MES DE SEPTIEMBRE 2014 VALOR: GENEROSIDAD
(Del lat. generositas, -atis). f. Inclinación o propensión del ánimo a anteponer el decoro a la utilidad y al interés. 2.f. Largueza, liberalidad. 3. Valor y esfuerzo en las empresas arduas. 4. Nobleza heredada de los mayores. -Diccionario de la Real Academia Española. Creciendo en la generosidad
¿De qué forma vives la generosidad? ¿Qué relacionas con ella? Sin duda, en tu vida has compartido con los demás algo de lo que tienes; o tal vez alguien te ha dado parte de lo que es suyo. Ésa es la forma elemental de vivir el valor: renunciar al egoísmo y compartir un objeto. Sin embargo, hay formas más variadas e interesantes de vivirlo. La idea general es aprender a dar lo mejor que tenemos, sea o no un artículo. Puede tratarse de un consejo, de horas de compañía o de ideas para que alguien resuelva un problema difícil. Se trata de dar con convencimiento y cariño sin esperar nada a cambio. A veces estamos en el “otro lado” del valor y ser generoso es también aprender a recibir con agradecimiento y amor. Si creces dando y recibiendo, enriqueces tu vida y la de los demás; construyen, entre todos, un mundo en el que a nadie le faltará nada. La generosidad es mi valor Una persona generosa experimenta gusto y placer en compartir con los demás todo lo que tiene sin afectar la satisfacción de sus propias necesidades. Este valor puede expresarse de forma material, mediante bienes u objetos. Pero existen muchas más formas de vivirlo: ayudar con una tarea o un consejo, compartir las propias habilidades, atributos y conocimientos. Sólo quien se siente rico por dentro y considera que se encuentra en la abundancia es capaz de dar con alegría. En general se trata de dar sin afectar el propio bienestar, pero han existido casos de personas que arriesgan su propia vida para ayudar o prestar un servicio a los demás. La labor de los voluntarios Una de las mayores expresiones de generosidad en el desarrollo de los Juegos Olímpicos es el papel que desarrollan los voluntarios, las personas de la ciudad donde se llevan a cabo que, sin recibir pago, realizan diversas tareas para contribuir a su exitosa celebración. Sus características fundamentales son tres: compromiso voluntario, es decir que ellos decidan tomar parte; altruismo, o sea, que no lo hagan motivados por intereses económicos; voluntad de contribuir a la sociedad, en otras palabras, la convicción de hacer un beneficio a su comunidad. La historia del voluntariado olímpico se divide en cuatro etapas. De Atenas, 1896 a Berlín, 1936 los esfuerzos vinieron de grupos como el ejército y los boy scouts y de cientos de voluntarios anónimos de las federaciones deportivas. En las ediciones que fueron de Londres, 1948 a Montreal, 1976, los Juegos recibieron el apoyo de organizaciones similares, así
como de las redes de trabajo social y voluntariado para otras causas que ya existían en las sedes. Sin embargo, creció el número de individuos comunes que, como ocurrió en México, 1968, consideraban un gran honor ser parte del movimiento y auxiliar a los visitantes internacionales en estadios, hoteles, auditorios y sedes del programa cultural. Aún hoy guardan con orgullo los uniformes que vistieron en esos días inolvidables. Si te fijas, muchas personas tienen más cosas de las que necesitan para estar bien. A pesar de lo que parece no son tantos los objetos realmente indispensables. Con seguridad en tu mesa hay una naranja, o una pieza de pan extra, que podría alegrar a muchos niños. Hay quien tiene la costumbre de acumular más y más objetos sin compartirlos con los demás. Esa es una persona mezquina. Tal actitud está acompañada siempre de egoísmo, o falta de disposición para ayudar a los otros en aspectos importantes de su vida. Quienes no saben compartir llevan una existencia solitaria y aislada y se pierden uno de los mayores placeres: observar cómo