“¿Hasta cuándo las víctimas vamos a seguir co
Trabajo desarrollado por alumnos de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Sergio Arboleda, quienes se entrevistaron con las víctimas a través de la Fundación Victímas Visibles , a ellos agradecemos su esfuerzo y dedicación .
ontando la historia entre nosotros mismos?” Con estas palabras de Delis Palacios, Víctima de la masacre de Bojayá, recordamos la necesidad de las víctimas de ser escuchadas; de ser dignificadas y reparadas.
No hay “ felices para siempre” “
Por: Daniela A. Franco
Esta no es una historia como otras, tiene de aquí y de allá; aunque desearía que solo fuese un cuento, todo es real. Soy María Nayibe y esta es mi historia. Como todo relato de fantasía este inicia con un poco de amor. Sí, amor de muchos tipos; amor por mi esposo, José Eustacio, mis cinco hijos y mi pueblo, Cambao, la tierra en la que vivía y la que aún quiero. Por ahora debo aclarar que no soy una princesa, no vivo en un castillo ni tengo servidumbre a mis pies, todo lo contrario, soy un poco más Cenicienta. Cada mañana inicio una lucha para conseguir la comida del día y lo de otros gastos porque en esta historia, a diferencia de otras, cada mes, sin falta, debo pagar mil y un cosas; después de todo, cinco hijos no son cosa fácil cuando no eres de la realeza. Como sea, los esfuerzos para esos días de familia y amor no hacían los días menos felices, una caseta bastaba para tener lo necesario. Con esmero mi esposo y yo trabajábamos cada día en aquella caseta desbaratada, nuestro pequeño tesoro, el que anhelábamos, un día, fuera más grande y más dotado de hermosura. Fue una noche cuando el reloj marcaba las 11:20 aproximadamente, en un vaivén de instantes, poco antes de cerrar nuestro negocio, cuando las autodefensas, los monstruos de esta historia, quienes parecieran salidos de la más terrible historia de terror, llegaron al lugar. No sabría decir si fue una fortuna no haber estado en aquel momento, solo sé que mientras yo estaba en mi hogar, junto a mis hijos, sentí el impulso de ir a buscar a José Eustacio;
a pocos pasos de llegar a nuestra caseta vi cuando Chepe, así se hacia llamar uno de los comandantes de este grupo, junto a otros, se lo llevó. Ahí estaba yo, impotente, con ganas de gritar, presenciando cómo ante mis ojos se llevaban a quien amo. Aún me pregunto si debí correr tras él, pero mis hijos y el temor fueron un motivo más grande en aquel momento, si corría tras ellos, si asumía mi papel de súper héroe de improviso y algo llegara a pasarme, ¿quién estaría con los pequeños? Fue ahí cuando los segundos, los minutos y las horas iniciaron una carrera repentina y parecían acelerarse, mientras yo emprendía una marcha durante toda la noche y algunas horas de la mañana del día siguiente con la esperanza de encontrarlo; con esa sensación que mueve montañas, y con el anhelo de que ese episodio hubiese sido solo un mal momento, algo pasajero que permitiría que al día siguiente despertara con él a mi lado, después de todo quienes se lo llevaron se hacían llamar los guardianes del lugar. Quise buscar ayuda, debo admitirlo; sin embargo, de poco o nada sirvió mi esfuerzo. Busqué a las autoridades de mi pueblo, ¿qué dijeron?...nada, decían que esa no era su jurisdicción, que no podían colaborarme, ¡excusas! Siempre supe que a ellos los amenazaban si se metían en asuntos de las autodefensas. Ellos entonces eran los reyes del pueblo, y hacían con este lo que quisieran, de la misma forma que lo hicieron con mi vida. Bastó un día, quizá menos, para que Chepe se presentara en mi casa, cerca de 20 horas en las
rado de que yo aún buscaba ayuda, entre esas, la de la Fiscalía en San Juan de Río Seco. De nuevo estaba yo ahí, sin más opción que tomar nuestras maletas, lo poco que pudiésemos llevar entre mis niños y yo para abrir caminos hacia Bogotá, capital de mi país, Colombia, tierra de maravillas innumerables pero también de injusticia e historias como esta. que las lágrimas, como si tuvieran alma y vida propia, no dejaron de salir de mis ojos. Al verlo en la puerta de mi casa mi mente no lograba apartarse del deseo de que mi esposo estuviese bien, aquel no podía ser un día más extraño; esperaba un poco de luz entre tanta sombra, pero Chepe solo me pidió que tuviera fuerza, dijo que ellos ayudarían a encontrarlo, y mi miedo y yo solo nos animábamos a ocultar el hecho de saberlo todo, de haber visto cuando