VOLUMEN VIII, NÚMERO 15, SEGUNDO SEMESTRE DE 2018 ISSN: 2594-0899
Estudios Críticos del Desarrollo, volumen viii, número 15, segundo semestre 2018, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jardín Juárez 147, colonia Centro, 98000 Zacatecas, Zacatecas, Teléfono: (01) 492 92 291 09, www.uaz.edu.mx, www.estudiosdeldesarrollo.mx, revistaecd@uaz.edu.mx Editor responsable: Humberto Márquez Covarrubias Reserva de derechos al uso exclusivo vía red cómputo número 04-2015-060212193100-203, issN: 2594-0899, otorgados ambos por el Instituto Nacional del Derecho de Autor Responsable de última actualización: Maximino Gerardo Luna Estrada Fecha de la última modificación: diciembre de 2018 Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura de los editores de la publicación. Todos los textos aquí incluidos se encuentran bajo la licencia Creative Commons 4.0 Atribución/No comercial/No derivadas
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Contenido Editorial 7
La sonrisa del fantasma. El ideario de una sociedad sin clases Humberto Márquez Covarrubias
Artículos 23
Actualidad y vigencia del marxismo en el siglo xxi Carlos Montaño
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Manifiesto para el desarrollo socialista en el siglo xxi Benjamin Selwyn Mateo Crossa Niell
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Capitalismo extractivo, imperialismo extractivo e imperialismo: una aclaración Dennis C. Canterbury
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Interpelación al siglo xxi desde el pensamiento crítico. Una lectura contemporánea del capitalismo desde El capital y otros textos Humberto Márquez Covarrubias
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Pepe Mujica: deconstruyendo el discurso que cautivó al mundo Katherine Pose Oscar Mañán
Debate 247
Algunos problemas del marxismo Henry Veltmeyer
Reseña 263
Patrón de acumulación neoliberal entre Estados Unidos y México desde la óptica de José Valenzuela Feijóo Oscar Mañán
Estudios Críticos del Desarrollo | Segundo semestre 2018, volumen viii, número 15:7-22
Editorial La sonrisa del fantasma. El ideario de una sociedad sin clases Humberto Márquez Covarrubias*1
De clases sociales y personas reales Entre 2017 y 2018, se acumularon diversas conmemoraciones de hechos y publicaciones que marcaron una época del pensamiento crítico y los proyectos de emancipación humana: en el primer año se celebraron los 100 años de la Revolución rusa de octubre de 1917 y en el segundo se cumplieron 150 años de la publicación del primer tomo de El capital en 1818, los 170 años de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista en 1848
y, por si fuera poco, los 200 años del natalicio de Karl Marx en 1818. Pero estos acontecimientos no sólo son dignos de celebrar, sino, ante todo, de reflexionar y verificar hasta qué punto siguen siendo referentes para pensar un proyecto de construcción de una sociedad liberada, emancipada. El pensamiento crítico, sobre todo el que preserva una orientación socialista y comunista, abreva del concepto de lucha de clases, que tiene implícitos los de clases sociales, Estado y capital. No obstante, la obra cimera que alimenta la teoría y práctica de esta perspectiva, El capital, no se ocupa de los primeros dos, que configuran la dimensión política y fundamentan la teoría y práctica de talante revolucionario. En otras publicaciones, como Docente investigador de la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo, Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», México. *1
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el Manifiesto del Partido Comunista (Marx y Engels, 1998) y el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte (Marx, 1988), se tejen bosquejos conceptuales, pero no se realiza un abordaje a profundidad, pues las intenciones son incitar a la unidad del proletariado internacional y analizar la coyuntura política francesa, respectivamente. Derivado del trabajo teórico, la práctica política de ambos autores, como también lo sería en casos como el de Lenin, fue diversa, en la medida que le concedían más importancia a las clases sociales que al partido mismo, y en vez de idealizar a la organización política, planteaban una praxis política en consonancia a la correlación de fuerzas de las clases sociales que se expresaba en contextos históricos específicos. En estudios sobre el desarrollo del capitalismo, donde aborda la realidad social en su complejidad, sobre todo en El capital (1988) pero también en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y, en su momento, Engels, aluden a dos clases antagónicas: la burguesía y el proletariado. Desde esta perspectiva, en el capitalismo se conforma una realidad estructural polarizada que cambia con el desarrollo de las fuerzas productivas, donde las clases se articulan por relaciones sociales objetiva y en conflicto. En sus escritos políticos de coyuntura, Marx no sólo aborda las dos clases fundamentales del capitalismo, sino que despliega un amplio abanico de clases, fracciones, facciones y una compleja red de grupos sociales. Particularmente lo hace en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (1851), donde analiza el golpe de Estado dado por Luis Bonaparte (1808-1873). En ese espacio social aparecen las personas reales: Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por
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el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal (Marx, 1988:17).
En esta vertiente, se desplegarán los estudios de Lenin y, sobre todo, de Edward P. Thompson (2012), a partir de la cual se considera que las clases sociales no son exclusivamente realidades estructurales del capitalismo, espacios de las relaciones sociales de producción que vendrán a ser llenadas por las personas reales, sino que además son construcciones sociales que dependen de las prácticas políticas, por lo que tienen que ser abordadas mediante el «análisis concreto de situaciones concretas» (Thompson, 2012).
Se puede advertir que las dos formas de analizar las clases sociales en el trabajo de Marx, la estructural y la coyuntural, si bien se complementan, no están explícitamente articuladas. Como si se tratara de un viaje de lo complejo a lo simple, pareciera que se estaba presagiando que el desarrollo del capitalismo tendía hacia una exacerbación de la polarización entre las clases fundamentales, capitalista y trabajadores, lo cual conduciría al desvanecimiento del resto de las clases sociales. De manera creciente se generaban más proletarios y se aminoraba la cuantía de capitalistas, pese a que siendo minoría acapararán más y más poder. No obstante, esta proposición tuvo que lidiar con las transformaciones del capitalismo experimentado
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desde finales del siglo xix y en gran parte del xx, primero con la aparición y crecimiento de las que algunos denominaran «clases medias», posteriormente con la aparición de le tesis de «adiós al trabajo» (Gorz, 1982) en un mundo posindustrial que decretaría la supuesta extinción del proletariado y finalmente con la aparición del concepto de precariado, que intentaría fragmentar conceptual y políticamente al proletariado al conformarse como una suerte de nueva clase social no proletaria (Standing, 2013). Estos debates son sintomáticos de las transformaciones en los modos
de acumulación, en la gestión del trabajo, en la nueva cuestión social y en el fenómeno político del capitalismo de los últimos tiempos.
Octubre rojo El gran hito histórico de las revoluciones en el siglo xx, orientadas por el ideario comunista, fue indiscutiblemente la Revolución rusa de 1917. No obstante, parecía ocurrir una contraposición entre la teoría de El capital y la práctica concreta de la revolución bolchevique, empujada primordialmente por una vanguardia intelectual de revolucionarios y una masa de campesinos. Al ser un país atrasado, todavía subsumido en el modo de producción feudal, Rusia no cumplía el precepto básico según el cual el asalto al poder, el derrocamiento del capitalismo y el tránsito al socialismo sólo podría ocurrir en los países capitalistas más desarrollados, porque en esos ámbitos se habría engendrado un proletariado masivo, que tomaría conciencia social, se organizaría y acometería la revolución social. Más parecía que el libro estaba dirigido hacia los burgueses que a los proletarios, a quienes estaría dedicado preferentemente, en tanto arma de la crítica que fortalecería en su
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momento la crítica de las armas, según anticipara el joven Marx; pero en países subdesarrollados sugería la necesidad de primero crear las condiciones materiales, como la procreación de una burguesía y un proletariado, para desplegar un desarrollo capitalista hasta que maduraran las condiciones que permitieran, en un momento de exacerbación revolucionaria, que el proletariado por fin se asumiera como el sujeto de la historia y tomara el poder. Ante ese problema, Gramsci (2001) planteó que con la revolución «los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado». Sin embargo, habría que matizar para admitir que invariablemente la realidad es cambiante e impredecible y, obviamente, no está sujeta a los preceptos teóricos ni a los programas políticos, por lo que siempre se amerita una vigilancia epistemológica autocrítica, para eludir la prevención científica todopoderosa e inobjetable. Lo cual no niega el hecho de que el marxismo persista como el pensamiento crítico, la tradición política y el proyecto de investigación más logrado para entender y transformar el capitalismo. Inexorablemente, la realidad es más terca y dura que la teoría. El comunismo tal como lo conocimos durante el siglo xx, en su versión estatalista comandado por la urss, producto de grandes gestas de revolución social y luego fraguado en una conflagración ideológica, económica y militar internacional de capitalismo contra comunismo, resultaron en un gran fracaso en su intento de superar el capitalismo y crear una sociedad comunista, es decir, una sociedad sin clases. Al contrario, terminaron siendo otra forma de administrar el capital, aun dentro del marco de la modernidad, con centralidad en el Estado, la burocracia y la planificación,
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además de que influyeron diversos factores, como la corrupción, el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas y la claudicación política.
Variedad de revoluciones sociales y conquistas obreras La caída del bloque soviético significó la muerte del proyecto de revolución social bolchevique y de lo que se llamó «socialismo realmente existente». El otro gran referente, la «revolución cultural» de Mao Tse Tung, ahora se ha degradado para convertir a China en el mayor laboratorio económico capitalista del orbe, la fábrica del mundo, con un régimen generalizado de superexplotación del trabajo y devastación de la naturaleza, con centralidad política en el Estado autoritario y la alianza económica con países desarrollados que consumen gran parte de la producción industrial, pero también con países periféricos que los abastecen de materias primas y productos básicos vía el extractivismo, lo que explica en gran medida el «auge de las commodities» y el éxito relativo de gobiernos progresistas y neoliberales latinoamericanos que han fungido como sus proveedores, los primeros de los cuales captan una parte de las rentas y organizan programas de distribución social, pero sin impulsar una revolución social, sólo una forma de gestión del desarrollo capitalista que reta a algunas políticas neoliberales y promueve la fórmula de crecimiento económico más distribución social. Mientras tanto, el proyecto socialista cubano, emanado de la emblemática revolución de mediados del siglo anterior, una vez que perdió el soporte soviético y que sufrió la guerra económico-política de Estados Unidos y sus aliados, ahora naufraga como una estrella solitaria que hace valedera la hipótesis del socialismo en un solo país, pero la realidad se resiste para superar
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el subdesarrollo. Pero también otras revoluciones sociales fracasaron, como la mexicana, aun anterior a la rusa, de 1910, que produjera una constitución de avanzada en el rubro social, sobre todo en los capítulos de propiedad social, trabajo y educación. Sin embargo, los gobiernos posrevolucionarios mexicanos se petrificaron en un gobierno autoritario, el régimen presidencialista de partido único, con una corrupción galopante, hasta que en el seno mismo del Estado llegaron los herederos con formación tecnocrática que implantaron el proyecto neoliberal que literalmente puso a la venta el país y desencadenó la corrupción y violencia generalizados. En suma, el ciclo de las grandes revoluciones sociales del siglo xx ha sido derrotado, paulatinamente, por el capitalismo triunfante y ha convertido a los países que alojaron esos proyectos utópicos en remedos de la modernidad capitalista, amorfos, contrahechos, incompletos, a la deriva. En la llamada Guerra Fría se difundió la idea de asociar al comunismo como una forma de gobierno, a la cual había que atacar y para ello generar un imaginario donde el fantasma del comunismo era el enemigo a vencer, para bien de la democracia, la libertad y el mercado, valores emblemáticos del capitalismo estadounidense. Empero, la generación que hizo la revolución de octubre y su principal líder, Lenin, no querían sumarse a ningún tipo de gobierno, más bien pretendían construir un gobierno de los trabajadores, un Estado proletario o la dictadura del proletariado, no porque fuera autoritaria o totalitaria, sino porque disolvería el propio Estado e instauraría la sociedad sin clases. Desde una concepción crítica, pese a que en el balance histórico las experiencias de Rusia y China se presentan actualmente como catastróficas e indeseables, habría que considerar que ambos eran países atrasados, rurales, con mayoría de población campesina y que merced a las revoluciones sociales que emprendieron, contra todo
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pronóstico, se convirtieron en grandes potencias económicas mundiales, que disputaron la hegemonía a sus contrapartes comandadas por Estados Unidos, la potencia capitalista. En una franja intermedia, un modelo híbrido que ha oscilado entre los dos polos, vertebrados por gobiernos socialdemócratas, florecieron los países nórdicos, Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia y Finlandia, que tienen regímenes capitalistas, de libre empresa, pero han contado con Estados que en sus mejores épocas afincaron programas de beneficio social, respaldados en tasas fiscales que llegan a ser de más de 50 por ciento y cimentaban la red de protección social benefactora. No en vano esos países han destacado por tener un alto nivel de vida. Pese a que cuentan con empresas privadas, dichos países han contado con movimientos obreros poderosos. Se cuentan entre los primeros países en desarrollar sindicatos, además los partidos obreros derivados de las tradiciones socialdemócratas y comunistas han logrado grandes conquistas, por ejemplo derechos impensables en otros países, como licencias de maternidad de un año, que puede ser dividida entre la mujer y el hombre si optan por ello. También fueron los primeros países, junto con la urss, en conceder igualdad legal a la mujer. Son gobiernos capitalistas que sacan la mejor parte en el reparto desigual de la riqueza, no sólo al interior de cada país sino a nivel mundial. Además debido al factor ambiental, que hace imposible sobrevivir en el invierno con el puro esfuerzo personal, requieren instituciones que soporten la necesidades sociales. Cuentan con menos población que los países subdesarrollados y, sobre todo, nunca estuvieron sometidos al imperialismo estadounidense, en suma, no son países subdesarrollados sino altamente desarrollados. Sin embargo, las mejores épocas del Estados nórdico han quedado atrás y hoy experimentan retrocesos apuntalados por
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las políticas de austeridad (Schierup y Scarpa, 2018). Una posible lección que arroja esa experiencia es que más que contraponer el modelo de desarrollo, hay que recuperar las conquistas de los movimientos obreros, reconociendo sus limitaciones, sin olvidar que son países que funcionan dentro del sistema imperialista, aunque no necesariamente son beneficiarios directos de la explotación de los países subdesarrollados, pero participan dentro de una división internacional del trabajo donde captan beneficios. Dentro de las propuestas reformistas, sigue en el ambiente la propuesta del ingreso básico universal que es una reforma dentro del capitalismo salvaje, no le hace daño al capitalismo, y de manera tenue sería un acercamiento limitado hacia el comunismo, pues se trataría simplemente de redistribuir la renta desde el Estado, sin cambiar las relaciones sociales de producción ni el régimen de propiedad. En el siglo xxi, emerge una nueva modalidad incipiente de revolución social, con otros medios y en busca de otros fines, cuyos protagonistas no eran los partidos políticos, ni los movimientos sociales, sino los jóvenes precarizados por las políticas neoliberales. Una serie de manifestaciones populares, la llamada primavera árabe inició movilizaciones en varios países europeos y norteamericanos en contra de la política neoliberal y de los gobernantes de turno. Los jóvenes activistas estaban descontentos con la política neoliberal, cuestionaban a los partidos tradicionales, pero en su mayoría estaban desconectados con las políticas de liberación clasista. Reivindicaron formas de protesta callejeras, con plantones, acampadas y asambleas, y el sello distintivo era el uso de los medios digitales, la organización horizontal y la ausencia de un programa político. Estos movimientos generaron una gran expectativa, pero resultaron efímeros y terminaron por fracasar, sobre todo si se considera que fueron subsumidos a la lógica capitalista y
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cuando asumieron la forma de partidos, o alcanzaron a asumir posiciones de gobierno, adoptaron posturas reformistas, como Podemos en España, o de plano claudicantes, como Syriza en Grecia.
Emancipaciones latinoamericanas El progresismo latinoamericano, la llamada «marea rosa» que en un caso postuló la idea de «socialismo del siglo xxi» en Venezuela, o los proyectos de Vivir Bien en Bolivia o Buen Vivir en Ecuador, además de proyectos neodesarrollistas en Brasil, Argentina, Uruguay, y experiencias mal logradas por golpes de Estado de distinto género en Honduras, Paraguay y el propio Brasil, tampoco ha logrado una gran transformación social, pues se ha valido del extractivismo y su engarce con las economías industriales para reeditar las economías de enclave reprimarizadas y la dependencia sobre patrones de comercio exterior que postergan cambios en los patrones productivos, el desarrollo científico-tecnológico y transformaciones en las relaciones sociales, en cambio están centradas en la gestión estatal, particularmente en la formación de un Estado rentista, que gana respaldo social con las políticas de asistencia mediante la distribución de la renta. Sin embargo, son economías que siguen siendo subdesarrolladas y dependientes, y muy supeditadas a los constantes embates del imperio estadounidense y de la oligarquía, y a los ciclos económicos volátiles, sobre todo del mercado de materias primas, donde son oferentes. Los proyectos autonomistas, como el neozapatismo, cuyo proyecto inicial rondaba en torno al objetivo de la liberación nacional, como lo fueran el de guerrillas precedentes de los sesenta y setenta en varios países
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de latinoamericana al influjo de la Revolución cubana, han quedado confinados a sus límites territoriales, acosados por el Estado y su cerco militar, pero también por la desarticulación de alianzas políticas con diversos sectores de la sociedad civil y la intelectualidad, que le brindaron un gran apoyo al momento de su aparición pública; por tanto se han visto obligados a replantear sus objetivos y concentrarse en las demarcaciones donde tienen bases de apoyo para configurar sus propios espacios donde recrean sus mundos de vida y trabajo a través de los municipios autónomos llamados para tal efecto «Caracoles», donde han instaurado una institucionalidad comunitaria provista de Juntas de Buen Gobierno, un código de ética, un programa educativo y actividades productivas. Otros referentes del neoindigenismo latinoamericano son los pueblos andinos, y su principio de la Pachamama, que cristalizó en el Buen Vivir o el Vivir Bien. En ambos casos, las organizaciones indígenas asociadas a movimientos sociales articularon frentes electorales que resultaron triunfantes y alcanzaron las presidencias de sus países y el control de los ámbitos legislativos, lo que les permitió redactar nuevas constituciones y diseñar planes de desarrollo centrados en la noción del Buen Vivir, que tiene una cosmovisión ancestral de los pueblos originarios pero que se intentó traducir en programa de gobierno. Un trance difícil de completar porque los gobiernos apostaron a la reinserción al mercado internacional mediante la exportación de materias primas como vía de acceso a una fuente de divisas para financiar al Estado que ejercería el papel central, sin que se hicieran cambios profundos en la trama del capitalismo subdesarrollado y dependiente. A lo anterior se puede agregar el comunitarismo de los pueblos originarios y mestizos, la comunalidad, que remite a prácticas tradicionales como
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las formas de autogobierno, la asamblea, los cargos, el trabajo comunitario, los bienes comunales, las festividades. Modalidades que coexisten con las instituciones capitalistas, pero que intentan preservar prácticas autonómicas. En un contexto más amplio, la perspectiva de lo común cuenta con un amplio recorrido en torno a la defensa de los modos de vida, los bienes comunes y la reproducción de las clases populares, que se remite cuando menos a Los debates de la Dieta Renana (Marx, 2007), se extiende hacia los bienes comunes, se amplifica con los debates sobre los bienes comunes intangibles, pero en todo caso se consolida con la idea de que la política de lo común es una potencia política que desafía al capital y al Estado y sus formas de propiedad privada y estatal, donde lo que importa es el poder constituido por los comunes que se dotan, así mismos, de normas y políticas para el usufructo colectivo del espacio y los bienes comunes (Laval y Dardot, 2015). Así pues, común, comunalidad, comunismo, son términos que parecen una derivación léxica de una misma raíz, pero más que eso son conceptos políticos críticos del capitalismo, que se inscriben en trayectorias precapitalistas y poscapitalistas, aunque no pretenden los mismos objetivos ni parten de teorizaciones similares, comparten algunos elementos nada despreciables, como la aspiración de superar el capitalismo, más allá de su configuración neoliberal, y de crear un mundo donde prevalezca el interés supremo de la vida humana en conjunción con el medio ambiente.
La pregunta por el comunismo En un mundo preñado por la lógica totalizadora del capital y el poder del Estado corporativo, la pregunta por la actualidad del comunismo pareciera
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poco menos que un disparate. El mundo moderno está signado por el capitalismo triunfante, que derrocó al régimen soviético y desmoronó a los países de Europa del Este. Los partidos comunistas, que alguna vez pretendieron representar a los trabajadores y terminaron por burocratizarse y responder a los lineamientos centrales del estalinismo, fueron desapareciendo hasta prácticamente extinguirse, salvo algunas pocas excepciones. Aún persisten regímenes políticos basados en un partido comunista, como el chino y el vietnamita, pero están dirigidos por grandes empresarios, en tanto que el cubano vive momentos aciagos por el bloqueo estadounidense, la muerte del líder y el burocratismo; en tanto que el norcoreano es una especie de monarquía hereditaria: mientras que unos están controlados por jerarcas burocráticos procapitalistas, los otros están sometidos por burócratas políticos en crisis. A la pregunta de si hay comunismo subyace la pregunta de si hay trabajadores: ¿existe gente que subsiste de vender su fuerza de trabajo?, ¿tienen intereses propios? Decía Marx que el comunismo se define no como un estado de cosas por venir sino como la lucha por los intereses reales de los trabajadores en el presente. Esos intereses siguen existiendo, sin embargo no hay un partido obrero emblemático, tampoco lo ha habido en gran parte de la historia. Pero más aún, la pregunta es si es aceptable el capitalismo: ¿es justo, aceptable, el sistema de explotación, la pobreza, la miseria, la devastación ambiental? Hasta qué punto se puede prescindir de la llamada iniciativa privada, expropiando a los propietarios de los medios de producción, como sugería el Manifiesto..., cuando el capitalismo neoliberal ha logrado precisamente lo contrario, abolió la iniciativa personal de 99 por ciento de las personas que no son propietarias de empresas, están desposeídas de medios de producción,
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por lo que no serían víctimas de expropiación de empresas que no les pertenece; en contraste una proporción estimada en 1 por ciento de la humanidad concentra la mayor parte de los medios de producción y comunicación del planeta y se beneficia del trabajo colectivo. Habría que advertir, una vez más, que la lucha por el comunismo no se trataba, ni se trata, de cancelar la iniciativa personal de la gente ni la propiedad personal de la gente sino de transferir la enorme propiedad de todos los medios de producción que están en pocas manos, en poder de un núcleo plutocrático en cada país, para hacerla pública, someterla al control democrático de todos los trabajadores (Bensaïd, 2012). La posibilidad de un gobierno obrero, de un Estado obrero, de la dictadura del proletariado, parece improbable si tomamos nota de que en el mundo hay una disminución drástica del sindicalismo. Por ejemplo, en Estados Unidos entre los años sesenta y setenta más de 50 por ciento de los trabajadores estaba sindicalizado, actualmente rondan apenas 23 por ciento o menos, y en Europa la tendencia es similar. La dirigencia del movimiento obrero, a fuerza de hacer concesiones al capital y al Estado, terminó por conceder su existencia misma y su poder. El movimiento obrero, que es la única fuerza capaz de detener los ataques a toda la población está de capa caída. Y, sin embargo, cada que hay una crisis, se aparece el fantasma del comunismo. Como humanidad, no tenemos que fijarnos los límites tan estrechos del capitalismo, aceptar la imposición del criterio toral de la maximización de ganancia a costa de la explotación humana, la degradación ambiental, la violencia sistémica, la precarización del trabajo, la discriminación de las mujeres, el odio hacia los extranjeros, el exterminio de pueblos originarios, la segregación racial, la pauperización de la mayoría de la humanidad. Podemos y debemos aspirar a una sociedad mejor y distinta.
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El ideal comunismo, expresado como una sociedad sin clases, libre de explotación, sin dominación estatal, donde se desplieguen las capacidades de cada quien y se retribuya a cada cual según sus necesidades, parece ser un proyecto utópico, pero necesario, donde se tendrá que ejercer la imaginación política para tomar el poder y ejercerlo como una potencia de transformación social con el apoyo del pensamiento crítico.
Referencias Bensaïd, Daniel (2012), La sonrisa del fantasma. Cuando el descontento recorre el mundo, Madrid, Sequitur. Gorz, André (1982), Adiós al proletariado (Más allá del socialismo), Barcelona, El Viejo Topo. Gramsci, Antonio (2001), «La revolución contra El capital», Avanti, en https:// www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm Laval, Christian y Pierre Dardot (2015), Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo xxi, Barcelona, Gedisa. Marx, Karl (2007), Los debates de la Dieta Renana, Barcelona, Gedisa. (1988), El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, México, Grijalbo. (1988), El capital. Crítica de la economía política, México, Siglo xxi. Marx, Karl y Friedrich Engels (1998), Manifiesto del Partido Comunista, en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840 s/48 -manif.htm Schierup, Carl-Ulrik y Simone Scarpa (2018), «Modelo en desorden: Estado de bienestar, dogmatismo de austeridad y cambio radical en las políticas de migración suecas», Migración y Desarrollo, 16 (31), pp. 71-104.
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Standing, Guy (2013), El precariado. Una nueva clase social, Barcelona, Pasado y Presente. Thompson, Edward P. (2012), La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid, Capitán Swing.
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Actualidad y vigencia del marxismo en el siglo xxi Carlos Montaño*1 Resumen. El presente artículo tiene el propósito de analizar la actualidad y la vigencia del marxismo en el siglo xxi. A partir de las tres fuentes de la obra de Marx, de acuerdo con Lenin, y de la caracterización lukacsiana de la ortodoxia, en la introducción se aborda el tema del llamado «marxismo ortodoxo», fiel al método marxiano y a sus fundamentos. En la primera sección se analizan los fundamentos marxianos y los del «marxismo ortodoxo» (la ontología, el método y la concepción de la historia). En la segunda sección se abordan los cambios (continuidades y rupturas) del capitalismo en movimiento y cómo estos han sido tratados por el «marxismo ortodoxo», mostrando el movimiento del pensamiento marxista en conjunción con el movimiento de la realidad. Finalmente, a modo de conclusión, se considera la actualidad y la vitalidad del marxismo en el siglo xxi. Palabras clave: marxismo, actualidad del marxismo, marxismo en el siglo xxi, método, capitalismo.
*1Profesor asociado e investigador de la Universidad Federal do Rio de Janeiro, Brasil. Texto traducido y revisado a partir del artículo publicado en Brasil, en la Revista Praia Vermelha, 23 (2), ufrj, 2013.
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Actuality and validity of the Marxism in the 21st century Abstract. This article analyzes the relevance and validity of Marxism in the twenty-first century. The treatment of the theme is developed in the introduction —from the three sources of Marx’s work (presented by Lenin) and Lukacsian characterization of orthodoxy— on the so-called «orthodox Marxism», faithful to the Marxist method and its fundaments. Thus, in item ii, are analyzed such fundaments, Marxian and the «orthodox Marxism» (the ontology, method and conception of history). Then, in section iii, we discuss the changes (continuities and ruptures) of capitalism in movement and how they have been treated by «orthodox Marxism», showing the movement of Marxist thought, accompanying the movement of reality. Finally, by way of conclusion, we consider the relevance and vitality of Marxism in the xxi century. Keywords: Marxism, actuality of Marxism, Marxism in the xxi century, method, capitalism.
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Actualidad y vigencia del marxismo en el siglo xxi
Introducción: las «fronteras» del marxismo ortodoxo
Una versión bastante divulgada en las esferas académicas, las reuniones de diversos grupos políticos y las conversaciones en el bar es que «el marxismo, desactualizado, ya no explica más la nueva realidad contemporánea», que «sólo trata de la economía» o que «el marxismo murió con el fin de la Unión Soviética», y con ello «murió el proyecto revolucionario». No obstante, cabe preguntar: ¿a quién puede interesarle la retirada del marxismo en el horizonte de análisis de la población?, ¿a quién puede interesarle que la clase trabajadora no cuente con el arsenal heurístico marxista para el análisis (crítico) de los fundamentos y los fenómenos de la realidad, que además oriente su acción política? Responder estas preguntas representa un punto fundamental para pensar la actualidad del marxismo en el siglo xxi,
pues si realmente se tratara de una perspectiva superada, no sería
tan resistida; en ese sentido, si es tan resistida es porque representa un peligro, una amenaza para las clases dominantes: el peligro de desvelar los fundamentos del modo de producción capitalista y de las contradicciones y luchas de clases. Lenin contribuye con la respuesta al afirmar contundentemente que «en una sociedad fundada en la lucha de clases, ya no será posible una ciencia social ‹imparcial›» (Lenin, 1983:71-72) y, complementando tal sentencia, Lukács sostiene que después del surgimiento de la economía marxista, sería imposible ignorar la lucha de clases como un hecho fundamental del desarrollo social (...). Para huir de esta necesidad, surgió la sociología como ciencia autónoma (...).
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Mientras que la sociología debe constituir una «ciencia normativa», sin contenido histórico y económico, la Historia debe limitarse a la explotación de la «unicidad» del decurso histórico, sin considerar las leyes de la vida social (Lukács, 2010:64).
La condenación del marxismo, en el mismo proceso en que surgen las «ciencias sociales particulares» en la senda de la razón positivista, busca simultáneamente el ocultamiento de las luchas de clases y la ilusión de un «conocimiento imparcial», «neutro», de un científico no comprometido, lo que en realidad esconde una «conciencia deformada» y «las intenciones perversas de la apología» burguesa (Marx, 1980:11). Para tratar los fundamentos del marxismo y su vigencia, la primera tarea en la actualidad parece ser delimitar las «fronteras» del marxismo.1 Una tarea tan compleja como necesaria. Compleja, porque la tradición marxista, en las antípodas de conformar un cuerpo cerrado de principios y dogmas, se ha constituido en un campo diverso, vasto y heterogéneo de pensamiento vivo, polémico y en constante construcción. No podría ser de otra forma, pues se trata de la perspectiva que busca constantemente afinar el pensamiento con la realidad dinámica y la producción de un conocimiento comprometido. Necesaria, pues se atribuye al marxismo muchas cosas de las cuales no es responsable, por lo menos no el «marxismo ortodoxo». Al respecto, pueden considerarse dos aspectos. Por un lado, las perspectivas antimarxistas atribuyen al marxismo cuestiones que no reflejan su tradición Lukács, en una carta al entonces joven intelectual marxista brasileño Carlos Nelson Coutinho, recomendó: «Si tú quieres efectivamente estudiar el marxismo, debes estar muy atento sobre los autores que pueden ser considerados marxistas» (Pinassi y Lessa, 2002:144). 1
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teórico-política: que «no trata la subjetividad», que «no piensa el mundo contemporáneo», que «sólo trata la dimensión económica», que «rechaza y no dialoga con sus adversarios», que «no produce un saber científico, sino ideológico», etcétera. Al respecto, véanse, como ejemplo, las críticas de Boaventura de Souza Santos (1977), en De la mano de Alicia, quien ni siquiera trabaja con los principales autores de esta tradición; como en tantos otros casos, el «marxismo» que es criticado tiene muy poco que ver con la obra de Marx y con el rico pensamiento vivo de la dialéctica marxista. Por otro lado, en nombre del marxismo se ha promovido una «doctrina oficial» (el «marxismo-leninismo») y se ha cercenado el pensamiento crítico; se ha operado la violencia de Estado; se ha tomado el concepto de «vanguardia» como una especie de justificativa para el adoctrinamiento y subordinación de las masas, o incluso se han «controlado» movimientos sociales e instituciones públicas. De igual forma, al «activismo izquierdista» se le ha atribuido el carácter marxista (Lenin, 1977, no dudaría en llamarlo «enfermedad infantil del comunismo»). Se desarrolló un «marxismo cientificista» o «academicista» (sin compromiso), un «marxismo epistemologista» (equiparado a una «ciencia social particular»), un «marxismo historicista» (reducido al «materialismo histórico» y abandonando el «materialismo dialéctico») o un «marxismo estructuralista» (sin sujeto, sin historia, reducido al «materialismo dialéctico» y desconsiderando el «materialismo histórico»), y, a veces, se ha procesado un excesivo «economicismo» claramente reduccionista y despolitizador. En nombre de un marxismo oficial se ha priorizado el oportunismo, subordinando tanto el conocimiento teórico crítico como las estrategias de la acción política a las tácticas y al interés inmediato. También, las categorías se han vaciado de contenido y
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han sido empleadas como propias del marxismo; 2 a veces se consideran igualmente válidas la crítica radical (que va a las raíces de la realidad) y la crítica moralista (subjetivista) en el análisis marxista, y se ha tratado de la misma forma el análisis científico (post festum) y las proyecciones (como tendencias para el futuro). Ya desde los últimos años de la vida de Marx, en el contexto de la «i Internacional», han surgido tendencias «marxistas» que desvirtúan sus fundamentos. Aún más, en el periodo enmarcado por la «ii Internacional», Lafargue, por ejemplo, en su libro El determinismo económico de Karl Marx, publicado en 1909, atribuía equivocadamente a Marx una visión economicista y perdía de vista la dimensión dialéctica en la concepción de la historia, o Kautsky, quien tendía a asimilar la realidad social a los fenómenos biológicos y reducía la teoría marxiana a una especie de «darwinismo social» (Konder, 1999:150), o incluso Bernstein, quien promovió «un abandono de la dialéc-
tica, de la herencia hegeliana del marxismo y un retorno a Kant» (Konder, 2003:63). Pero las principales deformaciones de los fundamentos de la obra
marxiana se sitúan en el escenario de la «iii Internacional», a partir de la «autocracia estalinista» y de la (de)formación del «marxismo-leninismo» como una doctrina para orientar la acción política. Así, para Lukács, según lo atestigua en la «Carta sobre el estalinismo» (escrita en 1962), además de «un culto a la personalidad», bajo el estalinismo «las necesidades tácticas inmediatas subordinaron la elaboración teórica y paralizaron el pensamiento marxista, sometiéndolo a exigencias groseramente pragmáticas Por ejemplo: la categoría clase social tratada como la diferencia entre pobres y ricos; la categoría trabajo equiparada a empleo; la identificación de la clase con pueblo, ciudadano, etcétera; los caminos metodológicos del análisis y la síntesis entendidos como inducción y deducción; la categoría totalidad identificada como el todo orgánico de Durkheim; la dialéctica como dialógica, etcétera. 2
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y oportunistas» (apud Netto, 1983:72-73; véase también Lukács, 2008:134; Lukács, en Pinassi y Lessa, 2002:126), que influyen en buena parte de la acción política y de la producción teórica afinada a esta «doctrina», incidiendo incluso, como observa Lukács en la Contribución al debate entre China y la Unión Soviética (1963), en el «maoísmo», considerado como «una derivación sectaria neoestalinista» (Netto, 1983:73). Es por este tipo de cuestiones dichas/hechas en nombre del «marxismo» que Engels, en su carta a J. Bloch (en 1890), a propósito del excesivo economicismo, afirma que «no puedo eximir de esta crítica a muchos de los más recientes ‹marxistas›, pues también de este lado han surgido las basuras más asombrosas» (en Marx y Engels, 1987:381; véase también Engels, s/f), y Marx, de forma aún más contundente, comentó a su yerno, Paul Lafargue: «Ce qu’il y a de certain c’est que moi, je ne suis pas Marxiste» («De lo que tengo certeza es que yo no soy marxista») (Engels, 1882). Evidentemente, muchas de esas cuestiones son producto de la existencia no de un marxismo, sino de varios marxismos (Wright, 1968:11; Burdeau, 1969:87; Hobsbawm, 1987:13 -14; Netto, 1990:8-9; Fernández, 2009); sin embargo, al abordar la actualidad del marxismo en el siglo xxi nos orientaremos sólo en la consideración de lo que llamaremos, siguiendo a Lukács (1974), «marxismo ortodoxo». Para que tal perspectiva teórico-metodológica no sea confundida sumariamente con la autoimagen de unos y la imagen atribuida por otros, algunas consideraciones precisan ser hechas para establecer, aunque sea de forma relativa y flexible, una frontera en el «marxismo ortodoxo»: una frontera teórico-filosófica y una frontera histórico-sistémica del marxismo ortodoxo (del marxismo fiel a los fundamentos de la obra de Marx).
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Las fronteras teórico-filosóficas del marxismo ortodoxo Sin pretender delimitar el marxismo como una corriente homogénea, única, definiendo lo que es y lo que no es «marxista», nos interesa aquí, en primer lugar, diferenciar la obra de Marx de la tradición marxista y, en segundo lugar, diferenciar el «marxismo ortodoxo» (fiel a los fundamentos de Marx) de otras corrientes marxistas. De esta forma, Francisco Fernández Buey, en su Marx (sin ismos), afirma que «no sólo se puede establecer una línea de separación (...) entre la obra de Marx y los marxismos posteriores, sino también se debe» (2009:229). Así, Lenin, como trataremos a continuación, va a contribuir con la determinación de los fundamentos de la obra de Marx, mientras que Lukács, a su vez, va a caracterizar al «marxismo ortodoxo». En este sentido, para pensar la actualidad del marxismo, lo haremos en relación con el «marxismo ortodoxo». Para ello, presentaremos dos dimensiones para pensar sus fronteras teórico-filosóficas. Trataremos aquí, por lo tanto, los fundamentos de la obra de Marx y del «marxismo ortodoxo». Las tres fuentes de Marx En primer lugar, cabe presentar lo que constituyen los pilares fundantes del pensamiento marxiano, presentados, de forma diferente, por Lenin (1983) y por Kautsky (2002), como las «tres fuentes» del pensamiento de Marx. Ellas son, para Lenin, la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés (Lenin, 1983:72 y ss.); mientras que Kautsky las caracteriza como las síntesis del pensamiento alemán, el pensamiento inglés y el pensamiento francés (Kautsky, 2002:29 y ss.).
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Kautsky entiende que cada área del pensamiento (filosofía, economía y política) y cada nación (Alemania, Inglaterra y Francia) se han desarrollado unilateralmente, sin articular las diversas áreas. Para él, la gran contribución de Marx fue la realización de la síntesis de todas ellas, permitiendo aún su superación (2002:29). A pesar de la antelación del texto de Kautsky (publicado en 1908), tomaremos como base el artículo de Lenin (publicado en 1913), para quien la genialidad de Marx se basa en su capacidad de apropiarse críticamente de «todo cuanto la humanidad creó de mejor en el siglo xix» (1983:72). Marx incorpora y supera críticamente lo mejor del pensamiento heredero del iluminismo y de la modernidad. Sintetizaremos las tres fuentes de la siguiente forma: a) El método de conocimiento: materialista, histórico y dialéctico. El materialismo histórico-dialéctico constituye la primera fuente del pensamiento marxiano. Este fundamento se realiza a partir de la crítica de la filosofía alemana, particularmente en la incorporación y superación de la «dialéctica idealista» de Hegel y del «materialismo contemplativo» de Feuerbach. Marx incorpora la dialéctica hegeliana, pero superando su carácter idealista; para él, su «método dialéctico (...) difiere del método hegeliano», pues en Hegel, el proceso del pensamiento (idealista) es el creador de lo real, mientras que en Marx, lo ideal no es más que lo material transpuesto a la cabeza del ser humano y por ella interpretado, así, «en Hegel, la dialéctica está de cabeza para abajo. Es necesario ponerla de cabeza para arriba, a fin de descubrir la sustancia racional dentro de la envoltura mística» (Marx, 1980:16). También el autor incorpora el materialismo feuerbachiano, pero superando su condición contemplativa, al concebir la implicación del sujeto con la realidad, tornando la realidad no más «natural», sino histórica. Para Marx, «el defecto fundamental de todo materialismo anterior (...) está en que sólo
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concibe el objeto, la realidad, el acto sensorial, bajo la forma de objeto o de percepción, y no como actividad sensorial humana, como práctica» (tesis i);
por ende, si «los filósofos no hicieron más que interpretar el mundo»,
cabe ahora la tarea de «modificarlo» (tesis xi) (Marx, 1975:119-120). Marx funda así el «materialismo dialéctico» y el «materialismo histórico», sobre los cuales elabora su método. b) El análisis concreto del modo de producción capitalista: fundamentos, categorías y fenómenos. Las teorías del valor-trabajo y de la plusvalía conforman la segunda fuente del pensamiento de Marx. Aquí Marx se apropia críticamente de las contribuciones de la economía política inglesa, particularmente de Adam Smith y David Ricardo, fundando la crítica de la economía política, para tratar la realidad concreta del modo de producción capitalista. Los economistas políticos clásicos tienen el mérito monumental de haber concebido la riqueza, no como determinación divina, sino como producto del trabajo. Smith y Ricardo, así como Locke, al afirmar que la riqueza existente es producto del trabajo (y en esto contribuyen con una comprensión iluminista revolucionaria), fundan una nueva justificación y legitimidad para la propiedad privada: si la riqueza es resultado del trabajo, la pobreza será el resultado de menos trabajo o del consumo y gasto excesivo. Riqueza, pobreza y desigualdad ahora no son más una determinación divina o natural, sino el resultado del trabajo individual. Al incorporar la teoría del valor-trabajo, Marx la retira de su dimensión abstracta y la pone en el sistema social concreto, en el modo de producción capitalista. Entonces, la riqueza (y la pobreza) en el orden burgués es el resultado del trabajo, pero éste se realiza como trabajo asalariado, cuya fuerza de trabajo es vendida por el trabajador y comprada por el dueño de los medios de producción (el capitalista), fundando un especial proceso
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de producción de plusvalía y de explotación. La «teoría del valor-trabajo» (como abstracción ahistórica en los pensadores liberales) asume en Marx, con la «teoría de la plusvalía», concreción histórica con el análisis de la producción y explotación de la «plusvalía» en el modo de producción capitalista; es decir, como afirma Lenin, «donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (intercambio entre mercancías), Marx descubrió relaciones entre hombres» (1983:75). La riqueza, en este particular sistema social, no es el resultado del trabajo propio, sino de la explotación del trabajo ajeno, de la plusvalía producida por uno (el trabajador) y explotada por otro (el capitalista). c) La perspectiva de revolución, frente a las contradicciones y luchas de clases. El «socialismo científico» y la «doctrina de las luchas de clases» constituyen la tercera fuente del marxismo. Marx se apoya aquí en la crítica al socialismo utópico francés, especialmente de Proudhon, Owen, Fourier, Sant Simon. En estos autores, Marx encuentra lo que llama una «crítica romántica» al capitalismo, una crítica fundada en apreciaciones morales o nostálgicas, pero que ( justamente por eso) no consiguen alcanzar la raíz, los fundamentos del orden burgués. Marx, con Engels, desarrolla así una crítica científica, radical, alcanzando los fundamentos del modo de producción capitalista, fundando el «socialismo científico». Pero un tal conocimiento de los fundamentos de una sociedad de clases, estructuralmente desigual, no concuerda con un intelectual neutro, imparcial, contemplador, sino involucrado, articulado y comprometido. Comprometido e involucrado con las luchas de las clases trabajadoras, buscando la transformación social, la superación del orden burgués, en la construcción de una sociedad verdaderamente emancipada: el socialismo, como camino para el comunismo.
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Son estos los tres pilares, las tres fuentes del pensamiento marxiano, que lo distingue de la amplia, rica y plural tradición marxista. Podemos así afirmar que estos tres fundamentos de la obra de Marx constituyen la primera frontera. El conocimiento producido en discrepancia con por lo menos uno de estos tres pilares, podríamos decir que, aunque próximo, se sitúa fuera de las fronteras teórico-filosóficas y políticas de la obra de Marx. El marxismo ortodoxo Con estos fundamentos, columnas vertebrales del pensamiento marxiano, un segundo aspecto a considerar para delimitar tales «fronteras» es presentado por Lukács, a partir de su ponderación sobre «lo qué es el marxismo ortodoxo». Primero, es necesario diferenciar la «ortodoxia» del «dogmatismo», generalmente confundidos o identificados. Por dogmatismo debemos entender la transformación del marxismo en una doctrina, en un conjunto de reglas, leyes y formulaciones que debe ser repetido acríticamente como una fe en un sistema cerrado, sin tensión interna, sin debate y sin movimiento —por ejemplo, la doctrina «marxista-leninista» establecida por la referida «autocracia estalinista». Contrariamente, la ortodoxia marxista, según Lukács: «No significa, pues, una adhesión sin crítica a los resultados de la investigación de Marx, no significa una ‹fe› en una u otra tesis, ni la exegesis de un libro ‹sagrado›. Por el contrario, la ortodoxia en materia de marxismo se refiere exclusivamente al método» (Lukács, 1974:15). El método, según Lukács, se particulariza, por un lado, por ser revolucionario (Lukács, 1974:16) y, por otro lado, por la «relación dialéctica del sujeto y del objeto en el proceso de la historia» (Lukács, 1974:17), también por partir
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de los hechos, de la realidad concreta (Lukács, 1974:19), tanto buscando superar su apariencia para alcanzar su esencia, como, al no concebirlo como hechos aislados, estableciendo las conexiones con la totalidad (Lukács, 1974:24). Tenemos así la caracterización de lo que es, según Lukács, el fundamento de la ortodoxia marxista, esto es, la fidelidad (u ortodoxia) marxista no se confunde con «dogmatismo» —concibiéndolo como una «doctrina» cerrada—, sino que radica en la aplicación de su método de conocimiento: el materialismo histórico y dialéctico. En el fondo, la determinación de las tres fuentes constitutivas del marxismo tratadas por Lenin y la caracterización lukacsiana de lo que es el marxismo ortodoxo representan la misma cuestión. En primer lugar, porque Lenin se refiere a los fundamentos del pensamiento de Marx. En segundo lugar, porque la fidelidad con Marx, la ortodoxia marxista, según el autor húngaro, radica en la fidelidad con el método de Marx, y este método consiste simultáneamente en el materialismo histórico y dialéctico (desarrollado a partir de la crítica a la filosofía alemana), en las categorías de análisis retiradas del propio modo de producción capitalista, como la teoría del valor-trabajo y la plusvalía (desarrolladas a partir de la crítica de la economía política inglesa) y en la perspectiva de la revolución como perspectiva política frente a las luchas de clases (desarrollada a partir de la crítica del socialismo utópico francés). O sea, el método, como fundamento lukacsiano del marxismo ortodoxo, se configura por las mismas tres fuentes leninianas del pensamiento marxiano. El método marxista es el materialismo histórico y dialéctico, las categorías del modo de producción capitalista y la perspectiva de revolución. ¡El método son las tres fuentes! Las tres fuentes constitutivas del pensamiento marxiano (presentadas por Lenin y de forma diferenciada por Kautsky) y el método como
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fundamento de la ortodoxia marxista (según Lukács) nos permiten de alguna manera delimitar (aunque sea de forma flexible, y sin imaginar una tradición cerrada, homogénea, sino una viva y heterogénea) las «fronteras» del marxismo ortodoxo: el pensamiento no dialéctico (estructuralista, neokantiano, etcétera) o lejos de la perspectiva de totalidad; la no consideración de las categorías fundantes del modo de producción capitalista (clase, luchas de clases, plusvalía, etcétera) y de la teoría del valor-trabajo; la renuncia a la perspectiva de revolución sustentada en un posicionamiento de clase; por tanto, la ausencia de alguno de estos fundamentos, ciertamente, pone límites a la «ortodoxia marxista» de autores y actores. Es decir, cuando se retira del análisis uno de los tres fundamentos, de los tres pilares, de las tres fuentes y partes constitutivas de la obra de Marx (la dialéctica y el materialismo, la crítica de la economía política y la perspectiva de revolución), generalmente se deriva en una lectura, en una interpretación (y en una producción teórica y una acción política) reduccionista, recortada, no «ortodoxa» (estructuralista, economicista, academicista, politicista, etcétera). Veamos a continuación algunos ejemplos de esto. Los estudios inspirados en la «crítica de la economía política», desarrollada por Marx, pero que han retirado de su horizonte los fundamentos de la dialéctica (la totalidad, la contradicción, el movimiento), a menudo derivan en un economicismo. Aquellos inspirados en la dialéctica como método científico, que orientan análisis empíricos de la realidad, que sin basarse en la propia perspectiva de revolución (el lugar de los sujetos y de las luchas de clases en el proceso histórico, y el horizonte de la revolución), han fundado un fuerte academicismo en el marxismo.
