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¡Bienvenidos a esta experiencia maravillosa de la Lectio Divina! En La Palabra está la vida (Jn 1,4). Nos sentamos a los pies del Verbo como oyentes, lo contemplamos y palpamos con nuestras manos (1 Jn 1,1) para sentir por propia experiencia cómo cada una de sus palabras “son Espíritu y Vida” (Jn 6,63) y quedar impregnados de Él. La Palabra está en el principio de todo. Por eso en cada jornada recomenzamos desde el Señor mismo para que, escuchándolo, podamos hacer del día entero una respuesta a su querer, siempre dispuestos a poner nuestros pasos en sus huellas y contribuir en cada actividad con su nueva creación. Así confesamos que verdaderamente él es el primero y el Señor, “Deus prior”, y que la mayor alegría de nuestra vida está en caminar en y trabajar por su proyecto. 1. La Lectio Divina, una experiencia de Dios en la Palabra La Lectio Divina es un itinerario que realizamos de la mano de la Palabra de Dios en la Escritura Santa. En él se crea el espacio personal y comunitario que se requiere para un acontecimiento, esto es, que Dios mismo, el Dios que se ha mostrado su rostro y ha ofrecido su salvación en la historia de un pueblo y en Jesús de Nazaret, ¡viene a nuestro encuentro! La Lectio Divina es fundamentalmente un ejercicio de escucha y acogida, de reacción y respuesta, realizado por los caminos de la oración, de ahí su tinte dialogal. Por la escucha no sólo aprehendemos conceptos sino que ante todo acogemos una Presencia. Cada encuentro nos muestra un poco más del rostro del Señor y también del nuestro, hasta que nos acogemos y nos entregamos mutuamente: el que puso su morada “entre nosotros” (Jn 1,14) habita finalmente “en” nosotros (Jn 14,23), entonces permanecemos en él y él en nosotros (cfr. Jn 15,5). La Lectio Divina es una lectura encarnatoria. Vivir en la Palabra es permitir que ella haga germinar en nosotros la vida de la que es portadora (cfr. Is 50,10-11; Mt 13,18-23). Se puede, incluso, decir que se trata de una lectura mariana de la Escritura porque al ponernos ante cada página como ante una nueva anunciación, con su nueva gracia, apelo y misión, lo normal es que terminemos diciendo: “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). En el encuentro entre el Dios de la Palabra y el corazón humano, al interior del itinerario de la Lectio Divina, siempre ocurre algo nuevo y nunca quedamos de la misma manera. La palabra viene como el pan fresco todos los días. Luego vemos cómo todo, sin que nos demos cuenta, empieza a cambiar. Poniendo su Palabra en nuestro interior el Señor renueva su alianza (cfr. Jr 31,33) y hace de nosotros un texto viviente y significativo “escrito no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3,3). Así “nos vamos transformando en su imagen” (2 Cor 3,18).


Por esto la Lectio es Divina, o sea, honda experiencia de Dios. Esto la distingue de cualquier otro tipo de lectura de la Biblia. Ella es un ejercicio conducido por aquél que está siempre ligado a cada soplo de la Palabra: el Espíritu Santo. Él que “todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1 Co 2,10), el mismo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza” (Rm 8,26), nos sumerge en la conciencia, cada vez más profunda, de la relación filial con el Padre (cfr. Gal 4,6). La Lectio Divina cada uno la vive con su ritmo y con las características de su personalidad espiritual, pero ella encuentra su mejor expresión cuando la realizamos en comunidad. Acogemos la Palabra y nos alimentamos de ella como del pan que el Padre provee cada día para su familia (cfr. Mt 6,11; Lc 11,4-13). En esta conciencia de hijos nos acogemos también como hermanos, redescubrimos nuestra identidad en un Dios común y nos comprometemos a trabajar para que el pan, y toda la fraternidad y justicia que en torno a él genera, no se quede sólo en nuestra mesa. Nuestro encuentro con la Palabra, en el itinerario de la Lectio Divina, será comunitario. La escucha en común es más que la suma de experiencias personales, es la ratificación de la alianza entre Dios y su comunidad, dinamismo que edifica el cuerpo comunitario. En la escucha conocemos y, conociendo, crecemos en el amor. Así participamos en el ser mismo de Dios. No es por casualidad que la dinámica central de toda la Escritura se apoya en los dos verbos del Shemá, recitado también por Jesús. Después de “¡Escucha!” viene el “¡Amarás!” (cfr. Dt 6,4-5; Mc 12,39-30). En la vida de nuestras comunidades vemos con frecuencia cómo la Lectio termina en ágape. 2. Isaías y Jesús: la Palabra hace brotar la justicia En sintonía con el tema de esta Asamblea Plenaria “La Palabra de Dios: fuente de reconciliación, justicia y paz”, nuestra Lectio se apoyará en textos de Isaías 55 y de Mateo 5. No perdemos de vista la unidad de la Palabra en al Antiguo y el Nuevo Testamento, ambos se remiten como promesa y cumplimiento. El hilo conductor entre los textos escogidos puede resumirse en la frase: la Palabra hace brotar la justicia. La experiencia pastoral nos muestra cómo numerosas comunidades en diversos lugares del mundo viven positivas transformaciones cuando se congregan y se ponen a la escucha de la Palabra. Fue también la vivencia de la comunidad de los exiliados en tiempos del Segundo Isaías y de la comunidad de Mateo. La imagen del agua que fecunda la tierra sedienta por la aridez es tremendamente evocadora del inmenso poder regenerativo que tiene la Palabra de Dios. Vamos a ponernos humildemente bajo esta misma Palabra para experimentar que esto siempre es así. Durante la Asamblea realizaremos nuestros análisis y enfrentaremos los desafíos que se plantean a la pastoral bíblica desde esta perspectiva. Por lo pronto, cada mañana queremos modestamente hacer la vivencia. Abordaremos los textos en dos etapas: -