disfrutan los demás el esfuerzo que se hizo por amor a ellos. No hay mayor alegría que la de una madre cuando ve que la familia saborea el platillo que ella preparó con cuidado y dedicación. En el reporte oficial elaborado para los Juegos de Barcelona, en 1992, se definió el concepto de voluntario: “una persona que establece un compromiso individual y altruista para colaborar con sus mejores aptitudes en la organización de los Juegos desarrollando las tareas que se le asignen sin recibir pagos o recompensas de algún tipo”. El programa de voluntariado comenzó en los Juegos de Lake Placid, 1980, con la participación de seis mil personas. En las ediciones siguientes (Los Ángeles, 1984; Sarajevo, 1984; Calgary, 1988 y Seúl 1988) los voluntarios desempeñaron un papel central e hicieron que los Juegos fueran sustentables, ya que sería muy difícil pagar al personal contratado para esos servicios. Desde entonces y hasta el presente los voluntarios desempeñan un papel fundamental en los planes del Comité Olímpico Internacional que les asigna tareas tan diversas como servir de intérpretes y traductores o ser anfitriones de los grandes personajes que acuden a los eventos. Mencionemos asimismo a aquellas personas que han donado recursos económicos para mantener vivo el proyecto de Pierre de Coubertin. En Londres 2012 había 70,000 voluntarios, llamados game makers o “hacedores de los juegos”. Fueron seleccionados entre 200,000 solicitantes deseosos de aprovechar lo que consideraron “una oportunidad única de participación y ayuda”
Viviendo el valor El valor de la generosidad consiste en dar a los demás más allá de lo que nos corresponde por justicia u obligación. Implica la capacidad de salir de nosotros mismos y, por un acto de amor, enfocar las necesidades de los otros. Se expresa en diferentes dimensiones de la acción humana. En la dimensión material significa compartir nuestras pertenencias. En la dimensión espiritual consiste en poner nuestras capacidades y atributos al servicio de quienes nos rodean mediante una acción objetiva de ayuda. Dar y recibir El reparto de los bienes en el mundo no es uniforme. Unos tienen más y otros menos. Cada persona, además, cuenta con características diferentes y particulares. La generosidad nos permite buscar el equilibrio entre las pertenencias y las características para construir grupos humanos basados en un sentimiento de cariño. Si nosotros no tenemos la fuerza suficiente para cargar un mueble, una persona generosa puede ayudarnos a hacerlo. Si dos niños que pasan por la calle no tienen ropa ni comida, nosotros podemos buscar algo en casa y, simplemente, dárselos. Si un amigo o miembro de nuestra familia se encuentra triste o enfermo podemos ofrecerle nuestro consuelo. Si no entendemos una clase, nuestro compañero de banca puede explicarnos… La lista no se acaba nunca. Ser generoso no es dar lo que nos sobra, sino dar lo mejor que tenemos, y también saber recibir lo mejor que tienen las otras personas. - See more at: http://www.fundaciontelevisa.org/valores/valores/generosidad/#sthash.56EM9Eky.dpuf
CUENTOS DE GENEROSIDAD “Lo que hemos hecho sólo por nosotros, muere con nosotros, lo que hemos hecho por los demás y por el mundo permanece y es inmortal “. Albert Pike
PARA COMENZAR ¿Alguna vez has compartido algo muy querido para ti con otra persona? ¿Le has regalado algo a un extraño? ¿Has regalado algo que no sea material?
EL CUADERNO RAYADO Faltaban dos semanas para que José alcanzara los veinte años de edad. Esta ocasión era especial: se trataba de su último cumpleaños. Seis meses antes le habían diagnosticado una enfermedad incurable y el médico había sido sincero con sus padres: “Vivirá un año, o un poco más. Sólo uno de cada mil pacientes se recupera”. Su familia lo rodeó de cariño y le dio los cuidados que necesitaba. Él los aceptaba con agradecimiento, pero lloraba a escondidas.
