Cartas a la Familia el Camino de las Michoacanas

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Paseo por MĂŠxico Distrito Federal, Mammatus Tomado de http://www.tiemposevero.es/fotos/fran/DSCN0065.jpg

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Universidad Nacional de Colombia Doctorado en Ciencias Económicas

Cartas a la familia

El Camino de las Michoacanas México D.F., Septiembre 11 de 2006

Yanod Márquez Aldana Doctor en Ciencias Económicas

En el vecindario contiguo a Toribio de Alcaraz hay una actividad comercial muy dinámica y diversa tanto por el tianguis como por las tiendas y almacenes permanentes. Sin embargo las compras de los alimentos diferentes a las frutas, el pollo y las verduras prefiero hacerlo en la “Comer”, la Bodega Comercial Mexicana, un almacén de cadena como Supertiendas Olímpica. El almacén más cercano queda en la Colonia Fuentes Brotantes, muy cerca de la Avenida Insurgentes, una avenida de la que los mexicanos se jactan de que es la más larga del mundo pues atraviesa toda la Ciudad de México. Para ir a la “Comer” se puede tomar un pesero (micro o buseta) en el Boulevard Benito Juárez pero yo prefiero ir a pie. Son unos 45 minutos de caminata que me sirven para desintoxicarme de tanta lectura llena de números y conceptos con los que tengo que lidiar con más frecuencia de la que desearía; también me sirven para quemar algo de las calorías que se han venido acumulando en forma de grasa en estos años de academia sedentaria. Así es que luego de una mañana de tianguis, en la tarde –después de inevitables revisiones del correo y de la búsqueda y

“bajada” de artículo a través de Internet- me dispongo a tomar camino hacia la “Comer”. Para mí el camino hacia la “Comer” empieza en la esquina en la que el Boulevard Benito Juárez se cruza con la calle Luis Echeverría, a pocos pasos del servicio de Internet y de “Llantas y Servicios”, el taller de Jorge. Hacia la izquierda –por la calle Luis Echavarría- es la ruta de las privadas (conjuntos cerrados) con grandes muros que las aislan de las calles y su gente; en sus patios traseros se pueden observar de trecho en trecho las casas para los perros y los celadores. Por esa ruta puedo ir hasta “Chedraui” –otro centro comercial- pero por ahí no me encontraré sino con las camionetas todo terreno, cuatro puertas y vidrios ahumados. Hacía la derecha, por el contrario, es un mundo lleno de gente que justifica que en cada puerta se abra un negocio: vidrierías, tortillerías, salchichonerías, queserías, madederías, refaccionarias (almacenes de repuestos), farmacias, café Internets (sin café), lavanderías, planchadurías, miscelaneas, fruterías, verdulerías, tiendas de abarrotes, colegios, etc. Pero hay algunas que atraen más mi atención que otras. En la esquina del cruce entre Beni3


to Juárez y Luis Echavarría está la primera de las cuatro sedes de la “Paletería y Nevería Michoacana” que existen entre esa esquina y la “Comer”. La “Michoacana” debe su nombre al Estado de Michoacán, donde se inició esta cadena de heladerías; hoy hay una michoacana en cualquier lugar donde habiten mexicanos y ha llegado a ser, junto con las tortillerías, el sinónimo de mexicanidad. Para mí significa uno de mis primeros grandes acuerdos con los mexicanos. Ustedes notarán que este no es el único establecimiento que sería memorable en ese recorrido, pero como los helados y yo hemos tenido una relación tan estrecha no me sería posible relacionar ese recorrido con ningún otro identificador. Para mí entonces empieza “el camino de las michoacanas”. Luego de comprar un cono con uno de los “n” sabores y posibles combinaciones que ofrecen, inicio mi recorrido calle abajo por la calle Luís Echevarria, una de las tantas que recibió su nombre a cuenta de un político mexicano que fue presidente de la república entre 1970 y 1976, y quien estaba a cargo de la Secretaría de Gobierno en 1968 cuando ocurrieron “los sucesos de Tlatelolco”, un hecho luctuoso perpetrado por “francotiradores desconocidos” y cinco mil hombres del ejercito armados con tanques de guerra, quienes en un “cruce” de disparos mataron a una cantidad nunca definida entre los diez mil estudiantes que protestaban contra las formas autoritarias del gobierno central mexicano en la Plaza de Tlatelolco, también conocida como la Plaza de las Tres culturas. Los mexicanos no acostumbran a diferenciar las vías públicas entre calles y carreras, para ellos todas son calles. La poca diferencia en sus definiciones no proviene de la dirección o el sentido de su trazado sino de su importancia. Así, un boulevard es una calle comercial, las vías arterias se denominan avenidas, ejes o calzadas; las demás simplemen-

