. 'Entre estos dramaturgos, y en la imposibilidad de referirnos' a todos, sobresalen, en la expresión del tema que nos ocupa, Belaval, Méndez BaUester, Arocho del Toro, Sierra Berdecía, Luis Rechani :A~rait, René Marqués y Francisco Arriví. Belaval es el 'Primero en plantear la cuestión social, tanto en la cuentística como en la escena, y sus obras dramáticas, como sus cuentos, son trasunto de la más viva realidad puertorriqueña. Además, como el novelista Laguerre, se ha planteado conscientemente el tema de la nacionalidad y la ha escudriñado y esclarecido en muchos aspectos. Méndez Ballester en El clamor de los surcos - dolorosa denuncia de una injusticia social protag9nizada por una familia hacendada desposeída de su finca cañera -, se enfrenta valientemente con la realidad social de su Isla y «recoge con arte, con fervor y con cabal inspiración, los episodios más dramáticos de esa lucha constante de nuestro pueblo contra la realidad que lo oprime y, tal vez, con· tra su mismo destino histórico». 17 En El desmonte, Arocho del Toro presenta otro aspecto de la realidad sangrante puertorriqueña: el agónico peregrinar de una familia jíbara desde la montaña 'hasta los arrabales de la gran ciudad, y pinta dramáticamente el doble desmonte; el agríco-
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la, que asola los célIDpos, y el social: cel desmonte de la familia por el vicio, la violencia y la muerte_.ll Sierra Berdecfa, desde otro ángulo, en Esta noche juega el jóker nos da la angustia del hombre puertorriqueño en la centrifuga de Nueva York, perdido y confundido entre los millones de seres que vomita la ciudad sin alma. Con esta obra se abre el estudio e interpretación de una vasta zona de la población isleña: la de su emigrante, y, al propio tiempo, inaugura una nueva veta de ricas posibilidades: la de la literatura de la emigración. Otras obras, como Tiempo muerto, de Méndez Ballester, atraen la atención de los reformadores sociales, poco antes de las elecciones de 1940 y contribuyen a denunciar la miseria del jíbaro y a luchar por su reivindicación' económica y social. Un tipo muy interesante y lleno de posibilidades es el que hace vivir en su obra Luis Rechani Agrait - Mi señoría -, el del politico inculto, pero sincero y honrado, «personaje de extraordinario re· lieve» que sirve al autor para dar un corte real en la sociedad puertorriqueña, y mostrar en carne viva: «farsa trascendental hondamente expresiva del ambiente puertorriqueño, no solamente del político, sino del anímico genera!».!' René Marqués en La carreta - que aborda verticalmente la tragedia del jíbaro - y en obras posteriores que se abren más a la angustia universal, revela, con Belaval en su comedia de delirantes La muerte, un afán por incorporarse a una dramaturgia universal, fase -postrera en la que también se encuentra Francisco Arriví. Es la etapa de «la fuga» que corresponde a los alrededores de 1950,
17. Méndez Ballester, M;lnucl, El Clamor de los Surcos, 1m. preilta BllIdrich. &n Juan, contraportada.
18. Arrivl, Francisco, La Generación de los Treinta: el Teatro, Instituto de Cultura Puertorriquei\a, San Juan de Puerto Rico, 1964_ 19. Arriví, Francisco, op. cit.
Mi Señoría, farsa dramática de Luis Rechani Agrait.
Tiempo Muerto, drama de Manuel Méndez Ballester.
cnsls espiritual honda, en que, «se fuga de la an· 'gustia ambiente provocada por la conflictiva escisión, profunda por esos tiempos alrededor de 1950, entre conciencia nacional y reforma social integrada a la economía arrolladora de Estados Unidos. Responde a los mismos síntomas anímicos de
nacionales y la superior mundividencia universal del hombre, en su más amplia órbita de giro mental: en este caso, entre «el espíritu regional de la literatura y su universalidad. 21 a que se refiere Francisco Matos Paoli cuando, dándole la razón· a . Laguerre en anterior crítica, califica de -universal la pieza teatral
VI «Alumbramiento»: de lo nacional a lo universal.
La Hacienda de los Cuatro Vientos, drama histórico de Emilio S. BelavaI.
obras como El sol y los McDonald (1950) de René Marqués, La cárcel de hiedra de Edmundo Rivera Alvarez, La otra (1951) de Cesáreo Rosa-Nieves, y Caso de muerto en vida (1951) de Francisco Arriví, hijas, casualmente, de una desesperante muerte en vida que pudre a la generación del treinta para la época». 20 Reflejan esta misma agonía al intentar desentrañar la problemática vital puertorriqueña otras obras tan diversas como Los soles truncos, de Marqués y Cóctel de Don Nadie - la última discutida pieza de Arriví -, modos distintos de dramatizar una misma realidad sangrante. Después de un período febril, en el que todavía muchos se agitan, los autores más representativos del momento dramático actual abren sus ventanale'> al mundo y se asoman al universo. El drama de Arriví Alumbramiento, de 1945, re~Iste ya estos caracteres de universalidad. Vencida o superada la etapa de un nacionalismo punzante, los autores dramáticos actuales ensayan nuevas y más amplias perspectivas que los conducen a una especie de síntesis entre los sentimientos 20. Arriv1. FranciscQ, op. cit.
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«La obra de Francisco Arriví resuelve decisivamente una de nuestras más apasionantes polémicas: la que se ha entablado entre el espíritu regional de la literatura y su universalidad. Por un lado, aquellos que no han visto más luz que la del costumbrismo y el achabacanamiento por la imitación suicida de la realidad. Por otro, aquellos que sin tener patria en que fundar sus vidas, quieren robar patrias ajenas. Ambas posiciones empujan al hombre puertorriqueño al mismo punto de partida que su desconocimiento como criatura universal». zz La fusión, afirmación y negación ~ialécticas de ambos extremos o términos del conflicto, nos lleva a la necesaria síntesis que se va integrando en el presente teatro puertorriqueño, irisados de l~s y promesas. En busca del «ser esencial» por medio de la 'afirmación naciohal, autores como René Marqués, por ejemplo, centran su preocupación en la identidad y problemática nacionales, y ponen un desgarrador acento trágico en algunas de sus crea· ciones. Por un camino o por otro, por senderos rec· tos o tortuosos, felices o desafortunados, el teatro puertorriqueño se afana por encontrar su verdadera meta. A través de la realidad, pintándola cruda, descarnadamente, o a través del simbolismo tIldenSal> - según lo califica Laguerre - de un Arriví, . todos buscan lo mismo: expresarse y comunicarse. De la primera manera logran un teatro puertorriqueño, con un mensaje único, nacional, caracterizadar de un pueblo en agonía o tIlen una encrucijada., como prefiráis llamarlo; de la segunda, alcanzan la universalidad que el verdadero teatro eterno requiere: la comunicación con el ser humano de siempre, el que no cambia de país a país ni de época a época; el eterno doliente de esta irredenta humanidad. Resumiendo, tres ,fases ha atravesado, según Arriví, el teatro puertorriqueño: la del realismo, la del realismo poético y la de la imagen activa, según la denomina él. Corresponde a la primera todo el extenso capítulo de lo que podríamos namar la redención del jíbaro, que ya hemos visto, y que para el autor ci21. Malos Paoli. Francisco. De la Malla de Melpómene, El Mun. do, 2S de noviembre de 1945. 22. Malos Paoli, Francisco, op. cit.
~..
tado constituye un realismo horizo~tal que se mueve a lo largo y ancho de los principales problemas sociales del puertorriqueño. Es la misma etapa que simboliza la novela La llamarada, de Enrique A. Laguerre. Preocupan, sobre todo, los campesinos, los hombres que bregan con la tierra, el trabajador desposeído de su hacienda o de sus posibilidades de ganarse honradamente la subsistencia. Este jíbaro, víctima de las injusticias sociales, se debate . en los campos de la Isla o emigra en masa a Nueva York -literatura que apuntamos del emigrante, con sus ricas posibilidades. El laberinto y La ceiba en el tiesto, otras dos no~las de Laguerre, dan fe de la tónica de este primer período en busca de la expresión del puertorriqueño. Sucede a esta etapa la del realismo poético, interpretativo. La pesquisa en indagar ¿qué es el puertorriqueño? se ahonda, se ·hace - dice Arriví vertical. -El dramaturgo no se limita a darnos la realitlad circundante, sino que trata de interpretarla. No se ciñe al hombre de campo, realiza otros «cortes» en el tejido social. En términos histológicos, podemos añadir que el dramaturgo - el escritor en general- bisturí en mano, penetra en el cuerpo de la nación y trata de hacerle su vivisección. Son tiempos de crisis, de búsqueda del equilibrio de que hablamos entre lo nacional y lo universal, que se agudiza especialmente a partir de 1950. En esos momentos Puerto Rico vive una gran indecisión en el terreno político. El drama de su pueblo está anudado, como se anuda la acción en el segundo acto de la obra teatral. Este realismo poético se extiende penetrando en otros ambientes, con afán ya unjversalista, porque aun cuando aspira a una comunicación con el resto del mundo, no se desentiende en ningún momento de la puertorriqueñidad. Todo lo contrario, por contraste y comparación, la toca, quizá, más 1lOndamente. Distintos problemas inspiran a estos autores, entre ellos el muy importante del mestizaje de razas y culturas y el del complejo de inferioridad del negro, que está bien ejemplificado en los dramas Sirena y Vejigantes, de Francisco Arriví. Ya apuntamos otros temas, como el del político inculto pero honrado, por ejemplo. Dentro de este mismo flanco cabalgan dos tendencias: la de enfrentarse con los problemas y entrarle con la manga al codo, como las obras citadas correspondientes a este período, o escaparse por vía de la evasión, el salto mortal, por ejemplo, que, hiego de haber cultivado todas las maneras, da Belaval cuando escribe Cielo caído. Refugiarse y 'buscar inspiración en un pasado de añoranzas, en el que las esencias patrias se mantenían puras, o caricaturizar un futuro de desintegración caótica, en el que lo puertorriqueno
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parece esfumarse y amenaza con' ser destruido anie la invasión foránea. Aquí el dramaturgo reacciona con fuerza apocalíptica por vía negativa. Pero en el fondo de la acción late siempre el pulso acelerado, estremecido de la Patria, presente cuando más ausente. Este teatro ya imaginista que se centra en lo poético y, por ello, creador, conduce, inevitablemente, al tercer aspecto de la dramaturgia puertorriqueña, el actual. Arriví lo llama de o:Ia imagen activa», porque aquí cobra fuerza y se independiza el símbolo, el elemento poético por excelencia. Creador de mundos - energúmeno -, el dramaturgo se mueve ahora con extrema libertad disociándose aparentemente de la realidad. Pero en el fondo es una manera diferente de interpretarla; la constante sigue siendo la misma: Puerto Rico y su ·entrañable búsqueda como nación. El «nacionalismo hermético», estrangulado, pero sangrante, doliente, ·destila de las obras de los autores que actualmente inciden en el mismo problema, hoy llamado de la «identidad». Las soluciones no son ·ya simples, sino mucho más eclécticas y como plejas. Con distinta forma de presentación, con traje diferente en cuanto a la expresión formal o artística, el problema capital sigue siendo el mismo: la construcción de la Patria con que todo puertorri queño sueña. a
La Carreta, drama de René Marqués. VII Adaptación o creación. El hecho de no haberse resueIto el conflicto central de esta integración nacional - el famoso 21
.' problema del «status político». de Puerto Ricomantiene vivo este tema fundamental que consti-' tuye para l:lIgunos autores - el caso de René Marqués es el más característico' - verdadera obsesión. Finalmente, aunque también nos resultan acertados los cuatro grandes estadios en que CarIas Solórzano divide el estudio que hace de la producción teatral contemporánea en Hispanoamérica - costumbrismo - universalismo - nacionalismo y teatro de postguerra -, a nosotros nos parece que, tanto en Puerto Rico como en los demás .paises de nuestra Patria Grande, se dan, en última 'instancia, dos grandes vertientes, por donde corren todas las aguas del río literario: )a de la adaptación a formas, modos y estilos importados para manifestarnos, que es la más realista; y la vertiente de la creación, que es )a más origina) y poética, la que ya, en vaso propio, t.rata de vaciar el espíritú nuestro. Una misma gran corriente ideológica nutre estos dos cauces: la preocupación y angustia por encontrar soluciones al drama nacional, por un lado, cuestión vital para el ciudadano; y el drama de )a expresión original, la forma nueva, el estilo nuestro, no ya mera adaptación a formas foráneas - impuestas desde afuera - sino creación de una forma personal, nuestra, nacida de adentro afuera, única de los hombres de cada país, cuestión vital para el artista. El hombre americano siente, en todas partes, la necesidad de identificarse, de reconocerse a sí mismo - ya hemos visto a lo largo de a etapa que hemos llamado reflexiva o de autoexamen de nuestras realidades y problemas nacionales. Pero, una
Vejigantes, drama ~e Frandsco Arriví.
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vez situado en' su mundo, realizada la toma de con· cieDcia en cada caso, el hombre americano también siente la necesidad de incorporarse, y así lo está haciendo, al arte universal y de expresarse originalmente: entonces comprende y. participa de la ano gustia que sufren todos los hombres y artistas de su época. En ese momento estamos. Y ya comienzan a madurar y sazonar los frutos y a prometer ricas cosechas. Conver:gen los escritores, unos por los caminos de la novelística - como Laguerre en su úl tima novela Cauce sin rlo - y otros en el tinglado del teatro, como los autores citados, en una pintura sombría de la realidad espiritual puertorriqueña. En conclusión, esta rápida «instantánea» - que no aspira a otra cosa que a inquietar al lector e inspirar al investigador- prueba, o al menos así lo hemos pretendido, que el teatro puertorriqueño actual es el mejor documento artístico y humano - el mejor cu~dro social- para captar la realidad puertorriqueña. Con lo cual se hacen buenas y -decisivas -por exactas -las palabras de Laguerre al afirmar que «hay un teatro nacional puertorriqueño». Cada obra presenta un aspecto distinto de la vida puertorriqueña; cada obra· plantea un caso de conciencia diferente; cada obra es un nudo en la garganta; hay una vida puertorriqueña que busca comprensión». 23 23. Laguerre. Enrique, El Festival de Teatro Pu~rtorriqueño, El Mundo, 14 de julio de 1958, San Juan de Puerto RICO.
Esta Noche Juega el Jóker, comedia de Fernando Sierra Berdeda.
Por
DORA ISELLA RUSSELL
Estampas del siglo XVIII Costumbres, Alimentación Por
INTRODUCCIÓN:
EN LA' BÚSQUEDA DE
DATOS
ACERCA
de la alimentación de nuestro pueblo, durante ~os siglos XVI al XIX, encuentro también cosas muy interesantes relacionadas con otros aspectos de la historia de la Isla. He vuelto a leer las Actas del Cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico, 1730·1767, que es una cuidadosa recopilación de las actas del Cabildo de la ciudad de San Juan Bautista; documentos autén· ,ticos, que constituyen una magnífica fuente para ~a historia de ese siglo. La lectura de las Actas me ha permitido asomarme al pasado y conocer otros aspectos de la vida en Puerto Rico durante esa época. Desde luego, ,que el interés principal .~!a obtener más información sobre la alimentación y los hábitos alimenticios, conocer la producción agri. cola, los cultivos principales, ,la escasez o abundan· cia de éstos, el desarrollo de la ganadería y la pesca, la importación de materias alimenticias, las preferencias y los gustos del pueblo por ciertos alimentos, y, además, descubrir otros factores que ejercen gran influencia en el patrón de alimenta· ción de un pueblo. Permítanme ,presentar brevemente algunos de los aspectos que me impresionaron, pues, además de ser interesantes y pintorescos, algunos de ellos sirven de marco de referencia para el tema princi+ pal, objeto de este trabajo. Como ligeras pincela,das se manifiesta el desarrollo ,de un pueblo, sus costumbres, fervor religioso, luchas y sufrimientos, dentro de la mayor pobreza, abandono y limitaciones ,para alcanzar su progreso y bienestar. La vida de familia, sencilla y patriarcal, consis,tía de reuniones hogareñas, asistencia a la iglesia y fiestas religiosas y el cuidado de las estancias, los hatos ganaderos e ingenios.
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BERTA
CABANILLAS
DE RODRíGUEZ
El Gobernador y el Cabildo regían la vida política, civil y económica de la Isla. Era un gobierno centralizado que anulaba las iniciativas particula· res y colectivas del individuo. Los gobernantes querían remediarlo todo por medio de ordenanzas y bandos, aun aquellos casos de violaciones de las reglas de buena conducta y de moral. Una ordenanza presentada al Cabildo de San Juan en 17 de enero de 1733, por el procurador general don Juan de Abíla y Olivos aPara el gobierno y conservación de sus habitadores» empezaba así: l.-Primeramente que los señores alcaldes, en ciJInplimiento de sus obligaciones, ronden y zelen los pecados públicos, y escandalosos, con que tanto se ofende la Majestad Divina, para que vivan todos como cristianos. 1
Instrucción. En la Isla no existían escuelas públicas subvencionadas por el gobierno; sólo algunos maestros particulares enseñaban a leer y escribir. En el 1732 el Cabildo votó para que se pusiera un maestro de escuela en la ciudad para enseñar a leer, a escribir, a contar y doctrina cristiana. Y añadía .por ser tan esencial y necesaria para la buena educación de 'los hijos de los vezinos».2 El Cabildo nombró a Juan Salvador Días, un residente de la ciudad, al cual consideró aque es persona al parecer al propósito y suficiente para el efecto referido».3 Se le señalaron doscientos reales de sueldo, tomando éstos de los propios de la ciudad, y antes de empezar su 'tarea le advirtieron 1. Actos dcl Cabildo dc Son Juan Bautisla de Puerto Rico, 1130-1750, p. 45. 2. Aclas del Cabildo, 1730·1150, p. 42. 3. Ob ci/., 1730·1750, p. 42.
sobre el cobro de sus doscientos reales, «los que al presente no se les pueden librar por falta y cortedad de los propios y rentas de esta ciudad•. Para el salón de clase se le cedió un cuarto en la casa del capitán José González. Y como esto era una innovación y un acontecimiento tan importante, el Cabildo lo notificó al señor Gobernador para que hiciera publicar la noticia y se enteraran los vecinos. Otras personas solicitaban por escrito, del Cabildo, licencia para establecer escuelas públicas para enseñar a leer, escribir y contar, y que se les diese alguna ayuda; a estos el Cabildo les pedla información acerca de su vida y sus costumbres y su idoneidad. Por la escasez de fondos el Cabildo no nombró más maestros para enseñar, pues hubo casos en que pasaban los años y el maestro no recibía su paga y tenía que presentar peticiones al Cabildo reclamando sus salarios atrasados y si le debían cuatro años, le pagaban entonces solamente dos. 4
Obras públicas. La isla era demasiado pobre para atender a la reparación de los edificios públicos, puentes y caminos destrozados por la tormenta del 1738. Ya S. M. le había hecho merced a la ciudad de San Juan de la alcabala del viento s y del producto del impuesto de uno y ocho maravedls sobre la venta de un cuartillo de aloja 6 y de un cuartillo de aguardiente. Entre las obras más im~ortantes que debía atender el gobierno era la reparación del puente de los Soldados, llamado luego San Antonio 7 y el puente de Martín Peña. Estos dos puentes eran el paso preciso de los labradores de la isla que traían sus frutos y ganado para abastecer la capital. En una ocasión era necesario reforzar el puente de San Antonio y rellenar la calzada. Para cubrir los gastos se hizo una derrama y todos los vecinos de cada pueblo debían aportar la cantidad de dos mil ochocientos ochenta pesos. Unos mil quinientos sesenta y dos vecinos respondieron generosamente, contribuyendo cada uno con catorce reales y tres cuartillos, para realizar dichas obras. Otro de los problemas que tenían los vecinos de San Juan era la escasez del agua. Las autoridades recomendaban a los vecinos, que si tenían las facilidades, construyeran un aljibe. En las ordenanzas presentadas al Cabildo por el procurador general se ordena: dos que tuvieren aljibes en ella (la casa) los alimenten y aseen para que no se experi4. Quizás debido a esta situación se originó la frase: •Tiene más hambre que un maestro de escuela>. S. 2% que pagaban 105 navios que llegaban al puerto de San JUaI! Bautlsta. del valor de las mercadcrfas y géncros que traían. 6. Bcblda hecha de melno. jengibre. canelll y otras especias. 7. Su nombre actual es Guillermo Esteves.
menten la falta de agua que todos los años se padezen por muy poca que sea la seca» (sequía). La única fuente de agua que existía quedaba cerca del puente de San Antonio, distante unas trescientas varas. La fuente de San Antonio, como eme pezaron a llamarla, era la única fuente de agua con que contaban los vecinos de la ciudad para remediar la escasez de agua. Durante la sequía cuando los aljibes de la capital tenían poca agua o se secaban, los sanjuaneros acudlan a la fuente de San Antonio a surtirse de agua. El gobernador recomendó al Cabildo, que por medio de una cañería se trajera el agua de la fuente hasta el puente; así era más fácil y económico a los vecinos nevar el agua en canoas en vez de transportarla en caballerías.
