La mancha 134

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Serie Poesía plegabe “In vino veritas” Dar nombre a los caminos Parir la comuna

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ENCARTADO

I Concurso Literario Lydda Franco, UBV sede Zulia JURADO DEL CONCURSO OBRAS GANADORAS Un diciembre elocuente Nereyda Pérez Aquel día de navidad Un campesino en abril Bebencias Entre antropólogos te veas Las ciudades escapan de sí el rucaneo y los mabiles colección la buena calle 2014 Espalda con espalda “Aquí yace el merengue caraqueño”

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De taguara en ciudad

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Cuál poeta que se respete no ha pisado una taguara? ¿Cuál poeta en su (in)sano juicio no anda cazándolas en cuanto pueblo transita? ¿Cuál poeta que se precie de serlo no ha escrito versos en sus servilletas, paredes y tablones? ¿Cuál poeta no conoce mínimamente la historia de su taguara habitual? Que si por aquí venía Lydda; que si el Chino coqueteaba en esta esquina; que si Cesar Chirinos escribió aquí tal cosa, que si Luz Labat pasa seguido por aquí… Las taguaras son el relato mismo de la ciudad, y ese discurso edifica la identidad en la territorialidad circundante. En ellas se plantea y se replantea la vida de la ciudad, se padece la desmemoria de los espacios perdidos, al tiempo que se celebran los espacios recobrados. La ciudad misma es una taguara. A ella la circundan los mercaderes de baratijas, elíxires y las penurias. Todo junto, en amasijo de placeres y desgracias. En esta calle: La alegría. En la que sigue: la nostalgia. Al recorrido de taguaras y las ciudades que las contienen dedicamos esta mancha sobre papel, que sale a recorrer los caminos de la palabra en su función relatora de nuestro tiempo. Como de una calle a otra, al caminar estas páginas se relatan alegrías y nostalgias. Como Aquiles decía “la magia es parte de la vida, y sin la imaginación el mundo sería muy predecible”. Este esfuerzo editorial es, pues, botón de muestra de lo que somos en nuestro transitar de taguara en taguara, que es decir de ciudad en ciudad.

ISSN: 1690-2718 Depósito Legal: pp200201cs565 Tlf: (0212) 578 07 30 / 0416 631 72 12 Apartado Postal: 17362 zp. 1015-A Ipostel Parque Central Caracas Venezuela lamanchax@yahoo.com lamanchax@gmail.com http://www.lamanchaweb.blogspot.com

Consejo Editorial Oscar Sotillo Meneses Janette Rodríguez Herrera Francisco Issa Zambrano Gastón Fortis Silva Dayana López Villalobos

Colaboradores

Rúkleman Soto Egler Albornoz León Ana Cristina Chávez

Imágenes Libro, el gato

Co-responsables

Juan Carlos Sotillo Nicanor Cifuentes Gil Maracaibo-Edo. Zulia Leila Medina Jouseline Rodríguez César Santana Juan Pío Rondón Mariajosé Escobar

Gran Caracas

Solangel Morales Hely Uzcátegui Moisés Mirele Los Teques-Edo. Miranda Roger Altuve Ocumare del Tuy-Edo. Miranda Oscar Fernández La Victoria-Edo. Aragua Xoralys Alva López Leonardo Domínguez Catia La Mar Edo. Vargas Darién Giraldo Bogotá-Colombia

lamanchax@gmail.com Corrección Colectiva

Agradecimientos A la noche

LA MANCHA no se hace responsable de los comentarios emitidos por sus colaboradores.

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poesia plegable

…hecha a mano

Las colecciones de La Mancha ediciones son experiencias, no solamente una serie de impresos. Cada colección que se emprende es una manera asociativa diferente para producir. Para que exista un nuevo bien cultural, este debe surgir de acciones y experiencias diferentes. Poesía Plegable es el nombre que lleva esta nueva aventura. Una pieza de papel doblado que lleva la poesía y la imagen de cada poeta que se suma. Dos caras, una sola tinta, un plegado que deja tapa y contratapa y un espacio lúdico para la palabra y la imagen, pero no hecho por el equipo editorial, ni por diseñadores, sino por el mismo poeta, por el mismo creador que se presta al juego.

Detrás de un pliegue cuántos mundos podemos hallar. Lo desconocido, lo que está por revelarse. Nuestras manos tejieron tinta y papel en tus manos. Doblamos estas orillas donde te asomas. Nos plegamos para desplegarnos, no solo entre tus manos sino en un universo de palabras, imágenes, símbolos y trazos que nos dicen, que nos nombran que nos ondean, en tono multidiverso, como relato de nuestro tiempo.

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“In

vino veritas” Egler Albornoz León

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sta reflexión está escrita sobre un borrador, que elaboré en primera instancia. Al consultar la opinión de una amiga y camarada sobre aquel, me indujo a entender cuán cargada de discriminación estaba, pues la había elaborado sobre la base de dos chistes que cuentan las historias de borrachos y borrachas que hacen apología a la discriminación del género femenino. La semántica, una

vez más, me quitó la máscara que sobre mi rostro había puesto; mi lucha contra el machista que tengo impregnado dentro, está lejos de haber terminado. Sea el vino, o el brutal asalto de nuestra conciencia en desarrollo, quienes algunas veces actúan como identificadores de nuestros encuentros y des-encuentros con nosotros mismos. Tiene mucha razón Ludovico Silva: es muy dura esa 9


batalla; hace falta más que buena voluntad para exorcizar nuestros prejuicios. Nos hace falta seguir creciendo en autenticidad, desde la comprensión y aceptación de nuestra compleja humanidad, para poder vencernos y mantener lo que hacemos cotidianamente en sintonía con lo que expresamos desde el discurso; nuestra liberación real depende siempre de este esfuerzo por sostener la coherencia y la consistencia entre el decir y el hacer. Debemos esforzarnos más, aunque no es una tarea fácil desde la influencia de nuestra importada y asimilada cultura eurocéntrica. La frase latina “In vino veritas”: En el vino está la verdad, atribuida por unos a Plinio el viejo, y por otros a Séneca, se ha transformado en un refrán popular que afirma que “solo los borrachos y los niños dicen la verdad”. En la cultura occidental, los seres humanos hemos aprendido a escindir10

nos en todos los fragmentos posibles; así que, entre otras cosas, podemos ser vistos “feos por fuera, y bonitos por dentro”, o viceversa; separamos cuerpo y alma como entes estancos y sin organicidad. Nuestra sociedad nos obliga sutilmente a mostrarnos de manera diferente a lo que realmente somos, para ser aceptados por nuestro entorno íntimo. Nos impide ello ser coherentes; si confesamos nuestras debilidades, pasamos a ser juzgados como “acomplejados de inferioridad”, en razón de lo cual nos alejaríamos del “éxito”. La palabra “persona”, y por ende “personalidad”, derivan etimológicamente del latín, que lo tomó del etrusco phersu y este del griego prospora (pros: delante, opos: cara), vale decir, máscara. En el teatro griego, obviamente, no había micrófonos, y la voz del actor no llegaba a todos; elaboraban entonces


“La verdad es que es batalla mayor esta de verse consigo mismo (…) No hay héroe antiguo que pueda con esta miseria de conocerse, admirarse y despreciarse desde adentro”. Ludovico Silva

máscaras con solo aberturas para los ojos y en la boca. De este modo, la voz, en lugar de dispersarse, adquiere mayor potencia y direccionalidad. Gabio Basso, en su tratado “Del origen de los vocablos”, relaciona persona con el verbo per sonare; este verbo significa “sonar a través de” (per). La palabra persona era la máscara que como tal caracterizaba a un personaje con un papel concreto dentro de una obra teatral. Es desde allí que Edwin Goffman elaboró su “Teoría del Rol”, en la que afirma que la sociedad nos asigna, o nos asignamos nosotros mismos, un papel para actuarlo en ella; hay quienes pasan la vida tratando –infructuosamentede identificarlo y encontrarlo para ejercerlo. Sin embargo, prefiero pensar que es mucho mejor ser auténticos y caminar desde ese sendero; que si alguna embriaguez nos ha de diluir nuestra máscara social, que sea aquella que

nos produzca el torbellino de endorfinas que nos genera el amor, sea éste por la pareja con quien nos toca compartir los caminos, o por el resto de la humanidad. Seamos realmente auténticos; esto se logra desde el reconocimiento de que somos seres duales, como nos lo recuerda Ludovico: “Lo que es y lo que quisiera llegar a ser: ¡Por todos los dioses, aunque toda idea del hombre sea una y circular, todo hombre no es más que dos! Reconocernos humanos, aunque lo explique, no necesariamente justifica todos nuestros actos y actitudes; por el contrario, nos hace responsables de nuestras miserias más íntimas, y en consecuencia, de nuestra obligación a superarlas. Hagamos nuestra la promesa que a sí mismo se hizo Ludovico para permanecer coherente: “El día que yo pacte conmigo mismo, muero”. 11


Juan Carlos Sotillo

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ronombres nuevos lleva por nombre el poemario. La necesidad, siempre, de cartografiar esos pensares que me mueven y conmueven, en ese diálogo que fuerza a salir el decir más íntimo, quizá pretendiendo que sea su esencia la que se manifieste en ese echar palabras para provocar el intercambio, como si de él (en él) fuese a brotar la imagen buscada. Eso es Pronombres nuevos, una primigenia intención escrita de dar nombres a los caminos que por transitados tantas veces se nos hacen ya indescriptibles, pero que vemos necesario repasar en el dibujo que es la cartografía de una existencia que sé múltiple, hétero-intervenida, con esa deuda hermosa del relacionarnos que nos hace humanos y más Juancho Sotillo cada día. En el poema y la suma de ellos que es el libro es inevitable mencionar el yo poeta, pero estando clarísimos de que cada pieza de ese yo es la suma compleja de un nosotros errabundo, de una esquina y su sombra compartida donde, acaso alguna vez, se cru12


zaron palabras. Es un yo soy que es un nosotros hemos sido, con alguna canción compartida a la luz ámbar de un ron y una par de cigarrillos embolerados o acaso trovadores. Es insoslayable tomar partido de un yo que se conforma a trazos desde un afuera agradecido y agradeciente, que busca en el poemario esa forma de nombrar a quienes hayan sido culpables de cada letra allí plasmada; culpabilidad de la cual soy yo, y nadie más, el absoluto responsable. De allí esas letras, líneas, esos gritos y susurros. Así un poemario (y más en este caso por la primogenitura del mismo) viene a ser esa especie de espejo retrovisor con el cual nos buscamos –o me busco, volviendo a centrar el cuento en mi epidermis- en esa multitud en la que no hay jamás protagonistas únicos, aunque sean la misma persona varias veces. Con lo que no contaba uno cuando suelta esa catajarria de hijospoemas al camino de sus andares de gente grande o que va creciendo es que alguien los haga suyos, los