En la primera nos situaremos en la ruta de Isaías 55: “La Palabra revitaliza un pueblo en aridez”. Nos pondremos a la escucha de la Palabra de Dios que está en tres pasajes: (1) Isaías 55,1-3ª; (2) Isaías 55,6-7; y (3) Isaías 55,8-13.

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En la segunda entraremos en la ruta del Mesías Jesús: “La Palabra del Reino germina en justicia, reconciliación y paz”. Nos pondremos a la escucha del Evangelio en dos pasajes del Sermón del Monte: (1) Mateo 5,1-12; y (2) Mateo 5,43-48.


Antes de entrar en cada uno de los itinerarios, nos permitiremos por cuenta propia familiarizarnos con el contexto, así como cuando contemplamos globalmente los paisajes antes de entrar en los detalles. 3. Una dinámica para el Encuentro con la Palabra Los pasos que se proponen para los Encuentros con la Palabra en esta Asamblea tienen como base los clásicos de la Lectio Divina: preparación, lectura, meditación, oración y contemplación. Con todo, en esta ocasión nos inspira la rica imagen de la experiencia de la Palabra en Is 55, 1.6.10-11: (1) Palabra que convoca: “Vengan por agua” (Is 55,1). Acogida de los participantes y ambientación general por parte del animador. -

Saludo y acogida.

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Invitación a la oración: un Salmo para comenzar.

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Introducción: anuncio del tema y signo.

(2) Palabra que suscita búsqueda: “Invóquenlo” (Is 55,6). Disposición interior para la escucha. -

Canto oracional.

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Breve silencio.

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Súplica del Espíritu Santo.

(3) Palabra que empapa la tierra (Is 55,10). Proclamación del texto. -

Lectura.

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Relectura.

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Eco.

(4) Palabra que fecunda la tierra (Is 55,10): Apropiación del texto. -

Algunas pautas para la meditación.

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Preguntas y silencio para la respuesta personal.

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Puesta en común.

(5) Palabra que germina y fructifica (Is 55,10): Oración a partir del texto meditado. -

Oraciones espontáneas a partir del texto: gratitud, perdón, súplica, entrega.

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Canto.

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Compromisos que se suscitan.

(6) Palabra que no regresa vacía: “¡Para esto la envié!” (Is 55,11): Conclusión de la Lectio. -

Pequeño compartir sobre lo que nos dejó el encuentro (primero, tercer y último día).

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Breve síntesis del encuentro por parte del animador.

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Padre nuestro y Bendición.