Los gremios. Todos los artesanos que practicaban un oficio o arte pertenecían a un gremio. Había bastantes ~emios, entre estos, el de los za· pateros, sastres, herreros, plateros, labradores, al· bañiles, carpinteros, mercaderes, marinos. Por ser grupos organizados, el gobierno, con frecuencia, solicitaba la cooperación de ellos. Para las fiestas religiosas el Cabildo le encomendaba a cada gremio las enramadas que se levantaban en las esquinas de las calles. Además, ellos costeaban el gasto de estas enramadas, haciendo una colecta entre los maestros y oficiales de cada gremio. Cuando se trataba de realizar una obra indispensable para el bien público, como la canaliza· ción de la fuente de agua y extenderla hasta el puente de San Antonio, el Cabildo resolvió «juntar los gremios para saber su voluntad y con ella indagar si se podía executar o no dicha obra». Asimismo se consultó a los hombres de distinción y al resto del vecindario. Fiestas religiosas. Entre las celebraciones que tenían los moradores de la isla, las fiestas religiosas ocupaban el primer plano, por lo numerosas y por el esplendor que se desplegaba en ellas. El profundo fervor religioso se manifestaba en el cuidado que ponían en la organización de las fiestas votivas, para darles mayor pompa y brillantez. En la isla se celebraban corno doce fiestas religiosas al año, .pero por órdenes reales, las de obligación y las más solemnes eran las del Corpus Christi, el Apóstol Santiago, San Juan Bautista, Nuestra Señora de la Candelaria y Santa Rosa de Lima. No importaba la pobreza de la isla, ni la escasez de fondos, la ciudad capital pedía mercedes a S. M. de la alcabala del viento o se hacían préstamos a la Caja Real. El Cabildo nombraba dos comisarios
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para cada fiesta, un alcalde y un regidor que se encargaban de organizar las celebraciones y recababan la cooperación de los gremios. De todas las fiestas, la más rumbosa era la del Corpus Christi. En el 1747 para dar mayor es¡llendor a esta festividad crcon el adorno y decencia que corresponde al culto y veneración de tan soberano Señor», el Cabildo encomendó a los gremios el adorno de las calles y las enramadas que acostumbraban ponerse en cada esquina. El gremio de los zapateros y sastres levantarían una enramada en la esquina del hospital y nombraron a Tomás Benítez y José Agapito de Allende encargados de dirigir el trabajo y hacer una colecta entre los maestros y oficiales de cada grupo, para sufragar los gastos. Al gremio de los mercaderes se les encomendó la enramada que se pone en la esquina de la calle donde vive el alférez don Marcos Lexes y eran -dirigidos por José de Aguayo y Pedro Caldera. La tercera enramada a levantarse en la esquina de las señoras Sarmientas estaría a cargo de los gremios de los carpinteros, plateros y herreros y a la cabeza de éstos el teniente Eusebio José López y Agustín Gutiérrez. El Cabildo les exhortó cra que procuren con todo exmero el mayor adorno y luzimiento de dicha función, que así se espera de sus cristianos pechos,).
Epidemias, tormenta, sequías. Grandes calamidades azotaron la isla durante la primera mitad del siglo XVIII: la epidemia de viruelas del año 1732, la tormenta de Santa Rosa del 30 de agosto del 1738 y la epidemia de sarampión del 1747, y épocas de sequías en el 1736 y 1739. La epidemia de viruelas hizo estragos en la población, falleciendo muchos vecinos, tanto blancos como esclavos. Diezmó la población negra, y la falta de brazos para las labores agrícolas se manifestó en la disminución de frutos y ganado, lo que fue causa de grandes sufrimientos para los vecinos de la isla. En las reuniones del Cabildo de ese año, nunca estuvieron presentes todos los regidores por ser víctimas de la epidemia de viruelas, falleciendo entre éstos el regidor capitán don Diego Antonio de Velasco y el capitán don Gerónimo de Aguero, alcalde ordinario. El sarampión también causó muchas muertes en toda la isla, y según el informe del gobernador don Juan José Colomo al Cabildo, crno hay casa en que no se hallen dos o tres y cuatro enfermos y en otras todos»... La tormenta de Santa Rosa del año 1738 causó la ruina total de la agricultura, arrasó los sembrados de arroz y de maíz, y otros frutos, derribó los platanales y las palmas reales, con cuyo fruto se 26
alimentaban los cerdos; se ahogó mucho ganado. Viviendas y edificios públicos quedaron desmantelados, los caminos arruinados con las crecientes de los ríos, y los puentes quedaron en bastante mal estado. El Procurador General pide al Cabildo que los vecinos corten los árboles y palmas caídas que obstruyen los caminos, que se limpien los desagües, y bocas de los ríos y quebradas, y que se pida al Gobernador que mande a los negros de Cangrejos que corten las estacas necesarias para reforzar los puentes de Martín Peña y San Antonio. El Cabildo tomó varias medidas para evitar la especulación y el alza de los precios de los pocos víveres que habían en la isla. Prohibió a los regatones (revendones) salir a los campos a comprar frutos para que no alterasen los precios. Para restablecer las labores de las estancias ordenó a los vecinos que limpiaran los caminos de los árboles y palmas caídos. Pidió al Gobernador que mandara a los negros de Cangrejos para que cortaran estacas y reforzaran el puente de San Antonio, por donde entran el ganado y los frutos que se traían de las estancias a la capital. Asimismo que limpien los ríos y quebradas quitándoles los troncos de árboles. Como resultado de las epidemias, la tormenta y las sequías, hubo una gran carestía de comestibles en toda la isla; no se traía nada de los campos, ni frutos, ni ganados, y la población pasó grandes vicisitudes por la escasez de alimentos.
Arrendamiento de tierras y bocas de las ríos. Desde el principio de la colonización, por provisión real, todos los pastos, montes, aguas y abrevaderos fueron declarados de uso común. La política de la Corona era conservar la propiedad de las tierras y darles un usufructo a los pobladores. En 1514, la reina doña Juana dio poder a Juan Ponce de León para que separase y señalase los términos, tierras y jurisdicción de la isla de San Juan Bautista.s Los regidores y justicia de la ciudad de Puerto Rico, en aquella época señalaban el asiento que correspondía a cada nuevo poblador, donde podían tener su casa, conucos, corrales para ganado. Se acordó dejar una legua de distancia entre cada asiento para que los animales de un vecino no da· ñara los sembrados del otro. A pesar de esta medida hubo muchas quejas y pleitos entre los pobladores. Durante los dos primeros siglos la población era muy escasa y había tierras suficientes para todos los pobladores, pero en el siglo XVIII las pe· ticiones de tierra al Cabildo aumentaron considerablemente, como veremos más adelante. El poblador presentaba su petición al Cabildo y tenía que 8. A. G. l. Indiferente Gcnernl. leg. 419.
dar pruebas de que las tierras eran baldías o habían quedado libres y que no se perjudicaba un tercero. Hecha la investigación de rigor, y al encontrarse todo bien. el regidor le daba .posesión de las tierras. le señalaba los linderos y recibía un testimonio por escrito que le aseguraba el derecho al uso de dichas tierras. Por cada caballería de tierra que se le concedía pagaba dos ducados para los propios de la ciudad. Los vecinos que pedían tierras las querían. en su mayor parte para hato de ganado mayor -bueyes. vacas. caballos-. o para criaderos de ganado menor, cerdos y muy pocos las pedían para estancias y los vecinos señalaban el sitio y los límites de las tierras que solicitaban. El vecino José de Fuentes pide tierras «para ·fundar un hato de ganado mayor. casa y corral. desde la quebrada de Juan Gonzales hasta el río Luquillo». El capitán' don José Dávila pide las dos vegas nombradas Santa Rosa y los Hornos. del sitio de los Cocos. que quedaran libres por la mudanza del canónigo don Juan Lorenzo de Matos del hato de ganado mayor que queda en la parte superior de dicbo sitio. No siempre se concedían las tierras por oponerse otros vecinos. El capitán Juan Olmedo y consorte presentaron una petición al Cabildo oponiéndose a la merced del hato y criadero que le concedió ~l Cabildo a Baltazar Delgado en el sitio de la Guardarraya. En estos casos los regidores remitían los asuntos al tribunal de los señores alcaldes, para que oyeran las partes e hicieran justicia. También este tribunal oía las quejas de los vecinos. sobre los daños que hacían los cerdos y otros animales a las siembras. Algunas veces los dueños pedían la demolici6n de sus hatos y criaderos. y como en el caso de don Manuel Méndez de Manatí. es con la condici6n de que le den doce caballerías de tierra. Don Alberto Espino y consorte quieren demoler su bato de Manatí Abajo, y que se den sus tierras para estancias de los desacomodados.' También se arrendaban las bocas de los ríos. para colocar corrales (nazas) para la pesca. Los vecinos presentaban sus peticiones al Cabildo. y éste las concedía, según los méritos del solicitante. Se pagaba por dicho arrendamiento desde cincuenta reales hasta treinta y cinco pesos. En una ocasi6n, los vecinos José Murlel y Manuel GÓmez. solicitaron al Cabildo el arrendamiento del pasaje de Palo Seco, por el cual se pagaba treinta y cinco pesos, pero Manuel Gómez ofreci6 cincuenta pesos. El Cabildo denegó su petición y concedió el arrendamiento a José Muriel por estar ya en posesión y 9. V~inos que no tenían ni empleo ni liclTOls.
ser persona de confianza, práctico, a satisfacción del vecindario. El pasaje de la boca de La Habana arrendado a Lucas Maldonado y Pablo de Espinosa por cincuenta reales le permiten poner el corral de pescar hasta la boca del río Dorado. Pablo Colón ofreció veinte pesos por el pasaje y boca del río Toa. y se le adjudicó por ser el mayor postor y era en beneficio de los propios de la ciudad.
Alimentación. Hemos presentado, con ligeras pinceladas algunos aspectos del desarrollo de la vida en nuestra isla durante el siglo XVIII. Vamos a ver más detalladamente otro aspecto más interesante: la alimentación del pueblo en esa época. Un breve repaso de la agricultura y otras fuentes de producción nos darán una idea de las dife· rentes materias alimenticias que tenían los pobladores para su sustento. Las prácticas agrícolas de los labradores eran rutinarias, usaban los mismos métodos que sus antepasados. y carecían de los más indispensables implementos para el cultivo de la tierra. No tenían a su alcance los medios para aumentar la producción ni mejorar la variedad de los frutos. Lo que se producía era para satisfacer las necesidades de la población. Era, pues, una agricultura de subsistencia. La ganadería estaba un poco más floreciente, era más prometedora. Había tierras en abundancia y muchos pastos; las tierras se conseguían fácilmente; el vecino solicitaba del Cabildo las caballerías de tierras que podía atender; babía muchos batos de ganado mayor y menor. y la carne era suficiente para abastecer a la población de la isla. Especialmente había muchos cerdos, pues los primeros cerdos traídos a la isla en el siglo XVI se multiplicaron rápidamente y basta se alzaron muchos de ellos. En las aguas que rodean la isla babía muchas variedades de peces, y en algunos ríos caudalosos se encontraban peces de agua dulce. La pesca no se practicaba en mares profundos. sólo se usaban los corrales nazas y chinchorros. El pescado abun· daba durante los meses de septiembre a diciembre, pero escaseaba durante la cuaresma cuando precio samente la demanda era mayor por ser el pescado plato para los días de guardar. Para que hubiese pescado durante la cuaresma se prohibió poner los corrales ni bacer pesquerías durante la desovaci6n. Tampoco se podría ecbar el chinchorro en la boca de los ríos. solamente en el mar y ensenadas, y soltando cualquier pez pequeño que cayera en los chinchorros o corrales. Era tradicional desde los princ1pios de la colonización. la escasez de bastimentas en la isla. Los barcos que tocaban en los puertos, de año en año,
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traían muy pocas mercaderías y comestibles, que aliviaban muy poco las privaciones y sufrimientos de la población. Lo que se traía de la península o Canarias, como la harina, el aceite, pescado seco, el vino, queso, granos, etc., no venía con la regularidad necesaria y faltaba muchas veces en la isla. Debido a la distancia, la escasez de barcos, la lentitud de éstos y la humedad del clima, casi siempre la harina Uegaba en malas condiciones. El pan no se podía conseguir todos los días, sólo se vendía por temporadas, cuando llegaba algún barco con harina. El aceite no era suficiente ni el vino tampoco}O Los labradores que se dedicaban a la crianza de aves, especialmente aquellos que vivían en los pueblos de la costa, preferían vender las gallinas y huevos a los barcos extranjeros que arribaban a esos puertos en busca de comestibles yagua, porque conseguían muchas mercaderías que no les lle· gaban de la península. No existían mercados en San Juan ni en la isla, y entre días venían al muelle de la capital algunas canoas cargadas de viandas, huevos y gallinas procedentes de Cataño y barrios cercanos, a donde acudían algunos vecinos a comprar, pero a veces regresaban las canoas cargadas, por falta de como pradores. Los pobladores dependían para su alimentación de los frutos que se cultivaban en las estancias: plátanos, maíz, arroz, frijoles y otros granos, yau· tía, calabazas, ñames, batatas, etc. El cultivo de la yuca era tarea de los esclavos, así como la preparación del casabe. Las cosechas de maíz y plátanos eran abundantes, pero aún más la del arroz que daba tres y cuatro cosechas al año. Aunque algunos cultivos decaían, como el de la caña, la yuca y el jengibre, se introdujeron otros cultivos como el café en el año 1736 y el mangó en 1740. El café se adaptó muy bien en las tierras altas de ia Cordillera Central. Su cultivo se extendió, y los .hermosos cafetales florecían en las alturas. Los habitantes de la isla gozaban todo el año de una buena provisión de carne. Desde fines del siglo XVI, los dueños de hatos de ganado de la isla contribuían anualmente con un número de cabezas de ganado mayor, vacas, terneras y de cerdos, para abastecer a la ciudad de Puerto Rico y proveer de carne a los vecinos y a la guarnición del Morro. Una serie de calamidades, ocurridas en el lapso de veinte años, alteraron el ritmo de la vida de los pobladores. Las epidemias de sarampión y viruelas, una tormenta y dos épocas de sequías muy fuertes, eran suficientes para trastornar la economía de la 10. Hubo ocasiones en que no se pudo celebrar el ~anlo oficio de la miSIl. porque no habla vino para consagrar ni harina para hacer la sagrada forma.
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isla, y producir grandes sufrimientos a la población por falta de víveres. En el 1732 la epidemia de viruelas hizo estragos en la población de la isla, que causó gran mortandad entre vecinos blancos y negros. Los comestibles escasearon. No había quién trajera de los campos los frutos de las estancias. Tampoco los criadores traían el ganado a los pueblos para suplir de carne a los vecinos. Los dueños de hatos de ganado de la ribera de San Felipe de Arecibo, de la Llanura y de otros pue· bIas de la isla piden que se les releve de la obligación de traer las reses para el abasto de carne. Fue preciso que el Cabildo amenazase a los que faltaran a 10 estipulado en las ordenanzas, y les advirtió que trajeran el ganado a tiempo. En la capita'l no permitían la matanza de reses dentro de los solares de la ciudad, pero el Cabildo autorizó al mayordomo a hacer un corral fuera de la puerta de San Justo para encerrar los cerdos que se traían para el abasto de carne. Debían pagar medio real por cabeza, para mantener dicho corral. Para evitar la especulación y alza de los precios, el Procurador General de la ciudad don Juan de Abíla y Olivos pidió al Cabildo que los regidores vigilaran dónde se vendía la carne y la manteca para evitar los fraudes de vender la carne a real y medio y el cuartillo de manteca a dos reales plata, como si fueran ultramarinos, pues la única carne que se podía vender a real y medio era la salada. Por la gran necesidad que había de bastimentas, el Cabildo se dirigió al gobernador para que enviara por víveres aunque sea a las islas extranjeras. No hay harina en toda la isla y dice que esto es «en perjuicio de los enfermos y 10 más sensible que en muy breve no habrá para hacer hostias para el santo sacrificio de la misa y de la eucaristía». La sequía del año 1736 causó la disminución de ganado especialmente en el valle de Coamo, no pudiendo los criadores enviar ganado para el abastecimiento de carne. Igualmente faltaron las viandas, plátanos y otros frutos. El 30 de octubre de 1738, se desató una horrible tormenta, llamada de Santa Rosa por los morado· res de la isla, que fue la ruina total de la agricultura. La destrucción de los platanales, siembras d~ arroz, maíz, ñames, yautías y otros frutos dejó a la población sin el sustento indispensable. Las crecientes, además de arrasar los sembrados, arrastró al ganado perdiéndose miles de animales. El gobernador racionó los plátanos de las matas caídas, el maíz y el arroz que estaban almacenados y los distribuyó entre los vecinos con equidad. Esto duró muy poco. No había carnes en las carnicerías y si se conseguía un pedazo, no había viandas para
acompañarla. Vuelve el Cabildo a pedirle al Gobernador que permitiera la importación de harina de las islas extranjeras. El gobernador envió un barco a Santo Domingo por maíz y arroz, y si lo conseguían, la cantidad sólo duraría quince días; además no sabían si la tormenta había azotado también a la isla vecina. Los regidores creen que el señor gobernador debe pasar por alto la prohibición de comerciar con países extranjeros y permitir se soliciten con la ma· yor brevedad de las islas extranjeras barinas y de-más víveres, pues lo importante en este caso es «conservar la vida humana y evitar por este medio que no se introduzca peste con las perniciosas comidas de raíces de árboles que suelen guayar para ihacer pan y otras yerbas silvestres de conocido dañosas a la salud».lI Para que los regatones no alterasen los precios de lo poco que se conseguía, el Cabildo les prohibió salir a los campos a comprar frutos. A! año siguiente en el 1736 hubo una época de . sequía, lo que agravó más la escasez de comesti· bIes que padecía la población; faltó el casabe, por no haber conucos maduros; tampoco había carne de cerdo porque la tormenta destruyó las palmas reales con cuyo fruto se cebaban los cerdos; faltaron las viandas, la harina y el bacalao. En medio de tantas privaciones llegó al puerto de la capital un bergantín inglés cargado con: 250 20 20 50
barriles de harina barricas de bizcocho (galletas) barricas de manteca de Flandes (mantequilla) quesos de Flandes
El capitán Robert Stuart pide permiso para de· sembarcar y vender dichos comestibles conociendo las necesidades que padece la isla debido a la tormenta y la sequía. El gobernador don Matías de Abadías solicita del Cabildo le informe sobre las necesidades que alega padece la isla y los regidores le contestan, Clque nunca esta isla se ba visto más necesitada por las razones que expresa el dicho capitán inglés, pues únicamente hay carne y nada de absolutamente de vianda• .u La epidemia de sarampión del 1747 sembró la muerte en toda la isla. Volvieron a sentir los terribles efectos del hambre; los víveres se agotaron en la isla y no llegaban frutos ni ganado de los campos. Para estimular a los criadores a suplir de carne a la población. el gobernador don Juan José Colomo pr()puso al Cabildo alterar los precios de la carne. Pero los regidores se oponen a sus precios, porque 11. Oh. cit., 1730·1750. p. 144. 12. Oh. cit.• 1730-1750. p. 157.
los dueños de hatos no se alentarán en traerla y fijan los siguientes precios: Carne de ceba, con hueso y todo el arrclde - Rcal de plata. Carne que no es de ceba y todo el arrelde - Real de vellón. El Cabildo también reguló el precio del maíz. los huevos. la manteca y otros comestibles para que los regatones no subieran los precios. Para atender al reparto de la carne y que cada vecino llevara carne de la buena y de la menos buena, un regidor se encargaba de vigilar. pero era mucho trabajo para uno solo; además muchos regidores caían víctimas del sarampión y no podían atender a sus obligacio. nes. El Cabildo nombró fiel ejecutor al capitán don Miguel José de Ubides para que atendiera al reparto de las carnes y aliviara el trabajo de los regidores. pues un regidor vigilaría en la Marina y otros en las Puertas para la distribución de los demás comestibles. Como no había quien trajera los frutos del cam. po, los regatones se aprovechaban de la situación. y los regidores tenían que perseguirlos para que no vendieran a precios más altos que los fijados por el Cabildo. Al gobernador le preocupaba la escasez de los huevos, pues por ser tan caros no podían hacer bizcochuelos que según él «es el más pronto sustento que le aplican con vino a un enfermo desvalido».1J No sólo subió el precio de la carne, los huevos, la manteca, el maíz, el arroz. etc., sino el de otros artículos de consumo. entre éstos, el jabón. el sebo y las velas con que se alumbraban los sanos y los enfermos.
Resumen, La época que acabamos de presentar, fue única en la historia de la isla; en menos de medio siglo. la isla sintió los devastadores efectos de dos epidemias, una tormenta y dos prolongadas sequías, y se paralizó la vida económica y la producción de materias alimenticias. Hemos podido recoger suficientes detalles que nos dan una idea del patrón de alimentación y de los hábitos alimen· ticios de los pobladores de la isla. La carne ocupaba lugar muy importante en las comidas; era el plato principal y con tubérculos o viandas y plátanos. constituía el plato básico; la ganadería estaba próspera y había muchos batos de ganado. mayor y menor; la carne de vaca y ternera estaba barata. Había otras carnes; cerdo, aves, cabro. La ternera gustaba mucho. pero no era tan abundante como la vaca. La crianza de gallinas y pollos no era muy extensa, y la mayoría de las aves 13. Ob. cit., li3:).1750. p. 248.
