Libro Conmemorativo Fundación Hispanoamericana

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Santiago Aced Garriga

Santiago Aced Garriga

Historia de los primeros años del Colegio Hispanoamericano, una gesta de la Colonia Española de Cali, en el meridiano del pasado siglo XX

Historia de los primeros años del Colegio Hispanoamericano, una gesta de la Colonia Española de Cali, en el meridiano del pasado siglo XX

Santiago Aced Garriga

HISPANO

Historia de los primeros años del Colegio Hispanoamericano, una gesta de la Colonia Española de Cali, en el meridiano del pasado siglo XX.

Santiago Aced Garriga

HISPANO

Historia de los primeros años del Colegio Hispanoamericano, una gesta de la Colonia Española de Cali, en el meridiano del pasado siglo XX.

Hispano, Historia de los primeros años del Colegio

Hispanoamericano, una gesta de la colonia española de Cali, en el meridiano del pasado siglo XX.

ISBN: 978-958-58672-1-5

Primera edición: diciembre de 2024

Dirección: Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali

Diseño e impresión: El Bando Creativo

Las opiniones, interpretaciones y puntos de vista expresados en esta publicación son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura oficial de la Fundación Hispanoamericana de Santiago de Cali.

¡Tres personas han hecho posible estos textos!

La que me señaló el camino, Fernando de la Espriella Aced, mi sobrino, que un día se acercó a mí para decirme que estaba convencido de que yo podría escribir una historia del colegio. Esa fue la chispa que encendió la hoguera, y quería demostrarle que no estaba equivocado y quizás sí podría.

La que me dijo que ese era el camino, José Roca Torrella , un amigo que leyó los primeros borradores y me dijo, en tono muy confidencial, que le habían gustado. Esa fue la gasolina derramada sobre el fuego que avivó la llama en momentos en que sentía que no sería capaz y perdía el interés por el proyecto.

La que avaló lo que hacía, Guillermo Leunda Retegui, mi amigo de siempre, que cuando le comenté que estaba escribiendo una historia sobre el colegio se quedó callado, como acostumbra hacer casi siempre que le cuento una idea que le gusta. Esa fue la varilla atizadora que distribuyó el fuego para que ardiera.

¡Mi agradecimiento eterno para ellos!

XV. Manjar blanco (4)

XVII. Mangostino 135

XVIII. Melcocha 141

XIX. Morrongo 155

XX. Motilado 171

XXI. Ñuco 179

XXII. Pandebono (1) 185

XXIII. Pandebono (2) 195

XXIV. Pandebono (3) 205

XXV. Papaya 215

XXVI. Pendejo 223

¡Arranque!

Todo libro, con alguna pretensión, acostumbra a “arrancar”, como diría un valluno raizal, con un texto preliminar, al cual se le dan diferentes denominaciones: exordio, introducción, preámbulo, prefacio, preliminares, proemio o prolegómeno, este último en singular, o en plural, como lo escribió Kant en su célebre libro "Prolegómenos a toda metafísica del porvenir que haya de poder presentarse como una ciencia". Pero todas estas denominaciones me parecieron muy formales y académicas para estos textos, que solo pretenden rescatar algo de la memoria histórica del Colegio Hispanoamericano, por eso, he prescindido de todas ellas y he escogido ¡Arranque!, mucho más valluno y coloquial, pero sobre todo menos formal, además de ser un término que todavía nadie se ha atrevido a usar en este sentido.

Yla razón por la que finalmente me decidí a llamar ¡arranque! a este texto preliminar es porque más de una noche me devané los sesos pensando si se justificaba dar alguna explicación acerca de recopilar estos recuerdos del Colegio Hispanoamericano, que es como oficialmente se llama hoy, o HISPANO a secas, mucho más coloquial y familiar, que es como lo llamaré a lo largo de estas páginas. Y en ese navegar entre dudas y vacilaciones, más de una vez pensé que lo mejor sería dejarme de pendejadas y suprimir cualquier introducción e ir al grano sin más rodeos.

Finalmente, en un “arranque” de esos que a veces se tienen, me convencí de que para muchos de los más noveles lectores que espero tenga lo escrito, si no hay algunas consideraciones generales, les será muy difícil entender por qué me remonto

tan atrás en el tiempo para iniciar la historia del colegio, y por qué insisto tanto en los aspectos de la historia de España, que anteceden y rodean a su fundación. Pues para decirlo claro, pronto y sin rodeos, una de las razones fundamentales de esta historia es que los miles de alumnos que espero tenga el colegio en un futuro, entiendan con claridad las raíces españolas de la institución, aunque con el tiempo, la impronta española se haya ido perdiendo, como ya lo estamos viendo hoy, en la medida que la sociedad colombiana evoluciona y la española también, y los valores de la nueva vallecaucanidad reemplazan los anhelos de aquella nutrida y esforzada colonia de españoles de 1956, cuando abrió sus puertas el colegio.

Prueba de esta evolución es que hoy, después de muchos años de tradición, en los que el rector del colegio siempre había sido un ciudadano español, las últimas juntas directivas de la institución han decidido nombrar profesores colombianos para que ocupen la Rectoría del colegio. El primero de ellos fue Carlos Arana Medina, ya retirado, y posteriormente asumió el cargo Hugo de Jesús Botero Quiceno, el actual rector. Este cambio se dio en la convicción de que

los tiempos evolucionan, y que, aunque las raíces del colegio siempre estarán en la colonia española de Cali, hoy es una realidad que más del 98% de los alumnos son colombianos, y que españoles o hijos de españoles son

cada vez menos, en la medida que la gente de aquí ha ido tomando las banderas de los primitivos fundadores y extienden ahora ellos, los de aquí, su impronta en las aulas del colegio.

Igualmente, muchas noches me ha quitado el sueño la pensadera de hasta dónde tengo que llegar en los relatos para cumplir con lo prometido en el título, “Historia de los primeros años”, pues, aunque siempre tuve muy claro que había que empezar por reconocer las raíces, nunca he tenido la claridad suficiente para entender hasta dónde tendría que llegar para cumplir a cabalidad con dicha promesa. Entonces, después de pensarlo mucho, me he impuesto unos límites y creo que será suficiente para los propósitos mencionados, que los textos abarquen todas las raíces que puedan ser investigadas y documentadas, la apertura de labores de la institución en 1956 y los 10 primeros años del colegio hasta la graduación de la primera promoción de bachilleres en 1966, que coincide con su consolidación como un colegio de prestigio en la ciudad.

A diferencia de lo que era tradicional en los colegios de Cali, el HISPANO no fue obra de ninguna comunidad religiosa, ni tampoco una institución oficial o semioficial del Gobierno colombiano. Tampoco, y espero que esto quede muy claro más adelante, el HISPANO ha sido un colegio oficial del Gobierno español. El colegio siempre ha sido una institución privada, creada en Cali, Colombia, y siempre bajo las leyes y las normativas de

esta nación, por iniciativa de la colonia española de Cali, muy numerosa e importante, a mediados del siglo XX, que tuvo el propósito de darle al colegio, desde su fundación, un carácter y una identidad española, y que hoy muy reducida ya, y muy envejecida, no ceja por mantener para Cali tan importante obra.

Pero, aunque no seamos un colegio oficial del Gobierno español, sería injusto no reconocer que siempre hemos tenido no solo el reconocimiento, sino el decidido apoyo de los diferentes gobiernos españoles durante estos 67 años de historia, y que siempre hemos mantenido las mejores relaciones con la Embajada de España en Colombia.

Para encuadrar los textos, permítaseme tres aclaraciones básicas y fundamentales: la primera es que dado que el colegio fue el resultado de la conjunción de voluntades de la colonia española de mediados del siglo pasado, me parece fundamental empezar el relato de su memoria histórica retomando los hitos más importantes de esta colonia, desde el momento mismo en que el Virreinato de la Nueva Granada se independiza de la Corona Española (que siempre pondré con mayúsculas para no herir susceptibilidades).

Quiero empezar desde tan atrás para que los alumnos de ahora, que posiblemente nada saben, y ni qué decir para los del futuro, que posiblemente tampoco nada sabrán, puedan entender con la lectura de estas páginas cómo se afincaron muchos españoles en estas tierras del Valle del Cauca, y que encontraron aquí, que quizás no habían encontrado en España. Y estoy seguro de que más de uno quedará sorprendido al saber que después de la batalla de Boyacá, la gran mayoría de españoles “peninsulares” marcharon de lo que actualmente es Colombia y, por supuesto, del Valle del Cauca, y que pasaron 61 años hasta que las dos naciones, Colombia y España, volvieran a tener relaciones diplomáticas, y volvieran a afincarse españoles, ahora como extranjeros, por estas tierras.

La segunda es que me he tomado la licencia de poner, cada que me ha parecido, una serie de palabras típicas de la región, bien sea porque son frutas, alimentos típicos o términos muy vallunos, que todos entenderán, de los cuales he rescatado después de muchas noches de insomnio, muchas cosas que le sorprenderán al lector. Estas palabras que encabezan las porciones en que he dividido el texto, las he ordenado alfabéticamente y las he llamado “Alfabeto valluno”. Este alfabeto servirá para que el lector se desintoxique un poco, después de tantos nombres y tantas fechas, y perciba un toque nostálgico de algunas de las cosas que tenía el HISPANO en sus inicios, lo mismo que otros colegios de la Cali de aquel entonces… y que poco a poco han ido desapareciendo.

Edificios administrativos del Colegio Hispanoamericano y la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali, en su sede de la urbanización Prados del Norte, de Cali.

Por último, quiero decir con la mayor claridad y transparencia, que por más que me he esforzado y me pueda esforzar en un futuro, sin duda, habrá omisiones en este relato, y más, cuando el papel de muchos españoles y también de muchos colombianos que arrimaron el hombro con fuerza y entusiasmo, fue esencialmente anónimo. Por eso, no quiero escribir ni una palabra más sin reconocer a todos esos ciudadanos que vieron en la creación del colegio una manera digna y encomiable de construir futuro para sus hijos y nietos, todos sus esfuerzos, desvelos y afugias por las que tuvieron que pasar antes de que el colegio cuajara como una de las mejores instituciones educativas de la ciudad.

¡Empecemos pues!

Atollado II

He escogido esta palabra muy típica de “valluno” más vernáculo, para continuar estos encabezados que nos conducirán por los recuerdos del colegio hasta el final del libro. ¿Y por qué atollado? Porque esta palabra fue una de las primeras que le oí a mi profesora de tercero de primaria, la señorita Rosalba, cuando ingresé al colegio: “Mire ese niño, está todo atollado”, y allí aprendí que, para los vallunos, atollado es embadurnado, untado, aceitado, sucio. Distinto que para la RAE (Real Academia Española), para la que atollado es solamente sinónimo de atascado. Pero, además, porque después, mucho después, aprendí que así también se le dice a una de las comidas más tradicionales de la región, el arroz atollado, tan rico bien preparado y tan olvidado hoy, en la moderna gastronomía vallecaucana.

El 7 de agosto de 1819, concluida la batalla de Boyacá y derrotados los ejércitos españoles al mando de José María Barreiro Majón, se selló definitivamente la independencia del Virreinato de la Nueva Granada, del convulsionado Reino de España, del que era soberano en ese momento Fernando VII, conocido en los albores de su vida como “El Deseado”, para terminar siendo “El Indeseado”, de quien a toda costa quería deshacerse la nación española. Esto es historia conocida por todos, pero lo que no todos conocen es que la nueva nación, inicialmente denominada la Gran Colombia, pero que después tendría varios nombres hasta llegar al

actual de República de Colombia1, y la Corona Española, con sus intrincados vericuetos de casas reales y aspirantes al trono, todos levantando a la vez, la voz y la mano para decir que les tocaba el turno de reinar, quedaron absolutamente enemistados después de la independencia, enemistad de la que no se salió tan fácilmente, como podría suponerse, por las magníficas relaciones que existen actualmente entre las dos naciones.

En efecto, lo que marcaba la tradición diplomática era que, consolidadas las operaciones militares que expulsaron a los ejércitos españoles, y establecida una carta fundacional que le daba un marco jurídico a los nuevos territorios independientes, tanto el Reino de España como todas las monarquías europeas, debían reconocer la legitimidad de las nuevas repúblicas americanas y establecer con ellas relaciones diplomáticas, pero eso no fue así. El reconocimiento internacional de la existencia legítima de las jóvenes repúblicas, y en especial de la Gran Colombia,2 tropezó

1. Lo que actualmente es Colombia ha tenido 5 nombres diferentes en sus más de 200 años de historia. El primero fue oficialmente “República de Colombia”, renombrada por los historiadores como la “Gran Colombia”, para no confundirla con el nombre actual, que es el mismo. Duró 12 años (1819-1831). Luego de la disgregación de la “Gran Colombia” pasó a llamarse oficialmente “República de la Nueva Granada”, que duró 29 años (1832-1861). Posteriormente se llamó oficialmente “Confederación Granadina”, que duró 2 años (1862-1863). Después de su disolución, pasó a llamarse oficialmente “Estados Unidos de Colombia”, que duró 23 años (1863-1886). Finalmente, recibió oficialmente el nombre actual de “República de Colombia”, que hoy lleva ya 147 años (1886-2023), y esperamos perdure muchos años más.

2. El 17 de diciembre de 1819, a escasos 4 meses de la rendición de los realistas, el Congreso de Angostura aprobó una ley que daba existencia a la República de Colombia, más conocida como la “Gran Colombia”. En dicha ley, bajo una sola nación se consagraba la unión de los territorios del Virreinato de la Nueva Granada, la Capitanía General de Venezuela (incluida la Guyana Esequiba ya en disputa), la Presidencia de Quito, la Provincia Libre de Guayaquil y otros territorios que pasaron después a Brasil, Perú, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, por acuerdos internacionales celebrados entre estos países y las repúblicas surgidas de la disolución de esa “Gran Colombia”, que solo duró 12 años.

con la empecinada e irreductible posición de Fernando VII y de la mayoría de las monarquías europeas. Es así como los gobiernos españoles, bajo el reinado del ya “indeseado”, se negaron una y otra vez al reconocimiento de los nuevos estados, y a establecer cualquier tipo de relación con ellas. Una muestra de esta actitud fueron las palabras de Francisco Cea Bermúdez, quien sería después presidente del Gobierno durante la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que escribió el 1 de enero de 1825: “El Rey no consentirá jamás en reconocer los nuevos estados de la América Española y no dejará de emplear la fuerza de las armas contra los súbditos rebeldes de aquella parte del mundo”.

De igual manera, los reinos de Austria, Francia y Rusia solo reconocerían la independencia de las colonias españolas de América, si los nuevos estados instauraban un sistema monárquico de gobierno, nombrando como soberano a alguno de los innumerables miembros de las ociosas e inútiles casas reales europeas. Pero mientras los soberanos de ese continente cerraban filas contra las aspiraciones de libertad de las nuevas repúblicas americanas, los celos y rencores pululaban entre ellas y la Gran Colombia se resquebrajaba por profundas diferencias entre federalistas y centralistas, que se volvieron irreconciliables, lo que llevó finalmente a que esa quimera de Bolívar se disolviera en 1831, y el territorio de lo que actualmente es la República de Colombia pasó a ser la República de la Nueva Granada. Pero eso no cambio en nada las relaciones con España, que seguía atrapada en esa rara atmósfera de absolutismo borbónico que la envolvía.

Con este panorama, es fácil entender que la situación de los españoles, nacidos en la península y emigrados al Virreinato de la Nueva Granada, se tornó muy delicada a partir de 1810, y los que no se habían marchado ya, por voluntad propia, lo empezaron a hacer precipitadamente desde 1819, en especial, después de la confiscación de sus bienes, que fue por donde empezaron

los patriotas a hostigar a los peninsulares. Pero, finalmente, esa actitud hostil se volvió legal el 18 de septiembre de 1821, cuando la Gran Colombia aprobó una ley que ordenaba la expulsión de su territorio de todos los españoles de origen peninsular que no demostrasen haber formado parte del movimiento independentista, exceptuando los ancianos de más de 80 años de edad, en los que ya no se justificaba la expulsión. Fue así como salieron precipitadamente más de 5.000 peninsulares, con una mano adelante y otra atrás. Su destino fue las islas españolas del Caribe, principalmente Puerto Rico y Cuba. A Puerto Rico arribaron 3.555 refugiados, el resto a otras islas, incluso algunos llegaron a posesiones británicas, donde quedaron bajo estricto control de sus autoridades. Lo que siguió fue un largo periodo de aislamiento tanto de la nueva República como del Reino de España, pues existía mucho resentimiento entre ambos, derivado de los tormentosos años que siguieron a la declaración de independencia, la reconquista, la derrota final de los ejércitos españoles y la expulsión de los peninsulares.

Solo hasta 1833, tras la muerte de Fernando VII, que gracias a Dios vivió poco, solo 48 años, es que se inició una nueva etapa en la historia de la diplomacia española y los nuevos estados americanos. Fue así como las Cortes españolas aprobaron, el 4 de diciembre de 1836, un decreto propuesto por el gobierno de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (regente de su hija Isabel II), según el cual se autorizaba al gobierno de Su Majestad para que pudieran adelantar tratados de paz y amistad con los nuevos estados de la América española, sobre la base del reconocimiento de su independencia y la renuncia a todo derecho territorial o de soberanía por parte de la antigua metrópoli, siempre que en lo demás se juzgase que no se comprometían ni el honor ni los intereses nacionales.

Empezaron así a normalizarse las relaciones entre la península y sus excolonias de América. La primera en establecer vínculos diplomáticos fue México, en 1836, para seguir después con el reconocimiento de las demás, que se hizo en forma escalonada durante los siguientes 63 años. En el caso de Colombia, que para ese entonces se llamaba Estados Unidos de Colombia, este reconocimiento fue uno de los más tardíos y solo llegó después de un tratado firmado en París en 1881, 62 años después de concluido el conflicto con la península. Entre las razones que explicaban este tardío reconocimiento de la independencia colombiana, se encontraban la insólita exigencia española de que Colombia cediera a España el istmo de Panamá, en contraprestación al reconocimiento, por parte de España, de Colombia como país independiente, que, por supuesto, Colombia nunca aceptó.

Balaca III

Palabra muy usada por las muchachas de antes, para denominar una liga o diadema para sujetar el pelo. La balaca ayudaba a no despeinarse cuando la brisa proveniente del pie de monte de la cordillera Occidental barría la avenida sexta de Cali, antes de que la asfixiaran esa empalizada de edificios que hoy la flanquean, y antes de que perdiera ese encanto tan caleño que tenía… que permitía olvidar el tedio de la vida, mientras veías cómo la brisa batía las cabelleras de esos ríos de muchachas que, con balaca o sin ella, recorrían la “sexta”, soñadoras y coquetas, para que las vieran. Las mayorcitas del HISPANO no eran la excepción y soñaban con salir a “sextear” con dos o tres compañeras más, para esconder entre la loca risa de las otras, la vergüenza que les causaban algunos piropos subidos de tono, pero que ellas, que no eran tontas, ya sabían a qué se referían, pero como el juego era no revelarlo y hacerse las sorprendidas, lo hacían tan bien que hasta se ponían rojas cuando los oían.

Si solo hasta 1881 se establecieron relaciones diplomáticas entre España y los Estados Unidos de Colombia, es fácil comprender que solo a partir de esa fecha empezaron a emigrar nuevamente algunos súbditos españoles a Colombia. Los primeros que llegaron a la joven república lo hicieron a Santa Fe de Bogotá, su capital, donde se establecieron los cuerpos diplomáticos y donde las corrientes centralistas iban focalizando el desarrollo de la nueva nación. Hacia el occidente colombiano fueron escasos los que inicialmente emigraron, y los pocos que lo hicieron, se dirigían casi siempre a Popayán, histórica capital del departamento del Cauca.

A Cali, antes de 1910, la llegada de españoles fue excepcional, porque, aunque cueste creerlo, Cali no era la ciudad grande e importante que es hoy, es más, ni siquiera se podía decir con

propiedad que era un “pueblo grande”, pues según datos históricos, se sabe que para 1912, cuando ya Cali era capital del departamento del Valle del Cauca, el municipio contaba con solo 37.610 habitantes3 y su cabecera municipal, Cali, la flamante capital del departamento, con solo 9.906. Es más, Buga le disputó a Cali la preponderancia de la región, antes de la formación del departamento del Valle del Cauca, y llegó a existir un departamento de Buga, creado el 5 de agosto de 1908, después de las reformas territoriales del presidente Rafael Reyes, departamento que quizás hoy todavía existiría, si Reyes no hubiera sido depuesto un año después y todas sus reformas revertidas. Pero por esos vericuetos de la historia, fue precisamente un bugueño, Ignacio Palau Valenzuela (Guadalajara de Buga, 25 de marzo de 1850 - Santiago de Cali, 10 de enero de 1925), escritor, periodista y filántropo, acérrimo enemigo de Reyes, que había estado desde mucho tiempo atrás trabajando para acercar opiniones y convocar voluntades tendientes a crear el departamento del Valle del Cauca, quien aprovechó el revés político de Reyes para relanzar la idea de la creación del departamento,4 lo cual se hizo realidad en 1910.

3. El primer censo de la población de Cali data de 1870, en ese momento, el municipio de Cali contaba con 8.802 habitantes, pero su cabecera municipal, es decir Cali “ciudad”, solamente tenía 4.740 personas. Esto se explica fácilmente por el hecho de que muchas familias se establecían en grandes haciendas que aglutinaban a parientes y servidores, lo que las convertía en una especie de veredas, esparcidas a lo largo y ancho de todo el municipio, muy extenso, como hemos dicho.

4. Enterados de esta contrarreforma, los vallecaucanos residentes en Bogotá, inspirados en la tozuda determinación de Ignacio Palau Valenzuela, iniciaron de inmediato gestiones para la creación del departamento del Valle del Cauca, poniendo de manifiesto que la región reunía los requisitos exigidos por la Constitución para ser un departamento independiente. Estas gestiones fueron definitivas para que finalmente el ejecutivo del momento, mediante el Decreto 340 del 16 de abril de 1910, dividiera el territorio nacional en trece departamentos, uno de los cuales aglutinaba los antiguos “territorios” de Cartago, Buga y Cali para formar uno solo con el nombre de departamento del Valle del Cauca, no departamento del Valle, como solemos abreviarlo, con Cali como capital.

Sin duda, el hecho de que Cali se convirtiese en capital fue un factor importante para su transformación, pero para los historiadores de “escuela”, existieron otros también muy determinantes que sucedieron en esos mismos años y que explican el acelerado desarrollo que tuvo la urbe. Dos destacan por su importancia: primero, la apertura del Canal de Panamá, cuya realización, largamente acariciada, empezó a concretarse en 1903, cuando Panamá se independizó de Colombia y la franja donde ya se había intentado, sin éxito, la construcción del canal, pasó a los Estados Unidos de América. Y mientras que para construir los 174 km de vías del Ferrocarril del Pacífico, a Colombia le tomó 37 años, a los Estados Unidos le bastaron diez para terminar el canal, una obra infinitamente más compleja y costosa. Es así como el 15 de agosto de 1914, el entonces presidente de los Estados Unidos de América, Theodore Roosevelt, el mismo que fraguó la independencia de Panamá para quedarse con la franja donde poder construir el canal, inauguró con bombos y platillos la nueva vía interoceánica. Segundo, que casi simultáneamente a la apertura del canal, se puso finalmente en marcha el Ferrocarril del Pacífico, que realizó su viaje inaugural de Buenaventura a Cali, el 19 de enero de 1915, comunicando el puerto de Buenaventura con el interior del país. Estas dos obras, felizmente coincidentes en el tiempo, abrieron de golpe y porrazo no solo una vía expedita de comunicación de la rica zona cafetera con el océano Pacífico, sino que aseguraba, a través del canal, un rápido acceso a Europa y la costa oriental de los Estados Unidos de América, sin necesidad de circunnavegar el estrecho de Magallanes, facilitando así la llegada de mercancías y la penetración de la cultura del mundo, de la que se encontraba tan aislada nuestra región.

Este polo de desarrollo que significó la apertura del canal y la construcción del Ferrocarril del Pacífico, atrajo de inmediato a diversos inmigrantes hacia la ciudad, algunos del interior del país, pero también muchos extranjeros, entre ellos, un reducido

Santiago Aced Garriga

pero selecto grupo de españoles que se establecieron en Cali a principios del siglo XX, y a los que podemos considerar la primera colonia española en la ciudad, desde la reanudación de las relaciones diplomáticas de España con los Estados Unidos de Colombia. Esta antigua colonia española, que sin duda contribuyó en gran medida al crecimiento y desarrollo de la ciudad hasta convertirse en la gran urbe que es hoy, estaba constituida por prósperos comerciantes, dedicados a negocios de importación de mercancías, cuya entrada por el puerto de Buenaventura era enormemente facilitada por el nuevo ferrocarril, pero también por muchos profesionales muy bien calificados que fueron fundamentales en la construcción de obras emblemáticas, que hoy todavía se conservan, aunque, casi sin excepción, los caleños desconocen quién las construyó. Para muestra un botón: el edificio que hoy ocupa la Asamblea Departamental, que inicialmente fue la sede del colegio San Luis Gonzaga, como todavía puede leerse en el frontispicio que milagrosamente se ha respetado, como testimonio histórico de su procedencia, lo diseñó y construyó el ingeniero catalán José Sacasas Munné (Barcelona, 1885 – Barcelona, 1942), quien había llegado inicialmente a Medellín en 1911, pero que posteriormente se trasladó a Cali, donde realizó importantes obras en el centro de la ciudad, la mayoría de las cuales aún persisten.

Pero Sacasas no fue el único español notable en Cali antes de 1930, hubo más. Especialmente importante por su riqueza y sus negocios en la ciudad, fue don Jesús Obeso Pérez, un asturiano que de joven emigró a Costa Rica, para posteriormente trasladarse a Cali, donde finalmente se estableció, dedicándose con mucho éxito a los negocios de importación de mercancías. Su riqueza fue mítica, al punto de afirmarse por algunos de los caleños raizales de antes que las tierras que van desde donde actualmente está La Ermita, en el centro de la ciudad, hasta el

río Cauca, eran casi todas de su propiedad. Su hijo, Antonio Obeso de Mendiola, lo sucedió en su actividad económica y en sus estrechas relaciones con la más rancia oligarquía caleña, que siempre lo consideró uno de sus pares. Aunque Antonio había nacido en Costa Rica, recibió la nacionalidad colombiana durante la presidencia de Mariano Ospina Pérez (1946 a 1950), siguiendo el ejemplo de su padre, quien fue nacionalizado colombiano en 1940, por el presidente Eduardo Santos.

En esta nostálgica fotografía se ve a Antonio Obeso de Mendiola, hijo de Jesús Obeso Pérez, junto a su esposa, Luz Mejía Arango, en plena juventud. Luz, nacida en Medellín, en 1917, siendo aún muy joven fue elegida como la mujer más bella de su ciudad. En 1940 fue invitada a Cali como jurado para la coronación de la reina del carnaval, y según contó ella misma alguna vez: “Cuando terminó la ceremonia de coronación, comenzaron a presentarme a los invitados y entre ellos estaba Antonio, un joven muy elegante; que

Santiago Aced Garriga

desde ese momento empezó a cortejarme” y con quien, finalmente, se casó en 1941. La pareja no tuvo hijos, y vivieron casados por 73 años hasta que Antonio murió en febrero de 2014, con 99 años de edad, y 6 meses después, en agosto de ese mismo año, murió Luz, que estaba próxima a cumplir 97. Doña Luz estuvo consagrada desde 1953, año de su

fundación, a una institución de beneficencia, la “Casita de Belén”, que recoge niños desamparados y a la que consagró gran parte de sus esfuerzos en su larga y fructífera vida. La residencia de la pareja, a orillas del río Cali, ha sido recientemente convertida en la sede de la Fundación Obeso Mejía.

A estos destacados integrantes de la primera colonia española de Cali, en los inicios del siglo XX, podrían agregárseles varios más. Uno de ellos, por su trascendencia como líder de esa colonia, además de cónsul de España en Cali, y cuyos hijos fueron personajes muy determinantes en la fundación del colegio y en su apoyo desinteresado al mismo a lo largo de toda su vida, fue José Sellares Pujal. De este personaje, fundador del almacén de telas llamado El Barato, con el cual amasó una pequeña fortuna, hablaremos más extensamente en las próximas palabras del “Alfabeto valluno”.

Caspiroleta IV

Bebida elaborada con leche, huevos, canela, azúcar y un toque de licor. De ella hay dos versiones, una fría y otra caliente. Muy popular por su sabor dulce y cremoso, y muy típica del Valle del Cauca, es en realidad el derivado de un postre italiano llamado “Zabaione” o “zabaglione”, cuya receta fue acomodada a nuestro territorio agregando ron o licor de caña de azúcar anisado (nuestro conocido aguardiente). Por eso, en la zona cafetera de Colombia se vendía ya embotellada con el nombre de “Sabajón”, unas veces con “S” y otras con “Z, donde nunca faltaba en las ríspidas estanterías de sus cantinas, en las que los recolectores de café se sentaban a gastarse lo ganado en la semana, bebiendo cerveza y escuchando tangos, mientras lloraban los sinsabores y las penurias de sus amoríos.

Cuando las mayorcitas del HISPANO empezaron a hacer fiestas de “quince”, todavía se servía como un trago fino, especialmente para las señoras mayores, que acudían a las fiestas para ver quién bailaba con quién, y si las parejitas se arrimaban más de la cuenta. Esas mujeres que parecían de piedra, se pasaban toda la fiesta dándole pequeños sorbitos a su caspiroleta, mientras por un ojo miraban el baile y por el otro rechazaban una nueva caspiroleta, que la anfitriona se empeñaba en hacerles tomar, con la secreta esperanza de que a las señoras se les subieran los tragos y no se dieran cuenta de que habían bajado la iluminación de la sala, para hacerla más “íntima” y, además, para que no se distinguiera bien con quién bailaban boleros, la dueña de la casa y sus amiguitas.

Mientras se gestaba esta primera colonia española en Cali, en España sucedían muchas cosas. El 17 de mayo de 1902, con apenas 16 años de edad y después de la larga regencia de su madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, es finalmente coronado rey de España don Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII. Cuatro años después, la mañana

del 31 de mayo de 1906, se casaba con Victoria Eugenia de Battenberg, hija de Enrique de Battenberg y la princesa Beatriz, hija menor de la reina Victoria. Terminada la ceremonia religiosa,5 los novios se dirigieron en multitudinario desfile por el centro de Madrid, hacia el Palacio de Oriente, desfile que resultó muy trágico, como negro presagio de lo que sucedería después en la vida de ambos personajes.

Don Alfonso heredaba un reino con una situación política, económica y social muy compleja, pues acababa de perder, en 1898, importantes colonias de ultramar, como Cuba, Puerto Rico y el archipiélago de las Filipinas, las cuales eran pilares fundamentales de la economía colonialista de España a finales del siglo XIX. De él, el monarca, se esperaba que fuera el elemento aglutinador que permitiera finalmente la transición de las monarquías absolutistas del pasado a una monarquía parlamentaria que diera solución a los problemas más acuciantes de la nación española.

Pero no fue así. Don Alfonso, a pesar de que en el momento de su coronación juró lealtad a la Constitución Española de 1876, no se limitó a ejercer el papel que le señalaba dicha Constitución, 5. Los recién casados abordaron la carroza real que los conduciría al Palacio de Oriente, residencia oficial de los reyes de España en ese momento, y al pasar la comitiva por el número 88 de la calle Mayor de Madrid, desde uno de los balcones, repletos de entusiastas madrileños que querían ver a los nuevos esposos, les arrojaron una bomba que iba camuflada en un ramo de flores. Murieron 25 personas, entre miembros de la Guardia Civil y ciudadanos que admiraban el desfile. Aunque se dice que Alfonso se abalanzó sobre su esposa para protegerla, nada les pasó a los reyes, ni a los guardias que iban en la carroza, entre ellos, Diego López Peralbó, escolta de la familia real en la fecha. Pasada la explosión, el rey sacó un brazo por la ventana de la carroza para indicar que estaban bien, y, aunque el desconcierto fue total, don Alfonso, muy sereno, descendió del vehículo, invitando a la reina a hacer lo mismo para saludar al pueblo que los vitoreaba. La reina, muy turbada, con su vestido de novia manchado de sangre, saludó, y acto seguido, ambos subieron a otra carroza y siguieron hasta el Palacio de Oriente para atender la recepción que se daba allí, con motivo de su boda.

de reinar sin inmiscuirse en los asuntos políticos y la dirección del Estado, sino que, por el contrario, aprovechando las constantes rivalidades de los partidos, quiso desde un principio gobernar en lugar de reinar, convirtiéndose poco a poco en un obstáculo para la transformación del régimen político, que tras la restauración, pretendía consolidar en España una monarquía parlamentaria. Esta intromisión del rey, además de su no disimulada simpatía hacia los militares y sus “maneras autoritarias”, lo fue apartando cada vez más de los sectores democráticos de la nación e hizo que cohonestara con el pronunciamiento militar del general Miguel Primo de Rivera, 6 quien el 13 de septiembre de 1923 instauró un régimen dictatorial que suspendió la Constitución de 1876, disolvió las cámaras legislativas, prohibió los partidos políticos, liquidó los sindicatos y cesó las autoridades civiles del reino, amarrando de esta manera el destino de la monarquía a la gestión de un gobierno de facto, arbitrario y dictatorial.

Pero, como era de esperar, Primo de Rivera, fuera del empleo de la fuerza, muy propio de su condición castrense, tenía pocas ideas que pudieran dar una verdadera respuesta a las necesidades de la nación, que brotaban por todas partes. Por eso, después de algunos logros iniciales, como fue la terminación de la guerra

6. Para apoyar sus tropelías, todos los dictadores hacen lo mismo, crean un partido político, cuya ideología no es sino una manera de justificar todas sus arbitrariedades. Primo de Rivera no fue la excepción, por lo tanto, creó un partido, la Unión Patriótica, que curiosamente lleva el mismo nombre de un partido político que existió en Colombia y que de la misma manera que la Unión Patriótica española ya desapareció. Este partido le sirvió al régimen para hacer propaganda de la dictadura y de la ideología derechista y católica que defendía. Sus líneas ideológicas principales fueron: Rechazo a la democracia, los partidos políticos y el sistema parlamentario, nacionalismo centralista, defensa a ultranza de la religión católica y rechazo total a la autonomía de las regiones. El lema no podía ser más diciente: “Patria, Religión y Monarquía”, adaptación del lema carlista, “Dios, Patria y Rey”.

de Marruecos y una mejoría en el control del orden público, muy deteriorado antes del pronunciamiento militar, el régimen, en lugar de avanzar en la democratización y pluralismo de la nación, lo que hizo fue arreciar el autoritarismo, volverse exclusivista y arbitrario, arremeter contra el anhelo de autonomía de las regiones históricas de España y cohonestar con la corrupción que, en sus últimas etapas, campeaba por muchas capas de la sociedad española. Esto lo hizo tremendamente impopular, y finalmente todos le retiraron su respaldo, primero, el Ejército a finales de 1929, y finalmente, el mismo rey. Ante esta soledad de poder, el 28 de enero de 1930, Primo de Rivera renuncia a la jefatura del Estado, exiliándose de inmediato en París, para morir dos meses después, el 16 de marzo de 1930, de las complicaciones de una diabetes que padecía.

Habiendo dimitido Primo de Rivera, el rey encargó del Gobierno al general Dámaso Berenguer, incapaz y sin ideas para afrontar la tremenda crisis en que se sumía el reino, e impotente para encauzar el avasallante movimiento republicano que desde hacía largo tiempo se agitaba en las diferentes capas de la sociedad española. Movimiento que pedía a voz en grito y de todas las maneras habidas y por haber, el cese de la Monarquía y la inmediata proclamación de la República.

Así las cosas, la renuncia de Berenguer no se hizo esperar, y él y su gobierno dimitieron en bloque el 14 de febrero de 1931. Berenguer fue sustituido por el almirante Juan Bautista Aznar, que presidió un gobierno de concentración monárquica, en el cual, el propio Berenguer seguía ejerciendo como ministro de Guerra. El encargo principal para Aznar era la convocatoria de elecciones municipales para el restablecimiento definitivo del sistema constitucional, mediante la elección de aproximadamente 80.000 concejales de los ayuntamientos españoles, elecciones que se fijaron para el 12 de abril de 1931, para que posteriormente, el 3 de mayo se convocara a elecciones provinciales, y en el mes de

junio, elecciones generales a Cortes Constituyentes, las cuales redactarían una nueva Constitución que sustituyese la de 1876.

En esta mezcla de efervescencia política y crisis institucional, debían llevarse a cabo las elecciones municipales de 1931, que, en un principio, no suponían ningún resultado trascendental para el agitado ambiente político que se respiraba en el reino, pero el rey insistió en considerar dichas elecciones una especie de plebiscito acerca de su gestión como monarca, convencido de que el “pueblo” lo apoyaría y le daría el respaldo suficiente para encaminar unas reformas políticas dentro de su reinado, que le permitieran superar las profundas contradicciones en las que se debatía la sociedad española de ese momento. Pero el rey parecía no entender la fuerza que había tomado el movimiento republicano en la nación española, que vio en esas elecciones municipales la oportunidad de pronunciarse contra la Monarquía, como finalmente lo hizo con largueza.

Las elecciones se desarrollaron con normalidad en toda España, y al día siguiente se conocieron los primeros resultados que mostraban 22.150 concejales monárquicos de los partidos tradicionales y apenas 5.875 de las diversas iniciativas republicanas, quedando todavía 52.000 puestos sin determinar. Pero lo inesperado de los resultados es que, aunque los republicanos en números absolutos eran minoría, los votos republicanos configuraban una amplia derrota de la Corona en los núcleos urbanos, donde las corrientes republicanas habían triunfado en 41 capitales de provincia, encabezadas por Barcelona. Esto, unido a que las elecciones en las regiones más apartadas se consideraban inaceptablemente influidas por los caciques locales, partidarios en su mayoría de la Monarquía, determinó que los partidarios de la República consideraran tales resultados un claro pronunciamiento a favor de la instauración inmediata de ese modelo político para la nación española, y no dudaron en lanzarse a las calles para exigir… ¡una República ya!

Cañengo V

Para el diccionario de la Real Academia Española (RAE), cañengo es un americanismo utilizado en Cuba para referirse a una persona, generalmente de edad avanzada, débil y enfermiza. Pero para las personas de acá, del Valle del Cauca, cañengo es algo o alguien que estorba u obstaculiza alguna actividad. Por eso, en los colegios de antes, como el HISPANO de las primeras épocas, todo el día se oía por los pasillos y las salas de profesores la expresión: “Ese muchachito es un auténtico cañengo”, refiriéndose a alguno de los muchísimos alumnos que tuvo el colegio, que desde muy niños se mostraban inquietos e indisciplinados, y que perdían año tras año, convirtiéndose en repitentes crónicos y “payasos” oficiales del curso que repetían. Pero en aquellos momentos, todos los colegios tenían “cañengos” y todos se devanaban los sesos para encontrar alguna manera de deshacerse de ellos, hasta que algunos empezaron a sacudirse rapidito a todos esos “cañengos” con el argumento más falaz que he oído, y es que les decían a los padres de familia que su hijo era muy inteligente, muy creativo, de mucha iniciativa y capacidad para desarrollar lo que se proponía, además, muy piadoso, que a ellos les encantaría tenerlo en el colegio, pero que por razones que nunca mencionaban, para el próximo año lectivo no tenía cupo, que lo llevaran a otro colegio y que más adelante lo volvieran a presentar al colegio que lo despedía, que con toda seguridad sería nuevamente admitido. Pero lo increíble es que los padres de familia ¡se lo creían!, y llegaban al HISPANO con ese cuento, pidiendo cupo, solo por un año, pues el “cañengo”, al año siguiente con toda seguridad, recuperaría su cupo en ese colegio que lo despidió, pues él era muy buen alumno y desde ya lo estaban esperando nuevamente. ¡Qué ingenuos!

El 14 de abril de 1931 se proclamó la segunda República española, “segunda” para distinguirla de la primera, que evidentemente existió, aunque fuera solamente por un año, de 1873 a 1874, y cuyos sucesos desconocen muchos de los españoles de hoy. La segunda República, esta sí mucho más larga y mucho más movida, ha sido dividida por los historiadores de

profesión en dos periodos: el primero, llamado “el periodo en paz” (¿cuál paz?) que los profesionales de la historia lo extienden desde abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936. Y el segundo periodo, “el periodo en guerra”, que va desde el alzamiento del 18 de julio de 1936, cuando se inició la llamada guerra civil española, hasta el 1 de abril de 1939, cuando el generalísimo Francisco Franco proclamó la terminación de la contienda.

El advenimiento de la República sorprendió a la colonia española de Cali en santa paz, muy próspera y pujante, gozando de un gran reconocimiento en toda la región. Pero, aunque en abril de 1931 había muchos españoles de esta colonia con ideas republicanas, otros seguían siendo monárquicos y muy conservadores, que empezaron a ver con suspicacia la proclamada República, pues veían en los anarquistas de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), el Partido Comunista y posteriormente en el temido Frente Popular, un extremismo de izquierda, reñido, por decir lo menos, con aquella sociedad española, católica y tradicionalista en la que habían crecido. Pero dentro de la colonia española de Cali, las cosas no pasaron de opiniones y algunas discusiones de café, donde generalmente se sobreponían los altos intereses de la ciudad, la colonia y la nación española, sobre la radicalización de la política que se vivía en la península.

Fue así como esta pujante y rica colonia, haciendo eco de la invitación del Gobierno municipal, que quería celebrar por todo lo alto los 400 años de la fundación de Santiago de Cali, que se cumplirían en 1936, decidió donarle a la ciudad una obra emblemática que perdurara y recordara la presencia de los españoles en estas cálidas tierras del pandebono, el manjar blanco y el sancocho de gallina cocinado con leña.

Para aproximar ideas, se realizaron varias reuniones en el restaurante Hamburgo, propiedad de Román Z. Casas, donde se decidió que el “regalo” sería un nuevo puente sobre el río Cali,

pues en ese momento solo estaba el puente Ortiz y el llamado puente de la Cervecería, sobre la carrera octava, de tal manera que el centro de Cali empezaba a encontrarse “aislado” ante el rápido crecimiento de la ciudad al otro lado del río. Para hacer una realidad su construcción, se creó un comité para la recaudación de fondos, que presidió el señor Jesús Obeso Pérez, al que muchísimos españoles aportaron según sus capacidades. La obra se inició en 1934, del diseño y dirección de la construcción se encargó al ingeniero español Antonio Casado Belmonte, y de los trabajos necesarios, al maestro Pedro Puente.

