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EDITORIAL

SOMOS VULNERABLES

Acostumbrados a vivir rodeados de (casi) todas las seguridades, los habitantes del primer mundo nos hemos visto sorprendidos por esta pandemia que ha trastornado las bases mismas de nuestra normalidad, demostrándonos hasta qué punto somos vulnerables. Pero también ha complicado severamente nuestra convivencia, obligándonos a todos, también a nuestro colectivo profesional, a la reflexión no solo sobre los antecedentes de estos días, sino también sobre lo que ellos mismos han destapado.

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Es necesario que confirmemos nuestra confianza en las virtudes y en los valores cívicos que deben inspirar nuestra convivencia: la tolerancia, la moderación, el sentido de la alteridad y la primacía de la buena fe. Su carácter permanente no debe hacernos perder conciencia de la necesidad de reforzarlos en circunstancias tan singulares como esta.

Precisamente por correspondernos a los abogados conducir la resolución del conflicto civil en que están implicados nuestros clientes conforme al ordenamiento, estamos capacitados para comprender la necesidad de escuchar las razones del discrepante, de recibirlas con respeto y de combatirlas con otras razones, en un proceso ajeno a todo desbordamiento emocional. Ese modelo dialéctico debería seguirse también para abordar el conflicto social, imponiéndose a los impulsos emocionales que más veces de las deseables conducen a la confrontación.

Es imprescindible que la discrepancia, inevitable y necesaria en una sociedad

Es imprescindible que la discrepancia, inevitable y necesaria en una sociedad democrática, se resuelva con la autocontención que impone la conciencia de la singularidad del otro

Estamos obligados a adquirir los conocimientos que nos permitan entender una realidad que es compleja, comprometiendo a ese fin un esfuerzo proporcionado a nuestras posibilidades

democrática, se resuelva con la autocontención que impone la conciencia de la singularidad del otro, cuya opinión está creada por una subjetividad tan singular como la nuestra, por lo que debe respetarse cuando está inspirada por la buena fe, aunque la percibamos errónea y por tanto no la compartamos.

Desde la posición privilegiada que gozamos quienes hemos accedido a una educación y a una formación con la que no pudieron contar todos, estamos obligados a adquirir los conocimientos que nos permitan entender una realidad que es compleja, comprometiendo a ese fin un esfuerzo proporcionado a nuestras posibilidades. Renunciar a esa responsabilidad en un momento en que el protagonismo de la crisis en el horizonte inmediato dificultará el entendimiento entre los ciudadanos, comporta la simplificación y la reducción de la comprensión de la realidad. Y sin entenderla tampoco podemos hacer la aportación individual que nos corresponde para el progreso de nuestra colectividad, colaborando, por el contrario, al empobrecimiento de ese proceso dialéctico y al oscurecimiento del camino que conduce a la racionalidad, quedándonos atrapados en ese escenario que impidió en el pasado que reinara la concordia entre quienes nos precedieron.

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