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y huevos los vendían a los barcos que tocaban en algunos puertos de la isla. Las gallinas eran preferidas a los pollos para caldo, sopas, etc. Había la costumbre -ya desaparecida- de dar caldo de gallina durante cuarenta días, a una recién parida. Las palomas, criadas en las casas como industria doméstica, también servían para las sopas de los convalecientes. Entonces no se consumía la carne de cabrito ni la leche de cabra. La carne más popular y útil era la de cerdo. Por las facilidades de la crianza y abundancia del cerdo, siempre se conseguía su carne para cualquier plato. Los primeros pobladores preparaban tocino, y según Cumberland el tocino que se hacía en el oeste y noroeste de la isla era el más gustoso.l • Para conservar la carne de cerdo secaban al solla que sobraba. Del cerdo aprovechaban todo; hacían tocino, butifarras, chicharrones, morcillas, y como el aceite apenas se conseguía, se extraía la manteca para confeccionar las comidas. La manteca se vendía derretida, por litros. Por tradición nos gusta el pescado en cualquier forma. Los conquistadores de esta tierra nos legaron, entre otras cosas, sus costumbres en el comer, su fervor religioso y su devoción y respeto por los ¡preceptos de la iglesia. El pescado es plato indispensable en los días de guardar. Precisamente era durante la cuaresma cuando menos pescado había, y esto preocupaba mucho a los fieles devotos. El pescado salado y el bacalao son buenos sustitutos para el pescado fresco. El bacalao combina muy bien, por su salazón, con otros comestibles. Cuando no se conseguía el pescado, el bacalao con viandas o plátanos tenia mucha aceptación. La leche y los huevos no se incluían en las comidas por varios motivos. La producción era muy limitada y especialmente los huevos no se conseguían todos los cUas y la leche sólo se producía para el café del desayuno. La calidad de la leche era muy mala, pues cuando el campesino venía para el pueblo en su yegüita a vender la leche, por el primer río que pasaba, destapaba los porrones de leche y la -bautizaba». Entonces no había mucha demanda de leche para los infantes; por lo general, las madres amamantaban a sus hijos y reforzaban su alimentación con atoles y guarapillos. No existían las fónnulas modernas con leches enlatadas. No había nacido la ciencia de la nutrición; se desconocía el valor de los alimentos y la importancia de la leche en la alimentación infantil. En ningún momento, ni aun en las épocas de mayor escasez, ni se echa de menos la leche, ni se menciona como alimento, ni para los niños ni para los enfermos y convalecientes. Todavía preva-
lecia la idea del vino para fortalecer a un enfermo. El Gobernador así lo expresa cuando se lamenta del alto precio de los huevos, porque no se pueden hacer bizcochuelos para darle con vino a un enfermo desvalido. No se le ocurrió al Gobernador recomendar que le dieran leche. En toda la historia de la alimentación en Puerto Rico, la harina desempeñó un papel muy importante. A través de los siglos, la harina es la clave para remediar la escasez de comestibles. Faltando todos los víveres, los pobladores claman por la importación de la harina. Siempre había carestía de harina en la isla, nunca se traía bastante, y es claro era el comestible de mayor demanda. Durante las epidemias y la -tormenta, los regidores pedían al Gobernador que enviara por harina a las islas extranjeras y le decían: erque finalmente es preciso morir de hambre si no se solicita en las islas extranjeras algunas harinas•. El pan, el vino y el aceite eran los alimentos básicos de nuestros antepasados. El pan representa el sustento universal. El dicho popular era falta de pan buenas son tortas. queda confirmado en nuestra isla. En el siglo XVI el casabe sustituyó al pan y luego los surullitos y arepitas de harina de maíz y los plátanos asados sirvieron para el mismo fin. Quizá -por la falta de harina y los utensilios y equipo de cocina adecuados, nuestra cocina no cuenta con una repostería típica. Después de la tormenta de Santa Rosa, por la falta de harina y otros comestibles, los pobladores hacían pan de la raíz del marunguey,IS un tubérculo que crece en las tierras áridas, especialmente en la zona costera del oeste y suroeste de Cabo Rojo y Guánica. Rallaban la raíz y la dejaban fermentar; hacían con ella unos bollos que envolvían en hojas de plátano y los asaban en brasas. Las viandas, tubérculos o verduras, cuya variedad es bastante extensa, rendían abundantes cosechas durante todo el año. También había muchas hortalizas. Las viandas, por la cantidad de fécula que aportan a las comidas, son excelentes para acompañar cualquier plato de carne, pescado o bacalao. Los platos tienen siempre su origen en la región o sitio donde se produce o consigue, la materia prima. Con la abundancia de viandas y carne de cerdo se crearon muchos platos típicos de nuestra cocina, como son los rellenos: la carne de cerdo en combinación con viandas y hortalizas. Se hacen rellenos de amarillos, pimientos, chayotes, berenjenas, pasteles, además de empanadas de yuca, alcapurrias y otros. Como había manteca en abundancia, se hacían frituras de varias clases combinadas con otros comestibles como los bacalaitos, buñue-
---15. Zama porloricclIsis 14. B. H. P. R., Informe Cumberlnnd. t. V, p. 66.
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Urban -
obtiene una fécula comestible.
De su mIz, especle de bat3t:1 se
los de ñame, yautía, «barriga de vieja», tostones, mofongo, etc. La yuca seguía cultivándose para hacer el casabe que aún se consumía, especialmente por los esclavos, y era parte del rancho de los soldados, a quienes les daban dos tortas de casabe semanales. Los platanales eran más extensos que los cañaverales. Había 8,315 cuerdas de tierra sembradas de plátanos y solamente 3,156 de caña. Con la carne y los plátanos en abundancia, nadie se muere de hambre. Los plátanos, el casabe, un poco de carne y de arroz era la comida de los esclavos. Con las cosechas abundantes de maíz, además de usarlo verde o tierno como vianda, hacían harina. El maíz tierno servía para las sopas, el sancocho, sopones, mazamorra, y de la harina se hacían los funches de distintas clases, con bacalao, pescado y coco y además frituras, arepitas y surullitos, etc. Los granos y el arroz se consumían, pero no era el plato básico de la dieta de entonces. Eran «el segundo frente». Los bellos palmares de la costa aportaban el coco para el popular arroz con coco. Especialmente en las playas usaban el coco para confeccionar distintos platos. Sacaban la grasa del coco y la usaban como manteca, y el aceite lo usaban para alumbrarse. Con las frutas que crecían silvestres y el azúcar en abundancia se hacían los excelentes dulces en almíbar, ya famosos desde el siglo XVII, y con el melao y el coco confeccionaban el marrayo o mamposteal y el dulce de coco con jengibre. Ya era una institución la venta de dulces y comidas en bateas por las calles, por las negras viejas, cocineras jubiladas. Las negras de Cangrejos venían a la capital con sus bien repletas bateas de
cazuela, empanadas de yuca, marrayo o mamposteal, tembleque, alegría de ajonjolí. A veces traían su banquito o catrecito para sentarse en algún zaguán u otro punto estratégico a ofrecer sus golosinas a los viandantes. Desde la introducción del café en el 1736, los vecinos de la isla comenzaron a disfrutar de esta exquisita infusión, que sustituyó al chocolate como bebida principal. El árbol del cacao se trajo a la isla un siglo antes, y el chocolate era la bebida ,para el desayuno, bodas y bautizos hasta fines del siglo XVII en que las tormentas, y una plaga, destruyeron las siembras de cacao. Otra bebida típica era la aloja, que hoy se conoce como agua laja. Es una bebida refrescante inventada en el siglo XVI para mitigar la sed de los esclavos, que trabajaban en las estancias e ingenios, bajo un sol inclemente. Se hacía de mclao, jengibre, canela y otras especias, al gusto de la persona. La aloja se consumía en grandes cantidades, y se vendía en muchos puestos que había en distintas partes de la ciudad, el precio era barato, pero tenía un impuesto de un maravedí por cuartillo, y era una fuente de ingreso para el gobierno. Hemos tratado de presentar como era la alimen· tación del pueblo a principios del siglo XVIII, las materias alimenticias de que disponían para combinar los platos que constituyen el patrón de alimentación. Teníamos una herencia culinaria legado de nuestros antepasados, que iba enriqueciéndose a través de los años. Ya en el siglo XVIII existían infinidad de platos típicos, creación nuestra y comen.zaba a perfilarse la cocina puertorriqueña.
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Pintura y escultw·a mexicana del siglo XVITI en Puerto Rico Por
L
A RELACIÓN QUE VINCULA CONTINUAMENTE A PUERTO
Rico con la Nueva España durante los si· glos XVII y XVIII es conocida fundamentalmente por la condición vicaria de la economía isleña res· pecto al tesoro novohispano. En este tráfico, sin embargo, figuran todavía lagunas más o menos insospechadas y entre ellas se encuentra la de las piezas de arte, que si no llegaron en cantidades notorias hay motivos para pensar que no fueron escasas. La noticia más temprana que conocemos es del año 1748. Los hermanos de la Orden Tercera de San Francisco de San Juan, en junta de 3 de febrero del mismo año, tratan del reconocimiento de la imagen de su fundador, que se halló sumamente deteriorada, «maltratada, calcomida y desvaratándose, de modo que no se puede sin conocido riesgo sacar diclta efigie a las procesiones y demás funciones que tiene dicha Venerable Dr· den... » y «unánimes dijeron y determinaron que supuesto las dificultades que en esta ciudad se Iza visto de hacer dicha efigie (C01Z el aseo y primor que les corresponde) de nuevo, que se encargue a Veracruz a persona de cuidado para que mande hacer la referida imagen de talla toda... ».1 El encargo no pudo realizarse porque falleció la persona de quien pensaba valerse el comisionado, que lo fue don Fernando de Castro, a quien se le encargó en junta del 22 de septiembre del mismo año que buscara en la Isla «persona que pueda construir dic1za santa imagen».z El valor de esta interesante noticia es doble. En primer lugar, muestra que no era infrecuente el recurso a la Nueva España para adquirir pie-
ARTURO
D,\VILA
zas de escultura, y que también en la Isla, si bien con menos calidades, había personas a quienes podía encomendarse la obra. En cuanto a lo primero, que es 10 que motiva este trabajo, no podemos aducir testimonios documentales por el momento pero sí aventurar fundadamente algunas conjeturas. En el Museo de Porta Coeli en San Germán se conserva, procedente de la iglesia de Santa Cruz de Bayamón, una talla dorada y policromada de Santo Domingo de Guzmán que, aunque sin brazos, muestra ser una pieza nada vulgar y cuya obra debió costar en su tiempo una crecida cantidad. Cubierta por una capa de pintura blanca y negra, fue despojada de ella en los talleres del Instituto de Cultura Puertorriqueña. El riquísimo dorado, la amplitud de los hábitos, el rosario al cuello, como los dominicos de India y Filipinas y el diseño abigarrado del estofado hacen pensar en la Nueva España como su lugar de procedencia y la primera mitad del siglo XVIll como el tiempo en que fue labrada. Se plantea, sin embargo, un problema inicial y es el de su ubicación en el grupo de imágenes de la antigua iglesia de dominicos, hoy San José. La imagen de que tratamos es de talla entera y en el Inventario de 1838, formado por los oficiales de Hacienda, se dice 10 siguiente: «La imagen del Santo Patriarca constante de cabeza, manos y pies sobre armadura de madera.". En la relación de alhajas se alude a «una estrella de oro con una piedra blanca en su centro» que se fijaba en la frente de la imagen y se enumeran hasta diez objetos preciosos que corresponden al aderezo de fiesta de una imagen de vestir) No es, pues, la
1. Ubro 1 de Actas de la V.O.T. de S. Francisco, Años 174S a 1826 y 1831 a 1863, folios 3 V., 4 Y 4v.
2. Libro 1 de Actas de 13 V.O.T. de S. Franc¡'co, Aftos 1745 a IBU y 1831 a 1863. folios S y Sv.
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3. Inventarios generales de lodos 105 bIenes de los conventos de Santo Domingo y San Frnnclsco en esta ciudad, y del de Porta Cocli en la villa de San Germán. (Archivo Gen. San luan).
Retrato de Cristo según la descripción de San Anselmo. Pintura mejicana del siglo xvnr. Museo de Porta Coeli. San Germán.
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que nos ocupa. Pensamos que acaso se trate de la imagen de Santo Domingo que mencionan los papeles de la Orden Tercera Franciscana como existente en su capilla a mediados del siglo XIX, probablemente trasladada aUí desde la iglesia conventual, hoy desaparecida. 'Como mera conjetura, apuntamos la posibilidad de que la imagen del Cristo llamado del Buen Viaje, existente en la iglesia de los Terceros, sea también obra de un taller americano, ya sea puer· torriqueño o novohispano. La primera noticia que hasta el momento tenemos de ella es la que nos da un acta de ]a Junta de Discretos de la V.O.T. del 12 de abril de 1769, en que se hace constar que el presbítero don Tomás de Castro pidió el altar del lado derecho de la CapHla 'Apara colocar en él al Santísimo Cristo del Buen biaje•.• » 4 Es significativo que un ·hijo de don Fernando de Castro, a quien se encarga que busque un imaginero de la Nueva España o de la Isla para hacer ]a talla de San Francisco en 1748, sea el que pida un altar para colocar una imagen al parecer de su propiedad o de los suyos. La parvedad de estos datos no autoriza a más. Pero si debieron venir algunos lienzos mexicanos. La forma curiosa en que es remitido uno de ellos desde México y las razones del envío, nos las da una interesante carta del Teniente de Rey de Veracruz y su castillo de San Juan de Ulúa, don Diego Garda Panés, dirigida a la Madre Priora de las Carmelitas de San Juan, Sor María del Corazón de Jesús Correa, en 12 de enero de 1794. La carta, cuyo texto se incluye en apéndice, alude a ]os peligros en que se hallaron él y los otros pasajeros del 'buque en que navegaban de Cádiz a Tenerife y cómo hicieron ¡promesa de celebrar con una misa solemne en honor de la Virgen de Guadalupe de México, cuya reproducción llevaba consigo dicho señor, la liberación de sus traba· jos. Llegado a México decidió mandar hacer una copia de la misma imagen para remitirla a ]as Carmelitas, en cuya iglesia se celebró la fiesta. Dice así:
de la H( abaita) esperando tener la dicha de que .llegue tan precioso don á manos de V. R. y de esa Santa Comunidad... reencargando últimamente á V. R. que para la permanencia y respecto de dha. Imagen tocada al orí· ginal se coloque si puede ser en wz cristal o como hallase V. R. más conveniente .....
A falta de la pieza, que no se encuentra ya en el Com'cnto de las Carmelitas, encontramos una descripción detallada de la composición, que se· guía el esquema típico de las pinturas guadalupanas del siglo XVIII: la imagen cn el centro y en cuatro marcos ovalados de rocalla asimetrica, las fases de la conocida mariofanía mejicana. Otros dos óvalos encerraban las efigies del titul~r del convento y del por entonces pDpular santo bohemio, San Juan Nepomuceno. Son interesantes tanto los detalles de ]a forma en que se realiza el envío, como la manera de CUIdar la pintura recomendada por el donante, que aplicaban también las monjas a los cuadros de Campeche. 5. Dos folios. Archl\o
d~
las
Carrnélí'a~.
Sanlurcc.
u .. .luego que llegué a esta Capital COIl el Excmo. Sor. Virrey, dispuse que uno de los mejores pintores me trasuntase la Imagen en lienzo de regular tamaiio con las qtlatro apariciones, )' efixies de dos Santos tutela· res: el Patriarca San José y San Juall Nepo· n7Uzeno... cu)'o lienzo bien puesto para que no se maltrate va dentro de l/IL caiioll de lata )' dirigido COIl esta por mano de 11// amigo el Sor. D. José Fuertes comisario 01'· denador y administrador /{eneral.de correos
4. Libro I de Aclils l.le la V.O.T. eJe S. Ftanei$co, folio 32.
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Tránsito de San José, lienzo mejicano del siglo Museo de Porta Coeli. San Gennán.
XVIII.
El Insti·tuto de Cultura Puertorriqueña posee hoy algunas piezas de pintura dieciochesca mexi· cana, existentes en el Museo de Arte Religioso de Porta Coeli. Se trata de temas socorridos de aquel siglo en México, corno son el retrato de Cristo, escenas de la vida de María, San Joaquín y Santa Ana y una graciosa pintura del tránsito de San José. Una fecha: 1721, ubica este lienzo y de la firma 'borrosa del autor se ocupaba el malogrado historiador y critico Martin Soria meses antes dI.: su muerte. Aparece el santo tendido en cama con el [ivvI mortis en su rostro y atendido por Jesús.y María a quien ofrece un arcángel con ingenuidad encantadora un medicamento. Unos trebejos en una mesita a la izquierda en primer plano completan el modesto ajuar de la estancia. Dos angelotes sostienen sobre la cabeza del santo una corona real ·cubierta y los nombres de JESÚS, MARtA Y JOSÉ aparecen en caracteres dorados sobre la cabeza del enfermo, iluminada por una ráfaga de luz que desciende de lo alto yen· cuyo centro se cierne la paloma mística. No nos detendríamos en esta pieza ingenua, <:00 colorido de arcoiris, copia fiel de una estampa italiana. pues hemos visto otro lienzo parecido en la capilla de San José de la Catedral de Salerno, si no fuera por haber hallado que esta pintura no es otra cosa que la suma de varios momentos d~ la. última enfermedad y muerte de San José, tal como la describen diversos autores barrocos lei· dos en México y como corría en libritos de devoción entre el pueblo en el siglo XVIII. Reimpreso en Puerto Rico en 1834, pero seguramente impreso antes en esta ciudad6 tenemos un ejemplar no publicado o desconocido por Pedreira en su Bibliografía que lleva el barroquísimo titulo reproducido en estas páginas. En él se describen algunos detalles que aparecen en el lienzo de que tratarnos, como la pre" paración de la comida por María y el último colo~ quio con Jesús antes de morir. Los textos están tomados fundamentalmente del libro V de la Mística Ciudad de Dios, capítulos XIV y xv, donde la Venerable María de Jesús de Agreda explica cir~ cunstanciadamente la última enfermedad del San· to.7 Una vez más la influencia de sus escri tos se 6. Las indulgencias q~ aparecen en la liltma página están con· cedidas por el Obispo don Mariano Rodrigue: de Olmedo y Valle. que en 1824 pasó al Arz.obispado de Santiago de Cuba. Por tanlo, debió exislir una edición primera enlre los años de 1826 a 24, ca· rrc:spondic:nlc:s a su ponliricado. 7. Mlstica ciudad de Dios, Milagro de su omrripoteltcitJ ~. Abismo
de la Gracia. Historia dil'ina y vida de la Virgen Madre de Dios, Reina y Señora Nllestra. Mar/a Sant/sima, Restauradora de la culpa de Eva, y Medianera de la Gracia, dictada y manifestada en estos illtimos siglos por la misma Señora a su esclava Sor Maria de Jesús. Abadesa indigna de este convento de la Inmar:ulada Concepciól/ de la villa de Agreda; para nuel'a luz del mundo, alegria de la IR/esia Católica y confianza de los mortales. Segunda parte. Libro V. Capl.
comprueba en la iconografía americana del si· glo XVIII. AP~NDICE
Carta en dos folios, fechada en México el 12 de enero de 1794, dirigida por don Diego Garda Pa· nés a la R. M. Priora de las Carmelitas Sor María del Corazón de Jesús Correa. Archivo de las Caro melitas. Santurce.
«Mui Reverenda y vellerada Sra. de todo mi respeto: Quando por Enero del año pasado arrivé a ese Puerto, teniendo dispuesto con los demás pasageros y Oficiales del Buque, cumplir la promesa que todos 11izimos a María Santísima en su advocasión Milagrosa de Guadalupe de México por I/ubemos librado Milagrosameme de los peligros repetidos que experimentamos desde Cádi:. a Teneri{e, deprecando ante su Sta. Imagell tocada aE original, que traía yo y siempre me acompa,la,' por disposición de ese lUmo. Sor. Obispo y franqueza de vuestra R. )' su Santa Comunidad, hisimos la fiesta en ese Santo COllvento, donde fervorizada la devoción de V. R. y demás Religiosas dexé ell su Compatiía llasta la víspera de mi embarque, la Lamina de mi Venerada Protectora. Bien conocí al despedinne que esa Santa Comullidad fervorizada en Devoción a María Santísima de Grwdalupe Patrona de esta América sentía la separación de mi Imagen,' pero deseoso yo de que logre V. R. y la Santa Comunidad otra semejante imagen para venerarla y darle culto en su Iglesia, donde movidos los Corazones imploren la Divina Misericordia, para aumento, felicidad de la iglesia y de las Armas de Ntro. Católico Monarca. Luego que llegué a esta Capital con el Exmo. Sor. Virrey, dispuse que uno de los mejores Pintores me trasuntase la Ymagen en lienzo de regular tamaiio con las quatro apariciones, y efixies de dos Santos tutelares: el Patriarca San José y San Juan Nepomuzello; y para que lleve mas requisito al culto )' veneración haviso á V. R. que dicho lienzo va tocado al original que se venera en la Real Colegiata de su título de Guadalupe Estramuros de México,' pues una casualidad me !tizo conseguir la satisfacción de que el Doctoral de la misma Colegiata tocase esta turo xv; Del Trd'lsíto feUe/simo de Sa" José. )' 10 que sucedió en él; y le asistieron Jesús nues/ro Salvador y Maria Santlsima Se'-¡ora IIue$tra. Edición de Barcelona, Luis Gili, 1911, pdginas B5 :Y si· guientes.