te se llaman calles. Otra característica es que no numeran las calles sino que les asignan nombres, los cuales pueden repetirse casi de manera infinita a largo y ancho de la ciudad. Para definir la dirección de una residencia o local comercial debe recitarse una gran cantidad de datos que incluyen el número del lote o puerta, la calle donde está ubicada, las dos calles que cruzan por las esquinas, la colonia (barrio), la delegación (subdivisión de la ciudad) y el número del circuito postal. Así, una de mis primeras proezas fue aprender que vivía en “el Segundo Andador (callejón) de Toribio de Alcaraz, entre las calles Jesús Lecuona y Lázaro Cárdenas, en la Tercera Ampliación de la Colonia Miguel Hidalgo, en la Delegación del Tlalpan, Circuito Postal 14250”. Y que conste que lo dije de un solo golpe de aire. Mi recorrido es en realidad como una gran escalera, un poco por lo que serían “calles” y otro trecho por las “carreras”, desviando siempre hacia la derecha para rodear al Bosque de Tlalpan, un parque que ocupa toda la falda del cerro “Picacho de Ajusco”, cuya base es parte de la Avenida Insurgentes. El “camino de las michoacanas” lo subdivido en “esquinas” por las que tengo que voltear. Así, bajando por la calle Luís Echeverría debo voltear a la derecha en la esquina de la Iglesia Evangélica, después de haber pasado por tlapalerías, tortillerías, vidrierías, refaccionarias y algunas farmacias. Al voltear, sobre la acera derecha encuentro una tortillería muy singular, se diferencia de las demás por el uniforme y gorro blanco que usa la encargada y el aspecto aséptico del negocio. La tortilla es una especie de arepa tan delgada que se puede enrollar y que los mexicanos consumen en cantidades asombrosas; son la base de los tacos y acompañan todas las comidas. En las fondas por lo regular existe un calentador de tortillas, una especie de estufa a gas que puede tener una 4


superficie útil de unos 70 centímetros de ancho. Luego de calentarlas las sirven en canastillas, las cuales disponen de una servilleta del tamaño necesario para cubrirlas con el fin de demorar su enfriamiento. Para fabricarlas han diseñado una máquina a la que se le suministra la masa y la entrega lista para el consumo luego de un proceso de laminación y calentamiento a lo largo de una prolongada banda transportadora. Las demás tortillerías parecen un taller cualquiera, pero esta tiene un área de producción aislada por rejas y vidrios, y que se comunican con el área de atención al público por pequeños huecos semicirculares; las operarias están vestidas como las enfermeras en una sala de cirugía. El aviso dice “$7 kilo”, “Sábados y domingos tortilla azul $8 kilo”. Así es que hay tortilla azul. Otra de las curiosidades de esta tortillería es la forma como me saluda la tortillera, una güera (rubia) de ojos color de tortilla sabatina: -buenas tardes señor- me dice mientras su mirada me sigue con cierto descaro. -buenas tardes- digo yo sin reducir la velocidad. Yo camino a un paso más bien rápido, tratando de quemar la consabida grasa, tal vez por eso no me detengo a fijar mi atención en la tortillera y sus benditas tortillas. Avanzo y atravieso la calle Lázaro Cárdenas y en la siguiente esquina debo voltear a la izquierda por la Calle Jesús Lecuona, la misma con la que colinda el andador donde vivo. Esa es la equina de “Estética”, un pequeño negocio ubicado en la acera del frente y dedicado a los cortes de cabello y actividades conexas. Siempre me fijo en la peluquera con su pelo teñido, ella y su establecimiento me recuerdan mi vieja lucha entre la “locha” que me da mandarme a peluquear y la necesidad de tener un buen corte de cabello, que por lo regular -sin mayores esfuerzos- gana la lo-