ellos se lo llevaron, y cómo ese día, con tal descaro, venía a decirme esto. Incertidumbre, angustia, ilusión, esperanza… ¿qué más puedo decir? fue un año de todo esto sin tener noticias y al mismo tiempo de compartir siempre en silencio, en el mismo pueblo, con quienes se lo llevaron. Y con él esos anhelos de progreso, de convertir juntos la caseta por y con la que mucho trabajamos, de estar más cerca a un cuento de hadas. Tras un año, quizá de los más largos, en el que no bastó para estos “guardianes” con llevarse a mi esposo, otra de esas visitas indeseadas tocó a la puerta, esta vez pidiendo que me fuera con mis hijos del pueblo, mi pueblo, mi tierra, en la que estaba mi techo, mi trabajo, mi vida, de no ser así nos asesinarían a todos; para ese entonces se habían ente-
La bienvenida a la capital fue un clima helado, de esos que hacen que tiemble la voz al hablar, el tráfico y un ambiente que, de por cierto, era muy diferente al de mi pueblo. Por fortuna no todo es malo en esta historia, esa noche tuve un techo a donde llegar, una familiar nos recibió y allí estuvimos durante un buen tiempo. La travesía en Bogotá ciertamente se convirtió en algo como salido de la ficción, todo se direccionó hacia mi lucha incesante por conseguir ayuda del Estado, y como si yo fuese la mala de la historia ellos, entre mil trabas, parecían empeñarse en no dármela. Fueron cerca de siete años de espera, para que Acción Social me ayudara con 19 millones de pesos. No me quejo, pero debo decir que en mi historia lastimosamente la magia no tiene cabida y todo el dinero del mundo jamás tendrá la habilidad de borrar el dolor o de devolver vidas. Han pasado ya ocho años y medio desde que José Eustacio desapareció. Hace unos meses fui citada a una indagatoria, allí alias El Pájaro, uno de los integrantes del grupo de las autodefensas que se lo llevaron, admitió que mi esposo estaba muerto, ¿qué más puedo decir?, mi alma esperanzada recibía otro golpe al saber que el mismo día que se lo llevaron había sido asesinado. Tantos años, tanta espera, tanta angustia, y de ello ahora solo me quedan 19 millones de pesos; para hoy un poco menos, ya que es con este dinero con el que he vivido los últimos dos años. Para completar la historia, debo decir que no puedo trabajar porque tengo polio, pero debo seguir, aún tengo por quien luchar, ¿qué más motor que un hijo?
Bueno, debo decirlo, a este punto voy a confesar que esto no es todo. Hay algo más, algo que he callado durante mucho tiempo, algo que causa un dolor más profundo en mi. Fue ese año en que vivimos en Cambao, cuando una noche, tiempo después del asesinato de José Eustacio, la noche más larga, la más triste de mi existencia, Chepe, ese monstruo que destruyó mi vida, tomó un arma, apuntó a la cabeza de Jenny Carolina, una de mis pequeñas, y abusó sexualmente de ella. Chepe le dijo que si no se acostaba con él iba a matarme a mi y a su hermanita de tan solo dos años y medio. Aún pienso en ello y mi alma se derrumba, me cuesta contener las lágrimas, ¿qué clase de hombre puede violar a una niña de tan solo 13 años, en presencia de su hermanita?, es este hecho el que me ha atormentado toda mi vida, aún no se por qué no puedo dejar de culparme; solo sé que nunca me he atrevido a denunciar esta atrocidad, temo que si lo hago él, o alguno de su grupo, pueda cumplir su amenaza de asesinarnos a todos. Actualmente Jenny Carolina está casada, pero este hecho no solo me marcó a mí, en ella dejó vacios tan grandes que hoy, aún después de varios años, sufre las consecuencias; esta vez en la intimidad de su matrimonio. Si bien hay hechos que cambian drásticamente el rumbo de la vida, hechos que dejan cicatrices que jamás serán borradas, como el asesinato de mi esposo, hay otros como lo que hicieron con mi pequeña, que no solo cambian el rumbo de la vida, logran destruirla y dejan cicatrices que parecieran no sanar, que parecieran ser más que marcas y que siempre dolerán.
Créditos 2012, CRÓNICAS SOBRE VÍCTIMAS EN COLOMBIA Dirección Editorial JUAN CARLOS RAMOS HENDEZ Diseño, ilustración, texto y maquetación: DANIELA A. FRANCO Corrección de estilo: CAMILA GIL
Con el apoyo de: FUNDACIÓN VÍCTIMAS VISIBLES COMUNIDAD DE MADRID UNIVERSIDAD SERGIO ARBOLEDA Printed in Colombia / Impreso en Colombia
... ESPERE LA PRÓXIMA SEMANA OTRA CRÓNICA SOBRE LAS VÍCTIMAS EN COLOMBIA!
NO MAS LÉELAS, SUS HISTORIAS HACEN PARTE DE NUESTRA HISTORIA.