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copia al original, cuyo lienzo bien puesto para que no se maltrate va dentro de un cañon de Lata y dirigido con esta por mano de mi amigo el Sor. D. José Fuertes comisario ordenador y Administrador de Correos de la H( ¿abana?) esperando tener la dicha de que llegue tan precioso don á manos de V. R. y de esa Santa Comunidad para qut! todas esas Almas justas llenas de Juvilo y de Espíritu Ardiente puedan continuamente tributar cultos a mi amada María Santísima de Guadalupe,· y siendo presiso que V. R. S. me paguen eJ afecto y el rega~o, paga que pretendo exigir es que cuando la Sta. Comu11idad ore ante esta Santísima Imagen, pidan. á tan amante Madre se compadesca y tenga misericordia de este pecador, de mi Esposa, Hijos y Nietos para que todos logremos morir con aquellos dívinos auxilios y felicidad de ver la Original en el Cielo. Acompaño dos estampas tocadas al Original: una Novena, un rezo diario y otro para el día doce de cada mes, que por lo pronto 110 puedo remitir más por la pronta salida del Correo,· pero en el siguiente mesal y en ·los subcesivos ire remitiendo por el mismo conducto en pliego dirigido á V. R. más exemplares de todos, a fin de que cada religiosa pueda 'tener en su Celda los auxilios
de esta devoción y no privarlas de este gozo; Encargando ultimamente á V. R. que para la permanencia y respecto de dicha Imagen tocada al original se coloque si puede ser (e)n tUl crístal o como hallase V. R. por mas conveniente. Haviendose dignado el Rey promoverme a Coronel propietario del Real Cuerpo de Artillería como se ve en la Gazeta de 10 de octubre; para que esta sattisfacion me sea mas completa, la o/resco respetuosamente á v. R. y á su Sta. Comunidad que pueden libremente ocupar mi inutilidad en su obsequio, porque la distancia no me impedirá servirlas en cuanto pueda; como la experiencia lo acreditara siempre que V. R. se digne mandanne e interin y siempre quedo rogando a Ntro. Sor. guarde la vida de V. R. y Santas Religiosas de ese convento los muchos años que deseo y conviene á la Cristiandad. México 12 de Enero de 1794. B. L. P. de V. R. su mas at."
rend."
y afecto
servidor. -
DIEGO GARCfA PANES
R. M. Avadesa de Carmelitas Calzadas de Puerto Rico.
María declara su gravidez a San José. Pintura mejicana del siglo XVIII, firmada .por A. López. Colección del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
(rúbrica)
Exposición Dos siglos de pintura puertorriqueña
Virgen del Rosario, por José Campeche
El Museo Rodante del Instituto ~e Cultura Puertorriqueña inauguro en enero la exposición jitulada Dos siglos de pintura puertorriqueña, que desde su apertura se ha presentado en 52 pueblos de la Isla. Aunque incompleta por las limitaciones físicas inhe· rentes a un museo rodante, la exposición ofrece una visión panorámica del arte pictórico puertorriqueño desde sus primeras manifestaciones conocidas hasta sus más recientes expresiones, revelando la estrecha vinculación existente entre los diferentes momentos de nuestra pintura y las corrientes artísticas uni· versales ·que se han sucedido desde el neoclasicismo del siglo XVUI hasta el neofigurativismo y abstraccj~ nismo contemporáneos. La exposición incluyó una pequeña muestra de la obra de nuestros principales grabadores. Entre la~ obras exhibidas figuran pinturas o· grabados de Jase Campeche (1751-1809), Silvestre Andino, Joaquín Goyena, Tomás Espada. las hermanas Clet~ Nota y Ramón Aquiles (principios del siglo XIX), Fran· cisco OUer (1833.1917), los pintores de las primeras . décadas del presente siglo (Miguel' POll, Ramón Frade, Osear Colón Delgado, Julio Medina González y Fr n· cisco López de Victoria, y los que surgen a partir del 1940, entre ellos José R. Oliver, Félix Bonilla Norat, Fran 'Cervoni, Lorenzo Homar, Jorge Rechany, Epifanio Irizarry, José A. Torres Martinó, Carlos Osorio, An· tonio Maldorado, Augusto Marín, José Meléndez Contreras, Manuel Hernández, Rubén Mon:ira, Julio R~ sado del Valle, OIga Albizu, Eduardo Vera Cortés, Alfonso Arana, Rafael Tufiño, Samucl Sánchez, Rafael Rivera Garda, Felix Rodríguez Báez, Roberto Alberty, Domingo García, Myrna Báez, Jaime Carrero, Luis Germán Cajigas, Luis Hernández Cruz, Rafael Colón Morales, Antonio Martorell, Rafael Ríos Rey y José. Fígueroa.
Bodegón, por Francisco OIler
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Piragüero, por Myrna Báez
Mujer de Barceloneta, por Lorenzo Romar
Noche clara, por Carlos Rivera Calle, por Miguel Pou
Niños, por Félix Bonilla
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Baile de bomba, por Epifanio Inzarry (贸leo)
Santos, por Jaime Carrero
Betances. por Rafael Tufi帽o La parva, por Alfon!io Aranda
Paisaje, por Osear Col贸n Delgado
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Páginas de nuestra literatura
Carreras de San Juan y San Pedro
1
Por MANUEL A. ALONso
NOBLEZA DE LAS COSAS CONSISTIERA SÓLO EN SI suLA antigüedad, difícilmente se hallaría una
más noble que el correr. Es indudable que el primero que corrió fue el primero que tuvo piernas, y las piernas son tan antiguas, que ningún buen ~istiano puede negar que datan desde nuestro padre Adán; aunque se vena muy apurado el que pretendiera demostrar en qué tiempo han sido más o menos úWes. Yo creo que, a pesar de su dignidad, no dejarla nuestro primer padre de dar adgunas earreritas cuando no tenía otra ocupación que la de gozar de las delicias del paraíso en compañía de Eva; y a juzgar por lo que nos sucede a sus míseros des· cendhmtes, .debió correr mucho más y con menos alegría, desde el momento en que se le acabó tan ,buena vida y tuvo que ganar el pan con el sudor de su rostro. Desde tan remota antigüedad hasta la época en que vivimos no· h~y quien de un modo u otro no haya corrido: unos a pie, otros en pollino, unos al paso, otros al trote y no pocos a todo escape, todos caminamos; y aunque de distinto modo y ilor vías a veces encontradas, llegamos siempre al mismo ténnino. Pero no es mi intento hablar de tantos y tan diversos modos como hay de Hegar al fin de nuestra carrera, porque es asunto demasiado grave, que me guardaré muy bien de tocar; sólo quiero ocu· panne de lo que comprende el título de este artículo, y todo lo que no sea «Carreras de San Juan y San Pedro en ~a Capital de Puerto-Rico» queda excluido de él. A pesar de mi ¡genio, procuraré, lector querido. ponennc un poco serio, porque Ja cos.tumbre de un 'País es cosa 'Clelicada y. debe tratarse con circus pección. Sólo pido que tengas en cuenta mi buen deseo, para que disimules ,las faltas, que no será a
l. Publicado en el COII,:;ollero de BfJrinqu<f11 el año 1846.
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extraño cometa el que hace aJgun~s anos salió, siendo todavía muy joven, del país cuyas costum· bres ensaya bosquejar. . Hay ciertos días en los cuales las poblaciones más pacíficas, las ciudades más bien gobernadas, ricas e industriales y las aldeas más pobres, parece que, obedeciendo a . un instinto particular, se complacen en saJ.ir de 'las reglas que guardan: durante todo el año; 'Clías de bullicio y confusión, que cada país, y aun cada pueblo, tiene según su índole y el grado de civilización en que se encuentra; día~ en que el magistrado no es magistrado, porque no ejerce sus funciones; en que el mercader cierra su tienda, y el artesano su taller; días fecundos en aventuras amorosas, y en que las bellezas más aJtivas suelen sonreír al que han hecho suspirar por mucho tiempo; días de esperanzas para los jóvenes, y de recuerdos para los ancianos; días, final· mente, en que las mayor.es extravagancias son ad· mitidas, con .tal que vayan autorizadas con el sello de la costumbre. Los de San Juan y San Pedro son en la Capital de Puerto Rico del número de éstos, y una de las cosas con que los habitantes de la Isla los amenizan son las carreras a caballo. He aquí lo que sobre ellas dice don Iñigo Abad en su historia de Puerto Rico dada a luz en Madrid en el año 17-88. «Las fiestas principales (dice) las celebr:m tamo bién 'Con corridas de caballos, a que son tan pro· pensos como diestros. Nadie pierde esta diversión: 'hasta las niñas más tiernas, que no pueden tenerse, las neva alguno sentadas en el arzón de la silla ·de su caballo. En cada pueblo hay fiestas, señaladas para correr, los días más solemnes. En la Capital son los de San Juan, San Pedro y San Mateo. La víspera de San Juan al amanecer entra gran multitud de corredores, que vienen de los pueblos de la Isla a lucir sus caballos. Cuando dan Ja'S doce del día salen de las casas hombre y rnu-
jeres de todas edades y clases, montados en sus caballos enjaezados con la mayor ostentación a que puede arribar cada uno. Son muchos Jos que lle· van sillas, mantillas y 'tapafundas· de terciopelo bordado o galoneado de oro, mosquiteros de lo mismo, frenos, estribos y espuelas de plata; algunos añaden pretales cubiertos de cascabeles del mismo metal. Los que no ,tienen caudal para tanto, cubren sus caballos de variedad de cintas, haciéndoles crines, colas y jaeces de este género, adornándoles con todo el primor y gusto que pueden, sin detenerse en empeñar o vender 10 mejor de su ca· sa para lucir en la corrida. »Esta no tiene orden ni disposición alguna: lue· go que dan las doce de la víspera de San Juan, salen 'Por aquellas calles con sus caballos, que son muy veloces y de una marcha muy cómoda. Corren en pelotones, que por lo común son de los pa· rientes o amigos de una familia; dan vuelta por toda la ciudad sin parar ni descansar en toda la noche, hasta que los caballos se rinden. Entonces toman otros, y continúan su corrida con tanta vehemencia, que parece un pueblo desatado y frenético, etc... » Esto sucedía en aquellos tiempos en que Puerto Rko era, según el mismo escritor, una carga pesada para la Metrópoli; ahora que se ha convertido en uno de los brillantes de JaCorona, en esto, como en todo lo demás, ha habido muy notables va· riaciones. ¿Quién se atrevería a decir hoy que los naturales de ella no se detienen en vender o cm· peñar lo mejor de su casa para lucir en una corri· da? Más aún: ¿Quién osaría repetir una de aqueo llas célebres cuanto vergonzosas Cantaletas que recordamos hasta los más jóvenes, y en las cuales no se respetaba el honor, ni los secretos de las fami· lias? La civiHzación y el buen juicio han desterrado estos abusos, y no debo ocuparme de ellos, puesto quena hay ya que corregirlos. Las carreras de San Juan y San Pedro son en el día un diversión honesta, grata y que puede utili· zarse en bien del país, habiendo desaparecido de ellas todo cuanto tenían de inmoral y vicioso. Mas empieza ya a tocar al otro extremo; esto es, pierden su atractivo y se van haciendo cada día más insípidas. No llega a la mitad el número de los ji. netes, y la señoras abandonan este medio de lucir su gallardía; de manera que si no procura reme· diarse, llegará día en que -sólo se conserve un re· cuerdo de lo que ha sido y es aún una de las mejores fiestas del país. A -pesar de esta decadencia, es agradable el ver las parejas que después de las cinco de la tarde, y no a las doce del día, recorren las limpias y her· masas calles de Puerto Rico. Todavía algunas jóvenes elegantemente vestidas ostentan su habilidad, manejando con sol,tura y sobradísimo grado brio-
sos y ligeros potros de Caguas y Yabucoa, que parten como el rayo, y se detienen al movimiento de una manita que apenas alcanza a abrazar las riendas. Los balcones ostentan cuanto hay en la Capital de distinguido, bello y de buen tono; y el pueblo, esparcido por las calles y Jas plazas, se entrega al gozo que le produce una diversión tan de su gusto. Una o dos horas después de oscurecer, está llena la plaza de armas de caballos, buenos y malos, feos y bonitos, Sacos y gordos, veloces y pesados: ninguno está excluido de ella, para que los aficionados menos ricos o que no quieren correr por la tarde. puedan hacerlo por la noche, mediante un alquiler sumamente excesivo, pero que siempre parece poco al que desea llevar una cumarracha. Por la tarde es atrozmente silbado y escarnecido el que se atreve a presentarse en la carrera con un mal caballo, o que no esté bien enjaezado; por la noche sucede todo lo contrario: las cómodas y económicas banastas reemplazan a la silla; y una fresca chaqueta de lienzo al rico dormán de paño, que es el vestido que más usan los que corren a. aquella hora. ·Poco importa que el animal sea de primera casta, o un descarnado platero, que no por esto queda sin correr; sino que lleva su jinete, y quizás por añadidura una de aquellas moreni· tas capaces de hacer bailar la jurga a un magistra. do del tiempo de Carias JII. En muchas esquinas encienden hogueras, cuya luz, unida a la que presta el excelente alumbrado de aquella ciudad, permite distinguir perfectamente las fisonomías. El frente de las casas es ocupado por una hilera de sillas, y éstas por otros tan· tos curiosos, que cruzan dichos, a veces muy agudos, con los que pasan por medio de la doble fila a todo correr, y con los de Ja acera opuesta; 'Pero el centro común de estas agudezas, el teatro de escenas más animadas, el punto de reunión de la gente de -broma es el atrio de la Catedral llamado en aquellos días Balcón de los arrancados. El estar en la calle del Cristo, una de Jas más favorecidas por los corredores, el tener a su frente una plaza, y el ser un lugar espacioso, de poca elevación y seguro por estar amurallado, dan a es· te sitio la preferencia, reuniéndose en él una especie de .tribunal, que juzga la bondad de los ca· baIlas, y se encarga de aplaudir a los bonitos y ligeros, y silvar estrepitosamente a los flacos y pesados, Uamándoles chalungos, cl10ngos, chacuecos, sancochaos, y otros mil adjetivos que tienen los inteligentes, uniéndolos a las frases más chistosas y oportunas. Este bullicioso y alegre cuadro, es el que presenta la ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico las cuatro noches de la víspera y días de San Juan y San Pedro hasta las doce; a cuya hora una
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'banda de música militar ejecuta varias piezas en la plaza de armas, rodeada de todos los corredores, que de allí van a descansar sus doloridas y magulladas humanidades. Los que ltienen la costumbre de llamar barbaridad a todo lo que no sucede donde nacieron, dirán que 10 es el correr tantas horas seguidas, de noche y en varias direcciones, por las calles de una ciudad; mas esto que a primera vista no tiene réplica, es un reparo que causaría risa a más de un corre· dar; porque la claridad del alumbrado, la anchura, rectitud, limpieza y hermoso empedrado de las calles, la bondad de los caballos, y sobre todo la suma destreza de los naturales, hacen ilusorios los riesgos que en otro país serian inevi,tables. No se crea que hablo apasionadamente cuando coloco entre las causas que pueden impedir desgracias en estas corridas -la destreza de mis paisanos; véase lo que dice don Iñigo Abad, sobre el particular, y aún se me tachará de excesivamente corto al encomiarla. No sé que haya en toda la Isla una sola escuela de equitación, porque el montar a caballo es para aquellos isleños lo mismo que el vestir; sobre todo en los campos, donde apenas puede hacerse una diligencia o visita, y en algunas épocas ni salir de casa a pie, por el agua de las lluvias y por otras causas que juiciosa y oportunamente cita el mismo autor. Tales son las carreras de San Juan y San Pedro; diversión que he calificado antes de honesta y grata, porque en ningún país, incluso aquellos que se ;tienen por más civilizados, hay una fiesta popular que menos ofenda a la moral; y si algún hecho aislado para a veces en contra de ella, no es culpa de la costumbre, sino abandono de parte de los que, estando al frente de una familia, debieran impedirlo, cuidando de ella como es su deber. En cuanto a las expresiones que se oyen alguna vez, ¿qué sucede en las plazas de toros, en el entierro del Carnaval, y en todas las fiestas a que concurren y en que se mezclan todas las cIases de la sociedad? La afición del pueblo a este espectáculo no neo cesita más prueba que lo dicho; fáltame exponer la convenienoia de mantenerlo y alentarlo, y el bien que de ello sacaría el país. Aparte de la distracción, hay una ventaja posidva, una mejora de grande utilidad, cual es el fomento de la cría caballar. En un país en que por el estado de los caminos son tan necesarios estos animales; en un país de donde se saca el ganado para las islas vecinas, en que la cría es casi nula, ya que tenemos tan excelente raza de caballos, ¿por qué no estimular a los labradores? ¿Por qué no ensayar algún medio para introducir este nuevo ramo de comercio? 42
Todos sabemos el furor de corridas, apuestas, etcétera, que hay en las principales capitales de Europa; mas no es esto lo que yo pretendo que pudiera plantearse en Puerto Rico, porque a mi modo de ver, el premiar el caballo que corra más en media hora. no es, como nota muy bien nuestro festivo Fr. Gerundio, el modo de mejorar la raza; además. aquello de que el mismo dueño no monte su caballo, sino que sea un Yokey, aunque muy bueno para las capitales de Europa, lo juzgo inoportuno y hasta ridículo en mi país; y así otras muchas cosas que, atendida la diversidad de costumbres, fuera errado el querer trasplantar. Yo preferiría a todo que hubiese una junta como puesta de criadores y aficionados, que no faltan en la Isla, que tienen actividad, buenos deseos, y que se alegrarían de que hubiese para ello un estimulo. Que esta junta, presidida por la autoridad superior, u otra que ésta nombrase, hiciera un reglamento, sin más artículos que los precisos para señalar a cada uno sus atribuciones, y los premios que habían de darse: 1.0 A]a mejor yegua de vientre.
2.° 3.° 4.(1 5.°
Al Al Al Al
caballo más ligero. más bien domado y enseñado. más corpulento y de más fuerza. de mejor estampa.
Que cada año por San Juan y San Pedro se reuniesen en la capital, como 10 verifican ahora, para la prueba. comparación y adjudicación de premios, en cuyo acto se desplegase todo el aparato posible. Que se publicasen en los periódicos los nombres del dueño y del caballo premiados, y que se hiciesen algunas otras cosas que son buenas para dichas en un reglamento, y ajenas de un articulo como éste. He aquí el modo de aumentar el brillo y atractivo de estas fiestas, y utilizarlas en bien del país; puede que me equivoque, pero ya que todo empieza a desarrollarse en la Is]a, ya que hay esa tendencia a perfeccionarlo todo, no sería en mi concepto desacertado el ensayar este medio. en extremo económico, de premiar al hacendado laborioso, y distraer al pobre jornalero. No tengo la presunción de creer que el medio indicado sea el único; mi idea es la de llamar la atención de la Sociedad Económica de amigos del país sobre una mejora útil, cual es la perfección de la raza caballar; habrá muchos que propongan otros mejores; pero ·10 que ellos me aventajen en acierto no hará menos ardientes mis deseos por el bien y la prosperidad de Puerto Rico.
José de Diego y la poesía* Por CONCHA MELÉNDEZ
DíA DEL 'POETA EN Qun LA ASOCIACIÓN DE AUTOres Puertorriqueños premia a poetas de hoy y evoca a dos que han de vivir mientras haya conciencia de lo que hemos sido y lo que somos aún, me ha hecho volver al mundo de la poesía de uno de ellos por séptima vez. Pero, aunque fueran setenta veces siete las entradas que hiciera a un arte amado desde la adolescencia, siempre habría para mí revelaciones nuevas de José de Diego y la poesía. Porque ahora comprendo cada vez con más claridad que De Diego sintió y vivió la poesía como el natural clima de su ser, enriquecido por su imaginación encendida; por sentimientos nacidos de con· vicciones insobornables éticas y políticas; por su sensibilidad para apreciar el sentido de lo mínimo y lo grandioso, descubierto en extremos como la hormiga que va y viene detrás de una hoja en medio de la tempestad con imperturbable poder desconocido por el hombre, y las aguas del Atlántico y el Pacifico al encontrarse al fin en el Canal de Panamá, según la profecía cumplida del poema Madres Aguas. En tal clima poético, donde buscaba descanso después de la tensión y fatigas de sus deberes po· líticos y forenses, lo encontré una tarde sentado en un banco del jardín en su casa de la parada veintiséis en Santurce. Leía los poemas de Alfredo de Vigoy. La sombra de una guásima en flor era fondo adecuado de la figura y al mirarlo yo sabía, aunque no hubiera podido decirlo entonces porque aún no se había escrito, lo que leí mucho después sobre Ricardo Güiraldes: el alma de De Diego tenía tamo bién la esbeltez de su persona" Al verme llegar, como solía los viernes por la tarde al salir de la escuela, sonrió y me invitó a sentarme a su lado. El poema que leía -La muerte EStE
.. Capllulo del libro José de Diego en mi memoria, en prensa. l. el Ojal6 que tu alma tenga la esbe1tl!% de tu personal-: es un verso de Alfonso Reyes en A lti memoria de Güiraldes, Poeslas como pletas X, México, Fondo de Cultura Económica, 1!15!1.
del lobo- estaba en francés, y yo entonces no había empezado a aprender esa lengua. Pero, el poeta tradujo para mí el poema entero. Su voz de vibraciones graves, ponía en los versos una entonación que no he podido olvidar y me parece oír cuando leo ahora el poema en francés. Porque como De Diego mismo escribió en el prólogo de la Antologla de poetas jóvenes,1 publicada por José S. Alegria y Evaristo Ribera Chevremont, hay una inefable armonía interior que en la poesía que lo es en verdad, «va por dentro de las palabras a los manantiales del pensamiento, y es luz y color y sonido y cuanto arde y canta en el panorama de la vida•. La muerte dellobo,3 describe una cacería en que De Vigoy transforma lo vivido en dolorosa consideración de la flaqueza y crueldad humanas. El escenario tiene la grandeza sombría de un paisaje del Ossián de Macpherson que leyeron conmovidos los románticos de Europa y América: Las nubes corrían sobre la luna en llamas como sobre un incendio vemos huir el humo, y el bosque se extendía negro hasta el horizonte. En silencio marclzábamos sobre la húmeda yerba los guijarrales ásperos y las arenas blandas, cuando al cruzar un grupo de abetos de las Landas, vimos entremezclarse bajo la espesa umbría, las huellas de los lobos que husmeó la jaurla. He usado pasajes de la traducción de Rafael Obligado,4 cambiando algunos versos que a mi ver cobran así más fidelidad de sentimiento y significado en relación con el original. El poema narrativo puede resumirse así: Reteniendo el aliento, los ca2. Evaristo Ribera Chevremont y Jos~ S. AIegrla. Antologla dc: poetas jdvenes, San Juan. Real Hennanos, 1!117, p. IX. 3. AImd de: Vlgny: La muerte del lobo. Traducción de Rafael Obligado. En La poesla francesa del romanticismo al superrealismo. por Enrique Diez Canedo. Buenos AIres, Editorial Losada, 1945, páginas 18.20. 4. Ibid., p. 17.