El 25 de julio de 1936, cuando se debían celebrar los 400 años de la fundación de Santiago de Cali, la construcción del puente estaba muy retrasada y la administración municipal pasaba por una difícil situación económica, producto de la gran depresión de 1929. Por esta razón, se tuvieron que aplazar muchos de los eventos previstos para la celebración, entre ellos, la inauguración del “Puente España”, el cual fue formalmente entregado en julio de 1937, durante un almuerzo en el restaurante Vasconia, que fue presidido por Mario Carvajal, alcalde de Cali en ese momento. Durante su entrega, se destacó que la donación se hacía exclusivamente en nombre de la colonia española de Cali, sin tintes políticos, pues en su construcción nada tuvieron que ver ni la República española, ni los alzados en armas en julio de 1936.

En esta fotografía, que data de los años cincuenta del siglo XX, se aprecia el “Puente España” en todo su esplendor, cuando por él circulaba una importante cantidad del tráfico urbano, que del centro de Cali se dirigía al norte de la ciudad, incluidas, por supuesto, bicicletas. El edificio esquinero de la carrera 1.ª con la calle 11, que se aprecia al fondo, demolido hacia 1970, son las oficinas de don Álvaro Zapata, famoso urbanizador caleño de la época.

Pero, a pesar de estas declaraciones de sus donantes, la moderna administración del municipio de Santiago de Cali, en sendas publicaciones oficiales en las que se referían al Puente España, afirmó erróneamente que la obra fue una donación de la Corona española a la ciudad. Doble error, primero, porque el puente fue una obra de la colonia española de Cali, sin ninguna intervención de la Corona española. Segundo, porque si se supuso participación del Estado español del momento, no pudo ser la Corona, pues desde el 14 de abril de 1931, España ya no era un Reino, sino una República, y siguió siéndolo hasta el 1 de abril de 1939, cuando

se proclamó la victoria militar del Movimiento Nacional, que dirigía el generalísimo Francisco Franco, y solo volvió a ser una Monarquía propiamente dicha, el 22 de noviembre de 1975, cuando el entonces príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, juró las leyes fundamentales del Reino ante las Cortes españolas del momento. Por eso, el puente es exclusivamente donación de la colonia española de ese momento a la ciudad de Cali, y punto.

Cuando se inauguró el puente, un poco a correprisas, no se colocó ninguna placa conmemorativa, lo cual no pasó desapercibido para muchos de los españoles de entonces, que veían con orgullo el aporte de la colonia a la ciudad. Un grupo de ellos, que se reunía en los bajos del Hotel Meléndez, cuyo edificio aún existe, decidieron que el puente debía llevar una placa, y uno de los contertulios, Ricardo Martín Pérez, llegado a Cali en 1951, propuso fundirla en bronce, en su taller, con la leyenda:

“PUENTE ESPAÑA, la colonia española a la ciudad de Cali, en su cuarto centenario 1936”.

La placa efectivamente se elaboró y se colocó en el puente, pero como era de bronce, metal muy valorado en el mercado chatarrero de la ciudad, un día la placa desapareció, y es así como el puente estuvo por mucho tiempo sin placa que lo identificara.

Pero recientemente, la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali, en el marco de los 60 años de su fundación, colocó una nueva placa en el puente, el 21 de octubre de 2016.

Así luce la nueva placa hecha en un tipo de caliza llamada piedra bogotana o piedra muñeca, para desincentivar a los ladrones. Tiene una incrustación de cobre con el código QR (de respuesta rápida), con el cual se puede acceder a la información del puente utilizando smartphone, iPad, tablet, etc. La nueva placa, ahora de piedra, tiene la siguiente inscripción: “PUENTE ESPAÑA, fecha 1937, Estilo Moderno con acentos ornamentales clasicistas. Autor: Ing. Arturo Yusti. BIC - Nivel 1 integral”. En ella ya no figura el antiguo texto que tenía la primera placa, la de bronce, la que un día desapareció.

Esto, al parecer, se justifica por las recientes disposiciones municipales acerca del cumplimiento del Plan de Ordenamiento Territorial, el cual señala que cada bien de interés cultural debe tener una placa donde especifique quién fue el autor y a qué clase de estilo representativo pertenece.

Aparte de que el texto de la placa ignoró por completo el papel de la colonia española en la realización de la obra, lo que sí es sorprendente es la mención de Arturo Yusti, ingeniero civil muy prestante en la ciudad por aquellos años, como autor de la obra. En ninguna de las pocas fuentes históricas que se tienen en relación con la construcción del puente, se menciona para

nada al ingeniero Yusti. Es posible que el nombre y quizás la firma del ingeniero se encuentre en las licencias registradas para su construcción, pues ya desde esa época era requisito indispensable para dar la licencia respectiva, que el puente tuviera unos cálculos estructurales respaldados por un ingeniero civil. Solo así se explicaría la aparición de su nombre en la placa, aunque muy posiblemente la contribución del ingeniero Yusti hubiera sido tan solo el respaldo en los cálculos estructurales y quizás nunca visitó el puente durante su construcción, pues tampoco era costumbre en esa época que los calculistas estuvieran pendientes de cómo se construía el puente, porque la ética profesional que imperaba todavía en esos momentos, lo hacía innecesario. Fue mucho después que los puentes en Colombia, y algunos edificios también, se empezaron a caer, cuando esa ética profesional, preciado tesoro de antaño, fue ignorada por muchos, pero afortunadamente no por todos.

Champús VI

El champús, con “s” o con “z”, es el nombre de una bebida muy típica del Valle del Cauca, que en su versión valluna se elabora con agua, maíz ablandado por cocción, panela, piña finamente picada, pulpa de lulo, hojas de naranjo agrio, clavos de olor y ramas de canela. Pero en contra de lo que puedan creer los lectores vallunos, el champús no es exclusivo del Valle, existen también formas parecidas de la misma bebida en Ecuador y Perú, país este último donde hay una versión caliente. En el Valle se toma bien frío, para lo cual algunas personas le agregan hielo, pero eso distorsiona sus sabores tradicionales y es mejor enfriarlo bien antes de beberlo y abstenerse del hielo. Su origen es bastante controvertido, hasta que las investigaciones de Daniel C. Guevara, publicadas en el libro Expresión ritual de comidas y bebidas ecuatorianas, demostraron que el champús es una bebida ritual funeraria en el área de influencia de la lengua quechua (que coincide con el suroccidente colombiano, todo el Ecuador y toda la zona andina del Perú), y que por lo tanto su origen es incaico.

El champús no se vendía a la salida de los colegios, por eso, los mayorcitos del HISPANO se las ingeniaban para invitar a aquella vecinita que tanto les gustaba a que fueran a tomarse un champús donde Lola, el domingo por la tarde, para alejarla un poco de la asfixiante vigilancia de los padres. Pero ella, muy seria y recatada, les contestaba que a ella no la dejaban salir sola… y menos con muchachos. Entonces, al desengañado pretendiente le tocaba irse solo hasta los alrededores de la plaza de toros, donde estaba el champús de Lola, a saborear el toque ácido que la pulpa de lulo le da a la bebida, toque que se volvía más ácido cuando por casualidad veía a la vecinita “que no salía sola” cuando se trataba de él, pero que “sí salía solita” con un muchacho alto y fornido, peinado con una mota al estilo Elvis Presley, con quien se mostraba muy desenfadada y risueña, dándole cucharaditas de champús, mientras que se burlaba de las caras que hacía el apuesto acompañante para responder a sus coqueterías.

El 18 julio de 1936, siete días antes de que se celebrase el cuadringentésimo aniversario de la fundación de Santiago de Cali, y que hipotéticamente se entregaría el puente España a la ciudad, que finalmente se entregó en julio de 1937, un importante sector del Ejército republicano, que se suponía fiel a la Constitución y al Gobierno de la Segunda República española, pretendió tomar el mando militar de las principales ciudades del reino, incluida su capital, Madrid, para derrocar al Gobierno democráticamente constituido y reemplazarlo por un directorio militar que sería presidido por el teniente general José Sanjurjo Sacanell, con experiencia ya en sublevaciones contra la República española, por eso se encontraba exiliado en Portugal, pero que al parecer no había escarmentado y no abandonaba la quimera de una restauración monárquica en España.

Pero en ese plan, concebido y ejecutado minuciosamente por el general de brigada Emilio Mola Vidal, conocido dentro de la conspiración como “el director”, y quien sería el ministro de la gobernación en ese hipotético gobierno de facto, casi todo salió mal, incluso la caída del avión, que el 20 de julio de 1936 pretendía trasladar al teniente general Sanjurjo Sacanell a territorio español, muriendo él, pero paradójicamente salvándose su piloto. No obstante la muerte de Sanjurgo, el levantamiento militar logró el control de algunas plazas estratégicas, como la de Sevilla, y aunque fracasó en tomarse el poder central en Madrid, las fuerzas republicanas no lograron reducir la insurrección, lo que dio lugar de inmediato a un extenso y sanguinario enfrentamiento militar entre las tropas leales al Gobierno, que era el Ejército republicano, y las tropas insurrectas autodenominadas como Ejército Nacional. A este enfrentamiento es a lo que se conoce en la historia moderna de España como la guerra civil española.

Rebasa con mucho los propósitos de estos textos, acerca de los orígenes del HISPANO, referirnos, aunque sea sucintamente, a la guerra civil española.7 Además, en otras partes de estos escritos, que vienen más adelante, abordaremos algunos aspectos de ella, pues podemos ir adelantando desde ahora que el padre de unos de los protagonistas más determinantes en la fundación del colegio, el Dr. Vicente Rojo Fernández, fue el general Vicente Rojo Lluch, no solo el comandante general del Ejército republicano a lo largo de la guerra civil, sino también el héroe de la defensa de Madrid al iniciarse la contienda, cuando las tropas insurrectas de Varela y de Franco estuvieron a punto de entrar a la capital y liquidar en pocos meses el conflicto.

La guerra duró exactamente dos años, 9 meses y 18 días, pues el 1 de abril de 1939, en un breve texto repetido una y cien mil veces durante los casi 40 años de su dictadura, el generalísimo Francisco Franco comunicaba a la nación española lo siguiente: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Firmado, Franco. Burgos 1 de abril de 1939.

7. A semejante conflicto no fue indiferente la colonia española de Cali, donde había muchos españoles con ideas republicanas, pero también muchos otros que no solo eran monárquicos convencidos, sino que empezaron a ver con horror los excesos de los radicales de izquierda que gobernaban España cuando estalló la guerra, y lo que fue “santa paz” hasta ese momento, se fue convirtiendo, con la prolongación de la contienda, en “endiablada pugna” después de la entrega del puente España. Los partidarios de la República eran liderados por uno de los españoles más importantes de la colonia de “antes” del puente, don José Sellarés Pujal. Por otro lado, los simpatizantes de los postulados del Movimiento Nacional, que encabezaba el generalísimo Francisco Franco, eran liderados por don Jesús Obeso Pérez. De ambos volveremos a hablar más adelante.

Desde hacía varios días, Franco esperaba noticias acerca de la última resistencia republicana en Alicante, cuando por fin llegaron al llamado Palacio de la Isla (Palacio de los Muguiro) los partes de guerra que comunicaban la huida de los últimos combatientes, era ya de noche, y Franco se encontraba en cama, aquejado de gripe,

pero había dado orden de que cualquier novedad le fuera comunicada de inmediato. De acuerdo con ello, su ayudante de campo, teniente coronel José Martínez Maza, entró en su habitación para informarle de la retirada total de las tropas republicanas en Alicante, a lo que Franco respondió con un escueto: “Muchas gracias”. Acto seguido, se levantó

y se dirigió a su escritorio, donde escribió, de su puño y letra, un primer borrador del parte que daba por terminada la guerra. Lo leyó, le hizo varias correcciones

y puso en limpio la redacción definitiva, dando orden de que se difundiera por la radio y la prensa, como así se hizo… Quedando, de esta manera, finalizada la guerra.

Terminó la guerra fratricida entre españoles, pero el país entero había quedado completamente arrasado, y a la miseria en que se encontraba toda la nación, había que sumarle la represión desencadenada por el régimen, que, por diferentes vías, acosaba sin descanso a todos aquellos ciudadanos de los, que con razón o sin ella, sospechaba que eran “rojillos” o simpatizantes de las ideas republicanas. Por eso, ya desde la caída de Barcelona y la ocupación de toda Cataluña, el hambre y la represión, inmediata o temida, consecuencia del avance de las tropas de Franco, determinó una diáspora que llevó finalmente al exilio a casi un millón de españoles. Los primeros que salieron, lo hicieron de forma apresurada por la frontera francesa en los Pirineos, a la que llegaban en grandes caravanas provenientes principalmente de Cataluña. Casi 400.000 refugiados se agolparon en las vías, para pasar a la población francesa de Le Perthus, aunque el recibimiento que les hicieron los franceses no fue precisamente el mejor. Pero los que pasaron a Francia no fueron los únicos que huyeron. Por todas las fronteras españolas huyó gente, y los que no pudieron huir se escondieron o se mimetizaron dentro del régimen como pudieron, y hubo gente que se escondió en los bosques o en los sótanos de casas rurales durante años, convencidos de que si salían serían arrestados y ajusticiados. Y como si esto fuera poco, a finales de 1939 estalló la Segunda Guerra

Mundial, y a las calamitosas condiciones de España hubo que sumarle las de sus países vecinos, que no pudieron brindarle ningún tipo de ayuda al régimen franquista, aunque es muy probable que tampoco hubieran querido. De esta manera, en medio de las más precarias condiciones, se llegó a 1945, cuando se terminó la Segunda Guerra Mundial.8

8. En la madrugada del 7 de mayo de 1945, en Reims, Francia, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Alemanas, el general Alfred Jold, firmaba el acta de rendición incondicional de todas las fuerzas del Reich ante los Aliados, y terminaban así, por un tiempo, las guerras en Europa. La guerra civil española había dejado medio millón de muertos, y la Segunda Guerra Mundial, en sus cálculos más conservadores, cuarenta millones. A esto había que sumarle, primero, la devastación de prácticamente todo el territorio europeo, que había sido escenario de las más encarnizadas batallas durante la contienda; segundo, el número no calculado de personas enfermas, mutiladas o en precarias condiciones sanitarias y con una escasísima disposición de alimentos; y tercero, la precariedad de abrigo para las rudas condiciones climáticas del norte de Europa. En otras palabras, la situación no podía ser peor.

Chancarina VII

También llamada cañanga o arifuque, es, junto al coquito, el ponche y los raspados, otra de las golosinas infantiles de antaño. Hoy, por supuesto, casi nadie la conoce, pero no hace tanto, los mayorcitos del HISPANO hacían sus primeros pinitos culinarios, tostando maíz, moliéndolo muy fino con una piedra y mezclándolo con azúcar pulverizada, y listo, ya tenían chancarina. Los más listos, la empacaban en unos cucuruchos de papel de estraza y la vendían “clandestinamente” en los recreos del colegio. Entonces no faltaba el ocurrente que quería evadir el bochorno de las clases, comiendo cañanga, mientras el profesor de Matemáticas explicaba qué era un número primo. A esta mala idea le seguía, muchas veces, el atragantamiento típico de los que ignoraban que la chancarina debía comerse a poquitos. Entonces, al desafortunado le sobrevenía un acceso de tos espantoso y, acto seguido, el torpe debutante era sacado de clase y llevado a la Rectoría con los restos de la chancarina que quedaba en el cucurucho, como prueba inequívoca de que al susodicho, los números primos le parecían que no servían para nada.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, se implementó un plan de reconstrucción para la mayoría de los países de Europa involucrados en la contienda, llevado a cabo por los Estados Unidos de América, oficialmente llamado “European Recovery Program”, más conocido como “Plan Marshall”. Estuvo en funcionamiento durante cuatro años, desde abril de 1948 hasta finales de 1952, dando ayudas económicas por valor de unos 13.000 millones de dólares… de aquella época. Dada la difícil situación económica que atravesaba la nación española en 1946, y aunque España no había sido beligerante, Franco mostró mucho interés en que el régimen se beneficiara de algu-

na de estas ayudas y desplegó toda una estrategia diplomática para convencer a los Estados Unidos que España fuera incluida en el Plan Marshall. Para eso, invitó al senador católico Alvin O’Konsky a “conocer la realidad española”.

Terminado su viaje, O’Konsky, que quedó muy impresionado, ¿quién sabe de qué?, logró que el 30 de marzo de 1948, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos propusiera la inclusión de España en el ya mencionado plan. Pero se atravesó el presidente Truman, quien puso como condición para la inclusión de España que se flexibilizara el tema de las libertades religiosas, y aunque no exigía que la nación dejara de ser un estado confesional católico, ni tampoco que se reformara el fuero de los españoles, sí pretendía que el artículo 6 de dicho fuero se interpretara de una manera mucho más laxa, y que en España existiera cierta libertad de cultos. Enterado de lo que pensaban los norteamericanos, Franco, un defensor a ultranza de la fe católica, eludió tomar una decisión en ese momento, quizás convencido de que como se trataba de un asunto religioso, desbordaba los poderes que tenía como jefe del Estado español, y decidió dirigir un despacho a monseñor Tardini, secretario del Estado Vaticano, para que la Santa Sede se pronunciara al respecto. Tardini, que, al parecer hacía honor a su apellido, “tardaba” en responder, de hecho, tardó cuatro años, mientras tanto, los obispos españoles se declararon frontalmente opuestos a la libertad religiosa, y el Plan Marshall empezó sin España.

En octubre de 1949, Truman decidió dar una nueva oportunidad al régimen de Franco y envió a España, en viaje no oficial, a un grupo de legisladores para que intercambiaran impresiones con varios grupos protestantes de la península. Pero a diferencia de O’Konsky, los legisladores estadounidenses no volvieron de su viaje muy convencidos, y recomendaron a Truman no incluir a España en el Plan Marshall, aunque sugirieron la reapertura de relaciones diplomáticas entre los dos países. Producto de ello, el

14 de mayo de 1951, llegó a España el embajador Stanton Griffith, que el 15 de octubre de ese mismo año presentó un memorando oficial exigiendo la libertad religiosa en España. Pero todo fue inútil, Franco seguía esperando la respuesta de Tardini.

En 1952, España tuvo la última oportunidad de integrarse a los cambios que el mundo experimentaba después de la guerra, cuando los estadounidenses ofrecieron al Gobierno del generalísimo Franco, la posibilidad de entrar en la OTAN, pero la condición siguió siendo la libertad religiosa. Ante la negativa de Franco, el 7 de febrero del mismo año, Truman pronunció un duro discurso contra el régimen, en el que anunció que vetaba el ingreso de España a cualquier plan de ayuda y, por supuesto, a la OTAN. Dos días después dimitió el embajador Griffith, quien señaló que si España no estaba en la OTAN ni en el Plan Marshall, se debía a “las interminables demoras del Gobierno español en conceder la libertad religiosa”.

Excluida España del Plan Marshall y retrasada por más de una década su recuperación económica, muchos españoles empezaron a pensar que quizás su futuro y el de sus hijos no estaba en España, y sus ojos se volvieron hacia América. Fue así como a lo largo de los siguientes años, los barcos cargados de españoles esperanzados en encontrar en América el futuro que al parecer España no les ofrecía, partieron de la península en busca de nuevos horizontes. Entre 1945 y 1965, llegaron a Cali muchos muchísimos españoles que buscaban en tierras de América las oportunidades que su patria no les brindaba. Estos nuevos inmigrantes no eran refugiados políticos de la guerra que huyeron de España los primeros meses de 1939, cuando la entrada de las tropas nacionales a Barcelona liquidaban de facto cualquier posibilidad de victoria de los ejércitos republicanos.

Estos españoles, en su gran mayoría, eran jóvenes que pasaron las etapas más duras de la posguerra, mimetizándose en el nuevo régimen, pues, además de carecer de medios de fortuna, sentían el temor sofocante de ser denunciados, aunque fuera por el más mínimo “pecadillo” que siempre existía en las grandes familias y en los pequeños pueblos. Estos jóvenes de la posguerra llegaban a América henchidos de esperanza y carentes de todo, dispuestos a trabajar en lo que fuera, y todos, sin excepción, decididos a no hablar de política, por eso, no me cansé de oír durante mi infancia esta sentenciosa frase: “A mí no me importa quién mande en España, a mí lo que me importa es vivir en paz y tener trabajo, para que a mí y a mi familia no nos falte nada”.

El viaje se hacía en barco, generalmente de bandera italiana, que zarpaba de Génova, hacía escala en Barcelona, donde casi siempre se llenaba, descendía luego por el Mediterráneo, pasaban el estrecho de Gibraltar, tocaban puerto en Palos de Moguer, y de allí a Santa Cruz de Tenerife, donde se aprovisionaba para dar “el gran salto”, navegando hasta La Guaira, Venezuela. En Venezuela se quedaba la gran mayoría de pasajeros, pues, aunque parezca mentira, en esos momentos Venezuela era el país del futuro y las esperanzas. El resto seguían a Colón, pasaban el viejo canal hasta Ciudad de Panamá, y ya en el Pacífico tocaban puerto en Buenaventura. En total 21 días de viaje. ¡Toda una odisea! En uno de esos barcos, el Marco Polo, donde viajaron cientos y cientos de españoles que llegaron a América entre 1945 y 1965, llegó a tierras colombianas, en marzo de 1955, la familia Aced Garriga.

Aquí vemos al Marco Polo en todo su esplendor.9 El “pasaje” estaba dividido en primera y segunda clase. En segunda, donde viajaba la mayoría porque era mucho más económico, se disponía de camarotes para acomodamiento múltiple y se servía un solo menú para todo el viaje: espaguetis al almuerzo, espaguetis a la comida, y siempre con salsa de tomate. Para distraer a los pasajeros se organizaban verbenas bailables y otras actividades en las dos cubiertas del barco… ¡si hacía buen tiempo! A pesar de esto, las horas pasaban lánguidas, esperando finalmente llegar a puerto, lo cual parecía que nunca se iba a dar.

9. Aunque con el nombre de Marco Polo han existido varios barcos, unos antes y otros después de ese que hacía la ruta Génova-Valparaíso en los años 50 y que tocaba puerto en Buenaventura. El Marco Polo al que nos referimos pertenecía a la compañía Italia Societa di Navigazione di Genova. De mediano tamaño, tenía 8.940 toneladas de arqueo, 147,9 m de eslora, 17,9 m de manga y cabida para 526 pasajeros. Botado en 1942, con el nombre de Nicolo Giani, fue bombardeado en el puerto de Génova por los alemanes en 1944. Reflotado en 1950 como Marco Polo, operó hasta 1970, cuando fue retirado del servicio debido a la competencia que ejercía la aviación sobre los largos cruceros en barco, y finalmente desguazado en 1973.

Como la mayoría de estos nuevos inmigrantes eran parejas jóvenes con hijos pequeños, una cosa que rápidamente se les planteó fue a qué colegio iban a ir sus hijos, y más si se tiene en cuenta que en la Cali de aquel entonces, la instrucción pública financiada por el Estado era muy limitada. Y fue ahí cuando apareció la semilla primigenia que posteriormente daría origen a la Fundación Colegio Hispano Colombiano, primer nombre de la institución, como narraremos en las próximas letras del “Alfabeto valluno”.

Desamargado

Vieja delicia del Cauca Grande que se prepara con cáscaras de limón o naranja, a las que se les quita su sabor amargo o “melancolía” al hervirlas muchas veces, para después confitarlas con azúcar de caña gorobeta. Su preparación requiere mucho esmero y dedicación, por eso será que ya prácticamente nadie lo elabora. Pero a finales del siglo XIX y principios del XX, desde el mes de octubre empezaban las largas jornadas de preparación del desamargado, que, con otras golosinas de la antigua repostería vallecaucana, no podía faltar en las novenas de Navidad, tan tradicionales en aquellas épocas.

Los colegios de antes, entre ellos, el HISPANO, cumplían religiosamente con la tradición de la novena, que empezaba el 16 de diciembre y se rezaba a las 6 de la tarde, después de las clases, con la asistencia de profesores, alumnos y familiares. Todos los cursos se encargaban de los cantos, los acompañamientos y el convite que invariablemente se servía al finalizar los rezos y canciones. Los alumnos de cada salón se prodigaban en atenciones para repartir lo traído y que a todos les tocara: uno o dos buñuelos, una porción de natilla, una cucharada de manjar blanco, y si el curso se había esforzado mucho, una porción de dulce, que podía ser brevas confitadas, dulce de papayuela o desamargado. Mientras las jovencitas flotaban entre los asistentes, poseídas de su papel de “amas de casa” que empezaban a ensayar, siempre había algún muchacho mayorcito que venía a las novenas con la esperanza de conversar con alguna de las organizadoras del convite que le gustaba con locura. Pero ante su indiferencia, se retorcía en un rincón, carcomido por los celos, cuando la susodicha no le daba ni el saludo y, además, se mostraba muy contenta y muy amable cada vez que atendía a otros muchachos, especialmente si eran altos, acuerpados y estudiaban en el colegio San Luis Gonzaga o el Berchmans, y eran de la banda de guerra.

Mercedes Allanegui Santos fue la persona que cristalizó esa necesidad que se encontraba en el inmanente colectivo de la segunda oleada de emigrantes españoles, de tener un colegio dónde enviar a sus hijos. Su corta permanencia entre nosotros, de apenas seis años, está rodeada de misterios, y la gran mayoría de los que trabajaron con ella en las primeras etapas del colegio, desconocieron muchísimas cosas de su vida, incluso datos tan elementales como dónde nació y en qué fecha.10 Y también otros no tan elementales, pero sorprendentes, como que Mercedes tenía una hermana melliza, Carmen Allanegui Santos, de quien al parecer nunca habló, o que el apellido Allanegui no era aragonés sino vasco, pues el primero de los Allanegui del que tenemos noticias, San Joan de Allanegui, nació en Elduain (Guipúzcoa) hacia 1470, y era el dueño de una casa señorial conocida como la casa Allanegui, por lo que los antepasados de Mercedes, nuestra fundadora, se remontan bien documentados desde esa época hasta nuestros días. Omito una larga lista de esos antepasados y me remontaré solo hasta su bisabuelo, el primero de los militares de su familia, pues otra cosa que creo que desconocían muchos de los que la trataron durante los años en los que permaneció en Cali, era que su padre fue militar y que venía de una zaga de militares de varias generaciones.

10. Pero después de muchísimos meses de investigación sobre diferentes aspectos de su vida, el autor de estos textos pudo finalmente acceder, gracias a la generosidad y diligencia de la Universidad de Zaragoza, a una fuente muy importante de datos, su expediente académico, que data de 1935 y que aún reposa allí, en los archivos de esa universidad, y entonces corroboré que, a pesar de que era considerada dentro de la colonia española de la época como aragonesa, en realidad, nació en Pontevedra, el 4 de enero de 1918 y vivió su primera infancia y juventud en esas tierras gallegas, aunque posteriormente se trasladó a Zaragoza, donde estudió su carrera de magisterio.

Esa zaga de militares empezó con su bisabuelo, Juan José de Allanegui y Odriozola, nacido en Azpeitia, muy cerca de Loyola, el 14 de mayo de 1791, quien inició su carrera militar en 1809 al ser admitido como cadete, llegando al grado de coronel en 1843 y caballero con Cruz y Placa de San Hermenegildo (1842). Juan José se casó el 4 de julio de 1819 con María Estefanía Odiaga Rodríguez, en la parroquia de Santa Eufemia de Orense, unión de la cual hubo tres hijos, el mayor, Carlos Vicente Pascual de Allanegui y Odiaga, que nació en Azpeitia, en 1822, y de quien poco más se sabe. El segundo, Juan José Andrés María de Allanegui y Odiaga, el abuelo de Mercedes, que nació en Orense en 1832 y falleció en Zaragoza en 1913. Fue también militar como su padre, primero cadete en 1847, caballero de la R. O. de Isabel la Católica en 1855, Gran Cruz de San Hermenegildo en 1892 y general de brigada ese mismo año. Y el tercero, Demetrio Vicente María de Allanegui y Odiaga, que nació en Orense en 1836 y murió en Mahón, en 1862, quien también siguió la tradición de la familia y fue militar, llegando al grado de capitán por sus servicios en la Campaña de África, en 1860.

Juan José Andrés María de Allanegui y Odiaga, el abuelo de Mercedes, se casó con Herminia Lusarreta Bonal, natural de Castellote (Teruel), y de esa unión hubo trece hijos. El primero de ellos, tío de Mercedes, fue Vicente Allanegui Lusarreta, nacido en Calanda y ordenado sacerdote en 1892, es muy recordado por su contribución a la Semana Santa calandina, y como fundador de la Cofradía de la Dolorosa. De los doce restantes, fueron militares como el padre, el segundo, Juan Benigno Victoriano Allanegui Lusarreta, que nació en Zaragoza en 1869, y murió muy joven en acción bélica en Mindanao (Filipinas) en 1895, y recibió a título póstumo la Cruz Laureada de San Fernando. El séptimo, Juan José Rafael María Allanegui Lusarreta, el padre de Mercedes, y finalmente, el octavo, Manuel María Nicolás Allanegui Lusarreta, que nació en Calanda, en 1877, el tercero de los militares de la familia, que llegó al grado de coronel y se hizo muy célebre durante el alzamiento militar del 18 de julio de 1936, contra el

Gobierno constitucional de la II República española, pues era el encargado del regimiento Granada n.º 6 de Sevilla, el día en que el general de división, Gonzalo Queipo del Llano y Sierra, uno de los sublevados, mediante un audaz golpe de mano, se hizo con el control de la ciudad de Sevilla.11

El padre de Mercedes, Juan José Rafael María Allanegui Lusarreta, el séptimo de los hijos, nació en Calanda en 1876, y fue el segundo de los militares de la familia, llegando al grado de coronel de infantería. Se casó con Carolina María del Carmen

11. Palabras más, palabras menos, lo que sucedió con el coronel Allanegui Lusarreta durante el alzamiento militar en Sevilla, es que una vez que Queipo del Llano hubo reducido al general José Fernández de Villa- Abrille, al mando de la 2.ª División Orgánica y, por tanto, de todo el Ejército en Andalucía, decidió dirigirse a pie con algunos otros golpistas al cuartel del regimiento Granada n.º 6, situado en las proximidades de la 2.ª División, a tratar de convencer al jefe del regimiento, el coronel Allanegui Luzarreta, de sumarse a la sublevación, pero como este se negó rotundamente y lo mismo hicieron los principales oficiales del regimiento, Queipo propuso que fueran todos a la División a hablar con Villa-Abrille, pero lo que no les dijo el truhan de Queipo del Llano es que Villa-Abrille ya estaba detenido y lo que pensaba era tenderles una celada a estos militares que se resistían. Allanegui y sus hombres aceptaron, y al llegar a la División, faltando a lo convenido, Queipo del Llano ordenó que los arrestaran y encerraran junto a Villa-Abrille. Volvió entonces al cuartel del regimiento, puso al mando al comandante José Gutiérrez Pérez, arengó a los soldados presentes en el cuartel, y a las 14:30, de vuelta en la Comandancia, ordenó que saliera hacia el centro de la ciudad la columna de artillería que estaba preparándose desde la mañana, y así acabó tomando el control de la plaza de Sevilla, para horror de todos los sevillanos que fueron fusilados sin contemplaciones, y para sus familias, que nunca tuvieron consuelo por su muerte. Lo que pasó ese día con el coronel Allanegui Lusarreta está descrito en cuanta reseña o historia del alzamiento nacional se ha escrito hasta la fecha, y a fe que no son pocas. Y aunque su actitud gallarda debería haber sido exaltada como ejemplo de lo que era un militar fiel a sus juramentos de lealtad al Gobierno legalmente constituido, siempre se ignora este importante aspecto de su conducta en dichas reseñas, dando a entender que fue un “bobo” que se dejó engañar por Queipo del Llano, cuando si se hubiera sumado a los rebeldes, posiblemente habría hecho una brillante carrera militar junto a Franco. Y la verdad es que no le fue muy bien, pues aunque inexplicablemente Queipo no ordenó fusilarlo luego de detenerlo, se lo sometió a un consejo de guerra que lo condenó a dieciséis años de prisión, pero después de permanecer seis años preso en Cádiz, fue dejado en libertad, aunque su vida había quedado completamente liquidada y solo, abandonado y pobre murió en Sevilla en 1958. Este personaje, como hemos dicho, fue el tío de Mercedes, nuestra fundadora.

Santos González, hija de José Santos Torres, también militar, a quien posiblemente conoció cuando al inicio de su carrera fue destinado al Ferrol, donde María del Carmen había nacido el 5 de septiembre de 1893, en el mismo Ferrol donde el 4 de diciembre de 1892 había nacido también Francisco Franco Bahamonde, que después se llamó El Ferrol del Caudillo, para luego volver a ser El Ferrol a secas. ¡Qué ironías que tiene la vida! El matrimonio Allanegui Santos tuvo cinco hijos: María y Herminia, las dos mayores, después las dos gemelas Carmen y Mercedes, y finalmente

En la foto, tomada en Pontevedra, vemos a Mercedes de 3 años de edad (tercera de izquierda a derecha), con sus hermanas María y Herminia, las más altas (están en los extremos), y Carmen, su hermana melliza. Poco sabemos de la familia hasta 1924, cuando su padre fue declarado enfer-

mo mental y recluido en el frenocomio de Ciempozuelos a las afueras de Madrid, y tenemos certeza de ello, pues existe una nota en el Boletín Oficial de la Provincia de Madrid, con fecha del 18 de marzo de 1925, donde aparece un anuncio en el que se autoriza su ingreso y manutención en dicho centro, con cargo a la Diputación de Madrid, en razón “de las especiales circunstancias que en este enfermo concurren”. Ocho años después, en 1932, murió allí, donde estuvo recluido los últimos años de su vida, sin sospechar de la guerra que se avecinaba y de las calamidades que tendría que vivir España.

un varón, Rafael Allanegui Santos, que estudió Arquitectura en Zaragoza y ejerció su profesión en esa ciudad. La infancia de Mercedes transcurrió en Pontevedra, donde residía junto a sus padres, tal como lo vemos en esta inédita foto de esos primeros días en Galicia, junto a sus hermanas.

El 10 de julio de 1935, la joven Mercedes entró a estudiar a la Escuela Normal del Magisterio, en Zaragoza, donde cursó toda la carrera de Pedagogía, terminándola el 30 de junio de 1939, setenta y dos días después de la declaración de Burgos, donde Franco dió por terminada la guerra. Nada sabemos de las actividades de Mercedes de 1939 a 1945. Es posible que hubiese viajado a Inglaterra para perfeccionar sus estudios de Pedagogía, pues es un hecho evidente que debió disfrutar de una posición muy privilegiada dentro del régimen, de lo contrario no se hubiera podido graduar terminada la contienda, como les sucedió a muchísimos españoles que estudiaron durante la guerra, pero sus estudios nunca fueron validados, porque se los consideraba “rojillos”, o porque la institución donde estudiaron se tenía por libertaria, comunistoide o masónica.

Uno de los españoles que contribuyó desde las primeras etapas a la fundación del HISPANO y que luego fue integrante de la Junta Directiva de la Fundación por más de un lustro, fue Saturnino Aced Espallargas, quien había nacido en Alcoriza, provincia de Teruel, en 1922, pero que desde los 2 años de edad vivió en Barcelona. Saturnino fue seleccionado por la Generalitat de Cataluña para estudiar el bachillerato en el Blanquerna, un colegio de élite, de corte netamente catalanista y progresista, que reunía como profesores a lo más granado de la intelectualidad catalana de aquel momento. Inició los estudios en 1933, y en 1938, dada la calamitosa situación de guerra que vivía Barcelona, el Blanquerna se cerró provisionalmente, por lo que no pudo terminar formalmente el bachillerato. Pero terminada la guerra, el Gobierno de Franco corrió a declarar al colegio como clausurado definitivamente y a desconocer cualquier estudio que se hubiera realizado allí, por lo tanto, desde un punto de vista legal, Saturnino no era bachiller, solo tenía los estudios básicos y punto. Para que vea el lector el significado semiológico de haberse graduado en una universidad española 72 días después de terminada la guerra.

Santiago Aced Garriga

Pero como si estas circunstancias que la acercaban al régimen fueran poco, por aquellos años, o quizás un poco antes, Mercedes se convirtió en la cuñada de José María Muguruza, puesto que su hermana Herminia se había casado con él. Y el lector se preguntará ¿qué importancia tiene esto? Bueno, es que José María Muguruza Otaño era hermano de Pedro Muguruza Otaño (Madrid, 25 de marzo de 1893 - Madrid, 3 febrero de 1952), uno de los personajes más consentidos del régimen, “amigo” personal de Franco, si es que Franco tuvo amigos, pero respetadísimo como arquitecto e incondicional como político del franquismo, bástenos decir que fue diputado a Cortes dos veces, nombrado prácticamente a dedo dentro de los cuadros directivos del Movimiento Nacional (que pondré siempre en mayúscula, para que nadie se enoje). Y aunque el

número de sus obras emblemáticas es asombroso, debe ser especialmente recordado por ser el escogido por Franco, el 1 de abril de 1940, para diseñar y construir el controversial Valle de los Caídos.

Durante la construcción de esta gigantesca obra, empezó a padecer de una enfermedad degenerativa del Sistema Nervioso Central, que lo llevó a la muerte, a la temprana edad de 58 años.

Pedro Muguruza Otaño

La historia de cómo Muguruza fue encargado de dicho proyecto ha sido relatada por varios autores en diversas oportunidades, entre ellos, Mikel Arizaleta en su portal “Rebelión” (14-11-2014), del que el autor ha tomado algunos apuntes:

Ese día, después de un almuerzo de gala en el Palacio de Oriente, que daba la alta cúpula militar del régimen para celebrar el primer aniversario de la victoria, el Caudillo llevó a un selecto grupo de invitados a una finca situada en la vertiente de la Sierra del Guadarrama, conocida con el nombre de Cuelgamuros, muy cerca de El Escorial. En la comitiva estaban, además de los embajadores de Italia y Alemania, los generales Varela, Moscardó y Millán Astray, los falangistas Sánchez Mazas, Serrano Suñer y Pedro Muguruza, director general de Arquitectura. Franco les explicó a los presentes su proyecto de construir un monumento, que según sus palabras sería: “El templo grandioso de nuestros muertos, en el que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria”, y encargó a Muguruza de su construcción. Dos días después, Muguruza declaró que Franco tenía “vehementes deseos” de que las obras de la cripta estuvieran acabadas en un año y el resto en el transcurso de cinco.

En realidad, el sueño del invicto Caudillo, convertido en pesadilla de muchos, tardó 19 años en realizarse, pues el monumento fue finalmente inaugurado el 1 de abril de 1959, cuando ya Muguruza había muerto, por lo que nunca pudo ver concluida su obra.12

12. Todos estos “detalles” hacen lícito suponer que Mercedes debió estar muy cerca de la “casta dirigente” de la España de la posguerra, lo cual explica, como veremos después, las facilidades que encontró cuando viajó a buscar profesores españoles para el colegio. Pero Mercedes era una mujer muy reservada, y probablemente nunca reveló estos detalles “íntimos” de su vida a las personas que la rodearon durante las gestiones de la fundación del colegio y en los años posteriores, cuando fue rectora.

Guama IX

Es el fruto de un árbol leguminoso que se encuentra en la franja central del continente americano. Su nombre científico es Inga edulis, descrito por primera vez por Carl Friedrich Philipp von Martius en 1837. En Colombia, el árbol se utiliza para dar sombra a cafetales y cacaoteros y después de la floración, produce grandes vainas de color verde oscuro, que contienen en su interior semillas rodeadas de una pulpa blanca y carnosa, de suave textura y sabor dulzón muy peculiar.

Hoy es un fruto casi desconocido, pero se ofrecía a la salida de los colegios de antes, donde los muchachos y muchachas gustaban de comerlas, entre sorprendidos y encantados, de probar fruto tan exótico. En el HISPANO de antes, algunas de las niñas que compraban guamas a la salida de clases, pretendían subirse con ellas, las guamas, al bus del colegio, cosa que estaba absolutamente prohibido por un hipotético reglamento que imponía con autoridad la Sra. Marina, una dama boliviana que fue acompañante de los buses del colegio por muchos años… Entonces, azaradas por el regaño de ese “cancerbero”, les entregaban las guamas al primer muchacho que pasaba por allí, para que se las comiera él y no tuviera que botarlas a la basura. Pero él, ingenuamente pensaba que la muchachita le había regalado las guamas porque estaba prendada de él, y se pasaba el resto de la tarde suspirando por ella, mientras se comía las guamas… ¡Aunque poco le gustaban!

El 3 de febrero de 1944, en el número 142, página 69 de una revistica llamada Escuela Española, se incluía refundido un pequeño aviso de la sección administrativa del magisterio de Madrid que decía así: “Con la mayor urgencia deberán personarse en esta sección administrativa las siguientes maestras”, y encabezaba la lista doña Mercedes Allanegui Santos. ¿Para qué era ese llamamiento?, y precisamente a Madrid. La respuesta es

muy fácil. Era para protocolizar el nombramiento de Mercedes como maestra de la escuela española de Pal (Andorra), un nombramiento que no tenía nada de rutinario, por eso la llamaban a Madrid. ¿Pero que tenía Pal que no tuviera otra plaza de maestro en España? Tres cosas: la primera, que Pal no estaba en España, sino en Andorra, otra nación. La segunda, que los maestros “españoles” en Pal, por ser funcionarios del Estado español desplazados al extranjero, tenían una remuneración mayor que la de cualquier otro maestro “de pueblo” en España, y la tercera, que allí, el régimen no iba a nombrar a cualquiera, y la explicación es muy sencilla: Andorra no es España, es un Principado independiente del Estado español, y aunque el Gobierno de Andorra esté compartido entre un Copríncipe, que nombra el presidente de Francia, y el obispo de la Seu de Urgell, un jerarca de la Iglesia católica de España, en el que Franco confiaba plenamente. Lo que no le merecía la más mínima confianza a Franco era la cultura del Principado, de la más rancia tradición catalana. Bástenos decir que el idioma oficial de Andorra es el catalán, y todavía sigue siéndolo hoy en día, constituyéndose en el único país del mundo donde el catalán es su lengua oficial. Pero en Andorra no mandaba Franco y no podía prohibir hablar en catalán, como sí lo había hecho en el resto de los llamados “países catalanes” del Estado español. Por lo tanto, el régimen tenía un interés especial en enviar a Pal, Andorra, a una auténtica maestra española, que pudiera reinvindicar los valores fundamentales de España y, además, identificada sin fisuras ni vacilaciones con el Gobierno de Franco y con el Movimiento Nacional, ¡y que no hablara catalán!, y así pudiera mantener la tradición, muy catalana, de que los catalanes, además de hablar catalán, hablan también castellano, con los que no son catalanes.

