Ecos Milenarios - Co'Report

Ecos Milenarios La profesión de su fe, la oración cinco veces al día, visitar La Meca, ayunar en Ramadán y ofrecer limosna a los necesitados. Estas son, según muchos musulmanes, las únicas cinco reglas a seguir dondequiera que se encuentren.

En La India el Islam constituye la segunda religión más grande del país. Alrededor de cualquiera de sus mezquitas se yerguen humeantes templos hinduistas con los que la historia les ha impuesto convivir. Contra lo que se pueda llegar a pensar desde la distancia que ponen los Montes Urales, en este país de mezcla cultural y religiosa, el musulmán es uno más. Ni se encierra, ni se esconde, ni se aparta.

Cuentan que el trato no equitativo que recibe la mujer en países orientales, atribuido en muchas ocasiones a la religión musulmana, tiene su origen en arraigadas costumbres previas a la propia doctrina.

texto Sheila Torres

fotografía Andrés Gutiérrez

l Islam llegó a La India con los comerciantes árabes en el siglo VIII y desde entonces se ha visto mezclado en el compendio de culturas y religiones de este inmenso país con las que ha tenido que convivir, algunas veces con mejor mano que otras. Tras severos enfrentamientos, esta convivencia de cientos de años ha conducido por fin, al desarrollo de una tolerancia admirable entre los distintos grupos religiosos y ha ayudado a reducir la rigidez de muchas de las normas impuestas. Por las calles, aunque es común advertir las siluetas negras sobre el colorido fondo, algunas musulmanas visten el famoso sari, típico de La India y otras llevan pantalón y camisa semejantes al estilo occidental.

otro dios o construían grandiosos templos en su honor ha sido siempre la firma del mundo religioso y el Islam no ha sido menos, basta acercarse a muchos de los templos hinduistas que consiguieron quedar en pie. Aunque es cierto que destruían, también, cuando conseguían asentarse y hacerse poderosos, dejaban florecer su capacidad creativa para legar grandes aportaciones culturales al mundo. Los cristianos, catedrales, los judíos, sinagogas y los musulmanes, mezquitas.

La caligrafía árabe, los palacios y mausoleos que van desde la Alhambra en Granada, hasta el Taj Mahal en Agra, son sólo algunas pruebas del esplendor que vivió este vasto imperio.

Inestimables vestigios de una cultura que en la actualidad siente más el reproche de occidente que admiración A lo largo de la historia, como menes- alguna por sus virtudes. ter de cualquier religión, el Islam ha destruido y construido. La devasta- A pesar de que la igualdad entre homción de los lugares que profesaban bres y mujeres está recogida en la cualquier otra fe, que rendían culto a constitución de La India, la mujer,

sobre todo en zonas rurales recibe un trato discriminatorio que se aprecia sin más que atender al índice de analfabetismo femenino del país.

Este machismo se asocia directamente con la religión musulmana, si bien es cierto que tiene cierta relación, no siempre se hallan del mismo lado las palabras de Mahoma y lo que los hombres hicieron luego. Según muchos musulmanes de La India, aquéllos que maltratan a sus mujeres o practican la ablación a sus hijas no lo hacen por mandato de Dios sino de unas costumbres que heredaron de sus padres y éstos de los suyos. En tiempos ancestrales, un hombre decidió empezar estas prácticas, convenció a sus vecinos y transmitieron este comportamiento como mandamiento a sus hijos y nietos.

Es así como han llegado a nuestros días estos aberrantes hábitos que se han convertido en costumbres tan poderosas como la propia ley. La mayoría de musulmanes de la urbe rechazan esta conducta y la miran con mala cara.

Sin embargo, no hace falta irse a una zona deprimida o rural para ver de cerca la poligamia masculina, que está bastante extendida en este país, o maridos que ordenan vestir niqab a sus esposas –una prenda que solo deja al descubierto los ojos-, basados en la interpretación de los textos bajo su visión, pues el Corán aconseja el recato y el pudor, tanto a hombres como a mujeres.

Aunque es cierto que tales prácticas no son estrictamente de origen musulmán, esta cultura es de las pocas que aún las mantiene. El debate de la desigualdad se abre desde occidente, desde donde el tema se trata con arrogancia. Muchos coinciden en que quienes creen conocer a la perfección lo que siente toda mujer musulmana, sin más argumentos que un vago intento de ponerse en su piel desde una educación occidental, cometen un error. Este gesto, en general, les oprime y les hace aferrarse más a sus convicciones.

Al asociar este trato desigual a su devoción, el debate se cierra definitivamente.

En cualquier rincón del mundo se celebran rituales y oraciones en honor a distintos dioses. Especialmente en La India, las profundas muestras de fe son capaces de emocionar al más ateo por su magnitud y su fuerza y, si hay algo de lo que los musulmanes pueden presumir es de la profundidad de su fe. Cuando, en cualquier zona musulmana, desde lo alto de un edificio se escucha el canto de llamada a la oración, Adhan, es inevitable sentir que algo muy grande vibra en el aire. En ese momento, sobre un silencio de sepulcro, suenan voces que se superponen a ecos de 1.400 años del mismo cantar, desde minaretes que parecen emerger del suelo por todas partes. La escena, cinco veces al día, se ve rodeada de una intensidad indescriptible y la atmósfera golpea al visitante con el firme madero de una historia que no se cansa de calcar a diario una página en la siguiente.