posea, los llegue a amar e incluso sea capaz de darles una forma otra, con carne y huesos que vuelan, que se mueven en los aires o en esa tridimensionalidad de suelo y espacio libre que es la danza. Francis Ochoa lo hizo. Tomó para sí Pronombres nuevos y en una forma que hemos de ir descubriendo cada vez que veamos Piel abajo, su contribución a una tetralogía llamada Cambio de piel, que es danza, que son pieles que buscan entenderse, que es escena que vuela, suda, suena y desarrolla esa maravilla única que es el espacio provocado por quien sabe vivirlo. Piel abajo es, nos dice Francis: “…una pieza coreográfica que nace de la idea de trabajar con el cerebro reptil, aquel cerebro del instinto que reacciona, da respuesta, sobrevive es primitivo. Esto por que como persona soy bastante emocional, sentimental y muy razonal a la vez. Entonces en la necesidad de crear decidí dejar a una lado lo que siempre me ha caracterizado como persona y tome 13


otro rumbo menos razonal y emocional, más instintivo. Piel abajo también nace del deseo de salir de las reglas, normal, (es por esto que su escena es con el telón de la cintura para bajo en casi su totalidad) y busca desapegarse de códigos sociales, morales, de deseos de llegar a ser o hacer para complacer.” La letra que fue sustancia casi olvidada en su solidez primigenia, vuelve de su abstracción poemática y sacude de nuevo los espacios, traducida por otros sentimientos, aparentemente ajenos, pero que nos avisan que los sentires, que los goces, que las epifanías y las sonrisas habitan universos que no son disjuntos. Nos cuenta la coreógrafa que Pronombres nuevos vino a darle forma a sus ideas, a poner en su sitio eso que revolotea y que no siempre logramos asir. El poemario deviene así grafía mediante la cual traducimos un Mundo a otro, interpretamos dos formas de ver esa realidad que está allí afuera y que se nos antoja distinta desde la subjetividad a veces egocéntrica, pero 14

que al sorprendernos en un verso o en una escala musical particular o en un giro del cuerpo hacia un punto espacial particular, nos viene a contar que no son tan disímiles los sufrires o los goces que nos da por llamar realidad. Pero que sea la misma Francis quien nos diga con su tono tan particular qué fue lo que vio en Pronombres nuevos: Pronombres nuevos le dio dirección a todas mis ideas desordenadas y me centré en desarrollar la coreografía utilizando los siguientes poemas que caracterizan distintas escenas dentro de la pieza: “Espejismo de lo que no debe ser” y “Pared adentro”. Para la primera parte de la pieza, que trabaja con unas botas que representan el estar dentro de... el sistema, las normas, las maneras de comportarse socialmente, visiones moralistas, etc. Luego nos quitamos las botas para salir de lo anterior descrito. “Porque me voy siendo”, el encuentro con lo diferente y desconocido que muchas veces rechazamos o nos da por temerle. “Yo espero”, “Tú que soy yo”, representa un dueto - solo - dueto


que simboliza los momentos en los que creemos estar solos o queremos estar solos pero siempre estamos sujetos a alguien, obviamente convivimos en un común que está activo en el alrededor, por más que nos aislemos siempre habrá quien se asome a interrumpir (situación muy personal en la búsqueda de tener a alguien como pareja y rechazar a todas a la vez) “Sin titulos” representa esa situación de querer hacerlo todo, de ser omnipotentes en nuestras vidas, de querer estudiar muchas cosas, querer saber más que los demás, creerse los “papis o mamis” del cacao, y los metíos, y los chismosos y los que viven pendiente de que te equivoques para juzgar. […] “Oye bien” representa a las personas que se creen victimas del mundo, que todo les va mal, les falla, les pesa, la vida esta para joderlos. “De las razones para un poema” y “Andantino para amanecer” pues la verdadera esencia del porqué ando creando, de dónde me estoy moviendo, por qué me muevo como me muevo...

(explicaré que la coreografía es muy alegre y con música bastante latina y sabrosona) Como dice en tu poesia no necesitamos tragedias o convertir el arte en tragedia para que el mismo sea, tenga origen o incluso sea tomado en cuenta con seriedad. La felicidad también merece su seriedad. Y esa felicidad, no siempre seria como a veces entendemos seriedad, es la que nos plena cuando vemos, cuando sentimos esa vida otra, esa coordenada corporal, esa dimensión telúrica, concretada desde la abstracción necesaria del poema ahora hecha carne, hecha gente que sabe dibujar desde sus pieles el espacio. Pronombres nuevos se nos vino Piel abajo, desnudando, si lo pensamos bien, esa nuestra forma de ver las vidas, de ver el Mundo, así con mayúsculas, que estamos construyendo y que –qué duda cabe ya, carajo- si no se comparte, si no se cuenta, es como si no existiera. Piel abajo es un nuevo pronombre ya. Gracias, Francis. 15


PARIR

Ana Cristina Chávez

LA COMUNA

Periodista /Docente/ Comité de Medios Comuna La Guinea

L

a madrugada del 27 de octubre empezaron los dolores de parto; ese día nacería nuestra hija, por la que habíamos dado todo, y que representaba el fruto del amor de varios hombres y mujeres. Los mismos que fueron conquistados por el sueño de Mario Aular, quien se encargó de enamorarnos, de enseñarnos a pensar en grande para proyectarnos y conformar un verdadero gobierno del pueblo. Pero Mario no estaba solo, él se había unido al sueño de un gigante de la Patria, el Comandante Chávez, quien marcó cada paso a seguir, tomándonos de la mano y soltándonos cuando lo creyó necesario. Fueron casi dos años de gestación anidada en el alma. Nuestra hija poco a poco fue creciendo, formándose a medida que nos organizábamos, que entendíamos que era necesario que naciera a imagen y semejanza nuestra. Queríamos saber quién sería ella, lo que significaría para nosotros darla a luz. Estudiamos, nos formamos día a día, y le fuimos gritando al mundo que ella venía en camino. Ese 27 de octubre, las parteras de los barrios se activaron, todos nos preparamos para ver nacer a esta niña, salimos a la calle felices, en unión, con alegría. Fue todo un día de trabajo, estábamos agotados y pasada la medianoche lo anunciamos: ¡Había nacido por fin! ¡Nuestra Comuna La Guinea! Falcón estaba de fiesta y desde su espacio, nuestro camarada supremo sonreía. Esta recién nacida tiene nombre de ancestros africanos; sabe a dulce de leche; suena a tambor coriano, a cadera serpenteante; tiene el pelo rizado como el de mi madre y la piel tostada como yo. Ella se ríe y la tierra se alborota al ritmo de una Camachera; cuando llora, se oyen cantos de fragua. Mi niña es tu niña, la niña de ustedes, la de este pueblo sencillo, luchador, levantado a pulso, y requiere de nuestro esfuerzo, de nuestra entrega, para crecer, educarse, formarse en valores, en los principios de solidaridad, de reciprocidad, de unión, hermandad, justicia, libertad y autonomía; desarrollarse en el ideal bolivariano y socialista, comprender de dónde viene, la historia de su pueblo, sus raíces, el espíritu de sus padres. Ella hoy nos necesita, nosotras la trajimos a estas tierras caquetías, y en un futuro cercano ella debe ser grande, fuerte y cobijarnos en su seno en un abrazo sincero para dejar de ser nuestra hija y transformarse en nuestra madre. Esta comuna es nuestra, como nosotros seremos de ella, rumbo al Estado Comunal y a la creación de la Patria Nueva. 16


I Concurso Literario

Lydda Franco

UBV sede Zulia 17


JURADO DEL CONCURSO

José Javier León, Presidente César Chirinos Yllich Carvajal Morelis Gonzalo César Seco Sasha López Enrique Arenas

OBRAS GANADORAS Primer premio, género Narrativa y/o crónica Un Diciembre Elocuente, por Luis Montiel Estudiante de octavo semestre, Comunicación Social. Premio único, Poesía: Llanto de Luna, por Nereyda Pérez Docente del PFG Estudios Políticos y de Gobierno. Segundo premio, género Narrativa y/o crónica Aquel día de navidad, por Patricia Alvillar Docente de Idiomas. Tercer premio, género Narrativa y/o crónica Un campesino en abril, por Émily Caro Egresada de la UBV Zulia en Comunicación Social.

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Primer premio, género Narrativa y/o crónica

Un diciembre elocuente Luis Montiel

A la vida y a la Montaña, Al cielo venezolano de donde siempre caen flores.

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l domingo amaneció lloviznando y con mucho frío. Blanca Margarita Castañeda ya había terminado de hervir el café cuando, a través de la ventana, notó que otra vez había flores tiradas en el patio. Encogió los hombros y frunció el ceño un instante, luego retiró la olla del fogón, atizó la leña y cerró la ventana para mantener caliente la casa. Llevaba puesto un vestido gris largo con un abrigo encima, de los que se tejen a mano. Entró al cuarto de Elena, su madre, levantó la cortina y la vio acostada de espaldas a la puerta: -Le traje café-, dijo Blanca Margarita. -No tengo frío, gracias-, respondió sin voltear. -Anoche volvieron a caer flores en el techo-, dijo la anciana. -Mamá usted sabe que eso no es posible. -Claro que sí, yo las escuché caer y debe haber más en 19


el patio. Tengo setenta y cinco años pero aun no estoy loca. -Bueno, puede ser que salgan del lomo de la montaña y que el viento las empuje al pueblo en la madrugada, así me lo explicó don Jesús que también las consiguió en su patio-, respondió Blanca Margarita. -No, vienen del cielo -, dijo la madre mientras intentaba reponerse para sentarse en el catre. -Venga señora, bébase su café mientras le arreglo la trenza y no diga más cosas raras. Se sentó en el catre y empezó a acomodarle el cabello a su madre, y mientras lo hacía pensó en ella y en lo indefensa y débil que la sentía entre sus manos, más que por la vejez, por la ausencia del viejo. Era 15 de diciembre y ya Mérida sufría los estragos del paro petrolero que azotaba a Venezuela. El viejo Juvenal Castañeda había salido del pueblo hacía dos días con dirección a Campo Elías. Él, que a pesar de estar cerca de los ochenta años era un hombre fuerte, alto, aun no se había encorvado y tenía rostro altivo. No ocultaba su enojo por la situación política. Había sido guerrillero en la década del 60 y conocía medio país por haber sido preso político de las mejores cárceles en la dictadura pérezjimenista. Guardaba un poco de rencor por el actual gobierno: -¡Qué carajo con Chávez!, ahí está, por andar siendo complaciente con los enemigos ahora el pueblo tiene que pasar hambre. -Después se respondió-: como si no la conocieran. Ya no había harina en el pueblo y solo el mercado de Campo Elías estaba abierto, pero solo vendían un paquete por persona, además ya la carne se estaba acabando y era necesario comprar carbón por saco porque no había parado de llover desde principios de mes y la leña de las casas estaba húmeda. Ya listo para regresar con la mula de carga no llevaba consigo ni la mitad de lo que pensaba encontrar en el mercado y se decía: << por lo menos llevo el café para los días>>. Se lamentó ver por el camino un pueblo casi de-

