Escribir Para Vivir y Sentir V - Colegio SNJ

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Escribir para vivir y sentir

Vol. V


Responsables: Sección Cuento III de secundaria Prof. Carolina Vega Delgado y Vanessa Palomino Sección Cuento V de secundaria Prof. Alejandro Alva y Vanessa Palomino Sección Cómic I de secundaria Prof. Annya Villalba

Responsable pedagógica del proyecto Ebook: Prof. Carolina Vega Delgado Diseño y diagramación Daniel Coello Ricard


Escribir para vivir y sentir Vol. V

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ÍNDICE Cuentos III El lado oscuro de la corona El caso nazi

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Las crónicas de un paseo en las Tinieblas 14 La familia divida por la tecnología

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Una gota de sangre en la lluvia

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De camino a Jesús María

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Del colegio a tu casa

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El cobrador

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Una noche como las de siempre

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Lo que marca el reloj

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Cuentos V

Cómic

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Lucía Dilas - I° D

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Rafaella Neyra - I° B

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Mariana Reyes - I° D

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Luciana Mena - I° A

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Fernanda Ulloa - I° B

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Cuentos (III sec.) “Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos” –El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry5 5


El lado oscuro de la corona Asmat Tuco Micaela Una noche del mes de Flortencia en el reino Zendú, se encontraba Dave Jackson en un bar conocido del centro. Vestía su saco marrón como de costumbre, con su bastón y gorro a juego, con una mirada pensativa. Ya iba por su tercer trago cuando el mesero se acerca a preguntarle si desea uno más, y el acepta; minutos más tarde regresa el mesero con la orden y le pregunta a Dave el porqué de su preocupación; por lo que él responde contándole su caso más reciente. El secuestro de la princesa de Zendú. Comenzaré desde como fui contactado para este caso – dijo Dave. Era primavera del año 3085, a comienzos del mes de Marsella cuando recibí una citación urgente al palacio de Argollas por parte del rey; al día siguiente, ya me encontraba allá, y le pregunté al rey que es lo que pasaba, y lo que respondió hizo que me quedara atónito. El rey me dijo que, la mañana del día Margos de la semana pasada, fue a darle los buenos días a su hija, la princesa Adara; sin embargo, cuando ingresó a sus aposentos, ella no se encontraba allí, por lo que mandó a poner una alarma de desaparición por todo el reino, pero como no había respuestas decidió llamarme. La princesa Adara era una persona muy querida por todo el pueblo, era una chica joven, de 19 años aproximadamente; de contextura delgada, gran sonrisa, con una belleza extraordinaria, caracterizada por ser una chica sensible, humilde y muy bondadosa – contó Dave con mucha determinación. Pero dígame, señor Jackson, ¿cómo es posible que hayan secuestrado a la princesa? – preguntó el mesero. A lo cual, Dave respondió. Con calma, que todavía no llegó a esa parte. Como te estaba diciendo, el rey estaba muy preocupado al no saber nada de su hija por días. Buscó por todo el reino y no encontró nada, y es por eso por lo que, me encargó la búsqueda de su hija, sin embargo, desde el comienzo sentía una mala vibra, una sensación de que algo no andaba bien, y en efecto estaba en lo correcto.

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Cuando comencé con la investigación, fue un poco complicado saber por dónde iniciar, ya que, debía tener alguna idea de que había pasado, más que todo el día anterior a su desaparición, entonces lo primero que fui a ver fue la habitación de Adara. Al entrar a este, se me hizo raro que estuviera desordenado, y cuando le pregunté al rey, me dijo que estaba así porque el mismo día que se dio cuenta que su hija no estaba, ordenó que no tocaran nada y que lo que dejaran tal y como estaba, lo cual ayudó bastante de cierta forma. Lo primero que llamó mi atención fue la cama, ya que, tenía gran cantidad de almohadas y al retirarlas todas, observé un pañuelo color amarillento con las iniciales M.L bordadas; y apenas lo vi me di cuenta de que tenía un olor particular, por lo cual, lo llevé de inmediato a mi laboratorio. El mesero estaba muy sorprendido por lo que había escuchado, ya que, no sabia la historia completa. Por lo cual preguntó con mucha curiosidad, ¿Qué era lo que tenía el pañuelo y a quien le pertenecía? De ese punto te hablaré ahora – dijo Dave. Pues veras, al llegar a mi laboratorio le realicé algunos análisis, y después de haberlos hecho, descubrí que la sustancia del pañuelo era nada más y nada menos que Carlamina, un medicamento que se usa como anestesia en procedimientos médicos, por lo cual, llegué a la conclusión de que la princesa había sido adormecida en el momento del secuestro. Y por las iniciales encontradas en el pañuelo; esa fue la parte más difícil, porque en el reino había miles de personas que tenían las iniciales M.L, sin embargo, nada me iba a impedir resolver el caso. La mañana siguiente, me encargué de recorrer el reino de esquina a esquina, preguntando a cada casa si es que conocían a alguien con las iniciales M.L, y con esa información pude hacer una lista con más de 20 sospechosos. Pero el que más me llamaba la atención era Masón Law, que era un recién llegado de otro reino, que no tenía la documentación legal para vivir en Zendú; y eso era lo que más me atraía, el porque los guardias no lo habían deportado. Para ese momento Dave ya había terminado su bebida, pero el mesero se veía tan atraído

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y curioso con la historia que decidió quedarse, terminar de contársela y de pasada pedir un vaso más. Y bueno, ya que tenía un sospechoso en la mira, fui donde el rey para pedirle ayuda en la ubicación de este – dijo Dave. Pero cuando llegué, mi sorpresa fue muy grande, ya que, estaba el conde Florián con su esposa hablando con el rey, y honestamente no es que ellos sean muy unidos. Entonces espere unos minutos para decirle lo que había descifrado en privado. Cuando le dije, el rey no esperó ni un segundo y mandó a todos sus guardias a la búsqueda de Masón Law. Sin embargo, para el final del día no hubo buenos resultados, ya que, nadie había encontrado a Masón, y pregunté ¿buscaron también fuera del reino? O ¿solo se limitaron a buscar por las calles más cercanas? A lo que los guardias agacharon sus cabezas y fue cuando le dije al rey que yo mismo iría a buscar a ese tal Masón Law. Al día siguiente, no busqué en la ciudad porque era obvio que él no estaría ahí, ya que, sería muy fácil encontrarlo. Así que me adentré en el bosque de Varsovia, un lugar abandonado pero enorme que, normalmente es habitado por personas de muy bajo nivel económico. Fueron días largos días de búsqueda, pero no pensaba rendirme; cuando ya en mi quinto día de búsqueda encontré una casa o mas bien una cabaña. Al tocar la puerta salió un hombre alto, de un nivel social medio o alto con una cara de fastidio y nerviosismo. Lo cual me hizo pensar bastante, ya que, no era común ver a este tipo de personas vivir en estos lugares; y por consiguiente dije, buenos días, estoy buscando al señor Masón Law, ¿usted lo conoce? No sé de quién me habla - me respondió, pero se veía muy nervioso desde que escuchó ese nombre, así que fue ahí donde dije; Hola señor Masón, usted queda detenido por el secuestro de la princesa Adara así que tendrá que decirme dónde está y luego me acompañará a dar la cara frente al rey. A lo que Masón con suplicas dijo; no señor, por favor, se lo ruego; lo hice porque me dieron una orden, yo nunca quise hacerlo. Y ¿quién dio la orden? – pregunté. Mason dijo que me ayudaría con esa información

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y con más detalles si es que no le iba a hacer daño. Por lo cual acepté el trato y me senté solo escuchar al secuestrador. Masón me dijo que la orden fue hecha por el conde Florián, y que por el trabajo que hizo le iba a pagar una buena cantidad de dinero que el realmente necesitaba y que era por eso por lo que él; efectuó el secuestro. Y ahí fue cuando uní las ideas, ya que, si tú te das cuenta en la línea de sucesión después de la princesa Adara, se encuentra el conde, por lo cual, si es que la princesa ya no estaba, el conde iba a pasar a la corona. Entonces no perdí más tiempo, saqué a la princesa de la habitación donde la tenía Masón y con ambos me dirigí al palacio de Argollas para advertir al rey de lo que estaba pasando. Cuando llegamos, le conté todo lo que había pasado al rey y quien era el verdadero culpable, él simplemente no podía creer que tenía en su cara a las personas que querían que su hija desapareciera, por lo cual, ordenó que encarcelaran al conde, su esposa y a Masón, que, aunque ayudó con la investigación, seguía siendo culpable. Y así, querido amigo, fue como se cerró el caso del secuestro de la princesa, nadie esperaba que el conde fuera el culpable del acontecimiento, pero aquí nos podemos dar cuenta que no hay confiar en un cien porciento en la gente que tenemos a nuestro alrededor, porque nunca vamos a terminar de conocerlas. Ha sido un gusto conversar contigo esta noche, vuelvo pronto. Y así es como Dave Jackson se iba retirando del bar tranquilamente, hasta que llegó a la puerta y le hacen llegar una carta que decía; “Cuídate Jackson, que te estamos observando; cuídate, que en cualquier momento puede pasar lo inesperado”.