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Los análisis de las estructuras del modo de producción capitalista, cimentados en el «materialismo dialéctico», que retiran el papel del sujeto, de las luchas de clases, y que han relegado el «materialismo histórico», frecuentemente han derivado en un estructuralismo. En sentido inverso, el análisis del protagonismo de los sujetos, fundado en el «materialismo histórico», que desconsidera o subvalúa el peso de las estructuras y deja de lado el «materialismo dialéctico», muchas veces se ha orientado por un cierto voluntarismo o incluso una perspectiva historicista. Otras veces el «marxismo» ha aparecido como sinónimo de «proyecto de revolución», sin embargo, sin los fundamentos teóricos de la dialéctica materialista y del análisis histórico inspirado en la «crítica de la economía política», tal postura ha derivado en un cierto activismo de izquierda o un pragmatismo político (desde un «sindicalismo de resultados» hasta las propuestas de moda de «acciones afirmativas»), claramente tacticista (donde la táctica, lo inmediato, subordina la estrategia y el análisis teórico crítico).
Las fronteras histórico-sistémicas del marxismo Una vez delimitadas las fronteras teórico-filosóficas del marxismo ortodoxo, necesitamos considerar sus fronteras histórico-sistémicas. Es verdad que el método de Marx, el materialismo histórico y dialéctico, posee un cierto carácter universal. La dialéctica es un fundamento ontológico tanto de la realidad social (independientemente del sistema social específico) y de la naturaleza, como también del pensamiento que de ellas procura apropiarse; el carácter histórico de la realidad social es también un fundamento
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que no se limita a un determinado modo de producción; el materialismo, que concibe la realidad (material) anterior e independiente del conocimiento, es de igual forma una determinación de carácter universal. Los caminos del análisis y de la síntesis tampoco se restringen a un proceso de conocimiento apenas circunscrito a un determinado sistema social. En este sentido, y a pesar de que Marx no haya desarrollado una propuesta metodológica con pretensiones universales (él sólo elaboró un método para sus investigaciones, véase Montaño, 2013:11-16), tal método de conocimiento que busca apropiarse fielmente del movimiento de la realidad, transponiéndola hacia el pensamiento, tiene de hecho un cierto carácter universal. Sin embargo, el método marxiano, como veremos más adelante, se funda en un conocimiento comprometido sobre el modo de producción capitalista, se constituye así de la apropiación crítica de las categorías fundantes de este orden social (clase, explotación, trabajo asalariado, luchas de clase, alienación, etcétera) y del posicionamiento ideo-político: la perspectiva de revolución. Al respecto, la validad del marxismo —como método y como fundamento teórico-filosófico e ideo-político— se restringe al modo de producción capitalista. Netto refuerza tal posicionamiento al afirmar que «la obra marxiana» es «esencialmente una teoría de la sociedad burguesa» (1990:21). Las categorías tratadas en el pensamiento marxista son extraídas del capitalismo y por lo tanto sólo fecundas para el análisis de la estructura y fenómenos del orden burgués: no hay «plusvalía» en el modo de producción feudal; no existe «trabajo asalariado» en las relaciones esclavistas; no hay «luchas de clases» en ciertas comunidades indígenas. Atribuir a otro orden social tales categorías sería una clara transposición de su validad histórica.
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Marx no se preocupó por un método y un cuerpo teórico común y general para cualquier formación social, sino apenas para comprender críticamente al modo de producción capitalista, en camino de su transformación. Es así que Lenin afirma: «Si Marx no nos dejó la Lógica (con L mayúscula), nos dejó la lógica de El capital» (2011:201). Lo que tenemos, en la obra de Marx, es un pensamiento que procura apropiarse de la realidad concreta, y eso marca su carácter esencialmente ontológico (y no epistemológico): la estructura, la dinámica, los fenómenos propios del modo de producción capitalista. No se trata de una «epistemología», sino de una ontología del ser social. Así, según Lenin, el método de Marx, lo que constituye «el alma viva, la esencia del marxismo», significa el «análisis concreto de una realidad concreta» (1989:284). En tal sentido, podemos caracterizar las fronteras histórico-sistémicas del marxismo en las propias fronteras del modo de producción capitalista. Marxismo: ontología, método e historia Si, como fue expuesto, podemos establecer las «fronteras» del marxismo ortodoxo en su método, en las categorías de análisis sobre los fundamentos del modo de producción capitalista y en la perspectiva de revolución frente a las contradicciones y las luchas de clases, en esta sección retornaremos con más detalles a tales cuestiones. La actualidad y vigencia del marxismo en el siglo xxi radica en la vitalidad de estas cuestiones: de sus fundamentos ontológicos, de su concepción de historia y de su método de conocimiento —como el mejor camino para desvelar tanto los fundamentos estructurales y permanentes del modo de producción capitalista como
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sus procesos dinámicos y las formas que asumen en la actualidad—, de las categorías de análisis que, a partir de la «crítica de la economía política», extrae de la propia realidad —la teoría del valor-trabajo, la explotación de plusvalía, las contradicciones y las luchas de clases, la alienación, así como el imperialismo, la crisis capitalista, etcétera—, y de su perspectiva anticapitalista y de transformación social —sin resignarse a un supuesto «capitalismo humano y verde», sin renunciar a la revolución.
Los fundamentos ontológicos del ser social Afirma Lukács que, aunque raramente el marxismo haya sido entendido como una ontología, «el elemento filosóficamente decisivo en la acción de Marx constituye en haber esbozado los lineamientos de una ontología histórico-materialista» (2007:226). Y complementa: «La ontología marxiana se diferencia de la de Hegel por eliminar todo elemento lógico-deductivo, y en el plano de la evolución histórica, todo elemento teleológico» (Lukács, 2007:226). Sin embargo, si Marx «esboza» la ontología del ser social, será
el viejo Lukács quien consolidará tal perspectiva. ¿En qué consiste la tan propalada «ontología del ser social»? En primer lugar, explicitemos de qué se trata la «ontología». Para ello es necesario diferenciar la epistemología de la ontología como campos diferentes de la filosofía. Por un lado, la epistemología es la rama de la filosofía que estudia los fundamentos y métodos del conocimiento, con anterioridad e independencia del objeto de estudio concreto; la preocupación aquí es puramente gnoseológica (por ejemplo, la «razón pura» kantiana, como un conocimiento anterior a la experiencia, a la práctica, por lo tanto, a la relación
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sujeto-objeto). Por otro lado, la ontología es el campo de la filosofía que trata del ser, su naturaleza y sustancia, su estructura, fundamentos y movimiento, donde el proceso de conocimiento parte de la práctica (no necesariamente inmediata y personal), de la relación sujeto-objeto; por lo cual el conocimiento sólo es concebido como un proceso humano a partir y en función de un objeto real, material, concreto, y los fundamentos del método de conocimiento sólo pueden ser construidos a partir de los fundamentos del propio ser, de la propia realidad (por ejemplo, la ontología marxiana). En segundo lugar, determinemos el sentido del término «ser social». Para ello, también es necesario distinguir las tres formas de seres o las tres esferas ontológicas que trata Lukács: el ser inorgánico, cuya determinación ontológica fundante remite al simple «tornarse otra cosa» (el agua en vapor, el carbón en energía, etcétera); el ser orgánico, cuya determinación ontológica fundante está en la «reproducción de la vida», en la «reposición de lo mismo»; y el ser social, cuya determinación ontológica fundante (momento predominante) remite a la «adaptación activa, con la modificación del ambiente», o sea al acto consciente de transformación de la naturaleza, de creación de lo nuevo (Lukács, 2007:227). Si cada ser tiene un fundamento ontológico distinto, cada uno preserva determinaciones del anterior (el ser orgánico del inorgánico y el ser social del orgánico) y promueve un «salto ontológico». Por fin, consideremos los fundamentos de la «ontología del ser social». Para Lukács, la ontología de ser social reside en su capacidad de operar transformaciones conscientes en la naturaleza, de construir lo nuevo, de crear. Se trata de una actividad teleológica, o sea, de la pre-ideación de aquello que se desea crear. De esta forma, según Marx, «lo que distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que él figura en la mente su construcción
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antes de transformarla en realidad», siendo que en este proceso «él no transforma apenas la materia sobre la cual opera, sino que él imprime a la materia el proyecto que tenía conscientemente en la mira» (1980, 1:202). Es decir, el ser social, a diferencia de otros seres (orgánicos, naturales), transforma la naturaleza a partir de un plan preconcebido en su mente. En Marx, según Lukács, este proceso teleológico (consciente) de transformación de la naturaleza, de respuestas a necesidades, de construcción creativa de lo nuevo, se realiza a partir del trabajo (2007:229). El trabajo, por lo tanto, en cuanto praxis social, representa la primera determinación ontológica del ser social. Así, como fundamento del ser social, el trabajo no puede confundirse ni con «empleo» (forma concreta del trabajo en el capitalismo), ni con el mero «dispendio de energía» (como la caza de los mamíferos predadores o la construcción de un nido por un pájaro, claras determinaciones de su propia naturaleza). El trabajo es el acto consciente, teleológico, de transformación de la naturaleza, a partir de una pre-ideación del sujeto, y representa la praxis que constituye el salto ontológico del ser orgánico para el ser social. La praxis condensada en el trabajo, acción teleológica, consciente, exige una decisión entre alternativas (alternativas sobre el producto deseado, alternativas sobre las circunstancias a enfrentar y los caminos a seguir (Lukács, 2007:231). Por eso, Lukács considera que «el trabajo es un acto consciente, y por lo tanto presupone un conocimiento concreto, aunque jamás perfecto, de finalidades y medios determinados» (2007:233). Y para Lukács, basándose en Marx, esto remite a la libertad. No la libertad concebida por los liberales (formal, «negativa»), ni la del sentido común (como naturaleza o desprendimiento), sino la concepción de libertad presente en la ontología del ser social, que remite justamente a la capacidad
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consciente de este ser de optar entre alternativas; la libertad apenas puede existir, por lo tanto, en el ser social. Así, para Marx, el reino de la libertad comienza donde el trabajo deja de ser determinado por la necesidad y por la utilidad exteriormente impuestas (...). La libertad en este dominio sólo puede consistir en esto: el hombre social, los productores asociados regulan racionalmente el intercambio material con la naturaleza, lo controlan colectivamente (...). Pero este esfuerzo se colocará siempre en el reino de la necesidad. Más allá de él comienza el desarrollo de las fuerzas humanas como un fin en sí mismo, el reino genuino de la libertad, el cual sólo puede florecer teniendo por base el reino de la necesidad (1985, 3:942, cursivas nuestras).
Lukács aclara esto afirmando que «para Marx, el mundo de la economía (que él llama el «reino de la necesidad») será siempre, ineliminablemente, la base de aquella autocreación del género humano que él define como «reino de la libertad»; lo que lo lleva a concluir que «la praxis vinculada al ‹reino de la libertad› sólo pueda florecer ‹con base en el reino de la necesidad›» (2008:112). Son las elecciones y las acciones conscientes lo que hace del ser social un ser efectivamente libre; o, en los términos de Lukács, «la libertad, así como su posibilidad, no es algo dado por la naturaleza, no es un don concedido a partir de lo alto, y ni siquiera una parte integrante —de origen misterioso— del ser humano. Es el producto de la propia actividad humana» (2007:241). Es en el acto del trabajo, como praxis creadora, como acción teleológica, consciente, que el ser social se torna un ser libre, que realiza la libertad. Sólo puede ser realmente libre el ser que conscientemente puede optar
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entre alternativas. Lo hará en condiciones históricamente determinadas, pero eliminando las barreras de la naturaleza que lo aprisionan, para transformarla, según su plan pre-idealizado, con la finalidad de responder a las necesidades.
La concepción marxiana de historia Un segundo y fundamental aspecto a destacar en la presentación de aquello que diferencia el marxismo de las llamadas «ciencias sociales», o de las demás perspectivas teórico-metodológicas, en el análisis del modo de producción capitalista, remite a la clara comprensión de aquello que para Marx y para el marxismo ortodoxo es la historia, como ésta debe ser concebida y el lugar que ocupa en la elaboración teórica. La historia es interpretada de diferentes formas, como «historiografía» o «evolución», «microhistoria», «historias de vida» o «subjetivas», en fin, cada perspectiva teórica irá a tratar la historia diferentemente, y ésta ocupará un lugar particular en su método de conocimiento. Marx, ciertamente convencido de los límites de la comprensión historiográfica, o evolutiva (darwinista), 3 para tratar los fundamentos del modo Tal como Lukács caracteriza la Historia en la razón burguesa, como limitada «a la exposición de la ‹unicidad› del decurso histórico, sin llevar en consideración las leyes de la vida social» (2010:64). Marx ya había apuntado la necesidad de diferenciar la «historia idealista, tal como ha sido escrita» hasta entonces, de la «historia real», particularmente «las que se intitulan historias de la civilización, y que son todas historias de la religión y de los Estados». Y complementa que «a propósito, podemos referirnos también a los diferentes géneros de la historia escrita hasta el presente. La historia dicha objetiva. La subjetiva (moral, etcétera). La filosófica» (1977:227; 2011:62). 3
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de producción capitalista, funda una nueva concepción de historia. Según afirma en los Grundrisse y en la «‹Introducción› a la Crítica de la Economía Política»: 4 Sería por lo tanto imposible y equivocado clasificar las categorías económicas por el orden que fueron históricamente determinantes. Su orden es por el contrario determinado por las relaciones que entre ellas existen en la sociedad burguesa moderna, y es precisamente contrario a lo que parece ser su orden natural, o a lo que corresponde a su orden de sucesión en el decurso de la evolución histórica. No está en cuestión la relación [evolución] que se estableció históricamente entre las relaciones económicas en la sucesión de las diferentes formas de sociedad. Mucho menos su orden de sucesión «en la idea» (...). Se trata de su jerarquía en el cuadro de la moderna sociedad burguesa (1977:225 -226; 2011:60).
Y aún más, Marx nos ilustra con un «ejemplo del lugar diferente que estas mismas categorías ocupan en diferentes instancias de la sociedad» o en diferentes sociedades (1977:226; 2011:61, cursivas nuestras): El estado de pureza (determinación abstracta) en que aparecen en el mundo antiguo los pueblos comerciantes —fenicios, cartagineses— es determinado por la propia predominancia de los pueblos agricultores. El capital, en cuanto capital comercial o capital monetario, aparece precisamente bajo esta forma abstracta siempre que el capital no es aún el elemento dominante de las sociedades. Los lombardos y los judíos tienen la misma posición con relación a El mismo escrito aparece en ambos textos (Grundrisse e «Introducción» de 1857); optamos por la versión que nos pareció más clara. 4
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las sociedades de la Edad Media que practican agricultura (1977:226; Marx, 2011:60).
Es decir, no es la evolución de las categorías (y fenómenos) a lo largo de los diferentes modos de producción (e independientemente de estos) lo que nos va a iluminar sobre los mismos; al contrario, es el lugar que ocupan esas categorías o esos fenómenos, su función social, en el modo de producción capitalista, que los determina concretamente, lo que nos permite la clara comprensión de los mismos. El primer camino (de la evolución de los fenómenos a lo largo de las diversas sociedades), más común en los estudios «históricos», es claramente historiográfico, donde las categorías o los fenómenos son comprendidos en su evolución, en su desarrollo, como una concatenación de fases o etapas, pero sin las determinaciones históricas concretas dadas por los diferentes modos de producción. Así, consideradas las categorías y fenómenos independientemente de las formas concretas de sociedad en que existen, esta concepción de la «historia», evolucionista, historiográfica, se torna claramente ahistórica, en la medida en que aquellos son retirados y autonomizados de los fundamentos históricos de cada sociedad concreta, separados de la totalidad. Es como si se retirara la categoría o fenómeno de la realidad concreta, del modo de producción específico, y como si se considerara su evolución autónoma, independientemente de la propia Historia (general), apenas considerando su historia (específica), en una autoevolución. Como si pudiera estudiarse el «trabajo», el «sistema penal», el «sistema educacional», la «ayuda», la relación «ricos y pobres» y tantos otros fenómenos y categorías, siguiendo «su autoevolución» (endógena), en una relación lineal, unidimensional y unilateral de causa y efecto, atravesando (incólumes) las
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diferentes etapas de desarrollo social, los diferentes modos de producción, pero sin considerar su papel y el lugar que cada categoría y fenómeno asume en esas sociedades concretas, y cómo cada una de ellas determina y condiciona cada categoría y fenómeno en cuestión.5 Referente al segundo camino, aquel seguido por Marx, se concibe el análisis histórico partiendo del modo de producción específico, del contexto histórico-social concreto, para partir en el estudio de las categorías y de los fenómenos considerados en sus múltiples determinaciones. Por lo tanto, en este camino el punto de partida es la realidad concreta, el sistema social (general), el modo de producción, que contiene y determina todas las categorías, procesos y fenómenos que en su interior se desarrollan. Así, no es la evolución autónoma de cada categoría o fenómeno a lo largo de la historia, sino su inserción en la totalidad del sistema social (concreto) lo que constituye el punto de partida del análisis histórico para Marx: el «análisis concreto de la situación concreta», según afirma Lenin (1989:284). Aquí, cada categoría (o fenómeno), si es desarticulada de la totalidad, del sistema social que la contiene y determina, de las relaciones con otras categorías, fenómenos y determinaciones, en fin, si es separada de la historia concreta, representa para Marx una abstracción: La población es una abstracción si por ejemplo despreciamos las clases sociales que la componen. Por su turno, esas clases son una palabra hueca si ignoramos los elementos en que reposan, por ejemplo, el trabajo asalariado, el capital, etcétera. Éstos suponen el intercambio, la división del trabajo, los En el debate sobre la historia del Servicio Social tratamos esta concepción de historia como «endogenismo» (véase Montaño, 1998). 5
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precios, etcétera. El capital, por ejemplo, sin el trabajo asalariado, sin el valor, sin el dinero, sin el precio, etcétera, no es nada (1997:218).
Si tomamos, como ejemplo, el «trabajo», en cuanto categoría simple, en cuanto abstracción, éste existió en todas las sociedades. Así, afirma Marx, en cuanto «categoría simple», el trabajo es una «expresión de relaciones en que lo concreto aún no desarrollado puede realizarse sin que aún haya dado origen a la relación o a la conexión más compleja» (1997:220). En este sentido (por ejemplo con la historiografía), podríamos seguir la evolución de la categoría de la forma «más simple a lo más complejo», correspondiendo «al proceso histórico real» (1997:220); podríamos pensar la evolución del trabajo a lo largo de la historia, pasando por todos los modos de producción. Contrariamente, para Marx es importante estudiar la categoría «trabajo» (y los fenómenos a ésta ligados) a partir del modo de producción concreto, del sistema social que lo determina, y en él se inserta, en las múltiples relaciones que establece con otras determinaciones y categorías. Entonces afirma el autor: Este ejemplo del trabajo muestra con toda la evidencia que incluso las categorías más abstractas, aunque válidas —precisamente por causa de su naturaleza abstracta— para todas las épocas, no son, bajo la forma determinada de esta misma abstracción, menos el producto de condiciones históricas, y sólo se conservan plenamente válidas en estas condiciones [históricas] y en el marco de éstas (Marx, 1997:223, cursivas nuestras).
De esta manera, si el «trabajo», en cuando categoría abstracta, existe en todas las sociedades, justamente por eso esta categoría nada nos dice
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sobre el proceso de producción, las relaciones de producción y las formas específicas de distribución de riqueza en el capitalismo. A fin de entender los fundamentos de la sociedad capitalista es necesario comprender el «trabajo» como una categoría insertada y determinada por el modo de producción capitalista, como una categoría que así asume concreción histórica. El «trabajo» en sus múltiples determinaciones en la sociedad concreta, en el modo de producción capitalista, se enriquece así de sentido histórico. El «trabajo», comprendido en el modo de producción capitalista, deja su carácter de categoría abstracta y asume materialidad histórica: pasa a ser «trabajo asalariado», «trabajo productor de plusvalía», «trabajo subsumido al capital», «trabajo explotado», «trabajo alienado», «trabajo fundado en la mercantilización de la fuerza de trabajo», etcétera, y por lo tanto sólo válido para el «trabajo» en el modo de producción capitalista; 6 asumiendo así, esta categoría (ahora concreta), fuerza heurística para explicar los fundamentos del orden social burgués. El autor expone que son las condiciones que el trabajo asume en el modo de producción capitalista lo que determina sus fundamentos actuales, y no su evolución de las formas sociales anteriores: «Uno de los presupuestos del trabajo asalariado y una de las condiciones históricas del capital es el trabajo libre y el intercambio de trabajo libre por dinero [salario] (...). Otro presupuesto es la separación del trabajo libre de las condiciones objetivas de su efectivización —de los medios y del material de trabajo [de los medios de producción] (Marx, 1985a:65). Por lo tanto, sólo puedo comprender el sentido y la función del trabajo en la actualidad si conozco los fundamentos del modo de producción Pero, alerta Marx, «nunca a la manera de los economistas que suprimen todas las diferencias históricas y ven en todas las formas de sociedad las de la sociedad burguesa» (1997:223).
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capitalista (que lo funda y determina); de la misma forma, comprender tales fundamentos exige la clara caracterización del sentido del trabajo (libre, asalariado, mercantilizado, vendido y sometido al capital, productor de plusvalía, explotado, etcétera), que le confiera su peculiaridad este modo de producción específico. ¿Cómo podría comprender un determinado modo de producción sin caracterizar las formas concretas que asumen el trabajo y el proceso de producir? Al respecto, en Marx no son las categorías más simples, abstractas, las que explican su desarrollo histórico, partiendo del escenario más antiguo hasta llegar a la sociedad moderna, sino al contrario, es en la sociedad contemporánea que las categorías asumen concreción, donde ellas se vuelven más complejas y expresan más determinaciones históricas. Para Marx, es lo más desarrollado (más complejo) que explica lo menos desarrollado (más simple): La anatomía del hombre es la clave de la anatomía del mono. En las especies animales inferiores sólo se pueden comprender los signos denunciadores de una nueva forma superior cuando esa forma superior ya es conocida. De la misma forma la economía burguesa nos da la clave de la economía antigua, etcétera (1997:223). La concepción de la historia que pretende comprender de cada fase su desarrollo posterior —concepción historiográfica o evolutiva— presupone que las determinaciones de la fase ulterior ya están expresadas en el momento anterior, y que la exploración histórica envuelve el estudio de hechos concatenados en la secuencia con que ellos ocurrieron empíricamente (en una relación de causa y efecto). Marx advierte que no es posible comprender un periodo histórico (el modo de producción, los fenómenos y las categorías) a partir de su pasado. El punto de partida de la exploración histórica debe ser la fase más desarrollada, el presente, donde
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la realidad está más saturada de determinaciones, y éstas están más desarrolladas, más complejas, con más conexiones. De esa manera, en su comprensión de la historia, el estudio de las categorías y fenómenos no debe partir de las formas más simples, pretendiendo una evolución hasta las formas más complejas (o de las más antiguas para las más recientes), como si los fenómenos en la fase superior explicaran su evolución posterior, como si el pasado explicara el presente, tal como es concebido en los estudios historiográficos. Contrariamente, «eso que se llama desarrollo histórico, al fin y al cabo, se basa en el hecho de que la última forma considera las formas pasadas» (Marx, 1977:224, cursivas nuestras). Así, el punto de partida de la investigación histórica para el estudio de las categorías y los fenómenos concretos en la actual fase de desarrollo del modo de producción capitalista son las determinaciones actuales insertadas en el sistema social contemporáneo, enmarcadas por la totalidad social, en sus múltiples conexiones y relaciones con las demás determinaciones, consiguiendo captar el real sentido que la categoría o el fenómeno tiene en la sociedad concreta e iluminando los fundamentos de este sistema social. La concepción marxiana de la historia y del conocimiento histórico de las categorías y los fenómenos, por lo tanto, exige constantemente partir de la realidad concreta, más desarrollada, actual, con la finalidad de entender la mayor riqueza de determinaciones en ésta. Se trata de un pensamiento vivo, y constantemente desafiado para comprender las nuevas determinaciones de la realidad contemporánea concreta. En tal sentido, resulta absolutamente infundada la afirmación de que el pensamiento marxista, al quedar congelado en el tiempo en las investigaciones de Marx del siglo xix, no sería capaz de comprender el presente.
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El método de Marx en la producción de conocimiento de la realidad Esta última cuestión repone a la consideración acerca del método de Marx, el materialismo histórico y dialéctico, en la medida en que se trata de un método que, buscando la transformación social, tiene por condición y exigencia la fiel reproducción intelectual del movimiento de la realidad. 1. Si la realidad histórica es dinámica, el método tiene que conseguir
captar ese movimiento. Él debe estar constantemente buscando las nuevas determinaciones de la realidad. 2. Si la realidad se presenta de forma caótica, el método tiene que con-
seguir descifrar y aclarar los fundamentos de la realidad. 3. Si la realidad se muestra en su apariencia, el método tiene que alcan-
zar su esencia. Así, según Marx, «toda ciencia sería superflua si hubiera coincidencia inmediata entre la apariencia y la esencia de las cosas» (1985, 3:939).
Debemos, entonces, primero considerar cuáles son los fundamentos de la dialéctica de la realidad, para que entonces pensemos la dialéctica del conocimiento (o el método dialéctico). El método que se funda en la dialéctica de la realidad. Marx pretende un método de conocimiento que consiga captar (lo más fielmente posible) el movimiento de la realidad. En este sentido la preocupación metodológica (gnoseológica), para Marx, es a posteriori, a partir y en función de su preocupación central sobre los fundamentos y el movimiento de su objeto, del ser social, del modo de producción capitalista. Por este motivo, el conocimiento en Marx es ontológico (y no epistemológico), por determinar los fundamentos de su método de conocimiento a partir de los fundamentos
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del propio «ser». Así, la dialéctica del conocimiento —la dialéctica como método gnoseológico, o el método dialéctico— es también la dialéctica de la propia realidad. La elaboración metodológica, para Marx (el método dialéctico de conocimiento), ya es un reflejo de la dialéctica del propio «ser», de la realidad social. De esta forma, caracterizar la dialéctica del proceso de conocimiento, o el método dialéctico, por situarse en el campo de la ontología, presupone partir de la caracterización de la dialéctica de la realidad, del propio fundamento del ser social y particularmente del modo de producción capitalista. Marx aprende con Hegel que la dialéctica de la realidad social (y de la naturaleza), de la historia, del ser social, significa, en primer lugar, que las cosas, la realidad, están en constante movimiento: el movimiento es constitutivo de la realidad. Otra condición de la dialéctica presente en la realidad es la contracción: todo proceso real, en constante movimiento, se opera a partir de la contradicción, de la afirmación y de la negación; la contradicción es el motor del movimiento, en un proceso de tesis, antítesis y síntesis. Aquí aparece el concepto de «superación dialéctica», siendo ésta la negación de lo que era, la conservación de algo esencial de la forma anterior, y la elevación a un nivel superior del nuevo «ser» (véase Konder, 2003:26). Finalmente, la dialéctica presente en la realidad muestra la arti-
culación mutua de los fenómenos en una totalidad, en una relación entre lo singular, lo particular y lo universal. Así es que Engels (1979:34 y ss.), al pensar la «dialéctica de la naturaleza», presenta tres leyes de la dialéctica: 1. La ley de la transformación de la cantidad en calidad (y viceversa), a partir de la cual cambios cuantitativos, que no alteran aún la esencia de los fenómenos, pueden llegar a un nivel
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de transformación cualitativa. 2. La ley de la interpenetración de los contrarios, que remite a la relación existente entre todos los fenómenos de la realidad, en diferentes niveles de complejidad y universalidad, lo que exige su comprensión a partir de la totalidad y no de su aislamiento. 3. La ley de la negación de la negación, donde tanto la afirmación como la negación (constitutivas de la realidad) son superadas, concluyendo en una síntesis (la negación de la negación), en un proceso de tesis (afirmación, positividad), antítesis (negación, negatividad) y síntesis (negación de la negación). De esta forma, el método dialéctico de conocimiento incorpora las determinaciones de la dialéctica de la realidad. El método que parte de la realidad concreta, y que procura la fiel reproducción intelectual de la realidad, transpuesta para el pensamiento. El punto de partida del método (proceso) de conocimiento de Marx es la realidad, lo concreto. Es la práctica (social-histórica, no necesariamente individual e inmediata) que permite al sujeto apropiarse de la realidad concreta, en cuanto totalidad saturada de determinaciones; pero, dado su carácter complejo, como afirma Marx en su «Introducción de 1857», ésta se presenta de forma caótica, incomprensible (véase Marx, 1977:218-219). Mediante el análisis, primer camino del pensamiento en el proceso de conocimiento, el sujeto desconstruye la totalidad caótica al separar sus partes, sus determinaciones, hasta alcanzar las formas más simples. Tales determinaciones simples, por ser simples y aisladas, sólo existen así apenas en el pensamiento, siendo por lo tanto abstracciones: la mercancía es una abstracción si es aislada del proceso de producción, del intercambio, de la explotación, etcétera; la población es una abstracción si está desvinculada de las clases que la componen, de sus contradicciones, etcétera; la moneda es una abstracción si no como medio universal de intercambio entre sujetos, etcétera.
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Pero, si lo concreto es una totalidad saturada de determinaciones, ¿cuáles particularidades, cuáles determinaciones, deben ser consideradas? Evidentemente aquí el investigador, el sujeto cognoscente, debe establecer priorizaciones necesarias para poder aprehender la realidad, separando lo esencial de lo accesorio; y este proceso es determinado por la teoría. No obstante, priorizar determinaciones con mayor poder explicativo no equivale a «determinismo económico», a absolutizar las determinaciones económicas; la riqueza del método dialéctico está en la perspectiva de totalidad, incluso cuando algunas determinaciones económico-políticas sean centrales para el conocimiento de los fundamentos de la producción y distribución de la riqueza social. Una vez tratadas las particularidades en sus formas más simples y de forma aislada, cabe emprender «el camino de retorno», mediante la síntesis. En este proceso se relacionan las partes entre sí, se recompone la totalidad, hasta la reproducción de lo concreto (de la realidad) en el plano del pensamiento. Así, la teoría es para Marx la representación intelectual del movimiento de la realidad (lo concreto pensado, lo concreto puesto en el pensamiento), y por lo tanto la teoría, el conocimiento teórico, representa una tendencia, que puede ser sometida a contratendencias históricas. Si Marx expone que el conocimiento debe partir de la realidad concreta, el marxismo ortodoxo, fundado en la fidelidad con su método, debe constantemente remitirse a la realidad. Se trata de un método que tiene como esencia, como fundamento y como necesidad, la constante referencia a la realidad sociohistórica. Constituye, por lo tanto, un conocimiento en constante construcción, en un movimiento que debe acompañar el propio movimiento de la realidad. Jamás tal perspectiva (el marxismo ortodoxo)
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podría ser confundida como una doctrina, como un cuerpo teórico cerrado, pues su conocimiento producido se recrea con la propia recreación de la realidad en constante movimiento. El método que se funda en el análisis de las categorías realmente existentes en la realidad. Si el método de Marx (y del marxismo ortodoxo) pretende apropiarse de la realidad para transponerla en el pensamiento, éste debe apropiarse de las categorías existentes en la realidad. Según Lukács, «las categorías no son elementos de una arquitectura jerárquica y sistemática, sino, al contrario, son en realidad ‹formas de ser, determinaciones de la existencia›, elementos estructurales de complejos relativamente totales, reales, dinámicos, cuyas inter-relaciones dinámicas dan lugar a complejos cada vez más amplios» (2012:297). Estas categorías, en la concepción marxiana, son del pensamiento porque son constitutivas (y extraídas) de la realidad. Las categorías empleadas en el análisis de los hechos condicionan el tipo de conocimiento producido, el alcance de la comprensión sobre la realidad. Las categorías funcionan, para el científico social, como el microscopio o el reactivo para el biólogo.7 El tipo de categoría empleado para el conocimiento de la realidad social, como el tipo de microscopio o de reactivo en la investigación microorgánica, va a llevar a conocimientos diferentes. No es la misma cosa el conocimiento alcanzado sobre la realidad contemporánea a partir de unas u otras categorías de análisis: contradicción o disfunción, antinomias y harmonía; explotación o exclusión, o incluso opresión; clase social (fundada en el proceso de producción), o clases Como aclara Marx, en el Prefacio a la primera edición de El capital, «en el análisis de las formas económicas, no se puede utilizar ni microscopio ni reactivos químicos. La capacidad de abstracción [llegando a las determinaciones más simples] sustituye esos medios» (1980, 1:4).
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rica, media y pobre (o alta, media y baja, según el patrimonio o capacidad de acceso al mercado), o aún, ciudadanía o pueblo; luchas de clases o colaboración y articulación entre clases; imperialismo o globalización; sociedad civil o tercer sector; transformación o cambio, etcétera. ¿Por qué? Porque la contradicción trata del movimiento, de la transformación, pero la «harmonía» o la «disfunción» presupone un sistema perfectible pero no en transformación; porque la explotación hace referencia a la relación contradictoria entre las clases fundamentales en el proceso de producción del modo de producción capitalista (capital y trabajo). Su eliminación supone la superación del orden capitalista, en cuanto la «exclusión» remite a cualquier forma de desigualdad, y su resolución pasa por la «inclusión» (dentro del orden social vigente); porque la clase social (sustentada en el proceso de producción) remite a la relación contradictoria entre los dos sujetos fundamentales de la producción capitalista (dueños de fuerza de trabajo y dueños de medios de producción). Entretanto la noción de «clase» como ricos o pobres trata de una diferencia (de poder adquisitivo), pero no de una contradicción y, aún más, en cuanto la clase muestra la contradicción fundada en la división social del trabajo, el pueblo y la ciudadanía la esconden; porque las luchas de clases remiten a un proceso de conflicto (manifiesto o latente) que enfrenta las clases antagónicas, pero la colaboración o articulación induce al ocultamiento de tales antagonismos, de tales contradicciones, suponiendo la comunión de intereses; porque el imperialismo remite a un orden mundial marcado por el monopolismo, por la fusión del capital bancario e industrial, por el desarrollo desigual y combinado (países de centro y periferia, en una relación de dependencia), siendo que la llamada «globalización» esconde un proceso histórico, lo naturaliza y oculta el sujeto; porque la sociedad civil remite (incluso con tratamientos
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diferentes) a una esfera de la totalidad social saturada de contradicciones y luchas, mientras que el llamado «tercer sector» supone su desarticulación de la totalidad y su homogenización y harmonía; porque la transformación significa la superación estructural del orden burgués, del modo de producción capitalista, pero los «cambios» remiten a alteraciones dentro del —y preservando el— sistema vigente. Las categorías representan el arsenal heurístico, las herramientas de investigación, apuntando dónde y qué se va a observar de la realidad. Por lo tanto, el conocimiento alcanzado depende del tipo de categorías observadas. Pero estas categorías, más universales en el modo de producción capitalista, no ayudan a comprender apenas la estructura social más amplia. Su uso en el proceso de conocimiento de fenómenos más particulares —la cuestión del Estado, las políticas sociales, la desigualdad de género, la cuestión étnica, etcétera— o incluso singulares y locales —cuestiones en un grupo, en una familia, en un territorio determinados—, también es fundamental para el conocimiento crítico que consiga captar la esencia de esos fenómenos. Y nuevamente aquí aparece la necesidad de priorizar, de establecer cuáles categorías (de mayor o menor universalidad o especificidad) serán prioritarias para el proceso cognitivo de fenómenos determinados, alcanzando su esencia y su conexión con otros fenómenos o con la realidad de mayor complejidad que lo contiene y determina. Así, el método de Marx, fundamento del marxismo ortodoxo, no es apenas dialéctico, no se constituye apenas en los caminos de análisis y síntesis, sino que consiste también en el conocimiento a partir de las categorías (universales y particulares) extraídas de la propia realidad social. Pensar la realidad capitalista, en la actualidad, o sus fenómenos desarrollados en
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su interior, sin la consideración de las categorías contradicción, clase, plusvalía, explotación, imperialismo, etcétera, ciertamente producirá un conocimiento antagónico de aquel elaborado a partir del marxismo ortodoxo. El lugar central de la «crítica radical» como arma en el proceso de conocimiento. Marx advierte que, el papel de la crítica es central en el proceso de conocimiento. Tal es así que, como ya observamos, los fundamentos de la obra marxiana se sustentan en la crítica de la economía política inglesa, en la crítica de la filosofía alemana y en la crítica del socialismo utópico francés. Aún más, en los textos de Marx la crítica siempre es el fundamento central; veamos los títulos de sus libros: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843); La Sagrada Familia o la Crítica de la crítica crítica contra Bruno Bauer y consortes (1845, con Engels); La ideología alemana. Crítica de la más reciente filosofía alemana en sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner, y del socialismo alemán en sus diferentes profetas (1845 -1846, con Engels); Para la crítica de la economía política (1857); El capital. Crítica de la economía política (1867); Crítica al programa de Gotha (1875). No obstante si la crítica es central en el pensamiento marxiano, en el proceso de conocimiento de la realidad, en el tipo de envolvimiento de Marx con el orden social burgués, ¿de qué «crítica» estamos hablando? Con frecuencia hay un uso del término «crítica» como rechazo: ser crítico a algo en este entendimiento significaría su rechazo, su descarte. Hay también una crítica restauradora: aquella que al rechazar lo «moderno», lo «nuevo», añora y propone la restauración de lo antiguo. Hay una crítica moralista: aquella que se funda en juicios de valores, en evaluaciones morales. Existe una crítica doctrinaria: cuando se rechaza todo lo que esté por fuera de cierta doctrina, de cierto dogma (como la religión). Podemos encontrar la crítica romántica o ingenua: cuando la crítica enfrenta un fenómeno o
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discurso, pero sin conseguir captar sus fundamentos, apenas manifestando un descontento, a partir del sentido común, o deslizando para la crítica moral. Verificamos, como expresión de lo anterior, una forma de crítica puntual: centrada en procesos aislados, singulares, sin conexiones con las estructuras sociales, con los demás fenómenos, ciertamente tratando de las consecuencias y no de las causas, ignorando el peso de las estructuras y sin una perspectiva de totalidad. Marx considera que la crítica no tiene cualquier relación con las anteriores: es una crítica radical. La crítica (radical) no puede ser rechazo, pues consiste en la incorporación y superación dialéctica. Ella jamás puede ser doctrinaria, o moralista, porque consiste en el conocimiento que aprehende, en el pensamiento, y fielmente, en el movimiento efectivo de la realidad. La crítica (radical) no tiene una orientación restauradora, ya que busca la transformación histórica orientada por el progreso y la emancipación humana. Y aún, la crítica marxista no puede ser romántica, ingenua, superficial o puntual; al sustentarse en la perspectiva de totalidad, debe captar los fundamentos de los procesos, la esencia de los fenómenos, llegando a la raíz de la realidad social. Se trata de una crítica radical. Según nuestro autor, la crítica (radical) es una herramienta en el proceso de conocimiento, es un «arma», pues «la crítica no es la pasión de la cabeza, sino la cabeza de la pasión (...) un arma», sin que la crítica sea un «fin en sí, sino apenas un medio» (Marx, 2005:147). Entonces, es necesario reconocer, que el arma de la crítica no puede sustituir la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser destruido por el poder material, pero la teoría se convierte en fuerza material cuando penetra en las masas. La teoría es capaz
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de penetrar las masas al demostrarse ad hominem, y se demuestra ad hominem luego que se torna radical. Ser radical es agarrar las cosas por la raíz. Pero para el hombre la raíz es el propio hombre (...) No basta que el pensamiento procure realizarse; la realidad debe igualmente compeler al pensamiento (Marx, 2005:151-152).
De esa manera, la teoría crítica (radical), el conocimiento crítico, por alcanzar la raíz de las cosas, cuando es apropiada por las masas, tiene, como un arma, fuerza material para la transformación social. El conocimiento materialista, histórico y dialéctico, es un conocimiento crítico radical, es un arma para las masas, para las clases trabajadoras, para la transformación social. He aquí la respuesta a nuestra primera pregunta, el motivo que funda tanto rechazo al método y a la teoría marxistas: se trata de una poderosa arma para la transformación social operada por las masas de trabajadores, cuando están en posesión de ésta, en camino de la emancipación humana. El método que se funda en la relación sujeto-objeto y en la perspectiva de transformación social (revolución). Finalmente, se trata de un método de conocimiento sin pretensión de neutralidad u «objetividad», sino de un conocimiento articulado, comprometido, fundado en una relación sujeto-objeto. Para Marx, el conocimiento no crea la realidad, porque ésta es anterior al conocimiento que de ella se tenga. Sin embargo, ese conocimiento se elabora en el envolvimiento e implicación del sujeto con la realidad social. Es un conocimiento, por lo tanto, saturado de valores, de posicionamientos éticos y políticos, de intereses. El conocimiento sobre la realidad social se produce a partir de los intereses y del envolvimiento del sujeto con la realidad... sepa el sujeto o no de ello.
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En el proceso (de conocimiento), el sujeto, envuelto en la realidad, opera simultáneamente una transformación de la misma, que aún lo transforma a sí mismo. Al transformar la realidad, el sujeto se transforma a sí mismo, y al transformarse transforma la realidad. El conocimiento envuelve una relación de mutua implicación entre el sujeto y el objeto; implicancia ésta que se funda en los intereses, en los valores, en la ideología del sujeto. En el modo de producción capitalista tal implicancia, tal relación sujeto-objeto, envuelve la condición de clase frente a las contradicciones entre capital y trabajo, fundamento de la desigualdad en el orden burgués. De esa forma, un cierto sentimiento se vuelve esencial en esta relación, en el proceso de conocimiento: la indignación. Marx explica que «la indignación es su [del conocimiento] modo esencial de sentimiento, y la denuncia su principal tarea» (2005:147). La indignación se torna, en la relación sujeto-objeto, en el proceso de conocimiento crítico, en el conocimiento comprometido, un sentimiento esencial; sin embargo, hoy tan dejado de lado. Hoy la naturalización de la realidad social histórica, la resignación y aceptación de las formas de desigualdad, de discriminación, de sumisión, de explotación, llevan a un vaciamiento de la capacidad de indignación de los sujetos: no nos indignamos más frente a la realidad... nos resignamos, naturalizamos esa realidad. Además, Marx sostiene que el conocimiento crítico exige la indignación como sentimiento esencial, primario. Pero no basta la indignación. Como afirma, «la crítica no es la pasión de la cabeza, sino la cabeza de la pasión» (Marx, 2005:147). Es preciso, a partir del sentimiento de indignación, elaborar el conocimiento (científico) crítico, mediante la crítica radical, en el horizonte de la transformación social.
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En efecto, el pensamiento marxista se sustenta definitivamente en el posicionamiento (de los intereses) de la clase trabajadora, en su antagonismo con la burguesía, en un claro anticapitalismo, y por lo tanto en la perspectiva de revolución en busca de la emancipación humana. En palabras de Hobsbawm, «el marxismo (...) es un método para, al mismo tiempo, interpretar y cambiar el mundo» (1987:12). Es decir, es un conocimiento para alcanzar los fundamentos, la esencia del modo capitalista de producción. Es un conocimiento para la transformación social. Tales fundamentos del marxismo ortodoxo, fiel al método de Marx, dada su ontología del ser social, dada su particular concepción de historia, dado su método de conocimiento materialista-histórico-dialéctico, y dada su perspectiva de revolución, constituyen los cimientos de un original análisis del modo capitalista de producción; fundan el «análisis concreto de la realidad concreta». En ese sentido, la teoría (el «punto de llegada» del proceso de conocimiento) es la reproducción del movimiento de la realidad transpuesta al pensamiento (siendo que la propia realidad social concreta constituye su «punto de partida»). Así, el punto de partida del análisis (concreto) de la historia (como realidad concreta) se funda en la crítica de la economía política y procura aprehender las categorías fundantes del modo de producción capitalista: el «fetichismo» (de la mercancía); la «alienación» y la «reificación»; la categoría «trabajo» (tanto en el plano ontológico, como en su dimensión histórica en el modo de producción capitalista); el «capital» (como valorización del valor y como relación social); la «libertad» (fundada en la capacidad del ser social de elegir conscientemente entre alternativas), la cual es referencia para pensar la «emancipación humana»; la categoría «clase social» (fundada en el lugar que ocupan los sujetos en el proceso de producir valores), que establece relaciones sociales de «explotación» de «plusvalía» (como
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el valor producido por el trabajador y apropiado por el capitalista en la relación salarial); finalmente, las «luchas de clases», que representan para Marx otra categoría central del modo de producción capitalista: el motor de la historia. Sin duda, estas categorías son insuficientes para la exploración del sistema capitalista y de los fenómenos y procesos particulares, pero éstas son fundamentales para una comprensión crítica y radical (que procure alcanzar sus raíces), que consiga desvelar la esencia, la totalidad, de los fenómenos en movimiento. Tratar la realidad contemporánea, sea estructural (el modo de producción capitalista en general, por ejemplo), o sea en sus particularidades, en sus manifestaciones, en sus fenómenos específicos, sin partir, sin fundar los análisis en estas categorías, ciertamente distancia tal estudio de la perspectiva ortodoxa del marxismo. Jamás se llegará a las raíces de la realidad (en un conocimiento crítico, radical, comprometido), jamás se desvelará la esencia de los fenómenos en el orden burgués, si sus categorías fundantes no aparecen como instrumentos del análisis, si el arsenal heurístico empleado no cuenta con tales categorías. Si éstas no son suficientes, sin duda ellas son fundamentales... porque son fundantes. La dialéctica del capitalismo y la dialéctica del marxismo A partir de las consideraciones anteriores, es necesario en este momento tratar, aunque sea sumariamente, el movimiento del capitalismo (la dialéctica de la realidad, con sus continuidades y rupturas) y cómo éste ha sido acompañado por el marxismo ortodoxo en la búsqueda de captar, fielmente, tal movimiento, desde los análisis de Marx en el siglo xix hasta la actualidad en el siglo xxi.