Antes de que pasara esto acostumbraban hacerle fiestas de cumpleaños con muchos amigos. Pero esta vez sus padres lo dudaron, le preguntaron qué pensaba y después de meditarlo mucho resolvieron organizarla. “Sí. Me gustaría llevarme ese recuerdo”, dijo José. Llamaron a las personas más queridas para invitarlas. La mayor dificultad para éstas consistió en saber qué regalarle, tomando en cuenta que tenía los días contados. Cuando cada uno le preguntó qué le gustaría, José fue sincero: “Ya nada de eso es importante. No te molestes”. Llegó la fecha de la reunión. Todos hicieron un esfuerzo por aparentar que no pasaba nada. La casa estaba decorada a gusto de José y la madre le había preparado su pastel favorito. Era el momento de los regalos. Javier, su mejor amigo, le obsequió una pulsera de oro, pues pensó que el último regalo tenía que ser muy llamativo. Georgina, su prima, le llevó una loción pequeña, pues razonó que con ese tamaño le bastaría. Pedro, su tío, le entregó ropa para dormir ya que supuso que, por su enfermedad, iba a caer en cama. Otros invitados no supieron qué hacer y llevaron pañuelos, calcetines, chocolates… La última persona en entregar su regalo fue Ángeles, una chica delgada. Lo sacó de una bolsa de plástico sin envoltura, ni moños. Era un cuaderno rayado de doscientas hojas con un luchador en la portada. A todos les desconcertó este obsequio y miraron a Ángeles. “Mira, José —le dijo, tomándolo de las manos—, esta libreta es para que cada día de tu cumpleaños, todos los años, escribas cómo fue tu fiesta.” José se sintió raro, un poco ofendido. “Bueno, bueno, ¡vamos a partir el pastel!”, dijeron sus padres para romper el silencio. Una tarde semejante a ésta, medio siglo después, José escribió cómo había sido su fiesta de setenta años, pegó las fotos y llegó a la última página de la libreta, donde encontró una notita de Ángeles casi borrada por el tiempo: “José: el mejor regalo en este día es mi deseo, mi esperanza y mi seguridad de que vivirás siempre”. Lloroso, el viejo José se puso de pie y salió a la papelería para comprar un cuaderno nuevo.
LA COBIJA DE ESPUMA En una vieja vecindad de la Ciudad de México arruinada por el tiempo vivía Ramona, una viuda, con sus pequeños Mariana y Joaquín. Había sido costurera en una fábrica, pero la habían despedido hacía dos meses. No tenía ahorros y una noche no sabía qué darles para cenar. Aquel día el hambre se veía en sus rostros pálidos y ojerosos. “¿Qué haré?” se preguntó. “¡Ya sé! Voy a ver a doña Zenaida”. Se refería a la anciana portera del edificio, una buena mujer que siempre parecía tener una solución para todo. Salió al patio y llamó a la puerta de doña Zenaida, quien la invitó a pasar y, mientras tejía una cobija de estambre, escuchó el problema. “No te preocupes” dijo la anciana. “Vivo sola y siempre me queda comida, en el refrigerador hay arroz y picadillo del mediodía, llévatelos”. Ramona encontró los trastes y los tomó. Antes de salir doña Zenaida la detuvo: “Te falta algo porque mis muchachos tienen que crecer bien, luego me ayudan a barrer y me hace feliz verlos saltar la cuerda con tanta energía”. Le extendió una bolsa con dos bolillos y tres piezas de pan dulce y un cartón de leche que tomó del anaquel del