FIN

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El caso nazi Roel Mas Alexa En una mañana de invierno, ocurrió lo que todos los pueblerinos temían; en el transcurso de una fría tarde alrededor de 1971, el pueblo Alemán llamado “Hallomburgo” ubicado a tres horas de Berlín, se dio con la noticia de que en la plaza había ocurrido el primer asesinato dentro de la historia del pueblo; para entender la preocupación de los pueblerinos, hay que remarcar que ellos son unas personas sobrevivientes del nazismo, por lo que, decidieron migrar hacia un lugar lejano en Alemania, eran judíos pero a la vez creían en las hadas y las estrellas, eso los hacia especiales; una de sus principales normas, era que estaba prohibido el uso de cualquier arma y todo tipo de violencia sería penada con al menos 40 años de cárcel. Sabiendo esto, Anton, una persona robusta de carácter firme y fuerte, más conocido como el jefe de la policía de Hallomburgo, me avisó a mí, Alfons, que debería atender de inmediato un caso, diciéndome: - “Alfons, es hora de que pongas a prueba tus habilidades y tus grandes dotes para la deducción y el razonamiento en este caso...”, dijo con una voz nerviosa-Como usted lo ordene- dije. Tengo que admitir que estaba asustado, pero como autoridad debía mantenerme sereno y tranquilo para no seguir alarmando. Por muy bueno que era observando y analizando cada pequeño detalle, sentía que no era suficiente para poder resolver un caso de tal importancia. 30 minutos después llegue a la escena del crimen, no podía creer lo que veía. Una señora de aproximadamente 65 años que, había sido apuñalada con un cuchillo de cocina en el cuello, pero lo más impresionante no era eso; sino que el corte representaba el símbolo nazi.

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El jefe y yo, nos quedamos sin palabras, la incertidumbre de pensar que todo lo que sufrimos, volvería a pasar. Como acto seguido de manera inmediata llevamos el cuerpo al laboratorio para que los pueblerinos no se alarmen más de lo que ya estaban. Había llegado mi momento para descubrir que pasó; sin llegar a muchos detalles, el corte habría sido realizado por una persona con experiencia, todos los patrones indicaban que la persona era zurda y firmemente tenia un rechazo hacia los judíos, por lo que era seguidor del líder nazi. Sin embargo, no tenía ningún dato en cuanto a su aspecto físico. Al cabo de una semana, el jefe se me acerca y dice: - “Tenemos otro”Supuse a lo que se refería y me trasladé hacia el lugar del crimen, al llegar volví a ver el mismo patrón. Señor de potencialmente unos 75 años, también con un corte en la carotidea, con el mismo símbolo. Sin embargo, lo que lo diferenciaba, era que tenía hematomas en los nudillos, por lo que cuando el asesino intento apuñalarlo, el señor se defendió. El golpe se dirigió hacia la zona toráxica y la muñeca en donde tenía el arma generándole así una lesión, pero aun así no había ningún rastro de su apariencia física. Horas después; Anton me pregunta. –¿Cuáles son los datos del caso? - dijo con una voz firme y angustiada. Yo avergonzado por no tener suficiente información le respondo- “El reporte que obtuve, fue, ambos casos incluyen apuñaladas en la parte carotidea del cuello, el arma es un cuchillo de cocina, el asesino es zurdo, y utiliza el signo nazi para distinguirse por lo que llamé a este caso “El caso Nazi”, por otro parte, no tenemos ninguna descripción física aún.” Con la cabeza agachada me retire, y justo en el perfecto tiempo, una señora llamada Adelaida, se me acerca y me dice -Tengo información sobre el caso, yo fui testigo de la muerte de Armin, el era mi vecino

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y tenia unos 75 años; pasadas las 7 de la noche, estaba dando un pequeño paseo mientras me comunicaba con las estrellas, y vi a una persona alta, de pelo claro y con un bigote peculiar acercase a Armin, me aleje porque no vi ninguna señal que indicara peligro, si tan solo supiera que el era el asesino de mi adorado vecino”- comento con voz cortante. “Muchísimas gracias por su información.” Dije. Una vez escuchado el testimonio de Adelaida, se lo comente al jefe y decidimos publicarlo en el diario, para poder encontrarlo. Pasaron los días, y cada vez obteníamos menos información; hasta que Adelaida se acerco de nuevo y exclamo. “- ¡Lo tengo!, encontré al asesino; es el señor Birmingan, es alto, tiene bigote, es ermitaño, reservado y tiene una pinta escalofriante; y cree en más allá de las estrellas. -“ El jefe, marcho con otro grupo de policías a arrestar al señor que tanto miedo habría causado a los pueblerinos; una vez arrestado lo sentenciaron a cumplir una pena de muerte. El día 8 de septiembre de 1971, el señor Birmingan le dijo adiós a este mundo. Todos los pueblerinos se sintieron super contentos de que Hallomburgo ya estaba libre de peligro. Como agradecimiento hicieron la oración de la tarde, el Minjá, y por la noche con una oración de agradecimiento, les alabaron a las estrellas. Sin embargo, el 12 de septiembre, un grito entumecido, despierta a todo Hallomburgo; lamentablemente otra víctima del “Caso nazi” había aparecido… Se me caía la cara de vergüenza, no pude aguantar con el hecho de que había defraudado a un pueblo entero. Alisté mis maletas y me dirigí a la estación ubicada en el valle; caminando para llegar a la entrada del tren, volteo hacia la entrada de mi pueblo, para despedirle de él. Llegando, el señor que revisa los boletos antes de entrar al tren me alcanzó una hoja para

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rellenar mis datos, y me hace una simple, pero a la misma vez, compleja pregunta: - ¿Por qué tiene una lesión en su muñeca izquierda?...

FIN

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Las crónicas de un paseo en las Tinieblas Francesca Brunella Giraldo Cruz -Ha sufrido tres hemorragias internas por los balzos que ha recibido – dijo el médico cirujano -Y ¿Qué es lo que haremos ahora, doctor? – Preguntó la enfermera. -Por ahora no hay nada por hacer. Debemos esperar a que el paciente reaccione bien al tratamiento – Contestó de forma fría el doctor. -Bip, Bip, Bip, Bip… – Sonaba el electrocardiograma, pero los soplos cardíacos empezaron a acelerarse. El paciente estaba en coma y no despertaba. Centro de Lima, Perú. Diez horas antes, 3:00pm, 2015 Dante Mejía Lombardi, un hombre italo-español y un estafador metalizado, se dirigió hacia su empresa, analizando todo el dinero obtenido. Mejía era un empresario “Exitoso”, aunque todos sus ingresos eran producto de sus falacias y mentiras. Poco después de que el empresario haya ingresado… Un cliente molesto le exigió que le devolvieran su dinero porque estaba siendo usado para malas inversiones y que ya se había gastado una millonaria fracción de su cuenta bancaria. El cliente le dio un fuerte golpe al escritorio y con un fuerte y áspero, pero atemorizándote gruñido, se fue. Dante no dijo nada y se mantuvo con un gesto que expresaba desinterés y falta de importancia. Pasó un rato de lo sucedido, el empresario había salido de su compañía, con un terno “elegante” y viendo la hora, se dirigía a la plaza de armas. De pronto, recibió una

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llamada misteriosa, de un número desconocido, claramente Dante iba a colgar, sin embargo, cuando puso los ojos en el teléfono, a luz de gas y con una vista sin fallas, débil y distraído vio a un hombre que lo estaba apuntando con una pistola. Tenía un aspecto muy conocido para Dante. Él tardó unos segundos en reconocer al hombre. Mejía entrecerró sus ojos y se dio cuenta que era el mismo cliente que había entrado a su empresa exigiendo un reembolso. -¿Se-señor Ra-Ramos? – Preguntó un poco asustado y tartamudo. -Las

mentiras

una

voz

tienen vengativa,

patas impura,

cortas pero

Dijo a

el la

cliente vez

con

perversa.

Dante corrió lo más rápido que pudo. De pronto, sonidos de balazos atemorizaron a todo Centro De Lima. Se podía ver como las palomas de la plaza entera salieron volando en un perfecto desorden. Lo último que el empresario pudo ver fue al Sr. Ramos tirando la pistola al suelo y posteriormente, huyendo. Después de eso, todo se tornó gris para la víctima. La oscuridad se apoderaba de todo el mundo de Mejía. Dante despertó y lo primero que vio fue Centro De Lima; pero con un aspecto apagado jamás visto. Se levantó, dio unos pasos lentos y suaves, con la mente llena de incertidumbre, caminó hacia la catedral confundido, listo para sentarse en una de las escaleras y – Ah, ¡Qué es ese olor tan repugnante! – pensó en silencio de forma crítica. Un hombre con la ropa llena de agujeros y tierra y con el cabello repleto de motas se desplazaba muy cerca con una bolsa que olía fuerte y este inhalaba terokal. El empresario con mirada insólita, se paró y bajó rápidamente las escaleras. -Pero ¿Qué mundo es este? – Susurró mientras caminaba sin rumbo alguno, de pronto vio pasar a 4 niños robando, luego, delincuencia, drogas incluso prostitución. Dante estaba tan atónito que tapó sus ojos para ya no seguir viendo. Pero… cuando sacó sus manos, se encontraba en Barrios Altos, sitio adecuado para ver más a detalle la