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El nuevo periodo histórico, post-Marx, será inicialmente enmarcado por dos guerras mundiales y por la Guerra Fría, con su impacto en la división militar, ideológica y económica del mundo entre las dos principales potencias: la capitalista, bajo la hegemonía estadounidense, y la socialista, bajo la influencia soviética, lo cual será considerado por Hobsbawm (1995) como la «era de los extremos» en el «breve siglo xx». Posteriormente, en los últimos tres decenios del siglo xx y en el pasaje al xxi, con la nueva fase de crisis capitalista, la extinción de la experiencia soviética y el fin de la Guerra Fría, y con la expansión hegemónica del neoliberalismo, profundas transformaciones en la estructura y en las dinámicas del capitalismo enmarcan el mundo contemporáneo. Puede afirmarse que el capitalismo que Marx vivió y estudió, en su constante movimiento dialéctico, de conservación y rupturas, se ha desarrollado a lo largo del siglo xx hasta la actualidad, se ha vuelto compleja y se ha saturado de nuevas determinaciones. El pensamiento marxista (ortodoxo) se ha orientado al tratamiento de esta nueva realidad en movimiento. Algunos avances en los estudios para actualizar el análisis (ortodoxo) sobre la realidad en movimiento, en torno al modo de producción capitalista y sus fenómenos particulares, pueden ser sintetizados en varias de las siguientes obras. En primer lugar, en el tránsito del siglo xix al xx, con la formación de los monopolios, se abre una nueva fase del capitalismo: el «capitalismo monopolista», que sustituye la competencia intercapitalista por el control monopolista. Esta nueva «fase superior» del capitalismo constituirá lo que Lenin (1979) llamó «imperialismo» —fundado, a partir de una monumental centralización del capital, en la constitución del monopolio, en la fusión entre capital bancario e industrial que constituye el capital financiero, en
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la exportación de capitales y no sólo de mercancías, y en el neocolonialismo. Rosa Luxemburgo (1985) analizará las nuevas condiciones históricas de la «acumulación de capital» y Ernest Mandel (1982) hará una caracterización diferente como «capitalismo tardío» —considerando el papel del monopolio, la economía armamentista, la tecnología y el desarrollo del Estado intervencionista. Sin embargo, el pensamiento marxista no paró en los estudios clásicos del imperialismo, también se ha debatido (y ha causado polémica) la actualidad (de continuidades y rupturas) del «nuevo imperialismo en el siglo xxi, en los textos de Borón (2002), Harvey (2004), Petras y Veltmeyer (2004) y Fontes (2010). Al pensar el sistema mundo en el siglo xx, y particularmente el «desarrollo» del capitalismo monopolista (abordados por Barán, 1986, y Sweezy, 1986), estudiaron el caso de la periferia latinoamericana Mariátegui (1999)
y Cueva (1990); y aún inspirados en la categoría de «desarrollo desigual y combinado» elaborada por Trotsky (2007:19 y ss.), el pensamiento marxista consideró el llamado «desarrollismo» como una nueva relación de dependencia entre países de centro y periferia, según los análisis de Theotonio dos Santos (1972), Ruy Mauro Marini (1977) y André Gunder Frank (1983), entre otros. En este contexto, y resultado de las luchas de clases, el capitalismo en la segunda posguerra atribuyó nuevas funciones al Estado, el cual pasará a intervenir en la economía, en la regulación de las relaciones sociales y laborales, y en la acción social. Los estudios no marxistas lo caracterizan como «Estado de bienestar social» o «Welfare State»; por el contrario, autores como Antonio Gramsci (2000) —pensando el «Estado ampliado» constituido, a partir de la socialización de la política, por una «sociedad política» y una nueva «sociedad civil»— y Mandel (1982) —quien lo considera en
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la fase tardía del capital como «capitalista total ideal»— aprehendieron las nuevas determinaciones del Estado insertadas en la totalidad social y no como una entidad autónoma. El Estado, en el nuevo escenario de crisis capitalista, de fin de la Guerra Fría y de hegemonía neoliberal, sufre un proceso de contrarreforma monumental, que es tratado por diversos autores marxistas contemporáneos, como James O’Connor (1977) y Jean Lojkine (1977). También, producto de la segunda revolución tecnológica (Mandel, 1982) y con la incorporación de nuevas formas organizativas (taylorista y
fordista), se desarrolla un nuevo proceso de producción (en masa), que Harry Braverman (1987) tratará como una forma de «degradación del trabajo», vinculado a la gerencia, a la mecanización, al monopolismo y a la diversificación de la clase trabajadora. Sin embargo, a partir de la tercera revolución tecnológica y del nuevo contexto de crisis capitalista, hay una profunda reestructuración productiva que se inicia en los países occidentales en las décadas de 1980 y 1990, considerada por diversos estudiosos marxistas, por ejemplo, István Mészáros (2002), David Harvey (1993) y Ricardo Antunes (1999). Tema particularmente neurálgico en el desarrollo capitalista contemporáneo es la irrupción, en el pasaje entre los 1960 y los 1970, de una nueva fase de crisis capitalista, poniendo fin al «régimen de acumulación fordista-keynesiano» (según la caracterización de Harvey, 1993). Sustentado en los fundamentos marxianos sobre la crisis capitalista, y siguiendo los desarrollos de Kondratiev, la actual fase de crisis es tratada de manera diferente por Mandel (1980; 1982) y Giovanni Arrighi (1996), ambos enfatizan su carácter cíclico, y por Mészáros (2002; 2009), quien destaca su carácter estructural y acumulativo.
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A partir de esta crisis, el capital, como forma de preservar las elevadas tasas de lucro, promueve una fuga de la actividad productivo-comercial para la inversión financiera —sea en el «capital portador de interés», sea en el «capital ficticio»—, en lo que François Chesnais (1996) llama de «mundialización del capital», dando densidad histórica y sujeto a un proceso tratado como «globalización». Este hecho pone a la fracción financiera del capital en el comando hegemónico del proceso de reestructuración capitalista, el llamado neoliberalismo, como el proyecto que, fundado en los postulados de Hayek, orientará el conjunto de «reformas» para, frente a la crisis, sustentar las superganancias del gran capital. Diversos trabajos tratan de este proceso, entre ellos destacan los de Harvey (2005) y Petras (1999). Incluso, los análisis marxistas que abordan el capitalismo contemporáneo se orientan a cuestiones como la democracia (Domenico Losurdo, 2004; Ellen Wood, 2006), los diversos movimientos sociales (James Petras
y Henry Veltmeyer, 2005; Samir Amin y François Houtart, 2003), el sujeto revolucionario, las luchas de clases, la cultura, la ideología, la pobreza, la vida cotidiana, etcétera. Como se ve, en estas breves reflexiones, el marxismo ortodoxo ha efectivamente acompañado la reflexión sobre las novedades del capitalismo en movimiento. El tratamiento de las novedades, no obstante, no excluye la constatación de sus continuidades (en los fundamentos y ciertas dinámicas); se trata de un movimiento dialéctico de continuidades y rupturas.
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Algunas consideraciones finales: la vigencia del marxismo en el siglo xxi Llegamos, en el final de este breve texto, al momento de reflexionar sobre la actualidad y la vigencia del marxismo en el siglo xxi; reflexión que expresa nuestro propósito en este artículo. Este ha sido el objetivo de varios marxistas, como Leandro Konder (1992) —aún bajo el impacto de la extinción del bloque soviético, en su texto El futuro de la filosofía de la praxis. El pensamiento de Marx en el siglo xxi—, Perry Anderson (1985) —una refutación en su libro La crisis de la crisis del marxismo—, Atilio Borón (2007) —en la compilación La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas—, Francisco Teixeira y Celso Frederico (2008) — en el libro Marx en el siglo xxi—, Daniel Bensaïd (2011) —en el texto Marx ha vuelto—, entre tantos otros. Nuestra hipótesis de trabajo, para pensar la actualidad y vigencia del marxismo, puede ser presentada de la siguiente forma: 1. El marxismo representa una tradición viva, rica, heterogénea y en
constante desarrollo y debate interno, pero existen «varios marxismos» y corrientes diversas. En ese sentido, nos centramos aquí en los fundamentos de la obra de Marx —sus «tres fuentes», expuestas por Lenin— y en lo que, a partir de Lukács, tratamos como «marxismo ortodoxo» —las corrientes y autores fieles al método de Marx (que como ya apuntamos se funda en las propias fuentes de Marx). Al tratar de la actualidad y vigencia del marxismo en el siglo xxi lo hacemos en relación con el «marxismo ortodoxo». 2. A pesar de la existencia de tendencias dogmáticas (por ejemplo, la
«doctrina marxista-leninista» promovida por el estalinismo, o el «maoísmo») y de corrientes reduccionistas (como el «economicismo», el «tacticismo», el
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«estructuralismo», el «academicismo», el «historicismo», el «politicismo», etcétera), el marxismo siempre mantuvo un pensamiento vivo, crítico, fecundo, para pensar la realidad en constante movimiento, en camino de su transformación, buscando la emancipación humana. El diversificado campo del «marxismo ortodoxo» promovió un constante movimiento de exploración crítica y radical de la realidad en movimiento, actualizando constantemente el conocimiento de la misma. 3. Siendo el «marxismo ortodoxo» una perspectiva centrada en la fide-
lidad con el método de Marx y ya que este método ha sido constituido por la dialéctica materialista, por las categorías fundantes del modo de producción capitalista, tratadas a partir de la crítica de la economía política, y por la perspectiva de revolución, la actualidad y vigencia del «marxismo ortodoxo» radica en su capacidad de apropiarse (en el pensamiento) de la realidad concreta en movimiento, de la realidad actual, del capitalismo contemporáneo. El desarrollo del capitalismo, del siglo xix hasta el siglo xxi, el capitalismo en movimiento, representa un constante proceso de superación dialéctica; o sea, ni queda preso en la mera conservación de aquello que existía en el siglo xix (tesis), ni representa la mera negación (antítesis), como si se tratara de otro orden social (por ejemplo, los profetas posmodernos, posindustrialistas, del «fin del trabajo», etcétera), sino que significa un movimiento de conservación y rupturas (síntesis). Si, como ya fue señalado, la concepción de la historia en Marx sostiene que lo más desarrollado explica lo de menor desarrollo, por presentar más y más complejas determinaciones, el propio Marx afirmaría enfáticamente que la sociedad contemporánea no podría ser explicada a partir de la mera repetición de las teorías producidas en el capitalismo del siglo xix.
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Siguiendo el propio método de Marx, es preciso partir del presente, de la realidad concreta. Es en este sentido que Lukács, según afirma Netto (1983:74), ha reiterado que los «nuevos fenómenos no pueden ser resueltos [meramente] con el apelo a Marx y Lenin», ya que si «los clásicos —Marx, Engels y Lenin— son necesarios», ciertamente ellos son «insuficientes»; su obra es insuficiente, porque es incompleta, para tratar los nuevos fenómenos actuales. Así, Mészáros trató, en su monumental obra de actualización teórica, Más allá del capital, la incompletud de la obra de Marx, del «proyecto inacabado de Marx» (Mészáros, 2002:517 y ss.). Netto comenta: Está más o menos claro que la obra de Marx es inacabada. Pero un estudioso del marxismo, Maximilian Ribbel, escribió en 1968 un texto donde sostiene que la obra de Marx es inacabable. Si desde el punto de vista teórico la obra de Marx es la reproducción ideal del movimiento del capital en el capitalismo, es evidente que esa obra sólo se concluye cuando este movimiento del objeto real se agote. Cuando murió, en 1971, Lukács dijo que era necesario [escribir] otro El capital para el siglo xxi. El objeto que Marx estudió pasó por modificaciones sustantivas y aún está [en proceso de cambios]. De ahí que Marx es necesario, pero no suficiente para conocerse los tiempos actuales. Aquel objeto que Marx enfocó, cuyas determinaciones esenciales él reprodujo idealmente, hoy está cambiando. Es en ese sentido que El capital, como crítica de la economía política, es inacabable, éste sólo se agota cuando su objeto real se agote (2002).
Este es también el llamado de Konder, quien sostiene que:
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El futuro de la filosofía de la praxis [remitiendo a la denominación gramsciana para «marxismo»] dependerá, con certeza, tanto de su capacidad de auto-renovación teórica como de la eficacia de su presencia en la acción política (...) Ella no tiene ninguna chance de sobrevivir refugiada en universidades o en institutos científicos; y tampoco tiene ninguna posibilidad de resistir a la autodisolución si renuncia a la rigurosidad teórica (1992:132-133).
Lo anterior supone que el movimiento de la realidad (su proceso de superación dialéctica, en sus continuidades y rupturas) debe ser acompañado por el movimiento del pensamiento (en un proceso de superación dialéctica del pensamiento marxista, también en sus continuidades y rupturas). La vitalidad del marxismo radica, entonces, en acompañar ese movimiento de la realidad, apropiándose de las nuevas determinaciones de la realidad en constante transformación. En la sección previa tratamos cómo, frente a las continuidades y rupturas del capitalismo actual (el movimiento dialéctico del capitalismo), ha habido constantes esfuerzos del marxismo por apropiarse de las diversas nuevas determinaciones de la realidad, fieles al método de Marx y sus fundamentos (el movimiento dialéctico del «marxismo ortodoxo»). O sea, cómo la «dialéctica del capitalismo» (o el capitalismo en movimiento) ha sido apropiado teóricamente por la «dialéctica del marxismo ortodoxo» (o el pensamiento marxista en movimiento): el segundo (el movimiento del pensamiento, la dialéctica marxista) ha acompañado el proceso del primero (el movimiento de la realidad, la dialéctica de la realidad). Así, como observa Hobsbawm, «la historia del marxismo no puede ser considerada como algo acabado, ya que el marxismo es una estructura del pensamiento aún vital» y constata que efectivamente «su continuidad
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fue sustancialmente ininterrumpida desde el tiempo de Marx y Engels» (1987:13) —en su Historia del marxismo él presenta la riqueza, la variedad y la actualidad a lo largo de la historia del pensamiento marxista. La vitalidad, la vigencia, la actualidad del marxismo, radican entonces en su capacidad de constantemente remitirse a la realidad, desvelando (teóricamente) y actuando (políticamente). Y esa vitalidad y actualidad pasan por la presencia viva de los siguientes aspectos en el pensamiento marxista ortodoxo. En primer lugar, por su capacidad de crítica (sobre la realidad y sobre los discursos no marxistas) y de autocrítica (de su propia elaboración teórica y de su acción política). Lukács, en entrevista a Leandro Konder, ya había expuesto la necesidad de una autocrítica del marxismo (Lukács, en Pinassi y Lessa, 2002:125 y ss.). Sin embargo, el marxismo en proceso de autocrítica y de constante renovación no debe derivar en el abandono de sus fundamentos, de su historia: se trata de la autocrítica de un marxismo «impenitente», en la feliz caracterización de Netto (2004). En segundo lugar, su actualidad pasa por, como afirmara el propio Marx, «dudar de todo» (en Konder, 2003:83) cuando se explora la realidad y las elaboraciones teóricas. Un tercer aspecto es la necesaria fidelidad con el método (materialista histórico y dialéctico) que, en la medida en que se apropia del bagaje teórico, busca captar el movimiento de la realidad, su estructura y sus fenómenos y particularidades. Para ello precisa, en una visión de totalidad, tratar las categorías fundantes de la realidad —de las ya abordadas por Marx y por los «clásicos» del marxismo, desde que éstas permanezcan reales, y de aquellas no tratadas por ellos, cuando se presenten como nuevas determinaciones de la realidad concreta.
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Por otro lado, el vigor del pensamiento marxista pasa por siempre sustentarse en la «indignación» (Marx, 2005:147), como el sentimiento que funda y agudiza su interés (y sus valores) en la comprensión de la realidad para su transformación. Finalmente, la vitalidad y actualidad del marxismo ortodoxo se sustenta en el ineliminable principio que funda la búsqueda del conocimiento teórico radical sobre los fundamentos de la realidad social-histórica, para orientar la práctica política. Estas son cuestiones vitales para la actualidad y vigencia del marxismo... y la vitalidad del marxismo es fundamental para la vitalidad del proyecto revolucionario que apunta a la emancipación humana.
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Manifiesto para el desarrollo socialista en el siglo xxi Benjamin Selwyn*1 Mateo Crossa Niell** Resumen. ¿Cómo podría ser el desarrollo socialista? Las principales concepciones del desarrollo consideran que la acumulación de capital es la base sobre la cual lograr el desarrollo humano. En estas concepciones de cambio, las clases trabajadoras se consideran un combustible para el motor del desarrollo, lo que a su vez justifica su explotación y opresión. En contraste, ¿cómo operar una estrategia de desarrollo socialista sin explotación? Este artículo ofrece un plan de 10 puntos para la transformación socialista sostenible. Palabras clave: desarrollo, socialismo, Estado, sociedad, riqueza.
Profesor investigador de Desarrollo Internacional en la Universidad de Sussex, Gran Bretaña. Doctorante en la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Este trabajo fue publicado en inglés como «A manifesto for socialist development in the 21st century», Economic & Policy Weekly, 53 (36), en septiembre de 2018. *1
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issn impreso 2448-5020
issn red cómputo 2594- 0899
Benjamin Selwyn | Mateo Crossa Niell
Manifesto for the socialist development in the the 21st century Abstract. How could it be the socialist development? The principal conceptions of the development consider that the accumulation of capital is the ground on which the human development can be reached. In this conceptions of change, the working clases are considered fuel for the development engine, which at the same time justifies their exploitation and oppression. In contrast, how to operate a strategy of socialist development without exploitment? This article gives a plan of ten points for the sustainable socialist transformation. Keywords: development, socialism, State, society, wealth.
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Manifiesto para el desarrollo socialista en el siglo xxi
A principios de 2017 se reveló que ocho hombres poseían tanta riqueza como la mitad de la población mundial (Oxfam, 2017). Esto ocurre en un mundo donde, según las cifras más conservadoras, aproximadamente uno de cada tres trabajadores vive en la pobreza. Cálculos más realistas muestran que la mayoría de la población mundial sufre pobreza de una forma u otra.1 Estas desigualdades y privaciones son sólo un síntoma del desarrollo capitalista. Otros incluyen la destrucción ambiental, el racismo sistemático y la discriminación de género, cada uno de los cuales genera sus propias cargas de pobreza. Ya sea en el Chile de Augusto Pinochet (el laboratorio para desarrollo del mercado libre) o en la Corea del Sur de Park Chung-Hee (el caso más celebrado de desarrollo dirigido por el Estado), el desarrollo capitalista se basa en la explotación y la política de opresión del trabajo.2 Además, el desarrollo capitalista es predicado sobre la ruina ambiental y la (re)producción de diversas formas de discriminación. Las teorías del desarrollo capitalista están unidas por la común concepción del trabajo como un recurso, o como un insumo en el proceso de desarrollo. Esta concepción es igual para el caso de los autodeclarados seguidores de mercado libre de Adam Smith, como para los seguidores estadistas de Según la Organización Internacional del Trabajo (oit), en 2010 había aproximadamente 942 millones de trabajadores pobres (casi uno de cada tres trabajadores en el mundo vive con menos de 2 dólares por día) (oit, 2013). La oit calcula los niveles de pobreza utilizando las líneas de pobreza nominal extremadamente conservadoras del Banco Mundial de 1 y 2 dólares por día (paridad de poder de compra). Muchos expertos en pobreza argumentan que la línea de pobreza del Banco Mundial es demasiado baja, y recomiendan que se eleve de manera significativa, de modo que sea entre cuatro y 10 veces mayor (Edward, 2006; Sumner, 2016). En estos niveles, la mayoría de la población mundial vive en la pobreza. 2 Para la experiencia de desarrollo de Chile durante el gobierno de Pinochet, véase Marcus Taylor (2006) y para la experiencia de desarrollo de Corea del Sur bajo la administración de Park, véase Dae-Oup Chang (2002). 1
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Friedrich List (Selwyn, 2014; 2017). Tales teorías miran el mundo a través de la lente del capital y desempeñan un importante papel ideológico en el fortalecimiento del desarrollo capitalista al alentar que los pobres del mundo sigan esta misma mirada. Tales perspectivas centradas en la mirada del capital se reproducen en al menos cuatro formas: a) identifican la acumulación de capital como base para el desarrollo de los pobres; b) identifican a las élites, corporaciones o Estados, como conductores de la acumulación de capital; c) grandes acciones, movimientos y luchas populares son mal vistos y a menudo se consideran obstáculos para el desarrollo; d) como consecuencia del punto anterior, la represión y la explotación son legitimados especialmente cuando esta última desafía al desarrollo centrado en el capital. ¿Es posible pensar en el desarrollo humano como un proceso que, más que profundizar la explotación capitalista, se base en trascenderla? ¿A qué se parecería la alternativa de una agenda de desarrollo socialista? ¿Podría resolver problemas de destrucción y deterioro ambiental y superar las diversas expresiones de discriminación? Sobre la base de un experimento de reflexión, el objetivo de este artículo es contribuir a tal conversación.
Revolución intermitente3 La conquista inicial del poder político por las clases trabajadoras no significará la trascendencia del capitalismo. Más bien representará una fase nueva y acentuada de la lucha por una transición a un modo de producción alternativo. Se 3
El concepto de revolución intermitente se tomó de Cihan Tugal (2016).
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llevará a cabo utilizando herramientas heredadas del pasado: «Debe tenerse en cuenta que las nuevas fuerzas relaciones de producción no se desarrollan de la nada, ni caen del cielo, ni del útero de una idea auto posicionada; sino desde dentro de una antítesis al desarrollo existente de la producción y de las relaciones heredadas y tradicionales de la propiedad» (Marx, 1993:278). Habrá numerosas empresas donde aún existan relaciones capital-trabajo. Un gran número de trabajadores desempleados buscarán trabajo e ingresos. Aun así, con toda probabilidad, los hogares serán liderados por mujeres, dependientes de los ingresos basados en el trabajo y orientados hacia (re)producir las generaciones actuales y futuras de trabajadores. La mayoría de la tierra probablemente será poseída por una pequeña minoría de agricultores capitalistas y terratenientes. El comercio exterior se producirá en términos capitalistas. Las instituciones financieras y su poder dentro de la economía permanecerán altamente concentradas. Las discriminaciones de género, raciales y étnicas seguirán existiendo. Las instituciones democráticas serán disfuncionales desde la perspectiva de establecer una sociedad genuinamente participativa. Bajo tales circunstancias, las políticas y estrategias de un Estado socialista emergente necesitan expandir y mejorar simultáneamente el dinamismo del poder de la clase trabajadora, mientras se reduce el poder del capital. Se requerirá mucho tiempo para subordinar las relaciones sociales capitalistas a las relaciones socialistas. Precisamente, debido a este extenso proceso cargado de contradicciones, es doblemente necesario considerar cómo un Estado emergente de clase trabajadora puede mantener el entusiasmo y la energía iniciales de las clases que lo han creado, facilitar su reproducción social mejorada y contribuir, en un tiempo futuro desconocido, para la expansión global del desarrollo humano socialista.
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El proceso de mejorar el poder de la clase trabajadora puede ser considerado como una revolución intermitente (Tugal, 2016). Estas transformaciones se producirán a corto, mediano y largo plazos, y adoptarán muchas formas, incluida la construcción de instituciones alternativas (cooperativas y comunas); medios alternativos para asegurar y ampliar los medios de supervivencia (la producción y distribución de alimentos y otras necesidades básicas); nuevos sistemas de educación participativa y la acumulación a medio y largo plazos de la experiencia política (de defender y extender el poder de la clase trabajadora). Una política internacionalista que mira hacia el exterior puede complementar la extensión interna del poder de la clase trabajadora a través de la colaboración con los movimientos sociales internacionales para construir la solidaridad y el apoyo hacia el nuevo régimen, especialmente defenderlo de la intervención hostil y, cuando surjan oportunidades, extender el proceso hacia la internacionalización del fortalecimiento del poder de la clase trabajadora. El surgimiento inicial y el establecimiento de un Estado de clase trabajadora democrática en un país es la condición previa para el surgimiento de otros Estados similares; el advenimiento de este último es necesario para preservar la fortaleza del primero a largo plazo. Con toda probabilidad, habrá un importante lapso entre la aparición del primer Estado de este tipo y su multiplicación global. Es dentro de este tiempo que una estrategia de desarrollo socialista debe ser formulada e incentivada.
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Reabsorción del Estado por la sociedad4 Después de estudiar la Comuna de París, Karl Marx argumentó que esta era «la forma política que por fin se descubrió bajo la cual resolver la emancipación económica del trabajo», ya que «serviría como una palanca para desenraizar los cimientos económicos sobre los que se basa la existencia de clases, y por lo tanto del dominio de clase» (1966). Caracterizó el proceso radical de cambio de las relaciones sociales y, en particular, la relación del Estado con la sociedad como «[l]a reabsorción del poder del Estado por la sociedad como sus propias fuerzas vivas en lugar de como fuerzas que la controlan y la subyugan, por las masas populares mismas, formando su propia fuerza en lugar de la fuerza organizada de su opresión —[es] la forma política de su emancipación social» (Marx, 1966). Se requiere la reabsorción social del Estado para subordinar y transformar las relaciones sociales capitalistas. Tres principios organizativos pueden contribuir a pensar cómo podría ocurrir un proceso de transformación de este tipo (Lebowitz, 2015). Propiedad social de los medios de producción. «La producción [capitalista] de mercancías ha sido la forma social en la que se ha logrado el sistema de interdependencia social más desarrollado de la historia humana» (Barker, 1998:3). Sin embargo, los medios de producción están dirigidos de manera autocrática, de acuerdo con los imperativos del mercado en la competencia de la acumulación de capital. Dichas estructuras de propiedad privan a los trabajadores de cualquier opinión sobre cómo y hacia qué fin se orienta la producción y los reduce a «objetos» para ser manipulados En gran medida, esta sección se basa en los aportes de Michael A. Lebowitz (2015:183 -184) y Marta Harnecker (2014).
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por «sujetos» gerenciales. La propiedad social de los medios de producción, por el contrario, reconstituiría la toma de decisiones como un proceso democrático colectivo. Producción social dirigida por el trabajo. La propiedad social de los medios de producción facilita la dirección social de la producción a través de la cooperación entre los trabajadores y la comunidad. Dicha cooperación es una propiedad esencial de una sociedad socialista emergente por dos razones. Primero, porque limita, reduce y eventualmente elimina la producción basada en la competencia autocrática y anárquica. Segundo, porque la fuerza vital del desarrollo socialista es la cooperación (dentro y fuera de los lugares de trabajo). Identificación y satisfacción de las necesidades y propósitos de la comunidad. En el capitalismo, las empresas rivales compiten para obtener mayores ventajas competitivas. Los hogares de la clase trabajadora y los individuos compiten entre sí para asegurar los mejores trabajos. Las organizaciones de base comunal, organizadas dentro y fuera de los lugares de trabajo, representan una lógica alternativa de reproducción social. La identificación y satisfacción de las necesidades y propósitos de la comunidad se basarán en la cooperación dentro y entre los lugares de trabajo y las comunidades. ¿Cómo se pueden poner en práctica estos principios organizativos? Un proceso de planificación participativa descentralizada en el nivel local representa un método posible (Harnecker, 2014). Bajo tal sistema, la energía social generada por la planificación (elaboración y ejecución de un plan) fluye hacia arriba, desde el nivel local hasta el nacional, en lugar de sólo hacia abajo por empresas y Estados, como en el caso del capitalismo. Un principio que informa este proceso es que «todo lo que se puede hacer en el nivel
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inferior debe descentralizarse a este nivel» (Harnecker, 2014). La economía nacional será reorganizada hacia el logro de estos objetivos. Las necesidades y los objetivos que no se pueden cumplir en el nivel local se transmitirán hacia arriba, a los organismos de planificación superiores, que pueden incorporarse en la generación más amplia de recursos y estrategias de asignación. El establecimiento y la transmisión hacia arriba de los impulsos de planificación democrática requieren escalas apropiadas de planificación participativa. Dichas escalas, diferentes pero interdependientes, pueden estar constituidas por comunidades vecinas, comunas, consejos municipales y organismos nacionales (Lebowitz, 2015). Dentro de una comunidad, los vecinos pueden reunirse regularmente para discutir en qué tipo de comunidad quieren vivir, y luego identificar y coordinar las necesidades y capacidades de las comunidades para satisfacer esas necesidades. La probabilidad de una coincidencia precisa entre las necesidades de la comunidad y la capacidad de satisfacer esas necesidades es pequeña. El propósito de la planificación a escala local es, en parte, identificar y comunicar hacia arriba qué recursos adicionales se requieren y qué capacidades adicionales están disponibles. La comuna representa la siguiente escala de planificación participativa descentralizada. Combina diversos barrios y lugares de trabajo. La información de las comunidades se reúne y se discute dentro de los lugares de trabajo. ¿Pueden los trabajadores satisfacer las necesidades de las comunidades que conforman la comuna? Bajo el capitalismo, donde la producción es la orientación hacia la generación de valores de cambio (para la generación de ganancia mediante la venta de valores en los mercados), tales consideraciones —si es que las hay— son secundarias a las de la maximización. En una sociedad socialista emergente, la identificación de intentos de satisfacer las necesidades
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locales comienza a producir la sustitución de los valores de cambio por los valores de uso (bienes producidos para satisfacer las necesidades de clase) . A través de reuniones comunales los consejos pueden generar datos sobre: a) Necesidades que pueden ser y son satisfechas por y dentro de la comunidad y la comuna; b) necesidades que no pueden ser satisfechas por la comunidad —que necesita el apoyo de la comuna y más allá—; c) capacidad excedentaria de los lugares de trabajo —que puede contribuir a satisfacer las necesidades de otras comunidades y comunas. La capacidad excedentaria y las necesidades no satisfechas se comunican más adelante en la cadena de planificación participativa hacia unidades de mayor escala, desde las ciudades comunales hasta el Estado nacional. A medida que las comunas elaboran su lista de necesidades, sus limitaciones para satisfacerlas y sus capacidades excedentes, la comunidad estatal de nivel nacional puede evaluar cómo generar y asignar recursos. Donde haya necesidades excesivas, las discusiones girarán en torno a mecanismos para aumentar la producción, la reasignación (regional o social) de recursos o las posibilidades de reducir la satisfacción de algunas necesidades. A través de la planificación participativa descentralizada, los participantes obtienen conocimientos sobre la disponibilidad, producción y asignación de recursos. En su análisis de las experiencias de planificación participativa descentralizada en Brasil, Venezuela e India, Marta Harnecker escribe cómo representa un doble proceso: Un primer producto objetivo material: el plan construido en forma participativa que es algo palpable porque está a la vista de todos, y un segundo (...) la transformación de las personas a través de esa práctica. Se trata de un proceso educativo en el que quienes participan van aprendiendo a indagar las causas
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de las cosas, a respetar las opiniones de los otros, a entender que los problemas que confrontan no son exclusivamente de su calle y de su barrio, sino que están relacionados con la situación global de la economía, la situación social nacional, inclusive con la situación internacional (...) con todo eso se van creando nuevas relaciones de solidaridad, de complementariedad, que ponen el acento más en lo colectivo que en lo individual (2014:8).
La planificación participativa descentralizada requerirá cierta coordinación central y, en última instancia, el poder para determinar la asignación de recursos. Su extensión no se puede determinar de manera abstracta y dependería de consideraciones que van desde variaciones en las capacidades de diferentes comunidades para satisfacer sus necesidades, hasta circunstancias globales cambiantes.
Recuperando la riqueza social El argumento central en esta sección es que la redistribución de la riqueza a través de la transformación de las relaciones sociales representa el medio más rápido para aliviar la pobreza y, al hacerlo, establece posibilidades y procesos de desarrollo humano genuinamente progresivos. A menudo se afirma que si bien esa redistribución contribuiría a un desarrollo humano significativo en los países ya ricos (donde el pastel a redistribuir es relativamente grande), es poco probable que lo haga en países relativamente pobres. Más bien, estos países necesitan acumular riqueza antes de redistribuirla y, en consecuencia, deben pasar por un proceso de rápido desarrollo capitalista. El desarrollo no capitalista es, por lo tanto, excluido por una o muchas generaciones.
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Tales argumentos con frecuencia dan por sentado, o simplemente ignoran, las formas en que las clases capitalistas en los países pobres pueden acumular riqueza, a menudo en alta mar, y protegerla de los impuestos nacionales y del uso potencialmente determinado democráticamente. Por ejemplo, un estudio reciente de Léonce Ndikumana y James K. Boyce (2011) muestra cómo: África subsahariana experimentó un éxodo de más de $700 mil millones en fuga de capital desde 1970 (...) África es un acreedor neto para el resto del mundo en el sentido de que sus activos extranjeros superan sus pasivos externos. Pero hay una diferencia clave entre los dos: los activos están en manos de los africanos privados, mientras que los pasivos son públicos, controlados en general a través de sus gobiernos.
Esto se compara con los $177 mil millones en deudas externas de África (Ndikumana y Boyce, 2011). James S. Henry (2012), Nicholas Shaxson et al. (2012), James K. Boyce (2011) proporcionan datos para 139 «países con ingresos en su mayoría de ingresos medios bajos» y señalan que: Los datos tradicionales muestran deudas externas agregadas de $4.1 billones a fines de 2010. Pero teniendo en cuenta sus reservas extranjeras y la riqueza privada extranjera no registrada, el panorama se revierte: tenían deudas netas agregadas de menos de $10.1-13.1 billones (...) Estos países son grandes acreedores netos, no deudores. [Sin embargo], sus activos son mantenidos por unos pocos individuos ricos, mientras que sus deudas son asumidas por la gente común a través de sus gobiernos. 5 Para consultar el reporte véase James S. Henry (2012), Nicholas Shaxson et al. (2012) y James K. Boyce (2011). 5
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Deborah Rogers y Bálint Balázs (2016) demuestran que en países muy pobres una distribución relativamente pequeña de la riqueza de ricos a pobres podría eliminar la pobreza: «Usando números que se aproximan a los de Bangladesh en 1995 -1996, una redistribución de 3 por ciento de los ingresos del quintil superior (reducido de 40.2 a 37.2 por ciento) al quintil inferior (elevado de 9. 3 a 12. 3 por ciento) resulta en una reducción de 20 a 0 por ciento en pobreza extrema». Continúan: «Intentar reducir la pobreza en una cantidad similar mediante el crecimiento de la economía requiere una expansión del ingreso total de aproximadamente 45 por ciento» (Rogers y Balázs, 2016:62). De manera similar, Chris Hoy y Andy Sumner muestran que aun el ejercicio de una redistribución limitada de la riqueza —por ejemplo, mediante la redirección de los subsidios a los combustibles de sus beneficiarios relativamente acomodados a los pobres— puede tener efectos significativos: «la mayoría de los países en desarrollo tiene la capacidad financiera para poner fin a la pobreza (...) elevando un ingreso de 1.90 o 2.50 dólares hacia potencialmente 5 dólares por día (Hoy y Sumner, 2016:3). En estos cálculos se utilizan definiciones más bien conservadoras (basadas en el dinero) de la pobreza. Además, estos cálculos suponen una redistribución de la riqueza limitada dentro de las estructuras sociales capitalistas que aún existen. Nuestra concepción del desarrollo socialista implica una concepción más amplia, social, de la riqueza. Incluye no sólo el ingreso y el dinero, sino también los medios para generar riqueza social, desde la tierra y los lugares de trabajo hasta el entorno natural. Bajo el capitalismo, esta riqueza se produce socialmente pero es de propiedad privada. Nuestros objetivos son transformar, de manera radical, la producción de la riqueza de la sociedad a través de la socialización de su propiedad y su dirección democrática.
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La distribución de la riqueza monetaria representa un primer paso necesario para eliminar la pobreza. Sin embargo, tales medidas tienen sus límites, ya que la distribución de la riqueza requiere su producción previa. ¿Cómo podría una organización y distribución socialista de la producción de riqueza social contribuir a mejorar aún más las condiciones de la población de un país pobre?
Plan de 10 puntos A continuación se presenta un plan de 10 puntos para la construcción de un desarrollo socialista. Antes de continuar se debe afirmar, con 100 por ciento de claridad, que cada caso de desarrollo socialista será diferente, dependiendo de la base de recursos, incluidos los niveles de pobreza, la constitución particular del poder de la clase trabajadora, las alianzas políticas, y fundamentalmente si son desarrollos socialistas de tardía o reciente creación —es probable que estos últimos se encuentren en una situación internacional más favorable debido a la asistencia de desarrolladores socialistas anteriores. Si bien cada forma de desarrollo socialista será histórica, geográfica y socialmente específica, dada la extensión global del capitalismo, se enfrentará a retos similares. El poder del capital tendrá que ser desmantelado, de una manera que no destruya a la sociedad. El desafío será utilizar lo que está disponible, heredado del pasado capitalista, para construir algo nuevo, un futuro socialista. Muchas de las propuestas que se sugieren a continuación son, en ausencia de una transformación social más amplia, compatibles con el capitalismo.
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Algunos de ellos ya han sido implementados. Si estas políticas son compatibles con el desarrollo capitalista contemporáneo, entonces, ¿por qué y cómo podrían contribuir al desarrollo socialista? Que una política contribuya al desarrollo capitalista o socialista depende de las relaciones sociales dentro de las cuales se produce y de los objetivos a los que sirve. Las políticas pueden ayudar a engendrar el desarrollo socialista si contribuyen a la transformación radical de las relaciones sociales. Las políticas progresistas en ausencia de transformación social dejarán el poder capitalista intacto, listo y capaz de socavar la organización de la clase trabajadora. 1. Bancos, dinero y democracia económica
El dinero y los bancos privados no representan medios naturales e instituciones de intermediación financiera. Por el contrario, contribuyen directamente a la dinámica de crecimiento del capitalismo, a la diferenciación de clase y regional, así como a la concentración del poder capitalista. El dinero y los bancos son recursos sociales que pueden ser públicos o privados. Pueden atender necesidades tanto democráticas como autocráticas. El sistema financiero global actual no es simplemente un mecanismo a través del cual se asigna el dinero. Más bien, es un sistema de poder que garantiza flujos continuos de recursos globales hacia el régimen de dollar-Wall Street (Gowan, 1999). El primer objetivo será cancelar lo que consideramos deudas odiosas (deudas contraídas por la administración anterior en beneficio de las clases capitalistas en lugar de las trabajadoras). Introduciremos controles de capital. Dichos controles, determinados e implementados por un Estado de clase trabajadora regularán el movimiento de capital dentro y fuera del país, y son necesarios para generar estrategias de desarrollo socialista (Crotty y Epstein,
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1996). Dichos controles regularán la exportación de dinero y finanzas (para
evitar fuga de capital y someter el capital nacional a los imperativos democráticos nacionales). También servirán para orientar la inversión extranjera hacia empresas socialmente dinámicas y beneficiosas, potencialmente en colaboración con empresas locales. A medida que se cierran las opciones de fuga de capital (que utiliza para obtener concesiones de mano de obra), los recursos generados en el país que aún se encuentran en manos privadas se invertirán en el país, en condiciones determinadas democráticamente. En el capitalismo, los bancos efectivamente crean dinero a través de préstamos (el llamado «dinero a primera vista») (Mellor, 2005). Estas cuentas requieren crecimiento para pagar intereses (que generalmente son más bajos para aquellos que ya han acumulado grandes reservas de dinero y más altos para aquellos que no tienen dinero). Los bancos centrales y los Estados aplican el poder de los bancos privados mediante la regulación de la oferta monetaria para garantizar que los trabajadores sólo puedan obtener dinero mediante la venta de su fuerza de trabajo, préstamos (basados en intereses) o con muy limitadas prestaciones sociales. Bajo el capitalismo, la escasez es una consecuencia de las relaciones de clase, de la falta de control de los trabajadores sobre los medios para producir riqueza social. Una sociedad cada vez más democrática puede comenzar a eliminar esta escasez al socializar las finanzas, al integrarlas en estructuras cooperativas emergentes y al reemplazar gradualmente el dinero derivado de los salarios con una subvención/ingreso básico universal (Standing, 2017). El dinero será cada vez más conceptualizado y funcionará como un recurso público y como instrumento de desarrollo socialista (Mellor, 2012). Un nuevo sistema de contabilidad, que abarca asociaciones en los niveles local y nacional, calculará a) las necesidades básicas y extendidas de la
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población, que van desde el consumo de alimentos hasta los requisitos de desarrollo de infraestructura; b) los recursos disponibles de la nación. El dinero se distribuirá a través de cuentas bancarias estatales a individuos y asociaciones, para que los recursos de las sociedades, desde la materia prima hasta la mano de obra, coincidan con los requisitos/necesidades determinados democráticamente. En lugar de que el estado dependa de los impuestos para recaudar e invertir dinero, el dinero se invertirá sobre la base de cálculos de la necesidad determinada por la democracia y la disponibilidad de recursos. Si se distribuye demasiado dinero, lo que potencialmente lleva a la inflación, los impuestos públicos se utilizarán para reducir la oferta monetaria. Los bancos comerciales restantes se transformarán en intermediarios entre los depositantes y los prestatarios, y sus costos operativos se cubrirán con las tarifas de los usuarios. 2. Ingreso básico universal
La explotación capitalista se produce porque la clase trabajadora carece de los recursos (como el dinero y la tierra) para mantenerse y está obligada a vender su fuerza de trabajo por salarios. Un ingreso básico universal (ibu) puede contribuir a eliminar esta coacción, la construcción de una economía política solidaria y la socialización de la reproducción del trabajo. También, de inmediato, aliviará muchas formas de privación y de pobreza. Las transferencias monetarias en los países pobres han ayudado a combatir la pobreza. Por ejemplo, en la primera década de este siglo, los programas de transferencia en Malawi ayudaron a aumentar la asistencia escolar entre las niñas en 40 por ciento, y en Namibia redujeron la desnutrición (de 42 a 10
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por ciento) y el absentismo escolar (de 40 a casi 0 por ciento). El ibu es asequible incluso para Estados con presupuesto inicialmente limitado y grandes poblaciones pobres. Reducir o eliminar los subsidios a las empresas que no producen para el bien social determinado democráticamente, así como a los sectores de la población en mejores condiciones, puede financiar tales subsidios inicialmente (Bardhan, 2016). El ibu funcionará adecuadamente con una condición necesaria. Cada persona adulta sin discapacidad tendrá el deber de realizar un trabajo doméstico no remunerado dentro de sus comunidades para apoyar y cuidar a quienes no pueden cuidarse a sí mismos. Sólo aquellos que ya lo hagan estarán exentos de la condición. La riqueza y los recursos existentes generarán, a través de la redistribución, la provisión pública cada vez más gratuita de actividades de cuidado (como guarderías, hogares de ancianos, comedores comunales e instalaciones básicas de salud). El ibu complementará dichos arreglos de cuidado y contribuirá a la reestructuración de las relaciones de género al reconocer y distribuir socialmente este trabajo entre la población masculina y al reducir la cantidad de trabajo reproductivo doméstico de las mujeres (Elson, 1988). 3. Políticas industriales para una transformación ecológica
La propiedad social y la dirección de la industria contribuirán a establecer el desarrollo socialista. El socialismo radical de la Unión Nacional de Trabajadores Metalúrgicos de Sudáfrica (numsa) sostiene que la forma más efectiva de democratizar la economía sudafricana es con la nacionalización del lucrativo sector minero. Se basa en la Carta de la Libertad de 1955:
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¡La gente compartirá la riqueza del país! La riqueza nacional de nuestro país, la herencia de los sudafricanos, será restaurada a la gente; la riqueza mineral debajo del suelo, los bancos y la industria del monopolio serán transferidos a la propiedad de la gente en su conjunto. Todas las demás industrias y comercios deben ser controlados para ayudar al bienestar de las personas; todas las personas tendrán los mismos derechos para comerciar donde elijan, para fabricar e ingresar a todos los oficios que escojan, manufactureros y profesiones (saho, 2011).
Una política industrial socialista apunta a transformar la manufactura, fuera del valor de cambio con fines de lucro y hacia la producción de valores de uso, para satisfacer las necesidades de los trabajadores y de las comunidades en general. La transformación se manejará para mantener algunos ingresos en divisas que permitan comprar bienes esenciales que no se pueden producir localmente. También apuntará a dejar la manufactura de los combustibles fósiles y a encaminarla hacia la producción basada en energía renovable a través de inversiones en esta última. Las industrias orientadas a la exportación serán dirigidas por consejos de trabajadores, integrados en organizaciones de planificación descentralizadas. Nuestra política industrial buscará generar una combinación adecuada de actividades de alta y baja tecnología enfocadas a la satisfacción de las necesidades básicas y ampliadas. Las inversiones a gran escala se orientarán hacia la generación de un sistema nacional de energía ecológica, que comprende una combinación de tecnología solar a pequeña escala y turbinas eólicas a gran escala conectadas a una red nacional. La investigación y el desarrollo industrial (i+d) de bajo uso tecnológico se centrarán en áreas como la producción y la distribución generalizada
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de estufas (como estufas cohete), purificadores de agua de cerámica, dispositivos de desalinización que funcionan con energía solar, sistemas de inodoros, iluminación (como luces de gravedad), duchas calentadas con energía solar, bombillas de energía solar, sistemas de refrigeración de dos vasijas, bombas de agua que funcionan con bicicletas. Los cambios tecnológicos de gama alta incluirán la transformación de autopartes en fábricas de bicicletas, autobuses y trenes; productos de belleza en productos farmacéuticos destinados a la salud; publicidad en la educación popular; y producción de armas en producción de aparatos domésticos. La articulación intersectorial entre la industria y la agricultura aumentará la productividad en la agricultura y establecerá un subsector industrial dinámico, innovador y adaptable. Se establecerán foros de productores agrícolas e industriales para identificar los desafíos y las formas de enfrentarlos, por ejemplo, a través de inversiones en biotecnología que mejoren el rendimiento. El Estado invertirá en la creación de talleres de pequeña escala en las comunidades locales. Dichas inversiones harán posible la expansión de las economías locales sustentadas en tecnologías apropiadas. Los talleres comunitarios permitirán la producción en el nivel local de muchas cosas que antes sólo eran accesibles a través de la compra. También servirán como centros de reciclaje aquellos lugares para el intercambio de excedentes e intercambio de información (Trainer, 1996). La producción en masa y la distribución de bicicletas, así como la construcción de carriles para bicicletas a lo largo de los espacios urbanos y rurales, quitarán estímulo al uso de automóviles que funcionan con combustibles fósiles. Las inversiones estatales en i+d facilitarán la transferencia de tecnología y conocimiento. Éstos serán facilitados y alentados por formas de
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intercambio no comerciales, como el acceso abierto y las relaciones entre pares (los ejemplos contemporáneos incluyen Wikipedia, Copyleft y varias formas de software de código abierto). 4. Reforma agraria
La concentración global de la tierra es producto del imperialismo, el imperativo del mercado capitalista y el apoyo estatal al capital basado en la propiedad privada de tierra (Akram-Lodhi, 2015). Esta concentración y el «modelo» agroindustrial orientado hacia la exportación niegan el acceso de los trabajadores a la tierra y sostienen la existencia y expansión de una población excedente, desempleada. También es un factor causal en la «paradoja» de la escasez, falta de alimentos para grandes segmentos de los pobres del mundo, en un mar de abundancia (sobreproducción global) (McMichael, 1994). Los objetivos de una reforma agraria son: a) contribuir al logro de la seguridad alimentaria nacional, donde se produzcan los alimentos suficientes para satisfacer las necesidades de la población; b) para generar empleo de alta calidad. En contraste con los ejemplos anteriores de reforma agraria pro-capitalista, estos objetivos sirven al objetivo de des-mercantilizar la tierra, los alimentos y los recursos naturales y, al hacerlo, establecer una sociedad donde el consumo adecuado de alimentos se convierta en un verdadero derecho humano. Tales objetivos y metas existen dentro de un sistema de restricciones. En particular, la agricultura de exportación a menudo genera divisas para las importaciones necesarias que aún no pueden producirse en el país. Por tanto, al igual que la estrategia industrial, las propuestas de reforma agraria
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se basan en una concepción de construcción de un sistema agrario mixto. Las reformas inmediatas incluirán la transformación de la propiedad de grandes concentraciones privadas orientadas a la exportación y controladas por capitalistas, a cooperativas de trabajadores. Estas cooperativas, junto con los objetivos nacionales, combinan producción para la exportación e intercambio en el mercado extranjero, con producción encaminada al consumo nacional. Se preservará el sector de la agricultura familiar a pequeña escala, pero la tierra dejará de ser un producto vendible. El ingreso básico universal brindaría seguridad social a los trabajadores y agricultores familiares en momentos en que no pueden producir. Las tierras comunales serían preservadas y expandidas. El objetivo de lograr una seguridad alimentaria des-mercantilizada, en la cual los alimentos sean un derecho humano básico, independiente del poder de compra, se buscará por medio de inversiones multinivel, desde comunidades locales hasta el nivel nacional, con el fin de mejorar la productividad agrícola sostenible y de bajos insumos. También se impulsará con la combinación de i+d con alto y bajo contenido tecnológico. El desarrollo de i+d con bajo contenido tecnológico incluye la facilitación, la construcción y
la conservación de la fertilidad del suelo; el uso de controles biológicos para enfermedades, insectos y malezas; cultivos intercalados; ahorro y selección de semillas; ciclos de recolección múltiple a pequeña escala; y la integración de pastoreo y pastoreo a pequeña escala (Weis, 2010:334). Por su parte, el desarrollo de i+d de alto contenido tecnológico implica aumentar la productividad a través del desarrollo de nuevas variedades de plantas. Como lo sugiere Jack Kloppenburg (2010:379), «el fitomejoramiento participativo ofrece una modalidad a través de la cual la fuerza de trabajo de millones de agricultores
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se puede combinar sinérgicamente con las habilidades de un grupo mucho más pequeño de fitomejoradores». La reforma agraria se extendería a los centros urbanos. Los edificios no utilizados pueden transformarse en invernaderos; los techos pueden usarse como nuevos espacios de crecimiento; las carreteras innecesarias pueden convertirse en campos, parcelas y parques; la jardinería doméstica se fomentará y facilitará mediante la provisión de insumos, tecnologías y educación en permacultura. Ted Trainer (1996:139) explica: «La mayoría de este espacio urbano puede (...) convertirse en huertos para la permacultura, densamente poblados con plantas, principalmente perennes, de modo que los asentamientos tengan fuentes permanentes de alimentos y muchos insumos para proveer a la producción artesanal». 5. Protegiendo y aprendiendo de los pueblos indígenas
Desde «el descubrimiento» de América en 1492 hasta la globalización contemporánea, el acaparamiento de tierras, el despojo de los pueblos indígenas y el despojo de los entornos naturales han sustentado la expansión geográfica del capitalismo (Clarke y Foster, 2009). Sin embargo, los pueblos indígenas han estado con frecuencia en la vanguardia de la oposición a la expansión y depredación capitalista, con la búsqueda de formas alternativas de vivir en conjunto con el entorno natural. Joan Martínez-Alier (2003) se refiere a estas luchas como el ambientalismo de los pobres. Al preservar sus derechos a la tierra y la cultura, un Estado socialista emergente también establecerá foros para compartir el conocimiento y la práctica entre las comunidades. La protección y la preservación del derecho de los pueblos indígenas a vivir de acuerdo con sus prácticas será necesaria en la concepción del desarrollo socialista.