El Movimiento Nacional, o simplemente el Movimiento, es el nombre que recibió durante el franquismo el mecanismo totalitario que pretendía ser el único cauce de participación en la vida pública española. El origen del término está en los primeros años de la dictadura, cuando Franco, en septiembre de 1943, dio órdenes para que en adelante, desde los medios oficiales se refiriesen a la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), el sustento ideológico del régimen desde antes de la guerra, como un “Movimiento” y no como un partido. Y es que Franco tenía tres cosas que lo obsesionaban y le “quitaban el sueño”: los masones, don Juan de Borbón y los partidos políticos, y no quería que esa palabreja se mencionara para nada en su régimen. Pero, claro, como esto era muy difícil de decirlo así de claro y en castellano llano, el régimen recurrió a Torcuato Fernández Miranda, uno de los ideólogos de primera línea del “franquismo”, que se despachó con esta definición, ¡que no tiene desperdicio! “El Movimiento Nacional es la comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada y constituyen el movimiento social y político de esa integración”. En realidad, toda una cortina de humo para dejar bien claro que “detrás” de Franco no había ningún partido político que le dictara la ideología del régimen, o dicho más claro, que nadie le decía a Franco lo que tenía que hacer.

Y espero que para el lector perceptivo, ese que siempre invoco, no habrá pasado desapercibido ni por un momento que aquí he usado el término “castellano”, haciendo una excepción al que utilizo a lo largo del texto, que es “español”, porque en aquellos momentos de la historia de España, para los catalanes que tenían su propio idioma, el castellano era solo otra de las muchas lenguas que se hablaba en la nación española, y consideraban que era un abuso histórico que Franco lo impusiera como el único “idioma español”, desconociendo que España era una nación plurilingüe, donde desde un punto de vista histórico y étnico-cultural se hablaban 16 lenguas. Por eso, los nacionalistas catalanes, para “fastidiar” con astucia a los falangistas, cuando se referían al idioma que hablaban ellos, los falangistas, lo hacían como castellano, el idioma primitivo de Castilla, negando que

existiera un idioma, al que verdaderamente se le pudiera llamar idioma español.

Y para que lo anterior no quede como una aseveración temeraria, aquí van las 16 lenguas que se hablan dentro de la nación española. 1. Castellano, 2. Catalán, 3. Valenciano, 4. Gallego, 5. Vasco o euskera, 6. Aranés, 7. Asturiano o bable, 8. Aragonés oriental o chapurriau, 9. Alto aragonés, 10. Cántabro o montañés, 11. Extremeño o castúo, 12. Fala galaico extremeña, 13. Leonés, 14. Árabe dariya, 15. Rifeño, 16. Lengua de signos española, de reciente aprobación como idioma oficial por las Cortes españolas. Ojo nuevamente, “lector perceptivo”, no aparece en ningún momento en la lista el “español”, pues desde un punto de vista étnico-cultural y en buena ley, español o española es cualquiera de las 16 lenguas anteriormente mencionadas. Pero eso es historia ya pasada, porque desde un punto legal, con la promulgación de la Constitución española de 1978, todas estas discusiones acerca del idioma español son anacronismos, pues en su título preliminar, artículo 3, determina: “1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. 2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. 3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”.

Hasta el momento se han hecho lenguas oficiales, en sus comunidades, el aranés, el catalán, el euskera y el gallego. Pero ese lector perceptivo se habrá dado cuenta de que el texto de la constitución habla taxativamente de “lengua castellana” y esto, para una nación donde todo el mundo se fija en estos detalles, también ha traído cola, pues a más de uno le hubiera gustado que en vez de “castellano” dijera “español” en el texto de la Constitución. Por eso, para no discutir más, ha tenido que intervenir la Real Academia de la Lengua, respaldada políticamente por el Gobierno español, que en el Diccionario Panhispánico de Dudas, 1.ª edición de 2005, dice textualmente: “Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español”.

La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de seiscientos millones de personas. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (spanish, spagnolo, etc.). Por eso, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región. A pesar de estas explicaciones, en España se sigue usando el nombre “castellano” cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco, aunque no debería ser así. Espero, entonces, que hayan ¡entendido!, porque yo disciplinadamente siempre uso el término español, cuando me refiero a la lengua que yo hablo y ustedes entienden, pero no desconozco los intríngulis del asunto.

Y así, entremedio de estas disquisiciones históricas acerca del catalán y el castellano, que ahora no son más que recuerdos de épocas pasadas, Mercedes fue maestra allí, en Andorra, por casi nueve años.

En la fotografía vemos a Mercedes en sus “días felices” en Andorra, montando a caballo al estilo de las mujeres de antes, denominado “a sentadillas”. Esta escena hace suponer una gran integración con los andorranos, que con toda seguridad apreciaron mucho sus dotes como docente y su excelsa calidad humana, como después demostró en Colombia largamente.

Pero en cuanto a la estancia de Mercedes en Andorra, hay muchos malentendidos, pues se ha dicho que había nacido allí, refiriéndose al Principado, cosa que no es así, ya que Mercedes nació en Pontevedra, como ya lo hemos señalado. Otro malentendido que también circuló es que nació en un pueblo de la provincia de Aragón llamado Andorra, que efectivamente existe, como nos lo corrobora Google, que todo lo sabe y todo lo ve, del que dice: “Andorra, villa de la provincia de Teruel, en Andorra-Sierra de Arcos, con una población de 7.799 habitantes”. Pero Mercedes tampoco nació allí. Otra cosa que se encuentra en

estas pequeñas reseñas, tan desinformadas, es que ella vivía en Andorra con sus padres, desconociendo que su padre murió en 1932, y la madre nunca la acompañó al Principado de Andorra, pues residía en Madrid junto a sus otras hijas.

Mercedes, en 1954 renunció a su plaza de maestra en Pal, Andorra, como quedó protocolizado en el Boletín Oficial del Estado n.º 117 del 27 de abril de 1955, el cual, en su página 2620, incluye la orden del 22 de marzo que reza así:

“Que doña Mercedes Allanegui se presente en España en el improrrogable plazo de 15 días desde la publicación de esta orden en el BOE, solicite escuela vacante ante la delegación administrativa de enseñanza primaria en su provincia de origen” (y sigue).

En definitiva, es una orden para que busque nueva plaza, pero Mercedes no hizo ninguna gestión al respecto, pues al parecer ya tenía determinado que se marchaba a Cali, Colombia, a hacer realidad ilusiones diferentes de las del diminuto Principado de Andorra, que, con solo 468 km2, es más pequeño que el municipio de Cali, que tiene 619 km2, y que, a diferencia de Cali, siempre cálida y radiante, es un país muy frío casi todo el año.

Pero ¿por qué tomó Mercedes la decisión de marcharse de España? Eso nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es por qué decidió que su destino sería Cali, Colombia, y precisamente el Liceo Benalcázar, pues, aunque sorprenda al lector en este momento, Mercedes no vino directamente a fundar el colegio Hispano Colombiano (que es como inicialmente se llamó), y aunque de pronto la idea ya se encontraba rondando en su cabeza, la fundación del HISPANO fue una realidad, porque se dieron afortunadas coincidencias en tiempo y espacio, que hicieron posible la cristalización del proyecto. Pero todo esto será dilucidado en la siguiente palabra del “Alfabeto valluno”.

Mamoncillo X

El mamoncillo (Melicoccus bijugatus), conocido también como mamón, anoncillo, talpa, quenepa, huaya, guaya, maco o limoncillo, es un árbol frutal de la familia de las sapindáceas, natural de la zona intertropical de América, cuya primera descripción, realizada por Nikolaus Joseph von Jacquin y publicada en Enumeratio Systematica Plantarum, quas in insulis Caribaeis, data ya de 1760. Es apreciado por sus frutos comestibles, unas drupas verdes, casi redondas, que a primera vista parecen pequeños limones. La piel es lisa, delgada, de consistencia coriácea, que se retira muy fácil, dejando al descubierto una pulpa color salmón, gelatinosa, de sabor agridulce que se aferra a la semilla.

Era otra de las delicias tropicales que se vendía a la salida en los colegios de antes, como el HISPANO. Muchos niños, que los compraban durante los recreos, a pesar de las prohibiciones al respecto, los guardaban en sus maletines para ir comiéndoselos después, pero los más traviesos, que se aburrían sin misericordia en las clases de Matemáticas, cuando el profesor trataba de explicar que un quebrado podía expresarse como un número decimal o viceversa, es decir, que un número decimal se podía también expresar como un quebrado, enloquecían cuando el profesor decía viceversa, y entonces, sacaban los mamoncillos de los maletines, los pelaban y mordisqueaban y luego se los tiraban con disimulo a las niñas que empezaban a gustarles, como primera estrategia para hacerse notar. Esto era rápidamente captado por la que recibía el “amoroso mamoncillazo”, que a renglón seguido, corría a contarle a su mejor amiga. «¡Ay, bruta!, sí sabes que fulanito me está “molestando”. ¡Pero a mí no me gusta!». Y así empezaban los amoríos de la adolescencia, tan turbulentos y fugaces, pero que después se recuerdan toda la vida.

En 1950, mientras la primera ola de emigrantes españoles llegaba a Cali, huyendo de las penurias y estrecheces que se vivían en tierras españolas, en Colombia era elegido presidente de la República, Laureano Gómez Castro (Bogotá, 20 de febrero de 1889 - Bogotá, 13 de julio de 1965), conservador y de derechas, admirador incondicional del régimen de Franco, pues se declaraba identificado con todas las ideas conservadoras, monárquicas y autoritarias de la Falange Española (que también escribiré siempre con mayúsculas, no sea que alguien se enoje) y su “derivado” más reciente, el Movimiento Nacional, y al igual que su modelo español, se definía ferviente devoto del culto a la Iglesia católica. Como era de esperarse, con esa compenetración ideológica, los laureanistas se identificaban también, lo mismo que los falangistas, con las ideas de la hispanidad, que se venían propugnando en España desde 1940. Por eso, no debe extrañarnos que el 2 de abril de 1951 se creara en Bogotá el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, semejante al que existía en España, con lo que el Gobierno de Colombia no solo se sumaba a la celebración del V Centenario del nacimiento de Isabel la Católica, sino que se convertía en fervoroso propulsor de las ideas de la hispanidad, que parecían engrudo para pegar a todos los godos de España y América. Y para honrar el adagio popular que dice que “hechos son amores y no buenas razones”, el gobierno del presidente Laureano Gómez no se limitó a crear el correspondiente Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, sino que nombró, en 1951, al joven poeta colombiano Eduardo Carranza Fernández (Apiay, Meta, 23 de julio de 1913-Bogotá, 13 de febrero de 1985), primer secretario y agregado cultural de la Embajada de Colombia en España, de la cual era embajador en ese momento Guillermo León Valencia. Carranza, que tenía entonces solo 38 años, era ya muy conocido en Colombia como uno de los jóvenes poetas de la patria, pero lo era menos por ser políticamente un personaje de derechas, que encajaba con precisión milimétrica en las concepciones ideológicas del

laureanismo, incluida su admiración por España, por Franco y por esas vagas y fantasiosas ideas de la hispanidad.13 Con este nombramiento, el gobierno de Laureano Gómez pretendía estrechar sus lazos con el régimen de Franco y desarrollar entre ambas naciones esa entelequia de la hispanidad.

A su llegada a España, Carranza entabló de inmediato una cercana amistad con Francisco Franco Salgado-Araujo, primo de Franco y jefe de su Casa Militar, quien de inmediato lo relacionó con los más encumbrados intelectuales de la península, alineados con el Movimiento Nacional, que no solo “adoptaron” a Carranza como uno de los suyos, sino que celebraron su poesía a todo lo largo y ancho de tierras españolas. Carranza desarrolló así una frenética gestión de corte “hispanista”, inaugurando cátedras hispanoamericanas y recitando sus poemas en cuanto escenario evocador de alguna de las grandes gestas de la historia de España se le atravesaba. Todo parecía ir muy bien en la embajada, pero el 13 de junio de 1953, cuando Laureano Gómez quiso reasumir la Presidencia de Colombia, de la que se había ausentado por enfermedad, el general Gustavo Rojas Pinilla encabezó un golpe militar, que respaldó un amplio sector de la opinión pública colombiana, y lo derrocó.

13. Es difícil explicar qué es la hispanidad, si solo leemos el primer párrafo de la ley del 2 de noviembre de 1940, por la que se creaba el Primer Consejo de la Hispanidad, donde dice: “Fue privilegio de las épocas forjadoras de Historia el crear normas y estilo con qué perpetuarse. Cuando España alega en este amanecer de su vida futura, su condición de eje espiritual del mundo Hispánico como título de preeminencia en las empresas universales, no pretende sino valorizar los ideales que le dieron ser en su día constituyendo aporte generoso al caudal de la civilización”. Pero barbacha aparte, la hispanidad no era sino una fantasía falangista que pretendía reinstaurar la “gloria legendaria” del antiguo Imperio español, donde las repúblicas americanas, independizadas de España, volvían a la tutela de su “Madre Patria” para que les enseñaran los caminos del Movimiento Nacional. De esta manera, los Institutos de Cultura Hispánica, y sus correspondientes en América, eran una especie de instituciones de propaganda ideológica del régimen, que debían aclimatar entre España y las naciones de América, herederas de la cultura española, esos ideales de la hispanidad.

El nuevo gobierno sustituyó al embajador Guillermo León Valencia por Gilberto Alzate Avendaño, otro político de derechas, admirador como Gómez del régimen franquista y de toda la ideología falangista, con quien Carranza confraternizó de inmediato. En esta fotografía los vemos juntos en 1955, cuando Alzate Avendaño asumía la Embajada de Colombia en España. Junto al nuevo embajador, Carranza continuó con sus esfuerzos para desarrollar los ideales de la hispanidad en tierras españolas hasta que finalmente fue relevado de su cargo en 1958 y regresó a su patria.

En ese torbellino de actividades que Carranza desarrolló en España, Mercedes Allanegui, nuestra fundadora, muy cercana a las altas esferas del franquismo y de los intelectuales del régimen, conoció al poeta.14

14. Aunque no tenemos certeza documental, es muy posible que Mercedes “supiera” de Carranza en la librería de su hermana Herminia, la esposa de José María Muguruza, o bien porque se lo presentaron allí, o bien porque oyó hablar de él y de su poesía en alguna reunión de las que se daban allí. La librería, que se llamaba “Mirto” y que hoy ya no existe, tenía su domicilio en la calle Ruiz de Alarcón # 27 de Madrid, y estaba muy de moda en ese momento, no solo por el refinado trato de su dueña, sino también por la importancia de los personajes que desfilaban por ella, lo más granado de las élites intelectuales del régimen, muy allegados a su propietaria.

Mercedes, que posiblemente ya tenía algo en la cabeza, le comentó a Carranza que quería trabajar en América, y quizás fundar una escuela española allí, como medio de difundir así las ideas de la hispanidad, que tan en boga estaban en las altas esferas del franquismo. Eso le sonó al poeta como “música celestial”, e inmediatamente le habló de Cali y del Liceo Benalcázar, una institución educativa que ya conocía y de la cual tenía nostálgicos recuerdos, pues en 1941, con ocasión de la graduación de las primeras bachilleres del liceo, las dueñas del colegio, la señorita María Perlaza

Carranza, que en 1936 había publicado ya su primer libro de poemas "Canciones para iniciar una fiesta", y había irrumpido en la "poesía colombiana como uno de los fundadores del movimiento “Piedra y Cielo”, aceptó encantado la invitación del Liceo. Su asistencia a ese acto de clausura no habría pasado de ser una más de las miles de clausuras, homenajes, encuentros, cenas y jijuemil eventos más, que los “pobres” poetas tienen que soportar para dar a conocer su poesía, sino fuera porque de esta clausura surgió el “Soneto a Teresa”, sin duda el poema más

emblemático de toda la obra del vate, el más conocido, el más admirado y del que más se habla en cuanta ríspida reseña de su obra se publica, envuelto, además, en una comentada anécdota acerca de lo que inspiró al bardo a escribir tan memorable página.

Santiago Aced Garriga

y la señora Ana López de Domínguez, lo habían invitado para que fuera el orador principal en el acto de clausura. Según narra su hijo, Juan Carranza, cuando terminó el acto de clausura, se le acercó al poeta una niña de 14 o 15 años, y le dijo:

“¿Cómo me veía yo con mi boina?”. Y él se quedó sorprendido, porque ella era una más de las 800 alumnas igualmente vestidas, todas con boina. Entonces mi padre se quedó pensando, y de ahí salió el “Soneto a Teresa”, una versión muy bobalicona y desinformada, pues las cosas fueron un poco diferentes y no tan simples como relata Juan Carranza. La niña que se le acercó al poeta era María Teresa Holguín Zamorano, una bella adolescente, de cabello rubio y ojos azules, que, además de dirigirse al poeta con un ligero tono de coquetería, para preguntarle cómo lucía con su boina, le dijo mucho más seria y comprometida que le gustaba mucho la poesía y que lo admiraba sin reservas… y las cosas no se quedaron así, como un inocente saludo de una admiradora desenvuelta y simpática a un vate consagrado, porque Carranza quedó absolutamente prendado de esa muchachita.

Carranza, por aquellos años, un hombre joven y galante, de apenas 28 años de edad, acostumbrado a enamorar a las mujeres con sus versos, corrió a dedicarle un poema, el “Soneto a Teresa”. Y sabemos que eso fue así, pues poco tiempo después publicó en Bogotá un librito titulado Ellas, los días y las nubes, ilustrado con 12 linóleos de Sergio Trujillo Magnenat, con una dedicatoria que dice así: “A María Teresa Holguín”, y debajo: “A Pepita Mallarino”, y debajo: “En sus manos encomiendo mi espíritu”. El librito inicia con el famoso “Soneto a Teresa”, y continúa con 12 prosas poéticas alusivas a cada mes del año. 15 Este librito,

15. Aunque, al parecer, Carranza la cortejó “en toda la regla”, Teresa nunca estuvo enamorada de él, sin embargo, tampoco lo ignoró, como dicen algunos autores que han escrito sobre la anécdota, pues al parecer ella se sentía muy alagada no solo con el cortejo, sino con la poesía del vate, y ahora sabemos que mantuvo con él, con Carranza, una relación epistolar, pues entre los papeles que la familia del vate donó a la Biblioteca Nacional para su

bastante desconocido, es la referencia cierta de la dedicatoria del “Soneto a Teresa” a Teresa Holguín Zamorano. Se ha dicho también, pero de eso no hay confirmación, que Carranza le había enviado antes el poema manuscrito de su puño y letra, con un pequeño detalle, y es que al empezar el último de los tercetos del soneto, reemplazó la primera palabra que decía “Teresa” por “Teresa Holguín”, para que no quedara duda de que el poema era dirigido a ella, su musa por mucho tiempo.

Y así, prendido de ese hilo de ensoñación poética, es como Mercedes conoció a Cali, y acabó como profesora del Liceo Benalcázar. Pero Mercedes no había venido a Colombia a ser solo profesora del Liceo Benalcázar per secula seculorum, pues su plan, mucho más ambicioso, era fundar una escuela española en América, y desde que llegó empezó a trabajar para hacerlo realidad. Pero rápidamente se dio cuenta de que se necesitaría apoyo y, dado el carácter español que quería dar a la institución, decidió buscar ese apoyo en la colonia española de Cali, a la cual entusiasmó con el proyecto, y encabezados por el Dr. Vicente Rojo y otros notables de dicha colonia, ya desde antes de que el colegio iniciara labores, ese apoyo fue fundamental para que la idea tuviera éxito, ¡como así fue!, y no como algunas versiones, que

conservación histórica, había una notita de ella que decía “Nuestro luminoso soneto continúa siendo mi himno nacional. Hace poco tiempo, en una comida diplomática en Bogotá, lo oí coreado por muchas voces de poetas de aquí y de Venezuela, todos fascinados. Cuando vuelva por Bogotá te llamaré”. Esta cartica, con tuteo incluido, apoya la hipótesis de que esta relación no fue corta, como lo corrobora el poeta Gustavo Cobo Borda, quien en una entrevista concedida a Margarita Vidal, aseguró que Carranza no solo le dedicó el “Soneto a Teresa”, sino que escribió para ella “Muchacha en el balcón”, con esta dedicatoria: “A María Teresa Holguín, en el balcón donde me olvida cada día”, publicado entre las obras del poeta, pero mucho menos conocido. Además, Gustavo Cobo Borda también señaló que Carranza se refirió a ella con estas palabras: “Teresa Holguín es un ser concreto que pasó por mi poesía. Era una niña cuando cruzó por mi vida como una ráfaga de belleza, de gracia, de ilusión, de ensueño y de ternura, para luego convertirse en nostalgia y amorosa melancolía”.

el autor escuchó en otros tiempos, que sostenían que Mercedes no calculó las necesidades económicas del proyecto y abrió las puertas del colegio de forma muy improvisada, y cuando vio los aprietos económicos que afrontaba, corrió a buscar ayuda de la colonia española.

En esta histórica fotografía se ve a Mercedes rodeada de sus pequeñas alumnas, durante su permanencia como profesora del liceo. Esta experiencia de ser profesora de un colegio tan importante de Cali, como era ya en ese momento el Liceo Benalcázar, le permitió conocer cómo era la educación en Colombia, relacionarse con personas muy importantes en el ámbito local, además de entablar relaciones con la numerosa colonia española de la ciudad, todo lo cual le permitió ir madurando la idea de fundar un colegio de ámbito español en la ciudad de Cali, con el apoyo no solo de la colonia, sino también de muchos colombianos que les entusiasmó la idea.

Mango biche XI

¡Con sal! es, sin duda, la fruta que más ha perdurado a la salida de los colegios, pues aún hoy, todavía es ofrecido con frecuencia por las vendedoras que la exhiben en un platón de aluminio donde tienen algunos mangos pelados y cortados en gajos, que en su parte final todavía están pegados a la pepa. Cuando alguien escoge uno para comérselo, las vendedoras invariablemente preguntan que si le echan sal, y si el comprador o compradora asiente, toman sal con la “punta del cuchillo”, el que usan para todo (pelar, cortar, salar…), y la echan encima del mango. También ofrecen los gajos sueltos en bolsitas de plástico, donde se repite “la ceremonia de la sal”, pues a muchos niños y niñas les gusta más la bolsita, porque se ensucian menos las manos y no se cae la sal. Es difícil explicar el porqué de esta combinación, aunque si se les pregunta a los que gustan de ella, después de mucho pensar, quizás le digan que la sal neutraliza parcialmente el sabor ácido de la fruta verde.

Desde que se inauguró la sede de Prados del Norte, en las puertas del HISPANO siempre hubo vendedoras de mango biche con o sin sal, y era costumbre inveterada, cuando se quería obtener el favor de algún compañero o compañera decirle, si me ayudas con esta tarea o este trabajo, a la salida te “gasto” un mango biche con sal… Y la fórmula nunca fallaba. Hoy, la explosión de muchísimas golosinas industrializadas y empacadas muy atractivamente en bolsitas de celofán, ha ido desplazando esta vernácula costumbre de comer mango biche en la puerta del colegio, por la más simplificada y atractiva de comprar productos empacados en la tienda del plantel. Y es que para el mango biche no se ha podido desarrollar una versión lista para el consumo, como por ejemplo, sí se ha podido hacer con los patacones… Amanecerá y veremos.

Si, como hemos dicho anteriormente, Mercedes Allanegui Santos fue la persona que cristalizó la necesidad que se encontraba en el inmanente colectivo de la segunda oleada de inmigrantes españoles de tener un colegio, Vicente Rojo Fernández fue, sin duda, quien se encargó, con su inconmensurable

capacidad de trabajo y de convocatoria, de hacer una realidad ese sueño. Vicente, al igual que Mercedes, provenía de una familia española con una importante saga de militares, como veremos a continuación, pues era el hijo mayor del general Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas de la II República española y jefe del Estado Mayor Central del Ejército de Tierra. Pero para entender por qué el hijo mayor del general Rojo vino a parar a Cali, Colombia, convirtiéndose en el artífice de la Fundación Colegio Hispano Colombiano, es necesario conocer primero algunos pormenores de la biografía de su padre y algunos de los avatares que sufrió su familia.

El padre de Vicente, Vicente Rojo Lluch, nació el 8 de octubre de 1894, en Fuente de la Higuera, una pequeña localidad de la provincia de Valencia, en la comarca de La Costanera, y murió en Madrid, el 15 de junio de 1966. Su padre, Isaac Rojo González, fue un militar que combatió, como soldado de reemplazo en Cataluña, contra los carlistas, y posteriormente, en 1876, fue trasladado a Cuba, donde sirvió en el Ejército de Ultramar por seis años. Regresó a España, muy enfermo, y se fue a vivir con su familia a Fuente de la Higuera, que era el pueblo de su mujer, Dolores Lluch Domenech, donde al poco tiempo murió, tres meses antes del nacimiento de su último hijo, Vicente, el menor de una familia de seis hermanos, de los cuales, dos fueron varones, Vicente y Francisco.

Aunque su madre recibió una pensión de viudez, esta no bastaba para el sustento de toda la familia, y él, Vicente, tuvo que ingresar a un orfanato castrense, “Huérfanos de Infantería”, donde cursó los primeros estudios. Su madre murió cuando tenía 13 años, y como si los infortunios no fueran suficientes, una enfermedad en el ojo izquierdo lo dejó con una importante disminución visual, que luego de tres años de convalecencia, aprendió a disimular, aunque tuvo que usar gafas el resto de sus días. En 1911, con 16 años, ingresó a la Academia de Infantería de Toledo, obteniendo el grado de 2.º teniente, el 25 de junio de

1914. Fue un alumno brillante, como lo demuestra el hecho de haber sido el número cuatro de una promoción de 390 alumnos (Franco, graduado en la misma academia en 1911, ocupó el puesto 251 entre 312 alumnos). Además, fue merecedor de la medalla de Honor de la República francesa, tras la visita realizada a la Academia, en octubre de 1913, por Alfonso XIII y el presidente de la República francesa, Raymond Poincaré.

Ya graduado, su primer destino fue el regimiento Vergara 57 de Barcelona. Allí se encontró con su hermano Francisco, con quien vivió por un corto periodo. Su bajo sueldo, de solo 35 duros (un duro equivalía a 5 pesetas), lo obligó a solicitar el destino de Marruecos, mucho más prometedor, desde que su Majestad, don Alfonso XIII, había concedido ventajas de ascenso en el escalafón a los militares destinados allí. Es así que el 10 de enero de 1915 se incorporó al Regimiento de Infantería Córdoba n.º 10 en el protectorado de Marruecos.

Pero su destino en África no acababa de satisfacerlo, por lo que pidió su traslado nuevamente a la península el 12 de julio de 1919. En Ceuta conoció a Teresa Fernández Muñoz, hija de Leandro Fernández, un militar de intendencia en los tiempos que Rojo estuvo allí, con la que se casó el 13 de marzo de 1920, en Madrid. Tras casarse, fue destinado al Batallón de Cazadores de Montaña Vicente Rojo Lluch

Santiago Aced Garriga

Alfonso XII n.º1 en Vic, pero en 1922, coincidiendo con el nacimiento de su segundo hijo, consiguió algo que venía deseando desde hacía mucho tiempo, y era su destino a la Academia Militar de Toledo, donde ocuparía el puesto de profesor por una década. En 1932 se retiró de la academia para ingresar a la Escuela Superior de Guerra en Madrid, y realizar el curso de

Estado Mayor, que terminó el 25 de febrero de 1936, siendo ascendido al grado de comandante. Al estallar la guerra, se mantuvo fiel a la República, que era lo que le correspondía como militar de honor y de valor, y poco tiempo después fue nombrado 2.° jefe del Estado Mayor de las fuerzas de defensa de Madrid, que comandaba el general José Miaja Menat.

Como jefe de las fuerzas de defensa de Madrid, evitó la caída de la capital, forjándose una merecida fama de excelente organizador y administrador que le permitió crear un verdadero ejército republicano, más allá de las cuadrillas de milicianos que actuaban a diestra y siniestra sin ningún plan, obedeciendo más a consignas de los partidos políticos que a un verdadero mando unificado de las fuerzas de defensa. Su eficiencia como militar y su lealtad a la República española, le valieron para que, tras la formación del gobierno de Francisco Largo Caballero, en el cual, el mismo Caballero desempeñó el cargo de ministro de Defensa, fuese nombrado jefe del Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas y jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, cargo que ocupó hasta su dimisión al abandonar España en 1939. Fue, por tanto, el comandante general de los Ejércitos Republicanos a lo largo de toda la guerra civil. Pero, aunque en un principio las cosas marcharon muy bien para el general Rojo, con el paso

del tiempo, la República se llenó de contradicciones y rencillas internas que fueron socavando las capacidades militares de su ejército, y poco a poco fue cediendo posiciones ante el empuje de los nacionales. Primero fue en Brunete, luego en Teruel, y finalmente en la batalla del Ebro, la cual perdieron las fuerzas republicanas, a pesar de sus éxitos iniciales y de una encarnizada defensa que posteriormente opusieron a los ejércitos nacionales.

Y así fue como el 23 de diciembre de 1938, poco tiempo después de terminada la batalla del Ebro, el generalísimo Franco dio la orden de comenzar la ofensiva contra Cataluña, aún territorio republicano, y donde se había refugiado el Gobierno español, ante el avance de los insurrectos. Ese mismo día, las fuerzas del Movimiento Nacional abrieron un boquete en el frente del río Segre, y para taponarlo, Rojo tuvo que enviar al reconstituido 5.º Cuerpo del Ejército Republicano, al mando de Enrique Líster Forjan (Ameneiro, La Coruña, 21 de abril de 1907 - Madrid, 8 de diciembre de 1994). Líster logró detener el avance por 15 días, pero el 3 de enero de 1939, ante un ataque blindado de las fuerzas italianas, finalmente tuvo que retroceder, y el 4 de enero, los nacionales tomaron las Borjas Blancas, con lo que el frente sur quedó completamente roto y en desbandada hacia Barcelona, perseguido de manera inclemente por tres columnas de los ejércitos nacionales, que rápidamente llegaron por tres puntos a las afueras de la capital catalana, Yagüe por la costa, Solchaga por Collserola y las brigadas italianas por el Besos. En estas condiciones, no hubo ninguna resistencia significativa a la ocupación. El 26 de enero de 1939, los tres ejércitos entraron por donde quisieron, y hacia las 5 de la tarde se encontraron todos en la plaza Cataluña, rodeados por sus tropas y por miles de civiles que salieron a las calles para vitorearlos, no se sabe si por convicción de que las tropas de Franco traerían la tan anhelada paz a Cataluña, o por novelería para ver lo que pasaba en la calle y qué beneficio podían sacarle… y eso fue todo. El general Vicente

Rojo, que estaba en Figueras desde el 23 de enero (tres días antes de la ocupación), hizo grandes esfuerzos por organizar la retirada de la ingente cantidad de ciudadanos de Barcelona, que huían despavoridos tras la ocupación, así como de muchos militares republicanos que se encontraban en franca retirada de Cataluña hacia los Pirineos. Pero entre los militares, la desmoralización cundía, muchos de ellos, sencillamente tiraban las armas y se unían a las inmensas colas de civiles, de más de 15 km, que se formaban en la frontera para pasar a Francia.

Aquí vemos a los jefes nacionales, relajados y tranquilos, en plena plaza Cataluña. Al centro, de gafas, el general Juan Yagüe, comandante del Cuerpo del Ejército Marroquí, departiendo con Dionisio Ridruejo, jefe de Comunicaciones (mejor leer jefe de propaganda) de las tropas nacionales, el resto de la soldadesca acababa de tomar posiciones en la periferia de la ciudad... pero, mientras por unas calles eran aclamados los ejércitos nacionales, por otras huían precipitadamente miles de republicanos que no habían escapado aún, rumbo a la frontera con Francia, con la esperanza de evitar las represalias que anunciaban ya “los liberadores”, convencidos de que la guerra estaba ya perdida. Hispano

Finalmente, el 8 de febrero de 1939, las últimas tropas atravesaron la frontera, y con ellos, el general Vicente Rojo Lluch pasó a Francia y se dirigió a la pequeña población de Vernet-Les-Bains, donde ya se encontraba su familia desde hacía varios meses, y donde el 29 de septiembre de 1938 había nacido la última de las hijas del matrimonio, a quien bautizaron con el nombre de María Dolores, siendo su padrino de bautismo el Dr. Juan Negrín López, presidente del Gobierno, a la sazón también escapado del territorio español.

Lo que vino después fue un rifirrafe entre Rojo, Negrín y el presidente Azaña, quienes se distanciaron definitivamente, liquidando así el liderazgo republicano que aguantó casi tres años de guerra. El primero en fijar su posición fue Rojo, que el 12 de febrero de 1939 comunicó a Negrín, por telegrama y por carta, su renuncia al cargo de jefe del Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas y jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, anunciando, además, su alejamiento definitivo de la política. Rojo le reprochó a Negrín el no haber aceptado la rendición cuando se podía haber hecho, y en tono de exigencia, le pidió reiteradamente que el gobierno republicano se hiciera cargo de los refugiados hacinados en Francia en condiciones inhumanas. Como respuesta, Negrín dio la orden a su embajador en París que comunicara a Rojo y Jurado que debían regresar a la zona central de España, pero Rojo, firme en su posición de no regresar, le envió una carta el 28 de marzo de 1939, en la que le reiteró que ya estaba desligado del gobierno y le pidió a Negrín que asumiera la derrota, pues ya era inútil cualquier resistencia. Y el segundo fue el presidente Azaña, que el 4 de febrero, cuando el Gobierno francés abrió paso a civiles y militares por la frontera española, se dirigió a ese país con su esposa, Negrín, José Giral, Cipriano de Rivas y Santos Martínez. Ese mismo día, Negrín le comunicó personalmente que era decisión del Gobierno que Azaña se refugiase en la Embajada de España en París hasta poder organizar su regreso a Madrid. El paso por la frontera

no pudo ser más calamitoso, teniendo que cruzar a pie, ante la avería del coche en el que viajaban, y tener que caminar hasta la población de Les Illes, donde pernoctaron, para finalmente instalarse en La Prasle, en casa del cuñado de Azaña, Cipriano de Rivas Cherif. Desde allí, Azaña le confirmó al embajador en Francia, Marcelino Pascua, que llegaría el 8 de febrero a París, donde estuvo varios días, pero el 18 de febrero, Negrín le envió un telegrama instándole a que, como presidente de la República, debía volver a España. Azaña, sin embargo, tenía claro que no iba a volver y que presentaría su dimisión en cuanto Francia y el Reino Unido reconociesen al gobierno de Franco, y así se lo hizo saber a Negrín. Consistente con esto, el 27 de febrero, dos días después de que ambos gobiernos diesen el visto bueno al establecimiento de relaciones con Franco, envió una carta al presidente de las cortes, Diego Martínez Barrios, renunciando a su cargo de presidente de la República española.16 Y lo mismo

16. La carta de dimisión decía así: “Excelentísimo señor: Desde que el general jefe del Estado Mayor Central, director responsable de las operaciones militares, me hizo saber, delante del Presidente del Consejo de Ministros, que la guerra estaba perdida para la República, sin remedio alguno, y antes de que, a consecuencia de la derrota, el Gobierno aconsejara y organizara mi salida de España, he cumplido el deber de recomendar y proponer al Gobierno, en la persona de su jefe, el inmediato ajuste de una paz en condiciones humanitarias, para ahorrar a los defensores del régimen y al país entero nuevos y estériles sacrificios. Personalmente he trabajado en ese sentido cuanto mis limitados medios de acción permiten. Nada de positivo he logrado. El reconocimiento de un Gobierno legal en Burgos por parte de las potencias, singularmente Francia e Inglaterra, me priva de la representación jurídica internacional necesaria para hacerme oír de los Gobiernos extranjeros, con la autoridad oficial de mi cargo, lo que es no solamente un dictado de mi conciencia de español, sino el anhelo profundo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Desaparecido el aparato político del Estado: Parlamento, representaciones superiores de los partidos, etcétera, carezco, dentro y fuera de España, de los órganos de consejo y de acción indispensables para la función presidencial de encauzar la actividad de gobierno en la forma que las circunstancias exigen con imperio. En condiciones tales, me es imposible conservar, ni siquiera nominalmente, ese cargo al que no renuncié el mismo día en que salí de España, porque esperaba ver aprovechado este lapso de tiempo en bien de la paz. Pongo, pues, en manos de V.E., como Presidente de las Cortes, mi dimisión de Presidente de la República, a fin de que vuestra excelencia se digne darle la tramitación que sea procedente”.

que Rojo, decidió retirarse de toda actividad política, dedicándose desde ese momento a escribir. Pero enfermó gravemente y murió en Montauban, el 4 de noviembre de 1940, completamente olvidado por todos.

Manjar blanco (1)

Sin duda, el más emblemático dulce de nuestra región, tiene una larga y compleja historia que arranca en el medioevo europeo, y más concretamente en el Principado de Cataluña y tierras del sur de Francia, conocidas como el Languedoc, lo que para los catalanes es el Roselló francés. De él habla ya en 1308, el médico Arnau de Vilanova en su libro "Regimen Sanitatis ad regum Aragonum, Medicinalium introductionum speculum", un manual de salud escrito en latín y posteriormente traducido al catalán, para uso y disfrute del rey Jaime II de Aragón, con consejos sobre qué comer y qué no comer. Esto hace suponer que su preparación era ya conocida desde mucho antes y posiblemente introducida por los árabes en la península, debido a dos de sus ingredientes más típicos, el azúcar y el arroz, que ellos trajeron a España. La manera de prepararlo aparece por primera vez en el recetario catalán del libro de "Sent Sovi" (1324). Allí, con el nombre de “menja blanc”, se describe un plato que lleva almendras, azúcar, arroz y pechugas de pollo. Suena extraño lo de las pechugas de pollo, pero el “menja blanc” empezó siendo un plato entre dulce y salado, que con el paso del tiempo acabó transformándose en una de las delicias más emblemáticas de nuestro Valle del Cauca.

Afinales de mayo de 1939, Rojo decidió dejar Francia e inició gestiones en el Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles (SERE), para trasladarse a Buenos Aires (Argentina) junto a toda su familia. En palabras de su nieto José Andrés Rojo, el general Vicente Rojo Lluch: (…) decidió irse a Argentina porque no quería ir ni a México ni a la Unión Soviética. Quería romper amarras, dejar la guerra atrás, empezar otra vida, pues muchos republicanos que habían salido hacia esos países, lo habían hecho con sus banderas partidistas y el dolor de la derrota, y seguirían, una y otra vez, regresando a la guerra y a los reproches.

Rojo quería romper con todo eso, por eso, Buenos Aires parecía distinto, pues eran pocos los republicanos que se habían dirigido hacia allí, entre otras cosas porque el gobierno argentino de Roberto Ortiz no tuvo ninguna política de acogida para los derrotados. Una tía monja de su mujer y un paisano de su pueblo lo ayudaron con los trámites, en los que colaboró el expresidente Manuel T. Alvear. El 11 de agosto de 1939 partieron él y los suyos, del puerto francés de Cherburgo, en el buque “Alcántara”, con la angustia de dejar en España a un hijo, que no pudo reunirse con la familia hasta el verano de 1941. A su llegada a Buenos Aires, se instaló en la calle Ramón Falcón n.º 4115, y el 4 de septiembre de 1939, empezó a trabajar en el diario Crítica (fundado por el empresario Natalio Botana), donde llegó a escribir más de medio millar de artículos sobre la Segunda Guerra Mundial.

La Nación , de Buenos Aires, en ese momento el principal diario de América Latina, también lo contrató como analista internacional de la guerra que acababa de empezar, y no había partido político ni casa regional o nacional que no le invitase a dar conferencias. Estas actividades representaban un importante alivio económico para Rojo, siempre apurado de dinero y con una gran familia que sostener, por lo que aceptó todas las invitaciones que le hacían a diestra y siniestra, a lo largo y ancho de la nación argentina. Pero rápidamente descubrió que casi todos los oradores que participaban en estas presentaciones querían popularidad, por lo que aprovechaban que los que acudían les gustaba que se les hablara en un lenguaje “populachero”, que se tocaran temas taquilleros y que la forma del discurso fuera entre cómica y sarcástica. No podía soportarlo, y como señala su nieto, José Andrés Rojo, en su libro “Vicente Rojo, retrato de un general republicano”.

El hombre que había compartido la suerte de tantos españoles en los campos de batalla no podía aplaudir el tono grandilocuente de ese puñado de políticos que hablaban de la guerra en clave

melodramática. Pero le irritaba aún más, que los oradores, aprovechando el fervor de esas reuniones, dijeran muchos disparates.17

Entonces, decidió dejar de lado las conferencias y presentaciones y fundar una revista en la que pudiera expresar libremente las ideas que tenía acerca de la situación española en esos difíciles momentos. Es así como el 1 de abril de 1942 envió una carta dirigida a numerosos españoles del exilio, anunciando la creación de la revista Pensamiento Español, y solicitando apoyo, no solo moral, sino material para sacar adelante esta iniciativa.

La carta adjuntaba la que sería la primera editorial, en la cual se esbozaban los lineamientos generales del pensamiento de la publicación. El primer número apareció el 2 de mayo de 1941, y costaba 50 centavos argentinos. Su sede se instaló en el número 1370 de la Avenida de Mayo, muy cerca de los cafés donde acudían los “republicanos españoles a hablar de todo y desde donde se acercaban a las instalaciones de la revista a seguir hablando de cualquier cosa, especialmente de política española”. Su nieto, José Andrés Rojo, señala en su libro:

Aquella publicación quería convertirse en un ejemplo vivo de transigencia, de concordia, en fin, de republicanismo. Era urgente conseguir que no explotaran las diferencias entre unos y otros hasta que los tiempos fueran propicios y existiera un régimen, la democracia, donde fuera posible luchar, incluso encarnizadamente por las políticas de cada grupo, mientras tanto, ahí en el extranjero, la unión era ineludible.