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sierto, porque ya no había doctores ni bodegueros que mantuviesen a la gente en sus casas. Eran los días en los que los más decididos bajaban del páramo con sus familias y con las mulas de carga en busca de tierras tachirenses, aunque, en realidad buscaban llegar cerca de los mercaderes y revendedores de la frontera con Cúcuta que ofrecían víveres colombianos a quien tuviese suficiente dinero. Así se decía en la región andina “El gobierno hace lo que puede pero no hay transporte y las cosas no llegan”. Juvenal Castañeda incrementaba su rencor y de nuevo lo descargaba pero a los jefes del paro nacional: -Malditos burócratas aburguesados. -se dijo- Disfrutan de la vida, de día pasean en sus carros y en la tarde anuncian su botín en la televisión. Ya eran las tres de la tarde y había dejado de llover. Blanca Margarita le llevó de almuerzo a su madre dos bollos de maíz con un poco de queso, además de un vaso de agua de papelón que colocó en la mesa de noche junto al portarretratos donde estaba la foto de la familia completa. Estaban los tres más Lucía que era la única hija de Blanca Margarita, y que estaba estudiando para doctora en Caracas hasta que inició el paro. Tenían quince días sin saber de ella: -¿Cómo estará la muchacha?, preguntó Elena mientras probaba de su almuerzo. -Bien mamá, ella sabe cuidarse y seguro pronto llegara-, respondió. -¿Y las flores? Su padre las ha escuchado caer también. Él sabe que vienen del cielo. Blanca Margarita la miro de perfil con una ternura que parecía más bien la madre que su propia hija. -Coma mamá, el viejo no cree en eso, él es ateo. -¿Ateo? Pues sí se le olvidó, se casó conmigo, y por la iglesia-. Y siguió comiendo. Blanca Margarita sonrió de inmediato y mirándola a los ojos le dijo -Claro. El abuelo lo obligó-, ambas sonrieron. Blanca Margarita aun conservaba la belleza de una mujer sencilla, a pesar de sus 55 años, y nunca se volvió casar por guardarle luto a su marido muerto hacía 8 años atrás. Un día cargaba sacos de papas y lo sorprendió un infarto en pleno páramo. Ella se creía una mujer con suerte, ya que a pesar de lo lejos que estaba el pueblo de la ciudad, logró matricular a la niña para que el gobierno la becara en la capital. -¿Mamá, cree que Chávez aguante otra vez?-, pre21


guntó con preocupación. -Sí, los pobres están con él y son muchos. -Pero papá no lo quiere-, Respondió de inmediato. -Seguro que sí. Solo está resentido. Cuando era joven me dejó muchas veces por andar con los comunistas. Casi lo matan. Una vez se fue y no regresó sino a los dos años, más flaco y triste. Había estado preso en Maracaibo, la barba y el pelo le crecieron como a un loco. Comenzó a llover fuerte y las dos mujeres ya no podían escucharse por el bramido seco que producían las gotas al estrellarse con el zinc del techo, y Blanca Margarita le dijo a su madre que era mejor recostarse y esperar hasta el otro día a que llegase el viejo. De pronto se escucharon dos fuertes golpes en la lata de la puerta seguido de un grito <<Abran la puerta que me mojo>>. Blanca Margarita reconoció la voz de inmediato y corrió a abrir. De la lluvia helada emergió a la casa Lucía. Era delgada, de cara fina, con el cabello negro y corto por encima de los hombros. Traía una un semblante de confianza. Soltó la maleta y abrazó a su madre. -¿Y los abuelos? -Preguntó. Blanca Margarita respondió con alegría -Están bien. Su abuela está recostada en su cama y el abuelo salió a buscar víveres en la ciudad, llega mañana. Pero usted, ¿está bien? ¿desde cuándo salió de Caracas? -Desde hace una semana. Logre llegar a Valencia y luego de dos días conseguí bus para Mérida. Allá en la capital todo es un caos, los opositores tienen a los canales y a las empresas las pararon, pero ya se dice que el gobierno pondrá a funcionar algunas fábricas con la Guardia y el Ejército. No quiere que la gente sufra en navidades por falta de alimento y gasolina. La noche transcurrió con la lluvia tenue al igual que al día siguiente. No paró de lloviznar hasta las seis de la tarde del lunes cuando llegó Juvenal Castañeda con su mula cargando la canasta de víveres a medias. -¡Llegó el café!-, dijo al entrar. De inmediato colgó el canasto en un clavo del horcón de la pared para luego ir a saludar a su mujer. -No había tardado tanto desde hacía muchos 22


años-, murmuro Elena-, su nieta llegó ayer y dice que las cosas se arreglarán. -No sea así de seca. También la extrañé-, y se sentó a su lado. De inmediato y justo cuando le acariciaba la trenza ella respondió: -Ayer volvieron a caer flores del cielo. -Olvídese de eso, debe de ser que las arrastra el viento en la madrugada. Lo único raro es que ni en Campo Elías ni aquí hay flores, solo esas que aparecen en el patio y que luego se marchitan en el barro. -Pobrecitas, son de Dios y se marchitan en el barro-, dijo pensativa. Él se quito las botas, colocó sus chanclas y colgó su hamaca al lado del catre de la mujer. Se acostó a descansar en silencio. Sabía que al día siguiente sería 17 de diciembre, fecha en la que murió Bolívar y pensó que la única vez que se escuchó que cayeron flores del cielo fue cuando El Libertador entró triunfante a Mérida. Venía del Táchira, y antes de Cúcuta, traía consigo el corazón hinchado de orgullo patriota y contagiaba a todos con esa mirada destellante que los hacía seguirlo con convicciones de gloria Eran los días en que escribiría el Decreto de Guerra a Muerte contra los colonialistas. Luego se entristeció porque mañana moriría otra vez, solo, lejos y traicionado. Sollozó. -¿Todavía estás molesto con Chávez? – preguntó ella en la oscuridad. -¡No! Solo es que le falta carácter, pero es bueno-, le respondió-, al rato se durmieron. Por la mañana Blanca Margarita Castañeda colaba el café. Eran más de las siete, y apenas el tenue sol aclaraba el páramo. Lucía estaba sentada en un taburete cerca de la puerta cuando empezó a sonar el techo: -Mamá apretó la lluvia-, dijo. En su cuarto la anciana abrió los ojos con una impresión de estar despierta desde la madrugada y dijo: Juvenal, sal al patio-, el viejo, que tenía rato despierto, frunció el ceño en señal de molestia, se puso las chanclas y fue a la puerta. Apenas pudo asomar la mitad del cuerpo y mirar a la calle cuando notó que del cielo caían flores amarillas y azules. Fue la impresión más grande que apenas pudo soportar su concepción iconoclasta. Entró nuevamente, tomó su taza de café ya servido, bebió dos rápidos sorbos y luego se volvió a acostar en su hamaca. 23


Dejo toda mi historia mi calle, mis libros mis boleros todas las lunas que me regalaste con todos sus aullidos pero nadie me quita la palabra

Quiénes han mutilado la palabra urgente necesaria Quiénes expusieron las miserias maquilladas para manipular las respuestas Seguramente los mismos que nos crucificaron

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Premio único, Poesía

Nereyda Pérez

Del poemario inedito Llanto de luna


Inevitablemente todos los días ejercito el oficio de existir es la única disciplina que cumplo Renuncié a las dietas a la escritura como ejercicio legal a la laxitud de esperarte a sacar al perro que llena de excretas a mis vecinos. Renuncié a los sobresaltos sonámbulos a seguir tejiendo la esperanza a negociar a mitades el amor a jugarme la vida en la ruleta del desamparo a vaciar mis poemas en los sordos oídos de mis interlocutores Desconocí los credos -no tengo maestrosescogí una voz mía que sabe a ron y a bolero y que no es digna de ser emulada me entrego al amor en humilde extravío que nadie entiende camino sola dejando estelas de ajenjo amargas cansadas exhibo toda la ignominia del mundo tatuada en mi cuerpo Mañana retorna el aluvión me caigo de mis ojos de mis brazos de mi almohada y vuelvo a ejercer el oficio de existir. 25


Segundo premio, género Narrativa y/o crónica

Aquel día de navidad

Sobrevivientes en un día inolvidable Patricia Alvillar

Érase una vez…

Bien podría comenzar así, pues la realidad del pueblo venezolano, desde el glorioso Bolívar pasando por las dictaduras de derecha, hasta llegar a la Revolución Bolivariana, es mucho más emocionante, interesante, emotiva, descabellada e increíble que cualquier cuento de hadas o película hollywoodense llena de mentiras con siniestros propósitos. Así mismo, es increíble pero cierto que mi abuela, una campesina viuda y sin tierra, hasta llegó a recoger restos de pollo que botaba “La Vilva” en los terrenos de la Universidad del Zulia (LUZ). Y que dejó de hacerlo por las trifulcas que se formaban entre decenas de hambrientos que se los peleaban. Eran tiempos de hambre verdadera. Algo que hoy, gracias a la Revolución Bolivariana parece impensable. Es increíble también, que el 26

Sabotaje Petrolero del 2002, lo originaron unos poquiticos dueños de todo, para quitarnos a los muchísimos que no teníamos nada, la posibilidad llamada “Chávez”, de tener algo mejor. Pero más increíble y glorioso es que, como buenos sobrevivientes, logramos superarlo. Todos los sobrevivientes son un tanto carroñeros, aprovechan oportunidades para salir adelante. Según la cultura yanqui de la competencia mientras más provecho saques eres más “vivo” si no lo haces eres “bobo” ¡la sobrevivencia del más apto! En mi familia siempre aprovechábamos cada oportunidad, sin embargo al mantener los valores de respeto y honestidad que bien nos enseñaron los viejos siempre fuimos más “bobos” que “vivos”. Para el 2002 ya me encontraba estudiando idiomas modernos en LUZ. Allí vendí dulces, cosméticos y hasta tejidos y artesanías para poder comprar


mis libros, pero en esos días cercanos a la navidad, vendía específicamente tortas frías pequeñitas. Las había hecho antes de que nos quitaran el gas doméstico. Pero las autoridades universitarias apoyando el Sabotaje suspendieron las clases, negándonos el derecho a la educación y a mí el lugar de negocios. No podía darme el lujo de perder ese dinero y fue por eso que pensé venderlas en las colas de la gasolina que estaban tan cerca de mi casa en la calle ancha del Barrio Los Olivos. Pero ¿Cómo vender algo tan dulce a gente desesperada con semejante sol? Y ¡¡¡Zas!!! En mi mente la respuesta, COCA-COLA. Sabía que mi primo adorado “Chachi” dueño de una tiendita, las conseguía en el mercado Periférico para sus clientes que agonizaban por la abstinencia de la preciada droga. Fui a hablar con él y explicándole porque necesitaba algunas botellas del preciado líquido me extendí una media hora. Me miró, el grandotote, desde allá arriba donde el clima es diferente y respondió con esa voz profunda y grave que atemoriza a los niños de la cuadra – BUENO ¡No podía contener mi felicidad! Ahora tenía otro problema, la logística. – Chachi, yo tengo vasos plásticos pero no tengo cavita… ni hielo. – Yo tengo, me dijo con su rostro inmutable. – Este… ¿Y cómo me llevo ese perolero?” Sin hablar me señaló su carretilla. ¡Estaba hecha! Todo listo y preparado para el día siguiente, 24 de Diciembre, un día inolvidable. Madrugué, ya no teníamos que comer, ni Gaby, la hija de mi hermana Sonia de un añito, tenía alimento. Tampoco había con que cocinar pues hasta la silla incomoda donde se sienta al novio para que se vaya rápido había ardido. Antes de salir llegó el primo Luis, uno de los menores de los catorce hijos de tía Cecilia quien pasaba mucho tiempo con nosotros. Sonia: – Luis no tengo con que hacerle el alimento a Gaby, ni café hemos tomado. Luis salió al patio y comenzó a mover trastos viejos consiguiendo un madero enterrado y olvidado que era más bien un fósil. – “¡Sonia pero si aquí hay leña! ¡Ve!” Mi madre replicó desde la puerta – “¡No mijo! Maginate que eso es carreto, no creo que podáis romperlo”. – ¿No lo rompo? Ya vais a ver, voy a buscar una hachuelita que tengo en la casa. Salimos juntos, él entró a su casa y yo justo al salir al taller El Ciclista comencé la jornada. Algunos clientes no los olvido. Primero unos