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En distintas partes de América Latina, el discurso y la práctica de Sumak Kawsay o Buen Vivir representan una concepción alternativa, potencialmente anticapitalista del desarrollo humano. Se aboga por «vivir en plenitud, saber cómo vivir en armonía con los ciclos de la Madre Tierra, del cosmos, de la vida y de la historia, y en equilibrio con todas las formas de existencia en un estado de respeto permanente» (Mamani, 2010:32). 6. Política exterior
La política exterior se basará en un doble enfoque. Por un lado, el principio rector de las relaciones externas es la no agresión y la búsqueda de la coexistencia pacífica con los poderes capitalistas. Por otro lado, estableceremos vínculos con movimientos sociales en todo el mundo que se esfuerzan por transformar sus sociedades. La asistencia a estos movimientos consistirá en el efecto demostración. La información y práctica sobre los éxitos a corto plazo se difundirá y ayudará a los movimientos sociales a interpretarlos en el contexto de objetivos transformadores sociales a largo plazo. Se intentará participar en debates internacionales sobre estrategias de desarrollo alternativo, promover la experiencia y explicar su posibilidad y el alcance de su aplicación en otros lugares. Tres serán los objetivos: 1. Fortalecer los movimientos sociales transformadores globales para ayudarlos a lograr sus propósitos. 2. Generar presiones de clase trabajadora sobre los Estados capitalistas progresistas (es decir, los Estados «gobernados» por los partidos progresistas) con la intención de que nos brinden asistencia para el desarrollo. 3. Facilitar presiones similares desde abajo para impedir las intervenciones de Estados capitalistas hostiles diseñadas en aras de socavar la agenda transformadora.
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También se espera que, a mediano y largo plazos, otros Estados se someterán a un proceso complementario de transformación social y se integrarán en una comunidad social global. El conocimiento y los recursos se construirán y transferirán entre los Estados progresistas. 7. Política económica exterior
Como parte de la política económica exterior, se buscará que la comunidad internacional genere una agenda colectiva para combatir la destrucción del medio ambiente. La perspectiva adoptará el punto de vista, en primer lugar, del Movimiento por la Justicia Climática (mjc) que se estableció como un movimiento en contra del Protocolo de Kioto dominado por los países ricos y la agenda ambiental global del comercio de carbono, diseñado para legitimar la expansión industrial basada en combustibles fósiles. Creemos que la siguiente propuesta del mjc puede contribuir a un desarrollo global genuinamente progresivo: 1. Dejar los combustibles fósiles en el suelo y, en cambio, invertir en la eficiencia energética adecuada y en la energía renovable segura, limpia y liderada por la comunidad. 2. Reducir radicalmente el consumo desperdiciado, principalmente en los países del norte, pero también por las élites del sur. 3. Enormes transferencias financieras de norte a sur, basadas en el pago de las deudas climáticas y sujetas al control democrático. Los costos de adaptación y mitigación deben pagarse redirigiendo los presupuestos militares, los impuestos innovadores y la cancelación de la deuda. 4. Conservación de recursos basada en los derechos de los pueblos indígenas sobre la propiedad y la promoción de la soberanía de las personas sobre la energía, los bosques, la tierra y el agua (Carbon Trade Watch, 2008).
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La política económica exterior se basará en el concepto de un periodo de transición del desarrollo socialista en un mar de capitalismo autocrático. Por lo tanto, trataremos de continuar el comercio para aumentar las divisas y financiar la compra de las importaciones necesarias. Como se señala en el punto anterior, los controles de capital facilitarán en la economía mundial una integración progresiva en lugar de competitiva. Será atraído el financiamiento para el desarrollo de origen progresivo. Se buscará persuadir a los sindicatos, las municipalidades y los Estados progresistas, es decir, aquellos que son liderados y gobernados por fuerzas de izquierda para que inviertan fondos en actividades que promuevan la agenda transformadora.6 Una vez que otros Estados y regiones comienzan a emprender una transformación social progresiva, el esfuerzo debería encaminarse a promover relaciones de cooperación cercanas con ellos. Dichas relaciones serán determinadas por las necesidades y capacidades de desarrollo humano de esta colectividad internacional emergente (alba-tcp, 2010): 1. El comercio exterior y la inversión serán dirigidos por organismos democráticos nacionales. 2. Trato especial y diferente a las naciones con mayores necesidades de desarrollo, a quienes se les otorgará formas preferenciales de acceso a los mercados de las naciones que tienen mayores capacidades de desarrollo. 3. Cooperación y solidaridad para el desarrollo: la lucha colectiva para elevar la alfabetización de las poblaciones y la calidad de la salud. 5. El establecimiento de un fondo de emergencia social que ayude a las naciones emergentes progresistas a trascender crisis transicionales. 6. Uso de capacidades colectivas con el objeto de mejorar nuestras posiciones de negociación global en áreas Por ejemplo, buscaremos trabajar con movimientos como Divest London (http://divest london.org/) para reorientar las finanzas desinvertidas en actividades progresivas.
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que afectan nuestro desarrollo futuro, incluidas las normas de comercio e inversión y las normas ambientales y laborales.7 8. Compartir y reducir el trabajo
El capitalismo se basa en una paradoja fundamental. Los avances tecnológicos han creado una situación en la que sólo se requiere una pequeña fracción del trabajo de la mayoría de las sociedades para satisfacer sus necesidades (básicas y extendidas). Sin embargo, la propiedad privada, la acumulación competitiva de capital y la explotación de mano de obra por el capital inhabilitan este potencial. Las primeras ocho propuestas están diseñadas para transformar el control de la clase trabajadora sobre el trabajo a través de a) transferir el control sobre los medios de producción a las organizaciones de la clase trabajadora, y b) cambiar el contenido y el significado del trabajo a través de la democratización. Los objetivos iniciales son establecer el pleno empleo para aquellos que pueden trabajar mediante la difusión y el intercambio de tareas de trabajo. Los objetivos a largo plazo son utilizar el control democrático y la dirección social de los medios de producción en aras de reducir la jornada laboral. Con la identificación de las necesidades de las comunidades individuales y de la nación en general, cada vez más será posible identificar actividades innecesarias y eliminarlas. La identificación de actividades necesarias/socialmente deseables contribuirá a la dirección de nuestra política industrial. La i+d se utilizará para establecer formas de aumentar la eficiencia y la productividad de las actividades socialmente Estos principios se adaptan de los estipulados por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, véase alba-tcp (2010).
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necesarias/deseables y reducir así el tiempo total de trabajo requerido para crearlas. 9. Igualdad de género, nacionalismo y racismo
Los intentos de generar desarrollo socialista fracasarán a menos que se supere la discriminación de género, étnica y racial. En los esfuerzos por trascender estas desigualdades, el movimiento de independencia kurdo ha inspirado novedosos intentos para crear un Estado autónomo en Rojava basado en la solidaridad. Los kurdos de Rojava rechazan el modelo de Estado nación que, desde su fundación, se ha sustentado en la «otredad» de minorías étnicas no nativas: En Rojava, muchos grupos religiosos y étnicos diferentes (cristianos, yazidis, árabes, turcomanos, chechenos, armenios) conviven con la gran mayoría kurda. Al negar de manera oficial e insistente al Estado nación, y al tratar de crear estructuras administrativas que incorporen estos elementos diferentes, el modelo de Rojava otorga a las minorías un papel participativo sin precedentes en el Medio Oriente, un papel como iguales en la gestión de la polis (Aretaios, 2015).
La comunidad autónoma de Rojava ha establecido la igualdad de género como un principio organizador. Cada institución y organización tiene una cuota de 40 por ciento para la representación de mujeres, 40 por ciento para los hombres y 20 por ciento restante para cualquier sexo que reciba el mayor número de votos: «Desde la organización local más pequeña hasta el Parlamento y el gobierno, esta cuota de 40 por ciento se impone
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y, en muchos casos, existe la obligación de tener mujeres como copresidentes o vicepresidentes» (Aretaios, 2015). 10. Cultura como desarrollo
En el capitalismo, la producción y la participación cultural se basan en un proceso dual de degradación (de las culturas indígenas y de la clase trabajadora), y luego su reenvasado y mercantilización para la venta con fines de lucro. La cultura se establece como una esfera separada, una actividad de ocio, aislada de las actividades reproductivas sociales. Por medio de la mercantilización, la cultura se convierte en marca de distinción y diferenciación de clase (Bourdieu, 1984). Antes de esta degradación/mercantilización, representaba una forma y un foro para la participación comunitaria. El desarrollo cultural fortalecerá la propiedad social y el control de los medios de producción y la identificación democrática de las necesidades. El desarrollo cultural se facilitará, en parte, a través de la educación avanzada para todos, basada en una pedagogía radical de los oprimidos y la concientización. Concientización es, «el proceso en el que las mujeres, no como receptoras, sino como sujetos conocedores, logran una conciencia más profunda tanto de la realidad sociocultural que da forma a sus vidas como de su capacidad para transformar esa realidad» (Freire, 1972:15). Esta pedagogía permitirá la transformación de los objetos del desarrollo en sujetos del desarrollo. Las inversiones estatales y locales apoyarán la integración de la educación que da prioridad a la concientización acerca del funcionamiento de la planificación participativa en el nivel comunitario. Las tradiciones culturales indígenas, locales e históricas, se utilizarán para construir nuevas tradiciones educativas. Estas tradiciones contribuirán a la
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renovación cultural mediante la desalienación, la desfragmentación y la reintegración de la vida social. Se establecerán nuevos medios de televisión, radio, medios impresos y digitales para generar la difusión de la cultura de clase trabajadora y de los pueblos indígenas.
Conclusión El capitalismo ha establecido suficiente riqueza a escala mundial para un mundo libre de pobreza, pero nunca podrá realizar ese potencial. Es un sistema de acumulación infinita de capital, de competencia, explotación, opresión y destrucción ambiental. Estas relaciones sociales destruirán el planeta, crearán nuevas formas de pobreza masiva y reproducirán megadesigualdades al mismo tiempo que propagan el sueño de bienestar para todos. Las teorías principales del desarrollo pueden diferir en el peso que asignan a los mercados y a los Estados en el proceso de desarrollo. Sin embargo, coinciden en que la explotación laboral (y la represión) son ingredientes necesarios del desarrollo capitalista. De esa manera, se basan en una paradoja fundamental: si bien proclaman su deseo de mejorar las condiciones de los pobres del mundo, lo hacen promoviendo teorías y prácticas que legitiman y facilitan su explotación. Los enfoques socialistas deben basarse en el reconocimiento de que la explotación laboral es un anatema para el desarrollo humano real. Desde este punto de partida, surge la pregunta de cómo se puede construir una sociedad exenta de explotación. En el presente artículo he argumentado que la construcción de una sociedad de este tipo estará cargada de tensión, incluida la muy importante dificultad de construir una nueva
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sociedad utilizando herramientas del pasado. Sin embargo, reconocer dicha tensión representa parte de la preparación mental indispensable para concebir las posibilidades del desarrollo socialista en el siglo xxi.
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Capitalismo extractivo, imperialismo extractivo e imperialismo: una aclaración Dennis C. Canterbury*1 Resumen. Para aclarar la confusión en el debate sobre el neoextractivismo, se analizan los conceptos de «capitalismo extractivo», «imperialismo extractivo» e «imperialismo». Al superar el uso indistinto de estos términos se afianza su comprensión y se clarifica la lucha de clases subyacente en las industrias extractivistas. Partimos del estudio crítico de Petras y Veltmeyer en torno de la teoría del neoextractivismo basada en el análisis del papel del Estado y la relación entre capitalismo e imperialismo, lo cual da lugar a la formulación de las categorías de capitalismo extractivo e imperialismo extractivo. El argumento es que el extractivismo es la encarnación de una forma particular de actividad productiva que profundiza el capitalismo en las regiones periféricas. La extracción de recursos naturales no es un proceso puramente capitalista o imperialista; los seres humanos han extraído su sustento de la naturaleza desde el comunalismo primitivo hasta el capitalismo actual. La actividad productiva de extracción de recursos naturales no imprime su sello distintivo sobre el capitalismo o el imperialismo, ya que el capitalismo y por extensión el imperialismo están asociados a una variedad de actividades productivas. La actividad productiva se asienta en la relación capital-trabajo asalariado para ser de tipo capitalista. Algunas de las primeras exposiciones sobre las definiciones de estos conceptos se revisan para ayudar a los activistas a tener una comprensión clara del debate sobre el neoextractivismo. Palabras clave: capitalismo extractivo, imperialismo extractivo, imperialismo, neoextractivismo, lucha de clases. Departamento de Sociología, Antropología y Trabajo Social, Universidad Estatal del Este de Connecticut, Estados Unidos. Traducción del inglés por Humberto Márquez Covarrubias. *1
issn impreso 2448-5020
issn red cómputo 2594- 0899
Dennis C. Canterbury
Extractive capitalsim, extractive imperialism and imperialism: a clarification Abstract. In this article the «extractive capitalism», the «extractive imperialism» and the «imperialism» are analyzed in order to clear out the confusion on the debate about neoextractivism caused by the interchangeable usage of these concepts. Urgent attention is required to reinforce the comprehension about the underlying class struggle in the extractive industries. The strating point is the counterpoint developed by Petras and Veltmeyer about the theorical and political issues of the state role in their review concerning the theory of neoextractivism. In order to understand their arguments is neccessary to involve the three concepts. Their analysis about the relation between capitalism and imperialsim is crucial to understand the extractive capitalism and the extractive imperialism. The argument is that the extractivism is the incarnation of a particular form of productive activity in the capitalist era that deepens the capitalism in the capitalist periphery. The extraction of natural resources is not a purely capitalist process or imperialist; the human beings have extracted their livelihood from the nature since the primitive communalism until the current capitalism. It is not the specific productive activity of extracting natural resources, that is capitalist or imperialist, since the capitalism, and by extensión, the imperialism is associated with a variety of productive activities. The productive activity must have a place inside a capital-work salaried nexus in order to belong to a capitalist kind. Some of the first expositions about the definitions of this concepts are reviewed to help the activists to have a clear comprehension about the debate of the neoextractivism. Keywords: extractive capitalism, extractive imperialism, imperialism, neoextractivism, class struggle.
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Capitalismo extractivo, imperialismo extractivo e imperialismo
Introducción El uso intercambiable de los conceptos «capitalismo extractivo», «imperialismo extractivo» e «imperialismo» es causa de una verdadera confusión en el debate sobre el «nuevo» extractivismo en América Latina y el Caribe. Aclarar esta confusión requiere una atención urgente de los trabajadores, estudiantes y activistas políticos comprometidos en la lucha de clases en el continente y más allá. Para estos actores es crucial entender con claridad los referidos conceptos de «capitalismo extractivo», «imperialismo extractivo» e «imperialismo» a fin de saber exactamente contra qué luchan, representa un primer paso para entender cómo pueden organizarse de acuerdo a su interés de clase. El punto de partida en este intento por aclarar el uso de estos conceptos son los contrapuntos desarrollados por Petras y Veltmeyer sobre las cuestiones teóricas y políticas acerca del papel del Estado en su crítica de la teoría del «nuevo» extractivismo en América Latina (véase Veltmeyer, 2013, 2015, junio de 2015; Veltmeyer y Petras, 2014; Petras y Veltmeyer, 2015). Con objeto de comprender sus argumentos contrateóricos sobre el papel del Estado en este cuerpo de trabajo, es necesario involucrar tres conceptos que son fundamentales para su análisis: «capitalismo extractivo», «imperialismo extractivo» e «imperialismo». Además, su análisis sobre la relación entre capitalismo e imperialismo (Petras y Veltmeyer, 2015) es de crucial importancia para develar la manera en que el capitalismo extractivo y el imperialismo extractivo deben ser entendidos. El análisis que sigue pretende aclarar el argumento, lo que implica que el extractivismo, que en esencia es un descriptor del capitalismo, es tanto capitalista como imperialista. El extractivismo, el capitalismo y el imperialismo
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son tres fenómenos separados, que Petras y Veltmeyer combinan de manera única. En apoyo de esta observación, la evidencia puede ser obtenida del sitio web de James Petras, que enumera una serie de artículos sobre el tema del capitalismo extractivo (véase Petras 2012, 2012a, 2013, 2013a). En dos libros de Petras y Veltmeyer, sin embargo, se explora el término «imperialismo extractivo». Parece que usan los conceptos «capitalismo extractivo» e «imperialismo extractivo» de manera intercambiable, y que analizan la actividad productiva extractiva como capitalismo e imperialismo. Pero luego, en un libro separado titulado Power and resistance: us imperialism in Latin America, abordaron el tema de la relación entre capitalismo e imperialismo. Tal vez, este último libro pretende reconciliar la aparente tensión en sus trabajos anteriores que se deriva del uso intercambiable de los conceptos capitalismo extractivo e imperialismo extractivo. En este caso, abordaron la noción de repensar el imperialismo centrándose en la relación íntima entre capitalismo e imperialismo, el imperialismo en una era de capitalismo extractivo, el imperialismo extractivo y el Estado posneoliberal, y las dinámicas imperialistas del agroextractivismo (Petras y Veltmeyer, 2015a). Petras y Veltmeyer han hecho un excelente trabajo al delinear las relaciones entre capital y trabajo, la estructura de clases y los acuerdos institucionales que apoyan la extracción de recursos naturales bajo el capitalismo actual en América Latina y el Caribe. Han impulsado la envoltura teórica sobre el tema del nuevo extractivismo sometiéndolo, entre otras cosas, a un riguroso análisis de clase. A pesar de sus elaboraciones sobre el capitalismo extractivo, el imperialismo extractivo y la relación entre ambos, todavía parece haber espacio para una mayor clarificación teórica de esa conexión. Su análisis de la economía política del desarrollo en América Latina y el Caribe parece no delinear claramente entre el capitalismo como un sistema de
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Capitalismo extractivo, imperialismo extractivo e imperialismo
producción de mercancías y el extractivismo, el descriptor específico de la actividad de extracción de recursos naturales. Se transmite la impresión de que el descriptor, la actividad extractiva, es lo mismo que el modo de producción capitalista. Considerando que América Latina y el Caribe se caracteriza por un modo de producción capitalista en el que la extracción de recursos naturales es dominante en algunos países, pero no en otros. Además, los recursos naturales extraídos no son los mismos en todos los países de la región. Por lo tanto, no es la mercancía sino el modo particular de producción lo que le confiere a la actividad productiva su significado particular. El término «capitalismo extractivo» sólo puede usarse como una conveniencia para describir una actividad productiva capitalista particular, pero no el modo de producción capitalista. No es el acto de extracción, que es capitalista, sino la organización social de la producción, las relaciones de producción, la propiedad de la propiedad, la forma del Estado, etcétera, bajo la cual se realiza la extracción de los recursos naturales. La producción capitalista en América Latina, ya sea en los sectores extractivos o no, se ajusta a la fórmula para el circuito del capital-dinero: d-m...p...m’-d’. d-m es la primera etapa en la que el capitalista es un comprador
en el mercado de productos básicos y fuerza de trabajo, y su dinero se transforma en mercancías, o pasa por el acto de circulación de d-m. En la segunda etapa, el consumo productivo de las mercancías compradas por el capitalista, el capitalista es un productor de mercancías. De este modo, su capital pasa por el proceso de producción p, lo que resulta en una mercancía de más valor que la de los elementos que entran en su producción. m’-d’ es la tercera etapa en la cual el capitalista regresa al mercado como vendedor para convertir sus mercancías en dinero, donde pasan por el acto de circulación de
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m-d. Los puntos indican que el proceso de circulación se interrumpe y que m’ y d’ designan a m y d aumentados por la plusvalía (Marx, 1909).
Esta aclaración pretende mostrar qué es el capitalismo: un sistema de producción de plusvalía que se deriva de un circuito particular de dinero-capital, ya sea que esté involucrado en la extracción de recursos naturales o en la fabricación de mercancías. Es el circuito del capital monetario, que está en el corazón del capitalismo y no simplemente de las mercancías producidas. No obstante, la mercancía es crucial para el circuito del capital del dinero, ya que el dinero se transforma en mercancías, que a su vez se consumen para crear más dinero. El imperialismo, por otro lado, no se define tan precisamente como el capitalismo, hay múltiples significados asociados con el concepto en la literatura. Se entiende como una extensión del capitalismo para incorporar tierras extranjeras dentro de un sistema de producción capitalista internacional o global. Para tal efecto, se entiende en términos del capital nacional de Europa que sobrepasa las costas de Europa en busca de ganancias en los territorios de ultramar (Hobson, 1902). También se considera como un método de acumulación de capital impulsado por la demanda externa en las economías precapitalistas, a través de la cual el capitalismo resuelve su problema de realización y se sumerge en una crisis irrecuperable (Luxemburgo, 1951). Como sistema para la producción de plusvalía, el capitalismo debe conquistar territorios no capitalistas externos para perpetuar la acumulación de capital. Lo hace suministrando mercancías a estas áreas y adquiriendo de ellos insumos en forma de materias primas y fuerza de trabajo. El sistema se derrumba cuando ya no hay más tierras no capitalistas por conquistar, porque son estas tierras las que proporcionan la demanda de mercancías producidas bajo el capitalismo (Luxemburgo, 1951).
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Capitalismo extractivo, imperialismo extractivo e imperialismo
Pero las tierras que se consideran no capitalistas no deben agotarse para poner fin al imperialismo. El capitalista puede desarrollar relaciones imperialistas con los países que ya están dentro del ámbito del capitalismo, como se refleja en el fenómeno centro-periferia. Además, este es claramente el caso en países del sur de Europa, que son capitalistas pero están dominados por el imperialismo estadounidense. Esto no es un imperialismo inverso, sino una especie de barajada imperialista donde las potencias imperialistas más débiles como España, Portugal e Italia están dominadas por las relaciones imperialistas de Estados Unidos y también de las potencias dominantes en la Unión Europea. Algunas potencias imperialistas son más fuertes que otras y en la era neoliberal dominan los países europeos que se consideran potencias en la periferia capitalista, pero son débiles entre los estados imperialistas. El imperialismo es la creciente lucha política y militar por el control de estos territorios no capitalistas para garantizar el proceso de acumulación de capital bajo el capitalismo. El imperialismo puede definirse como la coyuntura histórica en la que la separación del capital monetario y el capital productivo es más profunda, y se refiere a la supremacía en la economía y la sociedad de los propietarios del capital o los capitalistas rentistas u oligarquía financiera —un fenómeno en el cual el capital financiero domina todas las demás formas de capital en el sistema capitalista. Incluso podría entenderse como caracterizado por etapas como el neocolonialismo en las antiguas colonias europeas consideradas como su etapa más alta (Lenin, 1963). Sobre la base de estas perspectivas sobre el imperialismo, se apoya la opinión de que el imperialismo no es un modo de producción, sino una etapa dentro del modo de producción capitalista. Pero dicha etapa está particularmente asociada con la propagación del modo de producción capitalista
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a través de las fronteras y las regiones geográficas para incorporar territorios en la periferia del sistema capitalista. Esto implica una arquitectura institucional creada por los capitalistas en colaboración con los Estados nacionales y extranjeros para facilitar las operaciones del capital-dinero en los países periféricos y la extracción de plusvalía realizada como ganancia que se acumula en los países exportadores de capital-dinero. El método por el cual se extraen los recursos naturales no es imperialista sino capitalista. Sin embargo, los acuerdos políticos y económicos asociados, que se ponen en marcha para que la producción capitalista tenga lugar en el extranjero mediante la exportación de capital-dinero en forma de inversiones extranjeras directas desde el centro capitalista a la periferia capitalista, son imperialistas. Estos acuerdos podrían favorecer la difusión del capital-dinero europeo o estadounidense en cualquier forma —neocolonial o neoliberal— hacia las economías periféricas en busca de ganancias mediante métodos violentos o de otro tipo, como guerras, espionaje, etcétera. Así, el capitalismo podría existir sin el imperialismo, pero el imperialismo no podría existir sin el capitalismo. El imperialismo es un producto del capitalismo y no al revés. La claridad que buscamos proporcionar en este ensayo está contenida en el argumento de que el extractivismo es simplemente la encarnación de una forma particular de actividad productiva en la era capitalista, y no es el capitalismo o el imperialismo. Los seres humanos han extraído su sustento de la naturaleza desde los días del comunalismo primitivo hasta el capitalismo actual. Por lo tanto, no es la actividad productiva, que es capitalista o imperialista, ya que el capitalismo y, por extensión, el imperialismo están asociados con una variedad de actividades productivas. Así, revisamos algunas de las primeras exposiciones sobre las definiciones de
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estos conceptos para ayudar a los activistas a comprender mejor el debate sobre el «nuevo» extractivismo, incluida la crítica de Petras y Veltmeyer, que explora el «capitalismo extractivo», el «imperialismo extractivo» y ve al «nuevo» extractivismo como imperialismo.
Sobre el «nuevo» extractivismo ¿Cuáles fueron las condiciones de la economía política que dieron origen a la idea de que América Latina se caracteriza por un «nuevo» extractivismo? Esta pregunta se responde analizando la trayectoria histórica del capitalismo y el imperialismo en América Latina en términos de «primarización» y «extractivismo», el primero debido a la dominación de la región por la producción de productos primarios como sector de crecimiento, y el segundo debido a una estrategia de desarrollo económico basada en la extracción de recursos naturales. Tanto la primarización como el extractivismo han desempeñado un repugnante papel en el saqueo por parte del capitalismo y el imperialismo de los países de la periferia capitalista. En este sentido, la línea de argumentación de Petras y Veltmeyer toma la siguiente trayectoria. La primarización y el extractivismo asociados con el apogeo del Imperio británico y el dominio colonial, dieron paso en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial a una nueva estrategia de desarrollo dirigida por el Estado basada en la industrialización por sustitución de importaciones y la explotación ilimitada de los suministros de fuerza de trabajo rural excedente incorporando esa fuerza de trabajo en el sector industrial capitalista. El enfoque posterior a la Segunda Guerra Mundial se derrumbó debido a una crisis de producción en todo el sistema
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causada por la crisis fiscal en el Norte y la crisis de la deuda en el Sur y dio paso a un nuevo orden mundial de capitalismo de mercado libre basado en el capital financiero: la producción financiarizada y la globalización neoliberal. El capitalismo de libre mercado hizo que las economías nacionales estuvieran en línea con el Consenso de Washington, que destruyó las fuerzas de producción en la agricultura y la industria y, en su lugar, generó un poderoso movimiento de resistencia en su contra, evidenciado por un giro hacia la extracción de recursos naturales como una estrategia de desarrollo: el «nuevo extractivismo» en América Latina. El nuevo extractivismo, entonces, se interpreta como un modelo de desarrollo alternativo al capitalismo de libre mercado. Si bien sus perpetradores lo consideran un modelo de desarrollo alternativo, ese es realmente el caso. Parecería que el nuevo extractivismo es un componente integral del modelo de mercado libre en el sentido de que es debido al modelo de mercado libre que existe. Pero el modelo de libre mercado no es más que una farsa en el sentido de que a cada paso está dirigido por fuerzas de clase que controlan el Estado. Es este mismo modelo de mercado libre liderado por el Estado en el que el nuevo extractivismo prospera: el capital extranjero penetra en la economía doméstica en connivencia con los Estados nacionales e imperiales para dominar el sector extractivo y exportar la mayor parte de la riqueza al exterior, al tiempo que conserva una cantidad creciente en el país. La situación de la economía política no se ha transformado, ya que el nuevo extractivismo mantiene el dominio sobre la región por parte del capital extranjero. Petras y Veltmeyer llaman al nuevo extractivismo una nueva forma de imperialismo. El nuevo extractivismo se considera como una forma de capitalismo rentista «que se basa no tanto en la extracción de plusvalía (la explotación
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del trabajo) como en la apropiación de beneficios extraordinarios en forma de renta de suelo de monopolio, es decir, el valor que no se crea, pero se apropia a través de nuevas formas de pillaje por parte de las grandes corporaciones multinacionales que operan en el sector extractivo» (Veltmeyer y Petras, 2014). Como una característica definitoria del Estado posneoliberal en el contexto actual, el nuevo extractivismo representa un cambio respecto del extractivismo clásico. Pero se caracteriza por una serie de contradicciones, entre las cuales está la de si es una maldición o una bendición, o una oportunidad económica para ser explotada a través del buen gobierno y la responsabilidad social y ambiental de las empresas. El nuevo extractivismo depende en gran medida de la inversión extranjera y está atrapado en una política de trampa de desarrollo de extracción de recursos. Además, el desarrollo inclusivo, el fuerte del nuevo extractivismo progresista, no puede ser financiado ni sostenido por rentas extractivas, y los costos del capitalismo extractivo están por encima de sus beneficios reales o potenciales. La literatura sobre el nuevo extractivismo se centra en el análisis neoclásico de costo-beneficio y no en el análisis de clase. Además, el movimiento de resistencia está unido en torno a su oposición al capitalismo extractivo, pero está dividido con respecto al capitalismo. El debate actual sobre el nuevo extractivismo ha dado expresión al tema a través de tres modelos en conflicto. El primero es una búsqueda de «crecimiento inclusivo» fundada en «inversión extranjera a gran escala, el desarrollo del sector privado y el apoyo estatal activo», lo que Petras y Veltmeyer denominan «imperialismo». El segundo modelo de «extractivismo progresista y desarrollo inclusivo (nacionalismo de recursos o activismo estatal incluyente)» se enmarca dentro del molde neoestructural asociado con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
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Abarca el pos-Consenso de Washington en el que el Estado es un agente económico activo que promueve un «nuevo desarrollismo» incluyente que ofrece un mejor equilibrio entre él y las fuerzas del mercado para reducir la pobreza extrema. El tercer modelo aún en construcción es una alternativa socialista, que representa una transformación del capitalismo neoliberal.
Sobre el capitalismo extractivo La noción de «capitalismo extractivo» se investiga en cuatro artículos en los que recogemos algunos de sus rasgos característicos (Petras, 2 de mayo de 2012; 9 de noviembre de 2012; 8 de junio de 2013; 21 de julio de 2013). Las situaciones de economía política en Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay, Perú y Venezuela se analizan como el centro del capitalismo extractivo y se concluye que todos estos países estaban vinculados por una estrategia de desarrollo común basada en la exportación de productos primarios perpetrada por los regímenes progresistas en esos países (Petras, 2012). El capitalismo extractivo se vincula a economías basadas en la ex-
portación de productos básicos y está asociado, pero ya no está correlacionado, con los regímenes neocoloniales (Petras, 2012). Los regímenes progresistas en esos países persiguen la retórica antiimperialista, nacionalista y populista a escala nacional, pero también implementan políticas para alentar y expandir las actividades del capital extractivo en el extranjero a través de empresas conjuntas con el Estado y la burguesía nacional emergente. Los regímenes progresistas articulan el socialismo y la democracia participativa, mientras que sus políticas prácticas concentran y centralizan el capital y el poder ejecutivo, vinculándolos con el desarrollo.
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Sus posiciones son representativas del capitalismo extractivo, pero afirman que están separadas del derecho neoliberal por sus políticas nacionalistas, del exterior, social, laboral y de regulación. Estas políticas han provocado una ruptura casi completa de los estrechos vínculos establecidos entre los regímenes progresistas y los movimientos sociales. Antes de asegurar el poder, los líderes progresistas apoyaron las plataformas de los movimientos sociales, que incluían el nacionalismo económico, la conservación ecológica, el respeto por las reservas naturales de las comunidades indígenas, la igualdad social y el rechazo de las deudas externas ilegales. Pero, después de que ganaron el poder, los progresistas nombraron ministros del gobierno que implementaron principios económicos ortodoxos. Los ministros adoptaron la estrategia de extracción y dirigieron las economías, lejos de los enfoques del sector público nacionalista que promovían la diversificación económica, hacia economías mixtas fundadas en empresas conjuntas con capital extractivo extranjero. El capitalismo extractivo en América Latina presenta importantes divergencias en la actividad económica, la naturaleza y el carácter de las exportaciones de productos básicos, la polarización social, la cohesión social, el tamaño y el alcance de la oposición política y la sostenibilidad del modelo progresista y extractivo. La lucha de clases en el capitalismo extractivo comprende dos categorías básicas de contendientes: una clase dominante desde arriba «en la que varios sectores del capital utilizan su poder social, control económico y penetración del Estado para maximizar los beneficios presentes y futuros, para monopolizar las asignaciones presupuestarias estatales para limitar la participación en el ingreso de la fuerza de trabajo y para despojar y desplazar a los pequeños productores de productos básicos y habitantes locales de las regiones ricas en recursos»
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(Petras, 8 de junio de 2013). En el otro lado de la división desde abajo, se encuentra «una variedad de clases que abarca desde trabajadores industriales empleados y desempleados, empleados asalariados públicos y privados sindicalizados, trabajadores rurales sin tierra, pequeños productores de productos básicos y comunidades indígenas» (Petras, 8 de junio de 2013). Estas clases bajas están exigiendo «una mayor participación en el ingreso nacional, la recuperación de tierras y recursos usurpados por el Estado en nombre de las corporaciones agromineras, el cambio sistémico en la propiedad y las relaciones de clase» (Petras, 8 de junio de 2013). El carácter internacional de la lucha de clases tiene que ver con las corporaciones multinacionales, las organizaciones financieras internacionales y los Estados imperiales que intervienen directamente a través de sus representantes en la lucha de clases doméstica. El capital extractivo es el capital invertido en el sector de recursos naturales para la extracción agromineral. Su ascendencia fue el resultado del influyente papel desempeñado por gigantescas corporaciones agromineras para ayudar a moldear las políticas económicas estatales, que impactaron negativamente a los trabajadores, las comunidades locales y los pueblos indígenas. Las fuerzas de clase (las élites agromineras) que dirigieron este proceso se convirtieron en socios de los regímenes neoliberales de centroizquierda para asegurar los beneficios que disfrutan. Las élites agromineras aceptaron mayores impuestos y pagos de regalías a cambio de subsidios estatales masivos y concesiones de tierras a gran escala (Petras, 8 de junio de 2013). Un rasgo característico del capitalismo extractivo, que se basa en una economía de exportación primaria, es la inversión de los beneficios socioeconómicos de la industrialización que sustituye a las importaciones.
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El capitalismo extractivo representado por Brasil se refiere a la reversión del país a una economía de exportación de productos primarios basada en soya, ganado, hierro y metales, al mismo tiempo que disminuyeron las exportaciones de textiles, transporte y manufactura. Este proceso ha fomentado la penetración de la economía brasileña por grandes cantidades de corporaciones multinacionales imperiales y los flujos financieros de los bancos extranjeros. Por lo tanto, el capitalismo extractivo desbordó el crecimiento industrial y confió en los mercados extranjeros y en los bancos expatriados para su éxito (Petras, 21 de julio de 2013). La vulnerabilidad del capitalismo extractivo es su dependencia de la extracción agromineral impulsada por el imperio debido a las alianzas entre la élite agromineral, las transnacionales imperiales, el capital financiero local y extranjero y los mercados extranjeros. El capitalismo extractivo se lleva a cabo a expensas de las fuerzas productivas que representan una disminución en la posición relativa de la manufactura, la tecnología y los servicios de gama alta. Los ingresos laborales disminuyeron como porcentaje del pib, el capital extranjero en los sectores de exportación y minería agraria se promovió a través de subsidios estatales y se impusieron restricciones de crédito a los pequeños y medianos agricultores (Petras, 21 de julio de 2013). El capitalismo extractivo es destructivo para el medio ambiente e implica una estafa de privatización (hierro y petróleo en Brasil) y es destructivo para el medio ambiente. Se considera una sustitución del neoliberalismo o una transición del neoliberalismo al capital extractivo. Desindustrializa la economía que provoca un desequilibrio entre la fabricación y la extracción. En Brasil, esto es un indicio de la reversión del país a su estilo de desarrollo colonial. El capitalismo extractivo aporta grandes ingresos al Estado, pero al mismo tiempo exige grandes subsidios, beneficios fiscales y ganancias
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que se acumulan al capital extranjero. Mientras que los mayores beneficiarios del capitalismo extractivo son los principales comerciantes de productos básicos del mundo, ha habido una disminución en la lucha de la clase trabajadora contra el capital extractivo, debido a la cooptación de movimientos de masas, la intensificación de la explotación capitalista extractiva y el despojo violento de comunidades indígenas. Los beneficios del capitalismo extractivo para los trabajadores distribuidos a través del aumento de los salarios son desiguales y distorsionados. La riqueza permanece concentrada en la parte superior, ya que hay una fuerte disminución en los servicios públicos y en las experiencias esenciales de la vida (Petras, 21 de julio de 2013). El caso de Colombia proporciona rasgos característicos adicionales del capitalismo extractivo de la minería y el petróleo (Petras, 9 de noviembre de 2012). Éstos incluyen una fuerte inversión extranjera, el crecimiento del sector energético y un aumento en la proporción de minerales y energía como porcentaje de las exportaciones. Otras características incluyen el terrorismo de Estado que desplazó a millones de campesinos, indios y afrocolombianos, concesiones de tierras a corporaciones mineras y energéticas, junto con lucrativas exenciones de impuestos, desigualdad social, alto desempleo, un sector informal considerable, policía y grupos privados paramilitares y escuadrones de la muerte, la supresión de las demandas laborales, la aplicación deficiente de las leyes ambientales, la falta de compensación a las comunidades campesinas por daños ambientales y la reubicación forzada. La riqueza y el poder se concentran en manos de inversionistas extranjeros y colaboradores locales, incluidos generales y élites políticas. Los sectores no extractivos, en los que se ubica la mayoría de la fuerza laboral, están en declive, al igual que el nivel de vida de los trabajadores en esos
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sectores. Los desafíos que enfrenta el modelo extractivo son estructurales y políticos, incluida una dependencia excesiva de las exportaciones de productos básicos, la falta de mercados diversificados, el descontento entre los fabricantes locales y los agroexportadores, y los movimientos guerrilleros de las farc y el eln (Petras, 9 de noviembre de 2012). El capitalismo extractivo se caracteriza por una «dinámica de desarrollo capitalista basada en una frontera extractiva en expansión con la intensificación de los conflictos sociales sobre los derechos territoriales, la tierra, el agua y los recursos naturales asociados» (Veltmeyer y Petras, 2014:16). Cuando se ve desde el punto de vista de la lucha de clases, el «nuevo extractivismo» se asocia con conflictos políticos y guerras de recursos. El capitalismo extractivo se considera atrasado, depredador y no puede generar las condiciones para un progreso genuino y un desarrollo sustentable. Sin lugar a dudas, Petras proporciona un excelente análisis de los rasgos característicos de la extracción de recursos naturales en América Latina. Pero, ¿estos rasgos característicos constituyen por sí mismos un modo de producción capitalista? El supuesto movimiento del extractivismo clásico al nuevo extractivismo no representa una transformación revolucionaria del modo de producción capitalista: es el mismo capitalismo con una nueva cara. Es simplemente un movimiento intracapitalista, que en esencia es indicativo de la capacidad del capitalismo para reformarse cuando se presenta una crisis. Por lo tanto, es el mismo modo de producción capitalista, que es dominante si la economía está dominada por la producción de productos primarios o si una estrategia de desarrollo se basa en la extracción de recursos naturales. La importancia de los trabajos de Petras sobre la extracción de recursos naturales en América Latina, sin embargo, radica en la riqueza de detalles,
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ideas y nuevos conocimientos que proporciona sobre los rasgos característicos del modus operandi del proceso de reforma capitalista a la luz de la crisis generada por las políticas intervencionistas estatales de los 1960 y 1970 y las políticas neoliberales de las décadas de 1980 y 1990. El extracti-
vismo clásico y el nuevo extractivismo operan en el mismo modo de producción capitalista, lo cual le hace cuestionar la transición a un modo de producción socialista alternativo. El socialismo del siglo xxi es un intento audaz de efectuar esa transición, pero los recientes cambios en esas políticas en América Latina devuelven la ventaja al capitalismo. El marcado cambio en la acumulación de capital y el proyecto de desarrollo asociado con el «nuevo extractivismo» que se aleja de la explotación del excedente de fuerza de trabajo generada en el sector agrícola, hacia la extracción y explotación de los recursos naturales (Veltmeyer y Petras, 2014), es una observación clave. Sin embargo, existe una dificultad con la
caracterización de la acumulación de capital como un desplazamiento de la explotación del trabajo excedente en la agricultura hacia la explotación de los recursos naturales. La explotación de los recursos naturales también depende de la explotación de la fuerza de trabajo excedente entendida de manera diferente a la de Lewis. El modelo de Lewis aboga por la expansión del sector industrial capitalista por aquellos capitalistas que reinvierten sus ganancias para emplear la fuerza de trabajo excedente ubicada en el sector agrícola tradicional, donde la tasa salarial es baja y la productividad marginal de la fuerza de trabajo es inferior a cero, entre otras cosas. El modelo de Lewis es una estrategia de desarrollo que busca mejorar el nivel de vida empleando a más personas. El modelo extractivista no tiene una estrategia específica para generar desarrollo al reinvertir las ganancias para emplear a más personas.
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En este último caso, la estrategia es reducir el número de trabajadores para aumentar las ganancias. Mientras que en el modelo de Lewis el crecimiento tiene lugar en el sector real, en el modelo extractivo el crecimiento tiene lugar en el sector financiero. Pero el trabajo excedente está siendo explotado tanto en los modelos de Lewis como en los modelos extractivos. Hay una gran diferencia en el significado del trabajo excedente que se encuentra en Lewis y Marx. En el caso de Lewis, la fuerza de trabajo excedente se refiere a la mano de obra desempleada y subempleada en el sector tradicional, y a las personas que trabajan pero que no contribuyen a la productividad. En el caso de Marx, el trabajo excedente es la porción de trabajo que el capitalista se apropia como ganancia —la diferencia entre lo que vende el producto del trabajador y lo que paga al trabajador como salario— trabajo no pagado. Los desempleados no son fuerza de trabajo excedente, sino la reserva de fuerza de trabajo, que el capitalista mantiene para ejercer un mayor control sobre el proceso laboral. Además, la financiación tanto de los modelos de Lewis como de los extractivistas utiliza fuerza de trabajo excedente en la medida en que las ganancias reinvertidas y la inversión extranjera directa se originan en la fuerza de trabajo no pagada.
Sobre el imperialismo extractivo El imperialismo extractivo impulsa «el motor del desarrollo capitalista en la región, creando las condiciones para otro periodo de acumulación por inversiones extranjeras a gran escala y a largo plazo luego del despojo» (Veltmeyer y Petras, 2014). El sistema actual de producción capitalista en
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América Latina etiquetado como «nuevo extractivismo», por lo tanto, depende del imperialismo extractivo para aumentar su eficiencia interna y poder al forzar energía adicional en el sistema. El imperialismo extractivo es una especie de estímulo externo al capitalismo extractivo. Definir al imperialismo como «extractivista» «no describe la forma precisa que toma el imperialismo actual, es decir, las estrategias y tácticas empleadas por los agentes del Estado imperial» (Veltmeyer y Petras, 2014). Por lo tanto, el «imperialismo extractivo» es un concepto impreciso, comparado con el imperialismo, que se entiende como las actividades de los agentes de un Estado imperial para facilitar las actividades en el extranjero de sus capitalistas nacionales. Al argumentar el caso del «imperialismo extractivo», se adelanta la idea de que es necesario explorar «las formas particulares y diversas que toma hoy el imperialismo, en la promoción y el apoyo del capital extractivo». Parecería que el imperialismo viene en muchas formas, pero su esencia realmente reside en las acciones precisas tomadas por los agentes de Estados extranjeros en apoyo de su capitalista doméstico para llevar a cabo diferentes formas de actividades productivas en el extranjero con el propósito de acumular capital en el país. De ello se deduce que las actividades de los agentes del Estado imperial para apoyar las inversiones extranjeras en la agricultura se definirían como «imperialismo agrícola», la tala como «imperialismo maderero», la construcción como «imperialismo de la construcción», etcétera. Pero, ¿existe una amenaza común que conecte estas formas diferentes de imperialismos «imprecisos»? ¿Qué es lo que hace que las actividades de los agentes para apuntalar los emprendimientos económicos de ultramar del Estado imperial sean imperialistas? ¿Podrían esas actividades tampoco ser imperialistas? ¿Hay alguna diferencia entre
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estos imperialismos «imprecisos» y el imperialismo? Parece que hay muchas más preguntas que respuestas en la presentación sobre el imperialismo de Veltmeyer y Petras. Pero, simplemente, podríamos decir que el Estado imperial está bajo el control de las clases capitalistas transnacionales. Lenin identificó al imperialismo como una etapa especial del capitalismo, su etapa más alta, lo que significa que el imperialismo es el capitalismo. La persistencia y el progreso de las características esenciales del capitalismo en general son directamente responsables del surgimiento del imperialismo. Sin embargo, es sólo en una etapa definida y muy alta de su desarrollo que el capitalismo se convierte en imperialismo capitalista. En esa etapa, algunas de sus características esenciales comienzan a transformarse en sus opuestos: «Cuando las características de la época de la transición del capitalismo a un sistema social y económico superior se habían formado y se habían revelado en todas las esferas» (Lenin, 1963:66). El imperialismo desplaza la libre competencia con el monopolio, «cárteles, sindicatos y fideicomisos», que se fusionan con los bancos para manipular billones. El monopolio no elimina completamente la libre competencia, sino que existe por encima y al lado, lo que conduce a «una serie de antagonismos, fricciones y conflictos muy agudos e intensos. El monopolio es la transición del capitalismo a un sistema superior» (Lenin, 1963:66). Por lo tanto, no todas las sociedades capitalistas son imperialistas, tienen que lograr un estado maduro antes de convertirse en imperialistas. Es el capitalismo el que conecta las diferentes formas de imperialismo en la interpretación sugerida por Veltmeyer y Petras sobre el tema. Así, sea cual sea la era del capitalismo, las relaciones imperialistas de la época representan su etapa más alta. El capitalismo marcha a través de diferentes periodos históricos y se caracteriza por diferentes formas históricas, que
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son impulsadas por diferentes imperialismos históricos. Sin embargo, la teoría de Lenin sobre la etapa del imperialismo sugiere que el capitalismo ha pasado por el laissez faire, el monopolio y las fases imperialistas, ya que el monopolio se eleva por encima de la libre competencia, y el monopolio representa la transición del capitalismo a una etapa superior. Pero, Kwame Nkrumah (1965) subdivide aún más la fase imperialista del capitalismo, identificando el neocolonialismo como su última etapa. Sin lugar a dudas, el neocolonialismo no es la etapa final del imperialismo, ya que el nuevo extractivismo aunque se encuentra asociado no está correlacionado con los regímenes neocoloniales. Veltmeyer y Petras parecen sugerir que diferentes formas de capitalismo producen diferentes formas de imperialismo. Pero, en su evaluación del capitalismo extractivo y del imperialismo extractivo, parece que el capitalismo y el imperialismo son dos fenómenos distintos. Al examinar su enfoque a través del prisma de la teoría del imperialismo de Lenin, parece que el imperialismo extractivo es la etapa más alta del capitalismo extractivo. Esto significaría que el capitalismo extractivo es la forma dominante del capitalismo actual y su etapa más alta es el imperialismo extractivo. ¿Es el capitalismo extractivo realmente la forma dominante del capitalismo en América Latina? Parece que hay una comprensión general entre los marxistas de que el capitalismo financiero es la forma más dominante del capitalismo en la era actual del capitalismo global y que su etapa más alta, el imperialismo, es la financiarización. Esto significa que la economía y la sociedad en América Latina están permeadas por los asuntos de finanzas facilitados por las políticas y acciones de los Estados imperiales y nacionales. Los bancos, los no bancos (tanto los intermediarios financieros no bancarios como las empresas en el
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sector productivo), los hogares y el Estado son los principales en la financiarización. Cada uno juega su parte a través de su participación en los mercados de capital para promover el dominio de la economía y la sociedad por parte de los capitalistas financieros rentistas. La acumulación financiera es el principal medio de acumulación de capital en virtud de la financiarización. La inseparabilidad de las finanzas respecto de la producción significa, sin embargo, que el enfoque actual en la extracción de recursos naturales en América Latina es un componente integral de la dominación del capital financiero. Es la expresión productiva de la dominación por el capital financiero en el sentido de que la venta de la mercancía producida no genera tanto beneficio para los inversores como lo que los instrumentos financieros relacionados aportan a los banqueros y los especuladores financieros. La extracción de recursos naturales se lleva a cabo a pedido del capital financiero que financia el proceso de producción, pero, a la vez, cuyos principales crean una variedad de instrumentos financieros para obtener ganancias, aparte de la venta de productos básicos.