17. Señala su nieto, José Andrés Rojo: “En muchos de sus textos de aquella época, el general Rojo reflexionaba sobre la forma en que una parte importante, y sobre todo influyente, de los intelectuales de la república habían decidido abordar la realidad española de aquellos momentos. Se trataba de la vieja fórmula de las dos Españas. Frente a la de dentro gobernada por la dictadura, lo que hacían era exaltar a la de afuera, y subrayar el abismo que había entre una y otra”. Y decía el general: “Yo no he creído ni creo que existan dos Españas, eso es solo una burda simulación política para hacer partidarios a base de odio”. Y concluye su nieto: “Muestra además, la profunda incomprensión que existe de los problemas en las alturas de los círculos intelectuales, de donde entendía venían los males que han destruido y destruyen a nuestro pueblo”.

Pero en septiembre de 1941 había llegado a Buenos Aires y Montevideo el expresidente del Gobierno vasco en la república (Lendakari), José Antonio Aguirre. Y durante una conferencia en el Centro Republicano de la capital argentina, a la que Rojo no fue invitado, el político insistió en los lineamientos de los nacionalistas vascos sobre la nueva España, que debían surgir cuando Franco fuera depuesto. Aseguraba que tenía que ser una federación de nacionalidades: gallegos, vascos, catalanes, etc., cosa que a Rojo no le gustó ni cinco, puesto que, como buen militar, era un ferviente defensor de la unidad española, y no se le ocurrió otra cosa que escribir una editorial, en el número 7 de la revista, contra el federalismo y por la unidad de España, lo que cayó como una bomba entre los refugiados, repitiendo de manera más puntual, y en el enrarecido escenario del exilio, el mismo zaperoco que finalmente dio al traste con la República española.

El 22 de enero de 1943 finalizó su colaboración en Critica, y se sentía muy desalentado del exilio argentino, con la sensación de estar solo y desplazado, como en los días de la caída de Cataluña y la huida a Francia. Entonces, por aquellas cosas del destino, aceptó la invitación a dar una conferencia en La Paz, Bolivia, donde lo escuchó el presidente Enrique Peñaranda del Castillo, militar también como Rojo, quien quedó tan impresionado con su personalidad que de inmediato le propuso su vinculación a la Escuela de Guerra, luego Escuela de Comando y Estado Mayor de Bolivia, con sede en Cochabamba. No lo pensó dos veces y firmó el respectivo contrato, por varias razones: la primera, porque se le reconocían todos sus grados militares alcanzados en España antes y durante la guerra; la segunda, porque le ofrecían una estabilidad laboral que no había tenido nunca en Argentina; y la tercera, porque quería alejarse finalmente de todas las rencillas entre republicanos que se tejían en Buenos Aires. Se trasladó, entonces, a Bolivia con toda su familia, ya que había llegado por fin a Buenos Aires su hijo Andrés Rojo Fernández, que, como

dijimos, se había quedado en España cuando la familia salió hacia el exilio. Se instaló en Cochabamba, en el barrio Muyurina, pasando allí 14 años de su vida, de 1943 a 1957. Sus hijos, completamente integrados a la sociedad boliviana, crecieron allí, estudiaron allí y muchos también se casaron allí, con jóvenes bolivianas, formando nuevas familias lejos de la patria que los vio nacer. Del Ejército Boliviano se formaron en la academia donde Rojo enseñaba, más de una decena de promociones de militares, y todos, casi sin excepción, le mostraron su admiración permanente.

Pero cuando todo hacía presagiar que el general Rojo disfrutaría en Bolivia de una vejez tranquila y resignada a permanecer alejado de su patria, empezó a considerar con insistencia la posibilidad de regresar a España, y eso lo sabemos con certeza porque su nieto y biógrafo, José Andrés Rojo Ramírez, en una entrevista concedida al diario español El País en 2006, develó que había encontrado en Bolivia unos papeles del general que databan de 1955, reunidos en una carpeta que había titulado “Regreso a España”, donde estaban recogidas todas las gestiones que había realizado para volver a su patria. Pero ¿por qué quería volver a España con tanta insistencia? Nunca lo sabremos con certeza.

Formalmente, expresaba en una carta que envió desde Buenos Aires a un amigo, antes de embarcarse hacia Barcelona, que (…) por ser el general con más autoridad entre los que quedaban, podía dar testimonio en España de lo que había significado el golpe contra la República, y que como no había militado en ningún partido, eso le conferiría credibilidad a la hora de denunciar los desmanes creados por el golpe militar.

Pero eso sonaba un poco a excusa, sobre todo a esas alturas, cuando ya llevaba casi 17 años de finalizada la guerra, y el régimen, para bien o para mal, había ya cambiado por completo la España que él dejó. Probablemente, en su decisión pesaron más hechos como que su mujer nunca se había adaptado

completamente al exilio en Bolivia, y que sus médicos le aconsejaban vivir a menor altura de la de Cochabamba (2.570 m), debido a la progresión del enfisema pulmonar que padecía.

Lo cierto es que el 25 octubre de 1955 solicitó al embajador de España en Bolivia el respectivo visado para regresar a Madrid, pero recibió por respuesta un insondable silencio administrativo que se prolongó casi un año. En vista de ello, se dirigió directamente a Martín Artajo, en ese entonces ministro de Asuntos Exteriores, pero la gestión tampoco tuvo éxito. Pero él, el general, seguía empeñado en que tenía que volver, y movió cielo y tierra para conseguir el permiso. Para ello centró sus esfuerzos en los dos poderes fácticos más importantes dentro del régimen, la Iglesia y el Ejército. Por los lados de la Iglesia, lo ayudó muchísimo un sacerdote jesuita que conoció en Bolivia, además de las influencias del obispo de Cochabamba, antiguo capellán castrense que había estado a las órdenes de Rojo. Por los lados del Ejército, movilizó las influencias de su suegro, militar también como Rojo. Un hijo de él, de su suegro, consiguió a finales de 1956 que el capitán general Agustín Muñoz Grandes, a la sazón ministro del Ejército, llevara la petición directamente al Consejo de Ministros. Y efectivamente, el 18 de enero de 1957, en la primera reunión de ese año, se discutió el asunto con la presencia de Franco, y el 1 de marzo, previo acuerdo favorable del Consejo de Ministros, la Embajada de España en Bolivia expidió el correspondiente visado para él y su familia. Partió, entonces, en mayo de 1957, junto a su esposa y su hija menor rumbo a Buenos Aires, en tren, y de allí se embarcó hasta Barcelona. A su llegada, ningún problema… Por lo que continuó hasta Madrid por tierra.

Pero apenas instalado en el domicilio de su suegro, en la calle Río Rosas n.º 48, se presentó el siniestro coronel de infantería, don Enrique Eymar Fernández, titular del Juzgado Militar Especial de Espionaje y Comunismo (vaya nombrecito), con el objeto de abrirle un expediente informativo para depurar la conducta

del excomandante Rojo durante la guerra civil. En ese momento se le comunicó que eso era un procedimiento rutinario que se aplicaba a todos los que llegaban del exilio, y aunque eso tomó a Rojo un poco por sorpresa, rindió declaración y se desentendió del asunto, trasladándose a Sagunto para pasar allí una temporada con viejos amigos de su infancia. Pero el expediente de Rojo fue remitido al Pardo, para el visto bueno de Franco, quien escribió de su puño y letra en la carátula de dicho expediente estas palabras: “A este negar el pan y la sal”. Entonces, lo que hasta ese momento era un “expediente rutinario” de tipo informativo, se convirtió en una causa criminal. A consecuencia de ello, el 16 de julio de 1957, estando todavía en Sagunto, Rojo se enteró de que el coronel Enrique Eymar Fernández había dictado auto de procesamiento en su contra por el delito de “rebelión militar”, penado por el Código de Justicia Militar con la pena de muerte. Entonces, perplejo, descubrió que él, que nunca se rebeló contra ninguna de las instituciones legalmente constituidas en España, durante toda su carrera militar, era acusado por quienes sí se rebelaron, precisamente de lo que nunca hizo, pero que ellos, los acusadores, sí hicieron. Empezó, así, la pesadilla del juicio, con una serie de diligencias preliminares, en las que tuvo que acudir cada siete días ante el juez para probar que permanecía en Madrid. En esos meses, el reconocido hispanista Raymond Carr lo invitó a Londres, y Rojo consultó con el juzgado si podía atender la invitación, recibiendo como respuesta la escueta frase: “De ninguna manera”. El juicio tuvo lugar el 5 de diciembre de 1957. En él, Rojo declinó todo ofrecimiento de defensa y dejó que lo representara el abogado militar de turno, pues, en su opinión, todo estaba orquestado para ser condenado.

El 18 de enero de 1958 recibió en su domicilio la sentencia de cadena perpetua, interdicción civil e inhabilitación absoluta. La sentencia se acompañó del indulto para la pena de cadena perpetua, no así para las condenas accesorias de interdicción

Aced Garriga

civil e inhabilitación absoluta, señalando que dicho indulto era condicional a cualquier reincidencia.18 Entonces su vida se redujo a nada, amigos importantes de otros tiempos, como el Dr. Marañón, que fue su médico personal, se fueron alejando progresivamente. Quedaron algunos familiares con quienes se reunía ocasionalmente en una cafetería para pasar la tarde o pasear un poco por los alrededores de su casa, alrededores donde siempre había algún policía que lo vigilaba por si se salía de las restricciones que se le habían impuesto en su sentencia.

En esta época escribió una novela titulada “?” (signo de interrogación) que dejó inconclusa, y escribió Historia de la guerra de España, que dedicó a su mujer, Teresa. Para ello, solicitó en una carta fechada el 20 de enero de 1961, y dirigida a uno de sus hijos que vivía en Bolivia, que le enviara con conocidos de confianza, algunos materiales de su archivo personal. Los últimos años de su vida los pasó escribiendo en una libreta de anotaciones, que él mismo denominó “Platillos Voladores”, cosas que le venían a la cabeza. En esos escritos reflejaba ideas, aforismos, vivencias, opiniones, etcétera, pero de manera un poco desordenada y difusa… era la muerte que ya se acercaba. Sobrevivió 8 años a la sentencia, y el 15 de junio de 1966 falleció a los 72 años,

18. Con la sentencia se quería dejar establecido que la justicia española lo consideraba culpable de un delito de “rebelión”, de eso no debía quedar la menor duda, por eso, se lo condenaba a cadena perpetua. Pero dentro de los intrincados pasillos del Pardo (residencia oficial de Franco) se movían sentimientos encontrados, por una parte, había un grupo de militares (encabezados por el capitán general Agustín Muñoz Grandes) que pensaban que debían olvidarse ya los oscuros momentos de la guerra y dejar que el general Rojo viviera tranquilo sus últimos días en España. Pero otros no opinaban lo mismo y, rencorosos y vengativos, pensaban que Rojo debía cumplir a rajatabla con lo sentenciado. Pero al parecer, Franco, con su astucia de siempre, tiró por el camino de en medio y decidió el indulto, para satisfacer al sector conciliador, pero mantuvo la interdicción y la inhabilitación para que los más “duros” sintieran que de todas maneras se reducía a Rojo a un muerto en vida, y que en España no le quedaba más que esperar la muerte.

olvidado e ignorado por todos, menos por su familia que siempre lo rodeó, tanto en las buenas como en las malas, que lo admiró como militar, siempre fiel a sus principios y a sus juramentos, y reconoció en él a un cristiano devoto, que siempre los tuvo, a ellos, su familia, como uno de los dones más preciados de su vida. En su testamento legaba lo poco que poseía a su esposa y cedía su “autobiografía” a sus herederos.

Pero, a pesar de los rencores y los esfuerzos del régimen franquista para sepultar su figura en el ostracismo y el olvido, su pueblo natal nunca lo olvidó... y con motivo del primer centenario de su nacimiento, erigieron un busto en reconocimiento a su figura histórica y a sus valores como militar, demócrata y valenciano de bien.

En la fotografía se aprecia el busto del general Rojo, en su pueblo natal. En el pedestal de dicho busto se lee una inscripción, fechada el 10 de septiembre de 1994, que reza lo siguiente:

Fotografía: Enrique Íñiguez Rodríguez.

“Del Ayuntamiento de Fuente de la Higuera al muy Ilustre hijo de esta Villa Don Vicente Rojo en conmemoración al primer centenario de su nacimiento 1894-1994”. A este reconocimiento se unió más recientemente, el 23 de septiembre de 2013, la declaración de “hijo predilecto de la Villa”, y finalmente, el 21 de octubre de 2018, en las II jornadas

históricas en recuerdos de su figura, el doctor en Historia Contemporánea José Antonio Vidal dictó la conferencia “El General Rojo i el seu compromis amb la legalitat republicana”. Pero, a pesar de estos reconocimientos, la figura histórica del general, como la de muchos protagonistas de la guerra civil española, son hoy lirios de otros tiempos.

Manjar blanco (2) XIII

Durante los siglos XVII y XVIII, con estas recetas del primitivo “menja blanc”, del que hablamos en la nota anterior, sucedieron dos cosas: la primera, sufrió una serie de modificaciones llevadas a cabo en la península, de las cuales se conservan hoy varios platos, en especial, uno dulce, muy típico de Reus (provincia de Tarragona), hecho a base de almendras, azúcar, canela y ralladuras de limón, llamado “menja blanc de Reus”; la segunda, es la introducción de estas recetas en las colonias españolas de América y las islas Filipinas, que con el tiempo han dado lugar a dos variantes, sobre las cuales hay un sinnúmero de confusiones y malentendidos, pero que básicamente podemos resumir así: la primera, desarrollada en los países del sur, Argentina, Chile y Uruguay, que se denomina dulce de leche, arequipe o cajeta, que no es sino leche y azúcar calentados para que se evapore gran parte del agua y tome una consistencia pastosa. Este producto recibe diferentes nombres según el país en el que se consume, y también presenta algunas variedades regionales. Es ampliamente utilizado en postres, como alfajores, cuchiflíes, obleas, panqueques, tortitas, wafles, helados y pasteles, pero también se consume solo, como postre, y de esta manera se vende en Colombia y se le denomina, aquí en el Valle del Cauca, arequipe. La segunda, es el típico manjar blanco valluno, que se hace con leche cruda, azúcar morena y arroz para espesarlo, como veremos en el próximo encabezado.

El hijo mayor del matrimonio de Vicente Rojo Lluch y Teresa Fernández Muñoz fue Vicente Rojo Fernández, quien nació en Madrid el 3 enero de 1921. Tenía 11 años de edad cuando se proclamó la II República Española, y 16 al inicio de la guerra civil. Una vez terminados sus estudios de bachillerato, inició la carrera de Medicina en Barcelona, a donde se había trasladado el Gobierno de la República, huido de Madrid

a Valencia y luego a Barcelona, ante el acoso de los ejércitos nacionales. Como le “pilló” la edad militar en plena guerra, se incorporó a filas, y luego de un corto periodo de instrucción pasó a Sanidad Militar. Estando en pleno servicio, participó en la batalla de Teruel, bajo las órdenes del Dr. Joaquín d’Harcourt Got, jefe de los Servicios Quirúrgicos del Ejército Republicano, como practicante de los equipos quirúrgicos móviles, los famosos “Autochirs”, unos quirófanos montados en camiones, donde se practicaban las operaciones más urgentes, antes de evacuar a los heridos a un centro más especializado. Esta experiencia la narró el Dr. Rojo muchos años después, en una monografía que sobre aspectos militares de la guerra que publicó Laboratorios Beecham, y que es la única en la que el Dr. Rojo relata su paso fugaz por la guerra civil española.

Los lectores curiosos

deben saber que hay tres personajes relacionados entre sí con el nombre de Vicente Rojo. El primero fue el general Vicente Rojo Lluch, de quien ya hemos hablado in extenso El segundo fue el Dr. Vicente Rojo Fernández, hijo del primero y de quien estamos hablando ahora. El tercero, Vicente Rojo Almazán, hijo de Francisco Rojo Lluch, el hermano mayor de Vicen-

te Rojo Lluch, y su esposa, María Teresa Almazán.

Vicente Rojo Almazán nació en Barcelona el 15 de marzo de 1932. A la ocupación de Barcelona por las tropas nacionales, su padre se asiló en México, mientras que él, su hermana y su madre se quedaron en Barcelona hasta 1949, cuando llegaron a México, reclamados por su padre. Rojo Almazán completó sus estudios de Diseño en México, iniciando así

una carrera que lo convirtió en el artista gráfico más importante de ese país. Fue él quien diseñó la portada de la primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que hoy nadie recuerda cómo era, por eso la incluyo, para que los nostálgicos la evoquen y recuerden cuando leyeron por primera vez el libro. Murió en México a los 89 años de edad, el 17 de marzo de 2021.

En 1939 partió, junto a su familia, hacia Buenos Aires, iniciando de esa manera un largo exilio que duró casi 30 años. Pero al llegar se encontró con la sorpresa de que el Gobierno argentino, reacio a facilitarles las cosas a los exiliados españoles, consideró que los mayores de la familia, si estudiaban en vez de trabajar, se podían convertir en una carga para el Estado. Entonces decidió cerrarles las puertas de la universidad, por el sencillo procedimiento de no reconocerles los estudios de bachillerato cursados en su país de origen. Por eso, Vicente y Leandro, los dos mayores, tuvieron que buscar trabajo. Vicente lo encontró en la Capitalizadora Argentina, una empresa financiera, y Leandro en los Laboratorios Kodak. Pero cuando su familia se trasladó a Cochabamba, Vicente ingresó a la Universidad Mayor de San Simón, para proseguir sus estudios de Medicina iniciados en

Santiago Aced Garriga

España, destacándose siempre como el primer alumno de su clase, obteniendo el título de médico en Bolivia, en 1949. Antes de terminar su carrera, se casó con la dama boliviana Magaly Blanco Morales,19 matrimonio del que hubo ocho hijos, los dos primeros, Magaly Rojo Blanco y Vicente Rojo Blanco, con quien estudió en el HISPANO el autor de estos textos, nacieron en Cochabamba, Bolivia. El tercero, Roberto Rojo Blanco, nació en los Estados Unidos; Jorge, Cuca, Elvira, Patricia y Carmen, la pequeña, nacieron en Cali.

Terminados sus estudios de Medicina en Bolivia, el Dr. Rojo viajó becado a los Estados Unidos para hacer especialización en Cirugía, con su familia del momento, su esposa y sus dos primeros hijos. Allí conoció a Alfonso Ocampo Londoño, quien también estaba especializándose en Cirugía, y a Gabriel Velásquez Palau, también estudiando su especialización en la costa este de los Estados Unidos. Ellos inmediatamente lo entusiasmaron para que formara parte de la naciente Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, que ya funcionaba desde 1949. Esto le encantó al Dr. Rojo, que ya desde entonces mostraba una gran

19. Magaly Blanco Morales, la esposa del doctor Rojo, médica como él, pues estudiaron juntos en la Universidad Mayor de San Simón, en Cochabamba, procedía de una ilustre familia cochabambina, ya que varias generaciones de sus antepasados habían sido importantes personajes de la política boliviana. El primero, León Galindo, había luchado con el libertador Bolívar en la guerra de la independencia, y otros más próximos, como el general Pedro Blanco, que fue presidente del país en 1828, en los momentos posteriores a la renuncia de Sucre. Otro familiar, el general Agustín Morales, dio fin a la tiranía de Mariano Melgarejo Valencia, de infausta recordación en la historia de Bolivia. El padre de Magaly era médico y también intervino en política como diputado, y su hermano, el general Carlos Blanco Galindo, también fue presidente de Bolivia por un corto periodo, al presidir la junta que sucedió a Hernán Siles Suazo en 1930. Después de su periplo en Colombia, la familia Rojo Blanco se trasladó definitivamente a Madrid, donde Magaly vivió el resto de su vida. En 1995 enviudó y sobrevivió a su esposo 28 años, que los vivió rodeada del cariño de sus hijos, nietos y bisnietos. En 2023, cuando recientemente había cumplido 100 años de vida, falleció en santa paz y tranquilidad.

vocación no solo por la cirugía, sino por la enseñanza, y aceptó sin reparos la invitación, por lo que ya a finales de 1954 se trasladó a Cali, incorporándose a la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, no solo como profesor del Departamento de Cirugía en el Hospital Universitario “Evaristo García”, sino también como profesor de Anatomía, en el área de Ciencias Básicas, donde después sería recordado por su erudición anatómica.

Ocampo Londoño y Velásquez Palau querían darle a la recién creada División de Salud, una estructura nueva y revolucionaria, de corte netamente norteamericano, que superara la vieja enseñanza, de estilo francés, que imperaba en Colombia desde hacía muchos años. Esta enseñanza estaba centrada en la clínica para llegar al diagnóstico, método que los americanos estimaban arbitrario y elitista, porque pocos eran los estudiantes que adquirían competencia con este método, además, sujeto a muchos errores. Este nuevo modelo, importado de la Universidad de Tulane, privilegiaba el diagnóstico a través de exámenes de laboratorio, los rayos X, la aplicación de protocolos de tratamiento para enfermedades muy frecuentes y la generalización de las técnicas quirúrgicas, como tratamiento rutinario de muchas patologías.

Nada más llegar a Cali, el Dr. Rojo entró en contacto con la colonia española del momento, convirtiéndose de inmediato en líder indiscutible de la misma, no solo porque rápidamente se convirtió en el “médico de cabecera” de toda la colonia, que invariablemente lo consultaba antes de cualquier decisión acerca de su salud, sino porque dispensaba sus conocimientos con dedicación, competencia y sin el más mínimo interés de lucro. Pero también, porque rápidamente se involucró con todas las iniciativas que tuvo esa colonia en los años cincuenta del pasado siglo, como fue la fundación de un colegio de ámbito español, en el cual pudieran estudiar los hijos de todos esos españoles, sino también en la fundación del Centro Español de Cali, lugar de esparcimiento para dicha colonia. Pero, además

de un don de gentes excepcional, era supremamente trabajador y práctico para tomar decisiones y sacar adelante los proyectos que se proponía.

A todo esto se sumaba que era muy solidario y servicial, sin interés por el dinero, más allá de lo necesario para vivir dignamente junto a su familia. Y como tenía hijos pequeños que debían ir al colegio (la mayor ingresó al Liceo Benalcázar, donde estudió mientras estuvo en Colombia), esto sin duda lo motivó muchísimo a tomarse la obra del HISPANO como algo prioritario y trascendental en su vida, y todo lo práctico que no pudo resolver Mercedes Allanegui en su momento, y que en otras cir-

En esta foto vemos al Dr. Rojo conversando con Florencio Yugueros, otro de los personajes importantes en los inicios del HISPANO e integrante destacado del grupo de notables que acogió de inmediato la idea de un colegio “español” en Cali, y trabajador incansable para que el colegio saliera adelante. Sus hijos, ¡todos!, han sido fundamentales en el apoyo a la institución, y en épocas recientes, Gonzalo Yugueros Izquierdo y Diego Yugueros Izquierdo han tenido un destacado papel en varias Juntas Directivas de la Fundación.

cunstancias hubiera dado al traste con el proyecto, lo superó él, con su liderazgo, determinación, relaciones personales y capacidad de trabajo casi mítica.

Otro de los personajes determinantes en la fundación del HISPANO fue, sin duda, Pedro Sellarés Turú. Este, a diferencia de los dos anteriores, Mercedes Allanegui y el Dr. Vicente Rojo, llevaba ya muchos años en Colombia cuando surgió el proyecto del colegio. Era el hijo mayor de una familia catalana establecida en Cali desde inicios del siglo XX, con una gran relevancia dentro de la “primera” colonia española de la ciudad, la de “antes” del puente España. De él hablaremos en la próxima letra del “Alfabeto valluno”.

Manjar blanco (3) XIV

El típico manjar blanco valluno es el segundo tipo de derivado introducido por los españoles en América. Muy típico del valle geográfico del río Cauca, se preparaba tradicionalmente en las haciendas, entre noviembre y diciembre, con ayuda de los esclavos, que durante muchos años existieron en ellas. Como aquí no había almendras, la receta era muy simple: azúcar, leche cruda y arroz para espesar. ¡El manjar blanco valluno no lleva nada más! Una vez listo, se colocaba en totumas que se preparaban previamente y se espolvoreaba por encima con azúcar impalpable o pulverizada. Es cierto que en muchas preparaciones le agregan uvas pasas, lo cual le da un rico sabor y en otras coco rallado o canela, pero insisto, el dulce valluno típico no lleva nada más. Su preparación se hacía en paila de cobre en un fogón de leña. Antes de iniciar la cocción de la leche y el azúcar, se ponían dos o tres puñados de arroz en remojo durante tres horas, y luego se cocinaba hasta que se ablandara, añadiéndole una pizca de sal. Una vez cocinado, se escurría el agua y se dejaba reservado. Entonces se “prendía” un buen fogón de leña, se colocaba la paila de cobre y se ponía la leche cruda (la obtenida directamente de la vaca sin ningún proceso de adecuación) y se agregaba azúcar morena o azúcar moscabada, aunque en un principio, como no todas las haciendas producían azúcar, también se usaba panela rallada. Hecha la mezcla, se empezaba a revolver con cuchara de palo, y cuando empezaba a hervir, se agregaba el arroz. Después de 4 a 6 horas de hervor continuo y sin dejar nunca de revolver, porque el dulce se pegaba y se quemaba, estaba listo, si al pasar la cuchara de palo por el fondo de la olla se veía el cobre. Entonces se lo dejaba enfriar y se trasvasaba a las totumas ya preparadas. Quedaba siempre un “pegado” en la paila, ¡delicioso!, que se lo disputaban todos los niños que iban a la preparación del dulce.

Si Mercedes Allanegui fue la persona que cristalizó la necesidad de un colegio español en Cali, y el Dr. Vicente Rojo Fernández quien se encargó de hacer realidad ese sueño, Pedro Sellarés Turú fue el personaje que dedicó gran parte de su vida a apoyar el colegio, no solo desde los diferentes cargos directivos que desempeñó a lo largo de los primeros años de su historia, sino también aportando dinero de su propio bolsillo para superar muchas de las estrecheces económicas por las que tuvo que pasar el colegio en sus inicios.

A diferencia de los dos personajes anteriores que llegaron a Cali a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, y que su paso por estas tierras fue muy efímero, don Pedro, como lo llamaremos de aquí en adelante, por respeto y admiración, llevaba ya mucho tiempo afincado en el Valle del Cauca, cuando surgió la idea de un colegio español en la ciudad, y rápidamente se incorporó al grupo de “notables” que trabajaron sin descanso para materializar dicha idea. Era hijo de un catalán de Tarrasa, una ciudad aledaña a Barcelona, llamado José Sellarés Pujal, que decidió emigrar a América siguiendo los pasos de su hermano mayor, Pedro Sellarés Pujal, que había emigrado antes, primero a Panamá y posteriormente se trasladó a Cali.20 El menor de los

20. Su sobrino, Pedro Sellarés Turú, relató en una de las tertulias de Cali viejo, realizada por la Cámara de Comercio de Cali en 1993, a la que asistió el autor de estos textos, que su tío Pedro, hermano mayor de su padre, había “huido” a Panamá en 1909, después de un affaire amoroso con la esposa del director de la orquesta del Liceo de Barcelona, y tuvo tan buena fortuna que en ese país se ganó la lotería y empezó a incursionar en el comercio de telas, especialmente de paños, que importaba de Tarrasa y Sabadell y que vendía en Cali. Finalmente, se trasladó a dicha ciudad, donde se radicó permanentemente, y en vista de que la ciudad carecía de vehículos, decidió importar de Panamá unos carruajes tirados por caballos conocidos como “Victorias”, de origen francés, con capota negra, forrados en paño, muy elegantes y vestidores, que estuvieron por muchos años al servicio de la ciudad, y que, aseguran, fueron posteriormente trasladados a Palmira, donde hasta hace todavía muy poco se podía verlos circular.

Sellarés, como buen catalán, fue un hombre muy trabajador, muy ahorrativo y muy ambicioso. Esto, unido a que tenía un talento innato para los negocios, hizo que rápidamente tuviera un gran éxito comercial con un almacén de telas, llamado El Barato, ubicado en pleno centro histórico de Cali, en la calle doce entre carreras séptima y octava, donde estuvo por muchos años hasta que finalmente desapareció. Con este negocio, Sellarés Pujal amasó una pequeña fortuna que le significó importante reconocimiento, no solo en la colonia española del momento, sino también en las capas sociales más encumbradas de la ciudad.

Inicialmente, Sellarés Pujal emigró solo, como lo recomendaba la prudencia y la mesura, tan propia de los catalanes de aquellas épocas. Pero inmediatamente se estableció y los negocios empezaron a marcharle bien, decidió traer su familia a Colombia, que aparte de su esposa, la formaban tres hijos, Pedro, Jesús y Teresa Sellarés Turú. Teresa conoció en Cali a un inmigrante catalán, José Granés Mont, un joven que vivía en Mataró, que como muchos españoles de aquellas épocas había aprendido el oficio de panadero, pastelero y repostero. Muy trabajador y muy visionario, como la mayoría de los catalanes, veía con preocupación su futuro dentro del agitado ambiente político de la República española, por eso buscaba horizontes en otras latitudes, y como muchos de los jóvenes de esos momentos, sus ojos se dirigían a América. El 10 de septiembre de 1932, José recibió un radiograma de algún representante de “La Palma”, una panadería y pastelería de Cali, quien le ofrecía ir a trabajar allí, haciéndose cargo del pasaje en barco y facilitándole una vivienda. Granés no se lo pensó dos veces y llegó a finales de 1932, y poco tiempo después empezó a trabajar en dicha panadería. Rápidamente se relacionó con la colonia española de la ciudad y se hizo muy amigo de la familia Sellarés. Allí conoció a Teresa, la menor de los Sellarés, y de la amistad pasaron al noviazgo y terminaron casándose el 15 de junio de 1936, un mes y dos días

antes de que estallara la guerra civil española. Muy inquieto, como ya hemos señalado, seguramente ya había explorado las oportunidades de independizarse y prosperar, y pensó que las mejores opciones estaban en Bogotá. Por eso, inmediatamente celebrado el matrimonio, se marchó con su esposa a la capital de la República y allí inauguró un salón de té llamado “La Florida”, en plena carrera 7.ª con calle 21, que con el tiempo se convirtió en un punto de referencia de la vida bogotana antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Su historia recientemente contada y vuelta a contar por diferentes protagonistas de ella, quizás sea tema para una nota… otro día… ¿Quién sabe? Uno de los hijos de la pareja, José Granes Sellarés, fue un prestigioso científico colombiano, muy destacado en el campo de la física teórica y la docencia universitaria.

José Granes Sellarés nació en Bogotá en 1940. Estudió Ingeniería

Eléctrica en la Universidad de los Andes, donde se graduó en 1960. Magíster en Física por la Universidad de Illions (1964), se especializó después en Física del Estado Sólido en la Universidad de Grenoble (Francia, 1967), y en 1988 obtuvo un magíster en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia. Fue profesor de la Universidad de los Andes en 1966

y luego de la Universidad Nacional, en la que fue director del Departamento de Física y decano de la Facultad de Ciencias de 1990 a 1993. Recibió la distinción de Docente Excepcional de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional en 1991 y 1992, y la de Profesor

Emérito en 1997. Gran especialista en temas de docencia universitaria e historia y filosofía de la ciencia. Su prestigio fue reconocido no solo en el ámbito nacional, sino también internacional. Murió en 2006, a los 65 años de edad, de forma muy prematura.

Jesús Sellarés Turú se casó en Cali, mucho después, con la señorita Irma Fiat, y vivió en la ciudad dedicado al negocio de telas de la familia, primero en la sede de “El Barato” en la calle 12, que finalmente fue cerrada cuando el mercado de telas fue disminuyendo ante el empuje de la ropa confeccionada, para trasladarse al Centro Comercial del Norte, ya con otro nombre, al entrar en sociedad con otra firma, también comercializadora de telas de la ciudad. El matrimonio Sellarés Fiat tuvo tres hijos, un varón, Roberto Sellarés Fiat, que falleció en 2020, y dos hijas, María Teresa Sellarés Fiat, que se casó con Luis Fernando Gutiérrez Marulanda, recordado profesor del autor de estos textos, en la Universidad del Valle, e Irma Sellarés Fiat. Jesús, cariñosamente conocido como “Chucho”, fue miembro de la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali y gran colaborador con todo lo relacionado con el colegio, al igual que su hija Irma, actualmente miembro de la Fundación.

Con motivo del sentido fallecimiento, en la ciudad de Cali, de la señora Irma Fiat de Sellarés, el 7 de junio de 2015, a los 86 años de edad, el portal www.facebook.com/nostalgiasdesantiagodecali publicó esta fotografía tomada en 1947, durante su compromiso matrimonial con el señor Jesús Sellarés. En la fotografía, los novios posaron junto a las hermanas y cuñados de Irma. Distinguimos en el plano posterior,

de izquierda a derecha a: don Héctor Ayala Reina; su esposa, doña Alba Fiat de Ayala; el novio, don Jesús Sellarrés Turú; doña Mary Fiat de Dacach y su esposo, don Melhen Dacach. En un primer plano, señorita Yolanda Fiat (futura señora de Suárez); al centro sentada, la novia, y finalmente, señorita Olga Fiat (futura señora de Tobón).

José Sellarés Pujal, aparte de exitoso comerciante y hombre honrado y trabajador, era un ferviente republicano, como lo eran la mayoría de los catalanes de su época, que desplegó una importante actividad proselitista, fundando, desde antes de estallar la guerra, un comité prodefensa de la República española, del cual formaba parte él y también su hijo Pedro. Este comité, aparte de reuniones y charlas en las que se discutía el devenir de los borrascosos sucesos de la península, tomó una actitud mucho más decidida al iniciarse la guerra, realizando una serie de actividades para apoyar la lucha armada en España, que, además del proselitismo político, implementó otras actividades más concretas, consistentes en la recolección de café, tabaco y ropa, que se enviaba primero a un comité central en Bogotá y de allí a la península, donde los insumos eran distribuidos entre soldados y milicianos que combatían contra los ejércitos nacionales.

Pero la actividad de Sellarés Pujal no se limitó al comité prodefensa de la República, sino que en 1937, después de algunos ajustes hechos a la Embajada de la República española en Bogotá, fue nombrado para el cargo de vicecónsul de la ciudad de Cali, dado que su hijo Pedro, a quien se quería encargar del viceconsulado, no pudo hacerlo, pues no tenía 25 años, edad que se exigía para ser nombrado vicecónsul. Sellarés Pujal detentó el cargo hasta la finalización de la guerra, cuando fue sustituido por Manuel Sánchez Carnecera hasta 1940, cuando Jesús Obeso Pérez asumió el viceconsulado en Cali, hasta 1943, después de lo cual fue sustituido por Jordá Capdevila. El celo de Sellarés en la defensa de la II República fue muy conocido en toda la ciudad. El diario “El Relator” hablaba, a mediados de 1937, de la sorpresa que causó a los caleños el enfrentamiento entre el vicecónsul Sellarés y el dueño, también español, del restaurante “La Pacha”, que izó en su negocio la bandera rojigualda, presentándose Sellarés acompañado de la Policía, con el propósito de arrancarla, porque esa no era la bandera republicana.

La actual bandera española, conocida como la rojigualda, surgió con el Real Decreto del 28 de mayo de 1785, que protocolarizó la elección de Carlos II de dos diseños de bandera: uno para los buques de guerra, y otro para los mercantes, de entre las propuestas que presentó Antonio Valdés y Fernández Bazán, en esa época secretario de Estado y del Despacho Universal de la Marina (Ministro de Marina). En 1793 se ordenó que el pabellón utilizado hasta entonces solo en buques de guerra con el escudo reducido a dos cuarteles, ondeara también en los puertos,

fuertes de la Marina y costas custodiadas por el Ejército español. Finalmente, en 1843, el Real Decreto del 13 de octubre, sancionado por la Reina Isabel II, reconocía como nacional la bandera de colores rojo, gualda y rojo (el gualda, el doble de anchura de los rojos), y se ordenó que todas las unidades militares utilizaran la misma bandera. La II República Española optó por una bandera tricolor, con todas sus franjas del mismo tamaño, con los colores rojo, amarillo (ya no gualda) y morado, y con el escudo de armas de la República en su centro.

Por supuesto que no todos los españoles residentes en Cali eran republicanos, muchos de ellos, como ya hemos señalado, veían con recelo los derroteros que iba tomando la República y, aunque en un principio guardaron prudente silencio, con el inicio de la contienda, las posiciones se fueron radicalizando, como lo muestra el telegrama del 15 de agosto de 1936, enviado al ministro de Gobierno y a la delegación diplomática de Bogotá, que decía:

“Los españoles abajo firmantes, considerando que no se ha dignado a seguir el bello camino de otros diplomáticos, verdaderos representantes de la España del orden y la libertad, comunicámosle que no reconocemos la ficticia autoridad que las hordas soviéticas por conducto de su juguete Azaña, han transmitido a usted y al vicecónsul en esta, señor Martín Granizo”, firman Obeso Pérez, Basurto, García Valiente, Calatrava Meneses, Alonso Marcos, Sacasas y Bernardo Vázquez.

Este telegrama nos revela sin ambages que el liderazgo de los falangistas en Cali lo detentaba Obeso Pérez, y lo respaldaba Sacasas Muné, que, a pesar de ser catalán, también era simpatizante de los alzados en armas; mientras que el liderazgo de los republicanos lo encabezaba José Sellarés Pujal.

Manjar blanco (4)

La preparación del manjar blanco era todo un acontecimiento social, especialmente entre los ricos hacendados de la región, que tenían finca dónde ir a preparar el dulce. Era un paseo de todo el día, donde se reunían cinco o seis familias, pues, sin duda, era un bello pretexto para socializar. A la preparación del dulce había que ir campestre pero muy elegante. Empezaba temprano en la mañana, a veces con desayuno, y se llevaba a toda la familia, los abuelitos que casi no podían caminar, las tías solteronas que chismoseaban de lo lindo, la sobrina que quedó a cargo de la familia cuando murieron sus padres, el pretendiente escurridizo de la mayor de las hermanas, en fin, todos, no faltaba nadie. Las mujeres rápidamente hacían un corrillo donde no paraban de hablar… mal de las que no habían ido o no habían sido invitadas; los hombres empezaban a tomar aguardiente alrededor del fuego, pues no había preparación del dulce sin aguardiente. Las más comedidas de las mujeres cortaban pedacitos de limón, mango o piña, para que los “señores” pasaran el aguardiente. Entre los señores también había algunos que se ofrecían como voluntarios para revolver el dulce, hasta que se daban cuenta de que eso era muy duro, y rápidamente se escabullían con cualquier disculpa. Y finalmente, no podían faltar los niños, la mayoría de ellos iban a esos pocos colegios de élite que funcionaban en Cali, y que para no aburrirse jugaban a las escondidas, aprovechando las innumerables habitaciones que tenían esas haciendas de antaño, de las cuales, hoy quedan muy pocas y en muy precarias condiciones de conservación, lo que hace presagiar que si no se hace algo cuanto antes, a lo mejor desaparecerán para siempre.

Pedro Sellarés Turú, el hijo mayor de José Sellarés Pujal, nació en Barcelona el 20 de agosto de 1915. Llegó a Cali en 1933, con 18 años de edad, y vivió el resto de sus días en esta ciudad (salvo algunos años en Bogotá). Se casó en Cali, en 1941, con doña Leonor López Ayala, y poco tiempo después de la boda, viajó a Bogotá junto a su esposa para trabajar en la fábrica

de café de propiedad de su cuñado Granés. Allí, el 23 de marzo de 1942 nació su hija mayor, Leonor Eulalia Sellarés López, que por largo tiempo fue la secretaria académica del colegio, hasta que finalmente se jubiló en ese puesto y pocos años después murió. Pasados unos años en Bogotá, don Pedro decidió trasladarse nuevamente a Cali, para trabajar en el negocio familiar de telas, en el cual estuvo hasta que enajenó su participación en él.

Durante toda su vida en Colombia, dos pasiones alternaron en el corazón de don Pedro, el equipo de fútbol América de Cali y el HISPANO. Su pasión por el fútbol empezó muy temprano, recién llegado a la ciudad, en 1933, cuando, según había contado él mismo en varias oportunidades, sin llevar todavía ni 15 días en ella, fue invitado a asistir a un partido del América que se jugaba en la cancha Galilea, ubicada donde actualmente está la Clínica de Occidente. Y no fue sino ver jugar a ese equipo, con la entrega que ponían en la cancha, para quedar rápidamente “flechado” por una pasión y un fervor por la divisa, que duró toda su vida y que solo se apagó con su muerte. Fervorosamente, se presentaba en el estadio, ya desde 1937, el Pascual Guerrero, cada vez que jugaba el América, y en más de una oportunidad se desplazó a otras ciudades de Colombia para ver jugar al equipo. El América que conoció don Pedro era un equipo amateur, pues en ese momento todavía no existía la Dimayor ni el fútbol profesional en Colombia. Como equipo amateur, tuvo dos décadas de una historia bastante rocambolesca, hasta el 16 de febrero de 1948,21 cuando

21. Los puristas de la historia relatan unos antecedentes de lo que luego sería el América de Cali, que datan de 1918. Según uno de ellos, don Pablo Martínez, primer entrenador del América, el 21 de diciembre de ese año, ve la luz por primera vez en la ciudad de Cali, un equipo con el nombre de América Fútbol Club (FC). Ocho meses más tarde, con motivo del centenario de la Batalla de Boyacá, participó en el torneo homónimo, y el 3 de agosto de 1919 le ganó al equipo Latino del Valle, por marcador de 3-0, siendo también el primer trofeo obtenido por un club colombiano con el nombre de América. Poco después, este equipo se desintegró. Pero siete años después, a finales de 1926, don Hernán Zamorano Isaacs, según relato grabado que dejó antes de su muerte, el 20 de

Humberto Salcedo Fernández, popularmente conocido como “Salcefer”, y el doctor Manuel Correa Valencia constituyeron al América como club de fútbol profesional. Salcedo Fernández fue nombrado como presidente del club y, posteriormente, también presidente de la recién formada Dimayor, máxima rectora del fútbol profesional colombiano, asociada a la FIFA. Ese mismo año se organizó el primer campeonato profesional en Colombia, en el que participó el América de Cali, bajo la dirección de Fernando Paternoster. Su primer partido oficial lo jugó el 15 de agosto de 1948, contra el Independiente Medellín, en el estadio Pascual Guerrero, el cual ganó 4-0, y el primer gol de la era profesional del América lo marcó Inocencio Paz Lasso, apodado “Cencio”.

