MOVER DE SITIO LOS ESPEJOS MARÍA MARÍN
mursiya poética 39
DENTRO DEL MARCO
«No somos más que niños grandes que se agitan en vano cuando llega la hora de dormir» LEWIS CARROLL
Habrá quien sin buscarse se haya encontrado en el espejo o en el agua, y que a falta de reflejo por fin haya visto verdad en este mundo de acá para dejar eso otro a aquel lado. Pero les diré que yo todavía no me sé a esta parte, y que nunca encuentro nada en los espejos después de romperlos. Que dentro de aquel marco no me he visto en años, o es que tal vez nunca supe que no me veía —hasta que lo supe —. Que en las únicas líneas donde me he visto tienen cuerpo de fotografía y de personas que ya no están. Y que es posible que solo me viera entonces por esas personas de acá que ahora solo me miran desde el marco. Miren que tal vez conforme aquellas vayan dejando esta parte, mis líneas se hagan humo y se deshagan.
Les diré que acabo de pensar que quizá los que se buscan son los que más necesitan que los encuentren, o que hay quienes no se saben perdidos —porque no hace falta saberse perdido para estarlo— y tampoco sé si esto lo pensó alguien antes. Que si algo sé de mí es que nunca sabré nada importante. No hasta volver a encontrarme frente al espejo y ver dentro del marco algo que rotundamente diga: “Tranquila, estás en casa”.
REUNIÓN «We are all mad here». (Alicia en el País de las maravillas, Lewis Carroll)
Estar a solas contigo mismo también es estar con más personas que no son tú.
El mundo avanza inevitablemente hacia adelante, aunque a veces parece retroceder. O quizás soy yo dando un paso atrás. No saber quién eres acelera el tiempo, que parece contagioso porque todo el mundo se vuelve viejo a la vez. Para mí el mundo avanza tan deprisa que apenas conozco mi nombre. Les diré lo que sé: yo soy las personas que me quedan, que se quedan, que quedan, cuando yo también he decidido marcharme.
LO PEOR «Lo único que pasa es que, cuando uno muere, se escapa del cuerpo. Caramba, si todos lo hemos hecho miles y miles de veces. El hecho de que no se acuerden no significa que no haya ocurrido». (Teddy, J. D. Salinger)
Lo peor de que la gente se muera es darte cuenta de que se muere.
PÁJAROS «Entre las líneas, apareció ante sus ojos una imagen de aves que revoloteaban unas a gran altura y otras cerca del suelo. Eran gaviotas». (El rumor del oleaje, Yukio Mishima)
Mis padres lo contaron: el pájaro había abierto la puerta y se había marchado. La verdad era otra, lo supe más tarde. Pero a veces prefiero pensar que ciertas personas no mueren. Simplemente dejan sus jaulas. Y vuelan.
TROYA «Oigo los hierros de la Ilíada».
(José María Álvarez)
Oigo voces, ha estallado la guerra. ¿Hablarán de nosotros cuando estemos muertos? Hoy las guerras no necesitan nombres que activen las bombas. Helena murió y también sus gusanos. Los caballos quedaron para otro tiempo. Hay tumbas donde llueve y nunca pasa nada. Troya ha cambiado su nombre y ya a nadie le importa. Los nombres tampoco importan ya a nadie. Las tumbas donde llueve, menos. Helena, sus gusanos, la guerra, las voces... ¿Hablarán de nosotros cuando estemos muertos?
NO ME GUSTA mover de sitio los espejos. Lo que se refleja dentro tiene también que moverse, y debe de ser todo un lío. Además dejan gran vacío donde estaban, todo parece más pequeño. Pero es peor taparlos, mucho peor. Mucho peor. A mi abuela hubo que cubrirle todos los espejos con sábanas. No podía parar de llorar cuando veía que la mujer que se reflejaba no la seguía al llamarla. El reflejo siempre se alejaba, llevándosela a ella, y a todos.