Capitalismo e imperialismo Tal vez reconociendo las dificultades conceptuales asociadas para delinear los conceptos capitalismo extractivo e imperialismo extractivo, Veltmeyer y Petras escribieron Power and resistance, en el que investigaron la relación compleja e íntima entre capitalismo e imperialismo en el proceso de repensar el imperialismo en el siglo xxi. La era del capitalismo extractivo asume su lugar apropiado en la relación entre capitalismo e imperialismo en el capítulo «Imperialism in an era of extractive capitalism». El orden de
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la conexión entre el imperialismo y el capitalismo a este respecto es tal que el capitalismo extractivo dio lugar a una forma particular de imperialismo. Por lo tanto, cada era del capitalismo da lugar a su propia forma de imperialismo: el capitalismo no proviene del imperialismo, sino viceversa. El capitalismo extractivo se asocia con una forma de imperialismo denominada imperialismo extractivo, que sólo existe debido al capitalismo extractivo, que representa su etapa más alta. En el artículo «Imperialism and capitalism: rethinking an intimate relationship» (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015), que reaparece en el libro Power and resistance, como «Capitalism and imperialism: notes of an intimate relation», Veltmeyer y Petras criticaron el discurso sobre imperialismo y capitalismo en la literatura liberal de ciencia política e identificaron dos problemas con la forma en que se usan y comprenden los términos. El primer problema es que el imperialismo está desconectado de las dinámicas económicas del capitalismo y se reduce a una mera búsqueda de poder y dominación mundial. En segundo lugar, se reduce el imperialismo a un fenómeno puramente económico y se confunde el término con el capitalismo. Se argumenta que el imperialismo y el capitalismo no sólo están íntimamente conectados, sino que «involucran dinámicas distintas en la geoeconomía y la geopolítica del capital que deben distinguirse claramente» (Petras y Veltmeyer, 2015a). Además, varios aspectos de las teorías neomarxistas y neoliberales contemporáneas del imperialismo y el Estado imperial están en disputa (Harvey, 2003; Magdoff, 2003; Amin, 2001; Panitch y Leys, 2004; Foster, 2006; Hardt y Negri, 2000). Se observa que estas teorías «carecen de los análisis sociológicos más crudos de la clase y el carácter político de los grupos que dirigen el Estado imperial y sus políticas». Sin lugar a dudas, los análisis
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de Veltmeyer y Petras sobre el capitalismo extractivo proporcionan el tipo de análisis de clase detallados del capitalismo actual y, por extensión, del imperialismo en la periferia latinoamericana, que está ausente en las obras que criticaron. La mayoría de esas teorías son reducciones economicistas, que restan importancia e ignoran las dimensiones políticas e ideológicas del poder imperial (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015). Además, estas teorías descontextualizan categorías tales como inversiones, comercio y mercados, y las presentan «como entidades históricamente sin cuerpo que son comparables en el espacio y el tiempo» (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre de 2015). Las dinámicas de las relaciones de clase se explican luego en términos de categorías económicas generales tales como «finanzas», «manufactura», «banca» y «servicios» sin ningún análisis de la economía política del desarrollo capitalista y la formación de clases, o la naturaleza y fuentes de la riqueza financiera: tráfico ilegal de drogas, el lavado de dinero, la especulación inmobiliaria, etcétera (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre de 2015).
El marco institucional y político del nuevo orden mundial está formado de manera continua por las configuraciones de poder de la política imperial: sociopolítica, ideológica y a través del papel de las instituciones financieras internacionales. Las relaciones de poder imperiales tienen dinámicas políticas y económicas y comprometen el aparato político del Estado. Los marxistas entienden que el imperialismo está conectado al capitalismo y al sistema de las agencias estatales imperiales. El imperialismo asegura las condiciones necesarias para la acumulación de capital y es «el portador del capital, una agencia de desarrollo capitalista». Pero, ¿es la propagación del capitalismo lo mismo que el desarrollo capitalista?
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El capitalismo y el desarrollo capitalista parecen ser dos fenómenos diferentes, que se presentan de la misma manera en la noción de que el imperialismo es «el portador del capital, una agencia del desarrollo capitalista». La propagación del capitalismo trata de mantener la acumulación de capital en los Estados imperiales en el centro capitalista. Esto implica agotar los países en la periferia capitalista de sus recursos y riqueza y transferirlos a los Estados capitalistas imperiales en el centro. La ironía de esta situación es que tanto el centro como los países periféricos representan el proceso de agotar la periferia de su riqueza y transferirla al centro como desarrollo capitalista. En ese contexto, el desarrollo capitalista se interpreta como un fenómeno asociado con los países capitalistas periféricos que buscan las políticas apropiadas para ponerse al día con los avances tecnológicos, económicos, sociales y políticos que los Estados capitalistas maduros han logrado. Pero éste no es el objetivo del imperialismo, que es «asegurar las condiciones necesarias para la acumulación de capital». El imperialismo no soporta el desarrollo capitalista sino que crea desdicha para los países conquistados. El desarrollo tiene lugar en el centro y no en la periferia. El desarrollo capitalista debe entenderse en términos de la proporción de capital constante al variable, es decir, la composición orgánica del capital, que cuando aumenta incrementa la tasa de ganancia. Las mejoras en la tecnología que desplazan fuerza de trabajo, lo que implica la modernización de la maquinaria y los materiales utilizados en la producción en relación con el trabajo asalariado se incrementan con el tiempo, lo que aumenta la composición orgánica del capital. Así, el desarrollo capitalista trata de aumentar la composición orgánica del capital, aunque la tasa de ganancia tiende a caer en el proceso que implica la naturaleza propensa a la crisis del desarrollo capitalista. Por lo tanto, la creciente composición
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orgánica del capital denota que existe una tendencia histórica a que la tasa de ganancia caiga, lo que lleva a una crisis en el capitalismo, ya que las ganancias se vuelven más difíciles de realizar (Marx, 1991). Las políticas del Estado imperial configuran el poder imperial en el interés nacional que coincide con las preocupaciones e intereses económicos y políticos de la clase capitalista y el sector privado. El imperialismo es una cuestión de política y economía política, de clase y de poder estatal, y como tal no es útil medir su impacto puramente en términos económicos en relación con el volumen de entradas y salidas de capital. Además, las preocupaciones geopolíticas y económicas desempeñan un papel en el cambio en las relaciones de dominación y dependencia, lo que lleva a las demandas de las élites estatales y los políticos en la periferia capitalista de una autonomía relativa para proteger sus intereses nacionales (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015). En la tradición materialista histórica —los fundamentos del marxismo como una ciencia social—, en cada etapa del proceso de desarrollo capitalista está el desarrollo de las fuerzas de producción asociadas con un sistema correspondiente de relaciones de clase y lucha que surge del conflicto fundamental entre las fuerzas y las relaciones de producción. Así, Veltmeyer y Petras (16 de diciembre 2015) expandieron la ciencia social marxista al argumentar en su análisis del capitalismo extractivo que el desarrollo capitalista produce una forma correspondiente y distinta de lucha de clases basada en las fuerzas de resistencia a este avance, así como el imperialismo en una forma u otra, y se entiende claramente como la proyección del poder estatal al servicio del capital, para facilitar su avance en el ámbito de las relaciones internacionales y
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asegurar su evolución hacia y como un sistema mundial (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015).
Para Lenin, el imperialismo implica la fusión de capital industrial y financiero; capital exportador en busca de mercados de ultramar; colonización dividiendo los territorios extranjeros del mundo por las potencias capitalistas europeas; y «una división internacional del trabajo basada en un intercambio internacional de productos básicos por productos manufacturados en el centro del sistema» (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015) que comprende una dinámica económica de acumulación de capital.
El poder político del Estado, incluido el uso de la fuerza militar, aseguró la estructura económica del sistema junto con esa dinámica particular. Veltmeyer y Petras critican a Lenin alegando que si bien asociaba el imperialismo con el capitalismo industrial, las relaciones imperialistas son identificables en un periodo mucho más temprano, es decir, durante el mercantilismo. Lenin identificó erróneamente las características estructurales del capitalismo mundial en su etapa de desarrollo en su época como «imperialismo», una característica distintiva del capitalismo, mientras que la fase anterior del capitalismo mercantil también proyectaba el poder estatal imperial basado en la clase. Bajo el capitalismo mercantil, la acumulación de capital mercantil dependía de los recursos naturales expropiados, la explotación del trabajo y el comercio internacional sancionado y regulado por el Estado. El imperialismo fue definitivamente un rasgo característico del mercantilismo y un complemento de la acumulación de capital en periodos posteriores del desarrollo capitalista (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015). La era del desarrollo capitalista liderado por el Estado en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial entre 1950 y 1980 ha experimentado un
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proceso de transformación productiva y social. La transformación, que representó un cambio de un sistema socioeconómico basado en la agricultura y relaciones de producción precapitalistas a un «sistema capitalista industrial moderno basado en relaciones de producción capitalistas o trabajo asalariado», resultó de la explotación del «suministro ilimitado de excedentes de fuerza de trabajo rural» (Veltmeyer y Petras, 16 de diciembre 2015; véase Lewis, 1954). La transformación fue evidente en diferentes periodos y se desarrolló de distintas maneras en los países de América Latina y el Caribe en su lucha por liberarse de la subyugación colonial, la explotación imperialista y el dominio de clase. Estados Unidos y otros países poderosos del hemisferio occidental, para facilitar la entrada de sus capitales en los países periféricos y su salida a voluntad, implementaron la noción de desarrollo a través de la diplomacia y la intervención militar; de esa manera, desarrollaron en la periferia las fuerzas productivas y acumularon capital en el proceso. Los arreglos institucionales establecidos por las potencias europeas y Estados Unidos para promover el desarrollo eran, en esencia, instrumentos del imperialismo. Su intención era frustrar la propagación del socialismo al desviar a los países periféricos del cambio revolucionario. Veltmeyer y Petras (16 de diciembre 2015) centraron la atención en el imperialismo y el capitalismo en una era de globalización neoliberal, argumentaron que el neoliberalismo se había desarrollado 40 años antes de la década de 1980, lo que proporcionó las condiciones para su implementación. El Estado imperial y sus instituciones se utilizaron para «reactivar el proceso de acumulación de capital», bajo el Consenso de Washington. Los Estados de América Latina y el Caribe se vieron dominados por las políticas neoliberales, que se les impusieron como condición para que la ayuda y el acceso a los mercados de capitales aborden sus crisis de deuda. La
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intervención estadounidense en la región y el bloqueo económico contra los Estados recalcitrantes tuvieron resultados mixtos, ya que la lucha imperialista y antiimperialista asumió diferentes formas en distintos países. La cooperación internacional y las agencias de desarrollo internacional constituyeron «un tercer frente en la ofensiva imperialista contra las fuerzas de resistencia popular». Estas agencias utilizaron una estrategia para frenar a los movimientos revolucionarios al ofrecer una «alternativa de no confrontación a la movilización social y la acción colectiva directa». Esta estrategia tuvo éxito en algunos casos, pero en otros, como en Bolivia, no fue así.
Conclusiones Es apropiado señalar que el Estado como comité ejecutivo de la burguesía sirve para facilitar los emprendimientos económicos extractivos capitalistas e imperialistas. La cuestión es si el capitalismo extractivo y el imperialismo extractivo son dos fenómenos separados o son componentes integrales de un proceso de desarrollo capitalista idéntico, que requiere que el Estado, como comité ejecutivo de la burguesía, ejerza el poder político para facilitar la explotación de los trabajadores en las industrias extractivas en América Latina y el Caribe. Se entiende que el poder político significa el poder organizado de las clases dominantes en América Latina y el Caribe para oprimir a las clases trabajadoras en la región. Aunque la pregunta anterior se aclaró en su análisis de la relación entre capitalismo e imperialismo, no es tan claro en sus trabajos anteriores sobre el capitalismo extractivo y el imperialismo extractivo.
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El modo de producción capitalista es un sistema distinto de producción de productos básicos que lo diferencia de los modos de producción existentes hasta ahora. Representa una organización social específica de producción, relaciones sociales particulares y tecnologías de producción que involucran una combinación del conocimiento científico más avanzado con la industria. Comprende propiedad privada, intercambio de productos en el mercado, trabajo asalariado, la búsqueda interminable de ganancias, acumulación de capital, mejoras en las condiciones de vida con la generación simultánea y el sustento de los niveles más horribles de pobreza, y la lucha de clases entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Su propósito de existencia es la producción de plusvalía que es fundamental para su reproducción a través de la acumulación de capital. El producto específico producido no define de qué se trata el sistema de producción capitalista, aunque un capitalista pueda ser delineado en términos de la actividad productiva particular en la que está involucrado. Así, por ejemplo, podemos hablar de un capitalista industrial, o un capitalista agrícola, o un capitalista comercial, o incluso un capitalista extractivo. Incluso podemos hablar de capitalismo industrial, capitalismo agrícola, capitalismo comercial o capitalismo extractivo en un esfuerzo por delinear las actividades capitalistas que rodean a la industria, la agricultura, el comercio o la extracción. Pero éstas son meras etiquetas descriptivas que no representan la esencia del capitalismo, lo que es el capitalismo en sí. La extracción de recursos naturales no tiene un significado real en la definición del capitalismo. La extracción de recursos naturales ha tenido lugar bajo los modos de producción existentes hasta ahora. Lo que es significativo es el medio dominante existente por el cual se produce
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el excedente económico en apoyo del trabajo de subsistencia y la acumulación de capital, y las relaciones sociales derivadas que surgen. No importa si la forma de capitalismo es industrial, agrícola, comercial o extractiva, lo que realmente hacen son las relaciones entre capital y trabajo, el edificio institucional, incluidos los aparatos del Estado erigidos en apoyo de la estructura de producción y la lucha de clases que éstos producen. La principal contradicción antagónica en América Latina y el Caribe es entre capital y trabajo.
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Interpelación al siglo xxi desde el pensamiento crítico. Una lectura contemporánea del capitalismo desde El capital y otros textos Humberto Márquez Covarrubias*1 Resumen. En el capitalismo contemporáneo resurge la crítica de la economía política como un análisis global de la sociedad mercantil, el dinero y el capital, la acumulación y la crisis. El capital se ubica en la trama de las relaciones sociales, en el proceso de valorización. El plusvalor es una sustancia generada por el trabajo productivo en la esfera de la producción que será apropiada no por su creador, el poseedor de la fuerza de trabajo, sino por el capitalista, el poseedor del dinero invertido. El punto focal es el trabajo como actividad humana creadora de riqueza, expresada como un «enorme cúmulo de mercancías» y como forma dineraria expansiva. La gran contradicción subyacente es la apropiación del trabajo ajeno. A la postre, el trabajo humano es una mediación entre el ser humano y la naturaleza para producir los satisfactores que harán posible la reproducción social; sin embargo, bajo este metabolismo social, el despliegue tecnológico y la divisón del trabajo tienden a socavar las dos fuentes de la riqueza, tierra y trabajo. En El capital se articula un sólido marco categorial, articulado en términos lógicos e históricos, esbozado en obras precedentes, indispensable para analizar los problemas económicos que entraña el proceso de valorización y los diversos fenómenos asociados. En el marco político del siglo xxi, es crucial reconstruir el proyecto de la crítica de la economía política, una operación que significa una puesta al día del estudio del capitalismo signado por formas pretéritas y novedosas de valorización del capital. Palabras clave: Marx, capital, trabajo, plusvalor, pensamiento crítico. *1
Docente investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México.
issn impreso 2448-5020
issn red cómputo 2594- 0899
HUMBERTO MÁRQUEZ COVARRUBIAS
Assessing the 20th Century from a critical perspective. A modern reading of capitalism since Capital and other works Abstract. The political economy critique of contemporary capitalism serves as a global analysis of commercial enterprises, money and capital, accumulation and crisis. Capital exists in the realm of social relations, in the process of valorization. Surplus value is something that is generated by productive labor in the production process that is appropriated not by its creator—they who possess the labor force—but rather by the capitalist, the owner of invested money. The key point is that labor as a human activity creates wealth, expressed as an «immense acumulation of goods» and growing cash reserves. The great underlying contradiction is the appropriation of the labor of others. In the end, human labor is an intermediary between the human being and nature in the production of the satisfiers of human needs which makes social reproduction possible; however, within this social metabolism, technological innovation and the division of labor tend to undermine the two sources of wealth: land and labor. In Capital a marked categorial distinction is drawn, elaborating in logical and historical terms, sketched out in preceding works, and indispensable in order to analyze the economic problems that result from the process of valorization and the various associated phenomena. The political context of the 21st Century is crucial to reconstruct the project of critical political economy, a task that involves updating the study of capitalism that is shaped by its previous forms and innovations in the valorization of capital. Keywords: Marx, capital, labor, surplus value, critical thinking.
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Remembranzas y regeneración del pensamiento crítico Hace un siglo y medio, en 1867, con un tiraje de mil ejemplares, se publicó el primer volumen de El capital. Crítica de la economía política, la obra cumbre de Karl Marx (1818-1883), que a la postre modificaría la concepción sobre la moderna sociedad capitalista y se convertiría en uno de los libros más vendidos, leídos e influyentes de la historia. El proyecto intelectual de Marx contemplaba la escritura de seis libros sobre el capital, la propiedad de la tierra, el trabajo asalariado, el Estado, el comercio exterior y el mercado mundial. Sin embargo, una vida azarosa signada por los exilios políticos, la pobreza y las enfermedades limitó el proyecto a tres volúmenes y a la publicación en vida sólo del primero; los manuscritos del segundo y tercero fueron editados y publicados por Friedrich Engels (1820 -1895). Después se publicarían los tres tomos de Teorías sobre la plusvalía en 1910, razón por lo cual la obra publicada, que no agotó el proyecto de investigación, se fue articulando con el paso del tiempo, en la misma medida en que los lectores y seguidores iban teniendo una lectura más acabada de la obra. Pese a ello, El capital es una obra maestra que va más allá de su merecida conmemoración, puesto que constituye el principal referente del pensamiento crítico para desbrozar la moderna sociedad capitalista, desde su gestación hasta el presente, incluyendo la tentativa de su superación, en tanto producto del devenir histórico de la humanidad.1 Para la cultura occidental, el año de 2017 fue notablemente significativo por la convergencia de varias celebraciones de distinto signo. Hace 500 años, Martín Lutero clavó las 97 tesis que cuestionaban el poder y la eficiencia de las indulgencias y que serían el detonador de la reforma protestante; hace 150 años se publicó el primer tomo de El capital de Karl Marx que sería la crítica al sistema de categorías de la economía política clásica y la crítica más contundente al sistema capitalista, punto ineludible para el pensamiento crítico moderno; hace 100 años, 1
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El trabajo de investigación de Karl Marx es elocuente e ilustrativo para el cultivo del pensamiento crítico. Como punto de partida, se fundamenta en la crítica del pensamiento dominante de su época, la economía política clásica inglesa de Adam Smith y David Ricardo; pero como Marx viene de la filosofía poshegeliana de izquierda, también acometerá la crítica de la filosofía clásica alemana o idealismo alemán de Georg W.F. Hegel, Friedrich W.J. Schelling y Johann G. Fichte, y la nueva filosofía alemana de Ludwig Feuerbach, Bruno Bauer y Max Stirner. Pero no sólo representa una ardua labor intelectual sino que tiene un cometido político, el de construir un pensamiento al servicio de la emancipación de los explotados, específicamente el proletariado, que encontrará las herramientas necesarias para entender la realidad y luchar por su transformación mediante la revolución que significa la abrogación del capitalismo y el tránsito al comunismo. En sus propias palabras: «El trabajo de que se trata, en primer lugar, es la crítica de las categorías económicas o, si lo prefieres, el sistema de la economía burguesa críticamente expuesto. Se trata, al mismo tiempo, de exponer el sistema criticándolo a través de la exposición» (Marx, 2014:764). Por la vía emprendida por Marx, el pensamiento crítico cuestiona el pensamiento burgués dominante para construir otro sistema de categorías, a la postre un marco teórico articulado en términos lógicos e históricos que constituirá los cimientos de la crítica de la economía política, expresión que subtitula su obra principal. El marco categorial crítico plasmado en El capital, esbozado en obras precedentes, constituirá entonces un arsenal al calor de las ideas marxistas, irrumpió la revolución de octubre que derrocaría al régimen zarista y la instauración del régimen bolchevique en Rusia; y en el ámbito literario se cumple el centenario del nacimiento de Juan Rulfo, autor de Pedro Páramo, una crítica del poder terrenal (el cacique) y eclesiástico (un poder caduco). Sin lugar a dudas, la remembranza cultural más importante es la de El capital, uno de los libros más vendidos y leídos.
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indispensable para analizar la problemática económica que entraña el proceso de valorización del valor y los diversos fenómenos asociados. Además, servirá para organizar los trabajos empíricos de la ciencia económica desde un marco teórico crítico de largo aliento. Es comprensible, sin embargo, que el carácter inconcluso del ambicioso plan de investigación no tocara largamente los temas que estaban reservados para los siguientes libros y que además no abordara otros temas que serán objeto de atención posteriormente, como el Estado y la lucha de clases, que fueran esbozados en otros libros, o temas más recientes, como la ecología o el género. Al respecto, se puede considerar aquel proyecto de investigación de largo aliento como un abanico temático en construcción, por lo cual para volver o recuperar la tarea de investigación de Marx, denominada crítica de la economía política, será necesario actualizarla y completarla para ponerla al día, en aras de hacer una segunda crítica de la economía política o una lectura contemporánea del capitalismo desde El capital. Ello significa hacer una lectura crítica de los textos de Marx y de reconstruir la crítica del pensamiento convencional dominante en nuestros días, actualmente representado por el neoliberalismo y el neoclasicismo, además de otras formas de pensamiento como el posmodernismo y sus secuelas. No está por demás señalar que El capital tiene un gran contenido literario, que ha sido objeto de estudio por el despliegue de metáforas y referencias literarias. Desde una cierta mirada, no resultaría descabellado sugerir que El capital puede leerse como una obra maestra de la literatura, no porque sea obra de la invención, sino por el manejo audaz de metáforas y la composición de una estructura dotada de elementos irónicos que están al servicio de un cometido científico, la reflexión filosófica y la intencionalidad política. Además del sistema categorial crítico, el uso metafórico representa un recurso
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crítico para hacer comprensible determinadas cuestiones de fondo que bullen el mundo social habitualmente mistificado y fetichizado, donde lo que aparenta no es precisamente el contenido de la realidad. Empero, no es un texto o una obra sujeta a meras remembranzas o deificación, a la exégesis perpetua, sino una producción intelectual crítica y abierta a nuevos horizontes, interpretaciones y contrastes con una realidad en continuo movimiento y transformación.
Criticidad, la economía política en la mira La realidad de la explotación del capitalismo es avizorada por Marx, en primera instancia, a partir de un ensayo iniciático del joven Engels, Esbozo de una crítica de la economía política de 1844, donde el autor refiere que cuando Adam Smith, el Lutero económico, hizo la crítica de la economía anterior a él, las cosas habían cambiado ya mucho (...) La franqueza católica dejó el puesto a la hipocresía protestante. Adam Smith demostró que también la humanidad se hallaba en la esencia del comercio (...), pues el comercio, por su naturaleza misma, debía beneficiar en general a todos los que participaran en él (Engels, 2018:8).
Es decir, así como Lutero pasó de una concepción de la religión exterior a una concepción interiorizada en el hombre mismo, así la economía clásica pasa de la concepción de la riqueza en el mercantilismo como la acumulación de los metales preciosos o la concepción de los fisiócratas como la riqueza basada en la fertilidad de la tierra, en el trabajo agrícola, pasa a una
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concepción de la riqueza que se basa en el trabajo en general, en el trabajo como tal, la fuente de la riqueza es el trabajo y por tanto es en el trabajo, en la subjetividad, donde debemos enfocar la especificidad de la riqueza moderna.2 No sólo de la riqueza capitalista, aunque ésta aparezca priorizada por la economía política, sino de la riqueza en general. El cometido de la crítica de la economía política es develar el fundamento, la determinación, de la sociedad capitalista para entender los procesos de producción y reproducción implícitos. O, como lo dijera Engels (1890): «Según el concepto materialista de la historia el momento determinante de la historia es en última instancia la producción y reproducción de la vida real. Más no hemos sostenido nunca ni Marx ni yo». En el proyecto de crítica de la economía política resulta crucial la formulación del carácter dual, de la materia y del trabajo. La doble naturaleza del trabajo en tanto trabajo necesario y plustrabajo es una piedra angular de la comprensión marxista. Así lo expresa Marx en una misiva a Engels, el 24 de agosto de 1867, ya en imprenta el libro: Los mejores puntos de mi libro son: 1. El doble carácter del trabajo, según que sea expresado en valor de uso o en valor de cambio (toda la comprensión de los hechos depende de esto, se subraya de inmediato en el primer capítulo). 2. El tratamiento de la plusvalía independientemente de sus formas particulares, beneficio, interés, renta del suelo, etcétera. Esto aparecerá especialmente en el segundo volumen. El tratamiento de las formas particulares por la economía clásica, que siempre las mezcla con la forma general, es un buen revoltijo.
Pero aún en nuestros días, entre los sectores conservadores, prevalece la idea religiosa de que «la riqueza es un don de Dios». 2
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De manera sintomática, se puede entender que esta perspectiva crítica es plenamente moderna en el sentido de que le confiere centralidad a la visión y a la actividad humana, y de manera específica al trabajo humano, sobre el entorno natural y espiritual, que otrora se consideraban los fundamentos de la sociedad. Por tanto, puede considerarse que es una concepción antropocéntrica, en tanto relega, suprime, a Dios como la entidad creada por el pensamiento humano que era asumida como la referencia omnímoda para la sociedad humana y que supuestamente normaba los actos y relaciones humanos con arreglo a la moralidad y dogmas teológicos. En lugar de ello se asume que el centro gravitacional de la sociedad humana es el trabajo porque es la actividad constitutiva, creadora de la riqueza concreta, de la sustancia cualitativa que sustenta la reproducción social, específicamente de la moderna sociedad capitalista. Pero es el propio Marx quien, en el camino de la construcción y reconstrucción de la teoría del valor trabajo, reconoce que la economía política clásica, sobre todo la de Adam Smith (1776) y David Ricardo (1817), tiene el mérito de atribuir centralidad al trabajo. 3 En sus lecturas e interpretaciones de los clásicos, publicadas luego como Teorías de la plusvalía en 1863 (1980), Marx revisa con detenimiento los argumentos clásicos con un método de trabajo crítico que le permite desmontar el argumento de los economistas burgueses, con objeto de entenderlos, asimilarlos y reconstruirlos, a fin de generar un aparato conceptual que sea útil para pensar, El gran precursor de esta vertiente de análisis era el clásico Ricardo (1959), quien planteaba una distinción entre la riqueza (conjunto de valores de uso) y el valor de la riqueza. Consideraba que el mayor error de la economía política era omitirla, como sucede cuando no se diferencian los «factores productivos de riqueza» y los «factores productivos de valor»: todos los factores productivos contribuyen a producir la riqueza, pero sólo el trabajo crea el valor de la riqueza. 3
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desmontar y reconstruir teóricamente la realidad social que está preñada por el proceso capitalista de acumulación, en tanto forma dominante y expansiva. La economía política burguesa, anterior y posterior a Marx, asimila el trabajo al proceso de trabajo capitalista, por tanto contribuye a coagular el devenir histórico, ajeno a cualquier tentativa de transformación en pauta revolucionaria, en tanto extiende carta de naturalización al proceso de trabajo capitalista y a las relaciones de producción que le son consustanciales. Si bien se admite la historia precedente, se estipula que con el capitalismo se ha alcanzado la forma socioeconómica más acabada y no habrá más transformación social, ninguna sociedad poscapitalista, la historia ha llegado a su fin, como decretara un epígono del capitalismo (Fukuyama y otros más). Por ello, la economía política convencional se ocupa de identificar y difundir las leyes de producción y reproducción del capitalismo bajo el supuesto de que se trata de un sistema económico perpetuo, inalienable, indemne a cualquier tentativa revolucionaria. Con este principio epistemológico, se acepta como si fuese una fatalidad, y al mismo tiempo se encubre, la explotación de la fuerza de trabajo en tanto fundamento para la generación del plusvalor, sustancia social que posibilita la acumulación ampliada de capital y a escala global sienta las bases materiales para la expansión del sistema mundial capitalista. El capitalismo se asume como una segunda forma de naturaleza, una naturaleza humana que se da como dada, como un hecho constituido, inalterable, que por tanto estamos compelidos a aceptar y jugar conforme a sus reglas y procedimientos. Más aún, en su ciclo vital (dinero-mercancía-dinero), el valor que se valoriza se convierte en un «sujeto automático» (Marx, 1988:188), el valor como sujeto que se autovaloriza, que modifica su magnitud, al cambiar de forma incesantemente.
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Frente a la economía vulgar, la crítica de la economía política, que se ensaya desde los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, pasando por los Grundrisse de 1857-1858 y culmina en El capital de 1867-1894, consiste en develar que el modo de producción capitalista y su forma de trabajo enajenado no es otra cosa que un producto histórico, y que como tal puede ser o, mejor dicho, debe ser transformado. Tal como se sintetizara en la famosa tesis xi sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (Marx, 2006:59). Este es el cometido de la emancipación humana, hacer historia, superar el modo de producción capitalista en pos de construir una nueva sociedad sin clases sociales. La criticidad es una capacidad crucial del pensamiento humano, que se materializa como pensamiento conceptual que tiene como cometido la emancipación humana. Desde esa consideración no toda crítica es pensamiento crítico: «La crítica de la religión desemboca en la doctrina de que el hombre es el ser supremo para el hombre y, por tanto, el imperativo categórico de acabar con todas las situaciones que hacen del hombre un ser envilecido, esclavizado, abandonado, despreciable» (Marx, 2014:60 - 61). Por lo mismo: «La única liberación (...) que es prácticamente posible se basa en el punto de vista de la teoría que proclama al hombre el ser supremo para el hombre» (Marx, 2014:75). El propio pensamiento crítico amerita a su vez ser criticado, con dos propósitos complementarios: el primero, recuperar los conceptos, teorías y explicaciones, pero de manera mecánica si no, precisamente, crítica; y, segundo, ejercer la siempre necesaria autocrítica, con el propósito firme de enmendar errores, eludir dogmatismos y pensar con nuevas elaboraciones teóricas las novedades del mundo contemporáneo, las cuales, por
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obvias razones, no habían sido abordadas o que quizá lo fueron de modo insuficiente o tentativo.
Cuestión de método: ¿determinismo económico o movimiento dialéctico? Haciendo eco de un famoso pasaje clave del «Prólogo» a la Contribución a la crítica de la economía política, se ha fincado una interpretación esquemática entre estructura y superestructura para descifrar el desarrollo del capitalismo. En el texto se lee lo siguiente: En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su propia voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio [uberbau] jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general (Marx, 1986:4 -5).
La lectura mecanicista de este pasaje ha derivado en el supuesto de que existe una determinación entre una estructura económica y una superestructura política. Por lo cual, la determinación de última instancia sería la economía. Dicho precepto ha suscitado, fijado, rígidas perspectivas deterministas y economicistas, que al sobredeterminar los términos
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de la relación de forma unidireccional, pierden de vista el movimiento, los procesos y la complejidad de la realidad implícita en el desarrollo del capitalismo. Más aún, escapan a la comprensión diversos factores que no están sujetos a las relaciones de determinaciones y de algún modo configuran espacios o zonas grises de indeterminación. Si bien el determinismo económico ha sido una nube gris de toda la economía política, que incluye a la crítica marxista, cabe advertir que en el caso de Marx esta acusación no es del todo acertada. En su momento, Engels se encargaría de aclarar el punto: Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etcétera, las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella),
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acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico (Engels, 21 de septiembre de 1890).
De ello se puede deducir que la economía no es la primera sino la última instancia, mientras que la economía ortodoxa —neoclásica y neoliberal— sostiene que la economía es la primera, sino es que la única, instancia, pues el criterio toral de la sociedad es la expansión del mercado, el crecimiento económico y la acumulación de ganancias; aunque también existe una vertiente marxista determinista que eleva la economía al pedestal de primera instancia, como el estalinismo, que proclamaba el crecimiento económico como objetivo primordial. Así pues, la tesis de la economía como última instancia no es precisamente un postulado del determinismo económico, sobre todo cuando se erige sobre la exigencia de la producción y reproducción de la vida humana en conjunción con el entorno planetario (Hinkelammert y Mora, 2008). En ello no cabe una interpretación positivista o estructuralista, donde lo económico se aprecia como un sector que determina a los demás sectores y al conjunto de la sociedad, donde priva la racionalidad instrumental medio-fin y el éxito económico se evalúa en función de indicadores como el crecimiento, la ganancia, el consumo. Sea como fuere, parece inevitable que exista polémica y tensión en torno al precepto de la economía como última instancia y el economicismo, pero mientras el primero se refiere a la producción y reproducción de la vida material, el segundo alude al criterio toral de la maximización de las ganancias y la ampliación de la tasa de crecimiento. No obstante, Marx aborda la cuestión de un modo conclusivo, al exponerlo como una contradicción central entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción:
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En un estudio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existente o —lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo— con las relaciones de producción dentro de las cuales se había estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social (Marx, 1986:5).
En aras de un desarrollo progresista del capitalismo, ciertas vertientes del marxismo se han obsesionado en promover el desarrollo de las fuerzas productivas en busca de encontrar, en algún momento, las condiciones objetivas donde haga eclosión la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y se abra entonces el momento revolucionario. Circunstancia que o bien ha sido forzada y ha degenerado en proyectos estatistas o formas de modernización centradas en el determinismo económico de crecimiento económico bajo preceptos burocráticos, o bien han generado frustración ante la postergación del ansiado encontronazo. Pese a todo, se entiende que la noción de emancipación humana sigue vigente y que más valdría hacer una reinterpretación de este pasaje para eludir las pautas tecnocráticas, progresistas y mecanicistas. En otro pasaje concluyente, Marx (1987:612- 613) advirtió: «La producción capitalista (...) no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de cada riqueza: la tierra y el trabajador». Con ello incuba una contradicción entre acumulación de riqueza y acumulación de miseria, entre progreso y barbarie, lo que termina por minar la producción y reproducción de la vida humana, es decir, las condiciones de existencia de la sociedad
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burguesa, pero también las de la humanidad y la naturaleza en general. Indudablemente, el ideal revolucionario de superar el capitalismo sigue siendo una necesidad histórica, una premisa vital para la reproducción de la humanidad, en condiciones donde no primen las relaciones de explotación, despojo, humillación y desprecio (Marx, 2014). El movimiento general de la valorización del valor sigue una secuencia que eslabona la producción, la distribución y el consumo. En su despliegue no siguen relaciones unidireccionales o deterministas sino que se trata de momentos o procesos que se desdoblan de manera articulada y que pueden ser analizados desde una trama de composición dialéctica, que figurativamente puede seguir una trayectoria acumulativa, una suerte de circularidad renovada, ascendente, en espiral: Esta filosofía dialéctica acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estados absolutos de la humanidad, congruentes con aquella. Ante esta filosofía no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía. Cierto es que tiene también un lado conservador, en cuanto que reconoce la legitimidad de determinadas fases sociales y de conocimiento, para su época y bajo sus circunstancias; pero nada más. El conservadurismo de este modo de concebir es relativo; su carácter revolucionario es absoluto, es lo único absoluto que deja en pie (Engels, 1886:3 - 4).
No se trata, sin embargo, de un movimiento unidireccional o unívoco, donde una causa determine siempre un efecto, sino que en el plano
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desdoblado y acumulativo existen relaciones de codeterminación. De tal suerte que la producción produce el consumo en la medida en que produce las mercancías que habrán de consumirse; en tanto que el consumo a su vez alienta una producción derivada de que las mercancías o satisfactores lanzados al mercado han creado un efecto entre los consumidores que los incita u obliga a continuar consumiendo ese tipo de mercancías y por lo tanto se activa un nuevo ciclo de producción. En tal sentido se advierte que existe una determinación material de la producción sobre el consumo, pero a su vez hay una determinación de la necesidad de consumo sobre la producción. La mutua determinación activa los circuitos de producción-distribución-consumo donde cada uno determina a lo otro y en su desenvolvimiento persigue un movimiento dialéctico de «determinación determinada determinante». Desde el punto de vista de Marx, cuando el sujeto enfrenta la mercancía la ve en el espejo del derecho, que se ubica en la esfera política, y como la mercancía está inmersa en el sistema de propiedad privada que se rige por el derecho, entonces la política está de hecho incrustada en la economía desde el principio. Entonces las relaciones mercantiles escapan al esquema dualista de estructura y superestructura y más bien son relaciones dinámicas. Hay una codeterminación entre lo político y lo económico. El pensamiento dialéctico sugiere la presencia de múltiples determinaciones o aspectos de una realidad concreta sujeta a contradicciones. Va más allá del pensamiento metafísico, que define los problemas de manera aislada, sin establecer conexiones, como si fuera siempre valedera. Pero de ello no se colige que la realidad tiene un decurso predestinado, un destino manifiesto o una conclusión predeterminada.
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Una cosa, una relación... ¿qué es el capital? El capital suele ser representado por el pensamiento convencional y el sentido común como una cosa, sea ésta dinero, maquinaria, materia prima, instalaciones, entre otras. Sin embargo, es claro que Marx no cosifica al capital sino que lo ubica en la trama de las relaciones sociales: «El capital no es una cosa, sino una relación social entre personas mediada por cosas» (Marx, 2005:957). Más específicamente señala: ¡Capital, suelo, trabajo! Pero el capital no es una cosa, sino determinada relación social de producción perteneciente a determinada formación histórico-social y que se representa en una cosa y le confiere a ésta un carácter específicamente social. El capital no es la suma de los medios de producción materiales y producidos. El capital son los medios de producción transformados en capital (...) Son los medios de producción monopolizados por determinada parte de la sociedad, los productos y las condiciones de actividad de la fuerza de trabajo viva autonomizados precisamente frente a dicha fuerza de trabajo, que se personifica en el capital por obra de ese antagonismo (Marx, 1988:1037-1038).
Que las cosas y las personas entren en procesos de capitalización obedece a determinaciones históricas: Un negro es un negro. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina de hilar algodón. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en capital. Desgajada de esas condiciones, la máquina dista tanto de ser capital como dista el oro, en sí y para sí,
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de ser dinero y el azúcar de ser el precio del azúcar... El capital es una relación social de producción. Es una relación histórica de producción (Marx, 2005:957).
Con la producción de plusvalía relativa, Marx determina la emergencia del modo de producción específicamente capitalista, lo cual permite el despliegue de las relaciones de producción capitalista entre los agentes de la producción, en particular entre capitalistas y asalariados (Marx, 1985:472). La producción por la producción —la producción como fin en sí misma— ya entra en escena por cierto con la subsunción formal del trabajo en el capital, no bien el fin inmediato de la producción llega a ser, en general, producir una plusvalía lo más grande y lo más abundante posible, no bien el valor de cambio del producto llega a ser el fin decisivo. Con todo, esta tendencia inmanente de la relación capitalista no se realiza de manera adecuada —y no se convierte en una condición necesaria, incluso desde el ángulo tecnológico— hasta tanto no se haya desarrollado el modo de producción específicamente capitalista y con él la subsunción real del trabajo en el capital (Marx, 1985:75).
La cadena de significados que Marx introduce para exponer la transformación del dinero en capital se desdobla en la fórmula Dinero-Mercancía-Dinero acrecentado (d-m-d’), donde el cometido es «comprar para vender» (Marx, 1988:189), y en este tráfago el dinero sujeto a esta circulación se convierte en capital. En contraposición a los planteamientos de la economía burguesa, el cometido no es producir valores de uso ni satisfacer las necesidades de los consumidores, sino que de lo que se trata es de valorizar el dinero adelantado, de recuperar el monto adelantado más un valor añadido, el plusvalor. En este trance, el valor aparece como el sujeto
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del proceso, por lo que cambia continuamente de forma, como dinero y mercancía. El misterio del capital radica entonces en descubrir y explicar el origen de la plusvalía, que no se encuentra por cierto en el acto de compraventa, ni en la tasa de interés, ni en la abstinencia del capitalista. El hallazgo científico de Marx consiste en develar que la generación de la plusvalía ocurre en el proceso de producción capitalista y para que el valor se autovalorice se debe «comparar para vender más caro» (Marx, 1988:189). Pero así como el plusvalor se genera en el ámbito de la producción, el capital es valor en movimiento y sólo puede realizarse en la circulación, se activa incesantemente el cambio de la forma de valor: de dinero a mercancía, de mercancía a dinero más plusvalía. El valor de las mercancías está determinado por los tiempos de trabajo y mediante ese movimiento incesante (d-m-d’) se genera la plusvalía. Para que la transformación del dinero en capital sea posible se requiere la mediación del trabajo. El capitalista acude al mercado en pos de una mercancía especial, la fuerza de trabajo: «Por fuerza de trabajo o capacidad de trabajo entendemos el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole» (Marx, 1988:203). Tal como ocurre con cualquier mercancía, la fuerza de trabajo posee valor y valor de uso. Aunque la fuerza de trabajo tiene un valor de uso muy peculiar: el trabajo vivo, que es la fuente misma del valor. El uso de la mercancía fuerza de trabajo consiste en la creación de valor. En tanto que el valor de la fuerza de trabajo está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su reproducción, según las condiciones históricas y sociales prevalecientes en un contexto determinado.
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Marx no ubica el valor de la fuerza de trabajo a nivel de la subsistencia fisiológica. El valor de la fuerza de trabajo está determinado entonces por el valor de los medios de subsistencia necesarios para su conservación y reproducción. Pero dado un cierto nivel de productividad del trabajo, la fuerza de trabajo tiene la peculiaridad de que puede generar más valor que el encerrado en los medios de subsistencia necesarios para su manutención. Al trabajar, el obrero produce una mercancía, en la cual se conserva o reproduce el valor de los medios de producción consumidos y aparece un nuevo valor, un agregado, es decir, se crea nuevo valor. Una parte de este valor repone el valor de la fuerza de trabajo y otra parte conforma la plusvalía. El origen de la plusvalía es el trabajo realizado por encima del trabajo necesario para reproducir el valor de los medios de subsistencia, por lo que la plusvalía encarna trabajo no pagado, trabajo del que se apropia el capitalista. El dinero se ha convertido en capital, en valor que se autovaloriza. Entonces, no es una cosa la que produce una «renta», sino seres humanos que emplean energías vitales corporales, muscular, nerviosa cerebral, para generar las sustancias que imprimen vida al sistema económico, valor y plusvalor. El capital concita además una necesaria relación de dominación. Al dominar las condiciones de producción en general que posibilitan las condiciones de existencia y las condiciones de trabajo en particular donde el trabajador puede emplear su capacidad de trabajo, el obrero está obligado a entregar más trabajo por menos trabajo. Esas condiciones posibilitan la forma social de capital. Al efecto: «La relación de producción misma genera una nueva relación de hegemonía y subordinación (que a su vez produce sus expresiones políticas, etcétera)» (Marx, 1985:62). El capitalismo finca una relación de dependencia económica sobre los trabajadores: «Solamente
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en su condición de poseedor de las condiciones de trabajo es como, en este caso, el comprador hace que el vendedor caiga bajo su dependencia económica; no existe ninguna relación política, fijada socialmente, de hegemonía y subordinación» (1985:61). La trama económica de la dependencia sigue un curso recurrente, que comienza en la desposesión del productor de sus condiciones de producción, pasa por la obligación para el desposeído de vender su fuerza de trabajo al capitalista, continúa en la sujeción del trabajador en una relación de dependencia y se corona en la extracción del excedente. Aún en nuestros días sigue siendo apremiante superar el fetichismo del capital como cosa, sea fábrica, banco, dinero, mercancía... Lo que importa es reconocerlo como relación social, un proceso de valorización del valor, sujeto a múltiples determinaciones, expresado en diversas formas y contradicciones.
La trama de la sociedad mercantil En la moderna sociedad capitalista privan las mercancías... En la frase de apertura de El capital se expresa que: «La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un ‹enorme cúmulo de mercancías›, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza» (Marx, 1988:43). En esa expresión comienza el despliegue para el estudio de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista y que conjunta el resto de actividades productivas. El hecho es que para sobrevivir, la humanidad se encuentra inmersa, directa o indirectamente, en la producción, distribución y consumo de
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mercancías, por lo que las relaciones de producción y reproducción están mediadas por el mercado. Esto supone claramente una sociedad mercantil fetichizada, donde las relaciones entre las personas aparecen como si fuesen relaciones entre las cosas. El capitalismo es mistificado y las formas de mercancía, dinero, capital, ganancia, renta, salario y Estado se encubren bajo el fetiche de la modernidad capitalista. En su fuero interno, la sociedad capitalista está articulada por relaciones sociales que aparecen duplicadas debido al doble carácter de la mercancía: el valor de uso y el valor de cambio; sin embargo, la peculiaridad del capitalismo es que el segundo detenta una prioridad absoluta sobre el primero. Todas las sociedades humanas que han existido (esclavista, medieval, agraria) han producido valor de uso, pero no todas producen valor de cambio. En las sociedades que antecedieron al capitalismo se produce el valor de uso, pero como a Marx le interesa estudiar la especificidad del capitalismo, lo que hace diferente al capitalismo, toda vez que éste sólo se genera en esta sociedad mercantil plenamente desarrollada como la capitalista, no lo que tiene en común con las otras formas de sociedad, no analizó con detenimiento el valor de uso. En El capital desarrolla un análisis detallado del valor de cambio, para desentrañar lo que hace diferente al capitalismo de todas las otras. La comprensión del tránsito del valor de uso al valor de cambio, y de la centralidad de este último, en el modo de producción capitalista es comprensible desde la óptica de la categoría de trabajo. En el capitalismo los trabajadores producen mercancías supeditadas al dominio del capital y su producto les resulta una cosa enajenada; en esa perspectiva para producir las mercancías no importa su trabajo, es decir, su trabajo concreto, la forma cómo utilizan las manos, su cuerpo y los saberes de que disponen, pues lo que en realidad
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importa es que utilicen su capacidad de trabajo, que gasten músculo y cerebro, para crear valor, independientemente de cómo se haga. En aras de obtener ganancias, que devienen del plusvalor, al capital no le resulta secundario si lo que se produce son computadoras, automóviles, libros, armamento, medicinas o veladoras. Lo que produce la ganancia en el capital no es el trabajo en el sentido de lo que por sentido común entendemos por trabajo, el usar de las manos y el saber, sino que lo que el capital utiliza para sus propósitos es el trabajo abstracto, es decir, «una gelatina de trabajo humano indiferenciado (...) trabajo equivalente a cualquier otro trabajo» (Marx, 1988:77). En El capital, Marx introduce la categoría de trabajo y eso le confiere un carácter crítico a la investigación, porque frente a la abstracción del capital es posible reconstruir en términos analíticos las sociedades precedentes cuando simplemente se trabajaba e importaba precisamente lo que se hacía, correspondiente a los modos de producción precapitalistas, como si fuese un estado de naturaleza. En una secuencia lógica Marx construye la categoría de trabajo abstracto sobre la de trabajo, acorde a las transformaciones de la trama del progreso social, el desarrollo de las fuerzas productivas y la complejidad de las relaciones sociales de producción. Pero de ello no se deduce un retorno práctico al pasado, al reino del valor de uso y el trabajo, no es posible regresar de manera generalizada, sin más, a la comunalidad ni a lo concreto, haciendo abstracción de la progresión social. Partiendo del grado de maduración del capitalismo, para salir del capitalismo, en efecto, se requiere superar la ley del valor, el trabajo abstracto, el valor de cambio y el fetichismo de la mercancía, pero a sabiendas de que se necesita apropiarse del trabajo potenciado, de las fuerzas productivas de la sociedad, además de recrear otra naturaleza, una naturaleza necesariamente artificial, donde el retorno a un mundo idílico, a un estado de naturaleza perdido, resulta improbable.