Pero en 1949 se presentó una huelga de jugadores profesionales en Argentina, y como no podían jugar en los clubes de su país, los directivos de algunos equipos colombianos, los más febrero de 1980, aseguró que: «Con dos amigos, Serafín Fernández y Álvaro Cruz, decidimos crear un “team”. Serafín era el único que tenía acceso a dinero en efectivo, puesto que manejaba la caja de la sedería de su padre y con las monedas que lograba recolectar, comprábamos una vez cada 15 días, el “Gráfico” de la Argentina, donde leímos las hazañas del Racing club. Entonces con Serafín y Álvaro decidimos adquirir una pelota y comenzamos a entrenar en una manga del cementerio central y formamos un equipito al que llamamos inicialmente Junior club, pero que también era conocido como Racing». Las camisetas del club, confeccionadas con telas conseguidas por Serafín, eran blancas con listones verticales celestes, iguales a las del equipo de Argentina. De la manga del cementerio central los expulsaron rápidamente, por lo que tuvieron que pasar al campo de Galilea. Poco tiempo después, un grupo de jugadores encabezados por Arturo Salazar y Luis Mercado Posso tomaron la decisión de abandonar el equipo y pasar al “Independiente” que ya venía actuando, y con ellos se fue, asimismo, el uniforme blanco con listones azules que se había escogido para el equipo. Fue entonces cuando Hernán Zamorano Isaacs y sus amigos propusieron arrancar nuevamente de cero con un nuevo nombre y con nuevos colores para la naciente divisa. El nuevo club fue fundado “oficialmente” el 13 de febrero de 1927, con el nombre de América Fútbol club, con Hernán Zamorano Isaacs, como su primer presidente. Ese día se disputó un partido contra el equipo de los Hermanos Maristas en Yanaconas, y según la leyenda, el América iba ganando 2-0 al finalizar el primer tiempo, pero tuvo que dejarse empatar para no perderse la comida y la bebida a las que estaban invitados todos al finalizar el partido.

pudientes, como Millonarios y Santa Fe, decidieron contratarlos para que jugaran en el campeonato colombiano. Entonces, empezaron a llegar a Colombia las estrellas del fútbol argentino, Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stefano, Néstor Raúl Rossi y otros. Pero a la FIFA, que apoyaba el “orden” en Argentina, no le gustó que estas estrellas burlaran la prohibición y emigraran a Colombia con la anuencia de la División Mayor del Fútbol Colombiano (Dimayor), por lo que decidió expulsar a la Dimayor de la organización. Pero, mientras tanto, las estrellas jugaban y jugaban… y jugaban muy bien, y en Colombia se vivía una auténtica leyenda futbolística que luego se conoció como El Dorado, con estadios repletos para ver una y otra vez a esos astros argentinos. Pero en 1952 se llegó a un acuerdo, por medio del cual, la Dimayor volvía a la FIFA y los jugadores argentinos que estaban en Colombia debían retornar a sus clubes antes de 1954, y de esa manera se acabó El Dorado en Colombia. Una de sus estrellas más rutilantes, Alfredo Di Stefano “cabecita de oro”, pasó al Real Madrid, donde fue un jugador inolvidable. La salida de estas estrellas sumió al fútbol local en una crisis sin precedentes, pues muchos aficionados dejaron de ir a los estadios, “porque no valía la pena” volver, luego de haber visto semejantes astros. Esto repercutió muy fuerte en el América de Cali, que en 1956 pasaba por muy malos momentos, y había pocos candidatos para hacerse cargo de la Presidencia del equipo. Fue en ese momento que emergió el irreductible optimismo de don Pedro, el mismo que siempre mostró en los difíciles momentos del HISPANO, encabezando una campaña para rescatar al equipo, que lo llevó a ser nombrado presidente en ese 1956, el mismo año en que se puso en funcionamiento el colegio, como veremos más adelante. La verdad es que durante la presidencia de don Pedro, que se extendió de 1956 a 1960, al América no le fue muy bien, aparte de que se profundizó la crisis económica, y en 1958 quedó en el último puesto del campeonato profesional colombiano y estuvo

a punto de no participar en 1959, y solo la determinación de su presidente salvó su participación, aunque volvió a quedar en el último lugar.

Desde su regreso de Bogotá y reincorporado al “El Barato”, volvió a ser un miembro destacado de la colonia española de Cali. Es así como conoció a Mercedes a su llegada al Liceo Benalcázar, aparte de una importante amistad que tenía ya con José María Capdevila, que trabajaba en el mismo colegio y de quien ya hablaremos. Fue así como rápidamente se involucró con la idea de crear un colegio “español” en Cali, y trabajó con empeño y dedicación hasta que el colegio abrió sus puertas. Después, durante muchos años formó parte de varias juntas directivas que tuvo la institución, además de estar invariablemente presente en todos los acontecimientos relevantes de la misma.

Una descripción más detallada de su papel en la dirección del colegio la daremos en la parte final de estos textos, por ahora, bástenos decir que, con el paso del tiempo, don Pedro dejó de ser miembro de las juntas directivas, primero que todo por su edad, ya muy avanzada, y segundo, porque empezó su gestión en la tienda del colegio, al frente de la cual estuvo casi diez años, cuando finalmente se retiró para dar paso a un nuevo formato de concesión.

Pero, a pesar de no estar tan activo, no dejaba de asistir puntualmente a las asambleas y reuniones que convocaba la Fundación, y mostraba mucho interés en los asuntos del colegio. Por esa época empezó a padecer de una degeneración macular discoide, asociada con la edad, que lo dejó casi ciego. En la fotografía se lo ve de clavel rojo en la solapa y con una condecoración que le otorgó la Fundación pocos años antes de su muerte, reconociéndole todos los servicios prestados a ella y toda la dedicación que le dio al colegio durante casi cincuenta años, en los que no desfalleció para que la institución fuera lo

que ha alcanzado con orgullo hoy en día. Murió en Cali, el 26 de septiembre de 2005, a los 90 años de edad, en paz y tranquilidad, rodeado de su familia, desapareciendo así uno más de los “históricos” del colegio.

Aunque ya “Lejos del mundanal ruido”, como decía el título de la genial novela de Thomas Hardy, por nada del mundo faltaba a los partidos de los “diablos rojos”, nombre cariñoso con el que se conocía entonces al equipo, al que después le echaron todas las culpas de lo que le pasaba al club. Los domingos, pues en esos tiempos, el fútbol se jugaba ese día a las cuatro de la tarde en todo Colombia, desde la mañana se vestía con la camiseta roja del equipo, listo para ir al estadio. Varias veces durante las asambleas de la Fundación, siempre en domingo, si jugaba el América, a eso de las dos de la tarde se ponía nervioso y empezaba a despedirse con afán, porque se tenía que ir a ver jugar a la “mechita”, como también se conocía popularmente. Ya

muy mayor y con evidentes dificultades de visión, dejó de ir a los partidos que se jugaban de noche, pero siguió yendo a los de día hasta que finalmente no volvió al estadio a ver al equipo que tanto quería… porque nos dejó para siempre.

Madroño XVI

Hace 50 años, por las primeras épocas del HISPANO, de tanto en tanto se veían en las carretas de madera de los vendedores de frutas que se acomodaban en el centro de Cali, verdaderas montañas de una fruta amarilla de superficie rugosa, que todos los caleños raizales identificaban de inmediato como madroños. El modo fácil y limpio como se rompe la cáscara entre las manos, la cantidad moderada de pulpa que tiene cada fruto y su sabor dulce, con un toque delicadamente ácido, cautivan de inmediato al que los come, como han cautivado a todo aquel que en el pasado ha conocido esta fruta extraordinaria. Hace ya bastante tiempo que desapareció casi por completo, no solamente del centro de Cali, sino de todos los mercados colombianos. Pero lo más insólito de ella, para los pocos españoles que lean estos textos, es enterarse de que el madroño nuestro, el de Colombia, cuyo nombre científico es (Garcinia madruño), conocido también como ocoró en Bolivia, y canime, currucay o palo de aceite en Perú, es originario de los bosques de Colombia, Venezuela y Panamá; dicho de otra manera, es completamente autóctono y no como creen algunos españoles, importado de la península. Cuando los españoles llegaron a estas tierras lo llamaron así por su cáscara rugosa, que les evocaba al madroño ibérico (Arbustus unedo), que es el fruto rojo de un arbusto común en la península, que aparece representado en el escudo de Madrid, donde se ve un oso apoyado contra su tronco devorando sus frutos, por eso, a Madrid, por lo menos antes, se la conocía como “la Villa del oso y el madroño”. Pero el parecido entre los dos madroños no va más allá de la cáscara; el interior del fruto y el sabor de su pulpa no guardan ninguna similitud, y las dos especies, aunque están emparentadas, son muy diferentes y se encuentran en hábitats muy distintos.

Entre Mercedes Allanegui, que ya llevaba casi dos años en Cali como profesora del Liceo Benalcázar, el Dr. Vicente Rojo Fernández, que llevaba también casi dos años como profesor de Cirugía de la Universidad del Valle, Pedro Sellarés Turú, que llevaba ya muchos años aquí, y muchos de los “notables” de la colonia española de la ciudad, encabezados por

Antonio Royo y Luis Linares, que dieron de inmediato su apoyo a la idea de fundar un colegio de carácter español en Cali, se realizaron varias reuniones en agosto de 1956, para ultimar detalles y abrir las puertas del plantel el 1 de octubre de ese mismo año, como ordenaba el calendario académico del año lectivo 19561957. De esas reuniones, solo quedan algunos testimonios orales de particulares que participaron en ellas, pues, como veremos a continuación, los inicios del HISPANO están rodeados, primero que todo, de una gran informalidad, y segundo, de la carencia de registros, documentos u otros elementos que sustenten la reconstrucción que haremos de esta primera etapa, que abarca hasta 1962. Todo parece indicar que, aunque el colegio efectivamente inició clases el 1 de octubre de 1956, solo hasta algunos días después el Dr. Rojo envió una circular a los españoles, en la que informaba de esas reuniones previas y daba cuenta de las actividades realizadas en orden a la creación del colegio. La circular adjuntaba un anteproyecto de estatutos que regularían su funcionamiento y agregaba que se había reunido una junta provisional que funcionaría hasta cuando una asamblea general, citada para el 18 de noviembre de 1956, eligiera una junta directiva en propiedad.

En la reunión de noviembre se decidió que el colegio sería una fundación sin ánimo de lucro, que llevaría el nombre de Fundación Colegio Hispano Colombiano, cuya Junta Directiva orientaría los destinos del plantel, el cual tendría una rectora, la profesora española Mercedes Allanegui Santos, que, además de rectora, tendría asiento propio en la Junta, con voz y voto, y se encargaría de los aspectos pedagógicos relacionadas con el funcionamiento del colegio. La membresía de la Fundación se adquiriría con la suscripción de uno o varios títulos, por valor de cincuenta pesos, y con el dinero recaudado se sufragarían los primeros gastos que generara el proyecto. A continuación, se puede observar una copia facsimilar de uno de estos títulos, expedido a favor del señor

Florencio Yugueros. Fíjese el lector que en la parte posterior del título hay unos espacios previstos para un hipotético endoso, que no fue sino motivo de confusiones y malentendidos, pues, al parecer, los tenedores pretendían que funcionaran como títulos valores y que podían endosarse libremente, pero la Fundación era una entidad sin ánimo de lucro y no repartía dividendos, por lo tanto, no tenía sentido el endoso.22

22. La confusión que se creó fue monumental, y no pretendo de ninguna manera aclararla, sino señalar solo los puntos donde las cosas nunca estuvieron lo suficientemente claras y dieron lugar a malentendidos y peleas. La primera fue acerca de la calidad de esos títulos, pues, aunque se suponía, nunca se determinó formalmente que no eran títulos valores y no significaban ninguna propiedad, por lo tanto, carecían de valor comercial, y el número de títulos suscritos por una persona no suponía mayor poder de decisión en las asambleas, pues en años posteriores, muchos de los más pudientes, que habían suscrito más de un título, alegaron por mucho tiempo que por cada título deberían tener un voto en dichas asambleas, hasta que se tomó la decisión, esta sí formal, que el voto era solo uno por cada persona, independientemente del número de títulos que tuviera. Lo segundo es que el valor del título debía “interpretarse” como una donación, por lo tanto, no se podían enajenar los derechos que daban como socio de la Fundación. Lo tercero es que, al parecer, en algún momento de los primeros años del colegio, cuando las afugias económicas eran muchas, se acordó que los “accionistas”, es decir, aquellos que tenían los títulos, debían hacer unos aportes periódicos para el sostenimiento de la institución, pero nunca se supo de cuánto, ni por cuánto tiempo, ni quiénes lo hicieron y quiénes no lo hicieron… en fin. Y por último, nunca se llevó un registro ordenado de los títulos y de los respectivos aportes, lo que creó una gran incertidumbre sobre quiénes eran miembros de la Fundación y quiénes no, especialmente porque muchos aportaron dinero en un momento dado, pero no recibieron físicamente el título, y otros lo perdieron, y la Fundación era incapaz de certificar si eran socios o no, porque se carecía de archivos de tan delicado asunto.

Como colofón de esa reunión, se eligió la primera Junta Directiva de la Fundación,23 y como su primer presidente, al Dr. Vicente Rojo Fernández, quien después de dar los agradecimientos a los asistentes, instó a trabajar para que más personas se vincularan a la obra… y así empezó a andar el HISPANO… Pero el lector no podrá dejar de preguntarse, ¿dónde está el acta fundacional, la personería jurídica, la lista de socios fundadores, los estatutos que regirían el funcionamiento de la institución, el registro del acta en la Gobernación del departamento, así como el respectivo registro del representante legal?

Por otro lado, ¿dónde está la licencia de funcionamiento del colegio y la aprobación de los planes de estudio para jardín infantil, 1.º y 2.º de Primaria, con los que se iniciaron las clases en 1956? Todo hace suponer que inicialmente ninguna de estas formalidades 23. Formaron parte de la primera Junta Directiva de la Fundación, aparte del Dr. Rojo, que fue nombrado presidente, y la rectora, Mercedes Allanegui Santos, que tenía asiento propio en la Junta como rectora del plantel, Antonio Royo Martín, que, al parecer, fue su primer tesorero, Luis Linares, su primer secretario, Pedro Sellares, que fue vocal, y dos o tres nombres más difíciles de determinar hoy, porque no hay un acta de la asamblea que eligió esa Junta. Las primeras reuniones de la Junta se hicieron en las instalaciones del colegio, pero después de la fundación del Centro Español, para mayor comodidad de los asistentes, se llevaron a cabo en las instalaciones del club, por mucho tiempo, hasta que ya en la nueva sede de Prados del Norte, la Junta Directiva de la institución contó con oficinas adecuadas y sala para sus reuniones.

legales existió, y lo que apoya esta suposición es que la personería jurídica de la Fundación no se consiguió sino hasta el 30 de junio de 1961, mediante la Resolución 2624 expedida por la Gobernación del Departamento del Valle (desconociendo que el nombre del departamento es “Valle del Cauca”… ¡Pero bueno!), cuya copia facsimilar adjunto.

Pero, como se puede ver, esto fue cinco años después de que el colegio iniciara labores, durante la gestión de su segundo presidente, el Dr. Antonio Colás. En el punto “b” de la resolución se anuncia que para la obtención de dicha personería jurídica, se adjunta copia autenticada del acta de fundación, acta sobre elección de dignatarios, estatutos que regirán la institución, así

como el acta de aprobación de los mismos. Y en buena ley, hay que pensar que eso es cierto, que se adjuntaron esos documentos, de lo contrario, no se hubiera podido conseguir dicha personería jurídica, pues ni siquiera habría sido factible presentar la solicitud para realizar la diligencia. Pero los originales de esos documentos no están actualmente en los archivos de la Fundación, y esto puede tener dos explicaciones: la primera, que se hubieran refundido en los trasteos que tuvo el colegio hasta llegar a su sede de Prados del Norte, y finalmente se perdieran para siempre. La segunda, que en la informalidad en que se movía el colegio en sus primeras etapas, muchos de los documentos que podemos considerar como “sensibles”, los guardaban directivos de la Fundación, con el fin de que no se extraviaran, ante la falta de una infraestructura capaz de custodiarlos. Desafortunadamente, por ciertas circunstancias, muchos de esos documentos nunca se devolvieron, y es así como la memoria histórica de las primeras etapas del HISPANO es muy irregular y fragmentaria, y todo esfuerzo por recuperar lo que se pueda, ahora, será poco, porque los que estuvieron presentes en esos primeros pasos de la institución, la mayoría han desaparecido, y algunos rastros que hayan podido dejar también desaparecerán con el tiempo.

Respecto a la licencia de funcionamiento del colegio por parte de la Secretaría de Educación, también hubo un importante rezago en formalizarse, aunque esto no debe escandalizarnos, pues por aquellos años era frecuente que los colegios empezaban labores con un “permiso provisional”, que generalmente lo daban solo por el año lectivo, el cual se debía renovar el año siguiente y así sucesivamente hasta obtener el permiso definitivo. Esto permitía a la Secretaría de Educación ir controlando el desarrollo de la institución, de tal manera que los permisos iban aumentando su duración, según el colegio satisfacía las exigencias de las entidades reguladoras, hasta que finalmente se daba una licencia de funcionamiento definitiva, la cual no era fácil de lograr.

Es muy posible que en el caso del HISPANO esto fuera así, pues solamente mediante la Resolución 4929, del 14 de septiembre de 1960, el Ministerio de Educación Nacional concedió al colegio la licencia de funcionamiento para la Primaria, que fue cuatro años después de que el colegio abriera sus puertas. Durante esos trámites para obtener la licencia, dicha Secretaría objetó el nombre de Fundación Colegio Hispano Colombiano, aprobado por la asamblea fundacional, arguyendo que había una disposición que obligaba a que en el nombre de cualquier institución, legalmente constituida en Colombia, en el que figurara la palabra “Colombia”, esta siempre debía ir en primer lugar, e “Hispano Colombiano” la infringía. Entonces, fue necesaria una reforma estatutaria para cambiarle el nombre al colegio, y ocho años después de que iniciara labores, mediante la Resolución 0443, fue aprobada una reforma de estatutos, en los que se cambiaba el nombre de “Fundación Colegio Hispano Colombiano” por el de COLEGIO HISPANOAMERICANO, desapareciendo así el término “fundación”, lo que trajo más adelante muchos malentendidos. El original de dicha resolución tampoco aparece en los archivos de la Fundación, pero la Gobernación del departamento del Valle del Cauca (aquí sí escribieron completo el nombre del departamento), Secretaría de Gobierno, División de Asuntos Delegados de la Nación, Sección de Personerías Jurídicas y Minas, expidió un documento aclaratorio, en el que se menciona la fecha de la resolución del cambio de nombre, y cuya copia facsimilar también adjunto.

Mangostino XVII

Como ya hemos visto, el madroño colombiano es autóctono de estas tierras y esencialmente diferente al madroño español. De este madroño criollo hay seis parientes cercanos, todos ellos de frutos parecidos, aunque de cáscara lisa. Al igual que su pariente rugoso, todos tienen un delicado sabor, por lo que merecerían un mejor puesto entre nuestras frutas más apetecidas. Pero mientras el madroño va cayendo poco a poco en el olvido, un pariente suyo de origen asiático, el mangostino, ha empezado a cultivarse en Colombia, hasta alcanzar niveles de exportación, y en la medida que ya pocos recuerdan cómo era el madroño, muchos ya saben cómo es el mangostino, el cual han visto en las góndolas de los supermercados más elegantes de la ciudad. A pesar del cercano parentesco entre ellos, sus frutos son bastante diferentes. En vez de la forma ovalada y la cáscara rugosa y amarilla del madroño, el mangostino es esférico y su cáscara es lisa y de un color violeta profundo. Su pulpa, más abundante, tiene también la delicadeza del madroño, entre dulce y ácida, aunque es un poco manchosa.

Y así como muchos de los alumnos de las primeras épocas del HISPANO conocían el madroño, que ocasionalmente se les ofrecía en ese mercadillo de frutas exóticas que existía en los portales de muchos colegios de Cali, es muy posible que algunos de los hoy crean que el mangostino es una nueva especie de “langostino” transgénico, obtenido por alguna de esas multinacionales de la manipulación genética de animales y plantas. Así es como han cambiado las cosas y como han evolucionado los sabores y los saberes, desde el HISPANO tradicional y costumbrista de antaño, al HISPANO de hoy, cibernético y biotecnológico. Esa es la vida que no se detiene.

Esta informalidad legal en los inicios del HISPANO trajo a colación una discusión auténticamente bizantina, que perduró muchos años y que trataban de dirimir quiénes habían sido sus auténticos fundadores y quiénes no. A este respecto, el único documento que poseemos para zanjar esta disputa es la publicación oficial que hace la Fundación en su

página web, donde señala que sus fundadores fueron: Mercedes Allanegui Santos, Josep Maria Capdevila i Balanzó, Carlos Corominas Funtané, José López, Isidoro Matellán Romero, Vicente Rojo Fernández, Luis Linares Fernández de Mora, Pedro Sellarés Turú, Carlos Climent Caudet, Antonio Royo Martín, Miguel Gracián Casado y Luis Bonet.

¿De dónde salió esta lista? Es difícil de determinar, pero estos nombres posiblemente son los que figuraron como fundadores en los papeles que en su momento se le entregaron a la Gobernación del departamento del Valle del Cauca para la obtención de la personería jurídica. Además, es muy posible que estas fueran las primeras personas inscritas como accionistas y los que primero suscribieron títulos de la Fundación.

Aeste respecto, habrían sido de mucha ayuda los títulos que la Fundación expedió a cada una de las personas que se hacían miembros de ella, con la respectiva fecha en la cual se suscribieron. Pero esto no fue así, sino miren el título 1, que, como es lógico, correspondió a Mercedes

Allanegui, debidamente firmado por el secretario, Luis linares, y el presidente, Vicente Rojo. Sin embargo, la fecha que aparece es el 1 de marzo de 1961, cuando ya Mercedes se había marchado del colegio y es casi seguro que ella nunca recibió dicho título, que estuvo refundido entre muchos de los papeles de la primera época del HISPANO.

Por eso, sería injusto no señalar que, con toda seguridad, estas no fueron las únicas personas que podemos considerar fundadoras del HISPANO, pues fueron muchas más las que con argumentos muy sólidos podrían llamarse fundadoras de la institución. Lo que sucede es que en ese momento no existía ningún interés especial en figurar como socio fundador, y muchos de los que colaboraron con la obra, y que podrían considerarse, por lo tanto, dentro de esta categoría, fueron colombianos y españoles anónimos, que con mucho entusiasmo y desinterés arrimaron el hombro para que el colegio finalmente fuera una realidad. Por eso, no voy a caer en la trampa de citar nombres que, según mi parecer, deberían considerarse fundadores, pues esta discusión siempre me pareció bizantina, y ahora, cuando casi nadie la recuerda, podemos aceptar la lista de “fundadores” que suministra la web oficial de la Fundación, pues de todas maneras fueron personas muy importantes en las gestiones que se llevaron a cabo para la apertura del colegio y casi todos ellos, con algunas excepciones, personas siempre interesadas en su buen funcionamiento, más que en figurar como “fundadores”.

De esa lista, dos, Josep Maria Capdevila i Balanzó y Miguel Gracián Casado, son sorprendentes, pues, aunque españoles y posiblemente interesados en la idea del colegio, no aparecen

asociados a ninguna actividad en las primeras etapas de la institución. Es posible que a Josep Maria Capdevila lo hubiera invitado Mercedes Allanegui a que formara parte del colegio, no solo por su prestigio como intelectual, sino porque se habían conocido en el Liceo Benalcázar como profesores ambos de ese colegio durante los dos años que Mercedes estuvo allí.

Josep Maria Capdevila i Balanzó nació en Olot, en 1892. Se licenció en Derecho en 1919. En 1925 dirigió la revista La Paraula Cristiana. En 1929 fundó el diario católico El Matí, donde fue director hasta 1934.

Exiliado en 1939, fue profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad del Cauca y después en el Liceo Benalcázar de Cali. Volvió a Cataluña en 1965, y se instaló en Bañolas. Excelso como crítico literario, sobre todo de poesía, publicó en lengua catalana Poetes i crítics (1925), Les cent millors poesies de la llengua catalana (1925),

Amics i terra amiga (1932), En el lindero de la filosofía (1960), Eugeni d’Ors, etapa barcelonina (1965), Estudis i lectures (1965), Del retorn a casa (1971), y otras obras, ensayos y artículos sobre filosofía, sociología y literatura. Murió en Bañolas en 1972.

Miguel Gracián Casado, el otro socio fundador, bastante sorprendente, es muy posible que lo hubiera invitado a formar parte del colegio el Dr. Rojo, pues el Dr. Gracián en ese momento era profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, donde, por supuesto, se había conocido con Rojo. El Dr. Gracián fue un médico militar español, especializado en Microbiología y Bioestadística, muy destacado en el campo de la investigación, que fue contratado por la Universidad de Antioquia para formar parte de su cuerpo de profesores. Gracián llegó a Colombia junto a su familia en 1950, y en el comité de recepción, que lo esperaba en el aeropuerto Olaya Herrera, estaba el profesor Pelayo Correa, quien conoció allí a una de sus hijas, Rosario, con la que posteriormente se casó.

En 1954, tanto Pelayo Correa como Miguel Gracián se trasladaron de Medellín a Cali, pues habían sido contratados por la Universidad del Valle para formar parte del cuerpo élite de profesores con los que la universidad quería liderar la enseñanza de la medicina en Colombia. El Dr. Gracián fue desde entonces jefe del Departamento de Microbiología y profesor de varias materias de esa área, hasta su jubilación. Hoy, el edificio de Microbiología de la División de Salud, en la sede de San Fernando, donde funciona parte de la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, lleva su nombre. El autor de estos textos fue su alumno en el cuarto año de sus estudios de Medicina en dicha universidad, en la materia de Microbiología y Virología. ¡Qué buenos recuerdos tengo de él! Dios lo guarde en su gloria.

Santiago Aced Garriga

Melcocha

La palabra melcocha proviene del latín mel, mellis (miel) y cocta (cocida). Es un dulce elaborado básicamente con miel de caña (guarapo al que se le ha retirado agua por evaporación), miel que se recuece para concentrarla y espesarla, y seguidamente sumergirla en agua fría para que se solidifique. El resultado es una especie de caramelo gomoso que recibe diversos nombres dependiendo de qué se le agregue y en qué región se produzca. Entre nosotros se llama alfandoque, alfeñique, blanquiao, tirado, moscorrofio, melcochudo o simplemente melcocha.

En los inicios del HISPANO, la melcocha era muy popular entre los niños, y se vendía en las puertas de los colegios o en las tiendas de barrio que estaban cerca, por unos pocos centavos. Los alumnos salían corriendo de clase a comprarse varias barritas, para que su consistencia pegadiza y su hostigante sabor dulce disipara el amargo que les quedaba en la boca a quienes el profesor regañaba por no saberse de MEMORIA las tablas de multiplicar, alumnos a los que esos profesores ponían como tarea para el día siguiente traer copiada la tabla o las tablas que no se sabían, 50 veces, en el respectivo cuaderno de Matemáticas. Eran, sin duda, otros tiempos, pues hoy, a las tablas de multiplicar no se les paran bolas en los colegios, y la melcocha, lo que se dice melcocha, es muy difícil de conseguir en cualquier tienda de Cali, y si se consigue y la prueban los actuales alumnos del HISPANO, es muy posible que no les guste, como tampoco les gusta aprenderse nada de memoria, porque la “memoria” está satanizada y dicen que no sirve para nada… ¡aunque el autor esté convencido de lo contrario!

Afinales de septiembre de 1956, superando todos los obstáculos que salían a su paso, la Fundación Colegio Hispano Colombiano abrió matrículas para los alumnos regulares del año lectivo 1956-1957, en los grados kínder, 1.º y 2.º de Primaria. El primer alumno matriculado fue Francisco Linares

Uno de los primeros buses ¡PROPIOS! Donde se ve en la parte de atrás el primero e histórico chofer que tuvo el HISPANO, hasta que se jubiló, Marcos Alegría, Dios lo tenga en su gloria.

Ibarguren, hijo de Luis Linares Fernández de Mora (secretario de la Fundación) y Dolores Ibarguren, notables de la colonia española de la Cali de “antes” del puente España. Linares Fernández de Mora había venido de Argentina para establecerse en Cali en 1929. En Argentina estudió Farmacia, e inmediatamente llegó a la ciudad abrió su propio negocio, la Farmacia Suramericana, muy cercana a la galería central que tenía Cali por aquel entonces, que ocupaba el espacio donde hoy está el nuevo Palacio de Justicia, en la carrera 10 con calle 13. La farmacia de Linares se convirtió con rapidez en una leyenda en la Cali de los años treinta, por dos razones fundamentales: primero, por el trato altamente humanitario que prestaba don Luis, que atendía personalmente a todos sus clientes, con dedicación y esmero, sin distinciones de raza, credo, color de piel o estrato social; y segundo, porque don Luis daba siempre “consejos” médicos muy acertados, pues

El colegio contaba con ocho profesores de planta para el inicio de labores: la rectora, un profesor para cada curso y uno para Inglés, Música, Ballet y Trabajos Manuales, además, un capellán y una secretaria. Los profesores fueron: Petra de Chamorro (jardín infantil), Ivanna Turina (primero de Primaria), Dioselina Murgueitio de Mejía (segundo de Primaria), Lucía Velasco (Música), Cecilia Espinosa (Ballet), Rosalba Perdomo (Trabajos Manuales), Manuela de Gutman (Inglés), Cartenía amplísimos conocimientos de terapéutica médica y farmacología. Su fama llegó a tal punto que el Dr. Rojo le dijo un día a Magaly, su esposa, que cuando los niños se pusieran mal que no lo llamara a él, que él conocía poco de niños, que llamara a Linares, que él siempre sabía lo que se tenía que hacer. En total, se matricularon 68 alumnos, que el 1 de octubre de 1956 iniciaron labores en la primera sede que tuvo el HISPANO, carrera 4 # 6-76, en el centro histórico de Cali.

men Valero (secretaria)… Y así, empezaron las clases. En esta fotografía vemos a Ivanna Turina junto a Mercedes Allanegui, sentadas en uno de los puestos del bus del colegio. A este grupo de profesores debe agregarse Diva Perdomo, quien desde los inicios del colegio fue el gran apoyo de Mercedes. Diva se desempeñó, y con mucho acierto, en tareas administrativas y coordinación de actividades, además de ser profesora en los cursos superiores de Ciencias Naturales. Especialmente recordada por muchos en la organización de las primeras comuniones.

La casa que ocupó inicialmente el colegio, que, por supuesto, fue alquilada, pertenecía a la familia Calero Tejada, y su ubicación no pudo ser más emblemática y evocadora del carácter español que se le quería dar a la institución, pues su portón de entrada da directamente a la plazoleta de La Merced, sitio histórico, donde el 25 de julio de 1536 se realizó la segunda fundación de Santiago de Cali, por el adelantado don Sebastián de Belalcázar. En esa casa funcionó el HISPANO durante los dos primeros periodos escolares (1956-1957 y 1957-1958). El 18 de julio de 1963, mediante escritura pública de compraventa, la casa la adquirió en propiedad la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali (SMPC), colmando de esa manera un viejo anhelo de la entidad, de tener una casa propia en el centro histórico de Cali. Adyacente a ella se encontraba una casa esquinera que tuvo múltiples inquilinos, la cual era propiedad de las Misioneras Agustinas Recoletas del Convento de La Merced, quienes la habían recibido en donación del señor León Torres. Después de muchos ires y venires, la casa de las Misioneras fue también adquirida por la Sociedad de Mejoras Públicas, y en 1996, bajo la dirección del arquitecto José Luis Giraldo, fue sometida a una minuciosa restauración e integración con la otrora sede del colegio, ya que, según investigaciones históricas y excavaciones, los dos inmuebles formaron en el pasado una sola vivienda.

Esa casa, la de la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali, forma parte de un pequeño conjunto de cuatro viviendas que datan del siglo XVIII, las únicas que han sobrevivido a los aires renovadores del centro histórico de la ciudad y que están ubicadas alrededor del complejo histórico de La Merced, siguiendo el eje natural de un altozano que presenta el río Cali en ese punto, que es por donde hoy discurre la carrera cuarta. La primera de ellas, la única de dos plantas, construida alrededor de 1800 por Miguel y Francisco Cabal Barona, para su madre Margarita, estuvo abandonada por muchos años hasta que la adquirió la Arquidiócesis de Cali. Fue finalmente restaurada y reabierta, en 1991, como Casa Arzobispal. En ella se alojó el Libertador don Simón Bolívar y Palacios, del 1 al 23 de enero de 1822, cuando vino a reunirse en Cali con el coronel José María Obando (hay una placa conmemorativa al respecto). La segunda, que actualmente forma parte de la sede de la SMPC, es la casa que ocupó el HISPANO en 1956. La tercera, de una sola planta, es la casa de Hernán Martínez Satizábal, cedida en 2012 a la SMPC para que fuera conservada como un museo de la ciudad. Esta casa, excepcionalmente conservada, donde casi todo es original, fue construida en 1850 por los abuelos de don Hernán, Ramón Antonio Satizábal y María de las Nieves Escobar, y es la representación más fidedigna de cómo eran las casas solariegas de la parte más elegante del centro de Cali. La cuarta, ubicada entre la casa que fue primera sede de nuestro colegio y la ya mencionada de don Hernán Martínez Satizábal, es una construcción que data de 1898, que estuvo bastante abandonada, y en la que se llevaron a cabo muchas refacciones muy desafortunadas, sin ningún criterio histórico. Finalmente, reconstruida en 2006, se convirtió en la sede del Museo Religioso, Étnico y Cultural de Cali, una dependencia de la Secretaría Municipal de Cultura y Turismo.

Y así pasó el primer año… y después de vacaciones, se volvieron a abrir las matrículas, y en octubre de 1957 empezó el segundo año… y en 1958 volvió a haber clausura, y este ciclo se ha repetido por más de 77 años, y esperamos que continúe por muchísimos años más, mientras el colegio evoluciona y su solidez y su prestigio se van afianzando dentro de la sociedad vallecaucana a la cual nos debemos.

Santiago Aced Garriga

Así luce el portón de la casa que ocupa hoy la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali (SMPC), el mismo de la primera sede de lo que en ese momento se llamaba Colegio Hispano Colombiano. Este portón ha tenido muy pocas modificaciones, si se exceptúa la placa en piedra arenisca que identifica el nombre de los nuevos propietarios del inmueble. La casa, además de sede de la SMPC, hoy presta servicios especializados para eventos empresariales o reuniones sociales.

Esos primeros años del colegio fueron de grandes afugias económicas, pues los gastos de funcionamiento eran altos y contaba con pocos alumnos. Además, las pensiones, muy modestas, no podían incrementarse, porque los padres de familia que habían matriculado a sus hijos en el colegio eran gente trabajadora, con otros hijos que sostener y no estaban en capacidad de pagar las altas pensiones que tenían los colegios de élite que ya existían en la ciudad. Pero todas las dificultades se fueron sorteando,

con el entusiasmo y la determinación de ese grupo de personas comprometidas con el éxito del colegio, y así se llegó a la primera clausura, de la cual podemos ver a continuación una histórica fotografía del acto.

En esta fotografía del primer acto de clausura del HISPANO vemos a Mercedes Allanegui entregando el primer diploma de excelencia a la niña Manuelita Sellarés López, primero de los muchos que ganó en su vida. Manuelita fue la segunda de las hijas de don Pedro, que nació en Cali, en 1951, después de que la familia retornara de Bogotá. Ella formó parte de los primeros 68 alumnos con los que inició el colegio, donde estudió hasta 6.º de bachillerato y se graduó como parte de la tercera promoción de bachilleres, en 1968. A lo largo de todos los años que estudió en el HISPANO, siempre ocupó el primer puesto de su clase, y en más de una ocasión, el de mejor alumno del bachillerato.

Terminado el año lectivo 1957-1958, se planteó la necesidad de una sede más económica que la de La Merced, por lo que en octubre de 1958 se iniciaron labores en una nueva locación, ubicada en la Av. Belalcázar, actual carrera 4.ª Oeste, identificada con los números 3-23 y 3-25, propiedad de la familia Prado, que ocupaba la vivienda anexa, que también era de ellos. Hoy, ambas casas, desocupadas y en ruinas, están esperando la implacable piqueta que las hará desaparecer para siempre. En esa casa de la Av. Belalcázar, el colegio estuvo un año largo, hasta diciembre de 1959, cuando en las vacaciones de Navidad, su sede se trasladó a una residencia del barrio Centenario, mucho más amplia, localizada en la Av. 4.ª Norte, distinguida con el # 3-33 y conocida como el “Castillo de los Liscano”.

Segunda sede del HISPANO ubicada en la Av. Belalcázar, actual carrera 4.ª Oeste, identificada con los números 3-23 y 3-25.

En ella se reiniciaron las labores a partir de enero de 1960. La casa, como muchas de las que se construyeron entre 1920 y 1930 al otro lado del río, es la imitación de un castillo, con aires mediterráneos y algunos toques de estilo mozárabe, tal como se aprecia en la foto de su fachada.

El inmueble construido y diseñado, entre 1936 a 1939, por el arquitecto francés Maurice Lauren, fue por más de 20 años la residencia privada de Miguel Liscano24 Verastegui, uno de los hermanos Liscano que en 1921 fundaron La Magdalena, una fábrica de curtiembres que estuvo muchos años en la carrera 1.ª entre las calles 34 y 40. Después de que el colegio se trasladara a su sede propia de Prados del Norte, el “Castillo Liscano” pasó a ser Residencias Stein, regentada por Jorge y Francisca Stein, que ha estado en esta locación por más 60 años. Hace ya cierto tiempo, sus dueños adquirieron

24. Liscano con “s”, aunque el autor sabe que es mucho más frecuente el apellido con “z” (Lizcano), pero pasé varias noches investigando y no hay duda de que el apellido de ellos, los Liscano, los del castillo, es con “s”, como lo atestiguan antiguas fotografías de la fachada de su fábrica en la carrera 1.a.

la única casa vecina que tenía el “Castillo” y la incorporaron a la planta del hotel, reforzando la infraestructura que ofrecen a sus huéspedes. Posteriormente, su nombre cambió a Hotel Residencial, y por último a Hotel Stein Colonial, que es su nombre actual. Hoy, el hotel forma parte de los tres históricos “Castillos” de la Av. 4.ª Norte del barrio Centenario, que junto al “Castillo Carvajal”, que hoy ocupa la Fundación Carvajal, y el “Castillo” de la familia Molina Mejía, construidos ambos por el arquitecto puertorriqueño Félix Anguilú, esperan salvarse de la piqueta.

En esta tercera sede, el 21 de mayo de 1960 se realizaron con gran solemnidad las primeras comuniones.

En la foto, los niños vestidos de marineros (vestido muy tradicional en España para hacer la Primera Comunión) descienden por las preciosas escaleras del “castillo”, para dirigirse al bus del colegio que los llevaría a la iglesia donde se celebraría la ceremonia religiosa, puesto que el HISPANO, a diferencia de muchos colegios de la ciudad, carecía de una capilla propia. Encabeza

el desfile Jordi Corominas Romeu, quien cursó sus estudios en el HISPANO hasta que se graduó en 1970, formando parte de la cuarta promoción de bachilleres del colegio.

En esta segunda fotografía está todo el grupo de comulgantes, seis niños y diez niñas. Vemos a las niñas con mantilla, lo cual también era muy tradicional en España en aquellos tiempos, luciendo, además, una medalla, adorno también muy tradicional en la época.

De los seis niños que están en fila, el segundo, de adelante hacia atrás, es Roberto Rojo Blanco, tercero de los hijos del Dr. Rojo, el tercero es Jordi Corominas Romeu, y el quinto, Vicente Rojo Ossio, hijo mayor de Ángel Rojo y su esposa, Cristina Ossio de Rojo. Del grupo de niñas, en primera fila, la

tercera de izquierda a derecha es María Isabel Corominas Romeu, hermana de Jordi Corominas. En la segunda fila, la segunda de izquierda a derecha es Liriam Marulanda Arbeláez, una de las hijas de Octavio Marulanda, un colombiano que aportó mucho a la consolidación y desarrollo del colegio, del que después hablaremos más in extenso. La tercera es María del Carmen Torralba, hija de un catalán, Francisco Torralba, quien vivió muchos años en Cali, y que también trabajó mucho por el colegio y que incluso perteneció por breve tiempo a la Junta Directiva de la Fundación. Detrás de todos ellos, el que fuera rector del colegio en esos momentos, Félix Viera Gutiérrez.

Jordi y María Isabel eran hijos de Carlos Corominas Remisa y Manolita Romeu, ambos hijos de catalanes afincados en estas tierras del Valle del Cauca desde muy jóvenes. Las dos familias eran gente muy trabajadora y ahorrativa que consiguieron una respetable posición económica en la Cali de antes del puente España. Los Corominas fueron, sin duda, el ejemplo de muchos españoles que no solo siempre apoyaron el colegio, sino que predicaron con el ejemplo, y todos sus hijos, tanto los de Carlos como los de su hermano Pedro, menor que él varios años, fueron alumnos del HISPANO. Jordi, el mayor de los hermanos Corominas Romeu, estudió en el HISPANO, donde se graduó en 1970, formando parte de la quinta promoción de bachilleres del colegio. Estudió Ingeniería Química en la Universidad del Valle, y el autor de estos textos lo recuerda como una persona de fina inteligencia, además de amigo leal y entrañable ¡siempre!

Luego de trabajar unos años en la industria cementera, montó una empresa propia de reciclaje de plástico, pero un buen día

decidió venderlo todo y retornar a España, a sus orígenes catalanes, y vive actualmente en Mollerusa, una pequeña población de la provincia de Lérida. María Isabel, su hermana, también se graduó de bachiller en el HISPANO en 1970, y luego de trabajar algunos años en Colombia, se casó y se fue a vivir a los Estados Unidos con su esposo. Jubilado él, su esposo, decidieron irse a vivir también a Mollerusa junto a los otros dos hermanos menores de la familia, Yolanda y Alberto, retornando así todos a sus orígenes catalanes, después de casi dos generaciones de haber vivido en tierras vallecaucanas. De la familia Romeu, el hijo menor se casó con una catalana, Luisita García, que fue profesora del colegio por muchísimos años en el área de danza, gimnasia y deportes, muy querida por todos, y que finalmente se jubiló en la institución y gozó de un merecido retiro. Desafortunadamente, hace ya unos años nos dejó también para siempre, como muchos de los españoles que tanto empeño pusieron para el brillo y esplendor del HISPANO.