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realidad humana, pero el escenario más perturbador para el empresario. Pasó un rato, Dante seguía viendo estos casos fuertes, pero ciertos. De pronto se escucharon 3 balazos y luego a alguien que gritó “Han disparado a una persona con 3 balas”. Mejía abrió los ojos del susto pensando cosas como ¿Por qué dispararían a alguien? Luego, el empresario sintió que pisó algo, por lo que, él bajó la mirada y lo que vio hiso que Dante suelte un pequeño grito de miedo extremo. Se vio a sí mismo tirado en plena pista con 3 balas en el cuerpo, supuestamente, muerto. El empresario retrocedió lentamente y luego empezó a correr, La oscuridad se apoderaba de ese mundo poco a poco, Mejía se alteró y busco un lugar de donde pueda salir y lo único que vio era una luz blanca que se alejaba cada vez que Dante se acercaba. En dicha persecución, él se tropezó y empezó a arrepentirse en voz alta, y cuando todo parecía el fin, se escuchó a lo lejos la frase: “Está despertando”. Todo fue un sueño “misterioso”, producto de la mente de Dante. El empresario mostró euforia al despertar, pidiendo perdón a toda la clínica. Pasaron los días, Dante fue llevado a la justicia para ser investigado; pero ese sueño cambió su vida por completo… Ese sueño es el recuerdo más famoso que tengo, un sueño que cambió mi actitud en todos los sentidos, un recuerdo que mis nietas adoran escuchar. Por lo que, me senté en mi silla roja, cogí un lápiz y unos papeles, decidí plasmar ese misterioso suceso en el que viajé y vi la realidad humana. Tarde un poco en descubrir la forma de empezar a escribir mi libro, pero la hallé… Lo iba a contar tal y como lo viví y decidí empezar por “-Ha sufrido tres hemorragias internas por los balzos que ha recibido – dijo el médico cirujano”

FIN. 16

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La familia divida por la tecnología Sofía Biro Hoy había amanecido nublado, a diferencia de los otros días, en los que el sol asomaba por ratos para iluminar un poco los rostros de las personas. A pesar de ser primavera, no se sentía la diferencia con el invierno, y parecía que iba a lloviznar, por lo que decidí movilizarme en bus a mi siguiente objetivo: La Estación de Tren, Línea Nacional; que lleva y trae gente de todos los rincones del país. Había apuntado en mi agenda de trabajo, que observar a distintas personas que llegaban o viajaban a nuestra pequeña ciudad, desde otros puntos del país, me ayudaría a conocer y entender diversas culturas con lo que accedería a una información tan rica sobre las distintas costumbres, pensamientos y acciones que posee mi querido país. Cuando empecé a ejercer la profesión (sociología), mi jefe me recomendó trabajar en la capital, pero a mí me parecía que todos siempre se centraban por la ciudad “principal” —ya que piensan que lo demás son solo “pueblitos”—, para observar el comportamiento de esa gente y poder dar a conocer que igual son importantes en nuestro país y que pueden aportar un montón. Se preguntarán por qué decidí estudiar sociología, y bueno pues, por una simple y lógica razón: desde pequeña me gustaba observar con atención a las personas, sus costumbres y acciones del día a día, para conocerlas mayor, ya que yo era muy tímida para entablar conversaciones y de esa manera establecer lazos afectivos con alguien. Es por ello, que observaba y deducía las características de cualquier persona, como forma de hacer una nueva amistad. Conforme iba creciendo, me iba dando cuenta, de que el observar a la sociedad era muy importante para poder comprender sus acciones y mejorar sus condiciones de vida y bienestar. En fin, me estoy yendo por las ramas. Como estamos a mitad de las vacaciones escolares de primavera, muchas familias han viajado a otros lugares del país, donde el clima es

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más agradable, para disfrutar unos cuantos días de sol. Eso explicaba la poca gente en las calles, o si me equivoco, la otra posible razón era que la gente tenía flojera de salir de sus casas en un día lúgubre. En el bus iba parada, aunque había otros veinte asientos libres, porque usualmente me movilizo en bici (me encanta cuidar al medio ambiente) y quería gastar energía. Durante el trayecto no había mucho que ver, casi todos miraban sus celulares; excepto una chica, un poco gorda, que había salido a correr, imagino para ponerse en forma. Me gustó muchos su fuerza de voluntad, espero que también haya cambiado su dieta, reemplazando los carbohidratos por grasas saludables, vitaminas, minerales y proteínas. Llegué a la estación a las 9:26 a.m. y me senté en un banco donde podía observar gran parte del lugar, con vista a los andenes, pasajeros y viajeros, pero la cafetería se encontraba a mi espalda. Sin embargo, había solo media docena de personas esperando su tren. Pasaron muchas cosas, mientras los trenes llegaban y se iban, subía y bajaba gente de diversas culturas y me hubiera encantado relatar los hechos completos, pero hubo una persona en particular que me atrajo demasiado. Era un señor, entre los 60 y 70 años, sin maleta para viajar, por lo que deduje que estaba esperando a alguien, aunque ese alguien se estaba atrasando considerablemente, porque el señor había llegado antes que yo y a los 5 minutos se comenzó a impacientar, mirando su reloj de vez en cuando. Me sorprendió mucho que no empezara a caminar de un lado a otro, mostrando su impaciencia; ni siquiera para ir al baño o tomar agua. Pasó más de una hora, hasta que, el anuncio por megafonía de la llegada de un tren desde el oeste del país hizo al hombre saltar de su banco y dijiste anden 4, donde un tren BZ3 estaba llegando. No bajaron muchas personas: Había una pareja con un gato, una mujer con ropa de color es muy chillones, un hombre con traje (estas personas, por lo general, no son negociantes o economistas, solo tratas de aparentar más de lo que son, en realidad se sienten muy inseguros), y una mamá con una hija mayor (de unos 14 años) y un hijo menor (de unos 11 años), con celular y tablet respectivamente. La madre guiaba a los chicos por la estación, para que no tropiecen y se hagan daño por estar pegados a los aparatos. Al parecer son familiares del señor mayor, que, por cierto, está en muy buena

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forma, porque se les acercó corriendo y abrazó a la mamá; ella es obviamente de su hija. Luego, se dirigió a los nietos, pero creo que no se enteraban de lo que pasaba a su alrededor, y siguieron concentrados en los aparatos. La madre les llamó la atención para que reaccionen y saluden a su abuelo, llegué a escuchar un “Hola.” Bajito y seco, sin beso ni abrazo, con una mirada a los ojos rápida. Sin haberme dado cuenta, me había ido acercando hasta poder escuchar casi todo lo que decían. La mamá se disculpó por haber llegado casi dos horas tarde. Luego miró a sus hijos mencionando que la chica se había tardado “años” en ducharse y que el niño se había olvidado su equipaje en el taxi. Después de buscarlo media hora y encontrarlo, ya habían perdido el tren, así que tuvieron que esperar otros 40 minutos para subir al siguiente tren que se dirigía a nuestra ciudad. En el camino, el chico vomitó (esta parte no la escuché muy bien) por comer demasiado de algo. La hija se quejó de que tenía hambre y el abuelo les ofreció unos sándwiches con (tampoco escuche bien) algo, sacando como por arte de magia una bolsa de papel. La chica dijo que la receta secreta del abuelo ya no era secreta porque tenía un sabor intenso a apio y rabanito. Su hermano puso la excusa de que como le había ido mal durante el viaje preferiría algo más ligero como una hamburguesa. La madre estaba avergonzada e indignada de la cara que tenían sus hijos para decir algo así a su abuelo. Él estaba algo dolido y se guardó la bolsa en la chaqueta, sin generar algún bulto que demuestre su presencia. Además, repuso que sus nietos ya no se divertían con sus trucos de magia y que antes se terminaban los sándwiches en 10 segundos. Los hermanos habían vuelto a pegar la cara en sus dispositivos y parecían indiferentes a la situación. Para romper el silencio incómodo, la mamá sugirió comer en la cafetería de la estación y comenzaron a dirigirse hacia allí; yo les seguí. Acá es cuando empieza el desastre: A la hija se le cae su maleta y maldice porque se le partieron un par de uñas. Su hermano, al parecer vuelve a sentir náuseas, y vomita sobre los zapatos de la chica (yo vi que lo hizo a propósito, para sacarla de quicio) provocando los gritos de esta. Le reclamó que de su dinero iba a comprarse nuevos zapatos y, en un intento de agarrarlo, se resbala con el charco pestilente que tenía a sus pies; pero para no perder el equilibrio, coge la oreja de su abuelo y tira fuertemente de ella. Como si el

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mismo anciano fuera un bastón, recupera el equilibrio, sin embargo, él sí se cae, para colmo, dentro de uno de los rieles de tren. La mamá corre a auxiliarlo y le grita a su hija que llame a una ambulancia porque era grave. Rápidamente, ella llama e inicia la conversación más absurda del mundo, aparte de explicar donde se encontraba. Dijo que se le habían partido las uñas y que le habían vomitado sobre sus zapatos casi nuevos, pidiendo una recomposición y desincrustación respectivamente. Allí no me aguanté más, le quité el celular y describí la verdadera situación. Alguien me comentó de un golpe en la cabeza, pero estaba tan agitada que no me fijé quien era. Llegó la ambulancia y los médicos dijeron que por suerte no era tan grave, pero que debía estar internado en el hospital unos cuantos días. La madre de esa familia tan singular me agradeció muchísimo y luego se dirigió a los irresponsables de sus hijos advirtiendo que ya lo hablarían seriamente en casa. Tengo una larga reflexión sobre esto, pero estoy tan agotada que lo haré mañana.