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zadores se detienen. En el valle y el llano no se oye ni un suspiro; las encinas abajo, se inclinan contra las rocas pareciendo dormir acurrucadas sobre los codos. El más viejo de los cazadores, examinando la arena, anuncia que las huellas son recientes marcas de dos lobos de garras poderosas y dos lobeznos. Armados todos de cuchillos y fusi· les, esperan mientras las figuras veloces de los lobeznos danzan bajo la luna. Juegan en silencio por· que saben que a dos pasos se esconde el hombre, su enemigo. El padre estaba de pie contra un árbol. La loba, como la que en mármol fue adorada en Roma, reposaba. Sorprendido, con todos sus carninas tomados, el lobo es herido de muerte por fusiles y cuchillos. La muerte del lobo se describe con admiración conmovida. Ha destrozado uno de los lebreles. Golpes de fuego atraviesan su carne; los cuchillos, como tenazas, se hunden en sus entrañas. La yerba enrojece con su sangre. Mirando siempre a los hombres se recuesta lamiendo la sangre de su boca y desdeñando saber cómo perece, cierra los grandes ojos y muere sin un grito. En la segunda parte del poema el poeta, con la frente reposando sobre el fusil, no pudo resolverse a la persecución de la viuda bella y sombría que no abandonó a su compañero en la gran prueba. La deja ir con sus hijos y piensa que les enseñará a no entrar en las aldeas donde el hombre vive con los serviles anImales que hostigan a los primeros poseedores de los bosques y las rocas. La tercera parte es una reflexión del poeta quien se avergüenza de ser hombre como los hombres débiles ante la muerte. Los animales -piensa- saben dejar la vida y su dolor en silencio. La última mirada del lobo le ha llegado al corazón. En ella De Vigny leyó una amonestación que señala un viraje de la primera fase del romanticismo como desesperación, ejemplificado en nuestra lengua por Espronceda en algunos momentos de su poesía, hacia un programa de acción que encauce la energía espiritual según propósitos de creación y servicio. Es De Vigny quien habla por el lobo y es De Diego quien aprende y empieza a moldear su existencia después de la crisis de fe y des· concierto descrita en el prólogo del libro Pomarrosas. El programa es trazado desde la mirada del lobo viajero hacia la muerte. Esa mirada dijo:
... Afánate porque un día tu alma a fuerza de acendrarse meditativa y calma logre al fin ese temple de heroica fortaleza con que nací yo, hijo de la naturaleza. Gemir, orar, llorar, es igual cobardía. Cumple tu largo esfuerzo con estoica energía, lY al fin ya del camino que te marcó la suerte como yo sufre y entra silencioso en la muerte!
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El temple de heroica fortaleza en la larga, difícil tarea 10 alcanzó De Diego de manera más hermosa que De Vigny, porque no desechó la oración como cobardía, sino la aceptó como fuente de renovación y no creyó en la suerte sino en «la mano del Señor sobre los tiempos», según ei hermoso verso de su poema Póstuma. Como De Vigny, descrito por Enrique Diez Canedo como un constructor de mitos en torno a las ideas,s entendiendo los mitos como vestiduras de conflictos verdaderos del ser, De Diego construyó parábolas que llamó de vida y muerte. Hay hilos que enlazan los poemas Pitirre, De mi vida y Pájaro verde con La muerte del lobo. El recuerdo de aquella lectura me da ahora la luz que no recogió mi inmadurez de entonces bajo la guásima en flor que predisponía a pensar con lucidez, como seguramente pensó allí De Diego. Acaso estuvo consciente esa tarde de «la mano del Señor sobre los tiempos», desde la transformación cantada en Pomarrosas: la resurrección alegórica que el amor y la fe realizan sobre el pecado y la muerte. El poeta, desde 1903, cuando cierra con los versos finales del poema Pomarrosas, el pasado tumultuoso y blasfemo, anuncia el encauzamiento de su romanticismo, esproncediano hasta aquel instante, con el acontecimiento que nunca vivió Espronceda acaso porque su corta vida no le dio tiempo para convertir
Como el arbusto de la blanca fruta la sombra en luz y en Navidad la muerte. Ha llegado la hora, como dice también el verso final, de sacar elos frotas del abismo en rosas». La poesía como rosa es una imagen en muchos poetas. En De Diego se asocia casi siempre la rosa con la poesía galante que allí, como señalé en mi ensayo Poesías de amor de José de Diego, tiene junto a cierto sabor trovadoresco, enlaces con la preocupación constante de su vida, con el Clamor de sus amores» que es, como en Gautier Benítez, la tierra en que nació. Entonces relumbra dentro de lo galante la poesía como espada en que me detendré brevemente después.
Yo sabía que eres una pálida rosa, y en los rayos de Apolo encendí tu color porque también sabía que una mujer hermosa, no permite que cambien su belleza de flor. 6 La imagen poética «pálida rosa», es casi el final de la jornada de la rosa en la poesía de De Diego, porque data de 1915. En Pomarrosas, el crepúsculo descrito en Genitrix, cuando se desvanece el fulgor último, 5. ¡"ed/:,rita. La Democracia, 3 de IIbril, 1915. 6. Cantos de rebeldia, p. 26.
en el azul translúcido abrió sus rosas dureas todo el espacio e/1 flor.
Hojas de rosas, ha llamado el conjunto de poesías que en el mismo libro dedica a María Travieso, Isolina del Toro, Aurora del Monte, Rosario Biaochi y una Esperanza cantada en Semblancita, con puntos de sensualidad y gracia donde describe «las mejillas blancas como las tiernas rosas». En el Himno a América, la rosa sugiere que las promesas de «independencia, libertad y mutuo servicio», de Woodrow Wilson, incorporadas en prosa en el poema, son: Palabras dulces y armoniosas como las brisas que pasan ledas sobre los cdlices de las rosas 7 El sentimiento galante y el patriótico se funden en uno en Bandera de flores,! dedicada a la señora Winthrop, hermana de uno de los gobernadores de Puerto Rico, en donde apunta también la poesía como estrella:
Dos rosas, una blanca otra encendida, puestas en cruz entre las ondas de vuestro seno abiertas... ¡Y os adoré en los ojos el fulgor de mi estrella y en el sella las rosas de mi única bandera! <tHe besado a una rosa que besó a una bandera cubana», dice en sus versos a Sofía Córdova.9 Símbolo patriótico es aquí también la rosa que el poeta besó en Puerto Rico enviada por su amiga desde la escuela rural donde enseñaba en Cuba. La poesía como rosa es el tema creado con la belleza más original en el discurso de De Diego como mantenedor por Puerto Rico en los Juegos Florales Interantillanos de Santo Domingo en el año 1914.10 En un acto como éste en que se premian poesías de autores puertorriqueños de hoy, De Diego hubiera estado complacido y conmovido cumo lo estuvo ante el público y los poetas premiados en Santo Domingo, Pérez Alfonseca, Morel y Henríquez. Pensemos que su voz resuena también para nosotros; que su presencia sigue animando las palabras de aquellas lejanas noches en que concentró el misterio de la creación poética en la 7. Ibid., p. 171-172. 8. Ibld., p. 180. 9. Nueva.s Campaña.s. Barcelona. Sociedad general de publicaciones, 1916, p. 330. 10. Prologo a Calltos de rebeldla. p. 15.
extracción espiritual del poema, comparándola con el misterio químico que de la tierra amarga y negra hace surgir la perfecta rosa: ¡La poesía! Aquéllos que sólo la conocen ya hecha, formada, florecida, cuando el artista la ostenta como una bandera de luz, ante el trono de unos juegos florales, en lo alto de la columna de un periódico o sobre las hojas de un libro, apenas pueden comprender la agotante labor de mina, de extracción espiritual que hizo surgir el poema como Dios la primera chispa en la inmensidad solitaria. Es así cómo una rosa la poesía, leve joya del color, la suavidad y el perfume... y con qué afán ha trabajado la naturaleza en esta química misteriosa que une y disgrega los átomos, que acciona y reacciona sobre la amargura y la negrura de la tierra, sobre las ondas fugitivas del viento, sobre las ondas maternales del agua, sobre las ondas del sol para alimentar la raíz, levantar el tallo, abrir las hojas, erigir los pétalos, encender el cáliz, componer la pequeña rosa que en un dia ha de figurar en la decoración multiforme del único verso. Así el poeta prepara y produce con todos los elementos de la creación anímica, la rara flor de la belleza... ¡y cómo y con qué afán ha buscado el pensamiento escondido, el ensueño lejano, el ansia amorosa, la esperanza y la desesperación, el dolor o la alegría, las transfiguraciones del ideal, para infundirlos en la palabra sonora, en el ritmo interno, en la rima que un s6lo día han de pasar sobre el alma de las muchedumbres y repercutir en el tiempo como una revelación del mundo invisible en el perenne movimien· to de las cosas vivientes! El procesd de la rosa como poesía termina la teórica exposición de la creación en verso. Pero la rosa, por una metamorfosis que nunca soñó Ovidio, se convierte en espada. La poesía, como espada, se asienta como motivo casi único en el libro Cantos de rebeldía. Del mismo modo que en el prólogo de ese libro rechaza la melodía y lo que consideraba inutilidad del modernismo hispanoamericano, «áurea nube», vanal literatura, que apartó del ambiente y de los senti· mientas e ideales patrios la inspiración y el afán de los poetas nacidos en aquellos dolorosos países,ll presentó, al final del discurso en los Juegos Florales que he citado, su idea de que los pensadores y poetas deben ser caudillos, en épocas da peligro para los pueblos. Enumera a los que a su ver consagraron esa doctrina desde Homero a D'Annun11. Profcc(a. Cal/los de rebctdla, p. 51.
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zio. Entonces define lo que a su JWCIO cree ser: «Yo soy un vástago, no por la impotencia de mi inspiración, sino por el poder de mi voluntad, de la fuerte raza de los poetas civiles». Nombra los temas que le acompañaron hasta su muerte: el ideal español, el ideal de América, el ideal antillano, el ideal puertorriqueño. Poesía civil en efecto que lleva el símbolo de la estrella asomante desde Pomarrosas, e insistente cada vez con más frecuencia en Cantos de rebeldía y Cantos de Pitirre. Mientras la va encendiendo más el anhelo que se basa en la fe de dos versos del poema Profecías, compuesto en Mayagiiez en 1900: Dios redentor, en los espacios libres tiene una estrella para cada isla.
En mi estudio Parábolas y siluetas lteroicas de José de Diego, publicado en la Revista del Instituto de Cultura Puertorrique;ía en el número de eneromarzo de 1961 escribí como introducción una parábola creada en recuerdo de De Diego que titulé El poeta y la estrella. Allí sigo el símbolo en todo el arte del poeta y a ese ensayo les refiero si desean medir su alcance poético y sentido civil. La poesía como espada se convierte en parábolas, en Cantos de pitirre. Entre ellas es notable por su valor artístico y por su sentido simbólico del amor y el honor de la vida, el poema ¡Pitirre!12 El poema El Guaraguao, no es una parábola, pero sí un símbolo que aquí aparece con significación nueva: fiereza y agresión para la defensa de su tierra. Entre todos los poemas del libro me parece más valioso La canciólt del múcara, parábola de la ronda de la muerte que ya apretaba su cerco alrededor del poeta. He analizado también ese poema en el ensayo citado del cual tomo estas palabras: «La canción del múcara, es un casi romance en tres unidades terminadas al final con un redoble de las asonancias en u-a, lo que da el tono de responso, de augurio sombrío, creando la atmósfera de angustia y desvelo prevaleciente en el poema. Mucho contribuyen a esa atmósfera los efectos sonoros del vocabulario acentuado por esdrújulos; la sucesión de imágenes y respuestas también interrogativas de la parte final. 12. Cantos de pitirre, Palma de Mallorca; Imp. Mosscn A1covcr, año 1950.
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Más allá del sentido político, La canClOn del múcaro, trasmuta ese sentimiento en poesía. La historia y la mitología, recursos frecuentes en las creaciones de De Diego, la enriquecen. El escalofrío de lo sobrenatural creado por el múcara en la hondura del aguaje y el ánima sola que pasa el claror de la luna, todo se acopla en equilibrio artístico grato al buscador de ajustadas arquitecturas en poemar como éste.» Pero, La canció't del múcara, nos 'lleva a la poesía como misterio que reaparece en Pájaro verde, pasando por la transparencia del símbolo del pájaro carpintero en el soneto De mi vida. No hay tiempo ahora para comentar otros aspectos valiosos por su belleza y significantes por su intención, de la historia como poesía, ni el grupo de poemas -desde Profecías a Derecho astral, magnífica lección de geografía puertorriqueña. Aquí sólo quiero terminar con el soneto De mi vida, parábola bellí· sima de sí mismo lograda en exacta analogía: Prendido lo vi cuando estaba el carpintero el nido trabajando con su agudo pwial y era un ronco y constante picotear de acero en el tronco astillante de la palma real. Mecientes de las auras al soplo matinal o en tierra las fibras del profundo agujero se las iba llevando con el pico un jilguero que en la copa tejiera su pequelio nidal. Mi vida es como el árbol erguido y altanero; devora sus entralias un feroz carpintero, alegra su ramaje un lírico jilguero. Es el árbol del bien y es el árbol del mal; el dolor sus reliquias ofrece al ideal y resuena en la cumbre el cántico triunfal.
El pájaro carpintero, en su picotear acerado y continuo en el tronco de la palma real, es la repercusión dolorosa de lo adverso. El lírico jilguero atenúa el dolor prometeico del poeta al llevarse las fibras a la copa del árbol tejiendo con ellas su nido. Es la trasmutación que comenzó en el poema Pomarrosas: la sombra en luz, la muerte en renaci· miento. 9 de noviembre de 1964.