4. Tres tips importantes para el logro de una buena Para que logremos el fin que nos proponemos, esto es, una experiencia de Dios vivida en comunidad, tengamos presentes los siguientes tips: (1) Tengamos a la mano el texto bíblico Parece elemental, pero no lo es. El texto bíblico es, junto con el libro de nuestra vida, referente esencial en la Lectio Divina, el terreno a partir del cual vamos a hacer el itinerario. Eso sí, llegará un momento en que el texto escrito pasará provisionalmente a un segundo plano, esto ocurrirá a partir de la oración. Dejemos que el Señor está escriba sus palabras en nuestro corazón. (2) Mantengamos el ambiente de silencio/escucha El silencio es la matriz por la cual se nos comunica la Palabra. Para escuchar hay que callar. El silencio es un gran amigo en la Lectio Divina. No es suficiente el silencio externo, también hay que callar el barullo interior que tanto nos dispersa. Dispongamos nuestro interior para gozar la visita del Señor. (3) Cultivemos la fraternidad La Palabra genera comunidad y la comunidad es el criterio hermenéutico de la Palabra. La comunidad no se da en simple hecho de estar juntos sino en el compartir: cuando escrutamos el texto, cuando le respondemos al Señor en oración y cuando buscamos consensos sobre lo que la Palabra nos pide hacer. Entreguémonos recíprocamente con humildad y desde el corazón, abiertos a la amistad, como lo hizo Jesús con sus discípulos: “Os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Juan 15,15). Por cierto, para que el compartir sea fraterno, bien nos viene tener en cuenta los consejos de San Basilio (siglo IV): “Hablar conociendo el tema, preguntar sin querer discutir, responder sin arrogancia, no interrumpir a quien habla, si dice cosas útiles, no intervenir con ostentación, ser medidos en el hablar y en el escuchar, aprender de los otros sin avergonzarse, enseñar sin pretender imponer, no esconder lo que se ha aprendido de los otros” 5. Algunas indicaciones para los Animadores del Encuentro con la Palabra Para facilitar la dinámica, cada grupo de encuentro con la Palabra contará con la ayuda de un animador.


Las tareas del animador son: (1) Preparar previamente la dinámica que se va a seguir y delegar tareas entre los compañeros. (2) Motivar y acompañar todas las etapas de cada encuentro para que se puedan recorrer dentro del tiempo disponible y encaminarlo adecuadamente hacia su fin. (3) Moderar el uso de la Palabra, estimular las intervenciones, integrarlas y regularlas. La presencia del animador no anula el protagonismo del grupo entero. De todas maneras, a lo largo de los encuentros, el animador nos ayudará a cultivar: (1) El clima de oración para que la Lectio sea “Divina”. (2) La apertura al Espíritu para que la Lectio no se vuelva esquema rígido. (3) El contacto directo con el texto bíblico. (4) La empatía dentro del grupo para que pueda generarse una comunidad fraterna de la Palabra. (5) El respeto y la valoración del ritmo que va tomando cada grupo. En fin… Dispongámonos ahora para entrar en los caminos siempre sorprendentes de la Palabra de Dios para dejarnos fascinar por el Dios de la Palabra. Sea nuestra motivación la del orante del Salmo 42 cuando dice: “Como jadea la cierva, / tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, / en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, /del Dios vivo: ¿Cuándo podré ir a ver / el rostro de Dios?” (Salmo 42,2-3)


En los tres primeros Encuentros de la Palabra vamos a hacer la Lectio Divina de Isaías 55,1-13. Como una sencilla ayuda para una mejor inmersión en los textos, sugerimos prepararnos con una breve contextualización. 1. Del desencanto a la esperanza Nos situamos en la página conclusiva del Segundo Isaías (55), la cual conecta en algunos puntos con su introducción (40): el regreso de los exiliados, el perdón y el rol de la Palabra en este proceso. Escrito quizás en el contexto del regreso del exilio (540 aC, aprox.), el Segundo Isaías quiere fortalecer al pueblo en la certeza de la Palabra de Yahvé de que, por increíble que parezca, viene un tiempo nuevo. Como se nota desde el comienzo: “¡Grita!”… “¿Qué he de gritar?”… “La hierba se seca, la flor se marchita, mas la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre” (Is 40,6.8). Con este mismo propósito, en la conclusión, el profeta anima la esperanza del pueblo comparando la Palabra la promesa de Yahvé con la regularidad estacional y la capacidad regeneradora de la lluvia y la nieve (cfr. 55,10-11). Esta experiencia de la Palabra está estrechamente relacionada con el éxodo nuevo que Yahvé realiza con su pueblo después de la desgracia. 2. La mediación del “Servidor” En el nuevo éxodo juega un papel muy importante el personaje conocido como el “Servidor”. Conocemos los cuatro cantos que describen la persona y la misión de este “servidor” de los propósitos salvíficos de Yahvé (los cuatro cánticos: Is 41,1-9; 49,1-6; 50,4-9; 52,13-53,12). En este “Servidor” se entrecruza la historia del profeta y la del pueblo, la historia de Israel en el exilio y de la que vendrá en la plenitud de los tiempos. El “Servidor” se presenta desde el principio como servidor de la “justicia”: es “llamado en justicia” (Is 42,6) y para la justicia (Is 42,3-4). En el ejercicio de su misión encomendada por Dios, su servicio es traer a la libertad (Is 42,7), renovar la alianza de Dios con el pueblo y hacer irradiar en el mundo entero la salvación de Dios (Is 42,6; 49,6). Este “Servidor” que congrega en torno al proyecto salvífico del Dios de la vida (Is 42,5), vive él mismo una profunda relación con Dios, por quien es amado. Su existencia es toda una obra de Dios. Yahvé lo eligió, lo ungió (Is 42,1), lo creó (49,1), lo entrenó (49,2), le sostuvo sus energías (Is 49,8) y lo defendió (Is 50,7.9). El siervo, por su parte, siempre estuvo atento a la Palabra del Señor, de ella se hizo discípulo (Is 50,4-5) y fue fiel hasta el final con la entrega total de sí mismo (Is 53,10).