FIN

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Una gota de sangre en la lluvia Ricardo Fernández Calle En una gótica y fría calle de Uppsala, Suecia, una ciudad que cada vez se tornaba a un infierno oscuro para un joven que solo sacaba gritos de dolor y desesperación por ser un marginado, al recibir puño tras puño en su barriga vacía, mientras que en lo más profundo de su pálido rostro se alimentaba el pensamiento de estar viviendo el peor siglo, en el año de 1702, ya que, desde que nació se sumió en la mala suerte, debido a que fue nombrado David por su madre y al saber su padre que se iba a llamar así, mandó a tres asesinos para que la maten, porque no quería que alguien se entere de lo sucedido. En cuanto al bebe, lo dejaron entre las heces de los caballos y expuesto al frio, sin embargo, su padre solo llega a recibirlo por pena al verlo; aunque para terminar usándolo a través del abuso, al mandarlo a trabajar a la ciudad – dijo el padre – “Si no me traes ni una moneda, me demostrarás que ni para obedecer a tu padre sirves“. Con estas palabras David ya ni tenía conocimiento de sus sentimientos, cuestionándose: ¿Debería amar a mi padre? ¿Es él un buen hombre que se merece mi respeto?, pero, aun así, permanecía en pleno silencio, mientras que él se torturaba guardándose sus sentimientos. Al despertar se encontraba con mucha sangre en el rostro, pero este era el único color que se apreciaba por lo vació que estaba, pero de repente, se sorprende al escuchar unos susurros, quese convierte en una voz diciéndole – “El triste y acabado David, te he podido estar observando desde hace mucho tiempo, como eras rechazado, pero puedes contar conmigo como tu inseparable amigo llamado Divad, seguramente no me reconoces, pero siempre he estado contigo, por lo que me veo en la posición de aconsejarte” – se inicia una conversación entre ellos: David: ¿Por qué debería escucharte? Divad: Y tú ¿has tenido a alguien que quiera escucharte? ... ¡NO!, así que me dejaré

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de rodeos y te daré una simple solución, si tu estas viviendo un infierno, has que todos prueben de él. David: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso estás loco? Divad: Tú lo estás, aparte deja de cuestionarte, porque en el fondo sabes bien la respuesta, lo que no tienes, es la seguridad o valor de tomar tus propias decisiones. David: Ya déjame en paz. Así como apareció, desapareció al mismo tiempo, dejando a David en la soledad y en su triste realidad; pero al probar lo que es poder ser escuchado, siente la ansiedad de estar con alguien, por lo que se dirige al río Fyris, donde a su orilla encuentra a niños jugando, pero sus padres al verlo, proceden a alejarse del lugar, al igual que algunas personas que pasaban por el lugar. A consecuencia de lo ocurrido, él entró al borde de la desesperación, la cual se veía expresada en su rostro al sacar una lágrima, tan seca que desapareció antes de caer al suelo, sin embargo, el resentimiento lo estaba consumiendo, por lo que decidió suicidarse, antes de ser consumido por completo, por ende, se paró frente a la orilla para darle fin a su sufrimiento, aunque repentinamente escucha de nuevo la voz de Divad – diciéndole – “David, David y David mírate…estás tan acabado que nisiquiera tomas conciencia de tus opciones antes de tomar un acto tan insensato, sin embargo, los dos sabemos que si quieres algo, debes enfrentarlo, por lo que tú ya sabes lo que debes hacer para darle una solución a tu sufrimiento”. En ese momento sus mentes y voces se volvieron uno – diciendo - ¡Comencemos!; esa misma tarde del 16 de mayo de 1702, todo el cielo se tornó tan blanco, que parecía que las nubes habían cubierto por completo a Uppsala, aunque cada vez se tornaba un poco gris, hasta convertirse en un fuerte humo proveniente de un árbol, que estaba encendido que estaba prendiendo fuego a su alrededor, además se veía como si el fuego fuera como un mono, pasando de rama en rama, por cada árbol, para llegar a la ciudad,

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debido a que este incendio nació del desolado David, para mostrarles a las personas del pueblo su infierno interior, haciendo que vean y sufran lo que él vive a diario. Los edificios eran de madera, por lo que a los pocos segundos se convirtieron en miserables cenizas y aunque algunos edificios fueron construidos con la base de rocas, cayeron derrumbados, los pobladores no pudieron rescatar muchas de sus pertenencias, ya que se encontraban distraídos en su propia arrogancia e ignorancia. David al apreciar su bella ciudad en llamas y que el incendio la consumía, se refugió en la catedral de Uppsala, para decirle a Dios: “Oh, señor tú qué sabes bien de mis actos, apóyame en el castigode las personas que me han menos preciado y tu prémiame por mis actos de generosidad con el mundo, al quitar la mugre de tu creación, acompañándome en mi nueva ciudad fundida en las cenizas de quienes no te escuchan, y solo escuchan sus deseos”. Divad estaba seguro que no le podía suceder nada, ya que se encontraba en el templo de Cristo y este supuestamente iba a santificar sus actos, cuando realmente él había caído en pleno pecado, por lo que pensaba que Dios lo había abandonado al ver tal acto tan inhumano, dejándolo a consecuencia de sus actos. Por lo que una cruz colgante de la catedral cae directamente al pecho de Divad incrustándosele, mientras que su alrededor, todo era consumido por las llamas. Esté al ver que no le quedaba muchos momentos de vida, mira hacia la imagen de un Cristo crucificado en el que había salpicado algunas gotas de su propia sangre – le pregunta - ¿Por qué me has abandonado cuando he tomado justicia?, Dios le respondió diciéndole “La justicia es algo que se maneja a mí voluntad, la cual se debe respetar y tú no has hecho que paguen por sus pecados, si no por los tuyos, lo que ha sucedido es consecuencia de tus actos, mi justicia igual llegará a las personas que te han despreciado, pero será porque yo lo determino”. Las grises nubes empezaron a llorar, mientras que en los escombros de la catedral un hombre veía como la lluvia no dejaba rastro de lo que había hecho, de la misma manera

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desapareció la sangre y al llegar un fuerte viento, se llevó las cenizas. Durante ese tiempo solo se empezaba a desprender un recuerdo que él mismo se negó a recordar, ya que en una tarde, tras los insultos que le daban diariamente, debido a que tenia que robar dinero para llevárselo a su padre y no reciba el castigo habitual, sin embargo al llegar a su casa él fue recibido con aún más insultos, además de que le recalcaba la idea de que no servía para nada, aunque le había traído el dinero, el cual solo utilizaba para satisfacerse, por lo que Divad decidió agarrar un cuchillo y penetrárselo en el cuello, no obstante, lo observaron, por lo que no le quedo otra opción que escapar, aun cuando él tenía complicaciones respiratorias, por ende es acorralado en un callejón para recibir su merecida consecuencia, pero está venia en dicho momento representada como el aviso de Cristo, para que no tome justicia por sus propias manos, en cambio él decidió seguir por ese camino, hasta llevarlo al momento de su muerte y saber que nunca será recordado.

FIN.

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Cuentos (V sec.) La verdad que escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial. Virginia Woolf 25 25


De camino a Jesús María Esteban Thais -Otra luz roja - ya es la tercera vez que me la como en la avenida- dijo con voz quejumbrosa Jaime. Era un lunes con tráfico en la Victoria, y Jaime con sus cuarenta y siete años tenía que soportar a todos los carros, los ruidos de los ambulantes y los gritos de los conductores. - ¿Falta mucho? - preguntó el hombre en el asiento trasero-. -Amigo no me apure por favor, le estoy cobrando poco, así que lo último que necesito es que me empiece a apurar- exclamó fastidiado Jaime-. Los carros finalmente empezaron a moverse y Jaime pudo doblar a la derecha. -Ya llegamos, son quince soles- ¡¿Quince soles?! ¡Usted me dijo doce! -Con todo lo que molesta y el tráfico, son quince hermano- respondió Jaime-. -…Está bien, tome, pero no se quiera pasar de listo - contestó el pasajero al mismo tiempo que se marchaba. – Jaime siguió su trayecto hasta una bodega para comprarse algo que beber. Al llegar dudaba bastante si comprar agua o una cerveza; las posibilidades de que algún oficial esté por la zona eran bajísimas, lo cual animaba en algo al indeciso taxista. Entrando en su carro se dio cuenta que a ese paso no iba a recaudar lo mínimo de un día. Agarró su teléfono y trató de llamar a su mujer para comunicárselo pero ella no contestaba. -Seguro seguirá enfadada conmigo- pensó Jaime-. Es un día difícil, pensó; había tráfico, la gente no tenía mucho dinero para pagar un taxi

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en esas circunstancias y la zona no era la ideal. Jaime encendió la radio para escuchar un poco de música, en lo que recordó que ese día daban los resultados de las elecciones por la alcaldía y sintonizó las noticias locales. En lo que esperaba a que el semáforo cambiará lentamente a ese verde tan ansiado, un hombre llegó agitado y corriendo a su vehículo. - ¡Por favor, una carrerita lo más rápido posible hasta Jesús María, le pago lo que sea! exclamó el hombre mientras recuperaba el aliento-. - ¿Jesús María? - respondió Jaime. – Con este tráfico no llegaremos nunca amigo, lo siento. - ¡Le pago cien soles, pero por favor acepte tengo mucha prisa! - insiste el desesperado hombre mientras sacaba de su bolsillo el dinero-. - ¡¿Cómo?! ¿Acaba de decir cien soles, o estoy escuchando mal? - se preguntó Jaime mientras asombrado veía el billete -. -Por favor amigo, hablo muy enserio- dijo el sudado hombre-. -Está bien, súbase - dijo Jaime accediendo a la tentadora oferta-. Mientras avanzaban a través de los muchos semáforos, Jaime subió el volumen de la radio para escuchar los resultados electorales. En la parte de atrás el hombre seguía inquieto, incluso parecía que le costaba parpadear. Jaime decidió no preguntar, pensó que el hombre tendría sus motivos y no quería meter sus narices en donde no le tocaba. - “Interrumpimos el anuncio de los resultados para dar una noticia de último minuto”dijo el locutor de la estación de radio-. “Un hombre asaltó una heladería local, robó más de mil soles y asesinó con un arma de fuego al propietario, quien mostró resistencia al robo según los testigos”. - Que terrible noticia- exclamó Jaime-. Es una locura lo que hacen los criminales de hoy por dinero.