Cuento
El extraño caso de Ciro Doral Por
CONFIESO QUE CIRO DORAL NO ES TEMA DE MI DEVO-
ción. Pienso mucho en él, pero lo hablo poco y lo rehúyo más. Sin embargo, los años pasan y cuando uno comienza a aceptar que no se es eterno, le crece una oscura urgencia de comunicación. He sentido a veces, con creciente intensidad en los últimos tiempos, el deseo de comunicar muchas cosas. Tonterías. Vaciedades. Episodios que posiblemente no se entiendan o muevan a risa. Pongo por caso el recuerdo de las antenas de un humilde insecto, bañado en la prosaica luz eléctrica de un farol en la plaza de un pueblo sin importancia, que fulgían con exactamente la misma luminosidad dorada y azul de aquel astro que vi en una remota madrugada. Otro ejemplo: un hombre solo contemplaba abstraído las cosas del cie. 10 en una noche silenciosa y transparente. De pronto, un ave blanca, en vuelo lento y fantasmal, cruzó con su perfil la quieta y luminosa redondez de la luna. Otro ejemplo: en una playa recóndita y solitaria, tan sólo tres personas. Súbitamente, de entre las rocas saltó un enorme y bien cuidado perro negro en nerviosa busca de algo. Jamás le habían visto, pero el niño supo y gritó: ¡Azabache! Y el perro fue a él moviendo su cola. Nada de lo anterior tiene la menor importancia. Me conozco bien. Sé que estoy dando vueltas y buscando pretextos para dilatar mi compulsión a decir lo que sé de la extraña desaparición de Ciro Doral. Bien sé que nadie habla de la desaparición de Ciro Doral; hablan de su muerte. Y a nadie se le ha ocurrido pensar que su muerte tuvo algo de extraño. A pesar de 10 cual, yo quiero hablar hoy de la extraña desaparición de mi amigo Ciro Doral. Fue Doral lo que a primera vista, y aun a segunda, la gente optaría por llamar afortunado. Apellidos ilustres, figura distinguida, talento despeo jada, fortuna considerable. Lo he descrito como
GUSTAVO AGRAIT
solían hablar de él los gacetilleros. Y tenían razón, pero no le hacían entera justicia. No sabían, por ejemplo, que Ciro Doral jamás se interesó en reclamar el Marquesado de Luceantica, que por clara sucesión de primogenitura masculina le ca· rrespondía. Marquesado que, dicho sea de paso, usurpan hoy, aunque legítimamente -curiosas veleidades de la bistoria- los descendientes de un siervo manumitido por un antecesor suyo en fecha que no importa. Cierto que sus apellidos eran ilustres, que su figura era distinguida, que su tao lento era despejado y su fortuna considerable. Pero hay muchos de quienes se podría decir todo eso, y a nadie se le ocurriría colocarlos en la misma categoría que a Ciro Doral. Había en él un algo de auténtica aristocracia, un refinamiento de persona y modos, una brillantez intelectual y un buen gusto innato y cultivado que hacía que el dinero en él fuese natural complemento, justificada necesidad, instrumento bien utilizado que no se notaba y que, por consiguiente, ni ofendía ni se resentía. Todo eso era cierto de Ciro Doral. Confieso que 10 admiraba y lo envidiaba sin rencor, aparte de tenerle el afecto generoso y bueno que se siente por los amigos de la infancia. Sin embargo, había algo más en Círo Do· ral, algo que desazonaba y que en momentos -verdad que fugacísimos- causaba irritación, pero de una especie tal que no cuadra en verdad esa palabra. Lo que ocurría con Doral, aun desde niño, es que era un ser distante. No era orgulloso; era generoso sin esfuerzo; nunca, hasta donde sé, hizo deliberadamente mal a nadie. Pero tenía ese aire distante que lo aislaba de todo y de todos, aun en los momentos en que estuviese dirigiéndole amablemente la palabra a un amigo, acariciando a un niño, ayudando a una anciana señora a cruzar la calle. Daba la impresión de no necesitar de nadie, de poder vivir en soledad, como únicamente pue-
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den vivir los brutos y los dioses. Y Ciro Doral no era ni un bruto ni un dios. Tenía, no obstante, la extraña capacidad de poder vivir en cualquier sitio sin hacerle falta lo familiar. Nunca conocí hombre menos atado a la geografía, a la familia, a lo habitual. Venía, iba, volvía, desaparecía. Cuando más seguro estaba uno de que Ciro Doral había terminado por echar ancla, anunciaba una nueva partida. En otras palabras, no tenía patria ni, mucho menos, compatriotas. En cualquier punto donde se respirase una vieja y refinada cultura podía sentirse bien. Lo torpe, lo basto, lo primitivo le producía molestias casi físicas. Así se explica su casi constante revoloteo por las ciudades capaces de ofrecer lo más decantado del esfuerzo humano por domesticar la naturaleza. Era criatura de la cultura. Y no se limitaba su necesidad de refinamiento a las cosas del espíritu y del intelecto. Eran los alimentos, las ropas, las formas y maneras del trato humano. En fin, era un individuo extraordinariamente civilizado, y no por afectación. Precisamente por ser tan así como digo, Ciro Doral nunca hablaba de sí mismo en esos términos. ¡Quién sabe si él mismo no lo sabía! Quién sabe si lo hubiese negado de buena fe. ¿Acaso no equivalió a una negativa el inesperado viaje que armó para Sudamérica como resultado del cordial reproche que le hizo un amigo de esas tierras por su parcialidad respecto a Europa y su desconocimiento de lo americano? Nadie pudo imaginarse que ese viaje habría de costarle su desaparición. Su muerte, según otros. Sé que la verdad que tengo que dccir sobre cl caso de Ciro Doral es tan extraña, tan increíble, que será puesta en duda. No faltará quien, entre signos y claves, insinuará que mi historia es producto de morbosa imaginación. Lo han hecho ano tes. Bien lo sé. Pero ya dije que estoy alcanzando los años en que se tiene la compulsión de decir ciertas cosas y sé que no tengo derecho a callar lo que sé sobre la extraña desaparición de Ciro Doral. Tengo en mi poder una carta, posiblemente la última escrita por Doral. La escribió desde Nueva York adonde acababa de llegar desde París, la noche antes de la mañana en que emprendió su desastrado vuelo a Sudamérica. Es decir, su segun· do vuelo. Tengo también en mis manos otra carta de Do· ral. Esta es anterior. Me la escribió desde una capital andina. Es una carta, en apariencia, típicamente doraliana; tan dorallana como la otra -la última- no lo era. Y sin embargo, ambas hacen juego y juntas explican el increíble destino de Doral. Mejor que relatar lo que sé es dejar que Doral hable por sí mismo. He aquí un fragmento de su primera carta: 48
crIba a empezar diciéndole que el aire es increíblemente transparente en estas tierras, pero le hubiese mentido. Lo que aCUITe es que aquí no hay aire. ¡Qué bárbaros los primeros hombres que se instalaron en esta especie de techo del hemisferiol Más bárbaros todavía los que los siguieron y más bárbaro yo, que sin razón alguna, me encuentro aquí escribiéndole porque cada vez que doy un paso se me quiere saltar el corazón. Se explica que estos indígenas tengan unos tórax tan portentosamente desarrollados. Para poder respirar aquí se necesita un fuelle de fragua por pulmones. A pesar de eso me he echado varias veces a la calle por complacer a nuestro amigo el gaucho que con sus indirectas y directas me ha prácticamente obligado a ver estas tierras. »Trataré de describirle algo de 10 que he visto y no tengo que decirle que le escribo para que guarde mi carta y me la devuelva luego de mi llegada para poder recordar mis experiencias. »El paisaje intriga y engaña. Se pierde el concepto de 10 cercano y lo lejano porque no hay perspectiva aérea. De modo, amigo mío, que aquí lo que se ve en la realidad es la ingenua representación pictórica de los prerrenacentistas: las cosas lejanas no van perdien. do detalles con el esfumino de la atmósfera. sino que cada detalle se acusa con el mismo minucioso vigor cuando está lejos que cuando está cerca. En ese sentido podríamos decir que estamos aquí en pleno paisaje medieval. En otros sentidos estamos mucho más atrás todavía. »Créame, no nos hemos hecho nosotros para entendemos con esta humanidad que aquí se encuentra. El don de la palabra no es de ellos; su hermetismo asusta. Físicamente tampoco me atrae esta extraña raza. Su arquitectura es chata, posiblemente funcional, ajustada a estas tierras empinadas: grandes torsos y piernas cortas. Téngame lástima, ¡tan vulnerable como sayal tipo piernilargo! Créame que me siento muy poco prójimo de estas gentes. Esos ojos enigmáticos, entre resignados y recelosos, y este no bañarse hasta el extremo que el cuerpo llegue, no a heder, sino a manifestarse con su olor característico -que nunca había sentido- no son de nuestro mun· do. Aquí es que he descubierto que los hombres tenemos un olor típico, como los perros tienen el suyo, y los leones y los caballos. No piense nada malo. No he descubierto semejante cosa en devaneos venusinos de ninguna especie. La venus andina es la contrarréplica de la citerea. ¡Qué lejano el mar y otras cosas bellas de la Anadiomena! »Volvamos a lo del olor característicamente humano. Un día salí a la calle y noté mucha más animación que de costumbre. Me enteraron que era uno de los infinitos cUas feriados que hay por estos lugares. ¿No ha notado que los pueblos que no han hecho casi nada digno de nota y apenas si cuentan con algún nombre que en realidad merezca ingresar en el panteón universal se complacen en llenar sus almanaques con efemérides altisonantes que la gente toma de pretexto para seguir holgando y así evitar el trabajo que po-
dría conducirla a producir algo que en verdad mereciese pe11'etuarse? Era un día de esos. »La población estaba llena de unas gentes que habían bajado a la ciudad con las más inverosímiles indumentarias, sus instrumentos musicales y su ancestro a cuestas. Un grupo de ellos estaba frente a la Casa Consistorial rindiendo pleitesía al señor alcalde con sus músicas y danzas. ¡Qué espectáculo tan pintoresco, tan curioso y tan deprimente I Me acerqué hasta un punto desde donde podía ver bien sin que nadie me molestase. Ahí fue que sentí que me envolvía el olor a ser hu· mano. Le repito que ese olor no tiene nada que ver con el mal olor que Higia impone como castigo a los que no cumplen sus ritos. ¿Recuerda mi teoría respecto a que la civilización y la religión se iniciaron el día que el primer ser humano se metió debajo de una cascada por el puro placer sicoanimal de sentir el agua resbalar por su cuerpo? »Pero esto es una digresión que no se relaciona con lo que me interesa decirle, que creo le sorprenda bastante. ¿Me quiere creer que estuve allí como clavado todo el tiempo que duraron las músicas y danzas de aquellos infelices, inmerso, ya sin percatarme, en la atmósfera de olor humano que despedían? »Comprenderá 'que los instrumentos, la música y las danzas eran cosa muy primitiva. Había una melodía que se reiteraba, una línea melódica muy elemental, pero agradable de oír, que la quena -era la primera vez que escuchaba una- iba repitiendo obsesivamente. Se me ocurrió preguntarme qué hubiesen hecho con ese instrumento Vivaldi o Mozart. Posiblemente nada. Y aquí viene lo increíble. La melodía de la quena siguió toda la tarde girando en mi cabeza. Llegó a aburrirme esa fijación y a eso de las nueve de la noche decidí adormecerme un tanto con dos whis· kies en compañía de un matrimonio escocés que hacía unos años se encontraba allí en relación con no sé qué proyecto de menos sé qué organismo internacional. Temprano me fui a la cama; me dormí inmediatamente, pero tamQién inmediatamente comencé a sañar con la melodía y el indio de la quena. Todo transcurría con esa aura de incertidumbre e improbabilidad en que transcurren al· gunos sueños y estoy seguro que algunos detalles los he olvidado. Lo que no puede dudarse es que lo que el indio se proponía con su música era adueñarse de mi voluntad. El sueño era angustioso porque de una parte era placentero entregarse a la melodía ingenua y primitiva, irse rindiendo a su fascinación, pero de la otra parte estaba el oscuro terror a dejar de ser lo que era para convertirme en algo así como un alter ego del hombre de la quena. Recuerdo que durante el sueño y como parte del sueño, para reducir la angustia, pretendí que el indio era el flau· tista de Hamelín, pero los ojos fijos, el gesto hierático, el imperio casi geológico de su fi· gura, frustraron el intento. Desperté sintién· dome mal y apenas si logré reconciliar el sueño hasta las primeras horas del amanecer. Tres días tuve de esto y comencé a preocuparme. ¿Un instrumento primitivo, una melodía tonta y un desdichado indio del altiplano
con quien no tengo ni quiero tener nada que ver, eran capaces de alterarme y descomponerme? »La altura suele producir efectos raros en algunas personas. Todo me lo explicó con gran cuidado y entre sorbos de whisky con soda el escocés cuando ya su mujer se había retirado a sus habitaciones. Muchos habían sufrido verdaderas perturbaciones sicológicas, y él mismo, según me confesó al final, solía como quien no quería la cosa, buscar algún pretexto para bajar cada cierto número de semanas a una ciudad de menos altura. Hice como que le creí y dejé su compañía para hacer mis ma· letas y salir al día siguiente. Tengo el tiempo justo para asistir a las conversaciones del joven inglés que cree haber penetrado el secreto de la escritura cretense -tema que siempre me ha apasionado-- y pasar al Festival de Salzburgo. Ya se ocupará la música de Mozart de desterrar de mi memoria musical para siempre la tonta melodía y el instrumen· to y el indio que la producen. »Perdone lo largo de esta carta, pero ya conoce mi manía de escribir largo y tendido la noche antes de meterme en un avión. Volveré a escribir desde Europa.» Efectivamente, me volvió a escribir. Su segun· da y última carta me alarmó. Quien escribía no era ya Doral: era un Doral alterado. Su carta, por otra parte, me hizo sospechar en la anterior -que me precipité a releer apenas terminada la lectura de la última- síntomas ocultos de la alteración que estaba seguro Doral había sufrido. Vi con claridad que Doral en su primera carta ocultaba, debajo del tono frívolo y divertido, algo que no tengo otra palabra para nombrar que no sea terror. Ciro Doral estaba pánicamente aterroriza· do. El terror era algo inconcebible en Doral. El terror es desconocimiento; es la angustia frente al misterio. Cuando menos, la perplejidad frente a lo desconocido. Todo esto resultaba incompatible con lo que Ciro Doral era y 10 que represen· taba: la claridad lógica, el escepticismo elegante y divertido. Pero estaba aterrorizado, ¿por qué? Tal pregunta no podría contestarla como el Doral que yo conocí hubiese exigido, es decir, con lógica. Aunque preferiría no hacerlo, debo citar de la última carta de Ciro Doral. Decía, en parte, así: aTengo que hacerle confesiones. Decir cosas que me hacen sentir como si me fuese desnudando en público. El recato me caracteriza, pero a veces hay que desnudar el alma ante alguien como se desnuda el cuerpo ante el médico. Hay mucho más de lo que me atreví y pude confesarle en mi carta anterior. Eliminé detalles, no por ocultárselos, sino por engañarme a mí mismo.
»También había picos de roca negra que emergían inesperadamente de las nubes y de 49
la nieve Había también ocres. El ocre dominaba. Es lo que recuerdo. Ocre. Ocre. Todo esto he debido haberle dicho en mi otra carta. Esto fue cuando volaba entre los picos andinos camino a mi destino y mi desatino. Porque todo fue un error horrible, aunque fatal. Mientras el avión eludía suave· mente nubes y picos, de pronto se reveló ante mis ojos una choza de adobe, tierra, piedra o lo que fuese. Ocre también. Todo era ocre. Era una casa aislada. No se veía ninguna otra cosa humana alrededor en medio de aquella desolación de nube, nieve, tierra, ro· ca; nada, salvo una figura humana absolutamente solitaria, aislada de todo aquello que no fuese lo elemental del globo terráqueo. »La atmósfera en aquellas latitudes enga· ña. Uno nunca sabe qué está lejos y qué está cerca. Aquel indio alzó su cabeza y se irguió pétreo y mineral a contemplar y rechazar aquel ingrediente de escándalo que era el avión en que yo iba. Me pareció verle los ojos antes de verle seguir, con lo que me pareció ser desdén, subiendo hacia su choza. ¿Qué tengo que ver con ese animal humano, si es que es humano?, pensé.
..¿A qué seguir? Salí huyendo de aquel país. ¿El hombre de la quena, qué quiere de mi? »Todo es peor de lo que pueda decirle. Salí huyendo y me refugié en mi sitio. Hice lo que le dije: fui a escuchar las conferencias del joven inglés sobre la escritura cretense y fui a Salzburgo. ¡Troppo tardel »Troppo tarde he dicho, porque, aunque con rabia y vergiienza, hay que confesarlo; soy un poseso. ¡Un posesol Ridículo, ¿verdad? Pues poseso. »Lo que ya ha comenzado a ocurrir era cosa prevista. Va sucediendo según mi terror lo ha ido adivinando. Adivinando no, viendo, sabiendo 10 que fatalmente ha de ocurrir, no importa lo que yo haga. Sé dónde se me espera y hacia allí tengo que ir. Lo otro sería, y es, infinitamente peor que la muerte. »Desde antes de alcanzar lo que ingenuamente creí que iba a ser refugio, sueño y vigilia se me habían convertido en una continua pesadilla. No tuve más reposo; el tiempo que estaba echado en el lecho era un sumergirme en una realidad remota que cada día se tomaba más inmediata, más imperiosa, más absorbente. »Mi estadía en Salzburgo fue un fracaso. La melodía de la quena me asaltaba cuando menos lo esperaba: en el sueño, en los momentos en que iba a cruzar una calle, cuando tendía la mano para saludar a un conocido. A veces me dejaba arrastrar por la melodía -o la melodía me arrastraba a mí- y era como si hubiese emprendido un largo viaje a geografías y tiempos ajenos. ¿Ajenos? Las cosas me iban siendo familiares; los paisajes inhóspitos de tierra ocre, de picos nevados, de alturas inhumanas me iban despertando me· marias, entrándome en un mundo al que no quería entrar, en el que presentía que iba a dejar de ser lo que era. Más de una vez he
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visto la casa solitaria en la cumbre de aquel pico p~lado, entre los tres picos nevados, con el sendero que tantas veces he emprendido, sabiendo que dentro de aquella casa se me espera. Me espera, sí, quien sé; quien me hala, quien pretende arrastrarme a ese mundo entrevisto y previsto en mis pesadillas y del cual he pretendido huir hasta hoy. »Sé que todo esto le sonará a literatura, a embeleco, a locura. ¡Ojalál Vea lo que me ocurrió en Salzburgo. Tocaba esa noche el segundo quinteto de Mozart, el quinteto en sol menor, un grupo de Praga al que había oído en Londres inte~retar soberbiamente un cuarteto de Britten. La sala familiar, los viejos amigos me hicieron olvidarme un poco de mi -no sé cómo llamarlo- problema, digamos. La maravillosa música de Mozart me hizo irme sumiendo en ese agradable sopor, en esa especie de desvanecimiento que me asalta frente a algo que real y verdaderamente me halague los sentidos: un ser bello, un buen vino, un verso logrado. Fue en el Adagio, cuando la segunda viola intercala sus ominosas notas, que sentí con absoluta claridad la intervención de un sexto instrumento. Sobresaltado, miré a mi alrededor buscando la reacción de las otras personas en el auditorio. Nadie parecía percibir nada extraño. Nadie parecía oír lo que no había modo que yo dejase de oír porque el sonido de la quena desarrollaba su sinuosa melodía y se iba infiltrando en el adagio mozartiano hasta adueñarse de él. Renuncié a hacerme preguntas y escapé del local y de Salzburgo. ¡A qué seguirl Ya soy, como le dije antes, un poseso. La región de donde se me llama con obstinado imperio me es ya tan familiar como aquel agradable rincón de la Ile Saint-Louis donde tanto tertuliábamos mientras nos era dable ver el reverso de Notre Dame bañado en la aureoplateada luz del atardecer parisino. ¡Qué distinta aquella vida de mi remota vida actual! Vivo ya en otro mundo extraño y familiar al mismo tiempo, al que debo ir. No me he rendido sin lucha. No puedo luchar más y no lucharía aunque pudiese. Mañana tomo un avión... » La carta de Ciro Doral añadía otros detalles que no vienen al caso. Sí, debo decir, que me describía con minuciosidad exagerada y vivísima plasticidad el paisaje sobre el cual volaría y al cual iba a tratar de llegar luego por vía terrestre a desentrañar y a entregarse al misterioso destino que creía inevitable. Lo demás, está en los periódicos. El avión en que iba Ciro Doral jamás alcanzó su destino, desapareció entre las cumbres andinas, prácticamente inaccesibles, y las circunstancias del suceso fueron tales que provocaron el criterio unánime de que no había podido haber sobrevivientes. Se afirmó que, aun en el caso de que milagrosamente algunos de los noventitrés pasajeros que llevaba el avión hubiesen podido quedar con vida, era im· posible rescatarlos antes de que pereciesen de inanición y de la inclemente acción de los elementos.
Sufrí lo que entonces creía la muerte de Ciro Doral. Me di por un tiempo a nostalgizar sus sonrisas oportunas, sus dichos ingeniosos, su capacidad fantástica para descubrir y revelar el casi ya perdido sentido de una bella palabra. Sufrí, repito, su muerte y lo que creía su perturbación que lo llevó por una fatal concatenación de terribles coincidencias a acelerar el fin de sus días. Todo eso creía, mas ocurrió lo siguiente. Llevado de una misión mitad diplomática y mitad cultural, me vi precisado a visitar Sudaméri· ca. Esto fue al año, aproximadamente, de la desaparición de Ciro Doral. Por supuesto, su recuerdo y el de su desastrado fin, se recrudecieron en mi ánimo, sobre todo al saber que tendría que volar exactamente la misma ruta que tan trágica resultó para él. Confieso mi debilidad de que el avión siempre me sobrecoge un tanto. Confieso, también, que
busco en uno o dos sorbos de whisky paz para mis nervios, siempre un tanto exasperados. El paisaje era sobrecogedor e imponente, pero fue cayendo sobre mí como un bálsamo un reposo de duermevela feliz y sosegado. Súbitamente me arranqué, alarmado, de mi reposo. Los demás pasajeros dormían, dormitaban, leían; no ocurría nada. No ocurría nada, salvo que al mirar por la ventanilla vi el paisaje que con tanta minuciosidad y vigor plástico me había descrito Ciro Doral en su última y desesperada carta. Allí estaban los tres picos nevados, las nubes, las rocas negras, las tierras ocres. AHí la casa de tierra, de piedra, de adobe o lo que fuese, en su cumbre. Claramente se veía el sendero, serpenteante en la soledad inhóspita y hosca, que llevaba a la casa. En ese sendero se erguía pétrea y mineral, con sentido geológico, una figura humana. Junto a esa había otra... y nadie más.
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Doctor José Celso Barbosa Alcalá: Breve semblanza* Por LUIS M. DíAz SOLER
El sobrino de Mamá Lucía
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MEDIADOS DEL SIGLO XIX, VIVIA EN EL PUEBLO DB
Bayamón, un humilde maestro albañil que se dedicaba a suplir de vías respiratorias a los ingenios de la Isla. La excelencia con que cultivaba su oficio le ga'IlÓ a Hermógenes Barbosa Tirado, que así se llamaba el albañil en cuestión, el título de «Rey de las Chimeneas». Su esposa, Carmen Alcalá, era costurera de ropa de hombre con especialización en camisas. Estos fueron los padres de un niño que se llamó José Celso, que nació el 7 de septiembre de 1857 en. humilde hogar de otro humilde ma· trimonio compuesto por Juan Tirado y Lucía Al· calá. Esta última, cuya vida quedó desde entonces ligada a Pepito, era '11amada por el niño. «Mamá Lucía». Con esa fe que tienen los que son verdaderamente cristianos, se dispuso Mamá Lucía a con· vertir a José Celso en un hombre de provecho; habría que romper barreras y ella estaba en la mejor disposición. Niñez y juventud
La escuelita de don Olegario Núñez recibió una mañana al niño José Celso que venía de la mano de Mamá Lucía. Fallecido Juan Tirado en 1861, tuvo la tía Lucía que realizar los negocios de aquél y levantar uno propio. Hizo de sus grandes dotes culinarias la fuente de sus ingresos; sus suculentos manjares eran la alegría de los estómagos de altos oficiales gubernamentales y de las familias pu· dientes de San Juan y pueblos cercanos. Todos sus haberes y su cariño eran para José Celso, a quien convertía en hijo por no haber tenido ella progenie alguna. • Trabajo lcldo el domingo 13 de no\'icmbre dc 1966 cn la dc\'e' lación del busto dcl prócer en el Parque Bllrbosa, Santurce, Puerto RIco, respondiendo a una Invitación del Instituto de Cultura Puer· tornqueii.ll.
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De la escuelita de don Olegario, José Celso pasó a la de don Gabriel Ferrer Hernández, otro pobre que llegó a convertirse en excelente escritor y notable médico. Fue un vivo ejemplo para José Celso de lo que puede la constancia y el trabajo. Al con· cluir su instrucción elemental, el niño Pepito obtuvo las medallas de Aplicación y Conducta. Orgullo. sa de su sobrino-hijo, Mamá Lucía se empeña en enviarlo al Seminario Conciliar, donde jamás se ha· bía matriculado un 'niño de color. Allí había estu. diado aquel otro joven de humilde cuna que se llamó Román Baldorioty, y José Celso merecía la oportunidad. La admirable perseverancia, la fortaleza moral de aquella mujer, dispuesta a romper lanzas por su 'sobrinito, fueron atributos que supo aquilatar el joven José Celso. En 1870, Mamá Lucía sentó a Pepito en los bancos del Seminario Conciliar. Cin~o años de vejámenes, de dura tarea docente en un ambiente que le era hostil al alumno pobre y negro del plantel, se vieron coronados por el éxito. Para suavizar aquella dureza del Seminario, Mamá Lucía le buscó maestro de música a su admirado Pepito; aprendió flauta con don José Belén Tizol y violín con don José Rendón. Más tarde, José Ce1so fue a formar en el Orfeón del maestro don Felipe Gutiérrez. La música y la ciudad de San Juan, tan admirada siempre por José Celso, eran sedantes para sus nervios crispados por el ambiente del Seminario. En busca de una carrera
Su graduación de Bachiller en Artes en 1875, coincidió con una marcada menna en los ingresos de Mamá Lucía. El bachiller Barbosa dedica su tiempo a ofrecer clases particulares, mientras el maestro Hermógenes tiene que abandonar el oficio
de albañil para ir a trabajar de mayordomo a la Hacienda «San Antonio», de don José Escolástico Berríos, conocido en Bayamón por don Catire. El éxito del joven maestro llegó a oídos de don Catire, quien decidió que el bachiller fuera mentor de sus hijos. De boca del joven Barbosa conoció los deseos de éste de hacerse abogado; don Catire ofreció ayudarlo en sus estudios universitarios. Bar· basa iría a los Estados Unidos pero antes tuvo que aprender inglés con la señorita Mary C. Francis, institutriz de los hijos de don José Rafael Dávila. El 19 de octubre de 1876, en una goleta cargada de azúcar, con cartas de presentación de don Catire para Mr. Henry Beate, jefe de la casa consignataria de los azúcares de Don Catire, y un pasaporte en el bolsillo, salía Barbosa con destino a Nueva York. Ahora pensaba el joven seguir la carrera de ingeniería; ingresó en el Instituto Fort Edwards, de la capital neoyorkina, con el propósito de mejorar su inglés y prepararse para su ingreso en la universidad. Su primer invierno en el NOl'lte le tenía reservada una pulmonía, de la cual fue atendido por el médico del colegio. Entre conversaciones que fueron sellando una verdadera amistad, el galeno le aconsejó al joven estudiar medicina, que era una carrera más compatible con el vigor físico de Barbosa. En 1877, el joven iba camino de la Universidad de Michigan para convertirse en el primer puertorriqueño que hacía su ingreso en aquella institución. Libre aquel sector de prejuicios raciales, comenzó el joven estudiante de medicina a admirar las instituciones estadounidenses; aquella atmósfera le ayudó a comprender mejor el pensamiento que servía de fundamento al liberalismo puertorriqueño. ElIde julio de 1880, se recibió José Celso Barbosa de médico cirujano; fue el estudiante más aprovechado de su clase graduanda. Un viaje a Washington y Nueva York dilató su regreso a la Isla hasta ·fines de octubre de 1880, pero amplió sus conocimientos sobre el pueblo que supo admirar. U,l graduado de universidad estadounidense
Un médico graduado de una universidad estadounidense era un ave rara entre colegas proce· dentes de las aulas médicas de España, Francia o Alemania. Y 10 que era peor; el doctor Barbosa era hijo de obreros y el primer médico definitivamente negro que tenía Puerto Rico. Fueron tantos los obstáculos y reparos al reconocimiento de su preparación profesional, que el asunto provocó la in· tervención personal del Cónsul de los Estados Unidos en San Juan para convencer al Gobernador Despujols de la seriedad académica de la Universidad de Michigan.