3. El nuevo paso en la obra de Dios 3.1. Punto de partida: un rostro deshumanizado El Siervo pasó por el horror de la humillación y el menosprecio de la persona, hasta el punto que ya ni parecía persona. Pero Dios intervino: “Así como se asombraron de él muchos / –pues tan desfigurado tenía el aspecto / que no parecía hombre ni su apariencia era humana– / otro tanto se admirarán muchas naciones; /ante el cerrarán los reyes la boca, / pues lo que nunca se les contó verán” (Is 52,14-15). El menosprecio de la persona del servidor por parte de las multitudes tiene que ver con el juicio de su apariencia: “No tenía apariencia ni presencia; / le vimos y no tenía aspecto que pudiéramos estimar. / Despreciable y desecho de hombres, / varón de dolores y sabedor de dolencias, / como uno ante quien se oculta el rostro, / despreciable, y no le tuvimos en cuenta” (Is 53,2-3). Pero como sabemos por 2 Sm 16,6, el hombre “mira las apariencias” pero Yahvé “mira el corazón”. Ahora Dios le calla la boca a los grandes del mundo haciendo algo nuevo. 3.2. La intervención de Dios: De la tierra árida brotó una raíz La destino final del Servidor es descrito por Dios en su promesa: “Prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera” (Is 52,13). Aquellos gobernantes que se glorificaban a sí mismos cambiando el proyecto de Yahvé por lo que les engrandecía a sí mismos (cfr Is 2,12-17), verán la grandeza del siervo (Is 53,12): la vida aniquilada del siervo será notablemente fecunda, hasta el punto de convertirse en punto de partida de una nueva generación: “Verá descendencia, alargará sus días” (Is 53,10). Él es la imagen de un pueblo nuevo que no le hace juego a la violencia ni al fraude para lograr sus propósitos. Por el contrario, todos los males que ensombrecen al pueblo y que han sido descritos desde el comienzo de la profecía (“enfermedad”, “herida”, “pecado”, “rebelión”; ver Is 1,1-9) se los echa sobre sus espaldas y ofrece su vida “en expiación” (Is 53,10). Un giro inesperado sucede: la descendencia del Servidor es el fundamento de una nueva dinastía que supera la dinastía davídica incapaz de llevar a cabo el proyecto de vida y de justicia de Yahvé. Él es “raíz (que brota) de tierra árida” (Is 53,2), el retoño de un largo invierno en el cual se asoma la esperanza de vida nueva. 3.3. Brota la esperanza: ¡Canta de alegría, madre y esposa de la vida! “Grita de júbilo… rompe en gritos de júbilo y alegría” (54,1). Sión es invitada a acoger esta nueva dinastía con alegría, en calidad de esposa de Yahvé y madre de los hijos-siervos de Yahvé. Los antiguos lamentos quedan atrás. Era como mujer estéril En el pueblo había una gran sensación de impotencia: ¿Seremos capaces? ¿No seremos muy pocos y pequeños para aportar salvación y vida al mundo? El pueblo había dicho: “Hemos concebido, tenemos dolores como si diésemos a luz viento” (26,18). Incluso el rey Ezequías, en quien muchos habían visto al rey ideal, había comparado a Jerusalén asediada con una mujer que da a luz con dificultad: “Los hijos están para salir del seno, pero no hay fuerza para dar a luz” (37,3).