maracuchos de dinero, de esos que tienen el texano style, gordos y bien ordinarios. Esperaban en la cola amanecidos, con una camioneta de esas enormes, lujosas y ruidosas, sentados alrededor de una mesa de domino, los acompañaban mujeres, con silicón hasta en la cédula, de esas que si se lanzan de un primer piso rebotan, de esas que si se acercan a la cocina se incendian. – ¿Chamita que vendéis ahí? – Coca-Cola y tortas frías señor – Como siempre anunciando el gancho primero. – ¡¡¡Verga!!! ¿¿¿Coca-Cola???” – ¡Aja! – ¡Te compro la Coca-Cola! Podían tener whisky, camionetota, plata pa’ votar pal techo y demás, pero yo tenía la Coca-Cola, al parecer ellos carecían de lo que a mí me sobraba, ¡mi Chachi!. – Lo siento señor pero solo vendo las Coca-Colas con las tortas Y les vendí unas seis, dejando a los texanos en su orgásmico – “¡Ahhh! ¡Qué verga tan buena!” atrás. Otra fue una señora, de piel muy blanca y su cabello expedía un olor a químico terrible, lo tenía alisado pero se notaba que solían ser pasitas. Entabló conversación mientras comía su torta, o mejor dicho mientras bebía su Coca-Cola. Con un movimiento de su cucharita me señaló y preguntó – “¿Y esto es lo que haces?” – “Ahorita si, y estudio” respondí. – “¿Qué estudias?” Pregunto mientras escarbaba la tortica con la cuchara y aún más con la vista. – “Idiomas modernos aquí en LUZ”, señalando la facultad de Humanidades. Sus ojos se iluminaron, parecía que había visto un ángel desprovisto de alas, ¡una imagen norteamericana entre tanto criollo hediondo! Inmediatamente comenzó a hablarme de la hermosa cultura yanqui a diferencia de la nuestra, del tirano de Miraflores, del asco que le daban los chavistas. En medio de su parloteo se devoró la tortica, antes de que yo, ofendida, dijera calmada y nítidamente “señora, yo soy chavista” Entonces me miro, como decía abuela, con ojos de culebra. Comenzó una metamorfosis reptil, se incorporó en sus dos patas traseras levantándose del parachoques de su carro, sus manos ya no eran manos, se convertían en garras furiosas con enormes nudillos y venas que palpitaban. Bufaba como un toro, su nariz aunque operada se abría delatando aún más su afro descendencia. Me señaló con la cuchara una vez más y amarrado en 27


un suspiro de desprecio pronuncio “CHAVISTA” Su aliento gélido casi me cortó la cara. Ella sentía asco por mí, en ese momento sentí yo asco por ella. ¿Sería que la torta estaba así de fría? ¿Por qué tenía un aliento tan frio? Sólo los muertos podrían tener un aliento tan frío. Ella estaba claramente muerta, de mente y espíritu, ciertamente no aceptaba sus raíces, lo que irónicamente se reflejaba en el maltrato a las raíces de su cabello. Tal vez sus insultos, los que no escuchaba por estar absorta en mis pensamientos, no eran del todo injustificados, la mujer se sentía probablemente engañada. Yo, flaca y pálida, con mi afro descendencia menos evidente que la de ella, estudiando idiomas en LUZ era chavista, se sentía traicionada tal vez, un estereotipo más arrebatado. Le entregué su vuelto y sin mirar atrás seguí adelante sin contestar, aunque quedé consternada no valía la pena, ya había tenido su castigo ¿Qué peor para ella que haber comido algo hecho por una chavista pata en el suelo? Inmediatamente, me llamó el señor del puesto de adelante diciendo – “¡Mija! Veni, dame una” mientras estaba recostado a su carro leyendo la prensa. Usaba lentes, camisa a rayas, pantalón negro y zapatos negros ya polvorientos. Tenía una postura pétrea, estaba pálido y sus mandíbulas tensas me inspiraron algo de miedo. Tomó la torta mientras yo trataba de sacar de mi mente el reptil de pelos desrizados que seguía peleando en el carro de atrás, cuando me sorprendió con un “¡Toma!” extendiéndome el dinero. Al darle el vuelto, me dijo – “entonces vos sois chavista, bueno mija, menos mal, sería aún más triste que fueras pobre y escuálida, ¡no le paréis bola a esa loca!”. Había escuchado todo, la tensión de su cuerpo y la palidez de su rostro que en principio me habían intimidado era posiblemente indignación por la agresión que yo venía de soportar. Le di unas profundas y sinceras gracias con mirada de consuelo, una sonrisa y me fui a casa, pensé que había sido suficiente por un día. Al atravesar la avenida vi a mi prima Mariela, hermana de Luis, saliendo del terreno de la universidad arrastrando una enorme rama de mango de unos tres metros. _ “¿Mariela que hacéis?” Le pregunté algo alarmada. – “Voy a hacer hallacas. ¡¡¡Voy a hacer hallacas y no les voy a dar ni una a los escuálidos!!! 28

¡Muéranse de hambre escuálidos, a ninguno les voy a dar pa’ que se piquen!” Y así continuó Mariela gritando por la calle ancha, sin importarle lo que le gritaban a ella, esas cosas no eran raras, siempre fue una infalible luchadora, hasta había sido chofer de tráfico con una barriga de nueve meses, si alguien sabia de trabajo duro y como sudar el pan era ella. Saludé de paso a Chachi que en su tienda se ahogaba de la risa con el escandaloso show de Mariela. Me pregunto con su mano “¿Cómo te fue?” y yo con otra seña respondí “todo bien” Llegué a casa y encontré a Luis jadeando, tirado en el suelo de la enramada, habían pasado no menos de seis horas desde que yo me había ido. En el patio ardía un fuego voraz y el madero de carreto, ciertamente sólo lo había podido partir a la mitad, Sonia ya había preparado el alimento de la niña y se disponía a colocar la olla del café, que apenas tocó las llamas hirvió con esa sabrosa efervescencia que despide ese olor a hogar, a oficina, a madrugada, a pueblo, a gente que trabaja duro. El aroma hizo asomar a un vecino que no nos dejaba dormir con música a todo volumen, bebiendo cervezas Águila que traía de Maicao y maldiciendo a Chávez. – “Sonia dame un cafecito” dijo. Y allí fue la primera vez que vi a mi hermana tan parecida a la prima Mariela, tan claridosa y frontal como nuestro hermano Jorge “Truquito” – “¿Cómo es la vergaaaa?” Preguntó. – “Estáis más equivoca’o que’l coño. ¡Ve! Ni que me paguéis con morocotas te doy. ¡Como sois tan buen vecino! Es más, anda y le pedís café a Manuel Rosales, ¡ANDA! ¡Y cuida’o me contestáis cualquier verguita porque me salto pa’ la mierda esa y te desbarato, te vuelvo fenefas!” Luis se retorcía de la risa en el piso, mi madre que rallaba tomates para cocinar unos espaguetis auspiciados por Chachi, que serían el almuerzo y cena de navidad, completaba los insultos desde la cocina, con el típico baile del cigarro perenne en sus labios. Yo cargaba a la niña tratando que no escuchara las palabrotas y ella entre risas, miraba el manoteo de su madre que claramente le parecía tan gracioso. Así pasó aquel día, un solo día de tantos inmersos en angustias y dificultades. Mientras algunos me sostuvieron que Chávez les había robado la navidad, pues no habían podido pagar el decorador, nosotros nos debatíamos en conseguir que comer y de paso, en como cocinarlo. Un día de navidad que como buenos sobrevivientes supimos superar, pues seguir adelante siempre vale la pena.


Tercer premio

Un campesino en abril

Émily Caro

E

l recuerdo más duro de Pedro era de cuando su padre, Don Jacinto, se murió porque en medio de un ataque de esos que le daban al viejo, le pidió a su hijo Pedrito la medicina, pero él no sabía leer y le dio pepas equivocadas. Pedrito tenía para entonces nueve años, tardó tanto tratando de adivinar cuál podía ser el remedio correcto, que por desesperación y pura ignorancia, mató a su padre. Julián, el anciano que hacía de doctor en caserío por su vasta experiencia en males del cuerpo, le dijo a Doña Cecilia que a Don Jacinto le dieron algo que no era y por eso el viejo, se tragó su propia lengua. Doña Cecilia nunca le dijo a su hijo Pedro lo que había pasado, pero él había escuchado al doctor

y Doña Cecilia Cada vez que la vieja podía, se lamentaba de no saber siquiera, leer o escribir su nombre o el de sus hijos. Pedrito, era ahora el hombre de la casa, como tenía que ser y sus tres hermanas menores ahora estaban a cargo de él. Cuando tenía veinte años, ya Pedro tenía mujer, Mariíta, y una hija a quien llamó Jacinta, con la esperanza que su padre desde algún lado lo perdonara. Arriaba doce chivos que tenía, y representaban su mayor riqueza, pasaba gran parte de las épocas de invierno, remendando el rancho que se inundaba con los chubascos y en la sequía cuando no había ni una gota de lluvia, Pedro tenía que caminar varias leguas a buscar agua, porque el río no le llegaba al rancho. En ocasiones, cuando la sequía

era muy dura, algún chivo se moría, pasaron varios años, y con el tiempo, Pedro y su familia tuvieron que comerse algún chivo antes que muriera, primero lo encomendaban y lo rezaban varias veces y hacía que la menor de las niñas pusiera las manos sobre la cabeza del animal para que éste sintiera su inocencia y entendiera la necesidad. Los vecinos que mejores condiciones tenían, siempre que sabían que alguno de los animales de Pedro estaba por morirse de sed y hambre, se aprovechaban de aquel mal y le aconsejaban que lo mejor era que se los vendiera a un precio de animal flaco, que eso era mejor que dejarlo morir. Siguiendo ese consejo, Pedro fue vendiendo poco a poco todos sus chivos, cuando el último que le quedaba, de pura flacura se murió, también se murió Doña Cecilia, fue como si lo único que la mantenía viva, era el compromiso de cuidar los animales que le había dejado su marido. Pedro de puro coraje se fue al centro, camino haciendo lo único que puede hacer alguien que no tiene como comprar, mira. En un momento entre una de las vidrieras, le pareció encontrar la solución a tantos males, un anuncio de televisión decía que los niveles de pobreza eran menores en la capital, vio como presentaban plazas bonitas llenas de palomas que nadie se comía y estaba seguro que irse a la ciudad, era el fin de tanta mala suerte. Rodó tanto la idea en su mente, que apenas pudo, vendió unas gallinas que le quedaban y le dijo a Mariíta que se iría a trabajar lejos, pero que no se preocupara, que luego ellas se irían con él. Se marchó, y ese mismo día, nació su segunda hija a quien Ma29