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En momentos en que la cuestión ambiental es un tema crucial para entender la crisis general del capitalismo, Marx ha sido cuestionado por no abordar de manera amplia el estudio de la naturaleza y porque en su concepción del valor, la valorización y las relaciones de las mercancías en el capitalismo, no considera la aportación de lo natural. No obstante, la solución no es una vuelta a un conservadurismo de estilo hegeliano, a una especie de natural dado, eso es imposible; partiendo de la realidad y complejidad de la moderna sociedad capitalista, con sus avances y retrocesos, progreso y barbarie, en términos colectivos requerimos elaborar una nueva concepción de la naturaleza, una suerte de concepción artificial de la naturaleza, donde se contempla la reproducción de la vida humana en conjunción con ese entorno natural recreado permanentemente por la actividad humana. En la teoría del valor trabajo se despliega la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio, lo cual imprime un carácter peculiar a la moderna sociedad capitalista. La duplicidad figura como un condicionamiento cruento, insustentable, inhumano, para la sociedad basada en la produción de mercancías. De manera recurrente, diversas fuerzas sociales y comunidades despliegan estrategias y prácticas que pretenden afrontar los mecanismos de valorización, la perversa contradicción del capitalismo, ya sea para sobrellevarla, resistirla o, incluso, trascenderla. Para salir de esta forma de trabajo enajenada orientada por el trabajo abstracto y el valor de cambio se requiere volver al trabajo como actividad humana crítica, creativa y colectiva, recuperar la concreción del trabajo y reconstruir ámbitos de comunalidad. En el horizonte de las alternativas al capitalismo radica la necesidad de abrogar la ley del valor, de erradicar el valor de cambio como criterio de sociabilidad general, para en su lugar desplegar a su contraparte, el valor
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de uso, mediante una organización vinculada al trabajo no enajenado, el trabajo concreto, no el abstracto, o a la organización social en torno a lo común, lo comunal o el comunismo, y no ya en torno a las fuerzas abstractas del mercado y sus mecanismos de poder. De tal suerte que el estudio del valor de uso, el trabajo concreto y lo comunal, aparecen en el capitalismo contemporáno como fundamentos conceptuales, estratégicos y políticos para construir una alternativa plausible y necesaria al capitalismo fundado en el valor de cambio, el trabajo abstracto y el mercado.
El misterio del capital: el valor El valor tiene una expresión material, tangible o intangible, plasmada en mercancías, que concita el empleo de energía humana, pero es, ante todo, una sustancia social creada por el trabajo humano... La esencia del capital es un misterio, porque no se ve a simple vista y es una creación del trabajo humano sujeto a relaciones de explotación. Corresponde a la crítica develar la clave oculta, que para tal efecto es el valor. Tras el mundo de las apariencias subyace la esencia: no es el dinero sino el valor del dinero; no el medio de producción, el valor del medio de producción; no el salario, el valor del salario; no el producto, el valor del producto; no la mercancía, el valor. En el mecanismo invisible de la producción, los participantes parecieran ser inocentes, personificar un papel justo y equitativo, pero al final de cuentas pocos se enriquecen y muchos contribuyen a ello a costa de su empobrecimiento. Es un mundo donde la apariencia no es la realidad, pero engendra una idolatría, un falso dios hecho con la mano de los
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hombres al cual se adora y se ofrecen sacrificios humanos, desde los indios y esclavos, hasta los proletarios y migrantes forzosos que han muerto por el dios capital. Es el fetichismo que sólo puede ser disuelto desde una crítica atea frente a la deidad del capital. El valor es el eje gravitacional del proyecto de la crítica de la economía política, de la cual se deriva el plusvalor. El precio de las mercancías que inundan la sociedad moderna, incluido el de la fuerza de trabajo, tiene su explicación última no en la esfera de la circulación como supondría la economía convencional, sino en la esfera de la producción, específicamente por la cantidad de trabajo socialmente necesario. El capitalismo se rige por una ley del valor, donde, invariablemente, la fuente creadora del valor es el trabajo, y no el simple paso del tiempo, como arguyen los neoclásicos, ni el uso de mercancías para producir más mercancías, como suponen los sraffianos y neofisiócratas. Asimismo, el plusvalor es creado por el plustrabajo, no por la produtividad del capital monetario ni de las mercancías. Retomando las formulaciones de Hegel, Marx elabora las determinaciones del capital, es decir, los componentes esenciales que describen el proceso de valorización, a partir de la producción. La fórmula general del capital es d-m-d’. Se trata, evidentemente, de la transformación del dinero en capital, la fórmula del dinero progresivo, del valor progresivo. El desdoblamiento de las determinaciones del capital sigue esta secuencia: el punto de partida es el dinero (d) que se convierte en medios de producción (mp) y salario (s), con los cuales se hace un producto (p). El producto es puesto en el mercado y es una mercancía (m) y la mercancía es vendida y se gana dinero con ganancia (d’). La ganancia se acumula y crece. El capital no es una mera circulación perpetua y cerrada, sino que es una circulación ascendente. La
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espiral creciente permite que el dinero (d) que se convierte en mercancía cuando se vende es d1, en la próxima vuelta es más dinero d2 y en la próxima es más dinero d3 y así sucesivamente. En esta dinámica incesante y ascendente, subyace el hecho crucial de que el capital se convierte en lo no pagado al obrero, por lo que por una parte se acumula riqueza y por la otra se acumula miseria. Tal como de manera cardinal lo expresara Marx (2004, cap. 1), la fórmula general del capital es: d-m (mmpp, ft) ...p... m’-d’. El ciclo del capital se despliega en tres fases: a) El capitalista aparece en el mercado donde adelanta un capital (dinero) d para comprar mercancías (m) en forma de medios de producción (mmpp) y fuerza de trabajo (ft). b) En el consumo productivo de las mercancías compradas las combina en el proceso de producción (...p...) y obtiene un producto mercantil de mayor valor que m(m’>m). c) El capitalista regresa al mercado como vendedor y al vender su producto se convierte en una cantidad de dinero superior al capital inicial (d’>d). Bajo el supuesto del intercambio de equivalentes, donde el capital inicial (d) es igual a las mercancías adquiridas (m) (medios de producción y fuerza de trabajo) y el producto mercantil (m’) es igual al dinero acrecentado (d’), y donde el valor de las cosas no aumenta por sí solo (ni cuando los medios de producción se integran en el producto y su valor en el valor de éste), entonces se observa que m’>m y que el valor necesariamente se crea durante el proceso de trabajo, en la segunda fase «...p...»; pero como el valor de los medios de producción no varía, se mantiene igual, una parte del valor de los medios de producción se incorpora al producto final, pero se repone en el proceso de producción por el trabajo, en tanto que el valor
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añadido difiere del valor de la fuerza de trabajo, porque la fuerza de trabajo crea un valor que repone su propio desgaste, pero además genera un valor adicional que no se le reintegra, por tanto la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor añadido resulta en el incremento global del valor del capital, el plusvalor. Entonces el plusvalor acumulado deviene pluscapital y como el pluscapital constituye la «posibilidad real de nuevo plustrabajo, y de este modo el pluscapital mismo constituye la posibilidad de nuevo plustrabajo y nuevo pluscapital a la vez» (Marx, 2005:416), se organizan ciclos ascendentes de acumulación de capital, más allá de que encuentren límites estructurales, como la competencia, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, la sobreproducción, la crisis, la desvalorización del capital, etcétera. En esa inteligencia, se puede asumir que el hallazgo de la ley del valor, en tanto explicación de proceso de formación de valor en el capitalismo, representa la piedra angular del trabajo teórico crítico y el punto de partida para analizar los procesos históricos que lo configuran. Al estudiar la formación de valor se le confiere mayor importancia a su contenido social, más allá de las formas particulares, concretas, que adopte en determinados momentos. En tal caso, no modifica nada, por ejemplo, la aparición de bienes singulares, novedosos, como las impresoras 3d o de objetos que adoptan la forma de mercancía —incluso sin contener valor, como pueden ser las obras de arte—, que no alteran el hecho de que la reproducción social siga perdurando mediante la compraventa de mercancías, desde la cotidianidad más mundana, donde la compra de determinadas mercancías que fungen como ingredientes para preparar en casa los alimentos con diversos utensilios hasta la compra de mercancías en forma de servicios o dispositivos digitales para conectarse a las nuevas modalidades de comunicación.
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La materialidad del mundo de las mercancías torna más variada y compleja la cultura y la vida cotidiana, aún cuando en esencia siguen supeditadas a la lógica de la valorización. En el debate se presentan posturas diversas sobre si lo que comanda el proceso de acumulación en el capitalismo contemporáneo es una determinada forma de capital, sea el capital industrial maquinístico, sea el capital financiero internacional (incluyendo su forma de capital ficticio), sea el capital extractivo, sea el capital rentista, sea el capital criminal. O si lo que sigue prevaleciendo es la lógica inmanente de la valorización del valor, las relaciones sociales de explotación del trabajo para procrear valor acrecentado bajo la tutela de diversas modalidades y expresiones de capitales en espacios concretos y temporalidades específicas, formas que suelen yuxtaponerse, complementarse, pero también oponerse y competir entre sí.
La trama de la explotación: el plusvalor El punto clave de la moderna sociedad capitalista es que el valor agregado por el trabajo es superior al valor de la propia fuerza de trabajo y en ese trance el trabajo crea valor nuevo, por lo que el plusproducto se debe al plustrabajo, y para que ello sea posible se requiere que el trabajo sea explotado por el capital. Una advertencia sigue siendo pertinente: Todos los economistas incurren en la misma falta: en vez de considerar a la plusvalía puramente en cuanto tal, la consideran a través de las formas específicas de la ganancia y la renta de la tierra. Más adelante, en el capítulo iii [nota: se refiere al libro iii de El capital], donde se analiza la forma muy transfigurada
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que la plusvalía adopta como ganancia, veremos a qué errores teóricos conduce necesariamente esa interpretación (Marx, 1980, i:33).
En lugar de reconocer la forma general, el análisis de la plusvalía que se concentra en la forma transfigurada, es decir, las formas específicas de ganancia y renta, termina por eludir la cuestión central del capitalismo, por lo que sirve a los propósitos de una ciencia positivista reducida a explorar casos empíricos, hechos particulares. El plusvalor es una sustancia que adquiere determinadas formas de ganancia y renta y se distribuye desde la esfera del capital global, pero es generada por el trabajo productivo, el trabajo colectivo inmerso en el proceso de producción; y que será apropiado no por el poseedor de la fuerza de trabajo, sino por el propietario del dinero, será engendrado en una relación desigual y asimétrica. Sin embargo, la teoría económica convencional mistifica este proceso crucial al insertarlo en un esquema de pago a los factores de la producción —trabajo y capital—, y con la intención de justificarlo recurre a la falacia del trato entre iguales, donde el salario es el pago justo al trabajo y el plusvalor, travestido como ganancia, al capital. En la ecuación equivalencial de la visión ortodoxa, los factores de la producción se relacionan de manera igualitaria y justa, sin incurrir en contradicciones ni conflictos. No es extraño que esta visión desemboque, por tanto, en una ideología como el fin de la historia. Como el fin inmediato y [el] producto por excelencia de la producción capitalista es la plusvalía, tenemos que solamente es productivo aquel trabajo —y sólo es un trabajador productivo aquel ejercitador de capacidad de trabajo— que directamente produzca plusvalía; por ende sólo aquel trabajo que sea
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consumido directamente en el proceso de producción con vistas a la valorización del capital (Marx, 1985:77).
Desde la visión crítica, sin embargo, el desdoblamiento analítico del proceso creador de valor, desde la esfera de la producción, a partir del trabajo productivo, es revelador. El trabajo produce el valor del salario durante el tiempo considerado, para tal efecto, como socialmente necesario; es decir, trabaja un tiempo donde el propio trabajador genera la suma que se le pagará posteriormente como salario —una remuneración dedicada a la reproducción de la fuerza de trabajo—, pero seguirá trabajando durante un tiempo adicional, que tenderá a incrementarse proporcionalmente hasta constituirse en el mayor bloque temporal dentro de una jornada laboral. Se trata entonces de un plustiempo durante el cual trabajará por supuesto más tiempo para hacer un plustrabajo y el fruto del trabajo durante ese tiempo añadido será el plusvalor. El plusvalor es, pues, una sustancia creada por el trabajo productivo en la segunda fase del ciclo global del capital, cuando en el primer tramo el salario es pagado al trabajador y estará contemplado como parte del capital (el capital variable), pero la parte del plusvalor ya no será pagada al trabajador que lo creó y no formará parte del capital; es decir, no será reproducido por el trabajador para reemplazar el gasto de energía corporal (fuerza de trabajo) ni el desgaste de maquinaria, equipo, instalaciones y materia prima (medios de producción), por lo cual será creado desde la nada del capital. Entonces, el plusvalor no se «reproduce» como fuerza de trabajo o medio de producción, sino que se «crea» un masa de valor que se mide como una cuantía de dinero acrecentada frente a la suma inicial adelantada y que será, a la postre, apropiada por el capitalista. Este es el misterio del capital.
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En el proceso de creación de plusvalor, Marx dice que en el tiempo de trabajo socialmente necesario el trabajo reproduce el valor del salario (re-produce), pero en el tiempo de plustrabajo crea valor de la nada (creación). Crear más allá del tiempo necesario un valor que no me pagan, es creación de valor desde la nada del capital. La temporalidad de la reproducción y creación del valor es el proceso central del capitalismo que Marx descubre y se encarga de desmenuzar. En primer término, existe un tiempo necesario para reproducir el valor de la fuerza de trabajo, que toma la forma del valor del salario, es la cantidad de dinero, o su equivalente, que paga el capitalista al trabajador. En segundo término, existe un plustiempo de trabajo, es decir, un plustrabajo, en ese tiempo se crea más valor, el plusvalor, es un trabajo no pagado. El plusvalor es eso. La acumulación de plusvalor es la valorización del valor. El valor no es el banco, la empresa, el capitalista, el obrero, el salario ni nada, es el valor que transita de determinación en determinación. El análisis de la creación del plusvalor es una elaboración a la vez filosófica y económica que no es del todo comprensible desde los discursos planos de la economía o de la filosofía. Incluso reviste una complejidad analítica porque invoca un misterio, una metafísica, en tanto discurso filosófico que viene de Schelling.
Fuente creadora del valor El punto focal del exhaustivo estudio de Marx es el trabajo como actividad humana creadora de riqueza, la cual se expresa, de entrada, como un «enorme cúmulo de mercancías» (Marx, 1988:43). El trabajo humano es una mediación entre el ser humano y la naturaleza para producir los
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satisfactores que harán posible la reproducción social, una relación que se envuelve en un metabolismo social: El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida (Marx, 1988:215).
Para horadar en la comprensión a fondo del trabajo, emprende un desdoblamiento analítico del trabajo humano, como trabajo vivo, considerado la fuente creadora del valor y que por tanto no tiene valor; y como fuerza de trabajo, que en cambio está provista de valor, pues asume la forma de una mercancía, que se paga mediante el salario: «El trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías; (...) la miseria del obrero está en razón inversa de la potencia y magnitud de su producción» (Marx, 1840:39). El carácter dual permite diferenciarlo en trabajo concreto, en tanto trabajo inmediato, directo, y en trabajo abstracto, como trabajo humano indiferenciado, mera inversión de energía humana medida por un tiempo de trabajo socialmente necesario. La medida del valor no proviene del trabajo concreto sino del trabajo abstracto; donde el valor de una mercancía deviene del tiempo de trabajo socialmente necesario. Asimismo, también se analizará la función del trabajo en el proceso de valorización como trabajo productivo (creador de valor) y trabajo improductivo (no crea valor); trabajo manual y trabajo intelectual, y para el
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trabajo científico, inventivo y tecnológico planteará las categorías de intelecto general (general intellect) en los Grundrisse y de trabajo potenciado (trabajo complejo creador de plusvalía extraordinaria) y trabajo general y trabajo colectivo en El capital. El trabajo enajenado será una piedra angular del pensamiento crítico, en tanto que la enajenación se verifica en la relación del hombre, en tanto ser genérico, con su propia actividad, el trabajo; con el producto de su trabajo, considerado como mercancía; en la relación del hombre consigo mismo, y con los demás hombres. En tanto trabajo enajenado: El trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; (...) en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu (...) En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro (Marx, 1840:42- 43).
Expresado en términos dialécticos, la condición del trabajador experimenta un momento negativo y otro positivo. En primer término, el trabajador asume una figura iniciática como manifestación de pura negatividad («subjetividad sin sustancia», «sujeto sin objeto») en cuanto se presenta ante el propietario del dinero como un pobre absoluto, separado de las condiciones de existencia, sujeto a la dominación del capital que le impone los medios de trabajo como una cosa ajena; sin embargo, la corporalidad viviente del trabajador está dotada de energías vitales (musculares, cerebrales) que invertidas en el proceso productivo convierten esa negatividad
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en el aspecto positivo por excelencia para el capital en la medida en que el trabajo vivo es la fuente creadora del valor. No sólo se trata de un trabajo alienado, en tanto el producto y la forma de producirlo le son ajenos a su propiedad y a su voluntad, sino que el proceso de conversión de la fuerza de trabajo en valor, en plusvalor, a cambio de un salario mínimo para subsistir, se complementa con la enajenación del proceso de trabajo y del proceso global de reproducción social, pues el trabajador no sólo regala parte del tiempo de trabajo y de su producto sin saberlo, sin estar consciente del todo, pues asume que con el salario está más que recompensado, y además estará sometido a diversas dosis de opiáceos, es decir, formas de entretenimiento para tener confundido, atormentado —incluyendo el consumo real de drogas—, al trabajador, su familia y su entorno societal, con diversos dispositivos: televisión, telefonía, internet, incluso la propia política se convertirá en un espectáculo, donde en lugar de procurar estrategias de lucha para su emancipación, se reducirá a una votante y un espectador pasivo, un ciudadano conformista, que a lo sumo sigue los discursos y actuaciones de los políticos que lo dicen representar, a la distancia, dentro de las esferas del poder. No obstante, el trabajador no sólo crea valor sino que además se produce así mismo: «La desvalorización del mundo humano crece en razón directa a la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general» (Marx, 1968:106).
Una característica del capitalismo contemporáneo es que el trabajo se ha fragmentado y desdoblado porque se ha instaurado una economía global de trabajo barato mediante una división internacional del trabajo que
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instala procesos intensivos en fuerza de trabajo en los países de bajo nivel de desarrollo.
Dialéctica del trabajo muerto y trabajo vivo A diferencia de la economía burguesa, desde la economía política clásica hasta la neoclásica y neoliberal, que parte del ámbito del mercado y hace apología del capitalismo, la crítica de la economía política marxista y sus obras preparativas tiene como fundamento el ser humano, tanto como creador de valor como sujeto de la emancipación. En los Manuscritos del 44, Marx dice: «Pues, en primer término, el trabajo, la actividad vital, la
vida productiva misma (...) es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida» (2013:142). Ya en la Ideología alemana, advertían: Las premisas de que partimos no tienen nada de arbitrario, no son ninguna clase de dogmas, sino premisas reales, de los que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado como las engendradas por su propia acción (...). La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes (Marx y Engels: 1987:19).4
«Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material» (Marx y Engels, 1987:19). 4
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El análisis del carácter dual del trabajo es utilizado para explicar la distinción entre trabajo vivo y trabajo muerto, una contraposición central de la producción capitalista, y que servirá también para referirse a la necesidad de superar la sociedad basada en el imperio de los muertos y la pretensión de crear una nueva sociedad fundada en la vivencia de una vida plena y creativa. El capital dista de ser una entidad que por sí misma engendre valor, para ello precisa del trabajo, por lo cual el capital deviene trabajo acumulado. Así, el trabajo acumulado puede diferenciarse del trabajo per se, o sea, hay una distinción entre trabajo acumulado y trabajo vivo. Sólo el dominio del trabajo acumulado, pretérito, materializado sobre el trabajo inmediato, vivo, convierte el trabajo acumulado en capital. El capital no consiste en que el trabajo acumulado sirva al trabajo vivo como medio para nueva producción. Consiste en que el trabajo vivo sirva al trabajo acumulado como medio para conservar y aumentar su valor de cambio. Pero, ¿qué significa el crecimiento del capital productivo? Significa el crecimiento del poder del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo. El aumento de la dominación de la burguesía sobre la clase obrera. Cuando el trabajo asalariado produce la riqueza extraña que le domina, la potencia enemiga suya, el capital, refluyen a él, emanados de éste, medios de trabajo, es decir, medios de vida, a condición de que se convierta de nuevo en parte integrante del capital, en palanca que le haga crecer de nuevo con ritmo acelerado (Marx, 1849:13 -14).
La distinción entre trabajo acumulado, como trabajo muerto, y el trabajo vivo, cobra sentido y se afianza con la dominación del capitalista sobre el trabajador en tanto que aquel impone las condiciones de trabajo al trabajador:
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La dominación del capitalista sobre el obrero es por consiguiente la de la cosa sobre el hombre, la del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, la del producto sobre el productor, ya que en realidad las mercancías, que se convierten en medios de dominación sobre los obreros (pero sólo como medios de la dominación del capital mismo), no son sino meros resultados del proceso de producción, los productos del mismo (Marx, 1985:19).
La apropiación del trabajo vivo por el capital permite que la capacidad de producción del trabajador haga que los instrumentos y materiales del proceso de producción, elementos muertos del trabajo pretérito, cobren vida en la espiral ascendente del proceso de valorización. Entonces el trabajo vivo aparece como el medio indispensable que permite la realización del trabajo muerto, que le imprime objetividad, y que al ser trabajo acumulado pretérito el trabajo muerto es penetrado por el influjo de un alma animada, acto por el cual, sin embargo, el trabajo vivo pierde la consistencia de su propia alma. La dialéctica entre la vida y la muerte es expuesta en el proceso productivo para dar cuenta de la simbiosis entre trabajo vivo y trabajo muerto: Una máquina que no presta servicios en el proceso de trabajo es inútil. Cae, además, bajo la fuerza destructiva del metabolismo natural. El hierro se oxida, la madera se pudre. El hilo que no se teje o no se devana, es algodón echado a perder. Corresponde al trabajo vivo apoderarse de esas cosas, despertarlas del mundo de los muertos, transformarlas de valores de uso potenciales en valores de uso efectivos y operantes. Lamidas por el fuego del trabajo, incorporadas a éste, animadas para que desempeñen en el proceso las funciones acordes con su concepto y su destino, esas cosas son consumidas, sin duda, pero con un objetivo, como elementos en la formación de nuevos valores de
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uso, de nuevos productos que, en cuanto medios de subsistencia, son susceptibles de ingresar al consumo individual o, en calidad de medios de producción, a un nuevo proceso de trabajo (Marx, 1988:222).
«Pero el capital no vive sólo del trabajo. Este amo, a la par distinguido y bárbaro, arrastra consigo a la tumba los cadáveres de sus esclavos, hecatombes enteras de obreros que sucumben en las crisis» (Marx, 1849:26). Debido a la compulsiva necesidad de acumulación, el capital puede succionar literalmente la vida de los trabajadores hasta su muerte: La producción capitalista, que en esencia es producción de plusvalor, absorción de plustrabajo, produce por tanto, con la prolongación de la jornada laboral, no sólo la atrofia de la fuerza de trabajo humana, a la que despoja —en lo moral y en lo físico— de sus condiciones normales de desarrollo y actividad. Produce el agotamiento y muerte prematuros de la fuerza de trabajo misma. Prolonga, durante un lapso dado, el tiempo de producción del obrero, reduciéndole la duración de su vida (Marx, 1988:320).
La diferenciación analítica entre el trabajo vivo y el trabajo muerto incorporado al capital —trabajo acumulado— es ilustrativa para descifrar la producción de plusvalía, la cual se basa en el trabajo vivo aplicado al trabajo muerto bajo determinadas condiciones fijadas por la duración de la jornada de trabajo. Este asunto reviste una importancia política decisiva. La duración de la jornada laboral, es decir, la lucha por los límites legales se torna una cuestión política crucial como barrera protectora de los trabajadores:
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Para «protegerse» contra la serpiente de sus tormentos, los obreros tienen que confederar sus cabezas e imponer como clase una ley estatal, una barrera social infranqueable que les impida a ellos mismos venderse junto a su descendencia, por medio de un contrato libre con el capital, para la muerte y la esclavitud (Marx, 1988:364).
«El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto cuanto más trabajo vivo chupa» (Marx, 1988:280). El proceso de capitalización en Estados Unidos habría requerido de la «sangre de los niños recién ayer capitalizada» (Marx, 2005:945), enlazado a «la necesidad del robo de niños y de la esclavitud infantil para transformar la industria manufacturera en fabril y para establecer la debida proporción entre el capital y la fuerza de trabajo» (Marx, 2005:947), como parte de la práctica esclavización de niños de orfanato,
que serían explotados al máximo en Inglaterra, lo cual podría acabar en la muerte o el suicidio. Desde entonces se instituía «la costumbre de conseguir aprendices», según un reporte de la época. Ante el espejismo de los «derechos humanos inalienables» que se exaltan en la sociedad burguesa bajo la especie de la igualdad ante la ley, se impone una verdadera «carta magna», el contrato laboral, que determina la jornada laboral, el bloque de tiempo que vende el obrero al capitalista y de ello se deduce el tiempo que le pertenece a sí mismo: «El obrero no es ningún agente libre, y que el tiempo de que disponía libremente para vender su fuerza de trabajo es el tiempo por el cual está obligado a venderla; que en realidad su vampiro no se desprende de él ‹mientras quede por explotar un músculo, un tendón, una gota de sangre›» (Marx, 1988:364).
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Las armas de la crítica: leer, entender y transformar El capital es una obra compleja y profunda que amerita una, varias, lecturas reposadas, con un ojo en el texto y otro en el contexto para alcanzar un entendimiento sobre los fundamentos del capitalismo y de la realidad contemporánea. El carácter inconcluso y el peculiar estilo de escritura, sobre todo el alto nivel de abstracción teórica, admitámoslo, tornan complicada la lectura detallada, que requiere dedicarle una gran cantidad de tiempo para leerla y, sobre todo, para entenderla. Además, si lo vinculamos con otros escritos del propio Marx, encontraremos diversas conexiones con ideas, conceptos y argumentos, pero también bosquejos, nociones y elaboraciones inconclusas, que en conjunto enriquecen la problematización y análisis del modo de producción capitalista. Como «arma de la crítica», El capital es un libro de complejidad analítica, con pasajes densos, abstractos e intrincados, que puede ser de difícil recepción y comprensión, sobre todo para el público lector a quien está dirigido primordialmente, los trabajadores, es decir, los explotados por el capital que eventualmente asumirían la tarea de revolucionar el sistema, puesto que la gran masa de trabajadores han padecido la exclusión del sistema educativo y en consecuencia pueden carecer de la preparación suficiente para estudiar textos de esta envergadura y profundidad analítica. Aunque también conlleva algunas dificultadas a los lectores doctos que suelen interpretar de diversas formas los textos y son dados a entablar controversias entre ellos, al punto en que pueden contrariarse o contradecirse mutuamente, y si fuera el caso pueden hasta llegar a denegarse entre sí la afiliación al marxismo. Peor aún, no es extraño que muchos que se dicen marxistas no hayan leído los tres tomos de El capital ni mucho menos los
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demás libros que engloban los estudios previos de la crítica de la economía política. Además, es habitual que muchos lectores diletantes abandonen los textos por rehuir el estudio de una obra compleja, abstracta e intrincada. Incluso, quienes atribuyen a esta obra la paternidad de regímenes políticos como el soviético, incluso lo llegan a igualar con el totalitarismo, y luego suponen que el derrumbe de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (urss) y su área geopolítica de influencia significa, mecánicamente, la negación del análisis marxista y de la noche a la mañana, quienes desertan de esa formación crítica, se convierten a la ideología contraria, al punto en que pueden tornarse en apologistas del capitalismo. De hecho, son muchos los marxistas renegados que le dan la espalda al pensamiento crítico y en su defecto nutren las filas del posmodernismo, el pensamiento pesimista, débil y fragmentado. Otros tantos emprenden el giro hacia los estudios culturales que abjuran de la crítica de la economía política, en desapego al supuesto economicismo y determinismo que irradiaría al marxismo. A diferencia del Manifiesto Comunista, escrito en mancuerna con Engels en 1848, un material político para incitar a la unidad de los trabajadores en las revoluciones europeas, El capital tiene objetivos científicos y críticos que aspiran a la comprensión cabal, realista y detallada del funcionamiento del modo de producción capitalista. Este cometido reclama, por supuesto, un método de investigación y un método de exposición muy rigurosos, pues entre otros propósitos tiene el de leer y comentar críticamente el sistema de categorías que erige a la economía política clásica, representada principalmente por Adam Smith y David Ricardo, y de manera concomitante elaborar un sistema de categorías propia para entender el funcionamiento y contradicciones del capitalismo. La pretensión era nada menos que desvelar y desnudar las formas de explotación del proletariado por la burguesía.
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La simplificación y divulgación de la obra de Marx en manuales de diversa factura, a menudo editados por los regímenes políticos estatalistas burocratizados, o, peor aún, su encriptación como un producto canónigo y dogmático, cultivado por exegetas que citan largamente los pasajes como testimonio incontrovertible de una verdad imperecedera, termina por estrangular la capacidad de investigación y la curiosidad de los jóvenes estudiantes y activistas que eventualmente formarían las nuevas generaciones de pensadores y políticos críticos. Con objeto de hacer accesible el texto, se han generado diversas lecturas e interpretaciones que intentan resumir y divulgar El capital. Este esfuerzo, sin embargo, ha derivado en formas de codificación que convierten el texto en una suerte de catecismo provocando el efecto contrario de la investigación científica y la crítica de la realidad capitalista hasta banalizar sus contenidos, mecanizar su método o simplificar sus hallazgos. Como otros grandes pensadores y científicos, la obra de Marx contiene elementos sujetos al contexto histórico en que fueron escritos y otros tantos que no guardan suficiente coherencia. Pero su contenido no se queda ahí, pues no se trata de una obra empírica que analiza un periodo histórico o de una obra de especulación filosófica sin ataduras a la realidad social más importante. Al contrario de una mirada dogmática, la obra de Marx puede entenderse como un ambicioso proyecto en construcción que pretende explicar, develar, desmitificar, fenómenos sociales cuya forma y contenido son inciertos, impredecibles y, a menudo, incuantificable. En estas condiciones, aunado a la naturaleza de la ciencia social, se torna fallido cualquier intento de crear una doctrina y, mucho menos, de elevarla al rango de ciencia.
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Marxismos generacionales A más de siglo y medio de la publicación de El capital, resulta plausible leer y estudiar con mucha atención la amplia obra marxista que abarca escritos económicos, políticos y filosóficos de largo aliento. En ese cometido, agotada la tarea primordial de leer el libro directamente sin prejuicios y sin intermediarios, no estaría demás recuperar las varias interpretaciones esclarecedoras de estudiosos serios de la obra, así como enmendar los desvaríos a los que ha estado sujeta por diversos análisis orientados al adoctrinamiento o la deificación. Empero, no deja de ser sintomático que, entre los adherentes al marxismo, el propio Marx sea, de cierto modo, más desconocido que otras figuras, sobre todo los grandes líderes revolucionarios, como Lenin, Trosky, Mao y Che Guevara. Esto porque no se ha leído lo suficiente la obra marxista o se hace de manera incompleta o se lee a través de sus intérpretes o de los manuales de divulgación; en tanto que los líderes políticos revolucionarios adquieren gran presencia entre las masas y los sectores militantes. De hecho, una corriente central dentro de las filas del marxismo esta conformada por los proyectos sociales que se institucionalizaron en Estados que promovieron una visión ideológica del marxismo que articulaba a Marx, Lenin y Stalin mediante manuales de divulgación que entronizaban una ideología estatalista, cuya propaganda desdeñaba y conjuraba al marxismo crítico. Esta última vertiente fue sofocada por los proyectos de Estado totalitarios, pero no por ello puede suponerse que todas las expresiones del marxismo, incluyendo la propia obra de Marx, se identifican o subsumen a los designios estatalistas ideocráticos. De ahí la necesidad de hacer una lectura global del autor, no con objeto de reverenciarlo sino de adquirir una herramienta inapreciable para pensar
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la realidad y entender los grandes problemas. Leer a Marx en nuestros días no es tanto con el propósito de adquirir la insignia de marxista ni de adherirse a un canon, sino para entender la realidad capitalista a profundidad mediante el uso crítico de elementos epistemológicos, ontológicos, teóricos y políticos. Los fundadores del llamado socialismo científico, Marx y Engels, y luego llamados clásicos, Lenin, Luxemburgo, Kautsky, entre otros, se centraron en la crítica de la economía política, sobre todo enfatizaron el estudio de la cuestión económica, aunque también la dimensión política. La investigación y el pensamiento crítico de Marx se tornó en una formulación doctrinaria que serviría a los intereses de los partidos socialdemócratas de la época. Karl Kautsky fue quien sintetizó por vez primera las ideas que consideraba relevantes de El capital y otros textos y dicha interpretación se convertiría en hegemónica, la visión ortodoxa, de la ii Internacional (1889-1914); lo cual se repetiría en la iii Internacional (1919-1943) y el régimen de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (urss). Si bien la ortodoxia se inspira en determinados textos de Marx, acabó por denegar el potencial crítico y la originalidad del marxismo hasta convertirlo en un pensamiento mecánico o una religión de Estado. Autores posteriores a Marx, incluso el propio Engels, que pretendían formular ideas más accesibles y didácticas para los trabajadores en general y comunistas en particular, le adjudicaron a Marx términos y argumentos espurios o controversiales, como el materialismo histórico o el materialismo dialéctico. Desde los años veinte del siglo pasado, el llamado «marxismo occidental» da un golpe de timón cuando fue más allá de cuestiones de método para considerar problemas de sustancia, se concentró casi totalmente en el estudio de las superestructuras.
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Además, los órdenes superestructurales específicos por los que mostró un interés mayor y más constante fueron los más alejados de la base material, de la base económica (...). En otras palabras, no fueron el Estado o el Derecho los que le proporcionaron los objetos típicos de su investigación. Lo que concentró el foco de su atención fue la cultura. // Y sobre todo, dentro del ámbito de la cultura, fue el arte el que absorbió las principales energías y dotes del marxismo occidental (Anderson, 1991:94 -95).
Como se colige de la obra de autores como Lukács, Adorno, Horkheimer, Benjamin, Goldmann, Lefebvre, Della Volpe, Marcuse, Gramsci, Sartre y Althusser, quienes se ocupan de asuntos literarios, estéticos o marcadamente superestructurales. A la postre, este giro epistemológico desvió la atención de estos autores y sus discípulos, y en conjunto significó tanto como la suplantación de la crítica de la economía política por los estudios culturales, que más tarde derivaran en el posmodernismo desbocado y sus secuelas (Jameson, 2002). Pese a la variedad y extrañeza de los textos publicados por aquellos autores, comparten un rasgo en común, el pesimismo, expresado, por ejemplo, en la frase gramsciana: «Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad» o en la caracterización del ángel de la historia de Benjamin, quien sólo ve ruina y destrucción en el pasado que llamamos «progreso». Es decir, se pasa de un optimismo antropológico del materialismo histórico basado en la idea de que se tenía una correcta concepción de la historia al pesimismo antropológico. En concordancia, los estudios marxistas experimentaron una especie de migración desde el continente europeo hacia el mundo anglosajón; en la misma sintonía los intelectuales marxistas trastocan su papel público, si hasta los años veinte eran reconocidos por ejercer la función de estudiosos
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y a la vez dirigentes políticos, con posterioridad separarían el trabajo intelectual del movimiento obrero organizado. Por añadidura, la gestión estatal del desarrollo se orientaría hacia el Estado benefactor o desarrollista como parte de un pacto entre capital y trabajo con la tentativa de aminorar el influjo del proyecto socialista entre la clase trabajadora, llamada a ser el sujeto histórico de la transformación social (Anderson, 1991). Pero fue en la posguerra, y sobre todo después de la caída del muro de Berlín en 1989, que simbolizaría el colapso del bloque soviético, cuando muchos de los marxistas que aún persistían se desmoralizaron y terminaron por renegar de su formación marxista y se convirtieron al pensamiento conservador y el pensamiento débil en sus diversas vertientes, como el posmodernismo, el neoliberalismo y los estudios culturales. Pocos profesores y estudiantes querían estudiar El capital, pues erradamente atribuían a Marx las atrocidades cometidas en el llamado «socialismo real» y la caída del bloque soviético. En el ambiente académico e intelectual persistía una atmósfera que justificaba posturas escépticas, donde fácilmente se podía asumir que: «El Capital no tenía demasiada aplicación directa a la vida diaria. Describía el capitalismo en su versión cruda, inalterada y bárbara típica del siglo xix. [Pero] La situación hoy en día es radicalmente distinta. El texto está lleno de ideas referentes a cómo explicar nuestra situación actual» (Harvey, 2003:19). El marxismo latinoamericano ha procurado imprimir cierta dosis de originalidad, desde el abordaje de la condición indiana, colonial, latinoamericana, periférica, subdesarrollada y dependiente. Diversos autores como Mariátegui, Marini, Dos Santos, Dussel, Sánchez Vázquez, Echeverría, Bartra, entre otros, han estudiado la realidad capitalista de la región y propuesto conceptos, análisis y perspectivas políticas. No obstante, el pensamiento crítico ha sido opacado por el fuerte influjo del pensamiento
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convencional representado por el neoliberalismo, el posmodernismo y sus afluentes. Se ha perdido la brújula y la investigación científica, el trabajo académico y el quehacer político deambulan entre formas de pensamiento importadas, adocenadas, fragmentarias, descontextualizadas y ahistóricas.
Novedad y relectura de El capital El capital es un libro inacabado, polémico e imprescindible, porque se refiere a una realidad en permanente transformación, pero sienta las bases para su cabal comprensión, entonces leerlo significa, al mismo tiempo, debatir; pero no puede emitirse mejor consejo que leerlo directamente, sin intermediarios. Más que nunca, leer a Marx, El capital y sus demás obras, significa recurrir a una fuente primordial del pensamiento crítico que contribuye, cuando menos, a formular las preguntas pertinentes y a elaborar las respuestas adecuadas. Por supuesto que se trata de una obra no acabada, por lo que inevitablemente puede y debe ser enriquecida, complementada, con una cauda de análisis económicos, políticos y culturales que articulen las cuestiones materiales y económicas para una mejor comprensión del capitalismo contemporáneo y las potencialidades de superación de ese modo de producción basado en la explotación. Mal haríamos en suponer que El capital es un mero análisis empírico del capitalismo inglés del siglo xix, como pretenden algunos biógrafos y analistas que constriñen a su autor a ser un hombre de su tiempo, pero tampoco se trata de un texto de conclusiones o un manual de política sino que es algo más complejo en términos epistemológicos, ontológicos y teóricos en la
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medida que representa un abordaje de las categorías fundamentales para el quehacer científico y político de quienes están comprometidos en entender la realidad y transformarla. Entonces habría que admitir que es un trabajo inconcluso, tanto porque la obra misma publicada por Marx apenas representa una mínima parte del que fuera su ambicioso proyecto de investigación, como por el hecho de que fue realizada durante un momento inicial del despliegue del capitalismo, que por obvias razones se fue expandiendo en el planeta y desarrollando sus potencialidades por senderos que no podrían ser anticipados por autor alguno. No obstante, desde la perspectiva del pensamiento crítico, se trata de un ambicioso y necesario proyecto de investigación en ciernes que tendrá que ser continuado, recuperado críticamente y desplegado en toda su potencialidad. A no dudarlo, se trata de un proyecto más que vigente, que cobra actualidad y pertinencia, cuando menos en tanto que exista y perdure el modo de producción capitalista. Por lo pronto, podemos considerar que Marx aportó los fundamentos categoriales para investigar la lógica económica del capitalismo, a lo cual se pueden agregar otras dimensiones de análisis, como la política, el Estado, el comercio mundial, los cuales fueran advertidos en su proyecto de investigación y otros más que la propia realidad va imponiendo. La crisis del capitalismo global, una crisis de talante civilizatorio, desinfló el triunfalismo capitalista, cristalizado en el consenso neoliberal, el posmodernismo desbocado y el hedonismo de la sociedad que creía entrar al consumismo sin límites, a la égida del conocimiento, al espectáculo perpetuo, a la frivolidad cotidiana. Súbitamente, El capital vuelve a estar en las estanterías y se convierte en uno de los libros más vendidos, leídos e influyentes para entender tanto lo que sucedía en el siglo xix, pero también, y, sobre todo, para dotarnos de
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herramientas necesarias para descifrar y entender a profundidad los avatares del capitalismo del siglo xxi. Muchas de las llaves maestras o de las categorías clave para la interpretación de las reestructuraciones de las corporaciones empresariales que implican despidos de miles de trabajadores, la crisis económica y sus efectos civilizatorios, los entresijos del capital ficticio y la propagación de diferentes tipos de capital rentista, los métodos de violencia y despojo, la superexplotación de trabajadores de los países periféricos, el expansivo proceso de proletarización, parecerían remontarnos a problemas de otras épocas, a formas anacrónicas, pero con los renovados bríos y las ínfulas prepotentes del capitalismo, que asume como premisa reinventarse cada vez más, modificar incesantemente su fisonomía, pero no cambiar de fondo, sin encontrar un nombre aunado a un orden civilizatorio homogéneo, consensual, estable, perdurable y legítimo. No es que tenga capacidad de prestidigitación o predicción, pero El capital contiene elementos clave para explicar el funcionamiento profundo de un sistema que en efecto ha cambiado mucho y se ha expandido a escala planetaria, pero que, paradójicamente, ha cambiado poco en términos sustanciales, porque permanecen inalterables los principios básicos que hacen posible el despliegue de la lógica de valorización. En esa medida, sigue siendo vigente para comprender y transformar el mundo en que vivimos. Sin embargo, incurrir en la apología desmesurada, como podría derivarse de la afirmación de Lenin: «La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta» (1970:24), puede llevar a deificaciones innecesarias. O suponer que ahí se encontrarán de una vez y para siempre las contraseñas para abrir todos los dispositivos y mecanismos de comprensión del mundo complejo y contradictorio. En todo caso, es una herramienta indispensable, necesaria, realista, científica, crítica, para el análisis social y para la práctica
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política. Además, es una concepción del mundo basada en el abordaje crítico de una tradición política y de investigación que nos permite observar determinados aspectos de la compleja totalidad social del capitalismo, en sus contradicciones y tendencias. En nuestros días, se renueva la necesidad de ejercitar el pensamiento crítico frente al capitalismo depredador envuelto en una crisis civilizatoria que pone en predicamento la reproducción de la vida humana y del entorno planetario, y con ello cuestionar a fondo el pensamiento dominante que sustenta el sistema de poder, dominación y explotación. Asimismo, sería necesario poner al día, actualizar el trabajo crítico sobre el sistema de categorías del pensamiento burgués dominante, representado por la economía neoclásica y el pensamiento neoliberal, que están en la base del modelo económico político vigente en el sistema mundial capitalista y que orienta los mecanismos de poder del capital y el Estado.