La incapacidad era tan grande que incluso se identificaron con la imagen de la mujer estéril (54,1). El vientre, espacio sagrado de la vida, estaba seco como la tierra árida del desierto. Ahora, el pueblo que parecía sin futuro representado en la mujer “que no ha dado a luz… que no ha tenido dolores” (54,1), es invitado a recibir una descendencia tan numerosa que debe “ensanchar el espacio de su tienda y correr la cortina de sus cuartos” (54,2). La promesa de Yahvé a David, por medio de Natán (1 Sm 7,5-6), se revive: es Dios quien construye una casa-descendencia, hecha con los hijos del pueblo. Esta es bella y sólida, “en justicia consolidada”, sin “opresión” ni “terror” (54,14). Estaba como esposa abandonada El pueblo se había visto a la deriva: “Estas dos cosas te han acaecido –¿quién te conduele? – / saqueo y quebranto, hambre y espada –¿quién te consuela?– / Tu hijos desfallecen, yacen, en la esquina de todas las calles” (51,19-20). Había un sentimiento de desvalimiento, de abandono: “Yahvé me ha abandonado, el Señor me ha olvidado” (49,14). En consecuencia, como andando sin norte y sin proyecto: “No hay quien la guíe… ni quien la tome de la mano” (51,18). El pueblo sabía que la identidad y la fuerza de su proyecto provenían de la alianza sellada con Dios. Era como una esposa. Pero durante el exilio se veía como “joven avergonzada” (54,4), como “esposa repudiada” (54,6) o “vendida al enemigo” (50,1), como “viuda agraviada” (54,4). Expuesta como estaba en su desprotección ante quien se aprovechaba de su situación era la “pobrecilla, azotada por los vientos” (54,11). Pero esto no volverá a pasar, una buena noticia se escucha: Yahvé, el esposo de Sión (ver 50,1), quiere renovar su alianza con la esposa abandonada. Para ello la atrae con una explosión de amor misericordioso: “Con amor eterno te he compadecido… No me irritaré más contra ti… Mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá” (54,610). En el abrazo a la madre está el de los hijos. Yahvé es el padre de los hijos de Sión y, paradójicamente, estos “hijos” también son la descendencia prometida al Siervo, ya que por primera vez en este libro la palabra “servidores” aparece en plural para designarlos (54,17). Estos hijos, que son “siervos”, así como el “Siervo” en 50,4, también se hacen discípulos de la Palabra: “Todos tus hijos serán discípulos de Yahvé” (54,12; cfr. El círculo del profeta en 8,16). Esta es la fuente de la alegría, la justicia y la paz que recibirán como herencia y victoria (54,17). Los hijos de esta alianza renovada que consolida en la justicia serán discípulos y servidores de la Palabra de Yahvé. Es esta Palabra, que es palabra-promesa, en la que ahora se centra la atención. 4. El canto de respuesta Llegamos al momento alto de esta historia de amor que salva. Dios va mucho más lejos que antes haciendo una renovación radical en contenido y forma de las promesas a David. 4.1. Voces en polifonía Esta última parte de la profecía del segundo Isaías, que abarca todo Is 55, es un diálogo con toda la fuerza evocadora de una poesía, el cual contiene a su vez, toda la carga de un drama. Podemos escuchar ante todo las voces de Sión personificada (55,1-3ª. 6-7) y de


Yahvé (55,3b-6. 8-13). El profeta, por su parte, introduce brevemente su comentario en dos ocasiones para señalar la causa y el alcance de la nueva obra realizada por Yahvé (55,5c.13b). La gran protagonista es la “palabra”: ella es el alimento sustancioso que ofrece la señora Sión (55,3a), es la promesa que se cumple (55,3b), es el proyecto de Dios (55,8); ella se presenta como vivificante (55,3ª), amorosa y fiel (55,3b), muy diferente a la del hombre (55,8-9), eficaz y poderosa (55,10-11) y como la encargada de una misión (55,12-13ª). 4.2. Un diálogo dramático Teniendo en cuenta las voces, el capítulo vemos cómo el diálogo se va desarrollando en seis etapas basadas cada una en la anterior: (1) En primer lugar, una voz, probablemente de la señora Sión, plenamente identificada con Yahvé llama e invita a un grupo de gente pobre para venir y gozar de la alegría y la vida en abundancia que hay en ella (55,1-3ª). (2) De esta forma prepara para “venir y escuchar” la Palabra del Señor, quien, volviendo a su pueblo sin que se lo pidan, anuncia la firma de la “alianza eterna” prometida a David (2 Sm 7,16) y el liderazgo de su pueblo frente a las naciones (55,3b-5ª) (Según Hechos 13,34, la promesa a David se cumple en Jesús). (3) El comentador deja sentir su voz para señalar la causa de esta acción del Señor (55,5b). (4) Luego se vuelve a escuchar la voz de la señora Sión que anuncia el don del perdón de Yahvé. Los convocados para esta alianza son sanados de sus faltas y errores, pero para ello deben buscar a Yahvé y convertirse (55,6-7). (5) Enseguida se hace sentir de nuevo la voz de Yahvé (55,8-13ª) quien ahora muestra la naturaleza de su Palabra y el poder con que obra. Lo hace con tres grupos de metáforas, todas ellas construyendo paralelos: la de los caminos/proyectos (que señala la distancia entre los proyectos humanos y los divinos; 55,8-9), la de la lluvia/nieve y su ciclo en los cultivos (que señala cómo el Señor interviene salvíficamente nuestra historia; 55,10-11) y la de los árboles que festejan y los hierbas malas que son sustituidas por nuevos sembrados (que señala cuál es la misión para la cual la palabra fue enviada; 55,12-13ª). Tenemos toda una experiencia de la vitalidad de la Palabra. (6) Finalmente el profeta pone el sello final con un comentario que relee todo lo anterior como “signo eterno e imborrable” que exalta el nombre de Yahvé. El interlocutor aparece siempre en plural comunitario, se trata de los hijos de Sión, quienes son los discípulos-servidores que se han venido perfilando en los últimos capítulos. Pero también, por supuesto, nosotros los lectores, quienes somos los invitados de todas las naciones convocadas para la comunión profunda con el Señor que se ha revelado en la historia y para recibir y expandir por doquier las bendiciones que nos anuncia y que obra en nosotros con su Palabra eficaz que todo lo fecunda y lo transforma. 4.3. De la Palabra nace un pueblo con rostro humano Tenemos así una respuesta a la cuestión dolorosa de la fidelidad de Yahvé a sus promesas. Del “Siervo” humillado y despreciado, Yahvé ha hecho un pueblo de siervos en que se realiza el proyecto del Señor para los hombres, el cual es puesto como descendencia de David el “líder” de las naciones. Y todo esto en una nueva pascua que se hace acontecimiento por medio de la fuerza irresistible de la Palabra de Yahvé.