Como para el año lectivo 1961-1962 seguían los problemas de espacio, con el fin de mejorar la situación se alquiló una casa propiedad de la familia Navia, que se encontraba a tres cuadras del “Castillo Liscano”, para que funcionaron los cursos superiores, que eran los primeros cursos de bachillerato. Como sobraba espacio, este se aprovechó para alojar a los profesores españoles recién llegados para enseñar en el colegio ‒de quienes hablaremos in extenso después‒, mientras cada uno de ellos buscaba dónde acomodarse en la ciudad de manera definitiva.

Esta fotografía reúne a este primer grupo de profesores españoles de aquella época, que, elegantemente vestidos, posan a las puertas de la sede alterna al “Castillo Liscano”. Para solaz de los lectores, doy sus nombres, de izquierda a derecha son: Antonio Sánchez y Rafael Muñoz Rojas; detrás, Félix Viera Gutiérrez (de gafas oscuras), Roberto Lledó, Gonzalo Hernández Viera y Carlos Blanco Villacé.

En esta tercera sede, el colegio estuvo de enero de 1960 hasta junio de 1962, cuando finalmente se trasladaría a una sede propia, la primera, en la Urbanización Prados del Norte, sede de la cual hablaremos más adelante, en las próximas letras del “Alfabeto valluno”. Pero antes sucedieron otras cosas, las cuales relataremos a continuación, en la próxima letra del alfabeto.

Morrongo XIX

Es un término muy valluno, que en el Valle del Cauca tiene un significado muy especial, muy diferente al que le da la RAE y al que tiene en otras regiones de habla hispana. Según la RAE, morrongo es un gato, y no da ninguna otra acepción, pero en México, morrongo es un término despectivo, sinónimo de sirviente o más concretamente ayudante de carnicero (el que expende la carne) y también hoja de tabaco enrollada para fumar. En Puerto Rico es un término malsonante sinónimo de pene grande. Pero para hacer más disonante su significado, en zoología es el nombre común de diversas larvas de insectos coleópteros, pertenecientes a la subfamilia Melonlonthinae. Pero para los vallunos, morrongo es un término que utilizamos mucho, no tiene ninguno de esos significados, es una persona disimulada, solapada, que hace las cosas calladito, sin que los demás se den cuenta.

En las épocas en que se inició el HISPANO, se les decía así a aquellos alumnos que aparentaban ser muy juiciosos, pero que, en realidad, cuando no estaban bajo la vigilancia de los profesores, eran muy traviesos y alborotaban a los demás compañeros, pero apenas aparecía el profesor, ponían de inmediato “cara de santos”.

El Dr. Rojo ocupó la Presidencia de la Fundación Colegio Hispano Colombiano (como se llamaba entonces) hasta noviembre de 1958, cuando se celebró una Asamblea General de Socios, en la cual fue elegido como nuevo presidente el Dr. Antonio Colás, un joven profesor de Bioquímica que había venido a la Universidad del Valle patrocinado por alguna de las fundaciones americanas, que en esos momentos apoyaban decididamente la formación de la División de Salud de dicha universidad, no solo con importantes donaciones, sino con la vinculación de profesores altamente capacitados en áreas especializadas, para que la enseñanza de las ciencias básicas fuera

de nivel internacional, muy similar al que se tenía en Europa o los Estados Unidos.

El Dr. Colás era un hombre muy formal, metódico y trabajador, básteme decir, respecto a lo formal, que en las pocas veces que lo vi, siempre estaba impecablemente vestido y de corbatín, como aparece en la fotografía del archivo histórico “Mario Carvajal” de la Universidad del Valle, cosa absolutamente inédita en la ciudad, por lo que, como dirían los vallunos, parecía un “mosco en leche”. Colás era muy diferente al Dr. Rojo, no tenía, ni por poquito, ese carisma de Vicente, y era poco conocido por la colonia, pues apenas llevaba un año largo en Cali. Era algo pedante al hablar, pero meticuloso en su trabajo, muy ordenado y siempre sabía qué hacer.

Antonio Colás Espada nació en la villa de Muel, a solo 27 km de Zaragoza, en 1928.

Estudió Medicina en la Universidad de Zaragoza, donde se graduó en 1951. Posteriormente, inició una maestría en la Universidad Complutense de Madrid, graduándose en 1953, y posteriormente se trasladó a Edimburgo, Escocia (Reino Unido), para realizar un Ph.D. (Philosophie Doctor) en

Bioquímica, que terminó a mediados de 1955. Antes, el 24 de febrero de 1954, se había casado con María Inmaculada Martín Felices, también de Muel, un año menor que él. El 20 de octubre de 1955 fue nombrado profesor adjunto de Bioquímica en la Universidad de Salamanca, en la cual permaneció hasta

1957, cuando se trasladó a Cali, Colombia, a la División de Salud de la Universidad del Valle. En Cali permaneció como profesor adjunto de Bioquímica en el Departamento de Ciencias Básicas de la División de Salud hasta 1962, cuando se trasladó definitivamente a los Estados Unidos.

Era muy ambicioso y se sentía muy seguro de sus capacidades, pero lo que más lo distinguía, y al parecer lo distinguió toda su vida académica en los Estados Unidos, era que tenía una voluntad sin límites para hacer las cosas y una determinación a toda prueba para ayudar, en lo que fuera, a las buenas obras a favor de la comunidad, que era como él percibía el colegio. A su llegada a la Presidencia de la Fundación, se propuso poner orden y concierto a toda una serie de tareas pendientes, que no se habían realizado por la premura e improvisación que se manejó durante los inicios del colegio. 25 Él fue quien adelantó las gestiones

25. Se cuenta de Colás una anécdota que ilustra muy bien su talante de persona estricta y trabajadora, y es que tenía la costumbre de pasar a primera hora de la mañana, antes de ir a la universidad, por las instalaciones del colegio a ver cómo iban las cosas. Una mañana llegó al colegio muy temprano y no vio a ningún profesor, entonces entró a la Secretaría y les dejó en la máquina de escribir la siguiente nota: “He estado aquí a las 7:15 de la mañana; y me podría haber robado esta máquina sin que nadie se hubiera dado cuenta”. Le mortificaba muchísimo la informalidad de los profesores españoles que se alojaban en la sede alterna del Castillo Liscano, pues, como había contado después Vicente Piazuelo, un día le dijo a él, a Piazuelo, “que le sabía muy mal que los profesores salieran a recibir a los alumnos como si estuvieran de visita en su casa”. Pero a ese celo y disciplina se debieron muchas de las acciones que pusieron orden a los primeros años del colegio, durante los cuales, muchas de las cosas eran muy informales.

pertinentes para obtener la personería jurídica, diligencia sin la cual, legalmente no existiría el HISPANO. Esto se puede corroborar en las copias facsimilares adjuntadas anteriormente, acerca de dichas diligencias, donde se lee claramente que el Dr. Antonio Colás era el presidente de la Fundación Colegio Hispano Colombiano al momento de las solicitudes.

Durante su presidencia, por iniciativa de Mercedes, una persona con ideas muy avanzadas, que no le parecía que el colegio tuviera ese cariz de “colegio español” que ella deseaba, se propuso ‒dentro de la Junta Directiva‒ adelantar gestiones en España para traer profesores españoles, que enseñaran en el colegio y le dieran a la institución esa impronta de “colegio español” que todos anhelaban. Es así como, aprovechando las privilegiadas relaciones de Mercedes con el Gobierno español del momento, en el verano de 1959, ella, Mercedes, viajó a la península para concretar la vinculación de los primeros profesores españoles para que enseñaran en el HISPANO.

En la foto vemos a Mercedes llegando a Madrid para iniciar las gestiones. La llegada de profesores españoles al HISPANO fue, sin duda, una innovación en la enseñanza en los colegios de Cali, pues, aunque existían antecedentes al respecto con los Hermanos Maristas, pues algunos venían de Europa y, además, fueron profesores

en muchos colegios de la comunidad, sus planteamientos pedagógicos eran muy diferentes. La formación de pedagogos que tenían los profesores que inicialmente llegaron al HISPANO, era envidiable, prueba de ello es la trayectoria que tuvieron en España una vez regresaron, pues todos fueron destacados docentes a donde fueron destinados. Poco tiempo

después, el Liceo Francés (Paul Valéry), que inició labores en octubre de 1956, a la par con el HISPANO, también adoptó este modelo, pero la diferencia fundamental es que el Paul Valéry es un colegio del Gobierno francés, por lo que los profesores nativos eran funcionarios del Gobierno de Francia, enviados a Cali de manera permanente.

En Madrid, Mercedes aprovechó su cercanía con las más altas instancias del régimen para hacer realidad esta innovadora idea. Prueba de ello es que fue recibida en Audiencia Civil, en el Palacio de El Pardo, por el generalísimo Francisco Franco Bahamonde, tal cual lo recoge el diario ABC en su edición del 4 de junio de 1959.

Otras audiencias en el Palacio de El Pardo

Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos ha recibido en audiencia civil, en el Palacio de El Pardo, a los siguientes señores: Comisión organizadora del V Congreso Nacional de Cirugía y del IV Congreso Hispano-luso de Anestesia; presidida por el director general de Sanidad, D. Jesús García Orcoyen; señorita Mercedes Allanegui Santos, directora del Colegio Hispano Colombiano de Cali; D. Antonio Gullón y Gómez, embajador de España; D. José María Doussinague y Teixidor, embajador de España en Roma; conde de Mayalde, alcalde de Madrid; D. José María López Ramón, alcalde de El Ferrol del Caudillo; D. Ramón Iribarren Cavanilles, profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos

y director del Laboratorio de Puertos; D. José Solas García, doctor en Filosofía y Letras y en Derecho; padres José Cabral Torres y Antonio Paláu Ruiz, misioneros del Espíritu Santo, y a D. Mariano Escribano de la Torre. En audiencia militar recibió a los siguientes señores: Don José Sánchez-Ocaña y Beltrán, teniente general en reserva; D. Francisco Mata Manzanedo, general de División, segundo jefe del Alto Estado Mayor; D. Ramón Robles Pazos, general de División, jefe de la División número 12; D. Luis Fernández-Castañeda Cánovas, general de División, a las órdenes del ministro; D. Benito Miranda Urquiza, general de brigada de Estado Mayor, al servicio de otros ministerios; D. Fernando Hernández Álvaro, general de brigada de Infantería, jefe de Infantería de la División número 42 de Montaña; D. Antonio Hidalgo Díaz, coronel de Artillería retirado; D. José María Paternina Iturriagagoitia, coronel de Aviación, jefe de la Escuela de Polimotores y del Sector Aéreo de Cádiz; D. Manuel Carracedo Blázquez, coronel de la Guardia Civil, jefe del 38 Tercio, y D. José Lalinde del Río, coronel farmacéutico del Aire, jefe del Servicio de Farmacia de la Región Aérea Atlántica.

Producto de esas gestiones, en diciembre de ese mismo año llegaron los primeros profesores españoles al colegio: Félix Viera Gutiérrez, como profesor de Español y Literatura, y Gonzalo Hernández Viera, primo del anterior, como profesor encargado de 3o de Primaria, dibujo y actividades extracurriculares. A mediados de 1960 llegó también para ser profesor del colegio Fernando Viera Gutiérrez, hermano de Félix y primo de Gonzalo, como profesor de Matemáticas para los cursos de bachillerato. Estos tres profesores dieron al colegio un cambio sustancial, pues no solamente tenían la envidiable formación académica que daba la clásica carrera de Magisterio, que se cursaba por aquel entonces en España, sino porque los tres vinieron a Colombia con la firme convicción de entregar, sin condiciones ni mezquindades, lo mejor de cada uno de ellos para beneficio del HISPANO, como efectivamente lo hicieron a lo largo de los años que estuvieron entre nosotros. Por eso, todos los que pasamos por el colegio en esos momentos, los recordamos con gran cariño y admiración.

Del primero que haremos algunas remembranzas de su paso por el HISPANO será Gonzalo Hernández Viera. Gonzalo nació en Hoyos (provincia de Cáceres), un pueblo pequeño de la Sierra de Gata, el 27 de junio de 1927. Tenía 32 años cuando llegó, pero parecía tener más edad, pues tenía ya unas grandes “entradas” en su cabellera y muchas arrugas en la cara. Era muy delgado, de mediana estatura y vestía ropa de verano, muy a la española, que en la Cali de ese momento chocaba bastante, pues los adultos, a pesar del calor de la ciudad, vestían de manera muy formal, básteme decir que fue el primer adulto que vi usando sandalias en Cali, cuando las únicas sandalias que se veían por casualidad eran de algún cura franciscano. Padecía una cojera de la pierna derecha, que era secuela de una poliomielitis que tuvo de niño, cuando todavía no había vacuna para esta terrible enfermedad, que, entre otras cosas, fue muy frecuente en España. Esa cojera no le impedía hacer nada, ni lo acomplejaba para nada y era, por así decirlo, un sello más de su personalidad, que acababa de adornar, una facilidad asombrosa para el dibujo y todo tipo de trabajos manuales, en especial, era un maestro de talla en madera.

Fue un magnífico profesor de los cursos de Primaria que le fueron encargados, pues tenía la paciencia necesaria para soportar a los alumnos, incluidos aquellos etiquetados por otros profesores como “problemáticos”. Pero, en ocasiones, como nos sucede a todos, perdía la paciencia y entonces para reprendernos empezaba con esta muletilla: “Pero, hombre, qué manía…”, que lo hizo famoso en el colegio y fuera de él. Su entrega al HISPANO, su entusiasmo y su tesón fueron fuente de inspiración para todos (¡léase bien, todos!): los alumnos del colegio, que veían en él un líder, que no solamente pregonaba, sino que daba ejemplo constantemente de cómo se tenían que hacer las cosas, lo mismo para los profesores, sus compañeros de trabajo, que admiraban sus habilidades manuales y sus creadoras iniciativas, y para los padres de familia y la colonia española de Cali, que lo querían sinceramente.

Un día nos sorprendió a todos los que fuimos sus alumnos en 3.º de Primaria, cuando llegó a clase con un imponente tarugo de cedro rojo, que empezó a tallar en su escritorio, mientras nosotros realizábamos ejercicios de matemáticas. Los alumnos le preguntamos que para qué era eso, y nos respondió que iba a hacer un galeón español y que lo que tallaba en madera era el casco del barco. Algunos meses después vi el galeón terminado, colocado en la Rectoría del colegio, que aún ocupaba Mercedes Allanegui. Su tamaño era enorme y sus detalles incontables, no solo en el velamen, sino en la cubierta,

el puente y las baterías de cañones a babor y estribor. Toda mi vida he recordado lo que experimenté cuando lo vi terminado, ¡qué cosa más preciosa!, pensé; y sentí que me gustaría poder hacer algo tan bello como eso. El barco estuvo en el colegio mientras el HISPANO permaneció en la tercera sede, luego no lo volví a ver más, como muchas cosas del colegio.

Gonzalo, desde muy niño fue coleccionista de sellos de correo o estampillas, como se los conocía en Colombia, y fue un coleccionista muy serio que mantuvo durante toda su vida una gran actividad como filatelista casi profesional, al punto de que cuando murió todavía era miembro activo de la Junta Directiva del Grupo Filatélico y Numismático Salmantino. Por eso, a su

llegada al colegio, un de las primeras actividades extracurriculares que organizó fue el club de filatelia, donde enseñaba a los alumnos cómo empezar a coleccionar estampillas, cómo desprenderlas “bien” de los sobres, cómo guardarlas en los álbumes y cómo empezar a intercambiarlas con otros coleccionistas, que, en este caso, eran los mismos alumnos del colegio. Cientos de niños se aficionaron con pasión a este pasatiempo, entre ellos, el autor de estos textos, y muchos se convirtieron más adelante en filatelistas más serios, hasta que esta pasión por coleccionar sellos fue desapareciendo, en la medida que han ido desapareciendo los correos, las estampillas, los matasellos, las cartas manuscritas, los telegramas, los apartados aéreos y muchas otras cosas relacionadas... y todo se ha ido reemplazando por otras opciones electrónicas más impersonales y complejas.

En el HISPANO se encontró con otro filatelista “profesional”, el Dr. Rojo, que era casi tan aficionado como él, y entre los dos organizaron una exposición filatélica memorable, como no se había visto nunca en Cali, la cual se exhibió en el recibidor del colegio, cuando todavía estaba en el “Castillo Liscano”. Aparte de las colecciones que comprendía la muestra, valiosas de por sí, el montaje de los paneles, la iluminación que tenía cada uno de ellos y la distribución de la exposición, todo hecho con esmero y sabiduría por Gonzalo, producía en quienes la visitaron lo que hoy se conoce como el efecto “Guau”, y es que apenas veían esa maravilla se les escapaba esa palabra. Lástima que las estrecheces del colegio no permitieron tenerla en exhibición por mucho tiempo, y lástima, porque, por razones que desconozco, fue la primera y última que se organizó.

Poco tiempo después de haber llegado a Cali, vino su esposa, María Luisa Valiente, y recuerdo, como si fuera hoy, que alquilaron un apartamento en un edificio que se encontraba en plena plaza de San Nicolás, donde vivieron por algún tiempo. La pareja tuvo una hija en Cali, de quien él se sentía muy orgulloso y

siempre repetía que lo mejor que se llevaba de Colombia era su hija. Pero la historia de Gonzalo no estaría completa si no nos refiriéramos a una de las actividades extracurriculares que él encabezó, con mucho éxito, en el colegio, ¡la tuna! Sin duda, la actividad más emblemática de todas las que adelantó Gonzalo en los años que estuvo en el HISPANO. La tuna no solo tuvo un impacto trascendental hacia el interior del colegio, sino una acogida en Cali y ciudades aledañas, que creo nunca se pudieron imaginar ni Gonzalo ni los directivos del HISPANO, ni los propios integrantes de la tuna que veían con asombro cómo eran admirados en todas partes donde se presentaban, no solo por las muchachitas que soñaban que el tuno de sus amores colgara en su capa la cinta que tan primorosamente había bordado para él, sino por hombres y mujeres mayores que veían en ese repertorio popular español que tenía la tuna, una prolongación de la música popular colombiana que tanto les gustaba.

En la foto, de izquierda a derecha, los tunos José Antonio Sierra, quien años después fue presidente de la Fundación; Guillermo Leunda, también fue presidente, antes que José Antonio; Alberto Sánchez Caballero, fue de la 2.ª promoción de bachilleres en 1967, vivió durante su último año de colegio en casa del autor de estos textos, pues su familia se había trasladado al Perú, y mi papá, para evitarle trastornos con sus estudios, lo invitó a que se quedara con nosotros hasta graduarse. Era como mi hermano mayor. ¡Qué buenos recuerdos tengo de él!, pero nunca más he sabido nada de su vida. A su lado, Luis Edgar Linares, formó parte de la 1.ª promoción, y murió muy joven cuando estudiaba el tercer año de Arquitectura; y Jaime Hincapié, de la 2.ª promoción de 1967.

Gonzalo ya tenía experiencia en tunas, pues estudió su carrera de Magisterio en la Universidad de Salamanca, cuna de una de las tunas más antigua y más conocida de España; además, tocaba el laúd, un instrumento fundamental de estas agrupaciones españolas. Esa experiencia le sirvió para que, después de muchas rondas de selección, de muchos regaños (incluida, por supuesto, su típica expresión, “¡pero, qué manía!”) y muchos, pero muchos ensayos, la tuna del HISPANO quedara conformada inicialmente de la siguiente manera:

Gonzalo Hernández (laúd), Luis Edgar Linares (guitarra y voz), Guillermo Leunda (guitarra y voz), Roberto Gómez (guitarra y voz), Francisco Álvarez (guitarra y voz), Ramón Álvarez (laúd), Diego Granada (bandurria), Gustavo Ochoa (guitarra y voz), Jaime Manrique (bandera), Jaime Hincapié (guitarra), José Antonio Sierra (guitarra), Alberto Sánchez (bandurria), Jorge González (guitarra y voz), Pedro Nel Pastrana (bandurria), Hernando Guerrero (bandera), Pedro Pablo González (laúd), Juan José Aguinaga (pandereta) y Santiago Piedrahíta (pandereta).

El mismo Gonzalo se encargó de enseñarles los rudimentos de cómo se tocaban los instrumentos a los aspirantes a tunos, para que posteriormente asimilaran la interpretación del repertorio que tenía la agrupación, que, sin ser muy extenso, incluía las canciones más conocidas y populares de las tunas españolas. Como en Colombia era muy poco conocida la bandurria, instrumento muy importante en las tunas españolas, consiguió las plantillas para su construcción y encargó a un lutier criollo, Rafael Norato, para que fabricara una serie de bandurrias para los noveles tunos del HISPANO. La tuna animaba de todo: banquetes, celebraciones, primeras comuniones, actos de clausura, fiestas en el Centro Español, serenatas sorpresa en la casa de alguna jovencita, de la que estaba enamorado algún tuno… en fin.

Gonzalo se encargó de seleccionar las canciones más populares y emblemáticas de las tunas españolas, entre las que se encontraban: “Clavelitos”, “Fonseca”, “Estudiantina Madrileña”, “Rondalla”, “Tuna Compostelana”, “Noche Perfumada”, “La Carrascosa” y “La Dolores”. Donde iba, cosechaba triunfos y era aplaudida a rabiar. Su fama la llevó a Popayán, donde la invitaron con motivo de la reapertura del Hotel Monasterio. El viaje lo hicieron en tren, que tardaba siete horas para recorrer los 138 km que separan ambas ciudades y que hoy se hacen en menos de dos horas en automóvil. Allí pasaron de fiesta en fiesta y de jolgorio en jolgorio, haciendo presentaciones a diestra y siniestra, siendo recibidos en todas partes con aplausos, que al parecer no cesaban y, según manifestaron algunos de los tunos, no “pegaron el ojo” en los tres días que estuvieron por allí.

En esta espléndida fotografía vemos a toda la tuna reunida en el patio central de la primera construcción que tuvo el colegio en su sede de Prados del Norte. Así posaron, “primorosamente” uniformados, con madrina incluida, pajecito de adorno y bandera, para que 59 años después abriera la nostalgia de nuestros recuerdos. Se identifican en esta foto “oficial” de izquierda a derecha y de pie: Gustavo Adolfo Ochoa Figueroa, Francisco Álvarez Heredia, Alberto Sánchez Caballero, Pedro

Pablo González, Pedro Nel Pastrana, Luis Edgar Linares, Ramón Álvarez Heredia, Gonzalo Hernández Viera, José Antonio

Sierra Clemente, Jaime Manrique, Jorge González, Vicky Caldas de Popayán (la madrina), compañera de Patricia Rojas de Leunda, Nelson Giraldo y Guillermo Leunda Retegui. En cuclillas: Jaime Hincapié. Además, en la mitad de todos ellos, un pajecito no identificado.

Fueron casi tres años que todos sus integrantes recuerdan con mucho cariño, pues en diciembre de 1965, tras una presentación en la iglesia de Santa Mónica, el grupo, que en esos momentos ya se hallaba muy relajado y con poca disciplina, decidió desconocer

Aced Garriga

la orden del rector del colegio para regresar a casa, y continuaron la juerga por su cuenta, ofreciendo serenatas a diestra y siniestra... Al día siguiente, tras una fuerte llamada de atención, la Rectoría del colegio decidió suspender las presentaciones… y así se terminó la tuna… como el rosario de la aurora, pues la Rectoría tenía pocas intenciones de autorizar nuevamente sus presentaciones, y el entusiasmo de la mayoría de sus integrantes ya no era el mismo que en sus principios. Pero sus recuerdos no terminaron ahí, pues, para asombro de todos, han resistido el paso de los años como si nada, si no, vea el lector a los protagonistas de la fotografía que se adjunta donde aparecen tres ilustres tunos, que ya mayorcitos, añorando épocas pasadas, se volvieron a poner sus capas y a entonar esas canciones que tantas veces cantaron en su juventud, y que al parecer recordarán siempre.

En esta fotografía vemos a tres “ilustres tunos”, de izquierda a derecha: Gustavo Ochoa, Guillermo Leunda y José Antonio Sierra, que muchos años después recordaron su paso por la tuna en una presentación improvisada,

al parecer, en el Centro Español de Cali. A la izquierda de la fotografía se ve a Jesús Aguinaga, otro destacadísimo integrante de la colonia española de la segunda mitad del siglo XX. Dos de sus hijos, Juan José Aguinaga Arranz y Antonio Aguinaga Arranz, estudiaron en el HISPANO, el primero de ellos fue compañero durante muchos años del autor, con el que se graduó en 1968, y actualmente es el líder indiscutible del chat de los exalumnos de ese curso. El segundo, no se graduó en el colegio y desafortunadamente murió muy joven.

En 1966, Gonzalo regresó a España, junto a su familia, y se instaló en su pueblo natal, Hoyos, donde vivió el resto de su vida dedicado a su profesión de maestro. En 1970, con el concurso de la Editorial Epesa publicó un texto en cuatro volúmenes, titulado Formación manual, el cual se utilizó en toda España por jóvenes estudiantes en el desarrollo de habilidades manuales.

Paralelo a su trabajo como maestro, desarrolló en su taller una intensa actividad artística en la talla de madera, para lo cual utilizaba invariablemente raíces de olivo. Además del tallado de madera, también pintó, con mucho éxito, éxito que se le reconoció en varias exposiciones, que en vida de Gonzalo, “Golo”, como le llamaban sus amigos, mostraron tanto su obra pictórica como la talla de madera.

Este genial artista serragatino, entrañable profesor de los inicios de nuestro colegio, falleció en marzo de 2010, quedándose la Sierra de Gata sin uno de sus artistas más autóctonos, y nuestro colegio, sin su recuerdo, que como la mayoría de los recuerdos de sus inicios, se borró... al parecer, para siempre. Por el contrario, su memoria fue honrada por el municipio de Hoyos, asignándole a una calle del pueblo su nombre… para que “Golo” perdure para siempre… en Hoyos, su tierra natal.

Motilado XX

Término rabiosamente valluno, que puede ser sustantivo, adjetivo o verbo, según como se lo use en el contexto del diálogo. Como sustantivo, motilado es equivalente a corte de pelo. Un ejemplo para comprobar que así puede ser usado, es el siguiente: “Ese motilado (corte de pelo) es bastante pachuquito”. Pero también puede ser adjetivo, vea si no esta frase: “Pepito luce motilado”. Y finalmente, puede ser verbo, que sería el verbo motilar, usado en esta frase: “Yo te motilo (acción que ejecuta el sujeto) más tarde”.

Cuando el HISPANO abrió sus puertas en 1956, estaba de moda “motilar” a los niños pequeños con un tipo de corte llamado “a lo Humberto”, cuyo nombre nadie sabía de donde venía. Consistía en cortar a ras casi todo el pelo de la cabeza, dejando solo un ridículo mechón en la frente, que se peinaba para que pareciera una mota. Los más grandecitos, que ya empezaban a decirles “cosas” a las niñas de los cursos inferiores, usaban fijador “Lechuga”, el único que se conocía en Cali por esas épocas, para que esa ridícula mota no se moviera, con la secreta esperanza de verse más atractivos. Pero lo que no sabían los bobalicones es que esas niñitas que ellos “molestaban” no soñaban con ellos, ni con el corte “a lo Humberto”, sino con otros muchachos que tuvieran una mota de verdad, como la que tenía Elvis Presley en la película "Love me tender", cuya canción, que se sabían de memoria y que pedían con insistencia en las complacencias de las emisoras de la radio de Cali, les permitía dormirse soñando con tener un novio como él, como Elvis… no como esos tontorrones del colegio.

Con Gonzalo Hernández llegó también, a finales de 1959, su primo Félix Viera Gutiérrez, para enseñar Lengua y Literatura Española a los alumnos del HISPANO, pero no llevaba ni seis meses en Colombia cuando, intempestivamente, Mercedes Allanegui renunció a la Rectoría del colegio y anunció que regresaba a España. Ante esa inesperada circunstancia, la

Junta Directiva de la Fundación, presidida ya por el Dr. Antonio Colás, decidió encargar de la Dirección Académica del colegio al profesor Félix Viera, mientras Mercedes se marchaba a las volandas, casi huida, de regreso a su patria. ¿Por qué renunció Mercedes? En realidad, nunca se sabrá, pues, aunque en su momento alegó motivos de salud, siempre se tomó eso como una disculpa,26 y más, porque después de renunciar y de permanecer un tiempo en España, viajó a Brasil, al parecer, a fundar otro colegio de carácter español, y si el problema hubiera sido solo de salud, una vez repuesta, en vez de marcharse a Brasil, habría podido volver al HISPANO, donde la recibirían con los brazos abiertos. En Brasil permaneció varios años, periodo del cual no tenemos ningún rastro, pero tampoco se “amañó” allí, como se dice aquí, y volvió nuevamente a España. Un tiempo después fue nombrada profesora en el Instituto Giner de los Ríos, en Lisboa, donde permaneció hasta 1977. A principios de ese año, se descubrió que tenía cáncer de páncreas y regresó gravemente enferma a Madrid, donde murió el 30 de junio de ese año.

26. Algunos rumores que oí mucho tiempo después de haberme graduado de bachiller, apuntaban a que Mercedes se encontraba un poco decepcionada de la estructura de “poder” que tenía el colegio y que muchas personas, que conocían muy poco de educación, se metían en asuntos de carácter pedagógico y tomaban decisiones que no le gustaban. A esto se sumaba que las dificultades económicas no cesaban, y al parecer todo esto la fue desencantando del proyecto y la llevó a renunciar. Pero también es posible que su renuncia esté relacionada con el viaje que realizó a España para la traída de profesores españoles para el colegio, pues no es descabellado pensar que en los círculos del alto gobierno donde ella se movía, le hubieran advertido que Vicente Rojo y su hermano Ángel Rojo, que había llegado ya a vivir en Cali, Colombia, eran hijos del general Vicente Rojo Lluch, que José Sellares Pujal y Pedro, su hijo, eran republicanos, catalanistas, muy beligerantes desde Colombia, durante el periodo de la guerra civil en España, y que Josep Maria Capdevila i Balanzó era un exiliado político de ideas catalanistas, que estaba en Colombia porque tenía temor de regresar a España, por lo tanto, era mejor que se apartara de ese colegio, que el Gobierno español ya le ayudaría a que retomara sus ideales de una escuela española en otro país. Pero, en definitiva, todo esto son especulaciones, pues, como anoté anteriormente, nunca sabremos por qué se fue Mercedes.

Ey su cuñado, José María Muguruza Otaño, de quien ya hemos hablado, “suplican una oración por su alma”. Es curioso que entre los mencionados en la esquela no se encuentra su hermano Rafael Allanegui Santos, el menor de la familia, lo que hace sospechar que ya estuviera muerto, pero no tenemos ninguna prueba documental al respecto.

sta es una copia facsimilar de su esquela mortuoria publicada en el diario ABC de Madrid. En ella, su madre, que todavía vivía, Carolina María Santos (viuda de Allanegui) sus hermanas, María, que en ese momento ya era viuda, pues su marido, Julio Ortega Galindo, había muerto el año anterior de forma prematura, Herminia, Carmen Un año después de su muerte, sus alumnos del instituto de Lisboa elaboraron un recordatorio, en el cual incluyeron una pequeña reseña de despedida:

Ese recordatorio marcó el momento cuando su recuerdo se fue perdiendo en el tiempo, en la medida que todas esas personas que rodearon su vida fueron desapareciendo, y hoy posiblemente ya no queda sino algún sobrino, hijo de su hermana María, pues Herminia, a pesar de haberse casado, nunca tuvo hijos; Carmen, al igual que Mercedes, no se casó, y su hermano menor, Rafael, al parecer tampoco tuvo descendencia.

De las personas que hay en la actualidad en el colegio, ninguna la conoció. En la sala de reuniones de la Junta Directiva había un retrato al óleo de ella, que la Junta encargó en 1960 a un artista muy conocido en la colonia española de ese entonces. Hasta hace poco tiempo eso era todo lo que quedaba de ella en el colegio, pero hace ya varios años, la Junta Directiva del momento ordenó retirarlo y ¿quién sabe dónde esté? Y ahora sí puedo

Y así, sin volver nunca más a Colombia y al colegio que vio nacer, crecer y desarrollarse, desapareció para siempre aquella señorita española, Mercedes Allanegui Santos, que tanto quisieron los emigrantes españoles de Cali en la década de los cincuenta, y todos los que fueron sus alumnos en el HISPANO. ¡Reine para ella la paz eterna!

Empezó, entonces, de una manera inesperada, la rectoría de Félix Viera Gutiérrez. Félix no venía para ser rector del colegio, su preparación era esencialmente como lingüística estructural, y su interés era poder enseñar Lengua Española en el colegio, con una dimensión muy diferente a como se hacía tradicionalmente en los colegios de la ciudad. Pero aceptó el reto y, aparte

27. El autor de estos textos sí sabe quién lo pintó, de hecho, el cuadro lleva una firma en la que se lee claramente “Fernández”, pues el autor de la obra fue Domingo Fernández Adeba, un litógrafo catalán que vino a Cali en los años 50, directamente contratado por Carvajal para fabricar “vitelas”, unas piezas decorativas que representaban escenas religiosas, históricas o mitológicas, que se incorporaban como decoración a los calendarios que por aquel entonces vendía muy bien Carvajal. Domingo y su esposa, Adela, fueron los padres de Aida, Helios y Libertad Fernández, los dos primeros importantes actores del TEC (Teatro Experimental de Cali) que dirigió el maestro Enrique Buenaventura, ya fallecido. Libertad (conocida siempre como Liber) tuvo un afamadísimo salón de belleza, donde se peinó la flor y nata de la oligarquía caleña, y estuvo casada en primeras nupcias con José Graell Massana, también catalán, su novio de toda la vida, quien, cuando la familia Fernández se trasladó de Barcelona a Cali, decidió tomar el mismo camino para poder casarse con ella. El matrimonio no tuvo hijos y finalmente se separaron, pero José Graell continuó su vida en Colombia, donde, además de ser un exitoso empresario, fue uno de los más entusiastas socios del Centro Español, siempre muy comprometido en el desarrollo del club e impulsor de una época dorada del “centro”, cuando organizó, dirigió, inspiró y prácticamente financió un grupo de teatro, que con un inusitado éxito representó varias comedias muy típicas de la picaresca española, no solo en las instalaciones del “centro”, sino en otros sitios de Cali, e incluso tuvieron una presentación en el teatro Colón de Bogotá. Murió ya, pero lo poco que queda de esa colonia española de los años 50, lo recuerda con inmenso cariño. decir que de ella, en el colegio, no quedó nada… ¡Ni siquiera el recuerdo de quién pintó el cuadro!27

de su trabajo como profesor, empezó a desempeñar el cargo de rector. Y como era una persona inteligente, capaz y responsable, su gestión como rector, en principio, fue muy positiva. Un aspecto que podemos destacar de dicha gestión fue el decidido apoyo que le dio a la vinculación de profesores españoles para el colegio, y fue así como al poco tiempo de ser rector, llegó al HISPANO Rafael Muñoz Rojas, como profesor de Educación Física y Biología para los primeros cursos de bachillerato. Poco tiempo después, llegó también una profesora española, la señora Carmen Cirauqui, que no se adaptó ni al colegio ni a la cultura del país, y que rápidamente manifestó a la Junta su intención de volver a España, cosa que fue bastante conflictiva, pues costó mucho que se pusieran de acuerdo, la señora Cirauqui y la Junta, respecto a cómo liquidar la relación laboral entre ellos.

A finales de 1962 arribó otro profesor español para el colegio, Antonio Sánchez, quien tuvo un rendimiento muy regular y la Junta decidió no renovarle su contrato, así que regresó a España, no sin antes sostener otra larga controversia acerca de lo que le debía pagar el colegio como indemnización y quién tenía que cubrir su pasaje de regreso. Poco tiempo después llegó otro profesor, Roberto Lledó, para enseñar Matemáticas, y así reemplazar a Fernando Viera Gutiérrez, quien había anunciado a la Junta que terminado el año lectivo de 1964 dejaría el colegio para regresar a España. Roberto Lledó, que enseñó Matemáticas a todos los cursos de bachillerato, era muy conocedor de su materia, cumplido y dedicado como profesor, pero con poca conexión con los alumnos, que le tomaban el pelo y estudiaban muy poco de lo que él esforzadamente exponía en clase, lo cual terminó por aburrirle y finalmente también regresó a España. En 1964 llegó Carlos Blanco Villacé como profesor de Lengua Española y Literatura.

Aquí vemos a Carlos Blanco, al fondo, durante un desayuno con alumnas del colegio. Se identifican en la foto, de izquierda a derecha: NN, NN, NN, NN, Rosario González, que no se graduó de bachiller con la promoción de 1968, pero estudió muchos años con ese grupo, NN, Manuelita Sellarés, Pilar Martínez Aizpitarte, NN, Ruth Martínez, que tampoco se graduó con la promoción de 1968, pero siempre ha sido muy allegada a ese grupo, NN y Helen Mary Tucker.

Este profesor, a diferencia de Lledó, era bastante temperamental y chocó de inmediato con los alumnos mayores que en ese momento estaban en 4.º y 5.º de bachillerato, sosteniendo con ellos una soterrada guerra de poder que no cesó hasta que se graduó la primera promoción de bachilleres. Carlos Blanco Villacé

fue el profesor que acompañó a los alumnos de la promoción de 1968 durante la mítica “excursión de grado” por el Ecuador, la primera que se realizaba en el colegio, una experiencia inolvidable para todos, por eso, los que asistimos a ella lo recordamos con cariño. Después de ocho años en la institución, la Junta Rectora decidió prescindir de sus servicios, pero no regresó a España y se quedó en Colombia. Fundó un colegio en Cali, los “Reyes Católicos”, que todavía existe y que muchos suelen confundir con los “Reyes Católicos” de Bogotá, ese sí es un colegio oficial del Gobierno de España en Colombia, que nada tiene que ver con el Sr. Blanco y su colegio, que es una institución estrictamente privada dentro de la República de Colombia.

Ñuco

Según el diccionario de la RAE, ñuco es un americanismo que se utiliza en El Salvador y Honduras, que significa: “Parte de un miembro cortado adherida al cuerpo”. En El Salvador también: “Dicho del ganado vacuno que no tiene cuernos o que le han crecido muy poco”, y en Honduras: “Dicho de una persona: falta de uno o de varios dedos”. Pero en el Valle del Cauca es otra cosa, ñuco es torpe, que no sabe hacer bien las cosas y que, si las hace, evidencia muchas limitaciones.

Se les decía ñucos, en la época en que los primeros muchachos del HISPANO empezaban a ir a las fiestas de garaje, a todos los que todavía no habían aprendido a bailar, y que, además, eran poco agraciados físicamente, y que para colmo de males, se vestían siempre con la misma camisa, el mismo pantalón y los mismos tenis de todos los días para ir a esas fiestecitas. La mayoría de ellos, a pesar de ser unos genios para las matemáticas, la física, la química y cuanta cosa explicara el profesor en clase, no podían entender por qué esas preciosas niñitas, que salían corriendo de donde estaban sentadas al ver que alguno de estos ñucos se les acercaba para sacarlas a bailar, tenían ese ritmo y esa cadencia y lucían tan elegantes y encantadoras esas tardes, mientras ellos, torpes y acomplejados, no hacían sino pisotearlas, cuando después de muchos esguinces, finalmente, a alguna de ellas le ”tocaba” bailar con un ñuco. Lo que nunca se imaginaron esos genios es que durante la semana, cuando dizque se reunían a estudiar, lo que hacían esos “ángeles” era aprender a bailar, practicando entre ellas mismas, además de perfeccionar sus habilidades para maquillarse, ver revistas de modas para escoger ese precioso vestido que se mandarían a hacer con la modista de su mamá y a averiguar dónde se compraban esos zapatos de moda que lucirían la próxima fiesta. Por eso, se veían radiantes y encantadoras, girando como trompos al compás de la música, mientras los “ñucos”, al verlas tan angelicales, se preguntaban perplejos, por qué se mostraban tan ariscas con ellos en las fiestas, si en el colegio, tiernas y acogedoras, se les acercaban como moscas, para que les explicaran cómo se resolvían las ecuaciones de segundo grado.

Apesar de los cambios de locación y de estar en el “Castillo Liscano”, y que se había tomado en arriendo una casa suplementaria, para dar cabida al creciente número de alumnos que tenía el colegio, llegó un momento en que no cabían, y las perspectivas de expansión eran grandes, pues para el año lectivo 1960-1961 apenas se había comenzado el 2.º de bachillerato, de acuerdo con el desarrollo progresivo del colegio a medida que sus alumnos mayores avanzaban de curso. Entonces, la Junta tomó la decisión de adquirir un lote en la Urbanización Prados del Norte, aprovechando que la urbanizadora lo ofrecía a muy buen precio, para que el colegio empezara a funcionar dentro de la urbanización a la mayor brevedad posible. La negociación, llevada a cabo a mediados de 1961, se hizo de manera algo peculiar. En un principio solo se firmó una promesa de compraventa por un globo de terreno ubicado en la Urbanización Prados del Norte, cuyo plano fue aprobado por el plan regulador de Cali, conforme a la escritura pública 2.207 del 21 de diciembre de 1960. El lote distinguido con la letra “K”, según planos de la urbanizadora, tenía un área aproximada de 8.030 m2. En la minuta que se firmó en ese momento intervenían Alejandro Bueno Castro, quien obraba en representación del Sr. Adolfo Bueno Madrid, según poder conferido mediante escritura pública, y Antonio Colás Espada, en representación de la entidad denominada “Fundación Colegio Hispano Colombiano”. El precio del lote en venta era de $281.050,00, que el prominente comprador pagaría en 108 cuotas sucesivas mensuales de $ 2.602,30 cada una, contadas a partir del 25 de agosto de 1962.

En la histórica fotografía, tomada durante la firma de los contratos de compraventa de los terrenos del colegio en la sede de la urbanizadora, aparecen de izquierda a derecha: Pedro Sellarés, agachado mirando embelesado la maqueta de la urbanización; José la Torre, Luis Linares, Consuelo de Manfredi, Magaly Blanco de Rojo, Gerardo Rabasa, en ese momento el vicecónsul de España en Cali. Firmando, Antonio Colás Espada, a su lado, Alejandro Bueno Castro, gerente de la urbanizadora, detrás al fondo, Ángel Rojo Fernández y Félix Viera, rector del colegio, y siguiendo a la derecha, en un plano más anterior, Vicente Rojo Fernández, Cristina Ossio de Rojo, esposa de Ángel Rojo, y por último, Carlos Climent Caudet.

