Mursiya Poética - María Martínez Azorín

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mursiya poética 38



Bene qui latuit bene vixit OVIDIO

Prólogo Hubo una madre con forma de malla, su niño de aire escapó entre pespuntes... Aunque las cascadas de miel fueron calostros amarillos. Tan solo, amarillos.

Desierto Hay muchas maneras de vivir. Hay muchas maneras de morir. Pero eso no tiene ninguna importancia Al final, solo queda el desierto. HARUKI MURAKAMI

Sobrevolar el espacio de oro sobre pasos ficticios, el viento arrincona las montañas caídas entre huecos de posibilidades. Los hombres son de arcilla en el planeta que agoniza. Ropajes infestados de esperanza entre movimientos de verdad. No existe el tiempo. No existe el espacio. Existe el ahora.


Existe el momento. Crucial esfinge durmiente veladora de células de paz. Arrastro las alas sobre la arena viva y sabia. Los primeros millones de estrellas anuncian la llegada, diosa creciente, arrullos de madre enorme. Arroyos de opciones. Tornasolado espejo. Espejismo. Todas las montañas en cada grano de arena. Universos. Infinitos múltiples. Sólo el viento y las lágrimas de los hombres mutilan la calma. Cuerpos desnudos de gigantes caídos. Uno tras otro, tras otro. Tras otro. El camino no existe. El halcón es los ojos de los hombres.


Alacranes adormilados bajo las pocas piedras del camino. Serpientes de cascabel que cantan nanas entre los riscos. Átomos que danzan bajo el sol y la tormenta. Vida de sobra entre espacios en blanco.

Cadena de congelación ¿Y qué sabrás tú del frío? Acunado muñeco de borlas y tules. Si las ruedas, para ti, son blandas. Amortiguadores. No te privaron del latido. Ni del candor de carne y agua turbia. No te privaron del latido. Ni del tuyo ni del de tu madre. ¿Qué sabrás tú del frío? Los icebergs nadan en su propia sangre y a los vientos hay que matarlos a soplidos.

(Salen a rastras las sirenas. No hay con qué respirar).


Hogar merecido Bajando a los infiernos, me encontré contigo. Te habías instalado en una casa con puertas metálicas, en el mismo barrio que Neil. Los viernes por la tarde, Lou iba a cenar mientras Mr. Cohen llevaba copas de vino barato. Me encontré contigo. Justo en aquella parada de bus. La ruta se nos quedó pequeña. Alquitrán, hielo sucio y cansancio en las entrañas. Abrazados vimos varar a las sirenas muertas. Jim fuma peyote. Tú lo dejaste hace años bajo prescripción médica. En medio del desierto o de ninguna parte. Me topé contigo rumbo al infierno mientras la mujer caníbal te soplaba en la nuca, hechizando tus pasos con botas de plomo. Altavoz de vida y muerte que acoges.


La mujer caníbal te da la mano en los momentos de huída. Me encontré contigo rumbo al infierno pero, en tu jardín de cardos, las flores son más grandes. (Patti canta en medio del patio con la botella vacía en una mano y la luna llena en la otra: - Venga, Janis, quítate los ojos y haz los coros).

Rumbo al infierno, me encontré contigo. Proyecto de “mejor padre del mundo”.

8 mm. Has descendido bajo mi umbría de monte sacro, juzgando alacranes con botas de siete leguas. Bruñendo soles, has contemplado los riscos que afilas. Y, allá, el resto. Ruidosa masía de viento que canta alabanzas al limbo. Y, aquí, desierto. He rozado el final del velo estrellado. Casi lo he visto.

Al final todo queda en 8 mm. En blanco y negro.


De nombre, Olvido Líneas de fuego. Enemigas. Y colores caídos en batallas. El juego del hombre es parpadeo de dioses. Y, en los templos, de culto a Jim y Jimmy, se consagran las gargantas con vino de Italia, con papeles efervescentes, con tambores eléctricos y con vendas negras de muro. Es entonces cuando llega. El olvido

(Confundir el recuerdo con la imagen. Una vez fuiste, hijo).


Madre colador Las madres colador pierden a sus hijos por las grietas. Y no son más que madres cojas. Huecas, secas. Yertas. Locas. Acunantes de espacios sonoros Que inventan tras giros repentinos. Donde habitan, Sólo, a veces, Niños Yule. Ojos huecos. Carne viento. De espinos, cuna.

....Ea, ea, ea, se va a dormir, Mi niño pequeño, el que tengo aquí, palma de mi mano sostiene su risa, Esa que no fue pero que escucho en la brisa...


A las puertas cerradas Abrir la puerta y ser madre a tiempo completo. La que limpia y se come los mocos mientras llora en la noche de dormir y callar.

