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El hombre en busca de la libertad
TALI BROITMAN
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Les Misérables (obra musical)
A
QUELLA TARDE del 27 de julio de 1794, el hombre que representaba la lucha por la libertad en Francia estaba siendo guillotinado sin juicio previo y sin derecho a réplica. Estaba siendo ejecutado con la misma máquina asesina que él había utilizado para convertir la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad, en una época que hoy reconocemos como “El Terror”. Así moría Maximilien Robespierre, uno de los principales líderes de la Revolución Francesa. ¿Su delito? Convertir la libertad en esclavitud.
Pero a ver, ¿cómo?... ¿No se contraponen estas dos palabras? Sí… y sí. A lo largo de la historia, hemos visto revoluciones, guerras y luchas para lograr lo que todos añoramos: ser libres. Sin embargo, en múltiples ocasiones, esa misma libertad termina esclavizándonos, pues nos somete a una lucha implacable contra todo y todos hasta conseguirla. En el caso de Robespierre, su cruzada por la libertad tuvo un costo de 50,000 muertos y ciudades enteras guillotinadas. Fue un régimen de total intolerancia a otras ideas. Y sí, todo en nombre de la libertad. La lucha por la libertad es un proceso constante. Pero cuando la vemos como un fin, nos encaminamos en una carrera interminable, como el perro que persigue su propia cola dando círculos, sin logar alcanzarla jamás. Y es que, ¿se puede realmente alcanzar “la libertad”? ¿Podemos ser libres a la vez que vivimos en sociedad? ¿Hay algún periodo de la historia en que una civilización haya logrado la tan anhelada libertad? ¿O será que “alcanzar la libertad” es un mito?
La lucha por la libertad es un proceso constante. Pero cuando la vemos como un fin, nos encaminamos en una carrera interminable, como el perro que persigue su propia cola dando círculos, sin logar alcanzarla jamás. Y es que, ¿se puede realmente alcanzar “la libertad”? ¿Podemos ser libres a la vez que vivimos en sociedad?
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ara entender este tema, conviene primero explicar a qué nos referimos con libertad. No existe un solo significado de “libertad”, una sola noción que sea igual para todos y para todos los tiempos y lugares. La libertad no es igual para ti que para mí. La libertad es un concepto creado, un constructo que ha cambiado de significado con el tiempo. Los griegos fueron el primer pueblo del que tenemos noticia, que se cuestionó acerca de lo que implica ser libre. Incluso formularon un sistema político que favorecía a los ciudadanos libres, es decir, a todo aquél que no era esclavo. La libertad griega se manifestaba a través del derecho de participar en la vida política y de pertenecer a una comunidad, pero también en el derecho a tener personas esclavizadas al servicio de uno. Así es que, una de las primeras civilizaciones que buscó la libertad, basó su economía y su subsistencia en la existencia de muchos seres humanos no libres.
Por cierto, esta libertad también excluía a las mujeres, quienes debían permanecer en casa. En la Grecia antigua, las mujeres no participaban en la vida política.
Además, incluso los hombres “libres” sabían que su libertad estaba condicionada a su pertenencia a una ciudad y al cumplimiento de sus leyes. Pero y más aún, la libertad estaba supeditada al destino; según los griegos, las acciones de los seres humanos estaban predestinadas por los designios de los dioses. os romanos, por su parte, también basaron su sociedad en la esclavitud, y libre era aquél que no estaba sometido a la obligación legal de servir a un dueño. La ciudadanía romana era solo para personas libres, y esa libertad podía perderse en un instante por alguna mala decisión, o tras convertirse en prisionero de guerra. Para el año 476 EC, el Imperio Romano estaba ya disuelto, y lo que en su tiempo había sido una unidad política y cultural, se había convertido en una serie de reinos dispersos y distintos. Sin embargo, la cultura greco-latina permanecería como la base del pensamiento occidental. Esto aunado al poder político e ideológico de una religión que había nacido en el seno del Imperio Romano, una religión que, con el tiempo (sobre todo en la Edad Media), llegaría a ser el pegamento que unificaría el pensamiento europeo: el cristianismo.
La libertad griega se manifestaba a través del derecho de participar en la vida política y de pertenecer a una comunidad, pero también en el derecho a tener personas esclavizadas al servicio de uno. Así es que, una de las primeras civilizaciones que buscó la libertad, basó su economía y su subsistencia en la existencia de muchos seres humanos no libres.