Obviado aquel primer gran obstáculo, el doctor Barbosa comenzó a crecer en fama y respeto. Aunque luchaba contra la envidia y la inquina solapada, su integridad profesional se sobrepuso y fueron Uamándole ricos y pobres. El doctor Barbo5a tenía fe inquebrantable en su porvenir; tenía a Mamá Lucía por dentro. En la ilertulia, en los pasillos del 'teatro, en la sala de esgrima de Mon· sieur de Baume, en la calle, en el consultorio, fue ganando amigos y admiradores por su entereza de carácter, por su agilidad mental y superior inteligencia, por su característica modestia. Sus aciertos clínicos y quinirgicos iban acompañados de un acentuado humanitarismo.
La niíia que bailaba el «Matarile-rile-ron» En una de sus visitas médicas le tocó asistir a la señorita Belén Sánchez, que padecía una seria afec· ción de la garganta. Para sorpresa del doctor Barbasa era aquella la misma niña que había visto bailar y cantar el Matarile, rile, ron, en la Plaza de Armas de San Juan cuando él era estudiante del Se· minario. Aquella admirada jovencita que se había grabado en su mente desde sus años mozos, se convirtió en su esposa el 9 de julio de 1885. A la muerte de Mamá Lucía, ocurrida tres años después de 'Su matrimonio, Belén se convirtió, además de esposa, en madre, consejera y amiga del doctor Barbosa. El hogar que fundaron Belén y José Celso fUe un vel'dadero oasis, un remanso para el hombre que habría de abandonarlo todo por la lucha política.
Luc1las políticas bajo el régil1lelt espaíiol En la Asamblea Autonomista de 1887, el doctor Barbosa representaba a San Juan y a la juventud liberal puertorriqueña que fundamentalmente sus· tentaba el ideal autonomista. Fue iniciado en la Sociedad secreta La Torre del Viejo, que combatía el monopolio económico de los españoles que operaba en detrimento de los intereses nativos. Activo en los acontecimientos de 1887, fue el doctor Barbosa la persona que anunció a los 'Presos del Morro la destitución fulminante del Gobernador Palacio por la Reina Regente; aquel acto de justicia ponía fin a las actividades terroristas de los incondicio· nales en suelo puertorriqueño. Desafortunadamente para el país, dos años después fallecía el más esforzado de los adalides nativos: Román Baldorio· ty de Castro. Con su muerte se fraccionó el movimiento autonomista: Francisco Cepeda y Luis Muñoz Rivera se disputaban la dirección del partido. Aunque atento al desarrollo de los acontecimien· tos políticos, Barbosa tenía otros intereses duran-
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te los años que siguen inmediatamente después de la desaparición de Baldorioty. Fue fundador y pre· sidente de El Ahorro Colectivo (1893-1898); miem· bro de la Junta Directiva del Ateneo Puertorriqueño y, luego de aprobar rigurosos exámenes ofre· cidos en la docta casa por la Universidad de La Habana, fue designado profesor de la Institución de Enseñanza Superior que se inauguró a fines del siglo pasado. Ocupó las cátedras de Historia ~atu· ral, Anatomía, Obstetricia Fisiológica y Anormal. Fue además profesor de Parteras. Pero la política le atraía sobremanera y el pais le necesitaba en ese campo.
Distanciamiento de Mwloz y Barbosa Los años postreros del siglo XIX, presenciaron el distanciamiento de Muñoz Rivera y Barbosa. Fue· ron las ideas de retraimiento y disolución del au· tonomismo puertorriqueño que propiciaba Muñoz Rivera, coronadas por la insistencia de éste en un pacto o alianza con Sagasta, lo que separaba a es· tas dos figuras puentorriqueñas. Muñoz insistía que el deseo mayoritario del país era la descentraliza· ción administrativa y que era a través de un pacto con un partido español que tuviese oportunidades de llegar al poder, que Puerto Rico colmaría sus aspiraciones. Cuando el autonomismo se encontra· ba en vías de liquidación, al doctor Barbosa le fue encomendada la tarea de resucitarlo. Con el doctor Santiago Veve, José Gómez Brioso, Manuel F. Rossy Y Luis Sánchez Morales -la Vieja GuardiaBarbosa salvó el partido de la disolución en 1894. Un año después, como resultado de la Asamblea de Aguadilla, surgió la idea de funda·r El País, órgano de los autonomistas republicanos que habría de oponerse a La Democracia, órgano que difundía las ideas de Muñoz Rivera. En 1895, Muñoz Rivera realizó un viaje a Madrid, aduciendo motivos de salud; de allá :regresó predicando el pacto con el Partido Liberal Dinástico que dirigía Sagasta. Al reunirse el Partido Autonomista en la asamblea de 1896, Muñoz Rivera propuso la disolución de la colectividad y fue derrotado. Acto seguido, se decla.¡-ó fuera del Partido pero continuaría defendien· do su posición desde las columnas de La Democra· cia. Aunque Sagasta jamás se había caracterizado por la defensa de los intereses puertorriqueños, la condición de guerra en Cuba le aconsejaba favorecer una política de reformas al régimen colonial. La probabilidad de que en un futuro no lejano el Partido Liberal Dinástico asumiera el poder en España era mucho :ptayor que la de cualquiera de los grupos republicanos peninsulares. La conversión de Rosendo Matienzo Cintrón a la idea pactista de Muñoz Rivera, hizo posible la reunión de la Delegación Autonomista en Caguas el 54
27 de julio de 1896. La Delegación autorizó el en· vio de una Comisión Autonomista a España. Inte· grada por José Gómez Brioso, Rosendo Matienzo Cintrón, Luis Muñoz Rivera y Federico Degetau, la Comisión realizó numerosas gestiones que culminaron en el triunfo de la idea muñocista; aquella victoria de Muñoz Rivera la hizo posible don José Gómez Brioso, quien sacrificó sus ideales republicanos al darle el voto favorable a la idea de Mu· ñoz. El pacto con Sagasta, ratificado por la Asam· blea de San Juan el 11 de febrero de 1897, no fue aceptado por Barbosa, quien abandonó el :recinto con sus seguidores tremolando la bandera del autonomismo. Acto seguido se procedió a Ja disolución del Partido Autonomista Puertorriqueño y sobre sus calientes cenizas se fundó el Pamdo Liberal, cuyo nombre hacía honor al pacto con el partido sagastino. Desde aquel momento los disidentes del autonomismo comenzaron a llamarse ortodoxos o republicanos.
La Constitución Autonómica
Afortunadamente para Muñoz Rivera y los suyos, la muercte violenta sufrida por Antonio Cánovas del Castillo a manos de un asesino, trajo a Práxedes Mateo Sagasta al poder. Con Sagasta al frente del gobierno en España, Muñoz sería poder en Puerto Rico. Con una revolución en Cuba, el jefe del gabinete español convence a la Reina Regente María Cristina que decrete una Constitución autonómica para las colonias ultramarinas que colmara las aspiraciones aurtonomistas. Así se hizo con fecha de 25 de noviembre de 1897. En el caso de Puerto Rico Sagasta exigió la unión de los grupos autonomistas como requisito previo a la implantación del régimen autoDÓmicO. La exigencia de Sagasta obli· gó a Jos dirigentes politicos de la Isla a echar las bases de lo que se conoció como la Unión Autonomista Liberal presidida por don Manuel C. Román. Con ese acto se hizo posible la implantación del régimen autonómico, aunque lejos estaba la posibilidad de unión entre ,los grupos disidentes. Fue tal la lucha personalista que presidió ·las elecciones de 27 de marzo de 1898, que de la Isla salió rumbo a E'spaña Juan Ramón Ramos, como lo había hecho Juan Roqué en 1887, a informar a la Reina de las irregularidades cometidas. En esa lucha interna sorprende al país el hundimiento del Maine 'Y la subsiguiente declaración de guerra de los Estados Unidos contra España sobre la cuestión de Cuba. El 25 de julio de 1898, Puerto Rico se vio invadida por las fuerzas estadounidenses y el 12 de agosto, se proclamaba el armisticio que ponía fin a las hostilidades. Las conversaciones de paz culminaron en la firma del Tra·
tado de París, y en el consiguiente traspaso de la Isla a los Estados Unidos el 18 de octubre de 1898. Durante el período de asedio norteamericano, Barbosa fue injustamente acusado de traidor a la causa española y de estar directamente conectado con los invasores norteamericanos, acusaciones que carecían totalmente de fundamento. Más bien fuerOn personajes caracterizados durante el régimen español por sus ideas separatistas, quienes colaba·raron para que los Estados Unidos tomaran a las islas de Cuba y Puerto Rico, esperanzados en que la joven nación del Norte extendiese a Puerto Rico las libertades que España se empeñaba en negar a sus súbditos de ultramar.
Bajo el régimen estadounidense El cambio de régimen trajo la disolución de los grupos políticos que operaban bajo el régimen español. El4 de julio de 1899, se fundó el Partido Re· publicano Puertorriqueño que desde entonces lucha por la Estadidad. De ese partido, fue Barbosa el ide610go pero jamás su presidente. Mariano Abril, adversario político del doctor Barbosa no podía sino asegurar que aquella noble figura .fue un patriota sincero, sin hipocresías y sin mácula, alma y verbo de su partido, verdadero conductor, sereno y firme, poseía gran fuerza de atracción, un gran poder sugestivo.» La fundación del Partido Republicano tomó a Muñoz Rivera en viaje por ·los Estados Unidos. A su regreso, fundó el Partido Federal Americano que al igual que el Partido Republicano aspiraba a la estadidad para Puerto Rico. Fue aqueUa una oportunidad extraordinaria en que los Estados Unidos pudo haber ofrecido Ja estadidad al país con el beneplácito de la inmensa mayorfa de la opinión nativa. Pero su juventud como nación, su orgullo de pueblo, su acentuado nacionalismo, sus compromisos recién contraídos en el Lejano Orien· te, entre otros, fueron factores que le aconsejaban desanimar a los aspirantes a la estadidad. Hostilizaron en forma tal a los hijos de país que sin desearlo, crearon el movimiento independista en Puerto Rico. Si ambos partidos en 1899 tenían igual aspiración política, entonces la lucha sería más bien entre personalidades que por ideales. Así quedó dividido el país cuando se otorgó la Ley Foraker, que no colmaba las aspiraciones de los puertorriqueños. Proclamado al poco tiempo el retraimiento del Partido Federal, le correspondió al Partido Republicano la ardua tarea de realizar sólo el cambio de sistema jurídico-institucional español al régimen Foraker. La oposición se encargó de calificar a Barbosa de traidor, desleal, intransigente, americanizante, incondicional, echándole en cara el problema racial que habría de crearse siguiendo la trayectoria de
ese problema en los Estados Unidos. Pero Barbosa y los suyos proveyeron para garantiza'!" por ley el derecho de reunión, de libertad de imprenta, de asociación y culto, a juicio por jurado, a la enseñanza obligatoria, gratuita y 'laica, a ejercer el su· fragio. Correspondió a los Republicanos la creación del Cuerpo de la Policía Insular. Así pues, quedó organizado en la Isla ·toda una nueva estructura jurídica a tono con las instituciones correspondientes existentes dentro del sistema estadounidense. El <loctor Barbosa defendió la enseñanza del inglés porque <leseaba que los niños pobres del país tuvieran la oportunidad de aprender y manejárselas con un idioma que habría de ayudarlos a estudiar en las aulas universitarias estadounidenses y a comprender mejor el nuevo sistema al cual quedó li· gada la Isla. Dentro del seno <lel Partido Republicano y disgustado por el poder que ejercía el Consejo Ejecutivo establecido por ·la Ley FOTaker, surgió la figura de Rosendo Matienzo Cintrón que ahora predicaba el credo de unión 'de todos los pueIltorriqueños que caracterizó a la Asamblea de Ponce de 1887 y que había defendido nuevamente al crearse el Partido de Unión Autonomista Liberal en 1898. Ahora Matienzo pedía la unión de 'lodos los puer· torriqueños para lograr la verdadera americanizución del país. La idea unionista. combatida por Muñaz Rivera y De Diego durante dos años (19021904), triunfó en la Asamblea del Olimpo de 1904, dando paso a la primera combinación de fuerzas políticas organizada en el siglo veinte. Dentro del nuevo Partido Unión de Puerto Rico podían militar los Republicanos que luchaban por la estadidad, los federales que pudieran simpatizaban con esa fórmula política o con ,la autonomía, y los que propulsaban la idea de independencia. El Partido Unión de Puerto Rico allí creado fue poder en Puerto Rico desde 1904 hasta 1924, sin que pudiera plantear la cuestión del status porque cuando lo inten· tara quedaría destruido.
Barbosa, adalid de una minoría El doctor Barbosa supo ser minoría durante el resto de su vida política. Respetado por el adversario político, fue renominado consistentemente para el Consejo Ejecutivo bajo administraciones republicanas y demócratas. Y cuando en 1917, a virtud de la Ley Jones, quedó abolido el Consejo Ejecutivo, el pueblo de Puerto Rico lo envió a re· presentarlo al Senado insular en calidad de Senador por Acumulación, cargo que desempeñaba con el beneplácito de todo el país cuando le sorprendió la muerte. En 1907, fundó El Tiempo, del cual nunca quiso ser Director. Desde sus columnas, escritas bajo su
ss
firma o bajo pseudónimos como El Viejo de la Torre, Curvas y Vascur, se encuentran extraordina· rios artículos cargados de enseñanzas políticas y morales. La Universidad de Michigan reconoció en 1903, los méritos de 'Su ex alumno puertorriqueño otorgándole el título honorífico de Maestro en Artes, siendo el primer hijo del país en ostentar ese honor de una universidad estadounidense. En su lucha por obtener para sus compatriotas la ciuda· danía estadounidense, se acercó a Muñoz Rivera, quien ofreció su concurso como Comisionado Re· sidente en Washington al Partido Demócrata y al Presidente Wilson que trabajaba en esa dirección. Tuvo mayor fortuna que Muñoz Rivera porque gozó la dicha de ver proclamada la ley Jones de 1817, que incluía la ciudadanía para los puertorriqueños. No había lugar a dudas de que aquél fue un paso hacia la estadidad, ideal sustentado por Barbosa y que Muñoz Rivera no hubiese rechazado si hubiese habido ambiente favorable en el Congreso para concederla. El 13 de junio de 1917, la Universidad de Puerto Rico reconoció los servicios públicos del -doctor José Celso Barbosa al conferirle el grado honorífico de Doctor en Leyes.
Preocupación por lo económico No era solo en la política que se interesaba el doctor Barbosa, quien abogaba en 1918 porque el país concentrara su atención principalmente sobre el problema económico. No deseaba ver el día en que las corporaciones extranjeras y estadounidenses fueran más poderosas que el gobierno mismo, transformándose su querida Isla en una gran factoría, en que unos pocos fueran árbitros de nuestro destino. No toleraría que un millón de puertorri. queños se convirtieran en súbditos, en peones, en esclavos del poder que representaban poderosas corporaciones. A esas grandes empresas habría que vigilarlas e investigarlas a tiempo, rechazándolas si su influencia fuese considerada perjudicial a los intereses nativos. Por sus adversarios políticos sintió siempre el mayor respeto. De ello dejó constancia al pronun-
ciar su último discurso en el hemiciclo del Senado el 30 de mayo de 1921. Refiriéndose a los que sustentaban el ideal independentista, les aseguraba todo su respeto y consideración porque éstos «se confunden con nosotros en -la aspiración suprema.» La diferencia estribaba en que «ellos quieren la soberanía... separada y nosotros la pedimos dentro de la gran Unión Americana. Lo demás... es ... seguir engañando al pueblo.» En el caso de Puerto Rico no cabía la revolución armada, sino la evolución pacífica razonada.
Hombre de su lzagar Cuando sus preocupaciones políticas y profesionales le pennitían algunas horas de asueto, iba a compartirlas al seno del hogar. Supo mantener siempre una familia unida, levantada en un clima de respeto mUltuo y de digna modestia. Esa cohe· sión familiar ha continuado hasta hoy alrededor de la figura ejemplar de su hija Pilar. Barbosa no concibió jamás que pudiese abusar de su influen· cia; enemigo de ostentaciones, prefirió la humildad dentro de la mayor dignidad. Cuando sus amigos de la ClVieja Guardia» comenzaron a notar los primeros signos de la dolencia que eventualmente llevó al prócer al sepulcro, concibieron la idea de fundir su busto en bronce. La obra, para la cual p()s6 con ejemplar disciplina, fUe ejecutada por Marcos eoIl y costeada por la «Vieja Guardia.» Se acercaba la hora de la partida; era momento de análisis introspectivo. Al hacer el recuento de sus ejecutorias, Barbosa nada tenía que rectificar. ce Si pudiera volver a vivir mi vida, la viriría tal como la he vivido.- La vivió no para sí sino para su tierra; ésta recogió el cuerpo de su amado hijo, fallecido el 21 de septiembre de 1921. El monumento que se desvela hoy, 13 de noviembre de 1966, es el tributo de aclmiración y respeto que le rinde la patria agradecida.
Universidad de Puerto Rico
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Madre mla Por
EL5A JOSEFINA TIÓ
Melancolía palabra de poeta del pasado, del viento, palabra muerta de tristeza en la- luz de una estrella en elf.?ndo del río.
~r-R.ara decir las cosas ~deJ~ar, del lucero y
PaIla ti en tu día que se lo llevará el tiempo y se quedará en el recuerdo ... MADRE MIA. Mayo de 1966.
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Exposición "Puerto Rico: La nueva vida"
Gobemador de Ustariz. por José Campeche
Del creciente interés que viene manifestando la empresa privada por apoyar el dcsarrollo de las artes en Puerto Rico, ha sido elocuente testimonio la colección de pintura y grabados puertorriqueños que la Housing Investment Corporation ha reunido y expuesto bajo el título de <l Puerto Rico: la nueva vida.., Los óleos, grabados y serigrafías dc que consta la colección, casi todos exponentes de los artistas contemporáneos. constituyen una nueva demostración de la calidad y el vigor que caracterizan la producción pictórica puertorriqueña. La Housing Investment presentó la colección en varias ciudades de los Estados Unidos, y durante el mes de Julio la expuso en Jos salones del Instituto de Cultura, en San Juan. En estas mismas páginas ilustramos algunos de Jos aspectos de la exposición.
Objeto el! esfera, por Domingo Garda
San CristóbalJ por Myma Búez
~~~~~
La muerte de. Inés, por Francisco Rodón
"
. Esquina de la Plaza, por Manuel Hernández Acevedo (serigrnfía)
. .. Sapo,
grabado por Lorenzo Homar
Armonía- campestre, óleo .por Augusto Mañn
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'!"...;;..;. . . ._ _
Pór -JUAN
\ cuot
A SAN JUAN RECLAMADO POR EL INSTITUTO
DE
Cultura Puertorriqueña 'para asesorar en la ambientación historiográfica que -pudiera darse a las reliquias del Castillo de San Jerónimo. iUn castillo que debemos'grabar con letras de oro en Jo más hondo de los corazones! Salí de Barajas, en la árida meseta cast~llana, y a poco volaba sobre el piélago atlántico, otrora tenebroso, empeñada mi mente por el peso de la historia, en aquel mes de agosto de 1492 en el que las carabelas habían surcado con su proas y deja~ do detrás, una estela maravillosa de civilización, y descorrido los cendales de la noche del tenebro. Aquellas carabelas, tan sencillas, abrían para el mundo de Europa el Nuevo Mundo del continent<l americano. Y, tras largas horas de vuelo, volaba en aquel amanecer que me pareCió un paraíso, sobre aquel rosario de islas de Barlovento. Y de pronto, al fondo, como una alfombra impresionante, la bella isla de Borinquen, la isla de Puerto Rico. Desde la altura del avión, yo divisaba esa bandera maravillosa ,del Caribe: el verde de la e~pesa vegetación, el oro de las playas que bordean las islas y el azul intenso del mar. El avión, de prono to, descubrió allí, abajo, la ciudad de San Juan de Puerto Rico. Al entrar en San Juan de Puerto Rico -por mar y por aire- el que llega ha de doblar como en homenaje de pleitesía esa media vuella maravillosa. Allí está El Morro, brillantes sus piedras. El avión, tranquilo, como si sosegara de aquella impresión maravillosa, se. va deslizando lentamente hacia el Caño de Martín Peña y Laguna de los Corozos, otrora nombres históricos. ¡Y las palm~ms. esas palmeras reales se abrieron de par en par dando la bienvenida al que llega!
