desnuda fortaleza Luis Escavy
mursiya poética 40
LA CASA DE CUALQUIERA
Sus ventanas son ojos que me observan desde una vida antigua que fue mía. Las columnas no pueden sostenerla y, aunque sus piedras quieren separarse para ir hacia otro mundo, mi identidad herida las detiene. Por fuera, sin embargo, nadie diría que es una casa antigua y que está sola; podría ser la casa de cualquiera, pero solo es el alma donde vivo.
MUDANZA
Siempre vuelve la tarea de elegir los libros que acompañan tu aventura. No son nunca los mismos; en cada despedida te proclama distinto el equipaje. Empiezas otra ruta de tu historia y nadie sabe que un tercio de maleta esconde lo que amas, lo que eres.
LLEGAREMOS
No llegaremos tristes ni con esa soledad que suponemos en los que ya han partido. Tampoco dando gracias ni pidiendo perdón por el botín legítimo que nos han cosechado los errores. Llegaremos cansados y sin más equipaje que las manos amigas al calor familiar donde los dioses eternos impacientes esperan las historias del mundo.
DE RUINAS Y HOMBRES
No hay cuerpo que no tenga trascendencia, ni piedra sobre piedra que no recuerde el roce de la mano que le dio un lugar y un orden. Tampoco existe el hombre sin su historia.
ASEDIO
He buscado el silencio y en algunos lugares aún persiste su rastro como un fuego encendido. Lo defienden los monjes, los altivos de alma, los que buscan un entorno alejado para entregar su amor.
Miro las bibliotecas como Eneas mirara desde dentro su patria en el instante previo del derrumbe, cuando todo seguía conservado igual y había que partir. Era inminente.
Desde muy lejos Roma espera ser fundada. Quizá será mejor. No lo sabemos. Pero por el momento a mí que he seguido fielmente las costumbres antiguas, me asustan los estragos del destino, los planes de los dioses.
ALINE PARA DOS
Como en un carrusel abandonado a finales de siglo, yo he querido subirte a mis poemas, para enseñarte el vértigo de una emoción difícil, lo rápido que vuelves a mi vida.
A pesar del calor que te ofrezco de lejos, tiene frío tu piel en las palabras y, a mitad de su vuelo, me arroja un adjetivo de mentira, un verbo equivocado.
Aunque hablen de nosotros, los poemas no empatan a la vida, ni pueden devolverme la canción que elegiste para mí ‒comme une épave sur le sable mouillé o los tiernos olores
que inundan los lugares que amas en el mundo, la parte de tu alma que fue mía.
Como en aquel acantilado, al borde mismo de la oscuridad, no puedo perder nada: tira de mí el idioma hacia tu cuerpo, tu límite de piel que yo he creado.
A VECES
A veces necesito recogerme, fumar un cigarrillo, mirar alto y rezar porque a nadie se le ocurra venir a profanar este refugio. A veces se me olvida ser humano, abrazo unas costumbres asociales y vivo silencioso en mi interior. Mi voz es una voz que solo escucha.
CASA DE JUGUETE
Aquí, bajo estos pinos, una casa vacía de juguete esconde mis más íntimos secretos.
Igual que ahora esas ramas se inclinan hacia el suelo, la memoria presiona lo que fui.
Quien mire este lugar desangelado con los ojos ardidos de presente jamás descubriría la verdad, y creo que eso es lo que me duele: saber que solo yo, los otros ya se han ido, podría revelar qué ocurrió aquí; qué imagen arrojaron a mi vista los fantasmas heridos del pasado y cómo la detuve con mis ojos,
qué luz me golpeó para marcharse.
SOLO UN PASO
He visto conjunciones en los astros que me han hecho pensar en el destino y en cómo esas extrañas variaciones orientan nuestros cuerpos desde el cielo. He visto en la pobreza una virtud tan rara y tan profunda que ni siquiera al hombre más cegado le es indiferente su reflejo, los vidrios fragmentados de sus almas que se unen como estrellas en las manos abiertas al perdón y a la limosna.
He oído que hay un Dios que está detrás de pobres y de astros. Ya sé que estas historias son mentira, pero incluso para el ateo convencido el hecho de que el cielo se conjugue y el pobre haya aprendido a amar la vida,
supone un contratiempo misterioso. Incluso para el ateo convencido la duda está muy cerca. Solo un paso separa nuestro mundo de los otros.
LOS DOMINGOS
No te enfades conmigo los domingos. Hay días para eso, días buenos, donde todo es más fácil, donde el pan se vende a todas horas y la gente lo compra cuando vuelve del trabajo; y hay niños que despejan las ciudades y bares que no cierran y terrazas alegres y repletas de periódicos. Y luego hay días tristes, los domingos, donde nada me sale, donde hago negocios chapuceros, sumo mal y fallo varias veces en lo mismo; me caigo tropezando en la escalera y no importa qué haga porque es domingo una vez más, es ese día que Dios me deja libre y donde pierdo las ganas de empezar otra semana.
LO NORMAL
Esperando que vengas, leo un libro, me preparo un café, pienso en mañana, como si en diez o en quince o en veinticinco minutos no llamaras a la puerta. Como si que tú vengas a mi casa una tarde cualquiera de mi vida no fuera una razón para alterarse. Esperando que vengas, como siempre, sin saber bien qué hacer, a la deriva, sin mirar la ventana, concentrado en cosas que no tienen importancia, finjo que lo normal es que me quieras.
LA LLUVIA
Lo mejor que te puedo dar ahora no es una de mis noches, ni mi cuerpo, ni soy yo ni siquiera, ni es quererte. Lo mejor que ahora puedo darte es un silencio tranquilo, un paseo muy largo mientras vamos hablando de tu vida y la mía y corremos a casa, para huir de este tiempo, para huir de ese miedo del que estamos cansados. Amor también se dice lentamente con palabras pequeñas como lluvia.
EL ASFÓDELOS
Siempre quise tener un asfódelos, con sus blancas ramitas, su plumaje, su dorado imposible, aún naciente. Prometiste una vez que buscarías uno para mí, pero el asfódelos solo crece en praderas y en llanuras. Se sentiría extraño en mi terraza, sin ver el horizonte, sin abrirse, sin confiar en mí. Su belleza callada, impulsiva necesita estar sola y saberse infinita y en silencio. Pero en tus ojos ya lo has dibujado en medio de nosotros y en mi vida. “Pondremos un balcón en tu pradera”
ANIMAE DIMIDIUM MEAE
Adonde yo no llego tú sí llegas. Donde tu cuerpo espera, espera el mío. Cuando termine el mundo, nos iremos y da igual si voy solo o si vas sola. La mitad de mi alma ‒dijo Horacio‒ es lo que tienes tú. ¿Y la otra media?
Ruinas.1865.Luis Rigalt