Lo que brota de la Palabra es un pueblo renovado “consolidado en justicia”, alegría y paz, donde no hay opresión ni terror (54,14ª). Luego, la obra de Yahvé con este grupo de siervos queda constituido como “signo” que interpela proféticamente a un mundo que sigue generando nuevos exiliados –personas desfiguradas en su rostro y dignidad– y lo convoca para beber y vivir del don de vida que está en la Palabra del Señor, la cual está en capacidad de saciar sus más profundas esperanzas y suscitar los dinamismos internos que se requieren para que todos habiten su tierra con justicia y dignidad.

Segundo itinerario En la ruta de Jesús: La Palabra del Reino germina en Justicia, reconciliación y paz En los próximos dos encuentros entramos, ya en la plenitud de los tiempos, de aquel que no vino “abolir la ley y los profetas sino a darles plena realización” (Mt 5,17): Jesús el misionero del Reino (Mt 4,17) cuyo programa presenta desde el principio como “cumplimiento de toda justicia” (Mt 3,15). Él le enseña a todo discípulo suyo a buscar prioritariamente “el Reino y su justicia” (Mt 6,33). Sigamos su ruta en el Evangelio de Mateo, específicamente en algunos pasajes del Sermón de la Montaña (Mt 5-7). El evangelista Mateo presenta el tema de la “justicia” como hilo conductor de su narrativa. 1. El ministerio de Jesús: compromiso con la justicia En el evangelio de Mateo, dos de las bienaventuranzas hablan de la “justicia”: -

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán saciados” (5,6);

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“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos” (5,10).

Estas bienaventuranzas se refieren al compromiso por conseguir la justicia y del costo que ésta tiene. Ellas son, en primer lugar, un comentario al retrato de Jesús mismo hecho por Mateo y del contenido de su ministerio. Todo el ministerio de Jesús es un compromiso por la justicia y su desenlace fatal en la cruz es consecuencia de la hostilidad que ésta suscita. 1.1. Palabras programáticas Las primeras palabras de Jesús, ante Juan Bautista, enuncian la cualidad fundamental de su misión: “Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia” (3,15). El significado fundamental del término “justicia” en Mateo se deriva de las nociones bíblicas de la “justicia” de Dios, es decir, de las intervenciones salvíficas que Yahvé realiza fielmente a beneficio de Israel. Viceversa, la “justicia” humana se refiere a la totalidad de la fiel respuesta del hombre a la justicia divina. Se puede decir que el israelita “justo” es el israelita fiel que respeta con lealtad la Alianza.