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“Los testigos afirman que el delincuente escapó rápidamente a pie de la escena del crimen tras guardar el dinero en su bolsillo. Lo perdieron en la intersección de las calles más cercanas. Según las descripciones el hombre era blanco, llevaba una chaqueta negra y pantalones jeans”- Se escuchó decir en la radio -. Algo captó la atención de Jaime, y fue el hecho que el delincuente guardó el botín en su bolsillo. Teniendo tantas opciones como haber llevado una bolsa o cualquier cosa donde colocarlo, decidió guardarlo en su bolsillo. Cuando Jaime se detuvo por una luz amarilla, el conductor que se encontraba detrás de él le tocó descaradamente el claxon, esto provocó que el fastidiado taxista mirara por el retrovisor para ubicar al tipo y de alguna forma cuando avanzaran pudiese ponerlo en su lugar. El supuesto tipo resultó ser una mujer mayor, por lo que Jaime se relajó, pero en ese momento Jaime miro la apariencia de su pasajero y pensó un poco… casi le da un infarto al darse cuenta de que el hombre llevaba una chaqueta negra y jeans, la misma descripción del delincuente de la radio. La respiración de Jaime se aceleró un poco. En su cabeza trataba de negar sus pensamientos instintivos, pero su temor era cada vez mayor, por lo que no se resistió y decidió preguntar: -Disculpe, ¿a qué se debe su agitación? - Oh, es que vine corriendo en busca de un taxi, de lo contrario llego tarde a mi entrevista de trabajo- respondió el pasajero. - ¿Y de dónde viene corriendo? - preguntó nervioso Jaime-. -De un restaurante que vende unos sándwiches increíbles. Estos sirven muy bien como desayuno improvisado- contestó el pasajero. En ese momento Jaime se tranquilizó un poco y decidió seguir avanzando. Ya se encontraban a la mitad de el recorrido, en ese momento Jaime se perdió en sus pensamientos de nuevo y se puso en la situación que más temía: posiblemente su pasajero era un ladrón y un asesino prófugo con un arma de fuego escondida en alguna parte.

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Jaime se detuvo a pensar en donde se podría ocultar un arma de fuego a simple vista con unas prendas como esas. Los bolsillos lo harían muy notorio y en la ropa interior sería también visible. En ese momento, pensó en la única alternativa posible, los bolsillos internos de la chaqueta, por lo que decidió echar otro vistazo al pasajero y se percató de un detalle que le puso la piel de gallina; el hombre llevaba una gran mancha roja en la parte baja de la chaqueta. -Amigo, ¿cómo se hizo la macha en la chaqueta? - preguntó con mucho miedo Jaime-. - Hombre, es una mancha de kétchup del sándwich- respondió algo fastidiado el pasajero-. Jaime se puso inquieto, trataba de avanzar, pero no podía evitar mirar con notable temor al pasajero, hasta que cruzaron miradas y este lo miró fría y fijamente -Oiga, ¿le ocurre algo? - preguntó molesto-. No deja de mirarme como si le debiera algo y ya me está cansando. Jaime empezó a sudar, tenía el corazón increíblemente agitado y en su cabeza consideraba incluso bajarse del auto. - Perdona amigo, es que lo noto muy sudoroso y agitado, y eso llama mi atención-. -Bueno no es mi problema que usted piense eso, me está molestando bastante y le agradecería que deje de hacerlo y se apresure en llegar a Jesús María o me meteré en problemas- respondió aún más fastidiado y serio el pasajero. Jaime estaba aterrorizado, la actitud del pasajero había cambiado repentinamente y llegó a ver algo negro y rectangular en el bolsillo de la chaqueta cuando el hombre se movió. Jaime ya no tenía dudas, bastaba un paso en falso y su vida correría peligro. Ya casi llegaban a Jesús María, los resultados electorales ya habían pasado, pero Jaime no había escuchado absolutamente nada, su cerebro estaba enfocado en sobrevivir. Así que tomó un desvío que lo conduciría a la comisaría más cercana, en la cual tendría que actuar sin ningún error, de lo contrario sería el último error que cometería en su vida. Ya estaban

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cerca de la comisaría cuando el pasajero se acercó a Jaime y le dijo: -Escucha, infeliz. Ya me estás cansando. Te estás desviando de tu camino y más te vale que regreses a la ruta-. Jaime respondió: -Es un atajo, se lo digo en serio. -No quiero tomar tus atajos- respondió el pasajero-. Quiero la ruta normal. ¿Crees que no conozco estas calles? Esto no lleva a Jesús María, es un desvió a la comisaría y a las tiendas de electrodomésticos. Vuelve a la ruta, perro miserable, no quieras chocar conmigo.

Jaime estuvo a punto de desmayarse, porque no había oficiales de policía cerca y el hombre parecía a punto de estallar. Cuando pudo ver la comisaría al frente aceleró. Era el momento definitivo, todo o nada. El pasajero se cayó para atrás, pero a Jaime no le importaba nada. Cuando iban a llegar al cruce, le tocó un semáforo en rojo, por lo que los autos de la avenida que los separaba de la comisaría empezaron a avanzar. Era todo, era el final, ya no podría llegar a tiempo a la comisaría. Jaime se giró para mirar al pasajero e inútilmente tratar de tranquilizarlo, pensando que sería la última vez que voltearía a ver a un ser humano. En ese determinante momento se escuchó al locutor de la radio decir las siguientes palabras:

- “Noticias de último minuto, los vecinos locales lograron encontrar al delincuente anteriormente mencionado y tras llamar a la policía el hombre ha sido capturado”

Jaime se quedó congelado mental y físicamente, pensando, asimilando y recapitulando

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todo lo que había pasado. - ¡¿Qué rayos te pasa maldito psicópata?!- dijo el pasajero mientras se bajaba del taxi-. ¡No te voy a pagar ni un céntimo maldito loco! En ese momento al pasajero se le cayó el libro negro que llevaba en la chaqueta, lo recogió y se fue. Jaime se estacionó, se reclinó y abrió su cerveza para tratar de olvidar todo lo que le había ocurrido.

FIN

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Del colegio a tu casa Mateo Vergara Son las 4 de la tarde y como todos los viernes estoy esperando para acompañarla al paradero. Alicia siempre quiere que la espere en la esquina opuesta a la salida del colegio. A veces pienso que es porque se avergüenza de que la vean conmigo, después de todo solo soy un chico de 4to año; flacucho, no tan agraciado y que no sabe combinar la ropa. Veo pasar a compañeros de su salón, me doy cuenta porque llevan la casaca de la promoción. Siempre me gustó como le quedaba a ella, aunque no le gusta ponérsela tan seguido, creo que es porque la hace ver ordinaria, como del montón y a ella siempre le ha fascinado destacarse del resto. Entre todo el ruido de las movilidades y los niños de primaria correteando a la salida, no logro concentrarme. Me quedo mirando al vacío, cuando de pronto, una voz hace todo desaparecer y es ella. El tiempo se torna más lento, el ruido de la ciudad y el tráfico desaparecen, solo estamos ella y yo. Me sigue mirando con sus ojos color café y su cabello brillante y alborotado, que ella insiste en no amarrarse. Siento un nudo en el estómago y no puedo dejar de sonreír. Ella seguro no entiende porque estoy tan feliz de verla, pero yo sí lo sé. Este día me propongo decirle que es la chica de mis sueños y que quiero ser el de los suyos. Empezamos a caminar en silencio, me empiezan a sudar las manos. Hago un movimiento torpe para agarrar su mochila, casi se la arrancho de las manos y ella se asusta un poco pero digo que lo siento, aunque ella no dice nada. Recuerdo la primera vez que me pidió que la acompañe a la salida del colegio, fue hace casi dos años. Comenzó como un juego, creo que le quería dar celos a uno de sus muchos pretendientes. Al inicio no sabía qué responderle. Me preguntó si vivía por San Juan porque alguna vez se encontró conmigo en el mismo paradero. Yo le dije que vivía por el puente Benavides, así que ella decidió que podía ser su acompañante frecuente desde el colegio al paradero. Lo dijo