Padre Una vez tuve un hijo muerto. Fuiste padre de un niño, madre yo. Y lo matamos juntos. No lo pensamos. Jugamos a no plantear su existencia. Isidro, labrador y artista. Sofía, sabia y poeta... Con los ojos grises, con la cara blanca, con las manos llenas, con su risa abierta.


Pero nunca conoceremos a ese hijo nuestro. Con mirada de planeta del que sabe, la que no espera. Nunca, jamás, nunca lo sabremos pues en esta esquina, donde nadie queda, no me viste la sonrisa, ni los trinos, ni azaleas. No entreví tus ganas quietas, ni tu opción ni a ti. Tú que esperas. Solo rocé tu chaqueta, mi falda en tu pierna. Segundo de dicha, dos pieles que no se vieron.

Y el viento cruzó la acera. Pero tú y yo fuimos Padre Madre Olvido Cuna de un niño que no nació y nació muerto. Quien, sin pensarlo si quiera, se lo llevó el viento...


Inundación La inundación de aquel año arrasó con las cosechas y la sangre. Terminó por no incendiar el granero donde, con cinco años, buscábamos grillos. Y no sucedió el encuentro. Con las lluvias torrenciales que anegaron los bajos y las ganas. No se condujo el rebaño. No, porque no fueron. Se desnudaron tus ojos. Ni me abrasaron las canas, ni me hice a un lado. Ni comieron los gatos de tejado. Ni los viejos. Con el torrente (sanguíneo) -mortaja infinito-, No se labraron los campos. No conociste a tu madre, no desnudaste mis dedos, no existí, más que en texto. Y mis hijas flotaron eternas,


entre vivos y muertos, sumergidas, hasta el cuello, sin padre que asiera los intentos por el cuello. Tú que no eres quien piensas, Quedaste cojo de un ojo, se extinguieron los caminos de pensar en deseos y cánticos. Yo no lancé una sola piedra. Ni me zampé una sola estrella... El universo quedó tuerto y con un disparo en el pie.

Ahogo ¿Sabes de la cáscara de nuez agarrada a la garganta? Intersticio faríngeo que impide el paso. Recodo de camino que asusta.


Doncella de hierro Estrellarse contra el viento y no sentir frío es el rezongar de los hirsutos paracaídas desechados en la guerra de buenos contra buenos. No nos quedan espacios de átomo para revivir la escena del crimen y salir al prado de dientes de león y claros. Anuncio de CocaCola vendida en Francia a principios del siglo pasado. Espaldas desnucadas y policías que miden el largo de tu falda. Vigilia constante. Carrera contra los elementos. Tiempo fuera. Allá descanso, entre las pocas rosas silvestres que habéis dejado secar. Ya no soy quien fui. No quedo nada. Estructura ósea de un fantasma hueco que, otrora, cargaba con la máscara de otros. Abran los dientes. La doncella de hierro se desmorona.


Niño Agua El hueco agujero vacuo. Plancha metálica que acontece al frío, donde no se puede vivir porque no hay vida. Asfáltica sensación de hundimiento, de sepultura, allá abajo. Apisonadora que sesga opciones. De momento, son ojos.

María, ¿por qué me has abandonado?

Fui madre de una ola que se fundió en viento.


¿De qué color son tus ojos? En tu cuna transparente, duermes. De vez en cuando, te agitas. Inquieto. El frío se agarra a los muros. Mi bisabuela te mece, entre hojas de chopo amarillentas. Te entremetes en su trenza de luna. en sus senos de masa. Apaciguadores. Y, sonríes, en pequeño. Pero jamás abres los ojos. Porque no tienes.


Cementerio marino Descanso acá, entre níveos estallidos de congelación y claro. El río ha crecido entre los robles, hartos de soportar el peso de las sogas pueriles. Es enorme la inmensidad del agua que viene de abajo a arriba. Imposible esconderse. Anegados, los tejados que flotan, se sumen en resignación de soles perdidos y los gatos, marinos expertos, respiran bajo el agua con branquias y sal. Lo único que queda en sequía, eres tú. Y el puente rojo.

Lo demás se mueve a tempo primo, caldo de cultivo primigenio. Primordial.


Allá abajo y allá arriba, antes de tocar viento. Verde eucalipto de algas y hierba. Descenso morado y gris. Esperpéntica mueca de alivio y rendición. Te veo allá, hijo. Sobre la baranda incrustada en el agua trémula. Y suspiro que no caigas y sí. Que tu rubor dance sobre tu sexo y sobre tus pulmones vahídos. Pero no quiero hacer nada.


Acta est fabula. Reducidos los incendios, se intentó lo imposible. Y carburantes estelares vinieron al encuentro. No hubo forma de detener el ascenso del cometa Halley. Se perdió entre un abismo de palabras, consumidas en las primeras horas. Siendo mentida por lo que arrastra. No fueron fechas para darse un atracón de hombres y Luces. La saciedad trajo la enfermedad agarrada de la espalda. Y, en ese disparo, acabé contigo.



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