MANUBL ZAPATERO
En San Juan de Puerto Rico
.J.
-
~ Conre...,ncia dklada por el autor en el I.er S~mínatio de Cultura Puerlurriqueña celebl'lldo en Madrid el 9 de abril <.le I~.
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En Puerto Rico me esperaban tres grandes impresiones. Una, el calor, su almósfera, fuerte, de un clima< que yo .desconocía. Aquella sensación de calo~, en el mes de agoslo, en Puerto Rico, es para un c'astellano acostumbrado al frío, una sensa· ción que no s~ oh'ida jamás. Yo, con mi terno de francla , recién eslrenadito, traje de domingo, y en los bolsillos una colc ción de medallas -porque el e pañol, en las grandes empresas y a mí me parecía que era aquella una gran empresa-, anda muy cer~ ca de los antos. En mis bolsillos andaban meda· lIas, t:eliquias, que la familia solí jla le coloca a uno para quitar los peligros. Y además del calor, encontré en San Juan de Puerlo Rico otra impresión: los coquís, que pueblan, como bien sabéis, los jardines y los campos. La primera noche fue insoportable, no pude pegar un ojo ni la segunda ñi la tercera. Pero de!Opués, ya no podía dormir sin aque," canto de miles y miles de coquís que forman multitud, ese sonido maravilloso, esa "letanía, esa música sorprendente. Y también encontré, y ya contaba con ellos, grandes amigos: allí estaba el Cónsul de E paña en San Juan de Puerto Rico, un caballero de la vieja estirpe, admirable, inteligente, alarde de caballero de diplomático, D. Ernesto La Orden. Tam· bién encontré allí los señores Alegría, D. José y Ricardo, mis mecenas, gracias a los cuales hice el viaje. También a D. Sebastián González, decano de la Universidad, que me abrió las puertas de la Residencia de Río Piedras. ¡A todos ellos debo hondo y grande reconocimiento! y pronto me dediqué a planear y a proyectar mi tarea de trabajo. Ante la elección de hoteles, y antes de ir a Río Piedras, pedí el Hotel Palace, hUI • del viejo San Juan, que tiene sabor maravi·
llosa, de hotel del siglo XIX, de aquella época de la despedida del Dominio ,español. Allí, en el Hotel Palace, planeé, mi trabajo; estaba encima de las fortificaciones. A la mañana siguiente fui calle de la Fortaleza adelante, hacia el InstiLuto de Cultura Puertorriqueña. No olvidaré nunca la frase del AImil'anle Guillén: ¡Ojo con 'la calle de la Fortaleza, porque si pasas por la derecha, al terminar, tendrás dolor de cabeza! Naturalmente, no podía sospechar de donde venía la atención. ~ro pasé callo Forra· leza adelante, por la acera de la derecha, y era tal la maravilla de « trigueñas» que andaban por la izquierda que, forzosamente, por uno y otro movimiento, el dolor de cabeza venía. «¡No tomes aspirinas, porque te darán fuerte calor, lo mejor es que vayas por la otra acera! II Y, efectivamente, tuve que dar la vuelta con el dolor de cabeza y ese maravilloso desfile de bellezas puertorriqueñas; de esas muchachas bellísimas, de andar melodioso, con cadencia que es música y que complicaron a este español, 'con tanto recuerdo de historia, has· ta saber exactamente, si mi «programa» se iba a desarrollar por las aceras de la calle de la Fortale'za o por aquellos baluartes y fortificaciones ,que tenía delante, en San Juan. .
encanto el ir a las «(Fuentes del Santatán y del BiminÍ». Así descubrió aquella península que llamó Florida, por llegar en las fechas de Pascua Florida o porque la «isla» que creía, estaba cubierta de flores. Y llevará para siempre este nombre. Buscó el oro, y el oro Juan Ponce de León no lo encontró en la Florida, jamás, pero sí encontró el mucoco feroz y sus flechas que destrozaron a sus hombres y a él mismo. Aún tuvo vida para llegar a La Habana. Las «malas lenguas» dicen que Juan Ponce de León murió tanto de los flech~os de los indios como de alguno de «mala seña» que le pudiera haber dado su mujer. Y Ponce de León murió en La Habana. Allí fue enterrado y allí estuvo hasta ser trasladado a San Juan de Puerto Rico. Hoy yace en la Catedral, yace al lado de la epístola, en sepulcro sencillo, pero elocuente. Yo acudí a visitarle, hinqué las rodillas ante aquel gran español, y mi sorpresa y emoción fueron grandes al' presenciar cómo bellas chiquillas puertorriqueñas, no sé porqué, dejaron -y es un recuerdo que no olvidaré- unos ramos de flores en la tumba de Juan Ponce de León. Por unos momentos tuve la impre. sión de que Ponce de León había, por fin, descubierlo, el «tesoro de la fuente 'de la juventud», en aquellas niñas puertorriqueñas que llevaban el' homenaje de sus flores.
Noticias geográficas e históricas Puerto Rico es la isla más oriental y menor de Los rivales del Imperio la grandes Antillas, está situada al Este de la inol· .El oro que llevó al español, atrajo también a las vidable isla, La Española, 1;(cuna de la Hispanidad». Su coordenadas son 17° S4' de latitud Norte y demás naciones de Europa. Así acudió Inglaterra, los 67° IS' de longitud occidental. Tiene J.ma ex~ Holanda, y Francia y también Portugal. Desde el tensión de unos 10,000 kilómetros cuadrados apromismo momento, desde los albores de la «desximadamente. Descubierta por Colón en su segundo cubierta. hasta que perdimos los Dominios, tuvi· mas siempre, el español y lo español, el enemigo viaje, el 6 de noviembre de 1493, perteneció a España hasta el año 1898, en que, fatalmente, se separó insaciable del Imperio inglés. Esa contienda de de ella, con Cuba y con Filipinas. tantos años a lo largo de la historia, está señaFue poblador de San Juan de Puerto Rko, el lada en tres etapas; la piratería del siglo XVI, el ínclito hidalgo Juan Ponce de León. Ponce de León filibusterismo del siglo XVII; y la guerra «reglada» llegó a Puerto Rico -pudiéramos decir- en ter· del almirantazgo inglés, perfectamente orientada ceras OI;nupcias». Primero file Vice]1te Yáñez Pina con señalamientos de objetivos que pasman el áñizón el que sustituyó al burgalés-O don Martín Garmo, y que duró cien años. Esa guerra 'anglo-española da de Salazar que no llegó a ir a San Juan, pero en Europa tuvo alternativas: guerra de Sucesión; despuélj_Ja del Asiento; después, las dos: guerras vendió sus derechos a Ponce de León. y Juan Ponce de León entró en San Juan de _---reinando Carlos III y por último, la cuarta guerra, Puerto Rico, fundó Caparra, buscó el oro, pero por la Alianza Franco-Hispana y TrataQo Secreto de._ encontró '1os indios de Borinquen que le dijeron: San Ildefonso. Pero en América la -guerra angló«¡Oro buscas; ve hacia el Norte! Al Norte están las española no tuvo un solo momento. de descanso. fuentes de Biminí y el SanÍalán, y el oro. ¡Ve Son cien años de guerra reglada. hacia el Norte!» Y Juan Ponee de León, el ínclito y En la piratería del siglo XVI, ¡cómo recordar al viejo castellano, la emprendió ruta al Norte, ha· pirata Drake! el «dragón de los mares» que se cucía aquel canal de las duentes de Santatán y brirá de vituperio en el asalto sangriento a nuestras del BiminíD, porque, además del oro, los indios poblaciones de Veracruz, Santo Domingo y San le dijeron: eY hay bebedizo. ¡Si bebes de esa agua, Agustín de la Florida, San Juan de Puerto Rico, no morirás jamás!" A Ponce de León, le produjo Portobelo, Cartagena de Indias, la G~aira. ¡No hay 61
plaza española en el Caribe que no conozca el mor· disco sangriento del más grande de los piratas y del más grande de los marinos que tuvo Inglaterra en el siglo .'>\'1! Y, jUlllo a Drakc, Hawkins de quien con dedr que en.! :!!lU maestru, es sulkicntc. Y el 010nés, devastador de Golfo Dulce. Y Margan, el pka. ta asaltador del triángulo Chagres·Portobelo·Pana· má, el hombre que fue capaz de establecer una ruta que iba del golfo de San Miguel a Chagres dispar de la que hiciera Vasco Nuñez de Balboa, porque Morgan estableció la ruta llamada «del sao queo». Todavía en el siglo XVIII, los ingenieros que recorrían estas tierras la llamaban da ruta de Mor· gan». Y, hasta se sabía por donde habían pasado «160 mulas cargadas de oro» que Morgan se llevó para la Corona británica. Después, el siglo del filibusterismo. Y por fin el siglo XVIII, donde está la «guerra reglada», en la que hay que hacer una puntualización clave: Inglaterra contra los Dominios, presentó un ejército que tenía señalamientos de objetivos a discre· cic?n para atacar sobre ellos en forma masiva.
El «Continente en Piedra»
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Contra ellos, España, .tuvo que levantar un enorme escenario de fortificaciones. Un enorme «continente en piedra». El á'rea del Caribe, corazón .de Hispanoamérica, se ,pobló de fortificaciones que son verdadero tesoro. Desde San Agustín de la Florida hasta la entrada del Ot'inoco en La Guayana, tenemos el reborde continental lleno de defensas: San Agustín de la Florida, castillo maravilloso que se perdió en el año 1817 por José CoppÍinger, el héroe, que si no pudo hacer defensa, sí la haría ¡y de qué modo! en el Castillo de San Juan de Ulúa. San Agustín, fue el primer fuerte, el primer castillo que se perdió y cuando el castillo de San Agustín se tambaleó se tambalearon todos los castillos en Hispanoamérica. Las fortificaciones de Nueva Orleáns, en la Florida Occidental, recuerdan el paso del Capitán General don Bernardo de Gálvez, el que, cuando se firmó la paz de París en 1763, no pudo. esperar más y preparó sus ejércitos con los que, de una galopada. arrebató las plazas de Natchez, Batón Rouge y Movila. En el golfo de Méjico, la ciu dadela de Veracruz, Itllave del Virreinato de Nueva España», y el castillo San Juan de Ulúa, el ultimo castillo donde ondeó la bandera española en el continente, y cuyo defensor, el mariscal de campo, don José Coppinger hizo una gesta tan sublime que se le concedió la laureada de San Fernando por aquella «defensa rayana en lo sublime». Y después, los fuertes «'llaves de los caminos para cortar, el territorio Yucateca»: Campeche, y el castillo de A
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Bacalar para cerrar la preslOn inglesa de Belic~. Y el castillo de San Felipe del Golfo Dulce, y el Castillo de San Fernando de Omoa, que recuerda la cmpresa de Desnaux y la reconquista por Gálvcz. Y el castillo San Juan de Nicaragua, con la mago nífica empresa del capitán Aissa. Y el triángulo de Chagres el de los grandes problemas del coro tc umbilical de los Dominios. Y el castillo de Portobelo cn Panamá, tantas veces asallado.. Y después la ciudadela de Cartagena de Indias. ¿Cómo no recordar los años 1739, 1740 Y 1741, en los que el al· mirante Vernon atacó insaciablemente aquella ciudad y hubo en la última, en la del 1741, ocasión a que, en vista de que el éxito le era propicio, acuña· ra una moneda en cuyo anverso decía: «El orgullo español abatido por la espada victoriosa del in· glés»? Pero Cartagena de Indias no fue jamás conquistada y los españoles tuvieron el honor de desmentir el dicho de aquella medalla conmemorativa. y el castillo de la Angostura y de Maracaibo en el lago, y el castillo de Puerto Cabello, fac· toria comercial de la Real Compañía Guipuzcoana, y los fuertes de La Guaira y del Castillo del Aram, el de las «Salinas» y'los castillos del arinaco, por donde penetró el famoso Walter Raleigh, el amado de la reina «virgen», Isabel de Inglaterra, con un navío, una bandera bordada "por la reina, y una leyenda que el P. Constantino Bayle, traduciéndola al lenguajc' de la época nos ha dejado s4 versión exacta: «Guerra y asalto». Aquí dejó su honor, y su propio hijo. Y des· pués, los castillos de la isla Margarita. Trinidad, eslabón que une el cuerpo continental con el archipiélago de islas que van desde I'as Bahamas -Lucayas-, hasta las grandes Antillas: Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y las islas de Barlovento y Sotavento.
El «Arco de Ulises»
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Los ingleses, dij:;mm, que Ins Antillas, las Ba-, hamas, Barlovento y Solav,,'nio, y la Trinidad son un rosario de islas que, más que rosario -porque eso serí.. cnll'ar l'n los doglllas caLólicos de los españolcs- se 'trataba del «Arco de Uliscs». Si el Almirantazgo supiera introducir una flecha que atraviese el ~Arco de Ulises», se rompería en mil pedazos el Imperio español, no solamente en el área del Caribe, sino que supondría el corte de l?s Dominios. En la mitad del XVIT, se decidieron a. cortarlo por el Golfo Dulce; por San Juan de Nicaragua; por Cartagena de Indias. Pero Jamaica, perdida en aquella desgraciada decadencia del XVII, no fue una flecha certera. Las certeras las' dio el Almira'ntazgo inglés en el último período de la guerra anglo-española. Dos .fueron
los 'Puntos vulnerables del «Arco de Ulises»; San Juan de Puerto Rico y la isla de Trinidad. Trinidad se perdió en los dos aciagos días, imborrables en la memoria, del mes dc febrcro de 1797. Saltó el «Arco de Uliscsll, y la isla de Trinidad caída cn poder del almirante Harvey y del general Abercromby hundían la unidad y la trabazón de los Dominios. La misma escuadra que atacara a Trinidad, atacará rcfo,"zada a Puerto Rico, en aquel mismo año durantc los días 17 a 30 de abril. Pero aquí la suerte no fue para los ingleses.
Noticia llistárica de San Juan. Fortificaciones )' ataques Aquí Juan Ponce de León en el año 1509, fundó población cntre Bocavieja, Caño Vicjo y Caño Nuc· va: Caparra. una casa fuerte. No debía ser muy propicia ni muy oportuna. puesto que los mismos soldados que le acompañaban, le pidieron el traslado a la Isleta, como se llamó y se llama. Ponce de León presentó juicios contradictorios, pero informó al monarca el Licenciado 'Rodrigo de Figueroa y la 'población de Caparra fuc trasladada a la Is· lela. Y así se fundó la ciudad. Sc hicieron tres fortificnciones en el siglo xVt: In Fortaleza -casa fuerte~; el refUerzo del castillo de El Morro, quc no tendrá la configuración actual, sino unos cañones a barbeta, en balería, y el castillo de San Jerónimo. Adcmás contará con un pequeño puntal de refuerzo, «La Perla», del que todavia se conservan vestigios. un tajamar y un trozo del primilivo fuerte. Felipe I1, en prevcnción de la guelTn con Inglaterra, reclamó la ayuda' del ingeniero.arq,uitecto Bautista Anlonelli, que con el mariscal de campo, don Juan de Tejeda, pasaron a San Juan de Puerto Rico, hicieron refuerzos y levantaron fortalezas. También arrt.'glaron otras plazas como Portobclo; Cartagena de Indias; La Gunira. Cuando alacan los inglesL-"S, Drnke en 1595, con veinte navíos y tres mil hombr~s, por la Punta de las Tres MalÍas o de las Marias, como hoy se llama en Puerto Rico, y bordeó la Isleta, entró por el canal de El Morro, pretendió asnltar la Fortalez:t, pero los cañones que defendían el cnstillo le «sacudieron» y Drake huyó. Muy cerca de El Morro, arrojó al mar el cadáver de Juan Hawkins que había ncudido al atnquc de Puerto Rico. El moriría, años más tarde en Por~ tobelo, en uno de los ataqul's. Después de Drakc en 1595, sufrimos el ataque del Conde de Cumber~ land, por Cangrejos, de'sembarcó en la bahía de lns Zalemas entre el Escambrón y el caslilhJ de San Jerónimo. Y entró en la Isleta, pasó por delan~ te de estas fortificaciones, de lo que había de ser ·castillo de San Cristóbal, y tomó la ciudad. El go·
bernador Mosquera le entregó las llaves después de tenaz defensa. Poco pudo hacer el Conde de Cumberla.nd, purque si la del'ensa, aun heruica, no pudo impedir la toma de la ciudad, las fiebres que se desencad~naron le obligaron a reembarcar. Después del Conde de Cumberlnnd, 1598, vendrá el holandés Henrico, el hombre de las «empresas holandesas- en busca de factoríns, no eran empresas de conquista ni de civilización, sino factorías comerciales. Henrico llevaba una misión muy fUC'l"te en el Caribe, sobre todo en Cartagena de Indias, pcro antes pasó por Puerto Rico, porque sabía que aquí estnban los galeones. Y Henrico penetró en la bahía. desembarcó, tomó la ciudad, menos el castillo de El Morro, que resistió heroicamente. Hubo ocasión de rasgos como los del capitán Amézquita, en el duelo con el capitán Ussel del ejército de Henrico, duelo a muerte; el capitán Amézquit-a, pa~ só a ser un héroe legendario de Puerto Rico. Estos ataques: los de Drake, Cumbcrland y Henrico (1595, 1598 Y 1625); sirvieron para demostrar que a Puerto Rico había que protegerlo. A partir de este momento, empiezan a surgir recintos, coro tinas, el castillo de San Cristóbal, el castillo de El Morro y la línea de baluartes: Santa Elena, San Gabriel, San Agustín, Santa Catalina y la Concepción, que defenderán a la ciudad por la bahía, Puntilla de San Lázaro y el desembarcadero. y era necesario más, en ese tiempo que llamo Periodo de esplendor de las fortificaciones puertorriquciias, como consecuencin de las guerras angloespañolas. Entonces una serie de cortinas los Baluartes por el norle: lus de San Antonio, Santa Rosa, Santo Domingo, Anirnns, Santo Tomás, San Sebastián. Baluartes que cierran el recinto magnífico, apoyándose en el Castillo San Cristóbal con sus dos revellines: Príncipe y San Carlos. Una «segunda línea» de protección -de la que todavía hay restos en la avenida Ponce de León-, y la «primera línea», llamada de los aTrece Aposta.deros» frente a la islita Jorge, por el Escambrón y protegían las carlinas dc San Jerónimo hasta el Puente de San Antonio. Cuando este recinto fortificado -con el fuerte del Cañuela para proteger al castillo de El Morro-, está tra.zado a fines ,del 'Siglo XVIII, se les OCUI1re a Harvis y Abercromby, ,"enir a por el otro eslabón del «Arco de Ulises •. Este ataque de 1797, entre el 17 de abril y el 30 de abril, tuvo una sorpresa fenomenal. Atacaron con 68 naves y 11,000 hombres. En San Juan no había más que cuatro mil soldados, la mitad bisuñus, «chenchcs~, como dice el historiador Blanco. j«ChenchesJ>, bisoños, pero.... qué magníficos soldados! Abercromby, desembarcó en el Condado, en Cangrejos y atacó los puntos fundamentales. La batalla, más que por la «Isleta., podía llamarse la balalla del Caño de San Antonio. Dos fuertes, el 63
Castillo de San Jerónimo y el cPuente fortificadoJl de San Antonio, resistieron la acometida, increíblemente. Abercromby llegó a desembarcar, se situó en el cerro que se llamó el Rodeo -también Moñte del Olimpo-; muy cerca, donde está el palacio de verano del Obispo, Abercromby estableció su Cuar tel General. Para defenderse del ataque, 'contaba el brigadier Castro con los factores: clima, el caño de San Antonio, y las recién terminadas fortalezas contra las que no se atrevió Abercromby. El ataque se desarrolló contra la "Primera y Segunda Línea» y los fuertes San Jerónimo y San Antonio. Aquí figurarán nombres de trascendencia impresionante: el teniente coronel, don Teodomiro del Toro, que defendió el Castillo San Jerónimo, y el capitán Ignacio Mascaró, que defendió el Puente Fortificado de San Antonio. Y también un suboficial, el sargento Diaz, que se atrevió a atravesar el Caño por sorpresa e hizo prisionero a uno de y
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los capitanes del Estado Mayor del general Abercromby. Y los del teniente Lara de Río Piedras, con las Partidas de Voluntarios del Interior, aquel que tanta fiebre tenía por luchar contra los ingleses, que precipitó un combate que el brigadier Castro 'tenía aplazado. En esa precipita«;:ión estaba precio samente la victoria, porque atacó Lara cpn aquellos gloriosos «Cuerpos Volantes de Río Piedras» y Ralph Abercromby' cercado por el Este, Sur y Oeste, ante las magníficas defensas de los Castillos, en los que, señores, no solamente se defendían los Dominios de España. Eso era San Juan de Puerto Rico, y así hay que considerarlo. En el concepto histórico, de estos fuertes San Jerónimo y San Antonio, de San Juan de Puerto Rico, dependía el honor. la suerte y el prestigio de la Corona de España. ¡Gracias a esos Fuertes, gracias a aquellos héroes de 1797, los españoles, y los puertorriqueños, tuvimos la suerte de estar juntos hasta el año de 1898!
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