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frente a todos, yo solo asentí con la cabeza y ellos me miraban como si yo realmente supiera en lo que me estaba metiendo. Estamos parados en el paradero. Seguimos en silencio, aunque no debería extrañarme, porque casi nunca hablamos. Estoy pensando en el momento perfecto para decirle lo que siento, también me doy cuenta de lo poco que la conozco. Tal vez, me he enamorado de una ilusión, puede ser simplemente una atracción física, pero realmente siento una conexión con ella. No sé explicarlo bien, pero es como si todas las señales me dijeran que le debo confesar mi amor. El asunto es que no tengo la más remota idea de cómo hacerlo, ni por dónde empezar. Solo sé que debo hacerlo antes de que tome el próximo micro que la lleve a su casa y lejos de mí. En ese momento, escucho los gritos de los cobradores, anunciando su destino, así que me doy cuenta de que el tiempo se me ha agotado. No he podido decirle nada, puede que no haya sido el momento adecuado, así que voy pensando que pasará otra semana para probar mi valor y declararle finalmente mi amor. Sin embargo, cuando estaba esperando su gesto de despedida a lo lejos, ella me toma de la mano. Yo me quedo extrañado mientras me pide que me suba con ella. Casi sin pensarlo, le digo que sí y me subo corriendo, tropezando con los demás pasajeros que intentan treparse amontonándose uno tras otros. Me imagino que es una nueva oportunidad, puedo decirle todo lo que siento desde este paradero al siguiente en el que me toque bajar. Logramos encontrar un sitio al fondo del micro. Algunos chicos nos miran y no pueden creer que una chica como Alicia ande con un chico como yo. Así que me hago el galán y trato de protegerla, ponerme entre ellos y ella, para que sepa que siempre estaré dispuesto a protegerla. Mientras avanzamos, sigo pensando en mi cabeza con qué palabras podría decirle todo esto que tengo guardado desde hace tanto tiempo. Ya faltan unas cuantas cuadras para bajarme, es ahora o nunca, sigo buscando las palabras perfectas, pero todas se tropiezan unas con otras. La miro y cuando finalmente encuentro algo de valor, ella me interrumpe y me pregunta si la puedo acompañar hasta el paradero dónde ella se baja. Dudo un poco, no le respondo aún, nunca he ido hasta ese paradero, no lo conozco,

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es una zona desconocida para mí. Finalmente, acepto porque así tendré más tiempo para seguir pensando y darle forma a lo que quiero decirle. Ha pasado casi media hora. Sigo pensando en silencio, ella mira por la ventana y no me ha soltado la mano en ningún momento. Estoy algo distraído, casi soñando despierto, pero empiezo a observar por las ventanas del micro como el ambiente urbano va cambiando; hemos dejado atrás los elegantes edificios multifamiliares, los parques verdes y cuidados por casas a medio construir, calles polvorientas y mototaxis por doquier. Creo que empiezo a sentir algo de miedo, ella se debe de haber dado cuenta, porque le he apretado la mano con más fuerza, me mira y sonríe, con eso me tranquilizo. Ahora empiezo a darme cuenta de lo distintos que somos, pienso cómo una chica como ella puede vivir en un barrio como este, no me lo hubiera imaginado jamás. Ella me avisa que hemos llegado al paradero y que debemos bajarnos. Esquivamos unos autos para llegar a la vereda porque nos han dejado en medio de la pista. Llegamos algo agitados y seguimos sin soltarnos la mano. De pronto, ella me suelta, respira profundamente y me mira. Se forma un silencio extraño, pero con todo el ruido del tráfico pasa desapercibido. Creo que este silencio significa que ha llegado el momento de despedirnos, así que me imagino que debo decirle esto que no sé bien qué es, pero que tiene que salir como sea. No sé si logre escucharme, así que estoy dispuesto a gritarlo. Ella se me acerca al oído y me pide si la puedo acompañar a su casa. Asiento tímidamente porque por dentro pienso ingenuamente que tengo más tiempo. Caminamos unas cuantas cuadras, casi pareciera que no nos conocemos porque ahora estamos distanciados por centímetros, extraño que nos tomáramos de las manos como hace unos instantes. Nos adentramos mucho más en su barrio, nos cruzamos con personas que la saludan muy familiarmente; la señora de la bodega, el vigilante de la cuadra, todos son muy amables conmigo, aunque no me conozcan. No sé por qué, pero llegando a media cuadra me detengo y dejo que ella avance un par de pasos delante mío. La observo y pienso que ha debido tener sus razones para querer

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que la acompañe hasta aquí, tal vez hoy se sentía distinta a todas las demás veces, tal vez hoy ella se sentía vulnerable y ha dejado que la conozca un poco más. Esta ruta lejana es su forma de dejarme conocerla más, este silencioso camino hasta su barrio es la oportunidad de dejarme entrar en su intimidad. Creo que no existe momento más perfecto para decirle finalmente lo que siento. Cierro los ojos para dejar salir las palabras que tanto tiempo he estado pensando. Gracias por llegar hasta aquí, nunca nadie lo había hecho – me interrumpe ella, mientras con un suave movimiento sacas sus llaves y abre la puerta de su casa – siempre tuve miedo de que me juzguen, pero tú eres diferente al resto. Eso me gusta de ti. Yo le alcanzo su mochila, me mira y me quedo en silencio, no me sale nada de la boca, ella me sonríe antes de cerrar la puerta. Me quedo ahí parado un rato, pensando en lo que acaba de suceder, en lo que acaba de decirme. Respiro profundamente antes de darme media vuelta y regresar a casa. Lo pienso nuevamente, me armo de valor. Toco el timbre.

FIN

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El cobrador Castillo Cossio Otra mañana gris en Lima. Otra avenida reventando con autos, motos, taxis, buses, ¿y qué no? Otra combi que va repleta, oliendo a gente y desesperación. Mateo creyó que ese día iba a ser el día en el que en serio lo dejaría todo atrás. Era su quinto día tomando transporte público para ir a la universidad. Tal vez su mal ánimo se debía a la mala noche de sueño que tuvo, la ausencia de su café matutino, o el hecho de que la burbuja de chico mimado de La Planicie en la que había vivido desde que nació se estaba reventando. En realidad, es mucho decir, sólo estaba tomando una combi para llegar a su prestigiosa universidad privada, verse con sus amigos “pitucos” y ser exactamente la misma persona de siempre. Mateo es muy dramático. Casi se puso a llorar el primer día. Estaba enrabiado porque sus papás le habían prohibido utilizar su auto hasta que mejorara sus calificaciones. Definitivamente se equivocó al elegir la carrera de contabilidad. Le iba muy, pero muy mal en clases, aunque tampoco es que se esforzara. El primer día tomando una combi casi se pone a llorar porque uno de los cobradores lo trató mal por pagar con un billete de cincuenta soles. Para su bendita suerte, el otro de los dos cobradores se apiadó de él y alzó la voz, preguntando si alguien tenía cambio. Una señora pequeña tenía algunos billetes y el cobrador hizo el cambio no sin antes advertir a Mateo que tenía que traer sencillo si no quería que lo bajen a patadas a mitad del camino. El cobrador no se veía mucho mayor que él, probablemente se llevaban dos o tres años, y le causó curiosidad saber por qué estaría en esa situación. Pura y genuina curiosidad. Y es que, además, el joven era un personaje intrigante. No tenía un semblante dulce como el resto de las personas amables. Él era fuerte e intimidante, pero aun así había tenido un acto de atención y cortesía, porque perfectamente podría haberse puesto del lado del

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otro cobrador y haberlo echado. Esta situación le generaba un no sé qué. Volvió a verlo el segundo, el tercer, y el cuarto día, pero en el quinto ya no estaba. Aun así, ni siquiera lo tenía presente; primero, porque no le importaba lo suficiente y, segundo, porque quería llorar, por estar tomando una combi para ir a la universidad. Bajo, muy bajo querer llorar por eso. Todavía más bajo era llorar de verdad, así que Mateo fue el más bajo de los bajos en ese momento. - ¡Paradero, baja! No era su paradero. Se subieron y bajaron algunas personas. Él fijó su mirada en el piso mientras se resondraba mentalmente por ser un niño engreído. Alguien se paró a su lado. - ¿Qué pasó, colorado? ¿De nuevo no tienes pasaje? Mateo abrió bien los ojos. Se limpió las lágrimas de las mejillas con poca decencia y miró hacia arriba. Era el cobrador amable. Probablemente recién subía. - No, no es eso -enunció, sacando una moneda de cinco soles de su bolsillo. - Ah, qué bueno que aprendiste. ¿Entonces qué pasa? ¿Te dejó la chica? ¿Jalaste un parcial? Para el universitario, no tenía sentido que el chico demostrara tanto interés en él. No le iba a responder que se sentía abrumado por ir en una combi, él mismo estaba más que consciente de lo ridículo del caso. Sólo negó con la cabeza. - Ya… Seguro no aguantas más ir en micro. Mateo se sorprendió lo suficiente como para olvidar manejar su expresión, así que terminó con la cara pintada color culpable. Se mantuvo en silencio así que el cobrador habló de nuevo. - Entiendo, en realidad para cualquiera es exhaustivo, es todo un tema, pero hombre, no te pongas a llorar por eso.