ría llamó Cecilia, por agradecimiento a la vieja. Dejó la familia, las gallinas, la chicha de maíz y los guapitos, para ir en busca de un salario, de un trabajo y una oportunidad de alejarse de aquella choza maldita, que tantos recuerdos tristes tenía. Pasaron varios años que Pedro se había ido a la capital, y María seguía en el pueblo, varios años y Pedro aún no había tenido como mandar a buscar por su mujer y sus hijas. Y es que llegar a una ciudad repleta de extranjeros, citadinos y de otros campesinos que hace años se injertaron a los edificios, seguramente no era fácil para nadie, y tampoco lo fue para él, pero siempre que pensaba en volver, recordaba que el invierno siempre iba a estar ahí y que la sequía no perdonaba a nadie. En el fondo sabía que no tenía opción que seguirse partiendo el lomo trabajando. Caracas siempre había sido, para Pedro, el lugar de las películas y la ciudad que los periodistas más mencionaban y describían en las noticias. Ahora que vivía allí, poco a poco iba entendiendo por qué. En la ciudad encontrar trabajo era más fácil y cuando de un salario se trata, los campesinos que no tienen nada, no tienen tampoco muchas opciones que irse a donde haya trabajo. Comenzó siendo jardinero, ganando lo mínimo para comer, sin saber contar bien los reales con que le compraban el día. Después de vivir en varias pensiones, de esas donde no se puede llevar visitas, y la dueña o el dueño cobra siempre por adelantado varios meses de arriendo, no vaya a ser que la gente se les vaya con la cabuya en la pata, Pedro entendió que pagando un techo en el que no vivía porque sólo estaba allí las horas de la noche para dormir, buscó la manera de salir de ese vicio citadino que son los arriendos y resolvió, como todo pobre resuelve, 30

invadiendo un pedazo del cerro. Cuando ya tenía su propio rancho, comenzó a albergar la esperanza de arreglarlo poco a poco para traerse a la familia, a su hija Jacinta era a quien más extrañaba. Para cuando por fin logró ir por su familia, sus hermanas ya tenían marido, se habían rejuntado con Jesús, Gregorio y Fernando, hijos de una vecina en el pueblo, y aunque eran muy mayores para sus hermanas, ellas preferían quedarse con sus maridos porque por lo menos tenían varios chivos y hasta unas vacas se habían comprado, así que se quedaron en el pueblo. Esa fue la última vez que Pedro vio a sus hermanas. El primer año que Pedro estuvo con su familia en el rancho, fue muy difícil, ahora eran más bocas que alimentar, y todo se complicó cuando las Jacinta y Cecilia empezaron a ir a la escuela, los primeros días de clases fueron sin uniforme porque su papá no había reunido, pagar para que sus hijas entraran al colegio dejaron a Pedro sin nada. Lo más complicado para las niñas, era hacer las tareas en la casa porque Mariíta no sabía ni la O por lo redondo, así que, aunque quisiera, no podía ayudarlas y Pedro mucho menos. Un día, Jacinta, la hija mayor, que ya estaba en segundo grado, le enseñó a Pedro como se escribía su nombre, aquello para Pedro significó ver por primera vez como eran las figuras de las letras que formaban también el nombre de su padre, debía escribirse igual Jacinta que Jacinto porque tenían el mismo sonido y el mismo significado, aquello, fue como una señal de que su padre lo estaba perdonando. Pasaron los años y Jacinta y Cecilia sólo pudieron llegar al sexto grado, para ese entonces ya Pedro sabía firmar, sus hijas lo habían enseñado, pero además, también sabía escribir el nombre de sus padres. A pesar de los años, el rancho de

Pedro en el cerro, lo único nuevo que tenía era “bandido” un perrito que se había conseguido andando el basurero y Pedro se los llevó a sus hijas de regalo de niño Jesús, porque Jacinta y Cecilia ya creían en la navidad. Para la familia, las cosas no mejoraban, pero al menos las niñas sabían leer. El hombre trabajaba sin descanso, en su desesperación por buscar el alimento, cumplió con labores distintas, todas agotadoras y explotadoras, un día ya cansado de soportar el maltrato de cada patrón que le tocaba, decidió ahorrar y trabajar de buhonero, tendría su propio negocio sin tener que seguir aguantando humillaciones de nadie, al menos eso creía. Para cuando logró tener algo de ahorro, alquiló una de esos carritos con cocinas portátiles que se pueden llevar a todas partes y se compró una olla para vender jojotos, había visto como en el centro esa era una de las mejores cosas para vender, además Pedro conocía muy bien el maíz y sabía que en eso no podían joderlo. Con algo de suerte logró ocupar un espacio en una de las avenidas más concurridas de la ciudad y allí trabajó durante varios años, aunque ahora era su propio jefe tenía que pagar por el alquiler del carrito y para ello tenía que trabajar muy duro. Había días, que en silencio, se preguntaba si el pueblo y la ciudad eran realmente distintos. Durante los días que trabajaba, se daba cuenta como a su alrededor, los negocios crecían, pero él apenas si tenía para las necesidades básicas, tenía pocos amigos, porque en las ciudades los amigos no son como en el campo y los extraños siempre miran a los otros con desconfianza. Pedro madrugaba, salía muy temprano para llegar primero que otros y poder vender lo suficiente para todo lo que necesitaba, cuando salía del rancho en las maña-


nitas sus hijas estaban durmiendo y cuando llegaba era tarde siempre, así que medía a sus hijas con una cabuyita, para ver si algo habían crecido, era la única forma de saberlo, porque casi nunca las veía. Así pasaba los días. Una mañana, estando Pedro trabajando, como de costumbre, un desconocido se le acercó y empezó a hablarle de cosas extrañas, mencionaba a un hombre que hacía cosas buenas, que se preocupaba por los pobres. Pedro miraba al extraño hablando de cosas que para él eran extrañas, sin proferir ninguna palabra, pero el hombre no se callaba y le seguía diciendo que él confiaba y estaba seguro que las cosas iban a mejorar, que los tiempos estaban cambiando. Luego que el extraño se fue, había preguntas vagando en la cabeza de Pedro. ¿Cómo podían cambiar las cosas a mejor si él ya lo había hecho todo y nada había logrado? En la calle donde trabajaba se dio cuenta que habían otros campesinos como él, habían estado tanto tiempo allí trabajando, que ya

parecían un poste, un semáforo, el aviso de luces que titilaba en los almacenes, eran parecían parte del ambiente. Los miró y aunque nunca les había hablado, después de tantear varias veces la pregunta, se acercó a ellos con cuidado y les habló: Compa ¿Ustedes escucharon lo que dicen algunos porái? –Umjufue la respuesta concisa. Aquella respuesta no le aclaraba nada a Pedro. Pero un día, el hombre de los comentarios extraños volvió al puesto a comprar jojoto. Esta vez estaba más callado, como si ya no tuviera nada nuevo que decir. A pesar de la timidez, Pedro con esfuerzo, se atrevió a hacer la pregunta, ¿las cosas si van a mejorar? El hombre que tenía la boca llena de granos de maíz sólo alcanzó a decir –Umju-. Otra vez aquella respuesta. Algo tenía que significar aquella palabra corta, “Umju”, algo tenía que significar, su padre debía estar enviando alguna señal que él debía descifrar, pero no sabía cómo. Para ese entonces, aun cuando

se había llegado hace rato al año dos mil, las vidrieras seguían siendo iguales, nada moderno ni carros voladores como habían creído muchos. Las mismas vitrinas, modelando nuevos precios, volvieron a darle la respuesta a Pedro, el noticiero hablaba de “cambios políticos”, y aunque para él no estuviera muy clara aquella frase, sabía que cualquier cambio tenía que ser bueno. Pasaron varios meses y ya Pedro empezaba a entender que podía significar “cambios políticos”, se había hecho amigo del extraño aquel del “Umju” y además estaba más pendiente de todo, veía de vez en cuando unos afiche con la cara de un hombre que casi se volvían bandera, por todas partes estaba su rostro y su nombre, al punto que aunque Pedro no lo había visto nunca, aquel hombre del afiche no le era un desconocido porque hablaba como él, se sabía las canciones del campo y aunque era militar tenía cara de campesino. Pedro no era de los que hablaba mucho, pero escuchaba atento a su alrededor, sabía, esta vez sin preguntarlo, que algo bueno estaba sucediendo. Cada vez que podía practicaba su nombre en algún papel y luego escribía el nombre de su padre. Incluso Mariíta lo notaba distinto, pero ella también era callada y nunca le preguntó por qué. Un día, Pedro llegó con una bolsa negra al rancho, -es un televisor María, esta usado, pero sirve todavía. Con esto mejoraremos y tú podrás educarte un poco- dijo el campesino. Ella inmutable, lo puso sobre una mesita y luego de hacerle varias piruetas, lograron ver las señales de algunos canales, por primera vez sentados en la sala de su propio rancho, y María aun cuando no dijo nada, se le notaba complacida, otras veces había visitado a sus vecinas para que las hijas pudieran ver la televisión un rato. 31


Todos los días, al llegar de trabajar y luego de comer y medir a las hijas, Pedro, encendía el televisor y veía los noticieros. Un día, vio que la gente estaría en la calle y se alegró de saberlo, sabía que podría trabajar entre el tumulto y seguramente le iba a ir muy bien con los jojotos. Satisfecho con el aparato y la noticia, preparó todo para el siguiente día y se dispuso a descansar, acostado pensaba que ahora entendía porque eran tan necesario esos aparatos, de no ser por las noticias no se habría enterado del evento del día siguiente. Comenzaba a darse cuenta que aquel “Umju” empezaba a tener sentido, movido por la emoción, complació a su mujer y luego durmió plácidamente. En la madrugada, cuando ya casi estaba listo, besó a su mujer y le dijo que hoy seguramente iba a vender todo y podría llegar más temprano. Acomodado en su puesto, Pedro veía pasar a la gente llena de algarabía, y más temprano que tarde vendió todo el maíz que había llevado. Luego de guardar el carrito con el que trabajaba, se acercó al grupo más grande. Allí estaba el extraño que ahora era amigo. Por primera vez Pedro se atrevió a sumarse al grupo, allí estaban los otros campesinos que trabajaban con él en la avenida y aunque no les habló, estar allí le hacía sentir que algo compartía con ellos. Ahora que estaba con ellos y el extraño que era su amigo, empezaba a darle significado a aquel “Umju”, que para él había sido un misterio. Estaba tan a gusto entre la gente, que no se fue a casa temprano como se lo había prometido a Mariíta. Recordó a su padre y a Doña Cecilia, pensó en su hija Jacinta y en la primera vez que había podido escribir su nombre y una sensación de esperanza lo invadió. Era como si todo empezaba a tener sentido. Cuando veía al hombre del afiche, se sentía acompañado 32

también de un rostro pueblerino como él, se quedó allí observando todo, gritaba algunas consignas que le eran contagiosas y sencillas, pero que ya había escuchado antes del amigo comprador de jojotos. Cuando escuchó que un peligro estaba cerca, se quedó tratando de avizorar al enemigo, y se sorprendió de ver que el enemigo era gente como él, que los maldecía, les lanzaba piedras y destruían la calle donde trabajaba Pedro. Él se preguntaba por qué harían eso, y pensaba que al otro día cuando volviera a trabajar, aquella, su calle y la de sus compañeros, estaría llena de basura y destruida. Con aquello comenzaba a entender que los rumores que se oían de aquella gente eran ciertos, los que marchaban en su contra, eran muy parecidos a los patrones déspotas y miserables que tuvo en toda su vida de obrero. Las cosas que había escuchado de ellos en las conversas del grupo eran ciertas. Pero, ¿Cómo podían odiarlo tanto gente que un lo conocían? Una rabia le brotó del ser y acercán-