comedor. “Muchas gracias por compartir su pan, doña Zena” le dijo Ramona al salir. Mariana, Ramona y Joaquín cenaron con apetito pues doña Zena cocinaba rico, aunque con algo de chile. Conversaron muy alegres durante la merienda pues Ramona les dijo que al día siguiente tenía una entrevista de trabajo. El sueldo no era muy bueno, pero ya no les faltaría para comer. Brindaron con tres vasos de refresco frío y se levantaron a lavar las cacerolas de doña Zena. En una de ellas metieron las pocas galletas Marías que les quedaban en la despensa. Marta y Joaquín se fueron a dormir. Ramona dudó en llevar los trastes pues ya era muy noche, pero se animó al ver prendida la luz de la portería. Llamó a la puerta, entró y le preguntó a doña Zena qué hacía despierta tan tarde. “Ay, hija, es que mañana nace el nieto de la señora de la Estética y le prometí una cobija. Pero con estas manos torcidas por la artritis no he podido terminarla”. “No se preocupe, doña Zena, yo sé tejer, por favor présteme las agujas y el estambre” dijo Ramona. Doña Zena se resistió al inicio (“No hija, no te sientas comprometida”), pero luego le dio los materiales. Ramona entendió bien el punto y continuó el tejido con facilidad mientras charlaban. Una buena jarra de café las mantuvo despiertas y en calor en aquella fría madrugada. Al amanecer, cuando estaba saliendo el sol, doña Zena se quedó dormida; a unas cuadras el recién nacido, un hermoso varoncito perfecto en cada detalle, daba su primer grito de vida, y la cobija —tan suave y ligera que parecía de espuma—, estaba lista. Todos eran más ricos que la tarde anterior.
DE LOS APENINOS A LOS ANDES Marco tenía once años y vivía en Génova, Italia. Su padre trabajaba en una fábrica, pero no ganaba suficiente y sus deudas crecían. Por esa razón, la madre decidió partir a Buenos Aires, Argentina, para emplearse en la casa de una familia pues los sueldos que pagaban allí eran buenos. Pensaba ahorrar alguna suma y luego regresar. Aunque le dio tristeza separarse de los suyos, partió llena de esperanza. Por fortuna encontró un buen trabajo con los señores Mequínez. Cada mes escribía a Génova y les enviaba todas sus ganancias. En una ocasión les mandó una nota diciéndoles que se sentía enferma. Luego sus cartas dejaron de llegar. Ellos le escribieron, pero no tuvieron respuesta. Trataron de averiguar qué ocurría, mas nadie pudo informarles. La única solución era ir a buscarla hasta Buenos Aires. Como ni el padre ni el hijo mayor podían abandonar su trabajo, Marcó se ofreció. —Iré a Buenos Aires. Estoy seguro de hallarla —dijo. Aunque su padre no estaba convencido, le dio permiso. Con escasas prendas de ropa y unas monedas, abordó el barco de un capitán amigo que se dirigía a Argentina. A bordo del navío tenía miedo y tristeza. Se sentía solo, alejado de sus seres queridos y rumbo a un destino extraño. Comenzó a dudar, quizá su madre ya no vivía… El viaje duró 27 días. Al desembarcar se vio en una enorme ciudad llena de nombres raros. Preguntando llegó a la dirección de su madre. Tocó la campanilla y una señorita abrió la puerta. —¿Vive aquí la familia Mequínez? —preguntó Marco. —No, ahora somos otros los inquilinos —respondió ella. —¿Dónde han ido? Mamá trabaja con ellos —inquirió Marco.