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n la Edad Media (al menos en Occidente), el ser humano se encontraba nuevamente esclavizado, ésta vez a través del pensamiento y el servicio a Dios. Durante los diez siglos que duró el Medievo, la vida estaba dedicada a la muerte, es decir, a lograr que el alma, una vez separada del cuerpo, llegara al Cielo y no sufriera en el Infierno. En pocas palabras, las nuevas cadenas del ser humano estaban forjadas con el miedo. Es cierto que no todos lo sintieron igual; como es de esperarse, la situación social y económica permitió ciertas libertades a los ricos y a los poderosos. Pero en términos generales, la vida estaba determinada por el deber ser religioso, por el rey, por el clero, y por la costumbre. Hay un momento particularmente sobresaliente en la historia de la Edad Media, y se da con la aparición de un texto que muchos consideran el primer paso hacia la idea moderna de libertad. Me refiero a la Carta Magna, promulgada por el rey de Inglaterra en 1215. Este documento enumera las libertades concedidas “a los hombres libres de Inglaterra” (¿qué raro que la libertad sea para los libres no?), es decir, no a todos. Y aunque la libertad que estipula la Carta Magna es únicamente de tipo político, el documento se vuelve el antecedente de otros manifiestos que vendrían después. No es casualidad que fue nuevamente en Inglaterra, pero cuatro siglos después, donde se redactó la Carta de Derechos (o Bill of Rights) de 1689. Este texto otorga la capacidad de elecciones libres para los miembros del Parlamento inglés. Sin embargo, estos (y otros) documentos se refieren únicamente a los derechos políticos, y no necesariamente a la libertad de pensamiento. Es decir, otorgan libertades colectivas pero no individuales. Fue en el Renacimiento cuando la libertad intelectual se planteó como un problema, cuando la Reforma Protesendrían que pasar algunos años más para que John Locke, Thomas Hobbes y otros filósofos de la Ilustración, plantearan nuevas interrogantes -pero también soluciones- con respecto a la libertad.
Cada uno de estos intelectuales pensaba diferente, pero todos coincidían en algo: somos libres, pero para vivir en sociedad tenemos que sacrificar un poco de esa libertad. Esto incluye las responsabilidades y obligaciones de vivir gobernados y cumplir las leyes. Sin embargo, y aquí está la novedad, los pensadores de la Ilustración decían que somos libres de escoger a dicho gobierno y dichas leyes a través de representación política. Y algo
tante cuestionó los dogmas de la Iglesia Católica. Pero si bien el luteranismo, el calvinismo y el anglicanismo rompieron con el Papa, tampoco permitieron la libertad de creencia. De hecho, la vida en las sociedades protestantes estaba aun fuertemente limitada por el puritanismo y por el miedo a la ira divina.
THOMAS HOBBES JOHN LOCKE
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La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, promulgada en 1776... reconoce que los individuos tienen derechos civiles inalienables (es decir, únicamente por el hecho de ser individuos), sin importar su condición.
más importante aun: que somos y debemos ser libres para creer e incluso para buscar lo que nos haga felices. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, promulgada en 1776, combinó estos temas de libertad individual con la noción de libertad nacional y la necesidad de crear un país independiente. Bajo este nuevo paradigma, se reconoce que los individuos tienen derechos civiles inalienables (es decir, únicamente por el hecho de ser individuos), sin importar su condición. Eso sí, siempre y cuando no fueras mujer o esclavo. Posteriormente, en Estados Unidos se dieron más luchas para liberar a estos (y otros) grupos marginados: la abolición de la esclavitud (en 1865), el movimiento por los derechos civiles (en los años 60 del siglo XX), y las campañas por el sufragio femenino, entre otras. Pero la lucha por la libertad aun no ha concluido, ni siquiera en un país como los Estados Unidos. Estas ambivalencias hicieron que las guerras “por la libertad” continuaran, cada vez más sangrientas y brutales. Cada bando defendía “su propia libertad” en oposición a quienes percibía como los “opresores” o “usurpadores”. Josef Stalin aseguró defender la libertad soviética de los terribles capitalistas. Adolf Hitler justificó su expansión territorial y su genocidio bajo el principio del Lebensraum (la libertad de su “Espacio Vital”). Fidel Castro le prometió al pueblo cubano libertad de las garras del imperialismo. Lo cierto es que ninguno de los grandes villanos de la humanidad ha prometido esclavitud y dependencia, eso seguro. En la antigüedad (y desgraciadamente también en los lugares donde aun existe la esclavitud moderna), la libertad estuvo ligada a capacidades físicas del ser humano: decidir hacia dónde moverse, en qué trabajar, cómo elegir a la pareja, en qué momento descansar, etc. Fue en la era moderna cuando surgieron las ideas de individuo y nación: libertad personal y liberación nacional. Y en ese momento, la concepción de libertad adquirió nuevas facetas y nuevas preguntas, que nos recuerdan que nunca seremos libres del todo, pero que seremos libres una vez que lo aceptemos.
Y
así nos topamos nuevamente con Robespierre. Cuando la Revolución Francesa estalló en 1789, el lema “¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!” planteaba a la libertad como un derecho natural del hombre; en igualdad, es decir, sin importar su clase social; y que la fraternidad de un pueblo unido debía luchar para proteger esos derechos. ¡Maravilloso! ¿O no? Atrás quedarían la servidumbre y los feudos, y se abriría un camino sin retorno hacia la modernidad. ¿Pero fue así? Es indudable que la Revolución Francesa abrió una línea de principios liberales que influenciaron múltiples luchas de independencia en Europa, América Latina y otras partes del mundo. Pero también es una realidad que estas luchas, de repente, se toparon con una sorpresa: que no todos pensamos igual, y no todos entendemos la libertad de igual manera. ¿Cómo podemos ser fraternales, si no pensamos igual? ¿Cómo podemos luchar juntos, si nuestros conceptos de libertad no coinciden?
Y por cierto, ¿realmente somos todos iguales? ¿Realmente tenemos todos los mismos derechos? Las guerras “por la libertad” continuaron, cada vez más sangrientas y brutales. Cada bando defendía “su propia libertad” en oposición a quienes percibía como los “opresores” o “usurpadores”.
La autora es Maestra de Historia.