dose a los otros tomo una bandera y comenzó a bailarla en el aire de un lado al otro, aquel anuncio del “Umju” que no había entendido, se convertía en alegría al mismo tiempo, una alegría que le había sido anunciada hacía tiempo, pero a la que había permanecido ajeno hasta la tarde de ese abril. Los campesinos, luego de llegar a la ciudad, aprenden a estar alertas y distantes, son cuidadosos en demasía y así había sido Pedro desde que se injertó en la Capital. Por primera vez sentía que aquella barrera, que le obligaba a tener sumo cuidado con los otros, se había roto. Extasiado con lo que vivía, se paró frente a la bruma de gente bailaba la bandera en su mano con más entereza, cuando notó que empezaban los disparos, quiso correr a los lados, pero una bala lo alcanzó y allí tendido en el suelo, fue cargadopor sus compañeros, que terminaron cubriéndolo con la misma bandera que hace minutos izaba. Mariíta que en su casa encendía la televisión, como de costumbre, en vez de las novelas, encontró el noticiero que mostraba una foto de su marido y a una periodista bien vestida que anunciaba los titulares: “Una de las víctimas de Puente LLaguno, pertenecía a las hordas chavistas, y respondía al nombre de Pedro González, quien fue alcanzado por una bala, luego de que atacara a la marcha pacífica de la oposición en la Avenida Baralt. Seguiremos informando”. * Ese fue el único día que los periodistas dedicaron unos segundos del noticiero para mencionar a Pedro. Era viernes, era once, era abril, era el año 2002, cuando el odio de los que despreciaban al hombre del afiche, acabaron con la vida del campesino Pedro. *Parte de las noticias del 11 de abril de 2002. El nombre utilizado (Pedro) es real, su apellido no.


B EBENCIAS Garúa, tango y bar (1943-2013) Rúkleman Soto

AGOSTO DE 1943. Día 4, según los entendidos se graba

A Ana, entre ceja y ceja, entre pecho y espalda.

por vez primera con música de Aníbal Troilo (Pichuco), en la voz de Francisco Fiorentino, el tango Garúa, escrito ese mismo año por Enrique Cadícamo. Día 30, inspirado por ese tango nace en Coro, estado Falcón, el bar Garúa, fundado por Luis Ruiz. El asunto es más o menos como sigue. Conocí el Garúa hace siete años, andaba vagabundeando en los ratos libres por el legendario barrio La Guinea, en compañía de una mujer que me apuntó entre ceja y ceja con la profunda artillería de sus ojos infinitos y no me quedó más remedio que entregarle todo, le di hasta la tristeza que uno se reserva para dilapidar abrazado a la rockola de un botiquín. Avanzamos hacia el sur desde el casco histórico de Coro, como quien busca la Sierra de Falcón, escoltados por un baquiano a quién impartíamos un taller de comunicación popular en la Universidad Francisco de Miranda. 33


Seguimos hasta llegar a la esquina donde se cruzan las calles Monzón y Colón, frente a una fachada de friso más bien rústico, que te hace sospechar que adentro se eternizan historias, canciones y pasiones de las buenas. Subes un poco la vista como palpando la textura irregular del tiempo. Con la última luz de la tarde vas bordeando la puerta de vaivén característica de los botiquines verdaderos y luego pasas la mirada por encima de la ventana de reja y celosía verdes. Justo debajo del alero de tejas desalineadas aparece, en lo alto de la pared, la rotunda evidencia que despeja toda duda, una placa de madera pintada a mano con letras color lejanía que insisten en evaporarse desde hace años: EXPENDIO DE LICORES REGISTRO N° C 269 LUIS S RUIZ G Entras a la Cantina Interna, que de acuerdo con el registro es la denominación legal del recinto desde 1968. El espacio diminuto del Garúa se agiganta en cada pormenor, como una llave que va abriendo lugares, sensaciones, recuerdos ¡propios y ajenos! Éste último detalle no tendría relevancia alguna de no ser porque ahí la memoria es un desapego que va y viene con los batientes de alas de mariposa en la puerta de la entrada. La evocación se desata entre las silletas de cuero, recorre mesas añejas y cristales sonoros de risas y botellas; las palabras se hacen voz de acetato a 45 RPM en virtud de la rockola marca AMI modelo 1958. Entonces a uno no le queda más remedio que pararse del taburete que está junto al afiche de hojalata que dice PIDO LIDO, saltar a toda prisa en dirección al aviso oficial de NO FUMAR y estamparle aquel beso a la chica tipo Pilsen de cabellos rugientes y pies de ninfa, en desagravio por venir a instalarse a la cañona entre pecho y espalda. Aunque no me voy a poner a desplegar el mapa etílico de cantinas que a esta edad ya uno tiene registrado en su delirante GPS, es preciso apuntar que, por las conversaciones y los personajes que desfilan por el ambiente del modesto Garúa, éste botiquín se anota en una lista de lugares entrañables por su afán abierto y democratizador, adverso a todo lo selectivo y monopólico, como el U Fleku, la proverbial “Taberna” checa que -en su momentole deparó a Roque Dalton los insumos de su poema homónimo. Cuentan los viajeros, que las tabernas checas son para todo el mundo, a diferencia de las bodegas y cafeterías elegantes, refinadas y exclusivas. En este punto se viene a la mente sin mucho esfuerzo el habanero Floridita de Hemingway. Aquí en el terruño: el Bar del Loco en Altamira de Cáceres; el desaparecido bar Corazón de Jesús, de Los Teques; Matapalo en Laguneta de la Montaña, El Cambural en Barquisimeto y cualquier otra taguara capaz de hacer brotar vívidos prodigios, reales o ficticios, en todas las almas perdidas y espíritus encontrados que cruzan las viejas puertas basculantes en busca de la barra salvadora y los tangos añorados. 34


No en vano Luis Ruiz tuvo la esplendorosa idea de convertir su modesta bodega en botiquín. Su paisano Rafael Sánchez López, autor de Sombra en los médanos, moriría en La Vela, tres años después. Nos gusta especular que quizás el joven Ruiz se debatiera entre el vals de Rafael Sánchez y el tango de Cadícamo: absorto “Bajo el claror de la luna”; caminado “solo y triste por la acera”, o tal vez “sobre las tibias arenas”, pero “siempre sólo/ siempre aparte” canturreando “entre cardones y tunas…” se inclinaría por bautizar aquel oasis para exiliados del corazón con el nombre del recién estrenado tango Garúa. Desde entonces una perpetua llovizna refresca las almas sedientas y desconsoladas “sobre el medanal”. Más próximo al arte que al dogma (político, religioso, académico o de cualquier índole), El bar es el ámbito en que, no obstante, todos los dogmas se embriagan de las más anchas libertades, en un clima que ni el claustro, ni la plaza pública, ni el templo son capaces de ofrecer. Las iglesias están protegidas por Ley en Venezuela, pero los bares tradicionales son una especie amenazada. Lo que los convierte en patrimonio vivo, popular y cultural es la permanencia que los dota de encantamiento, o viceversa. Allá en las costas de oriente, en el casco histórico de Píritu, desapareció hace pocos años el bar de Antonio Yaguaracuto (alias Cerepe), al morir éste. Después de medio siglo de libaciones el establecimiento se desvaneció junto a su dueño y su fantasma, al que Cerepe mantenía encerrado con el sortilegio de una tijera en cruz colgada en la puerta de una pequeña habitación detrás de la barra. Una ley argentina que preserva lugares de este tipo lleva el curioso apelativo de Ley 35. Ésta reza lo siguiente: “Se considera bar notable a aquellos bares, billares o confiterías relacionados con hechos o actividades culturales de significación; aquellos cuya antigüedad, diseño arquitectónico o relevancia local, le otorgan un valor propio”. Es una hazaña resistir a la lógica devastadora del capital que lo devora todo, anula la memoria y destruye identidades a fuerza de instaurar no lugares. La proeza del Garúa, lo que lo hace notable, es su capacidad de resistencia por encantamiento, dándole arraigo en su comunidad y en los espíritus vagabundos de sus peregrinos visitantes que le ha hecho trascender las fronteras locales. AGOSTO DE 2013. Luis Ruiz atiende alguna barra celestial desde hace cuatro años. En este mundo terreno su hijo “Wecho” coordina los actos dedicados a los 70 años del Garúa, que culminan este viernes 30. ¡Salud, para el botiquín que es orgullo de La Guinea! Además de escribir esta crónica, “En esta noche tan fría y tan mía” celebraré el bar y su canción bailando un tango melancólico con una mujer de pies sublimes. Después de todo, como dice Benedetti: la mujer que tiene los pies hermosos sabe vagabundear por la tristeza. 35


Entre antropólogos te veas Oscar Fernández Galindez

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os pasados 16 y 17 de diciembre del año 2013, asistí a un interesante evento sobre el debate colectivo referido a la construcción de la nueva ley de semillas, el mismo se llevó a cabo en la sede de la escuela agroecológica Indio Rangel ubicada en la comuna del mismo nombre en la ciudad de la Victoria estado Aragua, convocado por el Ministerio del ambiente y algunos colectivos ecologistas del país. Hasta allí todo bien e interesante, lo único que podría cuestionar es la aparición de un fenómeno que de no ser porque ya se está haciendo un poco común, diría que se trata de un extraño fenómeno. Me refiero a lo que he denominado la epidemia de los antropólogos de clase media. Trataremos de caracterizar dicha situación: a)Se visten con ropas muy llamativas tipo hippies de los años 60 b)Son todos muy jóvenes creo que no pasan de los 25 años c)Por lo general se identifican diciendo: soy antropólogo(a) o dicen nosotros los científicos. d)En su mayoría son caucásicos aunque no falta uno que otro afrodescendiente . e)Casi todos usan la cabellera larga, tanto que parece un requisito para entrar en su clan. En dicho evento se debatía entre otros aspectos sobre la propiedad intelectual de las semillas y sobre la prohibición o no de la semilla transgénica en el país. Dado todo lo antes dicho una de las primeras 36

preguntas que me surge es: ¿Será o no transgénica la mariguana que estos niños se fuman?, y ¿si no fuman mariguana qué clase de hippies son? Sobre los estereotipos y los esteriotipados. Tanto en el ámbito cultural como en estos espacios antropológicos pareciera que ser una especie de pieza de museo andante sea el orden del día. Tal vez funcione para ellos andar por la calle en tal plan publicitario, pero no creo que funcione para un espía, es decir; andar por allí mostrándose como tal. Irónicamente de seguro sería un interesante disfraz para un espía hacerse pasar por un hippie de estos. Otra cosa que si vale la pena reconocer de estos muchachos, es que construyen interesantes argumentos y el debate con ellos de da de forma amena, me gustó tanto el compartir con ellos que hasta quizá, fume de esa mariguana. Eso sí nunca me vestiré como ellos. Amor y paz hermanos. CANABIS OR NOT CANABIS, THIS IS THE PROBLEM Por un lado la podemos ver como una planta medicinal, por cierto muy útil para calmar dolores crónicos, es por ello que en algunos países se ha aprobado su uso sólo bajo estricta vigilancia médica, en otros como en Holanda se permite un consumo mínimo para sus habitantes, en países como el nuestro debemos conseguirla de forma ilegal y a pesar que hoy día se