Además, el prominente comprador se obligaba a pagar un interés anual del 8% sobre el saldo de la deuda que fuera quedando después de cada abono mensual, el cual se haría con cada una de las cuotas abonadas. Es muy curioso que en esos momentos no se firmó ninguna escritura que cediera la propiedad del terreno, y tampoco se menciona ningún permiso por parte de

la urbanizadora para la construcción de los primeros edificios del colegio, pero al parecer hubo un acuerdo para que se iniciaran las obras de inmediato, y posteriormente se formalizaría la cesión de la propiedad. Finalizada la diligencia, los asistentes posaron en una histórica foto ¡para el recuerdo!

Posando para esta foto del “recuerdo”, identificamos de izquierda a derecha, en la primera fila a Gerardo Rabasa, Consuelo de Manfredi, Antonio Colás, Alejandro Bueno Castro, Cristina Ossio de Rojo. En la segunda fila: Ángel Rojo, Félix Viera, Magaly Blanco de Rojo, Vicente Rojo, Carlos Climent Caudet, Pedro Sellarés Turú, José la Torre. De ellos, con excepción de Félix Viera, todas las demás personas están muertas, incluido Alejandro Bueno Castro, que murió en 2013, pero su recuerdo perdura en la mente de todos como los artífices del primer terreno en propiedad que tuvo el colegio.

Para el 31 de diciembre de 1964, la situación de la deuda arrojaba el siguiente balance: se habían pagado $49.010,31 y se debían $232.039,69, según balance presentado a la Asamblea General de la Fundación, firmado por el revisor fiscal de ese momento, Sr. Hernando Concha, quien perteneció a la Junta Directiva por varios periodos, realizando una importante labor de fiscalización y normalización de los aspectos contables de la Fundación, hasta que se nombró el primer administrador, el señor César Nariño, quien, además, fue profesor de Dibujo en el colegio. El 10 de junio de 1966, mediante escritura pública 2.472 de la Notaría 1 de Cali, cuyo notario era José María Murgueitio, Adolfo Bueno Plaza transfirió a título de venta la propiedad del lote que compró el colegio. Pero, para sorpresa del lector, al primer lote comprado a la Urbanizadora de Prados del Norte se le adicionaron en 1973 dos lotes más, cada uno de 318 m2, por un precio de $46.110.00 cada lote,28 mediante escritura pública 1.049 otorgada por la Notaría 3 de Cali, de la que era notario Manuel Joaquín Martínez Posso.

Es así como después de cinco años de trashumancia, por fin el colegio tenía un terreno propio donde poner un pie en tierra y poder proseguir, sin tantas afugias, su desarrollo hacia el futuro. Ahora lo que se planteaba era cómo construir allí, en ese terreno, una infraestructura mínima donde el colegio se pudiera trasladar. Ese desafío lo relataremos en la próxima letra del “Alfabeto valluno”.

28. Comparecen para la diligencia notarial el apoderado de las propietarias, Mario Fajardo González, y el presidente de la Fundación en esos momentos, el Sr. Pedro Sellarés. De esta manera quedaban incorporados al lote inicial del colegio 636 m2 más, detalle que desconocen muchos de los integrantes de la Fundación. Y para dar mayor claridad a este punto de los terrenos del colegio, debe tenerse en cuenta que después de esta adquisición en 1973, hubo dos adquisiciones más, de las cuales no hablaré ahora, dejaré el tema para después de 1966, en una posible ampliación de estas memorias… quizás... ¿Quién sabe?

Pandebono (1) XXII

El pandebono es otro de los típicos manjares del Valle de Cauca, y aunque hay sucedáneos, como las almojábanas o el pan de queso del Brasil (Pão de queijo), el pandebono valluno tiene una identidad, un sabor y una tradición que lo hacen completamente diferente y único. Como muchas de las comidas ancestrales, no se sabe con certeza cuáles son sus orígenes, pero, aparte de una versión que sostiene que el pandebono fue un invento de un panadero italiano que salía por la ciudad vendiendo su receta a grito pelado, diciendo “¡pan del bono!”, que en realidad quería decir “pan del bueno”, todo apunta a que sus orígenes están en la finca “El Bono”, de la zona rural de Dagua, que hoy todavía existe y a la que se llega subiendo desde el kilómetro 26 de la vía al mar, por una variante parcialmente pavimentada, que se encarama en una de las caras más empinadas de los Farallones de Cali. La versión está documentada por Edouard André en un artículo titulado “América Equinoccial”, publicado en un tratado que lleva como nombre América Pintoresca (Barcelona: Muntaner y Simón, 1884) tomo 3, p. 704, en el que se habla de que había en el camino entre Dagua y Cali, un lugar llamado “El Bono” donde se empezó a preparar esta delicia. Y agrega esta fuente que el pandebono “era consumido por toda la gente de la zona, que venía de trabajar y que lo compraban para tomar con café”, pues en esas ariscas montañas de aquellos tiempos, todo se “bajaba” con café. A partir de esta localización de sus orígenes, se tejen varios relatos que varían en los detalles de cómo se desarrolló la receta. Sin embargo, todos los registros históricos con algo de validez, apuntan a que fue Genoveva, cocinera de la finca “El Bono”, quien, buscando un alimento con ingredientes fáciles de encontrar en la finca, y que pudiera reemplazar el pan tradicional difícil de conseguir en esas latitudes, mezcló harina de maíz, almidón de yuca y queso, lo amasó y luego lo cocinó en horno de leña. Los trabajadores de la hacienda empezaron a compartir el pandebono con otros jornaleros, popularizándose rápidamente, y su particular sabor, muy sofisticado para la época, pronto llegó a Cali, donde se copió la receta y de ahí al resto del país y el continente, y la hacienda “El Bono” perdió la exclusividad de su producción, que se convirtió en patrimonio regional de la repostería vallecaucana.

Afinales de 1961 se había firmado el contrato de compraventa del lote ubicado en la Urbanización Prados del Norte, para construir una sede propia para el colegio, y así terminar las afugias de espacio que se hacían cada vez más apremiantes, a medida que el bachillerato del colegio se iba desarrollando. Y a pesar de que seguían las dificultades económicas, la Dirección Académica, en manos del profesor Viera, había conseguido que las clases y otras actividades relacionadas con la formación de los alumnos siguieran sin contratiempos y el prestigio de la institución creciera en la ciudad. Pero cuando todo parecía funcionar mejor, Colás anunció, de manera intempestiva, que dejaba la Presidencia de la Fundación, porque se marchaba a los Estados Unidos, a la Universidad de Oregón, donde había aceptado un puesto como investigador en el Departamento de Bioquímica, dejando al colegio y la Universidad del Valle para encaminarse al “sueño americano”. Todavía con Colás como presidente, el 12 de octubre de 1961 se organizó un acto solemne en los predios del terreno adquirido en Prados del Norte, para colocar la “primera piedra” de lo que sería la sede del colegio. Asistió a esta ceremonia el embajador de España en Colombia29 y el vicecónsul en esta ciudad, así como personalidades allegadas a la Fundación, invitadas para darle relevancia al acto.

29. El embajador de España en Colombia, que asistió a la ceremonia de la colocación de la primera piedra de la nueva sede del colegio, fue Alfredo Sánchez Bella, un importante personaje del Régimen, que había sido vicesecretario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1940-1941), director del Instituto de Cultura Hispánica (1948-1956), embajador de España en la República Dominicana (1957-1959) y, en ese momento, embajador en Colombia (1959-1962). Sus vínculos y amistades con los círculos del pensamiento católico en Hispanoamérica lo llevaron a intensificar las relaciones con la región desde los distintos puestos de responsabilidad que ocupó. Fue luego embajador en Italia (1962-1969) y ministro de Información y Turismo (de octubre de 1969 a junio de 1973). Durante su mandato, el turismo entró en fase expansiva y fue considerado, por primera vez, una actividad industrial en el III Plan de Desarrollo Económico y Social de 1972. En 1973,

Es probable que Colás estuviera un poco decepcionado de la Universidad del Valle, pero es todavía más probable que su ambición personal hubiera estado trabajando desde hacía mucho tiempo para conseguir una plaza de profesor en los Estados Unidos, que en ese momento era el summum que querían alcanzar muchos de los profesores de la Universidad del Valle. Se trasladó a Oregón, con toda su familia, la de ese momento, que incluía sus dos hijos mayores, Juan y María, nacidos en Cali, pues después la pareja tendría tres hijos más en los Estados Unidos. De Oregón se trasladó a la Univerity of Winsconsin Medical School, en Madison, Wisconsin, donde

desarrolló una importante carrera como profesor e investigador hasta su jubilación. Murió en la ciudad de Madison, el 9 de abril de 2014, a los 84 años de edad. Un año después murió su esposa, a la misma edad de 84, con la que estuvo casado por 59 años. Esta fotografía es de su obituario publicado en internet.

a raíz de la remodelación del gobierno, cesó como titular del ministerio y fue nombrado presidente del Banco Hipotecario. En él, el “gordo” Sánchez Bella, como le decían cariñosamente, encontró siempre el colegio un aliado que se preocupó permanentemente por conseguir las ayudas necesarias del Gobierno español de la época y para que la obra siguiera adelante. Murió en Madrid, el 24 de abril de 1999.

Santiago Aced Garriga

Colás no estuvo presente en ese momento histórico, no sabemos por qué, pero es posible que se encontrara de viaje, terminando los preparativos para su marcha a los Estados Unidos, por lo que lo reemplazó el vicepresidente, Ángel Rojo, quien desde ese momento tomó las riendas de la Fundación, mientras Colás terminaba de marcharse. Al acto de poner la primera piedra asistió también el grupo de Boy Scouts del colegio, fundado desde 1960, para darle brillo y esplendor a la ceremonia. Los Boy Scouts llegaron al colegio en octubre de 1960, de la mano de un ciudadano boliviano, Leonardo Cossío, quien fue el primer jefe de la “tropa”, como se le denomina a cada agrupación. Poco tiempo después, Cossío, por razones que desconozco, se desvinculó del grupo, y Gustavo Adolfo Ochoa Figueroa pasó a ser el jefe, quien, con mucha pasión y dedicación, desempeñó este cargo hasta su último año en el colegio. A sus inicios, los que todavía no teníamos edad para ser scouts, éramos lobatos y llevábamos un uniforme azul oscuro, diferente al clásico caqui de los mayores. La pañoleta distintiva de cada “tropa”, en nuestro caso era de color amarillo y rojo, como la bandera de España. Los scouts realizaban todo tipo de excursiones, pero perduran en la memoria varios campamentos que hicimos a las orillas del río Pance, y en una oportunidad del río Chipayá. Salíamos el viernes al mediodía en el bus del colegio, que nos dejaba a las orillas del río, y luego de ubicar un buen terreno, trabajábamos sin descanso para poner unas carpas, en las que teóricamente dormiríamos las dos noches siguientes, pero la mayoría no dormíamos ni un minuto, pues entre las “guardias” que nosotros mismos nos imponíamos, las conversaciones al calor de la fogata donde fantaseábamos acerca de lo que queríamos ser en la vida, los mosquitos, la dureza del suelo, el café que nos habíamos tomado dizque para no dormirnos cuando nos tocara la guardia, no pegábamos el ojo ni por un minuto. Inicialmente, solo existía la actividad para los varones, pero luego se formaron las Girl Scouts o Guías Exploradoras, una versión femenina de la organización de los muchachos, que poco después también tuvo el colegio. De él, el grupo de las Guías Exploradoras, formaron parte las alumnas mayores, como

Patricia Rojas Borrero, Cecilia Serrato, Mary Bonet, Arantxa Leuda, Adriana Manfredi, María Helena Isaza y Manuela Colongo. Ellas realizaban sus reuniones y actividades de manera autónoma, y en ocasiones compartían algunas actividades con los varones, incluso, acamparon cerca, pero cada grupo en su respectivo campamento. Después de muchos años de una labor muy entregada a impulsar el grupo de los Boy Scouts y, además, porque ya se graduaba de bachiller, Gustavo se retiró de su dirección, y asumió la jefatura de la tropa Jaime Londoño (Sañoña, como le decíamos cariñosamente). Luego, los dos grupos se disolvieron, y como muchas de las cosas del HISPANO de antes, desaparecieron… quizás para siempre.

Los scouts llegamos muy temprano al sitio de la ceremonia para preparar todo lo necesario para que fuera lo más brillante y organizada. Como los días anteriores había llovido mucho y la urbanización todavía no estaba bien demarcada, nos costó mucho la ubicación del lote del colegio, para poner las banderas, las mesas de las autoridades, la estatua de la Virgen del Pilar y la “piedra” que se bendeciría, y nos embarramos de una manera memorable, a tal punto que antes de que empezara la ceremonia nos tuvimos que retirar para quitarnos el barro, perdiéndonos todos los detalles.

En la fotografía vemos al rector del colegio, Félix Viera, dirigiendo unas palabras a los asistentes. En el ángulo izquierdo de la fotografía está el Dr. Ángel Rojo Fernández. Adornan la ceremonia las banderas de España y Colombia y una imagen de la Virgen del Pilar, que en ese momento era oficialmente patrona de España, pero que ahora, con el nuevo estado no confesional, es solo una más de las vírgenes de reino. La estatua había sido regalada por el alcalde de la ciudad de Zaragoza para que “bendijera” el colegio, y hoy todavía se conserva en las instalaciones de Prados del Norte. ¡Gracias a Dios!

Una vez terminada la ceremonia, todos los asistentes posaron para una fotografía emblemática, que trataba de recoger en una sola instantánea a todos los reunidos allí para que los recordáramos siempre. Pero hoy ya no es posible identificarlos a todos, y antes de que se nos olviden más nombres, he reconocido a

quince de ellos, no sin algunas dificultades, pero en cuatro casos, la verdad es que no los reconozco en lo más mínimo. Es posible que se trate de funcionarios de la Embajada que viajaron a Cali con su embajador. Note el lector que detrás de ambas fotos, tomadas con motivo de la colocación de la primera piedra de la sede de Prados del Norte, se ve ya el Venezolano, un emblemático edificio que en esos momentos marcaba el límite norte de la ciudad ‒hoy prácticamente desaparecido‒, lo demás era la carretera Cali-Yumbo.

En la foto hay veinte personas, de izquierda a derecha son: Isidoro Matellán, Marino Barbero, Carlos Climent, Cristina Ossio de Rojo, Consuelo Trullas de Manfredi, Isabel de Samaniego, Luis Linares, Félix Viera Gutiérrez, Lupi Mendoza, Ángel Rojo Fernández, NN, embajador de España en Colombia, Alfredo Sánchez Bella, NN, Pedro Sellarés Turú, NN, NN, NN, posiblemente Pelayo Correa. Acuclillados: Vicente Rojo Fernández y Gerardo Ravasa, vicecónsul de España en Cali.

En febrero de 1962 se realizó la Asamblea General de Accionistas de la Fundación, donde fue ratificado como presidente el Dr. Ángel Rojo Fernández, que ya venía desempeñando las funciones de presidente encargado de la Fundación desde el anuncio de Colás de que se marchaba a los Estados Unidos de América. Su presidencia, aunque corta (solamente duró escasos dos años), fue muy importante, pues tuvo el desafío de, una vez conseguido el lote, levantar en él unas instalaciones, aunque fueran mínimas, para que el colegio se pudiera trasladar del “Castillo Liscano” a su nueva sede, esta sí definitiva, y cesara la trashumancia de los últimos cinco años.

Ángel, tercer presidente de la Fundación, fue el cuarto hijo del general Vicente Rojo Lluch y de su esposa, Teresa Fernández. Ángel nació en Toledo, el 1 de octubre de 1925, en la época que el general Rojo era profesor de la Academia Militar. Era, por tanto, casi cinco años menor que Vicente, y prácticamente un niño cuando se inició la guerra civil española, pues apenas tenía 11 años. Terminada la guerra y exiliado en Francia con el resto de su familia, marchó con todos ellos, a finales de 1939, rumbo a Buenos Aires, donde terminó sus estudios de bachillerato. En 1943, nuevamente junto a toda la familia, se trasladó a Cochabamba, donde su padre había sido contratado como profesor de la Escuela de Comando y Estado Mayor de Bolivia. En Cochabamba estudió la carrera militar, en la misma escuela que enseñaba su padre, y, además, la de ingeniero, siendo el único hijo del general Rojo que estudió la carrera militar. Como la mayoría de sus hermanos, se casó en Bolivia con la dama boliviana Cristina Ossio Sanjinés,30 con quien tuvo cuatro hijos. En 1958, cuando

30. Cristina Ossio Sanjinés, al igual que Magaly, su cuñada, era de una prestante familia boliviana, con un gran protagonismo político en los inicios del siglo XX. Su hermano, Luis Ossio Sanjinés, fallecido recientemente, fue vicepresidente de Bolivia de 1989 a 1993. Otra hermana de la familia, Elena Ossio Sanjinés, se casó con Sergio Almaraz,

ya su hermano Vicente llevaba casi cuatro años en Colombia, se trasladó a Cali para trabajar con la multinacional Goodyear. Como también tenía niños pequeños que debían ir al colegio, le entusiasmó desde un principio el HISPANO, y rápidamente se hizo socio de la Fundación y empezó a colaborar, tanto él como su esposa, en la dirección del colegio.

En octubre de 1961, ante la partida de Antonio Colás, se encargó de la Presidencia de la Fundación, hasta febrero de 1962, cuando fue formalmente elegido para ocupar el cargo. Fue presidente hasta diciembre de 1964, cuando fue elegido para reemplazarlo el Sr. Marino Barbero Alba. Una vez retirado de la Presidencia, siguió colaborando muy activamente con los asuntos del colegio, incluso asistía invitado a muchas reuniones de Junta. En varios viajes a España hizo exitosas gestiones ante los organismos gubernamentales, que se tradujeron en varias donaciones del Gobierno español, las cuales permitieron la construcción de los primeros edificios y la cancelación de las deudas contraídas con ocasión de la compra del lote. A él, a Ángel, le debemos la primera organización de la Secretaría de la Junta Directiva de la Fundación, pues fue él quien, en la segunda reunión que presidió, impuso la obligación de levantar un acta de cada reunión, como lo atestigua la copia facsimilar en la que se establece la norma.

quien, en 1950, a sus 22 años, fue uno de los principales fundadores del Partido Comunista boliviano, aunque en 1956, el carácter autoritario y dogmático de ese partido, y sobre todo, su incapacidad de interpretar la realidad nacional, llevaron a Almaraz a romper con él. El vicepresidente Luis Ossio Sanjinés en alguna oportunidad declaró: “No tuve mucho contacto directo con el general Rojo, pero sí con sus hijos, especialmente con Ángel que tenían esa herencia de templanza y honor del general”.

Actas de las reuniones de la Junta Rectora.- Se acuerda numerar las actas a partir del 8 de agosto de 1962, correspondiéndole el número 1 a la de la fecha anteriormente citada. Las actas anteriores se numerarán también anteponiendo la letra “A” al número correspondiente. La más antigua sería por tanto la A-1.

Acta n.º 2 (agosto 22 de 1962)

Lástima que las actas anteriores, en las que se menciona que se numerarían como A-1, A-2 y así sucesivamente, nunca aparecieron en los archivos que se conservan de la Fundación, y es muy posible que nunca existieran, pues como ya hemos señalado, los inicios del HISPANO estuvieron rodeados de una gran informalidad.

En 1965, Ángel y su familia regresaron a Madrid, y no tardó en incorporarse a la lucha antifranquista, pues se había afiliado al PCE (Partido Comunista Español). En los difíciles años de la transición, colaboró con la Unión Democrática Militar (UDM) y la Federación de Partidos Socialistas (FPS). En todas sus actividades se distinguió por un incuestionable don de gentes. Hacia el final de su vida se ocupó de organizar los archivos de su padre, el general Vicente Rojo Lluch, que hoy están a disposición de los investigadores en el Archivo Histórico Nacional. Murió en Madrid, el viernes 26 de febrero de 1999, a los 73 años de edad… y desapareció así el tercero de los presidentes de la Fundación, un hombre muy comprometido con los ideales del colegio y muy eficiente y positivo en su gestión.

Pandebono (2) XXIII

La receta del pandebono es muy sencilla, agua, harina de maíz, almidón ácido de yuca y queso costeño, ¡nada más! Estos tres elementos se mezclan y se amasan bien. Con la masa, sin necesidad de dejarla reposar, se elaboran pequeñas porciones en forma de roscas o cachitos que se colocan en horno de barro a una temperatura de 160 ºC a 180 ºC por 10 a 15 minutos, y están listos para comer. Una de las peculiaridades del pandebono es que una vez sacado del horno mientras está caliente, es suave, aromático y delicioso, pero rápidamente se enfría y entonces pierde muchísimo y tiende a ponerse duro. Por eso, todos los sitios que venden un buen pandebono, lo hacen por tandas, donde solamente hornean lo que ya está pedido y pagado, y como los buenos “catadores” de este manjar ya saben toda esta historia que estamos contando, esperan con paciencia a que salga el pandebono que ya se tiene encargado. Existe en internet un sinnúmero de recetas de pandebono, cada una con una pequeña perversión que aparta esta delicia valluna de su sabor más tradicional. Por ejemplo, ahora les ha dado por incluir huevo, lo cual indudablemente le da consistencia a la masa, pero varía el sabor. Otras recomiendan que se agregue un poco de leche durante el amasado, y otras más, poner azúcar en la mezcla original, y pasa un tanto de lo mismo ya comentado, se altera el sabor. Pero esto es peccata minuta al lado de dos perversiones que se tiran el pandebono por completo, la primera es decir que si no hay queso costeño bien seco, se puede usar cualquier otro queso. Que se pueda usar, se puede, pero eso ya no es pandebono, es si acaso “pan de queso”; lo segundo es agregar polvo de hornear dizque para que suban los pandebonos. Esto se ve mucho en las recetas “decorativas” donde todo luce muy limpio y muy bonito, pero es un montaje, porque si al pandebono se le echa polvo de hornear, no sube y lo que sucede es que se vuelve completamente mazacotudo y apenas se enfría un poquito, no se puede ni morder. El pandebono sube solito, si se le agrega almidón ácido de yuca de buena calidad, pero esos tutoriales en YouTube parecen no saberlo y creen que cualquier almidón de yuca sirve, pero no es así.

Con el lote en la mano, la Junta Directiva, presidida por Ángel Rojo, decidió construir unas instalaciones sencillas donde se pudiera trasladar el colegio para iniciar clases en octubre de 1962. Para ello, se encargó un anteproyecto a la firma Lago y Sáenz, por el cual se pagaron $3.000, y luego se estudiaron dos propuestas para la construcción, una de Julián Uriarte, un vasco afincado en Colombia, que tenía una empresa constructora, y la otra, de la firma de arquitectos Restrepo y Bernal, establecida en ese momento en Cali, a la cual finalmente se adjudicó el contrato, pues, en palabras tomadas del acta de la Asamblea General de diciembre de 1962:

La junta aceptó la propuesta, principalmente por la financiación ofrecida por los Dres. Restrepo y Bernal y por la solvencia económica de estos arquitectos, que ofrecían al colegio la seguridad de no interrumpir las obras en caso de alguna dificultad imprevista por parte de la Fundación.

El costo de la obra fue de $135.000 más $4.000 de derechos de conexión de agua. Estas erogaciones se empezaron a pagar con $55.000 que donó el Instituto Español de Emigración y con un aporte de $30.000 de nuevos miembros de la Fundación, el resto se cubrió con un préstamo bancario y recursos propios del colegio.

En esta fotografía vemos a un grupo de notables del colegio visitando las obras de la primera construcción que se hizo en la Urbanización Prados del Norte. La camioneta que se ve al fondo, una Chevrolet tipo Pick-Up de color marrón claro, fue el vehículo que tuvo la familia Rojo Blanco durante la mayor parte del tiempo que pasaron en Colombia. El segundo de izquierda a derecha, con camisa clara, es el Dr. Rojo, siempre muy pendiente de la construcción del colegio, aunque en ese momento no perteneciera a la Junta Directiva de la Fundación.

La firma Restrepo y Bernal, a la que le adjudicaron las obras de construcción de la sede del colegio, era una empresa fundada por el arquitecto Eduardo Retrepo Quintero, quien se había trasladado de Bogotá a Cali, junto a su familia, para administrar las obras relacionadas con la parcelación y venta de una nueva urbanización al sur de Cali, la Urbanización Tequendama, cuyos terrenos eran propiedad de su familia. Eduardo Restrepo Quintero era el esposo de María Victoria Perea Sasiain, hija de Andrés Perea Gallaga, un importante nacionalista vasco que había llegado a Colombia en 1938 junto a su familia, y que vivió el resto de sus días en este país, donde trabajó por muchos años en la Contraloría General de la Nación y realizó una importantísima gestión de fiscalización.31 El matrimonio Restrepo Perea tenía tres hijos cuando llegaron a Cali procedentes de Bogotá, Eduardo, el mayor, María Victoria (Vicky), la primera de las mujeres, y Maite. En Cali nació la cuarta de las hijas de la familia, Ana María Restrepo Perea. Como los mayorcitos estaban ya en edad de ir al colegio, fueron de inmediato matriculados en el

31. El 16 de abril de 1980 murió en Bogotá Andrés Perea Gallaga. El 10 de marzo de 2010, cuando se acercaba el trigésimo aniversario de su muerte, su amigo durante su larga vida en Bogotá, Francisco de Abrisketa, publicó un artículo recordando algunos aspectos de la personalidad de Perea Gallaga, de quien hemos tomado algunos apuntes para esta nota. Andrés Perea Gallaga nació en 1898 en Baracaldo, provincia de Vizcaya, en pleno corazón del país vasco. Desde joven militó en el nacionalismo de Baracaldo, primero dentro de los cuadros del PNV y del heroico batzoki de su pueblo; más tarde, con ocasión de la escisión del partido sabiniano y creación de Acción Vasca, se adhirió a esta agrupación patriótica liberal, dentro de la cual llegó a ser miembro de su Junta Nacional. Perea Gallaga, de alta preparación en las disciplinas fiscales antes de la guerra, fue inspector de Hacienda de la Diputación de Vizcaya, y en el Gobierno vasco del 36, director de Operaciones, puesto de confianza en la Secretaría de Eliodoro de la Torre. A la caída de Vizcaya, empezó a pensar en el exilio, primero pasó a Francia y después se dirigió a Colombia, donde llegó a finales de 1938, con un contrato de trabajo, indispensable para radicarse en el país, gestionado por Carlos Perea. En la capital de la República, Perea asentó su familia, los Perea Sasiain,

HISPANO, donde cursaron gran parte de sus estudios hasta que la familia se trasladó nuevamente a Bogotá, una vez finalizados los negocios en Cali.

Los Restrepo Perea fueron grandes colaboradores en todas las tareas que imponía el HISPANO por aquellas épocas, además de personas sumamente queridas, no solo dentro del colegio, sino de la colonia española de Cali de los años sesenta. Precisamente, esta relación del arquitecto Restrepo con el colegio y su decidido interés de colaboración para que la obra se hiciera sin retrasos y a la mayor brevedad, fue lo que permitió que el 1 de octubre de 1962, los alumnos del colegio empezaran el año lectivo 19621963 en las nuevas instalaciones de Prados del Norte, donde finalmente el colegio terminó su trashumancia por diferentes sedes de alquiler. Y, aunque esas primeras construcciones eran muy elementales (bástenos decir que durante muchos años se conocieron como los “galpones”), significaron un gran avance en el desarrollo de la institución.

hoy compuesta por tres generaciones de descendientes. Las inquietudes políticas vascas y su calidad humana movieron al Lehendakari Aguirre a designarle, en 1945, delegado del Gobierno vasco en Colombia. En nuestro país desempeñó posiciones técnicas en la Contraloría General de la Nación, actividades que le merecieron la concesión de la Cruz de Boyacá, condecoración que solamente han recibido cinco vascos, entre ellos, Pío Baroja, en sus postreros momentos. El atavismo y la formidable capacidad de trabajo de Perea Gallaga le llevaron en sus últimos años a la minería y a la industria metalmecánica, la de su tierra natal, sectores en los que desarrolló varias empresas. Hasta el final del régimen franquista repetía, con especial énfasis: “No quiero morir antes del cambio”… pero finalmente se fue cuando ese cambio apenas se iniciaba, por eso los vascos de Colombia lo despidieron con el tradicional “Goian bego” (mal traducido: “Descanse en paz”).

En esta fotografía se ven ya los “galpones”, como se conoció por mucho tiempo esta primera construcción, ya terminados y listos para que los ocupara el colegio. La foto fue tomada durante una pequeña ceremonia de entrega de la obra, que fue muy sencilla, dada la situación económica de la Fundación y la necesidad de ocupar inmediatamente lo construido para que se pudiera iniciar el año lectivo 1962-1963 en esas instalaciones. Nótense las banderas de España y Colombia en la cabecera del patio central, donde se desarrollaron incontables “izadas de bandera”, muy populares en ese entonces. También los dos buses propios del colegio en esos momentos.

El año 1962 terminó con una Asamblea General de la Fundación, llevada a cabo el 25 de noviembre, cuya acta, la primera que se conserva de las asambleas generales, no dice prácticamente nada, salvo que al iniciarse la reunión no había cuórum. Pero haciendo uso de los reglamentos vigentes, se decidió proseguir

con los asistentes que se encontraban presentes en ese momento. Es curioso que en el acta no figura elección de nueva Junta Directiva, por lo cual debemos suponer que se ratificó la Junta que venía en funciones, como efectivamente se comprueba en posteriores actas de las reuniones, efectuadas durante 1963. Las personas que se mencionan en estas actas y que suponemos eran integrantes de esta Junta reelegida de facto son: Marino Barbero, Carlos Climent, Luis Linares, Lupi Mendoza, Cristina Ossio de Rojo, Isabel de Samaniego, Pedro Sellarés, Félix Viera y su presidente, Ángel Rojo Fernández. Además, asistían con cierta frecuencia el vicecónsul de España en Cali, Sr. Gerardo Rabasa, y el Dr. Vicente Rojo.

La revisión de las actas de ese año muestra que la Fundación tuvo que afrontar grandes estrecheces económicas, derivadas de las inversiones en la nueva sede del colegio, que se fueron sorteando como se pudo. Tuvo especial relevancia una ayuda del Gobierno español por 500.000 pesetas, dada por el Instituto Español de Inmigración, que en ese momento fue proverbial para aliviar las necesidades por las que pasaba la institución. Pero, a pesar de todas estas dificultades, la gestión llevada a cabo por la Junta, que presidía Ángel Rojo, era buena… Pero como ya había sucedido más de una vez en la breve historia del colegio, en el acta n.º 21 del 23 de noviembre de 1963, se lee lo siguiente:

“El Dr. Ángel Rojo expone las razones por las que él cree debe haber un cambio de presidente en las elecciones de la próxima asamblea”.

Acta n.º 21 (noviembre 23 de 1963)

Pero el acta es extraordinariamente sucinta y no revela en ningún momento cuáles eran esas razones y termina haciendo mención de los preparativos para dicha Asamblea General, que debería llevarse a cabo el 5 de noviembre de 1963. Y efectivamente, en esa fecha se efectuó, y de ella se conserva un acta muy breve, que lo primero que señala es que inicialmente tampoco hubo cuórum para sesionar, y que solo contó con las personas asistentes en ese momento. Iniciada la sesión, el presidente, Dr. Ángel Rojo, presentó el informe de las gestiones, que transcribimos en copia facsimilar. Y concluye el acta anotando que no se elegirá la Junta Directiva de la Fundación y que se convocará Asamblea General Extraordinaria para diciembre de 1963 para dicha diligencia.

Acta Asamblea General Ordinaria (noviembre 5 de 1963)

Y mientras se esperaba la Asamblea Extraordinaria, y de acuerdo con lo expresado ya por el presidente Ángel Rojo, la Junta decidió adelantarse a los acontecimientos y discutieron sobre quién podría ser candidato a la Presidencia, y propusieron a Marino Barbero. Cuatro días después, en reunión del 7 de diciembre, el Sr. Barbero, después de escuchar las opiniones de todos los integrantes de la Junta, aceptó ser el candidato. Así las cosas, se citó a la Asamblea Extraordinaria para el 12 de

diciembre… Pero, curiosamente, de ella tampoco tenemos acta y no podemos saber de primera mano qué sucedió. Lo que sí podemos deducir del acta de la primera reunión de la nueva Junta Directiva, del 18 de diciembre de 1963, es que efectivamente se eligió al Sr. Marino Barbero Alba como nuevo presidente, con una completa renovación de los demás integrantes de la Junta. Es así como ingresan Saturnino Aced, Diego Bonilla, Alfredo Castellote, Hernando Concha, Luis linares, Julián Uriarte, Pedro Sellarés, Félix Viera (como rector del colegio) y Gerardo Rabasa (vicecónsul de España en Cali). Se anota, además, que Ángel Rojo, el presidente saliente, tendría asiento como vicepresidente en esta nueva Junta. ¡Se inició así una nueva era en el HISPANO!

Pandebono (3) XXIV

El pandebono no se vendía a la salida de los colegios, ni en la tienda de la esquina y tampoco se conseguía fácilmente en cualquier panadería, solo las que tenían un alto volumen de clientes se arriesgaban a estar en el predicamento de hornearlo para ofrecerlo caliente a los consumidores que lo demandaban. Sin embargo, después de la inauguración de la plaza de toros de Cañaveralejo, en diciembre de 1957, frente a ella se abrió un negocio, Tardes Caleñas, que durante muchos años vendió el mejor pandebono de Cali. Era una especie de "Drive in" criollo, con un gran frente de terreno destapado, donde los carros se parqueaban en el más absoluto desorden, a la espera de unos muchachos que se acercaban a los vehículos para tomar el pedido de pandebono y bebidas que sus ocupantes querían consumir. Aunque se podía ir a pie y había un salón con mesas para sentarse, lo verdaderamente chic era ir en carro y no bajarse, pues para eso estaba esa especie de valets locales que tomaban y traían el pedido.

Para las niñas mayorcitas del colegio, las que ya estaban en 5.º o 6.º de bachillerato, que las llevaran a comer pandebono a Tardes Caleñas era la invitación con la que soñaban permanentemente, pues solo los muchachos mayores, ¡y con carro!, eran candidatos para una invitación de este estilo. La mayoría de los muchachos del colegio, aún los mayorcitos, no calificaban para una invitación como esta, y cuando alguno de ellos se enteraba de que a la muchachita que tanto le gustaba la habían invitado a Tardes Caleñas, y alguno de sus amigos le contaba, se retorcía de celos en silencio y muy ingenioso respondía con desparpajo: “¡Qué bueno!, porque yo nunca la hubiera llevado allí, porque a mí no me gusta el pandebono”.

El 18 de diciembre de 1963 empezó la presidencia de Marino Barbero, que en realidad fue muy corta, pues en la práctica solamente estuvo en funciones durante 1964, año en el que sucedieron muchos acontecimientos que cambiaron sustancialmente al colegio y la Fundación que lo dirigía. Para

empezar, Ángel Rojo Fernández, el anterior presidente que había sido reelegido como vicepresidente de la nueva Junta, presentó renuncia a su cargo, como se lee en el acta del 30 de enero de 1964. Pero la Junta decidió no aceptarla y le pidió que se quedara desempeñando el cargo, lo cual finalmente aceptó, pues, sin duda, se sentía muy comprometido con la obra del HISPANO, y varias gestiones adelantadas por él en España fueron definitivas para las ayudas que el Gobierno español hizo al colegio.

Resueltos algunos problemas menores, la nueva Junta Directiva se planteó la necesidad, ya mencionada, de adelantar una nueva construcción, no solo para dar cabida a los nuevos cursos con los que el colegio se expandía, sino para albergar las instalaciones de los laboratorios de Física y Química que el pénsum oficial exigía para 5.º y 6.º de bachillerato, cursos que empezarían a partir de octubre de 1964, como quedó consignado en el acta n.º 28, del 27 de febrero de ese año. De acuerdo con el acta, se comisionó a Saturnino Aced y Julián Uriarte para que se encargaran de lo pertinente a esta nueva obra, y el 20 de mayo, en el acta n.º 34, dichos señores informaron que ya se tenían los planos del nuevo edificio, pero sorprendentemente no se volvió a mencionar para nada la nueva construcción, hasta el 27 de agosto de 1964, cuando en el acta n.º 42, se lee lo siguiente:

“Se trata en primer lugar del estado de la construcción, y se indica la conveniencia de dejar constancia de los motivos por los cuales se han empezado las obras sin estar firmado el correspondiente contrato, siendo los siguientes: urgencia de tener la construcción lista para principios de curso, no estar los cálculos de estructuras listos con lo cual no se puede establecer su costo exacto, estar pendiente de la aprobación definitiva del proyecto por el plan regulador; si bien el Sr. Uriarte presenta el presupuesto base sobre el cual se autorizó empezar las obras”.

Acta n.º 42 (agosto 27 de 1964)

Izada de bandera en el patio central de la primera construcción que tuvo el HISPANO en Prados del norte, conocida históricamente, y de manera cariñosa, como los “galpones”, hoy desaparecida casi por completo, pues solo queda lo que es la oficina de la comisión cultural.

Dicho en pocas palabras, ¡improvisación pura!, que al parecer siguió igual, pues no se volvió a mencionar en ningún acta nada más acerca de dicha construcción, pero lo que sí sabemos es que para octubre de 1964 estaba prácticamente terminado el segundo edificio del colegio, que inicialmente tenía una planta, y que se conoció por mucho tiempo como el edificio de “bachillerato”. Además de funcionar allí durante los cursos de bachillerato, estaban los mal denominados “laboratorios” de Física y Química, que cubrieron lo más elemental de las exigencias del pénsum, pero que hasta 1984, cuando se hizo una importante inversión para dotarlos, no fueron verdaderos laboratorios. También allí tuvo asiento la primera biblioteca del colegio, de la que fue director Domingo Manzaneque, un madrileño muy querido por la

colonia española, pero que no tuvo mucho éxito en su empeño de darle importancia a la biblioteca, pues a pesar de algunas donaciones del Gobierno de España, las finanzas del colegio no daban para comprar libros, y se usaba básicamente para “cuidar” a los alumnos de algún curso, cuando un profesor no podía dar una clase. A pesar de estas limitaciones, en dicha biblioteca se encontraban varias colecciones de autores españoles, difíciles de conseguir en Cali, y siempre había alumnos que eran “ratoncitos de biblioteca”, como era mi caso, que disfrutábamos de algunos de esos libros que solo se conseguían allí.

Así lucía el edificio unos años después, cuando ya se había adicionado una segunda planta y un ala, que es la que se ve en la parte derecha de la fotografía. Posteriormente, se convirtió en el edificio de cuatro pisos que se encuentra hoy en la sede de Prados del Norte. El árbol que da sombra a la camioneta, ya no existe, y en esa zona se encuentran los parqueaderos de visitantes, que forman parte de la moderna fachada que por fin tiene hoy el colegio.

Y mientras avanzaban las obras del nuevo edificio, casi en la “clandestinidad”, la Junta Directiva iba tomando otras decisiones, como fue la creación del cargo de administrador de la institución, lo mismo que otra de especial relevancia, como fue la contratación de Eulalia Sellarés López, la hija mayor de Pedro Sellarés Turú y hermana de Manuelita Sellarés López, una de las primeras alumnas que estudió desde 1o de Primaria hasta graduarse en 6.o de bachillerato en el colegio, para implementar y poner al día el archivo de los alumnos del colegio, un requisito que exigía la Secretaría de Educación del departamento para conceder la aprobación al plantel. Otra de esas providencias de la Junta fue nombrar al profesor Fernando Viera Gutiérrez, hermano de Félix, como vicerrector del colegio, con retroactividad a septiembre de 1963, pues ya venía desempeñando estas funciones desde hacía mucho tiempo y como justo reconocimiento a su labor.

Leonor Eulalia Sellarés

López nació en Bogotá el 23 de marzo de 1942, y murió en Cali el 12 de julio de 2010, a la temprana edad de 68 años. Eulalia no estudió en el HISPANO, pues no existía cuando empezó su etapa escolar, fue bachiller del Liceo Benalcázar, y una vez graduada empezó a colaborar en diferentes tareas con el recién fundado colegio Hispano Colombiano. Pero su primera

vinculación formal se llevó a cabo el 13 de febrero de 1963. A partir de esa fecha y en diferentes etapas, Eulalia fue un pilar fundamental en la Secretaría Académica del colegio, por su seriedad, dedicación, rectitud a toda prueba en la custodia de las calificaciones, eficiencia en mantener siempre al día los archivos académicos de la institución y el

conocimiento de la gran mayoría de los alumnos que había tenido el HISPANO, hasta que finalmente se jubiló. Eulalia formó parte de toda esa pléyade de personajes de las primeras épocas del HISPANO, que, como vengo repitiendo a lo largo de estos textos, han ido desapareciendo para siempre, pero su labor en el colegio será por siempre ¡inolvidable!

Fernando enseñó matemáticas, no solo con mucho éxito, pues era muy inteligente y exigía mucho de sus alumnos, sino porque le dio a las matemáticas una dimensión lógica, de la cual carecía por completo la tradicional enseñanza de la materia, que se limitaba a avasallar a los alumnos con muchos ejercicios, sin explicar nada acerca de los fundamentos teóricos que se empleaban para resolverlos, limitándose a que los alumnos dieran respuestas sin saber por qué. Al poco tiempo de estar en Colombia, trajo a su esposa y sus dos hijas pequeñas, pero no se “amañaron”. Como muchos de los personajes del HISPANO, sorprendió a la Junta Directiva enviando una carta a mediados de junio de 1964, anunciando su regreso a España una vez terminado el curso, como efectivamente hizo. Sabemos poco de él después de su regreso, pero sí que fue director de un Instituto de Enseñanza Media en Málaga, donde murió.

Y como si toda esa serie de renuncias fueran poco, el 3 de septiembre de 1964, el rector, Félix Viera, expuso a la Junta Directiva su situación como rector “encargado” del colegio, destacando las condiciones tan adversas en las que había venido desempeñando sus funciones, y seguidamente solicitó que se le definiera su situación de una forma definitiva, retirándose de la reunión,32 con objeto de que se pudiera tratar el caso con completa libertad, tal como reza en el acta n.º 43 de esa fecha.

“El Sr. Félix Viera, expone ante la junta rectora su situación como Rector encargado del colegio, explicando las condiciones tan adversas en que ha venido desempeñando sus funciones durante todo el tiempo que ha ocupado la dirección. Seguidamente solicita se le defina su situación de una forma definitiva, retirándose de la reunión con el objeto de que se pueda tratar el caso con completa libertad.