Actualidad de la crítica de la economía política En tanto programa de investigación de largo aliento, la crítica de la economía política es un análisis del modo de producción capitalista que avanza hacia una crítica global de la sociedad moderna. Necesariamente es un proyecto inacabado, inconcluso, no sólo si consideramos que muchos temas contemplados en el proyecto original no pudieron ser abordados en vida del autor, sino también por el hecho inevitable de que la realidad social se transforma y la temática se vuelve compleja. Para una actualización de la crítica de la economía política se requiere emprender la crítica del sistema de categorías de la economía política
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dominante en la actualidad y de las formas de pensamiento adherentes que permean las ciencias, las teorías y las academias; la crítica del modo de producción capitalista, la configuración del capital global y sus patrones de acumulación, y la crítica de las formas de pensamiento y prácticas políticas que justifican el predominio de la sociedad mercantil, el trabajo abstracto y la valorización del valor bajo el manto del fetichismo de la mercancía, el dinero, el salario, la ganancia, la renta y el Estado. En vías de orientar la investigación científica crítica del capitalismo contemporáneo, se pueden tomar en cuenta algunos de los siguientes lineamientos: a) desde la perspectiva del pensamiento crítico se emprende una recuperación, crítica y actualización de las teorías y conceptos del marxismo y teorías afines con miras a su renovación y aplicación a la comprensión de la realidad actual; b) el análisis de la realidad social se emprende desde la complejidad de los grandes problemas del capitalismo contemporáneo desde un enfoque epistemológico crítico y un abordaje de la problemática desde un mirador histórico, crítico, contextual y propositivo; c) se hace una crítica del modo de producción capitalista, el sistema de poder, la configuración del Estado, las redes de capital global y las políticas de desarrollo implementados, que pueden ser identificados en torno al llamado modelo neoliberal, pero que en realidad devienen del capitalismo; d) el debate crítico con las formas de pensamiento dominante que exaltan el individualismo, la rentabilidad a ultranza, el despojo y la explotación; y e) en esa inteligencia, se concibe que la investigación científica asume un compromiso social en aras de promover cambios económico-políticos sustanciales. Obviamente, Marx era un hombre de su época, pero también era un visionario producto de su acuciosa investigación que logró desentrañar las relaciones centrales del capitalismo y su posible desarrollo, muchos de
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cuyas apreciaciones cobran enorme vigencia en el presente y son herramientas válidas para la investigación, pero tampoco puede esperarse, ni por asomo, que haya dicho todo y que sus hallazgos sean suficientes para explicar el presente. Entre algunos grandes temas que Marx por diversas razones no consideró en el centro de su investigación, y que en nuestros días son muy relevantes, están las cuestiones del Estado, la tecnológica, la ecológica y la feminista. En el caso de la cuestión ambiental, autores como Elmar Altvater y Bellamy Foster han planteado que Marx asume una temprana inclinación ecologista, pero no podemos eludir que Marx y Engels asumieron las tesis productivistas que campeaban en la economía política clásica, que conferían un carácter progresista a las tecnologías y acarreaban con los prejuicios de la cultura patriarcal. Esto no quiere decir que sea imposible actualizar los parámetros tecnológicos, ecologistas y feministas desde una perspectiva marxista, es más, es apremiante hacerlo con el acompañamiento de autores más modernos que pudiendo inspirarse en Marx realizan su trabajo de formas diferentes. Inevitablemente, hay una serie de temas que ya no son actuales, que pueden por tanto situarse en un determinado estadio de desarrollo del capitalismo o que son derivados de polémicas y hechos de época, pero que dan muestra del influjo permanente de la realidad y su interpretación en el cauce profundo de una investigación crítica con simiente económica, filosófica, política y antropológica. En la discusión contemporánea sobre la crítica de la economía política salta a la palestra el asunto de si el capitalismo ha cambiado de forma y de fundamento, incluso que se ha tornado transhistórico («fin de la historia») o, en contraste, reconocer que si bien ha cambiado mucho, en esencia sigue
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siendo el mismo, en la medida en que se funda todavía en la valorización del valor, en el trabajo abstracto, en la explotación del trabajo. Premisas epistemológicas Una de las premisas epistemológicas ha sido que el grado más avanzado de desarrollo muestra el devenir de los sectores más rezagados. Bajo esa lógica el desarrollo de las economías subdesarrolladas tienen como imagen a las economías desarrolladas, sin embargo, bajo su influjo se han implementado políticas de industrialización, tecnificación, mercantilización y privatización, entre otras, que imitan los modelos más avanzados con la tentativa de modernizarse y alcanzar el desarrollo, pero lo que ha resultado es el «desarrollo del subdesarrollo», toda vez que en la trama del capital global entraña un desarrollo desigual, una división internacional del trabajo y procesos diferenciados de formación de valor a escala mundial. De igual forma, la premisa de que la centralidad explica a las periferias. De lo cual se pude derivar la idea de que el modo de producción capitalista desarrollado en el centro del sistema mundial pude condicionar y ser condicionado al mismo tiempo por las periferias, las regiones subdesarrollados o dependientes: «En general, la esclavitud disfrazada de los asalariados en Europa exigía, a modo de pedestal, la esclavitud sans phrase [desembozada] en el Mundo Nuevo» (Marx, 2005:949). Por otra parte, el progresismo capitalista supone un devenir emancipador de las tecnociencias, el desarrollo de las fuerzas productivas concita una ilusión prometeica, un intelectual colectivo, un trabajo general o un trabajo potenciado que habrá de liberar a la humanidad del suplicio del trabajo e implantar el reino de la libertad. Este progreso histórico significará el
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derrocamiento inexorable de la ley del valor. No obstante, el capital global permite, hoy por hoy, la coexistencia de avances inusitados en las fuerzas productivas técnicas que posibilitarían la satisfacción de las necesidades del conjunto de la humanidad y la liberación paulatina del trabajo forzado, del trabajo enajenado, pero en cambio persisten formas anacrónicas de explotación, incluso de superexplotación, no ya como un mecanismo para contrarrestar la caída tendencia de la tasa de ganancia, sino como un dispositivo normalizado de explotación y acumulación en formas articuladas de formación del valor a escala global. Problemas teóricos Diversos asuntos del capitalismo contemporáneo reclaman nuevos abordajes teóricos que requieren, a su vez, una mayor problematización para alcanzar un entendimiento cabal del capitalismo en su complejidad y desarrollo. Por ejemplo, que las cuestiones económicas centradas en el proceso de valorización encubran otras cuestiones torales de la esfera social, como la lucha de clases o las cuestiones ambientales, como el colapso ecológico, por lo que se amerita deseconomizar las cuestiones ambientales y sociales, entre otras, para volver complejo su análisis. Asimismo, el tráfago de la explotación es expansivo y reconfigura el mundo del trabajo. La explotación de manera evidente supedita a trabajadores concretos, específicos, como de manera canónica se puede establecer con los asalariados en actividades fabriles, donde se arraiga la figura prototípica del proletariado, no obstante, el capital colectivo diseminado en múltiples esferas económicas y ámbitos territoriales explota al conjunto del trabajo social y sus diversas expresiones, más allá de su manifestación
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asalariada, como es el caso del trabajo campesino, el trabajo doméstico y diversas capas del trabajo informal no asalariado. La diversidad y multiplicidad del trabajo abstracto, cualitativo, se expande y le mundo del trabajo se transforma constantemente. A su vez, se pueden identificar formas de superexplotación, en tanto remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, más allá de la forma contratendencial del capital para atenuar la caída de la tasa de ganancia, hasta convertirse no en una excepción o anomalía sistémica, sino en un rasgo estructural del capitalismo, sobre todo del capitalismo periférico, donde se usa como mecanismo para afrontar la competencia merced a la menor composición orgánica de capital prevaleciente. Más aún, la superexplotación se multiplica y trasciende las fronteras de las economías subdesarrolladas, de manera directa mediante la migración de trabajadores que se insertan en el mercado laboral de los países desarrollados preservando su condición de fuerza laboral desvalorizada y consolidando segmentos del mercado laboral superexplotados. Esa estratagema es adoptada por los Estados desarrollados para pulverizar la red de protección social o la modalidad benefactora, para expandir la desvalorización de la fuerza de trabajo y establecerlo como norma general que precariza drásticamente el salario, prestaciones y derechos sociales. No se trata tanto de un problema de graduación en la explotación, un mero grado superlativo de explotación que atentan contra la supervivencia fisiológica de los trabajadores, sino de un problema global de explotación, que no sólo es un asunto económico, sino también un profundo problema moral. La violencia es el sello distintivo del capitalismo, desde su gestación, desarrollo y, eventualmente, su disolución. Pero no sólo existe violencia física, descarnada, es decir, coacción extraeconómica, sino que de manera
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estructural o profunda, todos los días, de manera cotidiana, persiste una violencia directa sobre la multiplicidad de trabajadores que son explotados, directa o indirectamente, que son sometidos al abarcador régimen de explotación. Límites ontológicos: el capital o la vida Suele argüirse que Marx está alejado de la cuestión ecológica y que es un autor antropocéntrico, no obstante la problemática ambiental puede ser abordada desde el ámbito de la competencia capitalista. La exigencia económica es producir con menos valor y bajar los precios para afrontar la competencia. Para ello se tiene que mejorar la tecnología, pero como la competencia es permanente, las mejoras tendrán que implementarse compulsivamente, en el corto plazo. El capital que no dispone de una mejor tecnología no tiene cómo resistir la competencia y perecerá. El criterio de selección de la tecnología es aquel que permite bajar el valor del producto a corto plazo. Por ello, bajo el modelo fosilizado de producción se quema compulsivamente petróleo, un bien no renovable, que tiene muchas posibilidades para muchos siglos de la humanidad. Dado que la exigencia es disponer de tecnología competitiva, aquí y ahora, poco importa que sea antiecológica. De hecho, la tecnología capitalista es de suyo destructora de la ecología y de la vida en la Tierra. Para determinados ambientalistas, la tecnología es el problema, piensan a la manera de los luditas que en su tiempo destruyeron maquinaria y quemaron fábricas porque pensaban que esos objetos eran los que les quitaban el trabajo. No obstante, la tecnología no es la que destruye de por sí el ambiente ni destruye los trabajos, sino que en el fondo irradia el criterio toral de subsunción de la
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tecnología en el proceso de trabajo lo que explica de un modo más certero la crisis socioambiental. Bajo la lógica de valorización del valor, el criterio que se impone no es el uso de la tecnología como soporte de la reproducción de la vida humana en conjunción con la naturaleza en un horizonte que articule el presente y el futuro. Así, pues, la cuestión ecológica no se reduce al problema de la tecnología sino que remite al criterio de selección de la tecnología, es decir, al capital y su búsqueda de aumentar la tasa de ganancia, como se precisa en El capital sobre el plusvalor relativo. El ecologismo sin vínculos teóricos con la crítica de la economía política se torna una denuncia ingenua cuando al proclamarse en contra de la tecnología y en nombre de la naturaleza pasan por alto el capital, que rige la vida social. Los límites ontológicos del capitalismo se sitúan en los linderos del metabolismo sociedad-naturaleza que permite la reproducción social tanto de la naturaleza como de la propia humanidad mediada por el trabajo, es decir, la reproducción socioambiental se supedita a la lógica de la valorización y el trabajo humano y la naturaleza se consideran meros insumos productivos, fuentes de la riqueza, por lo que su destrucción es la pauta. La valorización del valor funciona como un sujeto autónomo que sintetiza la trama de la reproducción social de la sociedad y la reproducción social de la naturaleza. Acontece en una espiral que no reconoce límites ni fronteras, que se expande continuamente, generando una forma progresiva de acumulación y arrojando un saldo de destrucción irreversible. La modernidad capitalista se funda en la trama del dinero progresivo, el régimen del trabajo abstracto, el poder estatizado y el circuito mercantil como mecanismo de sociabilidad. Se trata de un modo fetichista, abarcador, omnisciente, que no obstante tiene la peculiaridad de vulnerar sus propias bases al desencadenar la degradación social y la devastación ambiental. La crisis civilizatoria de la modernidad capitalista
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no sólo se refiere a la crisis de valorización (sobreproducción, consumismo, superexplotación, especulación, depresión) sino también a la destrucción de la materialidad capitalista que la sustenta, al devorar su propio entorno, social, ambiental y cultural. Las respuestas parciales, acotadas, reduccionistas son del todo insuficientes para superar el tráfago de autodestrucción y regresión social, porque el poder del gran capital (el gran dinero), no tiene contrincante y se puede recomponer y capitalizar las crisis, pero los cambios sociales de gran calado carecen de un sujeto colectivo y de una cosmovisión económico-política compartida. Política: hacer historia Que el motor de la historia es la lucha de clases ha sido la premisa de los programas revolucionarios, que reconocen que la burguesía cumplió un papel revolucionario al instaurar el capitalismo, pero que su contraparte, el proletariado estaría llamado a asumirlo, para superar el capitalismo. No obstante, los programas políticos se entremezclan entre el progresismo, el reformismo, el neoliberalismo, la reforma, el socialismo y el comunismo. El cometido de la emancipación humana significa la revolución, la transformación social sustantiva. El marxismo ha imaginado la emancipación humana como la liberalización de las cadenas de la explotación, la opresión, la dominación y la humillación. La emancipación sería la formación de una sociedad de hombres libres, una sociedad no capitalista, una sociedad sin clases sociales, una sociedad futura. Se supone que el capitalismo entraña el germen de su propia destrucción y que el proletariado es la clase social que tomará en sus manos la tarea histórica de derrumbar el despotismo de la sociedad burguesa e implantará un nuevo régimen, la
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dictadura del proletariado. La emancipación también puede, y debe ser, una tarea del presente. La división de lucha de clases entre formas abstractas y concretas es una separación y confrontación artificiosa o falsa, porque es impuesta por la ideología y la realidad burguesa para separar y dividir al conjunto de los trabajadores y sus organizaciones y fuerzas sociales y políticas. De esta forma, se logra separar y contraponer, por una parte, la lucha entre las clases sociales de la burguesía y el proletariado como expresión de la contradicción entre capital y trabajo, y las luchas más concretas de campesino o comuneros en defensa del territorio, las luchas identitarias de grupos feministas, indígenas y grupos culturales, las luchas ecologistas, las luchas ciudadanas. Hay niveles y ámbitos diversos de luchas que se refieren, por ejemplo, a la destrucción de lo social, entre los individuos y las masas amorfas, ambas son formas de destrucción de la sociedad comunitaria. Pero todas son expresiones de las luchas de clases dentro del capitalismo, inmersas en la materialidad de producción y reproducción social capitalista. La escala y alcance político de las luchas van desde vivir dentro de lo invivible con dignidad y crítica hasta buscar una vía anticapitalista progresiva y revolucionaria. Por ejemplo, las luchas obreras históricamente han comenzado por mejorar las condiciones de trabajo, sea las luchas obreras centradas en la disminución de la jornada de trabajo, a ocho horas en épocas de Marx y la abrogación del trabajo infantil o la reivindicación de mejores salarios, luchas ambas que se refieren a mejores condiciones de inserción en la trama de valorización, pero también ascienden a luchas políticas en contra del sistema de dominación para crear otro orden social, luchas que pueden enmarcar a frentes sociales multiclasistas con afanes transformadores.
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La capacidad de autoorganización es inmensa por parte de clases, grupos y comunidades. El marxismo es elemento necesario de la destrucción de la idea falsa del capitalismo. En la estructura del capitalismo global aparentemente no hay tiempo de los hombres, valores de uso, categorías y pensamiento crítico, no hay historia, porque prevalece el tiempo del capital, el valor de cambio, el pensamiento único, pero sí lo hay. El nuevo tiempo es el paso hacia la historia, hacia lo comunitario, hacia el valor de uso, hacia el mismo cambio de las estructuras.
El capital o la vida En el análisis de Marx aparecen dos grandes categorías: trabajo vivo y fuerza de trabajo. El trabajo vivo se refiere al tiempo que usa el obrero para producir valor, el tiempo de trabajo es el tiempo que se agota en la jornada de trabajo; por ello el tiempo de trabajo tiene valor, pero el trabajo vivo es el sujeto mismo del trabajo, no tiene valor porque es la fuente de valor. Esa es la ética de Marx, el trabajo vivo es infinito no se puede parar, porque es el creador. En cambio, la fuerza de trabajo es la que se puede reproducir comiendo, durmiendo para que al día siguiente puede tener fuerza y eso tiene valor. El sujeto vivo no tiene valor, porque es la fuente de valor. Lo fundamental es el ser vivo, la vida en común de la humanidad; no el mercado y sus mercancías, precios y utilidades. En la reproducción de la vida humana, la corporalidad viviente, sensible, socializada, tiene necesidad de consumir energía y materia, en términos biológicos, fisiológicos, psíquicos y culturales tiene que reponer esos elementos, para sobrevivir y reproducir su ser social, sino perece.
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En la reproducción del capital, que sigue ciclos de crecimiento y ensanchamiento de mercados, subyace una metafísica de la vida y la muerte: el ser humano es el trabajo vivo y el capital es trabajo muerto. Entre la disyuntiva de la vida y la muerte, en el umbral de la más precaria sobrevivencia se encuentra el proletariado, el pobre, los seres humanos que viven en el límite de la subsistencia, en las proximidades de la muerte, con formas de vida sobre las cuales se ciernen todas las calamidades: hambre, enfermedad, hacinamiento, explotación, violencia, despojo, muerte. Trabajar para sobrevivir es el signo de la pobreza. La vida diaria consiste en preservar la vida, cubrir las necesidades básicas. Desde el punto de vista del sistema de reproducción de la vida humana, la necesidad significa no disponer de un satisfactor para reproducir la vida propia y los dependientes económicos, sean familiares o conjuntos familiares en comunidad. Como es comprensible, la primera necesidad humana es la alimentación, la reproducción de la energía corporal, acompañada del vestido y la vivienda, para cubrirse de las inclemencias del tiempo (Engels). Pero a estas necesidades radicales, enraizadas en la vida mínima, la vida desnuda, la mera reproducción fisiológica y familiar (alimentación, salud, vivienda, vestido, transporte) se suman las necesidades culturales, que se imponen en cada pueblo, comunidad o nación (educación, esparcimiento, arte), las cuales son cada vez más complejas y exigentes (comunicaciones digitales). Claro está que, desde el punto de vista del capitalismo, las necesidades radicales de los trabajadores no existen, sólo las exigencias del capital, las que impone la lógica de acumulación. En el fondo, la necesidad alude a una negación y el satisfactor que al consumirlo reproduce la vida. Pero un aspecto socioeconómico importante es que el satisfactor no es valor de uso inmediatamente. Por naturaleza y sin ser viviente, no hay valor de uso. La propiedad física del satisfactor no es lo
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mismo que el valor de uso. El valor de uso es una relación entre la propiedad física de una cosa y la necesidad que sólo entonces la transforma en un satisfactor. El valor de uso alude a las propiedades reproductoras, es un medio para la vida. En tanto, el valor de cambio sólo existe en aquello que el ser humano produce, que puso tiempo de su vida en la cosa. Valor de cambio significa objetivación del trabajo humano indiferenciado. En un sentido lato, el valor como tal es la objetivación de vida humana en la cosa producida mediante el trabajo. Desde la metáfora de la sangre, donde sangre es vida, el valor de cambio es sangre coagulada y la circulación de valor en el capital es tanto como la circulación de sangre. Por extensión, si la sangre es la vida y el cuerpo es el ser humano que no puede separarse de la sangre porque si no muere inevitablemente. El capital es como el vampiro que chupa la sangre del obrero: «El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa» (Marx, 1988:279-280).
Aquí se abre una disyuntiva de calado civilizatorio entre las exigencias del capital o las exigencias de la vida, entre abonar a la reproducción de la acumulación de capital y sus signos vitales: crecimiento económico, inversión productiva, trabajo enajenado, o abogar por la reproducción humana digna en conjunción el entorno planetario mediada por relaciones sociales sin explotación y sin división de clases.
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Pepe Mujica: deconstruyendo el discurso que cautivó al mundo1 Katherine Pose* Oscar Mañán** Resumen. Una vida austera, una forma peculiar de hablar, su biografía y ascenso hasta la presidencia de la República de Uruguay, le otorgaron una gran popularidad a escala mundial a Pepe Mujica, un personaje que es revisado mediante el análisis de su discurso, en particular cinco piezas pronunciadas en foros mundiales y nacionales, que develan signos ideológicos: la utopía del Sur, la civilización del despilfarro, la idea de felicidad, la noción de los pobres del mundo y la categoría de pueblo. El uso de frases populares, expresiones de sentido común y su socorrido lema: «como te digo una cosa, te digo la otra», dan cuenta de un discurso político que penetra la subjetividad popular y galvaniza los medios de comunicación. No obstante, conviene ir más allá del discurso, para contratar lo dicho con lo hecho, para entender al personaje de arrastre popular y a los políticos de la nueva ola latinoamericana que postulan proyectos nacionalistas, populistas o progresistas. Palabras clave: Pepe Mujica, discurso, ideología, política, Uruguay.
*1
Estudiante del Profesorado de Sociología en el Centro Regional de Profesores del Centro-
cfe-anep, Florida, Uruguay. **
Profesor del Departamento de Sociología del Centro Regional de Profesores del Centro-
cfe-anep, Florida, Uruguay.
Este trabajo es parte de un análisis más amplio presentado por Katherine Pose para la evaluación de un curso de Política, Estado y Ciudadanía del 3er. año de la Carrera de Formación Docente para el Profesorado de Sociología del Centro Regional de Profesores del Centro, Florida Uruguay.
issn impreso 2448-5020
issn red cómputo 2594- 0899
Katherine Pose | Oscar Mañán
Pepe Mujica: deconstructing the discourse that captivated the world Abstract. A frugal life, a unique manner of speech, an unusual background and ascent to the presidency of the Republic of Uruguay, brought enormous global popularity to Pepe Mújica, the figure who is the under study here through an analysis of his discourse, in particular five examples of his lectures in global and national fora, which reveal certain ideological traits: the Southern utopia, the throwaway society, the concept of happiness, the notion of the poor of the world and the concept of community. His use of colloquialisms, common-sense expressions, and his frequent slogan: «como te digo una cosa, te digo la otra» («on the other hand...»), reveals a political discourse that seeps into the public consciousness and captivates the mass media. However, it is worth diving deeper into this discourse, to contrast what is said with what is done, to understand a persona that is popular with the masses and the Latin American new wave politicians who support nationalist, populist or progressive projects. Keywords: Pepe Mujica, discourse, ideology, politician, Uruguay.
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Pepe Mujica: deconstruyendo el discurso que cautivó al mundo
La relevancia de la figura de Mujica, tanto en Uruguay como en el mundo, hace interesante el esfuerzo de deconstruir en el sentido de Jacques Derrida (1989) o Martin Heidegger (1951) su base discursiva a partir del análisis de su estructura en cinco intervenciones llevadas a cabo en diferentes ocasiones que impactaron a sus auditorios. La simpleza de su léxico parece escapada de las páginas de Jerzy Kosinski 1 o quizás se asemeja a la charlatanería de André Malraux.2 A veces, deja entrever que encierra más riqueza que la que de por sí tienen sus máximas, y otras, se camufla en complejidades que no se terminan de entender completamente. La utilización de dichos populares, frases del sentido común y su popularizada «como te digo una cosa te digo la otra», marcaron un discurso político propio, particularmente desafiante de la razón, y por lo tanto, difícil de confrontar con las herramientas de la lógica científica.
El célebre trabajo del escritor polaco-estadounidense, archi-premiado en varios países y que marcara toda una generación (Being There, Harcourt Brace Jovanovich, 1971, versión original en inglés, intitulada Desde el Jardín en Latinoamérica y Bienvenido Mr. Chance en España) dio lugar a una comedia igualmente reconocida, dirigida por Hal Ashby y protagonizada por Peter Sellers. La película (1979) no hace del todo justicia a la novela si bien cosechó múltiples premios y elogios, ya que su trama lleva a la comedia a un jardinero (ermitaño, de escaso roce social y que sabe del mundo por la televisión) que al enfrentarse al mundo real solo habla de las plantas que es el saber propio de su experiencia de vida, pero seduce, prensa y relaciones mediante, a las finanzas y la política que lo interpretan no en el sentido literal que él expone sino con sentidos mentados a lo que esperan escuchar. 2 Su más brillante y controversial trabajo La Condition Humaine, Éditions Gallimard, Paris, 1946 en su versión original en francés, o La condición Humana, Pocket-Edhasa, Barcelona, 1999, según traducción española (de César Comet), donde se mezcla una historia épica, el romanticismo, la inteligencia, imaginación desmedida, ideologías y articulaciones culturales múltiples. 1
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El personaje... José Alberto Mujica Cordano, «alias Pepe» se convirtió en figura popular en el continente y el mundo, ex guerrillero (integrante del Movimiento de Liberación Nacional), preso político y rehén de la dictadura militar, se reincorporó a la vida política institucional, convirtiéndose primero en diputado, luego senador y por último presidente de la República en Uruguay. Su carta de presentación en el mundo, su vida austera, en una pequeña parcela alejada de la ciudad, que trabaja aún (al estilo campesino o pequeño farmer americano), por su vestimenta humilde y su forma de hablar campechana, su polémica forma de enfrentar a la prensa, sus dichos sobre la política entre otras actitudes poco comunes en el establishment político. A nivel internacional su fama cruzó fronteras y océanos, se le profesa gran admiración, especialmente por su modus vivendi lejos de la visión tradicional de los políticos a pesar del poder que ejercen en distintos ámbitos; como también es justo decirlo, enfrenta a nivel nacional fuertes críticas, ya sea a lo que fue a su gobierno, al personaje que encarna y a sus polémicos decires. El guion para el análisis de contenido Analizar un discurso implica una estrategia de deconstruir o desmontar su estructura lógica, es decir, tomar debida cuenta de aquellas partes o conceptos que le dan forma al lenguaje, a la vez que las circunstancias históricas en que cobra sentido. Este ejercicio permite separar y enjuiciar aquellos conceptos o expresiones ambiguas de otras más potentes, de las que cumplen una función retórica de otras que son parte esencial del mismo.
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Pepe Mujica: deconstruyendo el discurso que cautivó al mundo
Se analizarán las siguientes intervenciones: un discurso a los intelectuales de Uruguay (2009); otro en ocasión de la asunción del mando presidencial (2010); su intervención en la cumbre de la Asamblea de la onu en Río de Janeiro (2012); el particularmente conocido en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Estados Unidos (2013); y por último, el discurso de despedida de su gobierno (2015). Este ejercicio se vuelve indispensable para intentar comprender los motivos por los que su oratoria alcanzó popularidad, tanto por los visos inusuales de su discurso, aparentemente simple y a su vez atrapante; con una exaltación del valor de lo común que impresiona el sentir popular y la suficiente charlatanería que atrapa la cultura libresca. A partir de las temáticas en cada uno de los discursos, se analizan cinco signos ideológicos para tratar de descifrar los ideologemas, al decir de Bajtin, presentes en los decires de José Mujica. Para esto se toman signos ideológicos que se reiteran en todos estos discursos: a) lo que es posible nombrar como «la utopía del sur»; b) siguiendo por «la civilización del despilfarro»; c) y relacionándolo con «la idea de la felicidad», d) el ideal de «los pobres del mundo» y, e) finalmente la construcción política de la categoría «pueblo». A través de estos signos ideológicos se pretende comprender los ideologemas recurrentes en los discursos de Mujica. Se utiliza la idea de signo ideológico tanto en calidad de palabra «cargada» como de sintagma «cargado», ya que la signidad no está en una sola palabra sino en un sintagma; por ejemplo: en «la civilización del despilfarro». Todo discurso está preñado de la ideología del autor, el cual se marca a través de los signos ideológicos que utiliza: «Todo producto ideológico (ideologema) es parte de la realidad social y material que rodea al hombre, es momento de su horizonte ideológico materializado» (Bajtin y Medvedev, 1994:48).
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Se concibe al discurso como un término con variadas acepciones, por lo que se utiliza una definición amplia y general aportada por Concepción Otaola (1989) como el uso del lenguaje, la lengua en funcionamiento, el cual puede ser oral o escrito, tiene un fin comunicativo y es también un proceso. Tales signos ideológicos cobran sentido a partir del contexto en el cual se circunscriben, por lo que es de gran relevancia tomar en cuenta la situación, el texto en el contexto, como medio para descubrir la función que cumple el discurso. El tema de un enunciado no está determinado solo por las formas lingüísticas que lo contienen (palabras, estructuras morfológicas y sintéticas, sonidos y entonación) sino también por factores extra-verbales de la situación (Voloshinov, 1976). Para comprender un discurso se debe tener en cuenta el contexto en el cual se pronuncia. El contexto se comprende como un concepto sociocultural, para analizar la manera en que las personas que forman parte de un grupo o subgrupo le asignan significado a los parámetros físicos de una situación y a lo que allí sucede en un momento dado (Calsamiglia y Tusón, 2002). Es relevante la consideración de este fenómeno a la hora de comprender los discursos, particularmente los pronunciados en asambleas internacionales, porque éstos se distancian relativamente del léxico propio de Mujica en entrevistas, comentarios de prensa y otro tipo de charlas. Los discursos tomados aquí tienen una estructuración lógica y articulación temática un tanto diferente a la oratoria en otros ámbitos menos formales, si bien pueden identificarse palabras típicas de su léxico, éstas no están tan cargadas de cliches y dichos populares. Aquí se entiende por formalidad el ámbito que implica además del discurso oral, cierta articulación con el texto como guía, lo que implica un grado de elaboración previa.
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La utopía del sur Mujica en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Estados Unidos 2013, comienza destacando las cualidades de Uruguay: «Amigos todos, soy del sur, vengo del sur. Esquina del Atlántico y del Plata, mi país es una penillanura suave, templada, una historia de puertos, cueros, tasajo, lanas y carne» (Mujica, 24 de septiembre de 2013). A través de este primer enunciado se destaca la idea del sur. Este signo ideológico será parte fundamental en su estructuración discursiva y se repetirá en otros. Detrás de la simpleza de una presunta ubicación geográfica, se trama una red de significados que aluden a cierta representación, el sur como periferia, pobre, carenciado, en contraste con el norte desarrollado. El signo ideológico del sur marca un discurso histórico del país, canónico, impregnado en el sentido común del uruguayo, el que se enseña desde la educación primaria. La descripción del paisaje, como penillanura, con el clima templado y a través de lo que era su principal actividad: la ganadería extensiva. Mujica a través de las características que presenta define a Uruguay y también lo diferencia del resto del continente, esta visión de país pequeño, de excepción, sin grandes riquezas, igualmente pudo ser un país libre y emancipado, alejándose de la dominación imperialista (Real, 1964). Mujica menciona el proyecto fundacional Batllista (por José Batlle y Ordóñez, presidente en 1903 -1907 y 1911-1915), donde el país «se puso a ser vanguardia en lo social, en el Estado, en la enseñanza». Podría pensarse que la función manifiesta de estos enunciados es la descripción histórica de un país; pero quizás hilando más fino, aparece una función latente que denota ciertas ganas de ubicar al país en una posición de relevancia con
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respecto a los países centrales, reivindicando la importancia del sur. Esto se reafirma en el discurso pronunciado en la cumbre de Río de Janeiro: «En mi país hay poco más de 3 millones de habitantes. Pero hay unos 13 millones de vacas, de las mejores del mundo. Y unos 8 o 10 millones de estupendas ovejas. Mi país es exportador de comida, de lácteos, de carne. Es una penillanura y casi el 90 por ciento de su territorio es aprovechable» (Mujica, 20 de junio de 2012). Se sigue realzando la imagen de Uruguay como país productor, pero, en definitiva, país productor de bienes primarios, característica propia de los países de la periferia tal como lo argumentaba la Cepal (Rodríguez, 2006).
Podría pensarse que es un discurso contrahegemónico, al decir que «la socialdemocracia se inventó en el Uruguay» se realza la producción propia del ideario del país. Si bien menciona al sur como continente, destaca más que nada la importancia de Uruguay, diferenciándolo a su vez del resto de los países latinoamericanos. En contrapartida, a esta idea se le suma lo que también podría considerarse otro signo ideológico, la idea de patria común estrechamente vinculada con el sur y sus libertadores (Bolivar, San Martín, Artigas). Y dice Mujica en su discurso de la onu: «Pero soy del sur y vengo del sur a esta asamblea, cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres, en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones, de la América Latina patria común que se está haciendo» (Mujica, 24 de septiembre de 2013). Reitera su procedencia del sur, pero le suma una carga que, a su vez dice no pertenecerle, de los millones de pobres que en el continente habitan. Quizás cabría preguntarse por qué lo siente como una carga, si a su
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vez dice que es inequívoca. Por último, menciona a América Latina como una patria común en construcción, es aquí donde aparecen señales de un discurso un tanto artiguista o bilivariano, donde a diferencia de la «federación» que pretendía Artigas, o de la «patria grande» de la que hablaba Bolívar, Mujica alude a una patria común, ¿será una forma de «regionalismo abierto»? 3 Como lo pensaba Simón Bolívar en 1814 cuando les habría dicho a los soldados de Urdaneta: «Para nosotros la Patria es América». En su conocida Carta de Jamaica, expresa «es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola Nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo» (Bolivar, 1991:16). Al igual que ciertos discursos de Bolívar, el discurso de Mujica tiene cierto personalismo, entendiendo a éste como un discurso político que se centra más en la construcción identitaria del orador que en una construcción de corte colectivo (Molero, 2002). Es por esto que se visualiza como «cargando» a los pobres (figuradamente en sus espaldas), que habla de su propio estilo de vida austero, «en mi humilde manera de pensar» que se posiciona como un «viejo reumático al que se le fue la vida», describiéndose como un anciano, pero con cierto grado de sabiduría. Podría decirse que Mujica toma este discurso antiimperialista, pero en una nueva era, que como expresa, está regida por la globalización. Es aquí donde se encuentra una de las tantas ambivalencias en su discurso, trata de buscar un mundo sin fronteras, pero a su vez menciona que se debe controlar la globalización. Tendría que comprenderse entonces, las dos formas en las cuales utiliza el término, a veces globalización como interconexión 3
Concepto surgido a instancia del primer ministro japonés Masayoshi Ohira a fines de los
1970 que para superar diferencias económicas y políticas en la zona asiática proponía una cooperación internacional ampliada. Cepal (1994) lo descubrió en la década de los 1990.
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de los países, otras veces globalización como transnacionalización, donde la economía depende de las grandes empresas que se desarrollan en varios países con independencia de las leyes nacionales (Canclini, 2006). Esta ambigüedad en un mismo discurso se expresa cuando menciona por un lado «Más claro, creemos que el mundo requiere a gritos reglas globales» y por el otro comenta que «hoy el mundo es incapaz de crear regulación planetaria a la globalización y esto es por el debilitamiento de la alta política, eso que se ocupa de todo» (Mujica, 24 de septiembre de 2013). Es posible preguntarse: ¿Cómo crear reglas mundiales sino es a través de la política? ¿Cómo crear reglas mundiales en un mundo donde los Estados Nación siguen siendo esenciales? ¿Cómo crear reglas mundiales donde la soberanía de cada país sigue medianamente vigente (por lo menos la de los grandes? ¿Será todo esto realmente posible, o simplemente, una prosa bonita que sabe a letra muerta? En el acto de asunción Mujica expresa «los humanos anudamos nuestro destino y nos hacemos mutuamente dependientes. La idea de cerrase al mundo quedó obsoleta» (Mujica, 1 de marzo de 2010). Una idea de apertura que podría pensarse que concuerda con la patria común de la habló en otros discursos, empero contradice la idea de controlar la globalización. Asimismo, en dicho acto se pronuncia a favor de una economía de mercado global, expresado en la misiva «Sería criminal no aprender de aquellos dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al mundo» (Mujica, 1 de marzo de 2010, el énfasis es de los autores). Aprender del pasado, para el ex presidente, encierra la idea de evaluar como fracaso el proteccionismo tanto Uruguay como de la región en épocas del llamado desarrollo de los mercados internos. Cuestión difícil de justificar si remitimos a datos empíricos de crecimiento, desarrollo sectorial
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e infraestructura, institucionalidad para la planificación de políticas, etc. Ciertamente, alude de una forma menos explícita a otros ejemplos del continente que han sufrido bloqueos, y por lo tanto, aislamiento. Con esto busca el fundamento para una economía abierta, cuestión que si lo afirmara de manera textual, provocaría un mayor impacto, particularmente por su connotación ideológica en la izquierda que él mismo dice representar. De allí, que el rechazo a una «economía cerrada» no enfrenta abiertamente a quienes lo identifican con los valores de la izquierda y se granjea al establishment liberal. Fue en la cumbre de Naciones Unidas donde había rechazado totalmente esta idea de sociedad de mercado, expresando que ésta es la que «está agrediendo al planeta». Es en este punto donde el contexto se vuelve un elemento fundamental para comprender el sentido que se le da al fenómeno de la globalización. En Río de Janeiro, la reunión se destinó al tratamiento del crecimiento económico y el desarrollo sostenible, dedicando gran espacio a la crisis ambiental. Por lo tanto, fue aquí que el discurso de Mujica se basó más en una crítica a los procesos de globalización económica como generadora de la crisis ecológica que a evaluar los supuestos beneficios de una economía abierta para un país como Uruguay. En definitiva, estos discursos remiten a un ideologema que se basa en el deber ser, en una oratoria que tiene la finalidad de impactar a través de ideas, signos ideológicos que aludan a lo que se debería estar haciendo, sin plantearse ese Ser propiamente (lo que efectivamente se hace), las causas de todos los males que nombra.
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Civilización del despilfarro El tema de la globalización es reiterado en los discursos de Mujica tanto como complejo de entender. Menciona en la Cumbre de Río que «el hombre no gobierna las fuerzas que ha desatado», aludiendo al impacto ambiental que la globalización genera. A su vez, el referirse a una fuerza ingobernable oculta un sentido de negación a nuevas formas de sociedad, si bien su discurso expresa que no se puede ni se debe retroceder, tampoco apunta a un futuro diferente y posible. Es así que otro nuevo signo ideológico que se reitera en todos los discursos analizados de Mujica, es la civilización del consumo del «úselo y tírelo» como la define, la civilización hija del mercado, la que provoca los males de la naturaleza. En la forma en la que lo expresa ante la onu, contrapone la sociedad actual con el ambiente natural: «La crisis ecológica del planeta, es consecuencia del triunfo avasallante de la ambición humana» (Mujica, 24 de septiembre de 2013). Mediante los términos «triunfo avasallante» se apunta a una sociedad industrial, pero también a cierta cultura del consumo que como lo expresa «la cultura consumista que nos rodea a todos, las repúblicas frecuentemente en sus direcciones adoptan un diario vivir que excluye, que pone distancia con el hombre de la calle» (Mujica, 24 de septiembre de 2013).
Desde esta perspectiva, la exclusión se cataloga como aquellos que no llegan a ser parte de esa cultura del consumo, pero que asimismo es producto de dicha cultura. Queda clara la complejidad que sus palabras encierran, donde se cuestiona, pero no se propone nuevas formas de enfrentar este problema, exalta una mera crítica ya instalada en la conciencia de muchas personas. Cabe destacar también que esta temática no es nada
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innovadora, la práctica discursiva contemporánea se caracteriza por el tratamiento frecuente de ciertos temas, entre ellos: el consumo (Fairclough, 2008).
Estrechamente vinculado con esta civilización del consumo, queda el ideologema del desarrollo sustentable que se expone en distintos discursos de Mujica. Ideologema, porque el tratamiento de la crisis ambiental también esconde cierta ideología. Y, en la cumbre de Río, Mujica dice: «Tenemos que darnos cuenta que la crisis del agua y de la agresión al medio ambiente no es la causa. La causa es el modelo de civilización que hemos montado. Y lo que tenemos que revisar es nuestra forma de vivir» (Mujica, 20 de junio de 2012). Podría pensarse en un primer momento que la crítica hacia el modelo de civilización que «hemos montado» donde él se incluye, es un discurso que ataca al modelo civilizatorio capitalista hegemónico. Pero no es así. Se relaciona esta postura con la posición adoptada por los organismos internacionales que se ubican como ambientalistas (no ecologistas). Su característica es no tener una visión holística de la vida, es decir, realizan una crítica superficial a la sociedad pero sin proponer cambios en el modelo de producción y de consumo; por lo que no existe un compromiso real con un cambio social que pudiera provocar un declive en el ritmo de acumulación capitalista (Velázquez, 2014). Al igual que el expresidente, se cuestiona el modelo de sociedad actual, realizando un llamado a la acción, a cambiar el estilo personal de vida de cada uno; pero no propone cambios que impliquen la intervención de los gobiernos, los movimientos sociales, la gran política, como forma de revertir el problema ambiental. En el discurso de asunción de la Primera Magistratura del país el medio ambiente se encontró dentro de los cuatro asuntos tratados por Mujica.
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Expone: «Hoy la comunidad internacional nos pide que nos pensemos a nosotros mismos como miembros de una especie cuyo hábitat está cada vez más amenazado» (Mujica, 1 de marzo de 2010). En primer lugar, la utilización de la palabra «especie» marca un claro distanciamiento con la palabra «civilización» ya que esta última quedaba vinculada con esa sociedad industrial, consumista. Al tratarse de especie, unifica a la población, pero con una connotación más biológica que cultural. En segundo lugar, adopta la posición de los organismos internacionales, estos que muchas veces recargan la responsabilidad del deterioro ambiental en los países periféricos. Una característica de los discursos políticos, y de la que no escapa Mujica, es el hecho de referirse al presente percibido como tendencia negativo, y al futuro, con referencias positivas (Van Dijk y Mendizábal, 1993).
La búsqueda de la felicidad Al tratamiento del medio ambiente le agrega una carga emotiva, sentimental, con lo que Mujica concluye su discurso en Río de Janeiro: El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la felicidad humana; del amor arriba de la Tierra, de las relaciones humanas, del cuidado a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental. Cuando luchamos por el medio ambiente, tenemos que recordar que el primer elemento del medio ambiente se llama felicidad humana (Mujica, 20 de junio de 2012).
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En la actualidad hay una creciente preocupación por la temática de la felicidad, y esta se constituye como el eje de muchos discursos. Mujica expresa la idea de que la felicidad es lo central en la vida humana, y más adelante dice que «venimos al planeta a ser felices» por lo que este debe ser el destino del individuo. A su vez, asume que la felicidad debe de buscarse por fuera del consumismo, tendría que encontrarse en el saber. En el discurso pronunciado hacia los intelectuales, les comenta: ¿Se acuerdan de Rico Mac Pato, aquel tío millonario del pato Donald que nadaba en una piscina llena de billetes? El tipo había desarrollado una sensualidad física por el dinero. Me gusta pensarme como alguien que le gusta darse baños en piscinas llenas de inteligencia ajena, de cultura ajena, de sabiduría ajena (Mujica, 29 de abril de 2009). La comparación con Mac Pato alude a una diferenciación entre dos tipos de riqueza: la económica y la intelectual. Aquí podría pensarse que hay una separación con la concepción de felicidad de la época actual, donde ésta se consigue a través de la seguridad material lo que marca el signo del éxito social; esta idea de felicidad está estrechamente ligada con el bienestar, así como con el consumo. A través de lo que Mujica desarrolla, la felicidad se fundamenta en la sabiduría, en el intelecto. Podría especularse que su concepto de felicidad remite a la filosofía antigua, donde para ser feliz el conocimiento del universo es esencial, la felicidad no puede ser alcanzada sino a través del conocimiento de lo que es verdadero; lo que se consigue mediante las facultades intelectuales (Margot, 2007). En este punto, Mujica expone la idea de felicidad desde su perspectiva, siguiendo la línea del discurso personalista donde él se pone como ejemplo. Por otro lado, la selección de este personaje no solo cumple con la finalidad de ejemplificar, sino que además se reserva la utilización de casos
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reales. En alguna entrevista supo hablar de Rockerfeller como una persona ya anciana que sigue amontonando dinero y se cuestiona con qué finalidad; pero al utilizar un personaje animado le quita fuerza a la crítica. Esto es propio por la situación donde se encuentra, en el Palacio Legislativo, con estudiantes universitarios de variadas carreras, por lo que seguramente valoró no generar polémica con los ejemplos. El ideal de felicidad que esboza esconde un ideologema que remite a una época dada. Desde la década de los 90 se ha instalado en el discurso la idea de la felicidad, en sus diversas variantes, tanto como realización propia, como felicidad a través del consumo. Esto coincide con ciertos objetivos de la racionalidad política neoliberal: mercantilización, individualización, competitividad, entre otros. Así como Mujica apunta a una definición universal de lo que para él es la felicidad, y aparentemente critica a la felicidad que depende del consumo, no escapa que toma a la felicidad como algo objetivo y que legitima esas medidas neoliberales. Al hablar de felicidad, el discurso queda dirigido a la individualidad pretendiendo impactarla, sin una aparente generalización. El discurso neoliberal está caracterizado por expresar que «lo que realmente importa, no es que esa cifra poblacional, abstracta y anónima mejore, sino que tú, que no te sientes representado por las frías estadísticas, seas feliz» (De la Fabián y Stecher, 2013:35).
Desde las concepciones modernas, se apunta a buscar ciudadanos felices, donde estos rindan mejor cognitivamente, se enfermen menos y vivan más. Desde esta perspectiva, la importancia discursiva que se le otorga a la búsqueda de la felicidad queda fundada en una nueva modalidad del «capital humano», donde el costo de producirla es una inversión a futuro (De la Fabián y Stecher, 2013:37).
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Conjuntamente con su idea de felicidad, aquella que corresponde al intelecto, introduce otra correspondiente a la necesidad de una inteligencia distribuida. En su ponencia hacia los intelectuales dice: «La inteligencia que le rinde a un país es la inteligencia distribuida. Es la que no está sólo guardada en los laboratorios o las universidades, sino la que anda por la calle» (Mujica, 29 de abril de 2009). Con el concepto de distribución, connota una forma de compartir los conocimientos, a diferencia de lo que podría transmitir la palabra democratización, aludiendo a un acceso para todos. En relación a esto menciona un aspecto importante a destacar: «Y ahora agrando el pedido y les ruego que contagien inconformismo». El inconformismo como forma de cuestionarse constantemente, llevaría a pensar que es incongruente con los deseos de todo político. Pero en el discurso de asunción se visualiza como Mujica se va a servir de esta idea: «Bienvenidos al inconformismo (...) bienvenido el profundo cuestionamiento del estado uruguayo» (Mujica, 1 de marzo de 2010). Se sirve de esta idea como mecanismo para insertar el cuestionamiento del Estado y plantear una reforma del mismo.
Los pobres del mundo Conjuntamente con este ideario, transmite una particular idea sobre la pobreza. Para Mujica, la pobreza se basa en el nivel de consumo. Como ya se comentó, quienes no se integran a la cultura del consumo quedan excluidos. A su vez, en el discurso pronunciado en la cumbre en Río interroga: «¿Tiene el mundo hoy los elementos materiales como para hacer
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posible que 7 mil u 8 mil millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que tienen las más opulentas sociedades occidentales?» (Mujica, 20 de junio de 2012). Desde la perspectiva de Mujica, la pobreza se relaciona con la escasez de consumo, por lo que se cuestiona si es posible que todas las personas adquieran un mismo nivel en el grado de consumo. Desde el modelo del desarrollo sostenible se realiza esta misma crítica, la erradicación de la pobreza requiere de modificaciones en la pauta de producción y de consumo, lo cual es fundamental para este tipo de desarrollo (Martínez, Ortega, Infante y Puente, 2014). De igual forma, Mujica con la interrogante que plantea, invisibiliza un fenómeno no menor, la desigual distribución de la riqueza. Para este líder mundial, las personas no logran un mismo nivel de consumo no porque haya una distribución desigual de la riqueza, donde pocos concentran mucho, sino que por el contrario, porque el mundo no tiene los elementos materiales para que todos estén a un mismo nivel. Curiosamente, se visualiza una especie de mimesis entre el ideario de Mujica y el sostenido por los organismos internacionales. Es justamente en su discurso en la Asamblea de la onu, donde dice: «Es posible arrancar de cuajo toda la indigencia del planeta (...) Movilizar las grandes economías, no para crear descartables, con obsolescencia calculada, sino bienes útiles, sin fidelidad, para ayudar a levantar a los pobres del mundo. Bienes útiles contra la pobreza mundial» (Mujica, 24 de septiembre de 2013). La mención de arrancar de cuajo toda la indigencia corresponde con el ideario discursivo de la onu el cual como ya se mencionó plantea una posible erradicación de la pobreza (Metas del Milenio). Para Mujica la creación de bienes duraderos ayudaría a «levantar» a los pobres, relacionando a su vez, esta medida como una ayuda al medioambiente. Resulta
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importante destacar que no se menciona en ningún momento los orígenes o causas de la pobreza. Si bien el pensamiento de la onu busca aminorar la pobreza a partir de principios como igualdad, inclusión y justicia distributiva, genera cierto escepticismo sobre el alcance que podría obtener sus medidas. Este escepticismo se sustenta, en que el organismo no revisa exhaustivamente las causas de la pobreza, los cambios no serían propicios para los sectores más desfavorecidos de la sociedad (Martínez, Ortega, Infante y Puente, 2014). Con el planteo de que los 7 u 8 mil millones de personas no podrían integrarse a un mismo nivel de consumo, trae reminiscencias de lo que algunos organismos internacionales sostenían en los años 80 y que llevó a las castraciones masivas de niñas y el acelerado envejecimiento en países pobres. En aquel entonces, se discutían las disyuntivas si «éramos pobres porque éramos muchos», o tal vez, «éramos muchos porque éramos pobres». La pobreza existe porque hay muchos individuos en el mundo sostiene de alguna manera el expresidente. Se habla de consumo, pero no de derechos humanos vulnerados, se mencionan formas de aliviar la pobreza en lugar de medidas redistributivas que la cuestionen en su profundidad, se ataca la pobreza para no atacar la riqueza, estos signos ideológicos encierran un ideologema que concibe la pobreza como un fenómeno instantáneo, natural, sin orígenes ni causantes susceptibles de debatirse. A esta idea le suma la frase «pobre no es el que tiene poco sino el que necesita infinitamente mucho, y desea más y más» siguiendo la idea de la pobreza mental, aquel que necesita infinitamente mucho como quien está integrado y alienado a la cultura del consumo. Pero cabría preguntarse, si de acuerdo a esta definición hay alguien que no sea pobre en el mundo actual.
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La categoría política de «el pueblo» La construcción política de esta categoría de pueblo aparece en su discurso en el acto político en que deja el mando del gobierno. Esta categoría es utilizada a menudo por los discursos que se tipifican de populista, donde es recurrente la mención al pueblo con la intención de provocar una reacción emocional en el público (Guy, 2003). «Querido pueblo, gracias por tus abrazos. Gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí sólo en el medio de la Presidencia» (Mujica, 1 de marzo de 2015). Se dirige en agradecimiento al pueblo, con una connotación afectiva, tratándolo a su vez de compañero que estuvo junto a él en tiempos de soledad. Este corte populista suele ser característico de ciertos líderes carismáticos, llevando a la escena política la relación afectiva entre éstos personajes y las masas, dirigiéndose a ellas como «el pueblo» (Malamud, 2010:434). La palabra pueblo está dirigida a ocultar las diferencias a través
de una connotación que engloba a un conjunto de sectores bajo el mote de popular, su agradecimiento al decir «querido pueblo» queda estrechamente vinculado con este sector específico. Más allá de las complejidades que implicaría considerar a Mujica como un personaje político perteneciente al populismo, su discurso coincide con aquellas figuras que, al decir de Weber, buscan interpelar el corazón de las masas basados en el carisma. Mujica es reconocido por la cualidad de su personalidad y considerado un líder o caudillo. El valor del carisma se sustenta en el reconocimiento de las personas, por el gran impacto de sus discursos dentro y fuera del país, incluso mucho más allá del espectro político al que pertenece.