Por tanto, si Jesús se refiere a la “justicia” de Dios como a algo de lo cual se debe estar hambrientos (5,6), es porque vive de ella. Como existencia fiel a la realización del proyecto de salvación de Dios, por ella se juega el precio de su vida (5,10). Jesús “cumple toda justicia” (3,15): es la demostración del pleno significado de la justicia. En cuanto “Dios con nosotros” (Mt 1,23), encarna la expresión suprema del amor y de la fidelidad de Yahvé hacia Israel y, al mismo tiempo, revela plenamente lo que implica para la justicia humana. 1.2. Justicia en acción La verdadera naturaleza de la justicia de Dios hacia Israel, se encuentra en la misericordia que se expresa en la reconciliación (cfr. 5,43-48; 18,14.23-35). Para Jesús, es en esa dirección apunta que la ley (cfr. 7,12; 22,34-40). La cercanía del Reino que viene del Padre (cfr. Mt 6,10) es traducida por Jesús en una misericordia que escandaliza (cfr. 11,6): subordina las exigencias del sábado y las normas sobre la pureza al primer mandamiento del amor, restituye salud y belleza al pueblo de Dios y reinserta en la comunidad a los excluidos, por ejemplo: el leproso, el centurión, la suegra de Simón, los endemoniados (cfr.8,1-34), el paralítico, el cobrador de impuestos, la hemorroísa, la hija de Jairo y dos ciegos (cfr. 9,1-34). Y sin dejarse vencer por la fatiga, Jesús propone una y otra vez su mensaje de reconciliación: -

Que es necesario dejar la ofrenda ante el altar y volver a reconciliarse tonel hermano o la hermana (5,23-24);

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Que si miembro de la comunidad se ha equivocado no debe ser despreciado sino recuperado (18,10-14);

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Que el discípulo debe perdonar como perdona Dios, generosamente y de corazón (18,23-35).

Estas curaciones y estas enseñanzas de Jesús sobre el amor, el perdón y la inclusión no pretenden ser algún tipo de filosofía práctica o etiqueta de comportamiento. Desde Mt 3,15 ha dicho que es por causa de la justicia. Su actuar es visto por muchos y se constituye en un profundo desafío a los valores y prioridades que gobiernan las cotidianas relaciones humanas. 1.4. El precio de la justicia La misión de justicia de Jesús es vista por sus adversarios como peligrosa y recibe un rechazo tenaz. Pero no hay que temer este tipo de conflicto. Los discípulos son reconocidos como “bienaventurados”… “cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa” (5,11). El discípulo de Jesús no debe oponer resistencia a la ofensa sino, por el contrario, “poner la otra mejilla” (5,39) como signo de la nueva ley de amor predicada por Jesús. El vértice de la enseñanza de Jesús sobre la Ley, y al mismo tiempo advertencia de cuánto cueste llevar a la práctica su justicia, es el mandato sorprendente “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persigan” (5,44).


El amor por el enemigo en lugar de la venganza y de la violencia, no es una estrategia para sobrevivir, sino consecuencia de la experiencia que los discípulos hacen de la misericordia de Dios: amar al enemigo es mostrar que se es hijo o hija de “Vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (5,45). 1.5. Camino de la justicia… camino de la Cruz Jesús asume el precio de esta justicia hasta el último momento y sobre todo en el último momento. Él siguió proclamando con palabras y acciones su mensaje de amor, sin cansarse, hasta el momento de la muerte. A pesar de todo, ni la amenaza de la persecución, ni la de la muerte, detienen a Jesús en su búsqueda de la justicia de Dios. Y cuando a la hora desenlace sus enemigos hacen complot para culparlo y capturarlo, el Hijo de Dios rechaza el camino de la violencia y de la venganza. Fiel a su enseñanza en el Sermón del Monte, Jesús rechaza explícitamente el empuñar la espada para oponer resistencia a las amenazas brutales de sus adversarios (cfr. Mt 26,5254). En la mañana pascual, en un gesto increíble de reconciliación –tal como había enseñado– llama a los discípulos que le habían dado la espalda “mi hermanos” (28,10). La justicia de la espada es sustituida por la justicia del Crucificado Resucitado. La Cruz es la consecuencia definitiva de toda la misión del Hijo de Dios. La ofrenda libre de la vida de Jesús demostrada en todos los detalles de su ministerio, llega al máximo en la cruz cuando, en una inédita personificación del “Siervo” (Mt 21,28), su propia sangre es derramada para el perdón de todos (26,26-29). El camino de pascual de Jesús se introduce hasta las honduras del mal, raíz de la violencia y de toda forma de destrucción, para transformarlo desde dentro con la fuerza de su amor. El de Jesús es el camino querido por Dios de la vida que tiene corazón de Padre (cfr. Mt 3,15; 4,1-11; 7,15-23; 12,46-50; 21,28-32)… su camino, precedido por el de Juan, es “camino de justicia” (21,32). 2. La formación discipular: cultivo de la semilla del Reino Jesús quiere llegar a todos, sin embargo sus discípulos son los primeros llamados a entrar en el Reino, comprender sus misterios y vivir según la justicia, que él llama “la justicia mayor” (Mt 5,20). Según las palabras de envío del Resucitado, el discípulo se hace tal insertándose bautismalmente en la relación trinitaria y reaprendiendo esta relación en las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio (Mt 28,19-20). La enseñanza, la vida misma del Maestro y su camino de justicia son recibidas por el discípulo como una semilla que cae en tierra buena: “Oye la Palabra y la comprende; éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mt 13,23). Aquí cuenta la didáctica de Mateo. Las enseñanzas fundamentales de Jesús –que en los otros evangelios aparecen dispersos en otros lugares– Mateo las agrupa en cinco grandes discursos. A lo largo de ellos la semilla de Reino es sembrada, germina y fructifica: (1) El discurso sobre la identidad del discípulo, mejor conocido como “Sermón de la Montaña” (Mateo 5-7), tiene como eje el Reino y la Justicia (ver 6,33). El discípulo recibe aquí su “iniciación”. (2) El discurso sobre el ejercicio de la Misión (Mateo 10,5-42).