aprueba el uso de los terrenos urbanos como espacios agrícolas (agricultura urbana), no estoy muy seguro que sea bien visto el usar algunos de esos terrenos para cultivar mariguana. Se me ocurren muchas promocionales, por ejemplo: “te cambio tu arma mi pana Por un poquito de mariguana” O “si tienes un dolor que ya no aguantas y que ni el dentista repara, ven con nosotros y cultiva tu alivio”. Que no te duela la vida. Viajemos juntos. Y podríamos crear una fundación FUNDACANABIS y su slogan no sería por una Venezuela libre de problemas, sino a Venezuela ya no le importan los problemas de allí que si nos invaden los gringos, nos drogamos con ellos. Pero más allá de todo esto, no es suficiente el uso agrícola, el uso medicinal, y su posible uso para combatir la violencia. Si todos la usamos podríamos generar un efecto colectivo de relentización del tiempo, y podríamos hacer por ejemplo que el día nos dure más para hacer lo que tenemos que hacer, o que simplemente ya no nos interese lo que tenemos que hacer. Claro tal vez debamos tener algunas medidas restrictivas para los conductores de transportes escolares y los conductores de ambulancias y tal vez si todos cultivamos nuestra mariguana no transgénica y sin agroquímicos podríamos ser libres, felices y viajar por siempre en una eterna nube.


AUTOANÁLISIS Revisando todo lo que he escrito hasta el momento me pregunto, ¿Qué será lo que me ocurre?: a)¿Será que quiero volver a tener la edad de esos chamos antropólogos? b)¿Será que quiero ser antropólogo de clase media y como soy afrodescendiete, ser también rasta fary?

c)¿Será que no quiero tener problemas como ellos? d)¿Será que… Lo único que no me pregunto porque la respuesta es más que obvia es: ¿Será que quiero mariguana? ÚLTIMA HORA Una fuente muy cercana a la tribu de los neohippies antropológicos, me informa

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que estos en su mayoría no son mariguaneros y que por consiguiente que la mariguana no es un indicador consistente a la hora de catalogar a dicha tribu urbana. Seguiremos informando. La noticia arriba expresa una gran confusión, porque entonces; ¿Qué se fuman?, porque no cabe duda que algo deben fumar. Hace algún tiempo cuando me inicié en esto de la reflexión filosófica, era por cierto un chamo como ellos, logré producir mi primer texto reflexivo luego de unos meses este contenía sólo 6 cuartillas. Salí corriendo a mostrárselo a uno de los profesores de la Universidad que hasta ese momento era uno que me parecía de mente abierta. Este al ver el material y entender poco o nada me dijo: ¿Qué te fumaste, estaba verde? 1 La mayoría de estos afrodescencientes que a su vez pertenecen a esta extraña tribu urbana, a la que he denominado epidemia de los antropólogos de clase media, también forman parte de otra tribu, esta es la rasta fary, y más allá de entrar en la polémica de si se trata de una cultura, una religión o una secta, esto me lleva de nuevo al tema de la mariguana. 2 Algunos pensarán que pasa por ejemplo con un médico cirujano enmariguanado, si el paciente también lo está, quizás este último lo ayude. Y quizás podamos tener la primera cirugía autoasistida. 37


Las ciudades escapan de sí

Nicanor A. Cifuentes Gil

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n la huida del secuestro cotidiano que es toda sobrevivencia, aparecen como jalonados en urgencia, los día de efeméride para juntar pretextos para la evasión al caudal de agites y taquicardias que nos inundan la existencia. Algo de ocio comenzamos a dejar aparecer en nuestras vidas desenvueltas en la espacialidad y temporalidad de un país en transición al comunalismo, sin embargo en colectivo seguimos siendo presas puntuales de oprobios y alienaciones camufladas de vida. De allí que estas huidas a toda orilla de mar o río, todo el despliegue de operativos por parte del estado gobierno para salvaguardar vidas en la ida y en la venida a estos éxodos, sean parte cada vez más medular de nuestra manera de recrearnos como país, de ser país en evasión cíclica. Lo interesante es que el turismo interno expande sus opciones y deja entrever que los paisajes y los sonidos, los colores y las epifanías nacionales son eso, de toda la nación que ajena estuvo de este ancho y plural país que a todos y todas incluía. Lo variopinto son los momen38

tos de arte socializado como el que ahora se ofrenda a los que caminamos por Caracas, por su municipio Libertador, para vincularnos como espectadores de la dramaturgia de diversas compañías nacionales que hacen esfuerzo para, desde el teatro, conmover y ayudar a germinar nuevas subjetividades. En esta huida de las grandes mayorías a zonas de reposo y de celebración quedan nuestras ciudades vaciadas de sí, endebles y desnudas sin su “otredad alienada” de oficios e ires y venires por entre calles, ascensores, plazas y pasillos. En este momento de liviandad citadina: ¿Qué es la ciudad que queda sin salir de sí?; ¿Qué es la ciudad que queda para entenderse con sus silencios cada vez más escasos?; ¿Estamos promoviendo el abrazo entre las “fechas de descanso nacional” y la política poetizada para la concreción de la vida perdurable como se plantea en el plan de la patria? Es ahora cuando nuestras calles, parques y plazas a nivel nacional deben desplegar su maravilla vital, su cine y su canto, su cuerpo y su alma multiétnica y pluricultural para seguir conteniendo, para se-


guir venciendo la espina venenosa de la muerte fachista de estas horas. Es ahora cuando el tiempo histórico nos reclama mayor vinculación plena y gozosa con la cultura y la naturaleza venezolana. Las comunas y su gente empapada de valores solidarios, activos en la dignidad cotidiana son los llamados a repensar y sembrar iniciativas culturales para que, juntos con el estado gobierno, irlas fortaleciendo sin demora y frustración. Las ciudades escapan de sí, de su dinámica desgastante y el gentío en descanso desconoce (en su grande mayoría) que tiene todo el mundo posible para sí pues lamentablemente en su ser inconsciente siguen operando las éticas y estéticas del derroche y la celebración vacua del capitalismo. Sumemos maravilla en estas fechas para reflexionar sobre lo que puede replicarse de esta Caracas, cuna del padre Simón Bolívar, a tantos municipios de este inmenso país urgido de bonitura y vida perdurable. 39


Disertaciones sobre

Hanneke Wagenaar

el rucaneo y los mabiles

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rato de descifrar los misterios del rucaneo en vista que no me satisfacen las aseveraciones o tanteos hallados hasta ahora al respecto. Estamos claros en que rucaneo se atribuye a un estilo de bailar merengue caraqueño en la década de los treinta, originado en los mabiles de San Juan. Pero difiero de la creencia de que la palabra proviene de “rúcana” que supuestamente quiere decir, piedra de gran dureza, haciendo notar que se trataba de un merengue fuerte y trancado. Sin embargo, y por lo menos en el pequeño Larousse –edición en español- no existe ninguna palabra semejante a rucaneo, rúcana o rucán. Otros ilustrados aseguran, que rucaneo es sinónimo de “pulir la hebilla”, o lo que es lo mismo, bailar cepillao. Hasta hay algunos que han dicho que si es un dulce, que si es de acá o más allá, lo mismo da. Entonces me pregunto, ¿dónde buscar? 40

Y descubro en el pequeño diccionario Larousse –edición francesa- la palabra rouanne, que quiere decir literalmente cepillo, específicamente el de carpintería, una herramienta utilizada comúnmente para cepillar, nivelar o rebajar la madera; y la misma, proviene del vocablo griego rhukane, que igual quiere decir cepillo. Por lo tanto, también busco cepillo –el de cepillar madera- en francés, que es rabot. De modo que a continuación, la transcripción literal de dos vocablos relacionados:

Rouanne rwan] n. f. (gr. Rhukane, rabot). Technol. Compas servant a marquer la bois de charpente. || Outil pour tailler, dégrossir et évider le bois. Rabot rabo] n. m. Outil de menuisier, servant a dresser et a aplanir le bois, et composé d’ un contrefer et d’ un coin maintenus dans un fut || Instrument a long manche, pour remuer le mortier. Ahora bien, en el argot parisino podría

haberse empleado fácilmente la palabra rucane por rabot, puesto que los primeros lugares de música y baile en París se formaron en la colina de Montmartre, en los viejos molinos abandonados, construyéndose en sus traspatios tinglados de madera, para divertir a los obreros, gente común y también artistas que acudían a despejarse o aturdirse según como se quiera ver. Esta búsqueda es bastante interesante y si seguimos el rastro, nos damos cuenta de que soporta muy bien el asunto del cepillo, lo que a su vez nos lleva al origen del mabil en Montmartre París, en el año 1830, justo antes de que Guzmán Blanco llegara al poder aquí en Caracas. Los mabiles se quedaron en Silencio ¿Mabil? Por ahí el que más dice, habla de una casa donde se baila, pero en la que también se consiguen putas –y digo


puta con respeto- para después del baile; el que menos, lo relaciona con lupanar, prostíbulo o burdel, pero todos –los que saben algo del término- coinciden en que había música en esos lugares, y que esa música era en buena medida el merengue. ¿Y cómo se bailaba?, rucaneao. Tampoco “mabil” aparece en el diccionario, se me hace que es un vocablo guzmaniano. ¿Cómo, guzma qué?, de la época de Antonio Guzmán Blanco pues, aquel que fue Presidente de la República en la segunda mitad del siglo XIX, desechado por afrancesado. ¿Ahora sí? Muy pocos le han dedicado escritura, o más bien una investigación a fondo a los mabiles, lugares harto interesantes según creo. ¿Por qué? En especial porque allí se congregaron los saxofones caraqueños. Forman parte de la memoria del caraqueño, aunque a muchos no les guste admitirlo. De los mabiles se cuenta que los había

no solo en Caracas, sino en las portuarias Maracaibo, Puerto Cabello y La Guaira, y en su forma más precaria quizás, en los pueblos mineros del sur. Aquiles Nazoa, relata acerca de los bailes de pianito de manubrio recurrentes en los barrios prostibularios de Bajo Seco o El Silencio, con peleas de gallo y todo, en la vieja parroquia de San Juan. Musicólogos, musicantes y músicos cañoneros o no concuerdan hoy, en que la música caraqueña nació precisamente en aquellos mabiles sanjuaneros, que algunos académicos también llaman “casas de cita”. Como sea, los mabiles proliferaron en la ciudad alrededor de la década de los treinta del siglo pasado con todo y su música, aunque su aparición data de la época guzmancista evidentemente. Hay quienes aseguran, que a cuenta de alegre y zalamera por sus letras picarescas, esa música lograba apretujar a las parejas en su bailar; y de allí, la aparición del término rucaneo, que quizás le debamos a las mujeres que arribaron desde distintos países europeos, muchas de Francia, precisamente por la onda del “Ilustre Americano”. Andando un día cualquiera por París, en una tienda del bulevar Clichy en busca de alguna referencia del desaparecido pero no olvidable Chat Noir, encontré una pequeña reproducción con fecha 1850. Se trataba de una diminuta pintura de Provost, en un lugar de Champs Elysées llamado Le Bal Mabille. No hay que viajar