—Están en Córdoba. La señorita y su padre le explicaron cómo llegar allí, aunque era difícil pues quedaba muy lejos. Le regalaron algunas monedas y le desearon suerte. Muy cansado, Marco abordó una barcaza de vela que transportaba fruta a lo largo de un río enorme y peligroso. A veces pensaba en darse por vencido. Pero sus compañeros de viaje lo animaban: — ¡Ánimo! Debes ser valiente y estar orgulloso de tu búsqueda. La barcaza llegó a Rosario. Aún lo esperaba un largo camino por tierra hacia Córdoba. Desesperado, se sentó a llorar en la calle. Entonces, por pura suerte, se encontró a un viejo marinero que conoció en el viaje que lo había traído de Europa. Éste lo presentó con otros camaradas genoveses que vivían allí, y entre todos reunieron el dinero para comprarle un pasaje de tren. En el vagón Marco se sentía mareado y muy débil. Lo asustaba estar tan lejos de Génova. Creía que las fuerzas no le alcanzarían para llegar. Pero una vez más lo logró. En Córdoba buscó la casa de la familia Mequínez, pero en ella le dijeron que se habían ido a su estancia de Tucumán, a 500 leguas de allí. ¿Cómo ir tan lejos? Una buena mujer le informó que al día siguiente un comerciante partiría rumbo a esa zona. Tal vez podría llevarlo consigo en la carreta tirada por dos grandes bueyes. El carretero era un hombre duro, pero Marco lo convenció y así comenzó su nuevo viaje. A cambio de llevarlo le exigían un trabajo agotador: cargar forraje e ir por agua para los animales. No lo trataban muy bien que digamos. La situación se prolongó casi por un mes. No dormía, comía mal y en una ocasión hasta tuvo tantita calentura. En un punto del camino le indicaron que se bajara, pues ellos no llegaban directamente a Tucumán. El pequeño siguió el resto del trayecto a pie. Las plantas le ardían de tanto andar y le parecía muy remota la posibilidad de hallar bien a su mamá. No estaba tan equivocado, pues la señora llevaba varias semanas en cama, enferma y angustiada por encontrarse lejos de su familia. A pesar de que los señores Mequínez la cuidaban con mucho cariño nada parecía animarla y se resistía a la operación necesaria para curarla.
Pero una mañana el pequeño Marco llegó a la casa donde se encontraba, casi descalzo y con su ropa rota. Al verlo, su madre no podía creerlo. Llena de felicidad por estar de nuevo junto a su pequeño, lo abrazó muy fuerte y le dio muchos besos. Admirando su ejemplo de templanza y tenacidad decidió aceptar la operación. Ésta fue todo un éxito. A los pocos días la señora se hallaba restablecida y feliz de tener a su hijo al lado. Marco se inclinó para darle gracias al doctor, pero éste le dijo:—Levántate muchacho. Eres todo un héroe. Tú fuerza la ha salvado y la aventura que viviste te dio el temple necesario para enfrentar la vida y sus desafíos. —Adaptación del cuento homónimo incluido en Corazón de Edmundo de Amici
ACCIONES DE GENEROSIDAD
Éste es el momento
Distingue cuáles son tus bienes más valiosos. Puede tratarse de una habilidad física, por ejemplo. Piensa cómo compartirla en beneficio de tus seres queridos.
Piensa qué te hace falta, qué te gustaría tener (recuerda: ¡no te enfoques en los objetos!). Considera cuál persona cercana a ti puede dártelo y pídeselo.
Sal del círculo de las personas queridas y apoya a personas que vivan una circunstancia difícil: un anciano, las víctimas de un desastre o los chicos de un orfanato.
Combina la generosidad con la solidaridad y forma un grupo de ayuda que beneficie, sin retribución, a las personas que tengan alguna necesidad especial.
EDUCANDO EN LA GENEROSIDAD El hogar es el laboratorio para construir hombres y mujeres generosos, y los adultos responsables deben considerar esta tarea como una de sus misiones más importantes. La idea de fundar una familia parte del valor de la generosidad. En el esquema tradicional dos personas deciden compartir sus vidas: darse entre sí lo mejor que tienen y avanzar juntas por el camino. Luego generan nuevas vidas, el mayor acto de generosidad que existe. Sin embargo, la generosidad no debe limitarse al inicio de esos procesos, sino mantenerse viva a lo largo de toda la vida en común, durante el proceso educativo de los chicos: escuchando, hablando, generando nuevas habilidades, creciendo juntos todos. La fórmula se extiende a los demás modelos familiares. La vida en común no significa nada en sí misma: hay que llenarla de sentido dando lo mejor que tenemos y recibiendo lo que necesitamos.
ESCUELA DE VALORES La escuela ha de ser un centro educativo para la generosidad y el maestro un guía firme en esa misión con estrategias sencillas y un ejemplo permanente.