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- Ya, perdón -finalmente respondió-. Todo esto es nuevo para mí, no me gusta. - Que a nadie le gusta ir en combi, eh. Mira, y no es por echártelo en cara, pero yo me levanto todos los días a las cuatro de la mañana, les hago el desayuno a mis hermanos, ayudo a mi mamá a abrir su tiendita, salgo de Villa El Salvador y me voy hasta el paradero de La Molina para subirme y trabajar todo el día. Si se me hace tarde, tengo que ver cómo llegar hasta este paradero para poder trabajar. Si tú te puedes poner a llorar, ¿eso dónde me deja? ¿Qué hago? ¿Salto en frente del micro? Mateo se rio, el cobrador sonrió. - Creo que si me lo estabas echando en cara. - Bueno, un poco. Eso te ganas por ser un pituquito engreído. Lo dijo con gracia, procurando que sea obvio que estaba bromeando. A Mateo le cayó bien la broma. - ¿Cómo te llamas? - Luis. - ¿No me vas a preguntar cómo me llamo yo? - No. Prefiero decirte colorado, o pituco llorón en su defecto. Luis volvió a sonreír. - Me llamo Mateo. Luis negó con la cabeza, resoplando. Miró alrededor, calculando cuánto tiempo le quedaba antes de que tuviera que empezar a cobrar. - Bueno Mateo, ¿qué hace un chico como tú tomando una combi que odia? - Mis papás me quitaron el auto, tengo que levantar mis notas -cuando dijo eso, cayó en

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cuenta de que hace un buen rato había dejado de llorar-. El cobrador parpadeó dos veces. Era como si le hubieran pegado una bofetada de privilegio. Resopló. - Levanta tus notas, entonces. Mira, no pretendo conocer tu vida o decirte qué hacer, pero a mí me suena como que estás desaprovechando mucho. Te tocó una buena vida, y si tu mayor problema es que no puedes usar el auto porque te está yendo mal… No sé qué decirte. Haz las cosas bien, no seas una carga para los demás. Le sentó amarga esa cucharada de realidad. - No… Yo quiero hacer eso, pero definitivamente me equivoqué de carrera, y yo… - Pues cámbiate de carrera. O estudia. Aplícate. Haz lo que tengas que hacer. Y tenía razón. Mateo sabía que tenía razón. Hasta ahora nadie le había dicho las cosas así de claras, y teniendo en cuenta el contexto, las palabras tenían un peso más grande. Nadie dijo nada por un rato. - ¿Está bien? -cuestionó Luis-. - Está bien. - Listo. No quiero verte aquí en agosto. - Dalo por hecho. Y Mateo decidió que quería cumplir. Todos los días, de ida o de regreso, Mateo y Luis se veían en la combi. Habían días buenos y días malos, pero sea como fuera, estaban uno al lado del otro. Mateo le contaba a Luis sobre sus amigos, Luis le contaba a Mateo sobre su familia. Cuando el universitario se ahogaba en sus vasos de agua privilegiada, el cobrador le ponía los pies en la tierra y le recordaba lo mal que podría estarla pasando. Se complementaban de una forma muy bizarra y poco comprensible.

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Mateo aprendió a la fuerza que la carrera de contabilidad no estaba tan mal, sólo tenía que poner de su parte. Estudió, se aplicó, se esforzó. Luis incluso lo ayudó a estudiar, resultaba tener una mente bastante brillante. Después de varias semanas en las que Mateo aprendió que tenía que apreciar lo que tenía y cómo la vida le había ofrecido las cosas, y en las que Luis aprendió un poco sobre cómo permitirse ser un llorón de vez en cuando, cuando valía la pena, acabó el semestre. En agosto, Luis volvió a ver a Mateo en la combi. Después de todo, después de que Mateo se aplicara y se esforzara y cambiara, seguía ahí. Se sentó a su lado con un semblante preocupado, le colocó una mano en el hombro. - Pensé que te devolverían el auto. ¿Qué pasó? ¿No te fue bien en todo? ¿No fue suficiente? ¿Qué dijeron tus papás? - Me lo devolvieron. - ¿Entonces? - No sé. Es más interesante ir así. Además, ¿en qué otro momento se supone que hable contigo? Luis lo miró con una expresión de incredulidad. - Pituco llorón. - Iba a extrañar tus insultos. Luis sonrió, esta vez también rio. Mateo lo miró, y no logró explicarse cómo era posible que haya existido un tiempo en el que había llorado por estar ahí. Tendría que encontrar una forma de agradecerle a ese cobrador. Algún día.

FIN

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Una noche como las de siempre Muñoz Giraldo Luana Una joven que trabaja en la prostitución se ve obligada a callar y ocultar que el alcalde de su distrito la frecuentaba, todo ello para protegerse y proteger a sus hijos; de ser víctimas de ese alcalde abusador. Era una noche fría, como las de siempre, me estaba alistando para salir, y pidiéndole a Dios que hoy día regrese a mi casa con algo de dinero. Me despedí de mis hijos, y rápidamente salí porque ya estaba tarde; me encontraba en las calles de la Victoria llegando al punto donde siempre estaban mis compañeras y yo listas para empezar a trabajar. Detrás de un puente era donde nos parábamos a esperar que los carros vengan; cuando se paró el primer carro le dije lo que siempre decía todas las noches cuando un carro se acercaba a mí, pero esta vez fue distinto porque no era cualquier carro ni cualquier persona… me parecía conocida su cara y algo en mí me decía que desde ese momento las cosas cambiarían aún más en mi vida. El señor aceptó el precio que le di, la verdad que no cobraba tan caro; me subí al auto y en mi cabeza le pedía a Dios que regresará viva a mi casa después de esa noche. Llegamos al hotel, bajé y él entró al hotel mirando siempre a los costados, como asegurándose que nadie lo esté viendo. Subimos al cuarto, cumplí con mi trabajo de hacerle compañía, pero aun sentía que había algo raro en ese señor; durante todo el tiempo que habíamos estado juntos; no cruzamos ni una palabra más que en la parte de la despedida… -La pasé muy bien contigo, toma ahí esta lo que te debía- me dijo el señor, yo recibí el dinero y antes que me bajara me dijo -Oye y ¿cuál es tu nombre? – yo no sabía si decirle mi verdadero nombre o inventarme uno, al final le dije la verdad - “Me llamo Ruby”- luego me bajé del carro y solo se despidió diciendo – Un gusto Ruby, pasaré más

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seguido por acá y espero volverte a ver- luego se fue y yo seguí esperando más carros para seguir con mi trabajo. Días después, lo volví a encontrar, volvimos al mismo hotel y cuando acabamos, me dejó en la calle donde siempre esperaba los carros para trabajar. No solo fueron dos días, si no se volvió una rutina, todos los lunes, miércoles, viernes y sábados, venía a pedirme el servicio de hacerle compañía. Para mí no era nada raro, pues también tenía clientes que eran frecuentes algunos días. Pasaron meses, hasta que un día prendo mi televisor y observo al señor, era un canal de noticas y al pie salía “Juan Víctor Flores, Alcalde de la Victoria” en ese momento entendí todo, pero no fue lo más sorprendente el enterarme que ese señor tan prestigioso e importante me pagaba para hacerle compañía, lo más sorprendente fue ver como estaba haciendo una conferencia de prensa indicando su indignación por el trabajo de la prostitución y que rechazaba rotundamente que las mujeres “vendan sus cuerpos solo por dinero”. Desde ese momento, sabía que el estar dándole mis servicios implicaría mucho riesgo, si alguien se llegará a enterar, más ahora que declaró públicamente que estaba en contra del trabajo de la prostitución. Como era de costumbre, fui a mi trabajo, sin saber que aquella noche cambiaría mi destino por completo. Vi al señor alcalde, y me subí a su carro, llegamos al hotel, pero está vez había personas siguiéndonos, a lo que él decide cambiar de lugar e irse a otro. -Me están siguiendo, no podemos estar acá, debemos irnos- me decía con voz preocupada. - Algo malo está pasando- le pregunté - Soy Juan Víctor Flores, alcalde de la Victoria, me están haciendo un seguimiento porque saben que estoy metido en algo ilegal- me respondió mientras empezaba a acelerar más la velocidad del carro. -Como que algo ilegal, ¡por favor bajé la velocidad y cálmese! - le dije asustada porque temía por mi vida. Pasado unos minutos, comenzó a ponerse agresivo conmigo, me comenzó a echar la

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culpa de que él estuviera en estos líos. -Eres una simple mujer que provoca a los hombres solo para conseguir dinero- me dijo con una voz furiosa. La verdad no me enojé pues, era algo que a lo largo de mi vida muchas personas ya me lo habían dicho. Estaba acostumbrada a que los hombres, las personas, me trataran como un objeto que no valía nada, que me trataran como todo menos como una persona y todo porque trabajaba siendo una prostituta y es que ninguno de ellos sabe por lo que una pasa al trabajar en ese oficio, que todos los días tengas que satisfacer las necesidades sexuales de un hombre para que luego te llenen de insultos y solo te traten como un objeto al que usan y luego tiran como cualquier cosa. Tampoco era la primera vez que me tocaba un hombre así de agresivo, en otras ocasiones hasta fui víctima de maltrato por uno de mis clientes, pero no podía denunciar porque luego me iban a echar la culpa a mí porque trabajo como prostituta. El señor, al ver que yo no le respondía porque preferí quedarme callada para evitar problemas, paró el carro y recurrió a la acción física, veía como disfrutaba haciéndome daño, como su cara era de satisfacción al ver que estaba sufriendo. Él tuvo que parar porque se escuchaban las bocinas a lo lejos, ya estaban llegando, cuando volvió a arrancar el carro, la policía ya había llegado, me obliga a salir del carro, me coge de la mano y comienza a jalarme para que huya con él, pero yo sabía que mi vida ya estaba en riesgo y no podía irme con él después de lo que viví en ese carro. Me amenazó y me dijo que, si no iba con él, se metería con mis hijos y eso sí que no lo iba a permitir. Corrimos lo más rápido que se podía, pero no fue suficiente. La policía solo gritaba “Deténganse o me obligarán a usar el arma”. No nos detuvimos, y fue ahí donde sentí que algo entró en mí; sabía que ya no había vuelta atrás y tirada en el piso, me di cuenta de que este infierno había terminado para mí.