cha. Por esa razón me peluqueé yo mismo por casi diez años. Ahora cuando estoy en casa esa labor la asume mi consorte, pero aquí ni me decido entrar a “estética” ni reasumo mi antigua costumbre. En seguida de la esquina –a mano izquierdaencuentro una madedería, una venta de carne… y a continuación la segunda michoacana. Esta dispone de un local más pequeño que la primera y por eso no tiene sillas y mesas como la primera. Eso también ocurre con las demás que encuentro en el camino. Aquí acostumbro a desviarme hacia la derecha a pesar de que la ruta de los peseros continúa por la Calle Jesús Lecuona. Lo hago para evitar tanto tránsito con su ruido y en realidad camino varias cuadras por paralelas, las calles Felipe Ángeles y Venustiano Carranza hasta retomar la ruta principal después de varios desvíos entre calles y “carreras” con menos densidad comercial. Al retomar la ruta de los peseros aparece una zona nuevamente poblada de almacenes y farmacias. Una buena proporción de los negocios ubicados a lo largo del camino de las michoacanas son farmacias, y en particular unas que son típicamente mexicanas, las “farmacias de genéricos y similares”, que se dedican a vender medicamentos a bajos precios; “genéricos” son medicamentos sin nombre de marca producidos por multinacionales, y los “similares” lo son por laboratorios nacionales. Eso les permite anunciar “ahorre hasta el 75%”. Una de las esquinas –ubicada un poco más abajo de la tercera michoacana- la recuerdo como la de la farmacia por una en particular que es la más grande de la ruta; a continuación debo girar a la derecha y caminar una cuadra antes de girar a la izquierda. Esta es la calle donde encuentro el “Internet César”, cuyo dueño es un señor muy amable que presenta excusas cada vez que algo sale mal; aquí vengo en ocasiones cuando no hay ser5


vicio en el Boulevard Benito Juárez. También encuentro una farmacia con un cierto aire familiar, pues una joven que atiende tiene una buena dotación de… ¡pecas! Eso me hace acordar que el día de la marcha de Andrés Manuel López Obrador en el pesero que viajé desde Toribio de Alcaraz hasta la estación del metro en la Universidad, iba una muchacha muy parecida a Jeannette Sofía; yo la miré detenidamente pues me parecía increíble que estuviera por aquí y que montara en buseta. Entonces hice una lista de comprobación: 1. 2. 3.

4. 5. 6. 7. 8. 9.

¿Tiene pelo negro y lacio?: si ¿Es morena?: si ¿Tiene cabello pequeño que parece que renovara toda su cabellera cada noche?: si ¿Tiene alambres en la boca?: si. ¿Habla moviendo los labios para compensar esos alambres?: si ¿Habla con énfasis?: si ¿El énfasis es como de que ese canalla debe tener su merecido?: si ¿El énfasis se acompaña de “ese” movimiento típico de la cabeza?: si ¿y la risa? Es la típica

No me queda más que dos detalles de mi lista por comprobar, debía esperar a que se bajara para la respectiva verificación. Al bajarnos en la estación pude completar la lista, pero resultaron negativas: no se alegró al verme y no me dijo tiiiiito mientras me abrazaba, negativa la primera; no tenía cuerpo de guitarra, negativa la segunda. La siguiente esquina es la de los muebles y debo girar a la izquierda, a dos cuadras encuentro la esquina con servicio de Internet y girando a la derecha hay una lavandería junto a una venta de carbón, las que me generan dudas al respecto de la adecuada separación entre ropa blanca y el polvo de ese combus-

tible. Luego de girar nuevamente a la izquierda ya estoy sobre la Calle Corregidora, que es la primera por donde se puede avanzar hasta la Avenida Insurgentes. Luego de caminar tres cuadras encuentro al Mercado Hidalgo, lo que llamaríamos nosotros una plaza o galería. En la esquina se bifurca la ruta de los peseros entre los que vienen por la Calle Michoacana y los que van por la Calle Corregidora. Yo, para ir hasta la “Comer”, debo tomar la ruta de los que vienen, así es que giro a mano derecha y luego de unas ocho cuadras que incluyen una nueva esquina llego a la Comer desde donde puedo divisar unos cuantos pasos más adelante la cuarta michoacana, un poco antes de la Avenida Insurgentes. El recorrido lo he hecho caminando por las aceras, algo inusual para los habitantes de esta ciudad. La mayoría están construidas con roca volcánica, una piedra que utilizan para todo: las pirámides, los muros de las privadas, los muros de contención… Pero las aceras no parecen desempeñar un rol importante como andenes, la gente camina poco y cuando lo hace es frecuente verla andar por el área vehicular. Las aceras cumplen otras funciones, como la ser el área donde viven los árboles que los perros parecen contar y marcar uno a uno; también son rampas para el acceso de los automóviles a los garajes. Pero yo, con un poco de terquedad contracorriente, insisto en caminar por ellas. Para muchos seguramente seré “ese loco que camina por las aceras”. La Comer tiene un amplio parqueadero, que como en muchos otros lugares en México, es atendido por señores setentones. En este supermercado se presume de tener los precios más bajos del mercado y se compromete a devolver el excedente en toda mercancía respecto de la cual un cliente demuestre que es más barato en otros almacenes. Por esa 6