Acta n.º 43 (septiembre 3 de 1964)

32. Este reclamo del rector tenía un antecedente en el acta n.º 23 del 7 de diciembre de 1963, cuando se consignó que: “El Sr. Félix Viera recomienda a la Junta Rectora que se tenga en cuenta que dejaría de ser Director del Colegio en un periodo de tres meses; aclara que este plazo se podría prorrogar hasta que se encuentre la persona que lo sustituya, siempre que el próximo curso lo inicie el nuevo director”. ¿Por qué Félix se expresó en estos términos ante la Junta Directiva? Porque cuando Félix entró a reemplazar a Mercedes Allanegui, lo hizo en calidad de encargado por un término de tres años, los cuales estaban a punto de cumplirse. Pero seguramente Félix no hubiera hecho esa advertencia si se encontrara a gusto con su cargo, y afirmó esto por una razón muy sencilla: la Junta Directiva a la cual le hacía la advertencia, no sabía que Félix tenía la calidad de encargado, pues en la informalidad en la que se movía el colegio, ya advertida por el autor, no había acta ni personajes de las juntas pasadas que recordaran ese “detalle”. Lo que pasaba, como lo veremos más adelante, es que ni Félix ni los otros profesores españoles se encontraban muy a gusto en la institución, prueba de ello es el anuncio de Fernando de que definitivamente se marchaba, la protesta formal de Félix que estamos describiendo y lo que saldría en la próxima Asamblea General de la Fundación, como podrán leer todos los que hasta ahora no se hayan aburrido con esta historia.

A la Junta Directiva le tomó por sorpresa esta declaración de su rector y decidió hacerle caso y suspendió la sesión para discutir el asunto posteriormente, cuando pudieran asistir todos los integrantes de la Junta. Pero lo ya no sorprendente, sino increíble, es que al parecer la Junta nunca se reunió para discutir el asunto, y lo más grave es que nunca le dio una respuesta al señor Viera, entreteniéndose durante las siguientes reuniones, primero, en atender al embajador de España en Colombia, que en esos momentos era el Excelentísimo Sr. Antonio de Luna, quien hizo un viaje para conocer el colegio y para oír la chorrera de peticiones que se le hacían a la Embajada de España en Colombia para que ayudara a la institución. Y así, ante tanta indiferencia acerca de la problemática que se vivía entre el rector y la Junta Directiva, el 17 de diciembre de 1964, Félix Viera entregó su carta de renuncia irrevocable a los cargos de rector y profesor del colegio, como se lee en el acta 52 de diciembre 17 de 1964, cuyos apartes principales transcribimos.

“Se lee la renuncia irrevocable del Sr. Félix Viera como director del colegio y renuncia con preaviso legal como profesor del mismo. Se comenta ampliamente los motivos que ha podido tener el Sr. Viera para renunciar, leyéndose las actas correspondientes al claustro de profesores.33 Se deja pendiente para próxima reunión la solución que corresponda”.

Acta n.º 52 (diciembre 17 de 1964)

33. Mientras la Junta divagaba, tomó forma una entidad que se llamó CLAUSTRO DE PROFESORES, donde se suponía que el profesorado discutía aspectos de la marcha del colegio, y proponía soluciones, que posteriormente se canalizarían a la Junta Directiva de la Fundación a través del rector. La primera acta de dicho claustro llegó a la Junta en la reunión llevada a cabo el 23 de noviembre de 1964. Esto también tomó por sorpresa a la Junta, que vio con sospecha esa especie de “sindicato” de profesores, y trató de tomar el control exigiendo que dentro de dicho claustro hubiera un representante de la Junta Directiva de la Fundación, encargado de delimitar las funciones y atribuciones correspondientes al claustro. Pero al parecer la Junta no supo interpretar el significado

Entonces sí, la Junta Rectora sintió el cimbronazo y, aunque era época de Navidad, se reunió el 27 de diciembre de ese año para tomar decisiones al respecto, invitando a tres notables de los inicios del colegio, Antonio Royo, Carlos Climent y Vicente Rojo, para que los ayudaran a deliberar. En el acta n.º 53 de esa fecha se pueden leer claramente las decisiones tomadas: 1.º

Aceptar la renuncia del Sr. Félix Viera como director del colegio, debiendo permanecer en su cargo hasta tanto llegue el nuevo director. 2.º No aceptar la renuncia del Sr. Félix Viera como profesor del colegio. 3.º Suspender el funcionamiento del claustro mientras no se haya reglamentado debidamente. 4.º Autorizar al Sr. Marino Barbero para realizar las gestiones para la contratación de un nuevo director. Tomadas estas decisiones, la Junta, ahora sí muy solícita, se volvió a reunir el 3 de enero de 1965, aún no concluidas las fiestas de Navidad, para poner en cintura al claustro de profesores que acababa de suspender, y fijó provisionalmente las siguientes medidas para su funcionamiento: 1.º El orden del día correspondiente a las reuniones del claustro de profesores debe ser aprobado previamente por el Sr. Director (Rector del colegio). 2.º Los puntos que no sean aceptados por el rector, serán enviados a la consideración de la Junta Rectora (Junta Directiva) de la Fundación, que definirá sobre el particular. 3.º El director (rector) podrá suspender cualquier reunión del claustro de profesores, en caso de considerarlo necesario, informando a la Junta Directiva para su solución.

semiológico de este acto de autonomía y a la vez de crítica a la gestión de las directivas del colegio e ignoró por completo algunas de las quejas que en esa acta se expresaban y esto, sin duda, fue un factor determinante del enrarecimiento de las relaciones de la Junta con el profesorado del colegio, especialmente con los profesores españoles que tenía en ese momento la institución.

Pero estas medidas evidentemente autoritarias y controladoras no cayeron bien, pues, al parecer, la confianza en la Junta se había perdido, no solo hacia el interior del colegio, sino también entre los miembros o socios de la Fundación. En medio de todo este revuelo, la Asamblea General Ordinaria que debía citarse todos los años en el mes de diciembre, no había sido citada a finales de 1964, por lo que el 21 de enero de 1965 se propuso, durante la reunión de Junta Directiva, convocar dicha asamblea para el 14 de febrero, pero esa convocatoria finalmente no se llevó a cabo, primero, porque la fecha estaba ya casi encima y había poco tiempo para citar a los socios, y segundo, porque la Junta Directiva tenía muy poco tiempo para prepararla. El tiempo pasaba, hasta que finalmente se efectuó el 25 de abril de 1965.

Pero el 20 de abril, Marino Barbero anunció que presentaría su renuncia a la Presidencia de la Fundación por cuestiones de salud, y la Junta, en solidaridad con él, también expresó su voluntad de renunciar. ¿Por qué renunció Marino y detrás de él toda la Junta? Nunca lo sabremos con certeza, pero probablemente porque tanto el presidente como la Junta percibieron que les faltaba apoyo no solo dentro del colegio, sino también entre los miembros de la Fundación.

Papaya XXV

Es una fruta originaria de Mesoamérica (América Central y el sur de México). Desde el punto de vista científico, pertenece a la familia Caricaceae, conformada por 6 géneros, 5 de ellos con alrededor de 34 especies de origen americano, y un género, con dos especies de origen africano. De los géneros americanos destaca el Carica, con 22 especies, de las que únicamente tiene importancia nutricional Carica papaya, L. (1753), la fruta deliciosa que encontramos abundante y provocativa en todos los puestos ambulantes del centro de Cali. La primera mención escrita que se tiene de la papaya está en un pequeño libro dedicado a Carlos V, "Sumario de la natural historia de Indias", publicado en 1526, en Toledo, por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, para presentarle a su emperador Carlos V un adelanto de lo que iba a constituir su próxima y monumental obra "Historia natural de las Indias". En ese “librito” relata a su Soberano haber visto esa fruta creciendo en el sur de México y Centroamérica, a la que los colonizadores españoles llamaban “higos de mastuerzo” o “papaya de los pájaros”. Según lo describe Oviedo, Alonso de Valverde llevó las semillas a las Antillas y Suramérica en los primeros tiempos de la Conquista. Después, los relatos de los viajeros y botánicos indican que durante el siglo XVII, las semillas de papaya fueron llevadas del Caribe a las islas Molucas y de ahí a la India. Desde las Molucas y Filipinas se distribuyó a toda Asia y a la región del Pacífico Sur. Alrededor de 1800, Francisco Marín, un explorador y agricultor español, llevó semillas a Hawái procedentes de las islas Marquesas, por eso, se ha desarrollado ahí una de las variedades más cultivadas conocida popularmente como “papaya hawaiana”. Por ser una planta ya conocida por los indígenas que poblaban América Central a la llegada de los españoles, recibía ya por parte de estos pobladores diferentes nombres, los cuales podemos rastrear a través de las lenguas indígenas que se hablan todavía en México y parte de Centroamérica; es así que en el idioma maya de la península de Yucatán recibe el nombre de “Chich´put” o simplemente “Put”; en el idioma cuicatleca de Oaxaca, “Dungue”; en el idioma zoque de Chiapas, “Otzo”; en el idioma totonaca de Veracruz, “Tutun- chichi”, y en el idioma cora de Nayar, “Tzipi”.

El 25 de abril de 1965, en las instalaciones del colegio, con muy buena asistencia, se llevó a cabo la esperada asamblea, en la que se trataron los puntos pertinentes al informe del presidente, balances, ejecución presupuestal, gestiones de la Junta Directiva… en fin, todo lo concerniente a este tipo de asambleas. Cumplidas estas formalidades, se abordó el asunto de qué hacer con una serie de personas que suscribieron acciones y que no las habían acabado de pagar, y aunque había voces que pedían que fueran excluidos de la Fundación, prevaleció la opinión del Dr. Rojo, quien señalaba que excluirlos podría privar a la entidad de personas muy prestantes, y lo que había que hacer era proselitismo para que todo el mundo se pusiera al día y se vincularan nuevos miembros. A renglón seguido, Diego García abordó el asunto de la representación que debía tener cada “accionista” de la Fundación, otro punto caliente, ya que planteaba que la representación fuera personal, sin relación con el número de acciones suscritas, es decir, que el derecho al voto lo representara cada accionista en sí y no el número de acciones que este hubiera suscrito, tal como puede leerse en la transcripción del acta de la Asamblea.

El Sr. Diego García expone la posibilidad de que todos puedan quedar vinculados no importando el número de acciones suscritas, es decir que tengan igual derecho los que han contribuido con diez acciones de $ 50 pesos, como los que únicamente tengan una de $ 50.

Asamblea General Ordinaria (abril 25 de 1965)

La opinión de la mayoría de los asistentes se inclinó por aceptar la propuesta del Sr. García, pero intervino el Dr. Rojo, quien propuso que esa decisión la tomara la nueva Junta Directiva, ya que ese punto estaba dentro de las atribuciones que le conferían los estatutos. Entonces, la Asamblea cambió de parecer y apoyó

la proposición del Dr. Rojo, y las cosas quedaron igual que como estaban, aplazadas otra vez, sin tomar ninguna determinación. Y lo grave es que, al parecer, ninguna Junta posterior abordó el tema, pues no hay ningún acta donde se mencione que se haya decidido algo al respecto. Por eso, el asunto de la representación que conferían los títulos, que algún día emitió la Fundación, quedó en el limbo, de la misma manera que quedó el de la lista de “socios”, y el tema de los morosos… hasta que nunca más se volvió a hablar del asunto, y hoy es solo otra de las anécdotas de los inicios del HISPANO.

Bueno, hasta ahí, las aguas no se salían de su cauce, pero el río empezó a crecer, cuando respecto a la modificación de estatutos, el presidente todavía en funciones, Marino Barbero, en nombre de la Junta propuso que se suprimiera como miembro de futuras juntas directivas al rector del colegio, y que solo se lo citara cuando conviniera, o que el propio rector lo solicitara cuando asuntos urgentes o importantes así lo ameritaran, como puede leerse en la transcripción que al respecto hacemos a continuación:

Respecto a la modificación de estatutos, el Sr. Presidente, en nombre de la Junta, propone se suprima como miembro de futuras Juntas Directivas, al Director del colegio, y en cambio estas lo citen cuando convenga o bien sea el propio Director quien solicite convocatoria de junta cuando aspectos urgentes e importantes así lo aconsejen.

Asamblea General Ordinaria (abril 25 de 1965)

Esto sorprendió a la Asamblea, porque hasta ese momento no solo el rector había formado parte de la Junta por derecho propio, sino que se le consideraba un elemento fundamental en todas las discusiones acerca de la marcha del colegio, y esta proposición proveniente de una Junta que ya solo estaba “en funciones”,

pues días antes había renunciado, y que, además, acababa de tener un intenso rifirrafe con el profesor Viera, sonaba a una velada censura y a una manera sutil de eludir un debate democrático de los problemas de la institución entre todos sus estamentos.

Pero cuando muchos de los asistentes a la Asamblea pensaban que personajes de reconocido liderazgo dentro de la Fundación, como el Dr. Rojo y Pedro Sellarés, estarían en desacuerdo con tan absurda idea, quedaron todavía más sorprendidos34 por la posición de ambos, proclives a que se excluyera al rector de la Junta Directiva, pues, en palabras del Dr. Rojo: “De esa forma la junta queda con mayor libertad de actuar cual convenga a los intereses del colegio”. Y para tratar de tapar el hueco del rector, proponía el nombramiento de un delegado de la Junta, quien, en calidad de oyente, asistiría a todas las reuniones del claustro de profesores, y actuaría de enlace directo entre el claustro y la Junta para transmitir las inquietudes, proyectos, labores docentes y demás asuntos relacionados con el colegio que se ventilaran en el claustro.

34. Digo que fueron sorprendidos, porque tanto Rojo como Sellarés, que habían sido parte de diversas juntas directivas, donde el rector tenía asiento por derecho propio, nunca antes habían manifestado de manera explícita que fuera inconveniente para el buen funcionamiento de la Junta tener permanentemente la presencia del rector como un miembro más de ese órgano de dirección. Claro está que ambos asistieron a la Junta ampliada a la que convocó la presidencia de Marino Barbero, para deliberar acerca de las medidas a tomar después de la carta de renuncia enviada por el profesor Félix Viera, y es muy probable que las deliberaciones de esa reunión hubieran influido tanto en el Dr. Rojo como en Pedro Sellarés, para que tomaran nuevas posiciones respecto al rector y al claustro de profesores, que, como veremos después, fue la “piedra de toque” de todos los acontecimientos que llevaron a la crisis de la Rectoría hacia finales de 1964. Pero si eso fue así, probablemente no lo sabremos nunca, porque los personajes que asistieron a esa reunión, y la mayoría de los que debatieron en la Asamblea General de 1965, con excepción de Félix Viera, están todos muertos, y como dice la ríspida frase de la “sabiduría popular”, se llevaron el secreto a la tumba.

Pero si lo anterior causó sorpresa, el verdadero estupor fue cuando pidió la palabra el profesor Gonzalo Hernández Viera refiriéndose a la propuesta de Rojo de nombrar un delegado de la Junta ante el claustro de profesores, para que dicho delegado actuara de “correveidile” entre la Junta y el claustro. Manifestó lo que puede leerse a continuación. Y es que en esa intervención del profesor Hernández Viera no hay una, sino dos polémicas declaraciones. La primera es la soterrada oposición que revelaban esas palabritas de que “pudiera acarrear problemas”, que en términos prácticos querían decir que no estaba de acuerdo con que se nombrara ese delegado de la Junta al claustro de profesores, para fisgonear todo lo que decía y hacía allí... y que, por lo tanto, si se nombraba podría “acarrear problemas”.

El Profesor Gonzalo Viera [lapsus del acta, es Gonzalo Hernández Viera] expone de que la presencia de este representante, si no existe mutua comprensión entre la junta y el claustro, pudiera acarrear problemas y aprovecha para informar del desaliento que experimentan la mayoría de sus colegas quienes abrigan la convicción de que la Junta Directiva poco o ningún interés siente hacia ellos, por lo distanciada y poco comunicativa que siempre se les ha mostrado.

Asamblea General Ordinaria (abril 25 de 1965)

Y la segunda es la declaración acerca “del desaliento” que experimentaban la mayoría de sus colegas, quienes abrigaban la convicción de que la Junta Directiva poco o ningún interés sentían hacia ellos, lo cual dejó estupefacto a más de uno, porque la mayoría de las personas presentes en la Asamblea estaban convencidas de las buenas relaciones entre los profesores y la Junta Directiva, especialmente del colectivo de profesores españoles. Y digo que causaron extrañeza, desconcierto y estupor las declaraciones del profesor Hernández Viera, porque, aunque en las más altas esferas de la dirección y liderazgo de la Fundación y

Santiago Aced Garriga

del colegio era ya un hecho conocido, desde finales de 1964, todo ese contrapunteo entre la Junta, el rector, el claustro de profesores y el colectivo de profesores españoles, para los miembros corrientes y molientes de la Fundación era la primera vez que veían todo ese rifirrafe de lo que estaba pasando en directo y en “tecnicolor”, y no podían creer que detrás de la idílica imagen que muchos tenían del colegio se cocinaran todos estos rencores y rencillas.

Y claro, después de esto, todo el mundo quiso opinar y algunos tomaron la palabra para solicitar calma y tranquilidad, invitando a legitimar la figura del delegado de la Junta ante el claustro de profesores, asegurando que la figura del delegado no solo era conveniente, sino que mejoraría la dinámica de comunicación entre la Junta y los profesores del colegio. Muchos más intervinieron para expresar que veían mal eso de excluir al rector de la Junta, pero todavía más mal lo de suspender las sesiones del claustro, solicitando cuanto antes la reanudación del mismo. Y los menos, para rechazar el delegado de la Junta y defender la autonomía del claustro como único estamento con injerencia sobre las cuestiones pedagógicas del colegio.35

35. En realidad, lo que estaba sucediendo es que hacía ya bastante tiempo que el conglomerado de profesores españoles que tenía en ese momento el colegio, no veía con buenos ojos tres situaciones: La primera, era el salario que estaban devengando en Colombia, pues tenían aspiraciones de que se les pagara mucho más, pero la situación de la Fundación no lo permitía. La segunda, es que sentían que no se les daba ninguna participación en las orientaciones pedagógicas del colegio. Y la tercera, es que les parecía que la Junta se entrometía mucho en nimiedades sobre la marcha del colegio. Esas quejas fueron, sin duda, la semilla primigenia para que ellos, los profesores españoles, lideraran la creación de un claustro de profesores a imagen y semejanza de los que se implementaban en las escuelas primarias y secundarias de España. Lo que sucedía es que, en la España de los años 50, esos claustros amarrados con mano firme por falangistas del régimen, cumplían funciones estrictamente de vigilancia y orientación ideológica, pero el claustro del colegio se convirtió rápidamente en lo contrario, un elemento de expresión democrática de las necesidades de comunicación entre los profesores y la Junta Directiva.

Pero después de que todos hablaron e hicieron catarsis de la buena, la Presidencia de la Asamblea sometió a votación la proposición de incluir en la reforma de los estatutos que regían en ese momento, una nueva composición de la Junta Directiva en la que no participara el rector del colegio. Y pese a las no pocas voces que se expresaron en contra de esta proposición, a la hora de votar, quedó aprobada y, por lo tanto, casada la pelea entre las directivas del colegio, el rector y el claustro de profesores. Y para que no quedara duda de ello, terminada la votación y aprobada la proposición, pidió de nuevo la palabra el profesor Hernández Viera y sentenció la situación con la siguiente declaración, que se lee de la transcripción del acta:

El profesor Gonzalo Viera [debía decir Gonzalo Hernández] informa que la totalidad de profesores verá con disgusto la supresión del Director como miembro de la junta ya que este vínculo era el único que los hacía sentirse protegidos y representados en sus intereses.

Asamblea General Ordinaria (abril 25 de 1965)

Pero la traca final de esta Asamblea llegó cuando intervino Félix Viera para exponer la situación de él y su hermano Fernando, acerca de unas oposiciones en las que estaban tomando parte en España, por lo que era urgente que se les concediera un permiso para trasladarse por un tiempo a la península. Esto, además de ser una cosa personal que nada tenía que ver con la Asamblea, dejaba al descubierto que como la Junta pocas bolas le habían parado a las reivindicaciones del rector y el profesorado español del colegio, los Viera pensaron que su futuro no estaba en América, y, sin decir nada, se estaban moviendo en España para buscar reubicarse allá. Pero como en el caso de Félix no le habían aceptado su renuncia como profesor del colegio, y no podía irse así sin más ni más, porque esto le podía acarrear

serias consecuencias relacionadas con la excedencia que tenía de su plaza como profesor en España, trató de jugarse la carta de la “necesidad urgente” de un permiso para poder irse a presentar las oposiciones. Pero, afortunadamente, el Dr. Rojo salió al quite y dijo que este asunto no era tema de Asamblea sino de Junta Rectora, y con esto zanjó de una vez por todas el asunto y santo remedio, se les embolató el permiso a los Viera para viajar a España, por lo que finalmente tomaron otras decisiones que veremos más adelante.

Agotadas las deliberaciones, se pasó al tema de la elección de nueva Junta Directiva. En este punto, y de acuerdo con lo anunciado por el presidente y la Junta en funciones de presentar su renuncia, el Dr. Rojo propuso lo siguiente: “Que ya que no se ha definido todavía la situación jurídica de los accionistas en mora de cancelar íntegramente el valor del título, estos sean elegibles”, y la Asamblea aprobó la moción. Lo expresado fue muy conciliador y de buen recibo por los socios de la Fundación, pero demostraba, una vez más, que el problema de las cuotas impagadas no tendría solución nunca, mientras se fuera tan condescendiente. Asimismo, Rojo se declaró partidario de que la nueva Junta incluyera personas muy vinculadas al colegio. Propuso, entonces, la elección de presidente y vocales únicamente, manteniendo en sus puestos a los señores Sellarés y Concha. La Asamblea aprobó con beneplácito esta moción. Se procedió, entonces, a votar, primero por el presidente, siendo elegido el Dr. Vicente Rojo Fernández por una amplia mayoría, y posteriormente fueron elegidos como nuevos vocales Vicente Piazuelo, Lupi Mendoza, Miguel Gracián y Octavio Marulanda. Terminada la votación, y luego de los agradecimientos respectivos a la Junta saliente, se levantó la sesión a la 1:15 de la tarde.

Pendejo XXVI

Pendejo, palabra que, según la RAE, proviene del latín pectinicŭlus, y significa “pelo que nace en el pubis y en las ingles”. Pero nadie la usa hoy en este sentido. Se usa coloquialmente en muchos países de América Latina, como señala la RAE, con diferentes significados: en Perú es astuto, taimado, pero también una persona traviesa o juguetona. En Argentina y Uruguay se utiliza para denominar un adolescente que apenas está aprendiendo las artimañas de la vida, o un adulto que nunca las aprendió y parece un adolescente. En México significa tonto, bobo, y tiene una connotación ofensiva, por lo que se debe tener cuidado al usarla. Y para mayor asombro del lector, en Andalucía significa especie de calabaza, pero también es sinónimo de muérdago. En el Valle del Cauca, esta palabra, del valluno más raizal, tiene un significado ligeramente diferente o propio, y pendejo es aquel que deja pasar las oportunidades, por bobo, menso o indeciso.

En los inicios del HISPANO, ¡pendejo! le gritaban a coro sus compañeros al muchacho al que alguna compañerita le pedía, con tono meloso, que le explicara esa tarea de álgebra tan difícil que les habían puesto, y él, inocente de por qué tanto interés de ella por las matemáticas, se esforzaba en hacerle entender a la susodicha cómo se restaban quebrados, mientras ella bostezaba pensando que ese “pendejo” no se había dado cuenta de que a ella le gustaba, y que en vez de pararle bolas a sus coqueterías, se empecinaba ciegamente en explicarle una tarea que ella podía copiar de cualquier amiga. Entonces, cuando la primorosa niñita lo deja casi plantado, diciéndole que la estaban llamando, los amigos corrían a rodearlo para preguntarle: “¿Te cuadraste con ella?”. Y cuando oían el arisco ¡NO!, exclamaban a coro, en el más puro acento valluno: “¡Pendejo, no te diste cuenta de que vos le gustabas!”.

La nueva Junta Directiva de la Fundación, elegida en la Asamblea del 25 de abril del 65, después de una reunión protocolaria entre las juntas entrantes y salientes, volvió a reunirse el 11 de mayo. En dicha reunión, luego de nombrar vicepresidente a Miguel Gracián y secretario a Octavio Marulanda, entró rápidamente a afrontar el problema de la Dirección Académica del colegio, pues, como hemos señalado, estaba en la mesa la renuncia de Félix Viera. Pero así como la Junta anterior veía en el nuevo rector del colegio a una persona externa a la institución, y en ese sentido se habían llevado a cabo varias gestiones, esta nueva junta, bajo el liderazgo del Dr. Rojo, vio las cosas de otra manera y después de cruzarse algunas cartas más entre Félix y la Junta, se decidió, en la reunión del 16 de mayo de 1965, aceptar la renuncia de Viera como rector y como profesor del colegio, reconociéndole todas las prestaciones legales a que tuviera derecho, y señalándole que si después de sus estudios de actualización en España quería regresar como profesor del colegio, ya se estudiaría una nueva vinculación para él. A reglón seguido, nombró rector encargado del plantel al profesor español Rafael Muñoz Rojas, superándose así, de una vez por todas, la crisis que se venía arrastrando desde la pasada Junta Directiva. De esos momentos son este grupo de alumnos que posaron junto a Fernando Viera, de los cuales saldrían gran parte de los primeros bachilleres que al año siguiente graduaría el colegio.

Sentadas de izquierda a derecha: Patricia Urdinola, NN, Amparo Granada, NN, Cecilia Serrato, Amparo Perea, Evelyn Figueroa, Clara

Matilde Espinosa y NN. De pie: Santiago Castro, Francisco Álvarez, Nelson Giraldo, Gustavo Ochoa, NN, profesor Fernando Viera Gutiérrez, en ese momento vicerrector del colegio, y NN.

Los dos siguientes son los hermanos Blum (de ascendencia alemana, que luego se retiraron del colegio y no se graduaron en el HISPANO), Jaime Manrique y Luis Edgar Linares.

La respuesta no se hizo esperar, y los hermanos Viera, junto a su primo Gonzalo, decidieron abandonar definitivamente el colegio, y es así como el 16 de mayo de 1965 se canceló el contrato y se procedió a la liquidación del profesor Fernando Viera Gutiérrez, y el 3 de junio, la Junta recibió carta del profesor Gonzalo Hernández Viera, para la liquidación de su contrato de trabajo

Santiago Aced Garriga

y el pago de las prestaciones a que tuviera derecho. Repatriados los Viera, solamente quedaron tres profesores españoles en el colegio: Rafael Muñoz, nombrado como rector encargado; Carlos Blanco Villacé, a quien la Junta anterior le había renovado el contrato hasta finales de año, y Roberto Lledó, quien había empezado a enseñar Matemáticas a los cursos de bachillerato en reemplazo de Fernando Viera. Y digo que solamente tres, pues, aunque todavía se arrastraban los contenciosos que la dirección del colegio sostenía con la profesora Carmen Cirauqui y el profesor Antonio Sánchez, hacía ya un buen tiempo que se habían desvinculado como profesores del colegio. Casi cinco años permanecieron en el colegio los Viera, y aunque su legado en términos de desarrollo de la institución y aporte pedagógico a la formación de los alumnos fueron invaluables, su salida y la partida final hacia España no fue precisamente la más elegante, pues, hasta donde alcanza mi memoria, no hubo ningún acto especial de despedida para ellos, y en todo el material que queda de esa época no se menciona ningún reconocimiento, ningún agradecimiento, ninguna nota acerca de su gestión, nada de nada… Se fueron por la puerta de atrás, en un silencio y una indiferencia que no se merecían, después de todos esos años de esfuerzo continuado por dar al HISPANO la categoría que toda la colonia española, que había impulsado la obra, quería y anhelaba. Y por más desacuerdos entre ellos y las directivas del colegio, tan denodado esfuerzo de este grupo de extremeños debió tener otro trato. Por eso, quiero rescatar esta fotografía que inmortaliza a los Viera, con parte de los profesores que compartieron con ellos alegrías y decepciones.

De izquierda a derecha: César Nariño, profesor de Dibujo y Trabajos Manuales; Fernando Viera Gutiérrez, profesor de Matemáticas de bachillerato; NN; Antonio Sánchez; NN; Carlos Blanco Villacé, profesor de Literatura; NN; Gonzalo Hernández Viera, profesor de Primaria y de Trabajos Manuales; Roberto Lledó, profesor de Matemáticas; NN; Félix Viera Gutiérrez, profesor de Español; NN; NN; Absalón Cifuentes, profesor de Geografía e Historia, y Rafael Muñoz Rojas, profesor de Educación Física y Biología.

Para el próximo curso 1965-1966, que empezaba en octubre, el primer desafío que debió afrontar Rafael Muñoz como rector encargado, fue materializar la graduación de la primera promoción de bachilleres que tendría el colegio, que estaban empezando ya su último año, en un pequeño salón que se ubicaba en la cabecera de uno de los dos “galpones”, inicialmente construidos en la sede de Prados del Norte. En la fotografía vemos una instantánea del transcurrir de las clases en este pequeño salón, que muchos muchísimos años después se convertiría en la oficina de la Comisión Cultural de la Fundación, siendo hoy el único “recuerdo” que queda de esa primitiva construcción de los llamados “galpones” que se inauguraron en 1962.

Se reconocen en la fotografía de izquierda a derecha: Guillermo Leunda, Santiago Castro y Cecilia Serrato. Más atrás: Amparo Perea, que finalmente no se graduó en el HISPANO, porque poco antes de terminarse el curso tuvo un problema con la Rectoría y fue expulsada del colegio. En el último plano, Jaime Manrique.

Pero, aunque académicamente las cosas marchaban bien, legalmente había algunos problemas, el principal de ellos residía en que el colegio no tenía las aprobaciones definitivas de las autoridades educativas para dar por cuenta propia el título de bachiller. Se activaron entonces las gestiones para obtener dichos reconocimientos, y fue así como el 25 de mayo de 1966, mediante Resolución 1182, el Ministerio de Educación Nacional

reconoció los estudios realizados por los alumnos de 1.º a 4.º del ciclo básico de Educación Media hasta el año lectivo 1965-1966. Pero quedaba pendiente la aprobación de los estudios de 5.º y 6.º de bachillerato. Y como ya prácticamente no había tiempo para que esta aprobación se diera, la solución fue gestionar un permiso especial en la Secretaría de Educación para que los futuros bachilleres presentaran sus exámenes finales en algún colegio oficial, y si los aprobaban, la Secretaría avalaría el título que les otorgaría el Colegio Hispanoamericano.36

En la reunión de la Junta Directiva de la Fundación, llevada a cabo el 13 de julio de 1966, el rector informó que: “Los alumnos de 6.º año de bachillerato estaban presentando ya sus exámenes en el Instituto Politécnico de Cali, donde hasta el presente, habían respondido bien a las pruebas, pese a ciertas dificultades, que fueron oportunamente superadas”. Quedaba, entonces, planear la ceremonia de clausura, para la cual el rector propuso que se realizara en un teatro y se aprovechara dicha ceremonia para presentar la obra de teatro “La casa de Quirós”, del autor español Carlos Arniches, preparada por los alumnos de 4.º de bachillerato y que ya había sido estrenada en la sala “Julio Valencia” del Palacio de Bellas Artes de Cali, con un éxito rotundo. Afortunadamente, lo de la representación de la obra en el acto de clausura no tuvo mucho eco, pues una cosa era ir a ver una obra de teatro y otra muy distinta asistir a la exaltación de un meritorio logro en la vida del grupo de jóvenes que recibirían

36. Pero el 5 de junio de 1966, mediante Resolución 1649, el Ministerio de Educación Nacional aceptó los estudios realizados por los alumnos de 5o y 6o de bachillerato hasta el año lectivo 1965-1966. Lástima que un poco tarde para que cobijara a la primera promoción de bachilleres, que, como ya hemos señalado, tuvo que presentar sus exámenes finales en una institución pública externa al colegio. Afortunadamente, fue la primera y única vez que se tuvo que recurrir a esta solución, pues de allí en adelante los alumnos de 6o de bachillerato siempre presentaron sus exámenes en las aulas del colegio.

ese día el título de bachiller. Pero el esfuerzo de los alumnos de 4.º de bachillerato no pasó desapercibido, y la Junta Directiva de la Fundación, con mucho tino, ordenó enviar una felicitación a todos los que hicieron tan loable esfuerzo teatral, en una nota de estilo que todavía conservan las niñas que lideraban el grupo.

Pero si bien lo de la representación de la obra de teatro no se “consumó”, a tan estrambótica proposición le siguió otra serie de peregrinas ideas acerca de lo que se podría hacer con ocasión de la graduación de la primera promoción de bachilleres, que francamente cuesta comprender hoy.37 Y para que no se piense que estoy exagerando, transcribo lo que se puede leer en el acta correspondiente al 13 de julio de 1966, días antes de la ceremonia de graduación:

Seguidamente se discutió lo relativo a la organización de los premios para el alumnado. El miembro Pedro Sellarés propuso que se considerara un galardón bajo el nombre de “Instituto Español de Emigración”. El miembro Mendoza agregó que era necesario presentar y gratificar públicamente y durante la clausura a los benefactores del colegio, idea que fue acogida por unanimidad, lo que no se

37. De todas estas cosas que se mencionan en el acta, solamente se llevó a cabo la carta de felicitación que la Junta envió a los integrantes del grupo teatral que montó “La casa de Quirós”, que eran los que en ese momento estaban terminando 4.º de bachillerato, entre ellos, el autor de estos textos. La verdad es que la idea de montar una obra de teatro se debe casi por completo a la iniciativa de José Cela “Pepe”, como le decían cariñosamente, que en esos momentos era compañero de clase, pero que posteriormente, por razones que desconozco, no continuó estudiando, por lo tanto, no se graduó con la tercera promoción de bachilleres del HISPANO. Su dedicación al montaje de esta obra fue total y tuvo la habilidad necesaria para convencer a un buen grupo de alumnos, que no tenían la más mínima idea de actuación, de que participaran en la obra, se aprendieran de memoria los respectivos parlamentos y vencieran sus vergüenzas escénicas, para que la representación fuera todo un éxito. Pero sería injusto no señalar que el liderazgo y dedicación de Pepe, quizás, no habría sido suficiente para sacar adelante el proyecto, si a esto no se hubiera unido el entusiasmo de un grupo de compañeras de clase,

dijo fue cómo se haría esa gratificación. Seguidamente, se suscitó una discusión sobre la adquisición de los premios más adecuados al carácter de la graduación, y se convino, previa discusión de todos los asistentes, en que se otorgara a los 12 bachilleres un regalo consistente en una edición de lujo de Don quijote de la Mancha, y, además, se autorizó al rector para contratar la fabricación de una insignia de diseño exclusivo para ser entregada después.

Finalmente, sin obra de teatro y sin ninguna de las ríspidas propuestas de la Junta Directiva de la Fundación, se llevó a cabo la ceremonia de graduación en el coliseo del colegio Pio XII. En la siguiente foto se ve un aspecto parcial de dicha ceremonia.

encabezadas por Manuelita Sellarés y Teresa Rangel, quienes con su tesón y disciplina pudieron sortear los miles de obstáculos que tuvimos hasta que finalmente la obra fue estrenada en la sala “Julio Valencia”. Pero seríamos todavía más injustos en no señalar que otros compañeros de clase, que no participaban directamente como actores de la obra, apoyaron también de manera irrestricta el proyecto, además de ser colaboradores invaluables en aspectos que “no se ven”, como vestuario, utilería, decorados, apuntadores, etc. La obra se presentó en otra oportunidad después de su estreno y luego se fue diluyendo en las incesantes exigencias que tenía el bachillerato de aquel entonces en el HISPANO, pero, además, porque Pepe Cela se retiró del colegio y ese liderazgo que ejercía quedó huérfano. Tantos años después es necesario reconocer que la tuna, el club de filatelia, los boy scouts, la obra teatral “La casa de Quirós”, el equipo de natación de los intercolegiados y un torneo interno de ajedrez que organizó el profesor Félix Viera, del cual yo, el autor de estos textos, fui el primer campeón, fueron testimonio inequívoco de la pujanza que tenía el HISPANO en esos momentos, pero que hoy nadie recuerda. La excepción es el grupo de teatro que ha quedado en el inmanente colectivo de todos los que en esos momentos eran alumnos de 4.º de bachillerato, pero cuando nosotros desaparezcamos también pasará al olvido eterno.

En la foto se identifican de izquierda a derecha Guillermo Leunda Retegui, Cecilia Serrato, Jaime Manrique, Luis Edgar Linares, Patricia Urdinola y Gustavo Adolfo Ochoa

Figueroa. Faltan, por supuesto, la mitad de los que se graduaron, pero quedan muy pocas fotos de la época, dadas las circunstancias tan especiales en las que se realizó dicha graduación y mucho me temo que hoy no exista una foto de todo el grupo tomada ese día… quizás algún día, alguien revele que sí tiene esa fotografía… quizás, y quizás nos obsequie un registro electrónico de ella.

Condujeron la ceremonia de graduación el Dr. Vicente Rojo, presidente de la Fundación, y el director del colegio, Rafael Muñoz. En el acto recibieron su diploma de flamantes bachilleres los siguientes alumnos: Clara Matilde Espinosa, Amparo Granada, Belén Cecilia

Serrato, Patricia Urdinola, Evelyn Figueroa, Luis Edgar Linares, Diego Granada, Jaime Manrique, Santiago Castro, Francisco Álvarez, Guillermo Leunda y Gustavo Adolfo Ochoa.

¿Cómo les fue a estos primeros bachilleres del HISPANO cuando se presentaron a la universidad? ¡Excelente! Clara Espinosa

estudió Medicina; Amparo Granada, Ingeniería Química; Cecilia Serrato, Fisioterapia; Patricia Urdinola no realizó estudios superiores; Evelyn Figueroa, tampoco realizó estudios y murió prematuramente en 1986; Luis Edgar Linares, cursaba tercer año de Arquitectura cuando murió repentinamente en Cali, como consecuencia de una hepatitis fulminante; Diego Granada estudió Agronomía; Jaime Manrique, Administración de Empresas, murió en los Estados Unidos de América; Santiago Castro, Matemáticas, vive actualmente en España; Francisco Álvarez estudió Medicina, vive actualmente en Bogotá; Guillermo Leunda también estudió Medicina y vive actualmente el Las Palmas de Gran Canaria, y luego fue el primer presidente de la Fundación egresado del colegio; y Gustavo Ochoa fue otro de los graduados que estudió Medicina, y después de una brillante carrera en la industria farmacéutica, está jubilado.

Y así fue como después de diez largos años, llenos de todo tipo de dificultades, narradas en estas primeras palabras del Alfabeto valluno, el HISPANO logró graduar su primera promoción de bachilleres. Esta graduación fue, sin duda, un punto de máxima inflexión en la historia del colegio, y digo colegio, pues, aunque la Fundación existió desde un principio, en esos primeros años era completamente irrelevante, y la gran mayoría de las personas que tuvieron hijos en el colegio o fueron benefactores de la obra, no distinguían esa sutileza jurídico-administrativa, pues el leitmotiv de todos los esfuerzos giraba alrededor del plantel educativo. A partir de esta primera promoción de bachilleres, el colegio fue madurando como institución y fue creciendo en importancia, en el panorama educativo de la ciudad, pero lo que pasó en años posteriores, lo narraremos en una segunda parte de estos textos acerca del HISPANO, que posiblemente tendrán otras 25 letras del “Alfabeto valluno”… ¡Ojalá que así sea!

Santiago Aced Garriga

Santiago Aced Garriga, nació en Barcelona el 12 de junio de 1951, de padre aragonés, afincado en Cataluña

desde los dos años de edad y de madre catalana por varias generaciones. En febrero de 1955, su familia, que contaba ya con tres hijos, de los cuales Santiago era el mayor, se traslada a Cali, Colombia, en búsqueda de nuevos horizontes, que difícilmente veían en la España de ese momento.

Inició sus estudios en la Escuela Pública del corregimiento de Santa Inés, perteneciente al Municipio de Yumbo, donde cursó los dos primeros años de primaria. En 1958, la familia se traslada a Cali por la imposibilidad de que Santiago siguiera los estudios en Santa Inés. Ingresa entonces, en octubre de 1958, a tercero de primaria en el recién fundado Colegio Hispano Colombiano, donde finalmente se graduó de bachiller, en junio de 1968.

Ingresó a la Universidad del Valle, a la carrera de física, trasladándose posteriormente al programa de Medicina y Cirugía, donde se graduó de Médico Cirujano en diciembre de 1976. Luego de cursar el año rural en Trujillo, Valle del Cauca, se traslada a Barcelona para especializarse en Angiología y Cirugía Vascular, retornando a Cali en 1984. A su llegada a la ciudad, asistió a finales de dicho año a la Asamblea General de la Fundación Colegio Hispanoamericano, en representación de su padre, que había pertenecido a la Fundación casi desde sus inicios y había hecho parte de la Junta Directiva en varias oportunidades. En esa asamblea fue elegido como integrante de la nueva Junta Directiva, donde se desempeñó como vocal, por espacio de 10 años.

Se casó en Cali, el 19 de julio de 1984, con la Dama caleña, Mariella del Socorro López Osorno, unión de la cual hay dos hijos, Sebastián e Isabel, ambos bachilleres del colegio Hispanoamericano. En 1992 se vincula a uno de los laboratorios farmacéuticos más importantes de Colombia, Tecnoquímicas S.A. donde se desempeñó como Director Médico de la compañía hasta septiembre de 2011, cuando opta por jubilarse anticipadamente, a los 60 años de edad. Durante su prolongada labor en Tecnoquímicas, siempre estuvo en permanente contacto con la Fundación y en varias oportunidades colaboró con la Junta Directiva del momento, en la búsqueda de soluciones a los planes de desarrollo del colegio y la comisión cultural.

Desde el 1 de abril de 2019 trasladó su residencia a Europa puesto que su hija Isabel se había establecido en Barcelona, donde actualmente está muy integrada a la vida española, y porque su hijo Sebastián ya residía en Turín, Italia, hacía varios años, donde hoy, vive con su esposa italiana y dos pequeñas niñas quienes hablan perfectamente nuestro idioma. Desde su nueva residencia en Turín, Italia, permanece en contacto con las actuales directivas de la Fundación, colaborando dentro de sus posibilidades a rescatar, la memoria histórica de esa descomunal gesta que fue la fundación de un colegio ¡ESPAÑOL! en Cali.

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