hasta París para descubrir aquello, pero así sucedió, y para mí fue todo un descubrimiento –aun no había leído a Ángel Rosenblat- al mirar en detalle la tarjeta y descubrir un lugar iluminado que fácilmente podría tratarse de los jardines del Calvario ideados por Guzmán Blanco en su afán parisino. Indagando con el tendero, este me comentó que los Mabille fueron un par de hermanos quienes habían levantado ese lugar de baile en el corazón de la ciudad. Aquello sucedió apenas antes del mandato de Guzmán Blanco y deja constancia de ello, Mariano Picón-Salas en su relato Los días de Cipriano Castro cuando escribe: “Allí [al pie del romántico paseo del Calvario] y en Puente Hierro, en la parte sur de la ciudad, se establecían cafés cantantes y mabilles donde los jóvenes partiquinos que tornaban de una fiesta de gran mundo se compensaban de los besos frustrados y de la última sed de champagne” Así pues, en el n° 51 de los Campos-Elíseos se abrió en 1840, uno de los lugares de baile más de moda en todo París. Los hermanos Mabille lo habían heredado de su padre, un conocido maestro de danza. El lugar de bailes tradicionales que era entonces, fue transformado en un espléndido y luminoso jardín donde además del baile se daba el espectáculo. Allí los parisinos considerados de “clase” bailaban entre polkas, valses y mazurcas antes de la llegada de Celeste Mogador y su cancán. Pero ese es otro cuento. 41


colección la buena calle

2014

último libro de esta colección Queda cerrada oficialmente

Rezo tienes cosas que más nadie y eres una buenanueva de esas bíblicas apareces y eres mandamiento te alabamos señor

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Espalda con espalda o el eufemismo de decir “culo con culo” Dayana López

(P laza Urdaneta de San Francisco, 8:00 AM) -Conductor 1: ¡Hey caminen pal fondo, ve, espalda con espalda! ¡Rapidito pues, pa´ que nos vamos! -Pasajero retador: ¡Si, ahí está él. Y que “espalda con espalda”! ¡Será culo con culo, no joda! ¡Venite vos pa´ acá! ¡Y si queréis te ponéis

machete con machete, pa´ ver si te va a gustar! Son las ocho de la mañana en San Francisco, en la ribera del Lago Coquivacoa. En la Plaza Urdaneta se concentran los pasajeros que viajan al centro de Maracaibo, para desparramarse desde allí a sus sitios de trabajo. La rutina del transporte público en

este lado del mundo es una penitencia diaria que deben transitar trabajadores, trabajadoras, estudiantes... En esta planicie las distancias son laaaaaargas... y el sistema de transporte... corto... un caos. -Pasajera conforme: (dirigiéndose al pasajero retador) ¡Mijo, es que si no nos vamos paraos no nos vamos nunca! ¡Va 43


pues, este si es arrecho! ¡si no te gusta anda vete en taxi! -Pasajero retador: Bueno, no se vos mijita, pero yo no voy a pagar un pasaje pa´ irme parao hasta el centro. -Colector: ¡Hey, chama, vos,

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la de camisa blanca, dale pa’trás ahí ve, pa´ que nos vamos! -Pasajero retador: ¡A verga vais a seguir! ¡A ver si se voltea esta vaina...! Lo que pasa es que aquí las leyes no

funcionan, porque en la Ley de Tránsito esto está prohibido, aquí no puede haber más de 10 pasajeros paraos y nos tienen aquí como animales ¡Si queréis le ponéis un segundo piso al bus!

Quienes utilizamos el transporte público en Maracaibo y San Francisco, sabemos de los maltratos de los que somos víctimas. Las unidades de transporte, bien sea buses, carritos o las famosas “van”,


están en estado deplorable. No sólo están sucias, sino que las chapas de su carrocería rotas rompen la ropa de las personas que utilizan el servicio, los cojines también dejan ver los resortes que te rompen el pantalón al subir o al bajar… nunca sale una ilesa después de subir a una de estas unidades. Da grima, además, ver cómo se permite que la gente viaje literalmente colgada de puertas y ventanas de los buses; y cómo a las camionetas rancheras les colocan gaveras de refresco para montar pasajeros en la maleta. El maltrato no sólo es físico contra usuarios y usuarias del transporte público. Entre octubre y lo que va de noviembre los pasajes han aumentado en San Francisco y Maracaibo tres veces. No obstante, los conductores de las rutas de transporte existentes, con pocas excepciones, cobran pasajes que no están dentro de los aumentos legalmente

pero ilegítimamente establecidos (ya que no se pueden hacer tres aumentos en el año). Por ejemplo, el pasaje de la ruta San FranciscoCentro (de Maracaibo), pasó de 7 a 10 bolívares con los aumentos aplicados. Sin embargo, cuando una quiere regresar del centro a las 7 de la noche, los conductores, en complicidad con los fiscales de las líneas de transporte, establecen tarifas de 15 y 20 bolívares, con el temor latente de que estas cifras, ya infladas, aumenten cuando entre el mes de diciembre. No conformes con todos estos maltratos, los transportistas cortan la ruta en tramos, porque les resulta más rentable cobrar dos o tres pasajes cortos que uno largo. Por ejemplo, los carros de San Francisco, en la Plaza Urdaneta no quieren cargar pasajeros para el Centro, sino hasta la Urbanización San Francisco o hasta la Plaza Las Banderas. Una vez en

la urbanización o en la plaza mencionadas, cargan otros pasajeros hacia el Centro. Ah, pero además cuando vais llegando al centro te dicen: “llego hasta Las Playitas” o “llego hasta Ciudad Chinita”. Es decir, encima de cobrar lo que les da la gana, en unidades deterioradas y en hacinamiento total, la ruta no la cumplen en su totalidad. La mayoría de los usuarios y usuarias ven estos atropellos como normales. Hay pocas excepciones como el “pasajero retador” y cuando uno de ellos estalla y dice lo que piensa lo tildan de loco y justifican los abusos de los conductores y colectores de las unidades de transporte. Hasta los increpan a que bajen al “pasajero pelión” de la unidad. Esta situación se concatena con el tema de la inseguridad. Necesitamos sistemas de transporte dignos, que nos permitan tomar los espacios de la ciudad, movilizarnos

por donde quiera sin el temor de no saber cómo vamos a volver a casa, sin limitarnos porque “son las 7 de la noche y a esta hora no se consiguen carritos”, y los que se consiguen te atracan de frente con la tarifa del pasaje. El otro día vi indignada como algunos carritos por puesto colapsaron el centro de la ciudad. Trancaron las calles en protesta por otro aumento (el tercero del mes)… Habremos de convocarnos usuarias y usuarios en protesta contra los maltratos de los transportistas y en exigencia de un sistema de transporte digno para nuestros pueblos, que nos deje de poner “espalda con espalda” o “culo con culo”, como diría el valiente pasajero retador y donde paguemos lo justo por un buen servicio. (Centro de Maracaibo, 8:00 PM)

-Conductor 2: ¡Hey los que se van aquí, ve, a 20 pa´ la urbanización! ¡Y si empieza a llover a 25 los llevo! 45


Firma: H. W. / Un saxofón en busca del sonido mabilero

“Aquí yace el merengue caraqueño” 46

D

e todas las artes, quizás sea la música la más débil, puesto que se deshace en el mismo instante de musicarla. “Se escapa como el humo de los trenes” -dice el Diablo de Florentino-. Entre la década de los 30 y 40, al oeste de la ciudad sonó el merengue caraqueño, fueron épocas de los arrabales del Silencio y del gran Hotel Majestic, de los teatros Municipal y más tarde el Nacional, de las grandes orquestas de Luis Alfonso Larrain o de los hermanos Belisario. Un día cualquiera, deambulando por los alrededores del Silencio, en la plaza O’Leary o en la Caracas, imaginamos una placa que decía: “Aquí yace el merengue caraqueño, 1943”. Con la demolición de un gran tajo del viejo San Juan, antiguo barrio del Silencio, quedó sellada la sentencia de muerte del merengue caraqueño. El arrase se ejecutó según, por lo insalubre e indeseado del lugar. A mí no me consta, pero así dicen las gentes que escriben libros de crónicas y esas cosas. El tema me interesa porque soy un saxofón tenor, casi igual a los que sonaban allí en esos mabiles donde se desarrolló el merengue caraqueño, ese que llaman rucaneao. Es allí, donde mis congéneres, los altos, se sentían a sus anchas, apareciendo en escena al mismo tiempo que el merengue dominicano y el be-bop estadounidense. Pero por alguna oscura razón, no evolucionaron aquellos vientos, esas cañas, aquí en Caracas. Cuentan que un fin de año, la orquesta de Luis Alfonso Larrain se presentó en el Hotel Majestic –también desahuciado y asesinado por una enorme bola de hierro- llevándose con él al merengue caraqueño, eso sí, vestido de frac , es decir, quitándole el rucaneo, o como dirían los jazzistas estadounidenses “blanqueándolo”. El hecho pasó como una curiosidad al final de un set en el hotel y la gente entre sorprendida e indecisa, pero siempre dispuesta a bailar, poco a poco se fue arrimando a la pista a medida que Larrain y su orquesta interpretaban la pieza. Fue el primer merengue caraqueño pulido, interpretado para “orejas algo delicadas” al mejor estilo comercial, digo yo. Larrain lo sacó de los mabiles y luego de derribado el Majestic, lo llevaron hasta el Hotel Ávila, y luego más pa’l Este aun. Sin embargo, si Luis Alfonso Larrain no lo hubiera hecho así, probablemente se habría perdido por completo; hoy, lo poco que queda sonando, es precisamente ese merengue de frac, musicado por algunos pocos rescatadores de oficio. De cualquier modo, ese merengue ya no suena a mabil; lo rudo, lo cáustico, lo arrabalero quedó como dije antes, blanqueado. Ese merengue que sonaba en los traspatios sanjuaneros cubiertos por chapas de zinc corrugado, bailado sobre pisos de cemento, en donde una barra y unas cuantas mesas servían de taguara en las casas, y donde a las parejas les cobraban x cantidad para pagarle a los músicos, fue sepultado bajo las losas del urbanismo de Villanueva –no juzgo su obra arquitectónica- y más adelante, rematado por el Centro Simón Bolívar, que hasta le mascó un buen pedazo al teatro Municipal, construido por Guzmán Blanco, precisamente en el Majestic al cruzar la calle, se hospedaban los artistas que actuaban en el teatro. Si alguien siente curiosidad de ver una reliquia del Majestic, su vieja araña que aun existe, cuelga en el Hotel Alba Caracas. La cuna del merengue caraqueño fue arrasada, se esfumó. Por ahí queda alguna música cañonera y de antaño, pero de esa música, musicada por cinco, seis o siete músicos al fondo de un mabil, solo queda el recuerdo. Ya no se le escuchan las entrañas a El Silencio; el sucio quedó reducido a pulcro, musicado de modo impecable para ser aceptado en los hoteles, boites y dancings del momento. ¡Metales y cañas de Caracas! ¿Dónde están?


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