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Lo que marca el reloj Poemape Sanchez Rodrigo El reloj marcaba las 11:57 pm. No sabía a ciencia cierta si eran realmente las 11:57, ese reloj a veces se atrasaba o adelantaba. A Leo siempre le gustó la noche. Siempre prefería hacer las cosas cuando el sol se ocultaba y la luna resplandecía junto con las estrellas en el cielo. No era algo frecuente, la gran contaminación no permitía ver el cielo la mayor parte del año, pero esa noche, esa noche en particular, el cielo estaba despejado, y la luna brillaba intensamente. Leo ya se había decidido. Se iba a quitar la vida esa noche. Estaba sentado en la silla de su cuarto, con 2 cartas previamente escritas y un paquete de pastillas. La única iluminación entraba por la ventana, gracias a la luna. Las cartas, de solo una cara, eran cortas, pero, aun así, una era más larga que la otra. Sabía que su esposa y su hijo se merecían una explicación. Dudó hacerle una a sus padres, pero no hablaba con ellos hace 23 años, y sabía que ellos no querían saber nada de él. Lo dejaron bien en claro ese día, en el que lo botaron de la casa. “¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? no sé cómo harás, pero en esta casa no entras. me das vergüenza, es un hombre, y asume la responsabilidad, pero no nos obligues a nosotros a hacerlo también.” Dicen que cuando una pareja se entera que tendrán un hijo es el día más feliz de sus vidas. Para Leo y Mariana, fue el peor. Llevaban tan solo 7 meses de enamorados cuando les tocó lidiar con tal situación. Los padres de Leo eran de cierta manera complicados. Eran muy estrictos y conservadores. Lo único que le importaba de su hijo eran sus notas, que siempre fueron buenas. Cualquier necesidad externa a lo académico, era innecesaria. No recordaba bien cómo, pero Leo sabía que solo 1 vez pudo convencer a sus padres de algo: dejarlo estar en el taller de música de su colegio. “Si tu promedio baja 1 solo punto, olvídate del taller”. Aun así, con esa condición, Leo logró mantenerse en el taller toda la secundaria. Le gustaba mucho la música. La música era su escape de todo. Siempre supo que su pasión, su vocación en este mundo era crear música. Transmitir esa libertad

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que sentía al tocarlo. Quería ser un artista. Con esto y sus buenas notas, al terminar el colegio, planeaba ingresar a la exclusiva y exigente universidad Católica, para la carrera de Música. No le había contado esto a sus padres, ya que sabía que se opondrían, pero no le importaba. Estaba seguro de que hallaría una manera, y no podía esperar para terminar el colegio y encontrarla. Leo en toda su vida se había dado cuenta de algo muy importante, y es que no todo sale como uno lo planifica. Al enterarse del embarazo de Mariana, todos sus planes cambiaron. Con tan solo 18 años y recién graduados del colegio, ambos tuvieron que hacer de todo para traer a la vida a un niño. Los padres de Mariana, “generosamente”, dejaron que Leo viva con ellos. La decisión de quedarse con él bebe era la única disponible. Querían evitar tenerlo, pero no era legal, aparte de que los papás de Mariana eran muy religiosos para permitir que su hija se deshaga del bebe. Eran tan religiosos que les hicieron casarse, por civil y religioso. No fue una ceremonia deslumbrante, apenas había invitados, y fue en la cochera de la casa. A los 19 años, Leo ya estaba casado. Eventualmente, tuvo que conseguir varios trabajos a lo largo de su vida. A veces incluso al mismo tiempo. Fue mesero, personal de limpieza, cobrador, cajero, taxista y mecánico. Ganaba lo justo, y casi todo iba destinado a su hijo. Sabía que mantener a un niño era complicado, pero no se imaginaba que lo sería tanto. Leo conocía muy bien lo que era la falta de cariño y amor. Sus padres nunca se la dieron, y no se dejaría cometer ese error con su hijo. Mariana y Leo trabajaron arduamente para darle una educación medianamente buena, y lo alentaron para que fuera un excelente estudiante. Eventualmente, los padres de Mariana fallecieron, y ella heredó la casa. Leo tuvo que seguir trabajando de mecánico en un taller. Era uno de los mejores trabajadores, pero cada año su paga iba disminuyendo. Su hijo finalmente terminó el colegio, con notas sobresalientes y cartas de reconocimiento. Era tan bueno, que le fue ofrecida una beca en una universidad en Europa, con todo pagado. Una vez allá, siguió estudiando hasta conseguir un trabajo y así finalmente independizarse. Leo se paró de la silla, agarró el paquete de pastillas y fue a acostarse sobre su cama.

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Al echarse, escuchó el ruido de los malgastados resortes de la cama. Ya se había acostumbrado a tal ruido. Eran las 12:39 am. Había pasado mucho tiempo, a su parecer. No era la primera vez que sentía eso. Fue hace tan solo 2 meses que se dio cuenta lo rápido que había cambiado todo. Fue como si hubiera perdido la noción del tiempo. No recordaba la última vez de muchas cosas, no recordaba lo que era ir al cine, salir con amigos, jugar una pichanga o salir de fiesta. No recordaba la última vez que sintió algo. Esa tarde que llegó a su casa solo para encontrar a su esposa teniendo una aventura con otro hombre, lo que le causó más sorpresa fue lo que sintió al presenciar eso: absolutamente nada. Ni siquiera estaba molesto, simplemente le fue indiferente. Leo no recordaba, cuándo fue la última vez que se abrazaron o besaron. Mariana era su esposa legalmente, pero en realidad, era solo la madre de su hijo. Y estaba seguro de que Mariana lo veía a él de la misma manera. Cuando pidió el divorcio, él aceptó. Sin embargo, pronto se dieron cuenta que un proceso judicial como un divorcio no era un gasto que podían permitirse. Su vida después de eso siguió transcurriendo con normalidad. Mariana a veces regresaba a casa después de días, pero a ninguno de los dos le importaba eso. Leo siguió con su rutina diaria, monótona e igual que siempre, hasta que un día, pasando por la calle escuchó a lo lejos, la melodía de un clarinete. Leo fue acercándose al tumulto de gente, cautivada por el sonido. Era un joven, de tan solo 20 años, tocando con mucha pasión el instrumento, con un gorro en el piso, lleno de monedas. Al regresar a su casa, pensó en sí mismo. Toda su vida se había imaginado una idea de lo que sería cuando fuera mayor. Pero la realidad era otra. No sabe cómo no se dio cuenta antes, pero llegó a la conclusión más triste de su vida: no era feliz. Con 43 años de vida, no recordaba cuándo había sido la última vez que lo fue. Sin darse cuenta, estaba viviendo en la casa de su esposa, que no sentía nada por él, y que lo único que tenían en común era su hijo, a miles de kilómetros lejos de él, en Europa, viviendo lo que él nunca pudo. Esa era su única familia, dado a que sus padres lo detestaban. Trabajaba en un taller de carros, un trabajo que odiaba. Sus días eran iguales: Levantarse, ir a trabajar, regresar y dormir. Eso todos los días, para ganar una miseria que alcanzaba exacto para poder vivir. Leo se dio cuenta

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que odiaba su vida, y que ya era muy tarde para hacer algo. Así pues, cansado de esto, escribió 2 cartas a su única familia y decidió que ya no tenía sentido seguir viviendo, y que solo podía suicidarse. Llegó a pensar que quizás no era tan tarde para hacer lo que siempre quiso, para estudiar música. Pero con tantas deudas, sin el apoyo de nadie y con la edad que tenía, no le quedaba ganas de intentarlo. No tenía energía, ni la estabilidad mental para lidiar con todo al mismo tiempo. Ni se animaba a intentarlo. Se rindió, se derrumbó en sí mismo y decidió acabar con todo. Sabía que la muerte por sobredosis no era rápida, pero era, en su opinión la mejor. A su hijo, en la breve carta que le escribió, solo le pidió que no desaproveche y disfrute cada día, porque muchos matarían por estar en su posición. A Mariana, solo le agradeció por el apoyo con su hijo. Miró por última vez el reloj, 3:28 am. Se preguntó dónde estaría Mariana, que no la ve desde hace varios días. Se tomó todas las pastillas de una, y siguió tirado en su cama, esperando lentamente morir. Era una noche hermosa. Lentamente empezó a sentir que los párpados se le cerraban, la boca se le secaba, y la barriga se removía. Por primera vez, tomó una decisión. Era triste que la única vez que él había hecho algo por el mismo, sea esto. Vio su vida pasar en sus últimos minutos, con la diferencia que no era su vida, si no la vida que él hubiera querido. Se veía a sí mismo estudiando música, siendo un gran compositor, viajando por el mundo, conociendo gente, disfrutando y estando junto a una mujer que realmente lo ame. En ese instante sentía mucha envidia por su hijo, pero se quedó tranquilo. Puede que Leo nunca haya tenido nada de lo que él quiso en su vida, pero por lo menos se lo dio a alguien. Leo sentía poco a poco como se desmayaba, lentamente. Eran los últimos momentos de su vida. En esos instantes, Leo se sentía arrepentido. No estaba arrepentido por quitarse la vida, si no por no haberla vivido. Por no haber intentado, por no haber luchado, por haber dejado que las circunstancias de su vida hayan tomado un rumbo diferente y que no haya hecho nada por tratar de cambiarlo. Leo estaba muriendo. Vio el cielo una última vez.

FIN 47

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Cómic “El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo”. Gustavo Adolfo Bécquer 48 48


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