razón se pueden ver tiquetes de compras de los almacenes de la competencia pegados al pie de los cartones que anuncian los precios, con el fin de que se pueda ver los precios comparados y la fecha de verificación y de ajuste, si este ha sido necesario. Al ingresar es común encontrar mercancías en promoción; en esta ocasión hay discos compactos con música y películas en formato DVD. Las secciones son las típicas de un almacén de estos: verduras-frutas, abarrotes, lácteos, pollo-carne y embutidos, utensilios de cocina y de aseo, ropa, papelería y electrodomésticos. La diferencia de este almacén y los colombinos no está en sus secciones sino en los artículos que venden. En la sección de condimentos hay disponibles una buena variedad de chile (ají) deshidratado, molido o sin moler; en la sección de verduras encontrará más chile pero fresco y en colores rojo, verde y amarillo. Antes de viajar yo decía con algo de exageración que los mexicanos “echaban ají hasta en los dulces”, pero aquí me encontré con lo insólito: una vez por el camino de las michoacanas me encontré con unas muchachas muy jóvenes que estaban vendiendo algo en una especie de canastos, me dijeron “cómprenos algo que no hemos vendido nada”, y yo les pregunté “y qué venden”, y entonces me mostraron diferentes tipos de dulces; yo les compré uno que parecía un hueso y al probarlo ¡Efectivamente eran dulces con chile! ¡No lo podía creer! ¡Parecía una broma!

julianas a los huevos revueltos, tienen un sabor ligeramente ácido y metálico.

Dentro de las verduras –por esta época- se encuentran hojas y frutas de nopal, que es un cactus. Los mexicanos también son muy aficionados a estos productos y los preparan de muy diversas maneras, una de ellas consiste en saltear las hojas y agregarles queso. Parece que estuvieran comiendo galletas con mermelada. Yo las he agregado cortadas en

Luego de empacar esas maravillas me dirijo hacia la caja a pagar, me preguntan que si encontré todo lo que buscaba y, como pago con tarjeta, me preguntan que si necesito efectivo. Así me entero de que ya no necesito buscar un cajero en quien sabe dónde y que aquí puedo obtener efectivo, y me evita una especie de calamidad que me obligaba perder medio día de trabajo.

Ahora yo debo decidir qué llevar. Escojo leche semidescremada -que se distingue por el recipiente plástico con tapa de color azul-, piloncillo (panela), harina de maíz para preparar arepas a la colombiana, aceite de girasol –que entre otras es de los más baratos-, queso guajaqueño que viene en tiras (en rollos), jamón de pollo que vale casi lo mismo que el pollo aplanado que compro en el boulevard, cocoa para preparar chocolate, café liofilizado. Busco granola pero no la encuentro, cuando le pregunto al dependiente me señala un lugar donde exhiben en canastas diferentes granos que uno puede empacar al gusto. En ocasiones anteriores no me había detenido en esa sección por considerar que son granos similares a los que venden ya empacados y de los que compro muy poco. Sin embargo me encuentro con una sorpresa que va a definir buena parte de lo que voy a llevar hoy; dentro de esas canastas no sólo hay leguminosas y cereales secos y crudos, además de la granola hay una serie de esas delicias que normalmente uno identifica con Kellogg: hojuelas o formas granuladas de cereales al natural o con miel o con chocolate, maní… en fin… me condujeron hacia una mina. No detallo más para no inducir problemas digestivos, pero creo que le encontré oficio a aquella leche condensada que una vez compré y no había decidido en qué usarla.

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Con mi carga me dispongo a regresar a mi cubil. A la salida tomo un pesero de la ruta 40 “Hidalgo la Charro”. En los peseros cobran de acuerdo con la distancia y el precio puede ser entre 2,50 pesos mexicanos por menos de cinco kilómetros, 3,50 por más de 12, y 3,00 por una distancia intermedia, pero no hay una forma exacta de medir esas distancias y los conductores cobran de acuerdo con la cara que ponga el pasajero. Al pagar digo “amplaicióoon” al estilo chilango (de la ciudad de México) y de esa manera me ahorro algunos centavos. El pesero hace el camino de regreso pasando por las michoacanas y me deja frente a la escalera de la Calle Lázaro Cárdenas. Siento entonces que he llegado a casa.

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