HABLÁIS DEL MUNDO como si existiera. Habláis del mundo desesperados por vivir y habláis de que la vida es hermosa y de que el amor es cura y salvación, y tenéis esa certeza, igual que la tenéis de que la piedra se hunde en el agua. Habláis del amor como si fuera capaz de levantar esa misma piedra del fondo y hacerla flotar y entregárosla de nuevo a vuestras manos y fuera entonces suave y cálida y se os ofreciera como un corazón vivo. Y yo quisiera esa piedra que vuelve palpitando. Quisiera las certezas y las ganas y hablar del mundo hablar de la vida o del amor aunque no existan.
AQUELLOS que decís ir a dormir y, como si por arte de magia se tratara, caéis rendidos y efectivamente os dormís. Como si tuvierais una suerte de botón de desconexión que pudierais pulsar a placer. Aquellos, sí, aquellos. Os envidio. Y quiero que sepáis que os mataría si así consiguiera yo el secreto.
The Sleeping Beauty, Op. 66, TH 13 / Act: 9. Final (La Fée des lilas paraît) P. I. TCHAIKOVSKY
MAMÁ, sé que es tarde, que es ya de noche, pero en mi sueño no sé nadar, mamá, y no sabes mi nombre. Dime que estarás aquí en la orilla esperando, que si te llamo sabrás quién soy. Dime, mamá, que mirarás si te llamo, y que no te habrás olvidado de mi nombre, ni del tuyo.
DÉJAME descansar lejos de todas esas grandes palabras que no caben en el centro de este útero infinito.
LA MEMORIA es un sitio peligroso. Y pensar es muy desordenado, porque de repente tienes apenas tres años y estás en una inmensa sala de cine de grandes butacas rojas. Los pies no te llegan al final del asiento, estás viendo los calcetines blancos asomar por entre los zapatitos de botón que hace poco fuiste a comprar con tu madre. Llevas un vestido rojo de cuadros —o quizá no, pero sí—, te retuerces en el butacón mientras piensas que el telón de terciopelo que cubre la pantalla podría envolver todo un rascacielos —debe pesar un disparate—. Tu padre te explica que esa sala ha cambiado mucho, que él iba a ver películas de indios y vaqueros, que tu madre se colaba porque tu abuela limpiaba allí, que el telón está viejo y mal conservado, que la gente lo hace todo polvo. Pero a ti no te importa, tú no lo ves —todavía no lo ves—, y el asombro no deja que la boca se te cierre, y te estira de las comisuras de los labios, y te abre más y más los ojos, y por fin apagan las luces.
El rey león dura en pantalla quince minutos, después empieza a atrancarse, y lo siguen suspiros desde la oscuridad iluminada por un fotograma estático. Tienen que encender los focos para iluminar al acomodador, que ha salido a pedir disculpas: “La máquina se ha estropeado, pero no se preocupen, canjearemos sus entradas para el pase de la próxima semana”. De pronto ha pasado el tiempo, no una semana, ni dos, aunque la memoria te diga que de aquello no hace tanto, y te recuerde que nunca hubo siguiente pase, que el cine lo cerraron después de esa función, o que lo demolieron y no lo reabrieron hasta veinte años más tarde, pero siendo ya otra cosa. Qué curiosa la memoria. Incapaz de traerte un recuerdo nítido del día de ayer, pero totalmente capacitada para poner delante de tus ojos un fotograma estático de una película que nunca pudiste acabar. Me miro los pies: todavía llevo puestos los zapatitos de botón con esos calcetines blancos.
The Sleeping Beauty, Op. 66, TH. 13 / Act 3: 30b. Apothéose (Andante molto maestoso) P. I. TCHAIKOVSKY
MAMÁ, no puedo dormir, cuéntame un cuento, dime que todo pasa, dime, mamá, qué tiempo hará mañana, llévame a tender sábanas y duérmeme, pero no me despiertes, no me despiertes.
ME AGARRO con fuerza al último y finísimo vínculo que me ata al mundo, desde lejos lo miro cada mañana y todas las noches, me digo: “no dejes que se rompa, no dejes que se rompa”, y apago las luces.