La esencia de su trabajo como maestro es la generosidad; usted está frente a un grupo de alumnos para darles lo mejor que tiene: los conocimientos que irán construyendo sus vidas. Aunque esa misión educativa enriquece a los chicos de una manera excepcional, no es la única forma de expresar la generosidad en el aula.
Detecte las carencias individuales (pueden ser afectivas, materiales, de comprensión) de los alumnos y trate de cubrirlas.
Espere lo mejor de cada uno (incluyendo al alumno más rebelde o al más desaventajado) y actúe en consecuencia, atendiendo a todos por igual.
No se limite a “cubrir el expediente”. Entréguese a su misión en cuerpo y alma. Acuda a cursos de capacitación, adquiera nuevos conocimientos: para dar más hay que tener más.
Aprenda a disfrutar y valorar las expresiones de cariño o reconocimiento que padres y alumnos le den a lo largo de su convivencia.
Con ganas de triunfar
Cuando te decidas a dar algo hazlo con verdadero cariño y convencimiento. Sólo así vivirás el valor.
No le recuerdes al beneficiario lo que le diste, ni se lo pidas de regreso. Una vez que lo das ya no es tuyo.
Si tienes hermanos invítalos a que las cosas de cada uno se compartan entre todos con cortesía y respeto.
No codicies ni envidies aquello que tienen los demás. Más bien piensa de manera creativa qué puedes darle tú a las otras personas. Antes de desechar cualquier objeto que todavía resulte útil piensa si puede servirle a alguien y ofréceselo.
PALABRAS PARA LAS FAMILIAS La familia y el ámbito doméstico ofrecen el campo ideal para el entrenamiento en el valor de la generosidad. Gracias a ustedes los chicos pueden alcanzar la meta. • Hágales entender que los bienes materiales no son los únicos valores que se pueden compartir. Evite que el materialismo se convierta en el eje de su educación. • Enséñelos a recibir y agradecer, y a dar sin esperar agradecimiento. La verdadera generosidad busca producir cambios positivos, no recibir elogios. • Hágalos conscientes de los chicos que se encuentran en desventaja material, familiar o emocional con respecto a ellos y oriéntelos para dividir con ellos lo que tienen. • Sean ustedes mismo generosos para comprender y corregir cariñosamente algún error, perjuicio o equivocación de los chicos.
PALABRAS PARA LOS DOCENTES La escuela es el espacio más adecuado para fortalecer las competencias relacionadas con el valor de la generosidad y ustedes, los mejores entrenadores técnicos para chicos de “alto rendimiento”. • Hagan que vean en el aula un espacio comunitario en el que se comparten ideas, conocimientos y materiales. • Trabajen con la dirección para crear un programa para reutilizar libros, uniformes y útiles que los más grandes dejan de usar. • Con respecto al lunch o refrigerio impulsen una experiencia comunitaria en la que cada uno pruebe un poco de lo que llevan los demás. • Inculquen en ellos respeto por las personas indigentes y marginadas diseñando algún plan de ayuda o inclusión.
PARA LA VIDA DIARIA
Aprende a compartir todas tus cosas: quizás una prenda de ropa, algún libro o tu comida. Tu compañía y tu conversación pueden ser de gran ayuda para otra persona.
Aprende a recibir. Cuando alguna persona que te aprecie te ofrezca algo que considera importante o valioso, acéptalo como muestra de ese cariño.
No tengas demasiado apego a los objetos: pueden ir y venir. Es más importante cuidar a las personas y sus sentimientos que a las cosas.
POR EL CAMINO DE LA GENEROSIDAD
Ser generoso significa estar dispuesto a dar todo sin esperar algo a cambio. Aprende a dar de forma desinteresada.
Ayuda a quien no tenga forma de recompensarte. Esa es la verdadera generosidad.
Mucha gente piensa que la generosidad sólo se relaciona con el dinero. Aprende a cuidarlo pero nunca le des más valor que a las personas y sus sentimientos.