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Los líderes carismáticos poseen una comunicación de carácter emotivo y está claro que Mujica apela a cierta emotividad en sus discursos. Su rechazo a las riquezas es de gran relevancia a la hora de analizar su reconocimiento; este no pasa por su posición socioeconómica, sino por el contrario, por su austeridad y su aparente rechazo a las grandes riquezas. Tal como expresa Weber todo líder carismático desdeña y rechaza la estimación económica, aunque ciertamente ocurre más como pretensión que como hecho (Weber, 1993). Es posible visualizar una clara diferencia entre el discurso de despedida y el discurso de asunción. En este último, no se agradece al pueblo, esta palabra no aparece en su oratoria. En cambio, dice: «Por mi parte, desearía que el título de «electo» no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy presidente sólo por la voluntad de los electores». Siente, sin duda la elección, como una distinción, ¿quizás piensa que merecida? ¿Habrá aquí una visión comparable a aquella proveniente del movimiento zapatista «mandar obedeciendo»? ¿Será que la palabra «electo» expresada por Mujica refiere al poder delegacional donde fundamentará el ejercicio del poder que le fue otorgado por la comunidad de «electores»? (Dussel, 2006:22). Esto implica que quien gobierne lo haga en función de las demandas de los ciudadanos, Mujica a través del uso de dicho término busca legitimar el ejercicio del poder otorgado. A su vez, la palabra «electores» cambia el significado de su discurso, deja de lado la connotación que se transmitía la palabra pueblo, y toma cierta distancia del público al cual se dirige, con la palabra electores puede acaparar a una población más amplia y no solo a las capas populares, nuevamente aquí el contexto juega un papel fundamental. La variable tiempo discrimina ambos discursos,
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cuando Mujica asume la presidencia todavía no tiene una relación estrecha con su pueblo, y menos aún, la perspectiva de confianza que esboza al final. Sin duda, la confianza no se basaría en los logros de su gobierno (siempre criticado), pero sí en el reconocimiento internacional a su postura de líder carismático.
Del dicho al hecho, un trecho insalvable Es interesante para completar un análisis del discurso político, realizar el ejercicio de contrastar, aunque sea a grandes rasgos, lo que se dijo con lo que se hizo realmente. A través de los signos ideológicos que se tomaron en cuenta de los discursos de Mujica, es posible relacionarlos con ciertos aspectos políticos de su gobierno. En lo que respecta a la patria grande, Mujica en su mandato apostó a una integración regional, a fin de desarrollar una política exterior donde la región participe como bloque fortalecido ante países poderosos. En su gobierno la integración no fue un logro del que pudiera vanagloriarse, el Mercosur estuvo caracterizado por el estancamiento e incluso las relaciones diplomáticas no fueron lo que se esperaba, siendo objeto de fuertes críticas, sobre todo por las restricciones al comercio impuestas por Argentina y el freno a las negociaciones con otros países (Clemente, 2013). Otro punto a destacar fue su controversial política medioambiental, ya que en la intervención de Río de Janeiro fue el tema estructural de su discurso. Cabe preguntarse si lo que dijo realmente se correspondió con lo que impulsó en su gobierno. Fue Mujica y su gobierno que expresó una gran afinidad hacia la mega-minería, incluso impulsando una ley al respecto. En
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su audición radial llegó a comentar: «Se hinchan las venas del ecologismo porque, en suma, lo que hay es una lucha de intereses. Si no hay actividades mineras y forestales los salarios (en el campo) van a tender a depreciarse» (Mujica, 2014). Del conflicto que supo generar esta situación, Mujica solo reparó en los planteos de la oposición política, quitándole importancia a las posturas ecologistas que evidenciaban el impacto en el medio ambiente, particularmente la minería a cielo abierto. Sus actos se dejaron llevar por los intereses económicos que esta actividad prometía, más que por la crítica que había realizado al modelo de sociedad actual que funciona en detrimento de la naturaleza. Si en discursos como los pronunciados en la onu se interpelaban el estilo de vida y la sociedad actual, en su gobierno impulsó y legitimó dicha forma de vida gobernada por el mercado. En lo que respecta a la sociedad hija del mercado, fue este modelo el que impulsó desde el gobierno a través de la apertura a la inversión extranjera. Esta apertura fue fundamentada en la generación de riqueza y de trabajo. Faltó sí interrogarse riqueza para quiénes, Mujica abogó por un «capitalismo en serio» pero a partir de «burguesías subsidiadas» (Mañán, 2013). En un encuentro con empresarios uruguayos y extranjeros Mujica resaltó: «Cuanta más inversión y más crezca la economía, más aumenta la recaudación que necesitamos para fenomenales inversiones sociales» (29 de agosto de 2013). En este caso soportó la idea de que generando riqueza se puede suavizar la pobreza. En la actualidad el análisis de la pobreza no puede hacerse sin considerar la riqueza, la teoría del derrame es a todas luces obsoleta. Al no considerar esto Mujica sigue pensando que, a través del crecimiento económico, se producirá un efecto de filtración (derrame-spillover
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effect) de la riqueza hacia abajo, reduciéndose la pobreza en pos del beneficio generalizado. El exmandatario discursivamente apunta críticas a la sociedad contemporánea, empero sus acciones en el gobierno denotaron un posicionamiento en el paradigma del crecimiento económico donde la lucha contra la pobreza se realiza en un marco armónico, sin exacerbar la conflictividad que implicaría enfrentar la sociedad productora de riqueza/pobreza (Burns, 2007).
En el periodo de gobierno de Mujica se intentó una reforma del Estado para mejorar la eficiencia de la función pública, pero el diagnóstico del expresidente responsabilizaba a los trabajadores de todos los problemas del Estado. Sin embargo, en su acto de asunción, apuntaba que: «Esta reforma, no va a ser en contra de los funcionarios sino con los funcionarios» (Mujica, 1 de marzo de 2015). La Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado (cofe) afirmó el interés de los trabajadores de participar en una reforma del Estado juzgada imprescindible, pero rechazaron enfáticamente los criterios mercantilistas de una reforma que debilitaba al Estado y la pseudo-participación propuesta a los trabajadores. Los funcionarios públicos sostienen que lejos de los decires de Mujica, el Estado puede llegar a ser lento e irritante pero no es deficiente por culpa de los funcionarios. Las palabras de Mujica presentan un vaivén importante, oscilan entre los intereses del contexto donde las pronuncia y aparentemente expresan algo que puede llegar a significar lo contrario. En muchos casos, las palabras no se corresponden con los actos.
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Desde el Jardín... la condición humana Valga el parangón con la obra «Desde el Jardín», Mujica es también un cultivador de flores, y además, habla fundamentalmente de su vida, lo que lo emparenta con la obra doblemente. La vida del ex presidente fue muy particular, una historia subrealista, pasó de ser guerrillero, preso político de la dictadura militar y rehén de la misma, a convertirse en representante político nacional y Presidente de la República. Asimismo, fue propuesto al Premio Novel de la Paz, figura de muchos libros y películas de distinguidos directores de cine, entre otros logros que desafían cualquier imaginación. Desde lo expuesto, se pretendió interpretar una muestra de los múltiples discursos y se apeló al análisis de los signos ideológicos utilizados en sus oratorias. Se buscó demostrar que sus discursos se desarrollan en el plano normativo (del deber ser), apelando a cierta moralidad y sentimentalismo. Al igual que Chance (el personaje de la novela) el expresidente construye un discurso con un léxico simple, cargado de ejemplos de su experiencia personal, de su modo de vida, de su austeridad manifiesta. Sin embargo, lo que lo escuchan, líderes mundiales, ciudadanos dentro y fuera de fronteras, le asignan significados ad hoc acorde a sus múltiples necesidades, de allí que tales discursos, incluso desvinculados muchas veces de la lógica formal y de las obligaciones de congruencia, se asumen como «verdades de vida». En definitiva, el discurso de Mujica se adapta ideológicamente al contexto en el cual se circunscribe, no solo a través del léxico y la forma de expresar sus ideas; sino también a partir de las modificaciones de sus ideologemas. Sus vaivenes políticos, sus ambivalencias discursivas dieron como
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resultado la popularidad de sus discursos, al adaptarse a los intereses de distintos sectores, al cambiar sus ideas de acuerdo a las circunstancias; así logró conseguir adeptos muy diferentes entre sí. Quizá su popularidad puede verse explicada por su frase de cabecera «como te digo una cosa, te digo la otra» que contenta a todos en algún momento. Su vida misma es un vaivén increíble, representa el clásico «american way life» mejor incluso que la «idílica» sociedad americana, aquel símbolo cultural de que cualquiera puede llegar a ser lo que quiera sin importar el punto de partida. Mujica, atentó contra el sistema capitalista, quiso cambiar el mundo y de manera revolucionaria, pero el mundo terminó cambiándolo. Paradójicamente, le otorgó un papel de guardián de ese mundo que quiso y no pudo cambiar. Es un símbolo en sí mismo del triunfo ideológico y político del capitalismo (por ahora), y por lo tanto, un mensaje vivo para todos aquellos desafiantes del orden vigente. Pese a quien le pese, su imagen remite a un guerrillero arrepentido, que a pura voluntad, inteligencia y esfuerzo, pudo aprender de sus «errores».
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Algunos problemas del marxismo Henry Veltmeyer*1 Resumen. En este trabajo se examinan tres conceptos clave para analizar los problemas del desarrollo capitalista de las primeras dos décadas del diglo xxi. En primer término, capitalismo extractivista o desarrollo capitalista en su forma extractiva, que hace referencia al avance del capital invertido en la adquisición de la tierra y a la extracción de la riqueza de los recursos naturales. En segundo lugar, el debate sobre la teoría del valor-trabajo que ha cobrado una nueva fuerza en el contexto de los avances del capital extractivo como parte del desarrollo de las fuerzas productivas. En tercer lugar, el debate sobre la superexplotación propuesta por Marini en alusión a los mecanismos que permiten retribuir a los trabajadores por debajo de su valor y transferir al centro el valor del producto neto producido en el periferia. En cuarto lugar, la formación de una reserva global de trabajo altamente calificada en términos de capacidad intelectual que participa en la construcción de conocimiento científico aplicado a la expansión de la producción y concentrada en centros de innovación tecnológica. Finalmente, el debate sobre el cual el avance del capital en el proceso de desarrollo conlleva a un proceso de transformación productiva y social y a la formación de fuerzas de resistencia, que en las condiciones que prevalecen están activadas por los movimientos sociales que encarnan esas fuerzas. Palabras clave: extractivismo, teoría del valor, superexplotación, innovación, resistencia.
Docente investigador de la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. ∗1
issn impreso 2448-5020
issn red cómputo 2594- 0899
Henry Veltmeyer
Some problems with Marxism Abstract. This article examines three key concepts in the analysis of the problems of capitalist development in the first two decades of the 21st Century. First, extractivist capitalism or capitalist development in its extractivist form, which refers to the advance of capital invested in the acquisition of land and the extraction of natural resources for export in primary commodity form. Second, the debate around the theory of value-labor that has assumed renewed strength in the context of the advances of extractive capital as part of the development of productive forces. Third, the concept of superexploitation advanced by Ruy Marini, with reference to mechanisms that allow for the remuneration of labor on the periphery of the world system at a level below the value (the value of labor power, the commodity that workers seek to exchange against capital for a living wage). Fourth, the formation of a global reserve army of intellectual labor, qualified to participate in the construction of scientific knowledge concentrated in centers of technological innovation. Finally, the article addresses the dynamics of productive and social transformation that accompanies each advance of capital in the development process. Keywords: extractivism, theory of value, superexploitation, innovation, resistance.
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Extractivismo En primer término, quiero aclarar, desde mi punto de vista, algunos conceptos marxistas en el contexto del debate sobre lo que podemos entender como capitalismo o desarrollo capitalista en su forma extractiva, el capitalismo extractivista, que hace referencia tanto al avance del capital invertido en la adquisición de la tierra —fenómeno al que en discurso de la red de Estudios Agrarios Críticos a la que pertenezco se denomina acaparamiento de tierras (land grabbing)— como a la extracción de la riqueza de los recursos naturales —minerales y metales, hidrocarburos como petróleo y gas natural, y productos de agroextracción, incluyendo biocomestibles. Con respeto al debate, me refiero a las intervenciones de David Harvey (2018), Claudio Katz (2017), Adrián Sotelo (2017), Osorio (2017), Raúl Delgado Wise (2013), entre otros, además de autores no marxistas que han incidido en el debate, como Eduardo Gudynas y Maristella Svampa. En el debate sobre el avance del capital extractivo o extractivismo, algunos marxistas como David Harvey, un autor contemporáneo de gran prestigio por su análisis de las dinámicas del desarrollo capitalista en la era neoliberal, se concentran en el concepto de «acumulación por despojo» o «desposesión», categoría que en el discurso sobre el extractivismo ha cobrado mucho interés (aunque por lo menos uno de sus críticos, Eduardo Gudynas, del Centro Latinoamericano de Ecología Social, claes, cuestiona la utilidad analítica de este concepto). En el contexto de los avances del capital extractivo o el capitalismo extractivista, es decir, una modalidad de acumulación que tiene su base no tanto en la explotación de la fuerza de trabajo, como ocurre en el capitalismo clásico estudiado por Marx, sino en la explotación a la naturaleza,
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algunos marxistas cuestionan o niegan la utilidad contemporánea de la teoría del valor, según la cual el valor de las mercancías (commodities) está determinado por el poder del trabajo o la fuerza de trabajo consumida en el proceso de producción, lo cual se refiere a la idea de que el valor de una mercancía está determinado por la cantidad y cualidad de trabajo socialmente necesario para producirla, el tiempo de trabajo, para ser preciso.
Teoría del valor-trabajo El debate sobre la teoría del valor-trabajo o teoría laboral del valor no es nada nuevo, pero ahora el debate ha cobrado una nueva fuerza en el contexto de los avances del capital extractivo como parte del desarrollo de las fuerzas productivas. Para algunos autores, esto implica la transición de una fase en el desarrollo capitalista (de las fuerzas productivas) a otra nueva, la etapa del capitalismo posneoliberal. En estas condiciones, conformadas por la nueva geoeconomía del capital en la región, algunos argumentan que las transacciones de valor en el mercado tienen validez, pero la teoría del valor-trabajo ya no. Claro, la teoría del valor-trabajo, que es común en la teoría clásica de la economía política y en la crítica marxista de la economía política, en años anteriores ha sido objeto de muchas críticas por los economistas no marxistas —p.ej., los partidarios de la escuela austriaca—, pero también tiene críticos dentro del propio campo marxista. Por ejemplo, David Harvey argumenta que Marx nunca declaró su lealtad a la teoría del valor-trabajo. En las pocas ocasiones en que Marx discute directamente este tema, comenta Harvey, se refiere a la «teoría del valor» y no a la teoría laboral del valor.
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Esto resulta muy problemático, porque entendemos que la teoría laboral del valor es un pilar esencial de la contribución central de Marx relacionada con su teoría del capital, la teoría del plusvalor, que utilizamos para explicar las dinámicas del sistema capitalista en función de la teoría de la ganancia (profit) —la retribución al capital por su contribución a la producción, es decir, la inversión de capital—, que los marxistas entienden como el motor del sistema, la cual tiene su fundamentación en la explotación del trabajo, es decir, la teoría de que el salario no representa el valor total generado en el proceso de producción, el valor del producto neto, sino sólo el poder de trabajo, cuyo valor, como cualquier mercancía (commodity), depende del tiempo de trabajo consumido en el proceso de producción; donde la diferencia, el plusvalor o plusvalía, es apropiado por el capitalista como fuente de sus ganancias (sobre sus inversiones). En breve, el salario es un mecanismo de explotación, que es una teoría que a Marx le sirve para desenmascarar y revelar el secreto oculto del sistema. Sin duda, la teoría del plusvalor es la mayor contribución de Marx en cuanto a las dinámicas de desarrollo capitalista, y la teoría laboral del valor es un pilar fundamental, la fundamentación, de su teoría del capital. El problema consiste en esto: en las condiciones actuales de las dinámicas del capitalismo extractivo, los avances del capital invertido en la extracción de la riqueza de recursos naturales (como metales y minerales industriales o los hidrocarburos), el capital invertido en la adquisición de la tierra —acaparamiento, en el vocabulario de los Estudios Agrarios Críticos— y la agroextracción (extracción de recursos exportados en forma de mercancías o commodities) es evidente que el valor de los commodities en el mercado mundial representa y refleja no sólo el plusvalor, el valor del trabajo consumido en la producción (es decir, la contribución de la clase
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trabajadora), sino también la contribución de la naturaleza, o la Madre Tierra, como dicen los pueblos indígenas. En este contexto, podemos decir que tenemos en frente dos modalidades distintas de acumulación; en efecto, dos formas de capitalismo, cada una con sus dinámicas distintas. Dos modalidades de acumulación que en la práctica nunca existen de forma aislada, sino que siempre existen en forma combinada, están interrelacionadas: una modalidad basada en la explotación de trabajo; y la otra, en la explotación de la naturaleza, la extracción de valor natural, no el plusvalor, que está apropiado por el capital con participación del Estado, en forma de la renta de suelo o renta de recursos. Entonces, en el análisis de las dinámicas de acumulación debemos tomar en cuenta no sólo la plusvalía sino la renta del suelo/de los recursos, para hacer el análisis de lo que podemos concebir no sólo como una cadena global de valor sino una cadena de explotación en el proceso de la producción y circulación de capital —con referencia aquí a la retribución o remuneración a los factores de producción, como el capital y el trabajo, y la participación del Estado en la distribución del producto social—, el ingreso nacional basado en el producto interno bruto (pib). Entendemos —y debemos incluir en la análisis— que el valor de los mercancías en el mercado mundial incluye el plusvalor y el valor de la naturaleza, extraídos en el primer caso por el mecanismo de los salarios, la relación salariar con el capital (e indirectamente, en el intercambio desigual, por el mecanismo de los precios de las mercancías) y, en segundo caso, en parte por el mecanismo del régimen de impuestos tributarios y regalías que varía mucho de un país a otro; otra parte está captado por las ganancias de las empresas multinacionales que incluye el plusvalor.
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Adicionalmente, por la relación desigual en el comercio internacional, podemos identificar condiciones de superexplotación, es decir, la forma de retribución o remuneración al trabajador o el productor directo en la agricultura y en la industria por debajo no sólo del valor del producto neto sino de su valor, el valor de su poder de trabajo o su producción. Esto puede discutirse en términos de la teoría de dependencia elaborada por Ruy Marini (1973), como se verá más adelante. En el capitalismo industrial —el capitalismo en su forma clásica o normal—, la fuerza o el poder del trabajo es la fuente del valor, pero con el capitalismo extractivo —con el capital extractivo que se caracteriza por una alta composición orgánica de capital o conversión tecnológica de la producción— la naturaleza y la tecnología contribuyen con una gran parte del valor total de los commodities en el mercado mundial y en la captura del valor. Con todo esto, tenemos que reconocer que la mundialización, y el proceso de intercambio desigual en la división internacional de trabajo, han modificado las dinámicas de: a) lo que el marxista Ruy Mauro Marini concibió como «superexplotación», con referencia a la retribución o remuneración a la fuerza de trabajo por debajo de su valor, y b) el «intercambio desigual» que se manifiesta no en los salarios sino en la diferencia entre los precios de los productos exportados a las economías industrializadas y los importados por la periferia. En el capital extractivo, es decir, la explotación de la naturaleza como modalidad de acumulación, la contribución del trabajo a la producción es menor, quizás mucho menos, que en el caso de capital industrial. Y, por lo tanto, el trabajo tiene una participación inferior en el ingreso total de la actividad económica, o el producto social, que en el capitalismo normal que tiene su base en la relación capital-trabajo.
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De hecho, esto se manifiesta en las superganancias del capital en el sector extractivo, donde la tasa de ganancia sobre el capital invertido —la apropiación del valor generado sobre la base de recursos naturales— es muy alta, el doble o triple de lo que ocurre en el caso de capital industrial. En muchos casos —especialmente en la gran minería—, la apropiación del valor total por el capital supera el 60 por ciento; mientras que la participación del trabajo, de la clase trabajadora, en el producto social o ingreso nacional sobre la base de recursos naturales tiende a ser muy baja —en la producción minera, el promedio mundial es menos de 10 por ciento, para el caso de Chile y Argentina es de 6 por ciento y tan sólo de 2 por ciento para el de México)— lo que incide gravemente en el proceso de desarrollo macroeconómico en términos desigualdad y en los ciclos de los commodities.
Superexplotación Otro debate tiene que ver con el concepto de superexplotación propuesto por Ruy Mauro Marini (1973) en su teoría marxista de la dependencia. Se refiere a la teoría de que por el mecanismo del desarrollo desigual, la acumulación de capital y el desarrollo de las fuerzas productivas se concentran en el centro del sistema, en condiciones en la cuales el capital no tiene que cubrir los costos de reproducción de la fuerza de trabajo y, por lo tanto, es posible retribuir al trabajo, a los trabajadores, por debajo de su valor —es decir, el valor del trabajo—, y se transfiere al centro el valor del producto neto producido en el periferia, que es extraído por medio de los mecanismos del salario bajo y un intercambio o desarrollo desigual.
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Para aclarar esto, en la fase actual del sistema y en atención al desarrollo capitalista (de las fuerzas de la producción), el capital está siendo acumulado mediante la superexplotación del valor natural, es decir, el valor de la naturaleza en adición de la superexplotación del trabajo —la extracción del plusvalor por medio del mecanismo del salario en condiciones de semiproletarización— y la transferencia al centro del sistema del plusvalor extraído en condiciones de superexplotación (trabajo barato) y el predominio del capital monopolista.
Sistemas de innovación También quiero poner en la mesa de discusión otro tema que tiene que ver con la formación de una fuerza y reserva global de trabajo altamente calificada en términos de capacidad intelectual o el «poder del cerebro» (brain power), como una fuerza productiva que toma forma en la construcción de conocimiento científico aplicado a la expansión de la producción, y concentrada en la formación de diversos centros de innovación tecnológica, en lo que podemos designar un «sistema imperial de innovación», que es un sistema formado en el contexto del capital monopolista, formado sobre la base de un monopolio sobre la propiedad intelectual y el control monopólico sobre los medios intelectuales de producción, sobre todo en los sectores estratégicos de la economía global del conocimiento, una economía formada en sectores estratégicos como la computación y las telecomunicaciones, la industria; y la biotecnología en el agronegocio y los granos básicos, cereales y semillas oleaginosas, donde la propiedad intelectual como el mercado están bajo control del capital monopólico. Algo que no se discute, y no sé por qué.
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Estamos hablando aquí de capital formado sobre la base del control monopólico sobre la propiedad intelectual y la concentración de capital en forma no financiera sino humano (lo que unos definen como la tecnología social). Se trata de un «poder del cerebro» que sirve para generar conocimiento científico aplicado a la expansión de la producción global; capital que se concentra en los centros de la innovación tecnológica por medio del mecanismo de la migración internacional que permite y facilita la explotación de la fuerza global de trabajo altamente calificada con sus reservas de capital humano en los países de la periferia. Estamos hablando aquí de la acumulación y formación de capital que está invertido no en la explotación de una reserva de mano de obra generado por el desarrollo capitalista de la agricultura (el capitalismo en su forma clásica como lo entendió Marx) —y esto ya ni siquiera es sujeto a debate—, ni formado con la extracción del valor de los recursos naturales en el proceso de producción, sino de capital formado sobre la base del «poder de cerebro», que sirve para generar conocimiento científico e innovaciones técnicas —lo que Marx (1997) denominó el «intelecto general» (general intellect) y la Organización de las Naciones Unidas (onu), en un informe de 2012 sobre el índice de riqueza integral (unu-ihdp y unep, 2012), denomi-
na «capital humano», un tipo de capital, que según el Informe, es el factor determinante en el desarrollo, en términos relativos ante las otras tres formas fundamentales de capital: financiera, física y natural. Esta forma de capital —capital humano— está formada en un proceso de educación superior, pero al final es concentrado en los centros de innovación —como Silicón Valley—, que conforman el sistema imperial de innovación. La concentración, como decía, ocurre por medio de un proceso de migración internacional, explotando en este proceso la reserva
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global de la fuerza de trabajo altamente calificada formado en parte, de forma creciente según las investigaciones de Delgado Wise, en la periferia del sistema mundial. No debemos olvidar que para Marx la innovación —y la reestructuración— tecnológica es la vía revolucionaria hacia el desarrollo capitalista y el progresismo. No tengo espacio para entrar en detalles, pero al respeto puedo hacer referencia a un estudio científico de Raúl Delgado Wise (2013), director de la Cátedra de unesco de Migración y Desarrollo en la Universidad Autónoma de Zacatecas (uaz). Según el estudio de Delgado Wise, un aspecto fundamental de la nueva geoeconomía del capital en la región es la formación de una fuerza de trabajo altamente calificada en forma de poder de cerebros —es decir, trabajo con un alto valor en cuanto al tiempo/ poder de trabajo consumido en su producción (en un proceso de tercerización de la educación)— y la circulación de sur a norte de este capital, y su concentración por el mecanismo de la migración internacional. En su análisis, los países en la periferia del sistema global, como América Latina, hacen una gran contribución a la formación de este capital, un capital acumulado en forma de «poder de cerebros» y configurado en la innovación tecnológica. En su estudio, explica como la migración funciona como un mecanismo de transferencia de las reservas del «poder de cerebros» al centro del sistema. La transferencia de este capital humano a los centros de innovación en los cuales el conocimiento científico forma parte de procesos de investigación y desarrollo (i + d) y se convierte en técnicas y tecnologías que incrementan la productividad del poder de trabajo invertido en la expansión de la producción, en este caso trabajo de alto valor. En cuanto a las implicaciones para el desarrollo de esta fuerza global de trabajo y sus reservas, y los flujos migratorios de sur a norte, en vez de
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crear condiciones de supraexplotación de las reservas de fuerza de trabajo barato —la palanca clásica de la acumulación y de la formación de capital industrial—, la migración internacional funciona como un mecanismo de transferencia al centro del sistema del capital formado en el periferia sin obligar a la clase capitalista a asumir los costos de la reproducción de esta fuerza productiva; al mismo tiempo funciona como un sifón, para las economías de la periferia significa un drenaje de capital potencial en la cual han invertidos sus escasos recursos financieros. Por ejemplo, en el caso de Guyana mas de 50 por ciento de la población con el poder de trabajo altamente calificada en forma de educación universitaria ha emigrado y se encuentra ahora en el extranjero, en muchos casos en Estados Unidos y Canadá. Quizás pasa lo mismo en Honduras. En México, por ejemplo, el nivel de la educación promedio de los emigrantes es superior al promedio de los estadounidenses. La escala de exportación o drenaje de esta fuerza productiva o capital, el «poder de cerebros», es nada menos que asombrosa, con un impacto inestimablemente negativo en cuanto a la perspectiva de desarrollo de los países en la región. Los países receptores de esta fuerza migratoria se benefician del capital formado en la periferia sin tener que asumir los costos de la reproducción de esta fuerza de trabajo, y los países que remitan esta fuerza —un proceso de remesas al revés— son los grandes perdedores.
Ciclos de desarrollo-resistencia Otro tema de debate, que aparece y cobra importancia en el contexto actual, tiene que ver con un principio fundamental del materialismo histórico,
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según el cual cada avance del capital en el proceso de desarrollo —cada fase en el desarrollo capitalista de las fuerzas productivas— conlleva un proceso de transformación productiva y social y la formación de fuerzas de resistencia que en las condiciones que prevalecen están activadas por los movimientos sociales que encarnan estas fuerzas. Podemos avanzar este principio en forma de la idea —que no tenemos más espacio para elaborar— de que en la época del desarrollo capitalista de la segunda posguerra mundial, las tres décadas bajo el Estado de desarrollo y dentro el orden mundial construido en Breton Woods en 1944, y tres décadas dentro del Nuevo Orden Mundial establecido en los ochenta para activar las fuerzas de libertad económica —o de las restricciones y regulaciones del Estado de desarrollo— es posible discernir los contornos de tres ciclos de desarrollo y en paralelo con esto tres ciclos del desarrollo de las fuerzas de la resistencia, es decir, de tres ciclos de desarrollo-resistencia. Sin mayor pretensión de elaborar esta idea por ahora, pero para quienes tengan un interés en esta cuestión, tengo publicado un ensayo que identifica las dinámicas de la resistencia que corresponde a cada ciclo de desarrollo. El propósito aquí es identificar y análzar la forma particular de la resistencia en el contexto actual del desarrollo capitalista: la resistencia en la frontera del capital extractivo. El argumento que avance aquí es que en las condiciones de la nueva geoeconomía y la geopolítica del capital podemos ver la transformación de la lucha de clase en una lucha por la tierra y un mejoramiento de la condición de la clase trabajadora, se trata de una lucha territorial para a) asegurar el acceso al bien común de la tierra, el agua y los recursos del suelo; b) la protección de los derechos que incluyen los derechos al modo de vivir y de
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la naturaleza de la cual los humanos son un parte integral, y c) la protección frente a las condiciones generadas por las operaciones destructivos del capital extractivo y sus impactos socioambientales negativos. Por lo tanto, podemos trazar tres ciclos en el proceso de desarrollo capitalista: el primero entre los años cincuenta y setenta, en la forma de una lucha para la tierra y para mejorar de las condiciones de la clase trabajadora; el segundo ciclo en los años ochenta y noventa plasmado en la construcción de movimientos sociales con base en el campesinado y una vasto semiproletariado formado en las condiciones del capitalismo periférico y comunidades indígenas; movimientos que activan las fuerzas de la resistencia en contra la política neoliberal, con el resultado de que a fines de la década de los noventa se generaliza el rechazo del modelo neoliberal, generando así una convicción para la emergencia de un ciclo progresista en la política orientado hacia la construcción de un desarrollo inclusivo con una activismo incluyente del Estado mediante la canalización de los recursos financieros derivados de las exportaciones de los commodities a la reducción de la pobreza, lo que ha sido nombrado el nuevo desarrollismo o neoextractivismo. Para terminar, podemos señalar que en el contexto de la nueva geoeconomía y la nueva geopolítica de capital, se presenta la formación de un nuevo ciclo de resistencia que se caracteriza por la conversión de la lucha de clase en una lucha territorial para recuperar el acceso a lo común ante las operaciones destructivas del capital extractivo.
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Algunos problemas del marxismo
Referencias Delgado Wise, Raúl (2013), «Migración mexicana altamente calificada: problemática y desafíos», Observatorio del desarrollo, 2(8). Harvey, David (14 de marzo de 2018), «Marx’s refusal of the labour theory of value», Zizek in-cite, en http://davidharvey.org/2018/03/marxs-refusal-of-the -labour-theory-of-value-by-david-harvey/ Katz, Claudio (2009), La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos, Madrid, Maia Ediciones. Katz, Claudio (2017), «Aciertos y problemas de la superexplotación», en www. lahaine.org/katz,11-9 Marini, Ruy Mauro (1973), Dialéctica de la dependencia, México, era. (1996), Procesos y tendencias de la globalización capitalista, Buenos Aires, Prometeo. Marx, Karl (1997), Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo xxi. Osorio, Jaime (2017), «Teoría marxista de la dependencia sin superexplotación. Una propuesta de desarme teórico para avanzar», en marxismoyrevolucion. org/?p=713 Sotelo Valencia, Adrián (2017), «¿Una teoría de la dependencia sin superexplotación? Mejor una teoría de la dependencia con superexplotación revisitada y actualizada», en https://www.lahaine.org/mundo.php/critica-a-la -critica-de United Nations University-International Human Dimensions Programme y Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (2012), Inclusive wealth report 2012. Measuring progress toward sustainability. Summary for decision-makers, Bonn, unu-ihdp, unep.
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Patrón de acumulación neoliberal entre Estados Unidos y México desde la óptica de José Valenzuela Feijóo1 Oscar Mañán*
Tengo el privilegio de comentar aquí un trabajo del profesor Valenzuela que, como de costumbre, toca varios aspectos de la dinámica económica y política de la región. Por supuesto, que aborda un conjunto de temas que son producto de un trabajo de muchos años, donde ha decantado un enfoque teórico marxista heterodoxo, con esto quiero decir que tiene la riqueza de tomar de forma crítica el trabajo de Marx, su esencia como método revolucionario, y nutrirlo de lo mejor del debate teórico-estratégico de las ciencias sociales críticas en América Latina. Valenzuela ya es considerado como uno de los grandes exponentes del pensamiento latinoamericano, con influencias fuertes del viejo, pero siempre nuevo, estructuralismo latinoamericano. Se podrían rastrear en los trabajos del autor, lo mejor de Prebisch, Furtado, Anibal Pinto, Ahumada, Noyola, pero a su vez, combinado con el pensamiento marxista. Yo diría que la utilización de Marx que hace Valenzuela, no es en el sentido de un método abstracto sino como método concreto que se desarrolla, para lo que también integra a los grandes divulgadores del marxismo en Profesor del Centro Regional de Profesores del Centro y de la Universidad de la República, Uruguay. Comentarios en la presentación del libro llevado a cabo en Acapulco, Guerrero; con motivo del Simposio Internacional 150 años de El capital de Carlos Marx, septiembre de 2017. *1
issn impreso 2448-5020
issn red cómputo 2594- 0899
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América Latina como Baran y Sweezy. Pero, por si esto fuera poco, es un gran lector de los grandes economistas burgueses, que distingue perfectamente al igual que Marx, de los economistas vulgares. En qué radica la fuerza del trabajo de Valenzuela, porque sin duda es un intelectual orgánico del bloque popular en América Latina, es parte activa de la lucha de los pueblos latinoamericanos por la liberación; carga en sus espalda los logros y las frustraciones de la clase obrera y sectores populares, por esto sus libros logra una síntesis viva de lo mejor del pensamiento latinoamericano. Esto, de síntesis viva, implica que el autor siempre la pone a la consideración crítica, lo que más me ha gustado siempre de Valenzuela es que valora mucho el intercambio, los trabajos serios aunque no acuerden con él, siempre que tengan una argumentación fuerte. Esto lo hace un viejo, joven. Por razones de tiempo me voy a dedicar a un aspecto muy parcial del libro que tiene que ver con las consideraciones respecto a la dimensión política que hace Pepe en su trabajo. En especial hace un completo análisis, incluso como siempre aportando una metodología para describir primero y entender después la acumulación capitalista y los problemas del patrón de acumulación (en este caso a las experiencias de México y Estados Unidos), hoy muy articulados en sus aspectos económico-políticos. Ya es un clásico Valenzuela para entender este concepto de «Patrón de Acumulación», que además de sus determinantes objetivos que él describe muy bien y apunta el soporte empírico de prueba, también resalta la importancia de las condiciones subjetivas a la hora de adelantar el sentido del cambio social. Identifica como uno de los grandes problemas del patrón de acumulación neoliberal, las insuficiencias de realización, es decir, las dificultades que tiene el neoliberalismo para absorber el potencial productivo, misma
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que lo que lo lleva a una muy magra dinámica económica. Esto refuerza la resistencia de la clase burguesa que para mantener sus ganancias sigue aumentando fuertemente la tasa de explotación por los mecanismos más retrógrados (bajando el valor de la fuerza de trabajo, vía disminución de salarios), lo que conlleva a su vez, problemas de distribución y pobreza conocidos. Pero además, ese crecimiento del excedente económico debido a una alta tasa de explotación («impropia» dice Valenzuela para las condiciones incluso de viabilidad económica del modelo) se combina con una muy baja inversión. Para pensar alternativas de salida a este patrón neoliberal, primero conceptualiza las crisis cíclicas de aquellas de carácter estructural. La crisis del 2007-2008 evidenció una crisis cíclica que además tenía raíces estructura-
les; si bien apareció una restauración cíclica momentánea esta fue «perversa» en la medida que amplía las condiciones estructurales de la misma. Por lo tanto, la salida deberá ser de un reordenamiento del funcionamiento estructural de la economía, pero a su vez, también de las condiciones subjetivas que hace a la articulación de la dominación de clases y fracciones que le dan viabilidad política-ideológica al cambio social. Sobre las salidas posibles a la crisis estructural de lo que llama Valenzuela «Patrón de Acumulación neoliberal», discutirá aquí tres alternativas posibles. La vía socialista que la ve poco «factible en el corto plazo», puede suponerse que dado el entorno de las luchas de clases y la poca capacidad actual de articulación del bloque popular en sus representaciones políticas de hoy día. Otra que podría ver más probable, ya que implica montarse en las altas formas de explotación vigente, la que tipifica con rasgos de «nacionalismo fascistoide» ya que implica grandes dosis de autoritarismo político, gasto
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militar y potenciación de la industria de guerra son algunas de sus condiciones subjetivas y objetivas que la contextualizan. Estados Unidos y algunos países europeos parecen dar pasos en este sentido. Una vía «democrático-burguesa» que implicaría asimismo un aumento de la distribución del ingreso, quizás potenciando el desarrollo de los mercados internos y la industria de sustitución; que por la ruta de moderar la tasa de plusvalía (¿quizás con una mayor carga impositiva al capital, en especial al capital transnacionalizado sea nacional o extranjero?); con ello reduciría el excedente económico dado el ingreso nacional y por allí saltar las crisis de realización recurrente del patrón neoliberal. Justamente, el trabajo de Valenzuela, sirve para reflexionar sobre la realidad de varios de los países de la región, si bien en este caso su estudio empírico refiere a las economías de México y Estados Unidos. Los ejemplos, particularmente los del sur de América, quizás con algunas variantes en la dinámica estructural, pero es posible aplicar las dimensiones políticas del patrón neoliberal que expone Valenzuela. Veamos, Brasil, Argentina y Uruguay. Estas experiencias mostraron por algún tiempo que el marco político del progresismo era el mejor para un desprestigiado patrón neoliberal que, como bien lo señala Valenzuela, se caracterizó por bajo dinamismo económico (en los 1990) retomó cierto dinamismo en los años pos-crisis del 1998 -2002; hasta la crisis 2008 donde otra vez se modera el crecimiento.
Los avances se basarían en un marco más regulado de la relación capital-trabajo, donde se profundizaría la democracia bajo los preceptos de programas de mejora de las condiciones de vida de los sectores más necesitados (básicamente asistencialistas) y políticas que rescataban como avance de las políticas neoliberales la gestión macroeconómica (bajo
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déficit fiscal, baja inflación y un tipo de cambio competitivo, apertura al mundo, menores tasas impositivas para el capital, acuerdos comerciales amplios). Cierta mejora en la distribución en el caso de Brasil y Uruguay, de la mano de programas asistencialistas, de mejora de los sectores exportadores, pero con gran aumento del grado de monopolio en la economía. En Argentina en particular, la distribución mejoró basado igual que en los casos nombrados en los altos valores de los commodities, pero a diferencia de los anteriores con una intermediación del estado en la participación de la renta de los complejos exportadores (en especial la soja). Esto posibilitó al Estado a generar cierta protección de los mercados domésticos y dadas las condiciones de salida de la crisis de deuda (de espalda a los mercados internacionales) le posibilitó cierta industrialización protegida y financiada por la renta (retenida) de los sectores graneleros. Esto funcionó básicamente hasta una nueva ofensiva de la clase capitalista que incluso forjaría la legalidad en Brasil para instalar un cambio de rumbo en el gobierno de decidido regreso al neoliberalismo. En particular, la reforma laboral que se abre camino en ese país impacta en toda la región, dada las características continentales de la economía brasileña y el cambio macroeconómico que implicaría en términos de competitividad. En Argentina, fue por la vía electoral que se implementó un cambio de gobierno, fuerte ajuste fiscal, regreso a la desregulación y apertura extrema, baja de las retenciones de impuestos y desprotección de la economía doméstica de la mano de sectores empresariales vinculados a la centro-derecha. En Uruguay, particularmente, donde el capital está teniendo retornos importantes en la última década y media, hoy la burguesía aprovecha también el impulso de los cambios en Brasil para rediscutir la institucionalidad de negociación colectiva entre el trabajo y el capital. Durante el
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progresismo, se rescataron los consejos de salarios, como forma de regular la relación capital-trabajo y generar cierta estabilidad política. La paz sindical y la dinámica económica permitieron mejorar los ingresos en los sectores obreros más deprimidos, si bien la desaceleración posterior subordinó tales mejoras a los objetivos de política económica. Ahora, lisa y llanamente puede volver a ser la variable de ajuste para la competitividad regional amenazada por la caída de costos en Brasil. Valenzuela y su trabajo invitan a pensar sobre las posibles salidas, y todos los que disfrutan su seminario, tienen una oportunidad invaluable para reflexionar sobre sus realidades, locales, regionales y nacionales; pero también su lugar en la construcción de un mundo mejor.
Referencias Valenzuela, José C. (2017), De la crisis neoliberal al nacionalismo fascistoide, México, Universidad Autónoma Metropolitana.
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Colaboradores
Dennis C. Canterbury. Profesor del Departamento de Sociología, Antropología y Trabajo Social de la Universidad Estatal del Este de Connecticut, Estados Unidos. Ha sido profesor visitante en el Instituto de Estudios del Desarrollo y en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Cape Coast, Ghana. Fue ganador del premio a la investigación de todo el sistema de la Universidad Estatal de Connecticut en 2009. Autor de Neoliberal Democratization and New Authoritarianism (Ashgate, 2005), Capital Accumulation and Migration (Haymarket Books, 2014), European Bloc Imperialism (Haymarket Books, 2012) y Capital Accumulation and Migration (Brill, 2012). Sus intereses de investigación están en el desarrollo sostenible, la globalización neoliberal y las asociaciones económicas internacionales. Mateo Crossa Niell. Maestro del Posgrado de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), titulado con un trabajo sobre la industria maquiladora de exportación en Centroamérica. Doctorante en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas (uaz) y de Estudios Latinoamericanos de la unam. Investiga el mundo de trabajo en la industria del automóvil en México y Estados Unidos. Autor de Honduras: maquilando subdesarrollo en la mundialización y codirector del documental
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Made in Honduras (2014) sobre la lucha de las trabajadoras de la maquila en Honduras. Correo e: mcrossa @gmail.com Oscar Mañán. Profesor del Departamento de Sociología del Centro Regional de Profesores del Centro-cfe-anep, Florida, Uruguay; Coordinador de la Unidad Curricular de Economía de América Latina, Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económica y Administración, Universidad de la República, Uruguay. Especialidad en Economía del Desarrollo, particularmente en la crítica al (neo) desarrollismo latinoamericano. Investigador activo del Sistema Nacional de Investigadores-Agencia Nacional de Investigación e Innovación (anii). Asesor del Departamento de Estado y Presupuesto de la Confederación de Funcionarios del Estado (cofe). Miembro del Consejo de Asesores del Instituto de Estudios Sindicales «Universindo Rodríguez» (inesur). Autor de varios artículos en revistas especializadas, capítulos de libro y libros producto de investigación y difusión en Ciencias Sociales. Líneas de investigación: el Estado en América Latina, vicisitudes de la administración pública en Uruguay, automatización y tercerización del trabajo en la administración ública uruguaya. Coordinador del proyecto: «Discursos y relatos progresistas en el Cono Sur, auge y decadencia. La crítica implacable de la realidad». Katherine Pose. Estudiante del Profesorado de Sociología en el Centro Regional de Profesores del Centro, Consejo de Formación en Educación (cfe), Administración Nacional de Educación Pública (anep), Florida, Uruguay. Ha presentado trabajos de investigación en varios foros académicos como las Jornadas Estudiantiles en el cerp Centro, Florida (2016, 2018); Curso de Verano en el Instituto de Profesores Artigas, Montevideo, Uruguay (2019). Algunos
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de sus trabajos son «San Cono, antes y después: mirada sociológica de su festividad» con Ana Paula Fierro; «Un debate inacabado, sobre la precariedad del trabajo sexual»; «Uruguay: el país de los recuerdos» con Florencia Portal. Actualmente participa en el proyecto «Discursos y relatos progresistas en el Cono Sur, auge y decadencia. La crítica implacable de la realidad». Humberto Márquez Covarrubias. Docente investigador de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Doctor en estudios del desarrollo por la misma universidad. Director de las revistas Estudios Críticos del Desarrollo y Observatorio del Desarrollo. Investigación, Reflexión y Análisis. Autor de El mundo al revés. La migración como fuente de desarrollo (Miguel Ángel Porrúa, 2012), Diccionario crítico de migración y desarrollo (Miguel Ángel Porrúa, 2012), Espejismos del río de oro. Dialéctica de la migración y el desarrollo (MAPorrúa, 2012), Privatización de los bienes comunes (Miguel Ángel Porrúa, 2017). Miembro de la Red Internacional de Migración y Desarrollo y del Sistema Nacional de Investigadores. Autor de varios libros, capítulos y artículos sobre capital, Estado, movimientos sociales, crisis y alternativas. Carlos Montaño. Doctor en Servicio Social y Profesor Asociado de la Universidad Federal de Río de Janeiro (ufrj). Autor de los libros Microempresa na era da globalização (Cortez, 1999), Terceiro Setor e Questão Social (Cortez, 2002), A Natureza do Serviço Social (Cortez, 2007) e Estado, Classe e Movimento Social (Cortez, 2010, en coautoría). Es Coordinador de la Biblioteca Latinoamericana de Servicio Social (Cortez). Fue miembro de la Dirección Ejecutiva de la Asociación Latinoamericana de Enseñanza e Investigación en Servicio Social (alaeits, 2006 -2009) y Coordinador Nacional de Relaciones Internacionales
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de la Asociación Brasileña de Enseñanza e Investigación en Servicio Social (abepss, gestiones 2009 -2010 y 2011-2012). Realizó un posdoctorado (por capes)
en el Instituto Superior Miguel Torga (Coimbra, Portugal) entre 2009 y
2010. Coordinador del Núcleo de Estudios Marxistas sobre Política, Estado,
Trabajo y Servicio Social (petss/ess-ufrj). Benjamin Selwyn. Profesor de Relaciones Internacionales y Desarrollo Internacional en la Universidad de Sussex, Reino Unido. Autor de Workers, State and Development in Brazil: Powers of Labour, Chains of Value (Manchester University Press, 2012), The Global Development Crisis (Polity, 2014) y The Struggle for Development, Kindle 2017). Sus líneas de investigación y enseñanza se encuentran en la intersección de la economía política (internacional) y la sociología del desarrollo. Los temas de interés de su trabajo son el análisis relacional de clase de la historia del capitalismo global, la economía política de América Latina, las cadenas de valor globales, los Estados y el desarrollo capitalista tardío, las teorías del desarrollo, el género y el desarrollo, la cuestión agraria, los movimientos sociales y el análisis del trabajo, la pobreza y la riqueza, el posneoliberalismo y las alternativas al capitalismo. Henry Veltmeyer. Docente investigador de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Ha sido profesor de sociología del desarrollo por más de tres décadas. Fue fundador de los programas de Estudios del Desarrollo en Saint Mary’s University y en la Universidad Autónoma de Zacatecas, así como de la red de Estudios Críticos de Desarrollo (Critical Development Studies). Fue presidente de la Asociación Canadiense para los Estudios del Desarrollo (casid) y editor en jefe de la revista Canadian Journal of Development Studies. Es especialista
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en teoría del desarrollo, economía política de la globalización y desarrollo local, desarrollo capitalista en el contexto de América Latina, con énfasis en el desarrollo rural y los movimientos sociales. Autor y compilador de más de 40 libros y numerosos artículos publicados en revistas de prestigio. Algunos de sus libros han sido traducidos en varios idiomas. Entre sus publicaciones recientes se encuentran The New Extractivism in Latin America e Imperialism and Capitalism in the 21st Century, en coautoría con James Petras.
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Editorial La sonrisa del fantasma. El ideario de una sociedad sin clases Humberto Márquez Covarrubias
Artículos Actualidad y vigencia del marxismo en el siglo XXI Carlos Montaño Manifiesto para el desarrollo socialista en el siglo XXI Benjamin Selwyn Mateo Crossa Niell Capitalismo extractivo, imperialismo extractivo e imperialismo: una aclaración Dennis C. Canterbury Interpelación al siglo XXI desde el pensamiento crítico. Una lectura contemporánea del capitalismo desde El capital y otros textos Humberto Márquez Covarrubias Pepe Mujica: deconstruyendo el discurso que cautivó al mundo Katherine Pose Oscar Mañán
Debate Algunos problemas del marxismo Henry Veltmeyer
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