(3) El discurso sobre el discernimiento cristiano, también conocido como “de las Parábolas” (Mateo 13,1-53). (4) El discurso sobre la vida en comunidad, llamado igualmente “Discurso eclesiástico” (Mateo 18). (5) El discurso sobre el fin o “Discurso escatológico” (Mateo 24-25). Todos estos discursos corresponden a un programa que bien podría llamarse “el aprendizaje vital de la Palabra de Jesús”. El discipulado traduce en “justicia” lo que en él obra el “Reino”: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50). De lo contrario, corre el riesgo de convertirse en “agente de injusticia” (Mt 7,23). En el discipulado, la semilla hace su camino interno hasta que florece y fructifica en persona y comunidad nueva. 3. El Sermón de la Montaña: como un jardín del Evangelio El Sermón de la montaña responde a la pregunta: ¿Cuál es el distintivo de un discípulo del Reino? Mejor aún: ¿Qué sucede en el corazón de aquel que se hace discípulo de Jesús? ¿En qué consiste la novedad de vida? ¿Cómo entabla con Dios, con los hermanos y los bienes de la tierra, las relaciones de justicia características del Maestro? Es bueno leer desde este momento todo el Sermón completo (Mateo 5-7), para sentir la fuerza de las enseñanzas y también la lógica que las une. Este es uno de esos discursos que sabe hablar al corazón de forma contundente, pero también encantadora. El perfil del discípulo está ahí y dan ganas de encarnarlo. En buena parte suena como norma, si bien lo más importante es que se trata del mismo latir del corazón de Jesús que se impregna en el del discípulo. En este discurso comienza un arco que culmina en la conclusión del evangelio, cuando el discípulo sean enviado a “hacer discípulos” como él. A lo largo del discurso, el corazón nuevo del discípulo se distingue por su manera de entablar las relaciones. Se trata del aprendizaje de la relacionalidad con Dios, con los hermanos y el uso de los bienes de la tierra. Esto ocupa toda la parte central de la enseñanza: (1) Con los hermanos (Mateo 5,17-48). (2) Con Dios Padre (Mateo 6,1-18). (3) El uso de los bienes de la tierra (Mateo 6,19-34). Algunos avisos complementan la enseñanza en Mt 7,1-12. La enseñanza central sobre “la relacionalidad según el Reino”, fruto genuino de la semilla, está enmarcada por la bella introducción de las “Bienaventuranzas” (Mt 5,1-12) y “la misión del Bienaventurado” (Mt 5,12-16). En las bienaventuranzas se siembra la semilla. Al final, el discípulo que “oye y comprende la Palabra” es: (1) Seguidor: el que saber recorrer sin cobardía el “angosto camino que lleva a la Vida” (Mt 7,13-14). (2) Profeta: el que ejerce auténtica y válida profecía que semejante a fruto bueno que proviene de árbol bueno (Mt 7,15-20; cfr. Mt 23,34)).


(3) Agente de justicia: el que ejerce en el nombre de Jesús profetizar y enfrenta victoriosamente el mal en sintonía con el querer del Padre (Mt 7,21-23). (4) Sabio: el “hombre sabio” que sabe construir como una casa de familia su vida entera sobre la roca de la Palabra. Ésta es sólida y logra sostenerse aún en las peores dificultades. Estos mismos frutos maduros son los que se esperan de las comunidades que “oyen” y se esfuerzan por encarnar la Palabra por los itinerarios de la Lectio Divina. En fin, el que tuvo como programa “cumplir toda justicia” (Mt 3,15), le pide como primera y fundamental exigencia a sus seguidores: “Busquen en primer lugar el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). Todo el Sermón del monte enseña cómo buscarlo, encontrarlo y traducirlo en nuevo orden de relaciones en el que prima la justicia, la reconciliación y la paz.


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